XXI CERTAMEN LITERARIO

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XXI CERTAMEN LITERARIO (Relación de Ganadores) 3 er Curso Infantil: ALEJANDRO PÉREZ MATEO “El sueño de Aldo” 1 er Curso Primaria: AARÓN ABELLÁN FERNÁNDEZ “El niño que no podía ir a la escuela” 2º Curso Primaria: MOHAMED MAZOUZI “El carpintero y el bosque encantado” 3 er Curso Primaria: SHAYNA MORENO LÓPEZ “Asociados por pescado” 4º Curso Primaria: JUAN GILAR BERNAL “El equipo solidario” 5º Curso Primaria: JUAN MANUEL GUARDIOLA OSETE “Día a día” 5 er Curso Primaria. Apoyo: OTMANE MAZOUZI “La suerte de Laura” 6º Curso Primaria: DANIEL TOUS LÓPEZ “Un domingo especial” 1 er Curso Secundaria: ISRAA EL GHAZI “Sol y Luna” 2º Curso Secundaria: JUANI CARRILLO TORRES “Desconocido en línea” 3º Curso Secundaria: MARTA LASTRAS TORTOSA “Una idea” 4º Curso Secundaria: CARMEN ABELLÁN PALENCIA “Á(r)mate, mujer” 4º Curso Secundaria. Apoyo: JENNIFER MARTÍNEZ RODRÍGUEZ “Marinette”


Un día normalísimo de este año 2018….. Aldo, de pronto, vio que se encontraba en la época de la Prehistoria…..Sorprendido, observó a lo lejos a un niño cavernícola y junto a él a un diminuto mamut, el niño cavernícola lo llamaba con la mano. Aldo se acercó a él, pero echaron a correr y el niño y el pequeño mamut, se escondieron detrás de unas plantas.

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A lo lejos se oía un gran ruido: era la tribu que, como todos los días, había salido a cazar su presa favorita, que era el mamut chiquitito. El niño le dijo a Aldo que quería proteger a su pequeño mamut, porque lo estaba adiestrando para que su mamá lo dejara entrar en la cueva y que se convirtiera en su súper mascota. Una vez que pasó el peligro, los niños salieron a jugar al prado, Aldo vio que el niño cavernícola tenía muchísimos juguetes que había construido él mismo con barro. Todo eso le encantó y disfrutó mucho. Aldo estaba tan contento de haber conocido al niño cavernícola. Al rato, Aldo escuchó:-¡El desayuno está listo¡ Entonces despertó y pensó con sus neuronas que los niños cavernícolas no eran nada vaguetes, sino muy, pero que muy… valientes . Y colorín colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.

Autor e ilustrador: Alejandro Pérez Mateo. E. Infantil. 5 años

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Había una vez un niño que no podía ir al colegio, porque no tenía dinero para comprar los libros y los colores. Le preguntó a toda su familia por qué no podía ir al colegio. Su familia le respondió: no podemos comprarte los libros, somos muy pobres. El niño, que se llamaba Pedro, se fue de casa y se puso a trabajar limpiando zapatos. Un día fue a limpiarse los zapatos un señor que tenía mucho dinero. ¡Era millonario!

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El señor le dijo: ¿qué haces aquí? El niño le respondió: me he ido de casa porque soy muy pobre. El señor le contestó: tus días de pobreza se han terminado. Yo te daré dinero para comprarte los libros y los colores para que puedas ir al colegio. También tendrás una casa muy bonita. -¡Se acabó limpiar zapatos! – dijo el niño. Estoy muy contento de poder ir al colegio. Pedro le dio un abrazo muy fuerte al señor y un montón de besos, para darle las gracias. Y como dijo don Pepín, este cuento ha llegado a su fin.

Autor e ilustrador: Aarón Abellán Fernández 1º E. Primaria

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Había una vez un carpintero que necesitaba cortar muchos árboles para hacer su trabajo. Un día, cuando salía de su casa, encontró un cartel que decía: “No os acerquéis al bosque encantado”. Pero el carpintero no hizo caso y fue al bosque a cortar árboles como siempre. Cuando iba caminando, los árboles empezaron a hablar y el carpintero sintió mucho miedo y echó a correr. A lo lejos, encontró una casa y entró para ver qué había. Pero en la casa

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vivía una bruja malvada que se le apareció de pronto y el carpintero, una vez más, salió corriendo asustado. La bruja salió detrás de él persiguiéndolo por todo el bosque. El carpintero pudo llegar por fin a su casa y tuvo una idea: como era muy rápido en su trabajo, hizo soldados con trozos de madera, aunque esto le llevó estar toda la noche sin dormir. Al día siguiente fue otra vez al bosque, colocó los soldados todos en fila y la bruja, al verlos, se asustó mucho y ya no volvió jamás. El carpintero aprendió una gran lección: hacer caso a los carteles que te avisan de un peligro y no entrar en casas desconocidas. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Autor e ilustrador: Mohamed Mazouzi 2º Ed. Primaria

Un caluroso día, un gato callejero merodeaba por las calles cercanas a la piscina municipal de Jumilla. Tenía

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mucha hambre y, por más que buscaba en los cubos de basura, no encontraba nada que llevarse a la boca. Entonces, el gato tuvo una idea: - “¡Miau!

Si consigo entrar a la piscina, puede que

encuentre algo de comida.” El felino se coló entre los barrotes burlando al vigilante y buscó comida entre todos los bañistas, pero nadie, absolutamente nadie, le dio ni una migaja que comer. Entonces, el gato cogió una goma del pelo que encontró y un junco de los que crecían cerca de la piscina y se fabricó una caña: - Está visto que, si no me busco la vida, me voy a

morir de hambre, -dijo. Se acercó a la piscina y se sentó en el borde y, con mucho cuidado para no mojarse, puso un suculento gusano como cebo en el anzuelo, y lo echó al agua. Al cabo de un rato, el gato no había pescado nada de nada. No entendía qué podía pasar, así que metió la cabeza al agua para mirar qué es lo que sucedía.

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Entonces vio al culpable de sus males. Un tiburón que vivía en aquella piscina le había estado quitando las mejores presas. El gato, llamó la atención del escualo, que subió a la superficie, y le dijo: - Llevo toda la mañana intentando pescar algo para

mover el bigote y tú no compartes conmigo los peces de la piscina - le recriminó el gato. - Vaya, vaya, así que eres tú el que viene a mi

piscina a llevarse los peces de los que yo me alimento - contestó el tiburón. La situación parecía estar lejos de solucionarse, pero el gato tuvo una idea brillante:

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- ¿Qué te parece si tú y yo nos asociamos? Con tu

habilidad para la pesca y mi astucia podríamos conseguir grandes cosas –le dijo al tiburón. - ¡Uhm…!, ¿qué tramas minino?... está bien, acepto -

contestó aquél. Y así fue como el gato y el tiburón llegaron a montar una de las pescaderías más famosas del lugar. Nunca antes a ambos les había ido tan bien; los dos tenían un trabajo y ya nunca volverían a pasar hambre. Y, colorín colorado, la historia sobre esta amistad imposible ha terminado, y espero que les haya gustado.

Autora e ilustradora: Shayna Moreno López 3º Ed. Primaria

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EL EQUIPO SOLIDARIO Éranse una vez cinco niños que eran compañeros de clase. Todos eran muy trabajadores y sacaban muy buenas notas. Su mayor afición era el fútbol y, como les gustaba tanto, un día pensaron que estaría bien formar un equipo. Pero resulta que sus padres no disponían de dinero para comprarles unas equipaciones, por lo tanto, tuvieron que confeccionárselas ellos mismos. Quedaban por las tardes después de clase y, con unas camisetas blancas y rotuladores de colores, se las fueron fabricando.

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Después se inscribieron para participar en un torneo de fútbol. En el primer partido que jugaron empezaron ganando, lo que los animó mucho; pero la cosa se fue complicando y, cuando faltaban dos minutos para el final, les marcaron el gol del empate, por lo que tuvieron que pelear en la prórroga hasta que consiguieron, por fin, ganar el encuentro. Y así fueron, luchando, partido tras partido, durante todo el torneo; la mayoría los ganaron, pero también hubo algunos empates y alguna que otra derrota; aunque los cinco amigos seguían adelante sin desfallecer. Algunos jugadores de los equipos rivales se burlaban de sus equipaciones, pero a ellos no les importaba, ya que se sentían orgullosos de sus camisetas puesto que las habían hecho ellos mismos.Conforme iba avanzando el torneo, iba más gente a animarlos, y eso les daba mucha más fuerza para no rendirse. Cada vez jugaban mejor y así consiguieron llegar a la final. En este partido se enfrentaban, precisamente, al equipo que tenía la fama de llevar las indumentarias más bonitas y caras en todos los torneos. Empezó el partido y el equipo rival se burlaba constantemente de ellos para desmotivarlos y ponerlos nerviosos, con el objeto de hacerles perder el encuentro. Pero su entrenador había hablado con ellos en el vestuario antes del partido y les dijo: “al futbol no se juega con la camiseta, se juega con la cabeza y con el corazón; ganemos o perdamos el partido, lo importante es pasarlo bien, llevemos la equipación que llevemos”. 12


Durante la primera parte del encuentro, les costaba mucho llegar a la portería y les fueron marcando goles; llegaron al descanso perdiendo por dos goles a cero. Sin embargo, en el segundo tiempo todo cambió y, recordando las palabras del entrenador, se vinieron arriba y lograron empatar el partido. Ahora quedaba la prórroga. Animados por el público y motivados por la gran labor que iban a desempeñar, lograron el gol de la victoria en el último minuto; se volvieron locos de alegría y se sentían muy orgullosos por haberlo conseguido “a pesar de sus camisetas”. Habían decidido donar el premio obtenido a unos niños pobres que les habían animado durante todo el torneo. Además, debido a su gran iniciativa solidaria, los comercios de la zona también colaboraron y así lograron pagarse unas equipaciones nuevas e inscribirse en los siguientes torneos. Así, estos jóvenes deportistas, aprendieron una buena lección: que lo importante no es el exterior, o cómo vayas vestido, o lo guapo que seas, sino tus sentimientos, tu personalidad y tu solidaridad hacia los demás. Y, colorín colorado, la solidaridad ha ganado.

Autor e ilustrador: Juan Gilar Bernal 4º Ed.Primaria 13


Esta historia está protagonizada por un niño que tiene un trastorno que le dificulta mucho su día a día, sobre todo, a la hora de estudiar. El TDAH marca mi vida y la de todas las personas que están cerca de mí, la familia, los amigos, los profesores… Voy a contaros como vivo yo. ¡Hola!, me llamo Juan Manuel, pero todos me conocen como Juanma. Tengo 10 años y estoy en 5º de primaria; no tengo hermanos, a pesar de que le insisto mucho a mis padres de que lo que más me gustaría en el mundo sería tener un hermano, pero mi madre dice que no puede ser. Bueno, os quiero contar que tengo TDAH. Muchos no sabréis qué es eso, pero tranquilos, que lo voy a explicar para que me entendáis: quiere decir Trastorno del Déficit de Atención con Hiperactividad. Eso significa que me cuesta mucho concentrarme para hacer las cosas, estudiar sobre todo. Y aparte de eso, no paro de moverme, hablo por los codos, me cuesta dormir, como a deshoras porque la medicación me hace perder el apetito y solo tengo hambre por la noche; me cuesta mantener relaciones con las

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personas, los amigos me dejan a veces de lado porque soy un poco pesado y eso cansa a los que están conmigo,… ¡En fin!, un cúmulo de pequeños detalles que al final hacen que sea un poquito diferente, pero muy poco, porque también soy un niño muy bueno, cariñoso, generoso, leal y. sobre todo, me encanta jugar con los otros niños. Mi madre me da una pastilla antes de venir al cole, para que me tranquilice y pueda estar atento en clase; ella dice que es “una pastilla para parar el cuerpo y abrir la mente”. Pero aún así, con pastilla y todo, hay veces en las que me despisto y se me va el santo al cielo. Como os iba contando, yo me levanto muy temprano; bueno, una semana sí y otra no, según el turno de trabajo que lleve mi madre; por eso, una semana soy el primero en llegar al colegio y otra soy el último. Resulta que si mi madre se va temprano a trabajar me deja en casa de mi abuela porque no tengo ganas de ir andando al colegio, que me pilla muy lejos, y prefiero madrugar a tener que ir caminando a clase. Mi madre se cabrea muchísimo porque dice que soy muy tardón, la pobre va como una loca de aquí para allá; ella no me dice nada, pero yo sé que por mi culpa siempre llega tarde a trabajar.

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Nada más levantarme, lo que más escucho es: “¡Venga, vamos!, ¡venga, que es tarde!, ¡vamos Juanma, no te entretengas!, ¡vístete rápido que nos vamos!... Pero es que no lo puedo evitar; si me estoy preparando la cartera y me encuentro una estampa de fútbol, -porque me gusta coleccionar estampas, ¡tengo todos los álbumes de cromos de la liga de los últimos años!-; pues eso, que si me encuentro una estampa, me dejo lo que estaba haciendo y me pongo a ver los cromos y así, una cosa tras otra. Casi siempre me dejo las cosas a medio hacer. Y a todo esto, mis padres en la puerta de mi casa esperándome: - ¡Vamos Juanma!, ¡vamos, venga…! Desde luego es lo que más escucho por las mañanas, pero a mí como que me da un poco igual, no lo puedo evitar. En mi clase me siento en la mejor mesa: en primera fila, enfrente del maestro; así, si me despisto, me tiene más controlado. Llevo sentándome ahí ya varios años así que, el primer día de curso, procuro no llegar tarde para que no me quiten el sitio. Cuando el maestro está explicando algo procuro estar atento, aunque hay veces que me cuesta trabajo, pero me gusta mucho aprender y me esfuerzo; o eso creo.

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Lo que más me gusta estudiar son las matemáticas. Yo creo que es porque hay que escribir poco y pensar con la cabeza, porque mi cabeza no para. Llega la hora del recreo y solo pienso en jugar al fútbol, que es lo que más me gusta del mundo entero. Siempre me llevo mi balón, así me aseguro de que siempre voy a jugar, porque si no me lo llevara, mis amigos igual no me dejarían y me sentiría mal por dentro; y eso no me gusta, ¡yo quiero jugar!; y eso que ya he perdido un montón de pelotas, pero el balón siempre va conmigo. Mi madre dice que parece que me ha salido un apéndice en forma de balón de reglamento. Cuando termina el cole, estoy realmente cansado. Me resulta

agotador

procurar

estar

toda

la

mañana

concentrado y poder enterarme de lo que hemos dado ese día en clase. Por las tardes estoy súper ocupado, ¡otra vez tengo que poner en marcha mi cerebro y volver a concentrarme para hacer los deberes!. Menos mal que Marisú, que es mi maestra de clases particulares, me ayuda mucho; voy con ella desde que tenía tres años y, de verdad, es fantástica. También estudio música, y toco el trombón. Cuando sea mayor voy a hacer una charanga con los hijos de los

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amigos de mis padres, pues una toca el clarinete y otra el saxofón. Y los demás, los tambores, que también me gustan muchísimo. Como he dicho antes, mi pasión es el fútbol y por eso voy un par de tardes al colegio a jugar en la pista.

Además, voy a terapia para lo del TDAH. Allí, mi terapeuta, que se llama Yolanda, me ayuda y me enseña técnicas

para

la

impulsividad

y

para

poder

autocontrolarme. 18


En fin, que me paso la tarde súper ocupado. Casi no tengo tiempo porque luego mi padre quiere que lea con él, y a mí no me gusta leer -nada más que el Marca, que es un periódico deportivo-. Y tanta actividad, a mi ritmo,-que lo que podría hacer en diez minutos, tardo una hora o más-, hace que se me amontonen las tareas. Cuando llega la noche estoy cansadísimo y mis padres, más aún; porque claro, seguirme a mí, es muy, muy agotador. ¡Pero es que yo soy así! Menos mal que cuando me voy a dormir, aunque me cueste, paso la noche entera sin despertarme y… otro día más. ¿Qué sorpresa nos deparará?

Autor e ilustrador: Juan Manuel Guardiola Osete 5º Ed. Primaria

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Érase una vez una niña que se llamaba Laura. Era alta, delgada, morena, con el pelo largo y los ojos azules y alegres. Le gustaba jugar y pasear por el campo. Su madre se llamaba Alexandra y su padre, Javier. Javier trabajaba en una zapatería y le encantaba su trabajo. Un día, el jefe le dio una mala noticia: la tienda tenía que cerrar en unos días porque casi no entraban clientes. Por la noche, cuando llegó a casa, se lo dijo a su mujer. Los dos se quedaron muy preocupados y decidieron no decírselo a Laura para no alarmarla. Salía todos los días a buscar trabajo, pero no lo encontraba. Pasaron las semanas y, al estar tanto tiempo sin trabajar, no les quedó más remedio que contárselo a su hija. El matrimonio tuvo que vender algunos muebles y otros objetos de valor a fin de conseguir dinero y comprar lo necesario. Una mañana, Laura salió a pasear; en el camino se

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encontró un bolso que tenía mucho dinero. Se quedó pensando

qué

iba

a

hacer;

pero

dentro

había

documentación con el nombre y la dirección de una señora llamada Isabel.De vuelta a casa, Laura vio a una señora que estaba buscando algo; cuando le preguntó, le dijo que se le había perdido el bolso. La niña se lo enseñó e Isabel se puso muy contenta por haberlo recuperado.Para darle las gracias, la señora le dio a Laura una recompensa bastante importante y cuando la niña llegó a casa le contó a sus padres lo que había pasado: al principio no se lo creyeron, pero luego se enteraron por otras personas de que había sido cierto.

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Javier pudo comprar con ese dinero un molino para moler el trigo y así vender la harina. Laura estaba feliz de ver a su padre tan contento y a ella le gustaba mucho jugar a esconderse entre los montones de sacos. ¡Y todo gracias a la suerte que había tenido!

Autor e ilustrador: Otmane Mazouzi 5º Ed. Primaria (Apoyo)

La historia que os quiero contar sucedió un domingo en que tres amigos fueron al monte a pasar un tranquilo día de picnic con sus padres respectivos que, a su vez, eran también muy amigos. Ese domingo pasó a ser uno de los días más importantes de sus vidas. Los tres amigos se llamaban Óscar, Sergio y Jonathan, todos tenían 11 años e iban al mismo colegio. Los dos primeros eran morenos y con el pelo corto, de estatura mediana y estaban más bien delgados, pero Jonathan era alto, el pelo que le llegaba hasta el cuello y rubio. Los tres eran amigos desde muy pequeños y pasaban mucho tiempo juntos Al salir del colegio, cuando no se juntaban en una casa a hacer los deberes, se juntaban en otra. La madre de turno

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preparaba la merienda para los tres y, cuando terminaban los deberes, jugaban un rato con la videoconsola; cada uno tenía una distinta:, Nintendo, Xbox One y Sony y así, como jugaban cada vez con una, conocían los videojuegos y estrategias de todas. Pero volvamos a ese domingo en que fueron al monte a pasar el día. Al terminar de comer, Óscar y sus amigos se pusieron a jugar al escondite. Se fueron alejando sin darse cuenta de los padres y hubo un momento en que Sergio, escondido detrás de unos arbustos creyó ver y oír algo; no se quería mover por no ser descubierto, pero no pudo aguantar. Óscar a su vez, también escondido, creyó oír algo y le pasó lo mismo por la cabeza. Los dos salieron de su escondite sin importarles que Jonathan, que se había quedado a contar, los encontrara. El sonido parecía provenir de un animal; los dos se acercaron y lo primero que vieron fue una cola rojiza y blanca; se asomaron más y vieron que era un pequeño zorro de espalda y cabeza rojizas, y panza, patas y barbilla blancas. El zorro estaba acurrucado y muerto de miedo y hambre. - Vamos a cogerlo. - Dijo Óscar. Sergio, a quien le gustaban muchísimo los animales, cogió al pequeño zorro en brazos. Jonathan, que se había dado cuenta de que ya no estaban jugando, se acercó y al verlo dijo: - ¡Pobrecico!, está muerto de hambre. Si este pequeño zorro esta por aquí, puede que haya alguno más de la familia.

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- Pues vamos a buscar a su familia. - Dijo Óscar todo entusiasmado. Pero no hagáis mucho ruido, que no se vayan a asustar y quieran salir huyendo. Muy cerca de allí, encontraron enseguida otro igual, y lo cogió Jonathan. Aunque estuvieron una hora buscando zorritos entre los arbustos, ramas, piedras, hojas, etc., no encontraron más y cada vez se hacía más tarde. De pronto, escucharon a sus padres que los llamaban porque se acercaba la hora de irse. Ya no tenían esperanza de encontrar más animales cuando, de repente, escucharon unos aullidos muy flojos, los siguieron y, detrás de una roca grande, encontraron a la madre de los zorritos. La madre se encontraba también acurrucada, se la veía hambrienta y herida, pero no se atrevieron a cogerla por si les mordía. Volvieron a escuchar a sus padres que ya los llamaban con urgencia y esta vez diciendo:

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- ¡Niños, nos vamos ya, venid enseguida! Los niños volvieron junto a sus padres con los zorritos en brazos y, hablando todos a la vez, intentaban decirles que tenían que ir a por la madre zorra para ayudarla. Cuando, finalmente, se explicaron bien, los padres entendieron el peligro que corría. Casualmente, la madre de Jonathan era veterinaria; inmediatamente fueron al lugar donde se encontraba la madre. Con unas toallas que llevaban, envolvieron a la madre enferma y a los zorritos, que empezaban a tiritar a fin de darles calor. Tras el primer vistazo, la madre de Jonathan dijo: - Los cachorros están bien, la que más me preocupa es la madre, parece haber sido atacada por un águila y aunque se defendió y ganó, las heridas que tiene la han dejado sin fuerzas para seguir cazando y poder alimentar a sus hijos. Llevaremos a los tres a la clínica e intentaremos curarla y alimentarlos bien. Tras las primeras curas, fue Jonathan quien se quedó con los zorros en su casa para cuidarlos. Construyeron una especie de vallado en el patio para protegerlos y que no pudieran salir hasta que estuvieran completamente curados. Durante estos días ya no había otro entretenimiento para los amigos que no fuera ir a ver a sus zorros, hasta se metían en el vallado y jugaban con ellos, les daban de comer e, incluso, les pusieron nombre. Cuando se recuperó totalmente la madre zorra, decidieron volver al monte y soltarlos cerca de un riachuelo para que puedan encontrar el alimento más fácilmente.

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En esos momentos todos lloraron de alegría y a la vez de pena por haber conseguido que los zorros se recuperaran y por tener que despedirse después del tiempo pasado con ellos, pues les habían tomado mucho cariño. Pero aunque ya no tenían su compañía, siempre tendrían una bonita historia para contar.

Autor e ilustrador: Daniel Tous López 6º Ed. Primaria

Hace mucho tiempo había una mujer que dio a luz dos niñas gemelas: una se llamaba Sol y la otra, Luna. Ambas tenían una misma marca de nacimiento que, cuando las juntaban, les permitía curar cualquier herida o enfermedad que tuvieran. Pero pronto empezaron a suceder desavenencias entre los padres y éstos decidieron separarse yéndose a vivir, por motivos de trabajo, cada uno a un país diferente. Ante el dilema de qué hacer con las niñas, decidieron quedarse cada uno con una: la madre se

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llevó a Sol y el padre, a Luna, con el acuerdo de que nunca les hablarían a una de la otra. Las chicas crecieron. Al padre de Luna lo ascendieron en su trabajo y lo trasladaron a otro país. Allí, Luna empezaría una nueva etapa en un instituto nuevo. Cuando llegó el primer día de curso, Luna se levantó, se vistió y se preparó para ir a clase. Cuando entraba, se tropezó con una chica que iba corriendo porque se le hacía tarde. - Perdón, ¿estás bien? –Preguntó Luna. - Si, gracias, estoy bien, no pasa nada. – Contestó la otra chica. De repente, las marcas de nacimiento empezaron a brillar y ambas se sorprendieron. - ¡Qué extraño! – Dijeron las dos a la vez. - Bueno, adiós, que se me hace tarde, nos vemos en el patio. Por cierto, me llamo Sol. -Dijo la chica. - Y yo me llamo Luna. De acuerdo, nos vemos luego. –Respondió Luna. Llegó la hora del recreo y las dos chicas se encontraron de nuevo y, en cuanto se acercaron, las dos marcas volvieron a brillar: - ¡Oh!, ¿qué es esto? –Dijo Luna. - Eso mismo digo yo, ¿qué significa esto? Las dos chicas estaban extrañadas y querían 27


buscar una explicación a ese misterio. Luna le dio su dirección a Sol y quedaron para verse por la tarde en su casa. Tenían que investigar el origen de ese enigma. Por la tarde, una vez en casa de Luna, estuvieron dándole vueltas a lo sucedido, pero no encontraban ninguna explicación, así que decidieron no pensar más en el asunto hasta preguntarles a sus padres por si ellos les podían aclarar algo. Merendaron y hablaron de sus cosas, de dónde venía cada una y conectaron muy bien. Las dos estaban muy contentas de haber encontrado una amiga.

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Cuando regresaron los padres del trabajo, tanto Sol como Luna tenían algo muy importante que contarles; tanto, que ambos se pusieron muy nerviosos de momento, pero, cada uno por su lado, comprendió que no tenía sentido ocultar la verdad por más tiempo. Así que organizaron un encuentro de las dos familias para hablar. Cuando les contaron todo, Sol y Luna se pusieron muy contentas de saber que eran hermanas. Los padres empezaron a quedar de vez en cuando para tomar algo o pasear, hasta que volvió a surgir en ellos la atracción y decidieron darse otra oportunidad e irse a vivir todos juntos. Y todo, gracias a sus hijas.

Autora e ilustradora: Israa El Ghazi 1º Ed. Secundaria.

¡Hola!, soy Cloe y tengo 12 años; vivo en la periferia de una gran ciudad con mis padres y mi hermano pequeño. Mi madre trabaja en una protectora de animales y mi padre en una oficina. Ambos trabajan

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todos los días hasta muy tarde y no tienen mucho tiempo para estar conmigo. Yo me ocupo de mi hermano pequeño, Tom, que tiene tres años y es muy travieso. Cuando tengo tiempo libre me gusta leer libros digitales por internet, a veces escribo relatos y los subo a las redes sociales; tengo miles de seguidores que adoran mis historias. Pero hace unos meses todo cambió. Nos tuvimos que mudar a otra ciudad, por lo que tuve que adaptarme a una nueva vida, con todo lo que eso conlleva: ser la chica nueva de la clase, hacer nuevos amigos, estar lejos de la familia, etc. Y todo, por un desconocido. Todo empezó cuando subí mi último relato a una red social. Al poco tiempo me llegó un mensaje amenazante que decía: “voy a por ti”. Yo no supe cómo reaccionar y lo dejé pasar; tampoco quería molestar a mis padres, que siempre estaban muy ocupados. Unas semanas después, el día de mi cumpleaños, recibí un gran peluche con una carta que decía que no se había olvidado de mí, y que necesitaba verme o le haría daño a mi familia. Al principio me asusté bastante, pero luego me tranquilicé un poco y decidí contactar con el número de teléfono que había en la nota para intentar solucionar este problema. -¿Quién eres? -pregunté cuando descolgó. -Quiero verte -me contestó.

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-¿Quién eres? – insistí. -Lo sabrás si vienes al parque que hay al lado de la escuela esta tarde a las cuatro. ¡Ah!, y ven sola. - No pienso ir –le dije yo. - Pues atente a las consecuencias, ya que le haré daño a tu familia – me respondió él. Colgué y estuve sin mirar el móvil toda la tarde. Por la noche había más de cien mensajes del desconocido. Por supuesto, no respondí a ninguno, pero mi estado de nervios era ya considerable.

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Al día siguiente, al salir de la escuela, sentí que alguien me observaba pero, de pronto, llegó el autobús escolar y me fui. Al llegar a casa estaba allí mi madre y quise contárselo todo, pero no me atreví, ya que el desconocido me había advetido que si se lo decía a alguien de mi familia, me arrepentiría. Subí a mi habitación a dejar la mochila y bajé a comer con mi familia pero, de repente, empecé de nuevo a recibir mensajes sin parar; mi madre me preguntó quién era y yo, nerviosa, le contesté que era un grupo de clase. Al subir a mi habitación vi que me había enviado fotos, eran mías en la escuela, con mis amigas y otras sola, por la calle. Me empecé a asustar de verdad; le puse un mensaje diciéndole que me dejara en paz o avisaría a la policía; él me contestó que si lo hacía se llevaría a mi hermano pequeño y no lo volveríamos a ver. Apagué el teléfono, bajé corriendo las escaleras y se lo conté todo a mi madre. Mi madre, como es normal, llamó de inmediato a la policía. Poco después llegó la policía a mi casa, les enseñé los mensajes de whatsapp y todo lo que me había regalado. La policía estuvo buscándolo durante varios meses. Cuando por fin lo localizaron, resultó ser un adulto de unos treinta años que se había obsesionado con mis historias y quería que escribiera sólo para él. Ahora, en esta nueva ciudad, rodeada de tanta gente, me siento bien y a salvo. ¡Ah!, y ya no subo mis relatos a las redes sociales, ahora los guardo todos para poder publicarlos algún día en un libro.

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¡No os escondáis como yo; si tenéis un problema parecido, acudid a un adulto!

Autora e ilustradora: Juani Carrillo Torres 2º Ed. Secundaria.

Hoy voy a contar la historia de Michael. Michael es un joven de 12 años, es bajo, tiene el pelo negro y liso, los ojos marrones, es bastante tranquilo, excepto cuando se emociona o habla de lo que le gusta, suele hacer las cosas lo mejor posible y le gusta cumplir las normas. Michael tiene una familia: su madre, que se llama Lucía; su padre, Eric; un hermano mayor que se llama Alan; también vive con su abuela materna y con un cachorro muy dormilón. Todos ellos habitan en una bonita casa en la montaña. Todas las mañanas, la familia de Michael hace la misma rutina: Lucía y Eric son los primeros en levantarse, al escuchar los bonitos cantos de los pájaros; ellos preparan el desayuno mientras van avisando a sus hijos de que tienen que ponerse en pie para ir a la escuela: -¡MICHAEL, ALAN, DESPERTAOS, QUE YA ES DE

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DÍA!- dice Lucía gritando, ya que la cocina y el cuarto de sus hijos están bastante separados. -¡Ya vamos, cinco minutitos más! -responde Michael murmurando. -¿HABÉIS ESCUCHADO A VUESTRA MADRE? ¡EL DESAYUNO YA ESTÁ! - dice Eric al ver que sus hijos no reaccionan. -¡YA VAMOS!- responde Alan con fuerza. Lo más sorprendente de esta conversación, es que la abuela y el cachorro duermen plácidamente, ajenos a ella. Después de que todos desayunan, Michael y Alan se preparan para irse al instituto. Primero se lavan los dientes: -¿Michael donde has puesto mi cepillo de dientes?pregunta Alan enfadado. -Io o o e ogido (yo no lo he cogido)- dice Michael con la boca llena de pasta de dientes. -¿Y ENTONCES QUE HACES USANDOLO?- grita Alan. Michael se saca el cepillo de dientes de la boca, lo mira y responde: - edón (perdón)- con pena. Luego se visten: -Alan, déjame tu sudadera, porfa- le pide Michael a su hermano.

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-¡NO!- responde Alan con sequedad. -Jo…-dice Michael desanimado. Y por fin, Michael y Alan salen de su casa con su padre que les acompaña al instituto, ya que su trabajo le pilla de camino. No tienen coche, por lo que van a pie; es un camino largo de treinta minutos, pero es entretenido ya que pueden observar de camino el frondoso y verde bosque que les rodea. Eric los deja en el instituto y continúa su camino hacia el trabajo. Michael y Alan van a sus respectivas clases, Michael está en 1º de ESO y Alan en 1º de bachiller. En el patio se comen los bocadillos que les hizo su madre con mucho cariño y, después de otras tres horas en clase, Michael y Alan se van juntos a casa. Su padre no los acompaña en el regreso ya que él sale más tarde del trabajo. En el camino, los dos hermanos se ponen a conversar sobre cómo les ha ido el día. -¿Y qué?, ¿alguna novedad?- pregunta Alan interesado. -¡Fua! hoy me ha pasado de todo. Mira, te cuento: en matemáticas, cuando el maestro preguntó si alguien sabía la respuesta sobre un problema súper complicado, yo fui el único de la clase que lo supo contestar bien y el maestro me

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puso un positivo, -dice orgulloso-; y en el patio, a mi clase le tocaba jugar al futbol, tú sabes que yo no suelo jugar y que los deportes se me dan mal, pero no sé por qué me animé a jugar esta vez, y ¡no te lo puedes creer!: ¡marqué un gol! fue la primera vez.- dice fingiendo llorar. -¡Uf, cuántas cosas te han pasado! -responde Alan sonriendo. -Sí, es cierto -dice con una sonrisa. Los dos hermanos caminan animados por la montaña, viendo el bonito paisaje. Alan interrumpe la paz, diciendo: -Oye, Michael, ¿ves esa montaña de allí? ¿Y si subimos y vemos el paisaje? Será divertido -propone Alan. -No sé, no creo que sea una buena idea -responde Michael. -¡Venga, no seas así! -dice Alan arrastrando a Michael. Los dos corren hacia la montaña, y al llegar a la cima se quedan observando todo lo que les rodea. -¡Es precioso!, aunque hace un poco de frío -dice Michael. -Sí… -responde Alan. -¿No notas algo extraño? -pregunta Michael con preocupación. -Sí, como si el frío hubiera desaparecido y todo se

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hubiera parado -responde Alan nervioso. De repente, empiezan a ver el paisaje un poco borroso y blanquecino. -ÂżQuĂŠ estĂĄ pasando? -pregunta Alan, mientras todo su cuerpo empieza a temblar. -N-no

lo

s-se

-responde

Michael

tartamudeando

mientras va a abrazar a su hermano.

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Cuando el hermoso paisaje desaparece y se vuelve un lugar completamente blanco, los dos hermanos cayeron al suelo y se escuchó una voz al fondo decir: -¡No… no me convence!, me gustaría que Michael tuviera más protagonismo, ¡voy a quitar a Alan! En ese mismo momento Michael y Alan vieron a una joven de unos 14 o 15 años frente a un ordenador escribiendo una historia: SU historia. Y observaron cómo estaba borrando las partes donde Alan aparecía. Poco a poco, Alan fue perdiendo la memoria y desvaneciéndose… -¡No, no puede ser, no te puedes morir, no te puedes ir!, -dijo Michael entre lágrimas mientras observaba a Alan desaparecer. -No te preocupes- dijo Alan con una sonrisa para intentar calmar a su hermano mientras se acercaba a darle un abrazo-, ¡yo siempre te querré! Y Alan desapareció…

Hoy voy a contar la historia de Michael Rodríguez. Michael es un joven de 12 años que vive feliz con su familia. Su madre se llama Lucía, su padre Eric, también vive con su abuela materna y con un cachorro muy dormilón. Todos ellos habitan en una bonita casa en la montaña… Autora e ilustradora: Marta Lastras Tortosa 3º Ed. Secundaria

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¡Á(r)MATE, MUJER! “¡Hola! Soy Raquel, sí, tu chica. Quería decirte que he salido de ésta, de ti, he salido de la jaula en la que me metiste por hacerte feliz, por tener una relación tan idílica como las de las parejas de la televisión. Lo siento, pero ahora vivo para mí”. Perdón por este comienzo. Éste es el mensaje que le envié a mi novio hace ocho meses; y ahora sí, os voy a contar mi historia. Yo era una chica que se acababa de mudar a la gran ciudad para seguir con mi carrera y empezar a trabajar en algo que me mantuviera y me permitiera pagar mi último año de universidad. Allí no era muy sociable, la verdad; me limitaba a ir a clase e intentar aprobar este maldito año que se me estaba haciendo eterno. Contaba a mis “amigas” con los dedos y de los chicos, mejor ni hablar. Un día, decidí ir a una exposición de arte que había en la universidad; allí conocí a un chico, Alberto, era alto, robusto y moreno de cabello y de piel.

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Estuvimos conversando mucho tiempo por Whatsapp; él quería que habláramos también por Skype, pero yo no me atrevía, siempre me insistía hasta llegar a agobiarme. Después de mes y medio, quedamos, yo no sabía qué hacer, así que cedí. Quedamos en una placeta, donde no transcurría mucha gente y solo estaba iluminada por dos farolas y la luna; aunque eran solo las siete de la tarde, era completamente de noche; odio el invierno por eso. Estuvimos hablando, apenas me salían las palabras, estaba muy nerviosa porque él no paraba de tocarme las piernas y claro, yo no sabía qué hacer, pero no estaba cómoda; me besó y le seguí, sin ser consciente; le notaba con intenciones de más, pero le frené; necesitaba tiempo. Al cabo de un mes, ya era oficial en la universidad: el guapísimo de Alberto estaba con la sosa de Raquel; pero nunca me ha importado mucho lo que la gente decía. Todos los días nos veíamos, siempre en el mismo sitio para hacer las mismas cosas; la verdad, yo ya estaba cansada y se lo comenté; al decírselo se abalanzó sobre mí, me cogió del cuello y me dijo que esto no se podía acabar nunca, que era su amor verdadero, que yo era el amor de su vida y él, el mío, claro. Yo, asustada, asentí y al rato le pedí disculpas por dudar de lo nuestro; él me las aceptó, pero me advirtió que no podía volver a pasar. Todo fue muy rápido, nos fuimos a vivir juntos con la excusa de que un alquiler entre dos es más barato, era un pisito pequeño con lo necesario.

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Alberto siempre me acompañaba a todos sitios. Él se había dejado la universidad y tampoco trabajaba; siempre me decía que no podía ir nunca sola porque era tan guapa que todos los hombres vendrían a por mí. Me acompañaba a la universidad y, cuando salía, estaba esperándome. Dejé de salir con mis amigas, ellas me decían que estaba cambiada y que no era la misma. Yo, insensata, prioricé a mi novio antes que a mis amigas, ¡gran error! Dejé de salir de fiesta, dejé de arreglarme, ya no me llenaba lo que hacía, dejé de comer, dejé de salir a correr, en definitiva, dejé de ser yo.

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Un día, discutí con Alberto por el simple hecho de llevar una falda “corta y pegada” para ir a la universidad; me dijo que no podía salir con eso a ningún lado, que era demasiado provocativo; no le hice caso, me agarró del cuello y me pegó, me puso contra la pared, me tiró del pelo, me escupió, me gritó, me humilló, me trató como una muñeca de trapo, era su muñeca de trapo. A partir de aquel incidente, supe que algo iba mal, que ya no era yo, estaba vacía por dentro; era la chica de Alberto, su sirvienta, su marioneta, me manejaba a su gusto. Viví engañada casi un año, creyendo que teníamos una relación sana, era lo que había soñado desde pequeña. Todo ello se convirtió en mi peor pesadilla y, día tras día, me estaba matando poco a poco, lentamente, para que no se notara; estaba destrozada física y mentalmente, y sin saber cómo salir de aquello. Pero llegó el día, me llené de valor. Alberto había ido a tomar algo con sus amigos, aproveché para salir de la jaula y cogí el primer autobús en dirección a mi pueblo, dejándole esa nota en la cama. Me costó recuperarme y ser yo de nuevo, y llegué a la conclusión de que lo peor que hice fue callármelo durante tanto tiempo e intentar creer que todo era normal. Ahora formo parte de una asociación que lucha contra el maltrato a las mujeres. Ahora soy feliz, mi vida es completa, no necesito a nadie a mi lado para ser feliz.

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Si yo salí de ésta, tú también puedes, ¡no te quedes callada! ¡Á(r)mate, mujer!

Autora e ilustradora: Carmen Abellán Palencia 4º Ed. Secundaria.

Érase una vez una niña que se llamaba Marinette. Tenía el pelo de color negro muy oscuro y los ojos de color azul claro. Vivía en París, tenía 13 años y era muy querida en el instituto. Todos se llevaban bien con ella, menos Elisabeth, la chica más creída de la clase. Marinette estaba muy contenta porque se acercaba el concurso de repostería para jóvenes emprendedores que organizaba anualmente su instituto y llevaba mucho tiempo preparándose para ello. Sabía que, si ganaba, conseguiría su sueño: convertirse en una gran repostera, ya que el premio era un curso totalmente gratis donde aprendería a elaborar los mejores postres y poder así asegurarse un trabajo en el futuro. Además, si su receta resultaba ganadora, entraría a formar parte del recetario de postres más famoso de la ciudad.

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Ella estaba muy satisfecha con el resultado de su obra, pues su pastel había quedado muy apetecible; pero lo que Marinette no sabía era que Elisabeth la había estado espiando y había esperado el mejor momento para robarle su receta. Cuando llegó el momento de presentar los postres, Marinette se dio cuenta de que el pastel que presentaba Elisabeth era igual que el suyo. Lo que la chica no sabía, es que Marinette les ponía a todos sus pasteles un ingrediente de origen chino que no era fácil de encontrar y que no figuraba en la receta.

Cuando los jueces se acercaron, vieron que ambos pasteles eran iguales. Probaron primero el de Elisabeth, y quiso la casualidad que la chica se confundiera y le pusiera sal en lugar de azúcar a su tarta, por lo que todos los miembros del jurado tuvieron que salir corriendo a por agua para quitarse el mal sabor de boca.

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Marinette fue la ganadora porque su pastel estaba dulce y riquísimo, y por tanto, sería su postre el que aparecería en el catálogo de famosos restaurantes de John Argriete. La chica demostró que la receta era original suya y que la otra había sido un robo. A raíz de ello, Marinette se hizo famosa por su postre y consiguió el premio tantas veces soñado. Pasaron unos años y Marinette era feliz; había conseguido su meta: labrarse un futuro como repostera y casarse con Félix Argriete, el hijo del famoso hostelero. Tuvieron tres hijos: Hugo, Emma y Alya, y fue muy dichosa y conocida por todos gracias a su fuerza de voluntad y su gran autoestima.

Autora e ilustradora: Jennifer Martínez Rodríguez 4º Ed. Secundaria. (Apoyo)

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