Cave Ogdon
Luz baja
Ogdon, Cave Luz baja. 1a edición - Ciudad de Asunción: Aike Biene Ediciones, 2018. 72 p. ; 13 x 20 cm. ISBN 978-99967-0-713-1 Diagramación y diseño: César Barreto Corrección: Giselle Caputo Corrección de estilo: Christian Kent E-mail: edicionesaikebiene@gmail.com Fan page: Aike Biene ediciones © Cave Ogdon © AIKE BIENE ediciones Colección Narrativa Impreso en Asunción
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Para Laura
1. VENTANA
A veces, como ahora, miro por la ventana y quiero inventar algo tan admirable y grotesco como los gigantes de Rabelais. Sería muy loco despegar la nariz del libro y ver de pronto sus sonrisas idiotas en el cielo. Pegaría que pase eso y no tener que escribir ― lamentable: la notebook encendida, el Word en blanco― una monografía sobre el Mariscal Genocida para el profe Neri, alias Tembolo. No sé si Arturo ya está despierto o duerme con un ojo abierto; puedo ver un puntito luminoso en la penumbra de la pieza. Se quedó a dormir anoche porque comenzaron las vacaciones de invierno y los dos sabemos que cuando estos días de libertad se esfumen, como una cortina de polvo en el aire, llegarán los últimos meses de clases, los absurdos preparativos de una colación de mierda y el maldito viaje a Brasil. Salimos ayer del colegio pateando con insolencia el desvencijado portón y, después de haber vagado toda la tarde, vinimos a encerrarnos en mi pieza para chupar el vodka que robamos de una despensa.
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El pajero se colgó mirando la botella reluciente hasta que me estiró de la mochila, sin hacer ruido, casi haciéndome tropezar, y me dijo enseguida: ―Salí callado ―y se puso a preguntarle algo a la pendejita que atiende sin dejar de wasapear. Lo que sí que después fue una onda Rusia a 40 grados con la playlist de Pearl Jam de fondo. Mamá golpeó la puerta hasta que le abrimos, ya de noche, ka’úre, solo para avisarnos que había comprado comida del súper y que dejáramos de hacer ruido porque se iba a la cama. ―Dejá abierta la puerta para que entre el aire de la sala ―pero yo di un portazo y Arturo volvió a subir la voz de Eddie. Nos levantamos al mediodía y encontramos la casa vacía; mamá ya se había ido al trabajo, a pesar de que hoy es sábado, pero anda haciendo horas extras con la esperanza de que le paguen más o directamente lo que le deben. Comimos sin hablar, como animales desaforados, y volvimos a acostarnos, yo en la cama, Arturo sobre el colchón que le tiré en el suelo. Unas horas después, desperté cagándome de calor, prendí la lámpara del escritorio y me puse a mirar por la ventana, pero el gigante no estaba y la notebook tardó dos horas en encenderse. Ahora alejo la cabeza de la ventana, hamacándome sobre las patas de la silla. Veo cómo la penumbra se disipa y la claridad de la tarde relame con voracidad el perfil de Arturo. Con el cuerpo hundido en el colchón, mira con vago interés una de mis revistas porno
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y se acaricia el calzoncillo abultado. Cuando pilla que lo observo, me tira la revista, que viene a estrellarse a un lado del escritorio, y se tapa los ojos con un brazo. Me inclino a un lado de la cama, desconecto su celular, y se lo tiro también, aunque sin brusquedad. Vuelvo a sentarme, mirando cómo revisa sus mensajes. ―Hoy se arma algo en lo de Bicho ―dice―. Veinte por cabeza. ―Surge. ―Sí, pero vamos primero a casa, así me cambio esta ropa. Hecho bola estoy. ―Dale, en el camino compramos puchos.
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