RAMÓN FUENTES ITURBE: Luces y sombras de un rebelde AUTOR: JUAN LIZÁRRAGA TISNADO Mazatlán, Sin. Noviembre de 2009
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ÍNDICE Presentación............................................................................................................ 2 1. Magia, rebelión y astucia................................................................................... 4 Las dos fuentes de Ramón F. Iturbe y su religiosidad infantil........................... 4 Temprano peregrinar hacia la capital ................................................................. 7 La “Aurora” de Mazatlán ................................................................................... 9 ¡Vienen los ferrelistas! La juventud en armas con Madero ............................. 11 El sitio y la primera toma de Culiacán ............................................................. 16 Lucha con Obregón, por Carranza y contra Huerta ......................................... 23 Segunda toma de Culiacán y sitio de Mazatlán ............................................... 26 Lealtad al constitucionalismo y a Carranza ..................................................... 34 2. La gloria del poder y el infierno de la derrota .............................................. 40 Primera batalla política: Gobernador Constitucionalista de Sinaloa ............... 40 La educación del pueblo, máximo monumento a la Revolución ..................... 44 El relevo por Eliseo Quintero y el Plan de Agua Prieta ................................... 50 La fortuna a la sombra del poder político ........................................................ 57 Derrota militar y exilio en Los Ángeles ........................................................... 64 La indulgencia del presidente Lázaro Cárdenas .............................................. 71 Segunda batalla política: diputado federal por el cooperativismo .................. 76 El Frente Constitucional Democrático Mexicano, ¿ultraderechista? ............... 82 Campaña para gobernador en el almazanismo y viaje a Japón ........................ 91 La última guardia en honor a sus restos mortales ............................................ 97 3. La presencia de la mujer ............................................................................... 103 Mujeres en la revolución y el “Estado mayor de Iturbe” ............................... 103 Marina Soto y la madre de Lupe .................................................................... 107 Mercedes Acosta, centro de la familia nuclear: ............................................ 109 Luisa Marienhoff, capitana del amor y de la fraternidad universal ............... 116 4. Ramón F. Iturbe, cultura, religiosidad y humanismo ................................ 120 Filosofía y política ......................................................................................... 120 Cristiandad y cosmovisión religiosa .............................................................. 123 Esoterismo y naturismo.................................................................................. 127 5. En conclusión: ¿En verdad fue General de la Revolución? ....................... 132 Fuentes consultadas ........................................................................................... 137 Anexo. Ramón Fuentes Iturbe en gráficas ...................................................... 140
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PRESENTACIÓN La estatura histórica y el valor humano del general Ramón Fuentes Iturbe no han sido justipreciados en su verdadera dimensión. La audacia con que acometió las batallas militares en que participó desde su muy temprana juventud, y el fervor y la lealtad característicos de los actos políticos de su madurez, rayan en la leyenda y en la novela; su vida personal, impregnada de misterio y de los más puros y positivos valores sociales, son ejemplos para la juventud actual. La inquietud por hurgar en la vida del general, inició desde 1993, por las razones anotadas. Se presenta aquí un ensayo anecdótico en el que a veces se recurre al diálogo. No es el objetivo convencer a nadie de que las ideas o los actos de Iturbe eran correctos o merecen ser condenados. Tampoco hay un interés o propósito estrictamente académico, aunque pudiera parecerlo, por la formación del autor. Se trata de hacer públicos, de divulgar, hechos y anécdotas del personaje para que cada quien emita el juicio que más le plazca o el que considere pertinente. Las bases de la estrategia con que se estructuró el trabajó las proporcionó el propio biografiado: en una de sus muchas entrevistas concedidas a la prensa, explicó que “la Revolución está ya bastante bien contada y analizada. Si usted ve el parte de una batalla puede conocer todos los movimientos de los adversarios y enterarse del número de bajas y demás detalles de esta especie. Sin embargo, la anécdota, que no figura en esos partes, es una pieza esencial para entender la época. La anécdota es viva. Comunica mucho más que las cifras bien alineadas. Por eso yo he preferido contarle anécdotas, decirle cómo éramos, cómo pensábamos”. También influyó la experiencia que se tiene sobre la historia de vida como una forma del método narrativo y el conocimiento de la elaboración del ensayo anecdótico. Igualmente está presente el oficio periodístico que se ejerció durante casi dos décadas: el reportaje y la crónica histórica, armados con profusión de datos, producto de la revisión de documentos y de entrevistas, mezclados para convertirse en una red de ensayos que constituyen el ensayo general. Son conversaciones, relatos, del sujeto principal o de personas directamente involucradas en su vida y en el contexto que rodeó su actuar, desde fines del siglo XIX hasta 1980. El ejercicio hermenéutico, en sentido ortodoxo, está ausente, sin embargo, hay una gran carga de subjetividad en la selección —y discriminación— de los datos (los hechos, los personajes) y en el orden seguido tanto cronológico como temático, sin demérito de la veracidad de fechas y nombres. 3
Iturbe fue un hombre de luces y sombras. Como todo ser humano, fue un ente complejo, unidad y diversidad, un homo sapiens-demens-fabers, por ello aquí se expone su individualidad, y autonomía, pero también la identidad del joven de clase humilde con el momento que le tocó vivir, al participar, con voluntad y conciencia, en el movimiento armado que hace cien años sacudió al país, hecho igualmente complejo y controvertido como el propio Iturbe. Por la forma en que se estructuró el trabajo, podría dividirse en dos partes, una cronológica biográfica que incluye los dos primeros capítulos, y otra temática, en la cual se abordan asuntos con los cuales se identificó y a la vez identifican a Ramón F. Iturbe. En el primer capítulo se ofrecen datos del primer accionar de Iturbe en la vida, su traslado a Culiacán, donde influenciado por las enseñanzas de Madero, tanto políticas como espiritistas, participó en el primer brote revolucionario de Sinaloa, en su casa, para ser más específico; luego en las primeras batallas y en casi todos los combates que se sucedieron durante la Revolución, donde hace manifiesta su lealtad a Madero, a Carranza y a su único jefe inmediato, Álvaro Obregón. En el segundo capítulo se describen sus batallas políticas y por la vida, como gobernador y como diputado federal; su compromiso con la educación del pueblo y con el cooperativismo como movimiento reivindicador; sus fallidas batallas militares electorales y exilios, hasta su muerte en un hospital militar. En el capítulo tres se da cuenta de la participación de la mujer, presente con Iturbe en el campo revolucionario y en su vida personal: sus esposas y sus hijas. Justamente, de su vida personal trata el cuarto capítulo: su formación cultural, su religiosidad y espiritismo, su alma de poeta, su timidez y audacia, que termina con un apartado, a manera de conclusión titulado “¿En verdad fue un general de la Revolución?”, pues su vida no se asemeja a la de la mayoría de los personajes sobresalientes de la Revolución Mexicana.
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1. MAGIA, REBELIÓN Y ASTUCIA Las dos fuentes de Ramón F. Iturbe y su religiosidad infantil Ramón F. Iturbe nació el 7 de noviembre de 1889 en Mazatlán, Sinaloa. Personalmente, Iturbe negó haber nacido en la sindicatura de Siqueros, en respuesta a una pregunta específica que le hizo don Héctor R. Olea (1993, 168) y la versión oficial afirma que vino al mundo en el número 50 de la calle San Germán (después Francisco Cañedo y hoy Canizales)1. El 12 de enero de 1890, el presbítero Don Miguel Elizondo —con licencia del señor Cura y Vicario Don Miguel Lacarra, en la Santa Iglesia Parroquial de Mazatlán— bautizó solemnemente y puso el Santo Óleo y Sagrado Crisma, a un niño a quien dio el nombre de José Ramón. Sus padrinos: Bentura Herrán y Petra Ochoa. Hijo natural de Refugio Iturbe, su padre fue un señor apellidado Fuentes, de origen chileno, quien lo registró a su nombre, pero la familia del señor Fuentes no aceptó al niño ni a la madre. Conservó en la vida cotidiana el apellido de su padre, más empezó a firmarse Ramón F. Iturbe, para evitar que el apellido se extinguiera, a petición de un hermano de su madre que no tuvo hijos y que se creía el último de los Iturbe, pues era el único varón de la familia. Beatriz y Refugio, fueron dos medias hermanas mayores que Ramón; después de él nacería Arturo, de apellido Sicairos. Al paso de los años, la familia Fuentes visitó a Ramón para pedirle que usara este apellido, pero él se negó a hacerlo y así, en la “F.” Quedó
1 La dirección donde nació se indica en su biografía de la página del Congreso del Estado de Sinaloa: http://www.congresosinaloa.gob.mx/murodehonor2/ramon_iturbe.htm. Los distintos nombres de la calle se exponen en la página http://www.vivemazatlan.com/index.php/Historias/Historia-ydesarrollo-del-servicio-electrico-en-la-ciudad-de-Mazatlan.html.
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escondida la primera fuente de Ramón. Entonces uno se pregunta, ¿cuál es la segunda fuente?: “Ramón, en el idioma de los eúzkaros, significa fuente”,2 le explicó cierto día Ramón F. Iturbe al escritor colimense Juan Macedo (1984, 61) camino a Cosalá. “De manera que soy una doble fuente”, agregó sonriente. De su infancia en Mazatlán, Luisa Marienhoff y Mireya Iturbe,3 narran la siguiente anécdota: Doña Refugio Iturbe hacía “cuajada” —preciado antojo casero—, la cual “se cortó” de pronto y para remediar las cosas ordenó: —Busquen a Ramón. Debe haber pasado por aquí, la miró y se le antojó, por eso se cortó. Dénsela a probar y luego que la menee un rato para que se componga. Así se hizo. La cuajada se compuso. Un hecho común en tierras sinaloenses. Común, sí, pero también una señal en la que se dibujaba el magnetismo y la fuerza mental de Ramón, un niño delgado, larguirucho de apenas siete años de edad que aparentaba más de diez, no solamente por su acelerado crecimiento físico, sino también por su religiosidad y su carácter de observador agudo de la naturaleza y de todo cuanto le rodeaba. Su religiosidad la manifestaba en los trazos constantes que hacía de figuras semejando a la cruz cristiana, símbolo de vida desde tiempos remotos, aunque no en sus visitas al templo. Sus ojos negros, ligeramente oblicuos, que descansaban sobre una nariz sentada en una boca grande, contemplaban fija, interrogativamente, al mundo. Religiosidad y filosofismo eran en Ramón, a tan temprana edad, fe y acción. 2 Su origen es germánico y significa “protector”, “sensato”. 3 La primera, su segunda esposa, rescata datos biográficos de Iturbe en su novela “La Revolucionaria” (Marienhoff, 1959), y la segunda, hija de general, fue entrevistada en Cuernavaca en 1993.
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El contexto temporal remite a la última década del siglo XIX. Hasta Mazatlán llegaban noticias periodísticas desde la ciudad de México que informaban de los milagros de Teresa Urrea, nacida en Ocoroni y a quien sus padres trasladaron de niña a Cabora, Sonora, donde curaba por medio de la sugestión y la hipnosis. “La Santa de Cabora”, como la nombraron, sufría ataques epilépticos seguidos de estados de coma por tres días, hecho que la volvía más enigmática para sus seguidores. Tal era su fama que los vecinos de Tomochic, Chihuahua se rebelaron contra el gobierno y visitaron a la santa. El pueblo fue aniquilado, según lo narró el subteniente Heriberto Frías Alcocer, partícipe involuntario y testigo de los actos de barbarie cometidos por la soldadesca. Los indios del Río Mayo también se sublevaron al grito de “¡viva la santa de Cabora!”. En el último decenio decimonónico se respiraba en México una paz precedida de hechos militares y políticos que años antes conllevaron a la reorganización nacional y a la reelección presidencial de Don Porfirio Díaz al grito de “no reelección” proclamado en el Plan de Tuxtepec. La revuelta tuxtepecana se convirtió en gobierno local en la persona de Francisco Cañedo, quien triunfó con las dos terceras partes de los votos contra Andrés L. Tapia, candidato de la entonces imposición. A más de ser popular, Cañedo era amigo de don Porfirio Díaz. Don Ángel Viderique, originario de Guanajuato, al frente de la Banda de Música del Estado, alegraba a la multitud que se congregaba en la plaza principal de Culiacán, donde estrenó “La Valentina” y “La Adelita”4, que luego los revolucionarios sinaloenses llevarían a todo México para convertirlas en 4
“La Adelita” no es hija legítima de la revolución, es la hija adoptiva que, con su hermana “La Valentina”, constituyó la dualidad emocional y romántica de aquella”, Ramón R. Richard. (Flores Villela, 1990, 344)
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himnos de la Revolución. Eran melodías salidas del pueblo, como “Heraclio Bernal”, “El Abandonado”, “El Cuervo”.
Temprano peregrinar hacia la capital A Ramón le dolía que su madre trabajara en los menesteres más humildes para mantenerse. Le dolía también someterse por un bajísimo jornal a la ruda labor del campo. Tenía que trabajar como hombre, de sol a sol, para cobrar como niño. Junto a la rebeldía contra esta situación, en su mente se incubaba el ideal de hacer fortuna, de ser rico. Quería estudiar, pero empezó a trabajar en el almacén de un cuñado, esposo de la hermana mayor, porque éste le ofreció mandarlo a la escuela si se iba con él a trabajar. Y tuvo que hacerlo para sostener a su madre y a sus tres medios hermanos. La familia salió de Mazatlán rumbo al centro del Estado para radicar un tiempo en el rancho El Obispo, por el antiguo Camino Real, de ahí se trasladó a Salsipuedes, donde pasó parte de su infancia, estuvo en Oso, en Quilá y el peregrinar frenó un poco en Alcoyonqui de donde luego partiría a Culiacán por instancias del cuñado. A los catorce años de edad, Ramón F. Iturbe se había desempeñado como mandadero, dependiente de tienda de abarrotes, vendedor de mercancías de poco valor, trabajador de artículos de cueros para arreos de montar y otras actividades parecidas. De chico, Iturbe oyó decir a una viejecita que quien consiguiera hacerse de un cinturón de cuero de león y se lo pusiera sobre la piel, bajo la ropa, jamás tendría miedo de nada. Él lo consiguió y se lo ponía. Sugestión o magia, el uso de este cinturón lo hizo ser valiente, arrojado por toda su vida y
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cuando pasado el tiempo le elogiaban su valor en la batalla revolucionaria, explicaba que todo se lo debía al cinturón de león. En Culiacán conoció la escuela. Cursó hasta el tercer o cuarto año de primaria, a la sombra del maestro Tello de Meneses. Aprendía de prisa, con avidez y en su ansia por aprender ingresó al Seminario Conciliar de Sinaloa. Debía cubrir una cuota de dos pesos con cincuenta centavos al mes y al serle imposible cubrir la colegiatura, lloró amargamente en los viejos portales del Seminario, haciéndose la siguiente interrogación: —¡Dios mío!, ¿por qué los pobres no podemos estudiar como los ricos? ¡Aprendió a leer y se convirtió en un lector voraz! La meditación acompañaba a la lectura. Por horas y horas clavaba su mirada al cielo. Mientras estudiaba las propiedades de las hierbas medicinales y astronomía y su influencia sobre los seres, observaba sin cansancio los fenómenos de la vida material y espiritual, los fenómenos del cosmos y realizaba toda clase de experimentos. Combinaba ese estudio con el trabajo. En Alcoyonqui, a duras penas levantó un comercio de abarrotes. Instaló su tienda. Contrató un dependiente para que la atendiera mientras él ambulaba por diferentes zonas realizando transacciones comerciales entre los campesinos, con quienes hacía sus primeros ensayos con hipnotismo curativo que le atraía enfermos y pobres agradecidos, porque no acostumbraba cobrarles, aunque el hipnotismo le llamó la atención poco tiempo, pues se opuso siempre a que se enajenara la voluntad de las personas, aun cuando se utilizara en beneficio de ellas mismas. En cambio, atrajo más su interés el magnetismo humano y su influencia en la curación.
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En estas excursiones por los campos aledaños a Culiacán pudo comprobar que sus manos se enriquecían con el maravilloso don de la curación magnética. Su alma contemplativa, su mente interrogadora, su ansia de saber y sus contactos directos con la injusticia y la desigualdad social, hicieron de él tierra fértil para que brotara la semilla del cambio revolucionario que a lo largo del país se gestaba.
La “Aurora” de Mazatlán Al final del siglo XIX, el liberal Juan Jacobo Valadés prestó insustituibles servicios médicos a la sociedad sinaloense y quiso que sus hijos estudiaran medicina en Guadalajara. Éstos, sus hijos Juan y Francisco, al igual que Juan Jacobo, instalaron en Mazatlán la Botica Central, en cuyo traspatio Juan Jacobo gustaba de reuniones en las cuales se disertaba sobre asuntos literarios. Cultos personajes, que luego lo serían de la poesía, del periodismo, de la administración, se daban cita en las tertulias. Entre estos: Manuel Bonilla, Esteban Flores, José Berumen, Amado Nervo, Martiniano Carvajal, Vicente González, Ángel Beltrán, Juan Sarabia, Jesús Gómez, Manuel Manzo, destacando entre ellos José Ferrel Félix, primo hermano de Juan y Francisco Valadés, quien pese a su corta edad había sido soldado, comerciante, marino conspirador, tribuno y amanuense. La tertulia llevó a la fundación de la Sociedad Aurora y en la trastienda de la botica las reuniones literarias y sociales se hacían con más frecuencia y comenzó a participar en actos cívicos, en funciones con fines patrióticos, de
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caridad o con propósitos artísticos, con el talento destacado de Ferrel, quien había nacido en Sonora y que, por ocasiones, se ausentaba de las tertulias. Francisco Valadés, al tiempo que acrecentaba sus ideas, se asociaba con el acaudalado empresario Andrés Avendaño y con la idea de crear una empresa editorial funda la sociedad mercantil “Valadés y Compañía Sucesores”, la cual compró a Miguel Retes el periódico “El Correo de la Tarde”. La botica se convirtió en Droguería Central y funcionó en un edificio que por la calle Belisario Domínguez, entonces Principal, construyó el ingeniero Francisco Guarneros, esposo de Cristina Ferrel, edificio donde también se instaló el periódico, una librería y talleres de grabado, encuadernación y rayado de papel. El Correo de la Tarde dejó de ser una simple gacetilla literaria de información local. Se convirtió en un periódico de opinión. Francisco Valadés consultó al periodista José Ferrel y finalmente éste le recomendó a Heriberto Frías, quien en 1906 llegó a Mazatlán para hacerse cargo de la dirección del periódico. Heriberto Frías enriqueció la tertulia que se convirtió en una peña donde se discutía de política. Frías mantenía correspondencia con Francisco I. Madero, iniciada como un intercambio de publicaciones. En “El Correo” del puerto se publicaba “La sucesión presidencial” de Madero y en “La Opinión” de Coahuila se daba a conocer “La Rebelión de Tomochic”, de Frías. Además, Frías se comprometió a vender el libro de Madero en Mazatlán y de aquí a todo el Estado de Sinaloa. (Valadés, 1985, 45-58).
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Fue así como un ejemplar de “La sucesión presidencial” llegó a manos de Iturbe, quien desde ese momento se convirtió en un soldado de la antirreelección y en un maderista convencido, difusor elocuente y entusiasta de las ideas de don Francisco I. Madero, quien lo cautivó no solamente por sus ideales políticos, sino también por su espiritismo: después sería un fervoroso lector del “Manual Espirita”, que el apóstol Madero escribió en 1911 con el pseudónimo de Bhima, uno de tantos libros de cabecera de Iturbe.
¡Vienen los ferrelistas! La juventud en armas con Madero “Al Sr. Gobernador interino Lic. Eriberto Zazueta, Culiacán. “Con profunda pena acabo de recibir telegrama de Ud. En que me participa el fallecimiento del señor gobernador general Francisco Cañedo. Haga usted que se le tributen los honores que corresponden a su alta jerarquía.- Porfirio Díaz”. La anterior fue la respuesta del presidente de México a la comunicación antes recibida del gobernador interino de Sinaloa al anunciarle la muerte de don Francisco Cañedo, ocurrida el 5 de junio de 1909, quien estuvo al frente del Estado por 32 años, merced a arreglados interinatos. Con los honores correspondientes, Cañedo fue sepultado el 8 de junio y el 14 del mismo mes se convocó a elecciones, que debían realizarse el 8 de agosto para que el vencedor terminara el periodo de Cañedo el 26 de septiembre de 1912. El día de las elecciones, domingo por la mañana, los habitantes de Culiacán vieron asombrados entrar a la ciudad a un joven alto y moreno al frente de un grupo de rancheros que llegaban a votar. “¡Ahí vienen los ferrelistas!”, se oía por todas partes. Eran los rancheros de Alcoyonqui
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entusiasmados y convencidos por Ramón F. Iturbe de que una nueva era se acercaba para ellos y para Sinaloa. El porfirismo estaba por caer. Había que votar contra Diego Redo, el candidato continuador de Porfirio Díaz en Sinaloa y a favor de José Ferrel Félix, el candidato del pueblo opositor. Iturbe así lo entendía. Sus observaciones sobre el porfiriato le hacían concluir que los métodos no eran los adecuados para el desarrollo cívico de México, del pueblo sinaloense que en esta contienda, al dar su voto por el ferrelismo, se enfrentó abiertamente al presidente Porfirio Díaz mediante el rechazo de la candidatura de Diego Redo para gobernador del Estado. Los resultados fueron frustrantes. En el distrito del cual era cabecera Culiacán, donde se tenía una lista de 7 mil votantes, el candidato oficial obtuvo 9 mil 399 votos, contra sólo 804 de José Ferrel Félix. Fue una votación fraudulenta, inflada a favor de Redo. En julio de 1910, el proceso electoral por la presidencia de la Repúbica fue también un fraude evidente en todo México, donde las condiciones de existencia eran cada día más miserables para la mayoría de la población que día a día se rebelaba contra el gobierno sempiterno de Porfirio Díaz y su sistema de acabar con la oposición mediante el asesinato selectivo, como ocurrió con Gabriel Leyva Solano el 13 de junio de 1910, en la Villa de Sinaloa. Entusiasmado por las enseñanzas de Madero en “La Sucesión presidencial”, Iturbe no vaciló en atender al llamado del Plan de San Luis, promulgado en Texas, a donde Madero había huido de la prisión que sufría en San Luis Potosí. Ante el fraude electoral ocurrido en todo el país, Madero
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llamó a levantarse en armas a las 6 de la tarde del 20 de noviembre de 1910. Un grupo de jóvenes temerarios atendió el llamado. Iturbe relata que fue uno de los primeros que se levantaron en armas en Sinaloa. Sus razones eran muy claras: “El pueblo tenía hambre y sed de justicia y quería terminar con su miseria a través de las reformas que proponía Madero. Además deseaba un cambio de gobierno que acabara con la dictadura de Porfirio Díaz, causa de nuestra situación. En esos tiempos un peón del campo recibía el pago para toda su familia, un almud de maíz y un cuarterón de frijol (unos cuatro kilos) para la semana. Su sueldo era de tres reales diarios (treinta y siete centavos) trabajando de sol a sol en Sinaloa y en Jalisco 18 centavos. Había días en que solamente comíamos tortillas con agua de chile y cebollas. La pobreza era espantosa. Fue el motor de la Revolución. Los peones eran tratados como animales por los ricos hacendados”. (Tirado, 1982). Entonces, el 20 de noviembre de 1910, al lado de otros jóvenes intrépidos e idealistas —Juan Banderas, sinaloense, y Agustín Beltrán y Conrado Antuna de Durango—, debía levantarse en armas en Culiacán. Tan joven era Iturbe, que para los demás conjurados era apenas un chamaco. El golpe en Culiacán fracasó a causa de una denuncia. “Teníamos que reunirnos en mi casa (calles Colón y Corona). El plan era que yo tomara la penitenciaria echando fuera a los presos, para lo cual estaban comprometidos los celadores y la guardia. Los otros deberían capturar al gobernador del Estado Diego Redo durante un baile”. Es Iturbe quien relata los hechos:
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“En mi casa escondíamos las armas. A las once de la noche que yo llegué noté que había luz por la única puerta que daba a la calle. La casa debería estar cerrada y mi obligación era dar una contraseña. Cuando entré no había nadie, ni mis amigos ni el parque. Los habían aprehendido. De pronto se me aparecieron en la puerta cuatro policías. Yo les apunté con mi pistola y ellos se barrieron por el suelo hacia fuera y escaparon. Cerré la puerta inmediatamente y le puse una tranca. Estaba rodeado. Había una salida por detrás, pero también estaba cubierta. Sin embargo, pude escapar. De allí salió la leyenda de que yo tenía pacto con el diablo. Lo que pasó fue lo siguiente: había luna llena y se proyectaban las sombras muy oscuras. En el lado de atrás había una cocina a cuya sombra brinqué. Los policías estaban pendientes de que yo saliera a la calle y yo decidí irme por el lado donde se formaba aquella sombra. Escapé protegido por la mancha negra, saltando bardas. Cuando ellos entraron a mi casa yo ya no estaba allí, me había esfumado misteriosamente, según dijeron ellos”. (Tirado, 1982). Una vez lejos de la casa, Iturbe huyó por el monte hacia Alcoyonqui, donde tenía un compadre. Lo perseguían por toda la zona y cuando llegó a Alcoyonqui ya lo habían buscado por allí policías disfrazados. Un compadre lo escondió en el monte y desde el pueblo le llevaban la comida. Después se dirigió a un riachuelo. Los miembros del Comité Antirreleccionista le enviaron una carabina y parque. Anduvo escondido cerca de un mes, hasta que consiguió un guía a quien armó y siguieron su viaje rumbo a Durango, donde se encontró con sus compañeros Banderas, Antuna y otros. Ya en el Estado de Durango hicieron su primer reclutamiento (17 hombres). Con ellos tomaron Tamazula, Durango, donde leyó junto a un
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kiosko y a manera de adoctrinamiento, el Plan de San Luis, firmado por Madero. Después tomaron Chacala, un pueblo minero. Ya para entonces tenían 180 hombres. Las damas de Chacala le regalaron una bandera que tenía, de un lado, la imagen de Hidalgo y, del otro, la Guadalupana. Iturbe ya practicaba el espiritismo, pero era católico y creyente en la virgen de Guadalupe. “Yo no era el jefe absoluto, no habíamos decidido quién debería mandar y éramos en realidad cuatro jefes, pero las damas me hicieron el regalo a mí”, dijo “Juan Banderas era un hombre impulsivo y quiso tomar el mando absoluto. Tuvimos un disgusto y por poco nos damos de balazos. Le propuse que nos separáramos, consultando la voluntad de la tropa para que siguieran al que ellos eligieran. Así lo hicimos y todos se vinieron conmigo. Beltrán prefirió irse con Banderas, Antuna me siguió a mí. Tomamos rumbo a Topia. Así, con grandes sacrificios, hechos y leyendas, se fueron formando mis fuerzas”. (Tirado, 1982). Tuvieron las primeras revueltas. “Entonces no sabíamos fusilar. El señor Madero nos comunicaba a todos su espíritu de bienhechor. Ni fusilábamos ni nada. Le aseguro que nuestras tropas no se llevaron de aquellos pueblos ni un sarape”. (Reyes, 1966). Madero reconoció éstas y otras proezas (como su habilidad para reunir rebeldes) y el 22 de mayo de 1911, desde Chihuahua, le otorgó a Ramón F. Iturbe el grado de general brigadier del Ejército Liberador. —¿Cómo era Madero? —preguntó Beatriz Reyes Nevares a Iturbe más de 50 años después de estos sucesos:
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—Era el revolucionario por excelencia. Porque ser revolucionario no equivale a empuñar un fusil y dispararlo. Para serlo se necesitan ideas. Se requiere un deseo muy grande de transformar las cosas e implantar la justicia. Y el señor Madero tenía esto. Se le ha reprochado que no tuviera aspiraciones de reforma social. Me consta que las tuvo. Dicen que su origen (con aquello de que su familia era muy rica) le impedía comprender el drama del campo. Le aseguró que sí lo comprendió. Lo que pasa es que él sabía que no era posible una modificación instantánea del orden establecido. Había que proceder gradualmente. Y no le dieron tiempo. (Reyes, 1966, 38). El 27 de agosto de 1963, relata: “el apóstol de la democracia, de alma pura y transparente, de ideas filosóficas orientalistas, nos diría: ‘lo hecho, bien hecho está’. Sin ser fatalista nos decía que la ley se cumple, que todo se paga, si no en la misma existencia, en otra, pues creía en la reencarnación y supervivencia del espíritu… para mí era un iluminado, que llevaba siempre el bien en su corazón”.5
El sitio y la primera toma de Culiacán Muy pronto se crearon mitos en torno a Iturbe, los cuales se acrecentaron al paso de los años, como el denominarlo “el general de mil batallas, que nunca fue vencido”. Ante la periodista Beatriz Reyes Nevares, el general Iturbe desmiente tal situación: “Al principio de mi carrera tuve dos derrotas y las dos me las propinó un coronel de nombre Luis G. Morelos a quien admiré mucho. Fueron derrotas 5
Discurso pronunciado el 27 de agosto de 1963, en el desayuno que ofrecieron los supervivientes civiles y militares de la Revolución Mexicana al presidente Adolfo López Mateos.
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que ni coraje me dieron, por lo técnicas y estrategias correctas. Acciones admirables de mi adversario. Al poco tiempo, Morelos fue mi prisionero y yo me lo llevé a mi cuarto. Quería conversar con él”. —No es frecuente que se tenga un respeto así por el enemigo. “Sin embargo, es lo que se debe hacer. Cuando el enemigo lo merece, ¿por qué comportarse con él en forma poco comedida? Aquel Morelos valía mucho. De veras valía…”. (Reyes, 1966, 38). El coronel Morelos fue el último en rendirse durante la toma y sitio de Culiacán, el 2 de junio de 1911. Héctor R. Olea relata de la siguiente manera el relevante hecho militar: “El 20 de mayo de 1911, los maderistas dieron principio a una reconcentración de fuerzas para atacar la capital del Estado. Más de 4,000 revolucionarios pusieron sitio a la plaza comandados por Ramón F. Iturbe, Juan M. Banderas, Herculano de la Rocha, Claro G. Molina, Gregorio L. Cuevas, José María R. Cabanillas, Mateo de la Rocha y los comandantes de guerrillas: Cándido Avilés, Conrado Antuna, Martín Elenes, Hilario Narváez, Agustín Beltrán, Antonio M. Franco, Cipriano Alonso, Francisco Quintero, Antonio Chaires Félix, Mauro Valenzuela, Cruz Medina, Darío Medina, Francisco Ramos Obeso Arnoldo de la Rocha y Eduardo y Miguel Armenta, además de mujeres: Clara de la Rocha y Valentina Ramírez”. (Olea, 1993, 43). El mismo historiador sinaloense explica que la guarnición de Culiacán estaba a cargo de 400 porfiristas; 160 soldados y rurales al mando del mayor Agustín del Corral, los federales al mando del general Higinio Aguilar y el coronel Luis G. Morelos y 100 rurales del estado al mando del capitán Ignacio
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Herrera y Cairo. El 25 de mayo quedó cerrada la ciudad y los revolucionarios comenzaron el ataque. La lucha fue cruenta y finalmente favorecía a los revolucionarios. Con ánimo de triunfador, el primero de junio, a las 4 de la mañana, Iturbe perpetró la siguiente hazaña: “El general Higinio Aguilar, al mando de 300 soldados defendía su cuartel en la casa de la Moneda. Yo, con doce compañeros (acompañado del mayor Agustín del Corral) entré al edificio sin medir las consecuencias, para pedirle su rendición, en una de las treguas del combate. Hablé con él y le pedí que depusieran las armas. Me contestó que sólo acataría las órdenes del gobernador Diego Redo. De allí encaminé mis pasos seguido de mis hombres armados, hasta la casa frontera al Palacio de Gobierno, donde se me dijo que se alojaba el gobernador porfirista. No lo encontré en su residencia y volví nuevamente a la Casa de la Moneda, a insistir en mis demandas. Algunos soldados federales, viéndome nuevamente en la ratonera, comenzaron a gritarle al general en alta voz: —¡No lo deje salir, mi general! —¡Moriremos todos —contesté con aplomo—, porque el edificio será volado si no salimos dentro de media hora! Y ese golpe de audacia hizo que el anciano militar se rindiera con sus trescientos hombres. Días después me entregó su espada de gala, que yo quise conservar como un recuerdo de mi juventud revolucionaria. (Olea, 1993, 47). Desde el 30 de mayo de 1911, en la madrugada los maderistas arreciaron los ataques a la ciudad por todas las posiciones. El primero en
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rendirse a instancias de Iturbe, fue el general Aguilar. Después, Herrera y Cairo. El 31 se rindió la ciudad. Hasta el 2 de junio el coronel Morelos, al saberse la renuncia de Porfirio Díaz y recibir la promesa de que se le perdonaría la vida. En esta ocasión sí hubo saqueos, incendios de fábricas y fusilamientos. El mismo 30 de mayo fue fusilado, en la fábrica de “La Aurora”, por tropas del general Iturbe, Camilo Beltrán, encargado de las caballerías del palacio de Gobierno, acusado de hacer resistencia a los maderistas. Antes, el 21 de mayo fue incendiado el chalet de los Gómez por el barrio de “La Vaquita” y luego el primero de junio la fábrica de hilados y tejidos “El Coloso de Rodas”. Iturbe aclaró respecto al último hecho: “Yo había establecido mi cuartel general primero en El Barrio y después en La Aurora… Nuestros soldados, sin mediar ninguna orden de mi parte, lo hicieron por iniciativa propia, como respuesta a la terquedad de los defensores de Culiacán por no aceptar nuestras proposiciones de paz. Ante lo inevitable, yo di instrucciones de que se pusiera salvo parte de las existencias de la fábrica sin que posteriormente el fuego fuera dominado. El pueblo mismo ayudó a los soldados” (Olea, 1993, 50). Uno de los fusilamientos causó controversia nacional, el del general Morelos. No se respetó el acuerdo y promesa de perdonarle la vida. La duda nunca fue despejada totalmente, pero a Juan Banderas se le siguió un proceso judicial y el general Iturbe hizo pública su versión de lo ocurrido. Iturbe sostuvo que él mismo señaló a Morelos su propia habitación como hospedaje y le dijo al recibirlo como su prisionero. “A usted debo, coronel, las dos primeras lecciones de táctica militar que he recibido: cuando
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me derrotó en Las Milpas y en Tamazula. Aquí será mi huésped, en mi propio cuartel. Con las pláticas con usted aprenderé mucho”. (Olea, 1993, 51). Martín Elenes, ayudante de Iturbe, lo vigiló dos días (estuvo 2, 3, 4 y 5 de junio), el 5 de junio le entregó a Morelos al soldado Mateo de la Rocha por órdenes de Juan Banderas. La señorita Amalia G. Rivas y otras personas entrevistaron a Iturbe y a Banderas pidiéndole la vida del coronel federal. El 6 de junio, a las 11 de la mañana, inició la junta revolucionaria a la que asistieron Banderas, Iturbe, De la Rocha, Sámano, Carlos Vega, José María Meza, Blas Borboa y Luis Banderas. Se discutió el fusilamiento… a las 9:45 de la noche lo fusilaron. El asunto llegó a los tribunales. El 15 de enero de 1912 ante el Juez de Distrito, licenciado Manuel N. Nagore, Iturbe declaró: “En aquella época sólo había en Culiacán dos jefes revolucionarios que pudieron dictar la orden de fusilamiento: Banderas y yo. Sobre el particular ya rendí mi declaración ante el procurador (licenciado Manuel) Castelán Fuentes y creo que esa declaración ya consta en autos en el juzgado primero de Distrito. Como quiera que sea, me parece que la declaración que debe dar mayores luces en este asunto es la que puede rendir el mismo ejecutor de la orden de fusilamiento (Agustín Beltrán, jefe de la escolta y Mario Quiñónez, jefe de la escuadra, según Martín Elenes). (Olea, 193, 53). Banderas fue detenido y enjuiciado en México “por el fusilamiento del coronel Morelos”. Fungió como su defensor el licenciado José Vasconcelos y como testigos de cargo el doctor Enrique González Martínez, Genaro Estrada, el general Aguilar, Ana María Espino viuda de Morelos, Iturbe, el mayor Elenes y Adela G. de Rivas.
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El 3 de junio Diego Redo renunció como gobernador y el Congreso del Estado nombró en su lugar al licenciado Celso Gaxiola Rojo, que entregó el poder el 7 de agosto al general Banderas. Se hizo un simulacro de elección y el 27 de septiembre tomó posesión como gobernador el profesor José María Rentería. El movimiento revolucionario triunfó y Madero esperó las elecciones para ocupar la presidencia la cual asumió el 6 de noviembre. Madero entregó los mandos del ejército a Victoriano Huerta Márquez. El 28 de noviembre se publicó el Plan de Ayala, donde Emiliano Zapata acusó a Madero de “haberse dedicado a satisfacer ambiciones personales; violando la soberanía de los Estados; burlando el sufragio; entrando en contubernio con los ‘científicos’ hacendados feudales y caciques; ahogando en sangre a los pueblos que piden justicia; imponiendo a Pino Suárez como vicepresidente y a los gobernadores de los Estados contra la voluntad del pueblo; conculcando las leyes y la Constitución de 1857; conduciendo al país a la más horrorosa anarquía; y pretendiendo establecer una dictadura más oprobiosa que la de Porfirio Díaz”. Sostenía que Madero debía ser derrocado, y proclamaba a Pascual Orozco como jefe, y en su defecto, a él mismo, a Emiliano Zapata. Heberto Sinagawa explica que con el rompimiento entre Madero y Zapata, el general Juan M. Banderas se alzó con el Plan de Ayala, y los zapatistas dominaron rápidamente gran parte del Estado, y en marzo 27 de 1912 el señor Rentería renunció a su cargo de gobernador por graves interferencias de ministros del señor Madero. Se sucedieron 4 gobernadores interinos y se dio el caso de que dos no aceptaran la gubernatura. Pero el
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zapatismo fue derrotado lenta pero inexorablemente y el último en caer fue Fortunato Heredia, que impuso préstamos forzosos en Los Mochis y se dirigió a San José de Gracia con la clara intención de hacerse de oro y plata. El general Iturbe defendió la plaza de Culiacán del ataque zapatista el 10 de abril de 1912 y sucesivamente derrotó a Antonio Franco, Francisco Quintero y otros; se internó en territorio chihuahuense combatiendo a los “orozquistas” y desapareció. (Sinagawa, 1986, 224). Los combates entre los zapatistas y las tropas de Iturbe en Sinaloa duraron de febrero a mayo de 1912. Aquéllos iniciaron su lucha en Mocorito, tomaron Guadalupe los Reyes, Concordia, El Verde, Siqueros y el Roble. Atacaron San Ignacio y Villa de Sinaloa y el 4 de abril de 1912 murió en combate contra ellos Néstor Pino Suárez, coronel de las fuerzas rurales, hermano del vicepresidente José María. Posteriormente, Iturbe fue comisionado a Chihuahua, donde peleó contra los orozquistas. Al terminar esta primera fase de la revolución, Madero llamó a Iturbe para darle un puesto en su gobierno, pero éste le dijo que un militar tan ignorante como él, sin escuela, no podría servirle adecuadamente, y le pidió que lo mandara a estudiar ingeniería civil en una academia militar de los Estados Unidos, para prepararse y serle más útil. Madero lo mandó becado pero bien poco duró este retiro a la vida privada: en febrero de 1913 ocurrió la “decena trágica” y a la muerte de Madero, Iturbe regresó a México en junio y platicó con Álvaro Obregón para mostrarle su disposición de luchar por el bando constitucionalista en apoyo a
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Venustiano Carranza y en contra de la usurpación de Victoriano Huerta.
Lucha con Obregón, por Carranza y contra Huerta Álvaro Obregón, sonorense que había sido simpatizante de Madero, fue presidente municipal de Huatabampo por las filas antirreleccionistas y se incorporó a la lucha armada contra las fuerzas de Orozco. Ante los sucesos del cuartelazo en la Ciudadela, inmediatamente se lanza a la lucha contra el usurpador Huerta desde la frontera con Estados Unidos, concretamente en Nogales, donde se le incorpora Iturbe. El 26 de marzo de 1913, un grupo de militares reunidos en la Hacienda de Guadalupe, municipio de Ramos Arizpe, Coahuila, emitió un Manifiesto a la Nación, en el que expresaban su posición ante los acontecimientos que se vivían en la Ciudad de México y que provocaron la muerte del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez, y la instauración del gobierno del general Victoriano Huerta. En la misma Hacienda de Guadalupe, 54 años después, en la ceremonia de conmemoración del hecho, Iturbe habló sobre su gran significado histórico: “el haber dado un programa y trazado una ruta de acción a la unánime protesta popular que conmovió a la República, al ser conocida la infamia de Victoriano Huerta”. “Este documento también constituye una extraordinaria lección de valentía ciudadana. En un momento crucial de nuestra historia, dio al pueblo una bandera de lucha que enarboló en alto el entonces gobernador Constitucional de Coahuila de Zaragoza, proclamado por el Plan de Guadalupe como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista”. (Iturbe, 1967)
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Álvaro Obregón se adhirió al Plan y reconoció como jefe del movimiento al gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza. Iturbe, procedente de Los Ángeles, California, llegó a Nogales, Sonora, y se presentó al general en jefe Álvaro Obregón, quien le proporcionó 80 hombres y le dio el mando de las fuerzas con que penetró a Sinaloa el 17 de junio de 1913. ¿Qué ocurría en el Estado en torno a la traición de Huerta y el asesinato de Madero? Álvaro Obregón describe así la situación: “El gobernador de Sinaloa, señor Felipe Riveros, que había reconocido a Huerta y que, posteriormente, fue destituido y reducido a prisión por orden del mismo usurpador, había logrado evadirse y obtener del señor Carranza se le reconociera como gobernador de Sinaloa, y por aquellos días se dirigía a aquel Estado. “En Sinaloa, era jefe de las operaciones el general Ramón F. Iturbe, quien tenía su Cuartel General en San Blas desde donde dirigió las operaciones del Estado. Los grupos que andaban levantados en armas en aquel Estado, eran ya numerosos, siendo los principales jefes rebeldes los ciudadanos Mezta, Cabanillas, Rocha, Carrasco, Flores y algunos otros”. (Obregón, 1959, 82). Antonio
Bonifant
Armenta,
distinguido
navolatense,
entonces
compañero de armas de Iturbe, comenta que se empezaron a correr rumores de que al llegar éste a San Blas —siendo general desde 1911 del Ejército Libertador de Madero—, iba a pretender ser el jefe supremo de los constitucionalistas, por lo cual dijo al gobernador Riveros: “Señor, no quiero que me reconozcan ningún grado, sólo pido que al presentarse la primera
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columna federal enemiga, me mande usted a combatirla con los elementos que tenga más desorganizados, es decir, algunas guerrillas así, sin elementos y mal disciplinados, no obstante de que ya se había atacado la ciudad de Sinaloa, sin poderla tomar. (Iturbe, 1971, 35). Bonifant describe emocionado el “ataque suicida” de Topolobampo en que las fuerzas de Iturbe derrotaron en forma desastrosa a las huertistas. Iturbe había ordenado el fusilamiento de los federales detenidos, porque sabía de algunas fechorías cometidas por ellos en el sur de Sinaloa y porque no era posible cargar con los prisioneros, pero cuando el general se acercaba a ellos, “el verlo, como una cosa instintiva del destino, se quitaron el sombrero y gritaron a voz en cuello: ¡Viva Madero!” en recuerdo al fervor maderista de Iturbe. No se les fusiló y se integraron con los heridos a la retaguardia. Respecto a esta batalla, la hoja de servicios de Iturbe hace notar que se dispuso desde luego atacar con 300 hombres el puerto de Topolobampo defendido por el coronel federal Valdivieso con 450 soldados y protegidos por el cañonero “Tampico”. Al cabo de tres días de asaltos se apoderó de la plaza el 30 de agosto de 1913, tomando 82 prisioneros y muriendo el coronel Valdivieso a consecuencia de las heridas que sufrió; el resto fue obligado a embarcarse. (Mientras esto sucedía, el coronel federal Miguel Rodríguez amenazaba San Blas, Sinaloa, con dos columnas, una de 200 hombres al mando del mayor Olague sobre la que triunfó el Tte. Coronel Manuel Mezta en el cerro del Sufragio, y otra de 300 hombres que al mando directo de Rodríguez desalojaba a Felipe Riveros de San Blas). Conseguido el triunfo de Topolobampo concentró sus fuerzas a San Miguel para hacer frente a
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Rodríguez; pero éste evadió el encuentro para embarcarse e ir más tarde a Culiacán Por éstas y otras operaciones militares, el 16 de septiembre Iturbe fue nombrado jefe de las Operaciones Militares en el Estado de Sinaloa por el general Obregón. El 24 de septiembre envió tropas a fin de recuperar la población de Los Mochis. Después concentró sus fuerzas para atacar la plaza de Sinaloa (hoy de Leyva), la cual tomó después de tres días de reñidos combates. Ese día, el 24 de septiembre Carranza pronuncia un brillante y emotivo discurso en Hermosillo con una proyección ideológica comparable al plan de Guadalupe, en el cual “supo recoger y expresar las inquietudes y los anhelos profundamente arraigados en el pensamiento y en el corazón del pueblo”. (Iturbe, 1967). Venustiano Carranza no sólo reconoció el grado de brigadier otorgado por Madero a Iturbe, sino que el 28 de octubre de 1913 lo asciende a general de brigada. Con esta nueva graduación, el general se apresta para la toma de Culiacán, como segundo jefe del General Álvaro Obregón.
Segunda toma de Culiacán y sitio de Mazatlán con Obregón El 23 de noviembre de 1913, Obregón envió un telegrama a Carranza en el cual le informaba del sitio y toma de la capital del Estado de Sinaloa. Explica que llegó a Culiacán y procedió a tomar posiciones, y al establecimiento de puestos avanzados y de vigilancia, y ordenó que, con las debidas precauciones, se acamparan sus fuerzas. “El general Iturbe, con el
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celo y actividad que le son reconocidos, cuidaba empeñosamente del exacto cumplimiento de las disposiciones” (Obregón, 1959, 91). El cuartel general de las fuerzas constitucionalistas se estableció en El Palmito, entonces distante aproximadamente un kilómetro de la ciudad y el día 8 de noviembre reunió a todos los jefes para darles a conocer el plan de operaciones. Presentes: el gobernador Felipe Riveros, los generales Iturbe, Manuel Mezta y Macario Gaxiola, tenientes coroneles Miguel A. Antúnez, Francisco R. Manzo, Gustavo Garmendia, Carlos Félix, Antonio A. Guerrero y Antonio Norzagaray, y mayores Emilio T. Ceceña, Alfredo Breceda, Juan José Ríos, Esteban Baca Calderón Camilo Gastélum, Juan José Mérigo y Pablo Quiroga. El primer asalto se inició a las 4 de la mañana del día 10 de noviembre, cuando hicieron sus movimientos iniciales las columnas de Hill y Gaxiola dirigidas personalmente por Iturbe, explica Héctor R. Olea, quien sintetiza: El coronel federal Miguel Rodríguez defendió la ciudad con 2 mil soldados y bastante artillería, logró salir con sólo 1,200 y después de una tenaz persecución ordenada por el general Iturbe, le dio alcance el general Diéguez en Quilá (Olea, 1993, 104). Durante los combates, “el general Iturbe se mantuvo constantemente en la línea de fuego, dando muestras de una energía y actividad inquebrantables; sin descuidar ningún detalle, recorría siempre las posiciones avanzadas, celoso de que nuestras tropas guardaran la actitud que les correspondía”. (Obregón, 1959, 97).
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Tal actuación no obedecía solamente a la promesa de amor, que le hizo a su novia Mercedes Acosta, de tomar Culiacán. Era un jefe nato y así lo ilustra Martín Luis Guzmán: “En lo militar (Iturbe) acababa de hacerle ver a Obregón que no hurtaba la jerarquía de general del Ejército Constitucionalista: Iturbe sabía mandar, disponer, obrar y triunfar, según lo demostró multitud de veces durante el ataque a esa misma ciudad donde ahora estábamos. Nadie, en efecto, ignoraba que en la toma de Culiacán —aparte la jefatura de Álvaro Obregón— había habido un heroísmo tranquilo y de auténtico linaje guerrero: el de Gustavo Garmendia; una bizarra tenacidad, la de Diéguez; y, descollando sobre todo, una indiscutible capacidad de jefe —de jefe valeroso—: la de Iturbe. Después de la batalla, a Obregón le faltaron elogios para exaltar la conducta del joven general de Sinaloa”. (Guzmán, 387). El optimismo embargaba a los constitucionalistas sinaloenses. Los jefes militares y civiles invitaron a Carranza para que desde Hermosillo visitara Sinaloa, lo cual aceptó y llegó a la capital el 22 de enero, acompañado de su estado mayor. “Se hicieron grandes manifestaciones de adhesión… la ciudad se engalanó con arcos triunfales y cuando llegó al salón rojo del Palacio de Gobierno, lo recibieron tres bellas señoritas vistiendo los simbólicos trajes de la Libertad, de la Ley y de la Justicia” (Olea, 1993, 110). En un acto oficial, hicieron uso de la palabra el gobernador Riveros y Ramón F. Iturbe en nombre del gremio militar, entre otros. Carranza fue objeto de banquetes, velada literaria y hasta apadrinó la boda de Iturbe y Mercedes en Culiacán, antes de partir en febrero, hacia Hermosillo y de ahí rumbo a Nogales, acompañado del general Obregón, quien recibió en Estación Santa
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Ana un telegrama del general Iturbe comunicándole que el buque cañonero “Tampico” se ponía a las órdenes de la revolución. El día 23 de marzo, el general Obregón recibió otro telegrama de Iturbe, procedente de Culiacán, comunicándole que el teniente coronel Gregorio Osuna, comandante militar del distrito sur de Baja California, a bordo del vapor “Bonita” se incorporó al gobierno constitucionalista en el puerto de Altata. Sinaloa y Sonora eran terrenos asegurados por los constitucionalistas, con excepción de los puertos de Guaymas y Mazatlán. Mientras se combatía en Guaymas, las fuerzas de Sinaloa continuaban el asedio de Mazatlán, aunque “sin poder establecer un sitio efectivo, debido a los pocos elementos con que contaban los jefes de aquellas fuerzas, que lo eran el general Juan Carrasco y el coronel Ángel Flores, por lo que se limitaban a hostilizar constantemente a la guarnición federal de dicho puerto”. (Obregón, 1959, 107). En Culiacán, el general Iturbe, jefe de las fuerzas de Sinaloa, eficazmente ayudado por el coronel Eduardo Hay, como jefe de su Estado Mayor, se ocupaba también, con toda actividad, en dar la mejor organización posible a los distintos cuerpos de tropas que tenía en aquella plaza, y que se alistaban para marchar al Sur. Mientras se preparaba el sitio de Mazatlán, Obregón resolvió continuar su avance sobre Guadalajara, Jalisco. Dejó el puerto de Mazatlán sitiado por tres mil revolucionarios que disponían de cinco cañones y tres ametralladoras, al mando de Iturbe y de otros subalternos. El siguiente diálogo telegráfico entre Obregón e Iturbe, da testimonio de lo ocurrido en Mazatlán:
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De Obregón a Iturbe, 17 de mayo: Teniendo que marchar para el Sur, hoy, quedará usted, como verbalmente se lo había ordenado, con las brigadas de Sinaloa, conservando el sitio que tenemos puesto a la plaza de Mazatlán. Cuando se reciba la remesa de parque, se terminen las reparaciones del cañonero Tampico, que desde ayer está a flote, y quede cortada la comunicación entre Manzanillo y Guadalajara, daré a usted orden para que ataque la plaza sitiada, para así no tener que sacrificar la gente que tendríamos que perder si se atacara ahora. No tengo que hacer a usted ninguna recomendación especial, porque el celo con que siempre ha sabido usted cumplir con sus deberes es una garantía de acierto. Hago a usted presentes mi atenta consideración y aprecio. (Obregón, 1959, 123).
De Iturbe a Obregón, 11 de agosto: Hónrome comunicar a usted haber tomado posesión de esta plaza (Mazatlán), después de cinco días de combate, habiendo hecho al enemigo trescientos muertos, más de quinientos heridos, trescientos prisioneros y capturando muchas armas y parque. Entre prisioneros, un coronel y diez oficiales que, conforme con la ley de 25 de enero, fueron pasados por las armas. Ya daré a usted detalles. Sigo recogiendo dispersos. Resto enemigo embarcose.
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Felicito a usted, en nombre de la brigada que me congratulo en comandar, por este nuevo triunfo. (Obregón, 1959, 154). Los revolucionarios entraron a Mazatlán el 9 de agosto de 1914. Obregón reconoce a Iturbe y a sus fuerzas: “Débese hacer observar que la toma de Mazatlán se llevó a cabo solamente con las fuerzas con que el general Iturbe había sostenido el sitio de dicho puerto, en virtud de que no llegó el refuerzo ordenado al general Salvador Alvarado, por los motivos que este jefe expuso al general Iturbe, y que aparecen consignados en el parte detallado que Iturbe rindió con fecha 11 de septiembre, y el cual se inserta más adelante”, explica Obregón (1959, 156) y un brevísimo resumen del parte sobre la toma de Mazatlán enviado a Obregón por Iturbe el 20 de agosto, informa lo siguiente: Las pérdidas que tenemos que lamentar, son: Muertos:…. Que forman un total de 222 hombres. Los heridos se distribuyeron como sigue:… Que forman un total de 257 hombres. Por su parte, el enemigo, además de los 400 prisioneros que le hicimos, perdió mucha gente en la sorpresa de La Redonda y dejó sembrado de cadáveres el Malecón de Olas Altas, pudiendo estimarse que el número total de sus muertos, asciende a 400 hombres, entre los cuales se encuentran: un coronel y 17 oficiales que fueron recogidos prisioneros con las armas en la mano, y a quienes se les aplicó la ley de 25 de enero de 1862, pasándolos por las armas. Los heridos que el enemigo se llevó al evacuar la plaza suman cerca de 500, según informes dignos de crédito.
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El comportamiento de las fuerzas de mi mando fue brillante: todos, sin excepción, se batieron con denuedo y soportaron las fatigas con gran abnegación. Para estímulo de los defensores de la legalidad, que militan en las filas del glorioso Ejército Constitucionalista, y para mayor honra de los que integran la Brigada de Sinaloa, que es a mis órdenes y tengo la honra de comandar, adjunto remito a usted la lista nominal, con expresión del Cuerpo y Arma en que sirvieron, de los Cc. jefes y oficiales que, en mi concepto, y salvo la mejor opinión de usted, merecen premio por su comportamiento durante este hecho de armas. La Brigada de Sinaloa felicita a usted por haberle dado las instrucciones generales que le permitieron alcanzar esta nueva y señalada victoria, y con la satisfacción del deber cumplido, tengo el honor, mi general, de hacer a usted presentes mi subordinación y respeto. (Obregón, 1959, 188-196).
Sobre lo anterior, Obregón hace una observación contundente: “Todo comentario sobre este hecho de armas, que tanto realce ha dado a las armas constitucionalistas, saldría sobrando; ya que el parte rendido por el general Iturbe detalla tan bien las operaciones desarrolladas; y el número de muertos y heridos, en relación con los combatientes, son la mejor prueba del arrojo de nuestras tropas. Digna de encomio, también, es la modestia del general Iturbe, cuando al terminar su parte, dice: La brigada de Sinaloa felicita a usted por haber dado las instrucciones generales, que le permitieron alcanzar esta victoria...
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“El éxito tan completo alcanzado se debió al valor y acierto del general Iturbe y los jefes subalternos, que tan hábilmente lo secundaron, así como a la disciplina y valor de los oficiales y tropa, y no a instrucciones mías, que ninguna influencia podían tener, dada la distancia a que me encontraba y al desconocimiento que tenía, en detalle, de los hechos que se desarrollaban”. (Obregón, 1959, 196). El parte de Iturbe es muy amplio y minucioso, sin embargo, no relata la incorporación a la revolución en Mazatlán de estudiantes normalistas procedentes de la ciudad de México. Francisco Peregrina (1980, 6-7) narra la anécdota en la revista Presagio con el título “Estudiantes normalistas ¡a las armas!: un pasaje revolucionario”, Entre los jóvenes se encontraba Gabriel Leyva Velázquez, futuro gobernador y amigo de Iturbe; de los otros, algunos murieron en combate y hubo quienes posteriormente alcanzarían celebridad como militares, abogados y maestros. Señala Peregrina que durante el sitio del puerto, los constitucionalistas tenían su cuartel general en Los Otates y las avanzadas en la Casa de las Palomas, finca ruinosa que contaba con una pieza destechada, construida sobre el médano de la Playa Norte, más o menos donde está el Hotel de Cima Los estudiantes de la Escuela Normal de Profesores de México venían a bordo de dos carruajes desde la metrópoli con el plan determinado de levantarse en armas contra Huerta y en cada pueblo simulaban llamamientos para combatir a los americanos que en conflicto con Huerta estaban posesionados de Veracruz. En Mazatlán lograron su propósito: el 7 de mayo se dirigieron de la catedral al campo revolucionario donde el general Iturbe les
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dio la bienvenida y les asignó un modesto lugar en las filas del ejército constitucionalista. Los estudiantes eran: Adolfo Cienfuegos (y Camus), Benito Ramírez (García?), Teófilo Álvarez Borboa, Gabriel Leyva Velázquez, Rubén Vizcarra (Campos), Roberto Acevedo Gálvez, Damián Alarcón, Albino Vargas, Agustín Tapia, Gerardo Martínez, Fernando Torres Vivanco, Gregorio Lozano Saavedra, Horacio Castilleja, Elías Cortés y Juan José Ortega.
Lealtad al constitucionalismo y a Carranza Huerta renunció a la presidencia el 15 de julio de 1914 y el 20 de agosto el Ejército Constitucionalista hace su entrada triunfal a la ciudad de México. Se
iniciaba
una
nueva
etapa
en
el
proceso
revolucionario.
Aparentemente se daba fin a la guerra, sin embargo —muy al contrario—, se abrió el escenario hacia una nueva contienda al presentarse la escisión de los caudillos: Villa y Zapata tenían su propio proyecto de nación, distinto al de Carranza, quien intentó negociar con el primero y le pidió la rendición al segundo. En la noche del 27 de septiembre se celebró una Junta de jefes constitucionalistas en el Cuartel General de Blanco en la ciudad de México, en la cual estuvo presente Obregón. Se acordó, entre otros asuntos, nombrar en comisión, para que fuera a Aguascalientes a tratar con los jefes de la División del Norte, a los siguientes generales: Álvaro Obregón, Ramón F. Iturbe, Guillermo García Aragón, Ernesto Santos Coy, Ramón V. Sosa, Jesús Trujillo y coronel Luis Santoyo.
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En octubre de 1914, Carranza organiza una convención de líderes revolucionarios. Zapata y Villa no estuvieron de acuerdo en que se realizara en la ciudad de México y se trasladó a Aguascalientes. A consideración de Obregón la Convención fue un fracaso, pues Villa quedó investido de una aparente legalidad, y esto dio margen también a que muchos de los jefes, que sin la Convención hubieran permanecido leales a la Primera Jefatura, defeccionaran y se incorporaran a Villa aparentando sostener al gobierno de la Convención, representado por el general Eulalio Gutiérrez. En la Convención se decretó el cese de Venustiano Carranza como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del Poder Ejecutivo de la Nación, al igual que el cese del general Francisco Villa, como jefe de la División del Norte y se nombró Presidente Provisional de la República al general Eulalio Gutiérrez, por un período de veinte días, tiempo que se juzgó suficiente para que la Convención se trasladara a México y allí ratificar dicho nombramiento por un nuevo período en favor de Gutiérrez, o se nombrara nuevo presidente. Para esas fechas, el general Iturbe había sido nombrado jefe de la 3ª División del Ejército del Noroeste, cuya jurisdicción comprendía el Estado de Sinaloa, la parte Sur del Estado de Sonora, que no había sido controlada por las fuerzas de Maytorena y el Territorio de Baja California. El Gobernador de Sinaloa, Felipe Riveros, asumió una actitud marcadamente afecta al villismo. Para evitar una ruptura de consecuencias, Iturbe había mandado desarmar los batallones 1° y 5° de Sinaloa, en el puerto de Topolobampo, que eran los más importantes elementos con que podía
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contar Riveros para hacer armas contra el Gobierno Constitucionalista y obtuvo de Riveros, al mismo tiempo, la promesa de que permanecería leal a la Primera Jefatura de la Revolución. A pesar de todo, el Gobernador había renunciado el 20 de noviembre, declarando su adhesión al villismo, por lo que inmediatamente fue batido por las fuerzas leales, al mando del general Iturbe, quien le inflingió una completa derrota en las cercanías de Culiacán, donde el Gobernador rebelde abandonó armas, municiones y dinero, mientras la gente que lo había secundado se dispersó en distintas direcciones Iturbe informó a Obregón que, después de destrozar completamente a los enviados de Riveros, había salido al frente de una expedición de mil hombres con rumbo a la Baja California y había derrotado por completo a la guarnición maytorenista, que se encontraba en el puerto de La Paz, Baja California, el 8 de diciembre e 1914, y regresó luego con su expedición al Estado de Sinaloa. La Hoja de Servicios de Iturbe enlista las batallas en que éste participó contra los villistas en Sinaloa y norte de Nayarit, desde el inicio de 1915 y hasta septiembre del mismo año, en que es nombrado Jefe de las Operaciones Militares en Jalisco y Colima. Antonio Nakayama resume en el siguiente párrafo dichos combates: “En enero, la situación de los constitucionalistas en el territorio de Tepic se puso difícil y el general Juan Dozal tuvo que abandonarlo, dejándolo en poder de las tropas de Rafael Buelna y obligando a Juan Carrasco a replegarse hacia Sinaloa. Por otra parte, la Columna Expedicionaria de Sinaloa tuvo que partir rumbo a Sonora al mando de Ángel Flores, así que Iturbe se dirigió a Tepic, donde tuvieron lugar los épicos combates entre los
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hombres de Buelna y de Carrasco. El general José María Cabanillas fue obligado por los villistas a desalojar Cosalá, por lo que Iturbe se desplazó a ese lugar, donde derrotó a Carlos Real, y de allí retornó al sur en virtud de que los soldados de Buelna amenazaban a Mazatlán, peligro que desapareció cuando fueron derrotados y obligados a replegarse de nuevo a Tepic, donde continuaron de nuevo los combates que culminaron con la victoria decisiva de los constitucionalistas. Iturbe volvió a la zona de Sinaloa, ocupó la plaza de El Fuerte y en Bacamacari, Mocorito derrotó a los villistas al mando del general Macario Gaxiola, terminando así con el peligro de que aquellos causaran más intranquilidad en el estado”. (Nakayama, 1975, 226). Iturbe entregó la comandancia de la Tercera División del Ejército del noroeste al general Manuel M. Diéguez y tomó posesión de la Jefatura de las Operaciones Militares en Jalisco y Colima el 25 de septiembre de 1915. El general Iturbe llega a la capital de Jalisco con sus soldados sinaloense a fin de apresurar la persecución de los restos de las partidas villistas que seguían sus correrías por los pueblos del Estado. Nombró pagador del Estado Mayor de la Jefatura de Operaciones y luego obsequió un revólver al joven José C. Valadés, quien consideraba a Iturbe un individuo excepcional que enseñaba a vivir y amar la revolución… Los triunfos de Carranza se extienden por toda la geografía nacional. La revolución, en su etapa constitucionalista, entra en una nueva fase dentro de la cual Iturbe vislumbra la oportunidad de convertirse en el primer gobernador constitucional de Sinaloa y hacia esa meta encamina sus pasos. A la distancia, Iturbe emite juicios sobre Carranza y Obregón. Frente al presidente Adolfo López Mateos, dice el 7 de agosto de 1963:
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“El señor Carranza fue todo un carácter en su firmeza de proceder, con los pies sobre la tierra, teniendo un profundo conocimiento de los hombres. No estuvo de acuerdo con Madero en cuanto a lo que llamó debilidad, refiriéndose a sus transacciones y condescendencias para con los enemigos jurados de la Revolución, como fueron todos los altos jefes del Ejército Federal, a quienes dejó todo el poder de las armas en cumplimiento del Tratado de Ciudad Juárez. En cambio, Carranza no quiso dejar piedra sobre piedra de aquel ejército corrompido y que fuera la perdición del apóstol, traicionándolo e inmolándolo con el crimen más execrable. Carranza fue todo un estadista y su inexorable firmeza en lo que consideraba debía ser, rayaba en una extrema rigidez. Yo creo que el amor, aun en su más alto sentido de justicia, tiene siempre alguna flexibilidad. Carranza no la tenía ni para salvar la vida de un familiar o aun la suya propia si para ello hubiera tenido que ceder ante alguna pretensión deshonrosa. Nos enseñó a no claudicar cuando del cumplimiento del deber se trata. Para hablar del señor Carranza, de nuestro Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, habría que escribir muchos libros y éstos ya fueron escritos por los más capacitados para hacerlo”. (Iturbe, 1963) Tres años más tarde, en 1966, Beatriz Reyes Nevares le arroja la pregunta directa: —¿Y cómo era Carranza? “Era la inflexibilidad en persona. La rectitud. Se proponía una meta e iba derecho a ella, sin reparar en los obstáculos. Y su meta era la legalidad, de modo que su valor histórico es inconmensurable. Yo admiré mucho a Carranza, sobre todo después de su discurso de Hermosillo. Es una pieza que
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debería difundirse. Una verdadera declaración revolucionaria. (Reyes, 1966, 38). —¿Qué opina usted de Obregón? “Era un gran estratega. Tenía una virtud: la economía de hombres. Nunca arriesgaba a nadie inútilmente. Villa era lo contrario y en cambio tenía sobre Obregón la cualidad de la rapidez. Sus desplazamientos eran fulgurantes, a base de caballería. A don Álvaro le gustaba más la infantería. Creo que del choque de estos dos criterios nació la victoria obregonista de Celaya. Es uno mesurado y calculador; el otro, todo arrojo y violencia (Reyes, 1966, 38). Ante López Mateos también habló del sonorense: “¿Qué podría decir de Obregón? Fui de sus fuerzas del Cuerpo del Ejército del Noroeste. Lo vi de cerca y observé cómo reaccionaba en el peligro, en los momentos más críticos. Nunca alardeaba de su valor. Nos decía siempre: ‘El general que no siente miedo es peligroso porque no toma las precauciones requeridas”. “Se levantaba muy temprano y le gustaba explorar y conocer la situación personalmente, tanto del terreno como del enemigo. Era intuitivo y su característica, contraria a la de Villa, era la de ahorrar la sangre de sus soldados. Jamás lo derrotaron. Ha sido famosa su frase: ‘Que se mutilen los hombres, pero que no se mutilen los principios’. Finalmente tuvo gran predilección por el campesinado. Los obregonistas siguen rindiendo culto a su memoria y manteniendo encendida la lámpara votiva de su admiración y lealtad a quien fuera su jefe”. (Iturbe, 1963).
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2. LA GLORIA DEL PODER Y EL INFIERNO DE LA DERROTA Primera batalla política: Gobernador Constitucionalista de Sinaloa Venustiano Carranza convocó al Congreso Constituyente, realizado de diciembre de 1916 a enero de 1917, en un intento más por terminar con la lucha armada y volver al orden legal. Se destacaron, en los extremos, dos corrientes, una moderada identificada con Carranza y la otra progresista con Obregón. En el centro había una gran diversidad de posiciones que iban de la extrema derecha al ultraizquierdismo. Por Sinaloa figuraban como diputados propietarios: Pedro Rosendo Zavala, Andrés Magallón Ramírez, Carlos M. Esquerro, Cándido Avilés Inzunza y Emiliano C. García Estrella; como suplentes: Juan Francisco Vidales, José C. Valadés, Mariano Rivas, Primo B. Beltrán y Antonio R. Castro. El 5 de febrero, se promulgó la constitución en Querétaro. En Sinaloa, Iturbe fue comisionado por Carranza para que visitara Japón, Rusia y algunos países europeos en los primeros meses de 1916. La comisión se frustró, tal parecer porque se originaron conflictos diplomáticos por la invasión de Villa a Columbus. ¿En qué consistía la comisión? Se ignora a ciencia cierta. Un cablegrama procedente de San Francisco California informa que el periódico japonés. Kokumin-Shimbun, publica que el 1º del presente mes (marzo) “El sr. Ramson Turbe (¿?) (SIC, incluso interrogantes) se declara que es Enviado Especial del Gral. Carranza con una misión para el Japón. Dicen que a las preguntas de las autoridades americanas contestó que no podía hablar de la misión que tiene para el Japón”. (Archivo Histórico “Genaro Estrada” de la SRE).
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Se presume que estudiaría y traería información sobre la forma en que se llevaban los asuntos militares en los países a visitar, quizá con la posibilidad de que luego esos conocimientos se utilizaran en la Secretaría de Guerra y Marina de México, entonces y hasta abril, a cargo del general Obregón. Regresa a México en junio de 1916. En el tiempo estipulado presentó su candidatura para gobernador de Sinaloa. Carranza, quien al igual que Obregón apoyaba a Ángel Flores, le pidió que cancelara su postulación. Le respondió: “lo siento, pero ya estoy comprometido con mi pueblo” (Reyes, 1954, 54) y se registró como candidato del Partido Liberal Progresista para contender contra el mencionado general Ángel Flores, el licenciado Enrique Moreno Pérez, de Mocorito; el general Manuel A. Salazar “El Chango”, de Concordia, el general Manuel Mezta, duranguense. Obtuvo una visible mayoría de votos. Iturbe fue electo para el periodo del 27 de septiembre de 1917 al 26 de septiembre de 1920. Sin embargo, la XXVII Legislatura otorgó la protesta legal el 26 de julio por entrega que le hizo el gobernador provisional general Ignacio L. Pesqueira. En la discusión del dictamen el diputado Miguel L. Ceceña, representante del distrito de El Fuerte, basándose en que todavía se hallaba vigente la Constitución local de 1894, había manifestado que, si bien el general había triunfado en los comicios, se encontraba incapacitado por no llenar el requisito de la edad (tenía 27 años y para asumir el mando, por ley, debía tener 30). Venustiano Carranza, en su primer informe de Gobierno rendido a la nación el 1° de septiembre de 1917, explica la situación sobre el caso Sinaloa, de la siguiente manera:
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"En el estado de Sinaloa la elección de Gobernador, que favoreció al general Ramón F. Iturbe, dio lugar a un conflicto que, afortunadamente, se conjuró a tiempo, desistiendo de su actitud aquellos mismos que orillaron al Estado a una crisis. El ayuntamiento de El Fuerte suscribió un manifiesto en que desconocía al Gobernador electo, basándose en que, en su concepto, la declaratoria del Congreso Local había violado la Constitución de Sinaloa. Los Ayuntamientos de Ahome, Guasave y Mazatlán se adhirieron al de El Fuerte, y, en tales circunstancias, el Congreso del Estado acordó dirigirse a los Poderes de la Unión, a fin de que, en cumplimiento del artículo 122 de la Constitución, se prestasen a los Poderes Locales los auxilios del caso. El Ejecutivo de mi cargo tomó las medidas que creyó pertinentes, y la situación mejoró desde luego. El general de división Álvaro Obregón ofreció su mediación al Gobierno del Estado con los Ayuntamientos para solucionar el conflicto, y, previa la autorización que obtuvo del gobierno de mi cargo, celebró conferencias con el Ejecutivo de aquella Entidad Federativa, así como con los Ayuntamientos inconformes, consiguiendo que todos éstos depusieran su actitud y reconocieran expresamente la autoridad del Gobernador. Con esto ha concluido la intranquilidad en Sinaloa, volviendo el Estado a su vida normal”. (Cámara de Diputados, 2006, 10). La situación se complicó al grado de que el congreso ordenó, el 4 de julio de 1917, que los poderes del Estado se trasladarán a Mazatlán. Finalmente, la XXVII Legislatura local expidió una nueva constitución firmada a las 6:30 de la tarde del 25 de agosto gracias a la cual Iturbe tomó posesión legal del gobierno. Eran diputados del congreso: Ingeniero Emiliano Z. López, Pedro L. Gavica, Arnulfo Iriarte, Diego Peregrina, Genaro Noris, Serapio
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López, Félix A. Mendoza, Leopoldo A. Dorado, Susano Tiznado, Manuel María Sáiz, Julio E. Ramírez, Alfonso Leyzaola, Miguel L. Ceceña y Fernando Martínez. Su gobierno fue muy agitado y no terminó su periodo. Pidió una primera licencia del 7 de agosto al primero de diciembre de 1919 en que fue sustituido por Eliseo Quintero; retoma el poder de la última fecha al 31 de diciembre y ante una nueva licencia, sin regreso, ocupa el cargo Miguel L. Ceceña. Iturbe presentó ante la citada XXVII Legislatura, con fecha del 14 de marzo, su primer informe de gobierno correspondiente al periodo transcurrido del 15 de septiembre de 1917 al 15 de marzo de 1918. De entrada, se propuso mejorar la administración pública, para lo cual dispuso que todos los empleados del Gobierno concurrieran al Colegio Civil Rosales, cuando menos una hora diaria, para hacer estudios de Español, Teneduría de Libros, Aritmética Mercantil, Mecanografía, Taquigrafía y Economía Política, en el concepto de que la asistencia a los cursos es obligatoria, por lo menos a dos de ellos, y de que las calificaciones serían tomadas en cuenta para los ascensos y promociones. Como los empleados, en su mayoría, no correspondieron a los buenos propósitos del ejecutivo, se giraron órdenes terminantes para que asistieran puntualmente a los cursos o fueran sustituidos por personas competentes e ilustradas. Al inicio de la gestión hubo problemas derivados del movimiento revolucionario. En algún momento se acentuó la crisis agrícola con la consecuente falta de alimentos. Iturbe informó que durante su gobierno Sinaloa se convirtió en un verdadero granero para la República, por sus cosechas abundantes, “más abundantes que nunca”. Se realizaron elecciones
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para las presidencias municipales durante las cuales se registraron problemas en algunos municipios, especialmente en Mazatlán. Hubo una epidemia de viruela, propagada por gente procedente de Nayarit, ante la cual se tomaron medidas preventivas, a pesar de no contar con presupuesto. También correspondió a Iturbe enfrentar una pandemia de gripe o “influenza española”. “A su llegada a esta entidad, la ‘gripe hispana’ ya llevaba algunos meses de haber aparecido en México, y aunque este hecho era conocido por las autoridades y la población, no se le había dado la importancia debida y, por lo tanto, no se habían tomado las precauciones necesarias. Pronto se habrían de constatar las consecuencias, pues, en un lapso de alrededor de un semestre, el flagelo afectó a gran parte de la población del estado y los muertos alcanzaron la cifra de 20 mil. (Valdés, 2002, 41). En Guasave ocurrió el siguiente incidente: el 6 de noviembre, por razones de orden e higiene pública, acordó el Ayuntamiento que los chinos se retiraran a vivir en un lugar alejado del resto de la población, para que no ejercieran el comercio. Iturbe se opuso para evitar peticiones de amparo y gestiones diplomáticas, asuntos exclusivos del gobierno de la República, y porque había un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación del 30 de junio de 1900 entre México y el Imperio de la China. Se cerró el incidente.
La educación del pueblo, máximo monumento a la Revolución Desde la óptica del gobernador, plasmada en el informe, “la situación actual de la Instrucción Pública es un tanto más halagadora que cuando tuve la honra de leer ante vosotros mi último informe. Sin embargo, a pesar de los
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esfuerzos hechos para mejorar el servicio de la instrucción popular — esfuerzos que todos vosotros conocéis— los resultados han sido poco favorables en virtud de trabajos de reorganización de otra índole y de la crisis económica que afortunadamente pudo conjurarse a tiempo; pero que, en el momento de decidir sobre el asunto de Instrucción, se hallaba en su apogeo”. (Iturbe, 1917). El 20 de septiembre Iturbe presentó un proyecto sobre Instrucción Pública, elaborado en sus bases más generales por la Junta Pedagógica y con fecha 29 de diciembre quedó promulgada la ley respectiva 6 que previene que la instrucción depende del Gobierno del Estado y no de los Ayuntamientos. Se creó la Dirección General de Educación, desde el primero de enero de 1918 y se giraron importantes circulares para determinar bien y claramente la intervención que a los Ayuntamientos y al Estado corresponde en la organización escolar. Económicamente las escuelas dependían todavía de los municipios, los cuales, por carencias de recursos económicos se habían abstenido de abrir todas las escuelas necesarias para la educación del pueblo y en muchos casos se veían en la penosa necesidad de no pagar puntualmente los salarios del personal docente de sus planteles. Ante las bases económicas tan inseguras sobre que descansaba la Instrucción Pública del Estado, las condiciones técnicas no pueden ser muy favorables. Se imponía, por tanto, la necesidad de concentrar la Instrucción Pública bajo la inmediata dirección y vigilancia de la Dirección General del Ramo, en los términos que se habían proyectado.
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La Ley Orgánica de Educación Primaria del 29 de diciembre de 1917, un adelanto para la época.
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Iturbe puso especial atención al hospicio “Francisco I. Madero”, donde cursó sus primeros y únicos estudios y que hubo de abandonar por falta de recursos económicos. Era una institución particular fundada para beneficio de los huérfanos de la revolución a la cual —igual que al primer alumno— bautizó con el nombre del apóstol de la revolución. Explica que de cierta manera, el hospicio dependía también de la Dirección General de Educación Pública, y estaba dando ya magníficos resultados, gracias al apoyo recibido por la Cámara de Diputados, que le concedió una subvención de 17 mil 781 pesos anuales, cantidad que sirvió para ayudar a cubrir los gastos más urgentes, con lo que quedaba así asegurado el porvenir de ciento veinte asilados, que encontrarían en dicho establecimiento las armas necesarias para luchar honradamente por la vida. Por cuanto a la instrucción primaria y superior, si bien es cierto que se han logrado grandes ventajas durante los pocos meses del gobierno, también es verdad que este servicio dejan aún mucho que desear. “Y si os digo esto, no es únicamente para hacer alarde de franqueza, sino para recordar en vuestro ofrecimiento y reiterar el mío de trabajar con ahínco para levantar entre todos el monumento más grandioso de un gobierno emanado de la revolución: el monumento eterno a la educación de las masas”. (Iturbe, 1917), La educación secundaria, preparatoria y profesional se impartía en el Colegio Civil “Rosales”, que después de sufrir mucho durante la pasada revolución, entró en un período de auge, gracias a la hábil dirección del doctor Bernardo J. Gastélum, quien seleccionó al profesorado y estudió las medidas más convenientes para satisfacer las necesidades del Estado, con programas de estudios sujetos a la crítica de personas de reconocida aptitud.
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Además, por conducto de la Secretaría de Gobierno, presentó algunos proyectos más, tales como el que tiende a la organización de la Universidad de Sinaloa, concediéndole su autonomía; y el de la ley Orgánica… “un asunto de verdadera importancia, de cuyo resultado está pendiente toda la intelectualidad sinaloense”. (Iturbe, 1917). El presupuesto con que se contaba era tan bajo que el gobierno tuvo algunas dificultades para cubrir las pensiones de los jóvenes sinaloenses Antonio Yuriar y José Salazar, que estudiaban en la Escuela Forestal de México, pensionados por el Estado. Según los informes rendidos por los Ayuntamientos, funcionaban en el Estado 186 escuelas elementales, con organización perfecta en su mayoría. En el puerto de Mazatlán funcionaban regularmente dos escuelas superiores, una de niños y otra de niñas, y en su gestión se establecieron en Culiacán los cursos de sexto año para niñas y quinto año para niños. Solamente en las ciudades de Mazatlán y Culiacán han existido escuelas nocturnas para obreros, dos en la primera ciudad y tres en la segunda, servidas por cinco maestros y teniendo en total una asistencia de 350 obreros por término medio. El personal docente está integrado por cerca de 400 empleados, entre los que se cuentan algunos profesores normalistas. El total de educandos que acuden a las escuelas asciende a 17,531, siendo 7,842 niños y 9,689 niñas. Para remediar todos los males de que adolece el ramo de Instrucción Pública, puso a consideración de la Cámara algunos proyectos de Ley, entre los que se cuenta uno de ampliación al presupuesto de egresos.
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Para terminar la parte del informe en el rubro de la Instrucción Pública, mencionó el hecho de que, durante el último año de 1917, se adquirió para el estado en la suma de $14,625.00 oro nacional, el edificio llamado “La Gran Duquesa”, que entonces ocupaba la Escuela “Morelos” de Mazatlán. La suma en cuestión fue pagada por el gobierno federal como abono a la deuda que tiene reconocida a favor de Sinaloa. Se elige a la XXVIII legislatura del Congreso de Sinaloa que estuvo en funciones del 15 de septiembre de 1918 al 14 de septiembre de 1920, la cual quedó integrada por los siguientes diputados: Miguel L. Ceceña, Fernando B. Martínez, Rosendo Olea, Carlos Castro, Serapio López, Eliseo Quintero, Epitafio Osuna, José Arce Lizárraga, Alfredo Ibarra, Leopoldo a. Dorado, Andrés Magallón, Adolfo V. Rivera, Pedro Cázares, Genaro Noris y Pedro L. Gavica. Ante esta Legislatura, Iturbe rinde otro informe de actividades durante el periodo comprendido del 15 de marzo de 1918 al 16 de septiembre del mismo año. Anuncia la solicitud para nuevas municipalidades de las comunidades de Los Mochis, Quilá, Villa Unión, Pánuco y Cacalotán y sobresale la atención que el Gobierno del Estado pone en el combate a los vicios del juego y la embriaguez arraigados en el pueblo y que tenían un carácter endémico en toda la República. Argumenta el informe: “Habrán de pasar todavía algunas generaciones antes de que se desarraiguen estos males del pueblo mexicano. Personalmente, este Ejecutivo no tiene gran fe en las disposiciones prohibitivas y sí gran confianza en la
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educación, la prédica y el ejemplo para hacer desaparecer estos vicios. En vista de que el juego se practicaba día a día en forma más descarada, este Ejecutivo se vio obligado a recordar a las autoridades municipales las disposiciones consignadas en el Código Penal que prohíben los juegos de azar; al mismo tiempo se recomendó que principiaran una tenaz y enérgica campaña contra el juego, y si bien no se ha extirpado el mal, cuando menos se ha conseguido que no se practique en la forma en que venía haciéndose. La Junta organizadora del VI Congreso Médico Nacional ha dado principio en todo el país una campaña contra el alcoholismo y desde luego este Ejecutivo ha secundado sus nobles propósitos dictando las medidas que pueden dar un buen resultado en Sinaloa”. (Iturbe, 1918). Tan grave se consideraba este mal que se giró una circular a los ayuntamientos para que cooperaran en la forma que crean más conveniente a combatir el vicio de la embriaguez; se dictó un acuerdo a todos los departamentos gubernativos para que en sus reglamentos fijaran como motivo inmediato el cese a todo empleado que acostumbre bebidas embriagantes y la Dirección de Educación giró circular al profesorado advirtiendo que la embriaguez, aunque no sea consuetudinaria, se tendría como motivo de destitución de empleo. Incluso, había un proyecto para combatir la embriaguez a través del cine, para lo cual había arreglos con empresas cinematográficas de la capital de la República. En este periodo, el 27 de agosto de 1918 para ser más preciso, fue fusilado Arturo Butchart. Iturbe explicó a Héctor R. Olea cómo se suscitaron los hechos:
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“Butchart era de mi escolta siendo yo gobernador. En unión de otro oficial falsificaron vales míos a la Tesorería (que yo pagué después). Al consignar el hecho a las autoridades judiciales los metieron a la cárcel. Junto con otros oficiales, se levantaron, echaron fuera a todos los presos, aprehendieron al jefe de la guarnición, saquearon el comercio, tomaron un tren y estaban cargando todo en el tren. Pude reunir entretanto unos soldados. El jefe de la guarnición, coronel Regino González, de las fuerzas del general Carrasco, se escapó de donde lo tenían preso y se me presentó con ocho hombres. El coronel Carlos Espinosa, que acababa de llegar con 25 hombres, los atacó en la estación y los derrotó, cayendo prisionero Butchart, entre otros y fue fusilado. Su familia era muy amiga mía”. (Olea, 1993, 171-172).
El relevo por Eliseo Quintero y el plan de Agua Prieta Los enemigos estaban prestos para la sublevación contra el gobierno de Iturbe lo que en parte fue causa de que no terminara en septiembre de 1920, pero con el argumento de hacer gestiones a favor de las finanzas del estado, el 7 de agosto de 1919 pidió licencia al Congreso para viajar a México. La estancia se prolongó hasta diciembre y su ausencia fue cubierta por el diputado y mayor Eliseo Quintero Figueroa. ¿Cómo ocurrió este cambio? Cuauhtémoc Cortez explica que el mayor Quintero era un hombre de las confianzas de Iturbe. Prácticamente lo hizo candidato y diputado por Badiraguato sin consentimiento expreso. Quintero no aceptó la propuesta, pero en mayo de 1917 se encontró con la novedad de que ya era diputado electo.
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Al terminar el periodo constituyente —añade Cortez— fue propuesto de nuevo para diputado por elección popular, en esta ocasión por un partido formado en Badiraguato. Le comunicaron la noticia de su postulación “y como ya me había gustado el manejo de la cuchara les dije que estaba bueno. Ya me había amansado un poco” (Cortez, 1979,26), se sinceraba Eliseo. Lo más sorprendente estaba por llegar: de diputado se convirtió en gobernador interino del Estado del 7 de agosto al 1º de diciembre de 1919. Quintero le explicó a Cuauhtémoc Cortez cómo ocurrieron los hechos: “Y esto fue una mera casualidad —dijo con energía—. Fueron las circunstancias del momento las que permitieron llegara al gobierno sin tener méritos propios”. Estaba un día en el Congreso sesionando cuando llegó Iturbe a pedir permiso para salir a la capital al arreglo de asuntos relacionados con las finanzas estatales, pues la tesorería estaba en bancarrota, pidiendo asimismo le nombraran al general Juan Carrasco como interino. Éste se encontraba en Mazatlán como comandante militar. El presidente del Congreso le dijo que no podían nombrar a Carrasco. Ante la negativa, Iturbe pidió entonces le nombraran al coronel Solís, que era el presidente municipal de Mazatlán, pero también fue rechazada esa propuesta. El presidente del Congreso le señaló que había un militar dentro de la cámara y ese único militar era Eliseo. Pero el general no dijo nada y se fue. Al día siguiente por la mañana recibió Eliseo una tarjeta del general invitándolo a un paseo por San Lorenzo. Ya en el camino le dijo del viaje a la ciudad de México para entrevistarse con don Venustiano Carranza y tratar el asunto de algunos fondos que el Estado tenía con el gobierno federal. “Yo exijo un militar
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para que se quede en mi lugar y el único militar del Congreso es usted. Mi objetivo es pedirle que acepte”. —¡Está usted loco, mi general! “¡No. No lo estoy. Estoy perfectamente de la cabeza!”. —¡Entonces cómo se atreve usted a proponerme un cargo de alto nivel cuando conoce bien mi capacidad y mis posibilidades! Yo no estoy dispuesto a levantar la carga que no puedo. Mis fuerzas no me lo permiten y no puedo hacerlo. Al día siguiente, al llegar al Congreso, ya se conocía su decisión ante el general. Se realizó una junta para pedirle cambiara de parecer. “¡Es usted diputado! Aceptó como tal y protestó cumplir con sus deberes y las labores del Congreso… El Congreso, por lo tanto, lo nombra a usted gobernador durante la ausencia del general”. —Pues
si
ustedes
me
lo
imponen,
vamos
a
compartir
las
responsabilidades y el ridículo. Lo vamos a repartir en tres: en el Congreso porque me nombran; en el general porque entrega a quien no debiera; y en mi por aceptar”. (Cortez, 1979, 26). Duró cuatro meses en su interinato y en ese tiempo siempre buscó el imperio de la ley en una situación política difícil por la lucha entre grupos y aspirantes al poder que habían surgido a raíz de la revolución que aún no concluía. Iturbe regresa a Sinaloa y asume el poder hasta el 31 de diciembre de 1919, pero intempestivamente presenta a la Cámara de Diputados un permiso para separarse del gobierno por tiempo indefinido. Ya no retorna. El diputado
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Miguel L. Ceceña cubre el período del 31 de diciembre de 1919 al 20 de abril de 1920. José María Figueroa sostiene que “Obregón y Ángel Flores, sus enemigos irreconciliables, no lo dejaban vivir y gobernar en paz. Luego, muerto Carranza en mayo de 1920, de quien ya era amigo y se había convertido en su protector político, lo dejan desguarnecido a merced de los que tenían en este tiempo el sartén por el mango. Su encono y diferencias abismales con Álvaro Obregón surgieron de su espíritu rebelde, que no transigía con menoscabos a sus bien ganados méritos militares. Un poco o mucho de egolatría; pero así era el hombre y nadie se lo pudo quitar. Iturbe se sintió dolido cuando Obregón fue nombrado jefe de la Primera División del Noroeste. Consideraba que tenía más derechos para ello que el sonorense, por su antigüedad en las armas, por las batallas libradas y por haber sido uno de los primeros soldados ascendidos al grado de general. (Figueroa, 1989, 70). Cercana la sucesión presidencial, Venustiano Carranza pretendió imponer la candidatura del ingeniero Ignacio Bonillas, contra la de Álvaro Obregón y la de Pablo González. Otra vez el fantasma de la guerra civil se cierne sobre México y en especial sobre Sinaloa, por estar tan cerca de Sonora. Ante la postura de Carranza, el general Plutarco Elías Calles renuncia al gabinete y junto con un grupo numeroso de revolucionarios —Obregón entre ellos— suscriben, el 23 de abril de 1920, el Plan de Agua Prieta, desconociendo el gobierno de Carranza. Iturbe, en una extensa carta a Obregón, le comenta: “No salgo yo de mi asombro al ver que usted, con su nombre y su prestigio, que han sido para mi
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tan estimados, apoye la injusticia y la sinrazón” y desde Mazatlán lanzó un manifiesto al pueblo sinaloense donde afirma: “Me corresponde también, en mi carácter de gobernante, electo por el pueblo, con licencia del H. Congreso para hacerme cargo de la Jefatura de Operaciones en el Estado, excitar patrióticamente y con entusiasmo a los buenos hijos de Sinaloa a que, siguiendo el sendero del más alto patriotismo, aporten el mayor contingente que esté en sus manos a fin de que el orden y la tranquilidad pública se restablezcan para bien de todos y alcanzar el verdadero progreso de los pueblos… ¡Sinaloenses: la lucha nos espera, a la lucha hasta vencer!”. (Nakayama, 1975, 228). “Los generales abandonaron a Carranza y empezaron a sumarse al obregonismo, e Iturbe, impotente para luchar contra las defecciones, tuvo que abandonar el país y refugiarse en los Estados Unidos de América donde residió hasta 1929 en que regresó para sumarse a los jefes militares obregonistas en la rebelión contra calles”, comenta Antonio Nakayama (1975, 228). Hay dudas o al menos no existen testimonios de este viaje a Estados Unidos. Está clara su posición de rechazo a los rebeldes sonorenses, pues la hizo pública, sin embargo, Iturbe explicó a Héctor R. Olea lo que ocurrió cuando el movimiento de Agua Prieta: “Mateo de la Rocha se levantó en Badiraguato, con un batallón. Organicé 50 hombres montados y con el jefe de mi escolta, Martín Elenes, le caímos al Banco de Armas y lo desarmamos. Entonces, el presidente Carranza me nombró Jefe de las Operaciones Militares en el Estado. Ya era tarde. Pedí permiso al Congreso del Estado y nombraron Gobernador interino al Diputado Miguel Ceceña. Nos fuimos a
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Mazatlán para organizar la resistencia. En el Río Piaxtla organizamos la defensa; pero el general De Santiago pertenecía a las fuerzas del Gral. Diéguez, en Jalisco, quien le ordenó replegarse a Mazatlán. Yo no tenía suficientes tropas propias y también me replegué. A Diéguez lo aprehendieron sus propias tropas, y De Santiago, como yo no quería irme a la sierra con medio millón de pesos que acababa de recibir del señor Carranza, sin avisarme se puso a las órdenes de Adolfo de la Huerta en Hermosillo, por telégrafo. Lo sorprendí y por eso acepté yo también, pidiendo respetaran el Poder Judicial y Legislativo, menos a mí como Gobernador. Entregué a De Santiago el mando y tomé un barco americano y me fui a presentar en Hermosillo a De la Huerta, que era un gran amigo mío”. (Olea, 1993, 173). En el barco norteamericano se trasladó a Hermosillo y fue en el camino hacia la capital sonorense cuando se enteró de la muerte de Carranza, en las primeras horas del 21 de mayo de 1920. Iturbe no hizo ninguna declaración y, muy a su pesar, reconoció a Adolfo de la Huerta como presidente de México. Años más tarde, en la tribuna de la Cámara de diputados expuso la siguiente anécdota para demostrar su lealtad a los compromisos contraídos y que da un poco de luz de cuál fue su relación con De la Huerta y Calles: Yo les refería (a los diputados) en una ocasión cuánto trabajo me había costado sacrificar la amistad del único jefe inmediato que tuve: el General Obregón, dentro de una estrecha amistad y cariño, cuando él me invitó a defeccionar. Yo había protestado servir lealmente al Gobierno legítimo, constitucional, del señor Carranza, y cuando todas las circunstancias eran desfavorables, cuando todo estaba perdido, cuando ya había caído el Gobierno, los que estábamos fuera —y me tocó mandando una columna—
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podíamos habernos acogido a la invitación del General Obregón, y yo con más razón, porque me dirigió un mensaje muy halagador; sin embargo lo sacrifiqué todo en cumplimiento de mi palabra, de mi honor, de mis compromisos y, sobre todo, para sentar el precedente de que el Ejército no debe hacer mal uso nunca de las armas que le confía el Gobierno, para traicionarlo. (Aplausos). Más tarde, como hubo que ceder, yo firmé un pacto con el que fungía como Primer Jefe, que lo era el señor de la Huerta, entregando todas las fuerzas que estaban a mi mando, salvaguardando únicamente, como era Gobernador Constitucional de mi Estado, el respeto al Poder Legislativo de mi Estado y al Poder Judicial, excepto al Poder Ejecutivo que yo representaba; el respeto de las vidas e intereses de todos los que habían estado a mis órdenes, y yo me ponía a disposición de esa Jefatura para ser juzgado en la forma que lo creyeran conveniente. Bien, así las cosas vine a México, y estando en Palacio se me invitó para que pasara a presenciar la protesta del Ministro de Agricultura, que era el General Villarreal. Allí me encontré al General Calles, que era Ministro de la Guerra, y me dice: —¿Por qué no ha ido usted a la Secretaría? "Por allá voy, mi general". Al siguiente día pasé y me saludó muy afectuosamente, pero al sentarme me dice estas palabras textuales —y lo que estoy refiriendo hay dos hombres vivos que lo pueden confirmar, Calles y De la Huerta—: —¿Pero, compañero, por qué no se volteó usted?
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Entonces, naturalmente, aquello me disgustó, y le dije: "Mi general, yo no estoy arrepentido de mi actitud". —Entonces usted persiste en su error —me dijo. "Usted le puede llamar como usted guste; yo le llamo el cumplimiento de mi deber, y como vine únicamente porque usted me invitó, ¡hasta luego!", y me despedí sin darle la mano. Aquello suscitó un odio terrible en el General Calles para mí. De allí se fue a pedir mi baja por indigno de pertenecer al Ejército. Tuvo una discusión muy acalorada con el Presidente de la Huerta, no habiendo conseguido el acuerdo; y para librarme el señor Presidente de esa difícil situación con el Ministro de la Guerra, ordenó que quedara comisionado directamente en la Presidencia de la República. Cuando supe yo que el General Calles había ido a pedir mi baja por indigno de pertenecer al Ejército, le dije al Presidente lo siguiente: "He sabido esto del señor Ministro de la Guerra, y tiene razón; yo soy indigno de pertenecer a un Ejército mandado por el General Calles, y como yo no obedeceré sus órdenes, aunque me mande fusilar, le ruego que me dé mi baja". No me fue concedida, y por ese motivo quedé en esas circunstancias. Más tarde pedí voluntariamente licencia para separarme del servicio. Es así como dejé de pertenecer a la honrosa institución del Ejército Nacional. (Sesión de los debates, 12 de julio de 1938).
La fortuna a la sombra del poder político Es necesario abrir un paréntesis para exponer un hecho no militar que por lo regular se ignora o se evita al elaborar la biografía de los revolucionarios: la acumulación de riqueza que hicieron bajo el amparo del poder político.
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Gustavo Aguilar (2001) y Arturo Carrillo (1994) han hurgado en los archivos de las notarías para ilustrar cómo la naciente clase política de la revolución se convertía en prósperos empresarios. Los dos autores reflexionan sobre las causas del fenómeno y explican qué ocurrió durante la revolución en materia de inversión financiera: Para Gustavo Aguilar, en lo político-social, la revolución en Sinaloa significó cambios importantes. A partir de 1913-1914, una nueva clase política ascendió al poder, desplazando a los viejos cuadros políticos del Porfiriato. La mayor parte de ellos surgieron al calor de la lucha revolucionaria. Eran pequeños empresarios, agricultores, profesionales y funcionarios públicos de bajo nivel que por mucho tiempo habían sido marginados del poder político. Es decir, eran miembros de una joven clase media surgida de los cambios provocados por el desarrollo capitalista impulsado por el régimen de Díaz. Carrillo lo explica de la siguiente manera: “la Revolución en Sinaloa desplazó del poder político a los grupos ligados con el régimen cañedista, aunque éstos siguieron conservando el poder económico”. (Carrillo, 1994, 94). El análisis se remonta a cuando en los prósperos años del Porfiriato un importante
número
de
comerciantes
y
terratenientes
huyeron
como
consecuencia de la Revolución. “Algunos se llevaron sus capitales, otros abandonaron sus propiedades o las encargaron a administradores de su entera confianza. Lo anterior propició que los nuevos dirigentes políticos intervinieran esos negocios y los explotaran para sufragar los gastos crecientes del estado. No obstante, todas esas empresas, tierras y bienes fueron devueltos a sus propietarios a partir de 1916. Por tanto, la mayoría de
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los viejos empresarios conservaron sus propiedades y, por ende, el poder económico que la posesión de los medios de producción les daba. “La devolución de sus propiedades a este numeroso grupo de empresarios les dejó una clara enseñanza: los revolucionarios recién llegados al poder no estaban en contra de la propiedad privada ni se oponían al desarrollo del capitalismo. Al contrario, las políticas implementadas por ellos se orientaban a promover el crecimiento económico. Los viejos empresarios buscaron congraciarse con los nuevos dirigentes políticos; también les brindaron facilidades para hacer negocios. Estos últimos, deseosos de convertirse en empresarios o de ampliar sus empresas, pues algunos ya lo eran, al amparo de los puestos públicos se dedicaron febrilmente a ello”. (Aguilar, 2001, 1365). Carrillo refuerza lo anterior al afirmar que “la dirigencia de esta lucha va canalizando sus inversiones con la garantía de que este movimiento no va más allá, con acciones que pudieran afectar sus capitales e intereses de clase. Así, tenemos el caso de estos dirigentes que mantienen el control político y logran consolidar algunas fortunas, invirtiendo en diversas actividades productivas, ya que este movimiento les brindó las condiciones para desarrollarse como nuevos empresarios”. (Carrillo, 1994, 94). Así, “una parte importante del vacío crediticio generado por la ausencia de bancos fue cubierto por los comerciantes y otros acaudalados de la región. Medianos y pequeños comerciantes, industriales, agricultores, recurrieron a ellos para satisfacer sus necesidades de capital. El negocio era tan redituable que despertó el interés de los miembros de la nueva clase política. (Aguilar, 2001, 132).
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Arturo Carrillo elabora una lista de estos dirigentes. La encabeza Ángel Flores y en segundo lugar figura Ramón F. Iturbe, de quien dice: “Invirtió y diversificó sus capitales desde 1914. Después de asumir la gubernatura del estado y con la protección de este poder, logra invertir sus capitales en diversas actividades, incrementando su fortuna y consolidándose como empresario. El Gral. Iturbe fue beneficiado por este movimiento y aprovechó la conducción del mismo para estrechar sus relaciones con notables porfiristas; así vemos como para 1918, ya como gobernador, entra en relaciones de negocios con “Redo y Cía.”. Dicha sociedad, por conducto del Sonora Bank y Trust Co., en Nogales, Son., acredita a cuenta del Gral. Iturbe la cantidad de 3 mil dólares (correspondencia de Redo y Cía. Al Sonora Bank y Trust Co. 1918. 12 de agosto). “Cinco meses después de eliminar el último movimiento huertista en la plaza de Culiacán, el 14 de noviembre de 1913, el Gral. Iturbe está canalizando su capital en la compra de una finca urbana en mil pesos, según consta en el Archivo General de notarías (Agnes. Lic. Rosauro Rojo, 1914, 5 de marzo); de la Isla de Lucernilla en 10 mil pesos (Agnes, 1915, 16 de junio); y en diversas transacciones comerciales obteniendo ganancias por 24 mil 979.11 (Agnes. Lic. Guillermo del Valle. 1915. 3 de febrero); a partir de 1917 sus inversiones se incrementan como consecuencia de la garantía, respaldo y protección que le otorga el poder que representa. Como gobernador logró canalizar capital en la compra de 20 fundos mineros y acciones en la misma actividad, algunas veces explotándolas, otras especulando con la reventa del inmueble,
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“En 1917 compra el 40% del fundo minero La Trinidad en 6 mil dólares (Agnes. Lic. Celso Gaxiola Andrade, 1917, 2 de noviembre) al señor Gustavo de la Vega (cañedista); el 10% del mismo fundo lo compra a Antonio Anitúa en 2 mil pesos (Agnes 1918, 24 de enero); otro 10% se lo compra a Alfredo Monzón en 2 mil pesos (Agnes 18918, 7 de marzo). Finalmente, el 40% restante lo compra al señor Gustavo de la Vega en 2 mil pesos (ídem, 4 de junio); con estas compras, el general Iturbe es propietario del 100 por ciento de esta empresa, que vende más tarde a los comerciantes alemanes de la compañía Francisco Echeguren y Compañía del Puerto de Mazatlán, junto con el 85.74% de las 13 pertenencias de La Guadalupana en la cantidad de 55 mil dólares (Agnes. Lic. Fco. Sánchez Velázquez. 1919. 29 de marzo), las pertenencias de esta última empresa las compró en 3 mil pesos. (Agnes. Lic. Celso Gaxiola Andrade, 1918, 4 de diciembre). “En este mismo año invierte la cantidad de 90 mil dólares en la compra del 84% de la Cía. Elisa Mining Co., S.A. El Gral. Iturbe se compromete a entregar a la compañía el 25% del producto líquido, e instalar una planta completa de beneficio de concentración con una capacidad de 25 toneladas diarias. (Ídem, 1917, 11 de octubre). En este periodo de su gobierno también canaliza su capital a la constitución de la sociedad Albert J. Ligthtenwolter, invirtiendo un capital de 8 mil pesos (ídem, 1917, 12 de noviembre), es propietario de la Hacienda Oso (agnes, Lic. Francisco Sánchez Velázquez. 1918, 22 de octubre); accionista de la sociedad Juan Estrada Berq y Cía. (agnes, Lic. Celso Gaxiola Andrade, 1918, 12 de febrero); administrador del negocio y periódico ‘Correo de la Tarde’ (Agnes, Lic. José Gómez Luna, 1919, 4 de marzo); aparte de estas
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inversiones existen otras que expresan cómo este movimiento fue aprovechado por un grupo dispuesto a encontrar la forma de combinar y aprovechas la coyuntura que se les presentaba”. (Carrillo, 1994, 95-98). Gustavo Aguilar no quiere ser menos que Carrillo en la elaboración de esta lista de inversiones hechas por Iturbe y compañía: “Así, durante los años de 1914 a 1924, un nutrido grupo de políticos encabezados por el gobernador Ramón F. Iturbe constituyeron “La Sinaloense, Sociedad Cooperativa Limitada”. El objeto de la sociedad era realizar toda clase de operaciones mercantiles y el otorgamiento de préstamos con interés. La administración y dirección recayó en Leopoldo A. Dorado como presidente y Miguel L. Ceceña como tesorero (ambos diputados locales). Otros miembros de la compañía fueron: Eliseo Quintero, Lázaro Ramos Esquer, Antonio Orozco, Lic. Pedro Espinoza de los Monteros y Enrique Pardo, todos ellos funcionarios públicos o diputados. Al parecer la compañía no prosperó, pues los créditos registrados fueron muy pocos y de cantidades pequeñas, cobrando además un interés mucho más alto que el promedio de la región (Agnes José Tamés. Culiacán, 13 de diciembre de 1918). “En 1918 el gobernador del estado informaba a la legislatura local que, ante la escasez de moneda fraccionaria y la carencia de crédito para los agricultores,
había
gestionado
ante
la
Secretaría
de
Hacienda
el
establecimiento de una casa de moneda en Culiacán, así como el apoyo federal para crear un Banco Agrícola e Hipotecario con un capital no menor a los 500 mil pesos.
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Dentro de este nuevo grupo de empresarios de origen revolucionario, por su relevancia política, se destaca la carrera empresarial de Ramón F. Iturbe, Ángel Flores y Juan José Ríos. A fines de 1913 el general Iturbe empieza a invertir en diversas propiedades y transacciones comerciales. Según Martínez (1994), “para 1914 le habían dejado una ganancia de $24,977.11, pero sería a partir de 1917 cuando sus inversiones se incrementan como consecuencia de la garantía, respaldo y protección que le daba el poder que representaba”. El 11 de octubre de ese año (1917), la compañía minera Elisa Mining Company prometió vender al general Iturbe sus propiedades mineras localizadas en la municipalidad de Sinaloa, en la estimable cantidad de 90 mil dólares. El día 26 del mismo mes, Iturbe y Armando Dávalos formaron una sociedad colectiva mercantil bajo la razón social de: Armando Dávalos y Compañía,
con
el
objeto
de
comprar,
vender
y
exhibir
películas
cinematográficas. El capital social fue de $500, aportados por Iturbe. Al mes siguiente, en sociedad con Jacobo Méndez, Enrique Cohen, Alberto y Arturo Litchtenwalter, organizaron una compañía para explotar un aserradero, con un capital de $40 000. En 1918 adquirió varias propiedades con valor mayor a los 100 mil pesos. Había invertido prácticamente en todas las actividades productivas”. (Aguilar, 2001, 137). No es posible percibir qué propiedades eran directamente de Iturbe y cuáles del gobierno del Estado, aunque las actas de notaría dan fe de que los bienes están a nombre del general. Como haya sido, la buena estrella de la política y los negocios de Iturbe se apagó en 1920 a partir de su oposición y descalificación a la rebelión de
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Agua Prieta, promovida por los generales sonorenses Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Lo dice Gustavo Aguilar: “Por muchos años fue condenado al ostracismo político, y parte de sus empresas quedó embargada por sus numerosos acreedores. (Por ejemplo, el 21 de agosto de 1925 la casa comercial Melchers Sucesores, representada por Martín Careaga, promovió el embargo judicial de algunas propiedades del general Iturbe, para cubrir una deuda que éste tenía con la citada compañía por la cantidad de $50 000. Iturbe reconoció la deuda, pero argumentó que no tenía dinero para saldarla, por lo que designaba las tierras que tenía en Oso y Demasías de Oso, la maquinaria, enseres y ganado para su embargo”. (Aguilar, 2001, 137)
Derrota militar y exilio en Los Ángeles Adolfo de la Huerta Marcor fue presidente provisional del primero de junio al 20 de noviembre de 1920 y entregó el poder al general Obregón, en cuyo gabinete figuró como secretario de Hacienda, pero en 1923 tuvo fricciones con el jefe del ejecutivo a raíz de la firma del Tratado de Bucareli porque consideraba que atentaba contra la soberanía de México. Renunció al cargo y aceptó la candidatura a la presidencia por el Partido Nacional Cooperatista para contender contra el general Plutarco Elías Calles. Al vislumbrar una imposición de Obregón a favor de Calles, De la Huerta se levantó en armas con apoyo de parte de los rebeldes que secundaron el Plan de Agua Prieta. El movimiento se debilitó, fue derrotado por Obregón y De la Huerta, acompañado de su esposa, partió al exilio a Estados Unidos, donde pasaron estrecheces económicas muy fuertes. Historia
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semejante se contaría de Iturbe después de la Rebelión Escobarista o Movimiento Renovador de 1929. Durante la rebelión delahuertista, Iturbe, radicaba en la ciudad de México. Mireya, hija del general, relata que por un tiempo tuvieron una granjita en San Ángel, pero luego regresaron a Rosales 1, donde su mamá Mercedes puso una casa de huéspedes para sobrevivir. Sabían que Calles había dado órdenes de que fusilaran a Iturbe y ahí se tuvo que esconder durante un tiempo. Se dejó crecer el pelo y la barba y parecía rabino”, comenta Mireya. Desaparece varios años del escenario político de México. Se refugia en su familia y en la poesía. Se presume que estuvo un tiempo en San Diego. En junio de 1924 tiene en su poder la patente de un invento para hacer helado de mango. En 1927 aparece como propietario de las paletas heladas “Azteca”. En septiembre de 1928, Iturbe invita a Soledad González Dávila 7 a participar en otro negocio sobre “derechos petroleros” en Veracruz. En el escenario nacional, el 17 de julio de 1928 México se estremece con el asesinato del general Álvaro Obregón por el dibujante José León Toral. El domingo 3 de marzo de 1929, el general José Gonzalo Escobar hizo un llamamiento a tomar las armas en contra del presidente Emilio Portes Gil, así como de las autoridades mexicanas que no reconocieran su movimiento y contra Calles, quien dirigía al país sin ser el presidente. El fondo del conflicto era político: algunos seguidores de Obregón pretendían heredar la presidencia.
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Secretaría particular de Calles desde 1917, taquígrafa de Madero y de Obregón (cuando era Ministro de Guerra y Marina). Estos datos se obtuvieron de la correspondencia de doña “Chole”: una mujer empresaria de principios de siglo. Consúltese: http://sincronia.cucsh.udg.mx/camposr.htm#_ftn19
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Escobar lanzó un manifiesto titulado el Plan de Hermosillo. Entre los firmantes estaba Ramón F. Iturbe junto con varios militares obregonistas. Ellos eran: general de División Francisco R. Manzo; general de División Roberto Cruz; general de Brigada Fausto Topete, Gobernador de Sonora; general de Brigada Eduardo C. García; coronel Gabriel Jiménez; senador Alejo Bay; diputados Adalberto Encinas; J. R. Rizo; Gabriel V. Monterde; licenciado Adolfo Ibarra; Selder Ramón Rossains; C. Eugenio Gámez; Teodomiro Ortiz; R. Bracho; Miguel Guerrero; ingeniero Flores G.; diputado Ricardo Topete; diputado Alfredo Romo; diputado Adalberto González, diputado Aurelio Manrique, Jr.; coronel L. Robles, Gumersindo Esqueda; Jesús J. Lizárraga, Secretario de Gobierno de Sonora; coronel Martín Bárcenas; A. Rivera Soto; C. García Bracho; diputado G. Madrid; general Agustín Olachea, Rafael Esqueroa; M. José J. Meléndez; Enrique Rivera; diputados al Congreso Local, Bernabé A. Soto; Manuel L. Bustamante; José J. Cota; Félix Urías Avilés. Este levantamiento duró alrededor de tres meses y en él participaron un número aproximado de 30 mil personas con un saldo de 2 mil muertos al final de la contienda. Plutarco Elías Calles, como secretario de Guerra y Marina, aniquiló al movimiento en un tiempo breve. Una vez sofocado el levantamiento, la mayoría de los generales sublevados emigraron a los Estados Unidos, Iturbe entre ellos, aunque otros fueron fusilados por el gobierno. Escobar nació en Mazatlán. Trabajó durante varios años en la casa comercial de la firma Wohler Bartining, que estuvo ubicada en la calle Belisario Domínguez y Constitución, según nos informa Roberto Tirado (1981).
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Al ocurrir el Movimiento Renovador, en Mazatlán era jefe de la zona militar el general de Brigada Jaime Carrillo, a quien los mazatlecos apodaron “El general Varita de Nardo” porque su canción favorita era justamente “Varita de nardo”. El mismo domingo 3 de marzo, Mazatlán se enteró por radio de la rebelión. Roberto Tirado Castelo explica que en el país, “los rebeldes formaron dos zonas de ataque, una en el noreste encabezada por el general Escobar y la otra en el noroeste por el general Francisco R. Manzo. El gobierno del licenciado Portes Gil designó jefe de las fuerzas de la legalidad al general Plutarco Elías Calles, quien designó a dos grandes columnas de defensa, la del noreste al mando de Juan Andrew Almazán y la del noroeste a cargo del general Lázaro Cárdenas”. (Tirado, 1981). “Muy pronto se vio el fracaso de la rebelión, porque en los primeros combates llevados a cabo por fuertes contingentes de aire y tierra, en Jiménez Chihuahua y los contingentes de Escobar, éstos quedaron totalmente destruidos y en el noroeste, el avance rapidísimo que iniciaron el día 3, fue detenido el siguiente día entre Culiacán y Mazatlán”. Entretanto se efectuaba el avance de los rebeldes del General Manzo, el comandante de la zona militar en Sinaloa se apresuraba a abandonar la plaza. Las tropas subieron a dos trenes. Desembarcaron fuerzas del octavo batallón en un buque de guerra, al mando del general Juan Felipe Rico, fue el salvador, vitoreado en las calles de Mazatlán durante su recorrido que hizo del muelle fiscal hasta la Loma Atravesada, donde fue acuartelado.
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“Todo el día lunes 4 de marzo fue de movimiento. El general Carrillo estableció su cuartel general en el edificio de la escuela José María Morelos, casi al final de la calle Constitución. El mando militar dispuso que de inmediato se instalaran en el Cerro de la Nevería las piezas de artillería con que se contaba y que de inmediato se aprestaran al ataque. Los rebeldes fueron sometidos debido a la estrategia de Juan Felipe Rico, aunque pretendió llevarse los méritos el general Carrillo. Carlos Hubbard da cuenta de la toma de El Rosario por los escobaristas en el escrito “Mi teniente ‘Toño El largo” de su libro “Chupapiedras” y David Ocampo Peraza describe el desmantelamiento de los escobaristas en un artículo titulado “Platicando con ‘El Chito’ Peraza sobre la derrota de los colorados en El Limón”. La capital del Estado fue tomada por los rebeldes. José María Figueroa resume los hechos de Culiacán en las siguientes líneas: “Los rebeldes se apoderan de la capital el día 7, sin menor oposición alguna. Al mando de dos corporaciones vienen los generales sinaloenses Ramón F. Iturbe y Roberto Cruz. Entre los hombres que integraban su guerrilla se encontraba el padre del líder obrero Rosendo G. Castro y tres de sus tíos que murieron en Mazatlán. Sitian la plaza de Mazatlán y a punto estuvieron de tomarla, pero sorpresivamente la abandonan y se repliegan las fuerzas a La Cruz, perseguidos por los bombardeos de los aviones federales. Llegan a Culiacán, salen todos al norte, se dispersan y colorín colorado”. (Figueroa, 1989, 87-88). Restablecido el orden el 8 de abril, regresan los poderes a la ciudad capital.
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Francisco R. Almada condensó así los hechos en Sinaloa y en el país: “Los presuntos herederos políticos del general Obregón demostraron una incapacidad completa en el terreno militar el día que les faltó la dirección y la sombra de su jefe. (González, 1959, 515). Nakayama se pregunta en torno a la participación de Iturbe en esta gran revuelta: “¿Cuáles fueron las causas que hicieron al leal carrancista aliarse con sus enemigos de 1920? Es posible que se encontrara hastiado de vivir en el destierro, o bien que el deseo de figurar nuevamente lo haya impulsado a hacerlo, pues cuando un hombre ha sido figura no se resigna a vivir en un segundo plano. Desgraciadamente para sus sueños, el fracaso no se hizo esperar, pues los generales obregonistas, cuando ya no tuvieron al jefe que los llevaba a la victoria, mostraron no valer nada como militares, y Calles, sin serlo —que nunca lo fue—, los hizo huir desaforadamente, por lo que Ramón F. Iturbe tuvo que cruzar nuevamente la frontera norteamericana para ponerse a salvo”. (Nakayama, 1975, 228). La rebelión se planeó secreta y largamente. Iturbe, con tiempo, se llevó a su familia a Los Ángeles, California: hijos, esposa y una sirvienta, para regresar a reunir gente y luchar al lado de Escobar. Ante el fracaso del movimiento tuvo que volver a los Estados Unidos a buscar refugio y trabajo. Mireya relata que se fueron vendiendo poco a poco las alhajas de su madre Mercedes, y todo lo de valor, menos los libros que conservaban siempre. Para Iturbe no era fácil encontrar trabajo: hablaba mal el inglés, estaba mal de una cadera desde que su caballo le cayó encima durante la revolución y la cabeza del fémur le perforó el ilíaco y no hubo quien lo atendiera hasta
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meses después. Mucho tiempo uso muletas. Luego le pusieron un armazón de metal en la pierna y finalmente usó siempre botas con suela gruesa y algo de tacón para la pierna dañada que le quedó más corta que la otra y siempre llevaba bastón. “Al principio —platica Mireya— alquilamos la casa amueblada de unos alemanes, con un lindo jardín. Luego nos cambiamos a un barrio pobre, una casa modesta que mi mamá amuebló con huacales de madera que cubría con sus gobelinos. Otros huacales hacían de libreros, y un asiento de automóvil que mi hermano Víctor rescató de un basurero era el sofá de la sala”. Quizá el domicilio sea 649, W 34th. ST, el cual viene consignado en una carta que envió el 5 de abril de 1930 al licenciado Celso Gaxiola Andrade. Un señor de Sinaloa al que Iturbe le había ayudado cuando fue gobernador, tenía ahora una tienda en el barrio mexicano de Los Ángeles donde vendía frijoles, chile, maíz, etcétera. Sabiendo esta persona que el general estaba muy mal económicamente, de repente llegaba a visitarlo con un gran saco de frijol y otro de maíz, “y así comíamos por semanas enteras, caldo de frijol, frijoles con bolitas de masa, tamalitos de frijol, a veces con ‘bofe’ o ‘pancita’ (pulmones y estómago de res que las carnicerías americanas vendían por centavos) y cantidades de leche que en esa época de la depresión valía un centavo el litro y tres litros por dos centavos. Los lecheros la vaciaban en las alcantarillas para que el precio no siguiera bajando. Ahí le dio tuberculosis a mi hermana Lupe y la internaron en una clínica hasta el regreso a México”, narra Mireya. El anterior es un cuadro de la vida de Iturbe en el exilio.
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La pregunta obligada es: ¿dónde quedaron las riquezas notariadas a nombre de Iturbe cuando era gobernador del Estado? Gustavo Aguilar ya nos adelantó la respuesta: sus empresas fueron embargadas. La revolución le dio esa riqueza, pero también se la quitó. Muy ilustrativo es el caso de “La Quinta del general Iturbe”, una bella y majestuosa mansión construida en los acantilados del Cerro del Vigía, con vista hacia el mar: se la facilitaron los propietarios de la Casa Melchers para congraciarse con él cuando era gobernador: la casa la habitó unos meses, pues su residencia estaba en Culiacán, la usó como cuartel para oponerse al Plan de Agua Prieta y nunca más volvió a ella. En cambio, la Casa Melchers procedió al embargo por una deuda de 50 mil pesos, como quedó dicho antes.
La indulgencia del presidente Lázaro Cárdenas Lázaro Cárdenas terminó con el maximato del general Plutarco Elías Calles, al asumir la presidencia de la República el primero de diciembre de 1934. Desde su campaña electoral dio muestra de su poder y magnanimidad, pues indultó y abrió las puertas de la patria a todos los exiliados políticos, entre ellos el general Ramón F. Iturbe, quien regresó a México el 27 de julio de 1933. Iturbe fue indultado y ascendido a general de división. También obtuvo un empleo: se le nombró encargado del Departamento de Fomento Cooperativo de la entonces Secretaría de la Economía Nacional. El acercamiento al cooperativismo significó para Iturbe la revelación de un nuevo mundo y la apertura de otro frente de lucha, en el cual puso todo su empeño presente y porvenir. Después recibiría el apoyo del presidente Cárdenas para
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ser candidato y luego diputado federal en la XXXVII Legislatura de 1937 a 1939. ¿Fue Iturbe un malagradecido con Cárdenas? Los hechos posteriores en que participó Iturbe inducen a una respuesta afirmativa: se opuso a la educación socialista, presentó un proyecto de ley de cooperativas distinto al del presidente Cárdenas, apoyó como candidato a la presidencia de la República a Juan Andrews Almazán, contrario al candidato de Cárdenas (Miguel Ávila Camacho) y él mismo pretendió ser de nuevo gobernador de Sinaloa, contra la línea del presidente. Se narrarán en seguida tales hechos para tener un juicio más justo. Por lo pronto, vale adelantar que Iturbe trato de ser fiel a sí mismo en su ideal de servir al pueblo. Apenas unos meses después de su llegada a México, en diciembre de 1933, la Comisión Especial de la XXXV Legislatura expuso los motivos del proyecto para la reforma al artículo 3º constitucional en la cual se establecía que "la educación que se imparta será socialista en sus orientaciones y tendencias, pugnando porque desaparezcan prejuicios y dogmas religiosos y se cree la verdadera solidaridad humana sobre las bases de una socialización progresiva de los medios de comunicación económica". Correspondió al general Lázaro Cárdenas, como presidente de México (1934-1940), aplicar estos cambios en la legislación ante una fuerte oposición encabezada por la iglesia y por los grupos más conservadores y otros intereses establecidos que provocaron una gran animosidad en contra y violencia en todo el país que finalmente hicieron retroceder la intención del artículo 3º constitucional.
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El presidente Cárdenas hizo importantes y benéficos cambios en el sistema de educación rural, sin que fueran éstos parte del plan de la "educación socialista", sin embargo, el término antirreligioso del artículo 3º provocó tal oposición que no sólo se cuestionó el vago significado de "socialismo en la educación", sino que hasta un grueso número de maestros, principalmente mujeres, con ideología conservadora, crearon hostilidad del pueblo hacia los maestros que seguían la política cardenista. Junto a los intereses clericales y caciquiles, el problema de la educación enfrentaba también fundamentos ideológicos y para Ramón F. Iturbe, la imposición de métodos de razonamiento externos a los individuos, de ideologías extrañas, significaba un enemigo a combatir, pues para él, la educación socialista, con su lucha de clases y su dictadura del proletariado, significaba la destrucción del sistema republicano y democrático por el que había luchado en la revolución bajo los ideales de Madero y luego de Venustiano Carranza, y en apego a los cuales gobernó su estado de 1917 a 1920. Aprobadas las reformas, un grupo de jóvenes estudiantes, entre ellos Miguel Osorio (1993), se acercaron al ahora diputado Iturbe para solicitarle apoyo para luchar contra éstas desde la tribuna del Congreso. Los jóvenes ya se habían acercado al senador por Guerrero, Ezequiel Padilla, quien les dio un trato arrogante: "Jóvenes: lo que tenía que decir ya lo dije en mi discurso", les expresó y evadió cualquier compromiso. Su oposición era sólo en la tribuna. Iturbe recibió bondadosamente a los universitarios, quienes lo invitaron a luchar, ya que la educación socialista significaba implantar el comunismo en
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México. Lo acompañaba el diputado y coronel Octavio Bolívar Sierra Sánchez. "Tienen ustedes razón —respondió a los estudiantes—. Vamos a luchar contra estas reformas del artículo 3º constitucional" y se propusieron hacer una campaña en todo el país. Iniciaron por el occidente. En Querétaro, Iturbe dio su primer discurso en un mitin para cuya organización las autoridades pusieron todas las trabas posibles. Mientras hablaba Iturbe, apagaron la luz y empezaron a caer proyectiles. Todos se arrojaron temerosos al suelo y salieron adelante sólo gracias a la gran serenidad del diputado sinaloense. Explicaban al pueblo los postulados de la constitución y se confrontaban los pros y los contras de la educación laica y los de la educación socialista. Se argumentaba que no se debía abolir la conciencia del hombre, que no se toleraría limitar su función humana. El movimiento cundía. Iturbe y Bolívar Sierra crearon, en 1938 el Frente Constitucional Democrático Mexicano. La campaña continuó hacia Guadalajara, donde ya había adeptos. En el zócalo de la ciudad se realizó un gran mitin. Iturbe estaba feliz, pues la presión crecía. En Guadalajara permanecieron dos días, con el propósito de continuar hacia Sinaloa. Descansaban por las noches en hoteles donde Iturbe ponía a leer a sus seguidores. Les pedía explicaciones, los hacía reflexionar sobre el movimiento. En una de estas noches dijo al universitario Miguel Osorio, abogado recién egresado:
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"Oiga usted. Yo no sé si crea en estas cuestiones, pero a mí me atraen, me seducen y me convencen. Quiero saber qué me depara el destino por Sinaloa". Los invitó a una reunión espiritista. Desde la revolución, cuando era jefe de las Operaciones en Colima y Jalisco, sabía quién se dedicaba en la capital tapatía a estos menesteres. Una señora hizo el ritual. "Veo en su camino lodazales, lugares inundados, muchos problemas con los que se va a encontrar, pero sobre todo lo quieren matar...", previno la clarividente al diputado. Al día siguiente tomaron el tren hacia Culiacán. Iturbe iba acompañado de Francisco Madero, el primer huérfano que llegó al orfanatorio creado por el general al asumir el gobierno del estado. Sinaloense distinguido que era, lo recibieron con música revolucionaria. Lo esperaban, pero no en relación con la lucha que ahora encabezaba... En Los Mochis se entrevistó con Roberto Cruz. "Venimos a una asamblea contra el comunismo", le dijo Iturbe y su excompañero de armas le contestó: —Pero, general, ¿va a estar peleando toda la vida? "Así es la vida", respondió el diputado. Entraron a la plaza de Los Mochis la cual, como dijo la vidente, estaba llena de lodo. Al día siguiente hicieron el mitin. La noche anterior, el general habló con sus seguidores, les dijo que las predicciones se cumplían. "Usted es joven. Tiene la vida por delante. Usted no es de Sinaloa. Si no acepta la comisión no lo tomaré a mal", dijo a Osorio y éste le respondió que si le tocaba morir lo tomaría con gusto.
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Salió a preparar la reunión junto con su hijo Elohim y frente al telégrafo se escuchó un disparo dirigido hacia ellos. Dos disparos más. La misión era convocar a un debate para discutir en contra de la "tortura socialista", un reto de la libertad al liberalismo. En Los Mochis existía un fuerte foco comunista. Los disparos eran una amenaza previa. El acto se realizó de cualquier manera y en circunstancias parecidas trabajaron en varias partes de Sinaloa, incluso en Chihuahua, cuando viajaban a bordo de una camioneta dos vehículos los interceptaron en sentido contrario. Bajaron Iturbe y Bolívar Sierra e intercambiaron balazos hasta que hicieron huir a los asaltantes. Debido a actos de este tipo, a presiones internas del propio gobierno cardenista e incluso a la injerencia de los Estados Unidos, la educación socialista se interrumpió, prácticamente fue abandonada por los dirigentes de la educación y sustituida por una política educativa liberal hasta que se hizo la contrarreforma al artículo 3º constitucional para eliminar la palabra “socialista”.
Segunda batalla política: Diputado federal por el cooperativismo El 18 de agosto de 1937, la Cámara de Diputados de la XXXVII Legislatura realizó la segunda Junta Preparatoria en la cual declaró válidas las elecciones para diputados al Congreso de la Unión por el Tercer Distrito Electoral en Sinaloa, realizadas el 4 de julio. La fórmula triunfadora fue la presidida por el General Ramón F. Iturbe/Jesús P. Cota, del Partido Nacional Revolucionario, al obtener 12 mil 031 votos, mientras que los candidatos, no registrados, Teódulo Gutiérrez e Ignacio B. Yuriar obtuvieron solamente 97 votos. Toman protesta el viernes 27 de agosto de 1937.
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El 30 de septiembre fue nombrado presidente de la directiva del Bloque Nacional Revolucionario de la propia Cámara y en la primera reunión de éste surgió una polémica, porque se hablaba de camarillas de poder. El diputado Carlos Terrazas invitó a todos los diputados a votar por la planilla de Iturbe con la seguridad de que velaría por los intereses del Partido Nacional Revolucionario. El 5 de octubre se realizó la primera reunión del bloque y su presidente, Iturbe aprovechó para defenderse: “Anteriormente había oído yo ciertas murmuraciones de que en este Bloque había camarillas, y me complace sobre manera ver que en realidad no existen, pues yo no pertenezco a ninguna. No hay más camarilla que la Cámara de la cual formamos parte y, por lo tanto, todos nosotros estamos obligados con el señor Presidente de la República en su programa revolucionario en bien de las clases proletarias del país. En tal virtud, me ofrezco a la disposición de todos ustedes a mañana y tarde, para atender todos los asuntos que tengan a bien tratarme como Presidente del Bloque. ¡Salud, compañeros!” (Aplausos). (Voces: ¡Muy bien!). Iturbe había acumulado experiencia y conocimientos en el ramo cooperativista. Durante su desempeño en el Departamento del ramo, dejó huella y agradecimiento en las comunidades agrícolas y pesqueras del país y en especial de Sinaloa. En 1936, por ejemplo, asistió a la inauguración de la Unión de pescadores “La Reforma”, en Angostura, Sinaloa, En un principio compuesta con alrededor de 60 o 70 pescadores que acudieron del rumbo de “la pionía”, al enterarse de que había gente del gobierno anotando a los que desearan formar parte de ella, para finales de la década del treinta aglutinaba ya a 254 miembros. (Ponce, 2004, 221).
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La Cámara de Diputados le publicó un libro titulado “Orientaciones para el movimiento cooperativo nacional” (Iturbe, 1937) apenas empezó a funcionar la XXXVII Legislatura. Los anteriores antecedentes fueron más que suficientes para que se designara a Iturbe como presidente de la Comisión de Fomento cooperativo, de la cual formaban parte también los diputados Tomás Palomino, como secretario; vocal Ignacio Alcalá y suplente el general Manuel Jasso. En la sesión del 5 de octubre, Ignacio Alcalá, dio lectura a una iniciativa de Decreto para la creación de un Departamento de Fomento Cooperativo del Gobierno Federal, presentada por Rafael Mallen, Presidente del Instituto Socialista de México, en la cual proponía que se reformara la Ley de Secretarías y Departamentos de Estado para crear esta nueva entidad administrativa. La Comisión respondió que era prematura la creación de dicho departamento, primero porque el movimiento cooperativo en México no era tan amplio como para crear esa dependencia; segundo, porque el presidente Lázaro Cárdenas presentaría en breve un Proyecto de Ley General de Sociedades Cooperativas y por último no había recursos económicos. ¿Cuáles eran los antecedentes del cooperativismo en México y su situación al momento en que Cárdenas presenta su proyecto de Ley? El Estado había sido el eje organizador de cooperativas. Los ejidatarios y pequeños productores se organizaron en cooperativas para tener un acceso más fácil al financiamiento que bajo esa condición ofrecía en 1926 el Banco Nacional de Crédito Agrícola, hecho que Iturbe considera como el primer brote del sistema cooperativista en nuestro país.
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Adriana Olvera cuenta que en 1935 aconteció algo muy importante: en febrero
se
realizó
el
Segundo
Congreso
Nacional
de
Sociedades
Cooperativas, en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, el cual contó con la asistencia de 800 delegados de las sociedades cooperativas de todo el país” (Olvera, 2001, 98). El logro más importante de este congreso fue la creación de la Liga Nacional de Sociedades Cooperativas, cuyos objetivos eran
proporcionar
orientación
ideológica
y
defender
las
metas
del
cooperativismo; luchar por la defensa, el desarrollo y la unidad del movimiento cooperativo, y coordinar los esfuerzos cooperativos para lograr la publicación de una nueva ley cooperativa. Conforme a Olvera, estos objetivos eran muy similares a los planteados por el Gral. Ramón Iturbe, al señalar la necesidad de crear una Comisión de Fomento Cooperativo que tendría la finalidad de proponer a la Cámara de Diputados la legislación más adecuada para una mayor organización de sociedades cooperativas en el país; así como la creación del Instituto Nacional de Cooperativismo. Durante el cardenismo inició el auge del movimiento cooperativo, aunque no alcanzó grandes dimensiones. “Fue más bien un movimiento marginal dentro de la producción industrial del país, entonces ¿cuál era la importancia de impulsar este movimiento, por qué el Estado Cardenista veía en él una de las fórmulas más importantes para organizar el trabajo y combatir los males de la sociedad (desempleo, miseria y hambre)? Quizá la respuesta se encuentre en que simplemente el cooperativismo era visto como un aliciente, no como una panacea, así lo demuestran las políticas impulsadas a su favor”. (Olvera, 2001, 106).
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En 1937 se elaboró un proyecto de Ley General de Sociedades Cooperativas. La iniciativa fue presentada por el ejecutivo a la Cámara de Diputados para revisión por la Comisión de Fomento Cooperativo, la cual entregó su dictamen el 16 de noviembre. Conforme al dictamen, “la comisión constató serias discrepancias de criterio entre las expresiones públicas del C. Presidente de la República y el espíritu y texto del Proyecto de Ley”. Iturbe, en su calidad de presidente de la comisión, envió un memorándum al presidente donde le solicita una audiencia para hacerle saber que “ha sido muy grande su sorpresa (de Iturbe) al notar que el proyecto de Ley General de Sociedades Cooperativas, formado por la Comisión constituida al efecto, se aparta diametralmente de esos conceptos y tendencias” y expone cinco razones: "1o. Continúa considerando a las Cooperativas como una de tantas formas de explotación mercantil. "2o. Continúa considerándolas como Empresas Patronales, autorizadas para explotar asalariados. "3o. Favorece decididamente al Régimen capitalista. "4o. Encadena al Movimiento Cooperativista a la acción burocrática. "5o. Contiene preceptos que mal encubren una tendencia totalmente opuesta al desarrollo del cooperativismo. (Diario de los debates, sesión del 16 de noviembre de 1937). Iturbe publicó al respecto una serie de artículos en la prensa diaria y éstos, impresos en forma de folletos, constituyeron la mejor exposición de motivos que fundaron el dictamen de la Comisión.
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La problemática dio lugar a largas discusiones, una de ellas en la sesión del 23 de diciembre, presidida por el diputado Celestino Gasca, en la cual se dio lectura a la exposición de motivos del proyecto de Ley enviado por el ejecutivo y se abrió la discusión del dictamen de la Comisión de Fomento Cooperativo en lo general. Hubo un choque entre la visión sobre el cooperativismo de la Comisión y la del presidente de México. Los diputados que participaron a favor de la iniciativa cardenista interpretaron de un modo y los en contra de otro, pero no consideraban que se hubieran desnaturalizado las declaraciones de Cárdenas. La ley se aprobó y fue publicada el 15 de febrero de 1938. Estuvo vigente hasta el año de 1994. Era la tercera ley de cooperativas. La primera se promulgó en 1927 cuando el general Calles se pronunció a favor del cooperativismo a pesar de que el Partido Cooperatista Nacional había postulado a Adolfo de la Huerta. La segunda ley se promulgó en mayo de 1933, con Abelardo L. Rodríguez. A
consideración
de Adriana
Olvera
esta
ley poseía
algunas
particularidades que la distinguían de las dos leyes anteriores, entre otras que aparece de nuevo una definición de cooperativa, más compleja e influida por los principios del cooperativismo internacional que la definición proporcionada por la ley de 1933. También “se establece una nueva clasificación de las sociedades cooperativas en: de producción, de consumo, de intervención oficial y de participación estatal. La administración de la cooperativa estaría conformada por los tres elementos —ya aparecidos en las leyes anteriores (Asamblea General y Consejos de Administración y Vigilancia)— además de uno nuevo, las Comisiones Especiales. Al igual que la ley anterior (1933),
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aparece la agrupación de cooperativas en Federaciones, y de éstas en una sola Confederación Nacional Cooperativa”. (Olvera, 2001, 1007). En el régimen de Cárdenas, afirma la misma autora, “el cooperativismo recibió un impulso gubernamental como nunca antes. Esto fue benéfico para la difusión y el desarrollo del movimiento cooperativista; sin embargo, tuvo como inconveniente que muchos de los trabajadores no estaban de acuerdo con la actividad cooperativa. Por estar vinculada al Estado, se le podía llegar a ver como un movimiento enemigo de las centrales sindicales, toda vez que algunas de ellas se habían declarado apolíticas; al respecto, Rojas Coria menciona la existencia de una dualidad en el movimiento. (Olvera, 2001, 108).
El Frente Constitucional Democrático Mexicano, ¿ultraderechista? En la sesión de la Cámara efectuada el 12 de julio de 1938, se presentó una larguísima y encendida discusión alrededor de la reciente creación del Frente Constitucional Democrático Mexicano, cuyo presidente era el general Iturbe. El diputado Antonio Sánchez detonó el debate cuando fijó su posición —como legislador, a nombre de los diputados de la Confederación Campesina y como miembro del Partido de la Revolución Mexicana (PRM)— “sin ánimo de herir en lo más mínimo a los compañeros diputados, cuyas ideas han hecho del conocimiento público por medio de la prensa”. Primero analizó la intención y a la luz de los principios del PRM: “Si el Frente Constitucional Democrático Mexicano se constituye con una finalidad política, está en contradicción con nuestro Partido: es un organismo frente a nuestro Partido. Si pretende constituirse con finalidades de orientación en la lucha social, también está constituido frente a nuestro Partido”
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Refutó la ideología del Frente: “¿Pero cuál es la teoría socialista que trae aparejada esa teoría democrática, esa teoría política del Frente?: la lucha contra las derechas y contra el comunismo”. Afirma que en la primera coincide con el partido, “pero en donde se diluye su sistema social es al hablar del comunismo, porque pretendiendo atacar al comunismo, se ataca en el fondo a las teorías sociales, al socialismo reivindicador de los derechos del trabajador”. (Aplausos). El diputado Enrique Estrada, presidente de la sesión, preguntó cuántos son los que forman ese Frente Democrático. Sánchez hizo un extenso circunloquio para evadir la respuesta, aunque señaló: “hasta hoy sólo dos compañeros en una forma franca han expuesto sus ideas en la prensa matutina” y continuó su extensa arenga contra el frente: —No aceptamos ninguna división dentro de la Cámara que pretenda colocarnos en las izquierdas o en las derechas —dijo al tiempo que suplicaba a los compañeros iniciadores de este movimiento, que no tomen como una ofensa sus palabras. Varios diputados secundaron a Sánchez. Ninguno subió a la tribuna en defensa del Frente. Rafael Molina Betancourt dijo que ningún diputado puede proclamar como suyo “el error de interpretación que han sufrido los compañeros Iturbe y Bolívar Sierra, y en este caso los exhorto cordialmente a que así lo reconozcan”. El tema era de mucho interés porque había sembrado la alarma en los sectores de la población de México, en los sectores populares, en los sectores de trabajadores. “Por esa razón es tiempo, compañeros Diputados Iturbe y Sierra, compañeros a quienes seguramente todos los que estamos dentro de esta Legislatura estimamos profundamente,
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en quienes reconocemos el mérito de haber luchado exponiendo la propia vida y la propia sangre por la Revolución; es tiempo de rectificar posiciones y de que no vayáis a servir de bandera a la reacción de México, que sólo espera el momento de dividir a la Revolución —divide y triunfarás—. Olvidemos el Frente Constitucional Democrático, y vayamos unidos fuertemente, brazo con brazo, en unidad intensa de la Revolución a ofrecer nuestros servicios al Partido de la Revolución Mexicana y a respaldar con todo nuestro corazón a quien encarna en estos momentos con verdadera realidad los ideales de la Revolución: al General Lázaro Cárdenas. (Aplausos nutridos). Enrique Estrada dijo que él no se apasionaba y minimizó el asunto. Pidió se sujetara a votación para saber quiénes son los que consideran conveniente o ilícita la formación de un Frente Democrático dentro del Partido. Iturbe solicitó el uso de la palabra: “Se ha suscitado una tempestad en un vaso de agua, porque en realidad no era ni para que hubiese agitación ni desconfianza de actitudes contrarrevolucionarias en ninguno de nosotros. Nadie ha hecho declaraciones en nombre del Bloque, del grupo mayoritario o de la Cámara; nadie absolutamente se ha declarado en contraposición de los principios del Partido a que pertenecemos”. El Frente no se ocupa de asuntos políticos, por lo cual no viola los estatutos del Partido, afirmó y pidió aclarar lo que se debe entender por acción política y por acción social. El frente, dijo, tiende a combatir a la acción fascista y a la comunista, entendida esta última como “aquella que trata de la dictadura del proletariado, y de ninguna manera la socialización de los medios de producción; pues si así fuera, el que habla no hubiera sustentado aquí ante
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todos ustedes el principio, en el dictamen de la Ley de Fomento Cooperativo, la no explotación del hombre por el hombre”. Y explicó que combaten al comunismo como dictadura del proletariado “sencillamente porque hemos protestado cumplir y hacer cumplir nuestra Constitución y estamos en nuestro papel de procurar, por todos los medios que estén a nuestro alcance, hacer respetar la Constitución”. “Decía el compañero Sánchez que en materia social o política no se puede pertenecer a dos organismos. Entonces yo preguntaría: ¿Cómo es entonces, que tenemos miembros en nuestro Bloque que pertenecen al Partido Comunista y siguen perteneciendo al Partido de la Revolución Mexicana? Se ha hablado de que la democracia solamente puede ser ejercida por las agrupaciones de trabajadores. Yo creo, compañeros, que la democracia no es exclusiva de ningún sector, y precisamente la bondad de la democracia permite que aquí todos expongamos con entera libertad nuestro criterio”. Respecto a las críticas a los principios y teorías sustentados por el Frente, Iturbe afirmó que no se trata de si son aceptables o no, porque si de eso se tratara, sencillamente con rechazar la idea ya estaría todo arreglado. “¡No! Lo que debemos aclarar de una vez por todas es si nos asiste el derecho de pensar, de opinar, de asociarnos y de asumir nuestra responsabilidad como revolucionarios”, con el apercibimiento de que quien actúe contra los principios revolucionarios será sancionado por la Cámara y por el pueblo de México. Consideró que él en lo personal no cometió nada de lo que pueda arrepentirse, en contra de esos principios.
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“No me gusta hacer alusión personal, pero si cabe hacer aclaraciones, las haré. No poseo propiedad alguna y me he hecho el propósito de no tenerla. Tampoco tengo ninguna religión: soy enemigo de todos los prejuicios sociales, políticos, religiosos y económicos. Trato de vivir una vida honesta, de acuerdo con las posibilidades que me permiten mis emolumentos. Tampoco soy partidario de las demagogias y de presentarme con una camisa sucia para decir que soy obrerista”. (Aplausos). Narra el conflicto que tuvo con Plutarco Elías Calles debido a su actitud de ser siempre leal, sin importar si se pierde o se gane con el compromiso y redireccionó su discurso hacia su definición de socialismo: “El socialismo yo lo entiendo de distinta manera de como lo entienden algunos, que más bien tratan de establecer el estado totalitario. El socialismo yo lo quise sintetizar en el dictamen de la Ley de Cooperativas, y en verdad para mí el verdadero socialista debe ser aquel hombre que, consciente de sí mismo, consciente de lo que es, borra en él todos los prejuicios y comprende que la vida universal es una y que, por lo tanto, en cada ser humano no tiene más que una reproducción de sí mismo. Entonces se despierta el amor, se despierta el espíritu de servicio y, por lo tanto, no puede haber prejuicios de clase cuando solamente queremos poner al servicio de todos nuestros hermanos aquella capacidad, aquello que hayamos aprendido, aquello que tengamos, en una palabra, todo lo que nosotros somos. ¡Ese es para mí el verdadero socialismo! ¡Ojalá que todos los que presumen de radicales respondieran en la vida íntima (aplausos), en el trato en la vida social, en la vida con los humildes en general! ¿Cómo? Aprovechando siempre su tiempo en algo útil, en ser servicial, en cumplir con su deber ante la patria, ante la
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humanidad en general, y ante la vida, porque el objetivo, para mí el objetivo de la vida es el perfeccionamiento estableciendo una igualdad de oportunidades para todos, ya que en la Naturaleza materialmente nada existe igual; pero sí la igualdad de oportunidades, para que se pueda manifestar en cada uno de ese principio universal de potencialidad, que no sabemos lo que cada uno pueda encerrar; pero sí —y aquí cabe la bondad del principio democrático— es una ventaja que cada uno se sienta con el derecho y la libertad de expresión para manifestar lo que siente y lo que piensa. ¡Salud!” (Aplausos). Francisco García Carranza, a nombre de la Confederación de Trabajadores de México, hizo el mismo exhorto, con respeto y reconocimiento a la trayectoria revolucionaria de Iturbe y Bolívar Sierra, para que desechen la idea del Frente. Jorge Meixueiro8 abrió una dicotomía en su participación: “Si para nosotros es respetable la sinceridad y la personalidad del señor General Ramón F. Iturbe y es respetable la vida de sacrificio que él legó a la Revolución, es por muchos conceptos condenable la tesis que sustenta. Nosotros creemos que el socialismo, como lo entiende el señor General Iturbe, es típicamente el socialismo cristiano, el socialismo que siempre clama por que cada uno esté de acuerdo y esté conforme con la situación que tiene en la actualidad en el mundo. Creemos sinceramente que es nuestro deber hacer el llamamiento que se hizo a los compañeros Iturbe y Bolívar Sierra respecto de que no es esa la forma de ayudar en estos momentos al Gobierno y a la
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“El 18 de agosto de 1943 se suicidó en la tribuna parlamentaria. Se discutía el caso de la elección del segundo Distrito de Oaxaca. La comisión dictaminadora falló en favor de Gatica Neri. Meixueiro, quien antes había sido tres veces diputado federal, para defender su <caso>, subió a la tribuna y denunció el fraude electoral. Dijo durante su discurso que sabía que iba a picar una montaña con un clavo o a derretir con un cerrillo la nieve de un volcán... Y sacó de un bolsillo la pistola 38, disparándose en la bóveda palatina, y su cuerpo cayó inanimado; fue un caso único, insólito en la historia de las Legislaturas del mundo”. http://www.diputados.gob.mx/cedia/sia/redipal/DIR-AL-02-07.pdf 1
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consolidación de los principios revolucionarios en México, sino que, por el contrario, la buena fe y las convicciones que en su declaración nos ha puesto de manifiesto el General Iturbe, pueden ser aprovechadas por el grupo contrarrevolucionario para atacar en sus cimientos a la misma Revolución”. Iturbe interpela. Mexueiro acepta gustoso: “¿Usted cree que si yo fuera un socialista pasivo hubiera ido a la revolución armada y me hubiera declarado enemigo del sistema capitalista, como lo he hecho con el sistema cooperativo?”. Meixueiro responde: “Para mí, mi General, usted es una de las figuras que dentro de nuestra revolución armada merece mi más completo respeto; es usted de los hombres que fueron a la lucha a exponer su vida y sacrificar las comodidades que en otros términos podía haber disfrutado, para dar a México esta Revolución que en nosotros vive y a la cual queremos también entregar la vida en cualquiera forma que sea necesaria. Para nosotros es respetable la figura del General Iturbe, pero por ningún concepto puede ser aceptable la tesis que sustenta. El Presidente pregunta a la Asamblea qué es lo que quiere que se vote (Voces: ¡Nada!). “Entonces, estando suficientemente discutido el asunto, se levanta la sesión”. La situación parecía causa juzgada, pero Salvador Ochoa Rentería volvió a la carga sobre el tema en la sesión del 29 de septiembre. En ausencia de Iturbe, denunció que alrededor del Frente se agrupaban “las fuerzas del fascismo de México; todas las organizaciones contrarrevolucionarias de México, y debemos combatirlas, compañeros; cada quien, en cualquiera región de su Estado, debe propugnar por que no siga viviendo ese Frente Democrático Constitucional”.
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César Martino lo secunda y arremetió contra Iturbe: “Al hombre que regó su sangre, su sudor y su esfuerzo en los campos de batalla en favor de nuestro movimiento social, nuestro respeto; pero a la caricatura de este hombre que cree, en esta hora de encrucijada que nos tocó vivir, que la Revolución se ha estancado en 1916 y que vivimos la época de ‘La Adelita’ y que se nos presenta crucificado con los brazos abiertos en la cruz del fachismo —última etapa del capitalismo y del imperialismo del mundo—, ¡nuestra condenación definitiva!. (Aplausos). Al camarada Iturbe, compañero que con nosotros, dentro de la Cámara, vivió las primeras batallas que la Revolución planteó en la XXXVII Legislatura, nuestro recuerdo cariñoso y nuestro respeto; pero a Ramón F. Iturbe, cabeza viviente del Frente Democrático Revolucionario, a quien maneja el fascismo y las empresas de México, nuestra condenación cuando audazmente insulta y ataca en la prensa de hoy y en el radio de anoche a un grupo respetable de insospechables compañeros diputados revolucionarios, como son los miembros del Comité de Defensa de los Trabajadores, en favor de quien hablan las organizaciones obreras y campesinas del país”. (Aplausos). Miguel Ángel Menéndez siguió en la lista del linchamiento discursivo y pidió no alarmarse porque dos diputados, de 172, tomaron bandera en el campo enemigo. En cambio, Daniel Santillán propuso la consignación de Iturbe y Bolívar a la Comisión de Justicia, para que se les juzgue, “porque también me parece una inconsecuencia que estemos señalándolos como directores de un movimiento contrarrevolucionario y no tomemos las medidas que establece nuestro régimen interno con objeto de aclarar su posición, porque no es congruente —repitió— que estén conviviendo con nosotros
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nuestros mismos enemigos. No nos importa que el General Iturbe haya sido un connotado revolucionario; es que el General Iturbe está viviendo ahora el pensamiento
de
1910;
es
que
tal
vez
han
tomado
las
fuerzas
contrarrevolucionarias, como abanderado, al Diputado Iturbe en consideración a sus antecedentes de ayer; pero si Iturbe ha obrado de buena o mala fe, corresponde a la Comisión de Justicia de esta Cámara deslindar de una vez por todas su responsabilidad”. (Aplausos). Luis Flores externó su aprecio a Iturbe y consideró que el frente es inofensivo. “El peligro, advirtió, está en otras partes: está emboscado en algunas Secretarías de Estado, y hay el hecho concreto de que, de la de Economía, salieron los elementos materiales, y están saliendo hasta la fecha, para el sostenimiento del Frente Democrático Popular. En consecuencia, he de proponer concretamente, y aún pido que se señale en esa Comisión, para que hagamos una investigación serena y consciente en algunas de las Secretarías que, en mi concepto, están mal empleando los fondos públicos para el sostenimiento de ese organismo que dirige el señor General Iturbe”. (Aplausos). Hubo más participantes. Finalmente, el presidente concretó: son dos las proposiciones: la primera hecha por el compañero Flores, de que se nombre una comisión para que investigue las actividades políticas de algunas Secretarías de Estado; y la segunda, que se consigne al Gran Jurado a los compañeros Iturbe y Bolívar Sierra. Se actuó en consecuencia. Iturbe y Bolívar Sierra fueron expulsados del Partido.
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El general viaja seguido a Sinaloa porque finalmente las voces almazanistas lo convencieron de lanzarse por la candidatura al gobierno del Estado para el periodo que iniciaba en 1940.
Campaña para gobernador en el almazanismo y viaje a Japón Sinaloa, especialmente en el sur, vivía una cruenta guerra entre agraristas y pistoleros de los terratenientes, a quienes se unieron campesinos pequeños propietarios, producto del reparto agrario promovido por el presidente Cárdenas. A Iturbe se le relacionó con los “dorados” al servicio de los grupos poderosos de Mazatlán y del sur del Estado. Los asesinatos estaban a la orden del día por los dos bandos, iniciados desde 1934 y recrudecidos al fin del sexenio del general Cárdenas. Eran tiempos electorales y en una carta mecanografiada —sin destinatario y sin fecha, titulada “Situación política del suscrito”—, Iturbe fijó su posición respecto a los comicios que se avecinaban, en el país y en Sinaloa. “Quien quiera que piense en sustituir a Cárdenas en el poder, tendrá que superarlo… A un hombre así no lo derrota nadie”, sentencia y confesó que “como los susurros me han venido del almazanismo, me defiendo en la forma siguiente: yo vivo en la pobreza; no exploto en forma alguna la amistad con que me honra el señor presidente y cuando me acerco a él es para decirle algo en bien de los trabajadores, de algunos compañeros postergados y casos de bien general. En cambio, todos los que han figurado en la política como candidatos han gozado no tan sólo de atenciones sino de prerrogativas. Me consta que el general Almazán, además de haber hecho millones a la sombra del Gobierno, tiene aún contratos de construcción de vías que valen millones
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de pesos. Les hago ver cómo la organización que presido (el Frente), sin ser partido político, ha favorecido la libre expresión de sus agremiados a favor del almazanismo, o de quien quiera que sea”. “Así las cosas, pienso renunciar a la Confederación de Independientes, o disolverla, concretándome al Frente y declarando a éste públicamente apolítico por esta vez; habiendo resistido a toda presión, a veces agresiva, para que tome parte activamente en la campaña”. “En cuanto a Sinaloa, insisten en que acepte jugar para Gobernador o Senador, diciendo que estoy obligado al Pueblo. Yo sostengo que habiendo sido ya Gobernador Constitucional, toca ahora a elementos jóvenes asumir esa responsabilidad, que, además, no tengo dinero para una campaña política y que, por último, dado el engranaje de intereses creados, sería muy difícil se respetara una elección independiente a pesar de los muy buenos propósitos del Señor Presidente a este respecto. Sin embargo, si puedo, iré a mi Estado a darles una satisfacción que justifique mi abstención”. Lejos de la abstención, Iturbe se registró como candidato a gobernador del Estado por el partido de Juan Andrew Almazán, “y si el nombre del divisionario poblano inflamó a los mexicanos, el nombre del viejo revolucionario sinaloense engrosó más las filas del almazanismo en su tierra natal”. (Nakayama, 1975, 227). Triunfó Rodolfo T. (Tostado) Loaiza. “El coronel Loaiza sudó la gota gorda para llegar a ser electo gobernador institucional de Sinaloa para el cuatrienio 1941-1944. Sólidos y macizos contrincantes se le enfrentaron en la justa electoral… Tres tigres de la política sinaloense participaron en esa reñida contienda que hizo historia por su contundencia, agresividad, efervescencia y
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sorprendentes resultados: Rodolfo T. Loaiza, Ramón F. Iturbe y Guillermo Liera Berrelleza. (Figueroa, 1989 ,105). El candidato oficial, del PRM, fue el mochiteco Guillermo Liera Berrelleza, y para la presidencia por el mismo partido el general Manuel Ávila Camacho. Loaiza, originario de San Ignacio, era candidato independiente, respaldado por Cárdenas y por el gobernador del Estado en turno, coronel Alfredo Delgado. Iturbe fue postulado por el Partido Democrático del general Juan Andrew Almazán. En mayo de 1940 se ofreció en Los Mochis una comida a Ávila Camacho y se realizó una manifestación electoral en la cual ocurrió un enfrentamiento entre Lieristas y Loacista, con saldo de nueve muertos y decenas de heridos. El candidato oficial a la presidencia se molestó por los hechos y externó que ninguno de los dos (ni Liera ni Loaiza) le gustaba para gobernador. Las elecciones fueron muy peleadas. Existe la versión de que Iturbe obtuvo la mayoría de votos, que incluso Liera sobrepasó en votos al candidato del general Cárdenas, pero el triunfo al final se le otorgó a Loaiza. Iturbe perdió doblemente: el gobierno de Sinaloa en su persona y con Almazán la presidencia. Tan pronto tomó posesión como presidente, Ávila Camacho explicó a Iturbe que el Partido no podía permitirse dejar como gobernador de Sinaloa al candidato
almazanista,
y
Liera
había
cavado
su
sepultura
en
los
acontecimientos de Los Mochis. Por esa razón quedó el candidato “independiente” de Cárdenas: el coronel Loaiza. Le pidió que eligiera el país donde le gustaría ser enviado como agregado militar. Iturbe optó por Japón y
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pidió que lo mandara cuanto antes, pues él no quería ser responsable de un posible levantamiento en Sinaloa al imponerse un gobernador que el pueblo no había elegido. Él, como Almazán, pensaba que una revolución en esos momentos atrasaría al país 50 años. Así Iturbe y su familia llegaron a Japón a principios de 1941. Mireya Iturbe, entonces una joven de 18 años de edad, narra el viaje, especialmente el regreso, con profusión de detalles. Iturbe, a diferencia de la mayoría de los diplomáticos que sólo hacían amistad con los otros diplomáticos, hizo de inmediato muchos amigos japoneses, incluso, el emperador le regaló un sable de samurai. Lo anterior le valió de mucho cuando estalló la guerra. Como era un gran aficionado a la fotografía (tenía una Laica alemana, una cámara estereoscópica para fotos en tercera dimensión y una cámara de cine), le encantaba tomar fotos de todos los miembros de la familia, de los paisajes y muy especialmente de las flores. En Japón tomó películas y fotos de maravilla. Iturbe sabía que los japoneses se estaban preparando para la guerra con los Estados Unidos. El embajador americano en Japón, que se había hecho su amigo, le sugirió que enviara a México a sus hijos y su esposa. En la embajada americana sólo quedaban ya los diplomáticos, sus familiares se habían ido desde la primavera. Cuando se lo planteó a Mercedes, ella le respondió: “Yo de ninguna manera te dejo aquí solo, y Mireyita está muy chica para vivir sin la protección de sus padres. Así es que el único que se regresa es Elohim”. El barco en el que regresó mi hermano fue el último que llegó a Estados Unidos antes de Pearl Harbor.
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Por cierto, Iturbe logró que el cónsul americano les diera visa a José Pagés Llergo (luego director de la revista Siempre) y a Díaz Araiza, periodistas mexicanos que estaban en Japón y a los que le habían negado la visa los americanos. Pagés sentía que con eso el general les había salvado la vida y se lo agradeció siempre. La guerra mundial se había desatado y el conflicto llegó a las embajadas. A todos los mexicanos los encerraron en la Legación de México: al ministro, al primer secretario, al cónsul, al vicecónsul, sus esposas y a Iturbe con su familia. Nadie podía salir para nada, pero los policías que los custodiaban los llevaban a los parques donde estaban los cerezos en flor para que Iturbe tomara fotos. Los policías pedían que no lo comentaran a los demás porque a ellos no los podían sacar. Plática Mireya que en una ocasión, en la mesa, “el general Amezcua9 , que era el ministro, estaba presumiendo de su heroísmo en la revolución y hubo un momento en que fueron tantos sus alardes que mi papá no se aguantó y le preguntó: ‘¿En qué año fue eso, mi general?’, ‘pues en tal año’. ‘¿Y quién era el comandante de la zona en esa fecha?’, ‘El general Diéguez a cuyas órdenes estaba yo’. ‘Pues qué curioso, porque de tal fecha a tal fecha el comandante era yo’. Excuso decirle cómo se puso el general Amezcua, daba de alaridos y golpeaba la mesa porque se le había humillado delante de su esposa y de los demás mexicanos. Mi papá simplemente se levantó de la mesa sin contestar a los insultos. Pues los criados japoneses que escucharon todo lo reportaron seguramente a los policías que nos custodiaban y recibieron sus instrucciones. El general Amezcua se enfermó de manera 9
El general José Luis Amezcua, ministro desde septiembre de 1941 hasta diciembre cuando la legación se retiró a causa de la Segunda Guerra Mundial. Las relaciones diplomáticas con Japón se restablecieron en abril de 1952.
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misteriosa y fue llevado a un hospital; de ahí a un hotel en la montaña con su esposa, y no se le volvió a ver hasta que zarpamos en barco de regreso a México”. La ruptura de relaciones entre Japón y México ocurrió el 8 de diciembre de 1941 y de esa fecha hasta junio de 1942 estuvieron encerrados en la Legación de México. Platica Mireya que en cuatro diferentes ocasiones llegaron a decirles que ya iban a regresar a México, para desdecirse a la semana porque no se había llegado a un acuerdo con los americanos. “La última vez que dijeron que embaláramos nuestras pertenencias, vajillas, muebles, marfiles, etcétera, porque los americanos iban a permitir a los japoneses que regresaban de los Estados Unidos que trajeran todos sus aparatos eléctricos, nadie de la embajada les creyó, salvo mi papá que procedió a embalar en grandes cajas de madera todo lo que habíamos comprado en esos seis meses de encierro”. Los japoneses habían confiscado el automóvil, un Lincoln modelo 1941 que compraron al pasar por Los Ángeles rumbo a Japón. Dijeron que se lo podían vender al ministro de Relaciones pero que no podían sacar el dinero del país. Quedaría en un banco hasta después de la guerra. Pero si querían comprar mercancía japonesa con ese dinero (perlas, marfiles, sedas, porcelana) eso sí podían llevar a México en el viaje. “Así, cuando nos llegaron a buscar para llevarnos al barco, fuimos los únicos que estábamos con todo empacado, listos y esperando mientras el cónsul y el vicecónsul nos llamaban ingenuos y crédulos”, cuenta la hija del general. Hubo dos barcos japoneses de intercambio: uno que salió de Shanghai, ciudad ocupada por las tropas japonesas, y el que trasladaría a los
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mexicanos. El viaje fue lento. Los navegantes se trasladaron primero desde Yokohama, Japón hasta Lorenzo Márquez, territorio neutral japonés en Mozambique, colonia portuguesa al sureste de África, donde abordaron el enorme barco sueco en el que venían los japoneses de Canadá, Estados Unidos, México, Centro y Sudamérica. En tres ocasiones los detuvieron submarinos que subieron su periscopio para inspeccionar las grandes cruces rojas que llevaban para ser identificados como barcos de intercambio, mientras que todo mundo sobre cubierta detenía el resuello. Parece que este era el camino largo, estrecho, lleno de peligros que le anunciaron a Iturbe los “hermanos”. De Lorenzo Márquez fueron a Río de Janeiro, Brasil a dejar a los sudamericanos y de ahí a Nueva York, donde Iturbe recibió los sueldos de los meses que estuvo incomunicado y compró otro automóvil. El siguiente comunicado de la Secretaría de Relaciones Exteriores, da cuenta del pronto paso de Iturbe, familia y equipaje por los Estados Unidos: México, D.F., a 26 de agosto de 1942 C. Director General de Aduanas Presente: El señor General Ramón F. Iturbe, que fue Agregado Militar de México en la Legación del Japón, se encuentra en camino para la República acompañado de su familia, debiendo entrar por la Aduana de Nuevo Laredo, junto con su equipaje, compuesto de 33 cajas de madera, 15 baúles, 16 belices (sic) y un automóvil Lincoln Zephir equipado con radio. En consecuencia ruego a usted atentamente que se sirva girar las órdenes telegráficas a la Aduana mencionada a fin de que se le concedas las franquicias de Ley a que tiene derecho el señor General Iturbe, así como las cortesías acostumbradas. Muy atentamente SUFRAGIO EFECTIVO NO REELECCIÓN EL DIRECTOR DEL CEREMONIAL M. (Mariano) Armendáriz del Castillo
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La última guardia en honor a sus restos mortales Por fin en México, radicaron en la capital del país, donde Iturbe compró una casa por la calle Durango y trabajó para Parques y Jardines, a través de contratos. Luego fundó una compañía “Distribuidora e Impulsora de Industrias Nacionales” donde trabajaron Mireya y Manuel Ferreiro y Ferreiro, familiar de la esposa del general. En abril de 1955 murió Mercedes, la mujer que tan importante fue en la vida de Iturbe, sin embargo, al año siguiente contrajo matrimonio con Luisa Marienhoff. Su amigo, el general Gabriel Leyva Velázquez, gobernador constitucional de 1957 a 1962, le pidió que se fuera a Sinaloa a trabajar con él, por lo cual vendieron la casa de la calle Durango donde residían en México, y vivieron unos años en Culiacán, por la calle Rosales. Por ese tiempo recibió el nombramiento de comandante de la Legión de Honor, que le otorgó el presidente Adolfo López el primero de agosto de 1958, con el que se mantuvo hasta el 16 de febrero de1966. Regresaron al Distrito Federal a una casita que el ejército les alquiló por una renta bajísima atrás del Hospital Militar, en el número 19 de la calle Batalla de Orendáin. Al llegar a la presidencia Gustavo Díaz Ordaz (diciembre de 1964), nombró como secretario de la Defensa Nacional a Marcelino García Barragán, quien designó a su amigo Benito Bernal Medina como comandante de la Legión de Honor, en lugar de Iturbe. Probablemente, el general García Barragán pensó que si le decía a Díaz Ordaz que el comandante en ese momento era Iturbe, el presidente no hubiera aceptado removerlo de su cargo, así que sólo recomendó a su amigo para el puesto y el presidente firmó el nombramiento sin saber que así eliminaba del puesto a Ramón F. Iturbe. Se
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extrañó cuando se lo avisaron, pero estaba seguro de que Díaz Ordaz seguramente tenía pensado otro puesto para él. Añade Mireya que “en eso, un día tropezó con la silla de ruedas de mi madrastra (ella quedó sin poder caminar al regresar de Sinaloa), se cayó y se rompió la cabeza del fémur que tenía incrustado en el iliaco desde la Revolución. Estando él en el hospital le avisaron a mi madrastra que tenía que desocupar la casa en la que vivía porque mi papá ya no era Comandante. Y no tenía derecho a la misma”. Además, no tenía pensión del Ejército porque a los 65 años la permutó por una determinada cantidad de dinero. La situación económica era desesperante: no tenía ningún ingreso económico por trabajo, ni casa y sí una deuda por la hospitalización. Cuenta Mireya que en vida de Mercedes, su papá compró el casco de una hacienda en Michoacán, un lugar paradisiaco, pero abandonado. Había sido una hacienda enorme riquísima y los dueños construyeron un verdadero palacio ahí, al que trajeron muralistas italianos a pintar paredes y techos de todos los cuartos. La terminaron en febrero de 1910, según la inscripción en la escalera, a la entrada. Después de la revolución y de los repartos agrarios de Cárdenas a los ejidatarios, sólo quedó el casco con 54 hectáreas que le vendieron a Iturbe a un precio irrisorio. Consiguió permiso para utilizar las maderas muertas de la región y construyó ahí un aserradero. Trató de sembrar diferentes cosas pero como no vivía ahí (sólo iba algunos fines de semana y en las vacaciones) el capataz vendía las cosechas y le decía que se habían perdido por las heladas o las lluvias o el calor. Por fin decidió vender el rancho, que había puesto a nombre de Luisa y de Mireya. En su tiempo el rancho de Michoacán era un elefante blanco que le estaba costando un ojo de
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la cara mantener. Un señor de Michoacán le pagó el 10 por ciento por una opción de compra, y decidió que podría morir tranquilo porque dejaba a Luisa protegida. El dinero de la permuta por la pensión y el de la venta de la casa lo invirtió todo en una mina en Sinaloa que jamás le produjo un centavo A pesar de todo eso —platica Mireya—, cuando lo fui a ver al hospital, estaba lleno de optimismo y de fe. Después de una operación, su pierna iba a quedar mejor que antes de la fractura del fémur y en cuanto a trabajo, seguía convencido de que el presidente le avisaría qué puesto iba a ocupar. Fue a ver a varios de los amigos del general, entre ellos a José Pagés Llergo, ahora director de la revista Siempre. Él llamó a López Mateos, desayunaron juntos y le planteó la situación del general, y le externó su extrañamiento de que un gobierno que se decía revolucionario tratara así a quienes habían hecho la revolución, e insinuando que la revista Siempre lo iba a defender. “Al día siguiente estaba Luis Echeverría, secretario de Gobernación, en el hospital, enviado por Díaz Ordaz, con 20 mil pesos para cubrir los gastos inmediatos de mi papá y nombrándolo miembro de la Lotería Nacional para la Asistencia Pública con un espléndido sueldo. Cuando llegué nuevamente al hospital me dijo: —Ves como tenía razón—. Jamás le conté que yo había ido a llorar a Pagés Llergo, desesperada por lo de su casa, empleo y hospitalización, a lo que no le veía solución”. La casa se la siguieron alquilando en una renta bajísima hasta que murió y entonces sí, Luisa tuvo que desocuparla, pero para esa fecha se había vendido el rancho de Michoacán y ella pudo comprar una casita en México.
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En este sexenio de Díaz Ordaz se le otorgó la medalla Belisario Domínguez, máxima condecoración que la Cámara de Senadores entrega a los mexicanos más eminentes. Iturbe contó a su hija Mireya que los “hermanos” le habían dicho que moriría a los setenta años, pero que al llegar a esa edad les pidió que le dieran 10 años más para buscar la curación de Luisa que estaba en silla de ruedas, sin poder ya caminar, y que se los habían concedido. “Cuando se acercaba a los 81 yo le decía que seguramente le habían dado otros 10 años en vista de que Luisa no lograba curarse. Él sonreía y movía la cabeza en silencio”. No fue así, de otra manera hubiera sido senador suplente del general Gabriel Leyva Velázquez, en la XLVIII Legislatura, que inició sus funciones el día 1 de septiembre de 1970 y concluyó el 31 de agosto de 1973. La fórmula fue postulada por el Partido Revolucionario Institucional. Veía cercano el final. Le dijo a Mireya que posiblemente los sinaloenses querrían enterrarlo en la Rotonda de los Hombres Ilustres, allá en el Estado, y que si así fuera, insistiera en que trasladaran también los restos de Mercedes junto con los de él, pero que de ninguna manera permitiera que los separaran. En una hoja membretada con el logotipo del Club de Leones (al cual Iturbe perteneció buena parte de su vida), con fecha 29 de julio de 1988, en Culiacán, Enrique Arredondo Quevedo solicitó al gobernador Francisco Labastida Ochoa “se corran los trámites correspondientes para que sus restos (de Iturbe) sean depositados en la Rotonda de los Hombres Ilustres”. Aprovecha para citar que “un día por la tarde acompañé al Sr. Gral. Iturbe al Panteón Municipal de esta ciudad (Culiacán), con el fin de visitar la tumba de
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su hermana, y al salir estuvimos en la Rotonda y él admiró las placas ahí depositadas, y entonces me dice: ‘Enrique, aquí tengo un lugarcito”. Hubo intercambio de correspondencia, pero los trámites sólo llegaban a eso, al envío de cartas. Arredondo pensaba que no habría problema con el traslado de los restos de Iturbe junto con los de Mercedes, ya que ésta estuvo con él en los campos de batalla durante la revolución. En febrero de 1991, insistió una vez más, en un tono derrotado: “Sr. Gobernador, a veces creo, que acaso los espíritus de Obregón y Calles, se interponen para que el pueblo de Sinaloa a través de su gobierno, se reconozca de los méritos del personaje que aludo”. Los restos de Iturbe, y de Mercedes, continúan en México. Murió con honores. La última guardia ante sus restos mortales, la hicieron Gustavo Díaz Ordaz y el candidato a la presidencia, Luis Echeverría Álvarez, en la Funeraria del Ejército. Presidieron el cortejo fúnebre: Luisa Marienhoff, sus hijos Víctor Manuel, Elohim, Mireya y Aurora; sus hermanos Arturo Sicairos y Beatriz de Navarrete. El poeta sinaloense Alejandro Hernández Tyler, escribió en la Revista Presagio, a propósito del deceso: “El general Ramón F. Iturbe cerró los ojos al mundo en la ciudad de México, el 27 de octubre de 1970, bajando a la tumba con todos los honores militares debidos a su alto rango en el escalafón del ejército nacional, dejándonos como herencia el ejemplo de su vida y de su obra”.
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3. LA PRESENCIA DE LA MUJER Mujeres en la revolución y el “Estado Mayor de Iturbe”
A manera de cierre de la entrevista para la revista Siempre, Beatriz Reyes Nevárez recapitula: —En suma, sus tres grandes aficiones son la milicia, el servicio a los semejantes y la idea cooperativista. —Pues sí. Y se podría añadir otra gran pasión. Una pasión que es más bien un acto de fe continuamente renovado. Fe en la mujer, que tanto significa para mí y que tanto significó durante la Revolución. Todavía no se ha dicho por completo lo que la Revolución debe a las mujeres. (Reyes, 1966, 39). Tal aseveración se respalda con algunos hechos. Por ejemplo, es fama mundial que Valentina Ramírez Abitia, quien se unió al movimiento encabezado por Francisco I. Madero, al lado de su padre Juan Ramírez, participó, vestida como hombre, en la primera toma de Culiacán bajo las órdenes del general Ramón F. Iturbe, quien le otorgó el grado de teniente, si bien el mismo general la sacó de las filas al descubrir la verdad. Se especula que fue la mujer inspiradora de la canción revolucionaria La Valentina, que tanto cantaron los miembros de la División del Norte, aunque ella misma negó tal versión en una entrevista que le hizo Leopoldo Avilés Meza el 21 de febrero de 1969 para El Diario de Culiacán, en el Hospital Civil donde se le atendía de heridas que tuvo al ser atropellada por un automóvil en su natal Navolato. Al final de la entrevista, dijo a Polo Avilés: “¡Oye, hijo! No se te olvide decir que no fui yo la que inspiró la canción de ‘La Valentina’… Ella fue mi amiga, una muchacha muy hermosa. Fuimos
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vecinas en San Antonio del Norotal, pueblecito donde nos criamos, pero antes de que estallara la Revolución se la ‘robó’ un general y se fueron a vivir a Morelia, Michoacán, pero antes, un individuo de nombre Miguel, originario de Texas, le había compuesto la canción, producto del amor que le profesaba, pero el general apodado ‘El Tigre’ se llevó la ‘polla”. En esta toma de Culiacán también intervino Clara de la Rocha, hija del jefe revolucionario Herculano de la Rocha ambos participantes en la revolución maderista y ella en particular como comandante de guerrilla. Participó también en el asaltó a la Casa de Moneda de la ciudad. Ramona R. Flores, alias La Tigresa, se adhirió al movimiento encabezado por Francisco I. Madero, militó bajo las órdenes del general Ramón F. Iturbe y participó en la toma de la plaza de Culiacán, Sinaloa. (INEHRM, 1992, 21). En plan de hacerles justicia y de mantenerlas en la memoria, conviene mencionar aquí a María Guadalupe Rojo de Alvarado, quien nació en Culiacán, en 1856. “Perteneció a una de las distinguidas familias de la ciudad. Contrajo matrimonio con el minero sinaloense Abraham Izábal, del que pronto enviudó. Se fue a residir a Mazatlán, Sinaloa, donde conoció al que fue su segundo esposo, Casimiro Alvarado; juntos reeditaron en Guadalajara, Jalisco, el periódico de oposición Juan Panadero” y colaboró en la lucha en pro de la reivindicación político-social de México. Al morir su esposo siguió publicando el diario en la ciudad de México, con la misma línea editorial, por lo que fue encarcelada varias veces, una de ellas en 1904, por su participación en la campaña en favor de los campesinos de Yautepec, Morelos. (INEHRM, 1992, 9). De igual manera a Rosaura Bustamante viuda de Gómez, mazatleca de nacimiento, quien “casó en segundas nupcias con el licenciado José F.
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Gómez, alias Che, originario de Juchitán, Oaxaca, quien encabezó una rebelión armada en la región en 1911. Como viuda del caudillo juchiteco se consideró responsable de mantener viva la lucha de Che Gómez. En marzo de 1914 fue detenida y enviada a prisión en el puerto de Veracruz, Ver., por simpatizar con el constitucionalismo y enviar juchitecos al gobernador de Oaxaca Miguel Bolaños Cacho, a fin de que constituyera una fuerza armada y se adhiriera al carrancismo. (INEHRM, 1992, 31). Mireya recuerda que hay una fotografía del general Iturbe rodeado de un grupo de jovencitas con rifles y cananas que fue publicada con el pie de foto: El general Iturbe y su estado mayor. “Mi papá me contó que en todos los pueblos a donde llegaban, la gente escondía a sus hijas porque los revolucionarios tenían fama de robarse a las muchachas. En ese pueblo que tomó mi papá se dieron cuenta de que él no era de los que robaba chicas y entonces salieron todas a conocerlo. Ellas fueron las que pidieron ser retratadas con él así”. Rafael Reyes Nájera narra la anécdota en forma más detallada: ¡Topia había caído! Entonces, entre revolucionarios y rurales apagaron el fuego que amenazaba propagarse a toda la población. Hasta oídos de Iturbe llegó la versión que circulaba por Topia: “El bandido Iturbe se lleva siempre a las muchachas más bonitas del pueblo”. Sabiendo él que las muchachas de la primera sociedad de Topia estaban ocultas en el Consulado Americano, fue hacia allá. Cuando las tuvo enfrente les dijo:
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“Iturbe no es un bandido, lucha por la Revolución Mexicana y ustedes no tienen que temer nada de él ni de sus hombres”. Las asustadas durangueñas pronto se hicieron sus amigas y el propio cónsul americano les tomó fotos junto a Iturbe. Estas fotos fueron a dar a los Estados Unidos. Luego de allí a esta Capital, y los periódicos capitalinos las publicaron con esta cabeza: “Iturbe y su Estado Mayor”. (Reyes Nájera, 1954, 50-51). ¿Un cónsul en Topia, Durango —un pueblo pequeño remontado en la sierra—, en 1911? La inexistencia de un consulado hace dudar a Héctor R. Olea y pregunta si tal foto está tomada en Topia o en Culiacán. Iturbe confirma la anécdota y aclara que fue tomada en Topia, entonces un importante pueblo minero donde se estableció un consulado para atender a los norteamericanos que explotaban las minas. El cónsul mandó la fotografía a Estados Unidos y posteriormente se publicó en distintas revistas nacionales y del país vecino. Era un verdadero feminista —sostiene Mireya—. Tenía un gran respeto y admiración por las mujeres, como lo demuestra su discurso al recibir la medalla Belisario Domínguez. En esa ocasión, viernes 7 de octubre de 1966, apenas unos días antes de la entrevista con Beatriz Reyes, Iturbe enfatizó: “No quiero pasar por alto el referir que también nuestra visión del porvenir como revolucionarios, se relacionó siempre con el resurgimiento de la mujer, a la cual, afortunadamente, ya se le han reconocido sus derechos, colocándola en igualdad de posibilidades con el hombre. Observamos con satisfacción cómo en la actualidad va escalando los peldaños de todas las actividades, ocupando con toda efectividad los puestos públicos que se le confían, ya en la Cámara de Diputados, ya en la de Senadores, o bien
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conquistando títulos como profesionista en las distintas ramas de la Ciencia o en las Artes. En una palabra, como la fuerza complementaria del hombre, colaborando con él eficazmente en la obtención de la paz y de la felicidad. Para ella, la mujer, mis parabienes y mi ferviente veneración como madre, como hermana, como hija, así como en su papel de novia o esposa”.
Marina Soto y la madre de Lupe Iturbe era consecuente con lo anterior y su verdadero frente feminista lo constituyeron las mujeres de su familia, en primer lugar, su madre Refugio Iturbe, con quien compartió su vida. Sus hermanas se perdieron en el anonimato. Arturo Sicairos, el hermano menor, entró a la revolución como soldado raso a los 15 años. Era valiente y se destacó en varias batallas, pero no fue ascendido para que no se dijera que por ser hermano del general Iturbe se le daba el grado. En el Diario de los Debates de la Cámara de Diputados, sesión del 2 de marzo de 1948, se anuncia el oficio de la Secretaría de la Defensa en el cual consta que se le asciende a coronel de Estado Mayor en el Ejército. Mireya explica que sólo después que estudió y se diplomó en el Colegio Militar alcanzó el rango de general. Respecto a las mujeres con quienes entabló relación sentimental y matrimonial, su hija Mireya cuenta lo siguiente: “Antes de la revolución, a mi papá le gustaba mucho montar y correr en las carreras de caballos. Debido a su pobreza, ni él ni su familia tenían caballos (era pobre), pero conocía a un ranchero que sí los tenía y muy buenos”. “Mi tío Arturo —añade— me contó que para lograr que ese ranchero le prestara sus caballos para las carreras, se conquistó a la hija de él”. Se trata
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de una dama a quien José María Figueroa identifica como “doña Marina Soto, guapa doncella originaria de Alcoyonqui. A ella la conoció en este pueblo antes de la lucha armada, cuando fue propietario de una tienda de abarrotes. Hizo vida marital con doña Marina y no se casó con ella porque a sus padres se les hizo muy poca cosa el pretendiente” (Figueroa, 1989, 72). Así fue como nació Aurora Iturbe Soto, a un mes de que Ramón cumpliera 21 años, el 30 de octubre de 1910, cuando estaba entregado a reunir gente y armas para la revolución, de tal manera que no se enteró de su existencia hasta después. Además —continua Mireya—, “la familia de mi papá quería casarlo con una muchacha muy linda vecina de ellos. También se embarazó y tuvo una hija en 1911 o 12, pero la madre estaba tuberculosa y murió en el parto, quedando la niña al cuidado de mi abuela. Cuando mis padres se casaron y mi mamá se enteró de la existencia de las dos niñas quiso adoptarlas para que crecieran como hijas suyas, pero la mamá de Aurorita no aceptó dársela. Lupe sí creció entre nosotros creyendo que era hija de mis dos padres, hasta que un día mi abuela le dijo la verdad, lo cual fue un golpe terrible para ella. Murió tuberculosa, igual que su madre, a los 27 años”. Aurora vivió en Culiacán donde se dedicó buena parte de su vida a la docencia. Incursionó en la política como consta en el Diario de los debates del Martes 25 de Agosto de 1970 de la Legislatura XLVIII. El 5 de julio de ese año se realizaron en Sinaloa elecciones para diputados federales por el tercer distrito. Aurora Iturbe Soto acompañó como suplente a Roberto González Mata en la fórmula del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana y habían obtenido 629 votos, contra 53 mil 479 del Partido Revolucionario Institucional,
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5 mil 222 del Partido Acción Nacional y mil 586 votos del Partido Popular Socialista. Aurora y el general mantuvieron comunicación y correspondencia casi hasta la muerte de éste.
Mercedes Acosta, centro de la familia nuclear Mercedes Acosta Ferreiro fue la principal compañera sentimental de Ramón F. Iturbe, con quien se casó en Culiacán, por lo civil y por la iglesia, en una boda que apadrinó el general Venustiano Carranza. ¿Cómo la conoció? Mireya, hija de ambos, narra: “Mi madre me contó que en una ocasión, en Cosalá, a ella la escondieron en el desván porque decían ‘viene el general Iturbe con su gente’. A partir de ahí le quedó la curiosidad de conocerlo. Un día, paseando en el parque central (al parecer en Culiacán), mi papá la vio y la fue siguiendo hasta su casa. Cuando ella entró, él tomó una carroza y se puso a darle vuelta a la manzana mientras ella se asomaba detrás de la cortina de una ventana. Finalmente, al ver que no volvía a salir, él le escribió un recado en una tarjeta diciendo que era el general Iturbe y que al día siguiente salía para la capital del país porque Madero lo había mandado llamar, que iba a estar en tal dirección en el Distrito Federal y quería establecer correspondencia con ella. Mi mamá salía la semana siguiente a visitar a una tía precisamente en el D.F., así que le escribió dándole la dirección de la tía Lorenza Ferreiro de Del Valle”. Y ahí dio inicio el cortejo. Cuando asumió la presidencia Madero, Ramón le pidió consentimiento y apoyo para estudiar ingeniería militar en los Estados Unidos. Ramón debía prepararse pero no estaba dispuesto a terminar
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su relación sentimental con Mercedes. Entonces tuvo lugar entre ellos la siguiente conversación: “Pues me voy por varios años. A lo mejor cuando regrese ya estará usted casada”, especuló Ramón. —Pues a lo mejor sí. Ante la respuesta, Iturbe sintió que se le hundía el piso. “Y si yo le pidiera a usted que me esperara a terminar mis estudios. ¿Sería demasiado pedirle?”. —Bueno… ¿por qué no me lo pide? Todo esto ocurría ante la presencia de Lorenza Ferreiro, tía de Mercedes, quien no los dejaba solos ni un instante. Así empezó el noviazgo que terminó en matrimonio civil y religioso en febrero de 1914 con Venustiano Carranza como padrino de bodas. La ceremonia nupcial se realizó en el templo de Guadalupe, hasta ahora testimonio de la boda y del pago de una doble promesa hecha por Iturbe, una de amor, que involucraba a Mercedes y la otra de agradecimiento por conservarle la vida al ser herido en combate en plena lucha revolucionaria, ya que al asumir la gubernatura construyó la escalinata de116 niveles. Debió ser fuerte el flechazo, pues la relación continuó después del matrimonio por 41 años —12 de febrero de 1914— hasta el deceso y sepulcro de Mercedes (en abril de 1955) en el Panteón Jardín de la ciudad de México donde Iturbe compró dos lotes, a perpetuidad, para que al morir él se le enterrara —como ocurrió— junto a la que fuera su esposa por tanto tiempo. Tan grande era el amor por Mercedes que Iturbe ofrendó su vida en prenda por una promesa de amor en una temeraria hazaña militar, la segunda
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toma de Culiacán, esta vez por las fuerzas de Álvaro Obregón, al mando de don Venustiano Carranza. Rafael Reyes Nájera la narra en forma muy amena en la revista “Letras”, por lo cual la presentamos íntegra:: Eran los primeros días del mes de noviembre de 1913. El Ejército del Noroeste comandado por el General Álvaro Obregón había sitiado a Culiacán, plaza defendida por el General Federal Miguel Rodríguez. El sitio había durado varios días y las municiones escaseaban a las fuerzas constitucionalistas del divisionario sonorense. Llegó un momento en que Obregón, previendo un desastre por la falta de “parque”, llamó a su segundo en el mando, el General de Brigada Ramón F. Iturbe. —General, vamos a levantar el sitio y retirarnos —ordenó Obregón. El joven brigadier, de escasos 24 años, replicó: “Pero mi general, no debemos retirarnos”. —Lo sé, pero no tenemos parque y quedarnos sería un suicidio. Entonces, el General Iturbe repuso: “Mire, General, déme usted 24 horas para tomar Culiacán”. Obregón se le quedó viendo: --De ninguna manera. Nos retiramos. Iturbe insistió en continuar con el sitio y terminó con estas palabras: “Déjeme atacar, General; si no tomo la plaza, no salgo vivo”. Obregón notó cómo el General Iturbe lo veía desesperado y aunque comprendía lo arriesgado de un ataque, confió en el brigadier sinaloense: —¡Muy bien! Lo dejo bajo su responsabilidad.
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Iturbe salió corriendo del improvisado Cuartel General de Obregón, y ese mismo día inició el asedio total de la Capital de Sinaloa, la que cayó en sus manos poco después. El General Rodríguez se retiró rumbo a Las Peñas, dejando innumerables prisioneros en poder de las fuerzas de Obregón e Iturbe. Luego, éste se presentó con Don Álvaro: “General, la plaza es nuestra”. —¡Lo felicito! Han pasado más de 40 años desde entonces. Y hoy, el propio General de División, Ramón F. Iturbe, nos ha dicho: “¿Qué me hizo insistir tanto ante el General Obregón para que me dejara atacar?... ¿Tenía fe en mi estrategia? ¿En mis tácticas de combate? ¿En mi inteligencia o valor? No. No fue nada de eso”. Y con una gran sinceridad de sinaloense neto, el General nos hace esta revelación: “¡Le había prometido a mi novia que tomaríamos la plaza ese día!”. (Reyes, 1954, 46-47).10 Iturbe no perdía oportunidad para narrar la anécdota. Cuando lo entrevistó Tomás Perrín11 le pidió que le hablara de la toma de Culiacán, que
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Rafael Reyes Nájera, “Kid Alto”, reconocido cronista deportivo nacido en Culiacán, mazatleco por adopción. Es una entrevista reportaje al cual citan muchos historiadores pero casi nadie hace referencia a él. 11 Famoso locutor de radio y conductor de televisión además de abogado, periodista, escritor, dramaturgo. actor y argumentista cinematográfico. Nació en la Ciudad de México el 4 de enero de 1914 y falleció en la misma ciudad el 10 de mayo de 1985.
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Obregón en su libro describe como una hazaña militar y elogia la visión del general Iturbe, cuenta Mireya. “Mi papá, riéndose, le dijo que no era ninguna hazaña, ni visión ni nada. Tenían tiempo sitiando Culiacán, se les estaba acabando el parque y les habían cortado el tren de abastecimiento, así que Obregón ordenó la retirada. Mi padre se negó a retirarse e insistió hasta que Obregón le dijo que se quedara con sus hombres bajo su responsabilidad, porque eso era suicida. Esa noche tomaron preso a un federal que les confesó que ellos tampoco tenían ya parque ni comida. Mi papá se lanzó con toda su gente y en poco tiempo tomó Culiacán. Y decía: —Tuvimos suerte, porque yo tenía que tomar la ciudad o morir en el intento, y a eso estaba dispuesto. ¿Cómo me iba a retirar si ahí estaba mi novia y yo le había prometido que tomaría Culiacán por ella?”. —¿Se habían conocido desde antes? —preguntó Beatriz Reyes: —Sí. Pasamos varios meses hablándonos de usted y escribiéndonos cartas y poemas. Yo no me animaba a declararme porque, ¿qué le iba a ofrecer? Yo quería estudiar para presentarme ante ella con un futuro. El señor Madero, ya presidente de la República, me facilitó las cosas: podría irme a los Estados Unidos a estudiar Ingeniería en la academia militar. Poco antes de la partida me animé. Le puse una cartita a Mercedes en la que le explicaba que la amaba pero que ella, si me correspondía, tendría que esperarme. “Lo espero a usted”, me contestó en seguida. (Reyes, 1966). El matrimonio procreó cinco hijos de los cuales sobrevivieron tres: Víctor Manuel, Elohim y Mireya. El primero nació el 17 de noviembre de 1914 en los campos de batalla a donde Mercedes acompañaba a Iturbe. El recién
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nacido hijo del general tenía por nana un soldado que lo bañaba en el agua fría del río o lago más cercano. A Víctor Manuel le dio meningitis cuando era muy chico. Mireya relata que su papá sostenía que gracias a que era masón tuvo el apoyo y la ayuda de los masones en los Estados Unidos, a donde lo llevaron, porque el niño quedó muy mal, casi idiotizado, después de la enfermedad, y allá lo curaron. Cuenta Mireya: “Perdieron a dos hijos, uno recién nacido y el otro de meses, en los 6 años entre mi hermano Víctor Manuel y mi hermano Elohim, que me llevaba dos años y medio a mi. Yo nací en Rosales 1. Cuando yo 12 nací (1923) él estaba estudiando francés y leyendo la novela de Mistral, “Mireille”. A eso se debió mi nombre. “Después de mí, mi mamá se volvió a embarazar y en una sesión espiritista los ‘hermanos’ citaron en casa de mis padres a todos los ahí reunidos, tal día a tal hora. Con todos ahí, el médium trataba de establecer contacto con los ‘hermanos’ sin lograrlo. En eso, un busto pesadísimo de bronce se resbaló desde arriba de un librero, junto al que estaba sentada mi madre, sin que nadie se hubiese acercado ni lo hubiera tirado, y le cayó sobre el vientre, aplastando la cabeza de la criatura que estaba por nacer. El médico que la atendió pasó un reporte a la policía diciendo que mi padre seguramente la había golpeado. Gracias al aviso espiritual hubo suficientes testigos para defenderlo con la verdad”. ¿Cómo era el trato con la familia? Mireya lo explica ampliamente: “No recuerdo que mi padre nos haya pegado. En una ocasión que quiso pegarle a mi hermano mayor (quien vivía metiéndose en problemas por la falta 12
Mireya contrajo matrimonio con el escritor sociólogo y político guatemalteco Mario Monteforte Toledo. Procrearon a una hija a quien bautizaron como Anaité, título de la primera novela de su esposo escrita en 1948.
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de dinero) éste echó a correr y mi papá, con su pierna mala, imposible que lo siguiera. Entonces esperó a que regresara a casa y se encerró a hablar con él más de una hora. Cuando mi hermano Víctor salió del cuarto tenía los ojos rojos de lo que había llorado, pero nunca supimos nosotros qué fue lo que le dijo. En otra ocasión, mi hermano Elohim, adolescente de 15 o 16 años, le levantó la voz a mi mamá que lo estaba regañando y oyó mi papá que iba entrando. Su reacción de enojo fue inmediata y le dio un bastonazo tal que rompió el bastón al golpear la mano de mi hermano. Su amor por mi madre estaba por encima de todo. Es la única vez que yo lo vi enfurecido. “Todo ese tiempo él y mi mamá se escribían versos de amor, como si fueran novios. En los 41 años que duraron de casados, hasta la muerte de mi madre, jamás los vi pelearse o discutir acaloradamente. “Cuando mi papá estaba muy enojado se ponía a chiflar, y la palabra más ‘gruesa’ que llegaba a emplear era ‘con un chihuahua’. Mi mamá, que había estado en los campamentos entre soldados, había aprendido bastantes “palabrotas”. Cuando las llegaba a usar, refiriéndose a alguno de los muchos que se aprovechaban de mi papá o lo estafaban, él se moría de risa, pues le hacía gracia que esta mujercita tan bien educada usara ese lenguaje. Cuando fue gobernador le compró alhajas y ropa de lo más elegante, y le encantaba lucirla. La llevaba al teatro o la ópera y la dejaba sentada en su palco para irse a contemplarla desde lejos. Decía que parecía una reina. No la llamaba por su nombre, Mercedes, sino siempre ‘mi reina’, ‘mi amorcito’, ‘mi vida’, y lo mismo ella a él. Cuando hablaba de él decía ‘mi marido’ o ‘Iturbe’. A ninguno de los dos los oí jamás decir ‘Ramón’ o ‘Mercedes”. (Iturbe, 1993).
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LUISA Marienhoff, capitana del amor y de la fraternidad universal Iturbe guardó fidelidad a Mercedes desde su noviazgo en 1913 hasta casi un año después de la muerte de ésta cuando se casó en 1956 con Luisa Marienhoff,13 poetisa nacionalizada argentina, a la que conocía por carta y con quien llevaba años de intercambiar prendas y correspondencia. Luisa era de la fe Ba’há’í y en ella instruyó a Iturbe. Aunque poetisa de vocación, Luisa escribió varios cuentos, novelas y ensayos. Las siguientes son algunas de sus obras: Constelación de inquietudes (1939), La Extraña (1953), Oxiacán, poeta. Conferencia pronunciada por su autora en la Universidad de Culiacán, Sinaloa (1957). La Revolucionaria (1959), Novela Magia (1967). Y en 1971 recopiló y publicó un libro de poemas y otros escritos de Ramón F. Iturbe. En noviembre de 1960 redactó un manifiesto en forma de volante titulado: “Culiacán pide una Escuela de la “TRABAJADORA SOCIAL”, patrocinada por la Sociedad Femenina “POR LA MUJER”, en el que, entre otras cosas, decía: “Necesitamos construir, no remendar; cimientos sólidos, no mendrugos;
ciencia,
no
caridad
pasajera;
revolución,
no
imitación;
regeneración social, no paliativos inocuos; conciencia política, no caudillismo; clarividencia humana, no profesionismo egoísta; justicia, no papeleo interminable; educación, no castigo. Y para conquistar toda esa cumbre de pueblo civilizado, necesitamos soldados armados, no de ballonetas y pistolas, sino de CIENCIA y AMOR, los TRABAJADORES SOCIALES”. En 1961 fundaron, ella e Iturbe, una Asociación que se llegó a extender por todo Centro y Sudamérica, inclusive a Estados Unidos, España, Italia y 13
Luisa Marienhoff Don Abarbanel, originaria de Ekaterinoslav (hoy Dnepropetrovsk), Ukrania, nacida el 11 de noviembre de 1903, hija de Luis Marienhoff y Flora Don Abarbanel.
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otros países. Se llamaba “La Familia Amor”, y cada miembro se comprometía a dar amor y ayuda a sus semejantes. Se reunían cada mes en la casa del general a leer sus poemas o relatos, cantar, tocar y contar a quién y de qué manera habían ayudado en ese mes. Luego, cada uno de ellos organizaba otro grupo que se reuniera en su casa con el mismo fin. Así se fue extendiendo. Tenían su revista trimestral editada en Uruguay y un escudo con una rosa sobre un fondo azul, con la palabra “Amor”, que daban a cada miembro como distintivo. Luisa e Iturbe hicieron sus respectivos testamentos, el 17 de mayo de 1966, en la sala sur de Ortopedia del Hospital Central Militar. Ante el notario 114, licenciado Rafael del Paso Reinert. Luisa instituyó como su heredero universal y como albacea testamentario al general Ramón F. Iturbe y en caso de que su esposo no la sobreviviera, dispuso que Anaité Monteforte Iturbe recibiera los bienes inmuebles, administrados por su madre Mireya, por ser menor de edad la heredera. El dinero efectivo o títulos y valores representativos de dinero en depósito o inversión, serían heredados a Aurora Iturbe Soto, “debiendo esta heredera continuar la obra social educativa a favor de niños sin recursos para estudiar. También para esta heredera todos los libros y derechos sobre libros de que ha sido autora la testadora, pudiendo la heredera ayudar a la obra social indicada con el producto de tales libros o derechos. Ambas deberán conjuntamente repartir determinados artículos de uso personal de la testadora, tales como ropa, joyería y adornos, entre mujeres pobres y como recuerdo para familiares y amigas, cuyo cariño hacia ellas
conozcan
las
encargadas.
El
material
literario
y
Archivo
de
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Correspondencia puede entregarse a quien se pueda interesar en algún trabajo especial”. En reciprocidad, Iturbe nombró a Luisa su heredera universal, y albacea, de todos sus bienes, derechos, acciones y en general de todo su patrimonio. Si ella no le sobreviviera, en sustitución, la herencia se repartirá en partes iguales entre cuatro hijos; Víctor Manuel, Elohim, Mireya y Aurora. La novela “La Revolucionaria”, escrita por Luisa, es una autobiografía, de la pareja, en la cual expone su fe religiosa y plasma la personalidad propia y la de Iturbe. El libro “Poemas”, es una comunicación poética entre los enamorados y el “más allá”. Luisa dice de Iturbe: “Él supo amar sin egoísmo, entregarse sin regateos y convertir cada hora de mi vida en un perenne idilio de novios. Su mano estuvo siempre abierta para darme cuanto anhelé o no anhelé en extrema caballerosidad, corrección, delicadeza y gratitud por la dicha recibida... espíritu heterogéneo, tan rico en sus panoramas íntimos como sincero y llano en su expresión”.
Llevaban una relación melosa: “Amor y encanto mío: …Medita y se interroga: ¿Por qué no desplegamos nuestros pensamientos y hacemos un teléfono sin hilos? Yo te diría muchas cosas más… ¿sabes? Te diría que te quiero, que tu eres mi vida, mi amor, mi cielo y que nuestra próxima luna de miel la vamos a pasar en Venus. Ahí no hay satélites fisgones que nos vean… Vamos a ser mariposas, porque hay muchas flores, con alas muy grandes, para que, por donde pasen, vayan dando su sombra protectora a todos los insectos que tiriten de frío y ellos creerán que somos ángeles del cielo para llevarlos a Dios… Tu niño”. (Iturbe, 1971, 11). “En Poesías de amor” entablan una “Justa Poética”, que culmina con un poema de L. para R. (de Luisa para Ramón) en su 14 cumpleaños de boda, el último… el cual es contestado por Iturbe: ¡Amor mío, siempre Amor! en nuestro eterno reencuentro cual maestro, cual amigo,
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cual esposo o cual hermano, y Amor será en el futuro quien unirá nuestras almas tal vez de artista o sabios, quizás de místicos fueros, sacerdotes en el rito de fraternizar el mundo, mensajeros de bonanza, pregoneros de armonía, sembradores de belleza. ¡Amor mío, siempre Amor! enlazando nuestras manos sobre surcos que abriremos al derroche de semillas de la paz y del asombro de hacer cielo en plena tierra. Y verás cómo florece la esperanza renovada en la fe de una promesa hecha hoy para el mañana. Aún nos queda un largo trecho. (De R. a L. contestando) Amor: Han transcurrido catorce años. ¡Parece que fue ayer! Contemos los instantes en que mutuamente nos hemos ayudado a realizar la travesía, admirando la floresta en que van despertado las almas —¡Qué tan cerca estará el fin de la jornada? —Cuando nos toque dejaremos este mundo sin grandes conmociones y experimentaremos la emoción de la gota de rocío que se incorpora al océano de donde ha salido, llevándose el perfume que le dejara la rosa donde ha brillado por un instante —¿A dónde volarán nuestras almas? —El infinito es nuestra patria y Dios nuestro amoroso padre. (Iturbe, 1971, 195).
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4. RAMÓN F. ITURBE, CULTURA, ESPIRITUALIDAD Y HUMANISMO Filosofía y política Desde su altura de poetisa y con la autoridad adquirida por su relación con Iturbe en la fase otoñal compartida, Luisa Marienhoff describe de la manera más acabada y certera al general: “Valiente y sereno como soldado, justo y servicial como ciudadano, modesto, honrado y humanitario como hombre, cooperador efectivo como gobernante, de acrisolada conducta como político y de orientación precisa como revolucionario…, bajo el soplo divino de la inspiración que inflamaba su alma, florecía su vergel artístico, y la armonía de sus versos tejía filigranas líricas y filosóficas. Entre combate y combate, trepado en un pequeño cerro o bajo la sombra de un árbol, siempre lista la hoja de un papel en las profundidades de sus bolsillos, rimaba su amor y su esperanza de un mundo mejor”. (Iturbe, 1971, 11). Esta calidad humana, Iturbe la aderezaba con profundos conocimientos adquiridos en los libros y en la meditación. “Autodidacto, estudioso con humildad, cavilador constante ante los problemas del mundo, constructor de obra social y creador de belleza, envolvía toda su jerarquía varonil en un natural manto de modestia, sin rebuscamiento, midiéndose y midiendo a los demás con el inalterable equilibrio de la justicia”. (Iturbe, 1971, 11). Era un hombre extraordinariamente estudioso. Su formación la debía a las enseñanzas políticas y filosóficas de don Francisco I. Madero. “Vivía Iturbe más por las ciencias humanas que para el arte de la guerra. Gustaba de la filosofía esotérica, la astronomía y la estética. Había cierta dispersión en sus conocimientos científicos. Faltaba en él la primera
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parte de la formación intelectual que empieza en la adolescencia. Discernía en el entendimiento, pero en el discurso le faltaba el método. De sus comunes faltas didácticas venía su espiritismo del que hacía un espiritualismo excéntrico”. (Valadés, 1985, 35). Tenía como libro de cabecera el “Manual Espirita”, la obra casi desconocida de Madero escrita con el pseudónimo Bhima”. En el torbellino de la revuelta armada, “Iturbe era uno de los poquísimos revolucionarios que habían pensado por su cuenta el problema moral de la Revolución y que habían venido a ésta con la conciencia limpia. Aunque muy joven, su impulso revolucionario arrancaba más de la convicción que del entusiasmo”. (Guzmán, 1971). Cierto, el impulso era moral y producto de una actitud propia de la juventud, pero entendía que la Revolución no era sólo un hecho de armas, “es también la expresión de las clases desheredadas; es la creación de industrias y empresas que dan trabajo digno y que nos liberan económicamente; es la conversión de esclavos en obreros decorosamente protegidos y retribuidos; es el reparto de la tierra entre los campesinos y la ayuda firme para elevar sus condiciones de vida y de productividad; es la sanidad y las escuelas para todos; es la afirmación de la cultura propia y de sentido universal; es la conquista de la independencia real del país en todos los órdenes; es la responsabilidad de su Gobierno frente a la urgencia de paz, justicia y comprensión entre todos los hombres, creando la igualdad de oportunidades”. (Iturbe, 1971, 29).
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La comprensión era una categoría central en su filosofar y el eje en que se articulaban las ideas sociales que profesaba a su modo: el cooperativismo como forma de socialismo cristiano. “Su mayor inquietud —explicaba Luisa— se volcaba en la obra social en pro de los campesinos y no reparaba en trabajo, tiempo ni inversión de su dinero, para ayudar a formar cooperativas de agricultores, mineros, salineros, etc., en que se especializó a fondo. Había encontrado la fórmula democrática más sana y más adecuada para el tiempo como régimen de equidad económica, de justicia y de bienestar para el trabajador. Nada podía superar al régimen cooperativista, en que todo lo referente al trabajo, era de todos, sin capitalismos absorbentes ni comunismos dictatoriales. ‘La Revolución —solía decir a los cooperativistas— no ha terminado. Es eterna, es un estado constante, porque es el movimiento del espíritu humano hacia el progreso’. (Marienhoff, 1959,138). En 1966 confesó a Beatriz Reyes: “Soy un convencido partidario del cooperativismo y tengo fe en que alguna vez se establezca en la tierra como un sistema ideal de vida. El cooperativismo fortalece los vínculos de concordia entre los hombres al hacerlos a todos compañeros. Además, afianza el patriotismo de los ciudadanos, porque se sienten dueños de la tierra y de los medios de trabajo. En la Cámara de Diputados, cuando fui miembro de ella, dejé una iniciativa de ley con tendencias cooperativistas”. (Reyes, 1966). Para Juan Macedo, su orador y secretario particular cuando fue candidato a diputado federal, el general era un hombre lleno de luces y sombras, en forma muy acentuada. Argumentaba: “Se decía socialista, no creía en ningún dios, aseguraba que la reencarnación proclamada por los
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teósofos era una verdad indiscutible, pero al mismo tiempo, afirmaba que veníamos de la nada y a la nada vamos. ¿Cómo usted cree en la reencarnación, escala de perfección moral de la criatura humana, que en sucesivas existencias terrenas avanza o retrocede en el orden moral? Replicaba: en la nada está el mundo invisible a los pobres mortales, de la muchedumbre de espíritu que han de transmigrar a otros seres humanos antes de su natividad física”. (Macedo, 1984, 62). Platica Macedo que el general los invitó (a Natalio Vázquez Pallares y a él) a comer a su casa. Vázquez Pallares declaró francamente que él no sería comensal de un burgués que se proclamaba revolucionario. “No hicimos caso de lo que proclamó nuestro amigo y al día siguiente éramos huéspedes del general y frente a nosotros, don Martín Luis Guzmán, animaba la conversación en los que los interlocutores eran él mismo y nuestro anfitrión”.
Cristiandad y cosmovisión religiosa Iturbe dimitió del catolicismo, que profesó en la infancia y en su juventud, pero creyó siempre en la palabra de Cristo y nunca abandonó su devoción a la Virgen de Guadalupe. Creía en las comunicaciones del más allá y en la curación magnética y con hierbas. Era un ser humano en el que armonizaba a la perfección la unidad de la diversidad, por eso aceptó con fervor la fe Bahá’í, que pregona la enseñanza conjunta de todos los profetas. Martín Luis Guzmán, librepensador confeso, reconocía en Iturbe al “único general revolucionario que creía en Dios y que afirmaba sus creencias en voz alta, y no en tono de estarse disculpando. Y eso sólo, creer en Dios, lo levantaba a gran altura por sobre todos sus compañeros de armas, casi
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siempre descreídos e ignorantes, bárbaros, audaces, sin ningún sentido de los valores humanos y desconectados de todas las fuentes originadoras de los impulsos hacia la virtud. (Guzmán, 1971). En el libro “El Águila y la serpiente”, Guzmán recuerda a Iturbe en su tiempo de gobernador de Sinaloa, cuando al pie del cerro de la capilla de Guadalupe en Culiacán, estaba al pendiente de que la construcción de la escalinata se realizara conforme a sus planes. “Un día —de esto ya hace mucho tiempo, aún andaba yo a salto de mata por el monte— hice promesa de construir, tan pronto como Culiacán cayera en mis manos, una escalinata que subiese desde lo más bajo del cerro hasta la puerta de la capilla. Ahora, según ustedes lo ven, estoy cumpliendo esa manda”, dijo a sus acompañantes. “Se notaba, entre sílaba y sílaba, que Iturbe temía ser mal comprendido o mal juzgado por su religiosidad… se ruborizaba de que sus compañeros de armas o de ideales políticos lo vieran entregado a construir, por mero impulso religioso, como simple acto de ley en la potencia divina, la escalinata de una iglesia; pero contra el rubor, la construía. “Aquel detalle pintaba al general Iturbe de cuerpo entero, Lo pintaba, salvo para unos cuantos imbéciles, con líneas y colores favorabilísimos. Porque era un hecho que muy pocos se habían atrevido entonces a confesar en público sus creencias religiosas, en el supuesto de tenerlas o conocerlas. El ambiente y el momento otorgaban prima a los descreídos. Más todavía: el deber oficial casi mandaba, o daba por hecho, negar a Dios. “El caso de Iturbe, empero, como el de otros cuantos, era diferente. Él —entonces católico, después espiritista— se movía en las cosas del alma a
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impulsos de su personalidad propia, no arrastrado por la personalidad de los demás e iba afirmándose, imponiéndose hasta lograr el respeto: en esto, lo mismo que en lo militar. Otro tanto ocurría en el orden civil —al menos en lo referente a la conducta del individuo—. Frente a la masa de los revolucionarios serviles, que ya empezaba a expresarse y a deslindar su campo, Iturbe, ignorándolo quizá, se erigía, con sólo mantenerse leal a su fe religiosa, en ejemplo de independencia: no escondía sus sentimientos, no renunciaba a sus ideas ni a su carácter”. (Guzmán, 1971, 187-430). Al recibir la medalla Belisario Domínguez por el Senado, después del tradicional discurso sobre la revolución, convirtió la palabra “comprensión” en un eje entre los ideales revolucionarios y su credo religioso. En algo que parecía un desvarío, el discurso se convirtió en prédica religiosa: “La comprensión ya debiera haberse hecho universal desde hace dos mil años si en realidad hubiéramos comprendido las prédicas y enseñanzas de Jesús El Cristo, así como su ejemplo de amor y sacrificio por los humildes, “¿No fue, pues, Jesús, un auténtico revolucionario? Como Maestro, lavó los pies a sus discípulos, enseñándoles lo que deberían hacer con sus hermanos, los humildes. Madero, el apóstol nuestro, también nos enseñaba su moral y a no prejuzgar. Nos decía, textualmente: ‘Todo individuo tiene derecho a que lo consideremos honrado y honorable, mientras no tengamos pruebas en contrario’. Pero, ¿quién llega a estas alturas morales? Tan alto pensamiento puede compararse con aquella recomendación de Cristo, de amarnos los unos a los otros, y aún más, de amar a nuestros propios enemigos. También Crishna, filósofo hindú, decía poéticamente: ‘Sed como el sándalo, que perfuma el hacha que lo hiere’. ¿Cuándo podremos practicar tales conceptos?
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Las ideas filosóficas de Madero eran muy orientales. El prócer bebió en aquellas maravillosas fuentes… Sabemos, por la tradición, que nuestra raza indígena, siguiendo el conocimiento desentrañado de los astros, decidió sepultar sus monumentos, sabedora de la avalancha de materialismo que amenazaba a la verdadera civilización. Sabían desde entonces, de esta misma fuente, que nuestra nación llegaría a convertirse en un faro luminoso, propagador de la paz y la armonía universales… Hay tesoros escondidos, fuerzas creadoras en potencia. Juárez es un ejemplo de ello”. (Iturbe, 1971, 29-30). Cristo, Crishna, cosmos… toda la fe religiosa era bienvenida en la espiritualidad de Iturbe. Por eso, durante su estancia en Japón, visitó a los monjes budistas en varias ocasiones y estudió ampliamente su religión así como el shintohismo. Por eso, a partir de su encuentro con Luisa y de la lectura del libro “Bahá’u’lláh.14 La nueva era”, de John E. Esslemont, se convirtió en un bahá’í, es decir, comprendió a todos los profetas, como continuidad uno del otro, entendiendo a todas las religiones. Así, con la fe Bahá’í, “Iturbe mantenía su sentir invariable, el mismo que iluminara su infancia… Escapado de todos los ritos y dogmas, se mantenía en los principios puros del cristianismo, con el Nuevo Testamento, en el que la palabra de Jesús repercutía hondamente en su corazón”. (Marienhoff, 1959, 137).
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Sobrenombre de Mírzá Husséin, de origen persa, fundador del bahaísmo, religión monoteísta. Sus creyentes lo consideran el Mensajero de Dios. La idea central de su religión es que la humanidad es una sola raza y que llegará el día de su unificación en una sociedad global.
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Esoterismo y naturismo Es imposible establecer el punto, o el hecho, a partir del cual Iturbe abrazó el espiritismo y el esoterismo en general. Se sabe que desde la adolescencia hacía pases magnéticos para curar a los campesinos, Mireya cuenta que Madero le tenía mucho cariño a su papá. Hablaba largamente con él y le dio a conocer el espiritismo. Cuando lo invitó a acompañarlo a una sesión espiritista en Guadalajara, su padre le dijo que iría siempre y cuando se mostrara respeto por su religión y por la virgen… Al llegar ellos a la sesión, el médium recitó un bellísimo poema a la virgen que fue tomado en taquigrafía y conservado por Iturbe a través de su vida. En otra sesión espiritista, también con Madero y en Guadalajara, le dijeron a Iturbe que sus guías y protectores eran Juana de Arco y Napoleón. Mireya recuerda que en la biblioteca de su papá había infinidad de libros, sobre todo de Napoleón: biografías, estudios, sus cartas, etcétera. Mercedes era una lectora tan voraz como Ramón y también interesada en el espiritismo y el ocultismo por haber leído los libros de la extensa biblioteca del licenciado Guillermo del Valle, esposo de la tía Lorenza. Para estudiar más a fondo tenían un médium que viajaba con ellos y al que ataban de pies y manos con vendas negras para tener control de los fenómenos que se producían. Inclusive se desarrollaron como médium los dos pero no les gustó ni los convenció porque el médium usualmente está inconsciente a través de toda la sesión. Al parecer, Guadalajara era el centro preferido para sus reuniones espiritistas. Valadés narra que cuando Iturbe fue jefe de Operaciones Militares en Colima y Jalisco, en 1915, reunía en su casa a un grupo de jóvenes
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animosos de escuchar lecciones sobre esoterismo y naturismo, que constituían los dos motivos de moda. “Formaba en aquellas tertulias como cabeza inspiradora el padre Arreola, distinguido matemático, astrónomo, teólogo y canonista. El padre no estaba de acuerdo con la ortodoxia espiritual del general Iturbe, pero a ambos les unía un afán de estudio… Por las noches, el sacerdote y el general Iturbe, instalados en la azotea de la casa de éste y provistos de un telescopio, pasaban horas escudriñando el firmamento”. Esta situación le originó problemas a Iturbe. “Una racha de envidia acompañada de calumniosas versiones, pues se aseguraba que pretendía convertir a todos los guadalupanos al espiritismo, azotó al general Iturbe. Dirigieron la empresa contra Iturbe los jefes revolucionarios jaliscienses e intervinieron en tal empresa algunos miembros de la sociedad católica. El clero había abanderado a Guadalajara o estaba oculto, pero los católicos exaltados y las beatas, no podían consentir en la presencia de Iturbe, quien día a día recibía una porción de amenazantes anónimos. Iturbe, impávido, continuaba sus observaciones celestes y hacía experimentos con una mesita que se suponía era la intermediaria para la comunicación con ‘ultratumba’. Todo esto estaba lejos de causar daño alguno a la sociedad. Los jóvenes que asistían a esos ensayos ultratúmbicos más lo hacían por curiosidad que por incorporarse en la materia”. (Valadés, 1985, 41). El colimense Juan Macedo López conoció a Iturbe en circunstancias curiosas en la ciudad de México, junto con el líder michoacano Natalio Vázquez Pallares.
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“Al pasar por una accesoria cuyo mayor lujo era un hermoso zaguán colonial, vimos el fondo de un faro en donde tres señores hablaban. En la esquina derecha del foro, una mesa soportaba el peso de cuando menos dos docenas de botellas que contenían algún líquido. Entramos silenciosamente y ocupamos una banca vacía. Uno de los señores que al caminar renqueaba notoriamente, como si una de sus piernas sufriera invalidez, se dirigía a otro señor, quien permanecía sentado en una modesta silla y próximo a una mesita en donde había papeles. El primer personaje dio algunos pases hipnóticos y el otro quedó, aparentemente, dormido. Oímos la voz del hipnotizador que inquiría: hermano Juan Hidalgo, ¿con qué fraterno espíritu conversas? Con el de Matusalem, contestó el señor Hidalgo, quien lápiz en mano escribía con increíble rapidez notas sobre un cuadernillo. Debió haber permanecido en trance cinco minutos, pero vuelto en sí leyó veinte minutos aproximadamente. Natalio y su acompañante rieron estrepitosamente; las señoras, en su mayoría de humilde vestimenta y que colmaban la pequeña sala, indignadas, pretendieron golpearnos con lo que encontraban a la mano, pero una voz entre calmosa y enérgica las detuvo: ‘El hermano Iturbe les suplica que vuelvan a sus asientos. Invito a los jóvenes a que expongan sus puntos de vista aquí en este foro con toda libertad”. Los dos muchachos, ebrios de marxismo y de algo más que teorías hablaron cuanto quisieron”. En Sinaloa, Juan Macedo confirmó el evidente poder hipnótico del general: “Cuando en Navolato iba yo a pronunciar un discurso en un mitin de los obreros, una cefalalgia que casi me cegaba estuvo a punto de impedirme el acceso a la tribuna. El general dio unos pases sobre mi rostro, me miró fijamente y quince segundos después era el más feliz y sano de los mortales.
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Detuvo la marcha de un reloj en presencia de varios testigos, mientras su rostro enrojecía y su cuerpo era sacudido por leve estremecimiento… También su facultad telepática se puso a prueba cuando una mañana Macedo dictaba sumas de los gastos de campaña y él anotaba sobre un cuaderno. “De pronto, el general me ordenó que preparara mi pequeña pistola escuadra. —Viene un hombre a asesinarme—. Colocó su escuadra calibre 38 sobre la mesa. A poco entró un individuo de apariencia inofensiva, pero ya habíamos escuchado sus pasos en el vestíbulo. El general, escuadra en mano, le ordenó que levantara las manos y a mi que por la espalda del presunto matón le extrajera de la cintura un pistolón. El tipo huyó tembloroso y pálido. ¿Cómo supo que venían a darle muerte, general?, inquirimos. Sonriente y un tanto enigmático nos dijo: —hay que educar a la mente. Que nadie se entere de lo que ha ocurrido—, me indicó terminante”. (Macedo, 1984, 62). Además del espiritismo Iturbe y Mercedes estudiaron y practicaron ciencias ocultas, teosofía, yoga, budismo…, todo lo esotérico que se pueda imaginar. Iturbe fue masón, hasta el grado 33 y ya en su madurez perteneció a la Orden Rosacruz. Aunque la masonería es más avanzada, él estudió las dos cosas. Tomó el curso de auto-realización de yogananda, también cuando era adulto. Iturbe no era astrólogo, más bien le interesaba la astronomía, pero sí consultaba a uno alemán que hizo cartas astrológicas a toda la familia. Fue él quien anunció el peligro de ir a Japón y la salvación por el camino difícil y estrecho.
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Curaba con las manos y con hierbas. Por años estudió las hierbas medicinales del país y al regresar del exilio y ser diputado, en lo primero que invirtió fue en establecer en su domicilio un laboratorio para hacer extractos de las diferentes hierbas, pulverizar otras, hacer tinturas, etcétera. Lo mismo hizo al regresar de Japón: en su casa de la calle Durango instaló un laboratorio de hierbas, y estudiaba las plantas medicinales —tenía libros hasta en chino— para curar a la gente. Poseía un archivo con los casos de gente que se curaba. Muchos le llevaban “testimonios” firmados, con sus fotografías, antes y después de la curación “milagrosa”. Sabía quién en el mercado central de hierbas tenía el auténtico manso o matarique de Sonora o Sinaloa, la gobernadora de Yucatán, etcétera. Su hija Aurora conservaba algunas de sus múltiples recetas para disolver cálculos, purificar la sangre, curar el alcoholismo. Se asoció con un químico de Sinaloa, Tomás Moncayo y con el doctor José Erdos, quienes le enseñaron a hacer los extractos y algunas cremas y ungüentos que regalaba a sus pacientes. Lo movía el interés por conocer y servir a los demás; jamás cobró un centavo por sus curaciones ni por las medicinas que daba… “y no crea usted, he sanado a varios pacientes… Las plantas medicinales no son cosa de brujería sino cuestiones reales que muchos han investigado y que hay que investigar”, se jactaba ante Beatriz Reyes (1966, 38). Mireya cuenta que su papá sabía hacer demostraciones de la energía electro-magnética que, decía, todos tenemos en las manos: encendía focos y pegaba periódicos en las paredes con sólo pasarles la mano por encima. “Me encantaban los días de campo. Él y otro amigo de Sinaloa, Guillermo Laveaga,
se
paraban
descalzos
encima
de
los
hormigueros
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demostrarnos que a ellos las hormigas no les picaban”. Mireya relata anécdotas que se antojan increíbles: en dos ocasiones que nos empezó a llover, él se paró con los brazos extendidos hacia arriba a hacer “pases magnéticos” para dispersar las nubes y darnos tiempo de recoger cobijas, platos, comida, etcétera, y subir a los automóviles. En cuanto estuvimos todos instalados, él corrió al automóvil nuestro y se soltó el chubasco. Mi mamá me contó que lo mismo hizo cuando se cambiaron de San Ángel a Rosales en el centro de la ciudad, frente a la Alameda. Iban sus muebles en un camión abierto y empezó a hacer sus pases magnéticos. Las nubes se iban abriendo por donde fueron pasando hasta llegar a Rosales y descargar el último mueble. Él entró al edificio y siguió la tormenta por el resto de la tarde”.
5. EN CONCLUSIÓN: ¿EN VERDAD FUE GENERAL DE LA REVOLUCIÓN? Luces y sombras. ¡Vaya contradicción! Iturbe es un ejemplo elocuente de la complejidad del ser humano, de la unitas multiplex, de la unidad inseparable de la diversidad. Para Luisa Marienhoff, la contradicción es aparente: Militar y poeta; revolucionario y místico… “Iturbe manejaba ambas cosas, la rima y la espada con profunda sinceridad, con diáfana pureza, con inquebrantable fe, con clara inteligencia, con delicado sentimiento. Su alma estaba plasmada de firmeza y ternura, en reciedumbre de soldado y suavidad de trovador. Luchador perfecto por una humanidad más consciente. El rugido del cañón contra las tiranías era mandato del Infinito. El verso sutil y sedoso que derrama sus armonías en el altar del Infinito, era el mismo mandato que, acariciando el corazón, le dice: “¡sé bueno!”.
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Y Fue bueno. Conquistaba la victoria, “sin rendir con humillación al combatiente contrario, ni castigar con crueldad”. En su juventud, fue austero y moralizador de sus subalternos, “pues sabía que la sobriedad de costumbres es la seguridad más firme para la eficacia del soldado. Verdadero espartano era el ejemplo viviente de los buenos hábitos indispensables al guerrero y al hombre”. Su actitud había de ser siempre leal, aunque perdiera o ganara, en aquello en que se comprometía. A veces la modestia era exagerada, como cuando al recibir la medalla Belisario Domínguez dijo que lo hacía con el sentimiento más profundo de su gratitud aunque… “No creo haber hecho nada que lo merezca” Fuera del combate, era notoria su timidez y sencillez, ilustradas en muchas ocasiones por Martín de Guzmán: “Claro vi, con sólo entrar, que el jefe de las tropas revolucionarias de Sinaloa era hombre sencillo y sobrio. De las veinte a veinticinco personas que estábamos a la mesa, Ramón F. Iturbe era —esto se comprendía desde luego— el de mayor importancia intrínseca, el dotado de más fuerte personalidad… Iturbe figuraba íntegro. Y figuraba no a fuerza de querer hacerse notar, sino al revés, contra todo empeño por inhibirse. “Iturbe hablaba poco y con cautela… La cultura de Iturbe, pobrísima entonces. Se expresaba además con clara timidez, con el aire de humildad sincera de quien creyese fácil caer en el error y de antemano estuviese de acuerdo en que se le enmendara la plana. Todo lo cual producía en su carácter un raro contraste con otras cualidades: contraste entre su inseguridad juvenil y su aplomo adquirido ya en la vida; entre su adolescencia espiritual y
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su madurez precoz de alma, acentuado por su fe en sí mismo, por su profunda e íntima convicción de estar fundamentalmente, en lo cierto y en lo justo. “Su extrema juventud y lo muy desmedrado de su cuerpo hacían de él, al principio, un personaje de poco relieve. Él, por otra parte, acusaba con el desaliño de su traje un descuido tan espontáneo, una tan auténtica inatención por lo inmediatamente material y corpóreo, que se requería mirar dos o tres veces la totalidad de su persona para convencerse de que aquello, lejos de ser defecto, era disposición de ánimo superior, indiferencia por lo que en el fondo no representa valor definitivo, de igual manera que en los generales sonorenses era temprana manifestación de defectos, y no de virtud, el inquebrantable apego a los arreos militares más militaristas. Pero una vez bajo la mirada escrutadora, Iturbe crecía rápidamente e iba dejando entrever por qué pertenecía al corto número de los que mandaban hasta cuando practicaba la obediencia. “Esa noche, por la falta de abridores, hubo que destapar las botellas de cerveza al modo revolucionario: haciendo encajar el borde de la corcholata con el martillo de la pistola y apoyando ésta después contra el cuello de la botella hasta que el tapón saltara de su sitio… Iturbe no lo hizo así. Desenfundó la pistola con sencillez; la volvió culata arriba cuidadosamente; tomó la botella con la mano izquierda, y, atento a que el cañón del arma apuntara en dirección del piso, o de la pared que le quedaba a la espalda, la hizo describir una curva supletoria de las funciones del abridor. Viéndole tal aspecto, no se habría creído que se tratara del mismo hombre que a la hora del combate, y siempre que el arriesgar la vida tenía un sentido, se olvidaba
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de ponerle cortapisa al valor, según acababa de demostrar durante el ataque y toma de Culiacán” (Guzmán, 1971). Juan Macedo narra que Iturbe era enemigo de auxiliar económicamente a sus simpatizantes realmente pobres. La política, decía, no es un negocio, es un deber y un derecho. “A don Lino Ramos, que casi lo había creado en su infancia, jamás le dio un solo peso. Cuando volvió a México, mi hospedera, con mucho tacto, me recordó el adeudo de dos meses de asistencia y aunque hubo un remanente de 6 mil pesos, nunca me fijó sueldo ni antes ni después de la campaña”. (Macedo, 1984). Consideraba humillante que un niño pidiera o recibiera limosnas. Pero cuando veía unos niños pobres, dejaba caer varias monedas cerca de donde ellos estaban o por donde iban a pasar. Le encantaba ver la expresión de sus caras cuando encontraban las monedas y se las guardaban. Mireya platica de su vida más personal: Le gustaba jugar ajedrez y era bastante bueno. Nunca aprendió a fumar y el único alcohol que tomaba era vino cuando había visitas a comer. Ocasionalmente una cerveza y de vez en cuando un cognac después de las comidas. Padecía del hígado y por esa razón su alimentación era sencilla: mucha fruta y verduras, básicamente. Poca grasa, picante o especies. El pescado y los mariscos le encantaban como buen mazatleco. La música le gustaba mucho y aprendió a tocar la harmónica. En los días de campo cantaban desde la salida de casa hasta el regreso. Tenía buena voz y nunca desafinaba. Se preocupó porque Mireya tomara clases de piano y luego pedía su opinión para hacerse de una buena colección de
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discos clásicos. Quería para su hija toda la cultura y educación que él hubiera deseado tener de joven. Una vez en una reunión del Club de Leones —cuenta Mireya—, los señores socios se pusieron a jugar “póker” después de la cena. Como mi papá no era jugador de cartas, se quedó platicando con una señorita que le ofreció un cigarro y luego una copa de cognac. Al enterarse que mi papá no tomaba, ni fumaba, ni jugaba "póker", preguntó: “¿Y usted de verdad es general de la revolución?”. Cómo no hacerse tal pregunta después de todo lo dicho acerca de su religiosidad, su espiritismo, su poder electro magnético, las curaciones milagrosas con hierbas, su cursilería poética, su lealtad y su timidez, sus gustos y aficiones.
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