EL VIENTO SUSURRANTE

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EL VIENTO SUSURRANTE

JUAN MANUEL OCHOA TORRES SOCIEDAD MEXICANA DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA, A. C.


ACERCA DEL AUTOR JUAN MANUEL OCHOA TORRES es miembro de la SOCIEDAD MEXICANA DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA, A.C., que es la sociedad científica y cultural más antigua del continente Americano, al haber sido fundada en el año 1833 por el entonces Presidente de México Don Valentín Gómez Farías. El autor forma parte del Consejo Académico Nacional de dicha institución, al fungir como Presidente de una de sus Academias, y ha escrito una gran cantidad de libros sociales, económicos, cívicos, ecológicos, demográficos, históricos y de análisis diversos; algunos de los cuales han sido traducidos al idioma inglés. www.juanmanuelochoat.blogspot.com


EL VIENTO SUSURRANTE

JUAN MANUEL OCHOA TORRES

SOCIEDAD MEXICANA DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA, A. C.


Título original en español: “El viento susurrante”

PRIMERA EDICIÓN: OCTUBRE DE 2015

ISBN: 978-607-7944-12-6 Número de registro: 03-2015-070913523600-01

Copyright © Juan Manuel Ochoa Torres

Correspondencia con el autor: Juan Manuel Ochoa Torres: mailjmot@gmail.com www.juanmanuelochoat.blogspot.mx

SOCIEDAD MEXICANADE GEOGRAFÍAY ESTADÍSTICA,A.C. Justo Sierra 19 Centro Histórico Teléfonos (52) (55) 5542 73 41 y 5522 2055 ismge@prodigy.net.mx http://smge-mexico.blogspot.com México 06020, D.F. MEXICO

Impreso en los talleres de CACTUS DISPLAYS, S.A. de C. V. ap.loera@hotmail.com Tipografía y formación: Luis Tovar Carrillo tecnografica64@gmail.com Portada: Ana Sofía Ochoa Ricoux

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro sin autorización del autor.


ÍNDICE

PÁGINA CAPÍTULO I .............................................................. 5 E XTRAÑAS COINCIDENCIAS CAPÍTULO II ............................................................. C AMBIOS INESPERADOS

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CAPÍTULO III ............................................................. E N CAMINO

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CAPÍTULO IV ............................................................ E L RANCHO

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CAPÍTULO V ............................................................. O TRO ASUNTO

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CAPÍTULO VI ............................................................ R EUNIÓN COMPLETA

85

CAPÍTULO VII ............................................................ D IVERG ENCIAS

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CAPÍTULO VIII ........................................................... C OINCIDENCIAS

147

CAPÍTULO IX ............................................................ V OCES RARAS

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CAPÍTULO X ............................................................. E L REGRESO

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CAPÍTULO XI ............................................................ E XTRAÑOS CONTRAPESOS

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CAPÍTULO I E XTRAÑAS

COINCIDENCIAS

Cuando observamos toda esa curiosa interrelación humana que cada día se lleva a cabo en nuestro mundo, donde se entremezclan —a veces de forma caprichosa— diferentes tiempos, proyectos e intereses de tantas personas, no podemos dejar de cuestionarnos sobre la validez de aquella frase del poeta: “Nada es casual en el planeta, todo tiene una cita con el destino”. ¿Efectivamente interviene una especie de acomodo misterioso, mismo que de alguna forma hilvana todos los acontecimientos diarios, y los entremezcla exactamente así, de una forma precisa y deliberada? Porque hay elementos y opiniones que podrían hacernos pensar en una dirección diferente, y la razón que anteponen es la siguiente: Como en ese incesante devenir de hechos, pláticas y pensamientos de tantísimas personas, interviene tal variedad de circunstancias y metas particulares, si efectivamente existiese ese misterioso y supuesto acomodo del actuar humano, que con un plan maestro acomodase las cosas en una dirección determinada, estaríamos frente a un reto de dimensiones colosales, ya que para coordinar semejante interacción de elementos que entran en juego, se requeriría la intervención de alguien con una capacidad totalmente fuera de la imaginación humana. Y es ahí donde simple y llanamente, muchos concluyen a menudo que no sólo el actuar humano, sino toda esa maravillosa interrelación de fuerzas del Universo, 5


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es producto más bien de una especie de casualidad, la cual, por esa misma razón, a menudo conduce a resultados inesperados. Y si bien este cuestionamiento, a un observador acucioso le resultará por demás intrigante, a la inmensa mayoría quizá le tendrá completamente sin cuidado. Por si fuera poco, si esa interesante forma de interactuar entre los humanos, desde un punto de vista sociológico es por demás desafiante, en un conglomerado gigantesco como la ciudad de México, podría convertirse en algo aún más complejo. ¿Por qué? En una ciudad como ésa, confluye tal cantidad de personas con objetivos y propósitos tan diferentes entre sí, que aunque pareciendo todos moverse obedientes bajo los influjos de unos invisibles hilos, producirán resultados impredecibles. Para percibir mejor la magnitud de semejante reto, quizás un somero vistazo, al menos a unas pocas personas de esta gran urbe, nos darán una idea de la diversidad de metas de cada uno, lo cual nos hará darnos cuenta en la complejidad resultante de semejante actuar combinado. Entre los millones de personas que, a semejanza de un monumental hormiguero, se mueven en el devenir diario, veremos por ahí a una señora de nombre Magali que lleva apresuradamente a sus dos pequeñas hijas a la escuela, no sin antes hacerles infinidad de recomendaciones. Y si volteamos a ver a su propio esposo, el ingeniero Jorge, nos daremos cuenta que él a su vez es dócilmente conducido por el destino en otra dirección diferente, y 6


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fue por ello que salió aún más temprano de su casa, ya que buscaba determinar la viabilidad en la instalación de una antena en un cierto sitio, buscando mejorar la señal en esa área específica para la compañía de teléfonos móviles donde labora. El mecánico don Refugio por su parte, está muy concentrado en su taller, afinando un auto que le acaban de encargar mucho, ya que al parecer tuvo problemas para poder obtener el visto bueno de la verificación vehicular, y su dueño lo contempla como su última opción, para así poder circular más días por semana. El plomero Tomás busca denodadamente en diferentes tiendas una refacción para arreglar un baño, y le preocupa que hasta el momento no la ha conseguido. Y ante ésas y toda una verdadera catarata de formas de actuar de millones de seres humanos, como decíamos, con objetivos y motivaciones tan diferentes, es donde con toda razón, aparecerán en muchos esas intrigantes dudas: ¿Podrán esas acciones combinadas ser de alguna forma planeadas, medidas o al menos monitoreadas por algún ente muy por encima de la capacidad humana? Pero como ya advertíamos, para la inmensa mayoría, sólo bastará seguir de forma rutinaria y obediente, una especie de directriz invisible del imperceptible hilo que los mueve. No obstante, si escoger pudiéramos a uno solo, a semejanza de aquel curioso trabajador de un gran molino de trigo, quien caminando con mucha precaución por encima de un enorme depósito de miles de toneladas de esa materia prima, de pronto detiene su andar para analizar con cuidado un solo grano, de esa misma for7


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ma, quizás esa misteriosa fuerza que mueve calladamente las nubes en lo alto y los astros en los cielos, nos permita analizar un poco más, al menos desde la limitada capacidad humana, las imperceptibles fuerzas y motivaciones que ahora mismo actúan sobre uno solo de nuestros semejantes dentro de esa gran ciudad. Y para poder analizar mejor este intrigante proceder humano, escojamos de manera deliberada a alguien que no sólo se limite a reaccionar ante las circunstancias sino que, además, se cuestione sobre las fuerzas que parecen moverlos. Siendo así que entre todas esas personas que hoy lunes se dirigen apresuradamente a sus actividades, veamos sólo a ése que va hacia su trabajo, ya que hay muchas preguntas de este tipo que fluyen en su mente mientras va sentado en el interior de una gran camioneta, manejada por Juan su chofer. Entre sus múltiples ocupaciones y llamadas telefónicas, como producto de las dudas que ahora mismo nos ocupan, veremos cómo este señor observa desde su asiento el diálogo de dos personas en una esquina, al tiempo que se hace una reflexión parecida a la que planteamos sobre el interactuar humano: ¿Quién o cómo —se decía— interviene en ese misterioso dedo del destino, para que sean acomodados tantos eventos en nuestro conflictivo mundo? ¿Será esto producto de un cierto proyecto, del azar, o tal vez, sólo deriva de una casualidad simple y llana? ¿Qué capacidad debería tener quien controlase todo, y además, pudiese de alguna forma prever los resultados de la interrelación de tantos miles de millones de personas? 8


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Lo que resulta más sorprendente en los pensamientos de este licenciado de nombre Gustavo Mora, es que él ocupaba un puesto importante en una de las Secretarías clave de su país, y este tipo de dudas surgían precisamente entre los breves espacios de tiempo que tenía, mientras en una forma casi automática, respondía a sus llamadas telefónicas. Y cosa curiosa, mientras el tráfico se detiene una vez más por razones desconocidas, recibe una llamada que le sorprende… Esa llamada entrante procedía de un colega amigo suyo, también licenciado en Derecho, mismo que colaboraba en otra dependencia de la administración pública, aunque dentro de la rama hacendaria, pero su nombre lo tenía muy presente: Jorge Sánchez, y lo que más le llama la atención a Gustavo, es que tenían como siete años de no ponerse en contacto. —¡Hola Gustavo! ¿Cómo estás? —¿Y ese milagrazo Jorge? Yo creía que ya te habías olvidado de mi existencia… —¡Ah! Lo que pasa es que tú sabes cómo es esto del servicio público, nos traen de arriba para abajo… A ver si un día tenemos tiempo de reunirnos con más calma. —Pero oye Gustavo —complementa Jorge—, aparte de saludarte, fíjate que se me encargó la realización de un foro de consulta relativo a la Reforma Fiscal, y pensé invitarte para que nos des tu punto de vista… ¡Válgame Dios! —se dice a sí mismo Gustavo—, como si no tuviera bastante con todas mis ocupaciones… Pero 9


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en ese mismo instante, reflexiona que tal vez si interviniera en ese profano tema, podría aportar algo, y aparte, conocer de primera mano otros puntos de vista. —Tú sabes Jorge —le contesta con mucha prudencia—, cómo andamos acá en nuestra oficina, y más que se nos ha pedido realizar también una serie de cambios. —Pero Gustavo, sólo van a participar ocho personas de diferentes especialidades, unos de la iniciativa privada y otros de organismos diversos. Cada intervención durará sólo 15 minutos; y podrás escuchar planteamientos interesantes, ya que participarán personas muy destacadas, ¿cómo ves? —¿Para cuándo? —Será el viernes en nuestra oficina. A las nueve y media de la mañana comenzamos. —Te llamo antes de dos horas y te digo, ¿te parece? Tan pronto se despiden como los buenos amigos y colegas que eran, rápidamente Gustavo llama a su oficina con su asistente para verificar su agenda, y una vez que le indican que ciertos compromisos pueden ser cambiados, le pide que localice determinado estudio sobre la materia que le pareció interesante, mismo que puede aprovechar, exponiendo los puntos más relevantes. Por tanto, en pocos minutos ya le está confirmando a su buen amigo Jorge su asistencia al evento. Al ir subiendo por el ascensor a su oficina, de alguna forma reflexiona Gustavo de nuevo sobre la gran cantidad de compromisos sin sentido que a veces aceptamos… 10


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En realidad —piensa—, ¿por qué tengo yo que andar aceptando participar en foros sobre temas que no son de mi especialidad? ¿Qué no habrá muchos otros personajes que puedan aportar mejores ideas? Me parece —continúa meditando mientras saludaba—, que a Jorge le falló alguien y quiere reemplazar el sitio, pero bueno, ni modo, ya me comprometí. Una vez que se sienta en su oficina y su secretaria Mary le presenta la agenda del día, aunque todavía un poco contrariado por esa inesperada participación del viernes, al ver la fecha de ese lunes, no puede evitar recordar a un pariente muy cercano y querido que falleció justo ese día. Esa curiosa coincidencia, parecía decirle de forma por demás discreta —o al menos así lo interpreta él—, la sorprendente fragilidad de la vida, y cómo debemos aprovechar al máximo toda oportunidad de participar en nuestro medio. Éste mi familiar, —se decía a sí mismo de forma melancólica—, era una persona mucho muy brillante, pero… ¿De qué le sirve ahora? En la dimensión donde ahora se encuentra, ¿cuántas cosas quisiera hacer o decir y ya no puede? Quizá muchas de ellas me las hubiera querido decir o advertir a mí mismo, y… ¡No puede! No podría ni siquiera tocar o mirar una de las hojas de esa pequeña planta que está ahí en esa esquina… ¿Habrá terminado todos sus proyectos? No creo que alguien pueda sentirse satisfecho en eso. 11


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Cuando crucemos esa línea —se repetía en silencio volteando hacia la ventana—, cosa que todos en su momento haremos, nuestro período de acción se cierra de manera abrupta y fatalmente definitiva. Así que… ¡Qué caramba! ¿De que diablos me estoy quejando? Mientras caminemos por esta tierra, aunque nos sintamos a veces abrumados, hay que actuar en lo que podamos… Como su secretaria Mary —que lo conocía a la perfección— lo vio tan ensimismado, hacía otras cosas en su despacho y no quiso interrumpirlo, pero cuando advirtió que ya había aterrizado en este profano mundo, le expone con detalle los compromisos del día. Pero volviendo a la pregunta que Gustavo se hacía, así como una moneda gira en el aire antes de ser firmemente atrapada con la mano, de esa misma forma su duda continúa sin respuesta. Los eventos donde todos participamos y tantas veces nos intrigan, ¿son producto de la casualidad, o han sido previamente calculados y medidos? Ante la imposibilidad de poder evaluar tantos casos donde sigilosamente actúa día tras día el silencioso dedo del destino, veamos al menos lo que sucederá en los siguientes días en la vida de este inquisitivo caballero.

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CAPÍTULO II C AMBIOS

INESPERADOS

En la vida de toda persona, podemos estar seguros que habrá infinidad de circunstancias que podrían o no hacer acto de presencia, pero una de las cosas que sin lugar a dudas no detendrá su curso, es ese lento aunque incesante avanzar del tiempo. Por ello, de la misma forma como el mundo gira, el Sol sale y en su momento se oculta en ese preciso sitio que sabe le corresponde; y la bóveda celeste, por su parte, sin hacer el más insignificante ruido, se desliza sigilosamente noche tras noche desde un extremo del cielo al otro. Así el tiempo sigue su curso, aunque también, es justo reconocerlo, ése su avance lo realiza de una manera tan discreta, que más de alguno podría pensar que actúa así, para que parezca como que no se da cuenta de quién lo utiliza en forma sabia, y quién sólo se limita a verlo pasar, como aquél que contempla impávido el paso de un río. Y como consecuencia de este sigiloso aunque inexorable avance del tiempo, el compromiso que el licenciado Gustavo adquirió apenas el lunes pasado, una vez que él y los demás habitantes de esta gran metrópoli habían sido prácticamente absorbidos a lo largo de la semana por sus múltiples ocupaciones, casi sin darse cuenta, ya estaban enfrentándose todos a lo que el viernes les pusiera sobre su mesa. Aunque también es conveniente señalar, que en el caso particular de Gustavo, por una serie de reuniones muy complicadas que había tenido, los días previos habían sido especialmente conflictivos, ya que en ellos se ha13


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bían enfrentado en su oficina muchos intereses contrapuestos, donde cada persona o grupo trataba de “llevar agua a su molino”, como de forma coloquial y en tono de cierta queja les había confiado a sus allegados. Fue tal el volumen de situaciones conflictivas que gravitaban sobre su oficina, que casi se vio obligado a cancelar su participación en el foro, pero al final pudo más el compromiso que había adquirido. Y por otro lado —también consideró—, quizás ésa sería una forma de cambiar un poco el ritmo de tan complicada semana. Siendo así que al ingresar Gustavo en el recinto donde se celebraría el citado foro, una vez que había dejado sus dos teléfonos móviles con su asistente, ya se encuentra saludando a infinidad de personas que se hallaban presentes, algunas de ellas muy conocidas por él. De manera todavía informal, en los momentos previos a la exposición de cada una de las tesis, flotaba en el ambiente un diálogo cordial, pero en la plática percibe Gustavo que cada participante estaba seguro que su particular postura, era ni más ni menos que la mismísima solución para ese controversial tema. Y mientras escuchaba a sus compañeros y amigos, de forma muy discreta y callada, tal y como había aprendido a proceder en el a veces truculento ambiente político, se preguntaba a sí mismo: ¿Quién podría conjuntar de forma sabia toda esa diversidad de posiciones que seguro se expondrán aquí y en otros lugares parecidos? Porque incluso —temía— muchas posturas hasta resultarán contradictorias…

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Para empeorar las cosas —continuaba en su callada reflexión, mientras aparentaba estar muy atento a sus interlocutores—, es que falta lo más complicado, ya que una vez que después de meses de deliberaciones y de recibir una diversidad de propuestas, al surgir una supuesta solución, o casi más bien una especie de consenso o combinación de las diferentes corrientes, pasará a las Cámaras, donde cada partido le añadirá más elementos, producto de su enfoque o filosofía particular. ¿Qué resultará de semejante amalgama? Y mientras trata de encontrar entre los participantes a alguna otra persona conocida que no hubiera saludado, contempla a su amigo Jorge haciendo malabares para darles la bienvenida y atenciones a cada uno de los participantes, y por la confianza que se tenían entre ellos, su intercambio de saludos fue de los más breves, sabedor Gustavo que su amigo, en su calidad de anfitrión, debía atender bien a los demás asistentes. En pocos minutos da inicio la exposición de cada uno de los diferentes puntos de vista, y después de cada participación, se escuchaban fuertes aplausos de los demás asistentes. Así en su momento, le toca el turno a Gustavo, quien de forma clara y concisa expone su postura, misma que había sido preparada por un despacho especializado, y en ella se hacia hincapié en la necesidad de lograr una simplicidad verdadera, con el objeto de conseguir que quedara perfectamente al alcance de toda persona, y así obtener una mayor participación social. Una vez que termina y se van escuchando otras opiniones, no puede dejar de apreciar también que ellas contenían algunas ideas que, pretendiendo cerrar cualquier posibilidad de evasión —según lo interpretaba 15


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Gustavo—, convertirían el sistema impositivo en algo extremadamente complicado. Al término del evento, mientras Jorge agradece su asistencia y promete analizar cuidadosamente cada una de las participaciones, a manera de una pequeña atención a los invitados y de extensión informal del diálogo, los invita a una pequeña reunión donde se ofrecen algunos bocadillos. Gustavo, mientras camina junto con los demás hacia ese salón adjunto, reflexiona un tanto escéptico sobre el reto a que se enfrentarían los encargados de la realización de tal Reforma. Primero —se volvía a decir a sí mismo, cada vez más escéptico—, tendrán que confrontarse las posturas del grupo burocrático que ha diseñado los cambios, con los especialistas que los asesoran, luego, no sé hasta que punto tomen en cuenta la infinidad de puntos de vista que les llegarán de todos lados, y lo peor, para completar el cuadro, en las Cámaras cada grupo pretenderá añadirle lo suyo, mismo proceso donde hasta podrían aparecer chantajes políticos y presiones de todo tipo. —La verdad —concluye mientras toma un bocadillo—, no sé que cosa resultará de todo eso. De pronto se acerca a él otro de los participantes, quien lo felicita por su intervención, calificándola de interesante, por lo que Gustavo hace lo mismo respecto a la exposición de esa otra persona. Por la experiencia en ese tipo de eventos, ni por un momento Gustavo pierde de vista que muchas de las expresiones posteriores son meros formalismos, que no necesariamente reflejan una verdadera concordancia en los puntos de vista expuestos. 16


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En momentos como ése, recuerda bien Gustavo aquella frase que le confió su amigo Gabriel: “Ten cuidado en política, porque tus amigos son falsos, y tus enemigos verdaderos”, por lo cual, no sólo él, sino la mayoría de los ahí presentes, no disentían de otras posturas de forma abierta, sino siempre trataban de manejar las cosas de forma accesible —al menos en la superficie— sin crear conflictos innecesarios. De pronto Gustavo recapacita sobre sus asuntos pendientes y se retira discretamente al salón contiguo, para preguntarle a Valentín su asistente sobre llamadas urgentes. —Me parece que Mary —le contesta Valentín muy confiado—, como ya sabía en lo que andaba, ya programó hasta el lunes los demás asuntos que surgieron, sólo hay dos llamadas personales, una es de su esposa Alejandra, y otra de un tal Álvaro que insiste mucho en hablarle. —¿Álvaro? —responde extrañado Gustavo—. ¿De qué dependencia o de dónde es? —Ni idea, me dijo que ya lo conocía a usted, le pregunté sobre el asunto, y sólo me contestó que era su amigo… —Déjame llamarle a Alejandra, y ahorita me reportas con esa otra persona, que no me acuerdo quién sea, pero por algo tiene mi número y datos. El teléfono de su esposa marca ocupado, por lo que aprovecha y mientras le dice a su asistente que trate de comunicarse con esa otra persona… —¿Álvaro? Dice con prudencia Gustavo, tratando de no poner en evidencia que no recuerda quién es… 17


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—¡Hola licenciado! Vengo de Europa, de la Feria Mundial de la Alimentación, y quise saludarlo porque me voy a Tingüindín al rato… Cuando escucha esa palabra, de inmediato se acuerda de aquellos días inolvidables donde estuvo en ese rancho de aguacates. —¡Álvaro! ¡Qué milagrazo! ¿Cómo estás? ¿Cómo está don Alonso? —Está bien, como siempre, pero me encargó que lo saludara y lo invitara otra vez, dice que quiere comentarle algunas otras cosas… Inmediatamente vienen a la mente de Gustavo aquellos extraordinarios lugares que conoció, y sobre todo, se quedó gratamente impresionado con las pláticas que tuvieron allí, y pocas cosas le agradarían más que poder regresar a ese lugar… —¿Dónde estás ahora? —Aquí en el aeropuerto de México, lo que pasó es que se retrasó un poquito mi vuelo de Europa, por lo que perdí mi conexión a Morelia, y el siguiente vuelo sale hasta al rato… Pero qué cree, eso me dio tiempo de llamarle. Y sobre todo porque don Alonso insiste mucho que usted vaya para allá. —Dime Álvaro, ¿cuánto tiempo haríamos en auto al rancho por la autopista de vía corta a Guadalajara? —Hasta el rancho por esa carretera, llegamos en poco más de cuatro horas, ¿no me diga que se anima a venir? Porque si va, creo que preferiría irme con usted, ya que trasladándome en avión a Morelia, todavía tendría que hacer muchas maniobras para llegar. 18


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La verdad —medita Gustavo de forma rápida— eran muchos los pendientes que tenía en su oficina, pero prácticamente todos habían sido ya trasladados al lunes, y una pausa en su ajetreada agenda le vendría de maravillas, más a ese lugar y con esa compañía, por lo que le dice a Álvaro: —Te llamo antes de 30 minutos, no te me vayas a ir a Morelia… —De acuerdo, lo espero, pero si no va, me avisa tan pronto pueda, porque tengo que arreglar mi conexión… Una vez que se despiden, logra establecer comunicación con su esposa Alejandra… —¡Hola Ale! ¿Cómo va todo? —Medio mal, acabo de perder a uno de mis mejores clientes, y no me lo vas a creer, ¿te acuerdas de la amiga aquella que me pidió como favor que le diera trabajo a su hija en mi despacho, porque era pasante de abogada? Te parecerá increíble, pero se pasó de lista y se llevó a uno de mis más importantes clientes. La verdad me siento muy decepcionada por su actitud. —Al final —complementa—, yo sé que me llegarán otros clientes y quizás hasta mejores, pero me sacó totalmente de onda la confianza que les otorgué a esas personas. Gustavo ya estaba acostumbrado a ese tipo de cosas y hasta a otras mucho peores, pero al ver la decepción que tenía su esposa, trata de confortarla… —Como bien dices —enfatiza muy convencido—, vendrán otros clientes y mejores, esas cosas suceden. Y 19


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aparte, si ese cliente se fue así de fácil y con alguien casi sin experiencia, toma en cuenta que quizá ni era tan bueno. —Pues sí —contesta Alejandra—, pero como que no lo acabo de asimilar. —Te propongo algo —se le ocurre a Gustavo—, ven conmigo a Tingüindín al rancho de don Alonso… Aquél que te he platicado, y nos venimos el domingo, que tu hermana Elisa recoja a Dieguito de la escuela con sus primos y nos lo traemos de vuelta el domingo, él se quedará feliz ahí con ellos, ya ves qué bien se llevan. —Mejor nos lo llevamos —contesta su esposa—, con lo que nos platicaste, capaz que hasta le gusta… —Órale, a las 2 de la tarde lo recogemos de la escuela y de ahí nos vamos, si puedes, vete a la casa y de ahí te recojo. ¡Ah!, un favor, ponme en un pequeño maletín algunas pocas cosas para el viaje. Si Alejandra nunca se hubiera imaginado realizar semejante viaje, y sólo la necesidad de un cambio momentáneo de aires y el ánimo de su esposo la convencieron, en el caso de Gustavo, ni por un momento dudaría de hacerlo, ya que estaba convencido que podían surgir de ahí ideas interesantes, y lo más importante, en el pasado viaje, se había sentido como trasladado a otro mundo, experiencia que le encantaría repetir. Mientras tanto, su amigo Jorge en el salón contiguo despedía con toda la cortesía que podía a sus invitados, y busca con insistencia a Gustavo, porque sabe que no se hubiera ido sin despedirse, y de pronto lo observa a lo lejos haciendo llamadas en el salón contiguo. 20


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—¿Qué pasó Gustavo? ¿Por qué te veniste para acá? ¿Qué te pareció el evento? —Pues mira —contesta Gustavo—, tenía unas llamadas pendientes, y respecto al foro, la verdad no sé como te vaya a ir para encuadrar esa diversidad de opiniones que surgirán de todos lados: cada quien querrá ser tomado en cuenta en la Reforma. Son tantas las ideas y propuestas, que si ponen un poquito de cada una, terminarán por no darle gusto a nadie, y quedando mal con todos. No quisiera estar en sus zapatos. —Afortunadamente —contesta Jorge a manera de justificación— la responsabilidad y decisión final no serán mías, yo sólo estoy encuadrando las diferentes tesis e ideas. Hasta con esa —medita Gustavo cada vez más escéptico—, cada quien se justificará diciendo que la decisión y responsabilidad final, no fueron suyas. —Pues sí que la tienes difícil —le confiesa Gustavo—, ¿te doy un consejo? Date una pausita, es más, al rato me voy a Michoacán, a un rancho con un amigo que tengo allá, si quieres venir, te invito, te aseguro que conocerás un ángulo o punto de vista mucho muy diferente, te lo apuesto… —Se me hace que ya te me volviste loco —contesta Jorge en son de broma—. ¿Qué diablos vas a hacer allá? ¿No que tenías tantas broncas aquí en tu trabajo? —Mira —puntualiza Gustavo—, ya me cambiaron todos mis pendientes hasta el lunes, pero aparte, no creas que se pierde el tiempo ahí, vamos a estar con una persona sumamente preparada, incluso vivió aquí en México muchos años, estuvo en contacto con una cantidad de investigadores y políticos que ni te imaginas, 21


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pero en cierto momento como que se decepcionó de la política, y se fue para allá. —Antes de ir yo mismo a ese lugar —complementa Gustavo—, pensaba exactamente lo mismo que tú, pero unas pláticas que tuvimos ahí, me hicieron ver las cosas de una forma muy diferente… —Si tú lo dices, no lo dudo, pero como que se me hace medio raro eso, si alguien está interesado en la búsqueda de soluciones, tiene que estar justo aquí… —Tal vez sí —responde Gustavo—, no te lo niego, pero él decidió irse para allá, ¿qué quieres que haga? Lo que sí te aseguro es que te vas a llevar una grata sorpresa, y si vienes, seguro te dirá cosas que ni te imaginas. —Aparte de todo —añade Gustavo—, aunque no fuera así, date una pausa, hay veces que como que se abruma uno con tanto asunto, y si no miras las cosas con la claridad debida, cometerás errores. Es más, invita a Lilí tu esposa, ya ves que se lleva muy bien con Alejandra que va a venir también, cabríamos perfectamente en mi camioneta, ya que con el chofer y una persona que vendrá con nosotros, seríamos seis, más mi hijo. Se queda incrédulo Jorge mirando a su buen amigo Gustavo… Cuando Gustavo aprecia en Jorge esa mirada de duda, añade: —¿Qué puedes perder? En el peor de los casos dos días, pero te apuesto que no será así. Si no hubiera sido por todo el tiempo de conocer a Gustavo, Jorge jamás hubiera aceptado semejante in22


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vitación, pero la confianza que tenía en su amigo puede más que su duda, y en breves momentos ya esta realizando llamadas para poder hacer ese pequeño viaje. Gustavo por su parte, ya se ha comunicado con Álvaro al aeropuerto, quedando de acuerdo en la puerta específica donde su chofer Juan lo recogerá en breve. Sabiendo Jorge que Gustavo requiere un lugar tranquilo para realizar diferentes llamadas, le facilita una salita para tal efecto, mientras él a su vez se dirige a terminar de despedir a los participantes y preparar detalles. No esperaba Jorge que su esposa Lilí fuera a aceptar ir a ese viaje, pero tal como se lo ha planteado, y la compañía de su amiga Alejandra, han terminado por convencerla. Desde la salita donde el licenciado Gustavo termina de realizar llamadas, mientras su chofer Juan recogía a Álvaro del aeropuerto, tiene un breve espacio de tiempo para meditar. —Qué curioso como se acomodaron las cosas de repente. Pero la verdad, me caerá de perlas otra vez este viaje a ese rancho. —Aunque estoy muy intrigado —continúa reflexionando—. ¿Qué me querrá decir don Alonso? Bueno, ya lo veremos… No habían pasado más que pocas horas, cuando esas seis personas se habían convertido en siete al recoger a Diego, perfectamente acomodados en esa camioneta de tres asientos, dirigiéndose muy animados todos a la autopista por vía corta a Guadalajara. 23


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CAPÍTULO III E N CAMINO En unos cuantos minutos, ya habían dejado atrás la ciudad de México y van disfrutando del paisaje de esa autopista que tomaron. Desde el interior de la camioneta, la vista de alrededor, llena de una gran cantidad de pinos enmarcados en un esplendoroso cielo azul ya desconocido en las grandes urbes, parecía sólo deslizarse suavemente alrededor de ellos, no obstante, también se ponía de relieve un singular contraste en este cuadro: Ese exterior lleno de silencio, contrastaba con el ambiente que flotaba en el interior de ese vehículo, donde prevalecía el diálogo y una inesperada camaradería. En el primer asiento iban colocados Juan el chofer y Álvaro, en el intermedio el licenciado Gustavo y su colega y gran amigo Jorge, y el de atrás había sido deliberadamente escogido por las señoras Alejandra y Lilí, quienes como tenían tiempo de no verse, tenían muchas cosas que compartir. En medio de ellas dos, estaba muy concentrado el pequeño Diego, completamente absorto con un artefacto electrónico. En eso, Gustavo, recordando unas reuniones que había tenido a lo largo de la semana con ciertos extranjeros e importadores de productos alemanes, le dice con mucho interés a Álvaro: —Y a todo esto Álvaro, ¿cómo te fue en Alemania en la Feria de la Alimentación? 25


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¿Conseguiste lo que querías? —Sí licenciado —responde de inmediato con satisfacción—, como hemos cuidado mucho la calidad, tiempos de entrega, y contamos con precios razonables, cada día tenemos más clientela. —No les voy a decir algo que no sepan —añade Álvaro muy convencido—, pero cuando se exporta como se debe, no solamente traemos divisas y generamos empleos en nuestro país, sino que ponemos en alto lo que aquí somos capaces de hacer. Me pude dar cuenta de primera mano que cada día se valora más nuestra mercancía… Y aprovechando el tiempo disponible del viaje y con algo de curiosidad, Jorge a su vez añade: —¿De qué países tienen competencia? —De muchos lados, de Israel, varios sitios de África y otros lugares, pero en aguacate, el número uno del mundo somos nosotros, y dentro del país, la mayoría —dice Álvaro sin ocultar cierto orgullo— proviene de Michoacán. —Me siento —añade— como si estuviéramos mostrando al exterior una partecita de nuestro país. Esperemos —complementa Álvaro un poco pensativo—, que la situación un poquito conflictiva que ahora pasamos, sea pasajera y no vaya a perjudicar la productividad. En eso comenta Juan, el chofer: —¿Cortamos camino por ese libramiento para no pasar por Toluca? 26


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—Por supuesto Juan —contesta rápido Gustavo—, siempre que podamos, hay que aprovechar esas nuevas carreteras. En eso añade Jorge: —¿Y en qué ciudad alemana se realizó esa feria? —En Colonia —responde Álvaro—, cerca de Bonn, pero yo llegué a Frankfurt, y de ahí tomé un tren rapidísimo de esos que tienen allá. Y qué creen —prosigue—, como esa feria era de alimentos, ahí en el stand de México, me encontré con muchos colegas de nuestro país, se ofrecían infinidad de cosas: fresas de Zamora, café de Veracruz y Chiapas, mangos e infinidad de hortalizas del Bajío y del Norte, pastas de tomate y no se imaginan la gran variedad de cosas. —Mucha gente aquí no lo sabe —prosigue—, pero el espacio de exhibición de México fue de los más visitados, nuestro país y los productos de aquí son muy apreciados allá, por eso tenemos que ser mucho muy cuidadosos para conservar e incluso ir mejorando aún más los estándares de calidad. —Obviamente —añade Jorge— el mercado internacional es como una especie de olimpiada, donde compiten sólo los mejores productos del mundo en cuanto a precio, calidad, empaque, higiene y tiempos de entrega, cualquiera que se meta en comercio exterior, tiene que estar consciente de ello… —Pues qué cree licenciado —dice con prudencia Álvaro—, perdóneme que lo contradiga, pero no siempre fue así, fíjese que me cuentan otros exportadores de más edad, que en los años setentas, con un criterio medio demagógico, quisieron hacer de cada productor 27


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mexicano un exportador, cuando muchas veces no contaban con la calidad y profesionalismo indispensables para el mercado internacional, y eso nos perjudicó por muchos años lo que no se imagina, perdimos credibilidad, pero con base en mucho esfuerzo, poco a poco la hemos ido recuperando. Y al ir pasando por Apeo les dice Álvaro a manera de dato curioso: —Vamos pasando por la tierra de don Melchor Ocampo, ¿cómo andan de hambre? —Yo ya tengo hambre —dice Diego desde atrás con la velocidad de un rayo—, se me perdió mi bastimento en la escuela… —¿Por qué no me dijiste? —añade su mamá Alejandra con una rapidez aún más sorprendente—. —En poquito rato —les tranquiliza Álvaro— llegamos a un restaurante que conozco, pero si gustan nos metemos a Maravatío, como prefieran… Después de deliberar un poco, acuerdan acudir mejor al restaurante que recomienda Álvaro. Por lo que más pronto de lo que se imaginaron, ya están sentados los siete alrededor de una gran mesa. —Estoy un poco intrigado —le confiesa el licenciado Gustavo a Álvaro—, ¿de qué me querrá hablar don Alonso? —La verdad no lo sé —responde—, un poco antes de salir a este viaje, como sabía que iba a pasar por la ciudad de México, me pidió que lo contactara invitán28


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dolo a venir, y como eso no es muy usual en él, le pregunté si había alguna razón especial para ello, y sólo me dijo que había cosas que quisiera comentarle sobre lo que ahora nos pasa. —Intuyo —complementa después de meditar un poco— que ha de ser por el tema que nos preocupa más en el estado y en todo el país: La inseguridad. Porque en otra ocasión me dijo que eso puede perjudicar todo lo demás. —Comparto por completo eso —responde rápido Gustavo—, por eso estuve de acuerdo con los planteamientos que nos hizo en mi pasada visita. —¿Pues qué les dijo? —dice Jorge con una mal disimulada curiosidad, aunque con cierta dosis de escepticismo, ya que no acababa de convencerse de que de un sitio tan alejado pudiera provenir algo realmente valioso. —Nos habló de varios temas interesantes —afirma Gustavo con aplomo, al percibir el escepticismo de su amigo—, nos comentó entre otras cosas que era imprescindible elevar bastante y de forma más consistente los niveles de valores cívicos y éticos, y que todavía tenemos una tasa alta de crecimiento demográfico, lo que hizo que se doblara la población como en 36 años, lo que significó que en ese mismo lapso debimos haber sido capaces de duplicar absolutamente todo, empleos, capacidad educativa, dotación de agua potable y drenaje, producción agrícola y forestal, áreas de vialidad urbana y foránea y absolutamente todo. —Como te habrás dado cuenta Jorge —enfatiza—, y sobre todo nosotros que estamos en la administración pública, sólo refiriéndome a este tema específico, no pudimos haber hecho en sólo 36 años otra vez lo que 29


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ni siquiera conseguimos en toda nuestra historia, y nos explicó de manera clara y con ejemplos, que ese desfasamiento se reflejó de inmediato en infinidad de carencias en casi todos los órdenes, lo que se convirtió —junto con otras cosas— en uno de los factores más relevantes que influyeron en la situación que hoy vivimos. Y ante la mirada atónita de Jorge, continúa Gustavo: Eso y lo demás que nos comentó, tiene toda la lógica del mundo, porque qué crees, nada más en lo relativo al tema poblacional, cuando regresé a la ciudad de México después de mi pasada visita con don Alonso, acudí a un analista muy bueno que trabajaba conmigo, y le pedí que investigara la posible interrelación entre alta tasa de crecimiento poblacional y elevado grado de marginación social en más de 180 países… —¿Y luego? —dice Jorge ya intrigado, casi sin hacer caso cuando les piden ordenar sus platillos… La señora Alejandra, que aunque junto con la señora Lilí también escuchaban muy atentas la explicación de Gustavo, propone hacer una breve pausa para ordenar la comida… Y una vez que lo han hecho, prosigue Gustavo: —Y qué creen, la conclusión de mi analista resultó tal y como nos dijo don Alonso, sin excepción alguna, a mayor tasa de crecimiento poblacional, el nivel de marginación sube de forma proporcional, paralelamente a un bajo Índice de desarrollo humano. —Como consecuencia de este elemento —concluye—, no sólo aumentan lastimosamente las carencias, sino se elevan para colmo también los índices de violencia, 30


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aunque te confieso, vimos que en este renglón específico sí hubo algunas excepciones, ya que hay lugares como la India y otros, donde como que se habitúan a carecer de infinidad de cosas, y no repercute tanto en violencia, pero en la mayoría no ocurre así, y sí se interrelaciona bastante con la inseguridad. —No creo Gustavo que sea así de simple —insiste Jorge—. —Lo que pasa Jorge —contesta Gustavo—, es que éste es un elemento que actúa de forma imperceptible, casi invisible, pero impacta de forma contundente. —Mira —prosigue Gustavo—, una alta tasa de crecimiento poblacional hace que la demanda de satisfactores humanos como educación, o económicos como empleos, servicios, infraestructura, etcétera, crezcan mucho más rápido que la posibilidad real de irlos proveyendo, o sea, las necesidades van más aprisa que las capacidades, tan sencillo como eso. Álvaro, sin decir palabra mientras comienza a comer, escucha muy complacido que lo que le expuso don Alonso, le quedó perfectamente claro, pero en eso replica Jorge: —No sé como estará eso —dice casi sin hacer caso al platillo que colocaron frente a él—, porque cada rato escucho en los medios que la tasa de crecimiento demográfico está disminuyendo, o sea, como que eso ya no es problema… —Yo fui el primer sorprendido la vez pasada —puntualiza Gustavo—, pero como te comento, después de analizar más a fondo eso, hasta se me hizo raro que no se le hubiera dado la atención debida a ese tema por muchos organismos internacionales, claro está, con sus debidas excepciones, por supuesto. 31


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En eso interviene Álvaro para pedirles que inicien su comida para que no se les enfríe y puedan llegar temprano al rancho; pero él también a su vez, así como sin poder resistir aportar otro dato, añade: —Hablando de eso que dice el licenciado Jorge, sobre la supuesta disminución en la tasa de crecimiento demográfico, la razón de esa percepción actual tan común, les comento, como algo mencionó don Alonso la vez pasada, no es que esté mal sacado el dato, pero la metodología utilizada quizá no sea la más apropiada, ya que esa medición, si bien está perfecta para evaluar el crecimiento económico y otros parámetros, en la cuestión demográfica se debe asociar también con diversos elementos fijos o limitados como la disponibilidad de agua, tierra y otros, o sea al ecosistema… —Álvaro perdón —dice la señora Alejandra—, le comento, escogió bien el restaurante, con razón quería venir aquí, y a propósito de lo que dicen, nunca lo había visto de esa manera, de verdad… —Pero a ver Álvaro —interviene nuevamente Jorge intrigado—, explícame un poco más, porque no me queda claro, si medimos la población como actualmente lo hacemos, ¿qué dices que pasa? —Se da una impresión errónea, fundamentalmente para el gran público, mire, se la pongo más fácil con un poco de cifras muy sencillas —afirma Álvaro con cierta seguridad, como economista que era—, en los últimos cien años, considerando nacimientos menos defunciones, la población añadida por año al planeta, no ha hecho sino ir aumentando… —¿Y por qué te has metido tanto en eso? —pregunta Gustavo con curiosidad—. 32


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—Bueno, lo que pasa es que a don Alonso le interesa el tema, porque dice que está muy asociado con el desarrollo socioeconómico, por lo que le gusta estar constantemente investigando sobre eso, y le ayudo a obtener datos de muchos lados a través de Internet, y luego los comentamos… —Pero volviendo a lo que les decía —prosigue—, a principios del siglo XX crecíamos como en 12 millones por año —en todo el planeta, enfatiza—, un poquito después de la mitad de siglo, por decir en el año de 1960, en cerca de 50 millones, unas décadas más tarde, en 70 millones, y ahora en alrededor de 83, pero qué creen, si lo medimos en términos de porcentajes, y sobre todo, empleando la metodología actual, pareciera que va bajando… —¡Ah caramba! Ahora sí que entiendo menos —dice Jorge—, ¿Y por qué? —Eso sucede —continúa Álvaro— por una razón muy simple: Asocian la cifra total de nuevos habitantes del planeta, con una población mundial que cada vez es más grande. Como les ofrecía, se los planteo mejor con ejemplos: —Cuando la población mundial en los años sesentas crecía en alrededor de 50 millones anuales, ese crecimiento lo relacionaron con los poco más de 3,000 millones de esos años, y ahora, los 83 millones nuevos de cada año, los interrelacionan con una cifra de más de 7,000 millones, y visto así —y sobre todo para el gran público, puntualiza—, en términos de porcentaje, pareciera que el crecimiento va disminuyendo, pero ese efecto es principalmente derivado de esa singular forma de calcularlo. 33


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—Ya sé lo que me van a decir —juzga conveniente añadir—, que por qué no se cambia esa metodología, pero no es posible hacerlo de forma unilateral, esa es una forma de medición internacional, y entre otras cosas, nuestro país no puede cambiarlo solo, y estoy convencido que los expertos demógrafos ya han advertido ese efecto hacia el público, pero observen, si por decir se midiera el crecimiento actual, con base en una población fija, digamos la que existía en el mundo en el año de 1960, la conclusión sería que estamos creciendo casi al doble de lo de entonces… —Oiga Álvaro —dice la señora Lilí—, y en México, ¿cómo anda la cosa? —Por el estilo —contesta— tomando como base ese mismo año de 1960, considerando nacimientos y defunciones, teníamos como 1.2 millones de nuevos mexicanos en ese año, en cambio, en el año pasado, crecimos en casi 2 millones, y aquí se produce para el público exactamente el mismo efecto que les decía… —Como en el año de 1960, se le asociaba con los poco menos de 35 millones de mexicanos de esa época, y ahora, se le interrelaciona con una cifra de más del triple, se habla a voz en cuello ante los medios de comunicación que la tasa de crecimiento ha disminuido bastante. Algo similar sucede con todas las cifras demográficas del mundo subdesarrollado, que es la mayor parte de la población del planeta. —¡Miren nada más! —dice la señora Lilí—. ¿Pero qué las autoridades no se han dado cuenta de eso? Porque con razón, si yo le pregunto a cualquier persona de la calle sobre esta situación, de inmediato me va a decir que ese problema ya no existe… 34


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—Pues sí —les dice con cierto desánimo Álvaro—, pero no debemos culparlos, es lo que escuchan a cada rato en los medios. —Pero observen —añade Álvaro—, en lo que me dice sobre la aparente inacción de algunas autoridades del mundo sobre el tema, básicamente en el sector subdesarrollado, créanme, están demasiado ocupados “apagando fuegos” sociales que surgen por todos lados, que yo pienso que ni tiempo tienen de analizar bien acerca de una de las causas de fondo que influye sobre la problemática que enfrentan. —Aparte —prosigue—, por si fuera poco, una acción informativa en este sentido, algunos piensan que no les beneficiaría en el corto plazo de su gestión política. Porque por decir, las personas que en este momento están demandando empleos, vivienda, agua, drenaje, educación adecuada, energía, áreas de vialidad apropiadas e infinidad de servicios indispensables, no son las que nacieron el año pasado, sino las de hace como 2 décadas, o más, o sea, estas cosas no repercuten en el corto plazo. —Y el problema sigue aumentando, porque como les decía, un crecimiento de esa magnitud, hace que las necesidades vayan más rápido que las capacidades de proveerlos. —Les pongo un sencillo ejemplo —les dice Álvaro mientras estaban todos atentos—, vean tan sólo la necesidad agregada anual de agua potable en nuestro país, basándonos en el crecimiento actual: Cada año hay que agregar obligadamente nada menos que 124 mil millones de litros de agua potable a la ya de por sí insuficiente dotación actual, misma que obviamente ahora mismo es insuficiente. Este cálculo incluye sólo la 35


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dotación de este líquido a las alrededor de 540 mil nuevas viviendas que necesariamente debemos hacer cada año, sin contar el agua agregada anual para uso agrícola, industrial o forestal. —Pues es cierto —contesta Gustavo—, es obvio que no alcanzaremos a crecer tampoco en agua potable a ese ritmo, ya que como decías, ni siquiera alcanzamos a dotar de agua a toda la población existente en este momento, incluso ya comienza a haber conflictos y disputas entre varias comunidades urbanas y agrícolas por esta causa. Pero en eso recapacita Álvaro sobre el tiempo, y les dice: —¿Quieren alguna otra cosa más, o pagamos y seguimos comentando en el camino? Mientras subían a la camioneta, tanto Jorge como las señoras Lilí y Alejandra, comienzan a mirar las cosas desde otra perspectiva, y aunque sin externarlo, comprenden el gran interés que Gustavo tenía en hacer ese viaje. Conforme avanzan en su recorrido, el Sol poniente llegaba de frente a la camioneta, pero se sorprenden que no era para nada molesto, porque iban admirando el campo verde de alrededor. El más sorprendido de ese particular enfoque que platicaron durante la comida era Jorge, a quien ya hasta le había entrado curiosidad por conocer a ese personaje que con tanto interés buscaba Gustavo. Por ello Jorge, después de reflexionar por unos instantes, y mientras los demás comentaban de otras cosas, añade: 36


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—Pero acerca de lo que platicamos en la comida, hay otra cosa que no me queda clara: Se supone que se va a estabilizar el crecimiento poblacional, ¿no? —Es obvio —contesta de inmediato Álvaro—, el número real de habitantes del planeta va a tender hacia una estabilización efectiva en las siguientes décadas, pero la duda no radica tanto en si eso ocurre o no, sino más bien, si esa estabilización sobreviene cuando todavía estemos a tiempo de hacerlo, y no se haya dañado el medio ambiente de una forma aún más grave o incluso irreversible. —Y otra cosa —prosigue Álvaro—, para completar el cuadro, como les decía, dado que una alta tasa de crecimiento demográfico, genera un período de duplicación poblacional relativamente corto, y en ese lapso no se alcanzan a doblar los satisfactores, se generan infinidad de carencias, lo que a su vez repercute, junto con otras cosas —enfatiza—, en graves deficiencias, lo que a su vez influye mucho en violencia e injusticias de todo tipo. —Y a propósito licenciado Gustavo —complementa Álvaro—, me imagino que esta problemática se la pudo plantear a alguien de la administración pública, ¿no? —Como les comentaba hace rato —responde Gustavo—, terminamos el estudio, y se lo pasamos al organismo apropiado, y no supe más, porque no era mi área. Acuérdate que yo en ese momento estaba en la cuestión forestal. Válgame Dios —recapacita por su parte Álvaro—, creo que tenía razón don Alonso, eso se va a perder en el mundo de la burocracia… 37


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En eso reflexiona Gustavo, aunque ya sin mencionarle a nadie, que parece recordar que dicho funcionario del área poblacional ya había sido removido. —Oye Álvaro, pero de todos modos —interviene Jorge—, como decíamos hace rato, una estabilización poblacional, junto con otras medidas atinadas, podrían ayudar bastante, pero en el mediano o largo plazo, y la bronca es ahorita, ¿qué hacemos? —Es cierto —dice con un dejo de pesimismo Álvaro—, esto no se resuelve en el corto plazo, pero creo que aún así, se podrían sortear los problemas… A condición que se manejen bien las cosas, y se logre hacer responder a la ciudadanía en una forma conjunta. —Pero mejor platiquen eso con don Alonso —les dice Álvaro—, tal vez él tenga mejores ideas… Conforme avanzan más en el viaje, y van contemplando diferentes tipos de escenarios, platican de infinidad de cosas de historia y hasta de costumbres de la región, y el licenciado Jorge por su lado, se va convenciendo que quizás ese viaje podría resultar interesante y hasta bonito. También le da mucho gusto que su esposa Lilí vaya tan a gusto en la parte de atrás conversando sobre infinidad de cosas. Mientras tanto, a medida que conversaban y avanzaban en su ruta, el Sol se manifestaba, como ya era su costumbre, completamente indiferente a los eventos de abajo, y sólo se limitaba a cumplir obediente con su ruta ya prefijada en el cielo, incluso sin darse cuenta que al irse ocultando en el poniente, iba dejando tras de sí una estela de colores dignos de llamar la atención. 38


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Y cosa curiosa, como la ruta obligada de este vehículo era también hacia el poniente, parecían todos ser espectadores forzados de esa especie de ceremonia estelar con que la naturaleza acostumbraba cerrar calladamente el telón a la luminosidad de ese otro día. Álvaro por su parte, reflexionaba que tal vez emplearon mucho tiempo en la comida, y la noche se les venía encima, pero juzgó conveniente ya ni mencionar eso. En ese instante observa Álvaro que cuando llegan a un pueblecito llamado Ecuandureo, Juan pretendía seguirse de frente, por lo que de inmediato le indica: —Juan, perdón, aquí nos salimos de la autopista y nos vamos rumbo a Zamora, la rodeamos por el libramiento, y nos vamos hacia donde diga Los Reyes, y antes de llegar a Tingüindín, estará la entrada del rancho, estamos como a 40 minutos. —¿No se me han cansado? —les pregunta Álvaro—. —Para nada —contesta rápido Jorge—, la verdad la carretera está impecable, y con toda la plática, hasta se nos ha hecho corto el viaje. Cuando iban bordeando Zamora, ya había oscurecido por completo y continúan en la ruta indicada. Añade Juan el chofer: —Este camino no lo conocía, es mucho más directo. —Sí Juan, es que la vez pasada llegaron por otro lado… Conforme iban avanzando, y con la excelente luz de la camioneta, podían ir apreciando que la vegetación iba cambiando drásticamente, porque la carretera a am39


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bos lados se iba llenando más y más de grandes árboles, e incluso, el aroma se iba transformando favorablemente de forma increíble. Pero como la carretera estaba muy sola, Jorge le pregunta a Álvaro: —Y con la inseguridad que ha surgido, ¿no le da miedo a don Alonso que le pueda pasar algo acá, o incluso que lo pudieran secuestrar? —Don Alonso —contesta— es una persona muy singular, ya lo conocerán, por un lado es increíblemente pacífico, pero al mismo tiempo, de forma paradójica, no le da miedo ni eso ni nada. —¿Y eso? —dice sorprendido Jorge—. —No me lo va a creer, pero dice que cada uno ya tenemos perfectamente fijada la hora de nuestra muerte, y que seguramente no podremos adelantarla ni atrasarla un solo segundo. —Bueno, eso es cierto, pero a cualquiera le daría algo de temor ser víctima de la delincuencia, ¿no? —A mí también se me hizo raro —responde Álvaro—, pero me consta que así piensa, porque uno de sus amigos notarios de Zamora, no me acuerdo si fue el licenciado Fidel o Luis Fernando, le hicieron una escritura como de “voluntad anticipada” o algo así, donde manifiesta que si fuera víctima de un ilícito, o algo como eso que dice, que no se pague nada, aunque vaya de por medio su vida. —¡Ah caramba! —dice sorprendido Gustavo—. ¿Y eso? Nunca había oído de algo así. 40


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—Pues dice —les comenta Álvaro— que ese delito ha crecido porque la mayoría de la gente paga, lo que hace crecer el problema. En una ocasión me comentó: Hubo algunos años en la ciudad de México, donde se robaban piezas de los carros, y luego la ciudadanía iba a comprarlos a una colonia donde se vendían esas mismas piezas. —Y me platicó —les sigue diciendo— que cuando las agencias ofrecieron un muy importante descuento comprándoles las piezas nuevas a ellos, tratando de acabar con ese delito, dejaron de venderse las piezas robadas, y como por arte de magia se acabaron los robos. —¿No estará procediendo así don Alonso más bien para cuidar su patrimonio? —Inquiere Jorge—. —No creo que lo haga por eso, lo hace porque dice que pagar sería un acto egoísta, que pondría en riesgo la vida de muchos más, porque cuando alguien paga, se van sobre el siguiente, lo que pone en mayor riesgo a la ciudadanía. —Una vez me dijo que los países donde sus gobiernos no negocian con delincuentes, aunque vayan de por medio vidas, son los que tienen un índice mucho más bajo de este tipo de problemas. —Incluso —prosigue Álvaro—, en una ocasión monitoreamos desde aquí un secuestro que hicieron en el norte del país, cuya víctima era un jovencito menonita de 17 años, y le pidieron a su padre no sé que cantidad de dólares. —El padre de este joven, alarmadísimo, fue con el líder de ellos, y éste le indicó que no era conveniente pagar nada, porque se pondría en riesgo de forma irresponsable la vida de los demás. 41


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—El padre angustiadísimo le contestó: “Pero lo van a matar”, y su líder le dijo: “Tu vida, la mía, la de tu hijo y la de todos aquí, están en las manos de Dios, no podemos ceder ante eso, pondríamos en riesgo la vida de muchos más…” —Así se lo manifestó resignado ese angustiado padre a los delincuentes, convencido que sin duda su hijo perdería la vida y al final —sigue describiéndoles Álvaro—, ante la negativa rotunda y decidida de la familia y de toda esa comunidad religiosa, soltaron al muchacho, y ¿saben qué? No creo que haya muchos secuestrados de ese grupo, por una razón muy simple: Con esa postura que adoptaron, no serán considerados “negocio” para los maleantes. —Además —continúa Álvaro—, creo que don Alonso tiene otra perspectiva diferente de la vida, dice que somos como extranjeros aquí en la Tierra, y que si se tiene que ir antes, no pasa absolutamente nada… Se quedan todos en silencio, y Jorge añade: —Bueno pero, ¿qué providencias tomó entonces? —Ninguna —contesta—, ¡Ah bueno! Ahora recuerdo, sólo tomó un seguro personal contra este tipo de cosas, para de alguna forma compensar a su familia por su falta, y, por si fuera víctima de intentos de extorsión contra bienes del rancho, también adquirió otros seguros, dado que como se imaginarán, tampoco pagaría, pero dice que si hubiera daños, la compañía de seguros los reembolsaría. —Yo me enteré de eso porque me mostró esa escritura notarial y me recomendó mucho que no se cediera ante una eventualidad de ésas. 42


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Se quedan Jorge y Gustavo meditando sobre eso, convencidos que en realidad esa persona tenía una actitud medio especial. Pero Jorge añade: —¿A qué se deberá esa forma de pensar tan diferente? —Al enfoque o sentido de la vida que tiene. Él es un hombre de convicciones muy sólidas, viene a mi mente ahora que en una ocasión, un conocido le dijo que tenía miedo de algo parecido. —Recuerdo claramente lo que le comentó a esa persona: “En la Biblia dice: No tengan miedo a los que les quiten la vida, y después de eso, ya nada pueden hacer…” —¿Y sabe qué licenciado? —dice Álvaro volteando hacia él—, no crea que es una simple pose, eso lo piensa, siente y vive, yo sé lo que le digo. A Gustavo después de haberlo conocido, esa forma de pensar no le sorprendía tanto, pero en el caso de Jorge, su pensamiento era otro: Vaya, vaya —reflexiona—, pues sí que este señor es medio raro, ya hasta tengo curiosidad de conocerlo… En eso interrumpe Álvaro: —Juan, vete despacito, después de esa curva, está un camino de terracería hacia la izquierda, vete por ahí con cuidado, ya llegamos… Una vez que tomaron ese camino y después de un breve trecho de terracería, llegan a una puerta que de inmediato reconoce Juan el chofer, y a un costado de la misma observan el letrero que indica: “El Encinal”. 43


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Como la puerta estaba completamente cerrada y con candado, les pide Álvaro a los dos señores si le pueden ayudar a mover unas trancas de madera. Al descender contempla Gustavo al Oriente una gran Luna llena que daba la impresión como si mirase con curiosidad a esos visitantes, pareciendo diseminar con más intensidad su luz blanquecina para poder apreciarlos mejor. Pero lo que más impresionó a Gustavo y Jorge, fue un aroma que era traído hacia ellos por una ligera brisa que salía de alguna parte, misma que sólo se atrevía a tocarlos suavemente, así como pareciendo identificarlos, y para también darles una muy discreta e invisible bienvenida. Ese cuadro hubiera quedado incompleto sin el canto de muchos grillos, quienes no se querían quedar atrás y también externaban sus opiniones, sin parecer importarles en lo más mínimo que sus crípticos mensajes no pudieran ser comprendidos por los recién llegados. —Mira nada más qué Luna —coinciden Alejandra y Lilí—. —Y miren alrededor —expresa Gustavo más entusiasmado que nadie— lo que se alcanza a apreciar con ella. Pero van a ver mañana. Una vez que la camioneta ha traspasado la puerta, suben nuevamente a ella y se van acercando a la casa del rancho, y en eso añade Gustavo: —¿Vamos a saludar a don Alonso ahora? —No, por ahora no, él ya se debe haber retirado a su cuarto a leer. Mañana lo saludan al desayunar. 44


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—Pues se retira temprano —dice Lilí—. —Lo que pasa es que él madruga mucho, en los años que tengo aquí, nunca he visto que se pierda un amanecer, a menos que tenga gripe o algo. Al entrar en el patio de la casa, estaban sentados platicando Benjamín el mayordomo, Chema su papá y Joaquín su hermano alrededor de una fogata, y al verlos, acuden amablemente a ayudarles a colocar sus cosas en tres cuartos. Y de forma privada Benjamín le comenta a Álvaro: —¿Y esas visitas Álvaro? Acuérdate que a don Alonso no le gustan tanto… —No te preocupes —le dice en voz baja—, él mismo me pidió que los trajera. —¡Ah bueno! ¿Y cómo te fue en tu viaje? Creí que venías mañana… —Me fue muy bien, luego les cuento, y llegué antes porque pude coordinar mi viaje con ellos, y me vine directito. Una vez que han consumido contentos unos panes de maíz con atole de grano, sentados alrededor de esa fogata del patio, aunque sin hacer mucho ruido en atención a los que ya descansan, este inesperado grupo no puede resistir salir de la casa a observar algo al campo. —¿Qué te parece esto Jorge? Pero su silencio parece decir más que sus palabras, porque no sabía si era el aroma a hierba fresca, ese suave 45


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viento que apenas los tocaba, el canto de los grillos, o esa mirada curiosa y callada de la Luna, y ni siquiera sabe qué contestarle a su amigo. Hasta el propio Diego expresa: —Mamá, qué bonito está esto, mira cuánta estrella, ¿Cómo que están más bajitas aquí, no? —Así parece —le contesta su mamá— pero no, la distancia es la misma… En poco rato y muy a su pesar, se retiran a sus cuartos, esperando la llegada del día siguiente para poder apreciar mejor todo. Al despedirse Álvaro, les comenta que se pueden ver para desayunar a las 9 a un costado del patio…

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CAPITULO IV EL RANCHO Algo digno de llamar la atención esa noche en el rancho El Encinal, era que ninguno de esos inesperados visitantes, percibió a cabalidad que, conforme se fueran retirando a descansar, ello no significaba que el entorno debía también detener su marcha. Y quizá no tenían muy presente que otra de las reglas de oro no escritas en la naturaleza era: cada quien a lo suyo. Prueba de ello que mientras ellos dormían, las demás cosas seguían su curso igual que siempre, aunque cada una lo realizaba de acuerdo con sus características particulares. Por ejemplo, uno de los elementos que jamás detenía su avance, era ese prodigioso tapete estelar que había sido cuidadosamente extendido a todo lo largo y ancho del cielo, el cual, fiel seguidor a lo establecido, continuó deslizándose de forma silenciosa y minuciosamente ordenada hacia el poniente. Pero ya que volteamos hacia el cielo, algo digno de llamar la atención es que, aunque parezca increíble, no todos los astros se mueven a la misma velocidad. Ya era sabido por todos los objetos estelares, que como sucedía con casi todas las reglas, había sus excepciones, y una de ellas era precisamente ese un poco más lento avance de la Luna. Hacía ya tanto tiempo que este enigmático objeto blanco tenía esta costumbre de irse retrasando algo más de cin47


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cuenta minutos diarios, que a ninguno de los demás integrantes del cielo le causaba la más mínima extrañeza. O podría ser, nunca lo sabremos, que los demás objetos del cielo de alguna forma sentían que, como en ese su plateado caminar nocturno debía ir escudriñando minuciosamente todos los rincones del planeta, y dado que esa labor debía realizarse con el mayor de los cuidados, se le debía tolerar su retraso diario. Siendo así que mientras los visitantes aún dormían, y los demás astros habían avanzado un poco más, la Luna proseguía silenciosa su labor de escrutinio, pero ahora desde el lado poniente del cielo. Y otra muestra de que todo en la naturaleza seguía su curso, era que en la superficie de la Tierra había unos pequeños seres que no sólo estaban al tanto de lo que acontecía en los cielos, sino de forma inexplicable, hasta se anticipaban a los hechos. Ellos eran los pájaros. Ya que aún antes de que la luminosidad comenzase a modificar el azul profundo del cielo, estos pequeños seres alados juzgaron pertinente anticiparse, y por qué no, celebrar con una sonora e improvisada fiesta el inicio de un nuevo día. Como también ya era su costumbre, prefirieron ignorar que el día anterior habían hecho lo mismo, y sin necesidad de votación alguna, coincidieron todos ellos en que la mejor forma de realizar su peculiar festejo era lanzando al viento sus cantos. Nadie entendía cómo, sin utilizar instrumento alguno, se anticipaban a la aparición de ese astro dorado, y también se desconocía como intuían que la luz que el Sol proyectaría, sería motivo suficiente para transformarlo todo. 48


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Algo que contrastaba bastante en el terrenal ambiente, era que los seres humanos se movían bajo una perspectiva diferente, ya que por un lado, daban por sentado que todos y cada uno de los espléndidos espectáculos que la naturaleza ofrecía, siempre deberían estar ahí presentes para ellos, y además, más que admirar la grandeza de lo que les rodeaba, eran curiosamente atrapados por una especie de aprehensión que venía aparejada a la actividad de cada nuevo día. Seguramente por eso, un observador extraño del devenir del mundo, hubiera notado que de forma contrastante se permitía la convivencia de una curiosa mezcla: Por una parte, actuaban de forma admirable y casi mágica, infinidad de maravillas grandes y pequeñas, y junto a ellas, se desarrollaba el proceder unas veces profano y otras superficial de los humanos. Y la mayoría de los demás elementos del entorno, prefería guardar silencio ante el hecho que, apenas pocos siglos antes, los seres humanos pretendían ubicarse en el centro mismo del Universo, y en ése su delirio sentían que hasta los astros deberían girar alrededor de ellos, aunque ahora, con sus acciones, parecían aún no haberse despabilado del todo, ya que de otra forma su comportamiento hacia la naturaleza y sus semejantes hubiera sido otro. Pero hagamos un poco de lado este tipo de consideraciones, e introduzcámonos algo más en los en ocasiones desconcertantes móviles de las actuaciones personales, tratando de entender mejor las cosas. Si en el exterior al sitio donde hoy estamos, esa especie de involuntaria aprehensión parecía atrapar demasiado a las personas, de forma similar a como la araña 49


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con su red se apodera de los insectos, aún en este apartado sitio, casi todos los que ahí estaban, no conseguían escapar del todo de esa invisible trampa. Así veremos que hasta Álvaro y quienes lo acompañaban, de forma inconsciente resultaban parcialmente atrapados en ese peculiar deseo de que las cosas se desarrollasen de acuerdo con su propia y particular visión. Álvaro por decir, tenía toda la intención de ver a don Alonso desde la madrugada, pero el natural descontrol del cambio de horario derivado de su reciente viaje a Europa, hizo que se levantara un poco más tarde, cuando el cielo ya había comenzado a aclararse. Rápidamente se despide de su esposa Esther, pidiéndole les indique a las demás personas encargadas de preparar alimentos, que tomen en cuenta que había seis personas más en la casa, y que alrededor de las nueve bajarían a desayunar. Esther por su parte, reflexiona calladamente que resultó oportuna la llegada de esas personas, ya que, como sabían que Álvaro en sus viajes añoraba la comida típica de la región, le tenían preparada una amplia variedad de platillos. Al ir saliendo Álvaro de la casa —ignorando por completo los planes de su esposa— en el patio se encuentra con Benjamín que desayunaba con otras personas, comentando sobre las posibles labores del día. Al irse Álvaro retirando poco a poco de la casa, va escudriñando el horizonte tratando de ubicar a don Alonso, y afortunadamente logra verlo muy a lo lejos, mismo que al parecer, ya venía de regreso… 50


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No sólo pudo identificarlo por su indumentaria, sino debido a su inconfundible forma de caminar: Totalmente ensimismado en quién sabe que cosas, pareciendo estar en todas partes y en ninguna. Sin embargo, como ya lo conocía bastante, se va caminando hacia él, y puede apreciar que a una distancia corta, él también ya lo había reconocido. —¡Hola Álvaro! ¡Qué bueno que ya andas por acá! ¿Cómo te fue? —Bien, don Alonso, cada día nos damos a conocer más allá afuera, luego con detalle le platico más sobre eso… —Oiga qué cree… —sigue diciendo Álvaro—. ¿Se acuerda que me pidió que invitara al licenciado Gustavo? Pues aquí está con nosotros, ya que como se quedó muy bien impresionado la vez pasada que vino, en cuanto le llamé invitándolo, la verdad no me lo esperaba, pero aceptó y aquí está en el rancho, incluso vino con su esposa y su hijo, también trajo a otro colega con su esposa. —¡Ah, qué bueno! —manifiesta complacido don Alonso—, sabes, le quiero complementar algunas ideas sobre lo que me preguntó la vez pasada, aunque te anticipo aquí entre nos, creo que no debemos abrigar esperanzas que algo se logre, pero una parte de mí me impulsa a decírselo de todos modos. Siguen caminando hacia la casa, conversando sobre diferentes cosas del rancho y del viaje, en eso se encuentran con Benjamín y varios trabajadores, por lo que se quedan ahí un momento con ellos… —Miren —menciona don Alonso—, aprovechando que ahora tenemos tiempo, podemos sembrar unos árboles 51


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en la parte poniente de la presita, es una de las pocas partes que nos falta de reforestar. —En aquellos sitios más cercanos a la presita —señala—, no será necesario colocar abastecimiento de agua con riego por goteo en cada árbol, ya que por capilaridad se humedecerán las raíces por el subsuelo, y ya verán cómo crecen. —De acuerdo —contesta Benjamín—. ¿Y de cuáles árboles? —Como ahí la humedad y el tipo de suelo son diferentes, vamos a poner puros árboles maderables, ya los seleccionamos ayer del vivero con Chema tu papá. Y así se van los trabajadores junto con Benjamín para organizar todo, mientras que don Alonso y Álvaro continúan aproximándose hacia la casa… Al llegar se encuentran con que las señoras Esther, Ofelia y otras, ya tenían unas mesas bien dispuestas en el patio para desayunar todos. Pero Álvaro se sorprende al ver que sobre las mesas había una gran variedad de viandas como uchepos, corundas, sopes e infinidad de cosas, por lo que intercambia una mirada de agradecimiento con su esposa. En eso van bajando los visitantes con Gustavo a la cabeza, quien, como ya conocía a don Alonso, se dirige directamente hacia él, presentándole a su esposa y demás acompañantes. Don Alonso les expresa su complacencia por haber aceptado la invitación a acompañarlos, y en eso doña Esther les dice a todos: 52


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—Pasen a la mesa, porque les tenemos un desayuno de fruta, tamales, chilaquiles o huevos para quien guste. Las tortillas están recién hechas, siéntense. Este grupo de invitados se queda sorprendido de la variedad de cosas y lo sabroso de la comida mexicana, aún dentro de la sencillez de un lugar alejado como ése. Al ir comenzando a probar las viandas, el licenciado Jorge es uno de los más sorprendidos, y hace mención que hasta las tortillas ahí son diferentes, ya que son blancas y están exquisitas. Álvaro por su parte, como había pasado algunos días fuera, ya estaba extrañando ese tipo de alimentos, y le comenta al licenciado Jorge: —Nota diferentes las tortillas, porque son de maíz blanco criollo, y la mayoría de las tortillas que consumen en la ciudad de México, son de maíz amarillo, y ése proviene de Estados Unidos, contiene más carbohidratos, razón por la cual lo utilizan allá para engordar ganado, y su sabor es otro. —¡Qué bárbaro está todo! —Les dice Alejandra a Esther y Ofelia—. Oigan, perdón, qué bonitas blusas bordadas traen, ¿dónde las compraron? —Aquí en Tingüindín —contesta Esther—, hay una señora que se sienta en una de las esquinas de la plaza y las vende… —¿Qué tan lejos está Tingüindín? —Como a cinco minutos —contesta la señora Ofelia—. —Si no conocen —les dice Álvaro—, conviene que vayan. Miren, como la carretera pavimentada en esta zona 53


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es relativamente reciente, tiene alrededor de 40 años, eso hizo que aquí todavía se conserven muchas de las costumbres de antes. Por tanto, una vez que terminan y agradecen a todas por ese excelente desayuno, ya se habían organizado para que las señoras Alejandra, Lilí y Diego fueran con Juan a ese poblado cercano. Álvaro le indica a Juan: —Mira, sales a la carretera y te vas a la izquierda, y como en cinco minutos llegas, no hay manera que te pierdas. Ya ni le digo a alguien que te acompañe. —¿Las esperamos para comer, verdad? —Les pregunta Álvaro—. —Sí, por supuesto. —No sé si fuera posible —dice tímidamente Gustavo— que estuviéramos allá en el lugar donde comimos la vez pasada a un lado de la presita aquella, no saben cómo me he acordado de ese lugar. —Claro —interviene don Alonso—, incluso podríamos estar ahora en el lado poniente, está hasta mejor… —¿Mejor que donde estuvimos? —dice Gustavo—. —En cierta forma —contesta—, y como por ese lado se van a sembrar unos árboles, si están de acuerdo, me gustaría estar por ahí cerca, por si surgen dudas, aunque por ahora lo más importante son ustedes, nuestros invitados. En eso se adelanta Álvaro, previendo que como don Alonso tenía interés en conversar cosas con ellos, arre54


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gla que se lleven sillas de lona para allá, para evitar la humedad natural del suelo y puedan estar más cómodos. Por tanto se divide el grupo en dos: Las señoras, Diego y el chofer se van hacia el poblado, y los demás se van caminando hacia la presita a paso lento, como era la costumbre de don Alonso. Y dado que era la primera vez que Jorge estaba en un rancho así, va sorprendido haciendo multitud de preguntas, mismas que de forma muy explícita se las van contestando Álvaro y don Alonso… —¡Qué bonito rancho! —expresa Jorge complacido al irlo admirando y disfrutando del sol y una increíblemente agradable brisa que también parecía acompañarlos—. —En México, señores —manifiesta don Alonso—, bueno, y en todo el planeta, podríamos influir los humanos en forma mucho muy favorable en nuestro entorno, y no como lo hemos venido haciendo a lo largo de la historia. Estamos arruinando todo. —Por eso quisimos —continúa—, al menos en este espacio, combinar dos cosas, una, armonía perfecta con la naturaleza, y a la vez, tener una unidad altamente productiva, y no me lo tomen a presunción por favor, pero creo que lo estamos logrando… —Ya lo creo que sí —interviene Gustavo—, por eso me atreví a invitar a mi amigo, para que vea el enorme potencial que hay en el campo. —Esto que ven aquí, no crean que así estaba —interviene Álvaro—, a base de mucho esfuerzo y dedicación lo hemos ido mejorando todo. 55


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Era tan agradable el camino, el ambiente y la plática, que casi ni se dieron cuenta cuando llegaron a la presita… —¡Allá es donde estuvimos! —Identifica el sitio con gusto Gustavo—. No recuerdo haber estado en otro lugar más agradable que ése. —Pues ahora —indica Álvaro—, vamos a estar del otro lado, por el momento tiene menos árboles, pero la vista es mucho mejor. Si les parece, nos ponemos a la sombra de uno de esos árboles. Una vez que llegan al sitio sugerido, el primer sorprendido es Gustavo, quien se queda por unos instantes observando todo y comenta: ¡Qué barbaridad! Qué escenario, qué aroma, y la paz que se siente… Es increíble, no lo puedo creer… En eso ven venir a un trabajador que traía en una carretilla todas las sillas de lona, por lo que Álvaro acude a ayudarle e indicarle dónde las colocarán. Una vez que las desdoblan y colocan a la sombra de uno de los árboles, se sientan confortablemente los cuatro. Sin decir palabra, comprende Jorge el interés de su amigo Gustavo por acudir a ese lugar, pero al mismo tiempo está más y más intrigado por conocer bien a ese curioso personaje que los acompaña. Se ve —se decía a sí mismo— tan sencillo y común como cualquiera. Porque no era suficiente —reflexiona mientras también observa los diferentes ángulos del escenario— estar en un lugar como de fábula, lo importante era conocer su 56


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pensamiento, y la verdad, este hombre —meditaba— no veo que tenga nada de diferente. No obstante —se dice Jorge como corrigiendo su primera impresión—, vamos a hacerle caso a aquella frase de un sabio griego: “Habla para que yo te vea”. Tal vez lo primordial sea escucharlo. Distraen su atención otros comentarios de Gustavo sobre la clase de árboles que se colocarían en esa zona y otros detalles más. —Don Alonso —añade Gustavo—, me dijo Álvaro en la ciudad de México que había algunas cosas que quisiera conversar conmigo, y le aseguro que hemos venido con mucho gusto, ya que aparte de poder estar en un sitio como éste, la plática que tuvimos me pareció muy interesante. —Antes que nada señores, agradezco de todo corazón el que hayan venido, y efectivamente, lo que pasa, es que a raíz de las preguntas que me hizo la vez pasada, me quedé reflexionando y me gustaría añadirle algunas cuestiones más, así como ampliarle otras que ya le platiqué, si me lo permiten… —Aunque por favor —complementa don Alonso—, no se esperen nada más que la simple opinión de una persona mayor que, como cualquiera, su único interés es que las cosas funcionen mejor en beneficio de todos. —Y algo que debemos tomar muy en cuenta —prosigue— es que esta situación de cierto desajuste en diversos aspectos, se fue generando poco a poco a lo largo de varios años o décadas, y tenemos que estar conscientes que no puede desaparecer como por arte de magia. 57


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—E incluso, antes de comenzar a platicarles sobre el aspecto medular que quería decirles, fíjense que hay un elemento previo de orden sociológico que, aunque se trate de algo intangible, podría ser una de las piezas angulares de toda relación humana, y un obligado inicio de un cambio consecuente. —Miren, por una serie de circunstancias muy particulares de nuestra historia, eso nos ha faltado en nuestro país y otros lugares del mundo… —Aunque —añade a manera de pequeña corrección—, creo que se me facilita más expresarles mi punto de vista mediante ejemplos, si me lo permiten… —Por supuesto —contesta Gustavo—. —En una ocasión —les dice ya con más confianza—, estaba en un viaje de negocios en Alemania, en Colonia concretamente, ahí donde acaba de estar Álvaro, y tuve una cita a las once de la mañana y como la siguiente la tenía hasta las trece horas, justo a unos pasos de donde está esa gran catedral, calculé que disponía como de 40 minutos, por lo que decidí entrar rápidamente a un museo que estaba al lado, el cual describía lo que había sucedido en la Segunda Guerra Mundial, y cómo quedó Alemania en 1945… —La verdad señores —les dice muy impresionado—, a pesar que esa situación la conocía a la perfección a través de una gran cantidad de libros de Historia, al contemplar esas imágenes quedé impactado, porque parecía que estaba viendo un paisaje lunar, no había nada, las ciudades completas quedaron en el suelo, bueno, a excepción de esa catedral, que sorprendentemente quedó en pie. 58


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—Pero —les sigue diciendo— lo que me impresionó más vivamente en ese momento, era que lo que quedó intacta fue la determinación que mostraron para volver a levantar al país completo. —Como ya sabía —subraya— que la mayoría de los alemanes ni siquiera votó por Hitler, porque menos de tres de cada diez creían en él, como quedó demostrado en una crucial votación de principios de los años treintas, y a pesar de eso lo apoyaron como su líder, y, lo más importante, después colaboraron activamente en la reconstrucción, me hice esta reflexión: ¿Qué tiene de particular este pueblo que reacciona de esa forma tan solidaria? —Un poco antes de las trece horas —continúa—, me dirigí muy pensativo al despacho de mi cliente, y como también sabía que él nunca estuvo de acuerdo con el liderazgo de la Segunda Guerra, y dado que nos teníamos mucha confianza, le pregunté sobre su respaldo a ese régimen, y sin siquiera dudarlo, me contesta: —”Yo estoy con mi país con razón o sin ella”. —A raíz de esa experiencia —añade—, lo asocio con la muy diferente respuesta de algunos en nuestro país, donde circunstancialmente y creo que de forma pasajera, nos enfrentamos con problemas mucho menores. —Bueno don Alonso —objeta Gustavo—, pero los alemanes así son, muy diferentes a nuestra gente. —Considero —difiere don Alonso—, que la situación no es tanto étnica, nuestro pueblo puede reaccionar en forma tan solidaria como el que más, e incluso en cierto sentido hasta mejor, porque es muy noble, pero por siglos hemos carecido de un elemento invisible y 59


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casi ignorado, pero que es crucial en todo, aunque como les digo, la mayoría de las veces no le hemos dado la importancia debida. —¿Y qué elemento es ése? —manifiesta Gustavo con cierto escepticismo, temiendo que la posición de don Alonso fuera demasiado idealista—. —Les anticipo —complementa don Alonso—, tan pronto se los diga, hasta ustedes no creerán que un factor así pudiera resultar tan relevante. Por ello les pido —previendo el natural escepticismo que surgiría en ellos— que no les vaya a parecer extraño, sólo permítanme que les exponga mi idea completa… —Esta fundamental aunque ignorada pieza en la actuación social —prosigue—, ha sido una de las cosas que ancestralmente nos ha faltado, aunque como les decía, constituye uno de los pilares mismos de toda relación humana, ese elemento es: La confianza. —Sin ella, créame, no podría haber ningún tipo de relación humana. No existirían matrimonios, asociaciones o proyectos económicos, educacionales, laborales, políticos, religiosos, y en suma, nada podría llevarse a cabo sin ella. —O sea —interviene ahora Jorge un tanto incrédulo—, nos falta confianza. —En el fondo, y aclaro, entre otras cosas, adolecemos de eso. La relativa crisis que ahora tenemos, es nada, créanme, comparada con lo que han sorteado otros pueblos, pero aún así, si adolecemos de ella, ni siquiera esos problemas menores podremos sacar adelante. Se quedan un tanto incrédulos, pensando que quizá don Alonso podría estar sobrevalorando este factor de 60


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orden sociológico, a lo que Gustavo, intuyendo que tal vez le faltaba complementar algo a su idea, añade: —A ver don Alonso, ¿nos podría explicar algo más sobre por qué lo considera así? —Como ya les advertía, de principio parece una simpleza, pero en el fondo y entre otras cosas que también son necesarias hacer, se puede convertir nada menos que en la diferencia. —No obstante les prevengo —insiste—, la verdadera clave no está tanto en descubrir el camino, sino en ser capaces de implementar o proyectar este elemento en todos los niveles y eso se logra con acciones más que con palabras. —Miren señores, las sociedades más avanzadas del planeta, no son, como consideran algunos, las que poseen más recursos naturales, sino aquellas donde existe certidumbre en lo que se hace en todos los niveles sociales. Perdón por ser reiterativo, pero la verdadera clave consiste en lograr que este factor se arraigue en nuestra comunidad. —Una falta de confianza —prosigue— aunque se trate de algo intangible, es capaz de hundir a cualquier país del mundo. En eso interviene Álvaro, un tanto sorprendido por ese planteamiento de don Alonso, aunque también convencido que sus alcances podían ir mucho más allá de lo que parecía, y como sabía que él era muy bueno empleando ejemplos, le sugiere: —Don Alonso, ¿por qué no nos lo explica un poco más a través de ejemplos? 61


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—Tienes razón —responde—, aunque creo que me voy a ir de lo más simple a lo más complejo… —Este rancho, no podría funcionar ni un solo día sin confianza. Los trabajadores, por decir, confían que les pagaremos, los consumidores finales de aguacate también esperan que este producto sea bueno para su salud, los supermercados nacionales y extranjeros nos hacen pedidos esperando contar con nuestra mercancía a tiempo, con el precio y calidad pactados, nosotros mismos confiamos que seremos capaces de producir mercancía suficiente y en los diámetros adecuados, y así, les podría enumerar decenas o cientos de pasos donde interviene este invisible elemento. —A menudo lo perdemos de vista, pero en un país pasaría exactamente lo mismo, y para ello se requiere proyectar este elemento desde la cúpula hasta la base. —No obstante, como les decía, un primer paso sería identificar su importancia, para luego proyectarla mediante acciones, y ahí es donde está el reto. —Miren —les asegura don Alonso—, continuando con los ejemplos, piensen en el banco más grande, sólido y respetable del mundo… ¿Ubicaron alguno? Asienten todos de forma callada. —Ahora imagínense por un momento que, por alguna situación imprevista, la mayoría de sus clientes le pierde la confianza a esa institución, ¿saben qué pasaría casi de inmediato? Simplemente quebraría, sin importar lo sólida que pudiera ser en realidad, ¿por qué? —La mayoría de los cuentahabientes de su propio país o del extranjero, tratarán de sacar sus ahorros de ahí 62


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tan rápido como puedan, y dado que el dinero de los depositantes no estará almacenado en las bóvedas, sino prestado a infinidad de clientes, esa institución entraría de golpe en un estado de insolvencia. O sea —sigue diciendo—, vean cómo una simple pérdida de este minimizado e invisible elemento, la confianza, quebraría, sin excepción alguna, a cualquier institución bancaria del planeta de la forma más estrepitosa que se puedan imaginar, a menos de llegar al extremo que fuera rescatada por su propio gobierno. —Y refiriéndome por decir a la conducción política de cualquier país, si un gobierno no logra generarla, está poco más que perdido. Y aprovechando que me permiten valerme de ejemplos, les pondré otros dos. —Adelante —contesta Gustavo ya más convencido de los posibles alcances de la idea de don Alonso—. —Un poco antes de la guerra de Independencia de México, uno de los líderes insurgentes, Allende, expresó: “Cuando México sea un país independiente, se convertirá en una de las principales potencias del mundo.” —Pero qué creen —continúa—, debido a la forma un tanto bárbara como procedieron algunos en ese conflicto, junto con otras decisiones erróneas, se perdió la confianza en la dirección política por parte de muchos nacionales y extranjeros, y salió del país el equivalente monetario al presupuesto nacional como de un siglo. Eso nos dejó postrados y extremadamente vulnerables, por lo que tuvimos que enfrentarnos a situaciones mucho muy desventajosas que a su vez nos llevaron a otras cosas peores. 63


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—Como prueba de ello —enfatiza— si en el año 1800 nuestro país tenía un producto nacional ligeramente superior a la mitad de la del vecino del norte, sorpréndanse, para el año 1900, a pesar de la prosperidad y paz generada en el largo período de don Porfirio Díaz, nuestro producto nacional no llegaba ni al tres por ciento de la de Estados Unidos. —Una de las principales razones que motivó eso —reitera— fue que la confianza se esfumó de nuestro país durante casi todo ese siglo. —Ahora les platico de otro caso exactamente a la inversa: En el año 2009 hubo una crisis bancaria muy seria en el sistema financiero mundial, y una gran parte del capital internacional decidió refugiarse en Estados Unidos, este hecho provocó una anormal y breve alza en la cotización de su moneda, cosa que hasta les perjudicó, porque encareció de forma artificial sus exportaciones. —No es que quiera ponderar ese país —les sigue diciendo—, ellos tienen diversos retos que también deben resolver, como otros, pero… ¿Por qué logran proyectar ese nivel de confianza? Entre otros aspectos, por el respeto a su vida institucional. —Cito el caso —prosigue— de lo acontecido en una de sus elecciones presidenciales: Un candidato ganó más votos totales mientras el otro consiguió un mayor número de distritos. —Este casi único caso —continúa—, que en otros países hubiera conducido a una severa crisis, se resolvió así: simplemente se recurrió a los tribunales competentes, los cuales, basándose en la legislación vigente, determinaron ganador a quien obtuvo más distritos. El 64


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perdedor, aun habiendo tenido el respaldo comprobado de una cantidad superior de votantes, acepta de inmediato tal sentencia y felicita al contrario. —Ahora vean el contraste —prosigue—, en nuestro país en el año 2006, uno de nuestros candidatos perdió de forma fehaciente, pero se negó a aceptar el fallo de los tribunales competentes, y llegó al extremo de bloquear la principal avenida del país, sin importarle el daño que en todos sentidos le hacía a la nación. —Y la generación de la confianza, no crean que se circunscribe al aspecto político, sino será resultado de la actuación y respeto a la ley por parte de los funcionarios y ciudadanos de todos los niveles. —Estoy plenamente de acuerdo con eso don Alonso —replica Gustavo—, pero como bien ha mencionado, el verdadero reto sería lograr generarla. —Un paso previo a eso —sostiene don Alonso— sería primero la identificación plena del problema, y no sólo eso, sino ir al fondo: Cuál es el verdadero origen que produce semejante efecto. Y precisamente ésa sería una de las consecuencias de lo que ahora quiero comentar con ustedes, y como ya les decía, no saben cómo les agradezco que me concedan su tiempo para todo esto. En eso interviene Álvaro: —Y abundando un poco más en eso de la generación de confianza don Alonso, ahora viene a mi mente un caso de tipo político que me contó, cuando se refirió a una de las anécdotas citadas en uno de los libros que le regaló don Miguel Alemán, el que se refiere a la labor pública de don Adolfo Ruiz Cortines cuando fue presidente… 65


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—¡Tienes razón! Saben, en ese libro se cita que en una ocasión, le regalaron a don Adolfo un auto último modelo, de los más caros del mercado, y lo regresó diciendo: —”En mis más de 60 años de vida, nunca nadie me ha regalado un auto, y qué casualidad, ahora que soy Presidente, me mandan ése, obviamente no lo puedo aceptar, porque esa persona espera que haga algo que no merece México”. Por ésa e infinidad de acciones parecidas, se ganó el respeto y la confianza dentro y fuera del país. ¿Y saben una cosa? Eso no tiene precio, prueba de ello, que sus efectos positivos se dejaron sentir por muchos años. —Por eso —añade—, en la medida que vayamos siendo capaces de ir creando una situación parecida en todos los ámbitos y niveles de nuestra comunidad, los frutos los cosecharemos también todos. —Don Alonso —objeta Gustavo—, como comprenderá, estoy de acuerdo, pero no crea usted que es tan sencillo… Es mucho más complicado de lo que parece. —No crea que desconozco eso —responde don Alonso—, es complejo, pero mire, hay cosas que resultan más caras, perjudiciales y complicadas cuando no se hacen, que cuando se llevan a cabo, y éste sería un perfecto ejemplo de ello. Creo saber lo que les digo, y les aseguro, el primer paso para la resolución de un problema es la identificación de su causa, para luego modificar lo que verdaderamente lo produce. —Fue por eso mis estimados señores —continúa— que me he atrevido a pedirles un poco más de su valioso tiempo, cosa que de verdad y con el corazón les agradezco… 66


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En eso ven a lo lejos a Benjamín y a los trabajadores trayendo los árboles, por lo que, antes de proseguir con su plática, decide don Alonso ir a darles un breve vistazo… —Un pequeño favor señores —les dice—, con el objeto de poder explayarme bien en mis comentarios, ya que nos hicieron el honor de visitarnos, permítanme de forma muy rápida ver lo de la plantada de los árboles, ¿prefieren venir o se esperan aquí? No me tardo nada... —Si gusta, lo acompañamos, así aprenderemos por si un día nos contrata en su rancho —contesta Gustavo poniendo de relieve su buen sentido del humor—. Mientras caminan por el borde de la presita hacia donde se encuentra ese pequeño grupo de trabajadores, los árboles, nubes y demás testigos mudos que los rodeaban, parecían en ese momento sólo mirarlos con enorme extrañeza, como guardando un prudente silencio hasta en tanto pudiesen conocerlos mejor. Y de alguna forma, respetando también esa discreta aunque segura estrategia, el viento apenas emite un leve y apenas audible sonido que sólo logra mover las hojas de algunos árboles, y producir unas pequeñas olas en la presita. Y una vez que en pocos minutos llegan hasta donde se encuentra el grupo, es ahora don Alonso quien expresa: —Benjamín, quisiera hacerte varias recomendaciones… —Claro, dígame… —Acuérdate que los nuevos árboles, aunque sean maderables, no deben quedar demasiado cerca unos 67


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de otros, hay que respetar cuando menos, la misma distancia de separación de los árboles de aguacate, y en esta parte, no es necesario colocarlos alineados como los otros, sino más bien ubícalos a discreción, dependiendo de la topografía y calidad del suelo. Otra cosa, ¿cuál es el nivel más alto a que ha llegado la presita? —Hasta donde está esa piedra de ahí llegó hace tres años, nunca ha subido arriba de ese punto… —Entonces hay que sembrarlos a partir de ahí hacia arriba, y los que se vayan a quedar sin su propio suministro de agua, no deben quedar más allá de los 20 metros del borde, porque la humedad del subsuelo no llegará tan lejos, y asegúrate que los que queden más retirados, sean provistos del riego por goteo, para que le digas a Amarildo que nos ayude en eso por favor. —Es más —corrige—, ¿tienes tú Benja el aparatito aquél que se introduce en el suelo para monitorear la humedad? —Sí, lo tengo en la casa… —Hazme un favor, manda por él y medimos la humedad a varias distancias, no vaya a ser que me equivoque, porque la humedad se trasmina a diferentes niveles, dependiendo del tipo de suelo… —Oiga don Alonso —interviene Jorge—, no sé mucho del campo pero, ¿compensa el gasto de proveer de agua adicional a esos árboles, aun siendo maderables? —Que cree que sí, porque su velocidad de crecimiento, si cuenta con buena dotación de agua aparte de la que nos cae del cielo en esta zona, es de poco más del doble. ¿Le digo una cosa? En el caso de los árboles fruta68


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les, bien irrigados con este sistema, la productividad a veces es del triple. —Otra recomendación Benjamín —dice volteando hacia él—, te encargo que cuides que cada nuevo árbol quede orientado de la misma forma a como estaban en el vivero. Ayer les pusimos con Chema tu papá una marca con rojo donde estaba el Norte, siémbrenlos con esa misma orientación, así no perderán tiempo cada uno de ellos en reorientarse. Eso ya lo sabes tú Benja, pero verifica que los demás así procedan. —Claro que sí don Alonso. —No estaría mal tampoco —le dice don Alonso a Álvaro—, hacer un análisis de los nutrientes de la tierra también en esta área, para ver si cuenta con los trece elementos básicos y que todo lo demás se encuentre en los niveles apropiados. —Luego que puedas —le sigue diciendo a Álvaro—, toma unas muestras de tierra como nos dijo el ingeniero Andrés y las mandamos analizar. En eso Jorge mira a Gustavo, admirado de los cuidados que ponen en cada cosa, y sin decir palabra, comprenden ambos el porqué las cosas marchan tan bien ahí.

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CAPÍTULO V O TRO ASUNTO Una vez que se van caminando de regreso al sitio donde habían colocado las sillas, Gustavo y Jorge, no acostumbrados a permanecer por mucho tiempo en un lugar como ése, cada uno de ellos por su lado y sin ponerse de acuerdo, advierten que han comenzado a tener una percepción diferente de las cosas. Mientras recorrían ese breve trayecto de regreso, al ir admirando ese único espectáculo, fueron advirtiendo que poco a poco estaban percibiendo cosas de su trabajo o incluso de su vida personal con otra óptica. Lo que más les causaba extrañeza, era que no se trataba que sus diversos asuntos pendientes hubiesen desaparecido, sino simplemente, por una razón que no comprendían del todo, su perspectiva sobre ellos se iba modificando. Incluso uno de los asuntos que más le preocupaba a Jorge y que en ese momento tenía más fresco en su mente, era la realización de diferentes consensos y estudios para la realización de una reforma fiscal, encomienda especial que recibió desde los más altos niveles de la dependencia donde laboraba, y hasta eso, comenzaba ahora a mirarlo con mucha mayor claridad. De pronto reflexiona que como una de las estrategias que habían adoptado en esa Secretaría era precisamente evaluar diferentes puntos de vista y recibir sugerencias de diversos grupos sociales, quizás hasta podría incluir en la conversación ese espinoso asunto. 71


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Este hombre —reflexionaba sin externar para nada sus pensamientos—, más o menos sabe lo que dice, aunque si bien, en algunas cosas no esté del todo de acuerdo… Otra parte de su interior, le decía que lo más probable era que don Alonso no tuviera ni la más remota idea de los aspectos tributarios. Sin embargo, algo también se le quedó grabado a Jorge, respecto a lo que el propio don Alonso expresó, en el sentido que en la búsqueda de soluciones, debemos estar abiertos a las diferentes opiniones… Por ello, mientras sus tres compañeros comentaban algo más relativo al clima, y justo antes de que don Alonso les expusiera lo que al parecer quería decirles, considera Jorge que nada podría perder si le pide su parecer a ese peculiar personaje que tenía frente a sí. —Don Alonso —expresa Jorge como todavía dudando si cambia un poco el rumbo de la conversación—, antes que le comente a Gustavo sobre las otras ideas que tiene, me gustaría conocer su opinión sobre algo que quizás usted no conozca tanto, pero fíjese que en la dependencia donde laboro, me han encargado sobremanera este asunto, ya que lo consideran prioritario. —¡Ah, claro por supuesto! No sé si le pueda servir de algo mi opinión, pero dígame… —Estamos tratando de mejorar el sistema tributario, a fin de hacerlo más fácil y práctico para el contribuyente, y al mismo tiempo propiciar una mayor recaudación… ¿Tendría alguna idea sobre eso? —Bueno, déjeme decirle que para su servidor y la mayoría, ese tema es crucial, y creo que el elemento número uno a considerar, sería la simplicidad, pero cuan72


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do pienso en ese punto, no me refiero tanto a lo que la autoridad entendería por ella, sino más bien como lo percibiría cualquier ciudadano que esté de este lado de la barandilla, principalmente empeñado en sacar adelante su negocio o realizar su trabajo u oficio. —Qué cree licenciado Jorge —continúa don Alonso—, cuando estaba su servidor en México hace poco más de diez años, como siempre he sido un poco entrometido —dice en tono de broma—, en una ocasión, cuando ya en el presente milenio tuve el honor que se me recibiera, le entregué en su propia mano al entonces Presidente de la República cuatro propuestas, una de ellas fue precisamente en el sentido de lo que usted dice, o sea del imperativo de simplificar lo más posible el sistema tributario. Jorge se siente un tanto aliviado de no haber introducido en la plática un tema fuera de lugar, a la vez que sorprendido de que hubiera estado involucrado en eso. —Porque fíjese usted —prosigue don Alonso—, le cuento una anécdota: En una ocasión participé en la reunión de directivos de una empresa, y me llamó la atención apreciar una diferencia importante de opinión entre tres contadores más o menos experimentados, los cuales tenían distintos criterios fiscales sobre un mismo punto. Me dije, ¿qué podrá esperar entonces otro tipo de profesionista o un ciudadano cualquiera, si a veces ni siquiera los propios expertos se ponen de acuerdo? —Lamentablemente, hay algo de cierto en eso —reconoce Jorge—, y de ahí el interés de mejorar la ley, pero cuéntenos, ¿qué sucedió en aquellos años con su propuesta? —Absolutamente nada —dice don Alonso—, ni en eso ni en las otras tres que hice. 73


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—Pero, ¿qué le dijeron? —pregunta Jorge—. Supongo que lo expuso por escrito acompañándolo de un estudio o algo, ¿no? —Por supuesto —contesta don Alonso—, pero mire, en lo que respecta a la cuestión fiscal, el entonces Presidente, aunque si bien receptivo al tema, le turnó mi propuesta al entonces secretario de Hacienda, oficina de donde me contestaron a mí directamente a través de un oficio como de cuatro cuartillas, donde de forma resumida decía: El sistema tributario está lo suficientemente simplificado para que sea comprendido por todos. —Yo comprendo señores —sigue diciéndoles don Alonso—, que un funcionario público está involucrado en cien cosas al mismo tiempo, incluso sujeto a infinidad de presiones de todo tipo, pero, uno de los aspectos clave para cualquier país, es facilitar la tributación fiscal lo más posible. —Porque no sólo en México, sino en mayor o menor medida en muchos países del mundo, se ha padecido un importante error de enfoque en este sentido. Jorge está sorprendido que este hombre ya mayor, viviendo en un lugar tan apartado, haya estado involucrado en este tipo de cuestiones, por lo que con creciente curiosidad le pregunta: —¿Y por qué lo considera así? —Dígame una cosa Jorge —señala—, cuando usted va a colocar una pirámide, ¿la sustenta sobre su base, o sea la parte más ancha, o la pone con la punta hacia abajo? Se queda desconcertado Jorge, y contesta sin saber el sentido de su pregunta: 74


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—Por supuesto sobre la base don Alonso, pero, ¿a qué se refiere con eso? —Le cuento, cuando hemos diseñado políticas fiscales, procedemos al revés. Se han hecho desde la perspectiva de un grupo de expertos o funcionarios que, por más capaces que puedan ser, no lo contemplan desde la óptica de la inmensa mayoría de la población. —Y lo más importante —prosigue—, es que la capacidad creativa de ese reducido grupo, por más preparados que puedan estar, queda infinitamente empequeñecida comparada con la capacidad o perspectiva que pueda tener la totalidad de la población económicamente activa. —Le aseguro Jorge —sigue diciendo don Alonso—, e insisto, sin desestimar el conocimiento o buena voluntad del grupo que participe en eso, créame, no tiene punto de comparación con la capacidad imaginativa de decenas de millones de contribuyentes, ya que dentro de ellos habrá también infinidad de verdaderos expertos en la materia. —Pero don Alonso —objeta Jorge—, no se le puede pedir a la propia ciudadanía que sean ellos quienes intervengan en algo que les puede afectar, incluso para empezar, muchos ni siquiera querrán pagar impuestos, sin pensar que cualquier Estado no se puede ni mover si no cuenta con los medios suficientes. —La propuesta que su servidor hizo, contestando su duda, fue que se sometiera el sistema de tributación fiscal a una especie de concurso nacional, pero obviamente, y para evitar lo que usted dice, sujeto a ciertas bases o lineamientos previamente establecidos por las propias autoridades encargadas del tema. 75


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—Y por supuesto —continúa—, todas las propuestas que se recibieran de despachos especializados, abogados, contadores o de cualquier ciudadano, quedarían sujetas al dictamen final o arbitrio absoluto de un panel de expertos de su propia secretaría, y serían sólo ellos quienes determinarían cuál sería la propuesta tributaria más viable, sobre las bases que ustedes hubieran establecido. —Y a ver, por ejemplo, ¿cuáles supondría usted que serían esas bases? —expresa Jorge con marcado interés—. —Fundamentalmente, el sistema más sencillo de pago, con un ágil sistema de control y que logre la mayor ampliación de la base, con el objeto de que la carga fiscal no se recargue sólo en un reducido grupo, sino en la mayoría de la comunidad económicamente activa. —Incluso don Alonso —interviene ahora Álvaro—, perdóneme, pero un día, cuando acomodaba los archivos que se trajo de México, me topé con una copia sellada por parte de la Presidencia de eso que dice, me tomé la libertad de leerla, y me llamó la atención que hasta les propuso un sistema en ese sentido, pero como desde entonces señaló, ésa era sólo una propuesta más entre las miles que seguramente se podrían recibir. —¡Ah, conque anduviste hurgando en los archivos! —le dice don Alonso con su tradicional forma de bromear—. —Es que tenía que acomodarlos, no sabía ni del tema, y me llamó mucho la atención esa carta, porque estaba dirigida al Presidente de la República de entonces. —Sí hombre por supuesto, —corrige don Alonso—, no te creas, pero a ver Álvaro… ¿Recuerdas algo sobre lo que proponía? 76


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—Sí, más o menos —responde Álvaro—, porque no me pareció mal, aunque como usted mencionaba ahí, era una entre tantas que se recibirían en ese sentido. —Cuéntanos Álvaro —le pide ahora Gustavo—: ¿Qué propuso don Alonso? —En el caso del Impuesto Sobre la Renta, que se estableciera, como una especie de opción al contribuyente, el pago total de un siete por ciento sobre los ingresos brutos. —¡Uh! ¿Sólo un siete por ciento? —Casi brinca Jorge—. —Exactamente esa impresión que le causó a usted —dice don Alonso— sería la misma que les haría a los contribuyentes, pero miren: —Si asumimos que de los ingresos brutos, en general, sólo un poquito más del veinte por ciento son utilidades, un treinta por ciento de ellas, equivale más o menos a ese siete por ciento propuesto, pero de esa forma, el causante se olvidaría de engorrosos cálculos de amortizaciones, depreciaciones e infinidad de cosas, y todo el proceso de pago se realizaría mediante un trámite simplificado sobremanera, previo acuerdo con las instituciones bancarias, que podrían restar de forma automática dicho porcentaje de determinadas cuentas fiscales, para luego enterarlo a las autoridades. —Porque acuérdate Álvaro —dice mientras voltea hacia él—, lo que nos dijo nuestro contador Eduardo Quintana, que en ocasiones le dice al contribuyente a fin de mes lo que hay que pagar, y a veces resulta que ya se lo gastó en otras cosas… —Pero mire usted —agrega Gustavo—, hay empresas con un margen de ganancias mucho menor al veinte por ciento del ingreso bruto… 77


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—Por eso se propone como una opción a escoger por el propio contribuyente —dice don Alonso—, para que aquellos que con toda razón señala, tengan márgenes más reducidos de ganancia, continúen con la legislación tradicional, pero hay que tomar en cuenta esto: —Esas empresas con porcentajes de utilidad muy reducidos —prosigue—, como fabricantes de automóviles y otros muchos, son lo suficientemente grandes como para que no les afecte tanto una carga administrativa complicada, pero la mayoría del sector productivo está conformado por empresas medianas y chicas, a las cuales sí les perjudica bastante la complejidad actual, hasta el extremo que muchos, indebidamente, prefieren de plano arriesgarse y no quedar sujetos a la legislación fiscal. —Pero don Alonso —objeta ahora Jorge—, el Estado cada vez requiere mayores recursos, y si se propicia una baja recaudación, obtenemos menos dinero y se reducirá el gasto en infinidad de renglones vitales. —Yo pienso que sucedería al revés —contesta—, con una contribución ciudadana razonable y fácil, se incrementa la base y se terminará recaudando más, y no sólo eso, se facilita la productividad, lo cual redundará en una mucha mayor actividad económica, beneficiando a todos, incluyendo al propio gobierno. —Y no sólo eso —añade Álvaro—, una legislación fiscal más accesible, haría que más empresas de otros lados prefieran venirse a producir aquí, generando más empleos y favoreciendo todo. Se queda pensando un momento Jorge, y dice: —Uno de los inconvenientes de esa propuesta, es que si una empresa paga un impuesto sobre el ingreso bru78


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to, ya no le preocupará tanto aumentar sus gastos o costos para obtener menor utilidad fiscal, y eso reduciría el consumo. —Hay una corriente del pensamiento económico —responde don Alonso— que sostiene precisamente esa tesis, pero no la comparto, y les voy a decir por qué: —Si el empresario Juan Pérez ya no se preocupa como ahora en aumentar sus gastos para reducir su utilidad fiscal, y por ello, ya no gasta tanto en autos e infinidad de cosas que tal vez no sean tan necesarias, y efectivamente, bajo un punto de vista un tanto superficial, se podría pensar que eso reducirá el consumo de bienes y limitará el crecimiento de la economía… Pero, ¿les digo una cosa? Eso es sólo la apariencia del asunto, la realidad es otra. —El dinero no erogado un tanto “de más” por ese empresario y los demás, cuyo total ascendería a miles de millones, créanme, no lo van a quemar en una gran fogata, sino lo van a meter en el banco o a invertir para aumentar la productividad de su empresa, y eso repercutirá en un crecimiento de la economía, aunque no por la vía del simple gasto superfluo, sino a través de una mayor productividad, observen: —Si hay más ahorro, o dicho de otra forma, un porcentaje menor de desperdicio, como prefieran llamarle, ese monto en su mayoría será captado por el sistema financiero, y eso contribuirá a reducir los intereses y a facilitar el otorgamiento de créditos más blandos al público y a los propios empresarios, lo que beneficiará la producción, pero por otra vía mucho más sana y sólida. Y algo parecido sucederá si se reinvierte en la propia empresa, y ya no en simples gastos de cosas a veces innecesarias. 79


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—Pues sería cuestión —dice Jorge ya más convencido—, de analizar bien esa propuesta, quizá nos convendría realizar un estudio más amplio de eso. —Pero mire licenciado Jorge —subraya don Alonso—, no quiero caer en el mismo error que critico, y pretender que sea mi particular criterio el que prevalezca… —No me gustaría —asegura don Alonso— que analizaran tanto esa simple propuesta de su servidor, sino que más bien fuésemos receptivos a las miles de propuestas que vendrían de toda la comunidad, porque habrá gran cantidad de ellas mucho mejores. —O sea —puntualiza—, lo que yo insisto es en una drástica modificación en cuanto al proceso de selección para obtener la mejor opción. —Créanme —insiste—. No tiene punto de comparación la capacidad creativa de un grupo de funcionarios o incluso expertos en la materia, con la posibilidad de millones de personas que cada día se enfrentan a esa problemática, y un simple error en la implementación de un sistema complicado, sin duda reducirá la capacidad productiva, limitando las posibilidades en muchas áreas. Se queda Jorge meditando un poco sobre esa idea, a la cual le concede cierta razón, aunque no estando totalmente convencido, y añade: —Y por decir, ¿qué propondría a manera de premio a la propuesta más viable que eligiera la autoridad? —Un reconocimiento académico nacional y un importante premio en dinero. 80


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—¿Y no le parece excesivo eso? —dice ahora Gustavo—. —Bueno —responde—, lo que pasa es que hay que estimular a que todos los despachos especializados, profesionistas y cualquiera, se decidan a emplear tiempo y esfuerzo en preparar algo que valga la pena, porque créanme, hay personas mucho más capacitadas de lo que nos imaginamos, y es crucial que ellos decidan enfocarse a proponer algo valioso, aunque reitero, siempre sujeto al dictamen de las autoridades hacendarias. —Y además —añade don Alonso una vez que lo medita un poco más—, creo que hasta nos saldrá más barato pagar un premio así, que erogar otra cifra quizá mayor a asesores externos que podrían presentar algo a veces sin mayor utilidad para el público. —En todo caso —sigue diciendo—, que esos asesores sometan su propia idea a concurso igual que todos, y si elaboran algo muy bueno, podrían resultar triunfadores, pero observen la diferencia fundamental en todo esto: —No tiene la menor posibilidad de ser superior la propuesta de un reducido grupo, por muy competentes que fueran, a la monumental capacidad creativa e imaginativa de toda nuestra comunidad. A eso me refiero cuando les digo que estamos colocando la pirámide al revés. —Si hacemos las cosas así —sostiene don Alonso—, y con la debida selección de propuestas, les aseguro, podríamos contar con uno de los mejores, eficientes y prácticos sistemas tributarios del mundo. —Incluso —complementa—, les confieso algo, hace algunos años, cuando vi la fría acogida a mis propuestas y otras que conocí de diversas personas y organismos, 81


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y aprecié la en ocasiones insuficiente respuesta burocrática a muchos retos sociales, ésa fue otra de las razones que me impulsó a mejor venirme para acá… —Ahora estoy recordando —interviene Gustavo—, en el foro donde me invitó Jorge, una de las propuestas se iba más bien en el sentido de implementar castigos ejemplares a los contribuyentes incumplidos, ¿qué opina? —En las condiciones actuales —responde don Alonso—, quizá ni eso ayudaría mucho, y podría más bien desestimular la inversión, cosa muy diferente si se facilita lo más posible el camino. —Fíjese usted Gustavo —sigue diciendo don Alonso—, soy más partidario de la inducción positiva que de la coacción negativa. Les pongo un ejemplo: En una ocasión, el administrador de un gran condominio, donde había unos propietarios que se negaban rotundamente a pagar sus cuotas, argumentando, según ellos, que “se robarían el dinero”, y que por eso, mejor no pagaban… —El administrador —sigue diciendo—, optó por otra estrategia: Por un lado, difundió periódicamente una clarísima explicación del origen y aplicación de todos los recursos, o sea transparentó el manejo de fondos, ofreció incentivo a los retrasados, y después de eso, entonces sí, endureció el cobro, y sorpréndanse, obtuvo muy buenos resultados. —Por eso —concluye don Alonso—, considero que paralelamente a mi sugerencia en el sentido de optimizar el método de selección de la mejor propuesta fiscal, sugeriría mejorar aún más el esquema de rendición de cuentas, unos castigos ejemplares a todo aquel funcionario que haga mal uso de los recursos públicos, y hasta entonces, presionar más al contribuyente a que participe como debe. 82


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—Pues no deja de ser un punto de vista interesante —dice Jorge—, lo voy a someter a consideración. En eso ven a lo lejos al otro grupo de señoras acompañadas por Esther, mismas que ya habían regresado de su visita al poblado, y daban una vuelta por el rancho. Calculando Álvaro que en poco tiempo debían comer, dado que en esos lugares se acostumbraba ingerir los alimentos del medio día como a la una de la tarde, decide acudir a la casa para ver cómo ayudaba a que se preparara todo, y de paso indicarles a las señoras el sitio donde estaban. Una vez que ven alejarse a Álvaro, Gustavo y Jorge intercambian miradas llenas de silencio pero cargadas de significado, mientras don Alonso, ajeno completamente a ellas, trata de observar la dirección del viento, en un entendible afán por anticiparse a cualquier posibilidad de cambio de clima.

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CAPÍTULO VI R EUNIÓN

COMPLETA

Esa tarde en el rancho El Encinal, todos aquellos callados testigos que los acompañaban frente a la presita, tales como las nubes, el Sol, los árboles, plantas y demás componentes del escenario, actuaban como ya era su costumbre: Guardando su ancestral silencio ante el a veces desconcertante actuar humano. Un observador externo de semejante cuadro, quizás hubiera considerado que esos tan discretos espectadores de la naturaleza, aunque si bien estaban complacidos por su presencia, procedían de esa forma porque acataban aquella orden que les fue dada desde siempre: Dejarlos hacer las cosas, aunque con sus procederes muchas veces actuasen hasta en contra de sus propios intereses. Sin embargo, en ese soleado y especial día, parecía haber algo más en el ambiente: Se sentía como si esos prudentes acompañantes de la naturaleza, no deseasen interferir en esa reunión ni siquiera con sonido alguno, como queriendo dejarlos permanecer completamente en paz ahí, y que disfrutasen a plenitud de ambiente, plática y comida. El único que ponía un poco de desorden en ese tan especial momento, era el viento, quien con su característico circular travieso, sólo seguía provocando unas pequeñas olas en la orilla de la presita, y un leve movimiento en las ramas de los árboles, mismas que al balancearse tenuemente, provocaban a su vez que las hojas se tocasen unas a otras, generándose un leve y casi imperceptible murmullo. 85


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No obstante, esa ligera travesura del viento parecía ser perdonada por completo, tanto por el entorno como por el grupo, ya que ése su invisible movimiento, traía una brisa tan especial, que a manera de regalo presentaba ante todos un aroma que simplemente no tenía parangón con cosa alguna. Pero de momento hagamos nuevamente de lado el punto de vista de la naturaleza, y escuchemos de nuevo la opinión de las propias personas que ahí se encuentran… Las señoras platicaban encantadas el gusto que les daba el poder permanecer ahí, sorprendidas no sólo del fantástico lugar donde se encontraban, sino de la amabilidad de la gente y del poblado que acababan de visitar. —Nunca había entrado en casas como las de esa población —asegura Alejandra un tanto admirada—, con muros de adobe y tejas, porque fíjense que una señora que vendía miel, guardaba muchas variedades de ella en el interior, y nos invitó a pasar hasta adentro… —Me sorprendió —sigue diciendo— la frescura de ese tipo de casas, y qué creen, hasta árboles tenía en un bonito patio interior empedrado. —Bueno, a ustedes les sorprende —responde Álvaro—, pero ahí es lo más común, ojalá ese tipo de construcción se conserve, porque tiene muchas ventajas, aunque ahí mismo, ya se están también haciendo casas nuevas con el tipo de construcción de esta época. —Lo que pasa —comenta Jorge—, es que las construcciones nuevas tienen más ventajas, ¿no? —Según su servidor —opina ahora don Alonso—, lo ideal sería combinar las cosas buenas de las casas de antes 86


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con las de ahora, porque como bien dijo Alejandra, esas viviendas tienen ciertas ventajas para los cambios de temperatura, y las nuevas tienen otras, ojalá se pudiera contar con los elementos valiosos de ambas épocas. A un costado, doña Ofelia y dos damas que habían venido desde la casa, estaban preparando los alimentos y haciendo tortillas en dos braseros, y el aroma que se desprendía de todo ello, contribuía a abrirles más el apetito. Y de hecho, no tuvieron que esperar mucho, porque en breve ya estaban disfrutando de una gran variedad de cosas, sorprendidos los visitantes de la forma tan diferente como apreciaban todo, al tiempo que platicaban de forma muy animada. Quien permanecía un tanto pensativo era don Alonso, pareciendo que su mente se había ido en alguna dirección desconocida. Gustavo, al no conocerlo todavía lo suficiente, al advertir esa curiosa actitud, le dice: —¿En qué piensa, don Alonso? —¡Oh! En nada —dice como regresando de sus pensamientos—, aunque en parte también los escuchaba, me da mucho gusto que se encuentren aquí, y que estén contentos, pero hay tantas cosas que me hacen pensar… —¿No quiere más tacos? —le comenta Jorge—. —No, no, muchas gracias. —Don Alonso no es de mucho comer —interviene Álvaro—, para que no se extrañen… 87


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—Quizá tenga usted razón don Alonso —interviene la señora Lilí—, la frugalidad es uno de los atributos que a veces se nos olvida, pero nosotros —añade—, en ocasiones como ésta, con semejante comida hacemos un poco de trampita… —Por favor, adelante —les dice don Alonso—, estoy encantado que les guste todo… Y así transcurre esa alegre comida, y al término de ella, la señora Esther, quien también compartía ese momento, le ofrece a quien desee, completar el recorrido del rancho. Por tanto, las señoras y Diego, acompañados de un sobrino de Benjamín, aceptan de muy buena gana continuar su recorrido, mientras Gustavo, Jorge y Álvaro, como sabían que había cosas que don Alonso les quería compartir, deciden no moverse de ahí, más que como una mera atención, ahora ya hasta curiosidad sentían por conocer el asunto que les quería decir. Siendo así que una vez que las señoras y jovencitos se van caminando, y la señora Ofelia y las dos damitas que la acompañaban, después de haber recibido las sinceras felicitaciones y agradecimiento de todos, también se van retirando hacia la casa, quedándose de nuevo ellos cuatro. —Estoy realmente impresionado don Alonso —menciona Jorge—, por invitarnos a estar aquí este día, y me congratulo que Gustavo me pidió que viniera, ya que en todos sentidos es muy bueno estar hoy en este lugar… —Al contrario —responde—, nosotros somos los agradecidos, y estamos contentos también que se nos permita externarles nuestro punto de vista sobre algunas cosas… 88


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—Como comentamos hace rato —interviene Gustavo—, y de acuerdo con lo que me dijo Álvaro en la ciudad de México, usted quería complementarnos algunas ideas de cuando nos vimos la vez pasada... —Que cree que sí —afirma don Alonso—, porque cuando se fueron la otra ocasión, me quedé reflexionando, porque han de saber que es mi gran defecto, les dice en tono de broma, lo que pasa es que soy muy inclinado a darle muchas vueltas a las cosas y por tanto, quería advertirles de algunas cuestiones importantes. —Somos todo oídos… —Saben, la un tanto conflictiva situación que hoy se padece no sólo en nuestro país, sino en muchas otras partes del mundo, cada vez me convenzo más que es derivado, entre otras muchas cosas, principalmente de dos elementos: —Uno de ellos, lo hemos padecido a todo lo largo de la historia humana, y es consecuencia de un pensamiento sociológico erróneo y superficial, mismo que puede y debe ser corregido a través de una educación integral, que contenga un enfoque social más realista e inclusivo, sin las deformaciones en que hemos incurrido desde siempre. —Ese enfoque tan limitado —añade—, ha producido infinidad de efectos negativos en diversas áreas, no sólo en el aspecto material, educacional y otros, sino hasta en la generación de esa confianza tan importante que les comentaba hace un rato. —Pero el otro aspecto —prosigue—, es un error relativamente reciente, ya que proviene apenas del siglo XX, el cual propició que a pesar del gran desarrollo tecno89


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lógico y humano que logramos, ni de lejos hayamos podido hacerlo extensivo a toda la comunidad mundial, y ése es: El enfoque demográfico equivocado en que incurrieron algunos. —Algo nos adelantó Álvaro en el camino —manifiesta Jorge, ya sintiéndose de plano inmerso en el tema—, y supuse, que este joven estaba un tanto influido por su pensamiento, por ello le pedimos, bueno, yo en lo personal, porque no vine la vez pasada, que nos diga con sus propias palabras… ¿Por qué lo considera así? Ya que créame, es una perspectiva diferente que la verdad, no había considerado de esa forma. —Con mucho gusto les diré mi punto de vista —responde—, pero antes quiero decirles que el objetivo principal de pedirles que escuchen este complemento a lo que le dije a Gustavo la vez pasada, es más bien a manera de advertencia… —¿Advertencia? ¿Pero de qué o por qué? —dice sorprendido Gustavo—. —Miren ustedes, hay personas que, con todo el derecho que tienen de disentir, y muchas veces con la mejor de las intenciones, se van a oponer tenazmente a lo que a continuación les voy a compartir, aunque estoy seguro que ellos mismos no lo han analizado a fondo, pero pudieran hacer dudar a muchos políticos al respecto, y eso es lo que pretendo que no suceda, ya que contribuiría a prolongar la lamentable situación actual, con todas sus consecuencias negativas. —¿A qué me refiero? —dice don Alonso, mientras Álvaro y los dos visitantes permanecen en completo silencio, dando lugar a que se explaye mejor—. Miren, entrando a esos temas, les voy a mencionar primero so90


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bre el error demográfico, haciendo una brevísima historia de dónde procede y por qué, ya que como el propio Jorge advertía, no vino la vez pasada. —Hace varios siglos, de cada 1,000 niños nacidos, fallecían a temprana edad como 650 de ellos, sin embargo, con el advenimiento de la medicina, afortunadamente, de acuerdo con las últimas mediciones con que contamos a nivel global, de cada 1,000 niños nacidos, ya únicamente fallecen 38. —Este extraordinario logro de la medicina, generó ciertos cambios en los patrones de crecimiento a los que muchos no se pudieron adaptar, aduciendo que la planeación demográfica sería una solución inviable, ya que constituiría una especie de intervención “artificial” en el proceso de procreación humana, cuando, observen ustedes, fue la propia intervención de la medicina, o sea, un elemento completamente “artificial”, usando sus mismos términos, lo que transformó el patrón sociodemográfico a nivel global. —De manera similar —continúa— podríamos etiquetar como artificial a casi todo lo que tenemos, las telecomunicaciones, automóviles, tractores, camiones, trenes, aviones, combustibles, fertilizantes, electricidad, computadoras e infinidad de cosas, sin las cuales, les aseguro, ni de lejos podríamos tan siquiera proveernos de los alimentos necesarios. —Pero don Alonso —objeta Jorge—, lo que dicen algunos, es que la planeación demográfica mediante métodos anticonceptivos artificiales, es moralmente inviable, porque está interfiriendo en la proliferación de la vida… —Mire Jorge —le responde muy tranquilo—, no podemos perder de vista que tanto el espermatozoide mascu91


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lino como el óvulo femenino, son células aploides, o sea, tienen sólo la mitad de los cromosomas, de tal manera que no contienen vida en sí mismas, a diferencia del resto de las células del organismo, que son diploides, y esas sí están completas en cuanto al número de cromosomas. —Y mientras —asegura— esas dos células aploides citadas no estén integradas en una, no hay vida en ellas, bajo el ángulo que se le vea. —Cosa muy distinta cuando ocurre la concepción —puntualiza—, pero vea nada más una de las barbaridades que provocan sintiendo que defienden la vida: —En nuestro país y el mundo, cada año ocurren millones de abortos clandestinos, que no sólo ponen en riesgo la vida de la madre, sino provocan miles y miles de auténticos asesinatos por día por esa vía, al interrumpir, artificialmente, la posibilidad de vida de esos incipientes seres. ¿Por qué? Les pido que me digan si estoy mal en mi razonamiento por favor. —Créanme que me sorprende —prosigue— ver a lo que nos lleva el oponernos a la planeación familiar ya en la práctica: Nos conduce a un punto donde ni ellos mismos se imaginaron. —Lo que en la mayoría de las veces empuja a muchas madres desesperadas a que se vayan por la puerta falsa del aborto, es que ante la posibilidad de enfrentarse a un niño no deseado, muchas optan por una interrupción artificial del embarazo y, a mi parecer, eso sí puede equipararse a un asesinato. Pero, ¿saben una cosa? Lo que faltó ahí, fue precisamente una adecuada planeación demográfica, cosa a la que ellos se oponen. 92


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—O sea —señala—, su enfoque erróneo los convierte en parcialmente responsables de todo eso que sucede. Vean nada más la tremenda paradoja a la que nos llevan: Queriendo defender la vida, generan en gran parte lo contrario, por las millones de vidas humanas truncadas a través de abortos clandestinos, los cuales tendrán que seguir siendo cargados a su cuenta por cada año transcurrido. A Álvaro y al mismo Gustavo no le sorprende este tipo de razonamientos, pero Jorge se queda sin saber qué responder ante eso. —Y eso sólo en lo relativo al aborto, pero —dice volteando hacia Álvaro—, ¿Traes en ese aparatito del cinto los informes que guardamos de lo que ocurrió en el último año a nivel mundial? —Sí don Alonso —responde Álvaro—, aquí los tengo… —Dinos los datos de los infantes muertos en el último año por favor… —¿Quiere los datos de la ONU o del PRB? —A ver, en este caso sácalos del PRB… —Permítame… —dice Álvaro mientras opera su aparato—. ¡Ah, sí! Aquí está: En el último año fallecieron 72,000 niños en los países desarrollados y 5’507,000 en los subdesarrollados… —¡Ah caramba! —dice Jorge—. A ver si entendí bien, ¿cinco millones y medio de niños muertos por año en los países subdesarrollados? ¿No te equivocaste Álvaro? —Claro que no, mire usted… 93


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—No lo puedo creer, o sea, en diez años mueren niños por el equivalente a una vez y media toda la población actual de Canadá, cómo va a ser posible… Y además, ve nada más la gran diferencia con lo que pasa en los países desarrollados, ¿hay descuido en los gobiernos, o qué diablos pasa? —Curiosamente —contesta don Alonso—, hay una especie como de constante en todo el planeta: Cuando un país se enfrenta a necesidades sociales insatisfechas, lo más común es que señalen al gobierno en turno como el gran culpable, sin recapacitar que hay fuerzas prácticamente invisibles que actúan para generar este tipo de cosas… —Porque juzguen por ustedes mismos, como le platicaba a Gustavo la vez pasada —sigue diciéndoles don Alonso, satisfecho que estén siendo receptivos a la magnitud del problema—, otra de las facetas más dañinas de una elevada tasa de crecimiento demográfico, se proyecta hacia la sociedad en la proliferación de infinidad de necesidades sociales insatisfechas, y volviendo al fallecimiento de infantes que a Jorge tanto le impacta, esa es tan sólo una de sus múltiples manifestaciones. —Pero —objeta Jorge— no entiendo la relación entre una cosa y otra… —Lo que provoca esa cantidad espantosa de infantes muertos —responde—, es que el desarrollo de la cuestión sanitaria y alimentaria, no puede avanzar a la misma velocidad del crecimiento poblacional. —No es que sea un tanto escéptico a su postura —insiste Jorge—, pero nada más para asimilarlo mejor, incluso por si alguien me pregunta, ¿por qué una alta tasa de 94


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crecimiento impacta tanto en la cuestión social y ambiental? —Miren —les dice—, platicaba con Gustavo la vez pasada que vino, que la mayoría, si no todos los problemas o conflictos de cualquier índole que se presenten en el mundo, derivan de una especie de “desfasamiento” en la velocidad de los factores que intervienen en un determinado proceso. —Ya ven que me gusta a veces exponer las cosas mediante ejemplos, por tanto, permítanme que les ponga algunos… —Por favor, adelante… —¿Qué ejemplo les pondré? ¡Ah! Ya sé —dice—. ¿Se acuerdan del hundimiento del Titanic? —¡Por supuesto! —Observemos en ese lamentable suceso la intervención de ese aparentemente inofensivo elemento llamado velocidad: —Primero, la velocidad a que se desplazaba esta nave, era superior a lo que la prudencia recomendaba, sobre todo tratándose de una noche tan oscura con casi nula visibilidad, y con el agravante que se les había advertido sobre la presencia de “icebergs”, pero desafortunadamente, pudo más el interés de establecer un récord. —Siendo así que debido a la velocidad a la que iban, se redujo el tiempo transcurrido entre el avistamiento de una masa de hielo con el eventual punto de contacto, a alrededor de 45 segundos. 95


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—Ello contribuyó a que, por la premura de tiempo, después de unos pocos segundos de alarma e indecisión, procedieran de la forma siguiente: —Tomaron la fatal decisión de virar hacia la izquierda, cuando lo más probable era que, habiendo estado esa masa de hielo sujeta a la corriente marítima del occidente de Groenlandia, o también conocida como la “del Labrador”, tenía un leve desplazamiento de Norte a Sur, o sea de derecha a izquierda de acuerdo con la dirección a que se dirigía el “Titanic”, y en esos 45 segundos cruciales, pudo haberse movido unos cuantos aunque decisivos metros justo hacia donde había virado el barco, mismo espacio que hubiera significado nada menos que la gran diferencia entre salir completamente ilesos, o enfrentarse a semejante desastre. —Luego —prosigue—, el barco tenía cierta capacidad para expulsar el agua entrante, pero qué creen, la velocidad del agua que ingresaba, era mucho muy superior a la posibilidad de extraerla… —Aparte —sigue diciéndoles—, lo que mató a esa gran cantidad de personas que no cupieron en las lanchas, fue lo frío del agua, ya que les produjo hipotermia, y cosa curiosa, aunque el cuerpo humano tiene ciertos mecanismos compensadores para este tipo de eventos, en este particular caso, dicha capacidad resultó muy superada, dado el enorme tiempo que tuvieron que permanecer sumergidos en esa agua tan fría. —¿Y por qué transcurrió tanto tiempo, si había barcos relativamente cerca? —hace notar don Alonso—. Porque debido a la velocidad de aproximación que tenían, hizo que llegaran hasta después de varias horas, lo que resultó fatal para aquellos que se encontraban dentro del agua. 96


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—¿Se dan cuenta señores de la intervención de ese muchas veces minimizado elemento llamado velocidad? —Pues es cierto —reconoce Jorge—. —Comparen eso —enfatiza don Alonso— con lo que acontece en nuestro mundo al no tomar en cuenta la forma como interviene ése en ocasiones minimizado elemento llamado velocidad: Si por un lado interferimos artificialmente sólo en un aspecto de la procreación humana, y mediante el oportuno uso de la medicina logramos reducir la tasa de mortalidad, y al mismo tiempo rechazamos la planeación familiar, ¿qué generamos? Una anormal elevación en el crecimiento poblacional a un nivel tal que, imposibilitamos el poder ir produciendo los satisfactores al ritmo requerido. —Actuando así —les dice—, hemos creado sin querer la receta perfecta para uno de los desfases que más ha incidido en las carencias actuales. Y lo peor, insisto, muchos ni siquiera se percatan de este fenómeno, ya que opera de forma imperceptible. Pero regresemos a los problemas derivados de los desajustes entre las velocidades de los factores que intervienen en cualquier proceso: —No los quiero abrumar con muchos ejemplos, podría ponerles los que no se imaginan, pero ya sólo les diré otro… —Ahora que ha crecido la inseguridad —les dice con su voz pausada—, en gran medida causada por esto que comentamos, vamos a imaginarnos que a un ciudadano cualquiera, ya no voy a llamarlo don “Juan Pérez” —les dice de broma don Alonso— por si tienen algún pariente o amigo con ese nombre, y no quiero que le suceda eso… 97


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—Imagínense que desgraciadamente, esa persona recibe un balazo que le hace perder sangre en exceso, no me lo creerán, pero el organismo tiene una excelente capacidad de regeneración, pero aquí también interviene ése a menudo olvidado elemento llamado “desfasamiento en las velocidades”, ¿a qué me refiero? Miren: —Entre otros factores que ahí intervienen, el organismo podrá reparar por completo el daño, pero ese proceso quizá tardaría varios días, y qué pasa, si la irrigación sanguínea se viene abajo, el cerebro no podría permanecer sin abastecimiento de oxígeno y otros elementos vitales más allá de unos pocos minutos. —Por ello —continúa—, por esa aparentemente simple descompensación entre las velocidades de los factores que intervienen, esta persona fallece. Se quedan Jorge y Gustavo en silencio sorprendidos ante la claridad con que les expuso eso, aunque Jorge añade: —¿Decía que eso influyó también en el desarrollo de la violencia? —Menciona Jorge como no encontrando la relación—. —En eso y en muchas otras cosas —prosigue don Alonso—, vean lo que aconteció en el mundo en proceso de desarrollo al tener esa aparentemente inofensiva alta tasa de crecimiento poblacional. —Es más, como botón de muestra, veamos lo que sucedió en nuestro país: México dobló su población en alrededor de 36 años, y eso, porque afortunadamente una parte importante de nuestros conciudadanos pudo emigrar hacia el vecino del Norte, si no hubiera sido así, el período habría sido mucho más corto. 98


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—Pero, ¿qué significó eso ya en la práctica? Debimos de haber sido capaces de doblar también todos los satisfactores necesarios en esos mismos 36 años, o sea, dicho en términos más sencillos, haber construido el equivalente a otro país completo en ese cortísimo lapso, y eso mis estimados señores, es algo que nadie en el planeta hubiera podido lograr, porque aparte, se debieron resolver infinidad de déficits en diferentes renglones que se venían arrastrando desde más atrás. —Y, por si fuera poco, se tenía que haber repuesto una parte importante de la infraestructura que, al paso de los años, como es lógico suponer, se va desgastando o haciendo obsoleta. —Obviamente, como consecuencia de esa disparidad entre las velocidades, tenemos deficiencias en multitud de renglones, entre ellos, insuficiente dotación de agua potable y drenaje, áreas de vialidad congestionadas, limitada respuesta sanitaria y alimentaria, falta de empleos, déficits educativos, inadecuada transmisión de valores, deterioro grave del ecosistema y una grandísima gama de situaciones de carencia extrema que no sólo se combinan unas con otras, sino se van acumulando en ciertos renglones año tras año. —Y esas deficiencias combinadas señores —prosigue—, toman forma concreta ante nuestros ojos en violencia, carencias sociales graves, bajo nivel educativo, desnutrición y multitud de cosas más. Sin atinar Jorge qué contestarle al respecto, y con el objeto de poder tener un panorama más completo de la situación, hace un esfuerzo por traer a su mente algunos de los razonamientos expuestos por quienes se oponen a la planeación demográfica, y de pronto viene a su mente uno de ellos: 99


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—Los que no están de acuerdo con su postura —cita Jorge con cierta duda—, aseguran que si limitamos el crecimiento poblacional, podemos irnos al otro extremo, como lo que sucede en los países desarrollados, donde dicen que ya no hay niños. —Esa es —contesta don Alonso—, efectivamente una creencia sostenida por algunos, aunque un tanto fuera de proporciones, por el hecho que, si bien es cierto, que hay unos pocos países como Alemania que decrecen en una cifra insignificante, en el contexto global o incluso, en el propio mundo desarrollado eso es casi irrelevante. —Pero vamos a verlo en blanco y negro. En el momento actual, tenemos alrededor de 1,250 millones en el mundo desarrollado, y como 5,990 millones en la parte que está en proceso de desarrollo, y como les decía, salgamos de dudas. A ver Álvaro, de acuerdo con las estimaciones que tienes ahí, ¿qué población tendríamos para el año 2050 en ambos grupos? —De acuerdo con estos datos —contesta Álvaro—, para el año 2050, la parte desarrollada del planeta crecería de los 1,250 que decía, hasta los 1,309 millones, y la subdesarrollada subiría de los 5,990 actuales hasta los 8,375 millones, para hacer un total de ambos para el año 2050 de 9,684 millones. —O sea —concluye Gustavo—, el mundo desarrollado sigue también creciendo. —Claro, aunque a un ritmo más manejable. ¡Ah! Y aún considerando lo que me acaba de decir Jorge, que hay algunos de ellos que no crecen. —Aquí saqué ahora mismo —interviene nuevamente Álvaro—, cómo crece la población del planeta en este 100


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preciso momento, miren, de los 86.6 millones que crecimos en el último año, 1.5 millones correspondieron a los países desarrollados, y 85.1 millones a los subdesarrollados. —Entonces —dice Gustavo—, el grueso del crecimiento está en los países subdesarrollados… —Exactamente —afirma don Alonso—, y eso dará origen a corrientes migratorias mucho más fuertes de las que hemos visto a lo largo de la historia. —Y les menciono —sigue diciendo—, hay zonas del planeta donde en las próximas décadas habrá conflictos importantes por esa causa, como es el caso de la zona del Mediterráneo, porque ahí confluye curiosamente el área con el más bajo crecimiento del mundo, y consecuentemente con el ingreso por habitante más alto, con el otro extremo, el continente con el más elevado crecimiento poblacional, que tiene el ingreso económico más bajo, o sea África. —Pero están divididos por el Mediterráneo —apunta Jorge—, y eso evitará esas corrientes migratorias tan fuertes que dice, ¿no? —Ahí va a suceder como cuando cae un rayo —responde don Alonso—, donde, aunque el aire no sea conductor de electricidad, si la corriente eléctrica de arriba es demasiado elevada, se va a producir la descarga, porque ese diferencial de voltaje llegará al suelo de la forma que sea… —Porque miren nada más —dice volteando hacia Álvaro—, ¿qué población hay ahora en Europa y África, y cuánta habrá en el año 2050? 101


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Después de consultar nuevamente su oportuno aparatito, les dice Álvaro: —En este momento, hay 504 millones en la Comunidad Económica Europea, y de acuerdo con los nacimientos y defunciones de esta estimación, habrá 514 para el año 2050. —Y en África, ahora hay 1,136 millones, y para el año 2050, aun logrando disminuir un poco más su crecimiento, tendremos 2,428 millones, siendo así que, se duplicarán en un período menor a 33 años. —Obviamente eso no lo veremos nosotros —dice don Alonso levantando un poco sus manos—, a excepción quizá de Álvaro aquí presente, pero de no presentarse algo completamente inesperado, la situación en África será de desastre total, y al estar tan cerca de la zona de mayor ingreso, creará corrientes migratorias nunca antes vistas hasta este momento en el planeta, con todos los inconvenientes que implicará semejante contraste de sociedades con culturas y niveles de desarrollo tan diferentes. A Álvaro semejantes razonamientos no le tomaban para nada por sorpresa, ya estaba completamente acostumbrado a esos planteamientos, incluso a otros peores, pero Gustavo y Jorge se quedan pensando sobre los alcances que podría tener semejante situación sobre la siguiente generación, de llegarse a realizar lo que acaban de escuchar. En eso Jorge le responde: —Pero don Alonso, hasta donde sé, el crecimiento poblacional seguirá descendiendo, ¿no es así? 102


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—El problema Jorge —le responde— es que las estimaciones y cálculos que nos acaba de citar Álvaro, ya consideran esa reducción que usted menciona, lo que pasa es que para evitar que suceda lo que le acabo de decir, la disminución o la estabilización demográfica tendría que ser mucho más acentuada. —Porque —resalta—, si no se considerara esa disminución en el crecimiento que le acabo de citar, en lugar de llegar a los 9,683 millones en todo el mundo para el año 2050, y si continuásemos exactamente al mismo ritmo de crecimiento demográfico de este momento, para ese año llegaríamos a algo más de los 11,000 millones. En eso ven venir a las señoras en alegre charla por otro camino diferente, y al parecer, ya habían recorrido gran parte del rancho. Le dice la señora Lilí a su esposo: —Jorge, conviene que vayan por la parte de atrás de esa lomita, se ve un vallecito precioso, de verdad vale la pena… —¿Quieren que demos una vuelta por ahí? —les ofrece Álvaro—. —¡Claro! Vamos… Por ello, mientras las señoras y los dos jovencitos prosiguen su camino hacia la casa, estos cuatro señores a su vez se dirigen hacia el sitio sugerido. Al irse caminando lentamente hacia allá, Gustavo le va haciendo más preguntas relativas al cultivo del aguacate, mientras Jorge por su parte, comienza a asignarle mucha más importancia al tema que estuvieron comentando. 103


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—¿Cómo era posible —reflexiona—, que a temas como ése, no se le asigne mayor importancia? Pero haciendo por un momento de lado esta importante reflexión, prosiguen en su marcha lenta, sin saber Jorge con certeza, si ante el extraordinario espectáculo de ese sábado, lo que inconscientemente quería aprisionar él mismo en su mente era el tiempo, la charla o el sitio donde se encontraban. Gustavo ya ni el intento hacía en tal sentido, ya que por experiencia había aprendido, que cuando la rueda del tiempo gira, de poco valían las fotos o cualquier otro artilugio humano. Sin darse cuenta los cuatro miembros de ese tan meditabundo andar, unas pequeñas flores silvestres que al paso del camino estaban, parecían adivinar perfectamente sus pensamientos y decirse sin hablar unas a otras: En su momento aprenderán, que querer atrapar cualquier instante, es tan ilusorio como querer aprisionar al viento con las manos. Y cuando ese momento llegue —complementaban otras que a su lado estaban—, también se darán cuenta de algo que nosotras bien sabemos: Lo ideal hubiera sido valorar mejor el instante mismo en que se vive. Pero esas inaudibles voces se perdieron en el espacio sin haber sido escuchadas por nadie. Y el grupo, ajeno por completo a ellas, prosigue tranquilo su camino.

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CAPÍTULO VII D IVERGENCIAS En menos de lo que se imaginaron, como iban platicando sobre diversas cuestiones y al mismo tiempo disfrutando de la belleza del campo, casi sin darse cuenta ya habían llegado al límite de la propiedad, y ahí estaban los cuatro admirando al sureste un precioso valle, donde sólo la línea ondulante del horizonte establecía una especie de división entre las distintas tonalidades de verde del suelo y el azul esplendoroso del cielo. Para completar ese inigualable cuadro, aquella suave brisa con aroma a hierba que los recibió desde su llegada al rancho, seguía estando con ellos. —Don Alonso —comenta Gustavo extasiado—, ¡mire nada más que espectáculo! Ustedes ya deben estar acostumbrados a todo esto, pero a nosotros nos resulta sencillamente increíble. En eso voltea don Alonso hacia Gustavo y lo mira fijamente, al tiempo que le dice: —¿Me permite que le hable con toda franqueza sobre algo que de verdad me molesta? —Por supuesto —contesta Gustavo un tanto desconcertado ante semejante expresión—, para eso estamos aquí… Álvaro a su vez, se queda también expectante, intuyendo que ese otro don Alonso desconocido para ellos, en un momento como ése podría emerger con aquellas ideas tan suyas… 105


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—Quizá se sorprenda un poco de lo que le voy a decir —afirma don Alonso con su voz queda pero firme—, toda la tierra, en mayor o menor medida y dependiendo de sus características particulares, podría estar más o menos de esta forma, si los seres humanos no cometiéramos errores como los que hoy hacemos y otros que no me alcanzarían varios días para contarles… —Y es más —añade don Alonso con esa característica forma de pensar que Álvaro ya conocía tan bien—, lo que más me angustia es lo que ocasionamos en el aspecto humano… Ante eso, Jorge y Gustavo daban la impresión que querían añadir algo, pero Álvaro les hace una discreta seña con su mano izquierda, dándoles a entender que aguardasen un poco, permitiendo que se explayara más sobre algo que al parecer quería decirles… —El extraordinario potencial —prosigue don Alonso— que subyace en el corazón y mente de toda persona, en la inmensa mayoría de las veces, regresa a la tierra casi totalmente desperdiciado. —A menudo —añade— nos enorgullecemos de forma un tanto vana de lo que supuestamente conseguimos a lo largo de la historia, pero, ¿saben una cosa? Ésa es una verdadera insignificancia, comparada con lo que se nos escapó de las manos, junto con el llanto que provocamos al mundo, cuyos efectos negativos obviamente se nos regresan aumentados a todos. —El mayor crimen cometido en todo el tiempo que nos movemos sobre la tierra —continúa ante la mirada atónita de Gustavo y Jorge—, y conste, hemos hecho infinidad de barbaridades, se quedan cortas ante esto que supera a todo, lo cual fue: Haber permitido que suce106


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diera ese fenomenal desperdicio en contra del género humano. —El desarrollo de nuestro verdadero potencial, estuvo diseñado desde siempre para propiciar un nivel socioeconómico y humano sin precedentes, ni siquiera imaginado por nosotros. —Los más grandes genios que ha habido en la historia —continúa con su voz queda pero que calaba hasta el alma—, han sido meras excepciones, ya que en ellos, circunstancialmente, se pudieron conjuntar los elementos básicos para sacar adelante parte de su capacidad. Y no he conocido a nadie que no tuviera un tesoro extraordinario en una u otra forma dentro de su ser. —Y el principal obstáculo para aprovechar dicho potencial señores —asegura—, provino de la propia necedad y ceguera humanas, aunque eso sí, sentimos que somos enormemente sabios. En eso ocurre un cambio casi mágico aunque imperceptible en el ambiente, ya que hacía apenas unos pocos minutos, los callados integrantes del entorno que los rodeaba, mantenían una distante actitud ante el grupo, dando la impresión que los ignorasen por completo, pero de pronto parecen cambiar su enfoque… Y además, el repentino cambio de tono en la plática, también sin darse cuenta, provoca que el interés por dicho giro en la conversación, hiciera que para el grupo, el fantástico escenario que tenían frente a sí, pasara sin querer a segundo término. Pero en eso añade Gustavo, intrigado por tales expresiones de don Alonso: 107


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—En parte coincido con usted, pero me gustaría que nos aclarara un poco más a lo que se refiere… —Y otra cosa —dice por su parte Jorge—, hay algo que no acabo de comprender bien: Quienes se oponen a lo que nos decía de la cuestión poblacional, y dada su trascendencia en el aspecto socioeconómico, ¿qué argumentos tienen, cuál es el motivo de su desacuerdo, o qué los impulsa a asumir una posición contraria? —Preguntas clave las que me hacen —les contesta al tiempo que con un suave ademán los invita a que se vayan caminando de regreso—, precisamente a eso me refiero cuando hablo de la limitación humana… —El mundo muere de frío —les dice con ese sentido figurado tan suyo— y seguimos salvaguardando intereses convenencieros y tesis hilvanadas completamente en el aire, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo para seguir haciendo tonterías, y la vida humana nos importara un comino. —¿En qué nos hemos basado —les dice muy pensativo— para pretender justificar nuestros errores? Unos pocos, se han fundamentado en superficialidades y verdades a medias, y los demás, la inmensa mayoría, no se ha tomado la molestia de analizar la validez de esos postulados, y han preferido irse en pos de lo decidido por otros. —Y de hecho —prosigue ya un poco más calmado—, ésas fueron unas de las principales razones de haberlos invitado de nuevo. —Cuando hablo del hecho que los seres humanos nos basamos en superficialidades y apariencias —prosigue don Alonso mientras continúa caminando con su paso 108


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lento—, me refiero a cuando sacamos conclusiones a la ligera, y fundamentamos toda una tesis en algo casi sin sustento. Si me permiten, y por falta de mayor tiempo, les citaré sólo un ejemplo tomado de la historia. —A mediados del siglo XIX, hubo un filósofo y diplomático francés llamado Joseph Arthur de Gobineau, que realizó un perfecto ejemplo de los disparates a que me refiero, y observen cómo, lamentablemente, muchos se lo tomaron muy en serio, casi podríamos decir que al pie de la letra. —Este señor, basándose en meras conjeturas, desarrolló sin base alguna la teoría de la superioridad racial aria, y así lo expuso en una obra denominada “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas”, y ese texto fue lamentablemente considerado por muchos como uno de los cimientos de la demografía racial, y sus obras constituyeron uno de los primeros pilares de ese racismo seudocientífico que tanto daño ocasionó al mundo. —En dicha tesis se basaron después otros para fundamentar lo que con las décadas condujo al nefasto Holocausto de la Segunda Guerra Mundial. —Pero vean, ¿qué había de fondo en estas tesis? Puras apariencias y medias verdades, incluso, en este momento se ha podido demostrar de manera incontrovertible a través del mapa del genoma humano, que todos los seres humanos vivos sobre el planeta procedemos del mismo ancestro genético. —No obstante, como les decía —reitera—, la mayoría de las veces pueden más las conveniencias personales o políticas, sustentadas a su vez en apariencias o medias verdades. 109


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—Ciertamente hay diferencias externas entre los humanos, pero ellas son producto del clima, alimentación, educación y otros muchos factores circunstanciales. —Pero don Alonso —objeta Gustavo con cierta prudencia aunque con creciente interés—, en el siglo XIX aún no contábamos con ese mapa que menciona del genoma humano… —Pero teníamos el sentido común —responde rápido—, mismo que emplearon algunos como Aristóteles, Hernando de Soto y otros, quienes advirtieron desde mucho antes del siglo XIX que, por decir, en la tonalidad de la piel, fue determinante la mayor o menor exposición a los rayos solares, misma que dependía de la latitud a la cual se encontrasen. —Y me han hecho una pregunta —continúa don Alonso—, sobre los errores actuales, uno de ellos la cuestión demográfica y otros, ¿qué los provoca? Algo parecido, superficialidades y el no analizar bien las cosas, y les comentaré algo pidiéndoles me digan por favor si coinciden conmigo, porque no quiero incurrir yo mismo en los errores que critico: La imposición de mi propia verdad sobre los hechos. —En la década de los años sesentas, muchos investigadores de la cuestión demográfica del planeta, al visualizar los posibles efectos socioeconómicos que acarrearía sobre el mundo subdesarrollado un incremento en el índice de crecimiento poblacional, derivada a su vez de la afortunada disminución ya citada en la tasa de mortalidad, advirtieron de ciertos efectos sociales negativos que se desencadenarían. —Por ello —prosigue—, acudieron ante varios líderes mundiales de opinión, como fue el caso de un acercamiento que realizaron con el entonces papa Pablo VI. 110


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—Se le pudo plantear a él y las más altas autoridades de la Iglesia Católica de la época, a lo que se podría enfrentar gran parte del planeta de no permitirse la planeación familiar, dado que se generaría un crecimiento demográfico demasiado rápido sin precedentes en el mundo, y ello se acompañaría de los efectos ya mencionados. Gustavo y Jorge se quedan deliberadamente en silencio, esperando conocer mejor ese punto de vista tan particular de don Alonso, mismo que prosigue convencido: —Al recibir semejante planteamiento —les sigue diciendo don Alonso— y para analizar debidamente el asunto, dicho Papa nombró un comité de especialistas en el tema, para dilucidar si efectivamente podría el mundo enfrentarse a semejante situación, tal y como preveían los expertos… —¿Y a qué conclusión llegaron? —añade cada vez más interesado Gustavo—. —Once de los dieciséis miembros del comité creado por el propio papa Pablo VI, después de un concienzudo análisis, concluyeron que tenían razón dichos especialistas, y le recomendaron que se abstuviera de prohibir el uso de lo que esa iglesia denominaba los anticonceptivos artificiales. —Una verdadera sorpresa para la comunidad científica del planeta en ese momento, fue cuando ese Papa, yendo en contra de la opinión de sus propios asesores y de los principales expertos en la materia del mundo, en julio de 1968, publicó una encíclica llamada “Humanae Vitae” donde prohibió de manera explícita el uso de los anticonceptivos mencionados. 111


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—Pero don Alonso —objeta Jorge—, los planteamientos que hacían los demógrafos de aquellos años, exponían un panorama socioeconómico casi de desastre, cosa que como verá, no ocurrió, por tanto considero que estaban mal realizados sus cálculos. —Qué cree Jorge —responde don Alonso—, no estaban mal elaboradas esas previsiones, lo que sucedió fue que gracias a ellas, se logró una disminución parcial en el altísimo crecimiento poblacional que se tuvo poquito después de la mitad del siglo XX, de otra forma, por supuesto que se hubieran cumplido al pie de la letra esas estimaciones. No obstante, estamos aún por encima de lo deseable, y ése es uno, entre otros, de los verdaderos orígenes de los problemas a que hoy nos enfrentamos. —Y aclaro, obviamente el tema citado no fue el único responsable del conflicto socioeconómico que se desencadenó en las siguientes décadas —prosigue—, pero sí fue uno de los elementos más relevantes, y sus efectos están a la vista. —Porque miren —continúa—, haciendo un poco de lado toda la gran cantidad de millones de infantes muertos en los países del mundo subdesarrollado desde entonces hasta la fecha, así como la gran cantidad de abortos clandestinos por las razones ya expuestas, y una verdadera catarata de deficiencias en casi todos los órdenes, analicemos también este otro aspecto: Cómo ha incidido en el desarrollo de la violencia de la parte del planeta que crece demasiado rápido, la cual se genera a través de varias etapas: —Primero, al no crecer los satisfactores sociales a la misma velocidad de las necesidades, comienza a proliferar una gran cantidad de déficits en multitud de renglones sociales básicos. 112


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—Posteriormente, al irse interrelacionando estos renglones fallidos entre sí, el entendible malestar social se empieza a exacerbar en la comunidad, debido a las consecuencias o efectos de dichas carencias, e incluso, casi como regla, se comienza también a señalar a las autoridades en turno de cada país como directamente responsables de lo que ocurre, sin que la inmensa mayoría ni siquiera vislumbre las verdaderas causas básicas que están detrás de semejantes manifestaciones externas. —En una fase posterior, ante tales carencias primarias y otras consecuencias secundarias, como son la migración forzada de unas áreas hacia otras, algunos líderes políticos o incluso religiosos se apresuran también a culpar con índice de fuego a los gobernantes del momento, responsabilizándolos por toda esa gama de insuficiencias, sin hacer el más leve pronunciamiento sobre las causas de fondo que les dieron origen. —O sea —dice ahora Gustavo—, según Usted, ¿un elevado crecimiento poblacional se manifiesta también en una mayor migración? —Por supuesto —contesta de inmediato don Alonso—, aunque le aclaro: no es el único factor que incide sobre ella, porque también intervienen en la migración los conflictos armados, desempleo, inseguridad, violencia y otros, pero muy a menudo —señala—, ese entorno adverso fue a su vez propiciado en gran parte por un alto crecimiento poblacional, ya que al encontrarse una comunidad cualquiera inmersa en las carencias que por lo regular acompañan semejante cuadro, de forma imperceptible se va creando una atmósfera social explosiva, o en el mejor de los casos inestable. —Como un botón de muestra sólo en lo relativo a la violencia, vean lo que sucedió en Latinoamérica: Casi 113


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de forma infalible, los países con más alto crecimiento poblacional, son los que padecen la mayor tasa de homicidios dolosos por cada cien mil habitantes, y al contrario, los que crecen a un ritmo más manejable, son los que tienen dichos índices de violencia más reducidos. —Pero —interviene Jorge—, ¿qué dicen ellos ante semejante situación? —Como les reitero —contesta—, casi como regla, sólo lo atribuyen a otras causas, entre ellas a los supuestos malos gobiernos… —Y cosa curiosa, y haciendo una comparación con el ejemplo de lo ya mencionado, relativo a la inexistente superioridad racial, observen: —Cuando en aquellos años —continúa— alguien realizaba un juicio superficial similar, fijándose más en los efectos que en las causas, como es lógico suponer, tendría que llegar también a conclusiones falsas. —Ya que evaluando las cosas tan a la ligera, cualquiera concluiría que si la mayoría de los libros publicados, inventos y avances científicos y tecnológicos importantes, procedían de aquellas regiones cuyos individuos tenían ciertas características raciales externas, es que ellos —se podría pensar— eran algo así como mejores personas. —En cambio, un análisis más a fondo, hubiera concluido otra cosa, y más bien se orientaría hacia las causas básicas que producían semejantes efectos. —Pero ya que analizamos casos concretos, veamos uno de esos errores actuales basados en meras superficialidades: Cuando algunos analizan la situación un tanto 114


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conflictiva en ciertos renglones sociales en Europa, algunos concluyen que eso se debe en parte al supuesto “envejecimiento poblacional”, ponderando a los países de población “joven” como lugares donde supuestamente existe menos porcentaje de “población dependiente”. —Pues eso es cierto, ¿no? —responde Jorge—. —Para que vea a lo que me refiero, bajo un análisis superficial —contesta—, pareciera cierto, sin embargo, analizándolo mejor, veremos que ocurre exactamente al revés, como le comenté a Gustavo la vez pasada, ¿recuerda?… —Me acuerdo muy bien —contesta—, pero como Jorge no vino… —Mire Jorge —le dice don Alonso volteando hacia él—, lo fácil que es confundirse con medias verdades. Aseguran que donde hay población de más edad, se incrementa el porcentaje de personas dependientes. —¿Y no es así? —pregunta Jorge—. —Lo que pasa es que la población considerada como dependiente, no es sólo la que sobrepasa los 65 años, e incluso eso mismo es discutible, pero suponiendo sin conceder, necesariamente deberemos incluir también como “dependiente” al segmento que se encuentra de los cero a los quince años, y observe nada más lo diferente que es mirar las cosas de forma objetiva y completa: —Álvaro —voltea don Alonso para pedirle algo—, volvemos a recurrir a los datos de tu aparatito ése… —¡Claro! 115


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—De acuerdo con las últimas estadísticas, ¿nos puedes dar un dato más? ¿Qué porcentaje de población dependiente hay ahora mismo en el continente más “joven” que es África, y lo mismo en la Comunidad Económica Europea, que es el área de más edad, para que salgamos de dudas? Después de un breve tiempo donde el grupo se detiene, dando oportunidad a Álvaro de obtener los datos, les dice: —África tiene un porcentaje dependiente de 4 por ciento de más de 65 años y 41 por ciento de menores de quince, lo que da un total dependiente de 45 por ciento. —Y ahora la Comunidad Europea, a ver…. —prosigue Álvaro—. ¡Sí, aquí está! Tiene un 18 por ciento de más de 65 años y un 16 por ciento de menores de 15 años, lo que nos da un total dependiente de 34 por ciento. —O sea —afirma don Alonso—, tenemos 45 por ciento dependiente en el lugar más joven, y 34 por ciento en el lugar con población de más edad. Considero —añade— que ése es otro de los factores que les afecta, además de lo que ya mencionamos. —Lo que sucede —continúa don Alonso—, es que a menudo, cuando alguien se enfrenta a determinado problema, se le puede atribuir a cuestiones aparentes, cuando su verdadera causa podría estar en otro lado. —Vean uno de varios errores que ahí cometieron —sigue diciendo—, en algunos países de Europa, por conveniencias políticas de algunos gobiernos, asumieron un rol de tipo populista, y para obtener votos de forma un tanto tramposa, les ofrecieron a sus votantes no desplazar la edad jubilatoria de forma proporcional a como 116


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se incrementó la expectativa de vida, lo que provocó, por un lado, un criminal desperdicio de experiencia valiosísima, y por otro, elevaron de forma absurda el costo que implica el mantener un importante sector poblacional sin trabajar, junto con otros errores clave en que han incurrido. —Entonces —expresa Jorge sorprendido—, ¿no afecta un incremento en el promedio de edad? —Para nada —responde—, si la edad mediana de la población se mantiene alrededor de la mitad de la expectativa de vida, créanme que eso es lo normal y hasta deseable que ocurra. —Miren —prosigue—, si trazamos una gráfica por edades en un país más joven, veremos algo parecido a una pirámide, pero conforme pasen las décadas, iremos viendo que más y más países deberán ir formando una especie de “rectángulos” colocados en posición vertical. Con el objeto de analizar el tema bajo una perspectiva más amplia, trata Jorge de mirar el asunto bajo la óptica de quienes se oponen a la planeación, y de pronto viene a su mente una idea que de inmediato se la plantea a don Alonso: —Haciendo momentáneamente de lado los inconvenientes citados, las muertes de infantes y todo eso, ¿no será don Alonso que si limitamos el crecimiento poblacional, evitamos el nacimiento de muchos millones de seres humanos, a los cuales prácticamente les negamos la posibilidad de existir? —Considero que de nuevo ocurre al revés —responde rápido—, y le voy a decir por qué, pidiéndole por favor me indique si está de acuerdo conmigo: 117


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—Como podríamos limitar el nacimiento de muchos miles de millones en los siglos que podrían venir, si Dios así lo determina, es precisamente poniendo en riesgo el equilibrio del planeta, cosa que haríamos si propiciamos un crecimiento poblacional demasiado rápido. —Con la ayuda de nuestro amigo Álvaro aquí presente, he estado siguiendo por Internet muchas tesis bien fundamentadas expuestas en el Foro Mundial de Davos, y le comento sólo una de ellas. —Es más —solicita don Alonso—, para decírselo con más precisión, ¿te acuerdas Álvaro que también te pedí que guardaras un resumen de lo que presentó un Centro de Investigación de la Universidad de Estocolmo sobre el equilibrio del planeta? De casualidad, ¿lo traes también ahí? —Aquí también lo traigo… —Fabuloso aparatito ese —dice Gustavo—. —¿Nos puedes leer el resumen ese por favor? —Por supuesto… Después de unos segundos, les dice: —Dicho estudio concluyó lo siguiente: Son nueve los límites clave para la estabilidad de nuestro planeta: 1.- El cambio climático, 2.- El cambio en la integridad de la biosfera (pérdida de la biodiversidad y extinción de especies), 3.- El desgaste de la capa estratosférica de ozono, 4.- La acidificación de los océanos, 5.- La alteración de los flujos biogeoquímicos (fósforo y nitrógeno), 6.118


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Cambio en los usos de la tierra, 7.- El uso del agua potable, 8.- La carga de aerosol contaminante en la atmósfera y 9.- La introducción de nuevos contaminantes (orgánicos, radiactivos, nanomateriales, microplásticos). —Concluye que el asunto más preocupante, es que de acuerdo con los resultados del reciente estudio de ese centro de investigación, a nivel global, ya han sido rebasados cuatro de los nueve límites mencionados, y añadieron: “Transgredir un límite aumenta el riesgo de que las actividades humanas conduzcan inadvertidamente al sistema terrestre a un estado mucho menos hospitalario, dañando los esfuerzos por reducir la pobreza y deteriorando el bienestar humano en muchas partes.” —Si gustas hasta ahí mi estimado Álvaro —le dice don Alonso—. Sólo le quería asegurar a Jorge que, como ponemos en serio riesgo la venida de muchos miles de millones más de nuestros hermanos del mundo, es precisamente alterando el frágil equilibrio de nuestro hermoso planeta azul, y acuérdese lo que dijo aquél sencillo aunque sabio jefe Ce-atl de la parte Norte de América: —”No hemos recibido la tierra por herencia de nuestros antepasados, más bien la tenemos prestada por nuestros hijos.” No sé lo que opine usted, pero creo que esta persona tenía razón… —Concluyendo en su duda Jorge, considero que, forzando la venida de demasiadas personas en un lapso corto, es como ponemos en riesgo el delicado equilibrio de nuestro ecosistema, y entonces sí, limitamos tontamente la venida de muchos miles de millones más que podrían venir después, y además, con un crecimiento estabilizado, les podríamos ofrecer todas las oportunidades necesarias para su sano desarrollo. 119


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—Fíjese nada más —añade don Alonso— el daño que podrían hacer a la humanidad quienes no vean las cosas de manera clara y objetiva. Una vez que Jorge recibe una respuesta tan sencilla y contundente, mira desconcertado a Gustavo y Álvaro así como queriendo conocer su opinión al respecto. Álvaro permanece en silencio con cierta mirada expectante aguardando su respuesta, y Gustavo por su lado, sólo se encoge de hombros dándole oportunidad a su amigo a que exponga los puntos en que esté en desacuerdo. Sin atinar Jorge qué responder, su comentario sube un poco de tono y añade: —Bueno, para conformarlo a usted que está en desacuerdo con la autoridad religiosa que decía, creo que el actual Papa ya asumió una actitud más realista en ese sentido, me parece que hace poco, al regreso de un viaje a Indonesia, declaró que no era viable para un católico tener hijos como conejos. —Efectivamente eso dijo —contesta don Alonso—, incluso esa entrevista la grabamos con Álvaro en la computadora de la casa, ¿es así, Álvaro? —Sí, así es —afirma Álvaro—, nada más que está en italiano, pero se entiende razonablemente bien. —Y como bien cita usted Jorge —prosigue don Alonso—, se deduce que tiene una actitud más realista en ese sentido, aunque desafortunadamente no tiene una visión debidamente informada en la materia. —¿Por qué lo considera así? 120


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—Más adelante en esa misma entrevista, recomienda como número ideal de hijos la cantidad de tres. —¡Válgame Dios! Y eso, ¿no le parece viable? —No es que me parezca o no viable a mí, sólo me indica que no está recibiendo la información adecuada de lo que está sucediendo en el mundo. —Mire Jorge —añade don Alonso—, en este momento tenemos un promedio de hijos por mujer en el planeta de 2.5, incluyendo países desarrollados y subdesarrollados… —Y como le decía hace unos momentos —puntualiza—, gracias a la afortunada disminución en los índices de mortalidad, si continuásemos con exactamente ese mismo promedio de hijos, para el año 2050 seríamos un poco más de 11,000 millones, en lugar de los 9,680 previstos para esa fecha, confiando en una leve disminución en el número de descendientes, como consecuencia de una mayor responsabilidad en la pareja, a su vez derivada de un mejor flujo de información hacia el público. —Sin embargo, si el Papa recomienda una cantidad incluso superior al número de hijos actual, me da la impresión que no cuenta con la información necesaria. —¿No está contando con la información necesaria? —Objeta Jorge un tanto molesto. —Con el debido respeto —responde—, y disculpe usted, no está contando con los datos necesarios para emitir semejante recomendación, y le voy a decir por qué lo considero así. 121


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—Si consiguiéramos llegar a los 9,680 millones de habitantes para el año 2050, sin que hubiéramos provocado un serio daño al planeta, eso sería un logro extraordinario, pero muchos consideramos que sería prudente estabilizar aún más la población mundial para no incurrir en riesgos innecesarios y evitar seguir provocando daños al ecosistema, e incluso para tratar de propiciar un mundo más desarrollado de forma generalizada e integral. —Pero vayamos a los números —sigue diciendo don Alonso—, hoy en día, es increíblemente fácil hacer una proyección matemática con varias alternativas. —Ya hemos realizado varios ensayos en la computadora de la casa que es más grande, y mire: Si continuásemos exactamente igual, con el mismo promedio global de hijos por mujer de 2.5 del momento, para el año 2050 seríamos como le decía poco más de 11,000 millones. —Y qué cree, si siguiésemos la recomendación papal de tener tres hijos por mujer, para el año 2050 seríamos un poco más de 13,000 millones, lo que no sólo dañaría de forma irreversible al planeta por todo lo que implica, sino generaría un fenomenal desastre adicional en materia económica y humana. —Y es más —dice volteando hacia Gustavo—, le pido de gran favor que verifique nuestro cálculo con un experto en la materia que conozca. —Lo que de ninguna manera sería lógico —continúa don Alonso—, es actuar a la ligera, siguiendo corazonadas o apreciaciones superficiales, ya que esa forma de proceder ha sido precisamente el origen de la inmensa mayoría de problemas y errores en que hemos incurrido desde siempre. 122


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En eso interviene Gustavo, observando que la plática había subido un poco de tono: —Si gusta don Alonso, como bien lo dice, verificaremos sus datos, y de resultar ciertos, se lo transmitiremos a los organismos pertinentes, se lo aseguro. Pero mira Jorge —dice volteando hacia él—, precisamente la ventaja de los diálogos, es recibir y aportar información para crecer todos. —Claro —interviene ahora Álvaro—, en otras ocasiones me ha dicho don Alonso que la sociedad es como un gigantesco rompecabezas, donde cada quien, a manera de una minúscula pieza, aportamos nuestra verdad, para así lograr la conformación del gran total… —Pues sí —replica Jorge un tanto incómodo—, pero también por eso en el mundo fueron establecidas autoridades, para respetarlas y seguirlas… —Le voy a pedir Jorge un gran favor con toda la franqueza del mundo… —dice don Alonso—. —¿Le puedo dar mi opinión? —Claro —responde Jorge—. Pero le confieso que de momento me desconciertan mucho sus juicios, sin embargo, dígame su punto de vista, y con esa misma franqueza luego le diré el mío. —Perfecto. Pero antes de continuar mi estimado Jorge, déjeme que le diga que tengo un profundo respeto por todas las congregaciones religiosas del mundo, así como por los líderes que las conducen. —Incluso —prosigue como recapacitando un poco más—, muchas de las cosas que no comparto, ni siquiera son 123


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errores de los líderes actuales, ya que de hecho provienen de una serie de situaciones que, por una razón u otra se han producido a lo largo de los siglos. —Insisto Jorge… ¿De verdad podemos continuar? Puedo pasar ahora mismo sin el menor problema al otro tema que les quería compartir. —No, no… —añade Jorge de forma un tanto rectificativa—. Tiene razón, nada pierdo con escucharlo, sin necesariamente estar de acuerdo con usted… —¿Seguro? —Seguro… —Gracias, mire Jorge: El concepto autoridad que usted acaba de mencionar —afirma don Alonso con la mayor prudencia que podía—, es un elemento que debemos manejar con algo de cuidado, y le voy a decir por qué lo considero así: —Existen algunas salvedades y condicionantes para que una autoridad esté debidamente sustentada —prosigue—. La principal es que estén supeditadas ellas a su vez a la autoridad superior que les dio origen. Voltea Jorge con cierta incomodidad hacia don Alonso al tiempo que le dice: —¿A qué se refiere con eso? —Si estoy siendo molesto dígame y no continuamos Jorge —responde—, no quiero ser irrespetuoso de ninguna manera. —Vamos dejando —interviene Gustavo dirigiéndose a Jorge—, que don Alonso nos diga todo lo que piensa, y 124


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en seguida le haremos las objeciones pertinentes, estoy seguro que don Alonso nos escuchará con gusto, ¿no es así? —¡Por supuesto! Y no sólo eso —responde—. Incluso les pediría que procedieran así, creo firmemente en aquella frase que bien dijo un sociólogo: “Cada queja es un regalo”, y un señalamiento bien fundamentado de la otra parte y bien tomado de la nuestra, en verdad es una oportunidad de crecimiento. Así aprenderé cosas. —Pero antes de continuar —dice a manera de prólogo—, déjeme que le diga que su servidor, como todo ser humano, estoy también sujeto a cometer multitud de errores. Así que con toda honestidad, le ruego me los indique. —¡Ah! Y a propósito de errores —dice volteando hacia Álvaro—, qué crees, ahora que no estuviste, te cuento algo curioso, tuvimos una baja de presión de agua en la parte de atrás del cerrito, y ahora que hablamos de equivocaciones, con insistencia le decía a Amarildo que girara la perilla del hidroneumático hacia un lado, y era hacia el otro. —¿Y luego qué pasó? —Dice Álvaro con curiosidad—. —La presión se nos fue hasta abajo en esa parte —dice sonriendo don Alonso—, pero le hablamos al ingeniero Javier de Zamora, quien amablemente se vino volado, y por suerte la cosa estaba fácil de resolver. Pero bueno, se los cuento porque así nos puede pasar a todos, por eso es indispensable no aferrarse a nada y aprender a escuchar, reconociendo cuando fallamos. —Pero volviendo a lo que platicamos Jorge —dice volteando hacia él—, los seres humanos, todos, nos podemos 125


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equivocar, lo malo sería tratar de imponer nuestra verdad a los demás a como dé lugar. —Y regresando al término autoridad, le aseguro: ese es un concepto crucial y necesario en toda sociedad de ahora y de siempre, no obstante, por esa misma facilidad que tenemos para cometer errores, ella debe estar sujeta a varios parámetros, porque si no, podríamos cometer tonterías. En eso llegan al borde de la presita y ahí estaban las sillas de lona y esa maravillosa vista de la tarde, así como esperando por ellos, y Álvaro los invita a todos a sentarse… —¿Se acuerdan señores que me permitieron la utilización de ejemplos? —les dice don Alonso con su característica voz pausada—. —Por supuesto —dice Gustavo ante el silencio y expectación de Jorge—. —Miren, les platico de un caso extremo y fuera de toda comparación con lo que ahora comentamos, pero lo cito sólo en cuanto al concepto autoridad—: —En el lamentable suceso ya mencionado de la Segunda Guerra, al término de ella, se juzgó a muchos de los responsables de ese evento, a lo que ellos obviamente trataron de justificarse, argumentando que sólo seguían las órdenes de la autoridad que tenían. —Les pregunto —dice don Alonso—, moral o éticamente hablando, ¿hicieron bien o no en obedecer a dicha autoridad? Se quedan todos un tanto a la expectativa, esperando más bien ver el propósito de su ejemplo. 126


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—No hicieron bien al seguirla —afirma don Alonso—, porque arriba de esa autoridad política coyuntural y ya un tanto tramposa, porque más bien se había convertido en una mera dictadura respaldada por la fuerza, aunque parapetada detrás de una amañada propaganda y privación de libertades. —Arriba de esa pretendida autoridad, estaba otra superior de carácter divino, aparte de leyes morales y hasta de sentido común, que les decían que no se deben cometer crímenes contra nuestros semejantes. —A ver… —dice don Alonso meditando un poco más—. ¿Qué otro ejemplo les diré? ¡Ah! Ya sé, les pongo éste, hace unas décadas, se llevó a cabo en algunos países sudamericanos una especie de guerra sucia, donde, fuera de la ley, se privaba de la vida a diversas personas por sus creencias. —Vamos a suponer que alguno de los que aquí estamos es un capitán, y que su jefe, un coronel, le ordena eliminar a un grupo de 25 personas consideradas como subversivas. —Ese coronel, es su jefe y sin duda su autoridad en ese momento… ¿Debe obedecerlo, o no? Jorge mira hacia otro lado, intuyendo la respuesta que sigue… —Creo que no —dice don Alonso—, porque encima de él, hay otra autoridad superior a la cual él no está obedeciendo, y por si fuera poco, sabe que tiene la Constitución que está por encima de todas las leyes y personas del país, y en ella se indica de forma expresa que no se puede privar de la vida a nadie, sólo llevarlo ante la justicia, quien en su momento determinará lo conducente. 127


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Se queda Jorge un tanto sorprendido de lo que está oyendo, y añade: —¿Pero qué quiere decir con eso? —Algo tan sencillo como lo siguiente —contesta—, si una autoridad religiosa, política o la que sea, no sigue a su vez a lo que le da sustento a ella, perdió su fundamento. —Pero don Alonso, ¡que barbaridad lo que está diciendo! Según usted, ¿en qué no la está siguiendo? —Corríjame si me equivoco —sostiene— pero nosotros como cristianos, estamos sustentados en los evangelios, y ahí dice de forma clara en San Mateo 23,9 que no debemos situar a ningún ser humano por encima de los demás. Seguramente anticipándose a lo que vendría después, sabedor que estamos todos sujetos a cometer errores, y consecuentemente, podría una sola persona arrastrar a toda una congregación hacia una dirección distinta, como de hecho sucedió en algunos momentos de la historia. —Me parece —manifiesta Jorge—, que lo que sucede es que usted está en contra de la Iglesia Católica. —Por supuesto que no. Incluso le comento, este tipo de situaciones anómalas se han presentado en muy diversas organizaciones religiosas o políticas, y en todos los casos, una transgresión como la que le digo, produce el mismo efecto. —Como prueba de ello, si por decir, en otra congregación religiosa del grupo cristiano, un pastor pretendiera que se siga lo establecido por él, en lugar de lo que dictan los evangelios, su autoridad perdió por completo tam128


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bién la base en que se cimentaba, y su grey no debe seguirlo. A eso es a lo que me refiero. —Algo completamente diferente ocurre —añade— cuando una autoridad de cualquier índole está perfectamente alineada con lo que le da sustento a ella, porque ahí se debe respetar y seguir. Y le aclaro Jorge: No sería posible el funcionamiento de nuestra sociedad en ningún sentido sin la existencia de autoridades, pero ellas sólo serán válidas si se estructuran de la forma como le digo. —Muy mal haría su servidor —continúa—, si tuviera una posible aversión a cualquier grupo, el católico o el que fuere. Conozco gente valiosísima que forma parte de esa iglesia y en nuestro mundo nos hace falta también la participación de ellos y de todos, procediendo de la forma indicada. —Pero mire Jorge —prosigue—, viéndolo ahora bajo otra perspectiva, ya dentro de un contexto social, ¿puedo volver a utilizar otro de mis ejemplos? —Pregunta don Alonso. —Adelante… —contesta Gustavo mientras Jorge y Álvaro permanecen en silencio—. —En el momento del nacimiento —dice don Alonso—, es cuando un ser humano tiene más neuronas cerebrales, pero cosa curiosa, no es ahí cuando alcanza su potencial verdadero, ¿saben por qué? Se quedan los tres en silencio, esperando ver hacia dónde los llevaría con eso. —Su desarrollo verdadero sólo sobrevendrá cuando al paso de los años, dichas neuronas comiencen a interco129


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municarse unas con otras, y hago mención que, si este proceso de interconexión se interrumpe, esa persona nunca alcanzaría su potencial y quedaría sujeta hasta a un serio retraso, dependiendo del grado de aislamiento neuronal que sufriera. —En la comunidad global —les dice— sucederá algo parecido, ahora mismo estamos muy lejos de alcanzar nuestro potencial verdadero precisamente por eso, ya que aunque tecnológicamente existan unas vías de comunicación muy superiores a las imaginadas en los pasados siglos, a menudo mantenemos una postura de cerrazón, donde, limitamos y hasta impedimos la verdadera apertura hacia otras verdades que no coincidan con las nuestras, cuando debemos mantenernos receptivos, y, cuando no estemos de acuerdo, expongamos la o las razones por las cuales pensamos diferente, y no simplemente aislarnos o satanizar al otro. —Dado que ya citamos ese caso tan aberrante de la Segunda Guerra Mundial —continúa—, créanme, jamás hubiera ocurrido eso, de haber permitido algo increíblemente simple: Salvaguardar la libre y abierta expresión de los puntos de vista opuestos. —Eso demuestra —enfatiza—, que cuando se comienza quemando libros o prohibiendo la manifestación de ideas diferentes, no sólo se pone de relieve una cerrazón ideológica que a menudo termina quemando personas, sino se convierte en un formidable obstáculo para el verdadero desarrollo humano. —Y voy más allá —prosigue don Alonso—, no me lo creerá Jorge, pero esas divisiones que fabricamos entre los seres humanos, no sólo no tienen razón de ser dentro de los grupos considerados cristianos, sino in130


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cluso fuera de ellos, ya que el Dios de las demás creencias no es otro Ser diferente del nuestro, es el mismo, y si usted o yo escogemos nuestra creencia a través de la fe cristiana, eso no significa que debemos forzar a los demás a que piensen como nosotros, simplemente en todo caso, limitarnos a exponer nuestro punto de vista, sin olvidar nunca que el propio Dios permite la libertad, para que cada quien escoja el camino. Mientras Gustavo y Álvaro están cada vez más a la expectativa, se queda Jorge un tanto pensativo y responde: —Bueno, eso es cierto, sin embargo, no me negará tampoco que, si como bien dice, tenemos la fe cristiana, el Señor estableció a los sucesores de Pedro como sus representantes y pilares de la iglesia, y eso no da lugar a esas interpretaciones que hace… —Antes que nada le agradezco que me permita disentir de su postura e intercambiar opiniones de forma abierta, porque así creceremos ambos… —Efectivamente —sigue diciendo don Alonso—, eso de la sucesión apostólica es algo que sostienen ellos, aunque considero que eso no es del todo exacto. —¿No es del todo exacto? —No. En los primeros siglos de la era Cristiana, no se había ni siquiera constituido ese “obispado universal” que ahora se invoca, eso fue creado a partir del siglo VII, concretamente a partir del año 606, cuando el emperador romano de Oriente, llamado Phocas, tuvo una importante controversia con el obispo cristiano de Constantinopla, quien no lo reconocía como líder político auténtico, ya que lo acusaba de haber llegado a

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ese puesto mediante el asesinato del verdadero emperador de nombre Mauricio y de toda su familia. —Ante tal oposición que le restaba legitimidad —continúa don Alonso casi midiendo sus palabras para no incomodar más a Jorge—, Phocas discurre una componenda de tipo político: Sabedor que había alguna especie de rivalidad entre los obispados de Constantinopla y Roma, y aprovechando cierta amistad que tenía con el entonces obispo de Roma cuando por otras circunstancias residió en Constantinopla, le propone lo siguiente: Reconocerlo como “Obispo Universal”, si éste a su vez lo valida a él como legítimo emperador del Imperio Romano de Oriente, mismo arreglo que se lleva a cabo. —Pero —contesta Jorge—, todo mundo reconoce al Papa como sucesor de Pedro. —Eso se ha asegurado desde hace muchos siglos —confirma don Alonso—, incluso, con posterioridad a la fecha citada, elaboraron una larga lista de los pretendidos sucesores del apóstol Pedro, pero no existe una documentación fehaciente que compruebe la autenticidad de dicha sucesión desde el primer obispo romano hasta el año 606. De haberla, me gustaría conocer el sitio donde se encuentra, para que todos los investigadores del mundo lo supiesen, y en todo caso, pudiera convencerme a mí mismo que estoy equivocado, pero muchos consideramos que tales documentos no existen. Jorge se voltea hacia otro lado, pero su amigo Gustavo discretamente lo toma del brazo, así como sugiriéndole que permita que don Alonso exponga todo lo que considere su verdad, y luego, él a su vez podría exponer sus razones. 132


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Jorge acepta tácitamente continuar esa plática, al tiempo que le dice: —La verdad don Alonso, en este momento no podría rebatirle algo sobre lo que dice, lo que sí siento es que usted podría hasta poner en riesgo mis creencias. —Créame Jorge que de ninguna manera quisiera que ocurriera semejante cosa —contesta don Alonso—, más bien me gustaría que profundizara en ellas, y de esa forma, estoy seguro que no sólo no se debilitarán sus convicciones, sino quedarán mucho más sólidas, como la casa que no se asienta sobre la arena sino en la roca. Y después de unos segundos de silencio, añade don Alonso algo más: —Así como para terminar el punto que usted me autorizó a tocar, si me lo permite, a manera de corolario, le diré sólo unas pocas razones, entre muchas otras, por las cuales yo mismo llegué a tener mi actual punto de vista. —¿Me permite terminar con esto, antes de pasar al otro asunto que les quería compartir? O prefiere que aquí dejemos el tema… Con toda confianza. Se queda Jorge unos segundos meditando y en seguida dice: —Continúe si gusta… —Mire, en el ejercicio del papado, ha habido aciertos y errores políticos a lo largo de la historia, entre los aciertos, citando sólo uno de ellos, podríamos destacar la labor realizada a finales del siglo pasado para evitar un importante conflicto bélico entre Argentina y Chile. 133


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—Entre los errores del siglo XX —continúa—, está la perspectiva demográfica desafortunada que acabamos de mencionar. —No soy nadie para señalar formas de actuar —añade—, lo único que pretendo, es que no preponderemos a ser humano alguno por encima de los demás, eso es todo, ya que incluso así está expresado claramente en los evangelios. Sólo Dios no se equivoca, por eso debemos seguirlo más bien a él. —Ahora yo le diré algo —contesta Jorge—, en su momento, el Señor le dijo a Pedro que todo lo que atare en la Tierra quedaría atado en el cielo, o sea, observe usted, le está dando una especie de prerrogativa amplia para dirigir la iglesia. —Esa frase mi estimado Jorge —replica don Alonso—, no constituye ni de lejos una prerrogativa de libre actuación, sino más bien es una muy importante llamada de atención sobre la gran repercusión de todo acto humano por insignificante que parezca, ya que todo lo que hagamos o dejemos de hacer, tendrá inevitables consecuencias en esta vida y en la otra. —Prueba de ello —sigue diciendo don Alonso—, que dos capítulos más adelante de la cita que me acaba de mencionar, la repite igual ya no sólo a Pedro, sino a todos los que lo escuchaban. —Además, como una prueba histórica de que lo que le acabo de decir no lo estoy inventando, y pretendiendo no aburrirlo mucho, ya sólo le platicaré unas pocas cosas: —Los primeros concilios de la iglesia, desde el de Nicea del siglo IV, hasta el IV de Constantinopla realizado en el siglo IX, no fueron convocados por Papa alguno, sino 134


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en su mayoría por los emperadores romanos de Oriente, por la simple y sencilla razón que en los primeros siglos, la figura del “Obispo Universal” o Papa, aún no existía. —El primer Concilio convocado por un Papa fue el primero de Letrán, que me parece se realizó en el año 1123. Para Álvaro ese tipo de pláticas no representaba sorpresa alguna, y mientras Gustavo se complace del cúmulo de datos que les decía don Alonso, Jorge continuaba a la expectativa aunque un tanto contrariado. —Luego —prosigue don Alonso—, lo más probable es que Pedro ni siquiera haya estado en Roma, ya que entre muchas otras cosas, está perfectamente descrito a lo largo de lo que hoy conocemos como el Nuevo Testamento, que Pedro se dedicaría a los judíos y Pablo a los demás, denominados gentiles. —Y en el mismo Nuevo Testamento, también se hace mención que los judíos habían sido expulsados de Roma, por tanto dígame, ¿qué razón habría tenido Pedro para haber ido a un lugar donde, por un lado, casi no quedaban judíos, y por otro, nadie lo entendería en arameo? —Qué cree don Alonso —dice sorprendido Álvaro—, de pronto como que se me está aclarando eso, incluso me parece que esa mención que dijo ahorita mismo sobre la expulsión de los judíos de Roma, está descrita en el capítulo 18 del libro de los Hechos… —En realidad Álvaro —le dice don Alonso mientras intenta proseguir—, el asunto está más o menos claro, pero miren, juzguen por ustedes mismos. 135


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—Pablo —les sigue diciendo—, no sólo era ciudadano romano, sino además hablaba latín, griego y arameo. Los primeros que ubicaron erróneamente a Pedro en Roma, se basaron en los evangelios apócrifos, los cuales, como su nombre lo indica, son falsificados. —Esos textos —asegura—, incluso fantasiosos algunos, fueron escritos en su mayoría durante los siglos segundo y tercero. Y fue precisamente en ellos donde como les comento, se basaron otros autores para asumir la pretendida estadía del gran apóstol Pedro en Roma. —No sé —continúa don Alonso tratando de no incomodar más a Jorge—, si en alguna ocasión nos hayamos preguntado… ¿Por qué ese inusitado interés de algunos por la estadía de tal o cual persona en la capital del Imperio Romano? —Por una razón muy sencilla —prosigue—, al haber sido la capital del Imperio más poderoso del mundo de la época, más de alguno podría haberle asignado algo más de relevancia al obispado de Roma que a los de Jerusalén, Antioquía, Constantinopla, Cartago o muchos otros. Sin embargo, pocas veces recapacitamos que afortunadamente, el pensamiento de los verdaderos apóstoles más bien estaba enfocado a la difusión del mensaje que traían, en lugar de ni siquiera pensar en una situación de tipo político. —El único apóstol que —asegura don Alonso—, básicamente para defender su vida ante aquellos que lo querían matar apeló con toda razón al César, aprovechando su ciudadanía romana y valiéndose de la legislación imperante en la época, fue precisamente Pablo, medida hábil que lo hizo llegar en su momento hasta la capital del Imperio, incluso custodiado por soldados. 136


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—Aunque cabe mencionar —agrega don Alonso—, que la ciudadanía romana de Pablo de poco le valió al paso del tiempo, ya que el movimiento Cristiano, con los años empezó a sufrir fuerte animadversión de parte de las autoridades romanas. —Pero volviendo a lo que decía —sigue diciendo don Alonso ante la mirada desconcertada de Jorge—, en la parte final de una de sus cartas incluidas en el Nuevo Testamento, el gran apóstol Pedro menciona que se encuentra en Babilonia, lugar donde, ahí sí, hubo asentamientos judíos importantísimos que procedían desde principios del siglo VI antes de Cristo, cuando el rey Nabucodonosor se llevó gran parte de este pueblo a ese lugar. —Pero don Alonso —interviene de nuevo Álvaro intrigado—, después de la destrucción del Imperio Persa por Alejandro Magno en el siglo IV antes de Cristo, e incluso antes, el pueblo judío ya había regresado al área de Jerusalén, ¿no es así? —Bueno —dice don Alonso volteando hacia él—, de hecho a una parte del pueblo judío ya se le había permitido regresar antes, desde tiempos de Ciro el Grande, quien en ciertos aspectos manifestó una política más humana hacia los pueblos conquistados. —Posteriormente, otra parte regresó como mencionas, al ser destruido el Imperio Persa, sin embargo, una porción importante del pueblo judío se quedó en Babilonia; y para que vean la enorme influencia que tuvo ese período sobre la cultura judía, no sé si en alguna ocasión se hayan preguntado, ¿en qué momento se introdujo la lengua aramea en el pueblo judío, ya que incluso era todavía la que se hablaba por la mayoría en tiempos de Jesucristo? 137


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—Principalmente —continúa don Alonso— vino de la influencia que sufrió la cultura judía al haber permanecido en Babilonia, ya que me parece que el rey Darío, mediante edicto, declaró a esa lengua como la oficial del Imperio Persa. Por eso vean, hasta en el idioma influyeron en ellos por muchos siglos. —Como dato curioso adicional para destacar la importancia de dicho asentamiento judío en el área de Babilonia, les hago mención que hay un libro importantísimo que recopila las costumbres y leyes del pueblo hebreo, el cual se llama Talmud. —Observen la relevancia de ese asentamiento que les digo: El Talmud babilónico, fue completado hasta varios siglos después de Cristo, y dicho libro es mucho más importante para ellos que el Talmud palestino. Si gusta Jorge coteje este dato con algún rabino que conozca. —Por tanto, me parecería lo más lógico —sigue diciendo— que al haber sido acordado por los apóstoles que Pedro se dedicaría a los judíos, se hubiera trasladado hacia allá, lugar donde podía expresarse en su natal lengua aramea. —Ahora que nos da este dato don Alonso —dice intrigado Álvaro—, recuerdo que algunas personas, mismas que a como dé lugar tratan de situar a Pedro en Roma, me han dicho que cuando Pedro refiere que se encuentra en Babilonia, en realidad se está refiriendo en sentido figurado a Roma. ¿Considera posible eso? —No lo creo Álvaro, por una razón muy sencilla: El único libro del Nuevo Testamento donde en cierta parte se podría encontrar una especie de analogía entre Roma y Babilonia es el Libro del Apocalipsis, pero acuérdate que 138


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ese libro fue escrito hasta finales del siglo I, o sea, más de tres décadas después a la referencia geográfico-histórica que hizo Pedro al final de una de sus cartas. —Por si fuera poco —sigue diciendo— ese último libro de toda la Biblia que mencionas, el Apocalipsis, es el único del Nuevo Testamento que está lleno de simbología y términos figurativos, en ninguno de los demás del Nuevo Testamento se emplea ese lenguaje, sino se llama a las cosas por su nombre. —Por tal motivo —añade don Alonso—, en mi opinión, ese argumento carece de sentido, creo que no es sino un vano intento de ubicar a como dé lugar a Pedro en la capital del Imperio Romano, tratando de encontrarle algún sustento a su tesis. —Pero regresando Jorge hacia lo que le mencionaba, —dice don Alonso volteando hacia él y empleando todo el tacto de que era capaz—, aparte de todo, de haber habido un sucesor de Pedro, cosa no prevista y ni siquiera mencionada a todo lo largo del Nuevo Testamento, éste tendría que haber procedido de forma similar a como actuaba este gran apóstol, y fíjese nada más que Pedro nunca se nombró Papa, “Obispo Universal” o algo que se le parezca. —¿Y cómo podríamos saber eso —casi salta Jorge—, si como dice, no existen documentos que lo acrediten? —Existen algunos completamente reconocidos por todos los grupos cristianos, los cuales fueron escritos en la segunda mitad del primer siglo de la era cristiana, y son justamente los 27 libros del Nuevo Testamento, y la mayoría de ellos, están escritos en forma de carta o epístola… 139


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—Y como toda carta —señala—, contiene un elemento clave al principio de cada una que podríamos equiparar al remitente, especificando de forma clara el nombre y cargo de quien la escribe, y en las cartas de Pedro, véalo usted por favor, jamás se describe a sí mismo como algo parecido a Papa, sino únicamente como uno de los apóstoles, y en otra parte, como un miembro más del grupo de ancianos, la cual era una figura de autoridad compartida y participativa heredada de la tradición judía. —En todas las ocasiones —reitera don Alonso— en que san Pedro, san Pablo y los demás autores de los libros del Nuevo Testamento se describen a sí mismos, lo hacen sólo como “apóstoles” o “siervos”. Y abundando un poco más, el término apóstol proviene del griego y significa enviado. —El único cargo de cierta autoridad recomendada o sugerida por los propios apóstoles, fue la figura de obispos, o también denominados supervisores en otras traducciones, y se utilizaba para aquellos que quedarían a cargo de la iglesia de una cierta ciudad. —Y a reserva que usted me indique lo contrario —prosigue don Alonso—, absolutamente ninguno de los apóstoles ni siquiera llegó a ser nombrado obispo de ciudad alguna. Pero me puedo haber equivocado, por tanto le ruego me indique si estoy en lo correcto. —Y le añado algo más Jorge —continúa—, ahora le acabo de referir el significado de la palabra “apóstol”, pero para su acervo cultural le diré el origen de otro término: El de “Sumo Pontífice”. —Mucho antes del advenimiento del Imperio Romano, —les sigue diciendo don Alonso—, había diversas cul140


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turas que asignaban un rol particular a algunos líderes políticos o personajes notables, considerándolos como una especie de “puente” o enlace entre lo que ellos consideraban sus dioses y los demás humanos. —Cuando esta antiquísima costumbre pagana se trasladó al Imperio Romano, ese personaje adquirió el nombre de “Pontifex Maximus” en latín, o “Sumo Pontífice” en español, que significa puente, y fue considerado también como esa especie de enlace entre sus dioses Júpiter, Marte y otros y el pueblo. —Uno de los primeros “Sumos Pontífices” dentro del Imperio Romano, fue Tiberio Coruncanio en el año 254 antes de Cristo, y posteriormente Julio César ya en el año 63 también antes de la era cristiana, quien fue aún más lejos, cuando al adoptar dicho término sobre su persona, en cierta forma lo asoció con el cargo político que ostentaba, y así lo continuaron usando Augusto, Tiberio, Calígula y los que siguieron hasta finales del siglo IV después de Cristo, cuando en tiempos de Graciano, emperador romano de Occidente, siendo cristiano él mismo, renunció a dicho nombramiento, al considerarlo incompatible con su fe cristiana. —Es altamente probable Jorge que varios siglos después de Cristo, los primeros obispos de Roma y después los papas, cuando permitieron el empleo de dicho término en sus personas, desconocieran su verdadera procedencia y significado, ya que una simple lectura del Nuevo Testamento hubiera puesto de relieve que el gran apóstol Pedro y los demás no hubieran estado de acuerdo con su utilización. —Y ahorita me estoy acordando —recapacita don Alonso—, que en una ocasión leí un libro muy interesante llamado “Historia de la decadencia y caída de Roma” de Gibbons, 141


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el cual es uno de los documentos más importantes y bien fundamentados sobre la historia de esa ciudad. Ahí se menciona, fíjese nada más, que en el siglo IV, el obispo de Constantinopla trató de convertirse en algo así como “Obispo Universal” de la cristiandad. —¿Sabe Jorge quién se le opuso? —Le dice don Alonso. —¿Quién?, —dice quedamente Jorge—. —El entonces obispo de Roma, quien a través de una carta afirmó que si alguien pretendiera ubicarse en tal situación de preeminencia, ésa sería una actitud anticristiana, incluyendo una serie de argumentos parecidos y otros mucho más duros a lo que ahora le comento, lo cual, entre otras cosas, constituye una prueba más de que en aquellos primeros siglos, todavía no existía la figura papal. —Pero bueno —concluye don Alonso—, tengo muchísimos datos más al respecto, pero ya no lo abrumo con ellos, sólo le diré algo para que vea a manera de prueba cómo no es conveniente poner una fe ciega en ser humano alguno. —Pero antes le comento algo importante —dice—, en los siglos pasados, era posible hacer afirmaciones que muchas veces no tenían sustento, y no se podían verificar. Sin embargo, en el momento presente, la situación ha cambiado de forma radical. —Por ello —prosigue don Alonso—, y volviendo a lo que le decía, a manera de prueba, ¿puedo pedirle que verifique la veracidad de un dato? —Dígame… 142


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—En cualquier buscador confiable de Internet, localice un documento llamado “La Donación de Constantino”, o ponga en latín “Donatio Constantini”, y se sorprenderá de lo que va a encontrar. Ahí verá un fraude histórico-religioso que se fabricó alrededor del siglo VIII y se descubrió su falsedad hasta el siglo XV. —Nada más les hago una pequeña recomendación —interviene Álvaro—, cuando investiguen a través de Internet, analicen bien la procedencia de la información, porque hay sitios que sólo repiten la versión que se ha tratado de imponer en los pasados diez o doce siglos. Véanlo en diferentes lugares de Internet y libros realmente confiables para que vayan analizando mejor el verdadero sustento de cada asunto. —Buena observación Álvaro —añade don Alonso—, aunque creo que cada vez es mayor el número de investigadores que de forma muy honesta buscan la verdad por encima de todo dentro de la propia Iglesia Católica. Por decir, acuérdate Álvaro, ese mismo fraude que les pido investiguen relativo a la “Donación de Constantino”, fue descubierto y expuesto al público nada menos que por el humanista Lorenzo Valla, quien tenía un puesto importante dentro de esa misma congregación. En eso sobreviene un silencio entre ellos. Jorge recapacita que jamás se hubiera imaginado que iba a recibir una información así en un sitio como en el que se encontraban, sólo acompañados por infinidad de árboles de distintos tipos y de cantos de pájaros. Al producirse esa inesperada pausa en el diálogo, eso se convierte en ellos en una especie de sutil recordatorio del casi mágico lugar donde se encontraban, haciéndoles ver también que los demás miembros de la naturaleza, se habían comportado muy discretos y casi 143


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podríamos decir hasta respetuosos de toda su plática, aunque como siempre, cada elemento del entorno continuó de forma callada realizando su propia y particular labor. Por ejemplo el Sol, seguía completamente imperturbable realizando su crucial misión de surcar el firmamento a una velocidad determinada, haciendo caso omiso de todo, hasta de las mismas nubes, pareciendo seguir abstraído un imaginario e invisible itinerario que lo regía de forma exacta. Al actuar así, ese majestuoso astro dorado daba la impresión que se sentía incluso responsable, quizá con razón, de muchos de los acontecimientos que se llevasen a cabo en nuestro profano mundo. Seguramente por eso, don Alonso, más que consultar su reloj, voltea discretamente a observar la ubicación de este imponente aunque silencioso astro áureo. Pero algo en el interior de don Alonso le perturbaba bastante: Calladamente lamentaba que su visitante Jorge, se hubiera quedado un tanto molesto por lo que había expresado, sin atinar él mismo a descubrir de qué otra forma se lo pudo haber dicho. ¿Cómo le pude haber expuesto a Jorge —se decía a sí mismo—, que el error demográfico procedía a su vez en cierta medida de un fundamento no del todo claro? ¿Debí haber guardado silencio sobre eso? La única forma —recapacita—, sería no haberle dicho nada, pero algo dentro de cada uno —pensaba— nos dice que el compromiso que tenemos con la verdad, es más poderoso que cualquier otra cosa, por lo que sólo añade: 144


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—Jorge y Gustavo, de la manera más atenta les ruego acepten mi agradecimiento por haberme permitido exponerles mi punto de vista. —Considero —añade— que sólo la verdad de las cosas nos permitirá avanzar como debemos, para así tratar de propiciar ese mejor mundo que todos deseamos. —No se preocupe don Alonso —adelanta Gustavo volteando más bien hacia Jorge—, yo sé que lo hace de buena intención. —Investigaremos un poco más al respecto —complementa Jorge—, y de haber algo inexacto en lo que nos dijo, estoy seguro que nos permitirá decírselo. —Por supuesto —contesta don Alonso un poco más aliviado al oír la respuesta de Jorge—, en esa búsqueda personal del propio crecimiento y desarrollo, es imprescindible ser capaces de aportar y recibir diferentes puntos de vista. Quedaré en espera de sus opiniones, de verdad se los digo. —Y tampoco se me olvida —añade— aquello dicho de forma muy clara en los evangelios: “En esto conocerán que son mis discípulos, en que se aman unos a otros”. Le aseguro Jorge que mi interés no es de ninguna manera perjudicar a nadie, sino que rectifiquemos ahora en nuestro tiempo en los errores cometidos por otros que nos precedieron. Y también le ruego me indique después que haya investigado, el o los errores en que pude haber incurrido al expresarle mi punto de vista.

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CAPÍTULO VIII C OINCIDENCIAS A menudo se nos olvida, que al llevarse a cabo todo tipo de interrelación humana, casi sin darnos cuenta y de forma imperceptible, como que se nos transmiten algunas actitudes y conductas personales de unos hacia otros. Pero lo que de plano no se imaginaban los integrantes de ese singular grupo del rancho El Encinal, era que esa peculiar transferencia de actitudes, no sólo se daba entre las personas, sino también de forma parecida ocurría entre los integrantes de nuestro entorno y los seres humanos. Siendo así que, esa ancestral actitud de discreción y tranquilidad con que los árboles y demás miembros de la naturaleza habían procedido a lo largo de la historia ante la ligereza de juicio de los humanos, inexplicablemente, se estaba también transmitiendo hacia el grupo. Quizás hasta ese suave y tímido paso del viento que tan sólo se atrevía a tocarlos, estaba influyendo de forma más poderosa en ellos que el más elocuente de los discursos. Y fue tal la modificación en la actitud del grupo, que Jorge, sin percatarse siquiera de ello, a pesar que momentos antes estaba un tanto contrariado, ahora sólo considera que en realidad quizá convendría tomar de don Alonso sólo la parte que de razón tuviera, y todo aquello que considerase inadecuado, simplemente lo pondría en manos del viento, para que él hiciese lo que mejor proceda. 147


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Tal vez —parecía decirse Jorge en el más completo silencio—, hasta cierta razón tenga en lo que afirma, y esas verdades individuales que a veces defendemos tanto, deban ser sometidas a un mejor examen y escrutinio de todos, y de esa forma, nuestro caminar pueda ser más firme y sólido. Gustavo por su parte, calladamente se congratula de estar ahí presente en ese casi mágico punto de la geografía mexicana, donde la tranquilidad de la tarde parecía ser el marco perfecto de esa plática diferente. Pero como el Sol seguía imperturbable su curso, sin siquiera emitir la más leve de las voces, con su tradicionalmente silencioso caminar por el cielo, les enviaba un mensaje tan contundente que decía más que mil palabras: No olviden —parecía decirles— que el tiempo ha recibido invisibles instrucciones de jamás detener su marcha, y cualquier intento de frenarlo, será más inútil que querer atrapar al viento con la mano. Sabedor Gustavo de ese nunca escrito aunque bien seguido protocolo, en lugar de cuestionar ese a veces incomprensible paso del tiempo, más bien decide aprovecharlo y seguir adelante con la plática… —Don Alonso —dice Gustavo con voz queda—, había otra cosa que nos quería compartir… —Bueno, de hecho —contesta—, habría tantas cosas de qué hablar, pero sólo les comentaré del otro asunto que por el momento considero prioritario… —No sin antes comentarles —decía con cierto tono de advertencia don Alonso—, que el tema que les platicaré 148


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en seguida, mismo que ya les adelanté algo la vez pasada, a primera vista, más de alguno lo consideraría irrelevante o sólo digno de estudio por académicos o sociólogos. —Sin embargo —enfatiza muy convencido—, les aseguro, es uno de los aspectos torales de la conducta humana, y cualquier alejamiento de esas invisibles reglas, provocará la mayoría de los nefastos efectos negativos como los que hoy vivimos. —La vez pasada que nos acompañaron —prosigue—, les platicaba de un aparentemente simple error sociológico en que incurrimos los humanos, mismo que, como la mayoría de las tonterías que hacemos, ni cuenta nos damos que en el fondo, eso se nos regresará aumentado a todos. Y ante una leve pausa de don Alonso, manifiesta extrañado Jorge: —¿Y qué clase de error es ése? —Es cierto —recapacita de golpe don Alonso, cayendo en cuenta que Jorge no estuvo presente la vez pasada—, usted no vino en la otra ocasión. Tal vez adivinaba —le dice en son de broma—, que fuéramos a entrar en polémica. —¡Ah no, no, por supuesto! Ni me diga —contesta—. No pasa nada, tomaremos, como bien dijo, lo que proceda. —Le comentaba a Gustavo la vez pasada —continúa dirigiéndose a Jorge—, que pareciera que los humanos ni siquiera alcanzamos a medir las consecuencias de todos nuestros actos, ya que incluso, hubo entendidos en sociología que hasta formaron corrientes de pensamiento donde, aseguraron, había dos clases de intereses entre las personas: 149


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Unos, dijeron, se podrían denominar como “intereses racionales” en los que, supuestamente, sus intereses van paralelos, como sería el del padre y el hijo o los del esposo y la esposa, en los que el bien del uno coincide con el bien del otro… —Y estimaron también dichos sociólogos, que existe otro tipo de intereses a los que denominaron “irracionales”, donde supuestamente los móviles están “enfrentados”, y el bien del uno, opera en sentido contrario del beneficio del otro, como sería el caso, según ellos, el de un patrón y un obrero, donde uno busca pagar menos y recibir más trabajo, y el otro pretende exactamente lo contrario. —Dígame Jorge, ¿qué le parecería esta clasificación? —pregunta don Alonso tratando de conocer su forma de pensar sobre el tema—. —Nunca lo había visto así, pero no me parece tan fuera de lugar —contesta Jorge—. Todo ello ante la expectación de Gustavo, quien ahora hasta temía el surgimiento de otra polémica entre ellos. —Espero Gustavo no piense —juzga conveniente precisar don Alonso—, que le estoy dando más importancia de la debida al tema, pero créame, por una serie de razones que en seguida les expondré, considero que es un tema crucial en nuestro país y cualquiera, y lamentablemente, la perspectiva superficial de algunos, no sería sino un fiel reflejo de un casi generalizado enfoque falso, lo que ha producido infinidad de daños en el ámbito personal, familiar, nacional y hasta mundial. —Le decía a Gustavo la vez pasada —prosigue don Alonso observando el desconcierto de Jorge—, que esa 150


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clasificación de intereses mencionada, aunque tomada por válida por muchos, sólo existe en apariencia en la imaginación, porque absolutamente todos los intereses del ser humano sobre el planeta son intereses racionales y corren perfectamente paralelos unos con otros. —Esa pretendida irracionalidad entre los intereses de las personas, grupos e incluso países —asegura don Alonso—, sólo se lleva a cabo en la imaginación, y es consecuencia de un análisis superficial. —Cada vez me convenzo más —dice don Alonso pareciendo hablarse a sí mismo—, que los seres humanos no somos lo suficientemente hábiles para mirar los verdaderos alcances de casi todo lo que hacemos. —A menudo hasta llego a pensar —prosigue como dejando volar su imaginación—, que tal vez por eso quien las estrellas hizo, deliberadamente no quería depositar la facultad del discernimiento entre lo aparentemente bueno o malo en nuestra mano, por una razón muy sencilla: Nuestro juicio, en la mayoría de las veces, es vano, superficial y de corto alcance. Al contemplar la mirada cada vez más sorprendida de su visitante Jorge al escuchar tal planteamiento, don Alonso considera pertinente reiterarles algo más: —A muchas personas que les he insistido sobre el asunto —subraya—, me da la impresión que les ha parecido un tanto superflua mi postura… —De ninguna manera, prosiga por favor —contesta de inmediato Gustavo—. —La tradicionalmente corta forma de mirar las cosas —afirma don Alonso—, no nos permite darnos cuenta 151


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que en el fondo, no existe manera de desvincular primero, el actuar personal con el colectivo, y luego, lo más grave, como cada acción individual, más tarde o más temprano se regresará hasta el mismísimo emisor del acto. Álvaro, como ya conocía bastante el peculiar pensamiento de don Alonso, sin decir palabra sólo trata de medir la reacción de los visitantes. Gustavo por su parte, al haber ya escuchado su singular visión ahora en el campo social, no se sorprende tanto, pero Jorge cada vez está más desconcertado, como no midiendo los posibles alcances de lo que don Alonso parece estar tan convencido… Al percibir Gustavo la actitud de su amigo, considera oportuno sugerirle a don Alonso: —¿Sabe una cosa don Alonso? Pocas personas he visto que tengan la facilidad suya para decir las cosas con ejemplos, por tanto, creo que si nos planteara lo que quiere decirnos a través de ellos, lo veríamos mucho mejor. Tomándole la palabra don Alonso, dice: —Tiene razón Gustavo, voy a hacer uso de ellos, incluso mirando las cosas bajo dos perspectivas, primero, como dentro del contexto del propio organismo nuestro, y luego mediante una óptica social más extendida. —Viéndolo primero como parte del cuerpo humano… a ver... ¿Cómo se los plantearé? ¡Ah, ya sé! —¿Ven ese gran roble de la izquierda —les dice don Alonso—, casi junto a la presita? 152


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—Gracias a Dios lo veo perfectamente —responde Jorge sin tener la más remota idea sobre el propósito de la pregunta—. —¿Cuántos robles ve usted? —añade don Alonso—. —Pues uno. —contesta Jorge aún más extrañado—. —Es muy obvia mi pregunta mi estimado Jorge —aclara don Alonso—, pero qué cree, usted debería ver dos, porque afortunadamente cuenta con dos ojos, pero sólo ve uno, ¿sabe por qué? —Ay caramba —reflexiona—, no me había puesto a pensar en eso… —En su organismo —prosigue—, en el mío y de todos, afortunadamente y como condición para contar con buena salud, debe dominar el principio de la complementareidad, en lugar del de la rivalidad, lucha o mucho menos el de la dominación de unos órganos o grupos de células por otros… —Si ese principio de rivalidad prevaleciera —les asegura muy convencido—, aparte de los millones de conflictos que surgirían de golpe a todo lo largo y ancho de su ser, cada ojo trataría de imponer su particular visión sobre el cerebro y, para empezar, usted, yo y todos veríamos doble y la verdad —dice sonriendo—, eso sería desastroso para el resto del cuerpo, y entre otros muchos inconvenientes, creo que ni podríamos hacer las cosas bien. —Por eso vean la maravilla de un ser humano: En cierta parte de nuestro interior, ambas imágenes de alguna forma buscan más bien complementarse, tomando lo más nítido y mejor de cada una. 153


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—Es tan fuerte, Jorge, ese principio de la complementareidad en nuestro organismo —continúa—, que una visión disminuida de uno de sus ojos, sería compensada de forma automática por el otro, sin que casi ni se diera cuenta. —Por un momento imaginémonos, que dominase el principio de rivalidad o lucha entre las células, tejidos u órganos del cuerpo, y que por decir, el brazo izquierdo o derecho tratara de prevalecer sobre el resto. —O —prosigue—, que el tejido muscular, asegurando que como es él quien mueve al cuerpo, debe prevalecer sobre el resto, o en su caso, que el aparato digestivo, argumentando que sin él no se podrían recibir nutrientes, hiciera lo mismo… —¿Qué sucedería? Semejante actitud, sólo provocaría gravísimas deficiencias o incluso podría llevar al organismo completo a la muerte en poco tiempo. Al irse Jorge y Gustavo interiorizando más y más en ese tan particular punto de vista de don Alonso, deliberadamente lo dejan proseguir con su planteamiento. —Pero fíjense que curioso: Si las células de nuestro cuerpo tuviesen la facultad de tomar decisiones, podrían también padecer enfoques falsos, como sucede en nuestro mundo con la actuación humana, y no faltarían aquellas que, por ignorancia o incluso conveniencia, trataran de fomentar el principio de la rivalidad o divisionismo celular. —Ahora miremos —añade don Alonso— el asunto desde una óptica social extendida. No sin antes pedirles que me digan si comparten conmigo lo que sucederá si un actuar sociológico erróneo desvincula primero, su pro154


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pia actuación con el resto de la sociedad, y luego, para colmo, si una persona ignora cómo su propio actuar se revertirá después de manera infalible sobre sí mismo. —Les aseguro —dice don Alonso—, que les podría poner una cantidad inimaginable de ejemplos, pero sólo se los plantearé bajo unos pocos grupos de actuación. —Si un empresario cualquiera pretende pasarse de listo, y retribuye a sus colaboradores en una cantidad inferior a la que debiera, aunque al principio sienta que actúa así debido a su gran astucia, en la práctica provocará otra cosa. —Ni por un instante dudo que —asegura—, para empezar, eso disminuiría por un lado la calidad de lo que elabora, aumentaría de forma muy perjudicial la rotación de personal, y poco a poco iría poniendo en riesgo la sobrevivencia de su propia empresa. —Pero eso sólo sería el principio del daño, porque luego, como uno de tantos efectos secundarios, en una proporción pequeña y quizá sin que ni siquiera se dé cuenta, ese empresario estaría limitando la calidad y cantidad total producida de bienes y servicios de su país, lo que inevitablemente hará de su comunidad un sitio mucho menos competitivo en el contexto global, hecho que, como citaba, en una cierta proporción, pero de manera infalible, se le regresará en su momento al propio dueño, su familia y descendencia. —En contraste —les sigue diciendo—, todo empresario que apoye, capacite y retribuya a sus colaboradores en la medida de sus posibilidades, los efectos directos e indirectos serán exactamente los opuestos a los citados en el ejemplo anterior, y, entre otros muchos efectos positivos, al contar sus empleados con más medios de 155


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pago, también en una cierta proporción estarán contribuyendo a crear un mercado interno mucho más sólido, hecho que les beneficiará a todos, incluyendo al propio empleador. —Ahora veámoslo en el ámbito de una actividad profesional: Lucas —dice don Alonso sonriendo—, vamos a inventarle un nombre, es un ingeniero químico encargado del control de calidad de una empresa productora de alimentos. —A través de un análisis, Lucas detecta que en cierta materia prima que se ha recibido y que se utilizará en la elaboración de un alimento procesado, hay restos de un pesticida prohibido para consumo humano, pero el productor le ofrece una gratificación a Lucas para no reportar el hecho, y así lograr que dicha mercancía le sea aceptada e ingresada en la línea de producción. —Lucas cae en la trampa, pensando que tal vez su acción no tendrá relevancia alguna. —Imagínense que su mala actuación no es detectada, y aunque de momento se haya considerado que Lucas actuó como el más astuto de los mortales, ese ingrediente prohibido reducirá en cierta proporción el rendimiento de sus conciudadanos, hecho que infaliblemente se le regresará aumentado al propio Lucas, su familia y comunidad. —Pero ahora imaginémonos por un momento, que una vez que la materia prima haya incrementado enormemente su valor al ser añadida con otros productos, mano de obra, tiempo, empaque, transporte e infinidad de cosas más, y luego, dicho pesticida prohibido sea detectado por autoridades sanitarias de su propio país, o peor aún, al tratar de ingresar a un mercado extranjero… 156


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—¿Qué pasará? No sólo dañará en una forma increíble la labor de Lucas, las finanzas e imagen de la empresa donde labora, sino la de todo su país, hecho que sin duda alguna, más tarde se le revertirá a él mismo y los que lo rodean de una forma que nunca se imaginó. —Ahora vamos a decir que Ricardo —afirma don Alonso—, en este caso le pondremos otro nombre, también colabora en el área de investigación de una empresa alimentaria, y gracias a su dedicación, encuentra una forma más natural, rápida y segura de procesar ciertos alimentos, la cual además conservará mejor diversos nutrientes básicos. —Después de someterlo —prosigue— a consideración de la dirección, modifican los protocolos para la elaboración de varios productos. —Dicho cambio —les asegura don Alonso— no sólo le ayudará al propio Ricardo en su labor profesional y la de la empresa donde trabaja, sino que en una forma de momento invisible, está contribuyendo a hacer de su sociedad un conglomerado mucho más sano y próspero, lo que sin duda le beneficiará después a Ricardo y quienes lo rodean. —Ahora veamos otro grupo ciudadano: Un contratista que ahora llamaremos Jonás, participa en la construcción de algunas obras públicas, y aunque él bien sabe que si el concreto armado que utiliza es más débil, eso reducirá su durabilidad, sin embargo, decide bajar los estándares requeridos, empleando menos cemento y acero, confiando que ciertas partes de las obras que realiza no serán verificadas, aprovechando ese remanente de materiales clave en su propio beneficio. —Aunque al principio Jonás hubiera apostado que actuó así como consecuencia de su natural inteligencia, 157


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en un plazo mucho más corto del estimado, sucedió otra cosa muy diferente: Las obras que hizo debieron ser sustituidas, lo que aparte de la responsabilidad civil y desprestigio en que incurrió, hizo que el gobierno las volviera a ejecutar, gastando en ello muchísimo más que el insignificante porcentaje que Jonás sintió ganar al reducir la resistencia del concreto utilizado. —Nunca consideró Jonás que ese gasto “de más” realizado después por el gobierno, ocasionó que se tuviera que erogar “de menos” en otros renglones, mismos que le hicieron falta no sólo a Jonás y familiares, sino contribuyó a que su colonia fuera un lugar con más carencias, lo que entre otras muchas cosas, contribuirá a reducir el valor de su propia casa. —Ahora imaginémonos a un funcionario público —continúa don Alonso—, el cual realiza su labor de forma impecable, y asigna las obras como debe, lo que hará que no sólo sea estimado por su comunidad, sino estará contribuyendo a crear un mucho mejor y más próspero entorno social, lo cual le beneficiará de forma directa e indirecta tanto a él como a su familia presente y futura. —Otro caso, Timoteo era un trabajador que realizaba su labor de forma regular, pero como consecuencia de unos malos amigos que tuvo y otros factores, cayó en la trampa de las drogas de forma de lo más absurda: Lo que comenzó como una supuesta experiencia recreativa, en la práctica lo convirtió en un completo dependiente de diversas sustancias, hecho que además fue dañando su salud y alterando su conducta. Para financiar dicha dependencia, sintió que debía recurrir a la realización de asaltos; por tanto Timo, como le decían sus amigos, aunque al principio vio que efec158


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tivamente en pocas horas obtenía lo de semanas, muchas personas y hasta turistas se convirtieron en sus víctimas. —En una de sus fechorías las cosas le salieron mal y Timo perdió la vida. Nunca se imaginó que con esa que consideró su innovadora forma de actuar, contribuyó a que el sitio donde quedó su familia y vivirán sus descendientes, se perjudicó extraordinariamente no sólo por el daño directo que causó a sus víctimas, sino hasta en la nefasta imagen que, junto con otros que actuaron como él, proyectaron del lugar donde vivían, lo que redujo drásticamente el flujo de visitantes e inversiones, con la consecuente pérdida de empleos y muchas otras desventajas. —Calixto en cambio, fue un maestro rural dedicado, quien de forma intuitiva siempre consideró que todo el empeño que pusiera en inculcar valores a sus alumnos, contribuiría a hacer de su país un lugar mejor y más próspero para todos. —Por ello, además de cumplir con el programa, de forma suplementaria siempre hacía énfasis en la aplicación práctica de valores como la puntualidad, calidad, honestidad, formación de la voluntad y otros elementos clave, planteándoselos a sus alumnos mediante sencillos ejemplos tomados de la vida cotidiana o de la historia. —Cuando por decir se refería a la puntualidad, les hacía ver a sus alumnos que si en nuestro país se perdía tan sólo media hora diaria por persona por causa de la impuntualidad, ello ocasionaría un criminal desperdicio de miles de millones de horas de trabajo anuales, lo cual nos perjudicaría a todos en infinidad de formas. 159


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—Algo similar era expuesto por Calixto en muchos otros valores humanos a través de ejemplos muy comprensibles, y ahora que este profesor es ya mayor, no sólo es apreciado y recordado por aquellos que fueron sus alumnos, sino que, al aplicar ellos lo aprendido en sus actuales actividades, contribuyen a lograr ese mejor y más próspero lugar donde viven todos, incluyendo a Calixto y su familia. —Un ejemplo más señores —les dice—. Imaginémonos que Sebastián es funcionario de Hacienda, y se da perfecta cuenta de que si facilita la forma de pago a los contribuyentes, evitará la pérdida de una astronómica cantidad de horas-hombre, y, como la nación no es sino la suma de todos los que la conformamos, decide seleccionar e implantar un sistema increíblemente sencillo y práctico de tributación. —Eso hará —asegura don Alonso— que el país en su conjunto se convierta en una comunidad mucho más productiva, lo que no sólo beneficiará a la sociedad de forma directa e indirecta, sino también después se le revertirá al propio Sebastián, su familia, grupo político al que pertenece y todo su país. —Créanme —dice don Alonso convencido—. La lista de casos similares la podría extender tanto como quieran, lo que sí les aseguro, es que no existe el más insignificante acto humano, que no sólo impacte primero a nuestros semejantes en el ámbito familiar, nacional o mundial, sino que, más tarde o más temprano se regresará incrementado hasta el mismísimo emisor del acto y sus allegados. —Una duda… ¿por qué dice que eso influye hasta en el contexto mundial? 160


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—Lo que pasa es que en realidad —responde don Alonso—, aunque la mayoría no lo haya visto así, somos todos parte del mismo conglomerado y estamos íntimamente interrelacionados, y un daño o beneficio hacia los demás, se nos regresa de forma automática a todos, sin importar que nuestra visión sea otra. Miren, si me permiten, les pongo dos ejemplos más, para que vean la repercusión internacional que también se deriva de absolutamente toda acción humana: —Si por decir —señala—, un investigador japonés inventa un tipo de foco que consume menos energía y produce más luminosidad, ello no sólo beneficiará a la comunidad global, sino les aseguro, ese menor consumo de combustibles fósiles en el planeta que acarreará en el mundo, junto con otros beneficios, se le regresará hasta dicho científico de muchas y diferentes maneras. —Ahora veamos un ejemplo negativo —sigue diciéndoles—, si a un grupo extremista, digamos de África o Asia, se le ocurre dañar a Europa, creyendo erróneamente que con ello está cumpliendo con una labor encomiable, en realidad eso se les revertirá a ellos mismos y quienes los rodean, y les voy a decir por qué: —Ese daño material y humano causado —señala—, en una pequeña proporción debilitará ese continente vecino de diferentes formas, lo que a su vez reducirá la posibilidad de ayudarlos a ellos, entre otras muchísimas cosas, disminuyendo su capacidad de recibir inmigrantes que esas zonas se ven obligadas a expulsar año tras año. —Reducirá también —complementa— un poco su capacidad de compra de los artículos producidos de las zonas de donde provino el daño, y así les podría enu161


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merar una increíble cadena de consecuencias que se les regresarán a los propios autores de semejante acción. —No tengo la más pequeña duda —insiste— de la infalible vinculación social entre causa y efecto de la más pequeña acción de toda persona, pero qué creen, lo que en realidad me preocupa más, es que la inmensa mayoría, sobre todo en los países en proceso de desarrollo, ni de lejos se percata de este transcendental fenómeno, y en consecuencia, todos los efectos negativos que se derivan de ello, los tenemos justo frente a nosotros. Después de una breve pausa, se quedan todos pensativos aunque con una visión ya mucho más completa sobre lo que pretendía decirles, a lo que Gustavo añade: —Con esos ejemplos nos quedó más claro que el agua… —Creo sin embargo que lo que más nos ha afectado —señala Jorge— es la corrupción, y es ahí donde debemos poner el mayor énfasis. —Ese tan lamentable fenómeno social de la corrupción Jorge —recalca don Alonso—, si bien nos afecta demasiado, no es sino una más de las consecuencias negativas de esa visión social incompleta que le menciono, y créame, si seguimos tratando este problema como si fuera algo aislado, nunca lo arreglaremos de fondo. —Entonces, algo que no entiendo —insiste Jorge—, ¿por qué esa visión más avanzada que dice no se ha proyectado hacia la comunidad? —Primero —contesta don Alonso—, por la superficialidad natural e intrínseca que padecemos los seres humanos, aunque afortunadamente, creo que cada vez hay más 162


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personas que van percibiendo este mecanismo de forma intuitiva. —Sin embargo, no podemos tampoco dejar de reconocer que hay otros factores circunstanciales que contribuyen a perpetuar esa percepción social errónea, anacrónica y de corto alcance que tanto nos ha dañado, aunque a menudo ha sido consecuencia de una intervención un tanto tramposa en el proceso de evolución social. Se quedan nuevamente Jorge y Gustavo un tanto desconcertados, sin saber a lo que se refiere, mientras don Alonso permanece por unos instantes en silencio, como meditando sobre la mejor forma de explicárselos, y luego añade: —¿Saben? Así como me han permitido la utilización de ejemplos, ahora me gustaría ir un poco más allá, y exponérselos mediante una anécdota que me tocó vivir cuando estaba en la ciudad de México. Por eso también me tomé al atrevimiento de invitarlos de nuevo… ¿Se las puedo contar? —Adelante —responde de inmediato Gustavo—. —En los años noventas a finales del siglo pasado, siendo Presidente de México el señor licenciado Zedillo, estaba platicando con Luis Maldonado quien fungía como presidente de una sociedad científica y cultural a la que pertenezco, y además, en esos años esta persona era también uno de los funcionarios de más alto rango en la Secretaría de Gobernación, y me pedía mi opinión sobre el funcionamiento y resultados de la cuestión social del país. —En la plática le hice ver que entre otras cosas, en materia de civismo no estábamos procediendo de la mejor 163


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manera, y que, si no mejorábamos su enseñanza, no podríamos avanzar como se requería. Incluso recuerdo que fui más allá y le dije: “El civismo que enseñamos no es el verdadero”. Se quedó muy sorprendido mi amigo, y tratando de conocer mi criterio sobre el tema, me dice: —¿Y cuál sería para ti la mejor manera de enseñarlo? —Le respondí —contesta don Alonso—, haciendo ver al alumno que el resultado total del país, no será más que una simple suma de las actuaciones de cada hombre y mujer que conformamos la patria, y cómo, la más insignificante acción que realicemos, no sólo se proyectará hacia los demás, sino dejándoles perfectamente claro que toda acción, más tarde o más temprano se nos revertirá a cada uno, ése es el verdadero civismo. —Gracias a la paciencia de dicho funcionario —continúa don Alonso—, estuve por mucho rato platicándole sobre infinidad de casos reales y palpables como los que les acabo de describir, y creo que por el sentido social de mi interlocutor, me dice: —Creo que tienes razón, te voy a presentar al señor licenciado Miguel Limón Rojas, actual secretario de Educación, para que le expongas tu opinión sobre el tema. —Por ello, gracias al empeño de esta persona, en pocos días ya estaba con los licenciados Miguel Limón Rojas y Olac Fuentes Molinar, quien a su vez era subsecretario, exponiéndoles ampliamente mi punto de vista. —Después de un rato, me comenta uno de ellos: —¿Soluciones? 164


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—Debemos cambiar el enfoque de la asignatura de Civismo —les comenté—, y más que concentrarnos en fechas y eventos, que si bien son importantes, es necesario poner mayoritariamente de relieve ante el alumnado de todo el país la importancia de nuestro propio actuar, para que entendamos primero, cómo se va a reflejar la más insignificante acción de nosotros sobre los demás, y luego, cómo se nos revertirá a cada uno. —Me permití —prosigue— dejarles otro texto de Civismo que ya había elaborado más bien hacia el público, aunque bajo esta misma perspectiva. —Me dijeron ambos funcionarios que iban a analizar mi propuesta con pedagogos y sociólogos, y en su momento me resolverían. —Cuando salí de dicha dependencia —continúa don Alonso—, si bien agradecido con ambos funcionarios por su tiempo y preocupación por el futuro del país, pensé, les confieso, que mi idea no llegaría lejos. —No obstante, al cabo de pocos meses —prosigue ante la mirada expectante de Gustavo y Jorge—, recibí una llamada de dicha Secretaría. Se iba a modificar el enfoque de la asignatura de Civismo, pretendiendo incluir mis recomendaciones, e incluso ahora se llamaría “Formación Cívica y Ética”, y se impartiría en los tres años de educación secundaria. —Entonces —dice Jorge—, se ganó el asunto, ¿no? —Hasta ahí fue la parte buena —contesta don Alonso—, Pero ahora viene la parte que no fue tanto. —A pesar —comenta— de tener el decisivo apoyo de parte de la dirección, al llegar el asunto a otro nivel, aunque si bien se realizaron los cambios de nombre en 165


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la materia y una diversidad de temas, no se incluyó la problemática y consecuencias tan de fondo como les había propuesto, sobre todo mediante la utilización de ejemplos como les sugería. —Incluso —continúa diciéndoles—, para que vean la trascendencia y alcances que pudo haber tenido este cambio de enfoque en el alumnado y futuros ciudadanos, les comento algo muy contrastante: —De Estados Unidos, durante cinco años, me estuvieron enviando boletos de avión y estancia de hotel por varios días para que estuviera allá y difundiera este tipo de ideas en ferias de libro y programas de radio. —Recuerdo incluso que en una ocasión —prosigue— el alcalde de Chicago nos fue a visitar en una feria del libro de habla hispana de esa ciudad, al dirigirse a mí me comentó que tenía mucho interés en que los conceptos plasmados en el libro de Civismo que hice para el público, se difundieran mayoritariamente en la comunidad hispana, ya que consideraba que eran principios de avanzada en ese sentido en el mundo. —A tal grado estaba convencido este importante funcionario de esas tesis —les comenta sorprendido—, que hasta algo hizo para que se incluyera ese texto dentro del material didáctico de muchas escuelas de habla hispana. —Sobra decir que —subraya— donde su servidor tenía mayor interés en que permearan dichas ideas era aquí, en mi propio país, pero no tuve éxito. —No lo puedo creer —dice Gustavo—. Pero alguna razón habrán tenido, ¿no? 166


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—Aclaro, no puedo dejar de reconocer la valiosísima buena voluntad que mostraron los funcionarios citados y la mayoría dentro de esa dependencia, pero creo que la intervención negativa de algunos pocos elementos de entonces dentro de dicha Secretaría, impidió que se realizara la transformación completa. —¿Y eso? —Algunos funcionarios menores —aclara—, tenían otra perspectiva social, por lo cual se cometió un error crucial, porque muchos de los entonces alumnos y ahora ciudadanos activos, ya tendrían otro enfoque, y estarían incidiendo favorablemente en los resultados de toda nuestra nación. —Pero la verdad señores —añade don Alonso—, si me preguntan sobre la o las razones que hubieran tenido esos pocos funcionarios intermedios para no integrar a fondo el enfoque propuesto, las desconozco. —Incluso —parece reconocer don Alonso—, tal vez debí seguir el consejo de un amigo y abogado de nombre Fernando Pineda que me acompañó en algunas juntas con varios funcionarios de esa dependencia, donde tratamos sin éxito de convencerlos de la importancia de inculcar en los alumnos un enfoque social diferente. —¿Y que le decía este abogado? —dice intrigado Jorge—. —Que por ningún motivo aceptara la negativa sobre la inclusión de la totalidad de dicho enfoque, porque era trascendental para propiciar un cambio. —¿Pero que podían haber hecho? 167


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—Él me proponía un amparo, incluso se ofrecía a realizar dicha gestión legal sin costo. —¿Y lo hicieron? —No, ya que entre otras cosas, la editorial en la que entonces estaba, no se mostraba para nada emocionada con el hecho de entrar en una controversia legal con esa Secretaría. —No entiendo —insiste Jorge—, alguna razón le tuvieron que haber dado. —Bueno —contesta don Alonso—, de hecho sí mencionaban algunas cosas, pero creo que eran aparentes, considero que había otras razones de fondo. —¿Cómo cuáles? —dice cada vez más intrigado Gustavo—. —Dijeron —menciona casi sonriendo don Alonso— que los ejemplos que ponía, y sobre todo los antropomórficos, o sea, aplicados sobre el cuerpo humano, los alumnos no los entenderían. —Recuerdo —prosigue don Alonso—, que mi amigo Fernando me dijo en privado: “Los que no los entienden son ellos, el alumnado entenderá todo ese proceso a la perfección”. —Y al final —insiste Jorge—, ¿en qué quedo todo? —Se realizaron los cambios —contesta don Alonso—, Pero no haciéndole ver al alumno a cabalidad la importancia de la propia actuación, y sobre todo planteando mediante ejemplos el porqué y la trascendencia de la más insignificante de nuestras acciones sobre los demás, y cómo, todo se regresaría de una forma u otra hasta el propio emisor de cada acción, de la misma forma como 168


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sucede con la actuación de la más pequeña célula de nuestro organismo. —¡Ah, por cierto, para que vean! —añade—. Eso que acabo de citar, sería un ejemplo “antropomórfico”, o sea, sobre el cuerpo humano, y me parece hasta de risa, lo que dijeron esos funcionarios: Que eso no lo hubieran podido entender los alumnos. —Y tratando de aventurar un juicio —dice con cierta pesadumbre Gustavo—. ¿Qué razones de fondo cree que podría haber habido? —Aventurando como dice y por la terminología que empleaban esos pocos funcionarios que no estaban de acuerdo con lo propuesto —manifiesta don Alonso—, creo poder dilucidar una de las razones de fondo por las cuales se opusieron. —¿Qué clase de terminología empleaban? —Afirmaban que sólo pretendía “perpetuar el sistema de explotación actual” y cosas por el estilo. Esa filosofía ya superada en casi todo el mundo, es a su vez derivada de otro análisis social superficial que de forma completa demostró su inutilidad, pero qué creen, hay algunos pequeños grupos que siguen con eso, pero aunque sean tan poquitos, están enquistados en ciertos organismos clave, como el sector educativo, y aclaro, esto a pesar de la actitud muy responsable de parte de la inmensa mayoría de funcionarios y maestros de esa Secretaría de entonces y de ahora. —Esos reducidos grupos operan por debajito, oponiéndose de forma sistemática y radical a todo cambio o reforma que trate de modificar las cosas, y creo que eso continúa hasta hoy. Y reitero señores, logran influir a pesar de la actitud muy responsable de la inmensa mayoría de funcionarios y maestros. 169


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En eso parece encendérsele un foco de alarma a Jorge y asegura: —Bueno, también hay que reconocer que la cuestión social es clave… —Por supuesto —contesta—, aunque bien entendida, porque de otra forma resultará contraproducente sobre toda la estructura social. —Acuérdese don Alonso —añade Jorge—, que muchas de las teorías sociales de avanzada, son producto del Socialismo Científico, que a su vez está basado en el desenvolvimiento dialéctico de la historia. Se queda Gustavo estupefacto ante la afirmación de su amigo Jorge, quien daba la impresión que aquellas lejanas ideas que ambos tenían cuando estaban en la preparatoria, al parecer no se habían movido ni un centímetro en su amigo, lo cual le produce a Gustavo una enorme sorpresa. Álvaro por su parte, así como cuando ve una nube oscura en el Oriente, y casi alcanza a pronosticar el momento en que ocurrirá la tormenta, vislumbra otra polémica en el horizonte. Y como ese tipo de argumentos de plano le parecían sin sentido, decide Álvaro darse un respiro y les dice: —Si me permiten, voy a darle una vuelta a Benjamín para ver cómo quedaron los árboles que se sembraron, y en un momento regreso… —Adelante Álvaro —responde don Alonso casi adivinando sus pensamientos—. 170


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Al irse Álvaro caminando por el borde de la presita, va con la cabeza baja reflexionando: —¡Qué barbaridad! Ya me había adelantado algo don Alonso sobre esa experiencia que tuvo. No lo puedo creer, está como para Ripley… —Con razón don Alonso mejor se vino para acá —sigue pensando mientras camina apesadumbrado—, hay unos que alegan cada cosa… Conforme avanzaba y viendo a lo lejos al grupo de trabajadores que parecían haber terminado sus labores y sólo recogían sus cosas, al sentirse envuelto por la tranquilidad del entorno, se congratula de haberse retirado un momento. En eso ve con agrado cómo se balancean un poco los árboles grandes, pareciendo agradecer el paso del viento, y al escuchar el suave murmullo producido por sus ramas al moverse, viene a su pensamiento algo que no se había atrevido a confesarle a nadie: En ocasiones venía a su mente una especie de opinión que podrían tener los callados integrantes de la naturaleza al contemplar la actuación humana. No le quiero ni decir a nadie ese tipo de pensamientos, —reflexionaba medio sonriendo— y a mi madre menos que a nadie, seguro me diría que tenía razón en lo que me advertía, que me iba a volver loco por andar con don Alonso. —Pero al fin y al cabo —recapacita mientras sonríe un poco más—, nadie se enterará y creo que a todos se nos permite un poco de locura, por ello, no puede evitar detenerse y admirar ese suave aunque feliz balanceo y murmullo de los árboles mientras se bañaban con el sol y brisa de la tarde, al tiempo que se pregunta en el más completo silencio: 171


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—¿Qué dirían los árboles ante la forma de actuar de los humanos? Se queda todo en silencio, mientras prosigue distante el impactante aunque discreto murmullo de las hojas. Después de admirar ese maravilloso espectáculo por pocos minutos, y ya casi para reanudar su marcha, parece venir a su mente algo: Cuánta razón tuvimos, Cuando a humanos ignoramos, Unos van en un sentido, Los demás en sentido contrario… De haber escuchado sus voces, Con su lista de necedades, Ya nos habrían contagiado, Y eso nos habría dañado… ¿Quién puede con sus envidias? ¿Cómo viven discutiendo? ¿Podrían hallar sus caminos, Si sólo están enfrentados? Es necesario ignorarlos, Y cerrar muy bien los ojos… ¿Podríamos ser productivos, Con todos sus alegatos? El mundo sería un desierto, Sin el verde que aún les damos, Todos perecerían de hambre, Sin lo que aún producimos… El mejor de los caminos, Es hacerles caso omiso, Rogando que abran sus mentes, Antes que acaben al mundo… 172


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Se queda Álvaro estupefacto, confiando que eso que acaba de venir a su mente sea sólo producto de su imaginación, mientras observa que las ramas continúan moviéndose disfrutando como nadie del viento y sol de la tarde. En eso prosigue su corto camino mientras medita: No me parecerían tan descabelladas las palabras que vinieron a mi mente, aunque espero nunca compartirle a nadie eso. Al llegar a su destino Álvaro, le comenta Benjamín: —¿Qué mirabas ahí parado Álvaro? —¡Ah, nada! Sólo me impresionaba el movimiento de los árboles. —Se me hace —añade Benjamín— que ya te estás pareciendo a don Alonso… —Tal vez, pero dime… ¿Cómo te fue con los árboles? —Míralos por ti mismo, ¿qué te parecen? Ya colocamos también los goteros donde nos dijeron. —Fabuloso. Ya vendrá don Alonso luego a verlos, porque ahora andamos atendiendo a las visitas, sólo quería apreciar su trabajo. Mientras conversa un poco más con todos, decide Álvaro retirarse para integrarse de nuevo al grupo, aunque congratulándose de haber venido al menos pocos minutos.

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CAPÍTULO IX V OCES RARAS Al irse encaminando Álvaro de nuevo al grupo para reintegrarse a él, no puede evitar sentir la necesidad de apresurar su paso, ya que algo en su interior le decía que no debió haber dejado solo a don Alonso al surgir divergencias, por más que ellas le hubieran parecido sin sentido alguno. No obstante, otra parte también le decía que don Alonso era sobradamente capaz de intercambiar opiniones con Jorge, aunque sus posiciones fuesen tan opuestas. El único riesgo sería —pensaba—, si alguno de los dos se exasperase e hiciese de lado las reglas básicas del verdadero diálogo. En la medida que se va aproximando a ellos y al observarlos platicando de forma normal, estima que tal vez se estaba preocupando sin razón alguna. Al sentarse Álvaro de nuevo en su lugar tratando de no interrumpir la plática, aprecia mejor las cosas y nota que si bien el diálogo se llevaba a cabo de manera cordial, las opiniones de don Alonso y Jorge estaban muy encontradas. —Lo que sucede don Alonso —afirma Jorge con mucho aplomo—, es que dado ese trascendental fenómeno de la “lucha de clases” que la sociedad ha padecido desde siempre, a menudo se hace necesario realizar revoluciones, como una especie de cuña o instrumento de cambio social, para así propiciar el advenimiento de una comunidad igualitaria. 175


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—O sea —contesta don Alonso sin alterarse en absoluto y ante la mirada expectante de Gustavo y Álvaro—: ¿Considera a la revolución como un elemento conveniente en el proceso de avance social? —Muy a menudo así es. —Con todo respeto mi estimado Jorge —le dice don Alonso—, sé que está muy convencido de esas tesis, pero yo pienso otra cosa… ¿Le puedo decir por qué? —Claro… —Todas las revoluciones de la historia —añade con su voz tranquila pero firme— pudieron y debieron haberse evitado, de haber contado con algo increíblemente simple: El voto o sufragio universal, porque créame, la voluntad popular es el verdadero motor del cambio para ir en la dirección correcta. El rumbo social no puede estar reducido a la opinión de un determinado grupo, por más que sienta haber descubierto un camino nuevo. Más bien, cada propuesta debe quedar sometida al escrutinio, análisis y decisión de la mayoría, que como le digo, es la única que debe indicarnos el rumbo. —Todas las veces —prosigue— que una comunidad cualquiera siguió el camino violento, es porque esa posibilidad no existía, pero una vez que afortunadamente se abre esa puerta, esa opción “revolucionaria” que expresa, resulta no sólo anacrónica y sin sentido alguno, sino hasta contraria al proceso de evolución social. —Y la razón de ello es muy simple —sigue diciendo don Alonso—, constituida la opción democrática, la justificación de un movimiento revolucionario simplemente desaparece, ya que quedaría reducida a algo a todas 176


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luces ilegítimo: A un simple y vulgar intento de un grupo de imponer su voluntad sobre el resto. Se queda Jorge un tanto pensativo ante la solidez de los argumentos expuestos, poniendo de relieve que su interlocutor ya estaba acostumbrado a semejantes diálogos. —Otra razón de ello —continúa don Alonso— es que todo aquél que no sea siquiera capaz de someterse al escrutinio o análisis de toda la comunidad, incrementa las posibilidades de estar equivocado, lo que no sólo lo haría tropezar a él mismo, sino también a la comunidad completa. —¿Sabe una cosa? —añade—: A esa aparente necesidad revolucionaria que dice, habría que quitarle una sola letra, la “r”, para que se transforme en otra palabra más simple pero de mayor significado: “Evolución” social, misma a la que se llega sólo con la participación de toda la comunidad, a través del voto y la libre expresión de ideas. Ante el beneplácito de su amigo Gustavo, quien se había sorprendido al escuchar el en extremo ortodoxo y ya anacrónico pensamiento de su amigo Jorge, quien por su parte, se queda buscando el punto débil de la argumentación que recibe. —Acuérdese Jorge —sigue comentando don Alonso—, la analogía que le decía hace un momento relativa al desarrollo de cualquier ser humano: —A pesar que cuando una persona nace, es cuando más neuronas tiene, sólo alcanzará su verdadero potencial al sobrevenir lo que le decía: Cuando sus neuronas tiendan ramificaciones y se integren verdaderamente unas con otras. 177


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—Si eso no ocurre, como le decía, su criterio, capacidad y futuro estarán tan restringidos como haya sido su falta de comunicación neuronal, porque absolutamente todas las partes de un cerebro son importantes, la izquierda, derecha, central, frontal, todas sin excepción. —Algo similar —continúa— pasará en el terreno social, manifestándose en el ámbito familiar, laboral, nacional o mundial. Jorge no acostumbraba exponer ante cualquier persona su verdadera convicción social, porque ya hasta había tenido algunas experiencias negativas, pero considera que dada la capacidad de diálogo de su contraparte, ahí tenía la oportunidad ideal para hacerlo, por lo que sigue diciendo: —Difiero por completo de usted don Alonso, el Socialismo Científico no procede de la simple ocurrencia de un cierto grupo, sino fue algo perfectamente estudiado y constituye una de las mejores opciones de desarrollo social, pero, eso sólo puede ser entendido por expertos en la materia, y no por el gran público. —¿Usted cree? —Por supuesto —sostiene Jorge manifestando una enorme convicción en ello—, lo que pasa es que muchos, al no entenderlo bien, lo critican sin razón. —Hace algunos milenios, —dice en son de broma don Alonso— también yo pensaba más o menos eso, pero después llegué a otras conclusiones, y si me lo permite, me gustaría decirle las razones por las cuales vi las cosas bajo otra perspectiva… ¿Se las puedo compartir? —Adelante… 178


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—Pero antes le comento: Lo que durante toda la historia se convirtió en una especie de maldición para el género humano, fue la pretensión de unos de tratar de imponer un determinado punto de vista sobre otros, pero fíjese además qué curioso, en todos los casos en que así ocurrió, ese proceder fue convenientemente arropado bajo una vestimenta de liberación, unificación, protección o supuesto descubrimiento de un camino nuevo. —Y le aseguro, en la práctica, cuando se han impuesto así puntos de vista unilaterales sobre los demás, ese fenómeno ni siquiera alcanza la categoría de “revolución”, sino más bien se trata de una mera “regresión” social, porque no podemos brincarnos esa regla no escrita de someter toda opción al juicio de la mayoría, dado que la capacidad de análisis se empobrece de forma absurda. —Pero don Alonso —objeta Jorge—, con todo respeto, eso no opera en el caso del Socialismo Científico, porque es un elemento que ha sido perfectamente estudiado y propuesto por grandes hombres, y está fundamentado en la dialéctica de la historia, y perdóneme, pero eso no puede ser del dominio del ciudadano común. —No tengo la menor duda Jorge —contesta—, que esas ideas resulten muy tentadoras para usted y algunos, pero quizás analizándolas mejor, pudiera llegar a pensar diferente. —O tal vez —insiste Jorge— a usted le pudiera pasar lo mismo. —Quizá… —dice don Alonso—. Pero permítame exponerle mi punto de vista y le ruego me indique el o los puntos en que esté en desacuerdo… 179


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—Perfecto —contesta Jorge—. —Espero no aburrirlos señores —les dice—, pero como ustedes están en política, es conveniente que también analicen este punto de vista, aunque se los diré en una forma mucho muy resumida… —Lo escucharemos con gusto… —asegura Gustavo—. Jorge por su parte se queda muy atento, mientras Álvaro permanece en silencio, así como dejando que las cosas se acomoden por su propio peso. —Usted acaba de mencionar —dice don Alonso— la “Dialéctica de la Historia”, así que me gustaría comenzar con eso. —Uno de los más importantes filósofos que ha tratado ese tema fue Hegel, y observe qué curioso, si bien en muchos de sus escritos Marx y Engels aseguraron haberse basado en el procedimiento “dialéctico”, ya en la práctica, en la fundamentación real de sus teorías no fueron más allá de una mera utilización gramatical del término, porque su forma de plantearlas fue otra. —Dígame una cosa Jorge —pregunta don Alonso—, ¿qué concepto tiene de la Dialéctica? —Bueno, pues el que tienen los entendidos en la materia, o sea la ciencia que trata sobre la evolución de ideas y teorías, o no sé cómo lo considere usted… —Ése es el pensamiento de Hegel, o incluso de quienes lo antecedieron, como Heráclito varios siglos antes de Cristo, pero insisto… En la fundamentación de las teorías de Marx, Engels y Lenin no se siguieron para nada esos principios dialécticos. 180


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—¿Por qué lo dice? —La Dialéctica —prosigue don Alonso— es aquella parte de la Lógica y de la Filosofía que podríamos ver bajo dos enfoques; por un lado se podría decir que es el arte de la argumentación o del diálogo, una especie de comparación entre diferentes ideas o puntos de vista. —O también —continúa—, podríamos verla bajo un concepto más profundo, como lo veían justamente Heráclito y después Hegel, quienes la consideraron como una movilidad permanente o evolución basada en una estructura de los opuestos, considerando a la contradicción, como el origen de muchas cosas. —¿Y cómo opera supuestamente eso? —pregunta Gustavo cada vez más intrigado, como queriendo complementar aquellas ideas de su juventud. —Mire Gustavo, fueron ideas filosóficas profundas con mucha base, las cuales aseguraron que la historia se va desarrollando mediante un permanente ajuste de fuerzas contrarias, como las que mantienen tensa la cuerda de un arco. —Es muy probable —sigue diciendo— que Hegel haya tomado muy en cuenta las ideas de Heráclito, y que Marx, Engels, Lenin y otros, a su vez se hayan basado en lo que dijo Hegel. Hasta ahí vamos bien. —No obstante —prosigue don Alonso—, para que entren en acción y se perfeccionen esas fuerzas opuestas de la verdadera dialéctica, se requiere de la comparación auténtica y honesta de las ideas contrarias, que no es otra cosa que el diálogo, mismo término que está íntimamente asociado con la dialéctica. 181


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—Y observe Jorge —continúa diciéndole—, toda teoría, y de manera primordial aquella que sea controversial, no podría aceptarse como válida si no es sometida al verdadero proceso dialéctico, y no limitarse solamente a una mera utilización gramatical del término, que fue lo que se hizo. —Porque aquí Jorge —afirma don Alonso—, es donde comienza el problema, ya que la interpretación marxista-leninista, no sólo fue “monoléctica”, sino bastante alejada de la realidad. —Se dio Marx a la tarea —les sigue diciendo— de escribir unilateralmente sus teorías como si fuera un profeta iluminado, sin tomar en cuenta el concepto económico o histórico de quienes no compartían su punto de vista. —O sea, desde el enfoque ideológico, a partir de ahí comienza su alejamiento de la verdadera dialéctica, al realizar esa interpretación unilateral e incompleta. —Y —prosigue—, a esa primera necesidad de irse apartando de la libre comparación de ideas, cuando se llevaron esas teorías al terreno de la realidad, la cosa se puso peor, ya que se tuvo que complementar con una burda imposición en el aspecto político, dado que, al haber estado mal estructuradas esas tesis, una vez que se empezaron a aplicar, se generaron nefastos resultados socioeconómicos, produciéndose gran descontento social, y la única forma de sostener ese desfiguro, fue por la fuerza. —Es cierto —añade—, todos tenemos derecho de expresar nuestras ideas, sin embargo, lo que no es viable es tratar de imponer una visión social y económica unilateral a toda la sociedad, sin ni siquiera tomarse la molestia de someter esas tesis al diálogo o comparación ideológi182


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ca, en vez de sólo presentarlo engañosamente atrayente a un determinado segmento de la sociedad. —Aunque al principio haya confundido a muchos, yo entre ellos —aclara—, vean la gran limitación en esos razonamientos: A partir de 1842, circunscriben la realidad económica y social a sus muy limitados análisis, y entre otras cosas, señalan como una de las principales causas de las deficiencias sociales a la contraposición de “intereses materiales incompatibles”, tal como quedó expresado en el “Manifiesto Comunista” de Marx en 1848. —Aquí Jorge —señala don Alonso—, hago una pequeña observación: ¿Recuerda que hace un rato, les comentaba sobre la objeción insalvable que me presentaron algunos pocos funcionarios de la Secretaría de Educación? —La recuerdo —dice Jorge—, pero antes dígame una cosa… ¿por qué supone usted erróneamente que el análisis de Marx era superficial? —Se lo contesto precisamente con lo que me sucedió, observe: —Para esos pocos funcionarios de la Secretaría de Educación, el “crimen” pedagógico de su servidor, fue no tanto el haber expuesto ciertos ejemplos, como quisieron aparentar, sino el haber su servidor asegurado que todos los intereses del ser humano sobre el planeta corren perfectamente paralelos y que, como señalé, pretender que los intereses de unos están intrínsecamente opuestos a los de otros, es producto de un análisis sociológico incompleto, conflictivo y superficial. —¿Recuerda Jorge los ejemplos que les puse hace un rato? 183


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—Los recuerdo… —Le podría poner muchísimos más, los que quiera y en todo campo de la actuación humana; y en cualquiera de ellos les podría demostrar cómo todos los intereses del ser humano sobre el planeta son intereses compatibles y paralelos, y reitero, no sólo dentro de la ciudadanía de un solo país sino los de todo el planeta. —El hecho que desde un análisis superficial no lo hayamos visto así, no significa que no ocurra de esa forma. ¿Y sabe una cosa? Sorpréndase, uno de los postulados básicos del señor Marx, fue precisamente lo contrario. —Si observamos con todo cuidado la mayoría de sus escritos —sigue diciendo—, habla de esa supuesta “incompatibilidad de intereses”, lo que obliga, según él, a una consecuente “lucha de clases”. —Y entonces, —afirma don Alonso sonriendo— aparece alguien como su servidor, quien con un enfoque aplicado al Civismo, asegura que hay un a menudo invisible pero siempre infalible paralelismo de intereses, el resultado lógico fue precisamente lo que ocurrió: Esos pocos funcionarios de ninguna manera lo aceptaron, ya que, sin decirlo abiertamente, se oponía a su dogma. Casi brinca Jorge de su asiento al escuchar semejante opinión, pero al ver que don Alonso conocía más o menos el tema, de momento opta por dejarlo continuar, esperando al final hacerle sus objeciones. —El proceder de un ciudadano cualquiera —asegura don Alonso—, que anteponga cualquier tipo de dogma a las reglas básicas de la dialéctica, aun sabiendo que con ello puede afectar a su país, ése es un proceder 184


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irracional que no sólo dañará a los demás, sino como decíamos, en su momento se le revertirá incluso a sí mismo de muchas y muy diversas formas. —Aparte, regresando a Marx —continúa—, a su visión “monoléctica” le faltaron infinidad de cosas, y sus análisis estuvieron muy lejos de tener una apreciación correcta de la economía y la historia. —No comparto en absoluto su punto de vista —objeta Jorge—, pero como mencionamos, lo dejo que termine… —Gracias Jorge. Le decía, la Dialéctica verdadera, como parte de la Lógica, requiere entre otras cosas, como condición indispensable para poder llegar a un resultado válido, estar fundamentada en ciertas reglas, una de ellas es que se parta de postulados o premisas sólidas y lo más exactas posibles, para no llegar a conclusiones disparatadas, que fue lo que sucedió. —¿Cómo qué clase de postulados inexactos? —objeta Jorge un tanto contrariado—. —Entre muchos, su análisis económico de la historia fue mucho muy limitado y lo van fundamentando en una larga serie de postulados inexactos, o en el mejor de los casos ambiguos. —Mire Jorge, no pretendo ser para nada ofensivo, pero le decía, cuando en Lógica partimos de premisas inexactas se llega a conclusiones que no son para nada coincidentes con la realidad. ¿Le pongo un caso para que vea? Se queda Jorge en silencio, mientras Gustavo dice: —Díganos un ejemplo… 185


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—Miren que facilísimo sería equivocarse empleando premisas ambiguas o no bien asociadas entre sí: Premisa mayor: “El caballo corre”, y menor: “Juan también corre”, luego, “Juan es un caballo”. Se quedan todos riendo advirtiendo el sentido del humor de don Alonso, mientras él prosigue: —Muchas de las conclusiones de Marx y Engels son por el estilo, pero insisto, de no haber procedido de forma monoléctica, y haberse sometido ya desde el siglo XIX al diálogo, análisis y juicio de otros estudiosos en la materia, se hubieran evitado infinidad de cosas, en beneficio no sólo de sus tesis sino del propio trabajador. —Ya que dice que le gustan tanto los ejemplos —refuta Jorge—, cítenos algunos errores por favor… —Hay infinidad —contesta—, por decir, a lo largo de sus voluminosos escritos, Marx da a entender que no comprendió bien a los economistas clásicos, y creo que no lo dijo de broma. —Entre muchas otras cosas —prosigue—, ni siquiera se dio cuenta que todos los procesos vitales de la naturaleza, fueron dotados deliberadamente de un cierto estímulo primario, para que, quien lo siguiese, generase sin darse cuenta y de forma automática otro objetivo secundario e invisible, aunque vital para la comunidad. —Por decir —añade don Alonso sin poder resistir la utilización de ejemplos—, volteando hacia el ser humano de hace miles de años, no se le entregó una especie de instructivo diciéndole que era necesaria la ingestión periódica de nutrientes para su propia sobrevivencia… 186


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—Bueno, pensándolo bien —dice de broma—, de todos modos no sabía leer. —Es cierto —dice Gustavo apreciando su sentido del humor—. —Observe Jorge la forma mucho más inteligente en que procedió la naturaleza: Le colocó un estimulo primario, el hambre, para que al saciarla, realizara ese otro objetivo secundario que era nada menos que su propia nutrición. —Los árboles crecen —dice volteando hacia el que les da sombra— porque ellos persiguen un objetivo primario, que es poder captar más radiación solar mediante el crecimiento de ramas y hojas. —Pero, sin ellos darse cuenta —continúa—, producen de manera secundaria e invisible una larga serie de procesos vitales para el mundo. ¿Les dije que también tenemos colmenas? Se quedan Gustavo y Jorge ahora sí sin tener idea del propósito de su pregunta. —¿Creen ustedes que las abejas andan de una flor a otra porque saben que contribuyen a la transcendental labor de la polinización? —Ellas no lo saben —continúa—, sólo buscan entre otras cosas su propia nutrición, y sin darse cuenta contribuyen a cumplir ese otro trascendental objetivo secundario citado. Si alguien, mediante una limitada visión monoléctica les quitara su primer objetivo, no se realizaría lo segundo. —Para que este rancho —prosigue— y la inmensa mayoría de empresas en el mundo funcionen de manera 187


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productiva, se persigue un objetivo primario, que es la obtención de un beneficio o ganancia, pero observen, con ello se obtiene otro propósito secundario que es el verdaderamente importante: —Contribuir —asegura— en una pequeña proporción al incremento de los bienes y servicios disponibles, pero no sólo eso, sino induce a que ello se logre mediante el eficiente uso de los recursos disponibles, uno de ellos el tiempo. Ya que, si en todo un país no se procediera así, la economía nacional se desplomaría de forma estrepitosa. —Esos son mecanismos o condicionantes muy sabios e indispensables que la naturaleza estableció desde siempre, para que se manejen adecuadamente los recursos que se tengan a la mano, ya que de otro modo, entraría en acción también de forma automática otro elemento: —Una especie de “castigo” implícito que de forma invisible también fue establecido para todo aquel que no utilice bien los recursos de que dispone, lo cual se manifiesta como una “pérdida”, misma que no sería tan claramente percibida, si el empleador no apreciase de inmediato en sus bolsillos que el valor de los recursos empleados, fue superior al beneficio obtenido. —Y le pido que observemos bien Jorge —le dice don Alonso—, cualquier comunidad no es sino una simple suma de lo producido por todos, y un generalizado manejo ineficiente, se reflejaría primero en una disminución productiva, y luego, en un declive en los niveles de vida de toda esa comunidad. —O sea la situación real, no era para nada como se imaginaron estos nada dialécticos caballeros, quienes señalaron al empleador como alguien malévolo que de 188


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forma egoísta se valía de recursos como el capital, energía, mano de obra, sol, tierra, agua o lo que fuera, cuando lo que sucedía era que desde siempre, la naturaleza estableció ciertos condicionantes invisibles para propiciar que el valor del producto final, fuera superior al costo de los recursos empleados, tan sencillo como eso. —Y no les reprocho a estos señores —aclara don Alonso— el haber incurrido en tan elementales faltas de sentido económico, todos cometemos errores; pero sí los culpo por no haber respetado las normas básicas de la dialéctica: La debida argumentación y comparación franca de ideas, y lo peor de todo como les decía vino después: Cuando sus seguidores forzaron a países completos a seguir ésas sus tan limitadas teorías. —Con el simple hecho de haber respetado las reglas básicas de la dialéctica, nunca hubieran caído en tantas omisiones y errores en que hicieron caer a ese gigantesco número de personas. —¿Cómo cuales? —dice Jorge ya con menos confianza en las teorías que consideraba tan sólidas—. —Uno entre tantos: Marx dijo que pretendía liberar al pueblo de la pesada carga de la burocracia, y sus ideas condujeron exactamente al punto opuesto: A la institucionalización de la burocracia, donde todos se convirtieron en empleados de un Estado torpe e ineficiente, necesariamente acompañado de una gran improductividad y baja disponibilidad de bienes y servicios, manejada por una minoría corrupta, misma que para colmo, debió restringir la libertad como condición indispensable para el sostenimiento de su estatus político. A eso llegaron en la práctica. 189


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—Mire nada más Jorge —puntualiza don Alonso—, a lo que conduce el no respetar las reglas básicas de la previa argumentación. —No los quiero aburrir señores —dice don Alonso—, pero el día que gusten y si contamos con más tiempo, les puedo describir con más detalle el porqué cada una de las ideas de estos señores, no eran sino apreciaciones inexactas, aunque unas más que otras. —Pero el sistema de mercado que tanto defiende —sostiene Jorge— no es un mecanismo “perfecto” y adolece de fallas. —No hay nada perfecto en el actuar humano mi estimado Jorge —contesta—, por eso veremos que nuestra actuación deberá sujetarse a una legislación familiar, sanitaria, forestal, fiscal, laboral, mercantil, de tránsito e infinidad de cosas más, para circunscribir esa imperfecta actuación al auténtico beneficio común. —Y ante todo aquello que no funcione bien —enfatiza—, lo peor que podríamos hacer, sería sustituirlo por algo mucho más imperfecto. Nuevamente Jorge se sorprende que en un punto tan alejado y rodeado de un entorno increíble, vino a escuchar semejante punto de vista. Poco a poco y de forma callada se percata que no era lo mismo impartir clases ante jóvenes estudiantes de Economía Política en ciertas instituciones de educación, que dialogar con alguien conocedor del tema. —Pero don Alonso —añade Gustavo—, ¿qué no se dieron cuenta Lenin y los que siguieron, que las cosas no estaban funcionando? 190


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—Lo que pasa —contesta— es que en los últimos cinco siglos se encontrará con pocas personas más intolerantes que algunos de los seguidores políticos o ideológicos de esas tesis, y le cito un caso: Lenin. Creo que ha visto cómo procedió con todos aquellos quienes diferían de él, a veces con cosas tan sencillas como sugerirle que determinaran el rumbo a través de la democracia. —Si usted Jorge, no ha leído algunas de sus obras como “Estado y Revolución”, le sugiero que lo haga, en ellas se convencerá que el pensamiento de Lenin fue uno de los más “monolécticos” e intolerantes de los recientes siglos. —En ése y otros de sus escritos —sigue diciéndole—, también verá lo que opinaba del Estado, al que consideraba un mero instrumento de opresión para el trabajador, y así lo expresa de forma clara. Pero le pregunto: ¿Habría sido tan limitado este líder como para no darse cuenta desde el mismísimo principio que desembocaron en un súper Estado altamente improductivo y dictatorial? No lo creo. —Considero que más bien —prosigue—, aparecieron después otras motivaciones de índole político, las cuales con los años lo forzaron a él y a quienes lo siguieron, a mantener ese esquema con propósitos hegemónicos, pero a finales del siglo XX, se encontraron con los que ya se habían convertido en obstáculos insalvables: —Uno —asegura—, la grave improductividad interna, que como un primer efecto se reflejaba en un muy limitado nivel de acceso a bienes y servicios de su población, lo que a su vez los obligaba a mantener una privación increíble de libertades. 191


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—Y otro —sigue diciendo—, su cada vez más palpable incapacidad de situarse adelante en la cuestión militar; por lo que, a finales del pasado siglo, gracias a la decidida acción de uno de sus propios líderes, quien merecidamente se ganó el reconocimiento internacional, hicieron lo que debieron haber hecho desde sus primeros años: Dar marcha atrás a todas esas mal configuradas tesis. —Lo que es de sorprender —complementa don Alonso— es que todavía en algunas pocas partes de Latinoamérica y de Asia haya quienes insistan en eso. —Sin embargo don Alonso —menciona Jorge—, no podemos dejar de señalar que lo más importante sería ir elevando el nivel de vida de la clase trabajadora. —¡Ah! Para que vea —responde don Alonso—, en eso sí estamos totalmente de acuerdo, y uno de los objetivos básicos de todo político y ciudadano debe ser ése, aunque, por la vía correcta, porque de otra forma, lejos de hacerles un bien a los trabajadores, podrían resultar dañados en su poder adquisitivo. —E independientemente —sigue diciendo— de otras medidas apropiadas para lograr tal objetivo, como sería el adecuado manejo de la economía, generación de confianza, enseñanza del Civismo en su dimensión completa, simplificación tramitológica y otras cosas, quisiera destacar dos elementos: —El primero —subraya—, mejorar lo más posible el nivel educativo, para que tengan acceso a la verdadera riqueza de todo ser humano, que se encuentra en su propia mente. —Mire —prosigue don Alonso quien parecía no poder evitar la utilización de ejemplos—: Si colocamos a uno 192


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de nuestros trabajadores que estaban ahí con Benjamín, digamos a Joaquín, y también a Álvaro en un país extraño sin un centavo en la bolsa, le puedo asegurar que al cabo de pocos años, tendremos una situación muy distinta entre ellos: Álvaro habrá salido adelante muy bien librado y Joaquín quién sabe. —No es que te esté enviando a otro lado mi estimado Álvaro —le dice bromeando don Alonso—. —Espero… —responde Álvaro, comprendiendo a la perfección el sentido de su ejemplo—. —Ni tampoco —complementa don Alonso— significa que no valore a ninguno de nuestros colaboradores como Joaquín, pero la diferencia será determinada por la preparación que ambos tengan. —Y entre otros muchos factores que también intervienen en el incremento real de salarios —agrega don Alonso—, está un elemento en el cual insisto mucho. —¿Cuál? —La estabilización del crecimiento poblacional: Que más o menos esté compensado el número de nacimientos con el de defunciones, o si acaso, ligeramente superior el de nacimientos, ya que de otro modo, sobreviene mucha más mano de obra de la requerida por la sociedad y eso la abaratará en detrimento del propio trabajador. —Todos los economistas clásicos se percataron de este fenómeno, aunque me hubiera gustado que insistieran más en ello, pero bueno, ya me conformo que lo hayan señalado. 193


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—Les pongo el actual caso extremo de África —prosigue—, y veamos un poquito más sobre su crecimiento demográfico. —Miren —enfatiza don Alonso—, si consideramos de forma aislada la interrelación poblacional entre Europa y África, observen el gran movimiento que tuvieron en muy pocos años y cómo repercutirá en ellos: —En 1980, por cada europeo había un africano. En el momento presente, por cada europeo hay un poquito más de dos africanos, y para el año 2050, si no hubiera cambios sorprendentes, aún contando con una disminución en su crecimiento, se espera que por cada europeo haya cinco africanos, pero, ¿cómo influirá eso en su nivel salarial? —En el año 2050, aunque la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos africanos ni de lejos podrá contar con la preparación adecuada cuando demanden trabajo en sus países de origen o en la Comunidad Europea, una tan elevada cantidad de ellos presionará sus ingresos personales muy fuerte hacia abajo. Aunque insisto, siendo una mano de obra tan abundante, tendrá una capacitación muy deficiente, aunque de todos modos requerirán de los satisfactores necesarios. —Insisto mucho en la estabilización poblacional, porque así como en el cuerpo humano la salud no sobreviene en los extremos sino en el equilibrio, algo similar pasará en nuestra comunidad global. —En el caso de una persona —reitera—, no se gozará de buena salud, si por ejemplo su azúcar en sangre se encuentre por arriba o debajo de los parámetros normales, sino dentro del nivel apropiado. 194


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—Si por decir, en una ciudad hay más taxis que clientes potenciales hay problema, y al contrario también, se debe tratar de equilibrar ambas cosas. En los demás elementos de una sociedad sucederá lo mismo, no se llega al bienestar en los extremos sino en el equilibrio de los factores que intervienen. —Podríamos hablar por muchos días sobre estos temas señores —comenta don Alonso—, pero no contamos con tanto tiempo. Y hablando de él, ahí está ese otro recurso —dice sonriendo— que también debemos cuidar, porque el día se nos está yendo. Al ir percibiendo Gustavo que los valiosos elementos del entorno seguían otra de las muchas reglas nunca escritas, que cada quien se enfocase a lo suyo, como si fueran partes de una maravillosa orquesta, observa cómo el Sol siguió imperturbable su silencioso andar hacia el poniente, lo que estaba provocando que el esplendoroso azul del cielo, poquito a poco se fuera haciendo más intenso, por lo que siente que en efecto, muy a su pesar, el día se les quería escapar de las manos… —Don Alonso —agrega Gustavo—, nos ha parecido, o al menos a mí, un día no sólo bonito sino casi podría decir espectacular, pero díganos una cosa más… ¿Cuál sería su interés para con nosotros? O, ¿en que podríamos ayudar sobre todo en los dos importantes temas que nos dijo tan claramente, como fueron el asunto demográfico y el cívico? Ya que, como bien señaló, son aspectos torales. —Excelente pregunta la suya —contesta sonriendo—, con mucha razón se ha dicho: Quien plantea bien una pregunta, ya tiene la mitad de la respuesta. 195


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—Por tanto, le puedo contestar con una sola palabra: Abrirlo. —¿Abrirlo? —repite Gustavo como sin estar seguro de lo que pretendía—. —Abrirlo —afirma don Alonso—. Hacer extensivos ambos temas a toda nuestra comunidad de alguna forma. No podemos ni debemos tratar a nuestros conciudadanos como menores de edad, porque reaccionarán como tales, sino como personas pensantes y actuantes, para que nos convirtamos todos en factores de cambio. —Si gustan señores —interviene Álvaro—, vámonos caminando a la casa, y en el camino de regreso podemos seguir platicando mientras apreciamos una puesta de Sol como pocas han visto en su vida. —De acuerdo… —No podemos dejar —prosigue don Alonso al tiempo que comienzan a caminar— que otros decidan por nosotros, ya que muchas veces quienes en la práctica deciden, ni siquiera se toman la molestia de informarse bien, y, ¿saben una cosa? Las siguientes décadas serán cruciales, y los puntos expuestos deben ser sometidos al análisis de toda la comunidad, porque sólo así, en conjunto, es como alcanzaremos nuestra plena capacidad. —A esa desafortunada costumbre de que una minoría decida por el resto, se debe el haber incurrido en tantos desaciertos. Mientras ellos descendían por esa suave pendiente, el Sol continuaba imperturbable en su camino, como por completo ajeno a sus diálogos, y los pájaros a su vez, también parecían estar en otro asunto. 196


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Nadie podría saber con certeza si esas revoloteantes aves que parecían estar en la más alegre de las fiestas, al estar cantando y congregándose en los árboles de más tupido follaje, actuaban así porque hacían ante sus compañeros una peculiar reseña de sus actividades diarias, o quizá más bien, lanzaban sus alegres voces hacia una desconocida parte de los vientos, sintiéndose agradecidas al haber cruzado libres por los aires en ese día que insistía tanto en irse. El viento por su parte, procedía de otra forma: Al irse deslizando de manera silenciosa entre árboles y personas, no dejaba ver ante nadie que ése su simple roce, era suficiente para palpar el alma de las cosas. Pero esa actividad secreta de los vientos, provocaba a su vez que las nubes se acomodasen en formas tan caprichosas que el Sol poniente cambiaba sus colores en tonos que no existían en ningún muestrario humano. Todo parecía conjurar para transformar el cuadro en forma tal, que producía en ellos el más impactante de los efectos. —Don Alonso y Álvaro… —dice con voz queda Gustavo, como no queriendo con su hablar alterar las cosas que palpaba—, he visto infinidad de atardeceres en mi vida, tanto físicamente como en otro tipo de imágenes, pero ahora me está pasando una cosa curiosa… —Díganos cómo le parece ahora —contesta don Alonso percibiendo el efecto que sentía—. —No me lo creerán —prosigue Gustavo—, pero me siento como si fuera parte de este maravilloso cuadro que ahora mismo vemos… 197


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—Ahora comprendo —dice a su vez Jorge—, tu interés por venir acá… —Mire Gustavo —añade don Alonso con su voz queda mientras caminan—, no es que usted se sienta ahora parte del cuadro, la verdad es que todos ahora mismo estamos dentro. Es sólo la limitación y ceguera humanas las que quieren hacernos creer que estamos fuera. Álvaro por su parte, ni se inmuta al escuchar el punto de vista que ya conocía a la perfección, pero Gustavo y Jorge se quedan de una pieza. —¿Usted cree? —añade Gustavo, como invitándolo a que continúe con esa perspectiva tan suya—.

... he visto infinidad de atardeceres en mi vida, tanto físicamente como en otro tipo de imágenes, pero ahora me está pasando una cosa curiosa…

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—No lo creo, estoy seguro —prosigue don Alonso como platicando de la cosa más natural del mundo—, todos formamos parte de un cuadro llamado mundo, y uno de nuestros principales desaciertos es cuando creemos que nos salimos de él. —¿Y por qué nos salimos? —Cuando vientos malos cambian nuestras mentes, y nos hacen creer que estamos fuera, sembrando supuestas divisiones económicas, raciales, religiosas, políticas o las que sean… —Perdónenme caballeros —dice de forma sorpresiva don Alonso—, pero considero que todos los intereses del ser humano sobre el planeta van de la mano, y en nuestro mundo subyacen diversas perspectivas falsas, una de ellas no es la que ahora tengo, sino la que prevalece allá afuera. —Sólo la limitación humana y el engaño —prosigue— nos impiden darnos cuenta de esto que les digo, y se han creado arbitrarias y tramposas barreras mentales, impidiéndonos ver la realidad de las cosas. Al continuar descendiendo por ese suave camino, los acompañantes de don Alonso deliberadamente permanecen en silencio, como para no tocar ni con su voz ese mágico momento. —Cuando los seres humanos —sigue diciendo— nos percatemos de eso, tendremos un brinco mayor a cuando aprendimos a caminar erguidos, y ese punto será el advenimiento de un mundo nuevo de prosperidad y bienestar generalizados, nunca imaginados por persona alguna. 199


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Se miran entre sí Gustavo y Jorge, como percibiendo que en realidad estaban frente a un muy especial enfoque. —Yo incluso confío —expresa don Alonso como hablándole al viento—, que el advenimiento de más problemas derivados de nuestros propios errores, nos haga darnos cuenta de lo que ya bien dijo alguien: “Sin un futuro común, no habrá futuro”. En eso advierten que Álvaro había calculado muy bien el tiempo, porque casi para llegar a la casa, el Sol ya se había escapado del firmamento, aunque a manera de compensación maravillosa, les había dejado en su lugar innumerables estrellas. En eso escuchan voces que provenían del centro de la casa, mismas que de forma amable rompían como burbuja al viento la plática que tenían. Habían encendido una fogata al centro del patio y alrededor de ella estaban todos ya sólo esperándolos para disfrutar de un atole de grano y panes de maíz que acababan de comprar en Tingüindín. —¡Regresamos otra vez a Tingüindín! —dice contenta Lilí—. Queríamos comprar algunas blusas bordadas más, pero ya no estaba la señora, nos dijeron que sólo iba por las mañanas, pero trajimos atole y panes… —¡Perfecto! —dice Jorge—. En eso Gustavo desea realizar una llamada, y se percata con asombro que no trae su teléfono. —¡Mi celular! No lo traigo, se me ha de haber caído allá donde estuvimos… 200


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—No se preocupe Gustavo —dice Álvaro—, ahí debe estar, aquí no se pierde nada. —¡Ah que caramba! —dice Gustavo—. Lo malo es que ése en particular no es uno cualquiera, ya que a través de él me llaman los jefes en emergencias, por eso me lo traje… Pero bueno, si se pierde ni hablar, lo malo serían los contactos. —Creo que lo encontraremos Gustavo, no se preocupe, ya verá. Después de una agradable convivencia, al cabo de la cual don Alonso amablemente se despide y retira, Álvaro le comenta discretamente a Esther: —Voy rápido a la presita, seguro ahí está su teléfono. —Llévate una linterna… A pesar de la oscuridad, como va caminando a muy buen paso, en pocos minutos ya se encuentra en el sitio donde estaban, escudriñando con su lámpara posibles sitios donde podría estar el teléfono, incluso trata de llamar por el suyo al otro esperando ubicarlo, pero nota que la señal ahí es muy débil y se pierde a ratos. En eso advierte al oriente un cierto resplandor que parecía ir aumentando, y recuerda sorprendido: —¡Hoy es día de luna! Ya ni me acordaba, ya medio perdí la cuenta de lo que acontece en los cielos por andar en la feria. Allá en las ciudades —reflexiona—, no se le hace tanto caso a lo que acontece arriba, pero no cabe duda, acá es donde está mi mundo. 201


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Mientras sigue buscando el teléfono con la tenue luz de su lámpara, observa las sillas de lona, como haciéndole una especie de discreta e invisible invitación para observar los cielos desde ese lugar privilegiado, sólo acompañado por el canto de los grillos y el rítmico golpeteo de las olitas. Incapaz de resistir la magnitud de semejante propuesta, se sienta y conforme sus ojos van recorriendo los cielos, como si fuera el más escrupuloso de los inspectores, verifica que cada una de las estrellas estuvieran en su sitio, y conforme van pasando los minutos, ve que de forma atrevida la Luna ya asomó su rostro y, sin solicitar permiso alguno, ha extendido una línea plateada sobre la superficie de la presita.

…ve que de forma atrevida la Luna ya asomó su rostro y, sin solicitar permiso alguno, ha extendido una línea plateada sobre la superficie...

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Quería irse a la casa y regresar al día siguiente temprano para seguir buscando el teléfono, pero parecía que ese maravilloso azul oscuro de los cielos plagado de estrellas y una incipiente Luna lo habían atrapado de forma completa, por lo que decide permanecer un poco más ahí. Viene a su mente también toda la serie de pensamientos de lo que platicaron durante el día mientras observa los cielos, cuando de pronto, sobreviene algo que ya temía y tenía guardado como el más oscuro de los secretos: Muy en su interior, sentía como que esa hermosa Luna quisiera también decir algo, aunque deseaba hacerlo de otra forma, como tratando de no quebrantar un oculto y muy estricto protocolo de silencio. Mejor me voy ahora mismo —pensó—, porque esas voces no vienen de ningún lado sino de mi interior. Pero otra parte también le decía que dejara volar su imaginación, ya que ésa era una prerrogativa permitida al ser humano, y escuchara lo que viniera a su pensamiento, aunque producto fuera de una travesura etérea. Por tanto, mientras observa la Luna y cómo se balanceaba esa línea plateada sobre las olas de la presita, algo por ahí surge en su mente: Si tan sólo hubieran visto, Lo que al correr de los siglos, Han mirado nuestros ojos, Jamás lo hubieran creído… Las lágrimas que han causado, Han llenado tantos ríos, Han generado miserias, Y han oscurecido al mundo… 203


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Entre ellos se dicen sabios, Se hacen ciegos guías de ciegos, Y hasta se matan entre ellos, Echando a perder al mundo… La arrogancia que alcanzaron, A tal grado los ha cegado, Que hasta emperadores romanos Desde el suelo me han retado… Más que provocarme risa, De tristeza me han llenado, ¿Puede el mundo ser guiado, Por esta clase de gente? Peor que ciego y cruel demente, Hicieron fábricas de muerte, Para quitarle vida a humanos, Muchos de ellos siendo niños… El mayor esfuerzo nuestro, Es que quien estrellas hizo, Quiso que mi luz les brille, Por igual a todos ellos… ¿Cuándo verán con sus ojos, Cuándo escucharán oídos, Que el proyecto de armonía, Es el futuro del mundo? Hay algo que me consuela, Y al menos algo me anima, Quizás esa espera de siglos, Llegue por fin a la Tierra…

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Si la luz que de arriba viene, Cambia la mente de algunos, Podrían señalar caminos, En la dirección correcta… Mientras ese sueño sobreviene, Y esa espera aún me anima, Seguiremos en gran silencio, Viendo pasar sus lamentos… Si la luz que traen los vientos, Quita tinieblas de siglos, No se oscurecerán sus ojos, ¡Y el llanto se irá del mundo! Si escuchan la voz del viento, Harán lo que nunca hicieron, Y todo bien que generen, Se les volverá a sus manos… Si dejamos volar las mentes, Si soñar se permite a ratos, ¡Sueño con un amanecer dorado, Que por fin cambie su mundo! Se queda nuevamente todo en silencio, preguntándose Álvaro si los grillos habían escuchado tales voces. Pero como sus cantos y demás sonidos habían permanecido iguales, deduce que sólo él las había oído. En eso voltea Álvaro a su izquierda y ve a lo lejos una lucecita que se aproxima por el camino. En pocos minutos ve a Gustavo casi junto a él. —¿Qué estás haciendo acá Álvaro? —Creo que lo mismo que usted —responde—, su teléfono tuvo la culpa. 205


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—¿Tuviste suerte? —Para nada, pero mañana vengo temprano, creo que lo puedo encontrar, pero necesito luz de día. —Oye Álvaro —añade Gustavo—, no me quiero ir de aquí, creo que me van a tener que dar trabajo —dice bromeando—. —Como bien dijo don Alonso —le dice Álvaro confortándolo— la clave está en no salirnos del cuadro, y con la mentalidad apropiada, quedaremos dentro de él donde quiera que estemos. —Pero mira nada más —añade Gustavo— qué cielo y qué espectáculo… —Observa Álvaro —sigue diciendo sorprendido Gustavo señalando algo del cielo—, aquel grupo de estrellas, creo que sólo las había visto en libros, me parece que es “la Osa mayor”, ¿no? —Exacto. ¿Y sabe una cosa? Hasta las estrellas nos pueden contar historias. Por ejemplo esas que dice, en la antigüedad se les llamaba “el carro”, y luego los romanos le denominaron “Septentrionis”, que quería decir “siete bueyes” haciendo referencia a un supuesto carro que tiraba de la esfera celeste, y como ese imaginario vehículo está ubicado al Norte, por eso con los años se asoció el término “Septentrional” con el Norte. —Qué curioso, oye y entonces… ¿El nombre “Norte” de dónde salió? —En el lenguaje indoeuropeo, el vocablo “nur” significaba “izquierda”, y le denominaron así porque miran206


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do al este, o sea a donde sale el Sol, que era como se “orientaban” ellos, el Norte está a la izquierda. En eso, muy a su pesar para Gustavo, comienzan a retirarse hacia la casa sin dejar de observar distintas partes del cielo que también tenían su historia. En eso, al voltear Gustavo hacia la presita y ver la delicada estela plateada que se extendía sobre sus aguas, y al notar que ella parecía seguirlos conforme avanzaban, se detiene de pronto muy sorprendido… —¿Qué pasó? —pregunta Álvaro, como temiendo que le hubiera sucedido lo mismo que a él hace minutos—. —No, nada… —contesta como no queriendo decirle— bueno, te cuento… Me sorprendió que de pronto vino a mi mente la respuesta a una duda que tuve hace días. —¿Qué duda? —Has de decir que es una duda loca o sin sentido, pero mira, hace días me preguntaba a mí mismo, si acaso sería posible que pudiera haber un ente lo suficientemente poderoso como para acomodar todo el acontecer humano, e incluso, que pudiera interrelacionarlo entre sí, y qué crees… —Al observar cómo esa preciosa línea plateada sobre las olas que parece seguirnos conforme avanzamos, como que de repente vino a mi mente una especie de respuesta: —Que así como nos sigue esa estela —sigue diciendo Gustavo sorprendido—, es perfectamente posible que alguien lo suficientemente poderoso pueda vernos, seguirnos e incluso inducir eventos, tal y como nos sigue 207


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esa línea de plata… Y perdóname Álvaro, pero al venirme en un instante ese pensamiento, como que me impresionó y por eso me detuve. —Bueno —contesta Álvaro—, creo que así sucede, ¡Ah! Y ni se preocupe por tener ideas aparentemente locas —le dice sin atreverse a decirle lo que le acababa de suceder—, creo que todos en ocasiones tenemos pensamientos extraños. —Y conforme prosiguen su camino, notan que ya casi no requerían de sus linternas, ya que al haber comenzado la Luna su blanquecina labor de escrutinio sobre la superficie de la tierra, ése su tan delicado trabajo, les permitía apreciar con cierta claridad el suelo. —¿A qué hora se retiran mañana? —pregunta Álvaro—. —Después de desayunar, queremos llegar temprano a la ciudad de México, para evitar las aglomeraciones de tráfico de la tarde por el fin de semana. Al notar Álvaro cierta pesadumbre en Gustavo por el casi final de su estadía, añade: —No se preocupe Gustavo, de verdad, todos podemos y debemos situarnos dentro del cuadro de vida del mundo, siempre y cuando mantengamos la actitud correcta, yo hasta en mis viajes al extranjero sigo estando dentro, créame… —¿Y cómo lo logras? —Es fácil, no escuchando a los vientos malos que sólo buscan dividir y envenenar humanos, somos parte de un todo, yo sé lo que le digo.

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CAPÍTULO X E L REGRESO El pequeño grupo de visitantes que esa noche pernoctaba en el rancho El Encinal, no se percató bien de un hecho curioso: Cuando alguien se encuentra en pleno campo, sin siquiera proponérselo, algo en su reloj biológico interno hacía que su actividad diaria terminara más temprano, y comenzara de la misma forma. Por ello, después de su muy animada convivencia alrededor de una fogata en el centro del patio, sin necesidad de programa alguno, poco a poco se fueron retirando todos a descansar, por lo que después de un rato, ya reinaba un completo silencio que sólo era alterado por el leve y rítmico repiqueteo de los grillos y un muy tenue movimiento de hojas que juguetonamente eran movidas por el viento. A primera vista, todo indicaba que se había entrado en una profunda pausa, sin embargo, para otros elementos del entorno ese drástico descenso en las actividades nunca ocurría, ya que de forma por demás silenciosa y como sin mostrar esfuerzo alguno, continuaban con sus labores de siempre. Una de ellas era la labor del viento, quien a través de una fresca brisa, no sólo diseminaba un aroma único que parecía haber sido sacado de una muy especial arca secreta, cuyo objetivo era transformar por completo el sitio. Pero lo que el viento consideraba su labor más importante era que, con el simple roce de cuanto tocaba, hacía un cuidadoso reconocimiento de todo cuanto ahí estaba. 209


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El movimiento de los cielos era realizado de manera muy diferente, ya que entre otras cosas su ritmo de actividad era constante y en absoluto exacto. Ya fuera con bullicio o sin él, hablando o en el más profundo silencio, su movimiento se hacía con la misma precisión de siempre. Y cosa curiosa, casi a cualquier acucioso espectador humano, ese cronométrico movimiento estelar, le producía una sensación extraña: Sentía que ese maravilloso y preciso movimiento celeste, era obedecido sin molestia alguna, como no siendo tanto producto de una simple y ancestral orden, sino hasta siguiéndola con gusto, conscientes todos los objetos del cielo que ésa era la forma segura de continuar con el perfecto orden de las cosas. Lo que sí se le escapaba a muchos, era que ese exacto movimiento estelar, iba muy de la mano de otro elemento del cual no se sabía con certeza si era su aliado o socio: El tiempo. Todavía había quienes en el mundo no se percataban que, para que la maravillosa orquesta Universal funcionara, se debía seguir al pie de la letra una invisible y especial partitura. Siendo así que con la excepción única del hombre, no sólo el rancho El Encinal, sino todo lo demás que sobre la superficie de la tierra estaba, seguía obediente y hasta con gusto los dictados de esos enigmáticos señores llamados Universo y tiempo. Por ello, cuando de acuerdo con los profanos instrumentos de medición humanos como los relojes, se pensara que aún faltaba un poco más de tiempo para que 210


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el Sol saliera, Álvaro, siendo aún víctima de una especie de desfase en su reloj biológico interno producto de su reciente viaje a Europa, se incorpora de su cama, lo que sin querer despierta a Esther su esposa. —¿Y ahora? No me digas que te vas a levantar a esta hora hoy domingo, ya te me estás pareciendo a don Alonso. —Ya no tengo sueño —contesta Álvaro—. Mejor me voy a buscar el teléfono del licenciado. —Como quieras, pero llévate una linterna. —Al ir saliendo Álvaro de la casa estando todavía oscuro, no puede evitar apreciar que la puerta del cuarto de don Alonso ya se encuentra entreabierta, signo inequívoco que aun en domingo, no pudo resistir la tentación de salir a contemplar cielo y campo. Como le pasaba siempre —pensó Álvaro—, le resultó imposible no mirar en primera fila y en lugar preferente el comienzo de un nuevo día. Al ir caminando Álvaro con su linterna hacia el sitio donde estuvieron, al sentir ese incomparable brisa de la mañana, ir contemplando los cielos plagados de estrellas y observar a su derecha una Luna ya casi despidiéndose por el lado poniente, comprende mejor el sentir de don Alonso de no dejar de aprovechar en cada día ese único y casi mágico momento. En pocos minutos llega al sitio exacto donde estuvieron el día anterior, y lo primero que aprecia Álvaro es que, esa tan especial estela plateada que había sido cuidadosamente extendida sobre la superficie de la presita, ya se había esfumado de la misma forma como vino. Es 211


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lógico —pensó—, la Luna se nos fue al otro extremo del cielo. Pero, cosa curiosa —también nota—, esa modificación del cuadro, resalta aún más el brillo de las estrellas desde este punto. Ahí continuaban obedientes las sillas de lona igualmente acomodadas en forma sugestiva, pareciendo que, aun sin emitir sonido alguno, le seguían manteniendo la misma invitación a sentarse de la noche anterior, cosa que de inmediato acepta, mientras aguarda un poco más por el amanecer para comenzar su búsqueda. En cierto modo, ese breve espacio de tiempo lo considera como un original regalo venido de algún lado, ya que ello le permite que conforme pasaban los minutos, fuera escudriñando todo ese nuevo acomodo de cada uno de los tintineantes objetos celestes. En ese momento recapacita Álvaro cuánta razón tenía Benjamín, cuando le enseñó a conocer la hora con la simple observación del cielo, ya que esa obediente y precisa ubicación de cada una de las estrellas, al irse deslizando ordenadamente hacia el poniente, constituían un indicativo mucho más preciso que el más exacto de los relojes. —Los únicos que podrían descontrolar a algunos —reconocía también—, son astros como aquel de allá que creo es Marte, por el tono medio rojizo que tiene. No en balde —estimó— en la antigüedad les llamaron “planetas”, que quiere decir “vagabundos”, al notar que ellos se movían bajo otras para ellos extrañas reglas. En esa breve pausa, también viene a su mente todo el diálogo y fuertes objeciones del día anterior, sobre todo de parte de uno de sus visitantes, aunque afortunadamente, le confortaba la forma como don Alonso le hizo sus observaciones. 212


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—¿Por qué existirán en ocasiones enfoques tan diversos en nuestro mundo? —se cuestionaba de forma intensa—. ¿Tendrá eso algún desconocido propósito, o será sólo una manifestación más de la limitación humana? Mientras continuaba con tales dudas, al mismo tiempo era sobradamente confortado no sólo por esa discreta brisa que no tenía comparación con cosa alguna. Como estaba aguardando también la salida del Sol y miraba atentamente hacia el Oriente, llama su atención el hecho que, las nuevas estrellas que como con cierto gusto se iban asomando curiosas hacia la superficie de la tierra, parecían irse elevando desde el mismo suelo. —¡Qué curiosa ilusión óptica! Ella se explica —comprende sorprendido—, por el sencillo hecho que la bóveda celeste va caminando paso a pasito de Oriente a Poniente, o sea, “hacia atrás” de donde él miraba. —También quizá por eso —cae en cuenta Álvaro—, más de alguno en la antigüedad, debió haberse imaginado que los supuestos dioses, como consideraron ellos a los astros, en cierta forma se elevaban desde la Tierra. No cabe duda —meditaba—, todo tiene su explicación, aunque de momento no la sepamos. Ya ni recordaba Álvaro aquellas ideas extrañas que habían surgido en su mente la noche anterior, no obstante, para su sorpresa, quizás al haberse entremezclado el recuerdo de las pláticas del pasado día con la observación de esas nuevas y al parecer inquisitivas estrellas, va surgiendo en su interior otra sensación parecida, como si algo por ahí deseara tocar tímidamente a la puerta de su mente con nuevas cosas. 213


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Recuerda Álvaro que si bien al principio este tipo de sucesos le habían parecido preocupantes, ahora ya ni se inmuta, ya que su actitud era otra muy diferente: De alguna forma aceptaba que en ocasiones, al proceder humano se le permitía divagar un poco. Por tanto, sólo opta por dejar que esa travesura rara venida de algún lado salga a flote, de forma parecida a como se le permite al viento que acomode las hojas en el lugar que quiera, para luego limitarse a colocarlas en la forma adecuada. Siendo así que Álvaro continúa despreocupado mirando las estrellas nuevas, aunque también como sin atreverse a mover un solo dedo, para no interferir en esa casi mágica experiencia, solamente preguntándose en lo más profundo de su mente: Si esas estrellas que parecen observarnos con tanto cuidado, pudieran opinar sobre los humanos procederes, ¿qué nos dirían? Transcurren pocos minutos de silencio, sólo acompañado Álvaro por el constante sonido de las olitas, el leve movimiento de algunas hojas por la acción del viento, y el ahora incipiente canto de los pájaros, y mientras observa al cielo, de pronto aparece algo en su mente: ¿Quién les dijo a los humanos, Que para conocer caminos, O al tratarse entre hermanos, Había que seguir sus rutas? Al principio les fueron dadas, Las buenas indicaciones, Mas siguieron sus caminos, Por eso siguen perdidos…

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¿Quién les dijo a los humanos, Que al tratarse entre hermanos, Debían inventar barreras, Y fabricarse enemigos? Por sembrar semillas malas, Cosecharon sus espinos, Prefirieron a guías ciegos, Y se espantan de sus frutos, Nosotras ni hablar podemos, Así quisieron los cielos, Se nos dijo estar calladas, Y así nos mantendremos… Seguiremos en gran silencio, Llorando por sus errores, Viendo sufrir a sus gentes, Y sólo brillando en sus noches… Se queda Álvaro por completo anonadado ante semejantes palabras, dilucidando sobre su real procedencia. ¿Será que acaso habrán venido tales ideas de esa forma —se dice intrigado—, para evadir algún riguroso e invisible protocolo de silencio? O, ¿tal vez habrán encontrado una especie de vía secreta para filtrar su pensamiento hacia el mundo? Por supuesto que no —se contesta de inmediato—, ése es un completo disparate, semejantes ideas son sólo producto de mi imaginación, no puede ser de otra forma. Bueno —se dice medio sonriendo—, al fin y al cabo, creo que como pensaba, a todos se nos permiten a veces unos poquitos disparates, y aparte de todo —se consuela—, son ideas que no están tan perdidas. 215


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—Espero —se decía— nunca compartirle a nadie semejantes cosas, quién sabe que pensarían… Aparte de una creciente algarabía y canto de los pájaros, a los cuales parecía tenerles sin cuidado esa extraña experiencia de Álvaro, ahora sí comienza a apreciarse una muy leve luminosidad por donde el Sol sale. Y así como las acciones hablan más que las palabras, el canto de los pájaros parecía decirle al viento: Es cierto que hay que guardar silencio durante la oscuridad, pero, ¿cómo podríamos quedarnos callados y no celebrar con una fiesta el inicio de este día? En forma deliberada y además reconfortante, decide Álvaro disfrutar un poco más del momento, confiando que una mayor luz le permita encontrar el teléfono extraviado. Conforme pasaron los minutos, de pronto, como sacado de algún rincón secreto del cielo ante una ocasión tan especial, ve que se ha extendido un tapete dorado sobre las aguas, lo que hace que Álvaro, casi lamentando que ese momento termine, se disponga con presteza a buscar el teléfono. Al principio pensó que lo encontraría en un santiamén, pero no ocurre así. Recorre todo el camino al borde de la presita donde anduvieron y nada. —¿Se habrá caído al agua? No lo creo, se hubiera escuchado el ruido. ¿Dónde más estuvimos? ¡Ah, ya sé! Luego fuimos a ver un vallecito al sureste. Rápidamente se desplaza hacia allá pero no observa nada, y se le ocurre sacar su celular para ver si ahí llegaba algo de señal, y nota que sí se recibía aunque débil, por lo que llama de inmediato. 216


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De momento no escucha nada, pero un muy leve sonido como de vibración se percibe entre unos arbustos, ¿será eso? A ver… ¡Sí, aquí está! Por ello le llama a Esther que le informe a Gustavo que ya lo ha encontrado. —Ya estábamos con pendiente —dice Esther—. —Necesitaba que amaneciera. También le comenta Esther que están desayunando todos en el patio, incluyendo a don Alonso que ya regresó del campo. En menos de lo que pensaron ya estaba Álvaro con ellos, entregándole el teléfono al licenciado Gustavo, quien lo recibe con enorme gusto, agradeciéndole de manera muy especial su eficiente búsqueda. —Las señoras, Dieguito y Juan —comenta Gustavo— se fueron rapidísimo a ver si encontraban unas blusas bordadas, uchepos y otras cosas en Tingüindín, ya se despidieron de todos y quedaron incluso de recogernos a la entrada del rancho a las nueve. —Nunca se imaginaron las señoras y Diego —sigue diciendo Gustavo— cómo les iba a gustar estar aquí. A nosotros ni se diga, les agradecemos su hospitalidad y tiempo. —Es verdad —complementa Jorge—, han sido dos días realmente fuera de serie. —Señores —interviene Álvaro siempre previsor—, faltan veinte minutos para las nueve, si gustan vámonos caminando a la entrada y seguimos platicando… ¿les parece? 217


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Una vez que se despiden muy efusivamente de todos, como si hubieran tenido mucho tiempo de conocerlos, emprenden su última caminata hacia la entrada. —Don Alonso —dice Jorge mientras inician el recorrido—, créame que a pesar de haber tenido algunas diferencias de opinión, me han parecido ideas muy interesantes las suyas, de verdad… —Es más —sigue diciendo Jorge—, considero que sus ideas son muy valiosas, e incluso quizá debió haberse quedado allá en la ciudad de México para compartirlas con más personas, o hasta en política. —Bueno, le comento dos cosas —contesta don Alonso como pretendiendo no entrar en otra polémica—, ideas buenas y valiosas hay por todos lados y en cualquier corriente ideológica, lo único que me gustaría destacar es la actitud diferente que debemos mantener, de suma y no de resta. —Aparte —continúa—, lo importante no es tanto la aportación de ideas, ya que si bien ayudan mucho, la clave está en la sabiduría y capacidad de trabajo que tengamos para su aplicación e implementación. —Y si me permiten —sigue diciendo—, quisiera puntualizar algo, en la mayoría de los países subdesarrollados, padecemos una especie de desvinculación mental entre pueblo y gobierno, y muchos asumen que con el simple hecho de votar ya realizaron su labor cívica y no es así. Hay una frase certera que dijo una vez un político extranjero: “Un buen gobernante no es el que hace cosas grandes, sino el que permite que su pueblo las haga”, y eso se logra creando el adecuado entorno fiscal, productivo, educacional, financiero, laboral, de seguridad y otros. 218


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—¿Y saben una cosa? —complementa don Alonso— Créanme, con el simple hecho de crear ese entorno sería suficiente, los demás miembros de la sociedad haríamos el resto. —Y nunca debemos olvidar tampoco, que si bien es trascendental la gestión política y la labor de cada uno —prosigue don Alonso—, uno de los factores que contribuye a la solución de fondo aquí y donde sea, proviene del cambio que logremos incentivar en el interior de cada uno. No veo cómo se pueda lograr de otra manera. —Porque mientras ese cambio no se dé tanto en pueblo como en gobierno —les sigue comentando—, nada se podrá hacer. Porque vean, en una ocasión supe de una persona que tenía un puesto muy importante en la ciudad de México, y con la mejor de las intenciones trató de hacer las cosas como se deben, y qué creen, hasta les estorbaba a los que las querían hacer de forma incorrecta. —Por ello —les dice con cierta pesadumbre—, trataban de perjudicar su labor y hacerle quedar mal con sus superiores para quitarlo de en medio… De no creerse. —Por ello —reitera—, aparte de lo que les decía, la solución de fondo sólo puede venir de una transformación interna generalizada, y es por eso que les suplico que nos ayuden a que se abra ante la sociedad este tipo de enfoque, o sea, que se conozca por la mayoría el porqué y los beneficios que acarrearía el proceder en conjunto de forma adecuada. —Incluso —sigue diciéndoles—, aun consiguiendo hacer esto extensivo a todos, para el advenimiento del verdadero cambio de fondo, nos tardaremos años, pero 219


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lo importante es ir avanzando en la dirección correcta, y mientras más nos tardemos en sembrar, más tendremos que esperar por los frutos. —Pues vamos a ver qué se puede hacer —dice Gustavo—, se lo voy a transmitir a un funcionario que es muy receptivo, aunque también acuérdense, como ya comentamos, hay grupitos que se nos quedaron en el medievo, y van a tratar de bloquearlo. —Así es —responde don Alonso—, pero razón de más para no quitar el dedo del renglón, haciendo extensiva esta problemática a todos, porque qué creen, hasta dentro de esos mismos grupos que siempre se oponen a todo, la mayoría de ellos están desinformados y hasta sienten que están haciendo un papelazo al estar en contra de lo que sea, cuando sólo les siguen el juego a una minoría que, unos ni entienden las cosas, y otros persiguen conveniencias u objetivos políticos tergiversados. —Desgraciadamente es cierto —concede Gustavo—. —Por eso —subraya don Alonso— más que buscar “vencerlos”, debemos tratar de convencerlos de las razones de tener un sentido social de vanguardia, ya que ése es el único medio para propiciar el advenimiento de una sociedad mucho más desarrollada para beneficio de todos. —Creo que podemos demostrarles —sigue insistiendo don Alonso—, la forma como hasta ellos mismos están resultando afectados al actuar de forma equivocada. —El proceder de algunos es tan irracional —añade don Alonso, quien parecía no poder evitar la utilización de ejemplos—, ¿te acuerdas Álvaro, que hace unos días le 220


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pedimos a Amarildo que cortara una rama del árbol grande que dañaba la casa? —Así es… —Por cierto la cortó muy bien… Pero por un momento imagínate, que no sólo hubiera cortado la rama equivocada, sino que para hacerlo, se hubiera sentado en el trozo que se iba desprender… ¿Qué hubiera pasado? De momento se iban a reír, pero ante la crudeza y graves consecuencias de ese hipotético caso, sólo se sorprenden ante lo apropiado del ejemplo. —Pues algo parecido —les sigue diciendo— es lo que se provocan a sí mismos quienes se oponen a mejorar el funcionamiento social, y lo peor, ni siquiera se dan cuenta de los alcances reales de su forma de proceder. —Le aseguro don Alonso —menciona Gustavo cada vez más convencido—, que haremos todo lo que esté de nuestra parte. —Y no crean señores —sigue diciéndoles como queriendo aprovechar hasta el último momento—, que esta situación de miopía extrema en el terreno social es limitativa de ciertos sectores en nuestro país, ¿les cuento algo? —No ha habido —prosigue convencido— ningún rincón del planeta que no hayamos manchado con la sangre de nuestros demás hermanos del mundo, y eso en parte ha sido consecuencia lógica de que no nos sintamos como lo que somos: Parte de un todo. —Para colmo —continúa—, la mayoría, sobre todo en las regiones en proceso de desarrollo, ni siquiera entiende que la más insignificante acción humana, no 221


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sólo se va a proyectar hacia los demás, sino en su momento se le revertirá de una forma u otra a cada uno. —El gran pecado social ha sido —asegura—, que no nos hayamos sentido, como una vez dijo Sócrates, como un ciudadano más del mundo y parte de un equipo que está conformado por todo el género humano. Se quedan Jorge y Gustavo mirándose entre ellos ante las muy particulares ideas de don Alonso, dilucidando si ellas pudieran encajar en el pensamiento de la mayoría. —Si les parecen extrañas mis ideas señores —les dice como adivinando—, les tengo una mala noticia: Lo raro no es lo que les acabo de decir sino lo contrario, o sea, que no lo entendamos así. —Y las consecuencias de tal pensamiento atrasado y propio de la época de las cavernas, tuvo como consecuencia lógica eso que les decía: No ha habido región del planeta que no la hayamos manchado con sangre, pero qué creen, “Historia no es destino”, y si bien debemos aprender del pasado, su propósito precisamente es modificar el futuro. —¿Les puedo poner un ejemplo más tomado de la historia? —Dice don Alonso ya con cierto temor de aburrirlos—. —Por favor adelante, —menciona ahora Jorge sabiendo de la oportunidad de lo que acostumbraba citar—. —A principios del siglo XIX, —prosigue— los barcos “San Hermenegildo” y “Real Carlos”, permanecieron cañoneándose durante toda la madrugada hasta que ambos explotaron y se hundieron con más de 1,500 tripulantes… ¿Y saben que fue lo peor? 222


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—¿Qué? —Dice Jorge con curiosidad—. —Una vez que el daño estaba hecho, descubrieron al amanecer que los dos eran españoles… —¿Pero cómo fue posible semejante cosa? —Menciona Álvaro—. —Como estaba todo muy oscuro, —contesta— y por la intervención accidental de un tercer navío que los atacó, no se percataron esos potentes barcos que acabaron hundidos, que los dos eran parte emblemática de la misma Armada… Parece algo tan chusco y de no creerse, ¿no? —Pues qué creen —les sigue diciendo—, en la todavía noche de los tiempos, aunque arrogantemente nos sintamos tan sabios, ni siquiera nos hemos dado cuenta a cabalidad que los humanos somos también parte de un todo, y nuestras acciones se nos regresarán infaliblemente a cada uno. Se quedan ambos visitantes mirándose entre sí pensativos, reconociendo que lo que les decía era cierto, al tiempo que Gustavo añade: —¿Pero qué podríamos hacer? —Sembrar las ideas correctas, y los frutos vendrán por sí solos en las siguientes décadas. Se quedan los tres meditando sobre las tan singulares ideas que escuchaban, mientras prosiguen su lenta caminata. Gustavo por su parte, sintiendo el inminente fin del viaje, le gustaría que a manera de excepción única, el tiempo 223


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aminorara un poco su avance, pero algo dentro de él le dice que eso no es posible, porque esas invisibles reglas deben ser respetadas por todos. —La buena noticia amigos —comenta sonriendo don Alonso—, es que ya van a descansar de mis ejemplos, pero la mala, es que aún les citaré una frase más, la cual pondera la importancia de tener un enfoque social correcto: —Miren, quien una vez fue canciller de Alemania, Otto von Bismarck dijo: “España es el país más fuerte del mundo, lleva siglos tratando de destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”. —¿Saben una cosa? —prosigue—. Lo peor del asunto, es que esta certera frase no se circunscribe a España, sino se hace extensiva a todo el género humano, ya que hemos permitido que vientos malos siembren divisiones por toda cosa imaginable, lo cual es un fiel indicativo que todavía estamos en cierto modo en la barbarie. —El hombre del futuro hará otra clasificación diferente de la historia, y ella no será tan superficial o benevolente como la que hoy hacemos, y considerará como uno de los parteaguas clave del desarrollo humano, el momento que se generalizó el sentido social integral que ahora les digo. —De hecho, este tipo de enfoques —prosigue— han existido en algunos pocos desde milenios, pero “una golondrina no hace verano”. Nos ha hecho falta sembrar bien la semilla adecuada y sólo así, con las décadas, se impondrá la razón sobre la superficialidad, y sus efectos los verán nuestros descendientes. Se quedan todos en silencio meditando sobre tales ideas, en eso ven que ya casi llegan a la entrada, y al parecer todavía no llega la camioneta con el resto del grupo. 224


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—Pues ya se acabó el viaje —dice ahora Jorge, cada vez con diferente perspectiva—, muy interesantes ideas, ojalá que podamos hacer algo. Y les reconozco, este lugar es extraordinario. —Algo importante mencionar —interviene ahora Álvaro, como queriendo aprovechar ese breve tiempo mientras llegan los demás—, como hemos platicado con don Alonso, existe el potencial para que este tipo de unidades productivas y compatibles con el medio ambiente, se multipliquen por muchos miles, generando infinidad de empleos y una variedad increíble de productos agrícolas y forestales, pero, sin un cambio interno, no llegaremos lejos. En eso ven llegar la camioneta con el resto del grupo. Al pretender bajar todos para volver a despedirse, don Alonso les pide que ya no desciendan, aunque de todos modos lo hacen. Una vez que les cuentan las damas que ya encontraron lo que buscaban y conversan muy animados todos, si bien lamentando el fin del viaje, para evitar que les gane el tiempo, se despiden y acomodan de nuevo en esa gran camioneta. Una parte de don Alonso y Álvaro también lamenta el retiro del grupo, y de inmediato aprecian un gran contraste una vez que se han ido, porque la algarabía y conversación ha sido sustituida de golpe por cierto silencio y reflexión. Sin embargo, una vez que han cerrado la puerta y emprenden el breve camino de regreso, sienten ambos en su interior que algo muy importante del ambiente no se ha ido, sino ha preferido quedarse ahí con ellos. 225


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CAPÍTULO XI E XTRAÑOS

CONTRAPESOS

Una vez que se han ido caminando ambos de regreso hacia la casa, al apreciar Álvaro a don Alonso profundamente pensativo por todo lo que platicaron, como sabía que cuando él no podía hacer que las cosas se fueran en la dirección que consideraba adecuada, acostumbraba preocuparse demasiado, confía que en esta ocasión no le suceda eso. Tratando de dilucidar un poco sobre lo que había dentro de su inquieta mente, le hace una pregunta: ¿Qué piensa de todo lo que platicamos con estos señores? —Bueno —contesta como regresando a este profano mundo—, la verdad, no quería dejar de hacer el intento, tú viste Álvaro, traté de convencerlos que de alguna forma se hiciera extensivo este otro enfoque al mayor número de personas. —Pero mira —prosigue—, aquí entre nos, sin dejar de reconocer que son personas capaces y más o menos bien intencionadas, dudo mucho que se haga algo en ese sentido, presiento que a quienes ellos a su vez se lo plantearán, van a considerar que el tema no es políticamente redituable, o al menos no de forma inmediata. —Desafortunadamente —continúa—, el objetivo que es buscado por muchos en ese medio, es más bien todo aquello que pueda ser capitalizable bajo un enfoque electoral. —Y usted qué piensa don Alonso, aún mirado bajo esa óptica… ¿En realidad no es redituable? 227


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—Por supuesto que retribuye en todos sentidos —contesta don Alonso—, incluso hasta políticamente, aunque no de inmediato, creo que los votantes no son tan ingenuos como algunos piensan. —En lo personal —sigue diciéndole don Alonso—, como te imaginarás, no comparto para nada esa perspectiva de corto plazo, incluso voy más allá, ni siquiera se deben tomar decisiones con base en un eventual beneficio político inmediato, sino simplemente hacerlo porque es lo que conviene al país. Por si fuera poco, aun viéndolo bajo una óptica electorera, en pocos años se verían los resultados. —Acuérdate Álvaro de aquella frase que ya te he citado: “El político piensa en la siguiente elección, el estadista en la próxima generación”, pero lo malo del asunto es que en ese medio, la mayoría mira las cosas como los del primer grupo. —Aparte de todo —asegura—, si lo que les dije es expuesto de forma clara, puede ser perfectamente entendido por la mayoría. Pero muchos se inclinarán más bien por el ya trillado camino de ofrecer lo que parezca más fácil, estimando que la ciudadanía escogerá todo aquello que le dé la impresión de no requerir esfuerzo alguno, aunque sepan con certeza que eso no conducirá a nada, aparte de ayudarles a lograr un efímero triunfo en las urnas. Mientras caminan, Álvaro continúa reflexionando y temiendo que aquella frase: “A mayor conocimiento mayor es el afán” se convirtiera en una realidad en el ánimo de don Alonso, ya que se daba en él una curiosa combinación: Por un lado, creía saber ciertas medidas que podían ayudar, y por otro, sentía que ellas no se hacían, sin poder hacer nada al respecto. 228


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Por ello teme Álvaro que sobrevenga en él esa especie de frustración, como de hecho ya le había sucedido en otras ocasiones. Recuerda también que esa fue una de las razones que le impulsó a mejor realizar el proyecto de El Encinal donde ahora estaban, y no puede evitar preguntarle: —¿Y no lo desespera un poco intuir que se podrían hacer las cosas de otra manera? —Te voy a contar algo —le responde—, desde siempre me ha frustrado eso mucho más de lo que te imaginas, incluso llegué a un punto en el que ya ni quería saber nada de lo que pasaba allá afuera. Y no porque tratara de desentenderme, sino porque nada más me preocupaba y no ganaba nada. —Pero sorpréndete —prosigue—, desde hace unos meses, después de haber estado meditando mucho más al respecto, fui poco a poco modificando mi actitud, aunque dicho cambio se acentuó bastante en las últimas semanas. —Ya ni te había comentado eso —sigue diciendo don Alonso— porque andabas fuera, pero ya ves que me gusta darle muchas vueltas a las cosas, y no me lo creerás, hubo sobre todo una anécdota que de plano terminó por modificar mi actitud. No cabe duda —reconoce—, nunca se acaba de aprender. —¡Ah, pues qué bueno! Pero cuénteme, ¿qué anécdota es ésa? —El recuerdo de algo que ocurrió en Zamora hace muchas décadas. He abusado mucho de los ejemplos y anécdotas en los últimos días, pero si todavía tienes un poco más de paciencia, te la puedo contar… 229


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—¡Ah, por supuesto! —A principios de los años sesentas, en Zamora había dos hermanos que entonces tenían como trece y catorce años, y a ellos, como su padre quería educarlos en el esfuerzo personal, a la vez que enseñarlos a valorar lo que hacían quienes colaboraban realizando trabajo físico en un rancho que tenía, les pidió que trabajaran por la mañana en ese sitio, pagándoles lo mismo que a todos, y que por la tarde se fueran a la escuela. —¿Y luego? —Cierto día, les tocó sembrar una tierra con garbanzo, pero bajo el procedimiento antiguo, o sea con la mano, porque los tractores ahí patinaban, la tierra era muy resbalosa. —Por ello —continúa—, debían ir caminando todo el día detrás de un surco recién abierto por una yunta, depositando la semilla que iban cargando en un morral, mismo que tenían que ir rellenando en los extremos de la parcela. —Oiga, ¿pero qué no se supone que los niños no deben trabajar? —Eran los únicos “menores” del rancho —contesta—, y en ese caso específico, resultó muy útil y formativo, ya que fue con medida y sin descuidar su educación. Pero mira, lo que quiero destacar es lo que pasó en la actitud de ambos hermanos. —Su padre y dueño del rancho, ya había dado instrucciones temprano a todos respecto a las actividades de cada uno, pero cosa curiosa, como esa parte acababa de ser abierta al cultivo, y la verdad, era en extremo arcillosa debido a que hace varios siglos, una parte de ese valle fue zona lacustre. 230


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—Eso hizo —sigue diciéndole— que otros compañeros trabajadores, mucho antes de empezar la jornada a las ocho, ya se hubieran encargado en privado de desanimarlos bastante con frases como éstas: —”Será un gran error sembrar ahí, en esa parte no saldrá ni la hierba, es demasiado salitrosa”. “Sólo van a perder el tiempo y hasta se echará a perder la semilla”, y cosas por el estilo. —Conforme comenzaron la jornada —continúa—, tú sabes Álvaro, el trabajo en el campo es pesado, y a medida que el sol se iba haciendo más fuerte, su labor se iba volviendo más extenuante. —Uno de los hermanos comenzó a decir: “No sé que diablos estamos haciendo aquí, de todos modos ni servirá de nada”. —Era tal su desánimo, que comenzó a influir en su hermano, pero el segundo, afortunadamente, se hizo una reflexión diferente: —”No tenemos por qué estarnos cuestionando, el dueño del rancho y nuestro padre, nos dijo que sembráramos, y si se pierde o no, no es cosa nuestra, sólo debemos limitarnos a hacer lo que se nos dijo…” —Has de decir Álvaro —aclara don Alonso— que para qué te cuento esta anécdota… —¡No, no, prosiga! —Mira mi buen Álvaro: En este hecho aparentemente sin mayor relevancia, está la clave misma de muchos cuestionamientos que nos hacemos a lo largo de nuestra vida, y que nos limitan lo que no te imaginas, mira: 231


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—Uno de los hermanos citados, el que se cuestionaba bastante, se pasó todo el día frustrado y quejándose, y creo que por ello, hasta se le hizo mucho más pesado todo. El otro se limitó a realizar lo que se le había mandado, y ni siquiera se cuestionó sobre los eventuales resultados, hizo lo que se le pidió y punto. —Te decía Álvaro, uno de los errores en que incurrimos los seres humanos, es que cuestionamos cosas que muchas veces ni entendemos. —Y a propósito —menciona Álvaro ya con curiosidad—, ¿funcionó en esa ocasión lo de la sembrada de garbanzo? —Que crees que sí —contesta—, después de concluida la siembra, como iban a diario en bicicleta al rancho para realizar otras labores, pasaban con curiosidad a ver los resultados, y aunque al principio nada vieron, después de varios días esa parcela comenzó a llenarse de unas como hierbitas pequeñas, lo que con las semanas convirtió toda esa área en un precioso garbanzal que ni te imaginas. —Te decía Álvaro, que esta anécdota resume una enorme enseñanza sobre el actuar humano por una razón muy sencilla: Se nos ha pedido “sembrar”, o sea, proceder de una determinada forma ante los demás, pero aquí interviene nuestra inoportuna labor de jueces, decidiendo sobre la supuesta procedencia o falta de ella de actuar como se nos dijo, y así no son las cosas. —Estoy convencido —añade— habrá cada día en el mundo millones de casos donde simplemente se opta por “no sembrar”, o sea no actuar ante familiares y amigos como debemos, y eso perjudica el proceso, porque también se nos ha pedido no elaborar juicios sobre nuestros demás hermanos del mundo. 232


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—Incluso en el caso mío —dice sonriendo—, ahora lo veo claro, y reconozco que estaba cometiendo ese mismo error grave, hasta el punto que hace poco no quería ni saber nada de los disparates que hacemos. —Incluso acuérdate —menciona—, cuando vino el ingeniero Miguel argumentando infinidad de cosas, hasta me molesté un poco, afortunadamente, conforme pasaron las semanas, sobre todo como te digo, al recordar esa anécdota, caí en cuenta que nuestro papel no es el de juez, ya que sólo se nos pidió “sembrar”, y si fructifica o se pierde la semilla o el tiempo, no es cuestión nuestra. —El tiempo que tenemos, recursos o lo que sea, no son nuestros. Nos fueron prestados con un propósito específico: Para que los usemos en lo que se indicó. —Y aparte —añade don Alonso muy convencido—, una de las principales fuentes de desasosiego entre los seres humanos, es por esta causa, y la verdad, no nos toca estar cuestionando tanto lo que hacemos, porque para colmo, la mayoría de las veces ni idea tenemos del resultado que se podría derivar. —Ya ni te lo había dicho —sigue comentando don Alonso—, pero fue precisamente por eso que hasta te pedí que los volvieras a invitar, para compartirles eso que platicamos, y ya si lo hacen o no, será cosa de ellos. —No vayas a creer tampoco —aclara—, que simplemente les aviento la responsabilidad a ellos, tú me conoces, si eso estuviera en mis manos o formara parte de la administración pública, ya lo habría hecho desde cuando, pero no es el caso. —Por eso —prosigue— tenemos que limitarnos a lo que podemos, pero mira qué curioso, de habernos quedado 233


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callados, es como si hubiéramos incurrido en un error como éste: Dejar guardada la semilla en la bodega, sólo echándose a perder; aunque eso sí, fallando en nuestro cometido como trabajadores que en algún sentido somos. ¿No te parece? —Tiene razón —dice reconfortado Álvaro, sabiendo que no sólo era cierto lo que decía, sino se da cuenta que procediendo así, en cierto modo hasta evita frustraciones como la que le sobrevino la vez pasada—. —La verdad don Alonso —expresa Álvaro—, no sabe la satisfacción que ello me produce. El que principalmente salió ganando con ese otro enfoque, fue usted. —Y aparte —complementa Álvaro—, existe la posibilidad de que de veras algo se haga. —Así es —contesta don Alonso—, pero cambiando de tema, te comento otra cosa: Jorge mencionó algo de la cuestión política, como insinuando que a través de ella es como principalmente se puede transformar al país… ¿te acuerdas? —Me acuerdo… —Como le hice ver a Jorge —dice don Alonso—, si bien es trascendental la gestión política, la solución de fondo no proviene sólo de ahí, sino de un cambio interno generalizado. Pero hay otras cosas que ni le dije; ya te he comentado muchas anécdotas, ¿puedo mencionarte una más tomada de la historia? —Todas las que quiera… —Viendo la Biblia bajo el contexto histórico, observa: En una ocasión, después que Jesús había multiplicado 234


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los panes, y todos estaban sorprendidos y fascinados con lo que había hecho, trataron de presionarlo para convertirlo en rey, pero él rechazó de inmediato eso y se les fue de las manos, dando a entender que la solución no era por ahí. —¿Ah, sí? —responde Álvaro—. De momento se me escapa dónde está citado eso… —Creo que está en la primera cuarta parte del capítulo seis del Evangelio de Juan, búscalo y verás, pero te pregunto: Si él hubiera considerado que la solución estaba por ese lado, ¿crees que hubiera podido sustituir a Herodes, Pilato o al mismísimo César en Roma? —Nunca lo había pensado así —contesta Álvaro—, pero ya que lo dice, creo que sin problema lo pudo haber hecho. Oiga, a propósito, ¿cuál de los césares estaba en ese momento? —Tiberio César —contesta—, creo que murió como siete años después de lo que te platico, aunque no te lo puedo precisar con absoluta certeza por una serie de razones que no vienen al caso. —Y volviendo a lo que te comentaba —puntualiza don Alonso—, te aclaro, esta apreciación de tu servidor es muy personal. Pero dime una cosa, aparte de otros elementos… ¿Por qué crees que no quiso convertirse en rey? Por una razón muy sencilla: La clave del cambio no proviene de una nueva situación política, sino del interior de las personas. En eso llegan a la casa y los sale a recibir Esther para decirles: —Don Alonso, tuvo dos llamadas, una de ellas de sus hijos que se conectarán como otras veces por Internet a las nueve de la noche. 235


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—Perfecto. —Y le llamó el licenciado Luis Fernando de Zamora que se van a reunir a comer con un grupo de amigos en el lago de Camécuaro, y que se encontró una foto donde está usted en el kínder con varios de ellos, pero que si no va a la reunión, no se la entrega. —¡Ah caramba! —dice sonriendo—. Pues tendremos que ir, ahorita le llamo para confirmar. —Nosotros iremos también a Zamora —dice Álvaro—, vendrán con nosotros Amarildo y su esposa Ana Bertha, pero cabemos bien en el coche, y si gusta, nos venimos como a las seis de la tarde. ¿Cómo ve? —De acuerdo… ¿A qué hora nos iríamos? —Pensábamos como a las doce y media, o sea en dos horas. ¿Está bien? —Me parece bien. —Voy mientras —les dice Álvaro— a recoger las sillas de lona por si llueve. Una vez que toma Álvaro una carretilla para traerse las sillas, se dirige a buen paso a la presita. Al llegar ahí y antes de doblarlas, como disponía de algo de tiempo, no puede resistir la curiosidad de acudir rápido a ver si estaban funcionando bien los goteros de agua de los árboles recién sembrados, porque sabe que era un momento crucial para ellos. Una vez que ha verificado su buen funcionamiento, al irse regresando nuevamente a recoger las sillas, tam236


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poco puede evitar hacerse varias reflexiones al llegar de nuevo al lugar donde estuvieron: —¡Cuan diferentes se ven las cosas con luz a sin ella! —recapacita—. ¡Qué claridad para ver camino y todo! Quizá —se sigue diciendo mientras comienza a doblar las sillas—, algún día en nuestro mundo podamos ver así las cosas, ya que el actuar humano se haría sencillo y fácil. Cuando sólo faltaba una silla por doblar, como disponía de algo de tiempo en ese domingo, decide sentarse un poco a admirar el paisaje ahora de día, mientras medita sobre las conversaciones que ahí mismo tuvieron. —Esto último que me platicó hoy don Alonso —se dice—, explica a la perfección algo que no entendía: El porqué de haberlos invitado de nuevo, a pesar de haberlo notado frustrado y hasta molesto con lo que le platicaron en su pasada visita. —Y sobre otras cuestiones que se comentaron también con ellos, —piensa mientras ve a varios pájaros revolotear sobre la superficie de la presita—, hay cosas que cada vez me quedan más claras, ya que hace tiempo, no comprendía la razón por la cual existen tantos puntos de vista a veces contradictorios en el mundo. Sobre ese mismo tema, viene también a su mente algo que una vez le comentó don Alonso: Que era necesario que se diera la interacción de diversas fuerzas y contrapesos en todo lo que nos rodea, sin los cuales, nada funcionaría como debería. —Me acuerdo muy bien —se dice— que hasta me puso el ejemplo de los astros, los cuales pueden moverse por los cielos precisamente gracias a eso, o sea a la 237


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interacción o equilibrio entre las diversas fuerzas aparentemente contrarias que actúan sobre ellos. —Y seguramente por eso —pensaba— esos contrapesos necesariamente deben formar parte en la vida humana y presentarse hasta en el campo ideológico. Y así como para confirmar ése su también nuevo enfoque, viene de pronto a su pensamiento algo que en otra ocasión platicaron con don Alonso, respecto a cierta reflexión que hizo aquél gran filósofo nacido en el siglo VI antes de Cristo llamado Heráclito, quien ya desde entonces se había dado cuenta de la trascendencia de la verdadera dialéctica sobre el actuar humano y el mundo que nos rodea. Sigue recordando Álvaro cómo Heráclito reprocha a un poeta cuando dijo: “¡Ojalá se extinguiera la discordia entre los dioses y los hombres!”, a lo que este destacado filósofo contesta: “Pues no habría armonía, si no se diese el contraste entre agudo y grave”. —Siendo así —concluye Álvaro—, ese supuesto conflicto por la interacción de fuerzas en apariencia contradictorias en casi todas las áreas, no es sino una especie de cuña deliberadamente colocada así, con el objeto específico de incentivar el cambio, permitir el movimiento e incluso ir depurando el pensamiento humano. —Sin embargo —sigue reflexionando Álvaro mientras disfruta en su solitaria silla de un escenario como de postal de cuento—, muy bien le señaló don Alonso a Jorge las razones por las cuales se llega a interpretaciones falsas: Una de ellas, cuando en el terreno ideológico, se hace tramposamente de lado la regla de oro de la verdadera dialéctica, y no se le da cabida a todo el abanico de puntos de vista que hubiere, actitud monoléctica que 238


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ha sido la principal fuente de desatinos a lo largo de la historia. Al percibir Álvaro que esa inquieta y refrescante brisa andaba por ahí de nuevo, y recordando también aquellas raras e inexplicables ideas que de algún lado habían venido a su mente en momentos parecidos, cosa curiosa, ahora hasta le gustaría que hicieran acto de presencia. —Estoy seguro —se decía—, que esas extrañas voces algo tendrían para decirles a aquellos que no han acabado de comprender que, ese singular intercambio de fuerzas e ideas, no es como algunos aún consideran: Una molesta fuente de conflicto, o incluso, una especie de “renglones torcidos” o prueba de imperfección dentro de la naturaleza… —Sino más bien —continúa pensando—, constituye otra maravillosa manifestación de un mundo en perpetuo cambio, gracias en parte a la acción necesariamente libre de todos los elementos aparentemente contrarios que intervienen en semejante proceso. Por ello, esa experiencia rara que tuvo con el surgimiento de tales ideas, si bien antes la temió y la guarda como el más profundo secreto, ahora la desea, pero cosa curiosa, nada parece venir a su mente. Mientras continúa paciente y atento en tal espera, sigue disfrutando de ese por demás prudente sonido de las olitas y el casi imperceptible roce del viento. —Quizá —concluye— esas traviesas voces vinieron de forma única, o tal vez como pensé, fueron sólo producto de mi imaginación y nunca regresarán, pero ni hablar… 239


JUAN MANUEL OCHOA TORRES

—Sin embargo me hubiera gustado que vinieran —le decía otra parte de su ser—, aunque fuera nada más por la curiosidad de saber qué les hubieran dicho a aquellos que ven las cosas bajo otra perspectiva… Al cabo de un momento, cuando ya casi se iba a retirar, con gran sorpresa siente que algo surge de pronto: ¿Quién te dijo hombre vano, Que tú y tu proceder profano, Podrías interpretar las cosas, Si al andar sólo tropiezas? Si mandó a los vientos buenos, Y tolera vientos malos, Es para probar humanos, Y evaluar muy bien a todos… ¿Por qué juzgas tú a los vientos, Sin ver que si andamos sueltos, Es para acomodar las cosas, De forma que tú no entiendes? ¿Por qué juzgas a los vientos, Si perdiste tus veredas, Y caminando como a tientas, Al pisar la hierba secas? ¡Mejor oye a los vientos buenos! Que ni dividen humanos, Pueden cambiar los caminos, Y abrirles pueden sus ojos… Pero una cosa más te advierto: Esa voz habla tan quedo, Que sólo puede ser oída, Por quien pueda escuchar al viento. 240


EL VIENTO SUSURRANTE

Nuevamente se queda Álvaro como petrificado en su silla sin saber qué pensar sobre eso. Voltea hacia diferentes lados pero todo se ve exactamente igual. De momento casi quisiera salir corriendo a contarle a alguien semejante suceso, pero de inmediato desecha la idea. —Por otro lado —se dice—, cada vez me convenzo más, que eso es sólo producto de mi imaginación, de ninguna manera puede ser de otro modo. —Mejor me voy a la casa —se dice al tiempo que se incorpora y dobla la silla faltante—, para estar listo e irnos. Al irse caminando muy pensativo con la carretilla y sillas, se hace una firme promesa: Nunca compartirle a nadie semejante experiencia, proceda eso de donde sea. Al llegar al sitio donde habían acordado, y una vez que ha acomodado las sillas en el lugar apropiado, nota que ya sólo faltan diez minutos para salir, por lo que se dirige al sitio donde se reunirían, en eso observa a un costado de la casa a don Alonso y Amarildo dialogando con Chema en un espacio adjunto donde se encuentra el vivero de plantas y arbolitos, por lo que se dirige hacia ellos. —Chema —le comenta don Alonso—, en los siguientes días, te pido que vayas formando más bolsas con pinos, nogales y encinos chiquitos, tal y como nos enseñó el ingeniero Andrés, porque ya casi se nos acaban, para que cuando sembremos más en otro lado, los tengamos listos. ¿Puedes ayudarnos con eso? —Claro. 241


JUAN MANUEL OCHOA TORRES

—Oiga don Alonso —interviene Amarildo—, ¿qué no sería mejor sembrarlos directo en el lugar donde vayan a quedar? Así evitamos dos pasos y simplificamos las cosas. —Aparentemente así sería —le responde de forma muy condescendiente don Alonso, comprendiendo que él todavía no tenía mucha experiencia en cuestiones del campo—, pero mira, uno de los propósitos de un vivero es la selección de los mejores elementos… —Por decir —prosigue— en el caso de los pinos, de todas las piñitas que coloquemos primero en las bolsas, escogeremos sólo a los mejores y los demás tendremos que desecharlos. —¿Y por qué? —pregunta Amarildo con sincera curiosidad—. —Las plantas de todo tipo que ves aquí, pasarán por condiciones similares de frío, calor, lluvia y otras cosas, pero no todas van a reaccionar igual, y ese condicionante externo adverso, nos permitirá escoger lo mejor, y ése es uno de los objetivos que se busca con un vivero, si no —le sigue diciendo con su tradicional paciencia—, cometeríamos un gran error al ocupar el espacio disponible donde se planten de forma definitiva, utilizando árboles que más tarde nos van a fallar. —Por eso —continúa explicándole—, es preferible hacer la siembra en dos pasos como dices, y aunque parezca que nos tardamos más, así es como lo haremos bien. —Fíjate que curioso Amarildo —sigue diciendo don Alonso mientras Álvaro y Chema también escuchan muy atentos—, a veces se nos olvida que nuestro mundo es un vivero… 242


EL VIENTO SUSURRANTE

Se quedan Álvaro, Amarildo y Chema sin saber exactamente lo que les quiso decir, pero sabiendo que don Alonso siempre sacaba de algún lado expresiones raras y estando ya por irse, optan por mejor guardar silencio. En eso ven llegar a las señoras al sitio que acordaron, sacan el auto y se retiran comentando sobre diferentes cosas. Una vez que se han ido, parecieran de momento olvidar que los demás elementos del entorno continuarán cada uno en lo suyo, como era el caso del viento, el cual prosigue su silenciosa labor de escrutinio sobre todo lo que escucha y toca. Nunca se imaginaron que la más insignificante voz expresada por toda persona, no se pierde en la inmensidad del espacio, sino que pareciera estar siendo recogida por el viento, y ser poco a poco guardada en algún escondido sitio fuera del alcance de los humanos. Y además, algo que Álvaro jamás imaginó, es que a las voces aquellas que creyó oír, ni siquiera les importa si alguien las escucha o no, ellas fluían de cualquier modo, a veces como un mero reflejo automático hasta de pensamientos o palabras dichas a la ligera. Prueba de ello que, aun habiendo quedado pocas personas en el rancho, y sin que nadie prestara la más mínima atención a ellas, cruzan de nuevo el aire con sonido inaudible, sin concederle la más mínima importancia al hecho que nadie podrá escucharlas: Los granos de trigo al verlos, Pensamos que son los mismos, Todos se ven amarillos, Y juntos parecen iguales… 243


JUAN MANUEL OCHOA TORRES

Como esos granos son claves, En todas las siembras futuras, Hay que evitar los errores, De usar las semillas vanas… Por eso se quiso escogerlos, Mirando en sus interiores, Así se decidió sembrarlos, Y observar muy bien sus frutos… El granizo que a unos quiebra, A otros golpea mas crece, Las plagas que a unos vence, A los demás fortalece… Todas las siembras del mundo, No derivan de sinrazones, Sólo se analizan granos, Con base en sus resultados… Quienes piensen que esos cultivos, Son fruto de intentos vanos, Al hacer así sus juicios, Podrían no ser semillas buenas… Mas no adelantemos juicios, Que sigan creciendo campos, El momento de las verdades, ¡Sólo vendrá en las cosechas! Si se secan varios campos, Si se trozan más espigas, Sólo aparten en graneros, A todas las semillas buenas…

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EL VIENTO SUSURRANTE

Y es que el cultivo presente, No pretende los grandes frutos, Sólo busca buenas semillas, Para las siembras siguientes. Como absolutamente nadie escuchó semejantes voces, una vez que se fueron de la misma forma como vinieron, sólo permanece en el ambiente aquel tenue movimiento de hojas y el canto de algunos pájaros, de los cuales nunca sabremos con certeza si simplemente no las escucharon, o quizá, no les hicieron el menor caso porque eso ya lo sabían desde siempre. Otra cosa que también ignoraremos, es si lo acontecido en el rancho El Encinal en los pasados días, fue a manera de respuesta por alguna personal duda que tuvieron quienes intervinieron en tales hechos, o quizá, por un cuestionamiento específico de una de las personas que leyeron estas páginas. Más la respuesta quedará en el aire, ya que pareciera que algo por ahí prefiere que no se dé contestación categórica o contundente a tales dudas, sino que, como parte de ese mismo maravilloso proceso de selección, las encontremos por nosotros mismos con base en ciertos elementos que con esa misma intención han sido puestos al alcance de todos, o se han ubicado al lado de cada uno.

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ACLARACIÓN

DEL AUTOR

Si usted acude al sitio donde se desarrollaron los hechos descritos en estas páginas, podrá encontrar las ciudades y entorno aquí mencionados, mas no a los protagonistas, ya que ellos se encuentran en el interior de cada uno, y ya de acuerdo con nuestra propia actuación, corresponderá el identificarnos con alguno. Paralelamente, si llegase a haber semejanza con personas, hechos o incluso errores sociales aquí citados, es coincidental, ya que seguramente ninguno de nuestros demás conciudadanos del mundo, podría incurrir en algún tipo de desatino como los mencionados, ya que tal persona se hubiera dado cuenta de inmediato que actuando de forma inapropiada, no sólo hubiera perjudicado a los demás, sino que ello se le hubiera revertido a sí mismo.

AGRADECIMIENTO Este libro no hubiera podido llegar hasta sus manos sin la valiosa colaboración y apoyo de mi esposa Lucía Ricoux, mi hija Ana Sofía Ochoa Ricoux, las analistas económicas Griselda Samaniego Barrón y Marisela Gómez Silva, los escritores e investigadores Jacobo Königsberg y José Luis Montecillos Chipres, y el tipógrafo Luis Tovar Carrillo.


Este libro se termin贸 de imprimir en el mes de Octubre de 2015 en los talleres de CACTUS DISPLAYS, S. A. de C. V.


La SOCIEDAD MEXICANA DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA, A.C., fue fundada en el año de 1833, por Don Valentín Gómez Farías. Ha contado entre sus miembros a muchos de los más distinguidos intelectuales, científicos y políticos de México, entre ellos Andrés Quintana Roo, Mariano Otero, Melchor Ocampo, José María la Fragua, Manuel Orozco y Berra, Miguel Lerdo de Tejada, Leopoldo Río de la Loza, Ignacio Ramírez (El Nigromante), Gabino Barreda, Santos Degollado, Justo Sierra, Joaquín García Icazbalceta, Luis Bolland Kumackl, Vicente Riva Palacio, Félix Palavicini, Miguel Schultz, Guillermo Prieto, Antonio Caso, Emilio Portes Gil, Jesús Silva Herzog, Jesús Reyes Heroles, Daniel Cosío Villegas, Jaime Torres Bodet, Julio Zamora Bátiz, Ignacio Chávez, Miguel Alemán Valdés, José Clemente Orozco, Alfonso Reyes, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y una gran cantidad de distinguidos personajes, en virtud de lo cual, a esta Benemérita Institución se le considera como precursora de la Independencia cultural de la nación. Su fundador, el médico Don Valentín Gómez Farías, siendo Presidente interino de la República Mexicana, dedicaba parte de su tiempo libre en atender a las víctimas de una epidemia de cólera que azotaba la ciudad de México.


Ante cierta descomposición social que seguramente habrá apreciado en diversas partes del mundo, misma que se ha visto acompañada de multitud de carencias en el aspecto ecológico, económico y humano, lo más probable es que se haya preguntado sobre las razones de fondo que inciden en tal proceso. Si desea interiorizarse más en ello, y aparte, hacerlo de una forma amena, clara y comprensible, conociendo mejor la sabiduría natural y gran sentido común de personas que a menudo están cerca de cada uno, será imprescindible la lectura de esta novela. Nos atrevemos a asegurarle que una vez que la haya leído, su percepción sobre distintos temas se habrá modificado en una forma que jamás hubiera pensado.

SOCIEDAD MEXICANA DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA, A. C.


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