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Ingenieros contra arqueólogos: no existe tal lugar

III Congreso de las Obras Públicas Romanas (Nuevos elementos de ingeniería romana), Astorga, octubre de 2006: crónica y comentario

El que la sigue, la consigue: se celebró en Astorga la III edición de la serie de congresos de Obras Públicas romanas que, por iniciativa de Isaac Moreno, organiza desde 2002 el Colegio de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas, y vaya cuanto antes el resumen: fue un congreso de los de antes, es decir, una reunión espléndida, de gran nivel científico.

Con su intervención inaugural acerca de la minería en el Teleno (y en el entorno de Las Médulas), Roberto Matías encendió una polémica tan innecesaria como estéril, al agitar un supuesto enfrentamiento latente entre arqueólogos e ingenieros. Tal polémica no existe, si acaso sólo desencuentros puntuales, véase como muestra de que la colaboración es posible la Jornada de presentación del libro sobre patrimonio arqueológico y paleontológico en la ampliación del Metro de Madrid, una reunión de arqueólogos, paleontólogos e ingenieros que tuvo lugar recientemente en el Colegio de Ingenieros de Caminos de Madrid. No obstante, transcurrido el tiempo y visto el poso dejado por esos tensos momentos de discusión (abanderada, del lado de los ingenieros, por el propio Matías, y del de los arqueólogos, por Javier Sánchez Palencia), el episodio pareció más bien el enfrentamiento entre alguien que se siente discriminado por investigar en solitario y quienes se consideran marginados por otros investigadores por representar a la llamada ciencia oficial, y no un enfrentamiento entre profesionales de distintos ámbitos, o entre profesiones que están cada vez más llamadas a entenderse. Desde El Nuevo Miliario, en fin, entendemos que no existe tal enfrentamiento, y que no debería de haber foros donde se alimentara.

Pasados los calores de la sesión inaugural, los congresistas fueron igual de calurosamente recibidos por el Alcalde de Astorga, Juan José Alonso quien, ante un abarrotado Salón de Plenos, hizo un encendido epítome de la historia asturicense, tomando como pie de su discurso cuatro lápidas conmemorativas con los más singulares acontecimientos vividos por la ciudad. Fue un episodio inenarrable, una muestra de erudición y sabiduría inesperada y, a la larga, una suerte de segunda conferencia inaugural del ciclo. Al día siguiente, Santiago Feijóo, del Consorcio Arqueológico de la Ciudad de Mérida, abrió la sesión de la mañana con una más afinada exposición de sus argumentos acerca del origen post romano de los pantanos de Proserpina y Cornalvo (véase el número 0 de El Nuevo Miliario). Al siempre cercano Feijóo siguió el siempre arrollador Isaac Moreno, quien abrumó a la concurrencia con datos e imágenes sobre las vías romanas en el entorno de Astorga, para acabar concluyendo que, al norte de Salamanca, no existe un camino que pueda denominarse "Vía de la Plata". Sorprende, por cierto, que esta conclusión, tan ajustada a derecho como a los datos históricos disponibles, fuera el centro de una de las más virulentas polémicas de la mesa redonda del final del día, donde Moreno hubo de sacar a relucir la principal característica que se atribuye a los naturales de su lugar de residencia, para dejar bien sentado que ésa era su opinión y que su opinión se fundaba en los datos disponibles, "lo digo por última vez", añadió.

El ingeniero Manuel Durán, recién llegado en la mañana, sustituyó a Carlos Nárdiz con una magistral exposición (ampliada en la edición impresa) sobre las bóvedas de los puentes romanos. Fue de tanta enjundia y tan instructiva, que entre el público se lamentaba que Durán se hubiera ajustado tan bien al tiempo asignado por la organización e implacablemente controlado por José María Fraile.

La sesión de la mañana concluyó, en fin, con las intervenciones de Milagros Burón, que expuso asépticamente los impresionantes avances en el conocimiento de la arqueología de la ciudad de Astorga, y de Javier Sánchez Palencia, que eludió (con buen criterio) prolongar la sin duda poco satisfactoria polémica del día anterior y, en su nombre, y en el de otros componentes de su equipo, ausentes por diferentes razones (Almudena Orejas, Inés Sastre), pormenorizó el desarrollo de distintos procesos relacionados con la minería del oro e investiga dos a raíz del gran proyecto que, desde hace 20 años, este equipo multidisciplinar del Consejo Superior de Investigaciones Científicas viene realizando en la zona.

La suerte de lidiar el duro toro de la sesión de tarde correspondió a José Manuel de la Peña y Santiago Ferrer, doble mérito el de ambos por

cuanto hubieron de enfrentarse a un auditorio que batallaba por entonces contra los vapores de la digestión del espectacular cocido maragato ofrecido a los congresistas por la organización. De la Peña hizo un repaso a la administración romana relacionada con las obras públicas, repaso quizás prolijo en exceso, pues se remontó a los tiempos míticos ab Vrbe condita, mientras que Ferrer trató de resumir en cuarenta minutos las diferentes tipologías de los casi 600 miliarios recopilados por ellos (Rodríguez Colmenero, Álvarez Asorey y el propio Ferrer) en el volumen Miliarios e outras inscricións viarias romanas do Noroeste hispánico (Conventos Bracarense, Lucense e Asturicense), recientemente publicado en Compostela por el Consello da Cultura Galega.

La mesa redonda, en cambio, supo a poco. El cargado programa aconsejó suprimir los debates después de cada ponencia, concentrándolos en la mesa redonda de clausura con el noble ánimo de discutir tan sólo aquellos asuntos que resultasen aún candentes después de pasar por el filtro de las horas. La idea, sin embargo, no fue buena; el debate se centró en las últimas intervenciones de la tarde (en particular, en la de Santiago Ferrer), y eludió aspectos polémicos tratados en la mañana (exceptuando la cuestión local de la vía de la Plata y Astorga, ya mencionada), y olvidó singularmente la propuesta de Santiago Feijóo de poner en entredicho el origen romano de las presas emeritenses. Quizá pueda deducirse de esa ausencia de debate que la idea de Feijóo ha cuajado entre los investigadores y ha acabado por ser admitida, pero los corrillos anteriores y posteriores al debate confirman que, pese a la contundencia y claridad de sus argumentos, para algunos se plantean aún algunas dudas que, por las circunstancias expuestas, no fueron desarrolladas en el debate.

La mesa redonda, en fin, contó con la pintoresca intervención, desde las últimas filas del público, del profesor Rodríguez Colmenero, obligado por la organización, al constatarse su presencia en la sala, a ocupar el lugar que, como miembro de la comisión científica del congreso, le correspondía en ese momento, es decir, una silla en la mesa redonda.

Otro lunar, en fin, que cabe descubrir en el excelente congreso de Astorga fue la surrealista entrega de una placa como "premio a la mejor ponencia". Quienes nos embarcamos en extrañas empresas de difusión (véase El Nuevo Miliario) somos conscientes de que resulta fácil ceder a la tentación de un patrocinio, sea cual sea la forma en que éste se presente. Sin embargo, esta peculiar iniciativa de premiar a la mejor ponencia pareció fuera de lugar tanto por el momento elegido para la entrega del premio (instantes antes de la clausura), como por el hecho de destacar a una de todas las ponencias presentadas dentro de una serie de altísimo nivel: al premiado (da igual cuál sea) no le da más ese siempre discutible reconocimiento de un jurado, pero sí alimenta sin objeto polémicas inútiles. Sugerimos, modestamente, a la organización, que olvide para próximas ediciones tan anómala iniciativa.

Terminó, en fin, la reunión con una visita al yacimiento de Las Médulas y con una comida de despedida en el Palacio de Canedo. El Nuevo Miliario que, porque la vida es como es, no pudo estar presente en este último día del congreso, quiere sin embargo agradecer sinceramente a la organización las invitaciones cursadas para poder estar en esta inolvidable reunión científica.

La edición de las Actas no coincidió, por apenas unas horas, con el inicio del Congreso. Tanto daba, ya que estamos todos acostumbrados a que las actas tarden meses – y aún años – en ver la luz, si es que no se produce el desastre de que permanezcan para siempre en unas injustas tinieblas, de modo que no cabe sino agradecer a la organización (es decir, al Comité Científico, formado por Moreno, Matías, Sánchez Palencia, Rodríguez Colmenero y Durán), al Colegio de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas y a la Junta de Castilla y León el esfuerzo realizado. El volumen, además de las ponencias leídas en las sesiones, se enriquece con varios trabajos más, sobre la vía de Italia in Hispanias (de Á. Palomino, M. Arbizu y Mª.J. Negredo), caminos del Alto Bierzo (de M. Olano), el acueducto de Uxama Argaellae (de C. García Merino) o las obras hidráulicas en el campamento originario de León (por E. Campomanes), además de una nueva entrega de imágenes aéreas de yacimientos sin excavar, realizadas por Julio del Olmo.

Es particularmente satisfactorio comprobar cómo, con tan sólo tres ediciones, este foro ha conseguido afianzarse entre los lugares ineludibles para quienes estudian diversos aspectos de la ingeniería romana y, especialmente, para quienes, lejos de ir a los congresos para discutir, acuden a ellos sólo para seguir aprendiendo.

C.C.

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