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Bienvenid@s a este segundo número del fanzine. El caso es que no pensábamos sacar más números, pues confiábamos ciegamente en que el fin del mundo anunciado por los Mayas iba a llegar, pero está visto que no se puede confiar ni siquiera en los antiguos. Mucha leche con eso de “una civilización adelantada a su tiempo”, pero no supieron ni predecir su propia extinción, ni acertar con la fecha del fin del mundo. Visto que tuvieron con su predicción el mismo éxito que Rapell con las suyas (si nos estás leyendo que sepas que esperamos ansiosos un nuevo posado en tanga veraniego) pusimos los pies en el suelo y nos planteamos montar un segundo número. Estaba todo precocinado, pero chic@s, ¡estábamos en vísperas del sorteo de Navidad!, así que quemamos todo el material en una hoguera ceremonial, alrededor de la que estuvimos bailando desnudos toda la noche. Nos iba a tocar el Gordo de Navidad. Nos esperaba el Caribe y sus estupendos rones. De nuevo, y sin razón suficiente, todo se ha ido al traste. Con el sorteo del Niño, y para no pillarnos los dedos, no nos hemos creado ninguna expectativa. Total, para que hacienda (que somos todos) se lleve el 20%... Han sido golpes muy duros, os lo puedo asegurar. Tal ha sido el sufrimiento que hemos padecido, que hemos tomado la decisión de haceros copartícipes del mismo: no solo vais a tener un segundo número sino que habrá un tercero, y un cuarto,... hasta que el mundo termine, nos toque el gordo, se colapse internet u os sangren los ojos. Por tanto, aquí os dejamos con los contenidos que hemos seleccionado para este segundo número. ¡Esperamos que os disgusten sobremanera!
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MI ANSIADO ASESINO Juan Vicente Briega González Deben ser las 4 de la tarde, el calor es asfixiante, el sudor me resbala por el cuello hasta impregnar la camisa mientras veo caer muerto al asesino de las niñas. Todavía mantengo el arma apuntando al asesino, todavía tiemblan mis manos, todavía sigo mirando su cuerpo que yace tirado en el suelo. Ha sido una búsqueda implacable, años en los que este desalmado, mientras le seguía la pista, se dedicaba a dejarme cadáveres de niñas aquí y allá. Cuando todo esto empezó yo estaba casado. Cuando el asesino empezó a matar, no se preocupaba tanto por la limpieza y la perfección; le preocupaba más terminar rápido, no era tan listo. Luego empezó a planear mejor sus crímenes, el orden y la limpieza se convirtieron en algo casi obsesivo para él, y fue perfeccionando la técnica hasta hacer que sus crímenes tuvieran su propio sello. No era como esos locos que dejan una carta de la baraja en la boca de sus víctimas, o de los que escriben pasajes de la Biblia en las paredes con sangre; su marca era diferente, no se veía a simple vista, y tal vez si no te habías preocupado por conocer su personalidad, sus actos y decisiones, ni siquiera le reconocerías. El primer año fue fatal, mató a 17 niñas, todas con edades comprendidas entre los 7 y los 13 años. No las violaba, no las golpeaba, ni siquiera las disparaba, solo las metía en un cuarto, las hacía jugar con juguetes y justo en el momento en que las veía cómodas, soltaba un gas mortal que terminaba con sus vidas. No había dolor extremo, excepto cuando los órganos se detenían y no podían respirar. Pobres niñas. El segundo año, el de su confirmación definitiva, fue cuando empecé a pensar como él. Compré una libreta y apunté todos los datos de que disponíamos. Nada cuadraba con nada, no había una similitud en las niñas que hiciera pensar que las 5
prefería rubias o morenas, más altas o más bajas, nada. Solo elegía una niña y la mataba. Aquel año, más concretamente durante aquel frío otoño, fue cuando Lidia me dejó. Tenía toda la razón cuando me dijo que no la hacía caso, que a causa de la investigación me estaba encerrando en mí mismo y que le empezaba a dar miedo. Aún recuerdo el portazo que dio al salir, pero Lidia me hizo pensar. Dijo que le empezaba a dar miedo; nunca había pensado en la capacidad del asesino para administrarle el miedo a las niñas, tal vez no fuese el color de su pelo, ni la estatura de las pequeñas criaturas lo que le hacía asesinarlas, tal vez fuera el miedo, tal vez ver como las niñas acataban sus órdenes por miedo le hacía superior, le hacía pensar que la tenía más larga y por eso asesinaba. Aquel dato fue un paso adelante en la investigación. Gracias Lidia. El tercer año de la investigación, el asesino acabó solo con la vida de 4 niñas. Fue cuando ocurrió lo que voy a narrar, aquello de lo que más me arrepiento. Durante tres largos años de noches sin dormir, de tazas y tazas de café, repasando una y otra vez mis apuntes, intentando llegar al centro mismo de la mente del asesino, entendí que para entrar en su cabeza debía actuar como él. Una vez nada más, sentir esa excitación y ese placer de matar a una persona inocente. Serían las 6 de la tarde, estaba en el parque buscando a mi víctima y empezaba a sentir esa sensación, esa extraña sensación que te hace seguir adelante, es como una droga. Las veía jugar, ignorantes de que un loco estaba decidiendo cuál de ellas moriría esa misma tarde, o quizás aquella misma noche. Solo quería saber qué pasaría después, cuál sería el siguiente paso. Entonces me vi a mí mismo seguir a una niña a la que se le había escapado la pelota entre unos arbustos, lejos de la mirada de su madre. La estreché entre mis brazos para que no se oyeran sus gritos y la saqué del parque a toda prisa. Cuando la metí en el asiento de atrás del coche, le tapé la boca con cinta aislante, le até las manos con unas bridas y la tumbé. Me senté en el asiento delantero, encendí el motor y en ese momento comprendí lo que estaba pasando. Era un monstruo, un desalmado criminal. Comprendí también que no había marcha atrás, y que en cierto modo no me molestaba del todo, 6
ya fuera como experimento sociológico o como acto criminal, no me molestaba del todo seguir adelante con este acto atroz. Había adecuado mi casa de campo, alejada de cualquier vía de escape y de vecinos pesados, para el crimen. La habitación con los juguetes y las rendijas para el gas, la hoguera en el jardín para no dejar rastro y los guantes para no dejar huellas, tal y como él lo hacía. No me salí ni un milímetro del renglón de sus crímenes. Empujé a la niña dentro de la habitación y le grité que jugará. El grito retumbó en toda la casa, y la niña se puso a jugar. Una incómoda satisfacción me recorría el cuerpo, no estaba bien que me gustara, pero cada vez me gustaba más. Dejé a la niña un par de horas jugando. Le prometí llevarle la merienda y jugar con ella si hacía lo que le decía, pero no lo hice. Cuando por la rendija de la puerta la vi tranquila, cerré con llave, tapé con un trapo la puerta por arriba y por abajo para que no se escapase el gas y le di la máxima potencia al asunto. Me senté en el suelo, junto a la puerta, esperando el fatal desenlace, y cuando oí a la niña gritar y golpear la puerta, empecé a llorar, lloré hasta quedarme seco. Después de esto, nunca más volvería a ser un hombre, nunca más podría mirar a nadie a los ojos. Cuando los golpes cesaron, abrí la puerta. El cadáver de la niña estaba tirado sobre el suelo. De nuevo lloré, abracé a la niña y seguí llorando, “es lo peor que he hecho nunca” pensaba para mis adentros y la abrazaba aún más fuerte. Cuando volvía a casa aquella noche, me juré a mí mismo no volver hacer aquello nunca más. No me había ayudado en nada sentir como él, ni ver lo que él veía cuando mataba. Solo me había producido nauseas. Nunca podría ser un asesino. Era curioso que pensara así ahora que ya lo era. Conduje tan lejos como pude para borrar aquel recuerdo de mi cabeza. Subí la música hasta el límite y cerré los ojos. Por un momento quise morir, apretar el acelerador a fondo y estamparme contra un muro o algo así, pero de repente lo entendí. La muerte de aquella niña no había sido en vano, ahora sabía lo que tenía que hacer, dejar de lado los apuntes, coger mi arma y acabar
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uno a uno con todos los asesinos hijos de puta que me encontrara por delante. Y así lo hice. El tercer año terminó, y durante el sexto mes del cuarto, cuando dejé el cuerpo de policía, me dediqué a asesinar para limpiar el mundo. Fue cuando Dios me hizo el mejor regalo que me podía hacer. Aquella tarde hacía mucho calor. Yo terminaba de comer en un bar de carretera, con la pistola en el bolsillo y con la mirada fija en la barra donde un hombre, de perfil similar al de mi ansiado asesino, tomaba un café solo y fumaba un cigarro tras otro sin mediar palabra con el animado barman que no dejaba de preguntarle por esto o lo otro. No veía el momento de levantarme y acercarme a él. Había soñado con aquello durante cuatro largos años, había cometido actos de los que me arrepentiría mientras viviese, había perdido a mi esposa, el trabajo y mi vida, que quedó lejos hacía ya tiempo. Eran las tres y cincuenta y dos cuando me levanté. Caminé lentamente hacia la barra a pagar la cuenta y asegurarme de que era él. Cuando llegué y saqué la cartera, lo miré durante unos segundos fijamente, el hombre también me miró a mí pero me giró la cara. No me reconoció. Pagué como si tal cosa y salí del local. Me senté en unos escalones de cemento, saqué la pistola, la miré y me derrumbé, empecé a llorar de nuevo como un niño. Me levanté lleno de rabia, sudando y llorando, entré de nuevo en el bar y vacié el cargador sobre el asesino. Era él, sí, era él, y le estaba dando su merecido. Cuando me quedé sin balas y lo vi caer al suelo, muerto, me abalancé sobre él y le golpeé con la empuñadura del arma hasta que no quedó rastro de su cabeza. En el suelo solo se veían sesos desparramados y un charco enorme de sangre. Tiré la pistola tan lejos de mí como pude, limpié mis lágrimas con la manga de la camisa y entonces lo vi claro. En aquel charco de sangre lo entendí todo por fin. Un asesino había sido asesinado por otro asesino. El plan perfecto.
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PRÓLoGO II
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..CONTINUA EN EL SIGUENTE NÚMERO!!
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QUERIDA NORA Francisco Valverde (Valverdikon) Querida Nora Hace poco, como siempre a principios de mes, te escribí una notita. Pese al breve lapso de tiempo transcurrido, la verdad es que no recuerdo siquiera el tema general de la misma, pues desde ese momento han sucedido tantas cosas, que he estado volcado completamente en la resolución de esos asuntos. Sin embargo, no dudes que mi cabeza, y sobre todo mi corazón, te han tenido muy presente, con tanta intensidad que solo el decoro y el pudor pueden impedirme plasmar con palabras todo lo que siento por ti. Solo pronunciar tu nombre provoca en mí una oleada de pasión tan honda, que siento como si se resquebrajaran todos los cimientos que componen mi persona, cimientos que creía profundamente arraigados antes de conocerte. ¡Al diablo con esos estúpidos cimientos! Mi corazón corre desbocado cada vez que el cartero deja la correspondencia semanal, y se parte en millones de pequeños e irregulares fragmentos cuando descubro que ninguna de las cartas es tuya. Te juro por Dios, que la desazón que esto me produce dura varios días, durante los cuales permanezco postrado en cama, sin apenas comer ni dormir. Solo la esperanza de que en la siguiente remesa llegue esa tan ansiada respuesta me mantiene con vida, eso y pensar en ti. Ya ves que, pese a que ninguna de mis misivas ha tenido respuesta, aun permanezco firme en el amor que te profeso, pues sé que en el fondo de tu corazón, tú sientes lo mismo por mí, y ruego a Dios que un rayo de su luz celestial te permita verlo. Muchas veces he pensado que esa ausencia no es tal, sino que mis padres alteran la correspondencia con el fin de cercenar mi amor, sin darse cuenta de la profundidad que alcanzan sus raíces. Cuando al pasear por las calles, o en la universidad, escuchó pronunciar tu nombre en boca de otro hombre, una oleada de celos me golpea con tal ferocidad que siento la necesidad de matar con mis propias manos al desgraciado que ha osado manchar tu sagrado nombre con su sucia saliva. Solo una gran dosis de autocontrol impedía que la cosa pasara a mayores, un autocontrol que ha ido menguando hasta desaparecer absolutamente. Da igual que no se refieran a tu persona, tu nombre fue creado para ser pronunciado solo por mis labios. Si bien en mis notas anteriores te he hablado de mis sentimientos por ti, nunca había hablado tan abiertamente de 17
ellos contigo, razón por la que supongo que estarás un tanto estupefacta. Sí Nora, sí, te amo, te quiero desde lo más profundo de mi ser. Si mi alma ha de arder en el más profundo de los infiernos y sufrir las penurias más terribles para purgar sus culpas, ¡así sea con tal de que estemos juntos! Quiero casarme contigo sea ante Dios o ante Belcebú, quiero tenerte junto a mí o sé que enloqueceré si no estoy ya loco. Dios sabe que he enloquecido de amor por ti. Cuando hablé a mis progenitores sobre nuestro matrimonio, no he de negarte que se opusieron con rotundidad, amenazándome incluso con desheredarme. Como si me importara lo más mínimo el oro. ¿Qué es el oro comparado con tu amor? Ya sabes que ambos proceden de antiguos linajes dinásticos, razón por la que le dan mucha importancia a la sangre. Es una tradición familiar el unirse sin amor, enlazarse por imposición paterna con sangre de igual o superior pureza buscando prolíficas alianzas. No debes preocuparte por su negativa. De nada vale ya. Yo procedo de la suma de esos dos antiguos linajes. Por mis venas corre la sangre de los antiguos señores feudales de estas tierras, la sangre noble que fue derramada en múltiples batallas, la sangre que quiere fundirse con la tuya en una unión perfecta, la misma con la que ahora compongo esta mi declaración de amor, la sangre derramada de mis padres. Ahora que estoy frente a sus cadáveres, me doy cuenta de lo delicada y efímera que es la vida. ¿De qué sirve el abolengo cuando uno muere? ¿Dónde queda el verdadero amor en ese estado? Nada, bien digo nada, se puede interponer ante el amor en vida, pues solo en vida se pueden disfrutar de las venturas que este trae. No temas, nunca podría hacerte daño, al menos mientras mantenga la cordura. No pienses que ya he perdido la cabeza. He meditado mucho este cruel acto antes de llevarlo a cabo, y solo lo he culminado cuando he creído que no había otra salida posible. Volvería a hacerlo una y mil veces. Sé que lo que he hecho es algo terrible, pero sé que podrás y sabrás perdonarme por ello. Esta es la más profunda demostración de mi amor por ti, de que estoy dispuesto a todo con tal de pasar el resto de mis días contigo, y de que nada podrá interponerse entre los dos. Si me aceptas como tu prometido, seré el hombre más dichoso sobre la faz de la tierra. Si me rechazas, mi vida no tendrá sentido, pero eso carecerá de importancia pues caeré en la más honda de las locuras, la más profunda y oscura, un pozo 18
del que nunca podré escapar. Temó que en ese caso se desataría la bestia que hay dentro de mí. Ella podría hacerte daño. Lo he dispuesto todo para que no sufras ningún mal. No podría perdonármelo. Junto a esta carta encontrarás una pequeña llave. Es el duplicado de la que yo poseo, la que abre el candado con el que me encadenaré a la cama. Dejaré la llave de entrada a la casa familiar bajo el felpudo. Voy a despedir a toda la servidumbre con la excusa de que en breve abandonaré el país. De esta forma, no podrán intervenir en mi destino, fatídico o feliz, elección que solo te pertenece a ti. Mi último encargo para ellos será el envío de esta carta. Antes de encadenarme y arrojar la llave lejos de mi alcance, me amordazaré con el pañuelo que mis queridos padres se intercambiaron el día de su enlace. Si tuviera una prenda tuya, no dudes que la emplearía en su lugar como hacían los campeones en las justas medievales. De esta forma nadie podrá escuchar mis gritos. Aquí quedaré. Solo, pero contento, pues sé que mi amor por ti es correspondido, y que cuando leas estas líneas, partirás sin demora en pos mía, mi princesa y campeona, me liberarás y nos fundiremos en un abrazo del que ya nadie podrá liberarme jamás. Es mi declaración, mi juramento de sangre, con mi sangre y la de mis ancestros. Thomas, que te anhela con locura.
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LA CRIATURA DEL MES...
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DIARIO DE MARTA ALCOCER Zaragoza a 09 de Febrero de 2014. Domingo. 07:09 am. Hoy he cumplido trece años. Me he levantado prontísimo esta mañana, estoy muy nerviosa por los regalos que sé que me tienen preparados. Papá y mamá estuvieron ayer hasta muy tarde fuera de casa, yo sé que estuvieron comprándomelos a última hora. No me importa, la verdad, porque Clara siempre me dice, que los papás andan ocupadísimos con sus cosas. Con el trabajo en la galería de arte, siempre corriendo sin parar de un lado a otro. Tanto es así que a papá le salió un agujero en el estómago de tanto estrés. Yo no sé muy bien que es el estrés, sé que es algo muy malo, ni siquiera Clara está muy segura, debe de ser algo que tiene que ver con hacerse viejo. Yo he decidido que nunca me haré vieja. Nunca, nunca, nunca. Nada más que llegaron, ayer, mamá vino a darme un besito de buenas noches, la oí subiendo las escaleras y entrar muy despacio en mi cuarto. Mientras, yo me seguía haciendo la dormida. Llevaba desde las diez y media acostada, incapaz de coger el sueño, ansiosa y expectante. Al acercarse a mi cama percibí que olía a humo, a colonia y al fresco aire de la calle. La mezcla de estos tres olores me pareció un perfume muy especial. Tan original como mi madre. Me reí por dentro al 21
escuchar lo despacito que palpaba por la mesilla buscando el interruptor de la lamparita, y tuve que hacer mucho esfuerzo para que no se me notara. Se inclinó sobre mí y cuando sentí el calor de sus labios en mi frente no pude más y me agarré de su cuello, besando sus labios con toda mi fuerza, mamá me abrazó con dulzura y firmeza y puso cara de enfadada. Pero yo sabía que no lo estaba. -¡Tramposa! – me riñó, con aire de comediante. Y me besó aún más fuerte; yo me moría de la risa. Escuchamos a Clara quejarse de nuestro alboroto desde su habitación. Y mamá me hizo la señal de silencio con un dedo en la boca. -No te da vergüenza, despierta a estas horas, eh.- me susurró muy bajito. -¡Venga mamá! sólo quería saber a qué hora llegabais – puse cara de buena – ¿cómo habéis tardado tanto?, a Clara se le ha quemado la pizza. Ha, ha, ha. -Mira que eres petarda, monstruito.- siguió hablando bajito.- No me gusta que te rías de tu hermana. La pobre hace lo que puede. ¿De acuerdo? -Sí mamá – hice un mohín y me sentí malvada. Pero era la verdad y papá siempre dice que la verdad sólo tiene un camino y que ese camino hay que seguirlo aunque sea difícil. Mamá me dijo que habían estado cenando con un importante pasante de arte europeo y que estaba muy interesado en la galería, lo cual les hacía muy felices y que al enterarse de que yo cumplía mañana los trece añitos, “cómo odio que me hablen así, ya no soy una niña pequeña”, le había regalado una cosa para mí. Sacó del bolso un diario con tapas granates de cuero, con setecientas cincuenta páginas en blanco, para que escribiese todos los días las cosas importantes que me pasaran. Me recuerda a todos esos libros que papi guarda en su estudio, pero éste es mío y yo voy a ser la escritora, qué ilusión me hace. Antes de bajar al estudio de papá, me dio otro beso en la punta de la nariz, apagó la luz de la mesilla susurrándome al oído lo muchísimo que me quería y que durmiera muy fuerte, muy fuerte, porque mañana tendría un día muy largo, divertido y especial. Le pedí que no cerrara la puerta “con los nervios me agobio mucho en los sitios cerrados” Ahora cuando escribo esto no paro de acariciar la tapa de cuero con el dedo, es muy agradable y suavecita. Me han dado ganas de hacer algún dibujo dentro, pero mamá ya me dijo ayer que esto de escribir es una cosa muy seria y que he de tener disciplina y hacerlo cada día y que cuando se me acabe éste me comprará otro diario aún más chulo, pero yo creo que no existe otro más bonito en todo el mundo. Son ya las siete y media, voy a salir a dar un paseo, a ver si Clara se viene conmigo, que aunque hace frío no puedo esperar en casa hasta después del desayuno para que me den 22
los regalos. Coño, me muero de ganas por estrenar la Playstation5.
DIARIO DE MARTA ALCOCER Zaragoza a 09 de Febrero de 2014. Domingo. 13:23 pm. Me acabo de meter en mi habitación y aún me dura el susto. Mis padres no se creen nada de lo que les he contado y están muy enfadados conmigo. Mi madre está muy cabreada y demasiado indignada con el comportamiento de mi padre durante el día de hoy como para darme consuelo en estos momentos, papá nos tiene a todos sorprendidos, él nunca ha sido violento. Durante la comida “los domingos solemos comer pronto” para que mi hermana pueda ir a ensayar, ha sido todo muy raro y tenso. Me han prohibido hablar de esto con nadie. Dicen que inventándome cosas así no consigo nada bueno, me han castigado sin salir una semana entera. Solamente me dejarán ir al cole. A Clara le han cargado la responsabilidad de vigilarme, para que tras las clases no me entretenga con las amigas y venga derechita a casa. Tengo prohibido ver la tele, hablar por teléfono, usar el portátil “que me han requisado” y jugar con la Play nueva “Que por cierto, ni me la han dado”. Joder. Yo sé que digo la verdad y que no me he inventado nada. ¿Por qué a los niños nunca se nos cree y se piensan que todo son fantasías? Se creen que les he gastado una broma pesada, y que no tengo nada más que ganas de tocarles las narices. Sólo Clara me cree, a ella y a mí nos basta con mirarnos a los ojos para saber si decimos la verdad, o no. Claro. Pero a nadie le importa lo que opine ella. Clara tiene quince años [a punto de hacer los dieciséis] y como es otra niña, se piensan que las dos nos ponemos de acuerdo para gastarles bromas pesadas. No sé qué haría yo sin ella y sin su apoyo. “Aunque papá diga que no existe. ¿Qué se sabrá él?” Le doy gracias a Dios Por tenerla a mi lado, y porque ella me quiera tanto y me comprenda. Es la única persona en todo el mundo que me entiende. Me he pasado casi una hora tumbada en la cama. Sin dejar entrar a nadie. Ni a papá que ha subido a por el móvil. “Le he tirado la tarjeta por debajo de la puerta”. Ni a Clara, que ha venido un par de veces para hablar conmigo. Papá está muy enfadado y como no he querido ni verle me ha encerrado con llave desde afuera. Como necesitaba centrar las ideas y poner las cosas en orden dentro de mi cabeza, no me ha importado que lo hiciera. Ahora creo que ya tengo todo en su sitio, estoy más calmada y centrada para relatar lo que realmente me ha ocurrido. ----------------------23
Esta mañana Clara no ha querido salir a la calle. Me ha dicho que le dolía la tripa y que debía ser porque estaba a punto de bajarle la regla. La primera fue horrorosa para ella, tuvo muchísimos dolores. A mí me tocaría cualquier día de estos, mis amigas ya la tienen, bueno, casi todas. Joder que mierda. Pensé que hacerse mayor es lo peor que le puede pasar a una persona y me fui preocupada por la cara de asco que tenía. Que debió ser la misma que puse yo cuando me lo dijo. Mamá dice que es algo natural y que así las mujeres podemos traer otra vida a este mundo, pero por mí ya se podía extinguir toda la gente. Qué asco, Dios mío. Pensé en pasarme por casa de Eva, en la Ciudad Jardín, total ya eran casi las ocho y andaría metida en el Facebook antes de que se levantara su hermano y le robara el portátil. “Los tíos son otro asco, siempre mandando y metiéndose en todo. Parece que por el simple y casual hecho de tener polla les dé derecho a ser unos completos imbéciles”. Al llegar a casa de Eva la lluvia estaba empezando a caer con fuerza, lo había estado haciendo toda la noche, pero de manera más fina. Me fijé que los setos que tenían tras la valla de afuera estaban mal cuidados y dejaban muchos claros por los que se podía ver perfectamente el interior del jardín. Se notaba que no había salido nadie durante la mañana, no había ni una pisada en el caminito de tierra de acceso a la vivienda. Ella vive en el barrio que más me gusta de toda Zaragoza, la Ciudad Jardín, me encantan esas casicas con patio, parece un pueblo y siempre que ando por sus calles me siento como en otro lugar. Llamé y me abrieron tras preguntarme su padre que quién era. “Me pareció molesto”. Entré y tuve que saltar la valla de madera que habían puesto a metro y medio de la puerta principal ya que la puertecita estaba cerrada. Estaba instalada para que no saliese el hermano pequeño de Eva, tiene dos años y está hecho un nervio el zagalico. La maldita vallita estaba mojada y me mojé todo el culo, la lluvia dentro golpeaba con estrépito en la gravilla del suelo y en las anchas hojas de las plantas junto al caminito, pisé un charco que estaba allí desde la noche y se me hundió el pie hasta el tobillo. Me apeteció asesinar al maldito charco. Pero, ¿cómo se hace una cosa así?, reí para mis adentros y pensé que sería algo digno de ver. Compartir mi primera mañana de trece años con mi mejor amiga me apetecía un montón, me refugié de la fría lluvia bajo el porche y llamé al timbre. La madre de Eva tardó casi tres minutos en abrir la puerta y cuando lo hizo estaba en camiseta y bragas. Una bofetada de calor me dio en la cara. “Siempre se pasan con la calefacción en esa casa”. La señora Maite tiene treinta y ocho años y de cuerpo está bastante bien, pero no creo que sea excusa para andar así a abrir la puerta. Nada más verla me fijé en tres cosas: 24
la cara de hecha polvo que tenía, lo que se le marcaban los pezones, y el olor a cerveza que echaba. Me dijo que Eva aún estaba durmiendo, “qué ingenua me pareció”. Mientras me hablaba miré al fondo de la sala de estar porque me llamaron la atención unos calzoncillos rojos tirados en el suelo y una apagada tos de hombre. “Estos piensas que los hijos duermen y están aprovechando”. Se me escapó una risita al llegarme el olor de “esa cosa” que papá a veces le echa al tabaco. “A esa cosa que yo no debería saber qué es”. La señora Maite puso cara de reproche, y me dijo que si mis padres no me habían educado o algo así. Ella es la que no tiene educación. Eva me dice que está cansada de encontrárselos haciendo eso en cualquier rincón de la casa. Que mala suerte tener unos padres tan guarros. La señora Maite cerró la puerta con cara de pocos amigos mientras se rascaba el culo. “Qué asco de mujer”. Le pedí a Dios que si un día me volvía como ella me fulminara con un rayo. Me fui pensando en el día en que encontré a mis padres haciéndolo. “Fue hace cinco años. En el verano en que me regalaron la bici de carreras, como premio a mi buenas notas en el cole. [Un pleno al diez]. Como dijo papá. Ese día me caí de morros bajando una cuesta y Clara me llevó corriendo a casa. Con toda la cara llena de sangre del corte que tenía en la frente. Nos los encontramos en el suelo del salón de espaldas a la puerta: mamá encima de papá, casi desnudos. Nos quedamos petrificadas las dos del espectáculo que contemplamos, mamá se movía como una loca a la vez que chillaba y se quejaba. Miré a Clara [que tenía cara de pánico] y los miraba a ellos, yo no entendía nada. Clara me tapó los ojos con la mano y empecé a llorar. Entonces oí a papá que se enfadaba mucho; y mamá maldijo como nunca antes lo había hecho. La frente me ardía de dolor, el sabor a hierro de la sangre me impregnaba la boca y estaba muerta de miedo y de angustia”. “Clara me dijo esa noche que estaban haciendo el amor. Que dos personas cuando se quieren, hacen eso. Yo entonces le dije que nosotras nos queríamos mucho y no hacíamos eso. Aun recuerdo las risas de Clara cuando me explicó que para hacer eso, había que estar casada con un hombre y que esas cosas son de mayores. Los niños no podemos verlo y por eso se enfadaron tanto. Yo pensé entonces que seguía sin entender nada. Me pareció que mamá sufría mucho, a raíz de los gritos que soltaba. Resolví que no me gustaban las cosas de los mayores, eran tan raras las cosas que hacían. Tan complicadas”. En vista de que no podía contar con Eva. Decidí irme directa para la estación ferroviaria. A la zona Detrás de la Intermodal. “bueno, más bien detrás del centro comercial Augusta” Esa que nunca sale por la tele. Donde hay una enorme nave y decenas de vías que mueren en ella, la utilizan para 25
reparaciones y mantenimiento. A veinte minutos de mi casa, y a treinta y cinco de casa de Eva. Aquello siempre estaba tranquilo y había muchas cosas para investigar. Hacía mucho frío y según recorría las calles, me fijé en que apenas había gente por ellas y era raro porque los domingos por la mañana solía estar todo lleno de personas que van y vienen, sacando al perro, volviendo de una noche de fiesta que se alargó demasiado... Bajan muy temprano para comprar el pan o el periódico, hacen footing… Pensé que la lluvia y el frío tendrían la culpa. En cuanto crucé por la Avenida Madrid paró de llover. Y se echó una niebla muy rara. A pesar de que no soplaba ni gota de aire, no paraba de moverse formando largos girones, parecía como si reptara. Era tan densa y abundante que avanzaba de modo que se atropellaba a sí misma, formando voluptuosos grumos. Por unos lados era lenta y perezosa, por otros, avanzaba con rapidez. Además parecía que saliera directamente del suelo, como si el agua al caer del cielo hiciese hervir la calle. Iba envolviendo a cada cosa que se encontraba, como si lo inspeccionara. Hasta a los coches parecía costarles atravesarla, al meterme por la calle Arias pasó un Opel Kaddet a mi lado y me sorprendió ver que hasta dentro del coche se había metido la niebla. Venía enfilada hacia mí. Abarcando de acera a acera, todo lo ancho de la calle. Así que giré a la derecha por la calle Lastanosa para meterme a la izquierda por Pedro II El Católico. Me tranquilicé un poco, por allí no había. Aquella niebla era extraña, nunca había visto una igual y me dio cague meterme por ella. Desde luego prefería dar un rodeo, total no pensaba ir a casa hasta las una por lo menos. Y un poco de mal tiempo no me iba a fastidiar los planes. Además. Con mi hermana mala y mis padres de resaca, la vida no comenzaría en casa hasta esa hora más o menos. Me fui callejeando, crucé Rioja y subí por Alfonso Comín, al acercarme a la tienda de bisutería de la señora Pilar, pude verla junto a la puerta. Hablando con una clienta, no paraba de mover los brazos. En un principio me pareció enfadada, pero me di cuenta de que lo que le pasaba era que debía estar al borde de un ataque de nervios, ya que estaba en plena calle y sin el abrigo, “por Dios, con el frío que hacía” dándole enormes caladas a uno de esos horribles puritos que fumaba. “A ese ritmo en tres chupones se lo acababa”. Me picó la curiosidad y apreté el paso. Cuando llegué a la altura de las dos mujeres, hice como que se me había desabrochado una bota y me incliné para atarme los cordones, [en vez de eso los desabroché, a la vez que ponía oreja]. Escuché como le decía que estaba muy asustada por la ola de violencia que estaba ocurriendo en la ciudad. Ya eran nueve personas las que se habían comportado de forma agresiva y sin motivo aparente, solo por la zona de Delicias. Al parecer la policía no tenía 26
ni idea del porqué de esos brotes de locura, porque, según parecía esas nueve personas no encajaban en el perfil de los que intentan asesinar al primero que se les cruzara por la calle. Por lo visto ella creía que estos sucesos se debían a la voraz crisis económica, social y hasta moral que estaba minando la salud mental de la gente, puesto que la recesión asolaba al país desde hacía más de siete años y no se le veía salida por ningún lado. La oí decir que pensaba cerrar la tienda unos días, [hasta que todo esto se calmase]. Me sorprendió mucho la noticia de esos ataques, ya que en casa no había escuchado nada de ese tema. La señora Pilar era amiga de mi madre, pero a pesar de eso, al recalar en mi presencia puso cara de enfado. Se me acercó para invitarme a que siguiera mi camino. Me aconsejó que me fuese a casa. Que las calles no eran seguras en esos días para nadie y menos para una niña pequeña. Me la quedé mirando con cara de boba, [por aquello de disimular], mientras pensaba “que te den, gorda” y eché a correr calle arriba. Al doblar por la calle Murero me quedé sin fuelle y dejé de correr. Pero seguí andando a buen paso para no enfriarme. Me volvió a extrañar la poca gente que había en la calle. Apenas me crucé con quince personas por una zona que suele estar muy animada a esas horas tempranas. Me chocó ver a unos basureros que iban lo menos siete con sus carros de limpieza urbana. Caminaban como abatidos con las miradas perdidas o fijas en el suelo. CONTINUARÁ...
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Esta semana en la sección CARA Y CRUZ, Jesús Mártí y Juan Vicente Briega, diseccionarán con su crítica mordaz la película “El hombre de las sombras” (“The tall man”). Veremos si esta vez están de acuerdo o no. Lo que sí os garantizamos es que tendréis la necesidad de visionar la película inmediatamente para satisfacer vuestra corrosiva curiosidad...
EL HOMBRE DE LAS SOMBRAS Año: 2012 Director: Pascal Laugier Productor: Scott Kennedy, Kevin DeWalt, Clément Miserez, Becki Hui Guion: Pascal Laugier Fotografía: Kamal Derkaoui Música: Todd Bryanton Maquillaje: Zabrina Matiru, Michael Nickiforek, Bill Terezakis Diseño de Producción: Jean-Andre Carriere FX: Stephen Knight, Paul Noël, Jay Robertson Efectos visuales: David Alexander, Patrick Andre, Jon Campfens, Phillipe Garnier, Colin Hubick, Nicolas Lim, Celine Sene, Andrew Smith País: USA, Canadá, Francia Duración: 106m. Formato: 35mm Proporción: 2.35:1 Color Presupuesto: $ 18.200.000
Ficha Artística Jessica Biel, Jodelle Ferland, Stephan McHattie, Samantha Ferris, William B. Davis, Colleen Wheeler, Eve Harlow, Ferne Downey, Janet Wright, John Mann, Teach Grant, Garwin Sanford, Jakob Davies, Lucas Myers, Pat Henman, Katherine Ramdeen, Alicia Gray, G. Michael Gray, Georgia Swedish, Jenna Gatschene, Priya Lily Campbell, John Ryan, Kevin DeWalt, Melissa Patenaude, Michele Mungall, Jacqueline Eggie, Angela Stott, Ricardo Hubbs, Rene Mousseux, Josh Strait, Jodi Sadowsky.
El HOMBRE DE LAS SOMBRAS Jesús Martí Pascal Laugier, responsable de la malsana y contundente Martyrs (2008) y de la semi desconocida El Internado (House of Voices, 2004), ha vuelto en este 2012 con una co-producción entre Estados Unidos y Canadá que escenifica su desembarco en Hollywood y que supone todo un ‘tour de force’ en su carrera. The Tall Man es un film que se aleja conscientemente de los parámetros y coordenadas estilísticas del reciente fantástico francés, entrando de lleno en un cine digamos más ‘clásico’ y ortodoxo que, sin embargo, deja a la historia que ahora tiene a bien presentarnos un poco huérfana de intenciones. La película rehúye los excesos de violencia, sangre y polémica que poseía su antecesora, adentrándose más bien en los planteamientos de un thriller de suspense convencional que juega al engaño y la trampa durante casi todo su metraje, para conducirnos erráticamente hacia un desenlace demasiado convencional y hasta algo inocente. Es bien cierto que la película está muy bien realizada, la dirección a nivel técnico demuestra que hay un buen director detrás, la fotografía es portentosa, hay escenas o secuencias nada desdeñables y el trabajo interpretativo raya a gran altura (en especial Jessica Biel), pero...¿hay suficiente con estos elementos para justificar los 106 minutos de duración?, pues no. The Tall Man o El hombre de las sombras que así ha sido bautizada en nuestro país, es un film con un grave lastre: su guión (escrito por el mismo director) tiene más agujeros que un queso gruyere, este defecto provoca por simpatía o proximidad una constante sensación de ‘soy pero no soy’, que impide una continuidad en el argumento y que deja claro que su máximo responsable no tenía muy claro hacia dónde quería llevar la obra; las pequeñas insinuaciones en el argumento que picotean de diferentes géneros (rollo sobrenatural, asesino en serie e incluso algo de slasher) salpican todo el metraje diluyendo toda posible continuidad más o menos lógica y confirmando, de paso, que el film utiliza el fantástico y el terror como un mera excusa para explicarnos algo bastante más plano y previsible, que no termina de funcionar. Yo personalmente tengo un problema con este tipo de películas que piden perdón por usar elementos de terror o de cualquier otro mecanismo de género, para simplemente enmascarar, digámoslo así, la tendencia de crear obras que sean bien recibidas y naden cómodamente en la aguas de lo políticamente correcto. La falta de riesgo y el afán por gustar al más amplio espectro de público posible no son caminos que se puedan transitar con facilidad, pocos directores pueden presumir de haber 29
logrado esta alquimia perfecta y aún son menos los que han logrado interesar al público creando una película que con elementos tan dispares consiga tener un equilibrio perfecto entre ellos. The Tall Man no es ni caliente ni fría, se instala pues en la tibieza más molesta, ese lugar donde con apuntar ya te ves librado de disparar, con lo que, por lo menos para mí, se convierte en una película más que pronto borraré del maltrecho cubículo que alberga las pocas neuronas sanas que me quedan. Pascal Laugier sigue siendo un director que me interesa, quedo a la espera de su pronta recuperación y que este desliz quede en eso: un desliz. Una última reflexión ¿Por qué casi todos los directores europeos que cruzan el charco, acostumbran a entregar obras vacías y huecas en su nuevo lugar de trabajo?, dejémoslo para otra ocasión....
EL HOMBRE DE LAS SOMBRAS Juan Vicente Briega González Antes de empezar esta crítica, debería confesaros que soy un grandísimo fan de la anterior película de Pascal Laugier, “Martyrs”. Me parece una obra contundente y dura, imprescindible para los amantes del cine de sufrir de verdad, del “sentío”. Y bueno, ahora empiezo con “El hombre de las sombras”. El cine de terror es, como todos sabemos, un terreno pantanoso, y si no se tiene cuidado y las cosas muy claras, se corre el riesgo de caer en los lugares comunes del género o, peor aún, rellenar un guión vacío con unos cuantos giros argumentales que descoloquen al espectador, para que no se de cuenta de lo absurdo del film que está viendo. Este es el caso que
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nos ocupa, “The tall man” es un film que empieza bien, crea una atmósfera, un misterio algo gótico sobre el secuestro de unos niños y tal, muy bien llevado y muy de agradecer, eso le dura a Laugier 30 minutos porque a partir de ahí el señor tira a matar hacia donde sea. Y no lo digo por decir, el film juega a la mezcla de géneros de una manera bastante torpe, intenta que empaticemos con un personaje, el de Jessica Biel, que no se nos llega a presentar del todo al principio del film y, sin más ni más, nos la mete en medio de un juego de mentiras que va del cuento de terror infantil, rollo “boogey man”, a las pelis setenteras del pueblo unido contra una amenaza exterior, al thriller de asesinos y todo sazonado con esos giros argumentales que tanto me han matado. ¿Es una película mala? hombre, muy buena no es ¿está mal dirigida? no está mal dirigida, cuando Pascal se mete en faena sabe crear tensión ¿está mal escrita? pues mire usted, sí está fatalmente escrita y eso juega muy en contra de la película. El no tener nada claro de que va el rollo, ir dando palos de ciego e intentar solucionarlo todo con unos treinta minutos, que continúan a los muy aceptables minutos iniciales y que nos atiborran el cerebro de giros a cada cual más absurdo y sin sentido, que no voy a desvelar por supuesto porque es mejor que os pillen vírgenes; estos son los ingredientes de un film donde, la verdad, la Biel se casca un protagonista espectacular, que, aunque su arco argumental vaya como un tiro en ningún momento llegas a sentirla en el guión pero sí en una interpretación admirable queda deslucido por una idea poco original recargada de trampas para llegar a ser algo. Por supuesto, he tirado la moneda al aire y ha salido cruz.
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EL DÍA QUE PETER PAN REGRESÓ Macabea A Wendy le extrañó ver la sombra de Peter Pan en su habitación. Hacía años que no sabía nada de él. De hecho, desde aquel viaje que hicieron al País de Nunca Jamás, no se habían vuelto a ver. Él le dijo que se quedara a vivir en el Árbol del Ahorcado, pero ella había elegido volver al mundo de los adultos. El tiempo había pasado y había crecido. Ya era una mujer hecha y derecha. - Peter Pan –Suspiró Wendy. Siempre le amó, y cada noche su último pensamiento era para él. Nunca perdió la esperanza de volver a verle. Quizás por eso no dejó de contar cuentos, y había elegido como trabajo precisamente ese, inventar cuentos y escribirlos. Por eso, cuando ese día vio su sobra por la habitación, el corazón le dio un vuelco. ¡La sobra de Peter Pan estaba en su cuarto! Se quedó sin aire en los pulmones, le trotó el corazón hasta casi salírsele por el gaznate. ¿Le vería? ¿Vendría a buscarla? Cazó su sombra y la guardó en un cajón, como hizo cuando era niña. Estuvo esperando con la ventana abierta durante horas hasta que, por fin, vio una figura recortada contra la Luna. Era Peter. El estómago se llenó de lagartijas caminando alocadamente de un lado para otro. No quería moverse, no quería respirar ni pestañear, por si era un sueño y cualquier alteración del espacio-tiempo hacía que reventará como una pompa de jabón. Solo quería contemplarle. Que el reloj se parara para siempre. La figura fue acercándose a la ventana despacio. No era un vuelo regular. Iba y venía de un lado para otro. Nerviosa. Casi parecía un moscardón que fuera libando de flor en flor. De pronto desapareció y apareció delante de ella. A un palmo, solo a un palmo. Aspiró ese aroma de hierbas aromáticas que siempre envolvía a Peter. - Hola Wendy. - Hola. - ¿Has visto mi sombra, Wendy? - Hola Peter – Wendy quería preguntarle un millón de cosas. Quería abrazarlo, besarlo y sentirle cerca, pero su boca y su cuerpo se negaron a hacer todas estas cosas – Sí, la he visto. La cacé y la tengo en un cajón encerrada. Se te ha escapado. - Sí. Wendy fue hacia el cajón y cogió la sombra de Peter. Cuando se dio la vuelta, Peter había entrado en la habitación. Estaba cerca de la ventana con las manos en la cintura y las piernas levemente abiertas. No lo recordaba tan alto. No lo recordaba tan, tan,... tan hombre. 32
- Peter, estás distinto. - Dijo Wendy desconcertada con el ceño un tanto fruncido. - Tú también has cambiado, Wendy. Sí, ella también había cambiado. No solo por fuera, sino por dentro. Había intentado atarse a la infancia con todas sus fuerzas, pero llegó un momento en el que la vida le forzó a crecer. - Aquí tienes tu sombra. ¿Quieres que te la cosa? Peter la miró con cara de curiosidad. Sus ojos relampaguearon. Su expresión cambió. Ya no era la de un niño. Sus ojos se entrecerraron. Una sonrisilla ladeada apareció en una de las comisuras de su boca mientras daba un par de pasos. - Ya no somos lo que éramos. – dijo Peter. - Peter, me estás asustando. ¿Qué te pasa? Peter ya no andaba dando pequeños trotes como Wendy recordaba. Ahora parecía más bien un leopardo acercándose a una gacela. Era un caminar lento, elegante, silencioso. - Peter, aquí tienes tu sombra. No me mires así. Para. No te acerques más, por favor. - Wendy se estaba poniendo muy nerviosa. El pánico empezaba a adueñarse de ella. - ¡Peter, he dicho que pares! - Chilló. - ¿Qué pasa, mamá Wendy? ¿Ya no quieres a tu hijito? La voz de Peter había cambiado totalmente. No solo el tono, sino también el contenido de sus palabras. Ese tono irónico le daba un aspecto terrorífico. Cuando Peter estaba solo a un par de metros de Wendy, se abalanzó sobre ella. Fue un movimiento rápido y veloz. Del impulso, ambos cayeron al suelo, ella tumbada debajo y él sentado encima. Peter comenzó a acariciar su rostro y el pelo, despacio, mirándola con unos ojos conquistados por las pupilas. - Pobre Wendy, pobre Wendy. Abandonó a su Peter y creció. Wendy temblaba. Lo que en un principio parecía un sueño se había convertido en pesadilla. Intentó quitarse a Peter de encima, pero parecía que pesara una tonelada. Peter acercó su mejilla a la de Wendy, mientras apoyaba una mano en su tripa. Sintió el calor de su piel sobre su cara. Wendy había soñado con aquello miles de veces. Esa sensación la había imaginado muchas noches, abrazada a la almohada. Un susurro llegó hasta su oído. - Llevo mucho tiempo deseando esto.- Dijo Peter. Wendy sintió un dolor terrible en el estómago. Miró a Peter con lágrimas en los ojos y la boca compungida. Quería decirle a Peter que parara, que le estaba haciendo daño. Quería preguntarle qué le había pasado... Quería decirle que ella podía ayudarle, que nunca le había abandonado. Pero, lo único que salió por su boca fue un borbotón de sangre. Peter le dio un beso largo y profundo, lamió la sangre que salía de
su boca y luego alzó la mano que hace un rato tenía apoyada en su estómago. Estaba llena de sangre y las tripas de Wendy colgaban entre sus dedos. Se las llevó a la boca y las devoró tranquilamente, bocado a bocado, como si fuera la mayor de las delicatessen.
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Audrey cuidaba de mí; aquel tipo se apiadó de mi alma. Era un anciano adinerado, en el pasado ejerció como veterinario en varias de las fincas de la zona además de ocuparse de sus propias reses. Trabajó para mi tío y le ayudó con el ganado también. Era uno más en la familia... le queríamos y él a nosotros por igual. Joder... era un buen hombre, vaya que sí lo era. Quizá por eso decidió sacar adelante al pobre diablo en el que me estaba convirtiendo... Días después de enterrar los cuerpos de tío Ack y de mi pobre primo, aquel medico decidió sacarme del camastro y llevarme a Phoenix. Audrey tenía un pequeño apartamento vacío en la ciudad. Pensó que podía ser peligroso dejarme en la granja, dudaba de mi seguridad. La verdad, el doctor más bien temía de aquella cosa que nos atacó; la mujer que asesinó a mi familia. No llegó a verla, no sufrió en sus carnes el ataque del monstruo, pero gracias a mi descripción de los hechos él no tuvo más remedio que temerla. Audrey fue testigo de las heridas infligidas en los cuerpos de Ackley y el joven Parking, por lo cual, por muy fantásticas que sonaran mis palabras, el doctor tuvo que darlas por válidas. Creyó en mí. Antes del traslado a la gran ciudad el bueno de Audrey descubrió qué diablos era aquello que me corroía por dentro. Yo llevaba días enteros en cama. Las fiebres habían cesado pero ya no tenía fuerzas ni para levantarme de la cama. El viejo se acercaba a la finca dos veces al día. Dejaba a la poca familia que le quedaba y viajaba hasta el rancho para velar por mí. Me administraba algo de suero, curaba mis heridas... intentaba desesperadamente que comiera algo sin apenas conseguirlo. A veces acercaba un poco de pescado, otras verdura, arroz cocido, carne en salsa... Incluso una hija suya me preparó un pastel de manzana. Recuerdo que ni lo probé... a decir verdad no probé nada de lo que me llevaba. Una vez tomé un sorbo de caldo caliente y devolví toda una papilla de bilis mezclada con restos de algo que comí días antes del infortunio. Audrey, testigo de mi resurrección, comenzaba a preocuparse seriamente. Fallecidos Ack y mi primo, el doctor no quería ver al único superviviente de la matanza bajo tierra. Aquel hombre procuró sacarme adelante, se lo juró a sí mismo. Tomó muestras de mi sangre, consultó tratados mé36
dicos y preguntó a colegas de confianza, siempre, claro está, cubriendo todo bajo un manto de confidencialidad y hermetismo. Tras requerir la ayuda de expertos en enfermedades desconocidas e invalidar la idea de sufrir alguna especie de rabia, Audrey sopesó otros argumentos. No sé muy bien en qué momento llegó a la acertada conclusión de que yo ya no pertenecía a este mundo. Todavía me lo pregunto. Sí que acierto a recordar con difusas imágenes que el doctor realizó una prueba un tanto peculiar... Sí... El día antes de trasladarme a Phoenix llevó un par de bolsas con sangre de las que utilizan para trasplantes. Me vio extremadamente debilitado y al borde de una segunda muerte, así que imaginó lo imposible. El viejo Audrey pensó que mi cuerpo ya no se alimentaba de comida sólida, por eso... por eso mismo optó por la sangre. Viejo chiflado... qué listo era. Primero probó a inyectarme una bolsa de líquido vital. Desechó el suero y los antibióticos y probó suerte con el trasplante. Procuró cargarse con varios envases, por lo visto disponía de ellos para un uso animal respecto al ganado. Con sumo cuidado retiró el gotero inservible y lo cambió por el dulce y envasado manjar color púrpura. Joder... sí... mi rostro cambió de inmediato. Estaba desecho en aquel camastro, sin fuerza alguna; derrotado y en extremis. Dios y la madre del cordero... bendito momento. Sentí fuerza, vigor... el aliento de la vida. Abrí los ojos de inmediato. Según me contó Audrey poco después, mi palidez digna de las garras de la muerte se terció rosada y con tono tras la primera toma. Las ojeras que hundían mis ojos en la piel desgastada y reseca se tersaron de inmediato. Las heridas y arañazos de la pelea se curaron al instante... aquel mordisco de la ingle desapareció; Jesús, se esfumó de un soplido... no quedaba rastro alguno de la perforación. Recuerdo que lo primero que dije a Audrey fue: -¡Más! ¡Quiero más! Me incorporé de la cama, en un gesto dantesco y de pesadilla arrebaté la segunda bolsa de sangre y le hinqué el diente al plástico. De pronto comenzó a brotar el líquido. Se derramó sobre mi pecho, sobre la garganta... cubrió parte de mi rostro. Aun así, a pesar de actuar como un loco poseso, la 37
mayoría del contenido entró a través de mi boca. Entonces, al término del manjar quedé satisfecho. Ufff... Había vuelto a la vida por completo. Ya no era humano. -Ugen... ¿Estás...? ¿Te encuentras bien? No sé qué diablos pasó por la cabeza del viejo aquel día, pero desde luego, le estaré agradecido eternamente ya que si no hubiese reaccionado con aquel gesto, yo no estaría contando hoy mi historia. Aquel conocido supuso lo que para mí hasta entonces había pertenecido a las historias de terror de la Universal. -Estoy... estoy algo confuso Audrey; ¿Qué diablos ha ocurrido? ¿Por qué...? -Tranquilo Ugen. Será mejor que nos marchemos de aquí ahora que te encuentras algo recuperado. Tengo un pequeño apartamento en el centro de Phoenix, pertenece a mi hija pequeña, ahora se encuentra en Dallas estudiando no sé qué diantres. Descansarás allí hasta que te recuperes del todo y dé con la cura de lo que te afecta. -¿Marcharnos? ¿De qué estás hablando? -Ugen, por el amor de Dios, hazme caso. Has estado en cama al menos dos semanas. No estás bien, hablabas en sueños... gritabas como un poseso. -¿Y qué tiene de malo eso? ¿No lo hacen los enfermos con fiebre, acaso? -Eugenio, desde luego que hablan en pesadillas los que rozan la muerte... ¿pero crees que lo hacen en latín? -¿Latín? -¿Conoces tú el Latín, Ugen? No tuve más remedio que negar en silencio. No tenía respuesta para Audrey. Dios Santo... yo era un paleto, me costaba hablar correctamente americano como para conocer otros dialectos... Joder; ¿pesadillas en Latín? Es lo que tiene la transformación: rozas lo increíble con la yema de los dedos... tocas el cielo, ves la luz, das con las respuestas de todas las cosas. Consigues la perfección, pero justo, poco antes de conseguirla por completo, regresas de nuevo a la vida terrenal. El mordisco de aquella mujer infernal y la sangre proporcionada por Audrey se encargaron de convertirme. Dejé de ser humano para 38
transformarme en un ser celestial; en un ángel expulsado del paraíso por beber la sangre prohibida y contener dentro de mí la semilla del maligno. Dejamos atrás el rancho de tío Ack. De madrugada, y tras mi primera toma de sangre humana, Audrey me ayudó a solventar de la mejor manera posible mi transformación. Lo primero que hizo fue llevar la anticuada Suburban hasta Phoenix conmigo dentro. Conducía por la secundaría, bajo una tormenta que no tenía pinta de tocar fin. El viejo no abrió la boca en todo el trayecto, se limitó a escuchar mis quejidos y paridas incoherentes. Yo no paraba de retorcerme en el asiento de cuero; me dolía a rabiar el estómago y aunque había mejorado considerablemente respecto al amanecer, aquel tedioso malestar me punzaba en lo más profundo de mis entrañas. Sudaba, me meé encima incluso. Por poco no me cago. Me encontraba en una constante paranoia. De repente dormitaba como que me ponía erguido en el asiento y comenzaba a gritar insultos y nombres extraños o desconocidos para mí. Audrey debió pasarlo realmente mal... pobre; me quería igual que a un hijo. -Tranquilo, Ugen, no queda mucho. Las intenciones de Audrey eran las de alimentarme de nuevo una vez llegáramos al apartamento. Tenía que mantenerme con vida y dar con las respuestas necesarias mientras tanto. -Loco... -mascullaba yo, rechinando los dientes en una de las pesadillas- viejo chiflado... ¿Qué has hecho conmigo...? ¿Por qué me diste a probar la jodida sangre? ¡Maldito seas, estúpido! ¡Maldito seas! Sufría de nuevo unas terribles visiones. Me veía a mí mismo saltando del asiento y cogiendo a Audrey por el cuello. Le mordía... Jesús; le arrancaba un pedazo de carne y bebía de su sangre. Le sacaba de sus órbitas los ojos y hundía en aquellas cavernosas cuencas la lengua... aspiraba la fuerza vital... aspiraba su vida. -Audrey... quiero tu sangre, jodido mortal... La pesadilla se tornó más oscura: era testigo de otra difusa imagen, quizá más horrorosa que la anterior. Corría por la calle, a oscuras, en medio de aquel chaparrón. Me guiaba por el olfato, por aquel nuevo instinto que despertaba en mí. De repente, en medio de la nada, a un palmo de mi posición 39
aparecieron dos muchachas. Al dar dos pasos y alcanzar sus figuras pude comprobar que eran dos resabiadas mujeres, prostitutas quizá. Andaban solas en aquella fría madrugada del ‘63, caminaban buscando el bolsillo de cualquier borracho y el calor de una sucia y maloliente habitación de algún perdido motel de carretera. -Zorras... Me acerqué a la primera, la más mayor en apariencia. Era una mujer alta, no muy agraciada en rostro pero sí en cuerpo y figura. Vestía a pesar de la lluvia y la helada con una camiseta de tirantes de escaso tamaño para su porte. Se cubría con una chaqueta de falsa piel, y esta misma indumentaria se ocupaba de esconder sus partes nobles a la vista. Nada más verme llegar, apartó con sutileza el supuesto visón para dejar al aire la parte superior de sus dos abultados pechos. Su compañera de viaje se echó a un lado en una carcajada, moviendo sus brazos en un absurdo aplauso y contorneando a la par su estilizaba silueta en un frágil paso de baile. -Sé que deseas placeres, desconocido -señaló la más madura-: ¿quieres probar con nosotras los pecados de lo qué no te enseñan en casa? No la dio tiempo para más monsergas. Me abalancé encima de ella y mordí en la blancura de sus pechos. Primero fue en uno, después, agarrando con firmeza el otro, arremetí con un segundo y fiero bocado arrancando de un tirón el enorme pezón que lo adornaba. Un chorro de sangre brotó al instante. Salió despedido con tanta fuerza que salpicó el vestido de fiesta de la compañera, la cual, abrumada y en estado de confusión se mantenía a escasos pasos del vil asalto. -¡No quiero tu cuerpo, mujer! ¡Quiero tu esencia! ¡Tu vida! En un brutal gesto tronché el torso de la puta. La partí en dos doblando su cuerpo de cintura para atrás ayudado de mis manos. Después salté a por la otra. Pobre... ni se inmutó. Se dejó hacer. La rasgué el vestido de lentejuelas y solté al aire sus pechos y parte del vientre. Era joven... una mujer de unos veinte años quizá. Preciosa. Deslicé lo que quedaba de vestido hacia sus rodillas y la abracé con fuerza 40
contra mi cuerpo. La tomé, la violé... no sé cómo diablos podía hacerlo, no entiendo como pude dominar su mente, ella no se resistía; gemía de placer... me susurraba al oído y pedía más y más. Tras el orgasmo mi sed de sangre afloró con mucha más fuerza. La miré a los ojos, la acaricié la melena rubia y la besé en la frente: entonces clavé mis colmillos en su terso y suave cuello. Se desangró en dos minutos y yo acabé saciado. -¡Ugen, por favor! ¡Despierta! La pesadilla llegó a su fin. Abrí los ojos y descubrí que estábamos dentro de un pequeño recinto. Estaba oscuro, al parecer era una especie de garaje, un trastero en el cual entraba a la perfección la destartalada Suburban. -¿Qué...? -pregunté al veterinario. -Hemos llegado, tranquilo Ugen, tranquilo; estabas soñando de nuevo. -Estoy agotado Audrey... no puedo con mi cuerpo. Audrey no dijo más. Salió de la furgoneta y me ayudó a salir de ella. Me cogió como pudo y en un ejercicio monumental me guio hasta la puerta de entrada a la vivienda. El rellano también se encontraba oscuro. Aquel sitio olía a estiércol, gasoil y metal oxidado. Podía paladear aquellos regustos con mi boca tan sólo palpando el ambiente. Por igual, muy a mi pesar, alcanzaba a oler la sangre que circulaba a través de las arterias del viejo doctor. -Audrey... no puedo más... -Me encargaré de administrarte dos o tres bolsas en cuanto subamos al apartamento -aclaró mientras que abría una puerta de aluminio-, tu cansancio se debe a la falta de sangre. Tranquilo chico, tranquilo. -¿Qué cojones me está pasando? -pregunté. -No lo sé hijo... no lo sé. Sólo alcanzo a comprender que tu cuerpo ya no se alimenta de sólido. -Audrey... no sé de qué manera agradecerte esto. -Necesitas sangre, eso es lo que te mantiene con vida. Ya hablaremos, muchacho, ahora no te preocupes de tonterías. El viejo me tumbó en un amplio sofá de tres plazas. Perdí el conocimiento en el pasillo que llevaba hasta la modesta vivienda, sumiendo mi mente con ello en un profundo sueño re41
pleto de imágenes confusas y voces desconcertantes. Muerte... sangre... sal ahí fuera y alimenta tu cuerpo... eres poderoso... nada te detendrá... eres dueño y señor de la noche... Al despertar comprobé que me había tirado la mayor parte de la noche en aquel cómodo e improvisado camastro de polipiel. Sería poco antes del mediodía cuando abrí los ojos. Los rayos del sol entraban a través de un resquicio abierto entre la cortina que cubría un ventanal. Molesto por el cegador reflejo me levanté para cubrir por completo el cristal. -¿Qué diablos...? Al ponerme en pie y dar dos pasos un sonido metálico me avisó de la imprudencia; había pegado un tirón a la sonda que me administraba sangre regada desde un gotero dispuesto en un trípode con ruedas. -Mierda. Recogí del suelo la bolsa y la coloqué en su sitio, luego hinqué de nuevo la aguja en el torrente sanguíneo, le quedaba muy poco por soltarse completamente de mi muñeca. -Audrey, viejo loco, estás en todo. Sonreí. Husmeé el ambiente. El doctor no se encontraba en el apartamento, no alcanzaba a paladear el regusto de su sangre en aquel viciado recinto. Al parecer el apartamento llevaba meses cerrado, sin ventilar, sin limpiarse. Podía sentir el sabor del polvo en mi boca, el rancio y húmedo moho que se acumulaba en las paredes y en algunos rincones, el olor a plantas y flores... llegaba incluso a sentir el nauseabundo aliento de las sucias y asquerosas bajadas. -Queda poca sangre; espero que no tarde demasiado en regresar. Por lo visto Audrey me había estado suministrando el líquido de la vida durante toda la madrugada y parte de la mañana. Al colocarme el último gotero salió para proseguir con sus quehaceres, dejándome solo en el piso. Recuerdo que aproveché para cotillear un poco. Di varias vueltas por el apartamento, llevando a cuestas el trípode que sujetaba el particular gotero. -Chiflado... Fue en la cocina donde encontré una nota escrita: 42
Estarás saciado con las cinco bolsas. Espero regresar antes de que se agote la última, así que no te preocupes. Si estás leyendo estas palabras significa que has recobrado de nuevo las fuerzas. Me alegro de ello, amigo mío. No salgas a la calle y procura meter poco ruido, no quisiera dar explicaciones a los vecinos de mi hija, ¿de acuerdo? A lo sumo llegaré al apartamento antes del almuerzo. Si sientes mareos o confusión, regresa al sofá. Intenta no revolver mucho, no quisiera que April descubriera que metí a alguien en su casa sin su permiso. Audrey. Eché un vistazo de nuevo al gotero, quedaba poca sangre dentro del plástico, pero a decir verdad no estaba preocupado por ello; me encontraba pletórico, rebosante de energía. Estaba bien, excelente. Sentía más fuerzas que nunca, incluso más que al tomar la primera comida proporcionada por el doctor. Me creía capaz de todo. -Aguardemos entonces. Pasaron varias horas. Estaba harto de esperar y me encontraba cansado de leer las revistas que coleccionaba la hija de Audrey. Realicé varios paseos por la vivienda y vigilé la calle desde la ventana, escondido tras las cortinas. Recorrí el sinuoso pasillo más de cincuenta veces hasta lograr patear el camino que llevaba al baño con los ojos cerrados. Joder, estaba aburrido, cansado de estar a la espera. Para colmo la bolsa de sangre había tocado su fin. -Mierda, y el viejo sin venir. Entonces me impacienté. Entonces sentí un escalofrío. Entonces llamaron a la puerta: -Su madre... ¿Quién diablos? No era el olor de Audrey. Me deslicé hasta el hall y me quedé quieto junto a la puerta blindada, tratando de escuchar: -¿Quién dio el aviso? -preguntó una voz de hombre en voz muy baja. -La central; ¿quién sino? -respondió un segundo. -Ya, hasta ahí llego, me refiero qué quién llamó al cuerpo. 43
-Una mujer, no quiso dar su nombre. -¿Un ajuste de cuentas? -No lo sé, un chivatazo tal vez; la competencia entre bandas está a la orden del día, se dan por culo entre ellos con tal de tener exclusividad. Picaron de nuevo en la madera. -No hay nadie, señor. -O no quieren abrir, una de dos. Me estremecí. Podía escuchar la respiración de ambos, oler la colonia barata que impregnaba sus ropas, oler el sudor que despedían sus cuerpos... sentir su sangre. -Sed... Me mareé de nuevo. Cerré los ojos y me apoyé contra la pared. Respiré profundo y me dejé llevar por aquel extraño instinto que gritaba desde lo más profundo de mi ser. -Dios Santo... En una fugaz visión pude contemplar dos agentes de policía esperando tras la puerta blindada. Luego, tras un breve fogonazo de luz, mi vista mental recayó en un aparador que se asentaba al lado de la cama del dormitorio principal. Dentro de uno de los diminutos cajones, metido en una bolsa de papel, aparecía un contenido un tanto comprometedor... -Mierda. Abrí los ojos. En una carrera alcancé el dormitorio donde solía descansar la hija del doctor. De un golpe abrí la puerta de paso y avasallé la propiedad privada sin pudor alguno. Abrí un cajón de aquel aparador, el mismo que segundos antes se había dibujado en mi pesadilla. Aparté bragas y sujetadores y busqué guiándome por el instinto: -Joder. Joder. Joder. Allí estaba; una pequeña bolsa de papel marrón que pertenecía a unos grandes almacenes. -Hay que joderse... cómo huele. Lo soñado: allí estaba. Mi sed de sangre no me dejó sentir aquel profundo olor. El líquido vital envasado en el gotero camufló el tufo a: -¡Hierba! ¡La leche! ¡La hija de Audrey trafica con Marihuana! Llamaron por tercera vez a la puerta; esa vez con más fuer44
za que nunca: -¡Sabemos que está en casa! ¡Abra la puerta, por favor! ¡Abra a la policía si no quiere que vengamos con una orden judicial! ¡Será peor para usted, señorita April! Maria... y no sólo eso, bajo la cama se escondía una caja de zapatos con un contenido extremadamente dudoso: varias agujas usadas y un líquido envasado en un frasco de cristal completaban el equipo. Al lado de la supuesta droga, envueltos en una bolsa de plástico, se encontraban también varios papeles de fumar, setas disecadas y un tarro de escaso tamaño repleto de pastillas. -Hija de perra -espeté en un cabreo monumental-, es una puta drogata. Aquellos dos agentes regresarían con una orden. Entrarían en la vivienda, verían a un jodido tipo desnudo ataviado con un gorro de vaquero y con pintas de tener un mono de aúpa, con una maldita sonda de trasplantes enganchada a su brazo, con dos kilos de marihuana y otras tantas drogas más en su poder, y para colmo, con dudosos antecedentes familiares. Joder... mi familia recientemente desaparecida, enterrada en el mismísimo rancho... Asesinados por una loca posesa. Yo no disponía de conocidos en el condado para poder defenderme... Me aguardaba una buena. Tenía que hacer algo. -¿Dónde cojones se habrá metido ese viejo? Retiré el gotero apartando de un tirón la aguja de mi muñeca. Me quedé mirando unos instantes la bolsa que contenía la sangre; quedaban nada más que unos restos pegados a los pliegues del envase. Luego eché un vistazo a la caja de zapatos... miré a la marihuana... evalué la situación. -Suputamadre, suputamadre, suputamadre. Suspiré, cerré los ojos y me dejé llevar. Me dejé llevar como en aquellos malditos sueños: -Son sólo pesadillas, Ugen. Entonces sonaron mis tripas. La boca se me hizo agua. Me vi correr hasta la puerta de entrada, abrir la madera en un brusco gesto y pillar desprevenidos a los dos agentes de la ley. Creo que uno se llevó la mano al arma, el otro, más rápido que su compañero, logró entrar al apartamento de un sal45
to. Yo salí al rellano. De un manotazo arranqué la mano del que me apuntaba y su pistola rodó por el suelo entarimado. Cogí al joven policía en volandas y le metí en el piso. El más experimentado gritaba como un loco, estaba con el arma a un palmo de mis narices y yo, por mi parte, pasaba de sus advertencias. Dediqué aquellos segundos en morder salvajemente el rostro del agente manco. Hubo un momento en el que dejé de escuchar los gritos de dolor. Incluso, por increíble que pareciese, no sentí el fogonazo del arma disparándose. Aquel bastardo, el agente encargado del caso, no dudó en descargar tres proyectiles contra mi torso. Caí al suelo con el cuerpo del joven encima. No sentía dolor alguno, ni sentía debilidad o decaimiento. Al contrario, un ansia voraz crecía por momentos dentro de mí. Una rabia sin medida deseaba apropiarse de mi mente y de mi cuerpo. -¡Alto, hijo de puta! ¡No te muevas! Pero yo no hice caso al agente. Me puse en pie a pesar de mis heridas. La sangre salía a través de los orificios de mi estómago y pecho, pero yo, repleto de vigor y vida, no sentía que aquello fuera grave, al contrario, me hacía más fuerte, más poderoso. -¡Quieto! No le escuché. Me lancé por él. Dentro de aquella pesadilla yo cogía con ambas manos la cabeza del agente. Apretaba con tanta fuerza que aplastaba su cerebro contra el cráneo. Un chasquido proveniente de sus sienes me avisó de que había reventado su cabeza, y luego, la masa gris y viscosa que se esparramaba por sus carrillos y que salía a través de ambos orificios auditivos me aseguraba que el tipo había pasado a mejor vida. Para terminar, de una salvaje llave, conseguí tronchar el cuello del hombre para arrancarlo de cuajo y separarlo del torso. El cuerpo sin vida cayó al suelo, momento en el cual, aproveché para arrodillarme y beber de la sangre que se vertía del segado cuello. -Son sólo pesadillas, Ugen, sólo pesadillas... Pesadillas muy reales. -Huye. Vete de la casa. ¡Vete de la casa...! ¡Corre! Quise hacer lo que mi mente me pedía; lo que yo mismo me or 46
denaba. Dejar ir a los dos policías y marcharme antes de que regresaran con una orden. Dejar una nota a Audrey aclarando todo y avisándole de la droga que escondía su joven hija. -¡Huye! Transcurrió un tiempo hasta que decidí abrir de nuevo los ojos para regresar al presente. Ya no se escuchaban los avisos de los agentes, ya no golpeaban la puerta para querer entrar al apartamento. ¿Se habían marchado? -Dios... La Virgen. Al abrir los ojos me percaté de que no me encontraba sentado encima de la cama. No... No estaba en el dormitorio de la jodida yonki. Mierda... estaba sentado en el rellano del hall. El suelo estaba cubierto de restos de sangre reseca. Al mi lado un par de bolsas de basura de considerable tamaño se apoyaban contra la pared. -Joder... ¿Qué...? Abrí una de ellas y comprobé que su contenido no era otro que las extremidades mutiladas de uno de los agentes. -¡Jesús! La pesadilla. La jodida pesadilla. No había sufrido ninguna. No había estado soñando... Maldita sea: había asesinado a los dos policías. Los había matado. -No... Me había alimentado de su sangre. -Dios... ¿Qué cojones? ¿En qué me he convertido?
CONTINUARÁ...
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PARTE II 48
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..CONTINUA EN EL SIGUENTE NÚMERO!!
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HABLAR CON LAS HORMIGAS... ¿ES HABLAR SOLO? GROMARG - ¿Ya estás hablando solo otra vez? - No, no, estoy hablando con unas hormigas. - ¿...? .......... Lo curioso es que, en uno de esos días, se empezaron a observar extraños acontecimientos como, por ejemplo, desaparición de comida en casas y supermercados, frecuentes cortocircuitos de líneas eléctricas y de teléfono; hasta hubo desapariciones de pequeños animales de compañía como ratones, hamsters y algún gatito ... Antes de que la cosa fuera a más, se empezó a investigar el asunto; policía, bomberos, asociaciones de vecinos, ecologistas, incluso algunos sindicatos, empezaron a discutir el asunto y alguno puntualizó que habría que moverse y organizarse. Pero, cuando se pusieron (algo) de acuerdo, ya lo hacían entre un mar de hormigas feroces y sanguinarias que no paraban de devorar todo lo que se les ponía por delante (desde árboles hasta... ¡HUMANOS!) y, lo que era peor, no paraban de cantar cancioncillas infantiles (¿?) a voz en grito... “al corro de la patata, comeremos ensalada, lo que comen los señores...”... era el infierno... ¿Quién diablos les habría enseñado a cantar esas canciones?...” .......... - ¿Otra vez hablando solo? - No, no, como siempre, estoy hablando con las hormigas. Quiero convencerlas de que están siendo muy muy malas. A ver si dejan de cantar, de robarnos la comida y de comerse a los otros niños del cole... - ¿...? .......... Lo curioso es que, al cabo de unos días, dejaron de produ53
cirse desapariciones de comida, cortocircuitos y otros inexplicables hechos... Representantes de la policía, bomberos, asociaciones de vecinos, políticos y representantes sindicales aparecían en los telediarios felicitándose a sí mismos por la buena labor que habían realizado, por la eficacia de sus planes y por las positivas negociaciones que tanto éxito habían tenido.... Nadie, ni entonces ni nunca jamás, hizo ninguna referencia a un solitario niño que solía hablar solo (siempre solo) en un rincón de un pequeño jardín...
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ETERNIDAD Maialen Alonso Cada día, dormía. Cada noche, moría. La mía es una historia corta pero intensa, la historia de una vida oscura teñida por la sangre que me daba la vida. ¿Cómo llegue aquí? Fácil, por amor. Por una vida amarga y llena de dolor. Si estás dispuesto a leer, yo estaré dispuesta a contar. Un padre horrible, y una madrastra cruel. Mi vida era oscura y sin luz, porque me pegaban y me despreciaban cada día, a cada minuto de mi existencia. Era odiada por los de mi propia sangre, porque no era perfecta, porque no era hermosa. Mi padre me golpeaba porque me odiaba, y su esposa me insultaba porque no era de su sangre. Cansada, sin poder continuar con una vida tan horrible, me fui, me fui lejos de mis verdugos, lejos de mis odiosos captores. Prefería morir fuera y libre, que dentro y encadenada. Vagando por las calles oscuras en medio de la noche, me encontré al ángel de la muerte, de ojos rojos y pelo oscuro. Era lo más bello que jamás había visto, y él lo supo al momento, porque al ángel de la muerte nada se le escapa. Me miró sonriendo y dejando ver dos finos colmillos en la comisura de su boca. Yo sabía qué debía decir. —Mátame —le pedí en un susurro. —¿Por qué? —preguntó él. —Porque soy una muerta en vida —se quebró mi voz. —Entonces te llevaré conmigo —contestó caminando hacia mí. —¿A dónde? —Si eres una muerta, debes estar conmigo. Callé durante un segundo al sentir un pequeño temor recorrer cada parte de mi cuerpo, haciendo temblar mis extremidades. —¿Asustada? —quiso saber. —Un poco, porque la muerte duele, y algún día también me dejarás. —No te dolerá, ya nada te hará sufrir, nadie te pegará y nadie te maltratará. Estaré eternamente contigo. 55
—¿Cómo lo sabes? —Porque siempre te he observado, porque siempre te he visto en sueños. —Eres el ángel de la muerte —afirmé cogiendo su mano fría. —Así es, y vengo a por mi regalo. —Entonces tómalo rápido, antes de que desfallezca de cansancio y sufrimiento. —Lo cogeré y no lo soltaré. Sentí una punzada, no era agradable, pero tampoco desagradable. Y bebió mi sangre roja como un rubí, sabrosa y cálida, la saboreó durante largo tiempo y yo sentí como mi aliento llegaba a su fin, como mi cuerpo se enfriaba diciendo adiós a una vida. Cumplió su promesa eterna, no más sufrimiento, no más dolor y no más soledad. Quinientos años han pasado ya desde ese día, quinientos años de felicidad y prosperidad, de amor y pasión desenfrenada. Quinientos años de libertad. El principio del final de mi vida, una vida marcada por el dolor y el sufrimiento del que me liberó para siempre. Una historia corta e intensa es la que conté, triste y omitida. Porque el verdadero sufrimiento que sentí, jamás podría expresarlo con palabras. Porque el amor que siento ahora, no tiene expresión humana.
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EL FURGÓN Carlos J. Benito Tomas conducía por la avenida Main. Estaba eufórico, le acababan de entregar el nuevo furgón blindado para hacer el reparto. Era lo último en seguridad. Lo que más le llamó la atención, era que disponía de unas rejillas que al accionarse mediante una pequeña manivela o un botón, las giraba y bloqueaba las ventanas. En caso de verse inmerso en un tiroteo, estarían bien protegidos. Pero no se engañaba, su trabajo en la empresa de seguridad Sutton, no era nada emocionante. Roadsville era una ciudad muy pequeña y con un índice de delincuencia extremadamente bajo. De hecho, podrían hacer las recogidas en una camioneta de helados y no perderían ni una sola saca. Atrás Rom era el jefe, por decirlo de alguna manera. A sus sesenta y dos años, estaba cercano a la jubilación, su pelo corto y canoso, su cara arrugada, constituían la prueba irrefutable de que ya llevaba muchos años en ese trabajo. Dave era el más joven de grupo, alto, desgarbado y peli rojo, no contaba más de veinte y dos años de edad. Para el todo era emocionante. A decir verdad, el sólo hecho de llevar un arma, hacía que aquel trabajo le mereciera la pena. Tomas era moreno, alto y más o menos se conservaba en buena forma. Tenía cuarenta años, y como muchos de la profesión, estaba soltero. Los vigilantes no solían disponer de mucho tiempo libre debido a sus largos turnos de trabajo y su insignificante sueldo, por lo que la mayoría o estaban divorciados o eran solteros. Algunos todavía vivían con sus padres. Nada que ver con esos cuerpos de seguridad de las películas. Aceleró la marcha y se desvió hacia la calle Roffman. Al final de la calle Main, parecía haber un altercado. Mucha gente se arremolinaba junto a varios coches volcados. Tomas agarró el comunicador de la radio del blindado y llamo a la central. - ¿Lisa, me escuchas? - ¡Dime Tomas! - Me he desviado de la ruta. La calle Main está abarrotada de gente, no sé qué diantres pasa, pero es un caos, ha habido varios accidentes. 57
- Ok. Algo he escuchado por la radio. No es el único suceso. En Timeland y Raunin, se han registrado numerosos actos de vandalismo. - ¿Qué carajo pasa? De repente este pueblo parece New York. - ¡Dios mío! ¡No! ¡Suélteme! - ¡Lisa que pasa! Pero Lisa no contesto, en su lugar solo se escuchaban ruidos extraños, gruñidos y estática. Tomas se frotó la cara, no le gustaba nada lo que estaba pasando pero no podía dejar sin hacer la ruta. Si todo resultaba ser una falsa alarma y no cumplía con su trabajo, como mínimo le sancionarían de empleo y sueldo. Pulso el botón para activar el intercomunicador del furgón donde estaban sus compañeros. -¡Rom! Lisa me ha contado que hay varios follones en la ciudad y de repente la he escuchado gritar algo y ya no he podido contactar con ella. -¡Tranquilo! Hoy era su aniversario, Dexter le habrá dado una sorpresa y ahora estará pasándoselo bien, mientras nosotros curramos. -¡Estamos llegando al Banco Jeffcom! Chicos tened cuidado. -¡Si mama! Refunfuño Rom. Los dos vigilantes salieron del furgón y entraron en el banco. Todo parecía en orden. Tomas reviso su hoja de ruta, tres paradas más y terminarían su turno. Puso la radio y sintonizo Times Road la emisora local de noticias. El comentarista parecía bastante alterado. -Esto es increíble, toda la ciudad parece haber sido tomada por un virus de pura locura. Los escaparates de la mayoría de las calles han sido destrozados, la gente es atacada en plena calle y la policía es incapaz de controlar el tumulto. Se hizo el silencio durante unos minutos. -Esto es una locura, me dicen que la gente no solo se ataca entre sí, sino que además actúan como caníbales. Tengan mucho cuidado si están en la calle, les aconsejo que vuelvan a casa y cierren puertas y ventanas. La guardia nacional ha sido avisada. 58
Se escucharon gritos y cristales rotos, después todo quedo en calma y ninguna emisora de radio parecía emitir. Los repentinos golpes en la puerta trasera lo sobresaltaron. Dave golpeaba la puerta mientras disparaba a varios tipos que se acercaban a él. Tomas abrió la puerta y Dave entro de un salto, cerró la puerta y grito a Tomas que arrancara. -¿Y Rom? -Tío, ha sido una locura. Ha sido una locura. Soltó su arma en el asiento y se agarró la cabeza con ambas manos, mientras se movía en un acto parecido a acunarse. Estaba en estado de shock. -¡Dave! ¡Qué coño ha pasado! -Entramos en el banco y todo estaba cubierto de charcos de sangre. Había varios cuerpos tendidos en el suelo, desmembrados, tenían las entrañas fuera. Rom se acercó a la ventanilla y el cajero le salto encima. No paraba de morderle. Una anciana y dos tipos se tiraron al suelo, lo estaban devorando. Cinco tios me perseguían y por más que les disparaba, seguían tras de mí. ¡Están todos locos! Varios hombres golpeaban los costados del furgón, uno de ellos se puso justo en medio de la calle y Tomas apenas si consiguió esquivarlo. La pequeña y aburrida ciudad se había transformado en un nido de violencia. Avanzó a toda velocidad calle tras calle, en dirección a la empresa de seguridad. Por el camino vieron más y más escenas dantescas. Cuando llegaron a la empresa Tomas detuvo el furgón lentamente en la explanada del aparcamiento. Había varios furgones abiertos y manchas de sangre en las puertas. Tomas toco el claxon varias veces. Pero no noto actividad en ninguna ventana. ¿Qué había pasado con sus compañeros? ¿Estarían todos muertos? La respuesta no tardo en llegar. Lisa, junto con varios vigilantes salieron por la puerta principal. Avanzaba con los ojos en blanco, con las ropas destrozadas y los cuerpos destrozados. Tomas arranco y se alejó de allí. En un primer momento pensó en ir a la comisaria, pero cuando llamó por radio y no obtuvo respuesta, desestimo la idea. Tomo la salida a la autopista y condujo lo más rápido que le fue posible. Pero no tardo mucho en tener que frenar. No era el único que tuvo esa idea, la autopista estaba colapsada y varios kilómetros más adelante 59
un accidente con un camión la había bloqueado. Intento dar la vuelta pero en ese momento, el furgón emitió algo similar a un quejido y se apagó todo el sistema eléctrico. -¿Por qué paras? -No he sido yo, algo ha fallado en el sistema eléctrico. Reviso la caja de fusibles, uno de ellos se había quemado. Tal vez pudiera sustituirlo por otro, miro en la guantera para ver si habían dejado allí el manual del furgón. Pero no estaba. Rebusco por todos sitios, pero nada. Cuando Tomas levanto la cabeza y miró al frente quedo aterrado. Unas cien personas se acercaban lenta y torpemente a ellos. Accionó manualmente los cierres del furgón. Dave pego un respingo. -¿Qué pasa Tomas? A través de la pequeña ventana blindada Tomas le miró y señalo la carretera. Dave se agarró la cara aterrorizado. Minutos después aquellas personas destripadas, desfiguradas horriblemente, desmembradas y algunas incluso quemadas, se aferraban a las puertas del furgón tratando de abrirlas. Varios de ellos treparon al techo y al capo intentando romper los cristales. No podrían romper los cristales ni abrir las puertas, pero aun así aquella visión haría perder la cordura a cualquiera. Y así fue. Dave se puso la pistola en la boca y disparó. Tomas lo miró, el joven risueño, algo pedante que esta mañana se había subido al furgón rebosante de vida, ahora estaba muerto con sus sesos esparcidos por todo el habitáculo. Consciente de su situación, se agachó de nuevo y probó a cambiar varios fusibles de lugar pero esto provoco un cortocircuito y quemo los demás fusibles. -¡Mierda! Ahora estaba atrapado en un vehículo blindado, que no volvería a moverse. Allí encerrado, no tenía ninguna opción, pero si salía del furgón lo devorarían. Agarró su pistola y comprobó que estaba cargada. La soltó en el asiento contiguo. - Aún no, pensó. Pero lo más probable es que tarde o temprano, cuando el hambre y la sed lo debilitaran, no tendría más remedio que pegarse un tiro.
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Miró en su pequeña mochila. Por suerte esa mañana había desayunado bastante y no comió nada durante el turno. Disponía de un bocadillo, una botella de agua de dos litros y una lata de refresco. Abrió otra vez la guantera y sacó un paquete de frutos secos que guardo al poco de subirse al furgón. Rompió el envase y cogió varias avellanas. Pero comer viendo aquellas caras era demasiado. Accionó la manivela que bajaba las rejillas metálicas, la amenaza seguía estando allí pero al menos no los veía. Junto a la manivela de bajada, había otra que permitía girar las rejillas de la persiana para tener visión del exterior, pero por el momento fuera no había nada que ver. Agarró el paquete y siguió comiendo. No tenía ni idea de cuánto tiempo tendría que pasar allí dentro, ni siquiera si saldría de allí. Con gran dificultad consiguió dormir algo. Cuando despertó giro un poco la manivela para ver cómo estaba el panorama fuera. No había cambiado mucho, seguía habiendo seres en el furgón, que cobraron mayor actividad al ver moverse las rejillas. Toda la autopista estaba plagada de ellos, vagaban de un lado a otro sin rumbo. Agarró su walkie sin muchas esperanzas, aunque funcionaba con baterías, no pensaba que pudiera captar ninguna señal. Fue cambiado de canal en canal, pero no captaba nada. Lo soltó en el salpicadero. Cerró nuevamente los ojos e intento volver a dormir, cuanto menos tiempo estuviera despierto menos energía, comida y bebida consumiría. Pero lo mejor es que mientras no estuviera consciente, no sufriría aquella tensión. Se escucho un ruido en el walkie, lo ignoró, debía tratarse de alguna interferencia. Cuando una voz hizo vibrar el altavoz, abrió los ojos y cogió el walkie. -Aquí el centro de control de la guardia nacional. La autopista ha sido bloqueada, no intenten usarla. Está plagada de seres infectados, en breve varios aviones de combate procederán a limpiar la zona. Repito, que nadie use la autopista bajo ningún concepto. La voz se apagó. Quizás estuviera cambiando de canales para transmitir el mensaje al mayor número de personas. Tomas metió la comida de nuevo en la mochila, apago el walkie y lo guardo en uno de los bolsillos. Cuando los aviones llegarán, usarían tanto 61
misiles como armamento pesado. Si todo aquello no hacia volar en pedazos el blindado, lo dejaría en muy mal estado, en cualquier caso debería abandonar la zona rápidamente. Tal vez acabaran con todos los seres y pudiera seguir la autopista y más adelante encontrar algún vehículo en buen estado. Pasaron varias horas y no había ninguna novedad. Se colocó el chaquetón y aseguró su munición. Enfundó su pistola y preparó su escopeta reglamentaria. Giró la manivela para dejar la persiana totalmente cerrada. Pocos minutos después, se dejaron escuchar las primeras explosiones y el ruido de motores a reacción de los aviones. La autopista tembló, pudo sentir como parte de ella se derrumbaba. Un avión debió quedarse sin misiles porque empezó a acribillar el terreno. El blindaje resistía las duras acometidas de los proyectiles. Los seres caían al suelo destrozados, se escuchaban caer desde el furgón. El tintineo de las balas y los coches estallando. Un misil impacto contra el blindado y este se elevo varios metros en el aire hasta caer de lado. Dentro Tomas tuvo suerte, pues no se había quitado el cinturón de seguridad. Miró las puertas, pero en principio estaban intactas. Fuera los aviones se alejaban y todo volvía a estar en calma. A pesar de la incomodidad, se quedo dentro, de noche no podía salir fuera. A la mañana siguiente, giró la manivela al principio poco a poco, luego al ver que no había nada cerca o al menos vivo, la abrió por completo. Los seres estaban destrozados en el suelo y no parecía haber ninguno activo. Abrió la puerta y con precaución asomó la cabeza, salió fuera y se encaramó al costado del furgón. El espectáculo era asolador, todo a su alrededor echaba humo o estaba quemado. La buena noticia era que no había ni rastro de los seres. Entro dentro del blindado y abrió la puerta de la parte trasera donde estaba el cadáver de Dave. Regreso al exterior y entro dentro del habitáculo donde se transportaba el dinero. Ver a Dave, no fue nada agradable. Registró sus mochilas en busca de comida, recogió el armamento y munición disponible. Vació una saca grande de dinero y lo metió todo dentro. Cerró la puerta exterior y miró a Dave por última vez. -¡Lo siento chico! Se colgó la saca a la espalda y agarró nuevamente su es62
copeta. A lo lejos pudo ver los restos del camión. Tardó en llegar, pero cuando lo hizo, apretó los dientes y frunció el ceño. La autopista estaba derrumbada. Se sentó dejando colgar los pies en el aire. Por uno de los costados, casi colgando, había quedado la barandilla. Era demasiado arriesgado, pero tras el, reconoció un ruido que le era desagradablemente familiar. Se tiró al suelo y miro por debajo del camión. Se acercaban seres, casi se cae al vació cuando apareció a pocos centímetros de él, la cabeza de un ser que no tardo en meter la mano intentado alcanzar su cara. Ya no tenía opción. Corrió hacia la barandilla y se deslizo hasta el otro tramo de la autopista. En el otro lado los vehículos parecían menos dañados. Con cautela fue revisándolos. Por fortuna la mayoría fueron abandonados. La guardia nacional debió colocar el camión como barrera y volar esa parte para cortar el paso a los seres que consiguieran salvar el obstáculo del camión. Una medida desesperada aunque inútil, porque los seres que cayeran al vacío, se arrastrarían por el suelo y seguirían. Continuó la marcha hasta llegar a la zona donde se acababa el atasco. Allí encontró un Land Rover. Lo revisó de cabo a rabo. No estaba dispuesto a que un ser saltara sobre él desde el asiento trasero, como solía ocurrir en las películas. Tenía el depósito lleno. Los que lo abandonaron no querían quedarse tirados cerca de la ciudad. Antes de largarse, reviso los coches en busca de más suministros, aunque no consiguió gran cosa. Monto en el todo terreno y echo los seguros. El sonido del motor le pareció glorioso. Lentamente se alejó del lugar. Condujo hasta casi quedarse sin gasolina. No le hacía gracia, pero tenía que repostar, opto por tomar una salida a una de las estaciones de servicio. La primera que encontró, estaba demasiado llena de coches y supuso que podía quedarse atascado en caso de urgencia. La siguiente estaba totalmente vacía. Aparcó el coche, abrió el depósito y metió la manguera en el. Esa era la parte fácil, lo difícil sería entrar dentro de la oficina y conectar el surtidor. No tenía ni idea de que se encontraría dentro. Caminó hacia la oficina, tiró de la puerta y una campanilla tintineó alegremente. Un ser salió de detrás de una estantería y otro más de una habitación en 63
la que no había reparado. Disparo a la cabeza del primero y después del segundo. No sabía si eso era lo mejor, pero en las pelis de zombis, siempre funcionaba. Se movió con rapidez paso al otro lado del mostrador y accionó todos los surtidores. Después agarró una cesta y tomó toda la comida que pudo de la zona de tienda. Corrió hacia el vehículo y conecto la manguera. Metió todas las cosas en el coche. ¿Habrían escuchado esos seres el ruido de los disparos? Tal vez no hubiese ninguno más cerca o quizás miles de ellos acecharan tras el espeso bosque que rodeaba la estación. Cuando escucho el click de la manguera creyó ver a Dios. - ¡Por fin! Tiró de la manguera y justo cuando iba a soltarla, desde el bosque vio como varios seres se acercaban entre la maleza a paso rápido. Volvió a conectar la manguera y la bloqueo para que no se cortara el flujo de gasolina. En pocos minutos, un gran charco de gasolina cubría el suelo de la estación. Tomas subió al vehículo y salió pitando de allí. Por el retrovisor podía ver a los seres invadiendo la gasolinera, dispuestos a seguirle. Pero había algo que él tenía muy claro, no quería compañía. Paro el vehículo y bajo de él. Saco su pistola y disparó a los surtidores. A aquella distancia no tendría mucha precisión al disparar, pero conque unas chispas cayeran en la gasolina sería suficiente. Al segundo disparo la estación exploto, arrasando a sus ocupantes. Regreso al todo terreno y reanudo la marcha. El camino fue bastante tranquilo, de vez en cuando atropellaba algún ser, pero básicamente discurrió sin problemas. Cincuenta kilómetros después, ocurrió lo impensable. Un Jeep militar salió de la nada y le cortó el paso. Uno de los soldados bajo del Jeep, mientras el conductor mantenía el motor en marcha y otro de pie dirigía una ametralladora montada en el chasis del vehículo hacia el todo terreno. Con precaución el soldado se acercó a él y le hizo señas para que bajara la ventanilla. -Soy el soldado de la guardia nacional Jeff Madison. Continué recto, a unos dos kilómetros encontrara una pequeña base militar. Estamos evacuando, la zona ya no es segura.
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Los dos vehículos se alejaron a toda velocidad. Cuando llegaron a la base casi todos los vehículos habían sido abandonados y la mayoría de las personas subían a helicópteros de transporte. Tomas escondió su pistola, consciente de que no lo dejaría subir al helicóptero con armas. Bajo del coche y siguiendo las indicaciones de un teniente, corrió hacia un helicóptero que estaba a punto de cerrar la compuerta de carga. Entro dentro ayudado por varios soldados y casi lo sentaron a la fuerza, colocándole un cinturón de seguridad. La puerta se cerró. Desde el aire pudo ver cómo los últimos soldados eran evacuados en un helicóptero. El extraño convoy se alejó en el aire. Mientras un escuadrón de bombarderos se dirigía hacia la ciudad. Si alguien quedaba con vida, aquello sería su fin. ¿Qué sería de ellos? ¿Hasta dónde llegaría la infección?
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Las Hijas de la Desesperaci贸n Carlos Rod贸n
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