Dibujo realizado por Marta Lastras Tortosa (1ยบ E.S.O.)
XIX Certamen Literario
Jumilla, abril de 2016
Relación de Ganadores 3 er Curso Infantil: MIGUEL GILAR BERNAL “El Autobús que Lleva a los Animales” 1 er Curso Primaria: JORGE INIESTA LÓPEZ “Janna” 2º Curso Primaria: PEDRO ALONSO ESTEBAN “El Fantasma de mi Barrio” 3 er Curso Primaria: ELISEA MARTÍNEZ CUTILLAS “Sara y sus Amigos” 4º Curso Primaria: HOUDA MOUSSA EL MOKHTARI “Bruja Mala, Bruja Buena” 5º Curso Primaria: PILAR GONZÁLEZ GUARDIOLA “La Magia de Río Plateado” 5º Curso Primaria. Apoyo: SELENA FELIPE ORTUÑO “Las Tres Amigas” 6º Curso Primaria: Mª CARMEN ZARAGOZA TORRES “El Tesoro del Lago” 1 er Curso Secundaria: LUCÍA FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ “Un Viaje por el Tiempo” 1 er Curso Secundaria. Apoyo: Mª JESÚS PÉREZ RODRÍGUEZ “El Diario de Ágata” 2º Curso Secundaria: LEANDRA JIMÉNEZ QUÍLEZ “Siempre hay una Salida” 3º Curso Secundaria: RAQUEL OLIVARES TORRES “Relatos de Agua Inteligente” 4º Curso Secundaria: MIMOUNA BADI “Una Oración”
Había una vez muchos animales domésticos que no tenían fruta en su granja. Los animales decidieron coger un autobús para ir a Murcia. En
Murcia,
las
personas
se
quedaban
sorprendidas al ver a todos los animales con su granjero. Allí, encontraron toda la fruta que necesitaban, pero cuando era la hora de volver a la granja el autobús no estaba. Entonces los animales tuvieron que llamar a otro autobús y llegaron muy tarde a la granja.
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Como tenían muchas ganas de comer fruta, se comieron un poco de la que habían comprado. Después se fueron a descansar y al día siguiente guardaron toda la fruta que les quedaba. Y colorín colorete, este cuento se hizo un cohete. Autor e ilustrador: Miguel Gilar Bernal 3er E. Infantil (5 años)
Érase una vez un hada muy pequeña que se llamaba Janna. Tenía los ojos pequeños y de color azul y el pelo rubio. Su vestidito era de color rojo con flores de colores. Vivía en una seta. Un día se encontró con un enanito que era todavía más pequeño que ella. El enanito estaba triste porque quería ser más grande. El hada le dijo: -No te pongas triste. Nosotros somos pequeñitos, pero es que donde vivimos todo es pequeño. Mira mi
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seta, que pequeñita es. ¿Para qué queremos ser grandes? Si fuésemos grandes no podríamos vivir aquí.
El enanito le contestó: -Pues es verdad. Venga, ¡vamos a jugar! Se hicieron amigos para siempre y fueron felices en su mundo pequeñito y comieron perdices. Autor e ilustrador: Jorge Iniesta López 1º E. Primaria
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Érase que se era un fantasma que se llamaba Sorpresas. Tenía los ojos grandes, transparentes y los brazos largos. Vivía
en mi barrio y todos los
vecinos lo conocían. Tenía las llaves de los armarios
de todos los
vecinos. Se metía dentro y daba sorpresas. Todos estábamos acostumbrados a sus sorpresas, cuando cada mañana abríamos el armario para coger la ropa para vestirnos.
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Un día llegó a mi barrio un niño nuevo, que venía de otro pueblo, con sus padres. No sabía que había un fantasma por el barrio. El niño se escondió en el armario de su casa para jugar y, de repente, encontró al fantasma Sorpresas dentro. El niño se llevó un gran susto y salieron los dos corriendo. Después se hicieron amigos, pues cada vez que se veían se acordaban del susto que se llevaron los dos y se reían mucho cuando lo recordaban. Y este cuento colorado, ya se ha acabado. Autor e ilustrador: Pedro Alonso Esteban. 2º E. Primaria
Había una vez una niña llamada Sara. A Sara no le gustaba mucho salir a pasear o al jardín, pues no deseaba conocer gente nueva.
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Cuando salía del colegio se iba para su casa sola, sin pararse con sus compañeras de clase. Sus padres estaban preocupados por esta situación y decidieron regalarle un perro, así tendría la obligación de salir de casa a diario. La niña se llevó una gran alegría, ya que le gustaban mucho los animales. Lo primero que hizo Sara fue ponerle un nombre: le llamó Roqui. Todos los días salía a pasear a Roqui, pero rápidamente
volvía
a
casa
porque
seguía
sin
gustarle caminar por la calle. Un
día,
cuando
estaba
paseando
con
el
animal, otro perro se les acercó. De momento, Sara se asustó porque no sabía qué hacer. Al fin decidió esperar a ver lo que ocurría y pudo ver como Roqui había hecho un nuevo amigo. Sara veía como aquel perro jugaba con Roqui y que los dos lo estaban pasando muy bien.
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De repente, apareció un niño gritando el nombre de Lasi, y el perro acudió rápidamente a la llamada de su amo. El niño se alegró mucho de volver a ver a su perro, pues hacía ya rato que lo había perdido de vista. Después se acercó a Sara, pero ésta se puso nerviosa al ver que el niño se acercaba cada vez más, hasta que, por fin, le dijo:
-
Hola, yo me llamo Javier y mi perra se
llama Lasi, ¿tú cómo te llamas?.
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Sara
estaba
tan
nerviosa
que
no
podía
contestarle pero, después de unos segundos, le dijo: - Me llamo Sara, y mi perro Roqui. Y desde aquel momento, Pedro y Sara se veían todos los días en el parque, a esa misma hora, para que ellos y sus perros jugaran juntos. Colorín colorado, estos amigos inseparables, juntos han acabado. Autora e ilustradora: Elisea Martínez Cutillas 3º E.Primaria
Había una vez, en un pueblito pequeño y cercano a un bosque muy oscuro de árboles gigantes, dos niñas llamadas, Houda y Aya. Eran las dos altas, con el pelo largo y negro, y con los ojos marrones. A Houda le encantaba inventar y escribir cuentos; en cambio, a su amiga Aya, le gustaba más leerlos y escucharlos.
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Un día, oyeron hablar de la historia de una bruja, que decía que era una bruja muy mala, que vivía en el bosque cercano al pueblo y que nunca salía de su cueva. La curiosidad les pudo a las dos amigas que, ni cortas ni perezosas, se fueron en busca de la cueva donde vivía la bruja; eso sí, con bastante miedo en el cuerpo.
No habían andado más de una hora, cuando Houda y Aya encontraron la cueva. Miraron por un ventanuco y vieron a una muchacha un poco mal vestida y con el pelo muy mal peinado. En seguida pensaron que sería la bruja, pues estaba llorando y diciendo: - ¿Por qué ningún humano quiere ser mi amigo o amiga? No es justo que yo esté siempre sola. A Houda y a Aya les dio tanta pena de la bruja que, perdiendo el miedo, llamaron a la puerta. La bruja, que ya sabía que estaban
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mirando y lloraba para engañarlas, abrió la puerta para seguir con el engaño y atrapar así a las niñas. Cuando entraron en la cueva, las niñas le dijeron con gran entusiasmo a la bruja: - No te preocupes nosotras seremos tus amigas y las tres seremos inseparables. - ¡Gracias!, ¡Gracias!- les respondió la bruja- pero para que nunca os olvidéis de vuestra promesa, ya me encargaré yo de de que nunca os separéis de mí. Dicho lo cual, les lanzó un hechizo para que las niñas fueran siempre sus prisioneras. Las tres parecían amigas, se lo pasaban muy bien juntas porque todo a lo que jugaban le gustaba a la bruja. Pero cada vez que las niñas querían terminar y marchar a su casa con sus familias, la bruja les recordaba la promesa y las ellas no podían hacer otra cosa que quedarse allí. Estaban presas, y también cansadas y hambrientas, pues la bruja no quería dejar de jugar y no paraban ni para descansar ni para comer. Cuando se hizo de noche y los padres de las niñas vieron que no volvían, se pusieron muy nerviosos. Todos juntos fueron a pedir ayuda a los demás habitantes del pueblo e, inmediatamente, comenzaron la búsqueda por todas partes. Como era de noche, cogieron antorchas para iluminarse y se llevaron a los perros, que sabían oler el rastro, y fueron por el bosque hasta que dieron con la cueva de la bruja. Esta, al ver a toda la gente, se vio perdida y les quitó el hechizo a las niñas, diciéndoles: 11
- Por favor, perdonadme, pero es que estoy muy sola de verdad y nadie quiere jugar conmigo. Si sois mis amigas, no haré más hechizos malos. Las niñas, que eran muy buenas, la perdonaron y, cuando abrieron la puerta de la cueva, dijeron a sus padres que se habían quedado por su gusto y no le echaron la culpa a la bruja. Los padres y todos los del pueblo no se podían enfadar con las niñas, pues tenían mucha alegría por haberlas encontrado. Al final, todos los vecinos del pueblo quisieron ser amigos de la bruja y hay que reconocer que todo eso fue gracias a Houda y Aya. Y, colorín colorado, esta bruja se ha alegrado. Autora e ilustradora: Houda Moussa El Mokhtari 4º E. Primaria
Esta es la historia de un chico joven llamado Pedro. Pedro vivía con sus padres, su hermana y su perro flauta en una pequeña aldea llamada Rio Plateado. La aldea era atravesada por un río que, dependiendo de la época del año, adquiría unos colores
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extraordinarios; a veces, en la estación de invierno, cuando helaba, alcanzaba un color plata brillante; los habitantes del pueblo, entonces, decían que era mágico. Tanto los niños como las personas mayores, patinaban en el río en los meses más fríos del año. Pedro, en cuanto encontraba un momento, se iba con su perro flauta a pasear por sus alrededores. Allí hallaba la inspiración para componer música. Era su gran afición. La aldea era muy humilde y sus habitantes vivían muy dichosos. Pero Pedro no era del todo feliz. Desde niño, tenía una gran ilusión: ser director de orquesta. Sus padres se esforzaron en darle estudios de música desde que era muy pequeño pero, conforme iba creciendo, sentía que su sueño no se cumpliría nunca, ya que la aldea se le quedaba pequeña. Allí no había conservatorio de música y el más próximo pillaba a varias horas de distancia, lo que hacía imposible que Pedro consiguiera su sueño.
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Un día, paseando por los alrededores del río se le ocurrió una idea: fundar una banda de música en la aldea. Se lo propuso a sus padres, quienes le animaron a que hablara con los aldeanos de Río Plateado y formaran su propia banda de música. Los aldeanos aceptaron de buen grado su propuesta y, con mucha ilusión, comenzaron a estudiar solfeo, luego instrumentos y poco a poco se fue creando una gran banda. Al cabo de unos meses empezaron a tocar en las fiestas de la aldea. Después de varios conciertos en Río Plateado, consiguieron un contrato para tocar en la aldea de al lado: “El Altiplano”. Pedro todavía dudaba de su talento y pensaba que se pondría muy nervioso y que todo le saldría mal; no le gustaba salir de su entorno. Los componentes de la banda eran más optimistas y, al contrario que Pedro, pensaban que les saldría fenomenal. Sin embargo, algo no funcionaba bien, ya que notaban a su director triste. El día anterior a la actuación, Pedro estaba muy nervioso; esa noche soñó que no podría tocar y que todos se reirían de él. Ante el asombro de sus padres, no se levantó en todo el día. Tuvieron que suspender la actuación diciendo que el director de la banda estaba enfermo. Pasaron los días y Pedro estaba cada vez más triste, lo único que hacía era pasear por la orilla del río con su perro. Un día muy frío, caminando, vio un reflejo en el agua que le llamó la atención y, al acercarse, percibió algo dorado sumergido. Cogió una piedra y la tiró al río; al romperse el hielo salió a flote un palo dorado en forma de batuta. Pedro lo cogió y, al tocarlo, notó unas ganas locas de componer e interpretar música.
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Salió corriendo hacia la plaza de la aldea, convocó a los miembros de la banda de música y les pidió perdón diciéndoles que, a partir de ese día, no les defraudaría más. Por fin llegó el día de su primer concierto en la aldea vecina; estaba muy nervioso, no sentía los brazos y se asustó. Entonces cogió la batuta dorada y, sin darse cuenta, sus manos empezaron a moverse con gran maestría. Todos se quedaron con la boca abierta. A partir de ese día los llamaban para tocar en todas las aldeas vecinas. Pedro siempre llevaba su batuta dorada, pero todo había cambiado: tenía más confianza en su trabajo y sabía que, aunque cambiara de batuta, ya todo le saldría bien. Había superado su timidez. Autora e ilustradora: Pilar González Guardiola 5º E. Primaria
Había una vez tres amigas que se llamaban Lucía, María y Alba, que iban al mismo colegio. Un día, al salir de clase, pasaron cerca de una casa abandonada de la que salían ruidos muy extraños. Como eran muy curiosas, entraron dentro, pero todo estaba muy oscuro y les daba bastante miedo. Con cuidado y agarradas de la mano, recorrieron la casa hasta que llegaron al salón, y allí vieron 15
una bola de cristal encima de una mesa vieja. Lucía cogió la bola y notó mucho frío en las manos. La bola empezó a brillar despidiendo una luz rosa que lo iluminaba todo. De repente, vio a través de la bola un cofre negro lleno de dinero, enterrado en un lugar cerca de allí.
Las tres amigas salieron rápidamente de la casa y fueron en busca del cofre que, según habían visto en la bola, estaba escondido en un rincón del puente que cruzaba el río. Después de excavar un rato en la tierra, por fin apareció el cofre; lo abrieron, y vieron que, efectivamente, estaba lleno de dinero. Lo cogieron, llevándoselo todo a casa. Una vez allí, Lucía, María y Alba se pusieron a pensar qué podrían hacer con el dinero encontrado. En ese 16
momento, a María se le ocurrió que podían llevarlo al Ayuntamiento para que el alcalde hiciera en el pueblo un parque con un tobogán y columpios. Así lo hicieron, y todos agradecieron a las tres amigas lo que habían hecho por su pueblo. Autora e ilustradora: Selena Felipe Ortuño 5º E. Primaria (Atención a la Diversidad)
Hace un tiempo, en algún lugar, había un niño que se llamaba Vicente. Tenía once años, era pelirrojo y, cuando sonreía, se le marcaban dos hoyuelos en las mejillas; un enorme flequillo le tapaba la frente. Era pleno verano y Vicente estaba de vacaciones, así que no tenía mucho que hacer. Como se aburría, decidió ir a la Biblioteca Municipal, pues por allí iban algunos de sus amigos y podría entretenerse con ellos.
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Cuando llegó a la biblioteca, no había nadie, solo el bibliotecario; un señor mayor, con unas gafas enormes, que leía muy concentrado. Se dio una vuelta por las estanterías llenas de libros. En un rincón habían colocado los libros que apenas se leían; eran libros de varios tipos: algunos estaban bastante estropeados, otros eran de escritores que ya no se leían, unos pocos eran muy antiguos y hasta había unos pocos libros muy viejos, tan grandes y destartalados que si no los abrías con cuidado, se te podían caer las pastas o quedarte en la mano con las hojas sueltas. Mientras curioseaba entre esos libros y leía los títulos que tenían escritos en el lomo, encontró uno muy grueso, con tapas marrones, parecía muy viejo, era bastante grande, y no tenía título. Le entró curiosidad por saber de qué trataba, así que lo abrió y comprobó que hablaba de la historia de su pueblo y de personas que a él le sonaban porque tenían el nombre de algunas de sus calles. Vicente cogió el libro con cuidado y se fue hacia una mesa, se sentó y comenzó a leer. Cuando llevaba un rato decidió hojearlo más rápido y comenzó a pasar páginas. Entre ellas había un mapa, con unos pocos detalles, y dibujado a mano. Era más bien un croquis, con unas montañas dibujadas, calles del pueblo, algunos caminos, un
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lago y varias casas sueltas. En la parte posterior había escritas unas líneas, con una letra que le costó bastante entender. Decían así: 2 de Marzo de 1817 “No creo que aguantemos mucho más, Juan se ha roto una pierna y ha caído enfermo. Apenas puede caminar y está muy débil. Si llegamos a la civilización me encargaré de que alguien encuentre este mapa que esconde un valioso tesoro.” A partir de ahí, las letras se convertían en unos garabatos que Vicente no logró descifrar. Todo era un poco misterioso: un libro antiguo, enorme y estropeado, que escondía un mapa y una pequeña nota. Vicente decidió que se dedicaría a investigar el misterio que encerraba el libro. Así que emprendió su búsqueda desde la montaña que había detrás de su casa, como indicaba el mapa. Paseó por varias de las calles del pueblo que creyó que estaban dibujadas en el mapa, buscando alguna cosa que le llamara la atención, pero no descubrió nada. Tomó uno de los caminos que llevaban al lago, allí había varias casas abandonadas y casi derruidas. No se decidió a entrar en ellas, era peligroso porque podía caerle
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encima alguna piedra o maderas del techo, que ya casi no se sostenían. Al día siguiente decidió volver con su amigo Marco. Le habló del mapa y de la nota que había encontrado en la biblioteca, y le propuso ir a las casas abandonadas para seguir investigando. Marco conocía una leyenda sobre el lago que su abuelo le había contado cuando era pequeño. Hacía muchos años, hubo una guerra entre dos tribus. Una había atacado a otra para vengarse del rapto de una princesa y, antes de huir, los perdedores habían escondido sus tesoros más valiosos en una misteriosa cueva que había junto al lago.
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Así que los dos se dispusieron a encontrarlo. Se metieron con mucho cuidado en una de las casas que estaban más cerca del lago, por una escalera bajaron al sótano y, con la linterna, vieron el inicio de un túnel que, seguramente, desembocaría en el agua. La entrada había estado cubierta por una puerta, pero ahora la madera de la puerta se había roto con el paso del tiempo. Avanzaron con cuidado, y también con un poco de miedo, hasta que oyeron el ruido del agua. Ya estaban a punto de abandonar cuando Marco alumbró con la linterna y vio un pasadizo que llevaba a una cueva. Lo siguió y encontró un pequeño baúl. Les costó abrirlo porque estaba oxidado y, cuando lo lograron, encontraron una nota envuelta en un plástico, que decía: “Gracias por haber seguido las pistas y haberme encontrado. El verdadero tesoro ha sido tu interés y tu valor”, y debajo había dibujada una cara con una gran sonrisa. Autora e ilustradora: Mª Carmen Zaragoza Torres 6º E. Primaria
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Un buen día de verano mis hermanas Sonia, Alba y yo, Rocío, decidimos ir a la montaña para pasar un tiempo juntas y pasear con nuestras perras Nana y Khalesíe. Nada más llegar a una pequeña llanura al pie de la montaña, nos sentamos a la sombra a comer algo, pues estábamos cansadas. Alba vio una cueva cercana y nos propuso entrar en ella a ver si hacía más fresco, ya que fuera hacía mucho calor.
Al entrar en la cueva, escuchamos unos ruidos extraños y nos acercamos cuidadosamente. Conforme nos íbamos adentrando, pudimos ver la luz del sol como si ya hubiéramos salido de la cueva. De repente, vimos a un grupo de cavernícolas con hachas de piedra atadas a palos de madera corriendo detrás de unos mamuts. Era como si estuvíéramos en el Paleolítico. 22
Nos quedamos asombradas y no entendíamos lo que estaba ocurriendo. De repente vimos como los cavernícolas y los mamuts se dirigían hacia nosotras y empezamos a correr; nos escondimos detrás de unos árboles. No sé cómo explicarlo, pero allí notamos que hacía calor, mucho más del habitual y que todo a nuestro alrededor estaba lleno de arena. Estábamos muy confusas porque no sabíamos dónde estábamos. Al contemplar mejor el lugar, nos dimos cuenta que estábamos en plena construcción de una pirámide egipcia para el Faraón Tutankamón. Unos egipcios que nos vieron, nos confundieron con esclavas, así que nos persiguieron para obligarnos a trabajar. Nosotras nos dedicamos de nuevo a huir a través de pasillos y trampas peligrosas. Una trampilla se abrió en el suelo y caímos en ella.
Cuando abrimos los ojos, nos encontramos en medio de un camino desde donde se escuchaban ruidos de caballos. Nos ocultamos enseguida detrás de unos arbustos y vimos pasar a cinco caballeros con armaduras y espadas montados a caballo; los seguimos sigilosamente para averiguar dónde estábamos. Poco después llegamos a un castillo; los caballeros bajaron de los 23
caballos y pudimos ver bien de qué personas se trataban: eran el Rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda. Entendimos que estábamos nada menos que ¡en la Edad Media! Esto nos emocionó mucho, porque habíamos visto películas, pero jamás imaginábamos poder verlo en persona. Al final, los caballeros nos descubrieron y nos cogieron para llevarnos ante el Rey Arturo. Les contamos el porqué estábamos allí, pero, como es obvio, nadie nos creyó. Nadie, excepto el Mago Merlín, que se ofreció a ayudarnos con su varita mágica para regresar a casa. Realizó el hechizo y desaparecimos de allí. Despertamos en una habitación con una pequeña puerta. Al abrirla, vimos que estábamos en una carabela. Nos asomamos a estribor y vimos otras dos carabelas más. Recorrimos el barco para encontrar alguna pista de dónde nos encontrábamos. ¡No podía ser! ¡Allí estaba Cristóbal Colón!, así que tendríamos que estar en el viaje hacia el descubrimiento de América. Enseguida avistamos tierra, pero unas tribus indígenas invadieron la carabela “Santa María” en la que nosotras nos encontrábamos. Intentamos huir para escondernos en algún sitio seguro antes de que nos vieran, pero había una tabla suelta en el suelo que no soportó nuestro peso y las tres caímos al mar. Menos mal que sabemos nadar. De pronto escuchamos ladridos: eran nuestras perras. Abrimos los ojos y nos encontramos al pie de la montaña. Simplemente nos habíamos quedado dormidas. Nuestras perras habían ladrado a unos excursionistas que iban en bici y eso hizo que nos despertáramos. Pero fuera o no fuera realidad la experiencia de un viaje por 24
el tiempo, ¡fue fascinante! Espero vivir pronto una aventura así de verdad con mis hermanas. Autora e ilustradora: Lucía Fernández Fernández 1º E. Secundaria
Ágata era una niña muy guapa, con el pelo liso y negro y los ojos azules; muy simpática, alegre y trabajadora, y una agradable compañía para las personas del barrio donde ella vivía con sus padres. Ágata estudiaba en un colegio de monjas y llevaba su curso sin problemas; además, se llevaba bien con todo el mundo. Tenía una costumbre, y era la de llevar siempre su diario encima adonde quiera que fuese y, por supuesto, también al colegio. Cada cosa que le sucedía, la escribía siempre en él y, aunque tenía muchos amigos, su verdadero amigo era su diario. Un día llegaron unas compañeras nuevas a su clase. Se llamaban Cecilia, Laura y Alba. Ágata, como siempre, intentó hacerse amiga de ellas, pero esas chicas tenían una forma de pensar muy diferente a la suya, pues venían de la ciudad y por eso se creían superiores. A Ágata le gustaba un chico y, a la hora del recreo, se reunía a veces con el grupo de chicos donde estaba él, ya que era muy sociable y abierta y todo el mundo estaba a gusto con ella. Todos, menos las tres chicas nuevas, que no paraban de meterse con ella e intentaban hacerle la vida imposible.
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Ágata iba escribiendo en su diario todo lo que le sucedía y los problemas que estaba teniendo con Cecilia, Laura y Alba. Éstas la vieron en un rincón del patio cuando estaba escribiendo y se acercaron a ella, diciéndole: - No se puede ser más cursi. Tan mayor y aún escribiendo en un diario. Esto se ve que es normal entre las chicas de pueblo.
Ágata cogió su diario y se marchó sin decir nada. Estaba ya cansada de tantos insultos y pensó que no merecía la pena ni contestarles. Al día siguiente, a la hora del patio, Ágata fue a coger su diario para apuntar las incidencias del día, pero este había desaparecido. Lo buscó por todos sitios: en la mochila, en su pupitre,…; incluso le preguntó a sus amigas, pero ninguna lo había visto. Pensó que tal vez se lo había dejado en casa, aunque le extrañaba, porque siempre lo llevaba encima. Cuando llegó a su casa, salió de dudas. El diario tampoco estaba allí, y Ágata empezó a sospechar que tal vez Cecilia, Laura y Alba se lo habían robado para hacerle enfadar.
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Pasaron los días y el diario no aparecía y Ágata estaba cada vez más convencida de que había sido cosa de sus nuevas compañeras. Para colmo, el chico que le gustaba había empezado a salir con Alba, y Ágata estaba cada vez más triste y desanimada. Cuando, en el recreo, Cecilia, Laura y Alba pasaban cerca de donde estaba ella, le decían: - ¿Qué pasa, Ágata? ¿Ya no escribes en tu diario? Ella no contestaba, pero estaba cada vez más enfadada. Hasta que al fin se decidió: habló con su tutor para explicarle los problemas que estaba teniendo con Alba, Cecilia y Laura. Al día siguiente, el tutor habló sobre este tema con Ágata y sus compañeras, y Cecilia, Laura y Alba entendieron que ser de lugares diferentes no significa ser mejor ni peor que los demás, y que nadie tiene derecho a juzgar a los demás, sino que todos debemos respetarnos. Las chicas, arrepentidas, pidieron perdón a Ágata y le devolvieron su diario y, en adelante, no hubo más problemas entre ellas. Y Ágata siguió escribiendo en su diario como siempre lo había hecho. Autora e ilustradora: Mª Jesús Pérez Rodríguez 1º E. Secundaria (Atención a la Diversidad)
Hay veces en que las cosas que suceden por algo se pueden pasar por alto; pero otras no, debido a sus consecuencias.
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Thesa era una estudiante de secundaria que, debido a las circunstancias económicas de su familia, tuvo que trasladarse a otra población, y con ello, cambiarse de instituto. Sus estudios habían sido muy buenos en primaria, al igual que en el primer curso de secundaria; sus notas reflejaban que era y sería una buena estudiante pero, desafortunadamente, las cosas cambiaron. A la chica le preocupaba cómo sería su primer día en el nuevo instituto, ya que era nueva y no conocía a nadie. Sus nervios eran normales dada la situación, aunque sólo le bastaba con hacer nuevos amigos y su vida volvería a ser igual a la de antes. Llegó el momento y, ya estando clase, se presentó a sus nuevos compañeros: - Hola a todos, mi nombre es Thesa, tengo catorce años y… -Thesa se quedó en silencio. - Muy bien, ¿Quieres decir algo más? – preguntó su profesora muy amablemente. - No, gracias –respondió amablemente Thesa. Las risas y murmullos empezaron a partir de ese momento, al igual que las notas de papel que le lanzaban con indirectas…”¿Seguro que no te has equivocado al venir aquí?, se te ve cara de accidente.” - Fantástico, un comienzo inmejorable – dijo para sí. Conforme pasaban las semanas, las “bromas” de sus compañeros hacia ella se iban incrementando: le estiraban del pelo, le pegaban chicles en la ropa, le quitaban sus cosas…Ella intentaba tomárselo a bien, pensaba que si les seguía el rollo, conseguiría que al final la aceptasen y se convertiría en una más de la clase. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: las cosas no fueron como ella esperaba.
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- ¡Quién te crees que eres?... ¡Insignificante!... Me daría vergüenza ser tú -le repetían a menudo.
Los insultos y los golpes se iban convirtiendo en algo normal en su vida diaria; Thesa los soportó y los aguantó durante dos trimestres, pero como consecuencia de la humillación a la que era sometida en el instituto, fue perdiendo el interés por los estudios y sus notas bajaron muchísimo. Por otro lado, en casa, debido a sus calificaciones, también recibía regaños por parte de su familia. - No saldrás de casa y estudiarás más -le gritaba su padre. - Pero papá, si sabes que no salgo… - respondía mirando al suelo cabizbaja. - Me da igual, ¡Vamos! ¡A tu cuarto! - le indicó su padre. Muy triste y angustiada, Thesa no entendía qué estaba pasando en su vida. Nunca se había sentido así, tan vacía, sin nadie que la ayudase. Inesperadamente, pensó que podía recurrir a Internet. Estuvo mirando diferentes páginas, pero no la aliviaban en nada, e incluso le hacían sentirse peor. Casualmente, cuando iba a apagar el ordenador, encontró una que le llamó la atención. En ella se relataba la
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historia de un chico al que le estaba pasando exactamente lo mismo que a ella y que, finalmente, logró salir de esa situación gracias al apoyo de especialistas y de su familia. Thesa pensó por un momento seguir los pasos del chico, pero finalmente desechó la idea pensando que sus padres no la entenderían. Las cosas en casa iban cada vez peor, pues había muchas peleas entre sus padres. Thesa no se encontraba a gusto con ella misma y empezó a odiarse y autodestruirse. Pasaba del mundo y decidió meterse en el suyo. Se apartó definitivamente de su familia y de los estudios y comenzó a beber alcohol y a llevar una mala vida. Pasó dos largos años metida en este mundo, pero tampoco logró sentirse feliz. Desgraciadamente, una noche se encontró con el grupo de sus agresores del instituto, quienes empezaron a empujarla violentamente. Al día siguiente, una pareja se la encontró malherida en la acera y la llevaron al hospital, la habían golpeado brutalmente. - La han traído a tiempo. Tiene muchas contusiones y fracturas – les dijo el médico de urgencias. - -¿Se pondrá bien? –preguntó la pareja preocupada. - Sí, sin lugar a dudas, aunque tardará algún tiempo. Pasaron varios meses y Thesa se fue recuperando poco a poco. La pareja iba todos los días al hospital a visitarla. Le ayudaron muchísimo a salir de todos sus problemas y, finalmente, Thesa se fue a vivir con ellos. Con respecto a los agresores, fueron encontrados y juzgados. Hoy en día, Thesa está totalmente recuperada. Es psicóloga y ayuda a jóvenes que sufren “bullying” porque, como ella misma dice, “Siempre hay una salida”. Autora e Ilustradora: Leandra Jiménez Quílez 2º E. Secundaria
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Después de merendar y hacer los deberes que me había mandado la seño, fui a mi habitación y me puse a leer un libro que me había regalado mi abuelo; tenia una gota de agua dibujada en la portada y su título era “Relatos de agua inteligente”. Yo me preguntaba por qué se llamaría así: ¿Acaso el agua puede ser inteligente? La verdad es que el libro olía al mar. En la primera página se veía la ilustración de un niño junto a lo que parecía un planeta hecho todo de agua que llevaba puesto un parche, como si estuviera herido. Al pasar la hoja del libro, había una especie de lago en miniatura. Del lago salió el niño de la primera página y me cogió de la mano. Entonces el libro me tragó. Caímos por una especie de tobogán de de los que hay en el parque acuático. Al llegar abajo había muchos niños disfrazados de manera diferente. El que iba disfrazado de rey se me acercó y me dijo que yo era quien tenía que salvar su planeta.
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Me quedé asombrado, pensaba que todo era un sueño y no paraba de pellizcarme las mejillas, tanto, que las dejé rojas.
Seguidamente me condujeron a lo que parecía un santuario. El que iba vestido de rey se sentó en una especie de trono y comenzó a hablar: -Te hemos traído aquí porque tú eres el elegido; te necesitamos para salvar nuestro mundo, –dijo el niño rey. - ¿Qué le pasa a vuestro mundo?- pregunté intrigado. -Se está secando- dijo, mientras su cara cambiaba rápidamente.
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¿Y cómo puedo ayudar yo? Sólo soy un simple niño- le dije entristecido. - Pues nos puedes ayudar mucho y de una manera más fácil de lo que crees, - dijo sonriéndome. -¿Cómo?- le dije intrigado. Me explicaron que su planeta estaba en conexión con el nuestro, y que todo lo que contaminamos nosotros les afectaba a ellos igualmente. Y me hicieron comprender que yo podía ayudarlos no contaminando el planeta y diciendo a los demás que hicieran lo mismo. Eran gestos muy sencillos y al alcance de cualquiera: no dejar los grifos abiertos, ahorrar agua, no tirar residuos a los ríos o los mares… De repente, me desperté y estaba en mi cama con un pijama que tenía gotas de agua dibujadas, y abrazado a una gota de peluche. Sonreí y, desde ese día, decidí ayudarles y al mismo tiempo ayudar también a mi planeta cuidándolo y respetándolo, ya que había aprendido que, si no lo hacía así, no solo yo resultaría afectado, sino que también se perjudicarían todos los demás. Autora e ilustradora: Raquel Olivares Torres 3º E. Secundaria
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Fue una oración la que cambió mi vida. ¿Hasta qué punto una simple oración puede cambiar tu vida y tu forma de ser? Soy Sidra, una chica de quince años, alta y de pelo corto. No puede decirse que hasta ahora haya sido una buena persona. Salía con un grupo de chicas y lo único que solíamos hacer en el instituto era meternos con otros compañeros o criticar a otras chicas…. Un día llego a la clase una alumna nueva bajita, llamada Ema; era una chica razonable y comprensiva y al poco tiempo, había hecho muchos amigos y le caía bien a todos. Pero nosotras (me refiero a mi grupo) se lo hicimos pasar muy mal desde el principio: le poníamos la zancadilla en clase y nos metíamos con ella tanto verbal como físicamente en el intercambio de clases y también en el patio. Algunos días, Ema faltaba al instituto; otros asistía a clase, pero se marchaba después con la escusa de estar enferma. Nunca le contó a nadie lo que le hacíamos. Estuvo una vez un mes entero sin venir y, por fin, regresó al instituto. Era un día de verano y, al terminar la clase, mientras el profesor estaba ocupado organizando sus papeles y los alumnos estaban recogiendo sus
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pertenencias, me acerqué a Ema y, con un tono desafiante, le dije:
-¿Sabes que me alegra haber terminado las clases y poder descansar de ver esa cara tan aburrida? Dicho esto, esperaba que reaccionara ofendida y descontrolada. Sin embargo, Ema me miró durante un instante y me preguntó de una forma muy tranquila: -¿Cuándo alguien te ofrece algo que no te interesa, lo coges? La verdad, me quedé desconcertada. ¿Qué pregunta más rara? -Cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo: una ración de rabia, que puedo decidir no coger.
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Reflexioné por un instante sobre sus palabras. -No lo entiendo – dije. -Es muy fácil – replicó ella. – Tú me estás dando tu rabia y tu odio, y si yo me siento mal o me pongo furiosa, estaré aceptando lo que me estás ofreciendo, y yo, amiga, en verdad, prefiero no cogerla. -Tu rabia pasará, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa – dijo animada. Volví a reunirme con mis amigas, o aquéllas que consideraba mis amigas, y les conté lo que me había dicho Ema. Desde entonces, todas cambiamos y, en especial, yo. Me hice amiga de Ema y descubrí lo que era la verdadera amistad. Y ahora viene la moraleja: dejando a un lado que nunca hay que hacer bullying a nadie, cada día y en todo momento, tú debes escoger qué emociones o sentimientos quieres poner en tu corazón y lo que elijas, lo tendrás hasta que tú, y solo tú, decidas cambiarlo. Es tan grande la libertad que nos da la vida que, incluso, tenemos la opción de amargarnos o de ser felices. Autora e ilustradora: Mimouna Badi 4º E. Secundaria
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“Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.” Capítulo Primero
Don Quijote de La Mancha