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VIDA Y FAMA DE LEONARDO TURRIANO, ENTRE FELIPE II

Y FELIPE IV: DESCRIPCIONES, DISCURSOS Y TRATADOS ALICIA CÁMARA MUÑOZ

Leonardo Turriano fue uno de los ingenieros del Renacimiento que superó a Arquímedes, a decir de sus contemporáneos. Según Bartolomé Cairasco de Figueroa, poeta, músico y canónigo canario, Leonardo fue más egregio, prudente y sabio que Arquímedes, referente para los ingenieros del Renacimiento como Vitruvio lo fue para los arquitectos o Apeles para los pintores. No fue el único a quien se comparó con ese sabio matemático, ingeniero, astrónomo, filósofo… de la Antigüedad. De hecho, también su pariente Juanelo Turriano sería comparado con Arquímedes, siendo ambos ejemplo de la admiración que despertaban en la época estos profesionales en los que se encarnaron los avances de la ciencia y la técnica en el Renacimiento.

Fue un hombre que siempre quiso hacer patente que él era superior a otros ingenieros, porque su formación era mucho más amplia que la que se exigía normalmente a estos profesionales. Tan solo con que nos fijemos en la dedicatoria al rey de la Descripción e historia del reino de las islas Canarias (Biblioteca General de la Universidad de Coimbra), sabremos que al incluir en su obra aquello «más digno de presentarse a su divino ingenio», desechaba la preocupación de si con ello aparentaba ser tanto historiador, como geógrafo o arquitecto militar, porque ofrecía al rey no solo lo que como ingeniero era de su estricta competencia, como puertos o fortificaciones de las islas Canarias, sino también aquello que se esperaba de otros expertos, como eran los historiadores o los geógrafos. Esa conciencia de que él superaba a otros ingenieros no le abandonaría nunca. De hecho, los manuscritos que conocemos hasta ahora, y alguno que todavía no conocemos pero que sabemos que existió, escritos a lo largo de su vida y que al final de esta parece que fueron preparados para ser publicados demuestran ese carácter de polímata de Leonardo Turriano, porque en ellos aparecen los volcanes, las máquinas para limpiar la barra del Tajo, un cometa…

Su orgullo y ambición encontraron un marco estimulante en la monarquía más poderosa de su tiempo. Para su rey la descripción de las Canarias se hubiera quedado en ser la descripción de «pequeñas tierras» si no hubiera utilizado tantas fuentes históricas —«monumentos de las letras con que hermosearlas»—, y Felipe II habría detectado «la pequeñez del asunto». Esos monumentos de las letras se los proporcionaron tanto historiadores con los que coincidió en Canarias, como Alonso de Espinosa y Fray Juan de Abreu Galindo, pero también los historiadores de la Antigüedad que desfilan por sus páginas. Siempre confió en la «memoria de lo escrito» por encima de tradiciones orales, lo que expresa con las siguientes palabras: «pero ¿quién puede tener la seguridad de estas cosas, que no fueron encomendadas a la memoria de lo escrito, que renueva la antigüedad y suavemente remonta los años y los siglos, contra el curso natural y la consumación del tiempo?». Esta conciencia del poder de lo escrito para generar la memoria histórica probablemente es la que guio su vocación de escritor de descripciones, discursos y tratados a lo largo de su vida.

De su curiosidad científica y conocimientos da fe esta primera obra que conocemos suya, porque en el manuscrito sobre las Canarias, además de presentarse como historiador, geógrafo y arquitecto militar, intentará por ejemplo averiguar etimológicamente el origen del nombre de la isla de Fuer- teventura —interés filológico que es una constante a lo largo de toda la descripción de las islas— y representará a los aborígenes canarios con un afán etnológico y antropológico que se amplía incluso con el componente astrológico cuando representa a Canarias bajo el signo de Cáncer, o escribe que los españoles conquistaron las islas gracias a la conjunción de Júpiter con Sagitario.

La Descripción de las Canarias debió ser concebida como una carta de presentación que confirmara al rey lo acertado de su elección como ingeniero y todo lo que podía ofrecer a la monarquía de España.

La geografía estaba entre las ciencias de las que mayor necesidad tenía una monarquía que abrazaba las cuatro partes del mundo y necesitaba conocer sus tierras. En esto tampoco Turriano decepcionó al rey, porque llegó a las Canarias con instrumentos científicos para la descripción de las islas: «tuve mucho trabajo, pues tuve que corregir las falsas observaciones de los mareantes, tanto por medio de la altura del polo, como por las posiciones de los triángulos planos, esperando ora sobre los montes, ora en las puntas o promontorios, los momentos despejados y serenos, para poderlas ver». De alguna de las islas, como Fuerteventura, además del mapa, proporciona los datos de longitud y latitud, así como la extensión.

Buena muestra del momento histórico que vivió, en esa época de los descubrimientos, es que dibuja y describe la isla de Antilia, que los canarios llamaban San Borondón, que por entonces se pensaba que era una realidad, o al menos que podía serlo. Leonardo Turriano lo explica porque todavía quedaban islas desconocidas en el mar Océano que no habían sido descubiertas. La razón era que la navegación desde Europa a las Indias seguía unas rutas que dejaban lejos de ellas islas «que se ocultan en la soledad de las partes más secretas y menos hospitalarias de este vastísimo mar». Por lo tanto, no lo podemos considerar un crédulo, sino un hombre que busca explicaciones científicas e históricas para el hecho de que esta isla no se conociera, haciéndose eco de los que afirmaban que la isla fue descubierta por los romanos, y de los que decían que fueron mucho más recientemente los portugueses o los piratas ingleses y franceses los que llegaron hasta ella empujados por los temporales. Vamos a detenernos algo en los argumentos sobre la existencia o no de esta isla, porque explican la mentalidad y el proceso de pensamiento del ingeniero. Aunque incluye las tradiciones orales, procura recurrir a la «memoria de lo escrito», y así recoge lo que escribió Pedro de Medina en su Libro de grandezas y cosas memorables de España (1549) —que Leonardo llama Cosas maravillosas de España— sobre que en esta isla perdida se habían refugiado españoles huidos de la invasión de los moros cuando estos cruzaron el estrecho en tiempos del rey don Rodrigo, y habrían construido siete ciudades, que Turriano representa en el mapa de la isla, de las cuales seis tenían obispo y una, arzobispo. Como toda tierra conocida tan solo por relatos, el componente fantástico tenía cabida sumándose a las noticias históricas, y así dice que tenía grandes riquezas, árboles, pájaros, montañas más altas que el Teide y todos sus habitantes vivían en paz y cristianamente, e incluso que había navegantes que habían visto en su playa pisadas de gigantes. Da por cierto un episodio protagonizado por marineros portugueses, que habrían llegado a ella en su trayecto entre Lisboa y La Palma, a quienes debía la información de que estaba atravesada por un río tal como la representa en el mapa. Sin embargo, cuenta que los palmeros que intentaron después encontrarla, no lo lograron, y el mismo ingeniero se permite dudar de algunos de estos relatos, por no obedecer a las leyes de la naturaleza, como la imposibilidad por «la redondez de las aguas» de ver los montes de una isla desde lugares tan alejados y con otras islas en medio, pese a lo que afirmaban algunos que decían haberla vislumbrado en la lejanía durante sus viajes. La razón científica para que nadie pudiera poner el pie en ella y contarlo eran las corrientes tan fuertes que hacían que los marineros siempre la perdieran de vista de inmediato. Que la pasión por descubrir tierras desconocidas que forma parte del espíritu de la época seguía pujante en tiempos de Leonardo es ejemplo, no solo la larga descripción e hipótesis sobre la existencia de esta isla, sino también que un hidalgo amigo suyo, el tinerfeño Galderique Fonte y Pagés, fuera a ir ese mismo año para intentar una vez más descubrir y describir esa isla. Al fin y al cabo, escribía Turriano, el inglés John Hawkins («Juan Acles» le llama), había estado tres veces en la isla Antilia, lo que podría confirmar también su existencia… Pero, aunque la sitúa a setenta leguas de la Palma y da sus coordenadas geográficas, sus dudas son tantas, que, pese a haber imaginado un mapa de la isla, no la incluyó en el mapa general de las Canarias.

En esta obra muestra también sus aspiraciones poéticas cuando describe la naturaleza, con textos como el siguiente: «Este mar Atlántico, con viento este es hinchado y amarillo; con viento sur es encarnado y plácido; con viento del Poniente es muy tempestuoso; con noreste es rompiente; con norte, áspero y claro; y con noroeste tiene olas muy grandes y negras». Casi se puede ver, oler y escuchar el mar al leerle, y esa capacidad para estimular los sentidos del lector la volvemos a ver en la larga y extraordinaria descripción de cómo fue la formación de un nuevo volcán en la isla de La Palma, iniciada en 19 de mayo de 1585. Va relatando todo lo que los sentidos perciben: el olfato percibía olores de azufre y salitre hasta ocho millas alrededor, el oído sentía el ruido subterráneo, el horroroso bramido y estrépito, la vista el humo de distintos colores y las llamas resplandecientes, las cenizas y un cielo oscurecido por el humo que convertía el día en noche y la noche en día, iluminada por las altas llamas. El cuerpo entero sentía los truenos, relámpagos y estruendos, que a muchos hicieron pensar que era el fin del mundo. Finalmente da un salto para obligarnos a imaginar la experiencia sensorial como si fuera una pintura o una representación teatral, ya que según él ni el mejor retórico la podría expresar con palabras «sin las acciones del cuerpo y de la voz y los cambios del rostro».

Fue «una breve y repentina movilización de todas las cosas que Dios creó en el caos […] como si todos los planetas hubiesen demostrado allí la presidencia de sus virtudes e influencias». Los elementos entraron en guerra: «por momentos aumentaba y se reforzaba la guerra del fuego, del agua, del aire y de la tierra, en tal manera, que parecía como si fuese la verdadera pugna del frío con el calor y de lo húmedo con lo seco». Cuando parecía que todo había acabado empezaron unas exhalaciones calientes de la nueva montaña que al espesarse tomaron formas extrañas, y parecía que en el aire había escuadrones peleando, serpientes, vigas, lanzas o cabras que saltaban. Un eclipse de sol ese mismo año y terremotos previos habían anunciado tal prodigio. Para poder contarlo Leonardo Turriano dice que estuvo a punto de morir como un moderno Plinio, que falleció en la erupción del Vesubio. Tras esa descripción literariamente excepcional, extrae sus conclusiones científicas, cuya búsqueda es lo que le había llevado a observar el fenómeno e incluso jugarse la vida. Para ello, ha leído a los escritores antiguos que escribieron sobre erupciones volcánicas y, «comparando todas estas cosas con el tema presente, diremos que todas proceden de una misma causa, y que también los efectos se parecen entre sí». Concluye que las islas Canarias son islas volcánicas y, como quiere explicar las causas, anuncia un tratado sobre los volcanes que no conocemos. Poco tiene que ver este posicionamiento científico, que busca causas y efectos en los fenómenos de la naturaleza con lo que se leía en el Viaje de Turquía —atribuido a distintos autores y últimamente a Bernardo de Quirós, médico de Felipe II, a quien está dedicado el libro en 1557— sobre la imposibilidad de acercarse a la boca de los volcanes sicilianos por ser la boca del infierno.

Para finalizar esta introducción a la ambición de conocimientos de este ingeniero a través de las descripciones de fronteras destinadas tan solo a los ojos del rey, vamos a referirnos también a la descripción que hizo años después de Orán y Mazalquivir, Descripcion de las Plaças de Oran i Mazarquivir en materia de fortificar (Academia das Ciências de Lisboa), que fue publicada con varios estudios sobre Leonardo Turriano por la Fundación Juanelo Turriano el año 2010. En ambas descripciones incorporó las relaciones enviadas al monarca sobre sus fortificaciones, ya que mucha de la información que da la encontramos fragmentada en la documentación conservada en el Archivo General de Simancas, pero en ambos atlas introdujo algo que no está presente en los informes técnicos destinados a ser estudiados por el Consejo de Guerra, que es —además del componente literario que acabamos de resaltar— la historia y la geografía, sustentadas tanto en la experiencia directa de su conocimiento de esas sociedades y esas tierras, como en el conocimiento de las fuentes históricas antiguas y modernas que hablaban de tales lugares. En la descripción de Orán y Mazalquivir sus principales fuentes históricas las constituyen León el Africano y Luis del Mármol Carvajal, cotejando, para desmentirlas en ocasiones, la información de estos historiadores con la experiencia de haberlo visto directamente, porque estamos en un tiempo en que la autoridad siempre puede y debe ser cuestionada por la experiencia.

En el caso de Orán y Mazalquivir era otra la frontera, en una región africana muy rica en historia, por la que habían pasado las distintas civilizaciones mediterráneas. Por eso, en esta descripción pudo demostrar también que, además de leer a los clásicos para cualquiera de los temas que trató a lo largo de toda su vida, tenía conocimientos de arquitectura romana por haber visto en su vida muchas antigüedades. Así que, por ejemplo, disiente de la versión de Mármol Carvajal, que decía que la villa de Mazalquivir era de fundación romana, aceptando en cambio la de León el Africano, que escribió que la habían fundado los reyes de Tremecén, para lo que se basa en que carecía de «aquella suntuosidad romana que muestran todas las ruinas de los edificios que hay en estas partes edificados por los antiguos latinos, especialmente habiéndose hallado aquí medallas grandes de oro de Claudio emperador», y esa posible identificación de la ciudad romana con una población actual sólo la ve en otra, distinta a Mazalquivir pero cercana a ella, donde sí quedaban muros antiguos de piedra y cal, así como bóvedas de unas construcciones que deduce que debían estar enterradas.

Experto en arquitectura militar, historiador, geógrafo, astrónomo, poeta, humanista con un enorme bagaje cultural… la vida de Leonardo Turriano desde su llegada a la corte filipina conoció grandes éxitos y algunos fracasos, siendo uno de los ingenieros que mejor pueden aproximarnos a la complejidad de una profesión que se estaba definiendo en el Renacimiento.

«HOMBRE MUY DE PROVECHO PARA SERVIR A UN PRÍNCIPE»

Las palabras que abren este epígrafe fueron escritas por don Juan de Silva, conde de Portalegre, gobernador de Portugal, acerca de Leonardo Turriano en 1597, cuando iniciaba en ese reino una carrera como Ingeniero general que se prometía brillante. Allí vivió hasta su muerte, allí tuvo hijos, alguno de los cuales mantendría viva la fama de su padre. De hecho, el manuscrito de la Descripción de las islas Canarias lo conocemos porque se conserva en la Biblioteca General de la Universidad de Coimbra, donde su hijo Juan, que fue fraile, trabajó como profesor de matemáticas. No sabemos si hizo otra copia que acabaría en manos del rey como sería lo lógico, pero de haber existido se habría perdido probablemente, como tantos otros manuscritos y obras, en el incendio del Alcázar de Madrid. No fue este el hijo que heredó sus cargos, porque quien lo heredó como Ingeniero Mayor del reino de Portugal fue Diego y ambos, entre sus muchos hijos, fueron quienes quisieron conservar la memoria de su padre para la posteridad.

Poco antes de morir, hecho que sucedió probablemente en 1628, aunque haya historiadores que lo retrasen al año siguiente, había sido llamado a la corte de Felipe IV para que se trasladara desde Lisboa a Madrid a fin de supervisar todas las fortificaciones de la monarquía en los reinos de España, Italia y las Indias, pero no salió bien tal como veremos. En 1628, una vez asumido el final de sus expectativas para acabar su vida en Madrid, redactó un breve memorial en el que repasaba toda su carrera. No es mucha ni muy detallada la información que da, pero al menos sabemos por él que llevaba cuarenta y cinco años al servicio de la monarquía, treinta y uno de ellos en Portugal. También es algo impreciso, porque dice haberse ocupado en Portugal de las fortificaciones de Cascais, Cabeza Seca, torre de Belén y castillo de San Antonio en Estoril, y sin embargo eso no quiere decir que en todas proyectara obras, lo que no hizo por ejemplo en la torre de Belén, pero sí que informara sobre todas ellas, y que fueran sus informes al Consejo de Guerra los que se tuvieran en cuenta a la hora de intervenir en las fortificaciones de ese reino.

Resumimos una trayectoria larga, en la que los grandes hitos de su carrera estuvieron convenientemente convertidos en descripciones, discursos, pareceres y tratados —además de los preceptivos informes al

Consejo de Guerra— por parte de un ingeniero que tuvo desde sus inicios la conciencia de su propio valor y de la necesidad de construir su memoria. Había nacido en Cremona, en el estado de Milán, hijo del capitán Bernardo Torriani y Juana Carra hacia 1560, y murió en Lisboa en 1628 o 1629. Su padre, a quien llama Bernardino en la escritura de su casamiento el año 1600, había vivido durante un tiempo en España con Juanelo Turriano, del que era pariente y discípulo. Se sabe que Bernardo trabajaría en las cortes de Saboya y de Parma, pero sin lograr el reconocimiento al que aspiraba y para el cual se habría formado al lado de Juanelo. Es posible, como dice Viganò, que Leonardo fuera recomendado a Juanelo teniendo en cuenta un parentesco cuyo grado desconocemos, y eso pudo concretarse a su vez en una recomendación de Juanelo de manera que su nombre fuera sugerido para incorporarlo a los ingenieros de Felipe II en el momento de la anexión portuguesa. Quizá fueran Juanelo y algún otro pariente que desconocemos quienes estaban en su cabeza cuando escribió en 1595 que su padre, abuelos y dos tíos habían servido al rey de España en Flandes, Alemania e Italia. De la documentación que conocemos se deduce que Leonardo reivindicó siempre su procedencia de una familia de ingenieros al servicio del monarca, porque el anónimo autor de la crítica al programa iconográfico para la Sala Real del Torreón del Palacio de la Ribera, a la que nos referimos más adelante, comienza diciendo que Leonardo Turriano era «hombre entendido y de servicio criado a los principios a la escuela y doctrina de su padre que fue muy buen ingeniero, y el hijo ha juntado con esa profesión el estudio y curiosidad de otras letras que le ayudan». El reconocimiento a su formación y que la cultura humanista y científica de Leonardo iba mucho más allá de la que cabía esperar de un ingeniero, fue una constante desde su llegada a España. Sus manuscritos y sus relaciones con las élites culturales allí donde vivió son prueba fehaciente de esto y justifican la buena fama de que gozó entre sus coetáneos.

Entre lo poco que se conoce sobre su trayectoria antes de llegar a España, sí sabemos por su propio testimonio que Leonardo había trabajado en la corte de Urbino, porque allí conoció a Filippo Terzi cuando éste era ayudante del arquitecto del duque, antes de empezar a servir al rey Sebastián de Portugal en 1577, y en aquella relación de superioridad de un ingeniero frente a un ayudante de arquitecto se basaría para exigir que sus opiniones en Portugal fueran consideradas por encima de las del fallecido Terzi, cuando disintió de sus proyectos. Sabemos también que Leonardo Turriano estaba en la corte imperial de Rodolfo II cuando este decidió enviarlo a España «por ser persona de mucha teórica y experiencia». Esa combinación de conocimientos teóricos y de experiencia resume de manera perfecta lo que hizo de Turriano un ingeniero notable en los albores de la Revolución Científica. Si bien en todos sus escritos refleja su experiencia y a partir de ella extrae conclusiones universales que cuestionan autoridades hasta entonces intocables, en muchos de ellos es tal la avalancha de nombres de la Antigüedad —también de su misma contemporaneidad— que cita como fuente de autoridad que podríamos dudar de la originalidad de sus propuestas si no fuera porque es tan potente la experimentación de lo propuesto, que esas referencias a los autores antiguos parecen casi un disfraz con el que vestir el mundo nuevo que los ingenieros estaban abriendo a la ciencia de la Edad Moderna.

Llegó a Lisboa entre el séquito de seiscientas personas que acompañaron a la emperatriz María en 1582 desde la corte imperial, y en Lisboa estuvo hasta comienzos de 1583. Su primer destino en 1584 fue ocuparse de las fortificaciones de las islas Canarias y en concreto también del muelle de Santa Cruz en la isla de La Palma, donde estuvo hasta 1586. Allí llegaría con fama de ser un buen ingeniero de fortificación, ya que otro ingeniero destinado muchos años a las islas, Próspero Casola, le reconocería como su maestro en la profesión. En ese primer viaje su estancia se limitó a la isla de La Palma, pero, cuando fue enviado de regreso, fue con el encargo de ocuparse de la fortificación de todo el archipiélago por el temor a los corsarios, despertado por las acciones de Drake. En este segundo viaje la estancia fue mucho más larga, pues permaneció entre 1587 y 1593, y fue entonces cuando dio forma a su descripción de las islas. En diciembre de 1589 se le había ordenado ir a Filipinas con el gobernador Gómez Pérez das Mariñas para construir unos fuertes, y como no pudo ir con él, en mayo de 1590, estando todavía el ingeniero en Canarias, se le ordenó de nuevo ir a Filipinas, en esta ocasión con el maestre de campo Diego Ronquillo, porque su presencia era allí necesaria para construir fortificaciones. Es un viaje del que no tenemos constancia.

La Descripción que había hecho de Canarias, según decía en un memorial de 1593, demostraba el amor y cuidado con que había servido al rey durante seis años en las islas Canarias, y lo define como «libro de la historia y descripción dellas con el parecer de sus fortificaciones», presentado al rey, «por cuio mandado le a echo». Es por lo tanto una descripción hecha por encargo del rey. Tardó en sentirse seguro escribiendo en español y esta descripción de Canarias está en italiano: Descrittione et Historia del regno de l’Isole Canarie… Di Leonardo Torriani cremonese. Era todavía Torriani, antes de castellanizar el apellido, y añade cremonense porque eso le convertía en vasallo del rey de España, además de ser esa ciudad italiana un reconocido centro de saber, y lugar de origen también de su pariente Juanelo.

A su regreso de Canarias fue enviado a Orán y Mazalquivir en ese mismo año de 1593. Este nuevo destino en Berbería le llevaría a crear una de sus obras más bellas, la descripción de Orán y Mazalquivir, dedicada al nuevo rey Felipe III el 4 de noviembre de 1598, apenas dos meses después de la muerte de Felipe II. No creemos que sea inocente que una obra sin duda acabada antes, fuera convenientemente dedicada a Felipe III, de quien cabía esperar nuevos reconocimientos para el ingeniero, destinado ya entonces a Portugal. En Mazalquivir debía controlar que se siguiera la traza del ingeniero capitán Fratin, que estaba siendo alterada, y su elección estuvo basada, además de en su competencia como ingeniero de fortificación, en que estaba libre de «afición y pasión», con lo que el Consejo de Guerra daba por supuesta su imparcialidad a la hora de informar sobre lo que estaba sucediendo. Llegó a su destino el 26 de agosto de 1594. Una vez puesto orden en las fortificaciones de Mazalquivir informó también sobre las de Orán. En 1595 regresó a España vía el puerto de Cartagena, de cuyas defensas hizo una planta. De inmediato fue enviado de nuevo a Berbería, pero entonces para llevar a cabo la misión de contactar con los reyes del Cuco acompañando al capitán Francisco de Narváez, a un reino que jugará un papel decisivo cuando unos años más tarde se planificó la conquista de Argel. Quizá el haber entendido las cuestiones estratégicas que la monarquía debatía sobre el norte de África gracias a estos viajes, le hizo incorporar con tanto protagonismo la historia de Berbería a su descripción de Orán y Mazalquivir. En esta descripción introducirá reflexiones basadas en su amplia cultura anticuaria como ya vimos, y sus conocimientos como historiador cuando identificó a los turcos como «nuestros nuevos cartagineses» y a Argel como «Cartago de nuestros tiempos» asumiendo que el imperio español era una emulación del romano. También quiso aportar su propia concepción de una defensa global de la monarquía en el Mediterráneo, al explicar el peligro que podían suponer los turcos en el Mediterráneo occidental si se hacían con el puerto de Mazalquivir, porque les podría hacer considerar a su alcance el reino de Fez y Marruecos, las islas Canarias e incluso desde allí plantearse llegar hasta las Indias aliados con otros enemigos de la monarquía de España. A su regreso estuvo más de un año en la corte, que podemos suponer ocupado en redactar y dibujar la descripción de las plazas de Orán y Mazalquivir.

En junio de 1596 recibió el encargo de ir a Viana, en Portugal, para ocuparse de sus fortificaciones, y luego a Lisboa. La traza del castillo de Viana era de Spannocchi, y Turriano debía ocuparse de que se hiciera conforme a esta y con prontitud, sobre todo los cuarteles y almacenes. Los pocos días que estuvo luego en Lisboa, en enero de 1597, le sirvieron para iniciar una buena relación con don Juan de Silva, Gobernador y Capitán general del reino de Portugal, y figura clave en el nombramiento posterior de Leonardo Turriano como Ingeniero general de ese reino. Desde Lisboa parte a Ferrol y Coruña, con el encargo de acabar las fortificaciones de esa ciudad. Su estancia en Ferrol coincidió con una grave enfermedad, que le llevó a estar desahuciado por los médicos, y sin medicinas para curarse, pese a sus reiteradas solicitudes al Adelantado de Galicia para que le dejara ir a curarse a Santiago o a Coruña. El informe médico de 1597 habla de una

«melancolía hipocondriaca», cuya curación exigía cambiar de aires e ir a un lugar como Santiago, donde tendría más comodidades. Se salvó y sabemos que donde fue finalmente fue a Coruña, pero a partir de entonces tuvo recaídas continuas —desconocemos si con ese diagnóstico o con otros, siendo la melancolía una enfermedad muy frecuente en la época cuyos síntomas hoy asimilaríamos a los de la depresión— tanto en Lisboa como en algunos de sus viajes a la corte tras ser nombrado Ingeniero general de Portugal.

Una vez hecha la traza para La Coruña, obtuvo licencia para ir a la corte durante cincuenta días antes de ser enviado a ocuparse de las fortificaciones del reino de Portugal, llegando a Lisboa el 16 de mayo de 1597. Había llegado para sustituir a Filippo Terzi, que había muerto ese mismo año, y de inmediato se presentó ante el gobernador conde de Portalegre a quien le mostró las trazas y relaciones que llevaba desde la corte, tal como el rey le había ordenado. El conde supo apreciar las trazas que Leonardo llevó a Lisboa sobre las fortificaciones, y no era don Juan de Silva un ignorante en cuestión de fortificación como había demostrado años antes cuando se fortificó la Isla Tercera con traza de Tiburzio Spannocchi.

En un primer momento el nombramiento de Leonardo Turriano (20 de abril de 1598) fue el de Arquitecto general de Portugal, que venía a ser el cargo del fallecido Filippo Terzi, quien desde 1590 era Maestro de las Obras Reales, aunque de inmediato se ordenó que sirviera no como Arquitecto general, sino como Ingeniero general: «que sirva de engenheiro geral e não de Arquiteto por ser este cargo de que lhe faço mercê», aunque Terzi, pese al título, había ejercido indistintamente como arquitecto y como ingeniero. El nombramiento generaría la envidia del cada vez más poderoso ingeniero Tiburzio Spannocchi, que consideró un agravio tanto el nombramiento, aspirando él al nombramiento de superintendente general de todas las fortificaciones de los reinos de la monarquía, como el salario, que para Leonardo Turriano alcanzó la cifra de mil seiscientos ducados al año. Turriano fue el primer Ingeniero general del Reino de Portugal, y las denominaciones de los nombramientos, desde el de Maestro mayor de Terzi, al de Arquitecto general primero y luego Ingeniero general de Turriano son un excelente ejemplo de la progresiva definición profesional tanto de los arquitectos como de los ingenieros en esa época, con los primeros despegándose cada vez más de la maestría de obras que nominalmente podían llegar a compartir con canteros en el camino a la plena intelectualización de la profesión, y los segundos desde una posición en la que el ingenio que les daba nombre no dejaba lugar a dudas sobre su posesión de «una fuerza natural de entendimiento, investigadora de lo que por razón y discurso se puede alcanzar en todo género de ciencias», según la definición del diccionario de Covarrubias del año 1611 para el término «ingenio».

En Portugal tuvo que intervenir e informar sobre obras en las que habían trabajado ya previamente desde la unión de coronas ibéricas en 1580 algunos de los grandes ingenieros de la monarquía de España: Juan Bautista Antonelli, Fray Juan Vicenzio Casale, Giacome Palearo Fratin, Filippo Terzi y Tiburzio Spannocchi. El gobernador don Juan de Silva, conde de Portalegre, esperaba a Turriano con impaciencia ante la necesidad de un ingeniero capaz de poner en defensa las fortificaciones de la entrada del Tajo y Lisboa. El conde había ordenado sondar ya la barra del río, pero era necesario un sistema que conectara Cascais, el castillo de san Antonio, el de San Gian y el de Cabeza Seca, al que se incorporaba también la torre de Belén. Esta defensa de Lisboa exigió un sistema interrelacionado que se aprecia en el Atlante Neroni de la Biblioteca Nacional Central de Florencia, en una imagen en la que las fortalezas y el territorio parecen haber borrado la forma de la ciudad para integrar su territorio en la defensa de un imperio.

Los apremios de don Juan de Silva en su correspondencia con el rey para que Leonardo Turriano fuera a ocuparse de las fortificaciones de Lisboa las justificaba el gobernador recordando lo que había supuesto el ataque inglés a Cádiz en 1596, que si atemorizó a Sevilla más lo hizo con Lisboa, que vio al enemigo literalmente a sus puertas, a lo que se sumaba lo necesario que era asegurarse la lealtad de los portugueses mejorando las defensas y enviando armas y soldados. El hecho de que Leonardo hubiera estado ya en Lisboa anteriormente y la buena impresión que le había producido explicaba que argumentara que debía ser ese y no otro el ingeniero que fuera a Lisboa, lo que confirmó cuando al recibirle informó que «traía bien entendidas» esas fortificaciones, aunque durante su estancia anterior el mal tiempo no le hubiera permitido reconocer la barra con sus fortalezas.

Su vida transcurrió desde entonces en Lisboa, con viajes por ese reino y algunas estancias en la corte madrileña. Lisboa era una ciudad muy cara para vivir —algo en lo que coincidían todos en ese tiempo, ya fueran vecinos o forasteros— lo que le llevó a pedir que le mantuvieran también su salario en la corona de Castilla además del que tenía como Ingeniero Mayor del Reino de Portugal. En 1598, poco después de su nombramiento, argumentaba su petición porque quería vivir con un sueldo como los que se les daban a los «Campis [Bartolomeo y Scipione], Antoneli [Juan Bautista y Bautista], Fratines [Jacome Palearo y Jorge Palearo], Felipe Tercio, Espanoqui, y otros que tuvieron grandes sueldos». Su solicitud la apoyó el gobernador don Juan de Silva y lo conseguiría en el año 1600. Se instalaría así, con un alto salario, en una ciudad que Juan Bautista Lavanha, cuando relató la entrada triunfal de Felipe III en 1619, describía como «plaça universal de todo el Orbe, por la riqueza de sus ciudadanos, frequencia de naciones varias, que en ella se juntan, i en ella residen, que parece un Mundo abreviado, dichosa por los descubrimientos, conquistas y triunfos de tantas Provincias…».

Leonardo Turriano, Plano de Cascaes que representa en la parte superior el Monasterio de San Antonio, y en la parte inferior el fuerte, jardines, casa del conde de Monsanto junto a la muralla del castillo viejo con el diseño de una trinchera que debe efectuarse para su defensa , 1597. España. Ministerio de Cultura y Deporte. Archivo General de Simancas, MPD, 42, 061.

Turriano debía ejercer su control por encima de quienes se habían venido ocupando de las defensas del reino puesto que se trataba de integrar esas fortificaciones en la defensa global de la monarquía de España. Felipe II se había comprometido a respetar tanto política como institucionalmente al reino de Portugal después de la anexión, y quizá ese sea el marco que nos permite entender la razón de que al Ingeniero general nombrado por el rey de España no le resultara fácil encajar con el sistema portugués que hasta entonces controlaba todas las construcciones del reino. Sin duda por eso en Portugal vieron su presencia y en definitiva su poder como una amenaza a sus privilegios, pese a la protección que desde su llegada tuvo por parte del gobernador del reino.

Hay una fortificación que nos puede explicar algunos de los avatares de la carrera de Leonardo en Portugal, que es la de Cascais. Desde su llegada a Portugal fue uno de sus empeños, o por mejor decir, fue empeño de los gobernadores y virreyes: el 7 de junio de 1597 Don Juan de Silva informaba desde Lisboa que había ido a Cascais junto con Leonardo Turriano para que éste reconociera el sitio. Era difícil de fortificar por las casas del conde de Monsanto, pero él confiaba en que «con el arte se podrá acomodar la fortificación», y la semana siguiente iba a enviar a la corte todos los pareceres que había recabado al respecto. Sin embargo, la confianza del conde no se vio cumplida, porque la casa del conde de Monsanto irremediablemente se iba a ver afectada. De hecho, esta fue una de las fortalezas en las que a Leonardo le costó mucho que le reconocieran su autoridad, y en 1601 avisaba de que los portugueses iban a dar «poco calor» a la fortificación de Cascais precisamente porque afectaba a la casa del conde de Monsanto. Fue pretexto para una queja general que iba más allá de ese caso concreto, porque avisaba al rey de que los portugueses se empeñaban en seguir enviando ingenieros y gastando en las fortificaciones que les parecía bien, «sin querer entender que tiene aquel Reyno ingeniero por V. Md.». Incluso se dio una circunstancia que puede parecer sorprendente, pero denota el nivel de rechazo al que tuvo que hacer frente, cuando para las obras en esa fortificación de Cascais los maestros de obra portugueses se negaron a cumplir las órdenes porque estaban escritas en castellano, en unas obras paradas por el padrastro que suponía para la nueva fortificación la casa del conde de Monsanto. Turriano pediría por ello al rey que diera al marqués de Castel Rodrigo, Cristóbal de Moura, que había sido poderoso consejero del rey Felipe II y apartado de la corte por Felipe III con el nombramiento de virrey y capitán general del reino, «otra orden más fuerte que la primera» para solucionar de una vez el conflicto. Sabía probablemente la prudencia con que se estaba tratando el tema en la corte madrileña, en la que se hablaba del cuidado y legalidad con la que había que actuar, así como la alta recompensa que debía percibir el conde de Monsanto, so pena del escándalo que en caso contrario se provocaría en el reino de Portugal.

En lo referente a nuestro ingeniero, de temas tan espinosos como la fortificación de Cascais podemos deducir que su nivel de asesoramiento era alto y muy considerado por el Consejo de Guerra, porque en caso contrario no se hubiera atrevido a escribir que había que volver a ordenar con más fuerza que la primera vez al virrey la intervención en la casa del conde, pero también que su autoridad como ingeniero estuvo siempre cuestionada por parte de los arquitectos e ingenieros portugueses, y quizá también en este caso por el mismo virrey portugués. Turriano tuvo que intentar imponer sus decisiones, porque eran las del ingeniero del rey, en una realidad constructiva y científica que participaría del anti castellanismo que se fue generando en Portugal durante el periodo de la anexión, y que rechazaba al ingeniero precisamente por ser ingeniero del monarca español. De hecho, en este enfrentamiento sobre lo que había que hacer en Cascais —que tan bellos dibujos nos ha legado— Turriano, después de reclamar que el rey obligara al virrey Cristóbal de Moura a intervenir, avisaba de que el de Cascais era un castillo «sin gente, y los naturales con tales ánimos que se pueden temer novedades», palabras que avisan incluso de la posibilidad de una revuelta. Y si el empeño en esta fortificación fue tan grande era por lo mismo que escribía Leonardo Turriano al consejo de Guerra, que es que era imprescindible porque aseguraba tanto a Lisboa como a la barra del Tajo.

Los mandos portugueses tuvieron que leer en todas las órdenes que llegaban del rey cuando tenían que ocuparse de alguna obra, que él era «mi Ingeniero, Leonardo Turriano» y esa pertenencia que le alejaba de los intereses portugueses no debió ser fácil de gestionar. Sin embargo, tampoco se puede decir que no se integrara en la sociedad portuguesa, porque llegó a ser miembro de cofradías, una de ellas la de carpinteros y albañiles, y su segunda esposa fue una dama principal lisboeta, Dª Maria Manuel Cabeia de Faria. A la espera de una investigación en archivos portugueses que completen lo que el Archivo General de Simancas conserva sobre la vida y actividad de este ingeniero, poco podemos concluir sobre su integración en la sociedad lisboeta, aunque, por lo que sabemos, esa vertiente de su vida debió ser mucho más satisfactoria que los sinsabores que le generaron los enfrentamientos con los arquitectos e ingenieros portugueses por razón de su cargo.

Por ejemplo, desconocemos el peso que el Proveedor Mayor de las Obras Reales, cargo que controló durante siglos las obras y los arquitectos del reino de Portugal, pudo tener en estos frenos a las opiniones de Leonardo, que nada más llegar a Lisboa estaba informando sobre las posibles soluciones a los problemas de navegación de la Barra del Tajo, cuando dos años antes, en 1595, ya habían hecho un informe el Proveedor Gonçalo Pires de Carvalho junto con el matemático portugués Padre João Delgado. Al ser un tema que generó debates durante años, Leonardo Turriano hizo mediciones desde el comienzo y en 1607 por orden del rey asumió la responsabilidad de dar la solución definitiva, con lo que se tuvo que enfrentar a los informes anteriores y a los que por las mismas fechas se produjeron por parte de ingenieros y técnicos portugueses, sobre todo al parecer del Padre João Delgado, quien llegó a decir que tan solo la opinión de Turriano era la que «contraría este negocio». Era tan importante que su propuesta para la barra del Tajo se comprendiera bien, que, además de los precisos dibujos y escritos, Turriano tuvo que ir a la corte ese año de 1607 para aclarar personalmente cualquier posible duda ante el rey y su Consejo de Guerra.

Plano de 1604 de la serie de planos levantados por Leonardo Turriano para marcar los corredores para la entrada y salida de la barra de Lisboa y la evolución de la carrera de San Gian. Dos discursos de Leonardo Turriano el primero sobre el Fuerte de San Lourenço de Cabeça Ceca en la boca del Taxo el segundo sobre limpiar la barra del dicho río y otras diferentes . Biblioteca Nacional de Portugal, Ms. 12892, ff. 81v.

Propuesta de fortificación con planta ovalada . Dos discursos de Leonardo Turriano el primero sobre el Fuerte de San Lourenço de Cabeça Ceca en la boca del Taxo el segundo sobre limpiar la barra del dicho río y otras diferentes . Biblioteca Nacional de Portugal, Ms. 12892, f.23v.

Nada se debió hacer ante un conflicto de opiniones ardientemente defendidas por parte de sus autores, porque en 1617 el sobrino de Fray Juan Vincencio Casale, el también ingeniero Alejandro Massai, volvió a hacer mediciones. Con Massai Leonardo tuvo importantes desencuentros, como sucedió en los proyectos para la Caleta de Sines y alguno al final de su vida como en los informes sobre Lagos, lo mismo que los tuvo con Gaspar Ruiz sobre el fuerte de Cabeza Seca, pese a que, al menos en los primeros años de su llegada a Lisboa, escribía que ambos eran sus ayudantes.

La filiación de Massai y Ruiz con Fray Juan Vicencio Casale, con quien se habían formado, estaría en el origen de estos enfrentamientos, ante un nuevo ingeniero empeñado en imponer sus trazas sin escuchar a los que llevaban trabajando años en esas fortificaciones, según la amarga queja al rey de Gaspar Ruiz en 1601. Gaspar Ruiz en ese alegato acusaba a Leonardo Turriano de ingeniero teórico, frente a los arquitectos prácticos y de experiencia como era él, que se había formado como cantero en El Escorial antes de ser elegido nueve años antes para formarse como ingeniero. Solicitaba que las trazas para Cabeza Seca que Turriano pretendía cambiar fueran vistas por los ingenieros de la corte y otras personas de la profesión. El conflicto estaba servido, y Leonardo Turriano reaccionó con toda la arrogancia de un gran ingeniero, porque apartó a Gaspar Ruiz de las obras por negarse a seguir su traza, se enfrentó nada menos que al poderoso Ingeniero mayor de los reinos de España Tiburzio Spannocchi, y redactó un largo escrito para presentar en la corte defendiendo que debía ser de forma ovalada y no redonda como se estaba construyendo. Turriano siempre supo que la palabra y la imagen eran sus grandes armas, así que en esa ocasión y ante el reto de Gaspar Ruiz de que pusiera por escrito su propuesta para ser discutida en la corte, se explayó sobre las distintas cuestiones en el Discurso de Leonardo Turriano sobre el fuerte de san Lorenzo de Cabeça Ceca… que se conserva en la Biblioteca Nacional de Portugal.

Al Proveedor General Gonçalo Pires de Carvalho se lo volvió a encontrar, junto con otros arquitectos portugueses, en 1617, cuando al parecer formó parte de una Junta de fortificación para informar sobre la de Luanda en Angola. Dado el peso del Proveedor General y de los arquitectos portugueses, no resulta extraño que la opinión del ingeniero del rey no se tuviera en cuenta, y eso si es que realmente llegó a formar parte de dicha Junta, aunque sería raro que, al menos nominalmente, ni siquiera fuera incluido. Bien es verdad que, en este caso, como cuando hizo proyectos para Salvador y Recife en Brasil en 1604-1605, la opinión de un ingeniero que no conoce directamente el lugar y no lo ha visto «a vista de ojos» difícilmente puede concretarse en un buen proyecto, que es lo mismo de lo que adolecieron los proyectos de Spannocchi para las Indias, siempre cuestionados por quienes conocían los lugares.

PREPARANDO LA VISITA DEL REY A LISBOA, «PLAÇA UNIVERSAL DE TODO EL ORBE»

La anhelada visita del rey a Lisboa en 1619, a una ciudad que había sido propuesta por muchos como la capital de la monarquía después de la Unión Ibérica, puso en funcionamiento a todas las instituciones, no solo a aquellas encargadas del recibimiento triunfal. En este sentido no fue cuestión menor el que Lisboa se quisiera mostrar como una gran ciudad moderna, que cumplía con todos los requisitos de grandeza de las ciudades en este tiempo, para lo que las obras de ingeniería eran fundamentales.

El protagonismo de Turriano como ingeniero en los años anteriores a la visita de Felipe III a Lisboa estaría relacionado con la protección y confianza que le dispensó el virrey y capitán general de Portugal conde de Salinas, marqués de Alenquer y duque de Francavila, Diego de Silva y Mendoza, nombrado en junio de 1615, aunque dicho nombramiento se haría efectivo en el otoño de 1616. El marqués de Alenquer, era hijo de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, y fue un celebrado poeta y político, hombre del círculo del duque de Lerma y después del de Uceda. Su nombramiento fue muy cuestionado por las élites portuguesas, porque no lo consideraban portugués, ya que el príncipe de Éboli se había naturalizado castellano cuando llegó a Castilla, y Felipe II se había comprometido a que los virreyes portugueses debían ser o de sangre real o naturales del reino. Así que Leonardo Turriano de nuevo muestra que su cargo de ingeniero del rey no admitía contemporizaciones con los portugueses anticastellanos, y su entrega a las órdenes del virrey fue ejemplar. Don Diego de Silva, considerado un virrey extranjero, lo mismo que se consideraba a Turriano como ingeniero, se mantendría en el cargo de virrey cuando se inició el reinado de Felipe IV, y finalmente sería destituido un año después de la subida al poder del Conde-duque de Olivares, aunque las acusaciones de corrupción contra él no se pudieran probar.

Leonardo Turriano se implicó en el proceso de magnificar la ciudad para la entrada triunfal del rey. No solo fueron las grandes obras públicas propuestas, el virrey también probablemente apoyaría al ingeniero en el programa iconográfico que presentó en 1617 al monarca para decorar la bóveda de la Sala de embajadores del Torreón del Palacio Real de Lisboa, destruido en el terremoto de 1755.

Tiburzio Spannocchi al parecer había realizado antes para él una decoración de vistas de ciudades o de paisajes. Lo que iba a decorar Turriano fue una sala en la planta superior del Torreón, el espacio ceremonial más relevante del palacio real, en el que quiso representar la benignidad y prudencia del rey Felipe II de Portugal (Felipe III de España). El responsable de las empresas fue el ingeniero, quien, como siempre hacía con sus grandes logros, redactó sobre ellas un Discurso dedicado a Felipe III hoy perdido, con la pretensión de que una de las empresas por él creadas fuera adoptada por el rey de manera que fuera reproducida en grabados y medallas, lo que hubiera consolidado la fama de un ingeniero que nunca se limitó a las fortificaciones o la hidráulica. Podemos deducir en qué consistían las imágenes alegóricas gracias a la opinión de un teólogo cortesano, del que ignoramos el nombre, que se muestra contrario a que ninguna de esas empresas fuera adoptada por el monarca —aunque dice que no pretende enmendar a Turriano ni disputar con él, lo que hace pensar que las opiniones del ingeniero solían ser respetadas— y afirma que el proemio de Leonardo de ese discurso hablando de la Santísima Trinidad, era improcedente, porque esas explicaciones eran competencia de los teólogos, y él debía contentarse con tratar las materias de su profesión. Es un escrito que sirve para aproximarse a lo que debió ser el Discurso de Turriano sobre la decoración, hecho desde el respeto al ingeniero y pintor, porque a ambas profesiones de Turriano se refiere el anónimo autor. Quizá por el conocimiento de la historia y su erudición sobre emblemas y empresas, demostrados en ese proyecto, se ha dicho que posiblemente Leonardo Turriano interviniera en los arcos triunfales y programas iconográficos que jalonaron la entrada triunfal de Felipe III en Lisboa el 29 de junio de 1619, pero hasta hoy carecemos de documentación al respecto que lo pueda probar.

La actividad de Leonardo Turriano como ingeniero desde unos años antes de la visita del rey Felipe III fue relevante, coincidiendo con el virreinato del marqués de Alenquer. Participó en la Junta para decidir sobre el abastecimiento de agua a Lisboa creada en 1617 y lo hizo junto con el cosmógrafo mayor Juan Bautista Lavanha, como representantes directos del monarca español, a los que se sumaron ingenieros portugueses sin relación con la corte española, como Pedro Nunes Tinoco, que hizo un largo informe sobra las labores a realizar (Roteiro da Agoa livre e Agoa de Montemor e mais fontes junto a ellas). Y si esa reunión de ingenieros y expertos de 1617 y 1618 para asesorar sobre cómo resolver el abastecimiento de agua a Lisboa incluyó a arquitectos e ingenieros portugueses como el mismo Nunes Tinoco, en 1620 fue tan solo el proyecto de Turriano el presentado al rey, lo que generó la queja de la Cámara de Lisboa, por haber obviado todos los demás. Esto sucedió después de la visita, cuando presentó un informe en el que decía haber encontrado mejores fuentes de agua cerca de Sintra para el abastecimiento de Lisboa. Fue entonces acusado de haber utilizado planos que no eran suyos exclusivamente. No hay que tener mucha imaginación para ver aquí otro momento de enfrentamiento con los ingenieros y arquitectos portugueses controlados por el Proveedor de las Obras Reales.

Esta obra de ingeniería hidráulica, para la que se seguirían planteando proyectos, no se llegó a hacer precisamente por los enormes gastos que conllevó la entrada triunfal del rey en Lisboa. De hecho, como escribía el virrey marqués de Alenquer al arzobispo de Burgos en enero de 1620, «Lo que su Majestad hizo gastar con su venida y la parte con que el Reino le sirvió ha dejado sin medios para acudir a las necesidades de la Corona», opinión que coincide con que la Cámara de Lisboa considerara imposible ese mismo año asumir las ideas de Turriano para el abastecimiento, que incorporaban su descubrimiento de nuevas fuentes en Sintra, debido a su altísimo coste económico.

Los gastos para la visita real de 1619 dejaron proyectos como este planteados, pero en conjunto resultó una ruina para la ciudad, y esto para una estancia en total de tan solo tres meses, cuando su padre Felipe II había estado dos años en la ciudad de Lisboa. Había costado años de esfuerzos, por parte de los nobles portugueses y las élites locales, de presiones, de publicaciones sobre el tema y sobre la conveniencia de trasladar la capital a Lisboa, el que la visita de Felipe III se llevara a cabo, porque esta se demoró veinte años desde que había comenzado su reinado, lo que motivó que todo pareciera poco para magnificar la entrada triunfal, aunque el resultado fuera la ruina del reino.

De su buena relación con el virrey, y de que esta no se perdió con los años es muestra el que Turriano recurriera a su nombre cuando en 1624, mucho después del cese del virrey, le quisieron enviar a Brasil. Alegaba entonces sus dificultades para andar e ir a caballo a causa de la gota, que se agravaba en lugares húmedos, y el testigo que podía dar fe de ello al rey y a su Consejo de Guerra era el marqués de Alenquer, de cuya estima y protección sin duda seguía gozando.

El conde de Salinas y marqués de Alenquer fue hasta su muerte en 1630 uno de los expertos a los que se consultaba sobre asuntos portugueses incluso por parte del mismo Conde-duque y no podemos descartar que el hecho de que fuera Leonardo Turriano el elegido para asesorar sobre fortificaciones en la corte madrileña ya durante el reinado de Felipe IV puede deberse a él, al igual que fuera él quien aconsejara al ingeniero preparar sus manuscritos entre los años 1621 y 1622, pensando en un renovado reconocimiento a su trayectoria profesional en los albores del nuevo reinado. De hecho, y otro ejemplo de esa excelente relación es que en ese manuscrito, al escribir sobre una máquina de pulimiento de arcabuces en la fábrica de Barcarena, decía que si no se llevó a efecto fue porque «los que sucedieron al marqués de Alenquer no siguieron sus buenos pensamientos», palabras que proclaman que se había convertido en hechura del virrey.

Un virrey que fue excelente poeta, con el que Turriano haría valer que era hombre de gran cultura histórica y literaria, tal como había demostrado en sus descripciones y escritos diversos. En Canarias se había relacionado con un círculo de intelectuales en el que estaba Bartolomé Cairasco de Figueroa, no dejó de citar a poetas en su Descripción de las Canarias, y él mismo fue poeta. La relación con Cairasco la mantuvo cuando ya era Ingeniero general de Portugal y, como estudió Cioranescu, Turriano incluso se encargaría de que el cuarto tomo del Templo militante de Cairasco se publicara en Lisboa en 1614 dirigida al duque de Lerma, una vez muerto su autor. Quizá ese interés por las letras explique también su admiración por el poeta portugués Luis de Camõ es, cuyas Rimas conocieron varias impresiones a lo largo de los años en que Leonardo vivió en Lisboa, publicadas con un soneto en latín del ingeniero dedicado al poeta: Celeste ligno de i gran fatto egregi / Del popol Lusitano ardito e forte/[…]A lui la palma, a tè il Laura si debe / Luigi degno Apollo, & degno Homero,/ E degne sol della tua penna istessa: / Vivi per lei fra mille lingue, & in breve/ Rivolge questo & quello altro Emispero/ In vive carte la tua fama impressa. En el ejemplar consultado, del año 1607, entre los otros sonetos en alabanza de Camõ es había uno de Torquato Tasso, lo que indica el nivel de aprecio por parte de la élite cultural lisboeta a que había llegado Turriano.

La caída del virrey arrastraría a Leonardo Turriano, puesto que los gobernadores que le sucedieron ya no utilizaron sus servicios, y no parece que la visita del rey le proporcionara los grandes beneficios que esperaba. En realidad, pudo agudizar su falta de sintonía con el universo ingenieril portugués, ya que había demostrado que sin ninguna duda solo a su rey se debía. Los escritos que compiló después de la visita de Felipe III dan cuenta de la diversidad de funciones de este ingeniero y de la ambición de nuevos horizontes ante los problemas que debía tener para desempeñar su profesión en Portugal. En ellos el tema de la fortificación se limita a su propuesta para Cabeza Seca, y se centra en cuestiones como las del abastecimiento de agua a una gran ciudad, los ingenios para la fábrica de pólvora, o la actualización del informe sobre la limpieza de la barra de Lisboa. A todos estos saberes se sumaba algo que como ingeniero le otorgaba un valor añadido, como era su proyecto para modernizar la fábrica de pólvora, hierro y cañones de Barcarena, cerca de Lisboa, cuyo informe data de 1617. Y si otros proyectos se ralentizaron oabandonaron, este relativo a la Casa de la Pólvora fue aprobado de inmediato, se hicieron los ingenios de armas y pólvora, y el mismo Felipe III la visitó en 1619, quizás acompañado por el ingeniero, antes de entrar en Lisboa —«Detuvose el rey en Belén, viendo los monasterios circunvecinos, la torre de San Vicente, los ingenios de las armas y pólvora de Barquerena» escribe Juan Bautista Lavanha— considerándose como uno de los logros del virrey conde de Salinas y marqués de Alenquer, quien también fue elogiado por sus partidarios por su interés en mejorar las defensas costeras de ese reino.

Los magníficos dibujos de Leonardo Turriano de esos ingenios para la fábrica incluyen además información sobre los ingenios para una fábrica de cordelería en la que se hubieran podido hacer aparejos

Ingenio para la fábrica de cordelería , Dos discursos de Leonardo Turriano el primero sobre el Fuerte de San Lourenço de Cabeça Ceca en la boca del Taxo el segundo sobre limpiar la barra del dicho río y otras diferentes . Biblioteca Nacional de Portugal, Ms. 12892, f. 89.

Campana para el trabajo de cuatro hombres en el fondo de un río . Dos discursos de Leonardo Turriano el primero sobre el Fuerte de San Lourenço de Cabeça Ceca en la boca del Taxo el segundo sobre limpiar la barra del dicho río y otras diferentes .

Biblioteca Nacional de Portugal, Ms. 12892, f. 76 para la navegación. Se refiere asimismo a otros ingenios, e incluye el dibujo de una campana que permitía a varios hombres sumergirse en el agua para respirar sin problema durante horas, moviéndose por las arenas del fondo marino. Son algunos de los mejores dibujos de máquinas que nos ha legado el Renacimiento, en la tradición de los de los ingenieros sieneses como Mariano di Jacopo, llamado il Taccola, Francesco di Giorgio Martini o de los dibujos en el manuscrito sobre las aguas que ha pasado a la historia como Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas de Juanelo. Todo está escrito en español, no en portugués (aunque haya términos en ese idioma además de en italiano), lo que indica el destino que se había pensado para estos manuscritos, que pensamos que era publicarlos en España.

Instrumentos para el dragado de fondos. Dos discursos de Leonardo Turriano el primero sobre el Fuerte de San Lourenço de Cabeça Ceca en la boca del Taxo el segundo sobre limpiar la barra del dicho río y otras diferentes . Biblioteca Nacional de Portugal, Ms. 12892, ff. 48v. y 53v.

Estas palabras las escribió Turriano en la Descripción de las islas Canarias, porque efectivamente entonces no aspiraba más que a que su trabajo llegara a las manos del rey. Solo para sus ojos estaba hecha esa Descripción, al igual que sucede con la de Orán y Mazalquivir. Y, sin embargo, con el tiempo probablemente quiso, al igual que otros ingenieros, que su obra fuera conocida convertida en libros oen tratados que pudieran difundirse a través de la imprenta para conseguir fama universal.

Dos discursos de Leonardo Turriano el primero sobre el Fuerte de San Lourenço de Cabeça Ceca en la boca del Taxo el segundo sobre limpiar la barra del dicho río y otras diferentes. Biblioteca Nacional de Portugal, Ms. 12892, f.40.

Un ingeniero que ya en la Descripción de las Canarias era consciente del poder de la «memoria de lo escrito», no dejó de escribir a lo largo de su vida obras que aspiraban a tener una proyección mayor que la de los informes y dibujos destinados al secreto de los archivos del rey. El tratado perdido sobre los volcanes se anunciaba como una obra en la que partiendo de la observación directa de un fenómeno había llegado a conclusiones generales sobre cómo nacen los volcanes independientemente del lugar. También la observación de la barra del Tajo le permitió llegar a conclusiones científicas sobre los problemas de las barras de los ríos aplicables a otros lugares. Es la mentalidad que rigió el nacimiento de la ciencia moderna, y es en ese contexto en el que cabe poner en valor la obra de Leonardo Turriano.

Algo que le hace también un buen representante de su tiempo es la ambición de pasar a la historia por sus logros y reconocimiento alcanzado. Ahora se publica el tratado sobre el cometa de 1604, y la similitud entre la forma de presentación de este manuscrito y el tipo de letra con los Dos discursos de Leonardo Turriano el primero sobre el fuerte de san Lourenço de Cabeça Ceca en la boca del Taxo el segundo sobre limpiar la barra del dicho río y otras diferentes (Biblioteca Nacional de Portugal) que recopilaban sus grandes logros técnicos, permite plantear la hipótesis de que el manuscrito de astronomía pudiera datar de las mismas fechas, aunque el ingeniero lo redactara mucho antes y no actualizara la información incorporando obras que había sido publicadas posteriormente a lo que fue una primera redacción después de la aparición del cometa de 1604. El que ambos manuscritos con el formato en que han llegado a nosotros se puedan datar inmediatamente después de que Felipe III visitara Lisboa en 1619, o incluso unos años después, respondería a una lógica de deseo de promoción personal y ambición de fama, puesto que ambos parecen preparados no solo para las manos del rey, sino también para la imprenta.

Ya nos hemos referido a la descripción de las Islas Canarias y a la de Orán y Mazalquivir, destinadas a los ojos del rey, aunque ambas se conserven en Portugal. Vimos que en las dos Leonardo Turriano demuestra su formación como historiador, geógrafo y arquitecto militar. Permiten conocer la historia de las islas Canarias o las sucesivas conquistas españolas y la respuesta de moros, árabes y turcos con sus batallas correspondientes en el norte de África para encuadrar la relevancia de las fortificaciones de Orán y Mazalquivir en la defensa del imperio. Como a la vez era imprescindible explicarlo todo mediante el dibujo, y una fortificación no se concibe sin una comprensión del territorio, sus mapas resultan excepcionales por su exactitud y su carácter científico. Si a ello sumamos la información sobre el entorno de las ciudades dibujando sus montes, sus caminos, sus ríos o su mar, concluimos que son unos documentos únicos para el conocimiento de lo que fueron las Canarias o el norte de África en el siglo XVI. Para acabar de perfilar las competencias y conocimientos de este ingeniero, tenemos que referirnos a que en estas descripciones es tanto geógrafo como corógrafo, como comprobamos en los mapas que incluye. En la obra de Garzoni, traducida con ampliaciones por Cristóbal Suárez de Figueroa en 1615, Plaza Universal de todas ciencias y artes, se explica la diferencia entre geógrafos y corógrafos:

Son pues geógrafos, los que imitan según Claudio Ptolomeo, la traça, y situación de toda la tierra conocida: notando en llanos y en montes, los payses y las ciudades, no con su propia forma, como se ve en las pinturas; sino con algunos puntos pequeños, redondos o quadrados: y así es esta antes una imitación del dibujo, que un verdadero señalar el sitio. Son muy diferentes los Geógrafos de los Corógrafos; porque estos pintan propiamente, y señalan la forma y figura de algunas provincias, y ciudades particulares… Fuera de que los Corógrafos atienden más a las calidades de los lugares, representando sus verdaderas figuras y semejanzas; al contrario de los Geógrafos que cuidan más de la cantidad, describiendo las medidas, los sitios, y proporción de las distancias, en orden y correspondencia a los círculos del cielo. Los Corógrafos tienen necessidad de dibuxo y pintura, mas los Geógrafos no; pudiendo los mismos mostrar con letras menudas y líneas el sitio y figura de toda la tierra.

Se sentía extraordinariamente orgulloso de ambas descripciones, aunque consideraba, una vez acabada la de Orán y Mazalquivir en 1598, que ese libro había «salido más curioso quel de las islas». Informaba también al rey de que había acabado «un libro sobre la cifra» y que en cuanto estuviera con buena letra llegaría a sus manos, además de otros trabajos que llevaría personalmente a la corte. La cifra, definida por Covarrubias (1611) como «escritura enigmática, con caracteres peregrinos, olos nuestros trocados unos por otros, en valor o en lugar» era algo que interesaba a muchos, siendo el mismo Covarrubias autor de un tratado de cifras, y de 1612 es el tratado manuscrito de Tomás Tamayo de Vargas Cifra, contracifra, antigua y moderna, por lo que Turriano respondía a lo que demandaba la práctica del poder, como era el lenguaje cifrado para la correspondencia que no debía ser conocida por los enemigos.

Pues bien, así como en su dedicatoria al rey de la Descripción de las Canarias afirmaba que no aspiraba «a la inmortalidad, con buscar los aplausos de la fama, o la eternidad de la imprenta; sino que solamente, lleno de humildad y de reverencia, mira como su único objeto a las reales manos de Vuestra Magestad», en las fechas en las que preparó sus manuscritos, entre ellos el de astronomía, para la imprenta -lo que se puede deducir de su excelente caligrafía y tipo maquetación- sí quería fama y reconocimiento público. Que adquirieran esa forma en 1621 y 1622, o que fuera cuando fue llamado a la corte ya en el reinado de Felipe IV, para ocuparse de la enseñanza y el control de las fortificaciones de la monarquía es algo que no sabemos a ciencia cierta, pero de lo que no cabe duda es de que hubo un momento en la vida de Leonardo Turriano en que dio nueva forma a lo que había escrito a lo largo de su vida.

En cambio, los dos atlas que conocemos, la descripción de las Canarias y la de Orán y Mazalquivir, con un formato apaisado muy difícil de pasar a las prensas y unos dibujos que no en todos los casos hubieran sido fáciles de convertir en grabado, no fueron pensados para ello. Esto lleva a pensar que el resto de los escritos adquirieron esa forma en los últimos años de su vida, cuando, además de lo que ya hemos dicho, la política del secreto impuesta por Felipe II a toda la producción técnica y científica que afectara a intereses estratégicos prácticamente había desaparecido, e incluso que pudieron responder a la invitación a regresar a la corte para responsabilizarse de las fortificaciones en el reinado de Felipe IV, ese triunfo se hubiera visto magnificado con la publicación de sus tratados.

Debió confiar para ello sobre todo en los Dos discursos de Leonardo Turriano el primero sobre el fuerte de san Lourenço de Cabeça Ceca en la boca del Taxo el segundo sobre limpiar la barra del dicho río y otras diferentes. En él mantiene su cualidad de arquitecto militar con el discurso sobre Cabeza Seca, pero como geógrafo e historiador ha desaparecido, y se muestra como un técnico creador de ingenios y máquinas. Es un manuscrito que respondería a la necesidad de hacerse valer en la corte a la que había regresado su gran valedor, el marqués de Alenquer, y para eso lo que necesitaba es que lo que se valorase era su capacidad técnica, más que la científica. Por eso se refiere a sus ingenios y proyectos: Cabeza Seca, la Barra del Tajo, la fábrica de pólvora, la de cordelería, su opinión sobre cómo remediar la sedimentación en un puente de Coimbra, o la campana de inmersión. En cambio, no hace referencia en ese manuscrito ni a su tratado de vulcanología —que había anunciado en su Descripción de las Canarias— ni al de astronomía, que hoy sale a la luz gracias a la Fundación Juanelo Turriano después de siglos de un total desconocimiento de su existencia. Eran estos saberes científicos que tenían menos aplicación práctica, y el ingeniero sabía que, si había algo que le pudiera sacar de Lisboa para asentarse en Madrid, eran sus conocimientos para actuar sobre el territorio y la economía de la monarquía de España.

Que estas capacidades del ingeniero fueron apreciadas en la corte lo demuestra el que Felipe IV le encargara en 1624 un proyecto de navegación que conocemos porque, como siempre que le encargaron una misión relevante, hizo un escrito sobre ella con una estructura de contenidos distinta a la que utilizaba para los informes y relaciones enviados a los consejeros del rey. Fue el Parecer que da Leonardo Turriano sobre la navegación del río Guadalete a Guadalquivir y a Sevilla , para cuyo estudio tuvo que desplazarse a Cádiz, viajando para el reconocimiento de esos ríos en compañía del ingeniero Juan de Oviedo, y llegando a la conclusión de que era necesario hacer un canal entre ambos. En él demostró mediante el uso de relojes de sol que las crecientes de ambos ríos se producían a las mismas horas, por lo que ninguno vertía aguas en el otro, lo que condicionaba la solución que se podía dar a la navegación, y como siempre pone diversos ejemplos que avalan sus opiniones. A veces fueron ejemplos de obras de la Antigüedad, pero también, como en este caso, la referencia a los canales de Flandes e Italia por los que podían navegar los barcos chatos como eran las «muletas» de Lisboa, que él conocía bien.

Con respecto al manuscrito sobre astronomía nada se puede añadir a lo que ha escrito para esta publicación el profesor García Hourcade, quien lo fecha con toda lógica entre 1605 y 1610, y nos aproxima a la figura de Turriano como cosmógrafo, que en la citada obra de Garzoni eran considerados «los que describen toda la máquina del universo, junta con el globo de los cielos». La astronomía había hecho acto de presencia en la obra de Turriano con anterioridad, con la imagen de Canarias bajo el signo astrológico de Cáncer, o en la decoración de la Sala del Torreón del Palacio Real de Lisboa, donde aparecía entre otras constelaciones la figura de Sagitario, con el arco orientado hacia poniente y sobre él las figuras de Júpiter y Saturno. En la bella imagen que ilustra el manuscrito De la idea del firmamento se representa a Sagitario en esa posición, con el arco orientado a poniente, y sobre él la figura de espaldas de la constelación del Serpentario llevando en las manos una serpiente. Los dibujos en los que explica la posición del cometa en principio no exigen un análisis desde el punto de vista de los estudios visuales, afectando más a la historia de la ciencia, pero hay una imagen en la que el firmamento adquiere la forma figurativa con la que se solían representar las constelaciones, porque como dice el título es un Tratado de la nueva estrella que apareció el año de MDCIIII en la imagen del serpentario , y eso había que contarlo de manera comprensible para cualquiera mediante el dibujo. La constelación del Ofiuco o Serpentario tiene al lado, tal como se muestran en el dibujo, la de Sagitario y la de Escorpio. Probablemente Turriano conoció la obra de Kepler, publicada en 1606, De stella nova in Pede Serpentarii, que estaría entre esas otras observaciones celestes que coincidían con la suya, a las que se refiere al comienzo de su tratado, cuando dice que sus observaciones de enero del año siguiente, en 1605, habían confirmado que no había habido ningún cambio, «y así concluyo por estas y otras observaciones, y por algunas hechas fuera de este Reino de que tengo noticia, que esta estrella no dejó el primer lugar adonde fue vista de principio, ni el movimiento de las estrellas fijas, como parece en la figura presente». Y si Kepler señaló el lugar de la aparición de la supernova con la letra n, al lado del pie derecho del Serpentario con la pierna doblada, Turriano lo señala dibujando una estrella más grande también en la pierna derecha, aunque a la altura de la corva por estar la pierna extendida, de manera que sus lectores sepamos el lugar exacto de la aparición de la supernova en el firmamento.

La anatomía miguelangelesca del Serpentario crea el marco en el que apareció el cometa. Rastrear las fuentes en las que se pudo inspirar para su dibujo es un trabajo inacabado, pero bien pudo conocer el publicado por Kepler por el tratamiento anatómico de Ofiuco o el Serpentario, aunque lo simplificó y cambió su posición para ponerlo de espaldas. La representación de frente o de espaldas de las constelaciones obedece a la posición en la que se sitúa el astrónomo: Kepler lo hizo de frente por verlo desde dentro de la bóveda celeste, desde la posición terrestre, y Turriano de espaldas, por visualizarlo desde el exterior del globo terrestre. De manera similar aparece en la obra de Pedro Apiano, con la cabeza de la serpiente en la misma posición, en el brazo izquierdo.

La obra del alemán Apiano, Astronomicum Caesareum, publicado en 1540 y dedicado al emperador Carlos V, recogía el modelo astronómico de Ptolomeo e incluía un disco con la representación de las constelaciones y los distintos signos del zodiaco que es uno de los más bellos incluidos en esta obra, y que Leonardo Turriano pudo conocer ya que se trata de una obra impresa. Al representar la constelación de espaldas, la cabeza de la serpiente cazada se sitúa a nuestra izquierda, y no a la derecha, quedando invertidos también en sus posiciones Sagitario y Escorpio. Representarlo de espaldas no era raro, y así aparece en la obra de Elie Molery, De Tuba Coelesti, hoc est de Cometa

De Tuba Coelesti, hoc est de Cometa Terrifico qui anno Christi 1618 apparuit et sedulo observatus est . Biblioteca Nacional de España, GMM 156.

Terrifico qui anno Christi 1618 apparuit et sedulo observatus est (1619). De espaldas, pero vestido aparecía también en la bóveda del palacio Farnesio en Caprarola, pintada por Giovanni Antonio de Varese, llamado el Varosino, entre 1560 y 1575.

PERSONA «PLATICA EN MATERIA DE FORTIFICACIONES A QUIEN SE PUDIESE

REMITIR LAS PLANTAS Y DEMÁS PAPELES». EL REGRESO A LA CORTE

La Junta de fortificación explicaba con esas palabras la elección de Leonardo Turriano para que se ocupara en la corte de las fortificaciones de España, Italia y las Indias, lo que le proporcionó la gran oportunidad de regresar a Madrid desde Lisboa con todos los honores en el reinado de Felipe IV. Como hemos ido viendo, siempre fue muy valorado por el Consejo de Guerra, una valoración que crecía cada vez que constataban la falta de buenos ingenieros. Por eso, en el año 1600 ya se decía que había que tratarle bien y premiarle debido a las pocas personas que había de su profesión. Ese buen trato, decían, estimularía que otros se dedicaran a la ingeniería, ya que la experiencia demostraba que eran pocos los inclinados a ella. Nunca había perdido una relación directa con la corte madrileña, a la que viajó en diversas ocasiones, a veces con largas estancias. Fue para informar sobre las fortificaciones portuguesas y asesorar sobre las de Canarias, para casarse… todo ello hasta 1609, cuando las noticias sobre su obra se reducen en los archivos españoles.

Sin duda en la elección del año 1626 confluyeron muchas circunstancias. Por un lado, la fama y el reconocimiento de los grandes ingenieros del reinado de Felipe II seguía viva, y se había comprobado cuando falleció Tiburzio Spannochi en 1606 por lo difícil que fue encontrar un sustituto para el Ingeniero Mayor de los Reinos de España, o cuando murió Bautista Antonelli, también en el reinado de Felipe III, estando ambos ingenieros ocupados en las grandes obras de defensa de la monarquía hasta el final de sus vidas pese a su avanzada edad. Por otro lado, desde 1624 Jerónimo de Soto, el ingeniero que había sustituido a Spannocchi, estaba enfermo, y aunque no murió hasta 1630, la Junta de fortificación necesitaría renovar al ingeniero capaz de asesorar sobre el conjunto de las fortificaciones, y la mirada hacia el último ingeniero vivo de Felipe II resultaba lógica. Tampoco cabe duda de que la confianza que había tenido en él el conde de Salinas y marqués de Alenquer cuando fue virrey de Portugal, pudo demostrarse una vez más si fue consultado sobre las cualidades del ingeniero Leonardo Turriano, y que su valoración positiva también influyera. Además, Leonardo no había perdido contactos en la corte, tanto a través de algunos personajes de la nobleza, como el marqués, como a través de ingenieros que habían desempeñado parte de su trabajo en el reino de Portugal, como fue el caso de Alonso Turrillo.

Alonso Turrillo había sido ayudante del Ingeniero mayor Leonardo Turriano en Portugal desde 1599, pero no fue un ingeniero más, sino alguien que se supo mover muy bien en las redes de poder cortesanas durante el reinado de Felipe III, favorecido por el duque de Lerma y luego por el de Uceda, por lo que el nombre de Turriano con seguridad apareció en conversaciones y consultas una vez que Turrillo se asentó en la corte. La relación entre ellos debió ser estrecha y de mucha confianza, y además pasaron juntos largas temporadas en la corte: en julio de 1600 Turrillo fue uno de los testigos, como criado de Leonardo, de la escritura de recibo de dote en la boda en Madrid del ingeniero con su primera esposa, doña Juana de Herrera. En marzo de ese año Turriano llevaba dieciocho meses en la corte esperando resolución sobre diversos asuntos de fortificación, y Alonso Turrilllo por las mismas fechas también escribía desde Madrid pidiendo aumento de sueldo diciendo que desde hacía año y medio por orden del rey servía como ayudante de Leonardo Turriano y Lisboa era una ciudad muy cara. Desde 1599 Turrillo había venido a reforzar o quizá a sustituir a los que habían sido sus ayudantes y con los que, como vimos, había tenido problemas. Fue su ayudante de confianza, quizá también por ser castellano y ajeno a involucrarse en las animadversiones de los portugueses. En 1603 lo enviaría de nuevo a la corte con informes, aunque cuando iba a regresar a Lisboa ya había llegado Leonardo Turriano, quien lo detuvo en Madrid porque estando él allí su ayudante nada tenía que hacer en Lisboa, así que aprovechó para ocuparle con las trazas de las torres para la barra del Tajo y Cabeza Seca. En el año 1606 era Turrillo quien se encargaba de la fábrica de Cabeza Seca por haberse ausentado Gaspar Ruiz. La carrera de Alonso Turrillo en la corte durante el reinado de Felipe III fue fulgurante e incluso el duque de Lerma en 1609 pretendió que se le considerara y pagara como ingeniero siendo solo ayudante (practicante) de ingeniero destinado a la fábrica de Cabeza Seca. Al año siguiente se le envió a Milán para seguir formándose en fortificaciones, pero no llegó a ir porque era más necesario en Larache, a donde se le mandó en 1611. De su relación con Leonardo Turriano, además de cómo se pudieron favorecer el uno al otro en los círculos de poder de la corte madrileña, lo que nos interesa también es que su colaboración en Lisboa debió ser tan valorada que fue en los dos, y no solo en uno de ellos, en quienes se pensó en 1628 para ocuparse de cegar la barra de La Mamora, sin duda por su experiencia previa con la barra del Tajo. Ninguno pudo ir, uno por anciano y el otro por estar ocupado en otras cuestiones por el Consejo de Indias, por lo que finalmente sería otro el ingeniero enviado.

El hecho es que, por orden de 18 de septiembre de 1626, Felipe IV le mandó trasladarse a la corte para convertirse en el máximo asesor sobre fortificaciones en España, Italia y las Indias, teniendo en cuenta que tenía experiencia y práctica de la profesión, lo que era reconocido por todos según decía la Junta de fortificación. Ese argumento de la experiencia se repite en varios de los documentos que se conservan de este proceso que le llevó a Madrid al final de su vida por ser persona «platica en materia de fortificaciones a quien se pudiese remitir las plantas y demás papeles». Para ese traslado no puso ningún problema de salud, así que lo debió ver como una gran oportunidad. Sabemos que arrastraba enfermedades incapacitantes desde hacía años, y de ese argumento se había valido para no participar en la Jornada de 1625 para recuperar la ciudad de San Salvador de Bahía en Brasil, que había caído en manos holandesas. En 1624, con 63 años (lo que de ser exacto obligaría a retrasar su nacimiento hasta 1561), aducía que seguía padeciendo una enfermedad hipocondriaca, de la que sabemos ya desde su estancia en Galicia, y que a ello se añadía desde hacía quince años la gota, que le impedía moverse bien a pie y a caballo, lo que se agravaba en lugares húmedos. Además, padecía de «fuentes y fístula», es decir que, basándonos en el Tesoro de la lengua castellana oespañola de Covarrubias del año 1611, padecía «llagas… que por manar podre y materia les dieron este nombre». Consiguió no ir a esa Jornada, pese a que en sus alegaciones para rechazar el encargo del rey no dejaba lógicamente de insistir en la merced que se le hacía enviándole a la Jornada del Brasil. Una salud tan comprometida, sumada a que su inserción en el mundo ingenieril y arquitectónico portugués siempre había encontrado muros a veces insalvables, probablemente influyó en el entusiasmo con que acogió la propuesta de trasladarse a Madrid, lejos de la húmeda y cara ciudad de Lisboa.

La invitación de Felipe IV fue aprovechada por Leonardo Turriano para pedir todo lo que deseaba, y la relación de sus peticiones dan idea de su autoestima y ambición: cuatro mil ducados de sueldo para poder sustentarse honradamente con su familia en Madrid; pensión en Portugal o Castilla para dos de sus hijos que estaban estudiando; que la pensión que había tenido su hijo mayor por estudiar fortificación, al haber abandonado su estudio, pudiera pasar a su hijo menor; por la corona de Portugal dos lugares para dos hijas en un monasterio de patronazgo real en Lisboa, o renta para casar a una de ellas; que su hijo Diego Turriano heredara la plaza de Ingeniero mayor de Portugal «como acostumbra

V.Mgd. hazer merced a los hijos de los oficios de sus padres siendo, como es tan capaz»; ayuda de costa para el traslado de su familia de cuatrocientos ducados; mantener su título de Ingeniero mayor y una casa de aposento en Madrid, pero sin perder la de Portugal, donde podría seguir sirviendo con un ayudante, enviando a su hijo cuando fuera necesario. El seguimiento documental de estas peticiones del ingeniero reclamando que se cumplieran, por parte de él mismo o de su familia una vez fallecido, revela que no todas se cumplieron, o al menos no con la rapidez requerida.

Sin embargo, y pese a que sí se cumplieron finalmente en su mayoría, en noviembre de 1627 escribía al rey que después de seis meses en la corte madrileña no se le había dado ocupación ninguna, y que no podía seguir sustentándose allí con el sueldo de que disponía para ello. Escribe que «se halla en hedad creçida y enfermo y padece muchas necesidades fuera de su casa» y que había dejado sola su casa en Lisboa, pero la debía seguir sustentando porque allí había quedado su familia. Por eso apremiaba al rey para que resolviera qué hacer con su persona y en caso de decidir que se asentara en Madrid le diera las ayudas correspondientes para el traslado, pero en caso contrario le diera licencia para regresar a Lisboa.

Todas sus expectativas se vinieron abajo, porque la Junta de fortificaciones resolvió que estaba demasiado viejo como para emprender los largos viajes a que estaban obligados los ingenieros para comprobar a vista de ojos las condiciones de los lugares en los que había que intervenir. Además, las relaciones de poder de los ingenieros cortesanos se debieron poner en funcionamiento ante la llegada de alguien que les iba a controlar como responsable último de las fortificaciones, así que sin el menor reparo la Junta de fortificación alega también que «si se le muestran las trazas ha de servir de embaraço, pues ha de mudar, y quitar de ellas como lo haçen todos los Yngenieros», cuando en teoría era para eso para lo que había sido llamado. Efectivamente era una constante en la profesión de ingeniero esta de cuestionar lo que antes se había hecho, imponiendo su nueva autoridad, y probablemente a Turriano le faltaron apoyos suficientes como para que a él, que llevaba tantos años en el reino de Portugal, le fuera otorgado de facto el poder de controlar todas las trazas que otros ingenieros con mejores valedores estaban haciendo para las fronteras de la monarquía. Así pues, en 1628 regresó a Lisboa, y parece que no con mucho pesar, ya que después de pasar seis meses en Madrid sin ocupación, la misma Junta de fortificación aconsejaba al rey que le licenciase para poder volver a Lisboa, puesto que el mismo ingeniero se «inclina a volverse», concediéndole el dinero que pedía por los gastos realizados con su traslado a Madrid. Murió en Lisboa en 1628, o más probablemente al año siguiente.

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La mayoría de las citas textuales de documentos están reproducidas en la bibliografía citada. Los investigadores interesados pueden consultar los documentos sobre este ingeniero en la sección de Guerra y Marina del Archivo General de Simancas, muchos de los cuales se encuentran transcritos en la Colección Aparici, tomo VII, pp. 301-376, del Archivo General Militar de Madrid. Volver al índice

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