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COLEGIALES AntologĂa de cuentos, poemas, ensayos y otros engendros
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Roberto Alfiz – Carlos Álvarez de Toledo – Tomás Batalla – Cristina Benítez Carolina Chiatellino – Julio Dreizzen – Julieta A. Dyb – Silvia Fogelman Agostina Frigidi – Norma Kania Glozman – Nora Mercado Candelaria Saleme – Viviana Torresi
COLEGIALES Antología de cuentos, poemas, ensayos y otros engendros
Compilado y editado por Karina Wainschenker
Ilustración y diseño de tapa: María Ayelén Allende
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AAVV. Colegiales. Antología de cuentos, poemas, ensayos y otros engendros. Autoeditado (cc-nc 4.0). Buenos Aires. 2014. A4 (210x297cm.) 81pp. Compilación: Wainschenker, Karina.
Autores: Roberto Alfiz – Carlos Álvarez de Toledo – Tomás Batalla – Cristina Benítez – Carolina Chiatellino – Julio Dreizzen – Julieta A. Dyb – Silvia Fogelman Agostina Frigidi – Norma Kania Glozman – Nora Mercado – Candelaria Saleme – Viviana Torresi
Compilado y editado por Karina Wainschenker k.wainschenker@gmail.com / karinawain.wordpress.com Ilustración y diseño de tapa por María Ayelén Allende mail: flayeable@gmail.com / portfolio: https://www.behance.net/ayeallende
La antología está distribuida bajo una Licencia Creative Commons AtribuciónNoComercial 4.0 Internacional. Las obras incluidas, tanto textos como imágenes, pertenecen a los autores. En cualquier explotación de estos textos, será necesario reconocer la autoría (obligatoria en todos los casos). La explotación de la obra queda limitada a usos no comerciales salvo expresa autorización de los autores.
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ÍNDICE
Inspiración
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¡Ay, Karina, qué ocurrencia!
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Playland S.A.
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Amor, loco amor
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Crónica de un amor
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Acciones
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Reencuentro en el mar
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Imágenes I
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Imágenes II
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Gato con gotas
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Fragmentos de una novela en construcción
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Él
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Ella
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Instrucciones para sostener un minuto en cuclillas
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Fusión
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Cuestión de fe
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El Palomar
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Nada
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Nené
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Enfriar una gallina
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Resonancias sobre ensayos de Montaigne
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Google, Dios y Yo
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Sobre los autores
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INSPIRACIÓN de Viviana Torresi
Mientras el sol haraganea tras densas y plomizas nubes, Brutal y contundente se asoma, en tímida letra, un rapto de inspiración. Me desvela y devela, con certeza rotunda que hoy, más que nunca, SOY.
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AY, KARINA, ¡QUÉ OCURRENCIA! de Norma Kania
A Madera de Sueños, mi taller de teatro, refugio de los sábados por la tarde. A Saúl Cherro, mi entrañable maestro y amigo. A mis queridos compañeros.
Dale que éramos reinas? Dale que éramos asesinas? Dale qué éramos felices?
Siempre viví en la ciudad. Cerca de todo y de todos. Trabajo, arte, cine, compras, todo al alcance de la mano. ¿Tránsito? ¿Ruido? Sí, pero ¡cómo lo extraño! Dicen que hoy el 75% de la población mundial habita un ambiente urbano. ¿Cómo será la vida ahí? No lo sé. Lo que sí sé, es que las personas deben ser aptas y especialmente útiles para la sociedad, o estar preparándose para serlo. No es mi caso, ni el de muchos de mi edad. A los ciento diez debería ser casi desechable, pero los técnicos insisten en seguir experimentando para extender mis días de vida, y la de otros, catalogándonos como Adultos Demasiado Mayores. Por eso ahora estoy instalada en un hábitat ideal, pero sola, lo que me produjo un fuerte enojo durante bastante tiempo. La casa está enclavada en la mitad de un bosque natural, lejos de la zona poblada, ya que allí los árboles han desaparecido o solo restan algunos troncos quemados y eso no es bueno para mi salud futura. Es un bosque extraño, muy extraño. Los árboles son pinos curvos como los de Gryfino, el bosque torcido del norte de Polonia. Son misteriosos. Nadie sabe porqué tienen esa rara curvatura. ¿Habrá sido un invento macabro del Sr Thonet? Tampoco se sabe cómo llegaron a estas tierras. Aunque es fácil sospechar que alguien se trajo un 11
pedacito de patria escondida en el bolsillo ante la dolorosa certeza de nunca más volver. A veces pienso que es parte del experimento, para hacerme revivir sensaciones de mi historia familiar. ¡Qué poca creatividad! ¡Ellos ni se imaginan lo que unos buenos knishes podrían lograr! Les mentí cuando dije que estaba sola. Me acompaña mi gato o mi ex gato. No quisieron privarme de su amorosa compañía. Siempre lo llamé Patitas, pero ahora no responde a ese nombre. En realidad no responde a ningún nombre sino a un chip que tiene instalado cerca de los pulmones. Al detectar los cambios climáticos su pelaje va cambiando de color y de textura para que yo esté al tanto de lo que pasa en el exterior. Como los muros respiran, brindando aire limpio y aroma agradable, dan por descontado que no necesito salir. Con la nieve, Patitas se pone blanco y suavecito. En un día soleado se disfraza de girasol. Cuando se tiñe de gris y sus pelos, como agujas punzantes, indican alguno de los puntos cardinales, sé que arrecian fuertes vientos. Pero lo más impresionante sucede cuando responde a la lluvia ácida. Se transforma en un monstruo de pelo negro, con estalactitas transparentes y sus ojos, ¡ay!, sus ojos emiten rayos que atraviesan los cristales sin romperlos. Cuando, de mala gana y sin muchas opciones, acepté el tratamiento personalizado, puse ciertas condiciones indeclinables. Nada de tablet, ni de smartphone, ni de combos de internet que bastantes dolores de cabeza me causaron allá por el 2015.Tampoco aceptaría introducir en mi cuerpo ningún elemento de control que vulnerara mi intimidad. Por eso ahora convivo con una serpiente oriunda de África Central. Ella es una Mamba Negra a la que apodé Blackie en honor a un caniche toy, oscuro como el carbón y muy cariñoso, que tuve hace mucho tiempo atrás. Mamba mide cuatro metros sin estirarse demasiado y es la más rápida del mundo. En pocos minutos puede recorrer los kilómetros que separan mi casa del laboratorio, cuando con su dispositivo electrónico, registra que algo en mí no está bien. Al principio simulaba sentirme mal, ilusionada con que alguien vendría a verme. Desistí decepcionada. Para mi sorpresa, descubrí que la bicha es bastante inteligente. Aunque con temas de salud no puedo engañarla, lo psicológico todavía le cuesta, la confunde. Cuando se me da por cantar y bailar irremediablemente invadida por una melodía de los increíbles Beatles o alguna canción del eterno Serrat, ella sale disparada como una saeta, pero cuando me deprimo o lloro un poquito, se enrolla y me mira desconcertada como tratando de entender lo que me pasa, sin lograrlo. Debo reconocer que no me fue fácil adaptarme a ella. Verla reptar o enrollarse genera algo maléfico y atrapante a la vez. Su piel es brillante y húmeda y despide un olor acre, venenoso. Las fallas respiratorias que producían sus mordeduras provocaban en veinte segundos la muerte con una efectividad del ciento por ciento. Todavía conserva esa mirada brutal y altiva de asesina serial, pero sabe que pertenece a una vida que ya pasó. Hay algo de Mamba que me resulta intolerable y es su alimentación. Se nutre con cucarachas de todos los tamaños y colores, vivas o muertas. Felizmente no debo ocuparme 12
de proveérselas, ya que el criadero virtual las produce las veinticuatro horas, sin interrupción, midiendo el valor nutricional, las toxinas y el nivel de frescura de cada una. Lo que realmente me molesta es que parece una aspiradora funcionando día y noche sin parar. Chupa y mastica, mastica y chupa, ¡y es el ruido lo que me vuelve loca! Y hablando de comida, nunca fui buena cocinera ni me apasioné preparando exquisitos manjares. Pienso que ahora me están castigando por eso. En casa tengo una cocina oculta de realidad virtual. Si la enciendo permite imaginarme que estoy en una cocina real. Y si la apago, desaparece. En realidad no existe, es pura ilusión. Como la lámpara de luz inteligente que proyecta sobre la mesa imágenes de los alimentos que debo comer ese día y a esa hora. Avellanas, almendras, nueces, té verde, brócoli, arándanos, frutos rojos, salmón y agua, mucha agua, giran sin cesar sobre la inmaculada superficie mientras yo ingiero mis innumerables cápsulas de colores sin chistar. Tengo el presentimiento que mis tutores deben estar conformes con la forma en que mi organismo responde. Horas de tratamientos orthomoleculares, recambios de sangre semanales, y el vapor de células madre y padre que me envuelve durante el día, hacen que mi rostro y todo el cuerpo luzcan una piel tersa y radiante. Y para que los órganos se conserven frescos y en buen uso, les recomiendo la cama refrigeradora para humanos porque durmiendo en ella obtuve muy buenos resultados. Ridículamente el rictus de mi cara semeja una sonrisa eterna. No sé de qué debo reírme si en realidad lo que siento es una profunda tristeza. Extraño el perfume a azahar de los manojos de jazmín del país colgando de las ventanas, las noches de luna llena, la risa de los bebés, las manos de mi amado acariciándome y tantas otras cosas que ya no puedo recordar.
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PLAYLAND S.A. de Agostina Frigidi
Espero con ansias los días que mi mamá me lleva al playland. Toda la semana resignándome a ir a la escuela y hacerlo todo sin ganas, con mucho esfuerzo, aburrimiento y sobre todo en soledad. Nadie me ayuda con la tarea, pero todos tienen a alguien que sí lo hace: mi amiga Silvana a su mamá, a Carla la ayuda su abuela, Coco hace la tarea con su papá que es contador y se sabe todas las tablas de memoria y Julia con su niñera. De a dos es más simple: Batman y Robin, Tom y Jerry y así sucesivamente… Hasta mi mamá tiene a alguien que la ayuda en su trabajo y ésa es su secretaria. Pero yo, a mí, nadie me ayuda. Mi mamá trabaja todos los días, se va temprano y regresa muy tarde. Según ella, yo soy lo suficientemente independiente como para no necesitar de nadie. No es que yo necesite de una maestra particular porque me saco malas notas o no entiendo lo que dice la seño en la escuela, sino que me gustaría que me ayudaran con la tarea y esto es algo que nunca le dije a nadie. Así que mi gran recompensa es que llegue el sábado y que por fin tengamos un día a solas las dos y que además yo elija el lugar al que quiero que vayamos. Ese lugar que yo elijo, en el que realmente quiero estar y el que yo más amo en el mundo es la sala de juegos del playland. Playland SA es una cadena internacional de salas de juegos para niños. En la revista que te dan cuando vas, salen fotos de los ganadores de los sorteos mensuales y te informan de nuevos playlands que abren. Ya hay casi un local por barrio de la Capital Federal y además, uno por cada ciudad de la costa atlántica.Mi papá dice que si seguimos así, los yankees van a copar todo el mercado. Sus máquinas son modernas, con un brillo y un color que no todas tienen. Puedo jugar mil horas al pac-man o al wonderboy. Casi nunca me animo al mortal kombat porque es un juego para dos, pero tenés la opción de “one player” que significa que jugás solo peleando contra la computadora. Nunca me creí eso de jugar con la máquina; siempre pienso que todo está arreglado para que siempre gane la computadora y, si no gana, entonces se deja perder. Eltejo me cuesta entenderlo, creo que es de viejos, aunque lo juego cuando a mi mamá no se le da por quedarse sentada leyendo algo en el banco de al lado de los baños. Cuando hace eso, debo confesar, hago cosas para que me mire. Que se quede leyendo algo que no sé qué es ni me interesa y no me esté mirando hacer saltos mortales en el pelotero es una gran decepción. Me pregunto qué estará leyendo que sea tanlargo que 15
nunca termina. Aunque cuando la llamo a los gritos, corre la vista del papel, levanta la mirada, se ajusta los lentes con una mueca arrugando su nariz y su ceño para enfocar mejor y me entrega la sonrisa más dulce de todas las sonrisas de todas las mamás del playland. Esta mañana de sábado brilla el sol de una forma poco habitual, como si estuviera más cerca que de costumbre y si mi campo visual se dividiera en partes iguales, al cielo le corresponderíantres de cuatro. Son casi las diez de la mañana, el horario perfecto para ir al playland hasta pasado el mediodía. Tomo a mi mamá de la mano para cruzar cada calle que hay que cruzar para llegar. Antes de empezar a preguntar cuánto falta, veo en frente nuestro el cartel rojo y dorado con luces encendidas titilando alrededor de la palabra escrita. Las puertas de vidrio están cerradas y en la parte de afuera del local está la señora que hace las bolas de azúcar, el señor de los globos y cerca de veinte niños con sus padres esperando por entrar. Con mi mamá nos paramos en la fila y decidimos comprar una gaseosa para hacer la espera un poco más liviana. Finalmente se abren las puertas y todos nos alborotamos corriendo por el lugar como si fuera el living de nuestra casa. El lugar recién abre, nunca lo vi tan limpio en todos estos años. Los vidrios todavía dejan ver lo que hay afuera, la alfombra parece de felpa y un olor a lavanda emana de los baños e inunda todo el salón. Pienso que el estado de las cosas no puede durar mucho y que pronto el aire estará viciado, con olor a transpiración y vómito de los chicos a los que les caería mal la combinación de azúcar, gaseosa y movimiento desde tan temprano. Por lo demás, las luces doradas y rojas de adentro del local titilan como de costumbre sobre el vidrio de las máquinas con las que voy a jugar veinte partidas más. Corro desesperada por llegar antes que los demás al juego que más me gusta. Cuando me siento frente al juego de mi devoción siento que nunca es suficiente, que podría estar mil años más. Las manos se me ponen pegajosas, las pupilas las siento dilatarse y el corazón me va a mil por hora. Juego y juego y juego toda la mañana hasta que me quedo sin crédito y aparece ese bendito cartel de “game over”. Levanto de forma brusca la cabeza buscando a mi mamá para pedirle plata. La busco al lado de los baños sin moverme de donde estaba, solo estirando la cabeza para no perder el lugar, pero no la veo. Me extraña que no me haya avisado que se iba a mover de lugar. Luego pienso que por ahí me dijo y yo no la registré. De repente la veo que viene caminando por el pasillo de los baños. La corro para subirme a upa de ella y pedirle, de rodillas si es necesario, que me dé más dinero para comprar más fichas y así poder ver qué se siente una vez más ganar ese mismo juego, cuando la veo desplomarse contra el suelo como si fuera un muñeco sin vida. Cae para atrás pero no se golpea la cabeza porque cae de a poco, como en cámara lenta. En esa fracción de segundo en la que ella se cae y yo tardo en montarme sobre su panza, la veo entrecerrar los ojos y abrir la boca agitándose sobre la alfombra roja del lugar. Le agarro la camisa y empiezo a implorarle que me dé más plata. Repito esa frase una y otra vez, gritándole en la cara, agarrándola fuerte. No entiende que si no me da más plata para jugar al mejor juego del mundo yo no sé que voy a hacer de mí. Sus ojos están cerrados y no me está prestando atención, ya no sé qué razones inventar, qué más decirle para convencerla, para que escuche y me dé la billetera que, si no, no sé cómo hacer para 16
seguir jugando y yo lo único que quiero es jugar a ese juego que me encanta. Algunas personas se acercan, una mujer con uniforme se arremolina alrededor mío, extiende sus manos y yo levanto la mirada inyectada en sangre y pienso ¿qué, me va a dar plata?, ¿o la va a hacer entrar en razón a esta mujer?, ¿acaso usted, guarda de playland, me va a dar las fichas que necesito para seguir jugando? Ahora vuelvo la vista a la cara de mi madre y al borde del llanto le toco los ojos con mis manos, trato de abrírselos, le explico que toda la semana esperando, pasándola mal, toda la semana para llegar acá, jugar unas horas y quedarme sin crédito de un momento a otro. Laslágrimas me caen sin control de los ojos, los papás intentan agarrarme de los brazos para sacarme de encima del cuerpo de mi mamá, pero trabo las piernas en sus caderas y le sigo gritando en la cara que esto no es un berrinche ni un capricho, que es mucho más que eso, sino ¿para qué todo el trabajo de ir a la escuela, tener buenas notas, portarme bien, hacer la tarea y comer toda la comida? Le explico a gritos que este momento es por lo que espero toda la semana, por lo que estudio todo el año, por lo que se vale todo el sufrimiento y nunca me quejo, por lo que aguanto hacer todo sola.
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AMOR LOCO AMOR de Silvia Fogelman
Salvando las distancias, dos locos se aparean. Los humores se intercambian, Ya no saben quién es Gandhi y quién Marlène. ¡Quiero luces!, grita ella. ¡Pacifismo!, anuncia el otro. De sus bocas salen rosas, en sus sexos entran panes, migajitas de alelíes, pedacitos de montañas que se mezclan con el mar. La loquita se hace agua, el loquito la navega, hunde el remo entre las carnes y ahí ella se hace pulpo. ¡Pido!, ¡así no vale! Me apretás y a mí me duele, grita el loco ¡Si no duele no se siente!, no me afloje camarada, que se viene la victoria. Yo no aflojo, es mi historia. La loquita se estremece, el loquito no la entiende, ni la atiende. Se sonroja, se le tiende… Y allí entra, nuevamente, con su miel en el panal.
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CRÓNICA DE UN AMOR de Candelaria Saleme
Dedico este puñado de mil y unas palabras a quienes amaron. A las Penélopes y Ulises, a los Romeos y Julietas, a las Annas Kareninas y a las Anastasias Steele. A todos aquellos valientes que patearon el tablero de las convenciones y del "qué dirán", por amor. Y, ¿por qué no?, al amor en todas sus dimensiones y expresiones. Parafraseando al señor que canta tangos en el tren Retiro-Tigre "sólo el amor, salvará al mundo".
Lunes 15 de abril de 1968. 06:35 hs. Suena el despertador. A tientas apago la alarma. Mis ojos se abren de par en par y miro hipnotizado las agujas del reloj que descaradamente alardean su esbeltez. Y marcan, una vez más, el fin de mi descanso. 06:40 hs. Visita obligatoria al baño. El tubo de dentífrico presta una dura batalla, luchamos codo a codo y, tras un duro combate, logro colocar algo del preciado tesoro en mi cepillo de dientes. 07:00 hs. Vierto agua en la pava opaca. Evidentemente, la mamma no pudo sacarle lustre. Anita Calabrese y sus fettuccinis al pommodoro y las hebras de queso nadando ensimismadas en la salsa. Ella, la luz de la casa, cantando; barriendo; limpiando vidrios; cosiendo con la Singer sábanas, camisas, vestidos; vistiendo a todo el barrio. Ella y su artritis silenciosa que se llevó Dios sabe a qué rincones inhóspitos sus cantos, sus salsas y su alegría de vivir. 07:05 hs. El azúcar danza en mi café voluptuosamente… como lo hacía Carmen, aquella vez en el asalto en lo de Jorgito. Apenas logré robarle un beso en el zaguán…tanto franeleo por un módico beso. De solo pensarlo, se me eriza la piel. 21
07:25 hs. Camisa celeste, corbata al tono, pantalones y mocasines negros. Ningún atisbo de arrugas. El Lord Cheseline en mi maraña castaño oscuro rebeldemente rizada. La Old Spice y su fresco aroma en mi piel. El maletín oscuro, a punto de parir, con las carpetas de informes de créditos, el sandwiche de jamón y queso y la manzana roja. 07:30 hs. La llave deslizándose sigilosamente para no despertar a la mamma que ronca como el dios del Trueno. No sé por qué, siempre, cuando cierro la puerta, contengo la respiración unos minutos. Como si mi hálito de vida se robara la calma reinante en ese departamentito de tres ambientes de Olivos… como si de las cuerdas de mi guitarra criolla saliera a borbotones “La Balsa…” en medio de un concierto de música sacra. 07:50 hs. El canillita de Maipú y Ugarte curtido por tantos repartos; Don Antonio baldeando la vereda; las madres arrastrando infantes con guardapolvos tan blancos que encandilan la vista; el semáforo que me guiña su ojo bermellón y yo absorto… en la nada misma y en el todo. 08:00 hs. Bartolomé Mitre escupe de sus entrañas a cientos de trabajadores que se dirigen a su rutina recalcitrante, a sus nueve horas de máquina de escribir, de memorándums, de calculadoras, de cafés negros como el carbón, de tedio (de mucho tedio), y abre sus fauces para que otros cientos de trabajadores ingresemos a ese mundo de cartón corrugado. 08:10 hs. Emilio, el boletero, canjea pesos por entradas y salidas transitorias a la prisión de cartón, a esa maldita rutina que tenemos todos los asalariados. 08:15 hs. Muñido con mi pase a Retiro aguardo en el andén cantando bajito “El extraño de pelo largo”. El parlante anuncia “Próxima formación con destino a Retiro saldrá a las 08:25 horas”. Un cúmulo de pasajeros, algunos con las caras aún adheridas a sus almohadas, se abalanzan al tren que flamante hacía su entrada. El coche se detiene suntuoso y con estrépito se abren las puertas. 08:17 hs. Tercer vagón contando desde la humeante locomotora. Segunda puerta. Y fue entonces, cuando te vi. Y fue entonces, cuando el tiempo se paralizó. Y fue en ese entonces, cuando supe lo que todos sabemos desde que nacemos y ridículamente olvidamos cuando crecemos… Y me encontré en esos mansos ojos color miel con pestañas larguísimas. Me sondeaste el alma. Y las Carmencitas, los besos y caricias pagos pasaron a ser parte de mi prehistoria. 08:20 hs. Nunca fui un tipo muy extrovertido que digamos. Mi voz era la criolla con cuerdas. Con ella me entendía a la perfección. Pero tuve la necesidad imperiosa de no dejarte escapar. Tampoco era bueno chamuyando. Era, y sigo siendo, un hombre de pocas palabras y muchas convicciones. Sentí que el corazón me estallaría en cualquier momento. Me ardían las mejillas… tenía la garganta más seca que un desierto. Los pensamientos se
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disparaban con la velocidad de la luz. Tenía que acomodarlos, debía serenarme, debía hablar… hablar… 08:21 hs. Y te fuiste de mi vista. Y caí a cuenta de que si no te hablaba, no me lo perdonaría por el resto de mi vida. Corrí, como nunca lo hice, exceptuando en el servicio militar, claro está. Nadé contra la corriente de sacos y corbatas, faldas y hot pants… hasta que divisé el siete octavos escocés salvador. Y tiré anclas en tu puerto al tocarte el hombro con mi índice derecho. Y el alma me volvió al cuerpo. 08:30 hs. ¿Y si está casada? ¿Y si se escandaliza por mi invitación a tomar un café, me denuncia y termino en el calabozo? ¿Y si está el novio esperándola en la estación? ¿Y si me dice que no? 08:31 hs. Basta. El mundo no es de los cobardes. Si no tiene que ser, por lo menos me queda de consuelo que la invité. 08:32 hs. ―Disculpe señorita.― Atiné a pronunciar mientras temblaba, con mi índice derecho sobre tu hombro derecho. Te diste vuelta. Me miraste y una enorme sonrisa iluminó mi mañana. ―Sí, disculpado. ¿Te puedo ayudar en algo? ― respondiste con picardía. ―A ver… esteee… disculpe mi atrevimiento y si rechaza la propuesta lo entenderé perfectamente, estee… ―¿Me vas a proponer matrimonio? Creo que es muy pronto, todavía no conoces a mis padres y a mis hermanos― y me guiñaste el ojo con sumo descaro. Y no pude evitar una carcajada. ―No, no, un café… conmigo. No te robo más de media hora― respondí envalentonado. Aceptaste con gran desenfado. Y terminamos en la confitería vecina a la estación. Pediste un té y yo un café doble con crema. 09:30 hs/11:00 hs. Me contaste de tus clases en el Normal de Olivos y de Doña Petrona de Gandulfo. Hablé de mi música y de los informes de crédito. Te ofreciste a leerme la borra de café de mi taza, a cambio de que te enseñara los primeros acordes de La Balsa. Me vaticinaste dos hijos, un perro y una mujer bastante alegre y compañera.
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12:01 hs. Recién llegué al trabajo. No sé qué excusa habrás inventado, pero no me quedó otra que Mamá y su artritis. Igualmente, tengo puntualidad inglesa, así que me la dejaron pasar. Guardé en mi bolsillo trasero izquierdo el papel con tu nombre, número de teléfono y dirección. Sé que ese lunes llegamos tarde a nuestros respectivos trabajos, pero soy plenamente consciente que llegaste justo a tiempo a mi vida.
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ACCIONES de Silvia Fogelman
Gracias, Oliverio Girondo.
Te miro, te veo, te observo, te oigo, te escucho, te olvido, te recuerdo, te extra単o, te toco, te alcanzo, te pierdo, te alejo, te acerco, te aprendo, te memorizo, te repito, te pierdo, te rencuentro, te sublimo, me sublevo, te disfruto, te asemejo, te atesoro, te padezco, te aborrezco. Me enloquezco.
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REENCUENTRO EN EL MAR de Nora Zulma Mercado
Antes de arrancar le preguntó a Nené si quería que corriera el asiento, ella contestó que sí con cierto retintín en la voz. Desde ese momento un chirrido se le instaló en el alma a Ramiro. Emprendieron el viaje a Mar del Plata. Atravesaron la ciudad en procura de la autopista. Hora de bancos, el hormiguero estaba pululante. Lo único que falta es toparnos con algún corte y estamos fritos, pensó. Pero de inmediato sintió un irrefrenable deseo de que sí lo hubiera y allí mismo el viaje terminase. Finalmente, después de una hora, lograron subir a la autopista y encarar la ruta dos. A medida que la ciudad desaparecía el aire enrarecido se hizo más liviano. Se veían espacios abiertos, arboledas, alguna tranquera, el horizonte y pronto aparecieron los carteles a los costados del camino que anunciaban la venta de miel, huevos de campo, salames y quesos. Ellos también, sin darse cuenta, iban dejando atrás el stress de las corridas para organizar los dos días sin actividad, antepuestos al feriado. Llegaron a Chascomús. Nené propuso tomar un café en la Atalaya. ―No―, decidió él―, mejor seguimos un poco más y vamos al parador del Automóvil Club― por las dudas nos encontremos con alguien conocido, pensó, sin darse cuenta de que ya no importaba si los veían. Apenas estacionaron, Nené bajó corriendo del auto y enfiló hacia el baño. Él aprovechó para cargar nafta. Cuando entró al saloncito, aún no había regresado y, media hora después, seguía sin aparecer. Ya estaba por ir a buscarla. Ella llegó con una sonrisa radiante, se había retocado el maquillaje y el peinado.
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―¡Quise ponerme linda para vos en este primer viaje en libertad! ― Ramiro registró que el chirrido resonaba allá en el fondo. Llamó al mozo y ordenó. ―Parece mentira―, le dijo a Nené cuando se sentó―, ayer fui al sanatorio a buscar algunas cosas de ella que habían quedado allá y me encontré con la enfermera. Me dijo “¡Qué suerte que nos encontramos! Es de no creer, justo iba preguntar sus datos en administración, tengo algo que le dejó su señora”. Te imaginás… ¡casi me caigo de culo! Le pregunté qué cosa era, la sacó del bolsillo y me la dio… ―Querido ―, Nené lo interrumpió―, ya hablamos de eso hasta el cansancio y ¿en dónde estoy yo? ―, de nuevo el retintín―, aquí, al lado tuyo, acompañándote, como siempre, sin condiciones. El asintió y se quedó callado. Apenas subieron al auto Nené volvió a la carga y habló, habló, habló… hasta que llegaron a Mar del Plata. Después de algunos kilómetros dejó de escucharla. Con la vista fija en el camino se recordó regresando a su casa con la carta quemándole en el bolsillo. Entró, puso la pava a calentar, preparó el mate y despues de cinco cebadas se animo a leerla. Cuando terminó, quedó abrumado por esta nueva complicación, algo más sobre sus espaldas, recién habían comenzado todas las idas y venidas, organizar el funeral avisar a los familiares, contener a los chicos… y ahora esto. Continuaba con los ojos fijos en el camino acunado por la cháchara de Nené. El recuerdo de Estela ingenua, joven y embarazada, lo alcanzó sin que él lo convocase.
Aún podía ver el gesto desconfiado de Don Pedro cuando le anunciaron que se casaban. “Ma, ¿perché tanto apuro? ¿Non será que usted me falló a la confianza Ramiro?” Pese a todo, se dijo, el tano sacó el dinero de donde pudo y celebró el casamiento de su única hija mujer. Enfundado en el traje del Beto, él se sentía aprisionado –¿era sólo por el traje?–. Evitaba las inspiraciones profundas por temor a que las costuras reventasen. Estela había pedido auxilio a su tía Lina, el resultado fue aquel ridículo vestidito corto color rosa, con un moño del mismo color y la cascadita de tul coronando la montaña de pelo batido. Su prima Cecilia decidió usar el vestido de quince para el casamiento y entre las dos, salvo por la cascadita de tul no se sabía bien quién era la novia. Acudieron también retazos de la fiesta: los sándwiches de miga, el patio principal engalanado con adornos de papel. Los hermanitos menores de Estela matándose en el patio trasero, la madre gritando: “¡Jorge, Tito les voy a reventar la cabeza es el único pantalón de 28
salir que tienen!” y la voz de Don Pedro, despatarrado en el piso de baldosas en damero enceradas: “¡Ma María cuántas veces te dije que te dejaras de joder con la cera, hasta que alguno se mate no vas a parar!”
Cuando entraron a Mar del Plata hacía frío. Era día de semana y las calles estaban prácticamente vacías. Esbozó una sonrisa, tantos años haciendo el mismo camino que el auto ya va solo: Avenida Colón, Independencia, Santa Fé, a la derecha. Eligió un hotelito sencillo, muy limpio y tranquilo, ubicado a unos metros de la peatonal de las playas y el casino. Siempre Mar del Plata, tanto para las vacaciones en familia como para las escapadas con Nené. Cuando llegaron el único empleado de recepción los ingresó bostezando y sin preguntas de más. Subieron a la habitación, pidieron algo caliente al bar y mientras les traían el pedido desarmaron el equipaje. ―Bueno, querido― Nené carraspeó antes de hablar―, ¿por qué no preguntás si no hay un lugar donde dejar el bolsito? Supongo que no pretenderás que duerma con eso aquí. ―Sí, sí, ya voy. ―Ramiro contestó como un robot. Mientras esperaba el ascensor se dio cuenta de que las cosas ya no eran iguales, todo se había vuelto monótono, finalmente se sorprendió preguntándose si en realidad él no era igual a tantos otros que hacían la más fácil con la excusa de alegrarse la vida. El bolso no entraba en la caja de seguridad. Esperó a que el empleado buscase algún sitio en la baulera. La ausencia de Estela iluminó las sombras y despertó sus demonios.
La vio esperándolo, mientras planchaba sus camisas. Los chicos ya estaban durmiendo y en el horno aguardaba la comida caliente. ―¿La blanca o la rosa? ―La rosa, la blanca la quiero para el jueves. Los años pasaron y Estela dejó de hacer preguntas. Ninguno de los dos mencionaba adónde ni con quien iba: ¿era al club?, ¿cartas con los muchachos del barrio?, ¿partidos nocturnos de fútbol? Para él estaba implícito su derecho a salir y respirar el aire de la noche, se lo tenía bien ganado. Sus hijos permanecieron fríos y distantes desde el velorio. Bueno, era de esperarse, yo nunca estaba; me rompí el lomo estudiando y trabajando y después me recibí y tampoco 29
podía por las horas extras. Ella sí, todo el tiempo ahí con ellos; en las enfermedades los colegios la facultad y –ahora se daba cuenta– sola con todo, siempre esperándome. Los números se le vinieron en contra. En la vida compartida con Estela, había mucho más a favor de ella. Durante todos esos años, él había dado por sobreentendido que así estaba bien. Nunca se molestó, siquiera, en pensar cómo era para ella. Daba por descontado que alcanzaba y sobraba con el casamiento de apuro. Mientras tanto, Estela se había ido destruyendo por dentro.
Después de que él cerró la puerta, Nené estuvo un rato a la expectativa hasta que escuchó sus pasos alejándose por el pasillo. Se apresuró a abrir su valija, sacó unos zapatos de taco alto, se cambió los pantalones de viaje por unos de gabardina fucsia y para completar el conjunto eligió un pullover en la gama de los rosas. Nada mejor, pensó, que combatir la muerte y el invierno con colores claros. Revolvió en su neceser hasta que encontró un par de aros de argolla de plástico rosa claro y se los puso. Finalmente se paró frente al espejo del placar, se pintó los labios con un rouge que hacía juego con los aros, dio una última mirada general y sonrió satisfecha con el resultado. Abrió el bolso de Ramiro lo vació y puso la ropa sobre la cama. Cuando él regresó a la habitación, ella estaba colgando sus camisas en las perchas del placar. ―Querido, tu mujercita que en paz descanse... pero ¡cómo te alimentó el berretín de las camisas con el cuello almidonado! Sho –por primera vez en diez años él registró que en la voz de Nené el pronombre sonaba así de blando–, ¡al lavadero y a otra cosa! Sho trabajo, no me voy a pasar todo el día planchando. Ramiro la miró como si hubiera recibido una trompada en el pecho, ella imaginó que era admiración. Él dudó, ¿es por la luz macilenta del hotel?, ¿engordó tanto estos últimos meses? No, seguro es por la luz. Comprendía que algo de lo que estaba a la vista lo abrumaba, pero no podía llegar a una conclusión. Empezó a sospechar de Nené. Se inquietó, ¿y si hasta ahora estuvo disimulando y soltó a la verdadera después de la muerte de Estela? ―Este… Nené ―, dijo―, pensándolo bien me gustaría hacerlo hoy así nos sacamos de encima el tema. ―Me parece que hay demasiado viento y está haciendo mucho frío. ¿Por qué no buscamos un lindo lugarcito para comer algo rico y mañana en algún momento del día…? ―Sí, pero ahora no hay gente, mañana no sabemos, no quiero arriesgarme. 30
―¡Ay, pero sho sha me cambié para ir a cenar!― A él la voz le sonó lastimera como el maullido de un gatito abandonado. ―Por favor, Nené, ponete algo abrigado encima y vamos a la escollera. Después nos ocupamos de comer. Se abrigaron y él fue a buscar el bolsito a la baulera. Bajó las escaleras casi en penumbras agarrándose de la baranda para no caerse. Esta vez fue Nené quien llegó desde las sombras.
La vio abrir la puerta de su oficina, tímidamente. Diez años atrás lo había deslumbrado. ¿O yo necesitaba deslumbrarme?, la duda lo seguía carcomiendo. Escuchó dos golpecitos suaves en la puerta de su oficina luego se abrió; una mujer asomó la cabeza y dijo: ―Permiso, Contador, me dijeron que tenía que verlo a usted por el tema de la liquidación de octubre, hay un error Sr López. ―A ver ¿señorita…? ―Nélida. Bueno, Nené, Nené Ledesma. Algo bravío despertó en él. No fue como las otras veces. Sí ¡gil!, se criticó, no fue como las otras veces porque estabas más boludo y aburrido que de costumbre. Estela a full con la enfermedad de la madre, ocupándose de todo. Yo llegaba a casa y ella no estaba para zumbar alrededor de mí, después de todo era su obligación ¿quién paraba la olla?, ella no cumplía con su parte. ¿La madre era más importante que yo? Entonces, le habilitó a Nené la entrada a su vida con estadía por diez años hasta este presente sin Estela. Ahora, su cháchara durante el viaje aún le resonaba en los oídos: siempre alguna anécdota, alguna crítica expresa o disimulada, tratando ansiosamente de apurar cada detalle del primer viaje “en libertad”. De vez en cuando, intercalaba alguna frase de consuelo mientras le acariciaba el pelo, revoleaba los ojos para subrayar un comentario, se comía las cutículas de las uñas largas, ¡larguísimas y rosadas! ¡Ahora caigo, era esto!, ¿qué le dio con el rosa?, se preguntó extrañado. Esta Nené en libertad lo asfixiaba, la otra, presa de las circunstancias, era un deleite apurado, como un “salir a jugar”.
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Encontró el bolsito en la baulera, tal como lo había dejado hacía un rato. Subió. Ella lo esperaba al lado de la recepción. Fue a buscar el auto. Revisó que estuviese la linterna en la guantera. Nené bajó las escaleras de la entrada protestando. ―¡Qué viento! ¿Para qué fui a la peluquería? Haberlo sabido y ni me molestaba. Idiota, él retrucó él interiormente, solo a vos se te ocurre ir a la peluquería para viajar a Mar del Plata. Emprendieron el camino a la escollera sur. Cuando cruzó Constitución recordó su promesa a Estela: esta vez sí, te lo prometo, venimos a bailar. La había visto esconder en la valija un vestidito verde que aún colgaba de una percha en el fondo del placar en Buenos Aires. Rodearon Plaza Colón, tomaron el camino de la Costa, y en seguida llegaron. Quedaba poca luz. Estacionaron el auto, Nené amagó quedarse arriba. Ramiro sacó la linterna de la guantera agarró el bolso y bajó sin decir palabra. Ella lo siguió, caminaba trastabillando y rezongando. ―¡Ay querido!― ¿Qué es esta nueva costumbre de decirme todo el tiempo querido? Ya me está hinchando las pelotas. ―Así se me van a romper los zapatos nuevos!― ¿Zapatos? Con razón casi se fue de jeta cuando bajó las escaleras de la entrada. Los barcos abandonados en el cementerio crujían, rechinaban, multiplicando ecos de acero al entrechocarse. Un sonido ronco invadió el atardecer, espantada Nené corrió hasta alcanzarlo y se aferró a él. ―¡Ay! Por dios, ¿qué es ése rugido? ―Pará, Nené, son los lobos marinos de la reserva―, siguió caminando ahora con ella colgada de un brazo. ―¿Vamos a llegar a la punta? ¿No te parece que aquí ya está bien? ―Vamos a seguir hasta estar lo más cerca que podamos de la estatua del Salvador. El viento arreció, las olas cada vez eran más grandes, Ramiro comenzó a reírse. ―¡Dale! ¡Dale! No te preocupes por mí, pienso seguir hasta el final, seguí rugiendo.
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Le gritaba al mar como si luchara con un animal enfurecido. Nené lo miraba asombrada, nunca lo había visto así. ―Me parece mejor que regresemos. ¡Esto se está poniendo muy feo!―, en su voz había temor y ruego. En ese momento se cruzaron con una familia que venía de regreso. La madre, el padre, y los dos hijos. El varón ya casi adolescente alto y espigado traía las ropas empapadas. Tiritando, la tez sin color y los ojos fijos en el suelo, recibía el consuelo de la madre que por momentos dirigía miradas furiosas al marido. A su vez, el hombre caminaba cabizbajo. Nené, automáticamente, se desprendió de Ramiro. Él siguió caminando sin darse cuenta de que ella ya no estaba a su lado. Por unos instantes, Nené se quedó parada en el mismo sitio mirando cómo él se alejaba, luego dio media vuelta y emprendió el camino rumbo al auto. Cuando llegó a la punta de la escollera, Ramiro apoyó el bolso y la linterna en el piso de cemento. Sacó la urna, la abrió, recordó a Estela caminando por esa misma escollera y diciendo: ¿Ves? Cuanto más furiosas y grandes revientan contra el cemento más viva me siento. Trató de dispersar las cenizas, pero el viento las traía de nuevo. Trataba de afirmarse sobre sus pies para no ser abatido por las ráfagas que en ese momento arreciaron. Estaba empapado. Cubierto de cenizas se sentía envuelto en Estela. Se dijo que tal vez toda su vida no había sido más que la búsqueda de ese momento. De pronto todo se detuvo, se hizo un silencio extraño. Fue como si todos los elementos hubieran obedecido una orden para callarse. No la vio venir. Saltó como un tigre desde abajo del cemento, se alzó por sobre su cabeza, lo cubrió y se retiró. Él se quedó alli, tirado. Logró pararse, y esperó a que ella o alguna otra recuperara fuerzas y regresase. Esta vez sí, la vio. Venía gigantesca y majestuosa como una lengua titánica, cayó sobre él, lo elevó no supo nunca cuantos metros, hasta su cima, y lo dejó caer. Ramiro sintió un fuerte golpe en la cabeza. Luego vinieron una inmensa paz, el frío y la completa oscuridad.
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IMÁGENES I de Silvia Fogelman
Estallo mi corazón para desangrar tu amor. Jubileo de luces que me iluminan para verte. Ramillete de siemprevivas que escuchan tu voz a carcajadas de alegría. Desconsuelo de las manos que se secan de tu nada. Diluvios de sol, tormentas de tibieza, huracanes de silencio. Chorros de hiel que se endulzan en tu lengua. Y aguijones de ternura, chocolate caliente, cerezas, en mi boca.
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IMÁGENES II de Silvia Fogelman
Surcos que se hunden por el peso del vacío, aquí estoy, soy en partes, por pedazos. Aquí estás, sos mi duda hecha tumba. Me precipito en caída libre a la claridad de tu interior, reboto en caricias de tu superficie oscura. Mis palabras gritan la mudez de tus silencios. Y se atoran, se disparan, se entremezclan, se bifurcan. Por allá, al abismo. Por acá, a la nada.
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EL GATO CON GOTAS1 byMichicalm ®
INDICACIÓN Gato con Gotas byMichicalm® sirve para el tratamiento de monederos secos y sensibles, sobre todo si usted es hijo de un molinero y al morir su padre ha resultado desfavorecido en el reparto de la herencia familiar. COMPOSICIÓN Contiene un (1) “felissilvestriscatus” o gato doméstico, subespecie de mamífero carnívoro de la familia “felidae”, un par de botas resistentes de cuero y una bolsa de arpillera con cordel llena de granos. Todo estéril y sin conservantes. ACCIONES Calma la incertidumbre económica y reduce los síntomas de pobreza. Acción preventiva frente a la miseria extrema. Garantía de supervivencia. ÁMBITO DE APLICACIÓN Gato con Gotas byMichicalm® ofrece un tratamiento completo para realidades desesperanzadas y con poca perspectiva de futuro. Alivia la situación económica evitando la sequedad del bolsillo, irritación continua del mismo, picor nervioso y lagrimeo constante. Su formulación única se presenta en forma de mascota doméstica felina parlante. ¿Cómo funciona Gato con Gotas byMichicalm®? Tiene un PH equilibrado al PH natural de las gentes pudientes, poderosas e influyentes. Además, su fórmula inspirada en monarquías europeas, contiene los mismos ingredientes clave que las personas de estirpe o sangre azul. Cuando sea necesario, el gato se complementará y adaptará a experiencias impensadas para el usuario de a pie, produciendo así una sensación totalmente natural en la nueva situación favorable de la persona. INSTRUCCIONES DE EMPLEO 1. Colóquele el par de botas al gato y salga a explorar el mundo. 2. Facilítele el saco con granos para que pueda cazar conejos y perdices.
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Por Carolina Chiatellino, (1978). 39
3. Haga llevarle estas piezas al rey como ofrenda de parte del Marqués de Carabás, o sea, de usted. (Probablemente reciba ya por este gesto alguna interesante retribución económica). 4. Algún día, durante el paso de la comitiva real, simule ahogarse desnudo en el río lindero y haga que el gato llame la atención de su Majestad pidiendo auxilio. 5. Déjese socorrer y vístase con las ropas elegantes que le ofrecen. 6. Suba al carruaje real e intente impresionar a la princesa. 7. Haga que el gato se adelante a la comitiva y convenza a pastores y campesinos de decir que los campos y las tierras que atravesarán le pertenecen a usted. 8. Haga que el gato desafíe al ogro del castillo (tiene poderes mágicos) a convertirse en un ratón. Acto seguido, deberá engullirlo sin miramientos. 9. Llegará finalmente al castillo, dónde el gato les dará la bienvenida a la morada del adinerado y famoso Marqués de Carabás. 10. Ante el deslumbramiento del rey, le propondrá casamiento a la princesa. 11. Y así vivirán felices y comerán perdices para siempre. No hay límite de dosis, porque este producto no tiene conservantes. Puede utilizarse diariamente con tanta frecuencia como sea necesaria. Apto sólo para adultos. ADVERTENCIAS ESPECIALES Y PRECAUCIONES Mantener al felino fuera del alcance de los niños. No utilizar pasada la fecha de caducidad impresa en el collar. Antes de usar, asegurarse que el producto esté intacto y no se trate de una copia ilegal o de un gato estafador. Si persisten los síntomas de miseria, consultar con un asesor financiero. CONSERVACIÓN Guardar las botas a temperatura ambiente en un lugar seco y fresco. Lustrarlas cada tanto. Proveer de leche, roedores y pescado fresco al gato.
Fabricante Laboratorios Perrault Rue Le Chat Botté 1697 France
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FRAGMENTOS, RETAZOS DE UNA NOVELA EN CONSTRUCCIÓN.... Por Tomás Batalla
A todos y todas, los que sueñan historias, a los que aprenden y enseñan cómo escribirlas y a los que finalmente las escriben.
Cuando nos alejamos y subimos a las escalinatas del Hotel Libertad, pudimos ver la obra completa, los ojos de Dios inundaron la escena, miles de lágrimas del cielo se mezclaron entre la muchedumbre, niños, jóvenes, ancianos, y flores por doquier, completaban el cuadro más impresionante que me toco observar en mi vida: era el ultimo adiós al morocho del abasto, al zorzal criollo. Durante varios días el bar estuvo cerrado, como casi todo en Reconquista. Los días anteriores a la noticia sobre cómo sería el velatorio de Gardel tiñeron de gris a un pueblo que se reconocía a sí mismo como la cuna del Tango... ...si fuera un desconocido, me sorprendería, pero ver a Raúl, acariciando su bandoneón y regalando amor en un día triste, no me sorprende. Estaba sentado en el piso, algo desarreglado, algunas personas lo miraban con extrañeza pero a medida que se acercaban, disfrutaban de este hombre que amaba con pasión a su instrumento. No quise interrumpirlo, pero pude ver una botella de whisky tirada sobre su sombrero marrón. Respiraba con dificultad, Alicia replegó su mirada sobre uno de mis hombros. No paraba de tocar. Cuando me decidí a levantarlo, escuché un grito, era Ricardo. ―¡Papá! Salió de uno de los coches de la familia y se fue encima de su padre. Raúl lo miraba, no hablaba. Ricardo lo tomó de un brazo, pero su padre ni se movía. Con un gesto rápido me 41
pidió ayudo, solo atiné a abrazarlo. Ricardo tomó el bandoneón y lo cubrió con la funda. Raúl se incorporó solo, lo seguí abrazando, pero empezamos a caminar, su rostro tenía signos de haber llorado como un niño durante horas. Sus ojos me preguntaban por qué. Le respondí con los míos, enmudecidos: es la vida. Su chofer abrió la puerta trasera, lo sentamos con dificultad, se resistía. Balbuceaba. Tenía muchos olores encima. Tenía la tristeza hecha carne. Levantó la mano y volvió a balbucear. Ricardo se acercó sin perder la calma. ―El bandoneón―, se le entendió decir a Raúl. ―Dejámelo llevar a mí, Ricardo. Ricardo entendió el pedido de su padre. Primero lo sentó y después le colocó uno de sus grandes amores, sobre sus rodillas. Raúl me hizo un gesto de alivio. El chofer cerró la puerta. Ricardo hizo una seña para que esperara. Alguien seguro vendría por mí: en la familia no se abandona a nadie… *** ...en un bar de pueblo, los que cruzan el umbral, están desnudos, con sus miserias, con sus trampas, con victorias y fracasos, ahí se bañan todos en el mismo lodo, ahí buscan su rincón, para dejar las lágrimas prohibidas de algún metejón, o simplemente para escuchar algún amigo ocasional. Pero estos lugares tampoco pueden escapar, las mañanas se sienten, y ahí está el “Viejo Roble” que conserva su estructura de principio de siglo, este bar se ha convertido con el paso del tiempo en un templo para aquellos que apagaron penas y lloraron traiciones en épocas pasadas, como para los que hoy necesitan de un espacio propio, con miradas cómplices y de comprensión. Sus paredes rojizas y altas, están llenas de estantes de madera. Cuando éstos se van acercando al techo, se pueden distinguir, siempre que la tierra, la humedad y el paso del tiempo lo permitan, un par de vinos ennegrecidos, tintos puros; más de un cliente quiso comprobar su añejamiento, pero su inestabilidad corporal le jugó una mala pasada. También en los estantes están sus compañeros de ruta, los infaltables vidrios opacos, mal llamados vasos, restándole importancia en el proceso de confesión. Con uno podemos mentir, con tres sonreír, pero después que el cantinero vuelca por quinta vez, se empieza a balbucear la verdad y seguramente los vidrios guardarán historias como la borra de café, historias que nadie conoce... Miguel había elegido que éste fuera el lugar para que su padre se reuniera con Juan Galiffi, alias “Chicho grande”, sindicado por los medios y algún informante judicial, como el capone argentino. Chicho manejaba los negocios de la mafia en Rosario y algunos lugares de Buenos Aires. 42
Raúl llegó acompañado de Miguel, Ricardo y algunos hombres más. Por primera vez se había puesto sombrero, y se fue caminando hasta el final del muelle, allí debía esperar la llegada de Chicho: éste llegaría en una barcaza, recogería a Raúl y juntos irían a dar un paseo por el río, según lo acordado entre Miguel y un amigo en común que ofició de nexo.. Rompiendo la calma del agua, un precario barco de madera oscura y de poco valor, se hizo presente. ―Suba señor―, dijo el guía de la embarcación―, el señor Chicho lo espera. Raúl caminó unos pasos con desconfianza, corrió una manta que colgaba del techo y recién ahí se encontró con una persona. Era un hombre bien vestido, con algunos anillos que sobresalían de sus manos, tenía un cigarro en su mano derecha, estaba de espaldas y sentado en un cajón, improvisado de banco. ―Perdóneme la descortesía, Señor Raúl, no le puedo ofrecer asiento. ―Si no fuera por los diarios, dudaría sobre su identidad. ―Los diarios no saben quién soy. Fantasean, escriben historias que nadie lee. Pero sobre usted, los diarios no dicen nada, salvo que es un gran músico, que tiene una gran orquesta. ―Exageran, es algo que nos produce placer. ―A mí también hay cosas que me producen placer, por ejemplo, los negocios. Mire cómo está el país, una crisis fenomenal venida del mundo como un huracán embravecido, vamos a tener que ser fuertes y estar más unidos que nunca. ¿Cómo andan los negocios por acá, Don Raúl? ―Los negocios son negocios, van bien o mal, pero siempre están andando. ―Me habla como un político, no se olvide que somos una familia, alejada, con varios negocios, con ideas diferentes, pero al final del camino, somos una familia. Y entre las familias no hay secretos. Por eso le pregunto otra vez, con respeto, ¿cómo andan los negocios por acá, puñal?
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ÉL de Silvia Fogelman
La función va a comenzar se apagaron las guirnaldas y se enciende el reflector. Deslizate en cuatro patas, rugile a tu león. Escondete, no me mires, buscame por el salón. Casi nadie nos espía, son tus miedos y mis penas, nadie más. ¿Qué querés? ¿Que te mastique? ¿Que te muerda? ¿Querés golpes? Dejame que te espíe. Ya está, ahora sí, pedime lo que quieras, tengo todo, tengo más. Te acaricio las caderas y te chupo el corazón. Tomá todo, doy de vuelta, salgo yo. Tengo triunfos y de oro la suerte es para vos, si yo gano, todos pierden, ¿era así? Decímelo. Si yo gano, todos ganan (piensa siempre un perdedor). Va de nuevo, desvestite, ofreceme un bocadito, que te como de a poquito. Consumime y consumame, devorame de a cachitos, Mordisqueame sin dolor. La escena se vacía, se va a bajar el telón. Y él no ha visto todavía, que es el primer actor.
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ELLA de Silvia Fogelman
Ella miente todo el tiempo Miente que es lo que no es Llora mucho de alegría Y se ríe de dolor Dice blanco y piensa negro Finge cuando dice la verdad Cuando quiere dice no Pero dice sí por pudor Se maquilla el pensamiento Se disfraza de otra cosa Pero muestra que no es… Que no es lo que le piden No lo tiene, lo perdió No es persona, es personaje Heroína de comedia Triunfadora en el combate Perdedora por definición. No la mires, no te acerques Desde lejos es mejor. A lo sumo dale cuerda: Si es por vos, no es con vos Es de otro que se trata. No te engañes. Te engañó.
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INSTRUCCIONES PARA SOSTENER UN MINUTO EN CUCLIILLAS de Romina Dyb
Encender el horno de mi cocina me lleva un minuto de mi vida. No conozco otras cocinas porque nunca me gustó invadirlas pero a mí me lleva sesenta segundos. Uso el horno para calentar mi casa los días de mucho frío, un ratito, porque estoy advertida del peligro; también, para calentar la comida o simplemente para cocinar. Si llevo la cuenta de cuántos minutos gasto en esa simple acción creo que me conviene resistir al frío o comprar un horno eléctrico. Jamás un microondas porque no hay comida más gomosa, seca o llena de ondas cancerígenas que la preparada en un horno microondas. Al momento de encender el fuego, sostengo la perilla y enciendo el fósforo simultáneamente, observo el reflejo de la hornalla en la ventana del horno. Me abstraigo entre el conteo y este mundo loco que nos enloquece de a poco si no nos detenemos a pensar. ¡Paren el mundo me quiero bajar!, decía Mafalda. Uno, dos, tres… En Palermo se escucha el grito de un bebé al nacer, en una clínica. La madre pujó, está acompañada por su marido, el obstetra, la ayudante; todos cumplieron con su trabajo. ¿Todos? interrogantes que fluyen cómo el momento mismo del nacimiento. O nadie reflexionó o recuerda aquel preciso instante. Hace frio en la sala de parto, todo es tan aséptico. Continúo sosteniendo la perilla, me gusta estar acompañada por la música. De fondo siempre se escucha alguna melodía. Conservo una vieja colección de CDs, escucho una lista de Youtube o sino canto sola. Diez segundos En el centro de la ciudad. Una abogada baja las escaleras de tribunales, la decisión está tomada, va a renunciar. Cansada de aprietes, putea al complejo entramado de corrupción que se reitera una y otra vez en la justicia. Está hinchada las bolas, aunque ella intervenga
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todo va a continuar igual. Medios de comunicación, política, o un equipo de fútbol no creo en nada, escéptica. Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos… La canilla de la cocina me tiene harta. No reconozco si gotea el agua fría o la caliente. Vinieron dos plomeros pero ninguno sirvió para un carajo. Se empecina en marcar un ritmo monótono. Veinte segundos. En Lugano. Alguien deja de respirar para siempre, su cuerpo se desvanece de a poco, somos uno más. Sus músculos ceden. Morir será parecido a mi clase de relajación donde todos mis músculos se relajan y siento mi cuerpo liviano. Se fusiona con lo etéreo. Se va en paz. Llega el sonido de una sirena desde la calle. Los vecinos de arriba vuelven a discutir. Me asustan, un día voy a llamar a la policía o al centro de la violencia contra la mujer. No quiero vivir con culpa. Tengo miedo ver caer a mi vecina por la ventana. Treinta segundos. En Puerto Madero. Final de la pelea entre dos rivales. El mayor momento de tensión llegó, ambos se apuntan a la cabeza con un arma, no hay más palabras, no hay más personas en el medio. Cada uno tiene su razón, la defienden como se hacía antes, cuerpo a cuerpo. Sin daños colaterales. Que se rompan los cuernos entre ellos, los que se llevan mal pero que no interpongan gente. Sólo los psicópatas actúan así o las mafias. El mundo está violento. Podés o no putear a alguien; no sabés si ese alguien después va a venir con cinco más y te cagan a golpes. Tenemos que vivir con miedo, nos resignamos. El frio entra desde el lavadero, mejor dejar abierta una ventana para que circule el aire pero la temperatura es muy baja. Cuarenta segundos. Falta menos de la mitad. En Flores. Después de hacer el amor él acaricia a ella la frente con cariño. Se miran, se abrazan, se vuelven a descubrir. El amor que los une es tan intenso, aunque solo hayan compartido esta noche. El amor para mí no tiene límite ni de tiempo ni espacio. Trasciende. Suena el teléfono, no puedo ir a atenderlo. Será él. ¿Por qué no se decide de una vez por todas? Mantener esta perilla insoportable, pero si la suelto debo comenzar otra vez, se 50
apaga el horno y fue. Me tuvo de acá para allá por más de no sé cuánto tiempo. Aunque él sabe que lo amo, es al hombre que amé como a ningún otro. Soy medio turulata, eso lo detiene o porque no quiere comprometerse. Va fangulo… Que espere él, si suelto la perilla esta, tengo que volver a prender el horno y perder más tiempo. Cincuenta y siete, cincuenta y ocho… En Caballito. Ella encontró las cartas guardadas en una caja en el estante superior del ropero. Al leerlas superficialmente logró develar el secreto de la familia. No se sorprendió porque lo venía intuyendo, conocía de alguna manera el final de la historia. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. El calor lo empiezo a sentir. La llama se mantiene perfecta. Listo. Sesenta. “… suenen ya por la libertad…lo que hay que pelear está en uno al final…”
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FUSIÓN de Viviana Torresi
Un instante, tal vez un siglo Un paraje, tal vez un universo
El tiempo se suspende El espacio se disipa Los cuerpos se desvanecen Las almas se fusionan
Vertiginoso encuentro Sagrada entrega Sutil tremulación De un éxtasis infinito De trascendente comunión
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CUESTIÓN DE FÉ de Carolina Chiatellino
Desde esta posición sólo llego a apreciar su manto celeste, una mano y apenas algo del perfil de su rostro. El ambiente está perfumado con aroma a incienso y a vela encendida. Murmullos y pasos arrastrados, eso es todo lo que se oye en este vasto recinto. Me incorporo y siento las plantas de mis pies arder. Trastabillo y apoyo una mano sobre el manto para no caer. Está frío, es áspero. Beso sus pies como había visto ya a tantos otros hacerlo. Un gusto a piedra impregna mis labios. Levanto entonces la vista y nuestras miradas se cruzan, siento mi cuerpo estremecerse de emoción. Ya no hay ampollas ni calambres que duelan. Me siento orgullosa. Llegué. Cumplí mi promesa.
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EL PALOMAR de Roberto Alfiz
Dedico estas letras a mi maestra de primer grado quien me inició en el maravilloso descubrimiento de escribir.
Escuché lejano y sordo la apertura de la puerta de calle. Escuché lejano y sordo el pisar sobre el pasto seco y luego el caminar sobre el pedregullo que cubre la entrada del auto... ―O dejó el auto a la entrada de la casa o directamente llegó caminando, obvio subte y tren es más fácil y rápido que venir en auto desde el centro con todo el tránsito y las calles cortadas por los re asfaltos en planes sin control que entrecruzan y dificultan los trayectos―le comenté a mis congéneres… Finalmente la llave y la puerta que se abre muy despacio, con el cuidado con que se manipula un gran bulto o una pieza frágil de cristal, de orfebrería, de arena mojada, de un árido recién horneado. Hay una silla frente a nosotros, esto es todo lo que queda del mobiliario, nuestros dos palomares y esa silla vetusta fea desgastada desagradable reciclada de un rincón y que sirvió como base para sacar las arañas y convertir el artefacto de iluminación bonito agradable y diseñado a un humilde y desvencijado par de cables que sostiene una bombita de luz de las de 25 bujías para que sea más barata. Poco a poco, en unas semanas y no en un día, la casa se fue despoblando de las historias con que a lo largo de más de 40 años la fueron habitando, la fueron vistiendo, le dieron ese “olor” a hogar, y ahora esta vida se acaba... 57
Acá hubo nacimientos cumpleaños casamientos pantalón largo defunciones inauguraciones corpiños festejos varios toallas higiénicas encuentros desencuentros chismes novedades navidades bautismos ocultamientos primeros coitos y primeros cigarrillos y también primeras masturbaciones. Tantos acontecimientos se fueron yendo con la memoria de los que ya no habitan y lo restos de muebles trasladados en camionetas tan desvencijadas como la silla que sirvió de base para apagar la luz y encender otra. Quedamos nosotros. Vos y nosotros. Lo hiciste a propósito. Querías que quedemos para el final. Este preciso final, este momento único y solo: vos y nosotros. Nos mirás con detenimiento. Cada estante de este palomar tiene un sentido y ese sentido se lo diste vos. La parte derecha superior está dedicada a la ciencia ficción, tus amigos de la juventud Asimov Bradbury Blish Santos y otros hermanos te miran desde sus lomos donde figuran los nombres con que han sido bautizados. Y sonreís contemplando el orden lógico. Asimov y todos sus hijos desde donde te observan los robots las fundaciones, en una punta están los trífidos que te marcaron el miedo y también la ilustración del hombre que pergeñó Bradbury o las crónicas desde Marte que si no fueran fantasiosas serían lo que son: reales de pura realidad. Más abajo crimen y misterio desde donde Hammet Chandler o Mc Donnall discuten si es mejor la novela negra o el misterio del cuarto amarillo y Conan Doyle dando vida a Holmes, mientras Mankel y Agatha discuten si Bogart es el actor perfecto para hacer de cínico en El Halcón Maltés. ―Acá estoy yo, León Tolstoy, el dueño amo y señor de la novela Rusa… ―No, señor, el cetro es mío aunque no sea ruso, nadie como yo ha sabido entretener a los púberes, yo soy Tarzán y mi padre es Bourroghs que no es una máquina de escribir y sí es una máquina de escribir… ―No, señor ―dice don León― yo fui parte de los primeros regalos de libros que recibiste ¿no es verdad Agustín? Agustín te despertás, aunque no estás dormido, y sentís que tus palomas, los libros que acumulaste y leíste uno por uno te hablan, te recuerdan sus argumentos, como los acariciaste marcaste ordenaste y construiste para ellos, tus hermanos, más de dos mil, estas dos bibliotecas, dos palomares como te gusta llamar. Hacia la izquierda lo que se llama literatura de entretenimiento. Te encontrás con Potter, ―¿Hola Agustín? ¡¡¡Mírame!!! ¡¡¡Soy Harry!!! Hola, te entretuve aunque habías superado los 50 de edad eh…y creías que la novela juvenil estaba terminada eh…ojo adonde me vas a llevar y mucho cuidado donde me ponés eh, mirá que soy valioso y famoso, valioso porque te entretuve y famoso porque me prestaste y luchaste para recuperarme.
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―Che Agustín no te olvides de mí, soy Jonathan Black y soy Ludlum soy Sheldon soy soy―. Muchos “soy”. Cada uno quiere ser tenido en cuenta, ¿no es así Agustín? Y Agustín nos mira desde esa silla para el cadalso. Y ya vés Agustín tus hermanos ensordecedores quieren que sepas que están y que aunque los hayas acariciado en una sola lectura el hecho que les quitaras el polvo, que los cuidaras y elogiaras, que los registres es suficiente para que ellos acrecienten el amor por ti. Y todo el resto de este palomar con literatura llamada seria, Bovary Gordon Capote Conrad Eco y tantos otros…Los nueve tomos de la historia de Grecia, la vida de Bonaparte, Pasteur, Kennedy y Chaplin y en un lugar preferencial Thomas Mann. ―Hola Agustín, soy Mann, sé que me entendés aunque no hables mi idioma, sé que me admirás, pues bien, yo también a ti, tu amor por los libros y por sus autores se transmite, es recíproco. A mí también me interesa que en el otro lugar donde seguramente nos vas a llevar tengamos un espacio sano luminoso y limpio como acá en esta casa casi histórica, histórica para los habitantes de estos palomares. ―Además Agustín queremos agradecerte el adorno, en cada estante de cada división hay un recuerdo de viaje: un bailarín brasileño, una figura de un ortodoxo judío, un soldado escocés, un guerrero de terracota chino una muñeca de Japón una bailarina de flamenco un indio de Ecuador un vikingo y más. En el otro palomar tenés ordenada toda literatura de habla castellana…están los ensayos sobre la realidad de la Patria…Te mira Verbitsky desde el lomo, varios de Majul, Cerrutti, Menem y Perón. La Fede de Gilbert, Zloto… También están Almudena y Zafón en lugar destacado. Agustín “escucha” a sus hermanos los libros, no se sorprende por el monólogo que establecen, por los reclamos que inauguran, inauguran dado que la situación de presunto traslado es original, han vivido toda su vida en estos palomares. Mira los libros con nostalgia con amor, estos libros le han enseñado a hablar a puntualizar, le han paseado por la fantasía y por la realidad, le han dado criterios y mejorado el ocio. Ama sus libros y su amor se potencia al escuchar que sus libros le corresponden de la misma forma….mira y remira este palomar del habla castellana. ―¡Hola Agustín! Soy Mempo, ¡nunca venís por el Chaco! ―Hola amigo soy Shua te gustaron mis cuentos eh?
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Y aquí esta Piñeyro... Agustín pusiste en un lugar preferencial a dos de tus mejores amigos, Mujica Láinez porque siempre te apasionó el detalle con que pinta una escalera o un cuadro, y te sentís subiendo la escalera y hasta pintando, también García Márquez, lo querés por lo que piensa y te admirás ante las fantasías tan creíbles que supo perfeccionar con habilidad mágica. Tomando un café están Bonasso Serrano Martínez Saramago que te invitan a compartir un momento de paz y charlar obviamente sobre libros… Ya es la hora, es la hora de embalar los recuerdos, es hora de esconder los pensamientos, es hora de ocultarse, nadie podrá secuestrar esta parte emocionante y conmocionante de tu vida, sabemos que es difícil pero más difícil será si se consuma lo que presumís… Te parás y estirás los músculos, hacés un bollo de papel, dos bollos, tres bollos, das vuelta la vieja silla y la colocás al lado del palomar, encendés un fósforo y prendés un bollo que se transmite a otro, tomás el diario que traías cuando entraste a la casa, lo último que mirás es la fecha: 25 de marzo de 1976…
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NADA de Silvia Fogelman
Sucede lo que ocurre y de tanto suceder ya no te ocurre nada. No te dejes sorprender hacete la sorprendida. No llores que no te creen. Una vez que se los das, ya está. No valés ni una moneda. Decí siempre: „ahora no, Tal vez mañana…‟ Y dejate hacer. No te van a comprender: lo que tienen, vale más que lo que entregan. Igual nunca te lo dan. Son callados, son sagrados. Son porfiados y malvados. Pero vos los precisás, son la mitad que te falta ¿o no te falta nada? Por las dudas agachate, entregate y empezá. Algo vas a encontrar. Y entonces, tal vez, quizás… suceda lo que tenga que ocurrir.
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NENÉ de Cristina Benitez
A mi mamá que era una consecuente narradora oral.
―Algo raro le pasa a este chico. Cada vez que ve esos ladrillos llora y se esconde. Mi mamá siempre hacía el mismo comentario desde que la pila estuvo acomodada, casi a la entrada de la casa. Me acuerdo bien que vinieron unos hombres que, dirigidos por papá, los bajaron y acomodaron en un montón no muy grande. No sabía para qué estaban destinados, pero resultaron muy útiles para que nos subiéramos y saltáramos y nos rompiéramos el alma muchas veces. Claro que Nené no podría haberlo hecho aunque no le hubiera dado esa cosa de tenerles semejante miedo. Está bien que había un montón de travesuras que por seguirnos a nosotros había podido aprender antes que otros de su misma edad. Cuando nos preparábamos para salir y estábamos convenientemente endomingados, (yo con mi vestidito blanco con cuello baby, las medias también blancas, los zapatos lustrosos de charol, y Teté con sus pantalones bien sostenidos con los tiradores y una gorra con visera, elegancia que le dura un santiamén decía mi mamá), tratábamos de entretener a Nené para que no se fijara en los ladrillos. (Que eran lindos, a mí me gustaba ver cómo podían cambiar: color rojo oscuro cuando se mojaban, casi anaranjados cuando el sol parecía que iba a partirlos, de día tranquilamente sonrojados, oscuramente agazapados de noche.) Entonces, a pesar de todos los recaudos, él espiaba por encima del hombro de quien lo tuviera en sus brazos y empezaba con ese modo de llorar que sólo le vi esas veces: con una especie de terror. Era raro, porque nunca había sido de asustarse, todo lo contrario, seguro siguiéndonos a nosotros y en particular a Tete que es un salvaje, como decía siempre mi mamá. 63
Cómo me gustaba cuidarlo, llevarlo de la mano, ver su cara de asombro cuando descubría un bichito, cuando se reía con esas carcajaditas cortas y cuando quería pronunciar mi nombre y sólo le salía “nené”, de ahí que lo llamáramos así. Es raro pero me acuerdo de él en ese tiempo, ni mucho antes ni mucho después. Y no estoy segura de acordarme realmente, me parece que lo que tengo grabada es en realidad una foto en la que se ve su carita pícara, su pelo casi blanco, un gesto de meterme el dedo en un ojo, y un zapato sucio que me recuerda que era muy inquieto, como éramos todos los chicos en mi familia. De lo que pasó después sí que tengo un recuerdo vívido. Fue una tarde en que vinieron unas tías viejas de visita y pusieron los maníes, que sólo comían los grandes para evitar que alguno de los chicos nos pudiéramos atragantar. Quién sabe en qué descuido Nené comió uno, o más, no supimos bien. Después todo se hace una especie de tormenta de recuerdos: los médicos, el oír hablar del hospital, de las radiografías, de cuando lo trajeron de nuevo a casa, de cómo se ahogaba, del llanto de mamá, de mis tías, y del día en que esa señora, una enfermera creo, hizo una seña como diciendo no hay caso, y la desesperación de papá que con unas tijeras empezó a cortarle las ropas, los pañales, y pidió alcohol y lo friccionaba y le pasaba un cepillo para que reaccionara, y cuando casi lo tiró en la cama, en el colmo de la impotencia al darse cuenta que ya era todo inútil. Yo sé todo eso, lo que no sé es si lo vi en ese momento o lo escuché más tarde, me acuerdo cuando mi mamá me llamó para decirme que mi hermanito había muerto y cómo me revolcaba por el piso, y cómo sentía un dolor tan inmenso y una culpa tan grande que no sabía muy bien qué era peor. Después una soledad muy triste. Cuando mamá desaparecía durante todo el día, todos los días. Cuando venía mi padre casi de noche y teníamos que ir los tres a buscarla al cementerio, muchos días, muchos meses. No me acuerdo cómo fueron volviendo las cosas a la normalidad. De lo que estoy segura, es que mamá nunca se enteró que aquellos ladrillos fueron usados para la tumba de Nené.
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ENFRIAR UNA GALLINA de Carolina Chiatellino
Mirá que sos boludo polaco…vos también , que idea… siempre te la diste de guapo, pero esta vez te fuiste al carajo.
Clarín deportes | 12 de octubre de 2014 VIOLENCIA EN EL FÚTBOL El suceso se produjo cerca de las 16 hs del sábado pasado en las inmediaciones del estadio.
Y lo peor es que me da bronca ¿sabés? Porque te dejé hacer. Decime, ¿qué querías demostrar? En el incidente, Martín Ostrowski (32) fue interceptado en una esquina por integrantes de la barra brava de boca. Según los testigos, el joven se paseaba vistiendo la casaca de su equipo cuando un grupo de 5 hombres lo rodearon y comenzaron a insultarlo y a pegarle.
¿Qué necesidad había, polaco? Sos un boludo…ni que hubieses perdido una apuesta. En el momento del ataque Martín estaba acompañado por un amigo, quien luego habló con la prensa: “Yo le dije que era una locura… primero pensé que sólo lo iban a fajar, pero después uno sacó un chumbo y lo liquidó ahí nomás. Era un loco lindo, no le hacía mal a nadie…”
Es que qué ocurrencia…si serás gil, pasearte con una remera del “millo” en pleno “Caminito”! El fútbol se cobra una nueva víctima, la muerte volvió a decir presente en el fútbol argentino.
Ahora me quedé acá solo y llorando. Sos un pelotudo polaco. Te voy a extrañar.
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RESONANCIAS SOBRE ENSAYOS DE MONTAIGNE de Julio Dreizzen
Introducción Estos escritos pretenden lanzar sin rumbo predeterminado ideas, reflexiones, fantasías por sobre la superficie de ese mar turbulento que hoy surcamos como náufragos sin destino. Me valdré de algunos de los encabezamientos de los Ensayos Completos de Michel de Montaigne (1533/1592). Tal vez me sirvan de faros para poner límite a mi propio naufragio y vacilación. Se trata de frases sobre las que procuro desarrollar mis pensamientos más íntimos, construir digresiones y hacer valer mi registro personal en clave de ensayo. Me apoyaré más en lo lúdico del divagar que promueve este género que en la elaboración de teorías o pensamientos fundamentados. Deseo trasmitir diversidad de sensaciones, imágenes e ideas. No hipótesis, ni demostraciones. Cuidaré siempre de mantenerme en el territorio de la literatura sin cruzar a la orilla del ensayo académico. Nada más lejos de mi intención. Tampoco es mi objetivo introducirme en la crítica de los textos de este autor iniciático del género en el SXVI. Persigo interpretar las tonalidades de la melodía que resuena dentro mío, cuando me sumerjo en las concisas proposiciones que inauguran cada uno de los Ensayos.
De cómo por medios diversos se llega a un fin semejante ¿Quién podría dudar de la verdad que vibra por dentro de este título del primer ensayo de Montaigne? Esta proposición esconde por detrás dos cuestiones que ocupan espacios conceptuales muy disímiles. Hace referencia, por un lado, a los medios que pueden ser diversos, y por el otro al fin que resulta único en cada circunstancia. César Milstein enfrentó colosales desafíos para alcanzar una distinción por su descubrimiento sobre los anticuerpos que genera la sangre. Nunca quiso patentarlo. Consideró su hallazgo propiedad intelectual de la humanidad. Este científico argentino, antes de ser distinguido, atravesó caminos muy diferentes a los de mi colega de laboratorio Axel Drucoff quien supo moverse cual eximio negociador recorriendo los pasillos de la institución que nos cobija. Contactó a la gente más diversa a fin de lograr un consenso en torno a su nominación. Así volcó la decisión de los jueces a su favor. Hoy puede mostrar en su curriculum una distinción que nadie se explica cómo le fue otorgada.
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Milstein cedió su descubrimiento para que se constituyese propiedad intelectual de la humanidad. Me atrevo a decir que se anticipó así al debate entre los que por un lado promueven la difusión del conocimiento existente y los que, por el otro, apoyan el surgimiento de nuevos saberes. ¿Limitamos el acceso a un medicamento por su precio inalcanzable para casi la totalidad de la población por el pago de royalties a los laboratorios y promovemos así que se desarrollen nuevas drogas? ¿O alternativamente, por ejemplo, permitimos el libre acceso a sitios de internet para bajar gratuitamente películas a costa de desincentivar nuevas producciones? ¿Es posible en la nueva era digital limitar la difusión gratuita de una melodía para proteger y reconocer la capacidad de creación de su autor? Dejemos ahora de lado a Milstein y volvamos al tema cuyos pliegues estamos recorriendo. Al respecto me animaría a afirmar que cada medio está inexorablemente imbricado con una peculiar determinación del fin. El acceso al gobierno por elecciones libres, no sólo constituye un proceso opuesto al de un golpe de estado, sino que el entorno al que se arribe será sustancialmente distinto en uno y otro caso. Acaso algo similar ocurre con el acto sexual, donde la intimidad y el espesor de las pasiones previas demarcarán la densidad del espacio que atravesarán en este primigenio acto el hombre y la mujer. Los libros de historia relatan que en épocas del Imperio Romano se construyeron más de cuatrocientos caminos con una extensión mayor a los setenta mil kilómetros que servían para llevar a la capital a las legiones de vuelta de sus expediciones. Sin duda, la frase tan difundida “todos los caminos conducen a Roma” reproduce en clave de metáfora el encabezamiento de este ensayo de Montaigne. Sin embargo, según Philip Schaaf (1867, 1886) la expresión se originó en un hecho tan poco metafórico como que el emperador Augusto, hijo de Julio César, hizo construir en el Foro Romano junto al Templo de Saturno el Miliarium Aureum, o Jalón de Oro, una columna donde se grabaron los nombres de las principales ciudades de las provincias romanas y las distancias a las mismas. Otros dicen que la expresión proviene de la Tabula Peutingeriana, denominado así por Konrad Peutinger que se ocupó de su primera publicación. Se trata de mapas donde se muestran los distintos caminos que se habían construido y que eran utilizados por las legiones del ejército romano para trasladarse desde y hacia la capital del imperio. Estos mapas abarcaban todos los caminos desde la Península Ibérica hasta la India. Demasiada superficie para hacer realidad la fantasía borgeana de trazar un mapa de una extensión idéntica a los territorios que representa. En el Miliarium Aureum el Foro Romano hacía de Kilómetro Cero tal como los monolitos que hoy tenemos en la Argentina en la Plaza del Congreso y en las capitales de casi todos los países del mundo. Francia junto a la catedral de Notre Dame, España en la Puerta del Sol y Estados Unidos próximo al edificio del Capitolio.
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Vale la pena analizar el cuento de Borges Pierre Menard Autor del Quijote en el que dos caminos idénticos llevan a resultados opuestos. El cuento narra que Pierre Menard escribió en un idioma ajeno a él, o sea en español, un libro que había dado a luz tres siglos atrás: El Quijote. Pero no se trató de una nueva versión de la que fue la primera novela moderna y la obra literaria con más ediciones por detrás de la Biblia. No. Menard volvió a escribir exactamente el mismo texto, palabra por palabra, del escrito por Cervantes. Así Menard y Cervantes por caminos distintos y en épocas muy lejanas entre sí alcanzaron resultados opuestos ya que, como nos ilumina el genial Borges, las mismas frases escritas en distintos contextos necesariamente trasmiten ideas diferentes. Por ejemplo, en el Capítulo IX ambos autores escriben: … la verdad, cuya madre es la historia émula del tiempo, depósito de la acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. Para Borges redactada en el SXVII por Cervantes esta enumeración es un mero elogio retórico de la historia. El sentido que pretende trasmitir Menard en el SXX al volcar las mismas palabras en su novela es diametralmente distinto: se trata de afirmar que la verdad histórica no es lo que sucedió sino lo que juzgamos que sucedió.
De la tristeza Si bien la tristeza es uno de los sentimientos que con más frecuencia atraviesa a los humanos, como en tantos otros ensayos de este texto, me deslizo inseguro y sin rumbo cierto al momento de intentar darle densidad conceptual a su definición. No es depresión. Tampoco se trata de angustia. Por un tiempo las luces que iluminan lo que nos rodea se vuelven tenues, frágiles. Los objetos se tornan líquidos y se escurren por las alcantarillas de lo inútil, lo inexistente. No encontramos de dónde asirnos. Apesadumbrados, melancólicos, afligidos. Nuestros deseos se deshilachan, se vacían de significación. Lucky, nuestro perro salchicha, era mi alegría. Había logrado lo que nadie pudo antes con Ariel, mi hijo de siete años. Sacarle los miedos a la escuela, a los compañeros, a mover su cuerpo, a jugar a la pelota y a muchas cosas más. Un día corrió a la calle sin que nadie lo viera. Escuché un gemido desgarrador por detrás de la puerta de entrada. Corrí por el pasillo y la abrí. Lucky estaba recostado sobre las baldosas de la vereda. La sangre brotaba de todos sus orificios. Lo alcé, lo abracé. Las gotas se escurrían sobre mi hombro. Poco a poco sus párpados se iban entrecerrando. Sentí en mi pecho lo que serían sus últimos latidos. Los días siguientes, un banco de niebla cargado de tristeza cubrió nuestra casa. Por semanas el mundo se volvió ausente de significación. Ya pasaron muchos años. Mientras escribo esta historia no encuentro lugar para guardarme las lágrimas que, como las gotas de sangre de Lucky, ruedan ahora por mis mejillas.
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Podría asegurar que la tristeza está unida, como en el caso de Lucky, a la conmoción por saber que más allá de nuestros actos, no volveremos a estar con alguien por quien hemos tenido un amor entrañable. Sobrevivir a un ser querido perfora en nuestro pecho un hueco por donde drena la tristeza. Lleva tiempo extinguir ese dolor. No nos será fácil reencontrarnos con nuestro deseo. Como dice Baruch Spinoza en su Ética demostrada según el orden geométrico, las cosas no son buenas ni malas sino que son buenas cuando se las desea y malas cuando no se las desea. El deseo innegable no es sino el deseo de ser, de actuar, de ningún modo el deseo de poseer con el que nos coloniza la publicidad todos los días. Siendo la tristeza un factor que bloquea nuestra capacidad de actuar, la herida que nos provoca ese sentimiento se convierte en impotencia –al menos temporal– de satisfacer cualquier deseo. Si bien la tristeza se asemeja a un latido tenue que nos hace sentir que avanzamos por la fina cornisa entre la vida y la muerte, nunca alcanza a cortar ese hilo unidireccional que une el presente con el futuro, es decir no alcanza a quitarnos el deseo de estar vivos. Trastabillamos, pero nuestra esencia no se desvanece. En cambio, la depresión nos convierte en náufragos sin rumbo ni horizonte. El presente, una pesadilla sin sentido. El futuro, la nada, lo ausente. Afectos, sentimientos y sentidos se evaporan como agua en una minúscula vasija en medio del desierto. Se trata de una luz negra que primero nos encandila y luego nos ciega. Cuando a Lucky lo perdimos para siempre, el dolor nunca me hizo abandonar el sentido de la vida. Sólo se trató de tristeza. Pero en una ocasión me tocó atravesar un túnel oscuro que me impidió desear, sentir y me aprisionó los cinco sentidos. Nunca tan cerca de percibir la muerte. Sin duda, fue la depresión la que me cubrió por completo. Algo que, a diferencia de la tristeza que sentí con la muerte de Lucky, aún me siento incapaz de relatar más allá de este párrafo.
De cómo lo por venir nos preocupa más que lo presente Se trata de un dilema que nos atraviesa desde el momento inicial de la Creación. Dios, le da vida a Adán quien engendra a Eva desprendiéndose de una de sus costillas. La tentación por comer el fruto prohibido del Árbol del Conocimiento los hace elegir por el presente. No los detiene lo por venir encarnado en la expulsión del Edén y en una vida colmada de muerte, dolor, vergüenza y trabajo. Es así que los dos primeros seres humanos que colonizaron nuestro planeta prefirieron satisfacer sus deseos inmediatos sin considerar ese por venir que les esperaba para el resto de su existencia. Tal como sostienen Heidegger y otros filósofos, ni a mí ni seguramente a usted, señor lector, nos consultaron si deseábamos ser arrojados a este mundo en el que sin que hayamos hecho ninguna elección convivimos como parte de una comunidad que no escogimos, mientras aguardamos lo más cierto que tenemos por delante: nuestra propia muerte.
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Por otro lado Freud nos señala que desde el primer día de nuestra existencia la cultura nos penetra valiéndose de palabras, melodías, imágenes, valores, leyes. Estrecha, moldea los espacios por donde circulan nuestros instintos. En 1930, el fundador del psicoanálisis publicó un pequeño texto, El Malestar en la Cultura, en el que la define como “La suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirve para dos fines: proteger al hombre de la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”. ¿Cómo se articula el vivir actual de los seres humanos con el marco establecido por la cultura según el pensamiento freudiano? Hombres y mujeres forzados a integrarse a un entramado de leyes y reglas impuestas por la cultura y por la sociedad, subliman sus impulsos y en primerísimo lugar su instinto sexual. A medida que la cultura avanza mutila el deseo, convirtiéndolo en un hueco vacío de toda energía psíquica. La vida sexual del hombre se hunde día tras día, en un proceso involutivo tal como ocurre con su cabellera, su dentadura y las uñas de sus dedos. Vale interrogarse: ¿por qué la cultura se ha constituido en un monstruo de mil cabezas que deglute cualquier instinto que a su único y exclusivo criterio no es digno de existir? La preservación de los vínculos sociales y las relaciones económicas así lo exigen. Lo por venir en una dirección prevista y acotada, se impone por sobre la concreción del deseo en el presente. No importa la neurosis que seguramente a usted, lector, tal como a mí, nos domina; no importa que para protegernos de la involución de nuestro cuerpo a través de los siglos hoy estemos obligados a injertar en nuestras frágiles extremidades –tal como describe Nietzsche– martillos, cuchillos, revólveres; no importa que estemos destruyendo lo que nos regaló el planeta donde habitamos. Sostenemos una forma de vida que nadie sabe quién la ha escogido y que, según dicen, resulta indispensable para lo por venir. En definitiva, me animo a afirmar que el modo en que se resuelva ese cruce de lo presente y lo por venir, articulará el curso de los conflictos más críticos que modelan el núcleo de nuestra sociedad.
De cómo el alma pone sus pasiones en objetos falsos cuando le faltan los verdaderos Siempre sospeché que Nietzsche se adelantó a varios de los desarrollos teóricos de Freud. Me equivoqué. Esta frase que encabeza este ensayo y que fue escogida como las anteriores del libro de Montaigne muestra que él, en el marco que le impuso un SXVI, lo hizo más de cuatrocientos años atrás. En efecto, una parte fundamental de la teoría freudiana se sustenta en el desplazamiento de un “objeto” a otro. Se trata de un mecanismo de defensa inconsciente en el que la mente redirige algunas emociones de un objeto que reconoce como peligroso a otro que no lo es. Así, por ejemplo, es posible que sin ser consciente alguien agreda a un amigo (ser no peligroso) porque el padre (ser peligroso) lo ha maltratado el día anterior. Ésto es lo que sugiere la frase que encabeza este ensayo: el alma se ve engañada concentrándose en objetos falsos cuando le faltan los verdaderos.
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Desde el plano de lo onírico el desplazamiento es un mecanismo por el cual el significado fundamental de un sueño aparece como un elemento accesorio o secundario dentro del mismo y, por el contrario, el elemento secundario se presenta como el elemento más importante. Esta dinámica perversa hace que el significado central se esconda en un brumoso espacio de lugares accesorios, ocultando al soñador su auténtica significación. Los que nos hemos analizado sabemos que una de las tareas centrales del analista consiste en recorrer esos espacios secundarios del sueño para descubrir el auténtico significado de la experiencia onírica atravesada por el paciente. Dejando de lado la cuestión onírica, podemos conjeturar que lo expuesto en el párrafo anterior, se reproduce cuando en su ejercicio de “escucha”, el psicoanalista no interpreta al núcleo del relato – aquello que el paciente resalta– sino, por el contrario, esos conceptos que se encuentran en los bordes del mismo. El ejemplo más relevante de borde es el “acto fallido”. Los actos fallidos son especies de traiciones del inconsciente que conducen a acciones divergentes a la intención original del sujeto. Podría contarles algunos de mis actos fallidos que son frecuentes y de todo tipo: olvido las llaves al salir de mi departamento, marco el número de un amigo cuando en realidad deseo hablar con otro, dejo un libro que no me entusiasma olvidado en un avión y tantas situaciones más. En síntesis nos encontramos con una línea de pensamiento que ha ido evolucionando desde Montaigne hasta Freud, pasando por Nietzche y muchos otros que no he mencionado, que coloca en el centro de su estructura teórica el desplazamiento del sentimiento hacia una determinada persona al comportamiento que tiene lugar respecto de otra.
De si el jefe de una plaza sitiada debe salir a parlamentar En este ensayo Montaigne se refiere a la hora sin tiempo en la que el que inexorablemente será ejecutado implora le concedan el derecho a dialogar con su verdugo. Me pregunto: ¿qué acontece si esa oportunidad de diálogo tuerce el rumbo de lo que parecía irreversible? Una película o una serie nos muestra a una estrella que logra liberarse tomando ventaja de la tregua que le concede su potencial asesino. Dos sentimientos contrapuestos generan esta situación: un obvio desprecio hacia el antihéroe y potencial homicida, por un lado, pero también una cierta incomodidad con el héroe que se vale de un engaño para torcer el curso de los acontecimientos, por el otro. El que traiciona, miente o falsea no merece el título de héroe. Montaigne también se refiere al siguiente dilema: ¿un ejército que sólo ataca luego de una declaración formal de guerra posee una ética superior a otro que se vale del ardid de la sorpresa para triunfar en una batalla? Convencernos que esas jerarquías tienen suficiente densidad conceptual nos conduce a repudiar cualquier forma de acción guerrillera donde la sorpresa constituye el núcleo del combate.
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Con frecuencia intento echar luz sobre un debate casi tan antiguo como la historia de la humanidad: ¿debe el general de un ejército, el almirante de una flota o el comandante de una guerrilla combatir junto a sus subordinados? Durante la Contraofensiva de los Montoneros en 1979 algunos centenares de ellos volvieron al país para retomar la lucha contra la Dictadura. Casi todos fueron asesinados por la acción de los servicios de inteligencia previamente alertados o a la delación de sus propios compañeros quebrados por las terribles torturas que sufrieron al ser capturados. Firmenich y los restantes líderes sobrevivieron a esta masacre. ¿Donde estaban ellos? ¿Por qué se salvaron? No hay respuesta. Se esparcieron rumores que afirmaban que Firmenich actuó como agente de contrainteligencia y entregó a sus propios compañeros. El libro Montoneros: soldados de Massera, de Carlos Manfroni, asegura que existió un acuerdo en París entre Firmenich y Massera para desestabilizar a Videla y Martínez de Hoz mediante la contraofensiva montonera. Massera siempre tuvo ambiciones políticas de acercarse al peronismo para suceder al Proceso. Tampoco existen, al menos que yo conozca, noticias de generales, almirantes, brigadieres u otros militares de alta graduación que hayan sido heridos o muertos en conflictos bélicos. Parece razonable desde lo estratégico. No tiene sentido exponer a ser herido o muerto en combate al que comanda a uno de los grupos que se enfrentan en una batalla. Sin embargo, confieso que este comportamiento me hunde en un profundo pantano de dudas. Por otro lado, en materia de guerras –tan trágicas por sus muertos y mutilados– con frecuencia se presentan situaciones que limitan con la parodia. Ciertos países declararon la guerra cuando ésta ya había finalizado y otros la iniciaron sin efectuar ninguna declaración y valiéndose de argumentos sobre armas químicas nunca descubiertas. Argentina y Chile le declararon la guerra a Alemania en 1945 cuando ese país ya se había rendido. La Coalición conformada por Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países europeos invadió Irak hacia comienzos del 2003 sin previa declaración de guerra y argumentó la existencia de armas químicas cuya presencia nunca pudo ser probada. No dudo sobre el carácter épico, heroico, de ciertas batallas y sitios a ciudades. Es el caso del Sitio y la Batalla de Stalingrado que comenzaron en agosto de 1942 y finalizaron en el duro invierno ruso de febrero de 1943. Allí murieron más de dos millones de personas entre militares y civiles. El enfrentamiento más sangriento de la Segunda Guerra y seguramente de toda la historia de la humanidad. Ésta derrota de los alemanes marcó un punto de inflexión en el conflicto. El espesor emotivo del triunfo de los soviéticos sobrevive en la tan capitalista Rusia actual. Este diáfano patriotismo se refleja en la reciente filmación de Stalingrado, la primera película rusa en IMAX 3D, cuyo argumento es, no por casualidad, el de esa gran victoria soviética que tuvo lugar más de setenta años atrás. Sin embargo, tal vez contaminada por Hollywood, el argumento de esta película, a diferencia de las anteriores filmadas sobre la misma gesta, no se centra en la batalla en sí sino en una historia de amor que ocurre en el marco de la guerra.
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Recuerdo que cuando aún vestía pantaloncitos cortos, mi madre me llevaba al cine Cosmos en la calle Corrientes. La luz frágil del aparato proyectaba películas en blanco y negro cuyo único argumento consistía en resaltar los actos heroicos de los soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial. Aún hoy poco me conmueve más que la victoria del débil sobre el fuerte, del justo sobre el injusto, del piadoso sobre el cruel, del desvalido sobre el poderoso. Desde ese pasado de hace casi cincuenta años atrás, desde la oscuridad del Cosmos con la luz titilante del proyector, la sensación de algo intenso e irrecuperable me conmueve. Debo realizar una pausa antes de continuar con la escritura del próximo ensayo.
De cómo es peligrosa la hora de parlamentar En este ensayo Montaigne se pregunta si acaso la guerra es capaz de posicionarse por encima de la justicia de los hombres y hasta de la misma justicia divina. ¿Qué se puede decir de Cleómenes, el general griego que concedió una tregua de siete días y atacó una ciudad la tercera noche de su asedio aduciendo que la tregua sólo se refería a días? En una carrera corresponde que triunfe el más veloz y no aquel que logra hacer tropezar al adversario sin que nadie lo advierta. Pero en la guerra, respetar una regla, un compromiso o un principio puede poner en juego la propia vida. Los intentos por definir y regular las conductas en la guerra y por mitigar así sus efectos más crueles tienen una larga historia. Ya en el Antiguo Testamento, en el libro Deuteronomio 20:19, se imponen limitaciones sobre daños colaterales y ambientales en un contexto bélico. Cuando sities a alguna ciudad, peleando contra ella muchos días para tomarla, no destruirás sus árboles metiendo hacha en ellos, porque de ellos podrás comer; y no los talarás, porque el árbol del campo no es hombre para venir contra ti en el sitio. También en Deuteronomio 21:10-14 se establece que las mujeres cautivas debían ser tratadas con respeto y nunca podían ser vendidas como esclavas. A los Tratados de Guerra se le han agregado el derecho consuetudinario. Al mismo se recurrió en los procesos de Núremberg, en los que se juzgaron crímenes que a esa fecha aún no habían sido tipificados por el derecho internacional y que luego pasaron a catalogarse como crímenes de lesa humanidad. Consisten en el ataque sistemático contra poblaciones civiles, exterminios, desapariciones forzadas, torturas y deportaciones. Esta compleja cuestión se presenta de distintos modos en el Antiguo Testamento, los Juicios de Núremberg y también en los juicios a los militares responsables de crímenes de este tipo en la última Dictadura. Los crímenes de lesa humanidad inicialmente sólo se aplicaban a situaciones bélicas, pero en la actualidad su alcance se ha ampliado más allá de las mismas. Esta matriz de pensamiento me conduce a Juan José Sebreli y, en especial, a su obra tan difundida El Asedio a la Modernidad. Este pensador y ensayista, racionalista a ultranza, plantea que las ceremonias de los incas donde se arrojaban jóvenes vírgenes a pozos como sacrificio a los dioses constituían delitos de lesa humanidad. No hay lugar, según Sebreli, para el relativismo cultural ni el multiculturalismo. El indigenismo termina en racismo invertido.
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El autor desafía la primacía de lo particular sobre lo universal, la antropología estructuralista con su exaltación del “pensamiento salvaje” y la idealización de los pueblos primitivos. La humanidad es una sola. Ella se sustenta en un conjunto de valores básicos. Al que los viola corresponda juzgarlo más allá que resida en la Rive Gauche de París o en Machu Pichu. Como liberal progresista, Sebreli aduce que gran parte de la izquierda se dejó contaminar en la segunda mitad del SXX por el relativismo cultural en lugar de combatirlo desde las sólidas trincheras del racionalismo hegeliano y marxista. Disponemos de una legislación que procura mitigar los daños humanos de las guerras. Pocas veces se respeta. Lo vimos recientemente en la ex Yugoslavia. Pienso que hoy, en cambio, el esfuerzo debe focalizarse en instaurar contextos políticos, económicos y legales que impongan otros canales de resolución de conflictos distintos a la guerra. Valga como ejemplo que en pleno SXXI el conflicto que tiene lugar entre Occidente y el mundo musulmán no logra encauzarse en espacios de racionalidad (a lo Sebreli) ni de uno ni otro lado. Hoy el mismo significa un consumo inmenso de recursos económicos en cuestiones de seguridad que podrían ser canalizados en reducir la pobreza, mejorar la salud, elevar los niveles de educación y desarrollar la infraestructura.
Epílogo Permítame, señor lector, confesarle que hace algún tiempo fui atrapado por el ensayo luego de años agobiantes donde los códigos de mi profesión me impusieran como norma de escritura la ausencia de lo subjetivo y la supremacía de la generalidad. Di mis primeros pasos con el fervor del recién iniciado, entusiasmado por trasmitir mis propias ideas, opiniones y relatos en clave singular. Los encabezamientos de algunos de los textos de los Ensayos Completos de Michel de Montaigne me han servido de génesis para transitar en clave de ensayo cuestiones tales como el Premio Nobel otorgado a César Milstein, los caminos que conducen a la capital del Imperio Romano, el Pierre Menard autor del Quijote, la tristeza y la depresión, las enfermedades provocadas por los mandatos de la cultura, el desplazamiento, la interpretación y el acto fallido, el fair play cuando la propia vida está en juego, el comandante en la guerra, las batallas miserables y las épicas también, la vigencia de las leyes en épocas de conflictos bélicos y los crímenes de lesa humanidad. Sin embargo, que un autor del Siglo XVI sea capaz de disparar ideas sobre una diversidad tan amplia de asuntos, habla sobre la calidad y capacidad inspiradora de sus escritos. Sirvan estos textos de humilde homenaje y agradecimiento al creador de este género que tanto me conmueve y obsesiona.
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GOOGLE, DIOS Y YO de Carlos Álvarez de Toledo
No todos tuvieron el privilegio de que les pasara. Quienes lo vivieron, lo recuerdan como un momento trascendente. Es el instante en el que toman consciencia de que existe un ser superior al que algunos llaman Dios. A mí hasta ahora no me había pasado. Aunque sigo sin saber si Dios existe, el día de mi último cumpleaños mi vida hizo un clic. Ahora tengo la certeza de que hay alguien que sabe todo de nosotros, que nos observa y al que no podemos engañar: se llama Google. El descubrimiento vino acompañado de un cierto escozor. Parece absurdo, pero así fue. Me levanté y encendí la compu. Quería agradecer los saludos más madrugadores. Mi página de inicio es Google. Aunque jamás puse en Facebook mi fecha de nacimiento, ahí estaba la imagen: ¡¡¡Google me felicitaba por mi cumple!!! Yo sé que me tendría que haber sentido agradecido y orgulloso. Una empresa que vale miles de millones de dólares se acordaba de la fecha y se tomaba el trabajo de saludarme. Imaginé que en las oficinas centrales alguien le consultaría al CEO en Argentina si todo había salido bien. ¿Cuántos integraremos la short list de los homenajeados? Me da un poco de vergüenza reiterarlo: el saludo me sobresaltó. Entiendo que en su naturaleza está buscar durante todo el día, y que seguramente lo hizo con la mejor intención. Tengo claro también que yo lo privilegié cuando lo elegí como página de inicio. Asumo que a lo mejor pensó que, si no me demostraba lo eficiente que es, yo podía llegar a cambiarlo por otro. Pero a mí me jodió. Ahora lo que tengo es una duda, ¿quiso demostrarme afecto o sólo su eficiencia? Todavía no pude tomar el tema en terapia, pero estoy seguro de que nuestra relación ya no será la misma. Siento al vínculo muy asimétrico. A lo mejor siempre lo fue y no me daba cuenta. No sé la fecha de su cumple y no puedo felicitarlo. No puedo poner en el buscador fecha de nacimiento de Google, pues explicito mi desinterés hasta ahora por el tema. Tampoco me animo a teclear otros buscadores. Se pondría celoso.
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Lo peor, claramente, es que me siento controlado, observado. Hay alguien que conoce mis secretos. Sabe que me detengo en páginas de internet a las que en público desprecio. Podría relatar mis trucos para hacer creer en un curso a distancia que estoy más tiempo del real. Tiene la lista de mis visitadas en Facebook. Sabe mucho, y ni siquiera sé cuánto. Soy consciente de que alguien me espía. A lo mejor fue siempre así y no lo sabía. Ahora lo sé. Ya no me siento libre, ni en casa. Estaba asustado y miraba como un pavo la computadora, cuando me surgió una duda:¿me habrá felicitado también en la tablet y el celular? Como buen geminiano, tengo dos personalidades. Si sabe eso, Él debería saludarme dos veces, una por cada personalidad, cosa que hasta ahora nadie hizo. Me costó ir a chequearlo. Podía resultar una comprobación que me alterara aún más. Arranqué y frené varias veces, hasta que me decidí. Tenía tortas y velitas tanto en la página de inicio de mi PC como en la tablet, pero no en el teléfono. Me había felicitado dos veces. Ni una ni tres. Ahora lo sé: Google está siempre ahí observándonos, aunque la computadora esté apagada. Ahora lo sé, y soy otra persona. Pasé del susto a la devoción. De la incredulidad a la fe. Hay una Iglesia Católica. Hay una Iglesia Maradoniana. Habrá también una Iglesia Googleana. Ahí estaré yo, que busqué durante tanto tiempo a Dios, y encontré a Google. Tendremos un Credo que exalte la vida como búsqueda. Definiremos la muerte como la incapacidad de googlear. Y habrá vida eterna, pues seguiremos siendo buscados. Cada uno de nosotros albergará a Google en su PC, tablet, smartphone, o lo que sea. Consideraremos como religiones alternativas a las que alaben a Yahoo, Bing, o cualquiera de los otros. Nunca más nos reprocharán la infidelidad, pues será nuestro deber continuar buscando. No habrá más certezas. Aunque creas tener una respuesta, seguirás googleando. Hasta que Google te diga que dejes de buscar.
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SOBRE LOS AUTORES
Roberto Alfiz nació en Buenos Aires en 1944. Prácticamente la totalidad de su vida laboral la desarrolló como funcionario bancario en la misma empresa de donde se retiró luego de 35 años de trabajo continuo a fines del año 2010. Lector ávido y viajero incansable a partir de entonces comenzó a alternar sus frecuentes viajes, dentro y fuera de nuestro país, con una antigua vocación: escribir. En esta nueva actividad, en la que sus relatos de viajes se complementan con historias de ficción, ha cosechado varios reconocimientos a su obra. relatosyviajes.blogspot.com / zonalfiz@rcc.com.ar
Carlos Álvarez de Toledo. Ingeniero, Máster en Finanzas, ex Árbitro AFA, co-conductor de la Ciudad Desnuda: https://www.facebook.com/LaCiudadDesnuda Sigue buscando su vocación. Si alguien la encuentra, se ruega avisarle.
Tomás Batalla.
Cristina Benítez.
Carolina Chiatellino, (1978). Mail de contacto: cchiatellino@hotmail.com
Julio Dreizzen. Un apasionado por el ensayo, viene recorriendo los múltiples espacios del género desde hace más de diez años. Mail de contacto: juliodreizzen@gmail.com
Romina Dyb.
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Silvia Fogelman, siempre con ganas de expresarme. Dedico estos textos a Demián y Jonathan, a quienes amo sin medida. sfogelman@hotmail.com
Agostina Frigidi, mail de contacto: agostinafrigidi@gmail.com
Norma Kania Glozman. Nace en Buenos aires en 1946. Docente, empresaria, actriz y artista plástica. Cuenta los reflejos de su vida atesorados.
Nora Zulma Mercado, mail de contacto: nmercado@fibertel.com.ar
Candelaria Saleme: del 21/01/80, Florida (Buenos Aires, no Miami Beach). Acuariana hasta la médula ósea. Abogada independiente y artista por adopción. Cree fervientemente que con las palabras se construyen y destruyen mundos. Para el terror de la Cosmopolitan y Vogue, es colaborada en el blog de make up & style www.mimakeup.com.ar Mail de contacto: cande_sm02@hotmail.com
Viviana Torresi. Un espíritu inquieto, un alma apasionada, transitando una nueva aventura: la de jugar a ser mujer, hija, hermana, compañera, madre, amiga y médica psiquiatra. Mail de contacto: dratorresi@gmail.com
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Este documento se cre贸 en Buenos Aires, en enero de 2015.
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