XXIII Certamen de Cuentos y Relatos

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3º Ed. Infantil: VALERIA MORENO VERDÚ “Martina y Lolo” 1º Ed. Primaria: ANTONIO JIMÉNEZ ABELLÁN “Los leones especiales y el explorador” 2º Ed. Primaria: AHINOA CATALINA VIVAR CALI “La doncella y el ciervo” 3º Ed. Primaria: JUAN ALONSO ROMÁN “El espantapájaros tullido” 4º Ed. Primaria: ELISABET LAJARA ABELLÁN “El hombre malhumorado” 5º Ed. Primaria: IRENE GUILLAMÓN PIQUERAS “Magic Talent” 6º Ed. Primaria: JENNIFER PAULINA SOTO CABRAL “La aventura de Ana” 6º Ed. Primaria (A. Diversidad): ISMAIL MAZOUZI “Un sueño hecho realidad” 1º Ed. Secundaria: MARÍA PÉREZ MATEO “Atrévete” 2º Ed. Secundaria: JESÚS RUIZ JOVER “Un amigo de otro mundo” 2º Ed. Secundaria (A. Diversidad): LAURA PÉREZ MORENO “Tocar el cielo” 3º Ed. Secundaria: NAIM TAOUATTI BASTÁN “Mi peor experiencia” 4º Ed. Secundaria: DAVID RÍOS TENESACA “Necesidades”


MARTINA Y LOLO Érase una vez una niña llamada Martina, que tenía un perrito que se llamaba Lolo. Un día fueron al bosque de las hadas a buscar flores mágicas para su mamá. Martina iba tan distraída, que se tropezó con una piedra amarilla y se hizo daño en un pie. Lolo, que era muy valiente, fue a buscar a las hadas del bosque y les pidió polvos mágicos para curar a Martina. Las hadas le echaron los polvos en el pie y Martina pudo correr y volar. 3


Volvió a su casa con Lolo y muchas flores mágicas que habían recogido.

Dragones y princesas y castillos encantados, y el que no se levante, se quedará pegado. Autora e ilustradora:Valeria Moreno Verdú 3º Ed. Infantil

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Érase una vez un león que vivía en la sabana con toda su familia; él era el encargado, junto con la leona, de que a los cachorros no les pasara nada, ni les faltara comida. Llevaban una vida bastante tranquila, hasta que un día llegó a la sabana un explorador que quería investigar sobre su forma de vida, pues había oído que estos animales no eran como los demás, sino que eran especiales. Estos leones eran vegetarianos. Los leones no cazaban otros animales, sino que se alimentaban con todas las clases de plantas que crecían en la sabana. El explorador hizo el campamento en la copa de un árbol enorme. Allí montó su tienda de campaña y se instaló con sus prismáticos, su cámara de fotos y todo lo necesario para observar e investigar a estos leones tan especiales. El hombre captó muchas fotos en las que se veía cómo comían los leones, cómo vivían en familia o cómo se cuidaban unos a otros

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Un día, el león macho había salido a buscar comida y descubrió al explorador. Se le quedó mirando fijamente y este se asustó un poco. Pero como llevaba muchos días observándolos, ya conocía sus costumbres; se hizo el valiente y bajó del árbol a saludarlo.

El león se quedó sorprendido de que el explorador no saliera corriendo, ni de que intentara matarlo; entonces le indicó que lo siguiera y lo condujo hasta su propio hábitat para que viera más de cerca cómo vivía toda la familia. El explorador se quedó tan sorprendido de aquella forma de vivir tan especial, que publicó un libro contando su experiencia y se quedó a vivir en

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la sabana para vegetariana.

siempre

con

su

nueva

familia

Y colorín colorado, estos leones con un nuevo amigo se han quedado. Autor e ilustrador: Antonio Jiménez Abellán 1º Ed. Primaria

Érase una vez una hermosa doncella que salió a dar un paseo por el bosque y, mientras caminaba, iba cantando, ya que le gustaba mucho cantar; entre canción y canción, llegó a un viejo árbol, que hacía mucho que nadie cuidaba y que el tiempo había envejecido…. La hermosa doncella se compadeció de aquel árbol y regresaba cada mañana para regarlo. Todos los animales del bosque eran testigos de que cada vez estaba más hermoso. Había un animal en particular, un ciervo, que siempre estaba a su lado y que a la doncella siempre le pareció muy especial.

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Cada día, el pequeño ciervo intentaba comunicarse con la bella doncella, y es que el animal estaba bajo un terrible hechizo, que una malvada bruja le había hecho muchos años atrás, pero la doncella solo veía a un simpático cervatillo que la hacía reír, no imaginaba que se trababa de un muchacho como ella. El ciervo, sin saber ya qué hacer, le quitó a la doncella el lazo que siempre llevaba en el pelo y salió corriendo; la muchacha siguió al animal por todo el bosque hasta que llegaron al interior de una vieja cabaña. El ciervo le señaló con su patita una antigua fotografía en la que aparecía un niño muy guapo, pero, al tomarla, se le cayó por accidente y, cuando fue a recogerla del suelo, se dio cuenta que había unas palabras escritas por detrás. La doncella empezó a leer:

“Estoy hechizado; si algún día alguien lee esto, debe saber que la única forma de liberarme es encontrando a la bruja buena que habita en el árbol del bosque". En ese momento, la doncella miró al ciervo e imaginó que se trataba de aquel niño de la fotografía, y entonces entendió por qué lo había

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visto siempre tan distinto a los otros animales… Entonces se dirigió al árbol que ella tanto había cuidado y comenzó a llamar a la bruja buena…. Pasaron bastantes minutos y la doncella pensaba que la bruja no saldría; miró al ciervo y le dijo que lo sentía …; los dos se pusieron muy tristes.

Pero, de repente, el árbol se empezó a mover y del interior del tronco salió una luz brillante y de

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forma mágica, apareció una puerta que se abrió y por la que salió una mujer muy hermosa. Vestía de blanco y tenía el cabello verde como las hojas de los árboles. La hermosa doncella, contenta al ver por fin a la bruja buena, le pidió que devolviera a aquel ciervo a su estado original. Ésta, agradecida al ver su árbol tan hermoso y cuidado, le preguntó a la doncella cuál era su nombre, pues le había devuelto la vida a su hogar. La doncella respondió “mi nombre es Ahinoa, y ha sido un placer ayudarte”. La Bruja, encantada con aquella chica, le devolvió el favor deshaciendo el hechizo del ciervo. El ciervo flotó en el aire y se convirtió en un bello muchacho, el mismo que Ahinoa había visto en la fotografía. Muy felices, se fueron a pasear por el bosque y, cantando juntos, admiraron todos los árboles y las flores de todas las formas y colores que allí había. Y, pichín pichón, este cuento ya terminó Autora e ilustradora: Ahinoa Catalina Vivar Cali 2º Ed. Primaria

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Había una vez un espantapájaros que se llamaba Roberto. Un día, sus dueños lo llevaron a un campo de trigo para que espantara a los cuervos y a los demás pájaros y que éstos no se comieran su cosecha. Enseguida acudieron dos cuervos que le agujerearon

la

camisa

al

espantapájaros;

también le quitaron una pierna y un brazo pero, aún así, consiguió que huyeran sin que tocaran el trigo. A pesar de que luciera una sonrisa, el espantapájaros, en realidad, estaba triste; necesitaba algún amigo o a alguien que fuera a verlo todos los días.

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Poco a poco iba perdiendo paja por los agujeros de la camisa y cada noche pasaba frio. Un día, cuando amaneció, vio que todo el campo estaba seco. Sintió mucho miedo y se desmayó.

Cuando se despertó no sabía dónde se encontraba porque no conocía ese lugar. Después se dio cuenta de que estaba en un

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cementerio

y

sintió

mucho

miedo.

Cada

minuto que pasaba, más miedo tenía, hasta que al llegar la noche, se durmió. Se despertó sobresaltado al escuchar voces. Venían de una granja que estaba cerca del cementerio y en la que vivía una familia: los padres y dos hijos pequeños que, cuando vieron al espantapájaros, enseguida se lo quisieron llevar a su casa. El niño buscó ropa que tenía de su papá, que estaba ya un poco vieja, vistió con ella al espantapájaros, lo rellenó de paja y, con la ayuda de su hermana, lo pusieron en medio del huerto. A

partir

de

ese

momento,

el

espantapájaros Roberto fue muy feliz, pues tenía dos nuevos amigos que todos los días iban a verlo y le contaban lo que les había sucedido.

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Y colorín, colorado, este espantapájaros contento se ha quedado. Autor e ilustrador: Juan Alonso Román 3º Ed. Primaria

Había una vez un hombre que siempre estaba enfadado. Vivía solo en una casa vieja, cerca del bosque. Era un poco raro; tenía los brazos, las piernas y casi todo el cuerpo de metal, parecía que estaba hecho de hojalata. No tenía pelo en la cabeza porque también llevaba una especie de casco metálico. Nunca saludaba a los vecinos y cuando veía a los niños, les gritaba y los asustaba.

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Era gruñón y antipático y siempre estaba haciendo cosas para molestar a todo el mundo. Solo una vez ayudó a una niña, que se llamaba Ana, que se cayó un porrazo cuando estaba jugando con su bicicleta y se hizo sangre. El hombre le curó las heridas, le arregló la bicicleta porque se le había pinchado una rueda y la llevó a su casa.

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Ana preguntó a sus padres quién era ese hombre de aspecto tan raro y éstos le contaron que se llamaba Raúl, y que hacía mucho

tiempo

se

había

caído

por

las

escaleras de la casa y se había roto muchos huesos y por eso los médicos le habían puesto esas piezas de metal, como una armadura. Además, vivía solo en su casa porque hacía muchos años que su mujer se había ido de viaje. A Ana le dio pena este hombre y quiso hacerse amiga suya. Cuando le veía por la calle lo saludaba pero Raúl no le hacía caso. Un día le regaló un paquete envuelto con un dibujo suyo y unos bombones, y no quiso tomarlo. Otro día fue con su bicicleta hasta su casa y le pidió que fuese con ella de excursión, pero tampoco quiso. La niña estaba un poco triste porque Raúl no quería ser su amigo. Lo último que probó fue a regalarle una mascota, un

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pequeño perrito blanco y muy peludo, pero se lo devolvió y le dijo que él no sabía cuidar animales. Hasta que un buen día, Ana fue a recoger leña al bosque y allí se encontró a un hada. Se asustó un poco al verla, más que nada

por

la

sorpresa.

Pensó

en

salir

corriendo pero le encantó su traje rosa y la varita brillante. Entonces habló con ella, le contó su problema con Raúl y le pidió que le ayudara. El hada la acompañó a casa de Raúl y utilizó sus poderes y su varita mágica al mismo tiempo que decía unas palabras muy raras, pero no pasó nada. Al final Raúl les dijo: - Gracias por querer ayudarme, pero yo soy así y no cambiaré. Te propongo una cosa: me regalas el perrito que trajiste antes, así

me

hará

compañía

y

aprenderé

a

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cuidarlo.

Yo

a

cambio

os

invitaré

a

merendar. Al final, la magia del hada con su varita sí había dado resultado porque Raúl estaba cambiando sin darse cuenta. Iba a cuidar a una mascota y estaba dispuesto a hablar con Ana. Y seguro que, con el tiempo, se harían grandes amigos. Autora e ilustradora: Elisabet Lajara Abellán. 4º Ed. Primaria.

MAGIC TALENT Había una vez un niño que se llamaba Francisco, pero al que todos llamaban Paco. Contaba con 10 años de edad, tenía el pelo castaño y rizado, los ojos azules y grandes, no destacaba en altura ni por arriba ni por abajo de los niños y niñas de su edad. Se podría decir que era muy alegre, divertido, le encantaba estar con su familia y sus amigos, a veces era un poco travieso pero lo que

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más lo hacía diferente era su perseverancia, su cabezonería. Vivía con sus padres y con su abuelo en Magic City, una ciudad muy conocida por un concurso de magia que anualmente se organizaba allí. La ciudad era pequeña y con pocos habitantes y lo bueno que tenía era que se conocían todos y muchos eran familia entre sí. Además, a todos les gustaba mucho hacer trucos y sortilegios. Paco, de mayor, quería ser mago por dos motivos: primero, porque le encantaba hacer trucos de magia y, en segundo lugar, porque su maestro de magia era su propio abuelo y le encantaba pasar tiempo con él. Su abuelo le enseñaba trucos de magia; cada día, pasaban juntos varias horas dedicados a esta tarea porque Paco quería aprender mucho. Sus trucos favoritos eran el del dedo falso, sacar un conejo de su chistera, etc. Llegó el día del concurso de magos, llamado Magic Talent. Paco se presentaba y con él fueron su madre, su padre y su abuelo. Acudieron a concursar muchos niños y niñas, algunos mucho más mayores que él, y Paco se desanimó un poco, ya no estaba tan seguro de poder impresionar al jurado. Salió al escenario y el público le empezó a aplaudir y aún se puso más nervioso de lo que estaba. Después de

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realizar sus trucos (levantar una pesada mesa con una mano y adivinar las cartas), el jurado se quedó con la boca abierta; todos se quedaron maravillados y lo pusieron por las nubes. Sólo necesitaron unos segundos para decidir que sería el ganador, pues todos estaban de acuerdo. Al final, llamaron a Francisco para hacerle entrega del premio, que consistía en una varita de oro. Él se sentía súper contento y emocionado a la vez, tanto por él mismo como por toda su familia. Llegaron a su casa pegando saltos de alegría, no paraban de hablar y comentar todo lo que había pasado. Ese día, aunque se acostó bastante tarde, sabía que no iba a ser fácil conciliar el sueño. Al día siguiente, al despertarse, empezó a dar voces llamando a toda su familia. Estaba aturdido y muy nervioso porque no encontraba su varita. La buscó por toda la habitación, pero su varita de oro no estaba en su estantería, ni en ningún otro sitio. Le preguntó a su madre: -Mamá, no encuentro la varita de oro, ¿quién me la ha cogido? Ella le dijo: -Hijo, ¿qué varita? ¿la de juguete, que te regaló el abuelo? Estaba ayer encima de la tele.

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Él le respondió confundido e impaciente: -No mamá, la que me dieron anoche, la de Magic Talent, la dejé en la estantería de mi habitación y ahora no la encuentro. Ella se dio cuenta; su hijo debía de haber soñado que ganaba, pero no le dijo nada, le siguió el juego.

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-Hijo, no te preocupes, se te habrá perdido. El niño se puso triste, se volvió a su habitación y se metió de nuevo en la cama. Empezó a comprender que todo había un sueño, pero le había gustado tanto cómo lo vivió, que se hizo la promesa de que lo intentaría y practicaría día y noche hasta conseguirlo. La madre, que era una mujer muy impulsiva y muy decidida, pero también muy comprensiva, notó lo triste que estaba su hijo. Entonces ideó un plan y se preparó para ponerlo en marcha. Fue a la oficina donde se organizaba el concurso Magic Talent a pedirles tres entradas para ir ese mismo fin de semana e inscribió a su hijo en el concurso en la categoría infantil. Cuando volvió a casa, Francisco estaba ensayando sus trucos favoritos de magia (levantar la mesa con una mano, adivinar las cartas, etc). Le salían todos perfectamente y su madre le miraba orgullosa. Cuando su padre llegó a casa, el niño lo miró con cara de pena y se fue corriendo a su habitación. No esperaba la noticia tan importante que le iban a dar sus padres: que le habían invitado para ir al concurso de magos Magic Talent. Ya había superado lo de ese sueño que le había

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parecido tan real. Esta vez sería de verdad y tendría que demostrar delante del público y del jurado todo lo que era capaz de hacer. Cuando llegó el día del concurso, su madre lo despertó con una pancarta que decía, ¡PACO ES UN MAGO INCREÍBLE! Como el concurso era por la noche, se pasó el día dale que te pego a los trucos. No dejaba de ensayar ni para comer; su abuelo le hacía de asistente y no dejaban a sus padres tranquilos. Necesitaban un público y un jurado. El concurso fue muy bien, tal y como lo había soñado. Se puso nervioso, pero hizo todo lo que sabía y el jurado lo felicitó igual que en su sueño. Pero con la diferencia de que esta vez sí era de verdad: ganó la varita de oro y consiguió el título de MAGO CON TALENTO. Y colorín colorado, este sueño tan mágico se ha terminado. Autora e ilustradora: Irene Guillamón Piqueras 5º Ed. Primaria

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Había una vez una niña llamada Ana, tenía 11 años y lo que más le gustaba de todo era estar con animales. Siempre que le preguntaban

qué

quería

ser

de

mayor,

contestaba sin dudarlo: veterinaria. Un

día,

volviendo

del

colegio,

iba

ensimismada en sus cosas cuando, de repente, se encontró en plena calle un mono pequeño; el animal estaba desorientado y miraba hacia todos lados con cara de asustado. La niña lo cogió y lo metió en su mochila; de camino a casa, iba pensando en cómo decírselo a sus padres, pues quería quedarse con él como fuera. Sus padres le dijeron que no podían quedárselo, que el mono debía vivir en su hábitat natural con los de su especie y que en

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la casa no estaría bien y echaría de menos a su familia. Pero

Ana

no

les

hizo

caso

y,

desobedeciendo a sus padres, lo metió en su habitación y lo tuvo escondido durante semanas. Para ella era lo mejor que le había pasado en su vida; cuidaba del mono y lo llevaba a todas partes en su mochila. También, cuando iba al colegio, lo llevaba metido en la mochila; su maestra nunca se daba cuenta

aunque, en algunas

ocasiones, el monito sacaba la cabeza para mirar a Ana. Fueron pasando los días y las semanas y Ana estaba muy contenta con su nuevo amigo, hasta el punto que se olvidó del resto de compañeros

del

colegio.

Siempre

ponía

excusas para no ir a los cumpleaños, a las fiestas o al parque con sus amigos, así no tenía que contar a nadie su secreto.

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El monito, conforme pasaba el tiempo, se sentía cada vez más triste. Hasta que un día, camino del colegio, el mono saltó de la mochila sin que Ana se diera cuenta y se metió debajo de un coche que estaba aparcado en la calle. Cuando Ana entró a su clase miró, como siempre, dentro de la mochila para ver a su amigo escondido, pero cuál no sería su sorpresa cuando vio que no estaba allí. Sin pedir permiso siquiera, salió de la clase confundida buscando por todos sitios a su mono. Después de muchas horas sin resultado,

volvió

a

su

casa

triste

y

preocupada, porque tendría que contarles a sus padres lo que había pasado y, lo peor, que los había desobedecido quedándose con el mono. Sus padres se enfadaron por la poca sensatez que había demostrado Ana, no solo por

desobedecerlos,

sino

por

pretender

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hacerse

cargo

de

un

animal

con

la

responsabilidad que eso conlleva.

Después

de

regañarle,

decidieron

ayudar a Ana a buscar al mono; era muy peligroso que anduviera por la ciudad con todos los riesgos que supone para un animal de su especie. Después de mirar por los alrededores de la casa y del colegio, además de recorrer el camino hasta el colegio varias veces, descubrieron al pequeño mono escondido y

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temblando debajo de un coche. No había podido moverse de allí desde que se fugó de la mochila, tenía mucho miedo. Al verlo, Ana se puso muy contenta y, cogiendo al monito entre sus brazos, lo arropó para que sintiera su calor y se le pasara el miedo. Volvieron contentos a la casa y esa noche Ana durmió toda la noche con su mono entre los brazos. Pero el mono, cada día que pasaba, se iba poniendo más y más triste; ya no se le notaba la energía del principio y apenas tenía ganas de moverse. Los padres de Ana la llamaron una mañana para hablar con ella. Le comentaron que, aunque ella estaba tan feliz con su monito, él, en cambio, cada día estaba más triste. Tenía que pensar que probablemente echaba de menos a su familia y el lugar donde vivía con ellos y que, aunque le gustara estar

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con ella, lo más seguro es que quisiera volver con los suyos. Le dijeron a su hija que empatizara un poco con el mono y que entendiera que a ella tampoco le gustaría estar lejos de la familia y de su casa. Ana estuvo pensando toda la noche sabiendo que tenía que tomar una decisión pronto y, aunque a ella no le gustara, debía pensar en lo mejor para su amigo el mono. A unos kilómetros del pueblo había una zona con mucha vegetación y una gran arboleda donde vivían animales de muchas especies. Lo habló con sus padres y, al domingo

siguiente,

iniciaron

camino

al

pequeño bosque para llevar al monito. Conforme se iban adentrando en el bosque, el mono cambió su actitud y empezó a dar saltos de alegría, se le veía cada vez más contento. Presentía que estaba muy cerca.....

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De

pronto,

alrededor

del

coche

aparecieron un grupos de monos de la misma especie que el monito de Ana. Los padres de Ana se sorprendieron mucho y se asustaron, pero su hija les dijo: "no os asustéis, es la familia del monito y están muy contentos porque vuelve a su casa.” Cuando abrieron la puerta del coche todos los monos se abrazaron y empezaron a chillar y saltar de alegría. Ana sabía que había hecho lo correcto; desde entonces, toda la familia aprovecha la menor ocasión para visitar a sus amigos en el bosque. Los sueños de Ana, después de esta experiencia, siguen siendo los mismos: ser veterinaria; pero teniendo en cuenta que cada animal debe estar donde le corresponde, con su familia y en su propio hábitat. Autora e ilustradora: Jennifer Paulina Soto Cabral 6º Ed. Primaria

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Érase una vez un mono que vivía en un zoológico. Todos los días miraba las montañas que se veían a lo lejos y soñaba con poder vivir allí. Al lado de su jaula estaba la de los leones y al mono le encantaba verlos comer y tomar el sol. Una tarde, uno de ellos se

le quedó

mirando fijamente y le dijo: _ ¿Quieres algo? El mono se asustó bastante al escuchar la voz del león y no sabía qué decir, pero como no había peligro se atrevió a contestarle: _ ¡Hola!, pareces triste, ¿te ha pasado algo? _ Sí, me acuerdo mucho de mi familia y mis amigos que viven lejos de aquí. _ ¿Dónde viven? _ Detrás de aquellas montañas.

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El león empezó a contarle cómo era aquel lugar, con verdes montañas, un río con agua limpia, muchos animales,…El mono estuvo atento a todo lo que su amigo le iba describiendo. Pero llegó la hora de irse a dormir y

los dos

animales se dieron las buenas noches. El mono casi no pudo descansar en toda la noche pensando en una forma de escapar del zoo y llegar a aquel lugar tan bonito. A la mañana siguiente, antes de que los cuidadores les llevaran la comida, el mono le comentó sus intenciones al león. A éste le pareció genial, pero, ¿cómo lo conseguirían? Esa era

la

gran

pregunta.

Los

dos

estuvieron

hablando durante todo el día para tratar de encontrar una buena manera de escapar. Cada

uno

fue

diciendo

lo

que

se

le

ocurría, pero enseguida veían los fallos que harían

que

su

aventura

Cuando ya era casi

no

terminara

bien.

de noche, el mono se dio

cuenta de que su jaula no estaba bien cerrada,

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¡no se lo podía creer!

Esperó a que todo

estuviera en silencio y, con mucho cuidado, se puso

a

llamar

al

león,

que

dormía

profundamente. Como no se despertaba, cogió unas piedrecitas y se las tiró a la cabeza. _ ¿Qué ocurre?_ dijo el león, sobresaltado. _ ¡No hagas ruido! _le contestó el mono en voz baja. _Escucha atentamente: mi jaula no está bien cerrada y he esperado hasta este momento para decírtelo; no quería que nadie se diera cuenta.

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_ ¡Bien! _exclamó entusiasmado el león. _ ¡Qué no hagas ruido te digo! _insistió el mono. Los dos estaban muy contentos pensando en la suerte que habían tenido. Y por fin llegó el momento; el mono dio unos pequeños golpes al cerrojo de la puerta de su jaula hasta que consiguió abrirla; el león lo miraba sin pestañear. Después de un rato, salió y abrió la puerta de la jaula de su amigo. Muy despacio, y mirando a su alrededor, los dos animales saltaron el muro del zoo y se dirigieron a las montañas. Caminaron toda la noche, no querían descansar por miedo a que los capturaran. Ya estaba haciéndose de día cuando el león dijo: _

Tenemos

que

parar

un

momento

a

beber agua, si no, no llegaremos. _ ¿Falta mucho todavía? _ preguntó el mono.

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_ No, pasando aquellos árboles _contestó su amigo. Y al fin llegaron. _

¡Lo

conseguimos!

_exclamó

el

león,

_ ¿ves cómo faltaba poco? Todo era como el león lo había contado. ¡Por fin se había cumplido su sueño! Autor e ilustrador: Ismail Mazouzi 6º Ed. Primaria (A. Diversidad)

ATRÉVETE (Historia de una chica común, en un lugar común) ¡Hola! Soy Lía. Nací el día 9 de noviembre y, según dice mi madre, era muy pequeñita… Pero, mejor os adelanto un poco mi historia. Un bonito día de primavera estaba esperando en la fila del colegio y vi en ella

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a un niño al que no conocía. Sonó la sirena y, una vez en clase, la maestra nos presentó a ese niño (sí, a ese mismo que había visto antes en la fila). Dijo que se llamaba Leo y que se había mudado aquí hacía poco tiempo con sus padres y su hermana. La maestra le indicó que se sentara a mi lado. Me pasé toda la hora haciéndole preguntas, y él a mí también. Al principio, pensé que era muy tímido y que sería como el resto de los chicos, es decir, un fanático del fútbol; pero no, congeniamos muy bien. Lo que sí me pareció raro fue, que cuando salimos del colegio, Leo se marchara a casa por el mismo camino que yo. Cuando llegué a la altura de mi casa, me enteré de que era mi vecino. Lo bueno es que, a partir de

entonces

iba

y

venía

del

cole

acompañada. Estuvimos en la misma clase hasta nuestra graduación pero, después, cada

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uno fuimos a un instituto diferente y nuestros

caminos

se

separaron.

Sin

embargo, en todo el tiempo que pase con él, yo creo que me enamoré. Habían pasado siete años y yo ya estaba

en

la

arquitectura.

universidad Una

tarde,

estudiando salí

de

mi

apartamento para pasear a mi perrita y, cuando iba por el parque, me di cuenta de que un perro se me acercaba corriendo y, detrás de él, un chico. El perro se paró delante de mí y el chico dijo que se le había escapado al abrir la puerta para sacarlo. Estuve hablando con él y me dijo que se llamaba Leo, y que venía de Jumilla. Mi

corazón

dio

un

vuelco,

porque

yo

también conocía a un Leo. Le pregunté si se acordaba de una tal Lía, que iba con él al colegio; me dijo que sí, y en ese momento me di cuenta de que era él y así se lo dije. Nos sentamos en un banco, debajo de un árbol, y estuvimos varias horas hablando

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sobre cómo nos había ido durante todo este tiempo. Desde hace años estaba enamorada de él, había pensado en él infinidad de veces, pero me daba vergüenza decírselo; así que pensé que mejor no era el momento. Cuando arrepentí

llegué de

a

mi

apartamento

no haberlo

me

hecho porque

podría ser la última vez que lo viera.

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Pero al día siguiente me lo encontré de nuevo y pensé: “ahora o nunca” y que ésta podría ser mi única oportunidad para decírselo.

Me

comentó

que

me

estaba

buscando porque me tenía que decir algo importante, y le dije que lo mismo me ocurría a mí. Como no nos decidíamos sobre

quién

hablaba

primero,

nos

inclinamos por hablar a la vez. Y los dos dijimos

a

la

vez

la

misma

frase:

“TE

QUIERO”. También me confesó que se había enamorado de mí el primer día en que me vio. Cuando respectivas

ambos

carreras

acabamos y

nos

nuestras

graduamos,

formamos la empresa L&L. Yo diseño casas y él, las decora y amuebla al gusto del cliente, pero con mucho arte y estilo. ¡Es muy buen interiorista! Así fue como nos conocimos a través de una historia que se repitió dos veces.

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Recuerda, hay que arriesgar para conseguir lo que queremos porque, como dicen los científicos, siempre se acierta a la última.

Autora e ilustradora: María Pérez Mateo 1º Ed. Secundaria

¡Hola! Soy Carlos, un chaval normal y corriente que sueña con ser astronauta; tengo 13 años, soy alto, tengo el pelo castaño y los ojos verdes. Y todas las noches tengo la misma pesadilla. Despierto en Marte y tengo enfrente a un alien que me repite una y otra vez: “rescátame, rescátame, rescátame…” y, seguidamente, me lanza hacia la Tierra. Justo antes de estamparme contra el suelo, me despierto y veo una sombra reflejada en la pared. Cuando enciendo la luz y vuelvo a apagarla, la sombra ya ha desaparecido. Pero vuelve a la noche siguiente…

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Ya estaba cansado de tantas pesadillas, así que una noche decidí enfrentarme a él; cuando me desperté, le pregunté a la sombra: _ ¿Dónde puedo encontrarte? _ Justo debajo de tu casa _ me respondió. Hacía poco tiempo que nos habíamos mudado a aquella casa, en una ciudad más pequeña. A mi padre lo habían trasladado por motivos de trabajo. La casa era un poco antigua pero no estaba mal. Al escuchar lo que me dijo la sombra, recordé que mamá había dicho que la vivienda tenía un sótano, pero que no debía entrar en él. Al día siguiente, me quedé solo en casa, pues mi padre estaba en el trabajo y mi madre había salido a comprar. Busqué la entrada a ese sótano y la encontré debajo de la alfombra del salón. Era una trampilla de madera bastante vieja y, además, estaba cerrada con llave. Al no encontrar la llave por ningún sitio, decidí forzarla y, como ya he dicho que era muy vieja, el cerrojo se desprendió y pude abrirla sin dificultad. Había unas escaleras y empecé a descender por ellas.

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Instantáneamente, un robot me saludó: “¡Hola, señor Carlos!”. Yo no entendía muy bien lo que estaba pasando; el robot siguió hablando y dijo que iba a ser mi asistente personal, así que yo le contesté: _Si eres mi asistente, quiero que me digas qué ocurre aquí. Él me dijo que mi madre trabajaba para la NASA, y que estaba realizando un experimento alto secreto. Para ello, tenía un espécimen muy raro oculto en ese sótano, el cual tenía poder para comunicarse con humanos y que por eso se había comunicado conmigo. _¡Quiero ver ese espécimen inmediatamente!, _le dije yo. _ Está bien, señor Carlos _contestó el robot. Inmediatamente me condujo hasta un ascensor futurista, y me dijo que él no podía pasar de ese punto y que tendría que continuar el viaje solo; yo acepté sin dudarlo. Entré en el ascensor y no tuve que darle a ningún botón, él solo se puso en movimiento, pues era un ascensor inteligente y sabía a dónde me tenía que llevar.

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El ascensor estuvo bajando durante un buen rato y, cuando por fin se paró, cuál no sería mi sorpresa cuando un letrero luminoso indicaba que estábamos a tres mil metros bajo el nivel del mar. Al salir del ascensor, me encontré en una sala donde había un montón de aparatos con muchos botones de colores; pero lo que más me impresionó, fue una gran cápsula en cuyo interior se encontraba una especie de humanoide.

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De repente, escuché una voz que decía: “rompe la cápsula y sálvame”. No era la primera vez que escuchaba esa voz. Allí estaba el alien protagonista de mis sueños. Miré a mi alrededor y encontré sobre una mesa un trozo de lo que parecía una roca bastante extraña; lo cogí y lo lancé hacia la cápsula. Esta se rompió con el impacto y el alien pudo salir. Una vez libre, me dijo: “muchas gracias por salvarme”. Entonces me di cuenta de que no hablaba, sino que se comunicaba conmigo a través de la mente. A continuación le escuché decir: “espero que nos volvamos a ver en el planeta rojo, mi planeta”. Y, dicho esto, desapareció. Desde entonces he estudiado con tesón para ser astronauta y hoy es un día muy especial para mí, pues me juego el poder volver a ver a mi amigo. Hoy tengo el examen más importante de mi vida. ¡Deseadme suerte! Autor e ilustrador: Jesús Ruiz Jover 2º Ed. Secundaria

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Desde que nació, Cloe llevaba el baile en la sangre. Cuando empezó a andar, y cada vez que sonaba alguna música, su cuerpo se movía al ritmo de ésta y pronto empezó a marcar algunos pasos de baile. Al cumplir los tres años, a pesar de que sus padres no tenían una buena situación económica, era tal la afición que veían en ella, que decidieron apuntarla a clases de ballet. Conforme pasaba el tiempo, a la niña le gustaba más y más el baile y su profesora veía que tenía verdaderas aptitudes. Cuando Cloe cumplió 10 años, se había convertido ya en una gran bailarina. Morena, con ojos color de miel, delgada y muy simpática, sobresalía bailando por encima de las demás compañeras de academia.

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Su profesora decidió que era el momento de inscribirla

para

competir

en

el

campeonato

nacional de danza. Ella estaba muy ilusionada y decidió esforzarse al máximo el tiempo que quedaba para la competición, a fin de quedar en un buen puesto, por su profesora y por ella misma. Por otro lado, la situación económica de sus padres había mejorado, y se podían permitir pagar el precio de la inscripción, así como acompañar a su hija hasta la ciudad donde se celebraría el campeonato; por lo que no había nada que impidiera que Cloe alcanzara su sueño.

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Llegó el día tan esperado. Cloe estaba bastante nerviosa; sus padres y su profesora la animaban diciéndole que iba a salir todo bien. Pero, cuando estaba actuando, al hacer un salto, sufrió una caída y se hizo mucho daño en la rodilla. No se podía mover, así que tuvieron que llevarla al hospital. Allí les dijeron que tenía una grave fractura y que tenían que operarla. Cuando Cloe despertó de la operación llegó el médico y le dijo que era una niña muy fuerte y que la operación había salido bien pero que se olvidara de volver a bailar. A Cloe se le cayó el mundo encima. “¿Cómo voy a olvidarme, si el baile es mi pasión”, decía llorando. Al fin salió del hospital y volvió a casa y al poco tiempo empezó la rehabilitación. Al terminar ésta, Cloe dijo que quería volver a bailar. Al principio, la rodilla le fallaba de vez en cuando, pero ella se propuso ir poco a poco y no forzarla demasiado al principio. No le importaba el tiempo que tardara, ella sólo quería volver a bailar.

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Así que fue aumentando su esfuerzo de manera progresiva hasta que, al cabo de un tiempo, estaba casi al cien por cien de su rendimiento. Entonces, la profesora le pregunta que si estaría dispuesta para volver a competir y ella, sin dudarlo, le dice que sí. Sus padres no estaban para nada de acuerdo con que volviera a competir, pero Cloe los convenció diciéndoles que era su sueño y también su decisión y que no se podían negar. Al fin llegó el día de la competición y Cloe estaba más tranquila y segura que nunca. Todo iba estupendamente sobre el escenario y, cuando llegó el momento de saltar, analizó perfectamente el movimiento que tenía que realizar, lo hizo y lo consiguió. ¡Le salió fabuloso! Todo el mundo aplaudió y el jurado se quedó impresionado. Cloe consiguió el segundo puesto, lo cual era todo un logro después de que todo el mundo, menos ella misma, creyeran que ya no podría volver a bailar. Después de aquella experiencia, Cloe siguió bailando, por supuesto, y ahora tenía más claro

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que nunca que, de mayor, quería ser profesora de baile. Y es que el esfuerzo y la perseverancia siempre tienen su recompensa, y a Cloe le permitieron cumplir su sueño. Autora e ilustradora: Laura Pérez Moreno 2º Ed. Secundaria (A. Diversidad)

¡Hola!, me llamo Fran, tengo 14 años y lo que me ocurrió el verano pasado no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Estaba caminando por el monte de Santa Ana y vi algo brillando en el suelo, me pregunté qué era y me acerqué para ver; lo que vi me traumatizó: era un reloj que tenía mala pinta, pero yo lo cogí con incertidumbre sin pensar en las terribles consecuencias tan que me podría traer en el futuro.

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Al principio parecía un reloj como otro cualquiera, pero a medida que pasaban las semanas y los meses, cada vez brillaba más y más. No sabía explicar lo que ocurría pero el caso es que todo lo que pensaba, se hacía realidad como por arte de magia. Se lo conté a mi madre y se asustó mucho y me contó una historia. Resulta que ella, cuando tenía más o menos mi edad, haciendo una excursión con varios amigos, habían encontrado ese mismo reloj, lo cogieron y, desde entonces, empezaron a sucederles cosas muy extrañas. El reloj los arrastró a un juego maligno del que no podían salir si no pasaban unas pruebas muy arriesgadas en las que peligraba su propia vida. Algunos de los amigos consiguieron sobrevivir, pero otros no lograron aguantar las pruebas del maligno reloj.

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Yo, al principio no me creí la historia, pero mi madre me dijo muy seria que me deshiciera del reloj mágico. Sin embargo, aunque le dije que lo haría, me entró la curiosidad de jugar, y ¡fue la peor decisión de mi vida! Reuní a varios de mis amigos y les expliqué lo que me traía entre manos. Todos aceptaron porque, la verdad, éramos un grupo al que nos gustaban los riesgos. Sacamos el reloj y, de pronto, ocurrió algo espeluznante: el reloj mágico se abrió y debió de salir de su interior una especie de polvo o de vapor que nos dejó a todos inconscientes. Cuando nos despertamos, unas personas con máscaras blancas nos dieron la bienvenida y nos explicaron las normas del juego. Queríamos volver a nuestro mundo, pero nos explicaron que, si no hacíamos todas las pruebas en dos horas y media, no sólo no nos dejarían volver, sino que nos matarían.

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Para la primera prueba había diez cálices encima de una mesa, uno de los cuales contenía un veneno que tardaba bastante en hacer efecto. Éramos nueve jugadores y, probablemente, uno no sobreviviría. Todos debíamos beber, así que cada uno cogimos un cáliz y bebimos. Sabíamos que el veneno tardaba en reaccionar, las personas de las máscaras blancas empezaron a reír mientras nos decían que todos los cálices estaban envenenados y, que si no encontrábamos pronto el antídoto, todos moriríamos. Se me ocurrió que uno de ellos podría tener ese antídoto; así que cogí un puñado de tierra y se lo lancé a todos los enmascarados a la cara. Fallo mío, porque, al llevar la máscara, no les entró nada de tierra a los ojos. Ellos se enfadaron y no nos dejaron seguir con las pruebas. Nos llevaron ante su líder, quien nos dijo que no habíamos logrado pasar las pruebas y dio la orden de que nos mataran a todos. Yo

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pensé que era una broma, hasta que nos apuntaron con unas lanzas. Creí que este iba a ser mi último día con vida.

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Lo que no sabían ellos es que yo llevaba mi teléfono móvil y que mi madre, preocupada porque no volvía a casa, fue a buscarme siguiendo el localizador. Cuando llegó hasta donde estábamos, lo primero que vio fue un montón de cadáveres y a nosotros junto a ellos. Entonces, mi madre avisó a la policía y entró con ella a rescatarnos. Al escuchar las sirenas de la policía, los de la máscara blanca hirieron gravemente a dos de mis amigos y se fueron huyendo. Aún traumatizado, quise buscar el reloj y destruirlo para intentar que todo volviera a la normalidad. Lo busqué donde nos habían narcotizado, pero no estaba allí. Pasaron los años y, poco a poco, me fui olvidando de todo lo que pasó ese día. Hasta que, mucho tiempo después, iba paseando por el campo con mi primo Pedro, cuando éste encontró en el suelo de nuevo el reloj maldito. Por suerte, reaccioné rápido y, antes de que

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pudiera

siquiera

cogerlo,

lo

destruí

machacándolo con una piedra. Entonces vi que por detrás llevaba una inscripción que decía así: “Quien intente destruir este reloj sufrirá unas consecuencias terribles por parte del grupo de la máscara blanca.” Al romperse el reloj volvieron a salir de su interior esos polvos raros y, al despertarme, me encontré en un bosque yo solo con el grupo de la máscara blanca rodeándome con sus lanzas. En el suelo habían pintado un círculo con sangre. Yo, asustado, comencé a chillar, al tiempo que pensaba: “¿quién me va a escuchar en medio del bosque?” Cuando empezaron a acercarse fui asustándome más e instintivamente, cerré los ojos. Escuché un ruido muy raro y, sin abrirlos, empecé a gritar para que alguien me oyera. No escuchaba nada, sólo el ruido del viento, así que abrí los ojos y me encontré

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escrito en un árbol: “Has logrado superar la prueba”. Asustado, empecé a correr y me tropecé con algo que sobresalía de la tierra. Era una botella con un papel dentro. Cogí la botella y seguí corriendo. Al llegar a casa, mi madre vino a darme un abrazo. Me preguntó que dónde me había metido y yo no pude explicárselo. Le enseñé la botella que había encontrado, sacamos el papel y

leímos: “Enhorabuena, has conseguido

superar la prueba y esta será la recompensa: puedes utilizar este reloj cuando quieras, pues contiene una magia muy poderosa”. No sabía qué hacer, así que lo utilicé para hacer el bien en el mundo y para intentar detener a las personas de las máscaras blancas. Autor e ilustrador: Naim Taouatti Bastán 3º Ed. Secundaria

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Mi nombre es Marcos y os voy a contar una pequeña reflexión sobre mi vida. Todo comenzó como una mañana cualquiera. Yo estaba en la calle sentado en la acera preparando mi guitarra para tocar algo por un par de monedas. Como siempre, la gente pasa por delante de mí y no suelen prestarme atención, pero ese día llegó una persona que me preguntó que si yo era Marcos. Me quedé sorprendido y, obviamente, le respondí que sí, preguntándole que quién era y si nos conocíamos; al instante me respondió: “Soy Lucas, el hermano de Hugo, que iba contigo a clase”. En ese momento recordé a Hugo, ese maldito Hugo, y agaché la cabeza diciéndole con ironía que le diese recuerdos a su hermano de mi 57


parte. Sinceramente, no quería hablar más con Lucas, pero él insistió y me habló de un trabajo que podría interesarme, dada mi situación de pobreza. Desde ese instante, mi vida iba a cambiar por completo, aunque yo no me diese cuenta todavía. Nos subimos a su coche y me llevó frente a unos tipos que utilizaban un taller para traficar con vehículos robados. - Ahí es donde entramos nosotros –me dijo Lucas- lo que hacemos es forzar la cerradura de coches y motos para poder arrancarlos y traérselos al jefe. Todo nos iba muy bien y parecía que nunca se iba a acabar; íbamos, robábamos y nos pagaban. Un día, Lucas y yo caminábamos por la calle cuando, de repente, al volver una esquina, vimos un coche de lujo aparcado delante de la puerta de una casa. Se me iluminaron los ojos y me obsesioné con ese

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coche, lo quería y lo necesitaba, ya que sabía que me darían mucho dinero por él. Había comenzado a fumar por culpa de Lucas, esto me tranquilizaba antes de un robo y, aunque supiera que era malo para la salud, me daba igual; yo lo único que quería era ver los billetes en mi mano y hacía cualquier cosa con tal de conseguirlos, aunque eso conllevase dañar mi propio cuerpo o el de los demás. Siendo sincero, estaba llegando a un punto de locura, ya que sólo pensaba en ese maldito coche y un día decidí robarlo por mi cuenta; eso sí, cogí el coche de Lucas sin permiso, ya que yo no tenía vehículo propio. Una hora después estaba frente a ese coche y, mientras terminaba de fumar, pensaba en cómo lo haría. Al abrir el coche me decepcioné un poco, ya que me fue bastante fácil hacerlo; aunque, pensándolo bien, debía estar orgulloso, pues había mejorado bastante mis habilidades de robo, pero eso no importa ahora. Conduje hasta la puerta del 59


taller y, al acelerar, el ruido del coche alertó a mi jefe y a Lucas, que salieron corriendo; al ver el coche se quedaron sorprendidos, no pensaban que fuese capaz de robar algo de tanto valor. Ahora tenía dinero y Lucas me llevó a un bar junto a un amigo suyo. Comenzamos a hablar y al rato empecé a encontrarme mal. Lucas me había drogado y me quitó todo el dinero que llevaba encima. Al pasarse el efecto de la droga, Lucas y yo discutimos sobre el tema y él me insultó llamándome farsante. Sinceramente, creo que lo que pasó fue una señal de que debíamos parar de hacer lo que hacíamos, ya que nuestras malas acciones podían, el día menos pensado, volverse en nuestra contra. Pero dada la situación, ninguno de los dos lo dejaríamos porque, aunque el riesgo fuera muy grande, la recompensa era igual de generosa, o eso es lo que creíamos.

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Unas semanas más tarde, Lucas seguía cabreado y el jefe nos dijo que ya era hora de conseguir nuevos objetivos con más valor y, por lo tanto, más beneficio. Al escuchar esa palabra, nuestra mentalidad cambiaba y, aunque siguiésemos enfadados, seríamos profesionales y trabajaríamos juntos. Dando vueltas por la ciudad, nos dimos cuenta de que teníamos los objetivos más valiosos todo el rato ante nuestros ojos: las casas serían lugares perfectos para encontrar cosas de gran valor. Esa misma noche nos preparamos para entrar a robar. Primero saltamos un muro que rodeaba la residencia, después forcé la cerradura y, al estar dentro de la casa, comenzamos a coger todo lo que había de valor y a meterlo en las mochilas que llevábamos. Todo iba según lo previsto hasta que escuchamos una voz, era el dueño, un hombre de unos cuarenta años, que nos estaba amenazando con un arma. Rápidamente nos preguntó quiénes éramos y qué hacíamos en su 61


casa; no pasó mucho tiempo hasta que la policía llegó. En ese momento yo me encontraba en shock, mientras que Lucas planeaba, sin que yo supiera nada, cómo escaparse. Y así fue. Lucas logró escapar mientras la policía entraba y me arrestaba. Después de todo esto me llevaron a juicio y me condenaron por varios delitos y robos a cincuenta años de cárcel.

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Llevo un mes aquí, en la prisión desde donde estoy escribiendo esto. Tengo veintitrés años y pasaré toda mi juventud entre rejas. Por lo que sé, Lucas sigue desaparecido. El muy miserable no dudó ni un segundo en dejarme tirado para no tener que cargar con la culpa. Ahora que tengo mucho tiempo para pensar, me doy cuenta de que estaba solo rodeado de farsantes que no respetaban ni lo más mínimo mis decisiones; al contrario, solo las criticaban para conseguir sus propios intereses. Me siento como si hubiera sido un perro guiado por su amo para que le traiga las zapatillas de andar por casa. Escribo esto para que la gente reflexione y no cometa los mismos errores que yo he cometido, ya que nada es para siempre y el camino fácil para conseguir dinero tiene un precio muy alto que, en muchos casos, es la libertad o, incluso, la propia vida. Autor e ilustrador: David Ríos Tenesaca 4º Ed. Secundaria 63


¿Y mi valor? Intervino el León en tono ansioso. Estoy seguro de que te sobra valor respondió Oz. Lo único que necesitas es tener confianza en ti mismo. No hay ser viviente que no sienta miedo cuando se enfrenta al peligro. El verdadero valor reside en enfrentarse al peligro aun cuando uno está asustado, y esa clase de valor la tienes de sobra.


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