«De Gutenberg al iPad: el mundo de la edición digital»
Entrevista a José Manuel Lucía Megías
© Jesús Castaño
¿Cómo se produjo su primera experiencia con un libro electrónico? Comencé a interesarme en el libro digital y en la difusión de los textos por medio de la red en el año 1997, cuando trabajaba en el Instituto Cervantes, en el Área Académica. En aquel año preparé un informe porque estábamos trabajando en la creación de una biblioteca virtual, que luego no se llevó a cabo pues en el año 1999 apareció la «Biblioteca virtual Miguel de Cervantes», impulsada desde la Universidad de Alicante. En 1998 surgió mi primer trabajo sobre el tema: «Editar en Internet (che quanto piace il mondo è breve sogno)», que se publicó en la prestigiosa revista argentina de crítica textual Íncipit,
dirigida por Germán Orduna. El tema me interesó y me sigue interesando, así que siempre he tenido o intentado tener un lector digital. Ahora es el iPad el lector que utilizo para leer, escuchar música, ver vídeos y películas, almacenar fotografías, navegar, jugar… ¿Realmente estamos asistiendo a un cambio de paradigma mucho más trascendente que la invención de la imprenta? ¿Porqué? La imprenta como tecnología vino a dar solución a un problema empresarial que los scriptoria medievales laicos no podían afrontar: ofrecer ejemplares a la gran demanda de lectores, que creció en toda Europa en el siglo XIV. La imprenta de Gutenberg (y su gran invento de los tipos móviles, la verdadera clave de su éxito) no quería cambiar el texto sino ofrecer más textos en menor tiempo para así dar respuesta a este mercado. El primer libro de éxito que Gutenberg va a imprimir será La Biblia. Cada formato de canal de escritura va a imponer una serie de cambios en la configuración del texto: el rollo (el texto continuo pero muy dividido), el códice (la capacidad de compilación y organización textual, la ordinatio), el libro impreso (la portada, los paratextos)… y cada época va a ir configurando modelos literarios con una serie de características lingüísticas y estilísticas que permiten agruparlas en géneros, en corrientes, en movimientos artísticos. El texto digital que comparte, en apariencia, algunos de estos cambios – una simplicidad sintáctica, necesidad de una mayor segmentación para propiciar el uso de enlaces, la capacidad de unir diferentes morfologías de la información– supone un cambio sustancial frente a lo que hasta ahora hemos vivido. Desde la invención de la escritura y su consolidación como medio del saber en la Grecia del siglo IV, toda la tecnología de la escritura se basaba en un elemento físico que le alejaba de algunos elementos propios de la oralidad. En apariencia, el texto digital es «escritura» al modo tradicional (usa el mismo juego de signos y modelo de aprendizaje y de realización), pero es solo una apariencia: el texto digital no está físicamente escrito en un soporte, sino que se basa en un lenguaje matemático que puede albergar más información de la que aparece en la pantalla del ordenador o de la tablet. De ahí que las posibilidades del texto digital estén todavía por explorar. Mucho se ha hecho y mucho se hará
cuando nos alejemos del falso icono de la imprenta como modelo del cambio de paradigma que vivimos en la actualidad. En su libro, usted alude al texto digital como como portador de una «nueva oralidad» y de una «nueva textualidad». ¿Podría precisarnos ambos conceptos? La oralidad, hasta el triunfo de la escritura como medio básico del aprendizaje y el conocimiento, era el medio habitual para la transmisión del saber, pero también para su generación. El aprendizaje se hacía mediante el diálogo, el intercambio directo del conocimiento. Platón aprendió de su maestro Sócrates mediante el diálogo, pero Aristóteles prefería quedarse en casa aprendiendo del diálogo con los textos escritos antes que con las enseñanzas orales en la Academia ateniense. La oralidad nunca se ha perdido en nuestra sociedad. Una oralidad productiva en la Edad Media, oralidad que se ha ido limitando a esferas privadas en culturas no letradas. Ante esta oralidad, y con el éxito de los inventos audiovisuales en los siglos XIX y XX, se acuñó el concepto de «segunda oralidad»: aquella que se basa en la voz para la transmisión del saber y del conocimiento, pero que no se genera en el momento de realizarla, sino que se basa en la lectura de un texto escrito: el guión de radio, televisión, cinematográfico… De la mano de este concepto, he acuñado el término de «segunda textualidad» para poder definir al «texto digital». Es textualidad porque se basa en la escritura (signos alfabéticos que aprendemos a leer, identificar y producir), pero en realidad lo hace en un medio que no es físico, que es virtual como lo es la tecnología digital, con lo que permite recuperar algunos aspectos esenciales en la oralidad que se habían perdido: la posibilidad de crear grupos, la lectura y escritura simultánea al margen del espacio que ocupen sus emisores y receptores, la temporalidad… El texto digital, la «segunda textualidad» vendría a ser una nueva forma de sincretismo en el paradigma de oralidad y escritura, que estaban llamados en la tecnología sincrónica a ser siempre dos focos independientes de la generación y transmisión de las ideas y del conocimiento.
El lanzamiento del formato estándar ePub en 2007 finalmente no fue el disparador para el despegue definitivo de los e-books. ¿Cuál cree usted que será el momento o la herramienta que permitirá que el libro electrónico logre carta de ciudadanía ante el lector promedio? El ePub venía a dar respuesta a una necesidad que todavía no se ha impuesto: la necesidad de un estándar. ¿Qué es un alfabeto? Un estándar. ¿Qué es el código ASCII? Un estándar. El ePub iba (y va) más allá de crear un determinado modelo de escritura reconocible por cualquier dispositivo, sino que quería aprovechar las cualidades, las características del propio formato web, del nuevo modo al que nos vamos acostumbrando a recibir y tener información. De este modo, tenemos dos problemas: por un lado, el problema de la industria que no desea tener un estándar, sino que nos movamos entre varios lenguajes, cada uno incompatible (o complicados) entre ellos para así sacarle el máximo beneficio económico a la inversión realizada en tecnología; y por otro lado, la dificultad de ir creando estándares de modelos de texto, que permitieran avanzar en sistemas que el lector entienda que son diferentes a los conocidos hasta ahora. Hemos de avanzar más allá del incunable del texto digital, es decir, de concebir textos digitales que sean idénticos a los textos analógicos, tan solo que se difunden en un formato digital. ¿Para qué emigrar a un nuevo lector si el libro me da todo lo que necesito? Y tienen razón los que así opinan (como tenían razón los amantes de los manuscritos únicos que se opusieron a los libros multiplicados por la imprenta en el siglo XV). ¿Por
qué
aún
hoy
muchos
grandes
grupos
editoriales
de
Iberoamérica dan la espalda al e-book? ¿Se debe a desidia, prepotencia, ignorancia? No hay nada de desidia, prepotencia o de ignorancia. O quizás haya mucho de los tres. Ha habido hasta ahora una tendencia que era la de negar la posibilidad de cambio en los modelos de negocio de la imprenta actual, que proceden de los modelos de la edición industrial que triunfó en el siglo XIX. Las grandes empresas editoriales –con todo su poder económico y mediático– creyeron que podrían dominar este peligro, igual que algunas grandes empresas informáticas
de los años setenta despreciaron el ordenador portátil con prepotencia y sucumbieron con los años ante este nuevo mercado. A las grandes empresas editoriales les cuesta mucho modificar su modelo de negocio, que se basa en el almacenamiento de millones de ejemplares y en su distribución, en una tecnología basada en la mutiplicación de los libros. Pero todo ha cambiado en los últimos años, y todavía todo cambiará mucho más cuando consigamos una wi-fi universal y el acceso a Internet sea tan fácil como el que hoy en días tenemos en nuestra sociedad con la luz y el agua. Hoy es el día de las editoriales imaginativas, las que no tengan miedo a innovar, a reinventarse en cada momento. Los modelos de negocios de ayer ya no son los de hoy, y mucho menos los de mañana. Tardará un poco más o un poco menos, pero las empresas editoriales que no apuesten ahora por una real transformación y acercamiento a la industria editorial digital, están llamadas con el tiempo a desaparecer. Solo las grandes industrias informáticas que, sin renunciar a su modelo de negocio, fueron capaces de abrirse a los adelantos y apuesta de los hackers del siglo XX son las que han sobrevivido. Tal vez al mundo editorial le haga falta el cimbronazo que vivió la industria discográfica la década pasada para tomar conciencia de que está tirando piedras sobre su propio tejado... Ya lo van teniendo. Poco a poco. Es cierto que el mercado del libro electrónico, de los textos digitales, no termina por emerger (por falta de títulos, de editores comprometidos, de un acceso no universal a Internet, etc…); pero también es cierto que las cifras de la venta de libros en papel han bajado de manera escandalosa en los últimos años. Lo único que sube en el panorama presente es la piratería, que está mostrando nichos de negocios que ahora nadie está aprovechando. El sistema antiguo está llamado a desaparecer, pues está aquejado del mal de los dinosaurios. Si algo hemos aprendido o deberíamos aprender de la industria discográfica y de lo que le ha pasado en los últimos años (y es una industria con un potencial económico mucho mayor que la editorial) es que ahora el papel del usuario, del consumidor, del lector, no es pasivo, que se le pueden imponer hábitos y modas. Todo lo contrario. Ahora son
las modos y usos de los usuarios, de los lectores, los que deben marcar los movimientos de las industrias. Dicen que solo utilizamos el 10% de nuestra capacidad cerebral. Algo similar sucede con la enorme potencialidad del libro digital, que hoy está increíblemente desaprovechada, sobre todo en mercados como España y Latinoamérica. ¿Existe algún megaproyecto público o privado para comenzar a enmendar este estado de cosas? Yo no conozco ninguno. Lamentablemente en Europa –y me temo que siguiendo su estela, también en América– se han hecho inversiones millonarias para la digitalización de nuestro patrimonio, nuestra memoria escrita, como un modo de ofrecer otra voz, una alternativa pública a la gran apuesta tecnológica y comercial que suposo Google Books. Pero esta apuesta e inversión millonaria no ha venido acompañada de una inversión en proyectos de innovación tecnológica para la creación, difusión y conservación del saber en los soportes digitales. Los grandes proyectos de bibliotecas textuales de los años noventa del siglo XX se han venido sustituyendo en grandes bibliotecas patrimoniales o generalistas, que ofrecen miles y millones de documentos digitales, pero que se quedan en un plano de mera copia de los modelos analógicos. El libro digital parece haber provocado un cambio apenas cuantitativo, cuando el gran desafío es cualitativo, enriqueciendo exponencialmente la experiencia multimedia que permiten los nuevos soportes ya disponibles en el mercado. ¿Qué vislumbra usted al respecto para el próximo lustro? Si algo tiene de apasionante la tecnología digital es que no hay una hoja de ruta, no hay un lugar al que ir, y este espacio lo vamos construyendo con nuestros usos, con nuestras carencias. Cuando a principios del siglo XXI solo se hablaba de la web semántica, de la capacidad tecnológica de pasar de la información al conocimiento, ese nos parecía a muchos el futuro y abogábamos que este futuro iba a cambiar nuestros modos de relacionarnos. Y de pronto, llegaron unos jóvenes que no encontraban en la tecnología digital –que seguía siendo
piramidal y direccional– respuesta a sus inquietudes, y comenzaron a idear sistemas por los que el usuario debaja de ser un sujeto pasivo para ser también creador de contenidos. Frente a las «páginas personales» que nos venían instaladas en los ordenadores, el blog; frente al álbum de fotos, Flickr; frente a la colección personal de vídeos, YouTube; frente a los chats y mensajes, Facebook y Twitter… la conocida como «Web 2.0» vino a revolucionar (y lo sigue haciendo) nuestros modos de acceder y de crear contenidos. ¿Cuál es el futuro? Ni idea. Lo que sí tengo claro es que será tal y como nosotros queramos que sea. Si nos quedamos mirando hacia otro lado o lamentando tiempos pasados mejores, nunca avanzaremos. O serán otros los que avancen y luego a nosotros nos cueste más adaptarnos a ellos. No seremos más que visitantes del futuro, añorando que sean otros sus residentes.
Acerca de José Manuel Lucía Megías José Manuel Lucía Megías es Catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid y Coordinador Académico del Centro de Estudios Cervantinos desde 1999. Además, dirige la plataforma literaria «Escritores complutenses 2.0» y desde 2010 la «Semana complutense de las Letras» de la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en «Humanidades Digitales», libros de caballerías, crítica textual e iconografía de El Quijote. Es Director del Banco de imágenes del Quijote: 1605-1915 y, actualmente, es presidente de la Asociación de Cervantistas. Como escritor, ha publicado los siguientes libros de poesía: Libro de horas, Prometeo condenado, Acróstico, Canciones y otros vasos de whisky, Cuaderno de bitácora, Trento, Tríptico e Y se llamaban Mahmud y Ayaz, además de diversos poemas en antologías y revistas. Es también traductor y mantiene una columna semanal en el Diario de Alcalá, titulada «El cuaderno rojo». Es director, junto con Francisco Peña, de «Poesía en el corral», un ciclo de espectáculos poéticos en el Corral de Comedias de Alcalá, y forma parte del equipo asesor del «Rincón de la poesía» en la
Biblioteca Manuel Alvar de la Comunidad de Madrid. Asimismo ha sido comisario de diez exposiciones; dos de ellas en la Biblioteca Nacional de España: «Amadís de Gaula (1508): quinientos años de libros de caballerías», y «BNE: trescientos años haciendo historia». En 2012 publicó Elogio del texto digital, claves para interpretar el nuevo paradigma (Fórcola Ediciones). >>> Entrevista: Julián Chappa Fotografía: © Jesús Castaño ©opie, acopie, fotocopie, clone y difunda libremente este texto. Si cita fuente… ¡hablará muy bien de usted! >>> Nota: La traducción al inglés de esta nota fue publicada el 1º de septiembre de 2013
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