“De qué se trata?”, me preguntaba un profe cada vez que le presentaba un nuevo proyecto. Y ahí ponía mi mejor cara de huevón para intentar explicarlo. La misma cara que debo tener ahora mientras escribo estas letras. Y la verdad, no está muy claro para donde vamos, solo sabemos que intentamos avanzar, salir de la inercia que nos ha adormecido por años. Resulta paradójico que al mismo tiempo que escribo, miro el techo desde la cama de un hospital. Nada grave, unas cortas vacaciones para escapar y pensar con todo resuelto. Tal cual la vida fuera a terminarse a ratos, se resume en este cuarto toda la tragedia griega. No cabe aquí la ansiedad épica, más si la pasión del ser humano por sobrevivir y proyectarse. Los tullidos, quejumbrosos y moribundos vienen a conformar el coro de esta tragedia y, cada uno de nosotros, sin más escenario que este suelo que nos reúne, representados en este presente dramático, renunciamos deliberadamente a todas las sorpresa, a todos los efectos. Cae de cajón aquí una probable respuesta a dicha pregunta….de qué se trata?...Este no es un sueño profético, sino una realidad plausible. “El arte te salva y por el arte la vida te re-encanta”, glorificaría un conocido escritor. Y en eso estamos, rescatando, destacando, armando, todo desde nuestros sueños, donde el arte y la vida son uno solo. Junto a ello, el convencimiento permanente de hacer, de invitar a otros a usar este instrumento post moderno. Y contar, con agrado, que todos quienes colaboraron en este número lo hicieron con esmero, desde sus propias vidas, con ganas, con puro empuje. De qué se trata entonces?...de hablar, de decir, de contar, de enarbolar las banderas de nuestra propia resistencia a quedarnos quietos. Habrá otros números?, no lo sabemos, no tenemos claro si esto tendrá algún futuro, no tenemos claras muchas otras cosas. La única certeza es que lo intentaremos. Ah, me olvidaba….el dichoso profe de la preguntita, yace ahora bajo tierra, asesinado por ochenta puñaladas. Seguro alguien se aburrió de buscar la respuesta. Por Roberto Osorio Periodista. Marzo 2018
He escuchado muchas veces hablar de punk. Que nació en tal fecha, en tal nación y hasta su punto exacto de partida, de su actitud rebelde, contestataria, de su agresividad y de que es de una postura propia de mentes cerradas, pero, la verdad y, estoy casi seguro, que el punk esta en todos los seres vivos y que éste se revela cuando comienza la opresión; el caballo se resiste al ser explotado, el león se resiste ante el látigo del circense y el ser humano se resiste a ser sometido por otro hombre. Tengo recuerdos muy vagos sobre mi rebelión a una edad muy temprana. En una fría mañana de invierno al abrir mis ojos vi gente extraña que vestía de negro y con caras muy poco amistosas. Miré el rostro de mi madre aterrorizada, mis hermanos no entendían nada y yo tampoco. Estos se retiraron sin violencia al no encontrar lo que buscaban. La única violencia fue la de sus rostros, vi la calle que estaba llena de soldados armados, vestían impermeables, cascos y fusiles, sus rostros de perro sometido quemaban mi mirada y luego volví la vista hacia adentro de mi hogar recién invadido. Mi madre acomodaba todo lo que se había revisado por los extraños hombres. En aquellos años el hambre fue el rey de la noche y del día. Una mañana mis hermanas mayores me despertaron muy temprano en la mañana. Una me vestía con un beatle gris como el día y otra me ponía los calzados amarrándome con unas cintas para regalo de color anaranjado. Las zapatillas eran dos o tres números más que el mío. Y salimos raudos de la casa en dirección desconocida. Yo aún semidormido pude divisar que una de ellas portaba algo en una bolsa de esa que se llevaban de compras a la feria. Al llegar a una calle pude ver a los soldados en cada esquina. Estos miraron a mis hermanas de nueve y diez años con perversión, no sentí miedo, pero, mis hermanas quedaron aterrorizadas.
En eso comenzó una lluvia y apuramos el paso. Las calles comenzaron a quedar vacías de gente y junto con ello un sudor en mi cuerpo me hizo quitarme el chaleco y lo amarré a mi cintura. La lluvia bajaba por mi rostro cansado y se depositaba en mi cuello. Cuando llegamos al lugar una fila enorme de gente ya estaban allí mojados, exhaustos y con tos. Llegó nuestro turno y mi hermana descubrió una olla de aquella bolsa y la entregó a las monjas que allí recepcionaban a la gente, ésta la devolvió a mi hermana con dos piezas de pan del más añejo que pude comer alguna vez. De vuelta a casa recordamos a los milicos pervertidos y decidimos pedir ayuda en la comisaría, hablamos con un oficial explicando la situación y lo que nos había perturbado el día, éste dijo:" y donde están sus padres, que quieren que estos perros me maten, ahora, váyanse a casa y tengan cuidado" recordé que mi padre nos había abandonado y mi madre yacía enferma en cama ese día. Sentí que la vida iba cuesta abajo y la vulnerabilidad imperaría sobre nosotros, el amor a la vida se despedía de forma violenta, me llené de odio, rabia y no podía imaginar donde podría jugar en paz un niño de mi edad. Llegamos a casa y mi madre se puso de pie, noté preocupación en sus ojos celestes, miré las manos de mi hermano mayor que tejía canastos para obtener dinero y sobrevivir, rotas y cortados sus dedos por el filo de las varillas de mimbre. Salí al patio con mis ojos húmedos a punto de llorar y vi que crecía el fuego con el que calentaríamos la olla, entonces, supe que seríamos sobrevivientes…recolecté leña y viruta del mimbre avivando el fuego y calentando mis manos y mi cuerpo...mi madre nos buscaba algo de ropa para poder estar secos. Luego todos en la mesa destapamos la olla y una marraqueta flotaba dentro muy hinchada junto con algunos vegetales. Aquel día como muchos otros devoramos todo. Al atardecer mi madre encendió las velas, la luz flameante proyectaba nuestras sombras de forma teatral en las murallas de la casa. El conjunto con relatos del trauco, del caleuche y de los tue-tues hacían que fuesen unas noches como para contar en un libro.