El Triduo Mortuorio Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia universal, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo y la vida perdurable. Amén. (Credo apostólico, ca. siglo II)
Cuando participamos de la Santa Comunión, y leemos el Credo apostólico, quizás no profundicemos en cuán conectados estamos, por medio del rito eucarístico, al tema de la muerte. Llega octubre y el clima comienza a cambiar, las decoraciones le dan vida a nuestros espacios, pero quizás no veamos cómo nuestras vidas se conectan a los santos y santas de antaño, y los que se añadirán. En 1758, John Wesley predicó El gran tribunal (Sermón 15) ante el Tribunal de Justicia que se reunía dos veces al año en cada condado de Inglaterra para decidir causas civiles y criminales. Quizás este sea su sermón más importante sobre el tema del juicio final de Dios. Wesley elogió a los hombres responsables de la justicia humana a proveer justicia correcta en sus cortes. Les invitó a recordar que ellos, que impartían justicia a hombres y mujeres, un día serían juzgados por Dios. Para Wesley, el llamado a vivir una vida en santidad era un llamado a mirar a Cristo dondequiera, encontrar en la comunión de los santos la misma presencia de Dios. El mes de octubre llega atado a unas imágenes que ya conocemos: calabazas, brujas, esqueletos, lápidas, arañas y fantasmas. En su mayoría, estas son imágenes ligadas a la muerte que a su vez están relacionadas al 31 de octubre, o Halloween. Sin embargo, en el mundo cristiano también el mes de noviembre está relacionado con la muerte, específicamente los días 1 y 2 del mes, a saber, el Día de los Santos y el Día de los Muertos. Estos son tres días –31 de octubre, 1 y 2 de noviembre –que he querido llamar “El Triduo Mortuorio”, sin ánimo de crear una controversia teológica con el triduo pascual. No es mi interés en este corto escrito analizar los orígenes histórico de estas tres fechas; para eso existen miles de libros, publicaciones y páginas electrónicas serias. Lo que sí aspiro es poder ver en estos tres días unas enseñanzas básicas acerca de la muerte y nuestra actitud hacia ella. El 31 de octubre nos expone a la muerte, tema que a partir de comienzos del siglo XX hemos querido evadir de muchas formas. Imágenes grotescas de monstruos, fantasmas, brujas, gatos negros, sangre y esqueletos permean las decoraciones. Pero, ¿por qué evadimos estas imágenes? A mi entender no es porque le tengamos miedo a las mismas; nuestro problema es enfrentarnos al tema de la muerte. Desde el primer tercio del siglo XX comenzamos a ver rastros de una secularización de la muerte. Si antes la muerte tenía sus ritos y protocolos religiosos, donde la familia acompañaba al moribundo en su lecho de muerte y hasta los testamentos incluían un credo antes de una lista de bienes, ahora en el siglo XX proliferaba una mayor preocupación por el decoro de la muerte: propagación de cementerios, visitas regulares a las tumbas, embalsamamientos, funerarias, procesiones, familias ausentes en el lecho de muerte, familias restringidas a las visitas a hospitales, hospitales a cargo del proceso de muerte, la niñez excluida de servicios fúnebres, etc. El problema es que nos cuesta hablar de la
muerte como algo normal. Decimos “fulano se nos adelantó”, “fulana pasó a morar con Dios”; en inglés, “she passed away”. Nos cuesta decir, “fulano murió”. Es como si al usar eufemismos de alguna manera u otra alejáramos la realidad de que la muerte nos tocó. Nos preparamos para los nacimientos, pero nunca para la muerte, y cuando llega el 31 de octubre nos escandalizamos ante tantas imágenes de muerte, sobre todo cuando a la vuelta de la esquina en el calendario está la época de Navidad. ¿Qué nos choca de la muerte? ¿Sus imágenes grotescas, el enfrentarnos a la realidad de que nuestra última morada física será una tumba y que debajo de nuestra piel solo somos huesos o quizás un miedo interno a todo lo que no sea vida? ¿Es que acaso se nos ha enseñado que todo lo muerto es malo? La muerte no debe causarnos temor –es un hecho real e inevitable. Por ende, este primer día del Triduo Mortuorio nos enfrenta con la muerte en general, con la de nuestros seres queridas y con la nuestra. El 1 de noviembre nos expone al tema de los santos y santas que han muerto en Cristo. Esta celebración es considerada por muchos círculos cristianos como una fiesta solemne en recordación por todos aquellos difuntos que se han santificado por la muerte y gozan de la vida eterna en presencia de Dios, sean santos beatificados por la iglesia o no. En este día recordamos con gratitud a los cristianos y cristianas de todos los tiempos y todo lugar que han sido fieles testigos en el servicio de nuestro Señor Jesucristo. Celebramos la comunión de los santos y santas al recordar a quienes han fallecido, en la Iglesia universal, así como en nuestras congregaciones locales. No importa si nuestras congregaciones tienen 10 años de fundadas, o 115, siempre existirán en nuestra memoria hermanos y hermanas que ayudaron en su fundación, y ya descansan en los brazos del Señor. Por eso es significativos que, al celebrar este día, se mencionen a viva voz los nombres de todas las personas fallecidas durante el año anterior, como parte de la Respuesta a la Palabra, después del sermón. El segundo día del Triduo Mortuorio nos hace reflexionar en torno a los santos y santas que ya no están en medio nuestro, y nos invita a elevar oraciones de gratitud por sus vidas, servicio y testimonio. Aún en la muerte, son parte de esa gran nube de testigos y, ¿por qué no?, parte de nuestras oraciones. El 2 de noviembre nos expone al tema de los muertos, quizás el día menos relacionado a nuestra realidad cultural. Para muchas culturas milenarias, el paso de la vida a la muerte cómo momento emblemático, ha dado pie a la admiración, temor e incertidumbre. Diversos pueblos milenarios han generado creencias en torno a la muerte y desarrollado ritos para venerarla, honrarla e incluso burlarse de ella. Quizás México sea el país que más practique esto por medio del Día de los Muertos. Pero, ¿qué podemos aplicar o aprender de esto? Quizás la manera más sencilla de explicarlo y entenderlo es viendo la película “Coco”. Los muertos, sobre todo los de nuestras familias, siguen siendo parte de nosotros. Este día nos invita a recordarlos por medios más allá de simple hablar de ellos: fotos, comidas, bebidas, artefactos que nos recuerden a ellos. No es adorarles, sino recordarles y venerarles con respeto. Al recordarles, viven.
El mundo protestante mira con escepticismo el término “santos / santas”, y ni pensar en orarles. El argumento común sería: Cristo es nuestro mediador y no necesitamos ir a nadie más. ¿Pero acaso no hemos compartido una petición de oración con alguna amistad? ¿Le hemos pedido a nuestro pastor o pastora que ore por nuestras peticiones? ¿Hemos admirado a otra persona por poseer una fe más fuerte que la nuestra, añorando quizás conocerles mejor y moldear nuestras vidas usándoles de ejemplo? ¿Acaso no creemos en la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo y la vida perdurable? Pues quizás no sea tan alocada la idea de pedirle a nuestra tía fallecida o a uno de los primeros mártires que ore por nosotros en nuestra hora de necesidad, así como se lo pedimos a nuestras amistades vivas. Hebreos 12 nos dice que estamos rodeados de una gran nube de testigos, aquellos santos fallecidos que se regocijan ante la presencia de Cristo y nos estimular a terminar la carrera. Pertenecemos a esa comunidad que no está atada al tiempo y el espacio; una comunidad conectada por el Espíritu Santo que levantó a Cristo de entre los muertos. El Triduo Mortuorio es una excelente oportunidad en el año para tratar el tema de la muerte, los muertos y su relación con nosotros –una excelente oportunidad para vivir la muerte. Total, al final, In vita, mors certa est (En la vida, la muerte es certera).
Rvdo. Dr. Julio R. Vargas Vidal 30 de octubre de 2018