Contenido: Obra en portada Memoria del futuro (acuarela 35 x 50 cm) por Fernando Artal. Entrevista con la poeta mexicana Minerva Margarita Villarreal. Artículos por Álvaro Mata Guillé, Vanessa Victoria, Ricardo Venegas y Abraham Uriel González Alcalá. Crónica por Reyna Hernández Haro. Traducción del poema “Supernova” de Charles Dobzynski por Josué Solís Hernández. Traducción del cuento “El precio” de Neil Gaiman por Diana Morales Morales. Entrevista con el artista plástico español Fernando Artal, y texto sobre la obra del pintor “La obra de Fernando Artal, un viaje en busca de la pureza de la pintura” por Beatriz de San Ildefonso Rodríguez. Relatos: Carlos Román Cárdenas, Alejandra Mitlzin Sarmiento Xochitiotzin “Michukuo”, Norberto Flores, Ruth Pérez Aguirre, Jorge Daniel Abrego Valdés, Belén Ceja y Andrés Galindo. Minificciones por Alejandro Montaño y Silvestre Alcaraz. Poemas por Minerva Margarita Villarreal, Alma Karla Sandoval, Adán Echeverría, Jair Cortés, Gloria Vergara, Iliana Hernández Arce, Mercedes Alvarado, Alfredo Lozano, Gabriela Méndez Guido, Iván Viñas Arrambide, Nicté Toxqui, David Anuar, Aldo Rosales Velázquez, Sara Uribe, Diana Marisol Gutiérrez Medina, Antonio Guevara, Malena Martinic Magan, Indira Isel Torres Cruz, Mariana Escoto Maldonado, Xel-Ha López-Méndez, A. André Sanfar. Obra plástica por Fernando Artal, Juan Ramírez Carbajal (serie “Paisaje mexicano”), Pedro Sacristán y Manuel Ruelas (marco referencial de la obra plástica Retratos de Barrio 2014-2016 por Marcela Dávalos). Serie fotográfica por Georgina Mexía-Amador.
Editorial
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La obra en portada, Memoria del futuro se centra en la mirada de la mujer, una mirada expectante, inclusive triste, es como si desde su belleza interior (los colores, las flores en un dinamismo apacible) estuviese esperando que algo ocurra, como asomada desde el cuadrado que hace de ventana, para ver aquello que pasará en el interior de estas páginas. Ya algo advierte a partir de sus labios que se separan uno del otro, entreabriéndose a la sorpresa de lo que se aproxima. La belleza como contraste a lo real-violento. La belleza interior de cada uno de nosotros que se trastoca de manera lentificada con cada suceso, hecho, que ocurre en nuestro día a día: realidad que avejenta: origen de calamidades, mismas que presagian cosas aún peores. La belleza expuesta en esta portada es simbólica con relación a la inocencia que representa, aquello que perdemos cada vez más rápido a consecuencia de la indolencia de autoridades y gobernantes, ante la sinrazón de grupos violentos, ante la pasividad de los que prefieren no mirar para no aturdirse, para no sentir que la esperanza se entierra junto a los demasiados cuerpos que yacen en fosas ilocalizables. Memoria del futuro del pintor español Fernando Artal, presagia eso, el futuro que en sí mismo es la pérdida de toda una serie de elementos que nos hacen ser seres humanos. La belleza representada en esta obra, advierte la catástrofe que se avecina, que se le acerca peligrosamente, ¿qué hacer ante ello? ¿Qué hacer para evitar la evaporación de la belleza interna? ¿Se secará el alma de esta obra una vez se cierre la última página de esta edición? Por otro lado, a una serie de escritores les preguntamos sobre la violencia y el miedo. Sus respuestas las pueden leer en la primera parte de esta edición. Agradecimiento especial a los autores Antonio Skármeta, Minerva Margarita Villarreal, Luis Felipe Lomelí, Luis Armenta Malpica, Johanna Alejandra Aguilar Noguez, Anahí Chamlati Juárez y Gloria Vergara, por haber contestado las preguntas del Monolito.
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Edición especial 4to aniversario. Revista Bimestral. 9 de junio de 2016.
La destrucción de los lenguajes: proliferación de la barbarie
Por Álvaro Mata Guillé
Cinco cabezas tiradas en la pista de baile de un burdel, hace unos años, inauguraron una nueva época de violencia en México, pasándose del ajuste de cuentas a los atentados en plazas públicas, del asesinato cotidiano de periodistas y dirigentes, al secuestro y las fosas comunes, horror tras horror que se refleja en los cuerpos colgados en puentes y mujeres descuartizadas. Bestialismo que se convierte en motivo urgente para indagar los entretelones de la convivencia de lo contemporáneo, la razón de ser que sostiene a nuestras sociedades, no sólo de México, también de Latinoamérica, en Costa Rica, donde los hechos, estos hechos, dejan al descubierto las taras que aún prevalecen en nuestra formación social, que contrario de lo que se supone, se acentúan constituyendo los síntomas que estigmatizan el presente, en el cual la barbarie (la degradación de la convivencia, la pérdida de sentidos, el instaurarse de la bestialidad) se adhiere a la cultura como un ancla que atosiga y no nos deja avanzar, que junto a la indiferencia y el escepticismo, unidos a la desconfianza y la insatisfacción, nos condena a la soledad y al aislamiento, que se convierten en las nuevas formas para sobrevivir, en un “sálvese quien pueda”, encerrados entre rejas, asumiendo la condición común que se asienta en nuestra época: hacinamiento y miedo, alejamientos de unos y otros. Pero, la soledad del presente, ese estar alejado de todo y de todos, es de signo distinto a la que hemos conocido, a la que se menciona en tantos poemas e historias que se refieren a los conflictos de la existencia, al desamor o a lo efímero; la soledad que impera en nuestros días es resultado del miedo, de la incomunicación, la desconfianza, de las taras que aparecen retratadas en las crónicas de los periódicos, que obtiene su verdadero sustento en la
impotencia, la cual sentimos todos al no saber qué hacer ante la barbarie que amordaza lo cotidiano, ante la impunidad que se institucionaliza haciéndose costumbre, que junto al silencio que nos embarga, el mucho silencio que mutila los lenguajes, también nos hace cómplices y nos somete a la imposibilidad, a la negación y a dejar de creer en el orden social, es decir, a dejar de creer en nosotros mismos. Desde ahí, desde ese lugar de reclusión de las casas entre rejas y la sospecha, observamos inertes la paulatina destrucción del orden social, de la comunidad que se disgrega perdiendo sus vínculos, alejándonos de todo y de todos, socavando la convivencia, la idea de cultura, el concepto de ser humano o de hombre, dejando al descubierto, desde nuestro miedo y hacinamiento, desde nuestra indiferencia, lo mezquino o la frivolidad, el horror que se impone en el entorno y la incapacidad que tenemos de hacerle frente, más que con violencia, censura, amenazas, más muerte. Nuestros males no son sólo económicos como se sigue insistiendo, nuestros males son culturales, pertenecen al vaciamiento de lenguajes, es decir, con el sentido de las cosas, con nuestra razón de ser para estar y permanecer, con el sentido de la convivencia y el contenido ahuecado o corrompido de las democracias. Podríamos señalar muchos factores y culpables de por qué hemos llegado a estas condiciones, del por qué y el cómo se impone una época de barbarie, para qué; el desgaste y saqueo de las instituciones, la corrupción y empobrecimiento de promesas y palabras es evidente, la ausencia de políticas que contengan elementos que enfrenten esta destrucción, que ataque estos males con otros insumos, es notoria, la decadencia en todos los estratos e investiduras es más que palpable y no hay mucho que decir. La conclusión es simple: condenados al hacinamiento, aceptamos la nueva realidad como una condición del presente y nos sometemos a ella desde la apatía o el silencio, donde se imponen los nuevos fundamentalismos que se establecen como gobierno y razón de ser: la del pistolero, la de los mercenarios, la de los mentirosos, la de los mercaderes.
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Es a-terrador que el progreso de la humanidad que aspiraba a hacer de nuestro planeta un lugar acogedor y fraternal se haya pervertido en degradación de la naturaleza, terror, violencia y el consiguiente miedo como un estado de ánimo larvado o manifiesto. No era éste el destino de los seres humanos.
Pero hay grandes reservas de ternura, amor, solidaridad y coraje civil que se activan ante estas bárbaras ofensas y eso mantiene viva mi esperanza. En mi país, Chile, se ejerció contra el pueblo la brutal y arbitraria violencia de la dictadura de Pinochet durante quince años: un terrorismo de estado que los chilenos enfrentaron con valor, dignidad e inteligencia. En la democracia que, afortunadamente hemos reconquistado, es la violencia de los delincuentes la que provoca inseguridad en la población; hasta el momento las medidas para reducir los delitos y el miedo aún son insuficientes. Diría, sin embargo, que la sensación de inseguridad y miedo es menor en Santiago que en varias otra capitales de América Latina.
Antonio Skármeta
Mujer Agente
Por Vanessa Victoria Tenía quince años cuando fue la primera vez que sufrí acoso en la calle. Caminaba por un puente peatonal y un hombre adulto me dio una nalgada, luego se fue corriendo. Él se fue y yo me quedé en medio del puente acumulando groserías en el estómago. Después de un rato las escupí en silencio y seguí caminando. No le dije a nadie lo que había pasado. Digo que fue la primera vez porque ahora tengo veintiséis años y he sufrido más violencia en la calle. Un lugar público, en donde se cree erróneamente, que mi cuerpo también lo es. Me han dicho cosas desagradables al oído, me han tocado las piernas en un microbús atiborrado e incluso han grabado mi cuerpo mientras transbordaba en el metro. Desgraciadamente no puedo decir que soy la única que ha sufrido de hostigamiento. Mi madre, mis tías, mis primas, mis amigas y mis maestras también lo han sufrido. Es más, no conozco a ninguna mujer que no haya sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida y al escuchar algunos relatos, me queda la horrible sensación de que a pesar de todo, he sido afortunada. No me di cuenta, como muchas mujeres y hombres, de la gravedad del asunto hasta que terminé la universidad. La educación no sólo te abre los ojos sino que también te dota de un microscopio en la mirada. Aprendí por ejemplo, que entre 2013 y 2014, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), siete mujeres fueron asesinadas diariamente, que las mujeres de 30 a 39 años están más expuestas a las agresiones y que 68% de ellas ya enfrentó un episodio de abuso1 ¿Por qué este orden social tan impregnado de violencia? ¿Por qué no se señala con frecuencia al grado de poder erradicarlo?
Reyna Quiroz Julio (2015). Inegi: 7 mujeres asesinadas diariamente en 2013 y 2014. Consultado el 17 de mayo de 2016 de http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2015/11/23/inegi-7-mujeres-asesinadasdiariamente-entre-2013-y-2014-1824.html. 1
Quizás Marta Lamas retomando a Pierre Bourdieu nos brinde una respuesta;
“el orden social está tan
9 profundamente arraigado que no requiere justificación: se impone a sí mismo como autoevidente, y es tomado
como natural."2 Entonces, se vuelve natural que te nalgueen en la calle, porque naturalmente el cuerpo de la mujer es sexualizado. Nada más alejado de la realidad, somos construcciones sociales y somos historias narradas. Allá en dónde vemos biología se encuentra un engranaje elaborado de ideas y cultura o podría decirse que; “si hay algo que nos limita, no es la naturaleza, sino nuestra capacidad de significarla y la manera en que la significación intenta volverse en un acto de control sobre [un] cuerpo.”3 No es casualidad que las feministas a lo largo del siglo pasado hayan puesto énfasis en las ideas anteriores. Desnaturalizaron y desencializaron teorías que no sólo violentaban a las mujeres, sino que también las discriminaban. Ya tenemos a una célebre Simone de Beauvoir diciéndonos “las elaboraciones de mujer siempre están definidas en términos de inferioridad respecto a lo masculino y siempre en una relación de alteridad donde ellas son definidas como lo otro”4. Así, a lo largo de la historia hemos sido definidas como lo no masculino, como sólo cuerpo y un cuerpo que además, no nos pertenece. Unámonos a las voces de Celia Amorós, Marta Lamas, Teresita de Barbieri, Judith Butler, Gayle Rubin… o mejor, critiquémoslas constructivamente y expliquemos el mundo a través de nuestros propios ojos. Asimismo, nos corresponde definir nuestro ser y responsabilizarnos del cuerpo que habitamos ¿hasta cuándo nos daremos cuenta del enorme poder que tenemos al decidir crear vidas humanas o no crearlas? Somos agentes de cultura. Participamos en la educación de quienes nos rodean y por supuesto, también creamos violencia. Una violencia que a veces es sutil y que arremete contra nosotras mismas. Aquella se hace presente por ejemplo, cuando llenamos vacíos existenciales con la presencia de los que amamos y justificamos sus agresiones físicas o psicológicas. Frases cómo “me pega porque me quiere” o “fue mi culpa” más que trilladas son reflejo de una realidad.
Lamas Marta (2011). El género es cultura. Consultado el 17 de mayo de 2016 de http://www.oei.es/euroamericano/ponencias_derechos_genero.php 2
Rodríguez, Rosana Paula. (2009). Experiencia y corporalidad categorías útiles para el análisis feminista y la praxis política. Consultado el 17 de mayo de 2016 de http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/41148 3
Molina Pettit Cristina y Osborne Raquel (2008). Evolución del concepto de género. Consultado el 17 de mayo de 2016 de http://www.redalyc.org/html/2971/297124045007/ 4
Una vez un maestro, que daba clases a nivel preparatoria en la zona de Chimalhuacán, me contó que mientras estaba en una junta con un adolecente y su madre, éste se paró del asiento y abofeteó a su progenitora. El maestro le preguntó a la mujer que porqué dejaba que su hijo hiciera eso y ella respondió “él sabe más que yo, yo ni siquiera terminé la primaria y mi hijo ha sufrido mucho, entiéndalo”. La violencia nunca viene sola, se cruza con carencias económicas, educativas o ideologías que nunca son puestas en crisis. Decimos a nuestras hijas pero no a nuestros hijos que laven los platos o cuiden a los enfermos. Juzgamos a nuestras hermanas porque trabajan demasiado y descuidan el hogar, pero si nuestros hermanos lo hacen, son dedicados, trabajadores, creativos, un ejemplo a seguir. Cuando una mujer es violada, algunas comentan “ella se lo buscó”, “ya sabía a lo que iba”, “para qué iba vestida así”, “qué hacía ahí”, “no se dio a respetar”, como si las faldas largas y los gestos sumisos detuvieran a los agresores. Si nosotras mismas no comenzamos a ser más tolerantes y empáticas con las de nuestro propio sexo ¿cómo esperamos que el sexo opuesto lo sea? Eso no significa que debemos justificar la violencia que ejercen los hombres hacia las mujeres o que culpabilicemos a las víctimas. Al contrario, hay que denunciar la violencia y desnaturalizarla. Confeccionemos entonces, un orden social más igualitario, por egoísmo, por quienes amamos, por aquellas que perdieron su nombre y fueron convertidas en cifras. No merecemos menos, merecemos lo justo y lo justo es; ser respetadas y tener la oportunidad de desarrollarnos plenamente como seres humanos. Afrontemos nuestras responsabilidades con valor e inteligencia. Busquemos la libertad y en el camino ayudemos a otros a encontrarla.
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Hay muchas formas de violencia, no sólo la de las balaceras, como tituló Armando Alanís Pulido su libro más reciente; claro que en Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas se han dado una cadena de acontecimientos que tienen que ver con la irrupción del narco y sus aliados: por un lado, los zetas y demás grupos armados delictivos; por el otro, los políticos que establecen alianzas con ellos para fines electoreros o simplemente para definir plazas. Un escritor colombiano decía que los políticos eran tan perversos que pervirtieron a los narcotraficantes. La ausencia de ética carcome cualquier ideal de país. Es lamentable esta situación no solo para el norte de la república (que por su condición fronteriza padece el doble), sino para todo México. Me duele que en Michoacán, en Colima, en Sinaloa haya situaciones indignantes, crímenes políticos, los llamaría yo, que se materializaron después del Tratado de Libre Comercio. Sí: los campesinos y productores agrícolas quedaron totalmente expuestos a la imposición del mercado estadounidense, como si los líderes del propio Estado mexicano incentivaran el suicidio de nuestra agricultura. Ante esta situación tan crítica, ¿cómo no va a triplicarse la violencia? Hasta qué grado esta proliferación de droga en el país no fue sino el resultado de la dirección errónea del propio gobierno mexicano. Un país tan rico y tan expuesto a la vez, que en lugar de proteger sus tradiciones y la riqueza étnica de sus orígenes, las abandona a la más dura inclemencia. Si definitivamente la violencia ejercida desde el Poder genera una impotencia en el sentir de los ciudadanos, tal impotencia y desesperación deberían combatirse, no tanto con más violencia física, sino con el potencial verbal o poético que recobre la fuerza y el poder transformador de la Palabra. Así edificaremos y conviviremos mucho mejor, permitiremos la exploración y el encuentro; la violencia no tiene miramientos, salvo la destrucción o la muerte.
Minerva Margarita Villarreal
El manual de la ambición humana
Por Ricardo Venegas
Dice proféticamente la escritora siria Ikram Antaki en su Manual del ciudadano contemporáneo (2004): “Hay que conservar todo lo que es bueno y que podría ser reemplazado por algo menos bueno (…) preservar lo que es irremplazable, no destruirlo todo”. Hay una nostalgia en las palabras de Ikram cuando desglosa lo que hipotéticamente debería ser el Estado frente a sus gobernados, y el contraste al que nos conduce la realidad. Los gobiernos entreguistas han tenido una visión de condominio, de depredación y de mercado, pero no en beneficio del ciudadano, sino de intereses propios, muy lejos del bien común y muy cerca del egoísmo y la traición. La inseguridad está por todas partes. Ya hay historias que se vuelven antiguas, referentes del miedo y del horror que se vive desde lo cotidiano. Como advierte Ikram Antaki en el citado volumen, la política también debe brindar esperanza a los ciudadanos, vivimos tiempos en los que se desprecia las aspiraciones de vida de los demás, tiempo de zoombies, en el que se ha deshumanizado la convivencia entre iguales. Nada más desolador que un páramo de condominios en los cuales cada familia debe encerrarse con un equipo de aire acondicionado para resistir los embates del medio ambiente. Las películas apocalípticas ya están muy cerca de la vida cotidiana. Nada más terrible que el aislamiento debido a la inseguridad y la violencia. Hay quienes olvidan que la Revolución Mexicana de 1910 fue impulsada con el zapatismo en Morelos, donde perviven los movimientos jaramillistas, las luchas de los maestros, la insurgencia sindical de los años setenta, la fundación de la normal de Amilcingo, la resistencia de Xoxocotla y Tepoztlán, luchas sostenidas por el pueblo en defensa de su territorio, su medio ambiente y los derechos humanos. Adam Smith sabía que “en el espíritu comercial, las inteligencias se encogen, la elevación del espíritu se vuelve imposible”, pero tampoco en la violencia y en la inseguridad puede germinar una flor.
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La violencia rompe. El miedo inmoviliza. Luego vendrán la fiesta y el baile, como exorcismo. Porque el miedo y la violencia siempre son lo mismo y nunca son lo mismo. Cada cultura se desangra diferente. He vivido en un tercio del territorio nacional y en ciudades de cuatro continentes: todas, o casi todas, extremadamente violentas y; todas las sociedades, o casi todas, extremadamente temerosas. Lo monstruoso (porque sólo puede ser mostrado) es que no es una relación directa: no siempre hay mayor miedo donde hay mayor violencia. Porque, parafraseando a Kawabata, la violencia también se normaliza, se naturaliza, se interioriza: la gente hace su vida “normal” a pesar de los grupos terroristas de su rancho y sus artefactos de goma-2 o C-4 (digamos, en Londres o Madrid hasta antes de las treguas), la gente se acostumbra a no dejar las llaves en el auto, a poner cerrojos, rejas, alarmas, cercas electrificadas, a dejar de caminar por las noches, a no hablar con los vecinos, a no mirar a los ojos, a no confiar en nadie y eso no sólo le parece normal sino que incluso, a veces, eso le parece un síntoma positivo: ¡vive en la civilización, no en un villorio! O la gente vive en perfecto pánico aunque no pase nada o casi nada, como en Viena, porque siempre creen que hay una amenaza, real o metafísica, que pende sobre ellos. Hay otras sociedades más perversas, ésas donde la violencia es permitida, casi deseada, siempre y cuando sólo suceda en un sector de la ellas mismas, el más grande, el conformado por quienes no son ricos (¿de verdad tienen que ser tan dispares los índices de violencia en un lado y otro de la misma ciudad, por ejemplo, en Wáshington, D.C. o casi cualquier metrópoli latinoamericana?). En otras, la respuesta común, democrática, es culpar a otro: al de fuera, al supremo gobierno, al indígena, al pobre, al negro, a los inmigrantes. Y en otras más, luego de tratar de hacer una vida “normal” por años y años entre la metralla azotando las calles, se inventa otra vida normal: la de la euforia, la de la alegría desbordante cada que pueda desbordarse; algo de esto apuntaba Fanon y sí, ahí están, por mencionar sólo cuatro, las fiestas y los bailes de Medellín, Sarajevo o Mazatlán (en comparación, claro, con lo poco que se baila, entendiendo el baile también como una comunicación entre dos seres humanos, en las sociedades más conservadoras, más temerosas de la carne que de los ejércitos que suelen mandar a un lado y a otro del orbe).
En donde vivo actualmente, en Colima, la violencia apenas comienza. Había sido una suerte de Suiza en medio de la Segunda Guerra Mundial del Narco. Pero eso ya acabó. Por suerte, o porque ya la sociedad estaba acostumbrada a ver descabezados y cadáveres sobre cadáveres en los medios nacionales, o por alguna razón ajena a mi entendimiento, hasta ahora la sociedad no ha entrado en pánico (como sí lo hicieron, por ejemplo, a estas alturas del proceso los regiomontanos). Tampoco se ha comenzado una cruzada mediática en contra de “los de fuera” (como sí sucediera a inicios de los 90s en Guadalajara, cuando la persecución de Caro Quintero, acusando de toda violencia a sinaloenses e inmigrantes de la Ciudad de México). Tampoco, como pasara en Ciudad Juárez a finales de los 90s, se cree que el culpable de la violencia sea el Gobierno Federal. En todo caso, tal vez, como ocurriera con muchos intelectuales y la mayor parte de la población de clase alta en el altiplano nacional cuando comenzó lo que ahora se designa como “Guerra del Narco” y aún no se difundía mucho acerca de los métodos y alcances de los grupos en contienda, me parece que la población de la capital del estado tiene fe en que eso, la violencia, aún sólo sucede “entre ellos”. Por lo poco que llevamos, aún es muy pronto para hablar de significados aquí.
¿El temor en Colima a causa de la violencia…?
Aún no tiene representación, me parece. Aún no encuentro un rasgo distintivo más allá de lo que ya comenzaban a provocar –antes, cuando aún era más lejano: en el Norte, en Michoacán, en Jalisco…- las noticias nacionales.
Luis Felipe Lomelí
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Violencia con motivo religioso
Por Abraham Uriel González Alcalá
Uno de los temas contemporáneos más polémicos es la violencia, misma que fue censurada después de la ideología nazi a mediados del siglo pasado, ya que las sociedades reprobaban que la violencia se ejerciera con un motivo enajenante: ideológico. Al considerar la violencia conceptualmente, aislándola de cualquier rasgo contextual, significa forzar de forma deliberada a alguien a realizar algo en contra de su voluntad. La violencia supone entonces un aparato ideológico fuerte y socializado que permite distinguir la superioridad que éste tiene sobre otras formas de pensamiento más o menos estructurado o con aceptación social. La violencia se constituye una forma de control sobre quienes se intenta obtener una ventaja y/o beneficio. De este modo, los actos violentos invalidan opiniones, descalifican formas de vida y descartan al diálogo. Una forma de violencia más o menos antigua es la violencia con motivo religioso, ya que desde una visión judía, es posible notar que tanto en el Corán como en la Biblia, aparecen actos de descalificación hacia culturas que adoraban un dios distinto al propio, ya que, como otros autores lo han señalado, entre ellos Durkeim, las creencias religiosas dan identidad, arropan y favorecen los propios procesos de aceptación e identidad de los mismos. Relatos sindrómicos como el del padre de Sansón y hasta el concilio de Jerusalén son claro ejemplo del rechazo de otras formas de ser y vivir. Actualmente, es un aspecto de la vida social e individual que se sigue reflexionando, ya que a pesar que se han logrado avances sobre la violencia religiosa, la educación para la no violencia sigue siendo un reto de una paz interreligiosa, intracredencial y extracredencial.
Es posible observar que aunque socialmente se reprueba la violencia, la tradición y la inercia del descredito pesa más que la fuerza de las voluntades, de este modo, la violencia física o verbal sigue siendo una de las razone más comunes por medio de las cuales la increencia sigue abonando un gran número de creyentes que abandonaron su fe, ya que consideraron que quienes actúan como personas religiosas no pueden vilipendiar cualquier situación, ya que, para quienes consideran que una confesión religiosa les hace mejores personas no puede permitirse la intolerancia y la discriminación. La violencia con motivo religioso ha tenido muchas razones, pero quizá ninguna proveniente de la razón, ya que el difundir las creencias religiosas mediante la violencia es algo opuesto a la razón, debido a que, aunque las creencias son una capacidad de pensamiento formal, cuando están unidas a sentimentalismos o apasionamientos pierden su razón de ser. La violencia es irracional, ya que la cordura es un elemento que describe la toma de criterio, significa que la ausencia de cordura es también ausencia de criterio. De este modo, quien pretende imponer su visión del mundo, la vida e incluso su perspectiva de lo divino sin criterio, no actúa sino con falta del mismo, desde la ignorancia; el fanatismo es un ejemplo claro de esto. Actualmente se recurre a la violencia como una forma de acceder rápidamente a lo que se busca. Es el caso actual de la discriminación que muchos hombres viven en el medio oriente, en el cual, se puede constatar que la violencia ejercida sobre las personas tiene un motivo religioso que resulta en cualquier forma de persecución y sometimiento. La imposición es una forma discriminatoria de lo decidido por el otro, por no respetar lo que legítimamente las personas eligieron, tal y como lo señala Rodríguez, al señalar que “una buena parte de las dificultades para considerar como igualitario el disfrute de las libertades básicas, proviene de la percepción” (2008: 35). Dicha percepción que estando deformada, en el estricto sentido de la palabra, sin forma, al menos de la forma humana, se parece en el decir de algunos como un retroceso de la humanidad, “los hombres están empleando, por tranquilamente que lo hagan, una energía que, en último término, se deriva del primitivo impulso agresivo dirigido a conseguir influencia sobre el entorno” (Storr, 2004: 95). La violencia es un retroceso de la humanización, la lucha por el dominio, la territorialidad y la posición. En el ámbito religioso esto es incomprensible, ya que la religiosidad y las creencias son uno de los efectos culturales que expresan, al menos en teoría, la condición humana y el grado de humanización. En efecto, las mismas creencias religiosas sostienen que Dios se hace hombre y habita entre él. Las enseñanzas por las que pugnan las creencias religiosas son más bien, un apostamiento a los valores que se oponen a la dominación, poder y la agresión, por lo tanto, la violencia con motivo religioso no es sino una opinión contraria a la creencias religiosas que se basan en la idea de Dios.
Quizá, el problema no reside en la comprensión de Dios, o en la afiliación religiosa, sino en la utilización del motivo de Dios para condicionar en su nombre, el orden de las cosas, accesos, permisos, etc.
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Se podría pensar que quienes utilizan discursivamente el mensaje de Dios para incidir con beneficios propios y sus triunfos sobre el otro, son una sublimación en la divinidad, como si se trátese del triunfo de dios. Innumerables grupos religiosos relatan una serie de triunfos, que en el decir de ellos, pertenecen a dios, los cuales el mismo no ha gozado y tampoco se entera. Esta visión deformada basada en triunfalismos en nombre de dios, son un ocultamiento de la verdad, ya que se trata del deseo de dominio ideológico, pensamiento territorial y uniformidad de pensamiento. El prejuicio religioso sobre el otro, es en efecto, una imposición sobre la verdad del otro, ya que en el decir de varios pensadores el problema del prejuicio “reside en los velos que ocultan la realidad y que tan solo dejan ver una pálida semejanza de ella” (Gutiérrez Sáenz, 2005: 64). Esto mismo lo señala Bauman al referirse a las víctimas de la posmodernidad comentando que “solo bajo determinadas condiciones se hacen las cosas, hasta las más ubicuas y obstinadamente presentes, evidentes” (2014: 110). En suma es posible decir que la violencia con motivos religiosos constituye un efecto humano inaceptable, ya que, tomándose argumentos religiosos se intenta persuadir y en los peores casos coersionar la vida de las personas y su capacidad libre de expresión y confesión religiosa. Cada vez más las familias son integradas por miembros que abandonan sus creencias religiosas y adoptan nuevas formas de vivir trascendentalmente, debido al creciente deterioro de la credibilidad que quienes dicen conocer la fe viven mediatizándola a su interés. La convivencia continua de personas con diversas formas de creer obliga a escuchar en diversos lenguajes un mensaje de respeto a la persona humana, solo así podrá evitarse la decadencia de la práctica religiosa desde los ámbitos más íntimos hasta el de la cultura.
Bibliografía
Bauman, Zygmunt. La posmodernidad y sus descontentos. Madrid: ediciones akal, 2014.
Rodríguez Zepeda, Jesús. Un marco teórico para la discriminación. México: Consejo nacional para prevenir la discriminación, 2008.
Storr, Anthony. La agresividad humana. Madrid: Alianza editorial, 2004.
Gutiérrez Sáenz, Raúl. Crítica del prejuicio. México: Esfinge editorial, 2005.
Hablar del estado [Jalisco] sería generalizar o sobrevalorar mi opinión por encima de la de los diversos actores que intervienen en la violencia. Para empezar, quienes la ejercen, la toleran, la sufren, la minimizan, quienes no la observan o la viven muy de cerca en la televisión, la prensa o la radio, pero no en su realidad inmediata, etc. Te puedo comentar que en casa el año pasado sufrimos dos asaltos con violencia: uno fugaz, digamos de ocasión; el otro con premeditación y alevosía: un robo casi total de nuestras pertenencias y confianza. El miedo hizo mella de inmediato y no sólo nos obligó a tomar mayores precauciones y a un encierro completo sino a mantener una alerta casi paranoica al llegar o salir del domicilio. El significado es la falta de salud emocional, el mirar de reojo a los vecinos, el cuidado de los hábitos y, en fin, la modificación de las costumbres anteriores al robo. Esta transformación es dolorosa porque incide en lo que uno creía tener como valores seguros.
Aparecen las ganas de venganza, el miedo y la impotencia, pero también la rabia y la desconfianza para todo aquel que se acerca (así sea para pedir limosna o ayuda de tránsito). Perdimos mucho de lo humano y eso repercute en nuestra conformación social mínima: nuestra colonia, los sitios que frecuentamos, la manera en la que miramos la ciudad. Todavía nos gusta Guadalajara y nuestro estado. Simplemente creemos, más que nunca, que el gobierno, las instituciones y nosotros mismos no hemos sido capaces de mejorar como población. Le echamos la culpa al desempleo, a la crisis, a la violencia de los otros para no hacer nada, para justificar los actos discriminatorios e incluso violentos, en aras de una defensa propia (a falta de la institucional). Y es una pena.
Luis Armenta Malpica
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Los vecinos de la casa oscura Crónicas del barrio de Mezquitán
Por Reyna Hernández Haro
Los barrios cuentan sus historias a través de quienes vivieron en él. Quienes compartieron un tiempo determinado. Quizá en México, cada barrio pareciera repetirse en la tipología más tradicional del componente básico: los vecinos. Entonces, siempre habrá uno que coloque la música más estridente a deshoras, o el que quiera enterarse de todo lo que pasa con los demás, el colaborativo, el misterioso, el popular, el desamparado y el más viejo. El barrio puede hacerse tan agradable o desagradable como se construya el sentido de “vecindad”. En la acera contraria al hogar de mi abuelo hay una casa grande, pero oscura en contraposición con las cercanas. Es una casa que durante mis años de infancia me causaba curiosidad, pues a diferencia de las otras, ella siempre se encontraba cerrada. Los portones de color marrón, las paredes con evidente descuido y aunque la estructura haya sido agradable se podía apreciar poco por la cantidad de autos y motocicletas que siempre estaban aparcadas ahí. A ella, llegó a vivir una familia de costumbres distintas. Tiempo después que mi abuelo recolocara su tlapalería en casa, estos vecinos hicieron una remodelación en la suya para abrir una pequeña tienda de abarrotes. Cuando mi abuela se enteró de esa noticia expresaba dudas. No sabía, en aquellos tiempos, por qué siempre me decían “no te acerques a esa casa, ten cuidado cuando pases por ahí”. Fue quizá, con la apertura de esta tiendita que comencé a entender el misterio. Supe entonces que dentro de la casa vivía una familia compuesta de un padre, una madre y tres hijos pequeños (dos niños y una niña). Los hijos eran quienes atendían el local en el que sólo había: refrescos, cervezas y algunas golosinas. La tienda parecía el gran hoyo negro en la cuadra. Los demás vecinos procuraban no pasar por ahí, pues los autos y motocicletas continuaban. Es precisamente en esa época que la música de corridos, las carcajadas estridentes y el olor a alcohol por las noches era la constante. Cuando venía una festividad, se sumaban los balazos al aire a cualquier hora. En la primera detonación, mis abuelos y mi madre nos gritaban que no saliéramos, que
permaneciéramos en donde nos encontrábamos; pues la casa de mis abuelos tiene un espacio descubierto por donde podría caer alguna bala perdida. Un día sucedió, la encontramos en el patio, mis hermanos jugaban con ella hasta que mi abuela la descubrió y nos dio a todos un regaño como nunca. En esa época, vivíamos como en estado de sitio, pendientes a los sonidos, a bajar la mirada cuando pasábamos cerca, a tratar de no tener algún problema con esos vecinos, los intocables. Con el ánimo de ganar unos pesos, mi abuelo ofrecía en renta la línea telefónica para hacer llamadas. Era el tiempo en que un celular no era producto masivo y por la cuadra no había un teléfono público. Por los primeros 5 minutos se cobraba una tarifa que subía por cada minuto extra. Ocasionalmente la línea recibía llamadas buscando a la vecina de al lado o llegaba la de la otra esquina para hablar con su comadre. Esas llamadas me parecían agradables. El temor iniciaba cuando el señor de la casa oscura llegaba. Un tipo de voz ronca, de esas que se dicen “aguardientosas”, con bigote espeso y tono directo “me comunica a este número”. Entregaba un papelito con lada de Sinaloa. Cuando la gente hacía llamadas, yo prefería entretenerme en otras cosas, pero cuando él aparecía, mi deseo era salir corriendo. Muchas veces no entendía sus conversas, parecían datos inconexos. Mi abuelo me había dicho “cuando llegue él, no te preocupes, comunícalo y no pongas atención a lo que dice, si te paga está bien, si no, tú anotas y luego yo veo”. Las llamadas luego se hicieron más constantes. Frente a su casa se estacionaban más autos que duraban poco tiempo, pero obstruían mucho la vialidad. En ocasiones se escuchaban gritos fuertes y sonidos que queríamos interpretar como algo que caía, aunque a veces eran secos. La tiendita por tiempos abría, pero generalmente se mantenía cerrada. La casa oscura parecía gobernar la cuadra, el sitio por el que nadie quiere pasar o imaginar siquiera que existe. La mujer, la madre, casi nunca salía. No era como las otras mujeres que todas las mañanas se les veía barriendo su parte de la acera y conversar de los niños. No, la mujer de esa casa era como un fantasma y cuando se le veía por la cuadra aparecía desaliñada, con el cabello revuelto, la ropa tres tallas más grande. Una ocasión llegó ella y no su hombre a la tlapalería mostrando el mismo papelito y pidiendo se le comunicara. La miré, parecía temerosa. En su pómulo derecho había un moretón grande. No pregunté ni dije más. La comuniqué a Sinaloa. La presencia de la mujer se hizo más constante en la tlapalería, en ocasiones llegaba por las mañanas y por las tardes. Mi abuela llegó a preguntar por su esposo. Nos enteramos que no estaba, que se encontraba fuera de la ciudad. En ese tiempo, la vida parecía más normal. Así fueron unos meses, después volvió el señor a casa, hicieron una fiesta y llegaron más autos, entre ellos una patrulla. A estos vecinos se les miraba con cierta distancia, se les saludaba lo más que la cortesía posibilitaba. Eran, los vecinos de ese hoyo negro en la cuadra, los indeseables. Una noche, mi madre llegando de trabajar tuvo un problema. Quizá el más grande y tenso que la familia podría imaginar. En la calle se encontraban, como ya era una constante, los autos y motocicletas obstruyendo la calle.
Ella no podía ingresar con su auto a la cochera, por lo que tomando la fuerza se acercó al grupo de hombres con 21que cervezas frente a la casa oscura y preguntó si de alguien era la patrulla que se encontraba frente a la nuestra,
si le hacía favor de moverla un poco para que ella pudiera entrar. Un tipo vestido de policía de mala gana se acerca al vehículo y lo movió, cuando ella por fin entró, él le gritó con cierta mofa “¡vieja babosa que no sabe manejar!”. Mi madre al salir del auto tomó una llave stilson y se acercó al tipo. Lo golpeó por la espalda y de refilón pegó el cofre de la patrulla. Mi abuelo salió corriendo preocupado. La hizo que entrara inmediatamente a la casa. Se cerraron las puertas mientras él afuera intentaba persuadir y disculparse con el sujeto. Mi madre se encontraba enfurecida. Gritaba “¡qué derecho tiene este tipo! ¡Qué imbécil! ¡Qué! ¡Qué! ¡Qué!”. Mi abuela se encontraba expectante. Tras un breve tiempo, mi abuelo regresó a casa reprochando lo imprudente que mi madre había sido, le repetía “¡es policía, cómo se te ocurre!”. Tras ese incidente, mi abuelo decidió no rentar más la línea telefónica. Los días pasaron y nuevamente el señor de la casa oscura desapareció de la escena. Unos meses después lo hizo la familia. Pasaron años en que nadie se veía por ese lugar. La vida tomó un curso habitual, ya no se escuchaban balazos a media noche, ya no olía a alcohol o hierba seca quemada, ya no se escuchaban los golpeteos, los gritos, las discusiones, ya no se veía a la mujer desaliñada con moretones en el rostro, ya no había autos -que llegaban por breves minutos y se iban- obstruyendo la calle. Los niños volvían a tomar las calles para jugar un partidito. En esa casa vivió una familia de costumbres distintas, emparentada con uno de los narcotraficantes más conocidos en el país: Rafael Caro Quintero.
La violencia en mi estado (Quintana Roo) está asociada a las estrategias erróneas y poco pensadas de la estructura política, a los aberrantes ataques del poder y la necedad de asimilar todos los grupos violentos con la lógica del narcotráfico. La violencia en mi estado significa letras pintadas en las banquetas pidiendo “ni una más, ni una menos”, significa una antología poética en memoria de los 43 de Ayotzinapa. La violencia en mi estado se vive cuando abren la casa de mi amiga y sacan hasta la plancha. Así se vive.
Tenemos miedo, claro que tenemos miedo y con él y pese a él, salimos la calle y compramos pan y leche para desayunar, después con ese mismo miedo abrimos la pantalla para encontrar más muertos, deseando no sean nuestros muertos. Subimos al camión contando nuestros pesitos y esperando que nadie se suba al camión y a punta de pistola nos quite los últimos miligramos de valor para salir a la calle, reclamar los espacios del ciudadano y vivir.
Johanna Alejandra Aguilar Noguez
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*Un tremblement d’éther. Une fissure
Un éter remoto. Fisura
d’où gicle un faisceau d’ions et de flammes
donde mana un haz de iones y de flamas
noués par la racine et la rosace.
anudados por la raíz y la roseta.
Salves – scories de bruits et de couleurs
Salvas – escorias de ruidos y colores
énucléées – collisions d’aurores.
enucleados – colisiones de auroras.
Grappe de foudre. Et l’onde concentrique
Racimo de rayos. Y la onda concéntrica
des vibrations sur la vitre d’un rêve.
de las vibraciones sobre el cristal de un sueño.
Caillots d’échos coagulant un quartz,
Grumos de ecos coagulando un cuarzo,
et la nuit fond d’un bloc. Et sa banquise
y la noche se derrite en bloque. Y su témpano
forme un bourbier d’étoiles sous la pluie
forma un marasmo de estrellas bajo la lluvia
chaude-chantante : une pluie-en-la-chair,
caliente-cantante: una lluvia-en-la-carne,
un suintement sans fin de soleil mort,
una supuración sin fin de soles muertos,
une agonie de bouche où l’or bouillonne.
una agonía bucal donde borbotea el oro.
L’explosion d’un grisou dans l’aorte
La explosión de un grisú en la aorta
de la matière en son amas natal.
de la materia en su amasijo natal.
Sang trop compact, tumeur de l’énergie
Sangre muy compacta, tumor de la energía
qui fait fumer une fièvre d’atomes.
que saca fumarolas de una fiebre de átomos.
Est-ce la pluie qui tombe ou le grésil
¿Es acaso la lluvia que cae o aguanieve
de la lumière aride? Est-ce la pluie
de la árida luz? ¿Es acaso la lluvia
ou bien les stries de la mort dans le spectre?
o quizá las estrías de la muerte en espectro?
Est-ce une pluie de pierres pyrogènes,
¿Acaso es una lluvia de pirógenas piedras,
ou bien le bris d’une étoile en éclats
o quizá la rotura de una estrella en astillas,
comme un miroir de mille et mille vies
como un espejo de mil y de mil vidas
où notre image ancienne se détruit
donde nuestra imagen antigua se destruye
puis nous revient, par les années-lumière,
y luego nos reviene, de por los años luz,
neiger en nous pour une autre naissance?
para nevar en nosotros un nuevo nacimiento?
*Traducción libre de un poema intitulado "Supernova", publicado en 1963 por Charles Dobzynski en su libro L'opéra de l'espace, Ed. Gallimard.
Por Josué Solís Hernández
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Hasta ahora y aparentemente, la violencia existe en las colonias alejadas del centro de la ciudad [Chetumal], por lo general, o eso es lo que los medios de comunicación nos hacen pensar. Pienso que significa la falta de empleos o la falta de una remuneración suficiente para la subsistencia, significa las carencias, los deseos que no se pueden cumplir, los vicios que no se pueden dejar, las parejas que terminan por no saber por qué siguen juntas, los hijos rebeldes a los que dejan crecer al garete... pero, sobre todo, la desesperación por no saber qué hacer ante esas situaciones.
El miedo quizá no se ve tanto, por aquí la gente aún anda deambulando por las calles pasadas las 3:00 am, con paso rápido algunos, pero otros más van como si nada. Quizás el miedo significa, sobre todo, la pérdida de lo material o de lo emocional, aquí la gente se aferra mucho a sus relaciones insanas, por temor a estar solas... inestabilidad, creo que esa es la palabra, eso es a lo que la gente le teme, a que se les mueva, aunque sea tantito, el status quo.
Anahí Chamlati Juárez
El precio *Neil Gaiman
Las prostitutas y vagabundos dejan marcas en las casas que informan a otros de su especie sobre las familias que habitan ahí. Yo creo que los gatos hacen algo parecido; ¿qué otra cosa explicaría que siguieran apareciendo afuera de nuestras casas hambrientos, llenos de piojos y abandonados? A algunos los adoptamos y se quedan con nosotros por días, meses, años o para siempre. La población felina de mi casa es la siguiente: Hermaione y Pod, las hermanas locas que no socializan, Copo de Nieve, a quien encontré cuando todavía era una gatita y estaba medio muerta, y su hija Pelusa. Y luego está el gato negro. Quien no tiene otro nombre que Gato Negro y que apareció apenas hace un mes. Al principio no pensamos que iba a terminar viviendo aquí; se veía muy bien alimentado como para estar perdido y demasiado viejo para estar abandonado. Parecía una pantera pequeña y se movía como un parche de oscuridad. Después de la llegada de Gato Negro yo me tuve que ir unos días para terminar de escribir un libro y cuando regresé parecía que no se había movido de la entrada. Sin embargo, estaba casi irreconocible; le faltaban pedazos de piel y tenía heridas profundas. La punta de una oreja estaba arrancada, tenía una cortada debajo de un ojo y estaba cansado y herido. Llevamos a Gato Negro al veterinario, le compramos antibióticos que le dábamos todas las noches junto con comida de gato que fuera suave. Nos preguntábamos con qué se peleaba. ¿Con Copo de Nieve? ¿Mapaches? Cada noche sus heridas empeoraban; o aparecía con el costado todo masticado, o con arañazos que le dejaban sensible y ensangrentada la piel de la barriga. Cuando llegó a ese punto lo tuve que llevar al sótano a dejar que se recuperara. Estaba más pesado de lo que parecía pero lo cargué y lo llevé abajo. Tuve que limpiar la sangre de mis manos cuando salí de ahí.
Hice que se quedara ahí durante cuatro días. Al principio se veía muy débil como para alimentarse por sí solo; 27una una cortada cerca del ojo por poco lo deja sin él, cojeaba y se balanceaba, y un líquido amarillento le salía de
herida que tenía en el labio. Yo bajaba a verlo día y noche para alimentarlo y darle sus antibióticos. Los cuatro días que Gato Negro se quedó en el sótano fueron cuatro días terribles para mi familia. El bebé se resbaló en la tina y se golpeó la cabeza, por poco se ahoga; yo me enteré que me habían cancelado un proyecto muy importante para la BBC, mi hija mayor, que estaba en un campamento de verano, nos mandaba alrededor de seis cartas diarias suplicándonos que la regresáramos a casa, y mi esposa había chocado con un venado dejando el coche completamente inservible y a ella con una herida en la frente. Durante el cuarto día, el gato estaba ansioso y caminaba impacientemente entre cajas y periódicos viejos. Me maullaba para que lo dejara salir y, reacio, lo dejé. Regresó a la entrada y durmió ahí el resto del día. Al día siguiente el gato amaneció con nuevas heridas en los costados y parte de su pelo cubría el piso. Ese día llegaron nuevas cartas de mi hija diciendo que el campamento estaba mejorando y que quizá podría aguantar unos días más, había salido a la luz que el ejecutivo de la BBC que había cancelado mi proyecto había estado aceptando sobornos (bueno, “préstamos dudosos”) de parte de una productora independiente y lo habían despedido; y que la persona que lo sucedería era la mujer que inicialmente me había propuesto la idea antes de dejar la BBC. Consideré regresar a Gato Negro al sótano, pero me detuve. En lugar de eso me decidí a descubrir qué clase de animal era el que lo estaba atacando noche tras noche y formular un plan de acción, atraparlo quizá. Pensé que tal vez si la criatura, el perro o gato o mapache o lo que fuera me viera sentado en la entrada no se acercaría. Entonces tomé una silla y, mientras los demás dormían, salí y le di las buenas noches a Gato Negro. Ese gato, había dicho mi esposa cuando tenía poco de haber llegado, es una persona. Y ciertamente había una cualidad muy humana en su cara leonina, su nariz ancha, sus ojos amarillentos y su boca con colmillos. Puse mi silla adentro de la casa y me senté armado con un par de binoculares para ver en la oscuridad. Y así pasó el tiempo en la penumbra. Mientras ensayaba cómo ver en la oscuridad con los binoculares, cómo enfocar, acostumbrarme a ver en tonos de verde. Y el tiempo seguía pasando. Me costó trabajo mantenerme despierto, me encontré extrañando los cigarros y el café, mis dos antiguos vicios. Cualquiera de los dos me habría mantenido despierto. Pero antes que terminara por ganarme el sueño, un alarido que venía de afuera me regresó a la realidad a la mala. De un brinco agarré los binoculares para ver que solamente era Copo de Nieve. Se alejó hacia una parte de jardín a un lado de la casa y desapareció en la oscuridad. Estaba a punto de volverme a acomodar cuando me entró curiosidad por ver qué había espantado tanto a Copo, entonces agarré los binoculares y miré a la distancia. Sin duda había algo que se estaba acercando por el camino que llevaba a la entrada del garaje. Lo podía ver a través de los binoculares tan claro como el agua.
Era el Diablo. Nunca había visto al Diablo antes y, aunque ya había escrito sobre él antes, si mucho me apuran hasta podría decir que no creía en su existencia, a menos que fuera como una figura imaginaria, trágica y Miltoniana. La silueta que se estaba acercando no tenía nada que ver con el Lucifer de Milton. Era el Diablo. Mi corazón latía de una manera dolorosa. Esperaba que no me pudiera ver, que, dentro de una casa oscura, detrás de una ventana de vidrio, estuviera lo suficientemente escondido. Su figura oscilaba y se transformaba mientras caminaba por la entrada. Un momento era oscura y pesada, casi como la de un toro o minotauro, al siguiente era delgada y femenina, y luego era un simple gato callejero, un gato gris con cicatrices y la cara trastornada y deformada por un odio difícil de descifrar. El Diablo caminó y se detuvo en seco al pie de la escalera que lleva a la entrada de la casa, después dijo algo que no pude entender, tres o tal vez cuatro palabras en un idioma que sonaba como muy parecido a un lamento o un aullido, seguramente un lenguaje ya olvidado cuando Babilonia todavía tenía pocos años. Y aunque no entendía nada sentía claramente cómo se me erizaba el cabello de la nuca. Luego me di cuenta que una figura oscura bajaba los escalones alejándose de la casa hacia el Diablo. Estos días Gato Negro ya no se movía como una pantera, ahora se tambaleaba como si fuera un marinero recién llegado a tierra firme. El Diablo era una mujer, ahora. Le decía algo reconfortante al gato esta vez en un idioma que sonaba parecido al francés mientras estiraba una mano hacia él. El gato le mordió el brazo y ella le escupió con coraje. En ese momento la mujer levantó la mirada hacía mí, y como para que no me hubiera duda de que se trataba del Diablo, sus ojos empezaron a echar llamas, las vi como manchas verdes que danzaban a través de los binoculares. Y el Diablo me vio a través de la ventana. Me vio. No me queda duda de eso. El Diablo empezó a sacudirse y retorcerse hasta tomar la forma de un chacal, algo como la cruza entre una hiena y un dingo y así subió las escaleras. Bajé mis binoculares del susto cuando lo escuché rugir pero sin ellos no podía ver; cuando los volví a subir ya no había nada, sólo estaba Gato Negro viendo hacia el cielo a algo que se alejaba volando, un águila o un buitre, quizá y luego…nada. Salí y tomé a Gato Negro en mis brazos y lo acaricié hasta que se durmiera, lo puse en su cesta y luego me dormí. A la mañana siguiente vi que había sangre en mi playera y jeans. Eso fue hace una semana.
La cosa que visita mi casa no viene todas las noches, pero sí muy seguido; lo sabemos por las heridas que siguen 29 ojo apareciendo en el cuerpo del gato y el dolor reflejado en sus ojos. Ya no puede usar su pata izquierda y su
derecho se ha cerrado por completo. Me pregunto qué hicimos para merecer a Gato Negro. Me pregunto quién lo envió. Y, lleno de angustia y egoísmo, me pregunto qué más tiene que ofrecer.
*Neil Gaiman empezó su carrera en Inglaterra como periodista. Sus primeros dos libros fueron biografías, el primero de Duran Duran que le tomó tres meses escribir. Gaiman dice de su primera etapa profesional: “Era demasiado agarrando una voz que ya existía para parodiarla”. A Neil Gaiman se le acredita el haber sido el creador de los cómics modernos, así como el ser un autor cuyo trabajo captura audiencias de todo tipo. El Diccionario de Biografía Literaria lo nombra como uno de los diez primeros escritores post modernistas aún vivos. © 1998 por Neil Gaiman. Todos los derechos reservados.
Traducción inglés-español por Diana Morales Morales
El miedo y la violencia se han apoderado no sólo del occidente, sino de todo el país. Son dos camisas de fuerza que nos tienen secuestrados, amordazados a todos los mexicanos. Significan privación de los derechos elementales como la libertad de expresión, libertad de tránsito. Vivimos en una sociedad paralizada y paralítica a causa de esa gran sombra que nos convierte en monstruos a todos.
El temor está en los actos cotidianos. Ya nadie puede hacer el mínimo reclamo porque hay una pistola al frente. La intolerancia se ve en los políticos, en las escuelas, pero también en el tránsito de las avenidas. Las balaceras suenan más que las ambulancias, los policías se quedan impávidos, los cuerpos inertes ocupan estacionamientos de tiendas departamentales, los pequeños ven caer a sus padres frente a las oficinas de gobierno. Eso es lo que vivimos todos estos días, en este mundo que queremos tanto.
Gloria Vergara
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La obra de Fernando Artal, un viaje en busca de la pureza de la pintura
Por Beatriz de San Ildefonso Rodríguez Al acercarnos a la obra actual de Fernando Artal nos encontramos una pintura de madurez, consecuencia de un largo recorrido que puede sorprender a aquellos que desconozcan su trayectoria. Pues, si bien es cierto que no se ha prodigado en exposiciones, sería totalmente impropio afirmar que su obra se ha mantenido siempre al margen de los circuitos expositivos. Recordemos que al poco tiempo de establecerse en Galicia, procedente de su Zaragoza natal, participó en eventos como la Bienal de Pontevedra (1980) o Plástica Gallega (1981) y desde entonces su obra ha sido exhibida en salas de Vigo, Madrid o Granada. Por ello referirse a la obra de Artal es hacerlo al fruto de una vida dedicada a la pintura, que comparte con la docencia de la misma, y que está presente en Museos y colecciones particulares.
Barca, sol de invierno. Acuarela 70 x 50 cm
La pintura de Fernando Artal nos descubre un largo viaje dirigido hacia la búsqueda de la belleza custodiada en 33 de la naturaleza, protagonista de su obra junto a la preocupación por el hombre. Su pintura nos ofrece una visión
la naturaleza que enlaza con el afán renacentista de transmitir la ilusión de vida y movimiento que esta encierra, de ese modo el artista recupera el significado del arte como reflejo de la belleza. La consciente alusión del pintor a conceptos rescatados de la historia del arte, abordados desde el presente, aportan una visión nueva a la representación plástica y constituyen uno de los elementos que enriquecen su obra. Desde su inicio artístico se vincula con las propuestas figurativas que, surgidas en la década de los sesenta como reacción al informalismo, se asientan en los setenta con carácter transgresor al oponerse frontalmente a los diferentes tipos de abstracción que triunfaban en las décadas precedentes. Nada interfiere en su firme decisión de ejercer una pintura figurativa, ni el informalismo que imperaba en el ámbito barcelonés donde estudia Bellas Artes, ni la breve incursión en el arte cinético en su tierra zaragozana tras finalizar los estudios, ningún hecho ha desviado su obra de los parámetros realistas en los que ha experimentado diferentes vías. El recorrido estilístico de su obra muestra un proceso en constante evolución en el que, tras una inicial apuesta por el expresionismo, como miembro integrante del “Grupo Tierra” (1965), gira hacia las propuestas del realismo mágico del grupo madrileño encabezado por Antonio López, recreador del mundo cotidiano. Todo ello integrado en el contexto de la neofiguración que le tocó vivir y desde donde avanza hacia las composiciones actuales en las que desarrolla un estilo personal. Es en este recorrido artístico, especialmente en el realismo mágico y en la neofiguración, donde se establecen las claves para interpretar su obra actual.
Azul. Acuarela 100 x 70 cm
Concierto en bermellón, cadmios, carmín, cerúleo y cobalto. Acuarela 100 x 70 cm
Del realismo mágico, que fue protagonista de una de sus etapas anteriores, pervive el interés por los objetos y escenarios modificados por la acción del hombre para, de ese modo, poder transmitir un entorno humanizado. Esa preocupación por el hombre y su comportamiento le llevó, en ocasiones, a aludir al ser humano de manera anónima, sin presencia implícita del rostro, como homenaje a la impronta que la obra de Goya marcó en su formación. Mientras que en otras composiciones optó por la identificación del personaje a través de retratos de admirable captación psicológica. Hecho que permanece en sus composiciones actuales, en las que unas veces asoma un personaje y otras se oculta tras la amalgama de objetos que le son cercanos. Tendencia, esta última, por la que se decanta cada vez más. Su pintura nace integrada en el contexto neofigurativo que reacciona contra el mensaje social en el que se basaban ciertos estilos figurativos como el Pop o el realismo social, lo que permite una mayor libertad artística. La escasa implicación del artista en la obra es propia de la pintura neofigurativa de la década de los setenta, bautizada por Aguirre como la de la Nueva Generación, que asume una postura aséptica limitada al hecho de pintar.
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Tropical still life La ausencia de una ideología o temática impuesta a priori libera de ataduras temáticas y concede a los artistas una libertad creativa que en el ámbito del color se traduce en una intensidad cromática casi fauve. De aquí arranca la importancia que Artal concede al color de su pintura, que llega a convertirse en uno de los valores esenciales de la misma. Entre las claves de su pintura, finalmente, es imprescindible aludir a su casi permanente confidencia con el surrealismo que asoma en su obra de un modo peculiar, al no implicar la transposición de las preocupaciones, los sueños o el mundo interior del artista sino que se sirve del lenguaje surrealista para componer una narración plástica, en la que la obra crea su propio argumento. El mensaje de su obra, dotado de una fuerte carga simbólica y narrativa, convierte cada una de sus pinturas en un relato de argumento definido y expresado con lenguaje surreal; historias que revelan su interés por el ser humano que, como hemos señalado, a veces está implícito a través de objetos, escenarios o arquitecturas que aluden a él. A lo largo de todo el bagaje artístico del pintor, construye un lenguaje de signos con el que elabora sus últimas composiciones, en las que la acuarela adquiere un protagonismo especial aunque no exclusivo. Esta técnica alcanza en sus manos una nueva dimensión, por distanciarse del procedimiento tradicional e introducir
innovaciones técnicas, al renunciar a la acuarela como técnica de ejecución rápida y sin rectificaciones. Nos encontramos ante unas obras de elaboración lenta y minuciosa en las que emplea una técnica propia, fruto de la investigación personal. Cada tema es el resultado de muchas sesiones de trabajo, en las que pinta capas superpuestas con sucesivas veladuras sin que se diluya la capa pintada previamente y sin recurrir a los fundidos que rehúsa conscientemente. El resultado final es una obra que sorprende por la limpieza y la fuerza del color, en la que no debemos obviar la dificultad añadida de estar pintadas en vertical. De nuevo su interés por establecer vínculos con la historia del arte lo lleva ahora a Durero y, como él, recrea la naturaleza con una descripción basada en el dominio del dibujo, que le permite conseguir fonnas perfectamente definidas y precisas. Analicemos ahora estas obras con independencia de su técnica pues tanto en la acuarela como en el óleo o el acrílico, se propone siempre el mismo objetivo temático y compositivo, dado que su interés no reside en la técnica sino en el mensaje y significado de su obra que se adapta por igual a cada una de las técnicas. El artista aborda la composición con una visión multiforme y barroca en la que necesariamente tenemos que hacer referencia a lo que significó la pintura neoexpresionísta de los ochenta, eclosión de formas y colores que en Galicia tuvo una relevancia especial con el Grupo Atlántica. Pero no estamos en los ochenta y por ello estas obras no están concebidas con el expresionismo gestual de aquellas sino todo lo contrario, son el resultado de una idea
Ensoñación. Acuarela 100 x 70 cm
pensada, trazada bajo el tamiz de la razón. El recurso expresionista lo reserva exclusivamente para el color, que 37 al llega a convertirse casi en protagonista de la obra. Pero nada en su pintura está concebido al azar ni se deja
libre albedrío del inconsciente, sino que cada pincelada es producto de una reflexión y no de la casualidad o del acto gestual. Es, en consecuencia, el equilibrio entre la fuerza expresiva del color, el raciocinio de la pincelada y el barroquismo de la composición donde se haya el secreto y a la vez la explicación de su pintura. Una pintura intimista y personal que se corresponde con la tendencia generalizada en los noventa del siglo pasado, cuando se abandona la costumbre del arte adscrito a grupos artísticos en favor del individualismo. Este cambio, con el que se identifica Artal, convierte a la pintura en un diálogo íntimo entre el artista y su obra. Analicemos ahora el modo de definir los objetos, pues no se limita a la simple reproducción de los mismos sino que los relaciona con su entorno, a la vez que descompone simultáneamente cada uno de sus elementos, logrando una visión multiforme. Recurre a elementos cercanos -una arquitectura, un objeto creado por el hombre, una flor o una simple fruta- y los presenta repletos de vida y tratados con la dignidad de objetos relevantes. Pero su condición de objetos cotidianos, elementos aparentemente hallados al azar, aportan a la obra una concepción moderna y plena de frescura. La visión multiforme, a la que hemos hecho referencia, está directamente relacionada con la fusión plástico-musical que enlaza con una línea artística de gran tradición en la pintura del
Sevilla. Acuarela 100 x 70 cm
siglo XX y que se remonta a la obra de artistas como Kandidnsky o Klee. La pintura basada en el ritmo musical y las resonancias cromáticas se apoya en soluciones compositivas de las vanguardias históricas, en este caso la multiplicación de los planos que proporciona el Cubismo, la narración de una historia propia del surrealismo y la fuerza del color basada en el fauvismo. Al concebir la obra como una composición musical consigue una sensación de resonancia plástica en la que las formas se amplían y multiplican siguiendo el ritmo creciente de los sonidos. Ese ritmo ascendente, con el que reproduce el ciclo de la naturaleza, le permite conseguir el objetivo: revelar al espectador el secreto oculto en la naturaleza a través de la representación de la belleza, razón de ser ymensaje de su obra, que nos lleva a descubrir la pintura en estado puro.
El otoño de Rembrandt. Acuarela 100 x 70 cm
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“Para la pintura me adhiero al oxímoron predilecto del "Cántico Espiritual" de San Juan de la Cruz, es "la música callada" y además "la soledad sonora”. En fin, para mí, la belleza, en definición clásica: es el esplendor de lo verdadero”.
¿Cómo fue su primer contacto con la pintura?
Como la mayor parte de los niños pequeños jugando con lápices de colores. El juego es importante para la actitud creativa, generan ideas y expresiones, luego vienen las personas serias y sensatas y cercenan algo de esta actitud, afortunadamente no siempre lo consiguen. En mi caso tuve la suerte de tener en la misma calle donde vivía una galería de arte de una fundación. El encargado de la sala de exposiciones, nos dejaba entrar a niños pequeños, le estoy muy agradecido por ello, estaba deslumbrado por las obras de personas mayores, yo quería hacer algo así. Yo no elegí la pintura, fue la pintura la que me eligió a mí. Era la emulación de aquellos ejemplos, son muy importantes los buenos ejemplos, en todo, condicionan lo que el niño ha de ser de adulto.
¿Cuáles son sus principales influencias artísticas? Actualmente es muy difícil sustraerse a influencias de toda índole, hay una abundancia y exceso de información, aunque no tanto de formación, de discriminación de lo que tiene verdadera importancia. Sería presuntuoso por mi parte decir que soy autosuficiente en pintura, porque no sería verdad. He visto, contemplado y oído mucho de la historia del arte, tengo mis preferencias por los Vitrales de las catedrales, por el Quattrocento y Cinquecento italiano y nórdico. Por el Barroco, Por el Impresionismo y postimpresionismo, especialmente Cezanne, así como las vanguardias, Klee, Morandi y Rothko, etc. La enumeración sería muy larga en cuanto a las artes visuales, incluidas la fotografía y el cine. Por supuesto que, a la hora de pintar estoy ante otros problemas de composición, sin recordar a nadie en concreto.
Para Artal, ¿el arte nace a partir de él —de la mera expresión poética natural inherente al artista y que siempre está empujando para salir, ser expresada o qué elementos externos le desatan esa necesidad por pintar?
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A mí siempre me ha gustado pintar, no me he sentido lo que se llama artista, ni mucho menos maestro, eso lo han dicho otros de mí, pero me siento incómodo, con cierto pudor, procuro desviar la atención hacia la obra pintada, si sale bien me quedo contento, pero yo como persona prefiero confundirme con el paisaje. En cuanto a la expresión pictórica, no suelo tener problemas de lo que se llama inspiración, es algo que “viene” sin esfuerzo, saldrá mejor o peor, pero no tengo que empujar para que salga. Eso sí, cuando comienzo, tengo una idea vaga, imprecisa, que se va concretando en el proceso de pintar, pero nunca sé de antemano hasta dónde voy a llegar. Luego me encuentro en lugares que no había previsto. Los elementos externos que me sirven como punto de partida son la luz que cae sobre los objetos o los sujetos que tengan un potencial de posibilidades y sugerencias. Aunque muchas veces basta con mirar algo con interés para que se vuelva interesante.
¿Por qué el palimpsesto? ¿Qué mensaje intenta dar (o guardar bajo el misterio del arte) con la yuxtaposición compuesta en sus obras?
Explicaré primero qué es un palimpsesto, aunque lo sabe la mayoría, no todos tienen por qué saberlo. En origen se refiere a antiguos pergaminos, que, por ser caros o escasos se reutilizaban borrando lo escrito o dibujado, y se reescribía otro texto diferente. Con las técnicas actuales se ha conseguido recuperar los escritos primitivos. Uno de los más señeros es el Palimpsesto de Arquímedes, con dibujos y notas del autor; este se fusiona con códice posterior dando una imagen de interesante belleza. Análogamente, yo lo hacía en mi época de estudiante de Bellas Artes, en la facultad, una vez calificada la pintura, y por necesidades también económicas, todos repintaban de blanco para comenzar un nuevo cuadro, hacían una tabla rasa de todo lo anterior. Yo pintaba directamente sobre la obra precedente, muchas zonas tenían calidades aprovechables y se podían relacionar con la obra posterior, quizás se deba a que, para mí, las experiencias anteriores son un buen substrato de sugerencias, me gusta evolucionar no revolucionar.
En correspondencia con las otras artes: la polifonía, el contrapuntismo en música, la poesía, son espejos relacionables con la pintura. El encuentro de distintas melodías, o palabras, tienen algo mágico, indefinible verbalmente, pero de una belleza trascendental. Son palimpsestos de una explicación nada fácil, con su misterio que yo nunca procuro aclarar, quiero que si hay un espectador que contempla, lo haga suyo con sus propias connotaciones subjetivas, es cuando hay una comunicación efectiva.
¿Qué ve Fernando Artal en su propia obra, una vez terminada?
Esta es una cuestión problemática. ¿Se termina alguna vez una pintura? Normalmente se deja, no se termina, aquí sí que estaría en un palimpsesto continuo, como la arquitectura de una ciudad, llena de superposiciones. Como la Historia. Como la experiencia personal, corregir lo que humanamente es un error, aprender de las equivocaciones tratando de mejorar. No sé cuándo se termina, sinceramente, pienso que como en algunas series cinematográficas: "continuará en el próximo capítulo".
¿En qué corriente artística considera debe colocarse su obra o cómo la han definido los críticos?
Para un pintor, ese es mi caso, cuesta un enorme trabajo de autorreflexión para traducir lo que uno pinta a palabras o tendencias. Son dos lenguajes muy diferenciados, para alguien que no ha visto "La Primavera" de Botticelli, describirle el cuadro es una tarea poco menos que imposible. Luego está la necesaria distancia del propio autor para definir lo que está haciendo. Ya sé que existen una cantidad de artistas conceptuales que tienen explicación para todo, más aún tratándose de obras muy simplificadas, según la frase de Oscar Wilde: “Las obras elementales son la delicia de las personas complicadas”. Con esto estoy diciendo que, mi tendencia pictórica es al revés, como ha dicho un conocido crítico: "Es un renacentista barroquizante", hay un cierto horror vacui, desde luego, pero es una analogía anacrónica.
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Los poetas tienen una necesidad innata por definir a la poesía, tal vez, en un intento por definirse a ellos mismos; en este caso, para usted, ¿cuál es su definición del corazón, núcleo, de la poesía; es decir, la belleza? Es muy interesante esta pregunta, porque al contestar nos define tanto éticamente como estéticamente. La estética es una proyección de la ética. La poesía, la pintura, la música, es para mí como una carta de amor, ¡es una carta de amor! Las redes sociales, el WhatshApp, han dejado atrás esta manifestación y se han ido a la banalización, al minimalismo: arte mínimo, pensamiento mínimo. La pintura, la poesía, es un ensayo para una alborada de intuición, es expresado en una carta de amor. Digo ensayo porque el contenido ya se sabe, el mensaje; es decir: "te quiero," pero en cada obra, en cada cuadro, no basta decir eso, hay que ensayar, pensar, estar activo, no hay que dejarse llevar. Hay saber qué decir, y cómo decirlo. Para la pintura me adhiero al oxímoron predilecto del "Cántico Espiritual" de San Juan dela Cruz, es "la música callada," y además "la soledad sonora”. En fin, para mí, la belleza, en definición clásica: es el esplendor de lo verdadero.
En qué está trabajando ahora mismo, ¿qué está pintando Femando Artal?
Llevo tres o cuatro obras simultáneamente, intentando que sean temas y problemas distintos, esto lo hago para recuperar la cordura. Algunas obras grandes tienen más de 60 horas de trabajo. Aunque todas las presentes son acuarelas, no son al modo habitual, la mayoría de los grandes artistas de este medio son impresionistas, el impresionismo es un bocetismo de pincel grande, admiro estas obras pero yo no estoy en esa línea. El camino a seguir no tiene mapas, tengo esperanzas de llegar y llevar a los demás a escenarios de alegría.
DesconociD AcrĂlico sobre lienzo 114 x 162 cm
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La Libreta
Por Carlos Román Cárdenas
—Mira cabrón, ya me tienes hasta la madre… ¡dime dónde chingados está la pinche libreta!— gritó El Melenas ya muy desesperado, mientras agitaba su mano derecha empuñando un martillo ensangrentado. Doce horas antes la libreta donde el cártel llevaba las cuentas y la nómina de funcionarios y policías bajo soborno, había desaparecido. Fue entonces cuando el comandante Tiburcio llamó a su hombre de confianza para encargarle la delicada tarea de recuperarla. Jacinto Alanís, mejor conocido como El Melenas, hacía lo que acostumbraba hacer todas las mañanas: peinarse su adorada cabellera con una mezcla de aceite para bebé, mayonesa Hellman’s y un caballito de tequila; la misma receta que usaba desde hacía varios años ya, la que había leído en un ejemplar del Fama donde su ídolo, Marco Antonio Solís, revelaba el secreto para conservar su admirado greñero. Jacinto siempre quiso que al ingresar a las filas del crimen organizado, lo apodaran Comandante Buki, pero como el poner apodos no es una ciencia exacta, terminaron por llamarle El Melenas. Apenas iba a la mitad del tratamiento cuando sonó el teléfono. Horas después, el contador Pachín estaba amarrado a una silla, dentro de una casucha de madera, allá por una brecha que conducía a quien sabe dónde; frente a él, tres huercos que no rebasaban los veinte años, todos bien locos y enmatracados. A su mando, el comandante Melenas; sudado, dándole traguitos a una Caguama que ya parecía caldo. —Pinche Pachín… no quiero destrozarte la otra mano a martillazos… ¡somos compadres!, ¿por qué me haces esto?... ¡dime a quién chingados le diste la puta libreta y ya, cada quien para su casa!— apenas iba a tomar impulso para dar otro golpe, pero las notas de “Tu Cárcel” en el celular le sacaron de concentración. Era el patrón.
—Chingao, Melenas, ¿no crees que este huerco cabrón agarró la libreta pa ponerse a dibujar? Jajaja… sí hombre… pídele una disculpa al conta y dile que mañana le mando por ahí una botellita de Bucanas— dijo su jefe y colgó. Jacinto guardó el celular, volteó a mirar a su compadre y, sonriendo, le gritó: — ¿Qué cree? ¡Ya chingamos compadrito!
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Cuatro o cinco qué más da Acrílico sobre lienzo 114 x 162 cm
Sin apellidos
Por Alejandra Mitlzin Sarmiento Xochitiotzin “Michukuo”
El fin es el inicio. Dónde comienza, cómo termina el laberinto. Con el rostro cubierto de sangre se aproximaba la putrefacción o por lo menos así lo sentía. Ni las ropas metálicas de su alma, ni la flacidez de su cuerpo masculino podían detener el escurrimiento doloroso de todos los golpes concentrados. Ahí, junto a su compañero, llorando como un huérfano suplicaba piedad. En el viento se olfatea la contradicción. Una hora antes su piel había sido el tatuaje del poder. Decidieron turnarse y montar el cuerpo menudo de aquella chica desconocida en nombre, la habían “levantado” sobre la calle vacía de testigos vacilantes, la subieron a la camioneta forzando una libertad inexistente. No hubo temor, no importó si era de día o si alguien podía verlos; clavarse en el interior de aquel par de ojos negros atemorizados los hacía invencibles, uno a uno carcomieron a la frágil muñeca de trapo y sobre ella toda la fiereza de su virilidad. En qué instante decidieron; fue rápido, sólo lo hicieron. Tocaron, mordieron, besaron, chuparon, penetraron, gozaron efímeramente y se sintieron mejor que ayer. Hay quienes dicen es necesario tomarse un par de copas o meterse algo por la nariz para tener el suficiente valor, pero sabemos es una gran mentira. Hay lugares repletos de hombres cuerdos comprando carne en donde precisamente no es una carnicería de reses. El sol estaba justo en el cenit, mientras unos trabajaban en las máquinas de la fábrica, otros recogían basura, y quizá algunos más se hallaban en sí mismos soñando con respuestas. Sobre la calle apareció aquella chica, una que tiene bajo su ropa el mismo contenido de todas. El fin es el inicio de todo. Alguno de los tres propuso levantarla como un antojo. Cuánto poder se concentró al mirarse forcejeando en un tablero de tres fichas contra una. Tres peones mentales creyéndose reyes por escasos 45 minutos en que duró la violentación. Y sólo escucharon sus gemidos, sus groserías, su vulgaridad desbordándose; jamás entró por sus oídos los gritos de ruego de aquella hermana, hija, madre, amiga, compañera, simplemente mujer.
Lo breve sólo es breve, termina pronto. Con los ojos inyectados de sangre y adrenalina, la envolvieron en sarapes 49 sucios, ese cuerpo desvanecido y sin vida, arrebatado entre su brutalidad. Un descuido absorto les negó percatarse
que alguien los miraba de cerca cuando intentaban ocultar su fechoría entre matorrales y piedras. Un minuto después comenzaron a concentrarse gritos de furia, lo evidente ahora era un escándalo. Una masa amorfa, un grupo de personas sin rostro se concentraron alrededor suyo, los tomaron y golpearon. De los tres, uno recibió un golpe fatal en la cabeza y se desconectó de la vida inmediatamente. Ahora los dos restantes suplican la misma piedad no otorgada, un laberinto sin misericordia. El sol les arde en la cara, han recibido una docena de patadas sobre ella, tragan un poco de sangre caliente derramándose sobre su rostro, les duele el cuerpo, puños de furia, punza la vergüenza. El llanto no consigue respuesta. De repente sienten un líquido aceitoso sobre la ropa, el aroma pica en la nariz, alguien sin sombra prende un cerillo y se los arroja. El fin es el inicio de todo, un camino de fichas de dómino. Dónde comienza y dónde termina todo. Ahora sus ojos dolientes son observados por miles, un instante detenido ahora se ha hecho viral sobre las pantallas de las redes sociales. Una historia de infierno que Dante ni se imaginaba en la Divina Comedia. Ahora son pequeños objetos próximos a ser linchados.
Apilados AcrĂlico sobre lienzo 114 x 162 cm
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Reynosa: una historia de Stephen King
Por Norberto Flores
Lo despierta el sonido de la tele: una película de Stephen King doblada al español. Su esposa duerme junto a él. Mira la hora y ve que todavía es temprano. Decide ir a comprar cerveza. Se levanta con cuidado, toma las botas, el pantalón, la cartera, y sale del cuarto, procurando no hacer ruido al cerrar la puerta. El Oxxo está a unas cuadras. Sin embargo, va en coche, como siempre. Conduce entre el silencio y el vacío de la calle. Rebasa a un auto blanco, viejo, con una de las llantas traseras torcida. Está oscuro, echa de menos a las estrellas, entonces nota el cielo nublado. No hace frío ni calor, a pesar de ser febrero. La boca se le llena del recuerdo de la cerveza. Estaciona el coche en el aparcamiento solitario. Quizá compre cacahuates. De la hielera tomas dos caguamas de Indio y, de una rejilla, la bolsa de botana. Hace fila detrás del único cliente de la tienda. El dependiente murmura a éste sin dejar de ver el celular que tiene en la mano y le pide que se adelante para cobrarle las Indio. Al salir, ambos se quedan platicando encima del smartphone. El coche que rebasó hace un rato está junto al suyo. Cuatro o cinco güercos pelones, vestidos de negro, fuman mariguana frente al carro lisiado. Duda. Ellos no. Le quitan la llave y a gritos lo meten en el asiento trasero de su propio auto. Las botellas se estrellan en el suelo, la noche se llena con el aroma de la cerveza y su mente con el recuerdo de su esposa dormida junto a él. No le gustan las historias de Stephen King. Van sobre el bulevar Hidalgo a velocidad moderada. Uno de los güercos le pisa la cabeza mientras otro lo esculca. —Órale —dice el que extrajo la cartera—. Mil quinientos pesos. ¿Traes más, cabrón? —Pásate el nip, puto. O te vamos a partir tu madre —agrega el otro, dándole un pisotón. —El nip, cabrón. El nip —grita el conductor.
"Son cuatro", piensa. En eso, como si estuviera flotando, ve la escena: su cuerpo en el piso, siendo tundido a pisotones y puñetazos; los gritos, lejanos. Cree que no siente miedo. Más bien, que el miedo es irreal, calculado, lúdico, como al que se entrega el espectador de una película de terror. —¡Cero, ocho, veintiocho! —grita varias veces, cubriéndose la cabeza con las manos. El cuarteto de pelones, ríe. —No que no, puto —se burla el que va de copiloto y le dice al conductor—. Apá, lánzate a un cajero. Aunque sigue bocabajo, de reojo reconoce las lámparas de luz blanca del estacionamiento del HEB. Tras unos minutos, el copiloto regresa lleno de alegría y de billetes. —Cuatro mil pesotes, Apá —comenta con tono festivo—. Más los mil quinientos de efectivo. Y todavía quedan como tres mil en el plástico. —¡Órale, pinche güey! —le dice el que le ha molido la cabeza a pisotones, y le soba los cabellos como si lo felicitara—. Te va muy bien en el jale, eh. Salen del lugar, celebrando y discutiendo el destino del botín: cerveza, mariguana, piedra... Entonces, habla el conductor, quien parece ser el líder: —Nel, carnales —sin dejar de conducir—. La neta no tengo ganas de meterme nada. El resto calla. Saben que no ha terminado de hablar. El secuestrado siente en la nariz el polvo del tapete, humedecido con su respiración: el cuerpo entumido. "Cómo le apestan las patas a este güey", piensa. —Hace mucho que no cojo —la mirada en la calle, como hablando para sí—. La verdad, la verdad... ya me hace falta sentir cariño —voltea hacia los demás, increpándolos—. ¿A poco ustedes no? El resto, entre ademanes y comentarios de alegría, lo secunda. —¿Y qué vamos a hacer con éste? —dice el güerco que lo basculeó. —¡Retén! ¡Retén! —grita asustado el copiloto, el brazo apuntando al frente. Todos saben qué hacer. Menos el levantado. Lo sientan de las greñas y el de las patas apestosas lo amenaza: —Mira, putito —bofetada—. Si nos delatas te va a cargar la chingada —la otra mejilla—. ¿Entendiste, cabrón? —Dos cachetadas seguidas—. ¿Entendiste, puto? —Sí, sí —responde resignado. Respira hondo y piensa en su esposa, en sus piernas tibias y suaves, escondidas como dos tesoros entre las sábanas. ¿Qué película de Stephen King transmitían?
—Listos, ojetes. Son anti-alcoholes —dice el líder. Al acercarse al retén, un oficial de tránsito, obeso, de bigotito, les marca el alto.
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—Buenas noches —los saluda—. Revisión de rutina. Varias lámparas echan su luz dentro del vehículo, desde ambos lados, como si buscaran espectros. —¿Todo bien, jóvenes? —pregunta un tránsito esmirriado, que ha metido la cabeza por la ventana trasera, olfateando el aire como un sabueso viejo. —Sí, señor —contesta el secuestrado, tranquilo—. Vamos a una fiesta a mi casa. Los dos pelones callan. El de las patas apestosas le aprieta la muñeca tan fuerte que siente que la va a quebrar. Luego, risas. Palmadas en el hombro, en las piernas. El dolor de la muñeca desaparece. Abrazos y más risas. —Apenas vamos a la fiesta —agrega, con una sonrisa idiota, el que tomó su cartera. Los oficiales cruzan miradas desilusionadas. El sabueso hace una seña con la cara al gordito y éste les abre el paso con la mano, como si hiciera una reverencia cómica o un movimiento de ballet. Todos, hasta el secuestrado, se despiden dando las buenas noches. Calles después, en el bulevar Hidalgo, no han decidido qué hacer con él. Ya no lo llevan agachado. Los dos pelones que lo acompañan, lo abrazan. —Todavía trae dinero en la tarjeta —razona el líder—. No hay que soltarlo. —El bato se ha portado bien —dice el de las patas apestosas y le acaricia el pelo con un ademán hosco. Al dar la vuelta en La Charco, una troca blanca, sin placas, les cierra el paso. De ella bajan dos morros delgados, de brazos tatuados, apuntándoles con pistolas. Los pelones, sin tiempo para reaccionar, sacan las manos por las ventanas. —Órale, putos —les grita el morro de tatuaje de muerte con guadaña en el hombro—. ¡Bájense a la verga! El líder baja primero. —¿Qué pasó, mi Parca? ¿No me reconoce? —Pinche Caramuela —contesta La Parca—. ¿Y este carro? —Ando en un trabajito, Apá —explica La Caramuela. —Ora, putos —les dice a los demás el de tatuaje de serpiente—. ¿A poco se cagaron?
—No, mames, güey —reclama el de la cartera, El Motas—. Pinche sustote. —Ojete —le grita a La Víbora el de las patas apestosas. —Ya, pues, pinche Zorrillo —responde La Víbora, guardándose la pistola en la espalda—. Ni que fuera para tanto. La Parca, con la pistola todavía en la mano, como si fuera un vaso de cerveza, suelta una carcajada. —¿Y a dónde van, Caramuela? —No sabemos. En eso andábamos. —Vénganse a la zona, carnal. Íbamos para allá cuando los ganchamos —ríe. —No podemos, Apá. Mira —y le señala al levantado, quien no se ha movido del asiento. —Ora, güey. No pierdes el tiempo —dice en tono festivo La Parca—. ¿Ya le sacaste todo? —No, todavía trae en plástico —responde La Caramuela, con un tono que suena a consulta profesional. —Tráetelo —contesta La Parca, señalando al secuestrado con la pistola—. No creo que la haga de pedo. Al llegar a la zona, los guardias de la entrada los saludan como si los conocieran de años pero les cobran la cuota exacta de entrada. Estacionan el coche y la troca a un lado y luego caminan juntos por la calle sin pavimentar. A los costados, los anuncios luminosos de varios tugurios inundan la noche con un confeti de luces. Hay mucha gente: borrachitos, halcones infestados de tatuajes, fulanos con caras de maridos malcojidos o de pervertidos. Las putas baratas están a la vuelta, en los gallineros, pero el grupo se dirige a un tugurio morado cuya oscura entrada, apenas iluminada por una luz azul que brota del suelo, parece una caverna: El abismo. —Doscientos por cada uno —anuncia un tipo alto, gordo, de cabeza rapada, vestido de negro. —Yo pago —se adelanta La Parca—. Ustedes se pichan los güisquis y las viejas. —Okei —acepta La Caramuela—. Al cabo el compa invita —y palmea el hombro del secuestrado. —Bernardo —contesta el copiloto, mostrándoles la tarjeta bancaria entre los dedos—, se llama Bernardo. Eligen una mesa frente al pasillo entablado que hace la función de escenario. En el centro, se camina una chava de tetas grandes y una tanga casi inexistente de color amarillo fosforescente. Lleva una peluca rubia, ondulada, y una sonrisa blanca que sólo busca arrancar billetes.
El grupo levanta un ruidero de chiflidos, "mamacitas" y hoscas ponderaciones del cuerpo de la bailarina, que 55 un supera la estridencia de la música. Un gorilón de barba de candado y cejas depiladas se acerca a la mesa y con
vozarrón los amenaza: —A ver, putos. Si no se aplacan, los saco a chingar su madre. —Okei, okei, Apá —contesta La Parca, levantando las manos—. Estamos calmados. El copiloto pide la primera ronda de güisquis. Una voz que intenta sonar espectacular anuncia: —¡Sheila! —. Alargando la “a” hasta que del fondo del escenario brota una pelirroja morena que apenas puede caminar en las zapatillas. El mesero llega con las bebidas. El copiloto toma una y la pone en la mesa, frente al secuestrado. —Tome, mi Berna —le dice—. Usté es el invitado. Todos ríen, levantando los vasos y, al unísono, gritan: —¡Salud! Bernardo bebe de gilo para curarse el susto. —¡Voytelas! —celebra el copiloto—. Tenías sed, Apá. Risas, güisquis, "salús", de nuevo. Tres rondas después, Bernardo acepta el pase de coca que le ofrece el copiloto, quien se ha portado atento con él. Bernardo, sin pensarlo, aspira el polvo y lame el papel como lo ha visto en las películas. Al instante su cuerpo se vacía del mareo etílico y se anega con una alegría estúpida, irreal, disfrutable. A partir de ahí, los eventos transcurren lejos del miedo. Sus captores son ahora sus amigos; lo tratan bien, como a uno de ellos. Los Cadetes de Linares abren el número de la siguiente bailarina. Las luces se apagan. La Voz se ha tornado seria, grave, engolada. —Tus más oscuros deseos tienen nombre de mujer. Dos haces rosas forman un círculo de luz en la cortina del escenario. El acordeón guiña su música, despacioso, sensual, a los presentes, quienes aguardan en silencio. —Un nombre de mujer que trastorna tus días y tus noches. Entre las cortinas asoma la pierna blanca, brillante, de la bailarina. Bernardo piensa en su mujer. "Aquí todo sigue igual", cantan Los Cadetes. Pero no, no seguía igual, porque todos los ojos y las mentes y Bernardo están clavados
en la novedad de la mujer que surge: una hembra trigueña de ojos verdes y labios que resaltan con propia luz. No era necesario imaginarla desnuda, con verla bastaba para llenarse el cuerpo de ilusiones y de deseo. —El amor de tus amores —completa La Voz. "Quisiera que me hicieras mucha falta", reta la canción. La trigueña desafía con centímetros de piel palpable y turgencias alcanzables al montón de hombres idiotizados. "Pero aquí no hay novedad"... Pero sí la hay: esa mujer de El abismo. El acto concluye con un aroma de rosas llenando los rincones y una nube de aplausos y silbidos. Luego, el tugurio regresa a la normalidad. —No mames —grita La Víbora, con un entusiasmo que casi la desbarata—. Pinche viejonón. El grupo se sacude la sorpresa con otra ronda de güisquis. Bernardo bebe el suyo serio, la mirada en la cortina del escenario. Su mente intenta volver al dormitorio donde su mujer esconde la tibieza de sus piernas entre las sábanas. Su cuerpo, en cambio, ha respondido con una erección que no tiene nada que ver con su esposa, sino con la hembra de ojos verdes. —Dame otro pase, güey —le ordena al copiloto. La Voz anuncia el sorteo. La trigueña, a fin de cuentas, es parte del negocio. La rifan. Cada uno de los presentes anota un número consecutivo. Bernardo es el veintiocho. El número que minutos después resulta ganador. —Ora, Apá —lo despeina el copiloto—. Andas de suerte. El grupo aplaude y levanta sus vasos, alegre. Un gorilón lleva a Bernardo al fondo del lugar, que apesta a sudor, a semen y a vagina: un pasillo iluminado con luz roja y una ristra de cortinas a los lados. Lo meten detrás de una, donde la trigueña, borracha, lo recibe con una mirada verde que traspasa la oscuridad. La mujer lo recibe a lengüetazos y jadeos. Después, prende sus labios de la dureza de su verga. Bernardo retira a la trigueña con delicadeza y la acuesta en la banquita de la celda. Está desnuda, con el sexo rasurado, dispuesto. El deseo se le apaga en el acto. La mujer es tan bella, tan cogible. Pero no es una mujer, es un monigote. Una historia de Stephen King. Bernardo sale al pasillo. Sus captores lo reciben con vítores, palmadas y felicitaciones. Dos horas después, dejan la zona. La Víbora y La Parca se marchan en la troca. El cuarteto, conduce el auto de Bernardo rumbo al Oxxo donde lo levantaron. Le devuelven la cartera, vacía. Los cuatro pelones suben al auto lisiado y se van.
Bernardo regresa a casa. Deja el coche fuera de la cochera. Se quita las botas, el pantalĂłn y los deja en el sofĂĄ. 57 Sube al cuarto, apaga la tele, se mete en la cama y abraza a su esposa. Duerme un par de minutos y, entonces,
suena la alarma del televisor: se enciende, una pelĂcula de Stephen King.
Cuerpo con fantasma AcrĂlico sobre lienzo 114 x 162 cm.
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Inconformidad Por Ruth Pérez Aguirre
—Susana, por favor, ¡no me cortes! ¿Qué hice mal para que terminaes conmigo? Dímelo y no volverá a suceder, te lo juro. —No has hecho nada, Roberto, sólo quiero ser sincera contigo; me he dado cuenta que lo nuestro no puede continuar. No hay ninguna otra razón, de veras. Hubiera querido que siguiéramos, pero no es posible, créeme. —Pero si apenas tenemos unas semanas de ser novios y… —Sí, por lo mismo Roberto. No quiero herirte, compréndelo; creo que me hice falsas ilusiones con nuestra relación por eso considero que es mejor que termine. —¿Es por mi nariz, verdad? —¡No! Para nada… El joven bajó la cabeza; las palabras de Susana punzaron su cerebro. Después de pensarlo un poco le dijo: —Sé sincera y ayúdame. Dime cuál es la verdadera causa por la que me cuesta tanto trabajo convencer a una chica de aceptarme y al cabo de unos días me “cortan” sin razón aparente, como tú. Usan las mismas palabras, intentan no herir mis sentimientos pero consiguen lo contrario…
Cuando regresó a su casa azotó la puerta para denotar el mal humor que arrastraba. Entró a su cuarto, cerró con llave de inmediato, como era su costumbre; fue directo a mirarse al espejo del baño. Con fuerza le dio un puñetazo. Le dolió más ver lo que reflejaba su imagen que la mano sangrándole. El espejo quedó dividido en tres pedazos, lo que desfiguraba aún más el rostro del muchacho.
Roberto, el mayor de una familia de tres hijos varones, con tan sólo veinticuatro años se sentía desubicado por no tener una novia formal. Cualquier chica en la que pusiera los ojos lo rechazaba. Lo atribuía a su nariz, grande y fea, que le imprimía un gesto adusto a su rostro, siendo objeto de las miradas de los demás. Esto no era lo único que lo incomodaba, sino también el problema con sus amistades. Desde niño tuvo dificultad de encontrar un amigo porque la mayoría se burlaba de él; cuando por fin lo conseguía, tenía la mala suerte que este se ausentaba de la ciudad por asuntos laborales del padre. Ya más grande, sus pocos amigos lo abandonaban cuando se hacían de una novia. A su edad no tenía a nadie a quien confiarle sus pesares. Esto llegó a convertirlo en un tipo reacio y antisocial. En su trabajo le ocurría algo parecido. Iba de uno a otro, ya sea por un recorte de personal o ante cualquier pretexto que surgiera. Cada vez que se presentaba a una entrevista lo primero que sentía era la mirada del encargado, fija en su rostro y por ello creía que cuantas veces se negaban a aceptarlo era a causa de su físico. Sus relaciones en casa iban de la mano con las demás. Agresivo con sus hermanos menores había llegado a lastimarlos al liarse a golpes con ellos. Su intolerancia era que los dos tenían una nariz normal y eso los hacía vivir sin el trauma que a él tanto le pesaba. Se encerraba por horas en su cuarto; frente al espejo experimentaba diversos peinados y gestos que le permitieran disimular su prominencia. Lloraba en silencio. Destruía algún objeto y lo hacía pedazos para calmar su frustración. Sus padres intentaban hablar con él a la hora de la comida pero sólo conseguían que se levantara y dejara de comer. Cuando Susana terminó con su relación, Roberto se encontraba sin empleo; esa mañana había ido a dos entrevistas y en ambas lo rechazaron sin darle una explicación que lo dejara satisfecho. Por la tarde, no soportando más, en medio de una fuerte pelea con uno de sus hermanos, estalló en llanto. Su mamá ofreció la posibilidad de hacerle una cirugía plástica. Era su mayor deseo en la vida, pero no se atrevía a pedírselo a sus padres por el costo que implicaba. Quería ser él quien ahorrara para pagarla, después de que sus padres le habían costeado sus estudios; de ahí su angustia al no conseguir trabajo. Cuando estuvo enfrente del médico la primera pregunta que este le hizo fue cuál era el motivo por el cual deseaba hacerse la cirugía. —No puedo seguir viviendo con este problema, doctor, todo en la vida me sale mal a consecuencia de mi deformidad. No logro consolidar ninguna relación afectiva por el complejo que me da traer en la cara algo que la gente mira con repulsión. La amargura que llevo dentro, a causa de esto, me hace estallar en cólera a cualquier insinuación. No soy feliz, ¡ayúdeme!, se lo ruego. Roberto fue operado, su nariz quedó muy bien. Lucía atractivo, por lo cual adquirió seguridad. Consiguió trabajo, ahora sin ningún problema. ¡Estaba maravillado! Una tarde se encontró de nuevo con Susana, pero ella no quiso hablar con él. Intuía en Roberto algo que no le gustaba y que le producía inquietud.
Días después, apenas a un mes de estar laborando en la nueva empresa, fue despedido por haberse portado de una 61 a manera petulante con el jefe. Al llegar a casa, por una insignificancia que dijo el hermano menor, se agarró
golpes con él y le quebró la nariz. Cuando regresaron del hospital sus padres lo reprendieron severamente y le pidieron que se fuera de la casa. Salió dando un portazo y fue directo a comprar un revólver. Se dirigió al consultorio del cirujano plástico y le descargó el arma. Cuando se encontraba de pie, horrorizado viendo lo que había hecho, la enfermera y la secretaria entraron de improviso. Disparó a las dos matando a la primera y dejando mal herida a la otra. Instintivamente Roberto se disparó en la sien.
Los calcinados AcrĂlico sobre lienzo 114 x 162 cm
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Una noche para la venganza
Por Jorge Daniel Abrego Valdés
Al fin, después de tantos años, podía mirarlo a los ojos una vez más. Solo que en esta ocasión, todo sería diferente. La última vez me tuve que comer mi coraje. Saturé mis venas de decepción e impotencia, y aunque tenía ganas de llorar a moco tendido, me aguanté como los machos y no dejé escapar más que una sola lágrima. Y esa fue suficiente para que ese infeliz me llamara "chamaco chillón". Todavía recuerdo la risa de ese tipo nefasto señalándome. Lo miré a los ojos y todo quedó bien claro. Él no sentía el más mínimo remordimiento por haber matado a mi papá. "Así eran las luchas" dijo. Se dio la vuelta y se encaminó a los vestidores como si nada hubiera pasado, mientras mi papá yacía tirado en el suelo, con un charco de sangre rodeando su cabeza. La prensa se dividía entre los que querían fotografiar al nuevo campeón de los pesos pesados y los que querían llenar la primera plana de sus diarios con una imagen del todavía fresco cadáver. Así eran las luchas... Ayer héroe, hoy occiso. Víctima de un vuelo desde la tercera cuerda, mi padre fue objeto de un lance a traición de un técnico, que de técnico, no tenía nada... Ahí acabó la vida de mi papá, en un segundo, en un instante, en un suspiro... Al otro día nadie lo recordaba. No había quién mencionara al Relámpago Carmesí, pero todos hablaban del "Cataclismo". Hasta le pusieron el apodo del "Asesino de Leyendas"... Así eran las luchas... El "Cataclismo" no solo acabó con mi padre, también terminó con nuestras vidas. Mi mamá tuvo que aceptar otro trabajo, prácticamente dejamos de verla. Yo tuve que dejar la escuela apenas terminando la secundaria para
hacerme cargo de mis hermanos y mi abuela se murió de la tristeza poco a poco, mirando la foto del "Relámpago Carmesí" todas las noches hasta quedarse dormida, hasta que un día, simplemente ya no despertó. Me prometí recobrar el honor de mi familia. Tomar venganza en nombre de mi papá, de mi abuela, de mi madre y de mis hermanos. Y el único camino legal eran las luchas. Las mismas que me habían quitado a mi papá, esas serían las que me lo devolverían. Al menos en cierta forma. Entrené por años. No salía del gimnasio más que para trabajar. No dormía, mejor hacia lagartijas. No me divertía, en su lugar hacia sentadillas. No sentía nada. En mi mente solo había rencor, dolor y melancolía. Y después de 57 victorias en el ring, el "Relámpago Carmesí Jr.” al fin había alcanzado su objetivo. Me dejarían enfrentar a mi máximo enemigo, a mi eterno rival, al todavía técnico, “Cataclismo”... Esa noche, al entrar en los vestidores, diseñé mi plan. Era rudo, así que podía hacer todo tipo de trampas y marrullerías y nadie me lo impediría. Lo iba a dejar ganar la primera caída, luego en la segunda lo iba a someter con llaves dolorosas hasta rendirlo. Y en la tercera caída le iba a reventar una silla en la cabeza. Con dos o tres golpes bastaría para matarlo. Era el plan perfecto... Sonreí. Todo iba a salir bien. Me amarré las agujetas de las botas, y cuando iba a hacer lo mismo con la máscara, oí que alguien tosía en el otro vestidor. Era una tos seca y rasposa. Fuera quien fuera parecía que se le iba a salir un pulmón. Me asomé con cuidado para ver al autor de sonido, y mi sorpresa fue mayúscula... Era un anciano... Vestido como el "Cataclismo"... No, más bien, ese anciano era el "Cataclismo"... Mi archienemigo era un viejo decrépito cuyo sello personal era una tos horrenda y preocupante. Cuando me disponía a acercarme para hacerle burla, un muchachito de unos 11 años se aproximó a él con un inhalador. El viejo aspiró profundamente mientras el chico lo miraba con preocupación. Di unos pasos hacia atrás y decidí concentrarme en la lucha. No iba a dejar que los estúpidos problemas familiares de mi enemigo arruinaran mi noche. Minutos después, subimos al ring. Nos miramos retadores. Yo, ansioso de venganza. Él, burlón, igual que hace 16 años cuando asesinó a mi padre... Me señaló y me llamó "chillón". Alzó las manos pidiendo el apoyo del público. La gente le aplaudió hasta cansarse...
Y a mí me abuchearon hasta que se les agotó la voz... ¡Para lo que me importaba! Yo estaba ahí para cumplir mi venganza, no para cosechar aplausos de malagradecidos que no volvería a ver en la vida.
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Ahí estábamos, frente a frente una vez más. Y empezó la primera caída. El “Cataclismo” se lanzó al ataque impulsándose con las cuerdas, al tenerlo enfrente le metí el brazo para tirarlo. ¡Y azotó en el suelo! Ahí me di cuenta que yo era mucho más fuerte. Lo paré de la máscara y le puse un manotazo en el pecho, luego otro, ¡y luego otro! Lo tumbé otra vez, y al verlo en el suelo, me ensañé dándole patadas en el hombro... Lo vi retorcerse de dolor... Justicia divina... Lo dejé sufrir un poco en la lona. Me aproximé a una esquina y luego subí a la segunda cuerda. Me paré de frente al público y los provoqué golpeándome el pecho: "¡Ahí está su ídolo!" grité. Y el público enfurecido me insultaba como si sus vidas dependieran de ello. De repente sentí un golpe en la espalda. El Cataclismo se había levantado, quería otra golpiza... Dejé que me diera un par de empujones. Luego brincó para darme una patada voladora, pero era demasiado lento... Me quité con mucha facilidad... Me estaba gustando verlo en el suelo. Le brinqué encima con ambos pies. La "estaca" gritó el narrador... ¡Qué estaca ni que nada! Eso no tenía nada de técnica, había sido pura saña... Lo tomé del brazo y le pasé la pierna encima con un giro. ¡Pegó tremendo grito! Lo estaba castigando en serio... Pero ya me estaba aburriendo... Así que lo puse en el suelo de espaldas y le regalé al público un final de fotografía... Le agarré los brazos con fuerza, los jalé hacia atrás y pisé sus piernas, luego me aventé hacia atrás... ¡La Tapatía! Gritaron emocionados los cronistas. El “Cataclismo” apretaba los dientes con fuerza para que la lengua no lo traicionara con una rendición no deseada... Pero sus manos no pensaban lo mismo, y mientras lo tenía levantado en vilo, de cara a las lámparas, se agitaron con desesperación hacia arriba y abajo para decirle al referee que se rendía. ¡Pero qué día! Todo me estaba saliendo perfecto. Tanto que ni siquiera me dieron ganas de dejarlo ganar una caída. Lo iba a hacer puré en la segunda... Me acerqué a mi esquina para descansar un poco y provocar al público otra vez. Curiosamente, nadie decía nada ya, todos me miraban, pero ya no con furia, solo con temor... ¿Qué estaba pasando? Me di la vuelta y miré al “Cataclismo” justo a los ojos. Su máscara amarilla estaba manchada de rojo... ¡Era sangre! Sangre... No supe en que momento lo había hecho sangrar...
Estaba encorvado, y jadeaba. Tenía un ojo medio cerrado y la pierna izquierda le temblaba. Tragué saliva. Eso ya no me estaba gustando. Tenía que terminar con mi venganza cuanto antes... Lo sujeté de la cabeza y lo estrellé en una esquina. Se estaba tambaleando, así que aproveché para tomarlo del brazo y lanzarlo contra las cuerdas, al verlo venir hacia mí lo impacté con una patada "a la filomena". Un ruido seco me avisó que mi rival había caído al suelo. Lo vi de reojo. Respiraba con mucha dificultad... Esta no era la venganza que esperaba, ¡el tipo ni siquiera estaba metiendo las manos! Sacudí la cabeza, ¡no podía echarme para atrás ahora! Lo cargué y me acerqué hacia una esquina del ring. Subí dos nudos y me dispuse a lanzarlo. Ahí se iba a terminar todo. En ese último lanzamiento lo reventaría contra las butacas. Sí, quizá el público saldría lastimado también, pero, ¿A quién carajo le importaba eso? Si te sentabas en primera fila en la arena, te arriesgabas a que te tocara un inesperado pero bien merecido madrazo... Puse todas mis fuerzas en los brazos, y logré levantarlo por encima de mi cabeza... Los flashes de las cámaras centelleaban a cada segundo. El público había revivido y me gritaba mil y un groserías. Hubo incluso una señora que me arrojó un vaso de cerveza. Ése sí era el escenario ideal de mi venganza, solo restaba arrojar al “Cataclismo” hacia el público... Sin querer miré hacia la izquierda. Ahí estaba él. El chiquillo que había visto en los vestidores. Estaba llorando. No hacia ni siquiera el intento por contener sus lágrimas. Solo abrazaba con desesperación una bolsa con medicinas. Sus dientes castañeaban, presas del miedo y la confusión. Hice cuentas. Hace 16 años mi papá tenía 38. El “Cataclismo” era un poco mayor. Quizá hoy día tendría 56 o 58 años. Ese muchacho era su nieto... No, ese chico no era su nieto, ese muchachito era yo... En sus ojos vi lo mismo que yo había vivido hace 16 años. Y no era justo que esa escena se repitiera nuevamente. Si me vengaba, no estaría matando al Cataclismo, estaría asesinando a un padre, a un hermano, a un tío, a un abuelo... Y eso no traería a mi padre de vuelta... Cerré los ojos y bajé de las cuerdas. Me maldije a mí mismo por lo que estaba a punto de hacer... Le di la espalda al público y deposité a mi enemigo en el suelo. Con un brinco descendí del cuadrilátero y me quedé frente a él. Cruzado de brazos. El referee contó hasta 20. No subí. Perdí la segunda caída. Empezó la tercera caída y seguí impasible. El referee volvió a contar. Y durante 20 segundos nadie respiró siquiera en
la
arena.
“Cataclismo” seguía tendido en la lona. Pero después del conteo, el contrariado referee me observó confundido y levantó la mano de mí rival. La gente se puso de pie y comenzó a aplaudir... Me di la vuelta y caminé hacia los vestidores. Cuando iba a la mitad del pasillo, la gente comenzó a gritar: "¡Relámpago, Relámpago, Ra Ra Ra!". Eso tampoco lo esperaba... Ese día, no fue Cataclismo quien había ganado... Tampoco había triunfado yo... El único verdadero campeón de esa noche había sido mi papá....
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De cuevas grietas y fantasmas AcrĂlico sobre lienzo 114 x 162 cm
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No hay mal que por bien no venga: mentira
Por Belén Ceja
“A ti, por tus incomprendidas maneras de querer.” Belén Ceja
La puerta se cierra, del otro lado la ira contenida. —¿Qué pasó comadre? —Me pregunta mi vecina, mientras me limpia la sangre del pómulo izquierdo. Claramente la culpa es una obviedad incomprendida, algo que señalan todos los manuales. —Puede ser, Mariana, que mi falda fuera demasiado corta —y una memoria incandescente: Humberto, tomándome del cuello, estrangulándome, insultándome, golpeando mi cabeza contra la pared hasta hacerme perder el sentido, porque su metro ochenta y casi cien kilos le permiten una superioridad física sobre mí. —No, Mariana, él me quiere —le digo mientras me cubro los moretones con maquillaje—. Sí, Mariana, me quiere —sigo explicándole mientras me enjuago las lágrimas secas, volviendo al terror emocional, porque la memoria es una puta traidora, débil y mentirosa. Nunca me consideré una mujer frágil, sumisa, defendía mis ideales de una manera soberbia, hasta que un día me reconocí víctima. Él un dubitativo insoportable, después, los gastados lamentos conyugales, procedió el maltrato, la opresión del ser libre y venturoso, envuelta en una relación obviamente desquiciada, melodramática y violenta.
Calladita te ves más bonita mi vida. No me interrumpas cuando hablo. No te metas en lo que no te importa. Las palabras de Humberto, un hombre misántropo producto de la sociedad en donde le tocó nacer. —No mi vida, te lo juro. No lo volveré a hacer —rogó—. Me sacó de quicio verte con ese color de labios rojo pirujo —la primera vez que me pegó me hizo entender que me lo merecía, sus celos eran justificados. Cuando me preguntaron dije: me caí.
Finalmente un acto verdaderamente poético, salir de una vida de misoginia y maltrato, reemprender el vuelo y escapar del pendejo de Humberto. —¡Mariana, ábreme! —grito, tocando la puerta de mi vecina. Me persigue, no abre nadie, veo cómo se asoma alguien por la ventana, pero ya es tarde, me toma del cuello, me arrastra hasta la casa y me da la paliza n° 258, como último acto revolucionario, agarro el cuchillo de la cocina sin darse cuenta y lo pongo sobre su arqueada espalda. Hoy escribo desde la cárcel. Soy libre.
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México Acrílico sobre lienzo 114 x 162 cm
43 Por Andrés Galindo
Te dije que iban a venir, Ponciano; acuérdate que te lo dije. A lo mejor ya ni te acuerdas porque ya pasaron muchos años, pero ahí vienen, Ponciano. Vienen por nosotros. * —¡Pérate, chingaos! Déjame respirar tantito. —Pero si yo soy el que viene cargando la carretilla, Ponciano. Fidencio se detuvo, descansó la carretilla y miró hacia atrás para ver a su compañero. Maldito gordo, pensó, si no tomara y no fumara tanto. Un brazo se salió de la carretilla. —¿Viste, Ponciano, viste eso? —¿Qué, pues? —Los difuntitos se quieren regresar pa su escuela. —No digas pendejadas, Fidencio. Esos mocosos ya están bien tiesos. Eso les pasa por revoltosos. —Pero igual y un día vienen a jalarte las patas, Ponciano. —No mames, güey, ¿a poco todavía crees en esas cosas? —¿Quién sabe, Ponciano, quién sabe? —Se frotó las manos para mitigar el frío y continuó—. ¿Me vas a ayudar o qué? —Ya, no estés de puto y dale. Ya es nomás ahí donde se ven esas matas. Avanzaron unos metros hasta el punto indicado y quitaron unas ramas que ocultaban la fosa en la oscuridad de la
noche. 73
—Lo bueno es que ya son los últimos —dijo Ponciano secándose con la manga el sudor que le caía por la frente— . Así ya no tenemos que acarrear. Ya nomás es de prenderle fuego y tapar el hoyo. —Como tú no cargaste, compadre. —¡Ya, pues! Además, yo te ayudé a cavar, ¿que no? Mira, pa que veas que no soy ojete, yo le prendo a esta chingadera. Vas a ver ahorita cómo se nos quita el frío —se saboreó el cigarro que traía sin prender durante toda la jornada. —Oye, ¿y qué no era más fácil dejarle su escuela a los chamacos? ¿Pos pa qué había necesidad de dispararles y hacer todo esto? —Qué se yo, Fidencio. Órdenes son órdenes. Ya sabes, a los de arriba no les gusta el borlote y estos chamaquitos ya se estaban pasando de la raya. Mira que andar diciendo que al alcalde le gustan los niños y que su esposa es una piruja. Esas ya son palabras mayores. —Eso todo mundo lo sabe, Ponciano. —Pos sí, pero no se dice. —A mí se me hace que fue por lo del dinero que era pa la escuela. —Bueno, ¿y a ti qué chingados te importa porqué fue? De todos modos, de ahí comes tú también, ¿no? Tú y toda tu familia comen de ahí. ¿Qué harías si no? —A lo mejor estaríamos en uno de esos hoyos. —Pos mejor ellos que tú, ¿que no, Fidencio? Terminaron de arrojar los cuerpos en la fosa e hicieron otra pausa antes de prenderle fuego. —Apenas y cupieron los jijos de la chingada. —Parece que se van a salir. —Ya, pues. El Gordo Ponciano se volvió a pasar la manga por la sucia frente y luego sacó de una de las bolsas de su abrigo una botella de mezcal. —Vas a ver ahorita cómo se nos quita el frío —dio un trago y lo escupió sobre la fosa—. Ora, pues, éntrale. Fidencio alcanzó la botella de la mano de su compañero y dio el trago más amargo de su vida. Le hubiera gustado escupir también, pero le daba pena con la sangre que manchaba los cuerpos agujereados de los estudiantes, esa
misma sangre que todavía traía en las manos. Por eso él no se limpiaba el sudor de la frente; aguantaba, porque le daba miedo mancharse la cara con el pecado de otros, los de allá arriba, los meros jefes, los que daban las órdenes. Y ay de ti si no obedecías, porque te andaba tocando la misma suerte. Ponciano encendió un cerillo y lo acercó al cigarro que traía en la boca. Jaló una vez y arrojó la pequeña flama a la fosa. Crepitaron los cuerpos y a lo lejos se escuchó el canto de un tecolote. —Un día van a venir por ti, Ponciano; acuérdate. —No creas en esas pendejadas, Fidencio. Tú nomás tápate los ojos y sigue con lo tuyo. A la madrugada, la carne de los muertos ya se había consumido con las últimas llamas. Echaron unas paletadas de tierra, volvieron a poner las ramas y se marcharon, olvidando la botella de mezcal. A la entrada del pueblo se despidieron y cada uno tomó rumbo a su casa, a descansar, con sus respectivas familias, como después de una larga jornada de trabajo. —Nos vemos, Fidencio. —Seguro, Ponciano, seguro. * —Te dije que iban a venir, Ponciano; acuérdate que te lo dije. A lo mejor ya ni te acuerdas porque ya pasaron muchos años, pero ahí vienen, Ponciano. Vienen por nosotros. —Sí, pues. Lo malo es que ahora ni mezcal tenemos para apagar el frío. A lo lejos se escuchó el canto de un tecolote.
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Juan Ramírez Carbajal es un pintor que
trabaja intensamente en la
producción pictórica figurativa y abstracta. Sus obras han sido expuestas en varias exposiciones colectivas museos
incluyendo y
espacios
galerías, de
la
Universidad de Colima y de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Colima. Juan ha combinado sus estudios universitarios con talleres y cursos impartidos por grandes artistas, como Emi Winter, Octavio Vásquez Eliseo Mijangos y otros artistas nacionales y extranjeros. Juan fue seleccionado como becario FECA en 2012 y ha participado activamente en programas culturales organizados por la Secretaría de Cultura, en ciclos de conferencias y en debates ha sido colaborador en diversas publicaciones indexadas
sobre temas teóricos y artísticos al interior de la Universidad de Colima. Más
recientemente resultó seleccionado en la Bienal Alfonso Michel del Gobierno del Estado de Colima.
Las fotografías correspondientes a la serie “Paisaje mexicano” (obras aquí presentadas), fueron tomadas por Ingrid Acosta.
Tres balas en la noche
I Miedo a la Luz
Desde que se abrieron las pesadas cortinas del cuarto y no pudo esconderse, el monstruo que vive debajo de mi cama huye despavorido de la luz, como yo huía de él. Ahora nos entendemos mejor, pero seguimos sin vencer nuestros miedos.
II Ellas vienen de noche
El sol se oculta, inexorable. Las tinieblas devoran las últimas franjas de luz en mi ventana. De nada servirá que cierre los postigos; tampoco que corra o me encierre a cal y canto. Transcurren los minutos y las nubes terminan de desangrarse en púrpura y granate, convirtiéndose en plomo que tiñe de gris el firmamento. La luna sale entre el espeso manto; si cierro los ojos, llegarán antes, no hay escapatoria.
Abandonan su escondrijo, dispuestas como cada noche a devorar mis entrañas, a sorber mi sangre y saciarse con 77
mi carne. Ellas vienen de noche. Surgen donde están aquellos que disfrutan de arrastrarse en lo oscuro. Ya están aquí: Viejas arpías, gorgonas terribles, malditas, incontenibles… Las Dudas de nuevo me acorralan esta noche, marchitando mi alma.
III
Negro sobre Negro A Claudia, quien me contó su historia.
Su terror a la oscuridad no proviene de las noches interminables en la vieja casona. Tampoco es por la sacudida que invariablemente, a las 3:14 a.m. le anuncia su llegada. Ni siquiera se trata de la sombra que la vigila al pie de la cama. El terror llega cuando fija su vista sin poder evitarlo en las cuencas vacías, aquellos profundos pozos de negro sobre negro que a su vez la miran desde un abismo insondable, y devoran toda luz, todo sonido.
La bestia
Maldito país. Alguien debía pagar por esos gendarmes hijueputas. No respetaron ni la mierda que pudiera cargar en el culo. Vaya que golpearme así por echar una araña bajo el árbol. Estaba exigido a recuperar mi dinero y con ello continuar el viaje. Lo primero consistiría en quitarme la facha pedigüeña: adelanté los jeans negros reservados para el cruce de frontera. Relamí el cabello y lo sometí con un calcetín oscuro. La playera grisácea, aun con rastros del blasón Coca Cola Co., me camuflaba con cualquier mexa treintañero. Oculté el morral y la cobija en la copa del tabachin. Una última meada, ahora no me sorprenderían los policías. La muchá en el barrio juraba el paso por Guadalajara como la mejor ruta para hacerme con los gringos. Seguramente así es. Aquí la saturación de Oxxos permite una elección parsimonia para el atraco. ¿Las cámaras? Esto sigue siendo Latinoamérica, los cuerpos de inteligencia todavía carecen de su adjetivo. El secreto era alejarse de las vías. Ubiqué el local, indicado para el embate, a tres calles de un bar para motociclistas. Interrumpí el pago de un vetusto brincando a la caja con cuchillo en mano. El secreto era no hablar. Señalé con la extremidad libre y el cerotudo, uniformado en amarillo y rojo, vació las ganancias del mediodía. No tomé lo del viejo. La necesidad es una bestia indómita, capaz de convertir a un profesor en migrante, a un migrante en ladrón. Las sirenas yacían lejanas a la guarida mientras ordenaba una cerveza Minerva. Los choppers me joderían con equilibrio taoísta. Setenta por botellita. Puta bestia dilatante.
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Cupido disparando sus flechas al mundo Ă“leo sobre lienzo 60 x 80 cm
ConstelaciĂłn de Virgo Dibujo a tinta y tĂŠcnica mixta sobre papel fabriano 31.5 x 27 cm
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FantasĂa mexicana: entre la vida y la muerte Acuarela sobre papel de algodĂłn 29 x 19 cm
Sebek Acuarela sobre papel de algodรณn 35 x 26 cm
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Coyolxauhqui Dibujo a lรกpiz sobre papel fabriano 21 x 13 cm
Secreto Ă“leo sobre lienzo 50 x 60 cm
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Grieta en el cielo rojo AcrĂlico sobre madera 19 x 19 cm
Ciudad de México 1980. Artista plástico, maestro de artes plásticas, director de arte de la revista literaria Cariátide
y miembro
de
Los
Seis.
Actualmente se dedica a la producción de arte
sacro
publicidad,
y ex
fantástico, libris
y
ilustración, proyectos
interdisciplinarios diversos. Fue ganador en 2003 del primer lugar en el Primer concurso de dibujo y pintura de la revista México Sobre Muros. En 2012 recibió el reconocimiento "Amigo de la Fundación Mexicana del Corazón". Cuenta con 12 años de experiencia como maestro de artes plásticas y ha desarrollado un método de enseñanza propio conocido como "Planteamiento del Dibujo". En 2014 participó como profesor invitado en el Primer Maratón de Dibujo del Foro Cultural Goya. En junio de 2015 fue nombrado artista del mes por la Fundación Novangardo y es autor en la sección Galería de La Rabia del Axolotl: proyecto de arte y literatura. Su obra ha sido expuesta en el Museo de Arte Tridimensional de Azcapotzalco, el Museo Universitario Leopoldo Flores en Toluca, la Sala de Exposición Vitrales IMSS, la Sala Mural del Salón de los Sorteos de la Lotería Nacional, la Galería de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, el Seminario Menor de la Arquidiócesis de México Casa Huipulco, Jardín del Arte Plaza del Carmen San Ángel, Galería Aguafuerte y Galería Rullán entre otros, y ha aparecido en publicaciones como Mundo Equino, Periódico La Prensa, Palestra Revista Literaria, La Mancha Revista Literaria de Quilicura Chile, Revista Penumbria, Revista Ritmo, Imaginación y Crítica, etc. Pedro Sacristán http://www.vientodeobsidiana.blogspot.mx/ https://www.facebook.com/arte.sacristan/
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Minerva Margarita Villarreal
Manumisión Dices que Drusio, tu esposo, perdió los dientes a causa de esa droga llamada cristal; también ha perdido el juicio, encerrado en su cuarto a todas horas, pendiente solo del suministro y el pago. Y te lo ha hecho perder a ti, Drusila, llamándote perra, flor de puta, insaciable depredadora de sus bienes, como te exhibe ante propios y extraños. Ahora hablas y caminas sin rumbo y ni escuchas ni paras. Si en vez de dispendiar en lujos y usar ese apellido volvieras a tu puesto de cajera en el banco, barata pagarías tu libertad.
Latomías del Topo Chico y Apodaca 89
En Siracusa se plantó la semilla que, cerca de tres mil años después, germinó en campos de concentración: dejaban morir a los reos. Aquí no tenemos esclavos pero las cárceles se han transformado en letrinas infectas. Antes, dos niños por año, hoy nacen ciento treinta criaturas en cautiverio. Inventaron un túnel, aseguraron una fuga de presos que solo era una treta para eliminar al joven director. En las cárceles del Topo Chico y Apodaca, desde el lujo de sus celdas, los capos controlan drogas, mujeres y venganzas; deciden cómo y cuándo el resto de los reclusos y todos nosotros habremos de morir.
Alma Karla Sandoval
El país extraño
Ven, están matando gente afuera. Haremos de la sangre un recuerdo lejano. Soy tu mujer imaginaria. La golondrina de mi nuca es lo que resta de las distancias antes de los frutos negados. Te puedo hablar de lo que nunca sucede con mi chistera en medio del terror y la pólvora. Están matando gente afuera. Deberías besarme y yo parar los juegos del granizo. ¿Quién va a salvarse de esta ceremonia oscura?, ¿con qué ojos sino los tuyos que alimentan la conversación en Comala? Sueño que vienes como el poeta que nada quería más allá del adiós buscando un país extraño y un río sucio.
Sueño que vienes, pero siguen matando gente afuera y nos quedamos haciendo la vida al otro lado del ventanal.
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Lo básico, eso te doy, flores ardiendo en la tormenta. Mi mano si nos movemos entre cadáveres de niños. Mi boca en tu mente que nos busca igual que el náufrago a una bengala.
De Tratado de bengalas
Adán Echeverría
Y por siempre la vida que se anuncia
un hombre que todo es alma está cautivo en su cuerpo Félix Lope de Vega y Carpio
Quiero lavarme un poco el genocidio que tengo en la mente arrancarme las espinas de los dedos quitarle el filo a los comillos despuntar los cuernos.
Quiero dejar de acusar a los perdidos perderme entre el humo que dejan los sicarios devolver esa parte de mí que llaman ser humano y gastarme las uñas en el agua.
Quiero reconocerme en los espejos saber alimentar mi vanidad regodearme de esas "maravillas humanas" que están por todas partes sentir el palpitar de sombra en cada palabra de amor que te inventé.
Al final, con la boca ensangrentada las manos colmadas de tus lĂquidos y tu cuerpo despedazado en mis rodillas te abrasarĂŠ. Es lo menos para saber que vivo.
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Jair Cortés
Mapa Para Luis Felipe G. Lomelí
Si quitáramos a Reynosa de Reynosa, del mapa extraerla con un par de pinzas, y si de esas pinzas cayera esparciéndose, escurrida como pegamento sobre todo el mapa, ¿en dónde quedaría Reynosa, las calles, la esquina donde mi hermano y yo fumábamos?
Derramada sobre el mapa, recortada Reynosa está allá en todas partes y luego una patrulla ¡Arriba las manos, pegadas a la pared!
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Gloria Vergara
I la vida -es un gozo podrido, fascinantes igual que la noche abierta en el corredor de doña concha «30 hijos de puta» dice don miguel y se arrima —se acerca—, toca, acaricia uno por uno tu cuerpo, tu cuerpo blanco, tu cuerpo recio, tu cuerpo reluciente como un relámpago ¡tu cuerpo! hijo de tu puta madre, y don miguel aprieta la camisa, el cuello en el cajón ríe, llora, luego el silencio, el cuerpo es todo lo que brilla
II 30 cuerpos en el corredor de doña concha traje este ramo de flores, doña traje estas veladoras, doña traje un poco de café, doña traje pan, doña y doña concha, como si hubiese tomado el viento jala a don miguel hasta su pecho hace todo como cuando era bonita con la misma gracia peina su dolor como si peinara el dolor de todos los padres de los muertos de los 30 migueles que golpean los cuerpos, como si adelgazara el miedo doña concha tiene ahora la casa funeraria llena de féretros llenos y el rumor crece y la llama de los cirios crece y los decires… crecen una vez más se hace el silencio… el ruido de un motor es como el viento, se lleva a los dolientes.
III no hay cirios, no hay flores que brillen, no hay luz eléctrica, doña el ruido del motor viene, doña cuerpos encapuchados bajan como el viento, doña tiran flores, tiran féretros, tiran, ametrallan muertos 30 llamas en una, 30 cuerpos en el cuerpo de la casa que arde y doña concha y don miguel abrazados como cuando eran bonitos pegados sus cuerpos, pegadas sus arrugas, pegadas sus cabezas tiemblan
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Iliana Hernández Arce
Mujeres que viajan solas
Hasta el nombre propio ofende por eso como a una piedrita la pateo y le digo cuando algo no se nombra
desaparece
su sangre es el pretexto del conflicto que me provoca cuando se atreve a romper la servidumbre y va por la vida sin amo da miedo
sin hombre da miedo
me palpa la duda de la hombría sin mujer
nazco o muero
sin mujer ¿soy hombre? ¿soy?
por eso le arranco el hueso y la carne para callar su voz
y como la bestia que soy
hago un jardín oficial de cuerpos
dedicado a mujeres que viajan solas
Mercedes Alvarado
Lamento por la vida de David
No voy a llorar tu muerte, David, porque nadie me la ha dicho. No voy a llorar tus pasos en el desierto (ésos que fuimos buscando de casa en casa) ni tu piel bajo la península ni tu falta de todo excepto de ti.
No voy a llorar, David, aunque estés en el silencio que se adueña de cada mesa en la angustia que nos hacemos al nombrarte. (sobre todo cuando tu nombre se nos ausenta en presente)
Te fuiste, David, con la noche. Es que todos nos vamos solos porque es imposible estarse yendo acompañados. Pero te fuiste, sin querer huir sin ningún sitio del cual irte, sin ninguna cosa de la que despojarte, sin exilio que te cobije de esa distancia tuya.
Instalado en un sillón de la sala, este duelo como visita que no se marcha, nos mira a todas horas. Te vamos callando cada vez que falta tu voz tu sentencia tu inexacta acusación al mundo.
No voy a llorar tu andar, David, ni la quietud constante de la incertidumbre. No voy a decir que no vuelves no voy a olvidar la palabra para acompañar tu nombre
TODAVÍA
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cada vez, todas las veces que alguien pregunta.
II Ayer pasó un hombre por la puerta de casa descalzo con la mirada de los que sólo saben a dónde no van y las manos llenas de tierra. Tenía los ojos manchados, también. Es que los hombres pierden algo con la memoria cuando se quedan en ese paraíso de la deriva y se les hace en la mirada un huequito por el que esperan que les entre algún retorno.
A veces me pregunto a solas luego de ver tanta tierra, tanto cerro erizo y seco tantos arbustos desperdigados tanta carretera tanto mar; luego de tantas noches de tanta hambre de tanto hablar contigo
-si es que te hablas todavía-, cómo vas a encontrar el tiempo para volver.
Has de tener en los ojos el mismo huequito del hombre que caminaba por la banqueta cuidándote para que nadie irrumpa tu camino.
III
No sé si sepas que los días siguen pasando que se nos han acumulado los minutos que tus hijos van creciendo y a tu mujer se le hace honda la mirada.
Has de haber recolectado historias -también túde ésas que se quieren contar un día -sin urgencia cuando la gente pregunta qué ha sido.
Es que el tiempo se hace entre nosotros como un muro al nombrarte:
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David.
IV
No te pido que vuelvas -a quién se le ocurre que volver es un acto posible –; no se puede andar sobre uno mismo si acaso dejar la sal en el camino para que el hueco propio nos hable de algún tiempo.
Por eso, David, no creas que volver es una forma de hallarnos. Ya nadie es: dejamos de sernos tan pronto íbamos sucediendo.
Sobre todo ahora, que las fiestas se llenaron de juegos infantiles y las noches parecen acortarse. Ahora, que el mundo baila cada cinco o seis días
y las mareas siguen llegando temprano. 10 3
Todavía no aprendo la guitarra. Tu padre sigue hablando fuerte. Mikael no ha dejado de comer.
Pero no, David, no trates de volver: no estamos en quienes fuimos.
V
Esto no tiene nada qué ver con la espera -ridícula – de verte venir -sobre tus pasos – por el mismo camino
porque
TODAVÍA
(todavía, todavía, todavía)
nos queda muy grande el hueco para que seas memoria.
Alfredo Lozano
Oaxaca 11 Oaxaca clama justicia
El norte, allá donde voy a morir, en los desiertos, se pide Justicia. ¡Estamos hasta la madre!
El sur pide Justicia, el centro ruega Justicia. ¡Carajo! ¿A qué estamos jugando, México?
Ya estamos hartos, la indignación, la paz, la pobreza, todo tiene el mismo significado. Ya estamos hartos, la sed, la avaricia, la libertad, todo tiene el mismo significado.
Nos callan, nos aprietan, nos arden, nos ametrallan, nos acaban. Eyaculan, ríen, asfixian, violan, disparan.
Nos matan, ¡cínicos! Se burlan, ¡cínicos! 10 5
Aquí no hay Patria, estaba hincada con una mordaza entre labios. Ahora la han degollado.
¿Qué está pasando? ¿Dónde ha quedado la dignidad?
Pueblo marchito, estamos hartos. ¡Váyanse!
Se burlan, nos aprisionan, nos ahogan, nos lapidan, nos saquean, nos violan, nos ultrajan, nos acribillan, nos torturan, nos callan, nos matan. ¿Hasta cuándo? ¡Maldita sea!
Pero habrá que matar todas las células para impedir que palpite el corazón.
Gabriela Méndez Guido
Mediocri-canismo Al ser humano radicante dentro de los límites del territorio que actualmente se le denominó como México, todo le viene valiendo madres: Se atasca de garnachas y le pistea un chingo, ya hasta el culo, le pone con quien se deje (y eso), creyéndose el más cabrón, – aunque a la mera hora, nomás le webonea – pero no vaya a ser que alguien apañe más, porque se emputa y la arma de pedo y sino, se lo chinga.
Pero eso sí, para que su virgencita chula y sus santos católicos apostólicos
les perdonen sus siete pecados mexicanos (atascarse, ponerle, mamonear, webonear, apañar, emputarse, chingar) los domingos da de diezmo lo que no tiene ni pa’ tragar.
El mexicano está tan wey que si realmente quisiera acercarse a Dios podría englobar los 10 mandamientos en 1: No os paséis de verga.
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Iván Viñas Arrambide
Que no llames por teléfono
Violencia es que no llames por teléfono y derrumbarme, hora tras hora, como si en el pecho trajera una ciudad bombardeada por ataques aéreos y esperar muerto de miedo porque a las mujeres que salen de noche en este país las matan.
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Nicté Toxqui
A propósito de estos días
no puedo tejer mi cuerpo una vez más encontrar su punto medio dónde queda esta mano este pie deforme hígado deshaciéndose acumulado en esta fosa incomún desierta veo mis dedos sangrar por morderme las uñas la costra el corazón abierto aquella arteria danzando entre estos brazos hechos trenzas en mis huecos flores aquel asomar apenas de la raíz en el punto tibio de la tarde las migajas en el piso la saliva el abono de la primavera esta cintura alboroto del agua vaivén de los muslos que no entienden que no entienden justo ahora yacemos en el piso todas mis partes destazadas en medio de un cauce evaporado tórax cactus quebrado savia derramándose entre estos senos músculos amordazados que se llaman Modesta cuando esto acabe me llamaré Samai en alguna lápida anónima hasta la médula como mis tendones rotos me nombrarán Ángeles Laura Ingrid mis hijos verán esa fotografía aquel posar atónito de esta boca abierta verán mi rostro de Anabel extirpada de casa con los pies descalzos reconocerán este vientre fundido de madre esa cría inconclusa que no me llamará Inés Karla Brenda nariz llena de polvo estómago de María vacío este cuerpo boca abajo mordedura en la garganta la asfixia mis huellas acordeón de piel enemiga no puedo tenderme bajo el sol sin saber que otra voz otra voz no la mía me llama Nancy mi turno de yacer cómplice rasgar esa falda de la muerte sin botones sin tela sin nada sólo mi cuerpo.
David Anuar
Canto de supervivencia
Vivo escamado por la canícula de improperios que laceran mis pies descalzos
ensayo una ruta de supervivencia a través de los despojos que esta ciudad me obsequia pero sus colonos hunden la vista en otro mapa que no sean mis desgracias
yo canto entre las latas que me dejan los bebedores de cerveza y admiro el día que se abre en la ruta de los colectivos y los transeúntes con los ojos de la más pulcra nostalgia y si por error intento ser el que viaja y no el que recoge los pedazos de existencia que dejan atrás los que viven entonces llueven las miradas a empujones llueven a veces las patadas y las voces y no han faltado los gendarmes de la rabia
que a punta de palos restauran el orden y la calma de esta urbe que planifica con los ojos cerrados mi silueta y su escarnio
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Aldo Rosales Velázquez
Ciudad
Y sucede entonces que mientras bebes café por la mañana mientras tus hijos hablan de la escuela escuchas en la televisión que la ciudad ha dejado de existir
Al principio no lo crees apenas ayer viajaste a tu oficina apenas ayer amaste a otra mujer en un hotel apenas ayer los teléfonos sonaban Y hoy ya no
Algo se rompe en ti (quizá así se derrumbaron los edificios, piensas) y algo más comienza a crecer al lado de eso ahora roto
justo como la hierba va comiéndose las ruinas al paso de las lluvias y las noches
Tu mujer y tú suben a la recámara se quitan la ropa pero no se tocan la vida no da para tanto, te dices y se quedan quietos como dos torres venidas abajo con los ojos bajo los restos de esos años en que de verdad se amaron
Al anochecer, cuando los niños duermen sales al jardín a fumar un poco allá, tras la noche, allende el silencio cruje una ciudad venida abajo otros niños duermen entre los escombros y en lo que antes fuera un hogar un reloj se niega a dejar de palpitar
Ya no existe la ciudad te dices al espejo a medianoche y tu aliento busca bajo esa palabra ciudad algo que no hallas en tu rostro ni en el de tu mujer e hijos
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Antes de dormir piensas a dónde irán el miedo, el asco, la soledad ahora que las esquinas donde anidaban ya no existen y las ventanas donde el sol se quebraba al amanecer son hojarasca de cristal sobre las calles rotas
También tú te has derrumbado y te das cuenta justo ahora en este segundo antes de caer arrodillado al polvo del silencio inerte a la orilla de la madrugada También tú eres una ruina y dentro de ti en lo que antes fue una vida otro reloj se niega a dejar de palpitar
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Sara Uribe
*Autopartes
tu palabra aquí no vale ¿qué no ves la placa? correr. subir. correr. subir. correr. correr por azoteas. subir por escaleras. correr por aluminio. subir por casquillos. correr correr correr correr. subir subir subir subir. subir por escaleras armadas. por hombres armados. por hombres uniformados ser perseguido. correr. correr. correr. subir. subir. subir. subir por escaleras de aluminio. correr por hombres encapuchados. hombres-casquillo-percutido. hombres-escalera. hombres-sitienes-sed-ahorita-te-vamos-a-dar-agua-para-que-hables. hombres-hombres. hombres-ahorita-te-vamos-a-dar. sed. armas. agua. balas. para que hables. ahorita te vamos. si tienes sed. por escaleras. a quitar lo pendejo. ahorita ni ley. ni protocolo de estambul. ni tu denuncia. ahorita. ¿qué no ves la placa? ahorita. te va a cargar la chingada
*El ensamblaje-reescritura-curaduría de este texto fue desmontado y montado a partir de fragmentos de nota roja del estado de Morelos.
Diana Marisol Gutiérrez Medina
Ellos, nosotros
Ellos tienen vendas en lugar de ojos vendas manchadas por un torrente escarlata que a menudo confunden con una leve brisa El hedor se justifica ante los titulares ¡Es la falta de ventilación!, jamás la masacre Las mantas que anuncian: MUERTE es un tipo de decoración minimalista los cuerpos mutilados, una forma de hiperrealismo aquí es otra película de Tarantino las detonaciones, son fuegos artificiales Sí alguien tiene miedo, se lo calla Mientras los cuerpos lluevan, aquí nada pasa Las vedas que parecían eternas se resbalan Los clamores estallan, las aguas se tiñen de rojo ¿Tendremos todos las manos manchadas?
Parecía NORMAL gritan a una voz, que se escurrieran nuestros hijos como el agua de un canal, lo decían los decretos: “El pueblo madura” “La delincuencia muere” Lo que muere es la sorpresa, la aceptación de la hecatombe Ojos vivos que secuestraron las vendas, correctivos inútiles Cuando te tocan el alma, te tocan completo y no hay dique Ni muro que nos haga ciegos de nuevo
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Antonio Guevara
Voz muda La voz antes de ser estadística de feminicidio.
Mi pena es adorno del jardín mortuorio, inquilina eterna de histerias frag/mentadas, devorada por la oveja que escapó a su torpe pastor. Amordazada a un sistema que finge ceguera fluye la naturaleza prístina esa que odia. En mis últimos respiros soporté un dolor que resulta intratable describir, antes de ser materia prima para una gua/daña, lo fui bajo miembros lubricados con ignorancia y por cabellos raídos, celosos de una imagen pasajera.
Soy el martirio deambulante sobre conceptos sin eco, como el de aquella "justicia" triunfante sólo en fábulas, soy la evidencia de pruebas no investigadas, soy madre hija nieta sobrina tía cuñada nuera soy la MUJER que ahora comen los gusanos, soy la idealización de un "pudo ser" soy el reclamo peregrino de mi género, ahora hostil, ...soy otra voz que pide no se repita mi historia...
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Malena Martinic Magan
Hombre sin pedazo
Hoy le corto un pedazo de hombre. Me cansó con tanto exceso. Le corto la voz irritante de matón que lo sabe todo. Le corto el puño con el que se sabe valiente. El dedo señalando mi error. Hoy me enamoro del peor cliente. Me subo en mis zapatos y corro hasta perder la orientación y los olores viejos. Hoy le corto el atropello, el sudor y aliento ácido, sus manos torpes, vientre blando, su risa estridente. Hoy le muestro que no sirve, que si no paga no tiene. Hoy le corto la imagen del espejo, en la que se ve poderoso, violento, fuerte. Y me siento reina, o niña buena, o mariposa... hasta libre. Hoy no acepto billetes, ni regalos, ni flores, ni promesas, ni lágrimas de comprensión por un rato. No huelo a chica. No muerdo labios. No bebo engaños. Hoy clavo certeramente el filo en su corazón. Y se lo arranco. Total... sin corazón, hará lo mismo.
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Indira Isel Torres Cruz
La cocina 10:00 am
Mamá sirvió muy temprano huevo con chile, bajé a desayunar para después irnos a la iglesia, comenté que ayer una nalgona rencorosa no me quiso saludar, papá se metió en la plática y dijo: −cómo no se va a ofender si le dijiste que comía mucho −ay ya vas a empezar, contesté; papá alzó el brazo para darme una bofetada: −no te quedas callada −no respetas a tu padre −vives de nosotros a tus veintitantos Las voces eran tan elevadas que el techo empezó a ponerse negro la cocina negra los platos negros los cuchillos negros las cucharas negras el mantel negro una hija negra asustada en su cuarto preguntándose por sus padres tan blancos aperlados como las alas de un ángel dientes de coronel.
Mariana Escoto Maldonado
No /nos / rendimos Oremos por las nuevas generaciones abrumadas de tenidos y decepciones; con ellas en la noche nos hundiremos. Amado Nervo, Oremus (1898)
¡No nos rendimos, no nos rendimos! y la consigna se guarda en lonas olor a tinta vegetal (sabio ecologismo, sabio compromiso) para otro año de desencanto, uno igual al otro, siempre.
Pero hablemos de la marcha, para que nadie diga que no leemos más allá del espectáculo y los deportes. ( ¿y si mejor metemos goles y nos quitamos la camisa parchados de números, de nombres sin rostro? Y si hacemos la telenovela de la joven pobre, pero que esta vez juegue a las escondidas y la encuentren en el basurero de… ¿Cómo dijiste que se llamaba?)
El cemento fue pisado por quienes el rendirse les sonaba familiar. Todos nosotros salimos de la cueva para decirle a Platón que allá afuera sólo hay verdades históricas.
Nuestro brazo izquierdo está tatuado con el rostro del amor, la libertad, la rebeldía (pero la tinta no alcanzó para todos y algunos se fueron sin firmar el compromiso).
Somos los protagonistas de nuestra triste historia nacional, o lo fueron nuestros padres (ausentes), nuestros abuelos (ausentes): el miedo, el trauma y la culpa, la herida que nos hicimos mientras dormíamos. Tomamos las palabras ( no/ nos / rendimos) y jugamos a la baraja o a la ruleta rusa (tiro de gracia) y apostamos a que el cambio está en uno. Los que pierdan (favor de considerar primero a mujeres y niños) se retiran a la cueva. Después de todo, entre las calles y los negocios ambulantes está nuestra rabia maldita y de qué nos sirve estar enojados.
Otros, más sinceros que los unos se van a descansar al carro, se vuelven gentío en las oficinas del SAT
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y descansan de que hoy no cerraron su calle pues el hombre está hecho para “rodaaaar y rodaaaar, rodaaaar y rodaaaar”.
Pero hay algunos, se los juro, que todavía no se rinden, no se rinden. Se les ocurre, por tener algo que hacer, rayar los monumentos, nuestro patrimonio de roca y metal, que terminarán despintando otros, los que no se les ocurrió rayar primero.
Nosotros, los otros, nos vamos a los lugares donde no hacen mucho ruido. Nuestras universidades te dan identidad: mi expediente es 238398 y aquí me nació la conciencia.
No nos rendimos, no nos rendimos. Así nos decimos al espejo los que aún nos soñamos en el ateneo de la juventud, pero no nos acabamos de convencer. No te rindes, no te rindes y escribes un poema al que agregas un punto final y te retiras.
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Xel-Ha López-Méndez
Apuntes para una novela
No me gusta el nombre de Roma para nada. Un día nos obligaron a escribir una novela porque ya habíamos firmado los contratos. Se estipulaba que seríamos miserables, que lo tendríamos todo y entonces por ello seríamos miserables. El personaje, Roma. Una niña buena que ha vaciado su, ha vaciado su, quí-karma-pirineo-cuerpo, no sé. Una niña buena ha meditado que harán falta unas 400 voces que llamen a su alma a ir por otro lado. Unas 400 vidas anteriores a ésta. Un monólogo inicial. Me estoy portando mal pero hay en ello una especie de triunfo. Me estoy portando mal porque uso mi cuerpo como una cuchara para servir azúcar en el té frío. Me río de la espiritualidad del otro porque me recuerda que tengo un alma y alguien puede verla, el alma está desnuda y no trae ropa como en los sueños. Me da pena que mi alma esté desnuda siempre y que alguien pueda verla. Me río salvajemente de la espiritualidad del otro, como ahora. Repito cosas, por los nervios digo. Alguien pone atención a los luminosos pechos del alma. El contrato estipula. Una cifra que no existe en los poemas. Busca.
A. André Sanfar Auxilio
Hay un tipo de violencia en México que va más allá de la física: la moral, la psicológica, la emocional. El canto de un niño abandonado en un autobús andando, canto melancólico, Nada melódico, tiene su rostro de desprecio, algo que apague su impotencia, su ira la verdad que no tiene precio, los golpes de su padre y su partida. Canta una trágica canción de amor, que probablemente nunca sintió, al que nunca conocerá como al dolor una historia que jamás existió. Canta en su camino al exilio, gritando por alguien que lo escuche, entre las palabras que canta y sufre, su desesperado grito de auxilio.
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El Sentido al Barrio Años antes de la independencia pocas cosas hablan de modernidad en la ciudad de México. Menos aún se muestran tales atributos para sus barrios. Todo apunta a pensar que en la capital novohispana reinaba el espectáculo de los opuestos: de construcciones nobiliarias se pasaba a edificaciones levantadas con la tierra misma de los solares; el consumo de agua de las acequias discordaba con los chorros de agua pura de acueductos y fuentes; los empedrados terminaban de tajo, convirtiéndose en desnivelados pisos encharcados; las mercaderías ultramarinas, los carruajes, las capellanías o el acceso a la escritura son otros de los rasgos que permiten comprender aquella sociedad desde la “oposición de dos mundos”. No obstante, toda aquella ciudad se inclinaba por la fisonomía, gestos y representaciones del antiguo régimen. Más allá de los opuestos, el uso de las calles principales poco se distinguía del de los callejones; las plazas, íntegramente, convocaban romerías; las iglesias emplazaban feligreses y cofrades; los canales eran sinónimo de basurero; para todos la luna llena condonaba la iluminación de trementina, en fin, la ciudad toda compartía códigos pre modernos; sin embargo, mientras más nos distanciamos del casco español, los grados de tradicionalidad parecen elevarse. Los barrios de indios se hallaban perfectamente articulados en la maquinaria simbólica del antiguo régimen para esos barrios proviene de una polaridad. En los barrios de indios reinaban prácticas tradicionales. Y aun cuando algunos virreyes ilustrados pretendieron hacerlos partícipes de incipientes ejercicios racionalistas que comenzaban a ponerse en práctica en las primeras calles del casco español, las referencias a su paisaje nos son ya bien conocidas. Calles de tierra y sin geometría; construcciones efímeras y proliferación de jacales; canales y corrientes de agua desviados según el uso; animales sueltos y manadas conducidas; pocas bardas y en desuso; entradas comunes para varias casas y utensilios al aire libre; ausencia de alumbrado, fuentes públicas y carros de basura; suelos pantanosos, en una palabra, los barrios tampoco participaron de los preceptos del urbanismo moderno que, al menos como idea,
brotaban en el centro o casco español. No sólo su fisonomía se aferraba a una sólida herencia que parecía resistirse 12 a los cambios. Los habitantes de los barrios, cuando los alcanzamos a reconocer a través de sus traductores, 9
exudan corporación, gremialidad, lealtad, honor, jerarquía o privilegio. Hasta antes de la independencia, ninguno de sus indios aparece hablando en primera persona. Sus voces siempre apoderan a otros; a sus colectividades, a sus corporaciones, a sus barrios. La idea de individualidad no es asequible para ellos: el destino parece dado por el cuerpo social que ruega y peticiona a sus autoridades. La potestad parece resolver el curso de su existencia.
Marcela Dávalos Dirección de Estudios Históricos Instituto Nacional de Antropología e Historia
Barrio I Grabado en relieve
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Barrio II Grabado en relieve 50 x 64 cm
El Cholo Los cholos, movimiento generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del Sur de Estados Unidos y en México, que se singularizan tanto por su vestimenta como por su conducta y su lenguaje. Rebeldes instintivos, los “cholos” no reivindican su raza ni la nacionalidad de sus antepasados. A pesar de que su actitud revela una obstinada y casi fanática voluntad de ser, esa voluntad no afirma nada concreto sino la decisión de no ser como los otros que los rodean. El “cholo” no quiere volver a su origen mexicano; tampoco —al menos en apariencia— desea fundirse a la vida “normal” de las ciudades. Todo en él es impulso que se niega a sí mismo, nudo de contradicciones, enigma. Y el primer enigma es su nombre mismo: “cholo”, vocablo de incierta filiación, que dice nada y dice todo. Extraña palabra, que no tiene significado preciso o que, más exactamente, está cargada, como todas las creaciones populares, de una pluralidad de significados. Queramos o no, estos seres son mexicanos, uno de los extremos a que puede llegar el mexicano. Incapaces de asimilar una civilización que, por lo demás, los rechaza, los cholos no han encontrado más respuesta a la hostilidad ambiente que esta exasperada afirmación de su personalidad, afirman sus diferencias, las subrayan, procuran hacerlas notables. A través de un dandismo grotesco y de una conducta anárquica, señalan no tanto la injusticia o la incapacidad de una sociedad que no ha logrado asimilarlos, como su voluntad personal de seguir siendo distintos. No importa conocer las causas de este conflicto y menos saber si tienen remedio o no. Lo característico del hecho reside en este obstinado querer ser distinto, afirma sus diferencias frente al mundo. Sólo le queda un cuerpo y un alma a la intemperie, inerme ante todas las miradas. Su disfraz lo protege y, al mismo tiempo, lo destaca y aísla: lo oculta y lo exhibe. Con su vestimenta —deliberadamente estético y sobre cuyas obvias significaciones de trabajador obrero, campesino, cocineros, etc... — lo vuelve “impráctico”. Niega así los principios mismos en que su modelo se
inspira. De ahí su agresividad. Esta rebeldía no pasa de ser un gesto vano, pues es una exageración de los modelos 13 contra los que pretende rebelarse y no una vuelta a los atavíos de sus antepasados —o una invención de nuevos 3
ropajes—. Generalmente los excéntricos subrayan con sus vestiduras la decisión de separarse de la sociedad, ya para constituir nuevos y más cerrados grupos, ya para afirmar su singularidad. En el caso de los cholos se advierte una ambigüedad: por una parte, su ropa los aísla y distingue; por la otra, esa misma ropa constituye un homenaje a la sociedad que pretenden negar. La dualidad anterior se expresa también de otra manera, acaso más honda: el cholo es un clown impasible y siniestro, que no intenta hacer reír y que procura aterrorizar. Esta actitud sádica se alía a un deseo de auto humillación, no le importa, busca, atrae, la persecución y el escándalo. Sólo así podrá establecer una relación más viva con la sociedad que provoca: víctima, podrá ocupar un puesto en ese mundo que hasta hace poco lo ignoraba; delincuente, será uno de sus héroes malditos. Un ser mítico y por lo tanto virtualmente peligroso. Su peligrosidad brota de su singularidad. Todos coinciden en ver en él algo híbrido, perturbador y fascinante. En torno suyo se crea una constelación de nociones ambivalentes: su singularidad parece nutrirse de poderes alternativamente nefastos o benéficos. Una perversión que no excluye la agresividad. Figura portadora del amor y la dicha o del horror y la abominación, el cholo parece encarnar la libertad, el desorden, lo prohibido.
Marcela Dávalos Dirección de Estudios Históricos Instituto Nacional de Antropología e Historia
La vida bruta de un boy Mixta papel 70 x 50 cm
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Locos XilografĂa
8 x 28 cm
Mexica XilografĂa 38 x 28 cm
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Fired ese Obra tela 100 x 80 cm
La Xรณchitl Obra tela 130 x 80 cm
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Vatos locos vida y muerte Mixta tela 140 x 90 cm
Manuel Ruelas Pinedo alias Fases nace en la ciudad de Guadalajara en 1983, es egresado de la escuela de artes plásticas de la Universidad de Guadalajara 2006-2011. Pintor y grabador, su trabajo se ha presentado en exposiciones individuales y colectivas en espacios como el ex convento del Carmen, casa taller Juan José Arreola, la Galería SITEUR, Galería cuarenta y cinco en Jalisco, México.
Galería
Coyuchi
y
Transverso
Arte
contemporáneo en Oaxaca, México. Galería Quórum en Buenos Aires, Argentina y Galería Apolo 77 en Valparaíso, Chile. Su obra se encuentra en colecciones particulares en países como México, Argentina, USA, Chile, Alemania, España y Suiza. Dentro de su obra más icónica y representativa encontramos el proyecto “Retratos de Barrio” 2014-2016 los dioses prehispánicos en yuxtaposición con los códigos de los "cholos" una metáfora entre el paraíso perdido de los aztecas, sus dioses y el sentido del cholo por su barrio, su tierra, su raza, su raíz. La lucha como identidad y refugio de la memoria.
Página web del artista: http://manuelruelaspin.wix.com/artist-painter-es
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“Lo que lleva a escribir poesía es algo muy personal, es la historia de un desasosiego o un desasosiego que amanece sin historia aparente, una búsqueda inquieta que exige un encuentro”.
Minerva Margarita Villarreal nació en Montemorelos, Nuevo León, el 5 de abril de 1957. Poeta. Estudió la licenciatura en sociología, el diplomado en teatro y la maestría en letras españolas en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Realizó estudios de desarrollo comunitario en Israel, donde la poesía se manifestó en su vida. Ha sido profesora e investigadora en la FFyL de la UANL; miembro del consejo editorial del Periódico de Poesía de la UNAM, de la revista Paréntesis, de la revista Tierra Adentro; miembro del consejo consultivo de la revista Luvina de la Universidad de Guadalajara. Directora de la revista Cátedra de la FFyL de la UANL de 2003 a 2004. Directora de la revista Armas y letras de la UANL de 2004 a la actualidad. Directora de Publicaciones de la UANL desde enero de 2004. Coordinadora de talleres de lectura y creación literaria. Colaboradora de Casa del Tiempo, Deslinde, El Ángel, El Norte, El Porvenir, Esquina baja, La Gaceta del FCE, La Jornada Semanal, La Palabra y El Hombre, Milenio, Periódico de Poesía, Plural, Revista Iberoamericana, Semanario Punto, Tierra Adentro y Sábado. Becaria del CECA-Nuevo León, 1993. Premio Plural de Poesía 1986. Premio Nacional de Poesía Nuevo Reino de León convocado por el Gobierno de Nuevo León 1986. Premio Nacional de Poesía Alfonso Reyes 1990 por Pérdida. Premio a las Artes de la UANL 1991. Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 1994 por La paga común del corazón más secreto (publicado con el nombre de El corazón más secreto). Premio de Poesía del Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz 2010 por Tálamo. Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2016 por Las maneras del agua.
14 3
I
¿Qué fue aquello que despertó su poesía y en qué momento de su vida ocurrió esto?
Recuerdo una tarde, siendo muy niña, estaba en la sala de la casa de mis abuelos, en Congregación Calles, cerca de Montemorelos, el paisaje que se abría tras la ventana me obligó a contemplarlo; un pequeño tramo de la carretera nacional ofrecía una belleza insólita: el sol restallaba en la blancura calcárea de una casa con techo de paja, aislándola, elevándola del suelo, dotándola de un aura de suspensión. Mi madre me llamó y no la escuché porque estaba absolutamente compenetrada viendo lo que no veía porque lo que veía se hallaba en otro plano. Era como una especie de trance. La contemplación es un ejercicio extraño donde la inmovilidad te atrapa y sumerge en la posibilidad de penetrar lo invisible. Digamos que ésta es la primera toma de conciencia de la que tengo memoria de un momento en el que estaba sin estar. Ese desprendimiento de lo que te rodea te obliga a no despegarte de aquello que no sabes qué es, te toma y entras en una concentración extrema, una corriente te lleva sin aviso hacia donde no sabes: es el paso previo del arte. Implica una subversión porque invierte tu circunstancia y al mismo tiempo te somete, te abstrae del mundo para llevarte a otro. Y esto desestabiliza. No pude responder a mi madre. Estaba a disposición de la materia inefable, sometida a otro orden; no veía con los ojos sino con las potencias, como diría Teresa de Jesús. Con ello mucho tiempo después llegó la palabra, pero la palabra que desciende y la palabra que se alza, la que viene a remover la existencia: la poesía. Y este llamado te implica en la dirección del trabajo que deberás sostener para la definición del poema. Una cosa es la poesía y otra el poema. La poesía está en todos lados, y te acompaña siempre que seas capaz de asombrarte y contemplar, de indignarte e inconformarte, de hurgar, no en el entendimiento de las cosas, sino en el llamado de las mismas, en lo que quieren expresar a través de ti. El poema es un hallazgo de la Palabra. Tiene que ver con la devolución del don, con atender el compromiso mayor.
¿Cuáles son los autores que han servido de pilares para la fundación y desarrollo de su poesía, y a los que vuelve regularmente? Definitivamente Homero que, viéndolo bien, es inabarcable, Safo, Arquíoloco de Paros, Simónides; luego vienen los latinos: Catulo, Marcial, Horacio, Juvenal, Propercio, Ovidio, Virgilio; combinaba la lectura de estos autores con Ezra Pound, T.S. Eliot, William Carlos Williams, Wallace Stevens, H.D., y siempre Emily Dickinson, luego los poetas orientales: Basho, Yosa Buson, Issa; de Emily Bronte, por cierto, siento haber recibido una influencia determinante antes de que me ubicara de plano en la lírica, el libro del I Ching; El Cantar de los cantares; San Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Cervantes, Góngora, Quevedo, Lope, Sor Juana y por supuesto la Generación del 27, especialmente García Lorca, cuyo voltaje irradia y desentraña cada vez más áreas vedadas y Luis Cernuda, aunque este último no parece pertenecer a ninguna generación; los maestros mexicanos a los que venero: Reyes, López Velarde, Gorostiza, Paz, Rosario Castellanos, Elena Garro, Inés Arredondo, José Emilio Pacheco, Tomás Segovia, Hugo Hiriart y Gabriel Zaid; las voces de poetas mujeres del siglo XX: Olga Orozco, Blanca Varela, Pizarnik, Ida Vitale, Lorine Niedecker, Sylvia Plath, Anne Sexton, Louise Glück, Anne Carson, entre otra/os.
¿La poesía debe estar comprometida con algo o alguien? Lo que lleva a escribir poesía es algo muy personal, es la historia de un desasosiego o un desasosiego que amanece sin historia aparente, una búsqueda inquieta que exige un encuentro. A veces, cuando nos va bien, logramos el hallazgo: un verdadero poema. El compromiso es con el lenguaje y cómo este se juega en ti; contigo, el lenguaje y el planeta; contigo, el lenguaje y tu familia; tus mascotas; el 2 de octubre; Ayotzinapa; la trata de menores: tu entorno, el sinfín de padecimientos que en la medida de que forman parte de tu historia, allí reverberan: te pertenecen. Y entonces todos los temas (problemas, impotencias) son posibles. Este vertiginoso mundo que nos tocó está lleno de imágenes luminosas, pero vacías. El marketing te hace creer que eres espejo del modelo de la marca que te pones. Aparentemente hay puertas, pero cerradas para los jóvenes. Mucha droga, mucho alcohol, como si hubiera un vacío del cuerpo y el amor no fuera sino una máscara. Se habla con una ligereza terrible del éxtasis o del punto G, como si el auténtico placer pudiera reducirse al primer acostón y en adelante se esfumara la posibilidad del reencuentro.
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Todo esto se ve como la onda, así vamos de caída en caída hasta que un día amaneces hecho polvo. Este amanecer es nada menos que, en palabras de Sor Juana: un afán caduco y, bien mirado, es cadáver, es polvo, es sombra, es nada. Entre la nada de ahora y la del siglo XVI se jugó este libro. Sinceramente no leer a estos grandes de los siglos de oro es un crimen. Ahí están las respuestas más lúcidas al vacío más estrepitoso que haya conocido la humanidad, que es el nuestro, porque ellos también sufrieron una tremenda crisis, el nuevo mundo les cuestionó el ideal que se habían hecho para justificar las ambiciones de ser dueños de la tierra desde donde el sol se levantaba hasta donde se ponía. Hizo que se tambaleara la credibilidad cristiana. Lanzarse al mar para cruzar el océano y conocer las Indias era abismarse, ir hacia lo desconocido, no saber si se iba a regresar. El descubrimiento es la historia de la gran equivocación de Occidente. Iban a las Indias y se encontraron América y tardaron en darse cuenta de que era otra tierra, no la que buscaban. Ante ese vacío y ese error, y ante el castigo de las imágenes que impuso la reforma luterana, nació el esplendor del barroco, pero en nuestro caso, pasados los siglos, nuestro neobarroco corre el peligro de asentarse y justificarse cómodamente en la fórmula, en el añadido de oropel, en el ornato de un verbo que cansa de tanto repetirse o de escamotear sin medida y sin rumbo el eje vital del poema. El barroco español y novohispano tenía mucha claridad en los elementos con los que se creaba, había un ideal de alcanzar el vuelo más alto, lo magnánimo, la idea de originalidad no les preocupaba en lo más mínimo, lo que les interesaba era la grandeza, la desmesura en el hallazgo; jamás la desmesura como hallazgo.
Recientemente, con su obra Las maneras del agua, obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, ¿qué la llevó a escribir Las maneras del agua?
Una situación extrema, muy personal; tuve la fortuna de leer —porque así me fue encomendado por José María Muñoz Quirós, mi amigo poeta abulense que coordinó en Ávila en marzo y abril de 2015 las Jornadas Teresianas para conmemorar los 500 años del nacimiento de Teresa de Jesús o Teresa de Ávila— el Libro de la vida, de la Santa. Tenía que hacerlo para escribir un poema que tuviera que ver con ella; y desde que entré en su mundo ya no pude salir, porque su escritura me fue dando respuestas a situaciones que yo estaba viviendo en ese momento. Me las sigue dando. Teresa de Jesús es una de las más grandes escritoras en la historia de la humanidad. Sus
palabras alumbran porque tuvo el arrojo de adentrarse en la oscuridad más negra del ser (noche oscura del alma, cantó San Juan de la Cruz) y conocerse y analizarse en esa densidad. Se sometió a designios divinos, desarrollando una capacidad de escucha sobrenatural, y tan perseguida entonces como ahora. Así encontró la iluminación, y desde allí nos alcanza la luz de su palabra.
¿A qué elementos, imágenes, sensaciones, pensamientos, recurrió para escribir dicha obra?
A los que me ofrecía la mirada de Teresa ante mi propia sensación de cadáver. Pensar que ella, siendo una jovencita, estuvo cuatro días muerta, y que ya con los ojos sellados con cera, repentinamente volvió a la vida, me hizo un click maravilloso. Ante determinadas y ruines inclemencias se despiertan sentidos que suelen estar dormidos, que desconoces, y esto encamina la creación. Se activaron instancias inéditas por las que atravesé un mundo ido. Pude entreverar acontecimientos de la vida de Teresa y algunos momentos de su escritura con mi propia disyuntiva existencial. Teresa de Jesús dudó una buena cantidad de años sobre su fe, y esa duda la carcomía, era fuente de cantidad de sabandijas, alimañas y víboras que se desatan en la primera morada del Castillo interior. Cuando estás a un paso del abismo éste avanza con tenazas emponzoñadas que el miedo acerca con sus propias manos. Es decir, y con esto hay que tener mucho cuidado: lo que está afuera está adentro, y, cuando estamos al borde de la fatalidad, podemos desarrollar mecanismos imperceptibles que la precipitan dentro. Tomo la imagen del Castillo interior, en la que Dios se presenta en un espejo inmenso, si el aposento o morada está cubierto por la niebla o la oscuridad de nuestras acciones, el espejo se empaña y niega la presencia, la presencia de Dios se mancha y niega y uno mismo no puede acceder ante la imagen que te pueda devolver el espejo. Es decir: estás perdido. Con esta inmensa metáfora Teresa de Jesús nos ilustra sobre el inconsciente, la culpa, los mecanismos ocultos de autosabotaje y traición a sí mismo. Es increíble la puesta cinematográfica que se avienta esta inmensa escritora del siglo XVI sobre las intimidades más hondas del ser, cómo monta una escenografía dentro de una arquitectura palaciega de la inmensidad para adentrarse en el alma que es el viaje hacia dentro del cuerpo.
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II
Yéndonos un poco al contexto del país, donde —por ejemplo— el cinismo, la mentira, la indolencia se conjugan con la corrupción, la violencia, la incapacidad y la ignorancia, tanto de los políticos, gobernantes, como ciertos sectores sociales, logrando con esto una realidad casi irrespirable; a este respecto, los poetas, ¿cómo reaccionan ante ello (si es que lo hacen)? ¿Para qué sirve la poesía en el momento actual que vive México (el de la violencia y el miedo)? La poesía es un arma cargada de futuro, escribió Gabriel Celaya. Pero yo añadiría que también es un arma cargada de pasado y de presente, pues la emoción o el sufrimiento de Santa Teresa aún nos asombra o nos estremece, nos permite desnudar este mundo que la publicidad y el poder encubren idealmente. Fluimos, no tanto en el río del tiempo, como quería Heráclito, sino en el río del lenguaje. En nuestro idioma llevamos los sueños de múltiples antepasados y los muertos nos susurran, sólo la auténtica poesía puede asimilar estas voces. Pero hay que activarla a fuerza de conocimiento y de conciencia, de explorar la imaginación como esa potencia capaz de encauzar la alteración de los sentidos que propicia el tránsito. Sólo así aprenderemos a no temer, porque la poesía es capaz de romper los diques del orden y del deber ser y así acceder a la revelación. No deja de ser indignante y sospechoso que se eliminen en las escuelas los programas para leer poesía. La poesía es una fuerza que despierta y cuando uno ha estado mucho tiempo dormido, aun despierta con más fuerza, con un hambre de miedo. Confiemos en ella. Como poeta regiomontana —oriunda de Nuevo León— ¿cómo se vive la violencia en dicho estado, y de qué forma ha influido en los poetas locales, en la creación de sus obras? Hay muchas formas de violencia, no sólo la de las balaceras, como tituló Armando Alanís Pulido su libro más reciente; claro que en Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas se han dado una cadena de acontecimientos que tienen que ver con la irrupción del narco y sus aliados: por un lado, los zetas y demás grupos armados delictivos; por el otro, los políticos que establecen alianzas con ellos para fines electoreros o simplemente para definir plazas. Un escritor colombiano decía que los políticos eran tan perversos que pervirtieron a los narcotraficantes. La
ausencia de ética carcome cualquier ideal de país. Es lamentable esta situación no solo para el norte de la república (que por su condición fronteriza padece el doble), sino para todo México. Me duele que en Michoacán, en Colima, en Sinaloa haya situaciones indignantes, crímenes políticos, los llamaría yo, que se materializaron después del Tratado de Libre Comercio. Sí: los campesinos y productores agrícolas quedaron totalmente expuestos a la imposición del mercado estadounidense, como si los líderes del propio Estado mexicano incentivaran el suicidio de nuestra agricultura. Ante esta situación tan crítica, ¿cómo no va a triplicarse la violencia? Hasta qué grado esta proliferación de droga en el país no fue sino el resultado de la dirección errónea del propio gobierno mexicano. Un país tan rico y tan expuesto a la vez, que en lugar de proteger sus tradiciones y la riqueza étnica de sus orígenes, las abandona a la más dura inclemencia. Si definitivamente la violencia ejercida desde el Poder genera una impotencia en el sentir de los ciudadanos, tal impotencia y desesperación deberían combatirse, no tanto con más violencia física, sino con el potencial verbal o poético que recobre la fuerza y el poder transformador de la Palabra. Así edificaremos y conviviremos mucho mejor, permitiremos la exploración y el encuentro; la violencia no tiene miramientos, salvo la destrucción o la muerte.
¿Actualmente trabaja en alguna obra nueva o proyecto?
Sí, tengo un libro con frecuencias bastante drásticas en cuanto a los cambios que imponen en el ritmo de lectura, y quizá en realidad se trate de varios libros; estoy trabajando en ello.
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Georgina MexĂa-Amador
Chow Mein
Georgina MexĂa-Amador
Sin panorama
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Georgina MexĂa-Amador
Cenicienta
Georgina Mexía-Amador
Mercado Lázaro Cárdenas
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Georgina Mexía-Amador
Primavera
Georgina Mexía-Amador (Ciudad de México, 1985). Autora del libro de cuentos de terror Estragos y progenitores y de la plaqueta de poesía Vislumbres hacia el otro lado. Ha publicado poesía y narrativa en Penumbria, Cuadrivio, Crítica, entre otros. Colabora para las revistas digitales The Ofi Press y Bakwa.