Cuéntame una de vaqueros y otros relatos para terminar conectados

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CUÉNTAME UNA DE VAQUEROS Y OTROS RELATOS PARA TERMINAR CONECTADOS

A manera de presentación Necesariamente innecesaria 2


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Estos relatos fueron escritos basados en hechos de la vida real. El autor asume la responsabilidad de algunas alteraciones en cuanto a la forma en que son descritas las historias aquí contadas, para evitar probables futuras sanciones de carácter judicial, los nombres de los personajes han sido modificados para no revelar su verdadera identidad. Como al autor le fue solicitado que escribiere un libro de cuentos, el mismo (es decir: yo) comenzaré como decía mi madre cuanto notaba mi tartamudez ante la eminente falsedad de alguna explicación de mi parte: “Cuéntame una de vaqueros” pues a contarles voy, junto con otros relatos no menos interesantes, para que cerremos el libro conectados.

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“Cuéntame una de vaqueros”

Las películas de vaqueros siempre me han traído malos recuerdos. Siendo pequeño, tendría quizás unos ocho o nueve años, mi madre y yo, todas las tardes después de cada almuerzo, nos sentábamos al frente del televisor a mirar una serie del lejano oeste… no logro recordar su nombre, pero sí recuerdo que las imágenes eran en blanco y negro y que en cada capítulo los conflictos de la trama eran resueltos por dos pistoleros, ambos con sendos revólveres ajustados a los costados del cinturón. —Maldito Jack, pagarás caro la muerte de Linda— Decía el que estaba más furioso de los dos, pero resulta que la Linda, a la que el decidido vaquero honraría su muerte con el duelo de armas, no era precisamente una mujer, muy frecuentes en las historias de vaqueros y como en todas las telenovelas de hoy día: de hermosa tez y voluptuosas tetas. Pues… no. La Linda, de aquel duelo era la yegua preferida de Hamilton (el otro contrincante) que a más de veinte metros de distancia estudia cuidadosamente a su rival, en medio de un patio desierto donde nunca falta una brisa artificial arrastrando algunas pajas secas y un sol cuya intensidad no deja otra cosa que pensar que el calor debe ser superior al de los treinta y nueve grados a la sombra. El fulano, masca con aparente elegancia un pedazo de tabaco, sin que nada de lo antes descrito lo perturbe: la amenaza de un hombre armado de coraje y además con dos armas en su cinto, decididos los tres (armas y hombre) vengar a Linda. El coraje de este, 4


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que perdió su mejor equino, la brisita transitoria que pone a danzar unas monas pajillas secas y aquel tremendo calor… y el condenado, para colmo trae unas botas de cuero que casi le llegan a la rodilla, un pantalón que no sabemos nada de su color pues, cómo lo vamos a saber, si para ese entonces la moda en televisión eran los grises, algo bastante práctico para los diseñadores de vestuarios de aquella época, ya que les importaba un pito los colores disponibles o no en los telares. Lo mismo, la camisa, que aparte de ser manga larga, encima le encaraman otra prenda, tan larga como una gabardina. Es así como el retador se queda mirando a su enemigo. Ya el director le ha dicho que espere la toma de los alrededores, el desplazamiento de la cámara desde las botas que debe friccionar contra la tierra, para generar en los espectadores la imagen de un toro de lidia que está a punto de embestir a su presa. Tampoco debe decir nada mientras la cámara toma la imagen del cinturón con su respectiva hebilla gigantesca. Así se van consumiendo unos dos minutos más o menos, tiempo que para cualquier muchacho de aquella edad resultaría un siglo. Sin embargo allí permanecía yo, con los ojos queriendo saltar hacia la pantalla. Luego de la larga espera, toda la imagen queda cubierta en un primerísimo primer plano de Hamilton, que busca afanosamente le renueven su contrato. Es así pues, como deja exhibir si prejuicios su cara en la que se muestra la obra de arte del maquillador que magistralmente le ha pintado una cicatriz desde una de las cejas hasta el mentón. Al fin se dispone a decir su texto mortal, o quizás a desenfundar primero; no lo sabemos, los espectadores somos siempre los últimos en enterarnos de todo. Giré nervioso para ver el rostro de mi madre, que también nerviosa empuñaba sus manos ante el inminente

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desenlace… nuestra casa quedó presa de un frío aterrador. — ¡Hay va! ¡hay va!— Repetía cada vez más angustiado. Sin embargo, el recuerdo de esa tarde se resume en tres cosas impensables que me sucedieron una detrás de la otra, en menos de tres segundos: Vino un apagón de luz. Vino una solemne mentada de madre de mi parte… Y en consecuencia vino la mano perdida de mi madre a impactarse en mis labios. Paradójicamente… sangre esperaba y sangre encontré. Desde ese día oscuro —pues la luz se fue por más de tres días— desde ese mismo momento, comencé a odiar por siempre las películas de vaqueros.

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Dira, la gata asesina

A comienzos del invierno, muy temprano en la mañana, Rafa Constantino, como de costumbre, visitó la barbería de Víctor de la Vela. Un caballero de enorme estatura que tenía ya contados treinta y cinco años de su vida dedicado al negocio de cortar cabezas y podar quijadas. Pese a que el negocio estaba algo flojo en cuanto a ingresos económicos Víctor de la Vela, soñaba constantemente en retirarse a los ochenta y cuatro años de edad a visitar a unos hijos y a unos nietos, que jamás podría ir a visitar, porque aún no los había tenido. Rafa Constantino era su amigo de toda la vida. Ambos habían nacido en un pueblito muy pobre cerca de la costa; uno de esos sitios recónditos de la tierra donde las cigüeñas azules largan a cuanto bichito tengan encomendada la tarea de venir al mundo a vivir muertos de hambre. Desde recién nacidos, tenían grandes rasgos en común: desdentados, pelones, arrugados y feos. Ya adultos, sus vidas comenzaron a estar signadas por terribles calamidades. Rafa Constantino, era el más desdichado de los dos. La Dirección Estatal de Sanidad, le había cerrado su negocio de venta de comida rápida, porque habían llegado rumores de que la carne que allí se preparaba era de gato. Constantino, alegaba, que ni modo que la carne fuese de res, sabiendo todo el mundo lo lento que son todos los bovinos, imposible compararlo con gatos, que sin lugar a dudas se mandan unos carrerones de Dios nos agarre 7


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confesados. Rafa, sostenía rabiosamente que en los restaurantes de comida rápida debían servirse para el caso de las carnes, una pieza de un animal que represente velocidad como la del felino. Importante es señalar que Rafa tenía la cría de gatos “más grande de todo el continente”, por no decir del mundo entero, ya que se conocía sólo una minúscula parte de éste; por ello cuando cerraron su negocio y luego de haber pagado una considerable suma de dinero a consecuencia de la multa que le pusieron, se dedicó a criar gatos, ya no para el consumo humano, sino con fines ornamentales para las viviendas de las familias más pudientes de la región. Es así, pues, como comenzó a hacerse un experto de la raza felina. Descartaba cualquier criatura que aún sin abrir los ojos, manifestara alguna señal de ser un “macigato” —nombre dado por Constantino, para nombrar a los gatos macilentos— Por lo tanto, los gatos criados por él eran gatos de raza pura, de los que las señoras de clase pudiente de la época, pudieran pagar sumas interesantes de dinero, por aquellos ornamentos. Ya cerca de las once de la mañana, se encontraba con Dira, una gata angora que estaba preñada. Simulaba un gran “oso de peluche”, que en todo caso quedaría mejor dicho gato, pero como gato de peluche no es nada popular y comercial mucho menos, lo dejamos de este tamaño, y punto. Evidentemente que se trata de esos que hoy día se exhiben en modernas tiendas de los centros comerciales igual de modernos. Él, sentado en una butaca de la barbería, le acariciaba la oreja mientras esta le lamía su mano. 8


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—Dira es mí consentida, Víctor. En tres años me ha dado la cría más grande de felinos que ninguna otra de mis gatas en dos décadas. Cuando sea rico me iré de este pueblo a recorrer el mundo con mi Dira —Comentaba emocionado Rafa a Víctor, mientras éste se peinaba frente al espejo de una de las vitrinas del negocio en espera de la llegada de algún cliente. —El invierno no es bueno para el negocio de mutilar cabellos y eliminar barbas. — Comentó Víctor, de manera circunspecta. —Es mejor temporada el verano, los clientes hacen colas para despojarse de sus mentones y sus cabelleras. Estoy seguro, más que seguro, que es a consecuencia del calor. Bien cabe ese vulgar proverbio que reza: “donde hay pelo y sudor... hay mal olor” Luego de una pausa, detrás de un suspiro, continuó. —Es falso eso que se dice hasta debajo de las piedras, que somos personas puercas, pues no lo somos, al contrario nos gusta oler, vestir y vivir bien, lo que pasa es que... — ¿Qué? —Interrumpió Rafa, que seguía mimando a Dira. Por su parte, Víctor no se inmutó ni un instante en responderle: —Que en los últimos años han venido inmigrantes de muchas partes de este mundo, que traen costumbres que, francamente... Mujeres con pelos en los sobacos, hombres con cadáveres en los pies, unas verdaderas orquestas de corona en las axilas y para de contar, Rafa. —¡No todos, Víctor! —Replicó de manera inmediata Rafa, que seguía en su afán de 9


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manosear y manosear, a la pobre gata que más que caricias, lo que quería era que la soltara para irse a parir en paz. —Mi padre no era de estas tierras. No se bañaba, no por cochino, sino que el pobre sufría de catarros a consecuencia de una tormenta que le pescó en plena proa de un barco mercante, en donde trabajaba como barbero de la tripulación conquistadora, y a partir de ese momento, ¡zas¡ comenzó mi padre a sufrir de una grave tos seca, que dejó a la gente que logró escucharle, totalmente desconcertados, a mi madre, viuda, y a mí junto a mi hermano: huérfanos —Lo sé Rafa, lo sé, pero vamos a cambiar el tema y hazme el favor de dejar esa gata tranquila, me pones nervioso, hombre. —Es una manera de que se adelante el parto— señaló muy serio Rafa Constantino. —Ya tengo apartado unos treinta y cinco de sus críos. Tengo unas cuentitas que cancelar. Estoy convencido que Dira me va a resolver esta misma noche. — ¡Estás loco hombre¡ esos animales te tienen sin juicio. Ante aquella réplica por parte de Víctor, Rafa no dejó espacio posible para analizar que le había llamado demente, por lo que inmediatamente le refutó: —Sí, yo estoy loco, pero feliz, Víctor, profundamente feliz. Tú estás cuerdo, sí, pero infeliz, profundamente infeliz. Rafa, enseguida miró directamente al rostro de Víctor y no tardó en notar que sus ojos 10


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le brillaban como perlas entre las persianas de sus pestañas. Ante aquel claro dominio de sus aseveraciones, continuó abriendo las heridas de Víctor diciéndole. —Mira tu situación, cada día estás más viejo y más pobre. Ante aquella nueva aseveración que terminaba apagando una de las persianas de los ojos de Víctor, que trataba afanosamente de no dejar desprender de ella una gota de lágrima que intentaba escaparse, le dijo: —Basta, no hablemos más de ese tema. Sabes muy bien que odio esa reguera de pelos de gatos por todas partes. La salida por parte de Víctor, para poder lograr emparejar las acciones de aquella conversación, tuvo respuesta inmediata por parte de Rafa, que parecía no dar tregua hasta verle derramar la lágrima que comenzaba a humedecer en ese momento, ambas persianas. —Porque no son de humanos ¿no es cierto?— le dijo Rafa, en tono provocador — Sabes muy bien que esas papeleras tienen más de seis meses llenas de pelos, Víctor; seis meses que no llega ni un solo cliente a esta pocilga. —Mi suerte cambiará —le respondió Víctor— pero mientras sigas trayendo a este lugar tu espíritu negativo, lo que vas a lograr es que me termines de empavar, hombre. Dedícate a tus asuntos y yo a los míos. De pronto Víctor se asoma a la ventana de la tienda y ve aproximarse a un hombre con el mentón poblado de pelos. Su rostro brilló de alegría, una alegría indescriptible, pues el personaje reunía las características básicas de un buen cliente para la barbería. Vestía 11


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uniforme, lo que daba la impresión que era algún militar, fiscal de tránsito, policía o afín; traía consigo también una mochila, traía de igual manera una cara de tonto que confirmaba la impresión que a primera vista tenía Víctor de él. — ¡Viene un cliente!— le indicó emocionado a Rafa— Finge que habían muchos clientes, haz el favor de vaciar las papeleras, riega los pelos alrededor de las butacas. Una barbería sin pelos es una señal negativa para un negocio cuyo único fin es sustraer ese elemento extraño del cuerpo humano, los clientes se sienten más tranquilos al saber que no son las primeras ni las últimas víctimas de un cortador de cabelleras. El par de comerciantes comenzaron a preparar el terreno, evidentemente que era un cliente potencial. A su costado traía una mochila cargada de cosas, su frente llena de sudor, hacía suponer que la carga era bastante pesada o que venía de muy lejos e incluso ambas cosas; lo que nunca les cruzó por la mente es que aquel personaje, podía, de igual manera estar enfermo, porque es curioso verle la cara a un tonto que sudaba como una olla en medio de aquel frío, en medio de aquel invierno. Lo importante era que iba a representar el primer ingreso en seis meses de ese negocio. — ¡Buenas tardes¡ ¿En qué puedo servir al señor? Saludó amablemente Víctor, en ese instante no quedó la menor duda que era un agente de la milicia. No respondió al saludo, largó la mochila a un costado, tomó asiento y continuó mudo; completamente mudo. — ¿Desea el señor cabeza y barba, o sólo cabeza?— preguntó Víctor por si las dudas, 12


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no fuese a ser que el hombre sólo haya decidido, pasar a tomar una siesta para aliviar su cansancio. —Sólo barba. Por fin habló el personaje. Víctor, como para romper el hielo y para presumir de que gozaba de excelente clientela, le acotó —A nuestros clientes especiales le tenemos la promoción de cabeza y barba por el mismo precio y... —Le dije que sólo barba, ¿no ha entendido bien?— contestó de manera tajante el cliente. Rafa miró a Víctor con las cejas arqueadas indicándole que se dejara de payasadas y no dejara perder a su víctima. Víctor jamás había pasado situación tan incómoda en su vida, sin embargo, tomó sus herramientas y comenzó a hacer su trabajo sin pronunciar ni una sola palabra. Rafa hizo lo propio, pues seguía distraído manosea que manosea a la gata, que ya comenzaba a obstinarse de aquel acto fastidioso de su amo. La barbería se quedó en silencio, sólo el ruido de las herramientas de trabajo de Víctor, el latido de su corazón, el ronroneo sostenido de Dira y el ronquido del cliente que al momento de sentir la espuma en su cara se quedó dormido como un bebé de meses. A los pocos minutos, que parecían horas de silencio, hizo su entrada, Manolete Di Font. — ¡Buenos días tengan todos¡ les saludó. Mi nombre es Manolete, pero mis amigos me dicen mano— Falto de imaginación, falto de elegancia al vestir, falto de prudencia y a 13


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simple vista... falto de cerebro. Un completo y absoluto chiflado. Manolete, era todo un vendedor de circos, traía consigo, dos maletas cargadas de sueños. Víctor y Rafa explotaron de alegría al contemplar la imagen de su amigo. Fue un momento muy especial, los tres se abrazaron e inmediatamente el ambiente se iluminó de una alegría indescriptible. —Mano, Manolete ¿Dónde te habías metido?— preguntó Víctor, que retomó la tarea de seguir afeitando a su cliente, que pese al ruido del saludo continuaba roncando. —Recorría el mundo. Comencé a navegar en una embarcación pequeña para turistas. Allí hice de payaso animador, cantante, pianista y cuando la cosa estaba algo floja de ingresos por lo paupérrimo de las propinas de los tripulantes, fregaba los pisos. — ¡Qué asco! Interrumpió Rafa, que mientras escuchaba el relato, buscaba y con acierto tomaba debajo de una mesa de la barbería a Dira. Encontrada la gata, Manolete, retomó su conversación. — ¡Fue todo una experiencia! Nueve meses en el mar, los dos primeros una gran insolación, los otros seis excelentes ingresos en propinas y el último, bueno... — ¿Qué pasó después?— preguntó Víctor que ya se había despachado las dos patillas de su cliente. —Estas dos maletas repletas de mercancía, son parte de mi historia... Víctor y Rafa, se miraron sorprendidos, a lo que el segundo le preguntó: — ¿Te las 14


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encontraste o robaste? —Ni me las encontré ni me las robé— respondió enseguida Manolo mientras se servía una taza de té, que al probarla y detectar que estaba helado la dejó de nuevo en su sitio. —Me la dieron como parte de pago. ¿Recuerdan la tarde en que partí? paseaba por el muelle y me detuve frente a una embarcación que me llamó la atención, puesto que era la única que no tenía bandera, me senté en unos cajones de madera y comencé a sacarle algunas notas a mi guitarra. Fue entonces cuando un hombre bastante gordo me contrató para que animase la tripulación de un supuesto tours turístico. Le pregunté quiénes eran y me respondió, “Hermanos de la Costa”. Tomé mis pertenencias y subí con ellos. Todo era armonía y paz, pese a algunos contratiempos. Como les he dicho, pasé los dos primeros meses bajo un sol insoportable, lo que me produjo por supuesto, una insolación de pronóstico reservado, que tardó meses en sanar. Pasadas un buen número de semanas, vi como los hermanos de la costa, que de paso, lo de hermanos no era una acepción religiosa precisamente, pues como a eso de las cinco de la mañana se estaban entrando a cañonazo limpio con otra embarcación, que lo único que las diferenciaba era que la enemiga, tenía una banderita negra con una blanca calavera con dos huesitos muy monos parecidos a un par de fémures en forma de “equis”. Aquel relato robó la atención de Rafa y Víctor, que se mostraron deseosos de seguir oyendo. Por lo que Manolo, continúo su relato ahora en tono más grandilocuente. —Comprendí que viajaba sin percatarme de ello con... — Hizo una pausa, para 15


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llamar aún más la atención, luego enumeró con los dedos —Filibusteros, Zee-Rovers, Corsarios, Bucaneros, Piratas... — Cuando se le acabaron los dedos se quedó mudo y Víctor, luego de hacer pausa en la depilación de su cliente, que continuaba dormido, preguntó. — ¿Y eso qué es? — ¡Ladrones de mar¡ —respondió exaltado Manolete. — ¡Ave María Purísima!— dijo Rafa, e inmediatamente se persignó— ¿y qué hiciste? —Hablé con el gordito, le expuse mi situación y a pesar de su peso no caía como tal. Entendió, me dio las dos maletas que hoy traigo conmigo y en la primera parada me bajé. —Pero mira al tío, qué aventura más fantástica —dijo Rafa— Algún día, más temprano que tarde me iré con mi Dira a recorrer el mundo... Aquella tamaña ridiculez dicha por Rafa, fue pasada por alto, por parte de Monolete, pues, tomó el equipaje, hizo una pausa como tratando de recordar lo que iba a decir, hasta que finalmente pudo convertir su laguna mental en un simple espejismo y les dijo: —Les traje unos regalos. Se los entregaré ahora mismo— Mientras comenzaban a abrir sus respectivos regalos, Manolo proseguía con su dialogo. —A mi amigo Víctor le recomiendo que tire esas viejas navajas y use éstas de plata. Le dará más prestigio y de seguro mayor suerte. A Rafa una peineta especial para sacar 16


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pelusas, lo mejor para peinar felinos, caninos y afines. Entregados ya todos los obsequios, que consistían apenas en un par de navajas de afeitar y una peineta, Manolo se dispuso a retirarse del lugar para buscar hospedaje en algún hotelucho cercano a la barbería. No obstante, a Rafa se le ocurrió la idea de preparar un nuevo té con el propósito de que sirviera como brindis de bienvenida. Rafa era un maestro en el arte de preparar infusiones y cualquier otro tipo de guarapos, arte que había aprendido de un malagueño que durante más de cinco años fue el cocinero oficial de su antiguo restaurante. Tomadas las respectivas tazas de té y en etapa terminal la tumbada de pelos de la barba del cliente de Víctor, aconteció un suceso que cambiaría las vidas de Víctor, Rafa y Manolete para siempre. La alegría y emoción de aquel encuentro, se vio truncada, gris, oscura... lúgubre. En un momento de descuido, Víctor sin percatarse que Rafa había ido a tomar una nueva taza de té dejando en libertad a la gata, que se sacudió a más no poder, largando centenares de pelos por todas partes, y como suelen hacer todos los gatos que se respeten y se consideren como tal, ésta se dirigió directamente a los pies de Víctor para rascarse y hacer cuanto tipo de meloserías propias también de los gatos. Fue entonces, cuando Víctor en ese preciso instante retiraba los últimos cañonejos de la garganta de su cliente. El chillido de Dira, producto de la bota talla cuarenta y seis de Víctor, el alarido de dolor del cliente y el Ave María Purísima de Víctor, y Rafa fueron una 17


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sola voz en aquel localito que fungía como barbería. El destino estaba marcado para aquel animal que lo único que quería aquella tarde era parir por enésima vez. La gata fue alcanzada por gotas de sangre que emanaban a chorros de la garganta del cliente. Dira se retiró en carrera, como quien no quiebra un plato, sino un vajilla completa. Al salir de la tienda una vieja enormemente gorda y fea, traía consigo una gata en los brazos, dispuesta a ingresar a la barbería, pues tenía la información cierta de que Rafa estaba en ese lugar. Vio salir como un espanto de aquel sitio a la gata salpicada por gotas rojas, y detrás de la gata al cliente, que también pretendía abandonar raudamente el local pero en su caso en busca de un doctor ya que traía las manos tomadas al cuello para detener el inmenso chorro de sangre. Es sencillo imaginar lo que la señora ingenuamente había pensado en ese momento. Acto seguido, la humanidad de la señora cayó infartada a pocos metros de la entrada de la tienda, pues la mujer creía fehacientemente que la gata había mordido al cliente en el cuello, arrancándole de raíz la nuez de Adán.

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Cigüeñas azules en el cielo

En la prisión del Destacamento Cuatrocientos Veinticinco, se encontraban finalmente tres almas indefensas y llenas de profundo terror, la sentencia dictada por el órgano máximo de justicia, definitivamente se había equivocado en su veredicto. Víctor, Rafa y Manolete, eran inocentes, unos panecillos de Dios. Pero buenos o no el mal ya estaba hecho: Sentenciados de por vida a prisión. Víctor y Rafa, meditabundos, contemplaban fijamente la luz que se divisaba a través de los barrotes de una ventana ubicada a lo alto de la celda; mientras tanto Manolete mantenía un sueño profundo en un camastro que pretendía ser litera. Al observar la posición fetal que asumía Manolete al dormir, despertó en sus dos amigos gran curiosidad. Manolo no provenía exactamente de un vientre materno, como el común de los seres humanos que vienen al mundo. Sus mentes se remontaron a aquel momento glorioso en que ambos, contando con tan sólo ocho años, corrían a una colina del poblado donde habían nacido, a contemplar el cielo teñido de azul intenso, un ciclorama espectacular mareado con pinceladas finísimas producto de los movimientos acrobáticos propiciados por el vuelo majestuoso de más de quinientas cigüeñas azules. Aves éstas que buscaban afanosamente el camino más corto y placentero para llegar al lugar preciso, la dirección exacta, a la fecha y hora convenida por el Supremo, para consignar sus encomiendas. La cigüeña azul que transportaba a Manolete era la más vieja del grupo, su plumaje 19


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azul parecía desteñido por la lluvia y el sol, el cansancio y la fatiga por lo largo del viaje era evidente, su aleteo y movimiento oscilatorio de la cabeza le delataban a kilómetros de distancia, que estaba vieja, cansada, con la esperanza y los sueños perdidos, con la nostalgia que le embarga la idea de saber que al llegar al nido sólo existe un pasado carcomiendo el presente, el saberse ausente de calor por el recuerdo de los que una vez estuvieron, que se han ido, que no volverán... Todas estas cosas hicieron que la extraña matrona perdiera el control. Todos los niños del pueblo y en especial Rafa y Víctor, veían con asombro la forma precipitosa como descendía de un soplo la extraña nave, con su carga igual de extraña.

El descenso de la colina por parte de Víctor y Rafa se hizo en un santiamén.

Vamos Víctor— dijo Rafa emocionado —Va al establo de doña Tina. Con la respiración entrecortada Víctor y Rafa llegaron al portal de la parcela de aquella señora. Tenemos que entrar, Rafa —dijo Víctor. —¿Pero cómo? Doña Tina nos mataría. Además estará en estos momentos alimentando a su bebé— acusó Rafa. Ambos se miraron fijamente y luego de una corta pausa se escuchó al unísono, ¿Cóomo? —Víctor, doña Tina tiene más de setenta y nueve años, su único hijo ha muerto hace tres años. Tal vez no lo recuerdes, pero se llamaba Fray Luis. —Claro que lo recuerdo— dijo Víctor — teníamos cinco años, pero lo recuerdo 20


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perfectamente, lo que no termino de recordar y mucho menos entender, es cómo puede tener críos doña Tina, si hace más de treinta años que no tiene marido. Pues como se ha oído por el pueblo, el gran irresponsable de su ex un buen día, después de unas fiestas patronales en el pueblo del Empedrao, conoció a una joven gitana diez años menor que él. La desposó y picó los cabos dejando a la pobre doña Tina sin una moneda y con el pobre Fray Luis de apenas tres años. — ¡Mira Víctor¡ —interrumpió Rafa— señalando el techo de paja del establo, es el ave azul, se va, está volando y sin carga. Vamos a entrar. Inmediatamente saltaron la cerca de madera y corrieron presurosamente al establo; entraron luego en silencio al compartimiento de cabras que curiosamente se hallaban en completo y absoluto silencio. Avanzaron unos cuantos pasos más y divisaron un cenital en aquel escenario que iluminaba el rostro de una de las cabras que se hallaba acostada; mostraba un mar de lágrimas en sus ojos. Se aproximaron un tanto más para ver mejor. Allí vieron la primera escena más espantosa de sus vidas, el bellaco de Manolete mamaba afanosamente de la teta de la cabra. Un grito a dúo, espantoso y ensordecedor por parte del par de chavales, puso nerviosos a todos los animales. Abandonaron en seguida aquel lugar, sitio que creían embrujado, sitio al que hacía más de tres años no visitaban porque siempre estaba solo, desértico, frío... — ¡Doña Tina, doña Tina! —gritaban a más no poder. A los pocos minutos llegaron a la puerta de la casa. Golpearon insistentemente unas 21


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doce veces, hasta que por fin Víctor mira a Rafa, y éste en señal de aprobación de lo que la mirada de Rafa le señalaba le dijo —Entremos. —Buenas, doña Tina. ¿Podemos pasar?— coreaban los dos chiquillos, mientras daban pasos lentos, pero bastante seguros. Al fondo de la casa se divisaba de espaldas una mecedora y frente a esta una ventana donde podía visualizarse como enmarcado en madera el firmamento tan profundo como lejano. Los muchachos se detuvieron y Rafa dijo en baja voz —debe estar dormida. —Buenas, doña Tina, señora... Mientras avanzaban cada vez más lentos en dirección a la mecedora, procuraban en cada paso hacer más ruido para poder inducir el despertar de doña Tina. Querían afanosamente contarle la historia espantosa que se estaba desarrollando en su establo. Fue entonces cuando en ese instante vieron la segunda más espantosa, pero si se quiere tierna de las imágenes de su infancia. El cuerpo enjuto y seguramente frío de doña Tina; sus ojos aún húmedos y fijos ante el firmamento, sus manos apretaban sutilmente dos agujas grandes con que había estado tejiendo un par de escarpines. Al lado de la mecedora una gran cesta de mimbre repleta de ropa para niño, tejida por ella misma y sobre la propia cesta la fotografía de Fray Luis, tomada la misma tarde que zarpó al mar y el mismo día que se sucedió la noticia: La goleta se había hundido y los tiburones se habían almorzado la tripulación.

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El último cigarrillo

Aquella tarde de visita nuevamente en el Hospital “Padre Oliveros” acudí como de costumbre desde hacía una semana que allí habían internado al poeta Roco, a leerle algunos apuntes sobre el nuevo libro que yo estaba escribiendo. Me acicalaba lo más cómodo posible en la silla para visitantes mientras él, tendido en su cama cerraba los ojos para limitarse solo a escucharme. Finalizada mi lectura, menuda desilusión: dormía como un bebé envuelto en una sábana blanca que cubría su angosta y larga humanidad. Igual no le gustaría, pensé, por lo que me dediqué a observarlo y también detallar la habitación. Cerré la libreta con mis apuntes y quise recordar los grandes momentos en que la bohemia nos había abrazado en cada bar, en cada club en cada verso de la vida. De pronto, las paredes de la habitación donde reposaba Roco, comenzaron a crujir repentinamente como si se tratasen de paredes de cartón. El friso sorprendentemente se desprendía cayendo en forma de conchas hacia el piso de granito. La causa era un grupo de insectos que emanaban de las paredes. Centenares de cucarachas habían invadido el lugar y asumían una actitud devoradora ante todo lo que se encontraba a su paso. Tenía conocimiento de la existencia de cucarachas en el sanatorio, pero nunca el que fuese una población tan grande. Al

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desprenderse el friso pudieron verse mejor. Comenzaron a caer como ejércitos, las maléficas criaturas treparon a la camilla de Roco de manera acelerada. Una vez conquistada la colchoneta, la cual fue devorada al instante, penetraron en la integridad del poeta a través de su boca. Mi angustia se hizo indescriptible, quise oponerme a tal ataque pero mis piernas, producto del terror se hallaban inmóviles e indefensas. Tenía la intención de auxiliarlo, sin embargo, me figuraba que aquellos demonios podían tomar cualquier tipo de represalia en mi contra. Me limité impotente a mirar como un grupo de cucarachas que no pudo ingresar al cuerpo del poeta, se apareaban incansablemente. Luego noté con repugnancia la piel estirada de aquel cuerpo inerte, allí los insectos depositaban sus huevos para la final reproducción. Los bichos estiraban la garganta de Roco, se oían traquidos de huesos desgarrados y partidos, producto de las mordidas producidas por aquel millar de cucarachas. Finalmente se abrió una fosa cavernosa justo en la garganta. De allí gran parte del grupo que había entrado minutos antes a través de su boca, salían en tropeles una vez consumada su sed de carnes, órganos y huesos. No quedó una sola prenda de las que cubrían al poeta: las sábanas, la almohada, su bata, sus medias, su interior, todo; convertido en pelusas y su cuerpo en un escombro humano. La melena gris estaba mermando tal como el ataque de aquellas bestias. Tuve deseos de romper la ventanilla de vidrio y lanzarme a través de ella para ponerme a salvo, fuera de la habitación. No obstante me detuve al ver cómo aquel cuerpo comenzaba a adquirir una imagen esquelética.

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Sólo huesos quedaron, pensé que allí cesaba el ataque pero no. Millones de embriones, huevos depositados en la piel, habían cobrado vida y junto a sus diabólicos padres comenzaron a destrozar los largos huesos.

Hoy la noche se me hizo larga, intento escribir al menos una línea, pero la ausencia de Roco, me lo impide. Solo en mi habitación inhalo el humo del tabaco residual dejado por el poeta. Aún le siento respirar en la cama superior de la litera, recitándome poemas alusivos al día anterior en que el cáncer le apagó la musa.

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Contraluz

¡Me lleve la madre!— Dijo Sandro, viendo el reloj de la pared que ya le indicaba que estaba cerca la hora en que debía ser relevado en su tumo. Se desplazaba de un lugar a otro sin saber a ciencia cierta qué esperaba o qué buscaba. Oyó sonar el teléfono, esperó varios repiques hasta que por fin se decidió a contestar. La llamada era para reportar un incidente ocurrido en horas de la madrugada. Tomó los datos en una libreta destinada para tales fines, cogió su chaqueta, enfundó su revólver y le pidió a su compañero de tumo que recogiera inmediatamente. —¿Qué sucede?— Le preguntó Aníbal. Sandro, que así llamaban al oficial, hizo una pausa, mientras sorbía el último trago de café y sin darle mayores detalles le dijo que había un treinta y cinco en el Hotel Ricardo. Una vez llegado al lugar del suceso, se encontraron ante una falsa alarma. En lugar de un cadáver, encontraron a una mujer semidesnuda gritando de manera compulsiva. Sostenía que en el baño de la habitación que en ese momento ocupaba, se encontraba un cuerpo inerte guindado del tubo de la ducha. Una hora más tarde, Luisana no terminaba de salir de su asombro. El comisario Sandro, con voz aguda le acusaba con el dedo índice, lo que hacía que Luisana se sintiese como un insecto. Descendió la mirada como queriendo ver reflejado su rostro en algún 26


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espejo aparentemente ubicado en el piso de la habitación. Luego de una pausa, ahora más calmada, dirigió por vez primera la palabra al par de agentes que le interrogaban sin lograr sacarle palabra alguna hasta ese momento. Luisana en apariencia representa unos treinta y cinco años, cabello corto, de mediana estatura y con una mirada desgastada por los años, los trasnoches y las farras, aunque realmente era diez años menos de los que aparentaba. Acusó que aquel hombre había sido su cliente sólo esa noche. Los agentes se miraron, mostrando en sus semblantes un evidente avance dentro de la investigación. Sandro le miró a los ojos y le dijo —Continúe— Ella comenzó a maldecir la noche anterior, se llevaba las manos a la cabeza como buscando alguna explicación ante aquella situación que no terminaba de entender. En ese momento la habitación comenzó a tomar matices de incertidumbre… de dudas. Aníbal, por su parle no hacía otra cosa que tomar notas en su libreta, sin hacer ningún tipo de comentario. Luisana continuó hablando y confirmó que ambos estaban borrachos. Que se le había presentado como Arturo, lo describió como un auténtico semental. Ojos bellos, larga cabellera, un hombre entero. Reconoció que el hombre le atrajo y rápidamente se ajustó el precio. No tenía otra alternativa que contarlo todo y dentro de los detalles buscaba huir por la tangente diciendo que la noche estaba floja y que ella por lo tanto se encontraba deprimida, aunque en verdad lo que necesitaba era el dinero y nada más. Para Luisana su encuentro no había sido con un 27


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hombre común y corriente, sino que por el contrario catalogaba su actuación como la de un animal en celo, la juventud, su rostro que a veces parecía ser de ángel y luego se desdibujaba en demonio, se tonificaba en la figura de sus brazos, fuertes, robustos, en la oreja tenía un arete, una especie de piedra azul, en un costado tenía tatuado una mariposa, en el otro una rosa y en la espalda… —jCoño!— Ya no quería confesar más, aseguró que lo había tenido más de dos horas sobre ella. Los inspectores continuaron sin inmutarse en su interrogatorio y Luisana comenzaba a perder la paciencia —¿Adónde quieren llegar?— les preguntó. —Al robo— dijo Sandro. Le aclaró que el carro que estaba en el estacionamiento del hotel, lo habían reportado como robado y que ella era la principal sospechosa, pues la habían visto ingresarlo y salir sola de él. Por más que Luisana, explicaba que había entrado con un hombre a la habitación, jamás le creyeron, pues las personas de turno en la recepción del hotel la vieron entrar sola. Por su mente pasaron cualquier cantidad de interrogantes, pues aún sentía los latidos del semental, que le había propiciado no menos de seis orgasmos la noche anterior. El hecho de la investigación para ese momento según le explicaban los agentes, no era por el que se hubiese amarrado una borrachera y se haya dado unos cuantas inhalaciones de cocaína y luego comenzar a alucinar cosas, como eso de que un hombre bien parecido, la cortejó y se acostó con ella y le produjo múltiples orgasmos... y luego la falsa imagen de verle colgarse en el baño del hotel. Evidentemente que las cosas se complicaron para ella, estaba involucrada en dos situaciones que por efecto del alcohol y la 28


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droga, no podía recordar claramente. No obstante, mantenía firme su posición de que el hombre con quien había pasado la noche, se había colgado en la ducha y que ella era incapaz de robarse nada. —Sólo conduje hasta el hotel— decía una y otra vez, pero fue inútil. *** A la habitación entró el médico de turno y le dio de alta, por lo que inmediatamente quedó formalmente detenida y puesta a la orden de la policía. Luisana caminó pausadamente a través de los pasillos del Hospital Central; tras ella el cortejo de chaquetas negras y camisas azul celeste de los agentes policiales. Rumbo a la comisaría, Sandro tarareaba una melodía, mientras que Aníbal conducía la unidad. En el asiento trasero de la patrulla, iba Luisana cubriéndose el rostro con las palmas de la mano y apoyando los codos en las rodillas. Las paredes de la celda individual dónde introdujeron a Luisana, una vez, tomados sus datos personales, se hicieron un espanto en su mente. Necesitaba comunicarle la situación al resto de sus compañeras de trabajo. Logró que una agente, le regalase un cigarrillo que comenzó a fumar hasta consumirlo completamente, en cada fumada el acto de lujuria retornaba a su mente como una película cinematográfica, cada acción, cada detalle, cada gesto… los gemidos ensordecedores de ambos cuerpos devorándose entre las sábanas. Las inhalaciones constantes ante las imágenes diabólicas de seres extraños que se habían hecho presentes para observar aquel acto lleno de erotismo y fantasía. 29


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Logró finalmente tumbarse en el camastro mientras imaginaba, entre cuadro y cuadro su experiencia última, hasta quedarse dormida. A la mañana siguiente, Sandro se presentó con las llaves de la celda. Luisana se levantó con la sensación que el comisario venía a llevarla ante un paredón de fusilamiento. Que verdaderamente había robado un vehículo aquella noche. La duda la invadió y no le dejó otro recurso que aceptar que antes y después de la faena carnal no recordaba absolutamente nada. Sólo recordaba el durante junto al amante misterioso. —Puede irse— Dijo Sandro con voz aguda. Luisana salió corriendo, como huyendo de sombras que atormentaban su paz. Como pudo llegó a la casa que compartía con otras mujeres, sin dar ninguna explicación, echó algunas de sus pertenencias en un bolso y se fue a la parada de autobuses para abordar uno en dirección a la terminal. Sentada en el asiento de la ventanilla recordó el día en que había llegado a la ciudad, al tiempo que buscaba responderse preguntas en torno a lo que había pasado realmente y por qué la habían dejado en libertad. Sin embargo, los ojos de su alucinante Arturo, jamás podría borrarlo de su mente, ni de su memoria. Han pasado varios meses, y en el bar, donde trabajaba Luisana, al menos una vez por semana, estaciona un carro deportivo color blanco, del que desciende un hombre joven, de brazos fuertes, robustos, con un arete de piedra azul en la oreja, una mariposa tatuada en un costado y en el otro, una rosa. Además de una bufanda de seda que le cubre una cicatriz en el cuello, ocasionada en una noche llena de contraluces y lujuria.

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Adorada doncella

Aquella mañana, Amanda se demoró más de lo previsto dentro de la sala de baño del hotel. Me tumbé en la cama, para ver en el televisor el noticiero matutino que anunciaban una decena de asesinatos ocurridos en la capital en tan sólo un fin de semana. Era una costumbre envenenarse la mente con aquellos excesos pornográficos. Me aferré al control del televisor buscando la esperanza de encontrar un canal de deportes y paré el cursor en un canal de variedades, al ver en la pantalla, chicas en bikini que mostraban una clase de gimnasia me detuve, porque al fin y al cabo se trataba de deportes. La moderadora del programa mostraba una figura de revista. Su imagen de princesa despertada a simple vista una pasión indescriptible. La imaginé tirada en mi cama con sus movimientos oscilatorios aplicando un ungüento destinado farmacéuticamente para reducir los pliegues que se agregan al costado del abdomen. ¡Y uno, y dos… y uno y dos…! Imposible ocultar la satisfacción de aquella hembra que coreográficamente mostraba sus virtudes cognoscitivas en el arte de producir la sensación de perder peso a pasos acalorados. La profesora penetró por mis pupilas abriéndose paso con las piernas ante las persianas de mis ojos; su vestimenta ceñida al cuerpo permitió un mejor desplazamiento 31


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hasta que la tuve toda en mis entrañas. Coqueta transitó por mis fosas nasales produciendo una extraña sensación de alergia que me generó simultáneos estornudos. Luego descendió hasta mis costillas y con sus manos las fue apartando cada una a su tiempo, una por una para internarse, como era su propósito, en mi corazón; luego no dudó en diluirse hasta convertir sus carnes en líquidos que comenzaron a ser atraídos y expulsados a través de las venas. Así se estuvo por bastante tiempo, produciendo erupciones de placer sobre mi piel y el sudor de todo mi cuerpo aferrado a las sábanas que de inmediato se empaparon a pesar del frío de la habitación producido por el aire acondicionado. Ella, tan atrevida se dispuso con acierto a navegar hecha sangre hacia mis intimidades y vi mi esencia masculina ardiendo en la ferocidad de la fuerza de sus propios músculos. —Ha llegado demasiado lejos— pensé. Y tomé con la diestra aquel exceso que emanó desde mis adentros y froté queriendo que su cuerpo saliera expulsado nuevamente. *** Al fin, Amanda salió con una toalla que cubría sólo su cabeza, su cuerpo estaba completamente desnudo, y aún emanaba agua con algo de jabón. Acostumbrada estaba a verme en aquellas acciones, pero igual me sentía sorprendido en el acto y por vez primera ruborizado.

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Se echó a mi lado y quitó de su cabeza la única prenda que le cubría. Difícil era suponer que encontrara en el baño del hotel una tolla tan grande como para cubrir su cuerpo. Y como mi eterna y fiel amante, una vez más, extrajo con su enorme cuerpo una doncella más de mis impetuosas fantasías.

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Réquiem para Él por Ella

Los descubrí desde el mismo instante que dejaron de pertenecerme. Él y Ella fueron producto de mis noches de duelo, de lágrimas sombrías emanando de mi rostro enjuto algún perdón. A Él, en medio de elucubraciones noctívagas decido asignarle el rol protagónico. Le advierto que Ella… perspicaz y altiva en imagen y entendimiento le haría presa fácil gracias a los detalles exquisitos de su figura lozana. Reitero la advertencia —No es una historia de amor— A Él —mi producto primogénito— concebido para el arte del color; le ofrendé un lienzo de tamaño singular para que copiase todas las formas del cuerpo de Ella. Para que del blanco talle de cada rasgo finito de sus formas evocare a Grecia en todo su esplendor. Ella, artificiosamente decorada, decodificó mis intensiones. Mi paternidad y gloria creadora para el Frankenstein de este relato del cual confieso desconocer su fin. Logro finalmente la esperada cita a solas con Ella, en el bar donde los he creado a ambos. Le advierto nuevamente sobre la aberración incestuosa: “¡ Maldición… no es una historia de amor!”

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Ella coqueta se ciñe aún más al pelaje que oculta su alma. Luego de un sorbo arrogante, me indica que afuera en algún lugar redoblan las campanas de una iglesia. Me indica que no llueve es Él, con sus nubes amantes que se caen a pedazos de tanto llorar. Son mis personajes y nada más —le dije— Ella acusó con el sordo brillo de su voz — ¿A dónde vamos? olvídate de Él. Termina de consumir esta madrugada de hojas blancas que tu pluma no se atreve a manchar. Olvídate de Él y ven junto a mí— Sofocado me aferro a Ella. Llegamos a la puerta del hotel y sin pudor pero con ansias me suicido frente a su presencia, para dormirme junto al cuerpo de Él… en la página en blanco de una historia que no escribiré jamás.

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Duelo eterno

Éramos los últimos sobrevivientes de la familia Hidalgo, los otros fueron más precavidos y se exterminaron, se eliminaron, antes que la locura los eliminase a ellos. Mi frente sudaba copiosamente, Ezequiel así lo notó, enseguida se levantó de su butaca, abrió una de las gavetas de su escritorio, extrajo una toalla facial perfumada y me la dio para que secara mi rostro. Luego me dijo con fraternal afecto: ―Se llama Nayarith, está en una situación bastante delicada. Hizo una breve pausa, como queriendo hacer alguna reflexión de cómo había asumido lo que me estaba diciendo. Cogió un nuevo cigarrillo, lo encendió manifestando en ese acto un estado de aparente placer al inhalar todo aquel humo que de seguro también lo mataría. ― ¿Dónde está? Quiero conocerla― le dije. Él inmediatamente hizo una señal de negación con la cabeza. ―No se le permiten visitas, por ahora. Quizás la próxima semana. ―Quiero verla ahora― le dije con tal seguridad que sentí en él una expresión de que valoraría mi petición. Nayarith, una mujer hermosa, buena figura, lindo rostro adornado de un cabello lleno de placenteros movimientos, piel canela, labios gruesos capaces de capturar los más 36


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profundos deseos de besar y ser besado. Una mujer de buena familia seguramente, que había sido recluida de manera eventual para que allí le calmaran los nervios. Cuando le pregunté a Ezequiel, qué era lo que realmente le había sucedido a aquella mujer, someramente me explicó lo que había sido su vida entera. Fue así como comenzó a contarme la desgarradora historia de Nayarith y su esposo Augusto, mi tocayo. Ella joven estudiante de educación preescolar a punto de graduarse, su marido un experimentado veterinario. Un matrimonio lleno de esperanzas y lleno también de hermosos hijos: el menor de apenas treinta días de haberse desprendido de las entrañas de su madre, el segundo, tres años y una indescriptible y permanente sonrisa en sus labios, el mayor seis. Seis añitos cuando en medio de toda su inocencia exterminó por accidente la felicidad de aquel hogar. Era una tarde llena de aparente luz, cuando el padre llegó después de una larga jornada de trabajo. Corrió hasta el final de la casa a ver una vez más a su nuevo descendiente. Un himno a la alegría y esperanza se oía a distancia entre la entrada del hogar y el patio donde bañaban al infante. Fuertes campanadas en tonos brillantes, dibujaron por un momento prosperidad y mucho amor en aquella casa que había dejado de estar vacía. Aquel hogar había comenzado a llenarse de hijos consecutivamente, de manera mágica se había llenado de felicidad.

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No obstante, el padre había dejado encima de la mesa del comedor su maletín repleto de utensilios quirúrgicos veterinarios. Por su mente jamás se cruzó la posibilidad de que alguno de sus otros dos hijos tomase el bisturí que allí se encontraba. Cosas incomprensibles de la vida, entre besos y abrazos, aquella pareja bañaban al menor sin percatarse que la muerte caprichosa azotaba con todos sus ímpetus la paz que en aquel sitio se respiraba. Una mujer de toga negra había entrado al hogar risueño a perturbar celosamente todo un ambiente de paz, alegría... amor. El niño mayor había sido tentado por la mano del demonio que le condujo a jugar al paciente y el doctor, incitándole a que asumiera el rol de doctor y cortase con el bisturí el abdomen de su también inocente hermano, que levantó su camisa indicando que era un paciente bastante colaborador. Hubo un llanto desgarrador por parte de la asustada criatura en procura de sostener con sus nobles manos las vísceras enteras que emanaron inescrupulosamente de su abdomen. Las campanas cesaron para dar inicio a compases llenos de terror. El recién llegado es abandonado en la bañera ante la desesperación de los padres, a los que a sus mentes, la abominable mujer de la toga negra, sin ningún tipo de escrúpulos los azotaba con pavura por toda la casa. El recién llegado resultó ahogado aquella tarde. Mientras presurosos sacaban en veloz carrera a quien a la postre moriría desangrado en el carro que exterminaría toda esperanza de vida, al triturar con las ruedas traseras al que se había escondido debajo del mismo para evitar el presunto castigo de los padres, por haber sin ninguna mala intención herido de muerte a su hermano. 38


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Toda la infelicidad del mundo enlutó el hogar, mientras la inclemente sombra negra se desvanecía cumpliendo ya su cometido, se esfumó una vez saciada su repudiable y diabólica sed de muerte. Todo un estado de culpa en la conciencia del padre. El maletín en un lugar inseguro, el soltar al indefenso en la bañera, el exterminar la vida del tercero en una mala acción de reversa, el no haber podido detener la sangre que emanaba a chorros de aquel cuerpecito indefenso. Toda la angustia del mudo nubló sus sienes, lo que le condujo al padre, ponerle punto final a su existencia lanzándose a los rieles del metro, apenas dos semanas después de aquel terrible incidente. Han pasado tres años, y la madre aún llora y gime en procura de que Dios, le retorne lo que un mal día le había quitado para siempre.

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Loco amor que me devora

He dejado de escudriñar mis recuerdos. Parado frente a la ventana de mi casa, miro a través de ella no sé qué cosa. En mi mano derecha empuño el revólver con tan solo dos balas en su interior. Al fin Marifer, está a mi lado. Ha sufrido tanto como yo, ha padecido conmigo la inclemencia del destino, los desaciertos de no aplicar una sentencia razonable a tiempo: el suicidio. Como en mi generación lo hiciera primeramente mi abuelo, luego mi padre y tiempo más tarde: Mi padrastro. Tal vez lo acertado hubiese sido el haber puesto punto final a esta carrera sin fin como lo hiciera también mi madre la tarde en que me encontraba en el aeropuerto. O como Ezequiel ―Mi tío― hace un par de semanas cuando quiso volar desde el balcón de su apartamento en búsqueda de las cartas que arrojó al vacío. Salgo de mi estado estático. Me dirijo al cuarto donde reposa mi amada... abro la puerta tratando de hacer el menor ruido posible. Siempre dejaba y dejaré hasta el fin de mi existencia que descanse profundamente. Anoche tampoco hice ruido al acostarme a su lado. Sólo dos balas irrumpirían toda aquella quietud humana. Me quedo parado en el umbral de la puerta, hago grandes esfuerzos para que el sudor de mis manos no permita la caída del arma hacia el piso. Mis ojos se deleitan al ver su figura tirada en el viejo colchón de la cama. Sus muslos parecen sendas columnas de mármol, sus caderas diestras… Sus senos 40


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pequeños, pero firmes, tan firmes como su vientre. Era impresionante ver como su cuerpo permanecía intacto a pesar que había parido tres veces. Son pasadas las once de la mañana, ya como de costumbre, esperaba a que ella se levantara. Una vez sufrido todo un tormento paralelo de pesadillas crueles durante toda la madrugada. Al despertar siempre me abraza con ternura, llena de locura. Presta a dar amor a cambio de nada. Ahora le veo allí… tendida en la cama, hermosa como nunca. Víctima de los fantasmas que le acechan. Cómplice de los míos. Con decisión tomo el amar con ambas manos, nunca me creí capaz de poder hacer aquello, nunca me creí capaz de ser tan cobarde como en aquel instante. He decidido al fin, vivir mis últimos días a su lado; retiro las dos balas… y una a una, cómo píldoras para los nervios las trago sin una gota de agua. Arrojo el arma y los lamentos al cesto de la basura. Desde la cocina escucho su dulce voz que me llama, corro a verle, me lanzo en sus brazos y… siento que el amor nos pertenece, nos pertenece la divinidad de ser un par de locos conscientes de sus locuras. Unos amantes sin prejuicios, sin Dios y sin diablo, creyendo infinitamente en el amor como lámpara de inagotable aceite. Ella creyéndome su ex y yo creyéndola a ella mi amada inmortal... Marifer.

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Luna de miel inolvidable

El sermón del padre Anastasio Serrada transcurría sin pena ni gloria. La frente me sudada desmesuradamente, pero nadie podía en ese momento notarlo, porque en primer lugar estaba de espaldas a las butacas de la iglesia y segundo, porque la única persona que tenía frente a mí era Anastasio, y desde que había comenzado la ceremonia, no hacía otra cosa que entornar los ojos cuando no los tenía clavados en el púlpito donde se abría iluminada las páginas de la Sagrada Biblia. Discretamente giré mi cabeza hacia la derecha, por encima del hombro de mi amor eterno donde se suponía y en efecto estaban todos sus familiares, y vi al costado de la butaca a la señora Rosaura, bien emperifollada mostrando su recién estiramiento facial, al lado de su marido que exhibía una cara mezcla de orgullo y ridiculez, pues traía consigo un traje que había comprado en no sé dónde, de una tela de no sé qué… pero costosísimo. Comencé a matizar pensamientos en cuanto a lo que resultaría mi vida a partir de ese momento. Se pasearon por mi mente media docena de amantes en mis días de estudiante en el internado militar femenino. El primero de ellos, Jorge, un cadete que saltó durante varias noches la cerca que dividía el área para damas de la de los hombres. Con él perdí mi honra y mi consideración con el sexo masculino.

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Luego vino mi experiencia con el sargento Xavier, lo que generaba celos en el resto de mis compañeras que veían cómo yo iba ascendiendo de novio en novio, es decir, de amante en amante, cada vez de mayor rango. Más tarde ligué con Marcos, una especie de dulzura, manos suaves que desprendían de mi piel ese calor ajeno que toda mujer desea sentir en todos los momentos de su vida. No el simple acto que a veces se manifiesta brutal, cuando el hombre que te pretende lo hace como un cazador detrás de la presa, montando primeramente una celada que dura a veces una eternidad y en el momento que tienen frente a frente a su víctima, basta con levantar el cañón y de un solo disparo exterminar sus posibilidades de seguir viviendo. No importa que la herida dejada sea leve o mortal, no; lo que le importa es la forma como luego se lo contará al resto de los cazadores, diciendo que fue una lucha cuerpo a cuerpo en donde su presa hizo de las suyas por tratar de zafarse de su eminente muerte. Así la haya dejado sólo herida leve dirá siempre con orgullo que la mató de un solo tiro y luego tuvo necesariamente que dejarla tirada en medio del bosque entre un montón de hojas marchitas, porque la presa era muy pequeña para lo que él andaba buscando. No pasó mucho tiempo para enamorarme perdidamente de él, que era totalmente diferente a todos los demás, nuestras salidas los días sábados, las aprovechábamos para internarnos, desde muy temprano, en el Hotel San Lorenzo, en dónde pasábamos horas y horas conversando cosas que más tarde comprendí, sólo las conversan dos amigas que se conocen desde hace bastante tiempo.

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Palidecí en vísperas de unas navidades cuando Marcos me pidió, nervioso, que hiciéramos el amor en aquella habitación bastante frecuentada por los dos, y se tumbó boca abajo en la cama, dejando abiertas las piernas pidiendo que tocara sin clemencia sus glúteos. Sabía que él me traicionaba. Su interpretación de la vida la acepté, porque en realidad me gustaba estar con él, dormir con él y hasta pensé en que podríamos llegar a vivir juntos. Anastasio al fin nos miró de frente en el altar, recibiendo su bendición, sabía que estaba próximo a preguntarnos la infaltable pregunta de que si aceptábamos. Giré mi cabeza hacia la izquierda, lugar dónde estarían mis padres, pero sólo alcancé a ver el rostro delicado de Marcos, con su novio y un grupo de amigos allegados a él. —¡Aceptamos!—dijimos una vez que juramos ante Dios darnos respeto y amor eterno en las buenas y en las malas. Salimos de la iglesia y sin ofrecer recepción alguna nos fuimos los recién casados de luna de miel. Un chofer nos llevó directamente al aeropuerto donde tomaríamos el vuelo directo hasta ciudad de México. Durante todo el viaje no hicimos otra cosa que tomarnos de la mano y mirarnos a los ojos, como queriendo entrar uno en las cavernas de los del otro.

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Imposible ocultar nuestras sonrisas y la discreción de besarnos sin que el resto de los pasajeros se enteraran de lo que estábamos haciendo. Llegamos al hotel con el poco equipaje que cargábamos, subimos al ascensor que nos llevó directamente al penthouse donde pasaríamos los dieciséis días programados para empalagarnos con el néctar de nuestra luna de miel. Nos sentamos a la orilla de la cama y comenzamos al mismo tiempo a desprendernos de nuestras ropas hasta quedar como habíamos llegado al mundo. Recordé el rostro del padre Anastasio Serrada, lo mismo que sus palabras finales de la ceremonia —Vayan con Dios. Desperté exaltada, entonces abracé a Sofía y con el beso más profundo juntamos nuevamente nuestros senos.

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La conquista de Guacango Segundo lugar: Premio Nacional de Literatura “Rafael María Baralt” 2016

Poco se sabe con exactitud histórica lo referente a las características de vida que llevaban los indígenas pobladores de la región de Guacango. Apenas existen unas que otras referencias de personas acompañantes de conquistadores caprichosos. Porque es sano mencionar, que resulta atractiva la conquista de un pueblo con riquezas naturales o minerales, o que por otra parte, cuente con decenas de indiecitas bonitas y bien formadas. Pero en realidad la fundación de Guacango fue un gran error. Digo error, con toda propiedad, ya que las extensas tierras habitadas por los guacanganos sólo producían limones, jugosos y redondos limones. De allí, evidentemente, el genio y fenotipo de esta gente: el ácido carácter de los varones y los senos ridículamente pequeñejos y redonditos de sus hembras. Aparte de ser chaticas y refeas, en lugar de trencillas en el pelo, exhibían enormes chichones formados por los garrotazos otorgados por sus respectivos padres, hasta el momento en que, llegada cierta edad y cierta señal de capacidad procreadora, los padres traspasaban el garrote a los novios, y posteriores maridos. Pero capricho o no, la conquista, término que se le daba al saqueo e invasiones, era el tema del momento, y los conquistadores de la época como buenos comerciantes, coreaban en cada diligencia en procura de invadir terrenos, una particular cuarteta: 46


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Las que no sirvan las dejamos de engorde, pasaditos unos años las vendemos por el doble.

Pero realmente esas referencias breves y aisladas, no permitían penetrar ni siquiera medio centímetro, en el pasado histórico de sus costumbres peculiares antes de la llegada de los conquistadores. Con los pocos elementos con que se cuenta, se puede afirmar que casi la totalidad de los indios que vivían por las tierras de Guacango cuando estas fueron descubiertas y comenzaron a ser colonizadas, vivían una vida de completa parranda; no tenían asiento ni espaldar definitivo en ningún lado, esto a simple vista hace suponer que era una población alegre y fraternal. Pues, ¡no!; el guacangano, como ya se ha señalado anteriormente, era de carácter ácido, por lo tanto vivían en constantes enfrentamientos con sus tribus vecinas. Sin embargo, los guacanganos buscaban la mejor forma de pasar el tiempo, —por no utilizar la expresión “matarlo” —que ya es bastante decir de estos

atolondrados

aborígenes. Combatieron y derrotaron a Los Melacos; una pequeña tribu vecina, cuyas tierras se encontraban preñadas casi en su totalidad de caña de azúcar, lo mismo que las barrigas de sus habitantes de lombrices. Los Melacos poseían enormes incisivos, lo que los hacían comparables a unos conejos, pero barrigones, con orejas más pequeñas y estatura más grande. De igual manera destruyeron prácticamente a todos los Totocas; una peculiar tribu 47


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bañada completamente por la blanca espuma del imponente Mar Azul —nombre dado por un indígena que tenía una canoa de tablas con la cual solía pescar a un kilómetro de la costa y aseveraba, de manera obstinada, que era el único mar azul que existía— Los Totocas sólo poseían una

cadena alimenticia, representada fundamentalmente por el consumo de

pescado. Un mal día para ellos, los guacanganos arrojaron enormes cantidades de desperdicio (representado en conchas de limón) a orillas de la playa que de inmediato dejó de ser salada, como están en la obligación de ser todas las playas marinas y vino a ponerse ácida, cambio que le cayó a los peces como una pedrada y decidieron morirse a centenares como protesta, comprensible por demás, a ese acto terrorista contra la ecología local. Como los Totocas estaban empeñados en alimentarse única y exclusivamente de animales marinos, no les quedó otra salida sino la de recoger las redes y picar los cabos. Tarde entendieron que el mejor acompañante de un suculento y crujiente pescado frito es una deliciosa y aromática rodaja de limón, finamente extirpada sobre la tostada fritura. Otra destrucción bélica que marca hito en nuestra historia, es la batalla entre los guacanganos y los Topocos; de los Topocos afirmaremos que fue una tribu caracterizada por la presencia en sus extraordinarias tierras de inmensos platanales. Los Topocos eran una tribu aparentemente superior. Gozaban de extraordinarios ingresos económicos a través de su parque industrial, caracterizado principalmente por la producción y comercialización de tostones. Años más tarde se asociaron con representantes del sector agropecuario de la tribu El Ajal, y dieron inicio a la fabricación de tostones, pero esta vez saborizados con ajo. 48


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Para aquella fecha todo era paz y armonía. No obstante, una mañana de un día curioso. Digo curioso puesto que el firmamento era una composición de grises oscuros pero con la presencia majestuosa del astro rey más brillante que nunca. Verdaderamente que lo que vio la población de “Cerro Chiquito” en esa oportunidad era algo nunca antes visto, aun no siendo un eclipse ni de sol, ni de luna, ni de nada; la bóveda celeste se había vuelto loca, y no por manía, como suelen en ciertas ocasiones comportarse las bóvedas celestes, sino por el claro presentimiento de la llegada de los aborígenes guacanganos a aquellas tierras, lo que sin lugar a dudas significaba claramente que iba a suscitarse una inminente camorra... Cuenta la historia que durante la “Batalla de Cerro Chiquito”, nombre dado por capricho, ya que sonaba más atractivo que “lomita” se generó el más fuerte enfrentamiento bélico nunca antes visto. En dicho enfrentamiento se produjeron serios aporreamientos propiciados por los gucanganos hacia los topocos, a punta de limonzazos, lo que tuvo como respuesta la contra por parte de los topocos a punta de platanazo limpio; ese acto vandálico, dio origen al invento más grande, extraordinario y significativo para la época: Había sido descubierto el “boomerang”. Pero con todo y lo amotinado que eran los guacanganos, esta tribu tenía un pasatiempo, un juego denominado “el garrote escondido”. Dicho juego consistía en tomar un garrote de un metro de largo aproximadamente, el cual era escondido en sitios estratégicos y el que lo hallaba corría velozmente a entrarle a garrotazo limpio a cuanto bicho se moviera. Esta vieja tradición se conserva hoy día, pero sólo lo practican los policías contra 49


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los estudiantes en los días de huelga. Otro de los juegos favoritos de los guacanganos, que más que un juego pasó a convertirse en el deporte oficial de la tribu, era el denominado “lanzamiento de semillas”. Este deporte consistía en poner a prueba la destreza del atleta colocándose en la boca cierta cantidad de semillas de limón y comenzar a expulsarlas una a una, frente a un muro de piedra finamente diseñado, en cuyo centro se encontraba un orificio de dos pulgadas de diámetro exactamente. Resultaba ganador aquel que desde una distancia de seis metros lograba traspasar el mayor número de semillas, en el menor tiempo posible. Estos últimos detalles como es lógico, resultan difíciles de entender, ¿cómo medían la distancia? ¿cómo median el tiempo? Pero no para los guacanganos, ¡no¡ según sus propias experiencias un limón cortado exactamente a la mitad y tomada una de sus partes al ser apretados con los dedos índice y pulgar emanaban de cada mitad sesenta gotitas exactamente, el equivalente a sesenta segundos, mejor dicho: “un minuto” exactamente; razón por la cual el tiempo en la prueba para ellos no resultaba problema alguno, por lo tanto, no requirieron del obsoleto cronómetro. Como tampoco era problema la distancia comprendida entre el muro y la línea de disparo, porque como se ha indicado previamente, la herramienta utilizada para el garrote escondido medía un metro, entonces los guacanganos siempre tan prácticos tenían ya resuelto el problema de la distancia. Bastaba con colocar una

hilera de seis garrotes uno delante del otro, desde el muro para

posteriormente trazar al final del último garrote la zona de lanzamiento. Como es lógico, el ganador de una prueba merecía un premio. El ganador de la 50


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prueba de lanzamiento de semilla gozaba del premio único, el derecho a tomar tres totumas adicionales de limonada, por supuesto, luego de entrarle a garrotazo limpio a los perdedores de la competencia. Estas actividades eran exclusivas de los hombres, pues las mujeres tenían el pleno privilegio de plantar los limones, cuidar los críos, (que implicaba por demás vigilar que no se mataran con sus otros compañeritos, hasta la más desagradable de las tareas que madre alguna pueda realizar, la de matar liendras y piojos). No conforme con esto,

las

guaconganas, por dos razones fundamentales: muy pobres y enormemente feas, no les quedaba otro recurso que servir la comida y preparar la limonada para l os extenuados guerreros que llegaban sudorosos de una larga jornada, bien de jugar el garrote escondido o el lanzamiento de semillas y en ciertas ocasiones algún encontronazo bélico con alguna tribu vecina. Otro detalle sumamente importante era lo claro que tenían estos pobladores el concepto de control de natalidad, ni los cientos de programas familia de nuestra época se comparan con lo efectivo de aquellos puestos en práctica por lo guacanganos. Una de la razones era que los hombres guacanganos pese a su carácter rudo que les caracterizaba, se apareaban sólo una vez al mes; uno porque, las guacanganas lo menos que producían eran ganas, por ser chaticas y refeas y dos porque sus minúsculas teticas podían alimentar sólo un crío cada cierto tiempo. Sin embargo, la etapa de apareamiento, era algo sumamente curioso, casi mágico, profundamente místico, una especie de ritual. 51


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El ritual de apareamiento era mejor conocido como el garroteo; el garroteo consistía en que cada hombre, lustraba su garrote delante de su pareja, por lo general fuera de la choza, al lado de la luz tenue y artificial curiosamente elaborada con hojas secas de limón; mientras ésta dentro de su lar, felicísima, asaba los limones para la cena y simultáneamente dormía a la cría, este detalle elementalmente indicaba una clara y absoluta señal cierta, de que del chichón no la salvaba nadie. *** El aula de clases se quedó muda, lívida e inerte; completamente muda ante mi presentación, recogí mis fichas, mientras observaba a mi lado la sombra descomunal del profesor Enriques Saturnino que, al percatarse que sudaba y temblaba como olla cociendo papas, me dio una palmadita en la espalda y me dijo en baja voz. —Vuelve a tu asiento “Jobcito”. Mis compañeros me miraban sorprendidos y al ver el gesto de aparente desaprobación por parte del profesor comenzaron a reírse a carcajadas. — ¡Silencio! por favor, —dijo el profesor Enriques Saturnino— Acto seguido toda el aula se llenó de un profundo silencio. —Tu exposición ha estado algo carente de forma, sin embargo debo reconocer que has sintetizado grandemente el tema. El resto de mis compañeros al oír esto empezaron a entender que lo que yo había dicho tenía algo de cierto y que habían pecado con sus burlas y risotadas de un completo 52


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desconocimiento de la historia preconquistadora de nuestro país. Así pues, continuó mi profesor dirigiéndose tanto a mí, como a la multitud de compañeros de clase. —Has omitido en tu exposición algo sumamente importante como fue la llegada de nuestros tres principales fundadores. Por lo demás veo que te has documentado muy bien, si nos complementas algo más acerca de estos personajes puede que tu índice en esta primera evaluación se incremente. — ¿Quieres continuar? —me preguntó el profesor. Giré la vista por un instante a la enorme fila de pupitres ocupadas por mis compañeros; en sus enrojecidos ojos vi claramente que sólo deseaban que me callara de una vez y para siempre para poder salir al receso. Luego de esta silente y angustiante pausa le contesté: —Sí, profesor— Paso siguiente, “guapo y apoyado” hice una nueva pausa, pero, esta vez para esperar que el profesor tomara asiento en la última fila de pupitres. Comencé a hablar nuevamente con más emoción y ahínco. Ahora relataría la historia, de cómo De la Vela, Constantino y Di Font, conquistaron a Guacango. Luego de casi hora y media que duró mi relato, el aula de clases quedó muda nuevamente. Paty, que era la más sentimental del curso y por ende la más tonta y cursi, lloraba inconsolablemente; buena parte de los restantes, reflejaban en su mirada un cierto pensamiento colectivo:

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— ¿Cuándo se irá a callar ese desgraciado? — El profesor Enríquez Saturnino cada vez más sorprendido, se levantó de su pupitre, emocionadísimo, con voz fuerte y sostenida me dijo: —continúa Jobcito, continúa. Y yo, muy orondo, sabiendo que me la estaba comiendo, tomé aire profundamente hasta llenar a más no poder mis pulmones, cerrando por un instante las fosas nasales, para hundirme nuevamente en las profundas y turbias aguas de las páginas de nuestra gloriosa historia. Pasaría a relatar como un grupo de amotinados estudiantes de historia pre colonial, asesinaban en plena aula de clases a un iluso enamorado de la historia, que jamás había sido contada y que jamás me dejarían terminar de contar.

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Confesiones epistolares

Respetada señora. Las inmisericordes manecillas del reloj, me aferran frente a este aparato, para que reflexione y mitigue con disimulo esta pena, que no es pena. Preferiría llamarle “confesión” y ante tamaña responsabilidad le confieso; que he aprendido que el vivir es más importante que soñar, pero cuanto ayuda el soñar para vivir plenamente. Confieso tener mis órganos en estado casi perfecto —en apariencia simplemente— (pero de eso hablaré más adelante) no son mis órganos precisamente lo que me adentran a conversar con usted en estas líneas, por este medio. Le decía que vivir realmente es más importante que soñar, y la vida desgraciadamente me la he pasado soñando, riendo y creyendo disfrutar de la plenitud de la misma. No es cierto, sabe y estoy seguro que sabe, que la membrana indisoluble que me une a sentirme vivo: son mis muchachos. Esos “carricitos” que usted conoce y que la bondad de Dios, le puso a usted como madre. Aunque no parezca, también tengo una madre. O varias madres, también padre o varios padres. No conozco otra cosa que ofrendarles más que mi cariño y mi respeto. Y debo confesarle, porque de confesiones se trata… que eso lo aprendí de usted. Sé y tuve suficientemente tiempo para saberlo y vivirlo (detalles que no deseo expresar por el respeto que le tengo) que siempre habrá en mi corazón y en mi mente momentos para recordar a su padre —que en una ocasión— también fue como mío o quizás fui, como su 55


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hijo —suficiente la confianza que en días hermosos nos profesamos—. Nuestros “sancochos” las idas al hipódromo, el degustar una “catira helada” — donde me permitía que hablara todo lo que me diera la gana, creo que sin prestarme mucha atención, aún sabiendo que lo aburría— lo mal que a veces jugaba el “poll” sólo para hacerme ganar, al menos una vez. Eso jamás podré olvidarlo. Un hombre del que siempre tendré el sano recuerdo de ser el soñador más grande que he conocido. De la mamá, creo que era el ser más cercano a conocer el destino que ambos ahora vivimos. Pero su fortaleza de esperar el momento, lejos, a solas, superando todo los obstáculos, amamantando esa hermosa familia que ahora son. Su sazón en la cocina, sus trasnochos detrás de una máquina de coser, para también proveer el pan. Su instinto infinito por verles crecer. Vi sus ojos y aún lo recuerdo al llorar cuando se tenía que reír y reír cuando tenía que llorar. Creo que también son tus ojos. Tus hermanos, rebeldes y afables, denotaban y creo que aún lo conservan el respeto hacia usted, así como también la simbología del amor. Tenía usted y tiene ahora una familia maravillosa, sólo que alguien estaba de más, sobraba, le inutilizaba, el medio suficiente para que, con su sapiencia lograré emerger y florecer tal como siempre se ha merecido. La joven bondadosa que conocí, la vi crecer y convertirse en la extraordinaria mujer que ahora es: —¿Se da cuenta? Sobraba— lo único significativo es ver que mi paso por su camino y el suyo por el mío, ayudó con penas y glorias, fueron a lo mejor, más penas que las glorias que le pude brindar, pero créame, nunca, nunca con mala intención. Hubiese preferido la muerte, aún prefiero la muerte antes de hacerle daño a alguien. Sobre todo 56


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cuando ese alguien me demostró en todo momento lealtad, fidelidad y respeto, por sobre todas las cosas. Pero transitamos hacia un destino incierto o no, El Supremo, se encargará en dictarlo. Pensará que tomé las cosas como se toma un antídoto para una gripa, o como se toma un boleto para un premio de loterías, o un equino en una jornada hípica. Lamento confesarle que no fue así. Mi vida podrá estar caracterizada por errores, pero jamás esos errores han sido producto de pensamientos desmedidos o malsanos. Tengo el compromiso de honrar el nombre de mis padres… de mi familia. Mi vida no tiene sentido si no tengo lo que la vida me puede dar. No es el dinero que tanto se me niega en ocasiones —no supe atesorar valores económicos— y que a Dios doy gracia, por el que si no me lo brinda dignamente mi trabajo, jamás quisiera tener lo. Pero sí, puedo valorar el tesoro más grande que la vida me ha dado y por el que podría ir a mi propio sepulcro solitario, sabiendo que están bien, que crecen, se multiplican y se desarrollan positivamente. Ese tesoro, es más grande que cualquier cosa que me pueda materialmente ganarme esta vida u la otra —si es que el Sabio Creador del mundo me diere otra oportunidad— Es para mí lo humano y lo divino que siempre quise sentir, respirar, ver y exponerme plácidamente como un “triunfador” y amante de las artes. Esas señoras que ahora son motivo que me mueven a pensar en ellos: la literatura y el teatro. No sé hacer otra cosa, entregué lo que me queda, al humanismo en la máxima acepción de la palabra, aprendí a degustar en un aplauso, aprendí a perdonar y a callar con la palabra. Cuanto duele la palabra, pero más duele el silencio. Silencio que me permito afirmar que no es sano, aunque la palabra duela, hay que romper el silencio. 57


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No puedo ocultar lo digno que me encuentro al saber que no sembré en vano. No puedo ocultar lo que siento al saber que cuando no esté por estos pasos, podré irme con la complacencia —solo en palabras— que mis tesoros estarán en buenas manos. Que mis primogénitos han heredado acertadamente un extraordinario padre y unos lindos hermanos, con el que crecerán gracias a la divinidad selectiva de su madre. Estimada amiga, le reitero que se trata de una confesión. Las gracias le doy todos los días infinitamente a Dios, por haber puesto en su camino y en los de mis hijos un compañero tan ejemplar como lo es su esposo —créame que mis palabras son sinceras, jamás he sido tan sincero como ahora— Ya mis plegarias se multiplican para también rogar por él. No sé en un futuro, cuánto podrán mis hijos quererme o no. Lo único que sé, es que donde me encuentre seguiré rogando por que estén bien. Y cuando llegue el día, tendré la moral suficiente para mirarles a los ojos y decirles: juzgadme por lo que soy y por lo que hice… y no, por lo que deje de hacer. Le diré además que les dejo a la fecha más de doscientas cincuentas representaciones teatrales, regionales, nacionales e internacionales. Les dejo mis veintidós cuentos publicados, mis tres piezas teatrales y los ocho reconocimientos que me han ofrendado en el ámbito nacional cultural. El título de “editor más prolífero de este país” —Con eso no se canjea en un supermercado, lo sé, pero sin falsa vanidad me he alimentado de ello y del saber que se lo he dedicado todo a mis muchachos—

Yo me quedaré con mi conciencia, el saber que se me van de las manos, el que 58


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nunca entenderán porque no me entienden, la soledad que me da tanta gente, el arrullo de las aves cuando pienso en ellos, en la gloria de un beso en la mejilla cuando igual los pienso, en lo triste que se ve el árbol de Navidad, en lo desolado de las playas en vacaciones cuando no están, la sequía de los ríos cuando sus sonrisas no impactan en las piedras, cuando en la plaza pasa algún niño y me provoca abrazarle, cuando mis pasos se aceleran al sentir que llego a verlos, cuando el alma se me cae y creo que me muero cuando giro ante ellos y expira la visita, cuando cuelgo la bocina y tengo que fregar mi cara, cuando como, y tengo que contener la furia hídrica de mis lágrimas queriendo arrancar de raíz mis pestañas, cuando tengo que cerrar un libro y sus pensamientos me llaman y no estoy, cuando todo lo tengo y me sabe a nada, cuando más tinto logro ingerir algún café en la mañana. Me quedo con mis achaques y mis excesos que ahora me matan, sobreviré. Ellos son todos, bálsamo para mi sana.

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Conectados

Jara se quedó tejiendo enredaderas en su conciencia. Palabras encantadoras, quizás impregnadas en hilos de llanto y miseria. La habitación vacía como siempre, solitaria y de un gris difuminado por el humo de cilindros cancerígenos que consumía uno tras otro. Las horas caían cansadas inmisericordemente ante el reloj Conéctate, conéctate decía casi suplicante frente a su computador La línea ha estado algo pesada, pero vendrá a mi encuentro. Así fueron pasando sus días, uno y otro más. Una taza de café tinto era suficiente, el hambre se desvanece ante una buena dosis de cafeína, descorrió las cortinas de su ventana y vio después de varios días en cautiverio, el sol de frente. Sus ojos humedecidos simbolizaban la espera. Jara comenzó a sentir preocupación, había permanecido enjuto frente al ciclorama celestial que comenzó a tornarse oscuro con la presencia de la noche. Estuvo a punto de tumbarse en la cama, pero luego reaccionó ante una imagen. El Cristo de cabecera que le había regalado su madre brilló más que nunca, en ese momento recordó las palabras de su progenitora: Jara, hijo mío… no pierdas nunca la fe Presurosamente se dirigió hasta la peinadora y extrajo de ella la fotografía de su 60


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amada y su hija sentada en sus piernas. Lenny, Paula… ¿Dónde estarán? La juntó en su pecho, giró y vio nuevamente el Cristo de cabecera. Más decidido se tumbó en la cama, cerró sus ojos y se quedó dormido profundamente. La terapéutica era inútil, Jara había dejado de comer, de asearse, y de muchas cosas más. No podía con los fantasmas que le atormentaban. La fotografía de aquellos dos ángeles al igual que su alma se fueron descolorando de tanto llorar, de tanta lágrima caída en el recuerdo. ***

Apenas repuesto volvió a su casa, sus paredes solitarias parecían lo único que lo hacían resistir. Curiosamente encendió el computador y la línea seguía allí, no le habían suspendido el servicio de telecomunicación a pesar del tiempo sin cancelar factura alguna Conéctate, conéctate nuevamente el suplicio bañó el teclado de su computador. Lenny, no vendrá. Lo sé. Aquel encuentro resultaba una historia de jamás acabar, todo un misterio el ansia de comunicación con esa mujer, una razón más para que Jara se sentara a consumir las horas tras un buen tinto y numerosos cigarrillos.

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Solo, desconsolado, triste, fue imaginando lo feliz que hubiese sido el estar junto a ella. Una fotografía y un te quiero en la mensajería fue la última noticia que recibió de la dama. Llevan ya mucho tiempo esos amores. Abrazado a un guacal en medio de un basurero en el mercado municipal, encontraron a Jara, lleno de moscas y gusanos que tragaban su carne en lentas exhalaciones. La policía municipal dio parte de ello a la medicatura forense. Debajo de una chaqueta vieja que traía consigo al momento de morir, tenía incrustados al costado derecho un teclado de computador y al izquierdo un Cristo de madera. Lo curioso de todo aquello es que todas las letras del teclado se encontraban legibles excepto los grafemas “e”, “y” y la ele; con lo cual los investigadores dieron con la palabra casi precisa: Leny Nadie lo reconoció, nadie lo identificó y Jara fue enterrado sin acto funerario. Su lápida sólo decía: Aquí yace un desconocido llamado Leny, agosto de 2002.

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CONTENIDO

Pág A manera de presentación Necesariamente innecesariamente Cuéntame una de vaqueros Dira, la gata asesina Cigüeñas azules en el cielo El último cigarrillo Contraluz Adorada doncella Réquiem para Él por Ella Duelo eterno Loco amor que me devora Luna de miel inolvidable La Conquista de Guacango Confesiones epistolares Conectados

02 03 06 18 22 25 30 33 35 39 41 45 54 59

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