LEYENDA DE LOS SUAVIDUVOS
Hace mucho, mucho tiempo, cuando las personas aún no habitaban la tierra, existían unos serespequeños,suavesy cálidos, llamados suaviduvos. Tenían la costumbre de llevar siempre con ellos unas mochilas que contenían unas piedras suavesy cálidas que intercambiaban con cualquiera que se encontrasen. Habitaba también con ellos un nomo malhumorado que tenía como todo fin molestar a los suaviduvos, pero éstos eran difíciles de mosquear, y más se molestaba el nomo. Un día el nomo salió al camino, al encuentro de un suaviduvo. Cuando vio uno acercarse le saludó y le dijo:
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¡hola estimado suaviduvo! Deja que te haga una pregunta que no consigo resolver. Si tu algún día quieres sacar una piedra de tu mochila y encuentras que ya no tienes más, que no te queda ni una, ¿qué harías?
El suaviduvo, que ya había echado mano de su mochila para sacar una piedra suave y cálida para dársela al nomo, disimuladamente volvió a meterla en su bolsa y dijo:
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Pues,ejem…la verdad, no lo había pensado nunca. Creí que siempre tendría piedras suavesy cálidas para dar. Pero, ahora que lo dices…
Y se fue sin despedirse, con cara de preocupación. Por el camino se encontró a otro suaviduvo. Cogió la piedra que este le ofreció y sin darle otra a cambio le preguntó:
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Oye suaviduvo, has pensado alguna vez que ocurriría si se nos acabaran las piedras suaves y cálidas de la mochila.
Y sin esperar respuesta siguió su camino pensando que no le había dado ninguna piedra suave y cálida porque en realidad esesuaviduvo no le caía muy bien. El rumor se extendió. Y como ya sabéis que ocurre con estas cosasque pasan de boca en boca, se fue haciendo cada vez más dramático. Ya casi no se atrevían a saludarse los suaviduvos entre sí. Cruzaban de camino, se hacían los despistados, decían tener prisa o estar muy ocupados cuando se encontraban con otro suaviduvo. Las piedras empezaron a acumulárselesen la mochila, y su peso producía grandes dolores de espalda. Generaciones posteriores habían desarrollado grandes jorobas. Pocoa poco dejaron las piedras en sus casas, escondidas y almacenadasen lugres seguros. Y olvidaron que en otro tiempo esaspiedras se intercambiaban. El nomo que había sobrevivido a muchas generacionesde suaviduvos, al principio se alegró, pero pronto empezóa aburrirse y al final estaba verdaderamente triste y desolado. El mundo se había vuelto casi mudo. Ya casi nunca se encontraba con los suaviduvos, y cuando lo hacía le miraban mal o nada, y nunca intercambiaban apenas una palabra. Arrepentido, el nomo se levantó un día con intención de arreglar lo estropeado. Cogió unas cuantas piedras, frías y ásperas, de su cueva y salió a hacerseel encontradizo con los suaviduvos. A cada uno que veía saludaba con afecto y le decía:
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¡Quétal! Buen día, estimado suaviduvo. Te regalo esta piedra en recuerdo de vuestros antepasadosque se intercambiaban piedras pequeñas, suavesy cálidas cada vez que se veían.
Los suaviduvos quedaban un poco pasmados, y corrían a comentarlo a otros suaviduvos. Comoya sabéis lo que ocurre con estas cosasque van de boca en boca, pronto hicieron de aquello una moda. Desdeentonces,los suaviduvos, como ahora las personas hacen con el cariño, se intercambian de vez en cuando alguna piedra. Siempre y cuando le caiga bien el suaviduvo a quién regalan, y siempre diciendo qué no se enteren otros suaviduvos, si no también querrían ellos. Temiendo aún que sus piedras pequeñas, suavesy cálidas se agoten al intercambiarlas.
Y por si no te has enterado, de cariño se ha tratado