fanZine nº7_Julio Agosto 2013

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Portada: Carlos Rod贸n Contraportada: Daniel Medina Maquetaci贸n: Kike Alapont 2


Bienvenidos. Ya vamos por el número 7 de la revista y llega colmada de buenas letras e ilustraciones. Queremos, sólo en esta ocasión, haceros ver, que sí, que estamos en contacto con los personajes del terror. Por ello, y en consecuencia, queremos publicar una conversación que tuvo lugar en el

grupo

de Whatsapp de la revista, para que nos creáis. GRUPO FanZine Zombi. FanZine dice: Hola capullos, ya estamos de vuelta como cada dos meses. ¿Qué pensáis de tal hecho? Freddy Krueger dice: Los contenidos de este número no dan sueño. Quiero que incite al sueño para hacer de las mías :P FanZine dice: Freddy, ¿crees que queremos aburrir al personal? Chucky dice: Es una revista que leo mientras todos duermen. Ya que no es apta para pequeños. Y luego saco el cuchillo con más ganas, la verdad. FanZine dice: ¿Chucky? ¿Quién ha dado un teléfono al juguete? O lo que es peor. ¿A quién has destripado para pillárselo? Chucky dice: ¿Juguete? Canallas ignorantes.¡¡ Soy peor que un ciborg programado para matar!! Jason dice: ¡gronf gronf! (puta máscara)... por estos agujeros no hay quien respire... Hannibal Lecter dice: Es usted un grosero y un desconsiderado, señor Jason. Michael Myers dice: La tuya al menos lleva

boquetes, no te quejes que

yo de Halloween en Halloween voy con la misma cara triste, ni me acuerdo de lo que hace que no mojo..... FanZine dice: Anda, no os quejéis tanto. Que parecéis colegialas con una uña rota... Hannibal Lecter dice: Por cierto, ¿alguien ha caído en que a todos nos enmascaran? Jason dice: jojojo gronf :D Freddy Krueger dice: Sois como niños, a mí nunca me pusieron máscara... oye pequeño plastificado, ¿dices que todos duermen?...¿dónde vives chiquitín? Como podéis apreciar, tuvimos que dejar la conversación. En este número, como bien dijo Pennywisse. “Todo flota aquí abajo”, poseemos la artillería pesada de siempre, pero con sangre renovada. Los colaboradores son más retorcidos, perversos y con una mentalidad trastornada a tope, según van creando, se van asegurando plaza en el frenopático. Los ilustradores no pueden dormir por miedo a que Freddy Krueger les salte desde sus hojas en blanco y se afanan en ilustrar con maestría cada relato. Los personajes pueden cobrar vida y sumergirte en las escenas que protagonizan. Abre sus páginas, siente el miedo de tener entre tus manos las imágenes más inquietantes que jamás has encontrado y no te duermas. Freddy Krueger dice: Ya dormiréis, queridos lectores. Ya dormiréis... 3


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Ilustración: Kike Alapont El sol cálido de otoño se colaba por los grandes ventanales de cristal de la Sala de Justicia en anchos rayos de luz amarilla. Fuera, la airada indignación de la multitud se correspondía con los fuertes gritos que vociferaban las gargantas; carteles y pancartas al aire, organizados a través de las redes sociales. Dentro, apenas si se oía un leve murmullo amortiguado, como el runrún de un tren aproximándose desde muy lejos. Por lo demás, el silencio era absoluto salvo por la disertación que el fiscal del distrito dedicaba en ese momento a los miembros del jurado. El juez oía atentamente el discurso del hombre trajeado. Los numerosos periodistas asistentes tomaban notas en sus libretas, o directamente grababan las intervenciones en sus eficaces teléfonos móviles. Un enjuto alguacil del estado permanecía derecho como una estaca frente a los portones cerrados de la entrada de la sala. Algunos miembros del jurado tenían los ojos puestos en el fiscal, mientras otros se limitaban a mirar fijamente al acusado. Este, ataviado con el habitual mono gris de la penitenciaría estatal, permanecía sentado en su asiento, sedado y anclado al suelo mediante unas esposas de metal enganchadas a unas enormes cadenas de hierro. Habían tenido que suministrarle una dosis desproporcionada de sedantes para mantenerlo calmado y así poder vestirlo, puesto que, en el instante de su detención, llevaba la ropa hecha jirones y salpicada de sangre, con restos 5


de las tripas de sus supuestas víctimas. A pesar de que lo habían aseado y medio peinado, seguía desprendiendo un hedor putrefacto. Tenía el rostro repleto de arañazos a medio curar y unos ojos opacos presidían su mirada perdida. A cierta distancia, dos agentes uniformados y armados lo vigilaban con suma diligencia. Justo a la derecha del recluso se sentaba el abogado defensor, designado de oficio, puesto que ninguno de los letrados de la ciudad, con un mínimo de sentido común, había querido hacerse cargo del caso. Ni siquiera el joven defensor ––recién salido de la facultad de Derecho–– creía en la inocencia de su cliente. Sin ir más lejos, en los pasillos del Palacio de Justicia ya corrían rumores sobre su falta de escrúpulos por haber aceptado la tarea de representar al individuo que ahora se sentaba en el banquillo de los acusados. Pero, al menos ––pensaba él––, podría ganar algo de experiencia en el complejo mundo de las leyes y los litigios. En cualquier caso, y tras un tupido velo de inmoralidad y tejemanejes, gente influyente y con poder había exigido al joven abogado que se limitara a defender los derechos como acusado de su cliente, pero que en absoluto se atreviera a presentar argumentos a favor de su puesta en libertad. El caso era claro, y la justicia recaería con fuerza en esta ocasión. No iban a permitir que por un error de trámite o por una suertuda intervención de principiantes el acusado pudiera quedar libre. ––Señores miembros del jurado ––añadió el fiscal¬ con voz altisonante––, nos encontramos ante uno de los casos más claros de dilucidar de todos los tiempos. ––El hombre de ajustó la corbata y miró a las dos mujeres del jurado sentadas en la primera hilera del estrado––. El acusado, sin piedad y con una gran carga de violencia, cometió tres asesinatos antes de ser detenido por las fuerzas de seguridad del estado. En las próximas horas expondré, con todo lujo de detalles, junto a las pruebas incriminatorias pertinentes, los hechos acaecidos en la madrugada del pasado 20 de junio, cuando el señor Lacha asesinó al vigilante del cementerio municipal para más tarde segar la vida de una madre y su hija pequeña. Algunos miembros del jurado se movieron incómodos en sus asientos. ––Como decía, el pasado 20 de junio, el señor Bonnet, vigilante nocturno del cementerio municipal, detectó ruidos en la zona más alejada del camposanto, cerca de los nichos de los Caídos. Cumpliendo eficientemente con su trabajo, el señor Bonnet acudía al lugar para solventar la incidencia cuando se encontró con el señor Lacha a pie de una tumba abierta, con la tierra removida y esparcida por todas partes. Sin tiempo para reaccionar o dar la alarma, el señor Lacha se precipitó con violencia hacia el señor Bonnet y le desgarró la garganta a mordiscos, arrancándole la vida casi al instante. Y no crean 6


que se contentó con esos mordiscos, sino que se regodeó en su carnicería causándole innumerables desgarros en el resto del cuerpo, efectuados con las manos y de nuevo con los dientes. ––Ahora redujo la voz a un ligero hilillo tenebroso––: El vigilante de seguridad fue encontrado de esta guisa a la mañana siguiente de su muerte. Las muestras de ADN recogidas en la víctima coinciden al noventa y nueve por ciento con el señor Lacha. El fiscal hizo un gesto hacia su joven ayudante, que aguardaba con parsimonia en la mesa de la derecha, y este se levantó en seguida con dos carpetas de color marrón en las manos. Una se la entregó al juez, y de la otra extrajo varias fotografías que repartió entre los miembros del jurado. ––Señoría ––expuso el fiscal––, solicito que el expediente entregado con estas imágenes se tramite como prueba A en el caso contra el señor Lacha. ––Se acepta. El juez abrió la carpetilla y pasó rápidamente las fotografías. Como era de esperar, las instantáneas mostraban el cadáver del vigilante del cementerio municipal: unas imágenes muy crudas, viscerales, repletas de sangre y jirones de piel. Nada fuera de lo habitual en estos casos de asesinato. Algunos miembros del jurado intercambiaron murmullos entre sí, y otros incluso se vieron en la obligación de sofocar un improperio llevándose las manos a la boca. Para ellos sí se trataba de fotografías demasiado duras. El fiscal se acercó a la mesa y se sentó al lado de su ayudante. El triunfo se dibujaba en su rostro bajo una sonrisa de hito en hito. Era cuestión de tiempo. El juez se dirigió al abogado defensor. ––¿La defensa tiene algo que alegar? El joven abogado hizo el amago de levantarse, pero en el último instante se inclinó sobre la mesa y con un susurro rechazó su derecho a intervenir. Volvió a sentarse de forma torpe en su silla, mirando de reojo la posible reacción de su cliente, quien apenas había parpadeado en un par de ocasiones. Ni siquiera se inmutó. El juez asintió satisfecho y continuó: ––Así pues, la fiscalía puede continuar. El fiscal volvió al centro de la sala con la misma ligera y socarrona sonrisa en los labios. ––Señores miembros del jurado ––expuso––, tras este vil asesinato a sangre fría, el acusado salió atropelladamente del cementerio y caminó a trompicones por varias calles de la ciudad. Vestido con un desarrapado traje negro manchado de tierra húmeda, con las manos ensangrentadas, las uñas destrozadas y la boca repleta de sangre coagulada, quiso el

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destino que el señor Lacha se topara en la calle principal de Serena con una joven señora y su hija pequeña, de seis años. Ambas volvían a casa después de pasar una agradable jornada en el cine del centro comercial. Vieron una película de dibujos animados. ––Hizo una pausa para que sus palabras calaran hondo en todos los presentes––. De forma reprochable y con una violencia desmedida, el señor Lacha se abalanzó en primer lugar sobre la niña. Esta apenas tuvo tiempo de agarrarse a la pierna de su madre antes de caer de espaldas sobre la acera. El señor Lacha, enloquecido, la mordió en un brazo en repetidas ocasiones antes de pasar a otras partes del cuerpo. En resumen, la niña pequeña recibió trece mordiscos en total, lo que conllevó a su muerte por desangramiento. Señores miembros del jurado, no crean que cesa aquí la matanza. ––Otra pausa intencionada para amoldar a sus interlocutores––. Mientras el señor Lacha llevaba a cabo este segundo asesinato, la madre de la pequeña, en un acto de valentía admirable, y empujada por su condición de madre protectora, no dejó de golpear al acusado en la espalda con todas sus fuerzas, aunque fue incapaz de apartar al hombre de su hija. Gritaba pidiendo auxilio, pero nadie acudió para brindar ayuda. En cualquier caso, si alguien se hubiera acercado, habría sido una víctima más que sumar a la lista. »El señor Lacha ––continuó el fiscal––, no saciado tras la muerte de la niña, se giró hacia la madre y le endosó un mordisco en la mejilla derecha, desprendiéndole gran cantidad de carne del rostro. No quiero entrar en detalles, pero tal y como podrán comprobar en las siguientes fotografías ––volvió a hacerle un gesto a su ayudante, quien se levantó de nuevo para entregar al juez una carpeta idéntica a la anterior y repartir copias de las imágenes entre el jurado––, tras otros once mordiscos la mujer falleció sin remedio. Más rumores entre los presentes. Los periodistas tomaban nota frenéticamente. El fiscal se dirigió al juez. ––Señoría, solicito que estas imágenes sean aceptadas como prueba B en el caso contra el señor Lacha. ––Se aceptan las fotografías como prueba. ––Asimismo, solicito que suba al estrado, en condición de testigo, la señorita Amanda Martínez. ––Que avisen a la señorita Amanda Martínez ––dijo el juez desde su asiento. Murmullos entre los asistentes. El alguacil abrió uno de los portones de la entrada y avisó a la aludida. En unos segundos, una mujer de unos treinta años enfiló el pasillo central para sentarse afablemente en el trono de los testigos. Llevaba un traje chaqueta gris, con un corte demasiado anticuado para su edad, probablemente comprado o alquilado para la ocasión. Unos labios pintados de color 8


rojo pasión proferían una belleza inusitada al conjunto de su rostro. Los ojos le brillaban de seguridad en sí misma. Los periodistas tomaron nota. ––Le recuerdo, señorita Martínez ––dijo el juez––, que se encuentra usted bajo juramento. Deberá decir toda la verdad, sin omitir aspecto alguno en su declaración. Amanda asintió ligeramente con la cabeza. ––Lo juro ––dijo y esbozó una dulce sonrisa que cautivaría al pirata más cruel de los mares caribeños. ––Proceda con su testigo, letrado. El fiscal se acercó a la mujer. ––Señorita Martínez, ¿dónde se encontraba en la noche del 20 de junio? Amanda no vaciló en su respuesta. Miró al fiscal y habló con voz clara y decidida: ––Me encontraba en la calle principal de Serena. ––¿Qué hacía? ––preguntó el hombre. ––Fumaba un cigarrillo en la entrada de mi tienda, poseo una floristería a pocos metros del centro comercial. ––¿Ocurrió aquella noche algo que considere fuera de lo normal? ––Por supuesto. Fue la noche en la que asesinaron en plena calle a la madre y a su hija pequeña. ––¿Intentó usted ayudar a esas personas? Medió un silencio entre ellos. Un ramalazo de culpabilidad recorrió el cuerpo de la joven. No obstante, acudir en auxilio de aquellas personas habría sido un acto irreflexivo, no hubiera podido hacer nada por ellas y para entonces ya estaban sentenciadas. ––No ––dijo Amanda al poco––, me asusté muchísimo. Además, el asaltante estaba fuera de sí, parecía rabioso, mordió a la niña y a la mujer con una fuerza… como si… como si estuviera hambriento. Muerto de hambre. ––Muerto de hambre ––repitió el fiscal––. Una buena analogía. ––Sí. Me dio mucho miedo. Grité pidiendo ayuda, aunque no había demasiada gente en la calle. De todas formas, en mi opinión, nadie hubiera podido detener al asaltante. Parecía tener una fuerza fuera de lo común. Como si estuviera fuera de sí. ––¿Qué hizo el agresor tras acabar con la vida de la mujer y su hija? ––Siguió adelante por la calle principal, abalanzándose sobre todo aquel que estuviera cerca. Si hubiera sido un animal, diría que se trataba de un oso enloquecido. ––¿Atrapó a alguien más? ––No, que yo sepa. Para entonces, todo el mundo gritaba y corría huyendo. Yo misma entré en mi tienda y llamé a la

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policía. ––Bien hecho. ––Gracias ––respondió satisfecha. ––¿Podría reconocer al asaltante, como usted lo ha denominado, en una rueda de reconocimiento? ––Por supuesto. ––¿Podría señalarlo con el dedo, ahora? ––Sí, claro. Amanda Martínez extendió el brazo y señaló con el dedo al acusado que seguía en su asiento casi en estado catatónico, sometido a la eficacia de los sedantes. ––Gracias por todo, señorita Martínez. ––Se giró hacia el juez y dijo––: No tengo más preguntas. El juez preguntó al abogado defensor si tenía pensado interrogar a la testigo. Tras la negativa del joven letrado, la mujer dejó su asiento y abandonó la Sala de Justicia. ––La fiscalía puede seguir con el procedimiento. El fiscal carraspeó y volvió a dirigirse al jurado. ––Señores miembros del jurado, tras el asesinato de la mujer y la pequeña, el señor Lacha avanzó por un par de calles más hasta que, minutos más tarde, la policía lo interceptó frente al centro comercial de Serena, junto al estadio del equipo de fútbol. Hicieron falta cuatro agentes y el uso de varias pistolas Taser para lograr reducir al acusado. Aun así, dos de los agentes resultaron heridos de gravedad en la detención, aunque ya se recuperan favorablemente en el Hospital General y no se teme por sus vidas. »Por último, y solicito a su señoría que lo acepte como prueba C en el caso contra el señor Lacha, quisiera aportar un nuevo documento que claramente demostrará que el acusado es culpable del cargo principal que se le imputa. Daniel, por favor, haga entrega del documento. El joven ayudante volvió a levantarse por tercera vez de su sitio, y entregó al juez un documento consistente en una sola página. Seguidamente, pasó varias copias a los miembros del jurado. Luego regresó a su asiento. El juez estudió el documento con tranquilidad y habló con voz autoritaria. ––Se acepta el documento. Explíquele al jurado de qué se trata. El fiscal no tardó en satisfacer su petición. ––Señores miembros del jurado, el documento que acaba de serles entregado es una copia del certificado de defunción del acusado. Como han podido comprobar, el señor Lacha lleva muerto más de una semana, declarado fallecido precisamente dos días antes de los asesinatos cometidos en la noche del 20 de junio. Con este documento, se demuestra que el señor Lacha es un muerto viviente. Se demuestra así que en la fecha

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en que ocurrieron los asesinatos, este señor llevaba muerto más de cuarenta y ocho horas. Los periodistas entraron en un estado de frenesí absoluto. Los que llevaban teléfonos móviles hacían comentarios en voz baja para que quedaran bien registrados; los demás tomaban notas como si el Pulitzer asomara en una de sus palabras. Los miembros del jurado intercambiaron rápidas reflexiones entre sí. El fiscal volvió a su asiento, satisfecho por un trabajo bien hecho. El sol seguía colándose por los ventanales de la Sala de Justicia. El juez tardó unos segundos en lograr el orden entre los asistentes. Después preguntó a la defensa si tenía algo que exponer para acabar con el proceso, y el joven abogado respondió de nuevo con sencillo no. Seguidamente, indicó que los derechos de su cliente habían sido salvaguardados y que se sentía satisfecho por cómo se había llevado a cabo todo el procedimiento. ––Por supuesto que sí ––dijo el juez con severidad. A continuación, su señoría hizo un resumen pormenorizado de los cargos imputados y de las pruebas presentadas. ––Tengan en cuenta que de ustedes depende que el acusado sea declarado culpable o inocente de los cargos que se le imputan. Cargos que, de ser declarado culpable, conllevarían la pena capital, llevada a cabo mediante la decapitación y la consiguiente incineración de los restos. Hizo hincapié en los aspectos más relevantes y aconsejó qué datos debían dejar en cuarentena, por ser irrelevantes o conflictivos. Indicó al jurado que no podían hablar del caso con personas ajenas al litigio mientras durara su deliberación, y los instó a reunirse en una sala contigua para llegar a un acuerdo. Los conminó a encontrarse de nuevo una hora más tarde en aquella misma Sala de Justicia y levantó la sesión con un golpe de martillo. El abogado defensor agachó la cabeza y miró directamente a la carpeta que yacía bajo todos los papeles, como un raro espécimen que se ocultara entre la maleza burocrática. Apenas un trozo de cartón en el que había garabateado, con trazo firme y entusiasta, la palabra «defensa». No se sentía nada bien. A fin de cuentas, no se había atrevido a esgrimir sus argumentos. Aquello se alejaba bastante de llegar a ser un auténtico abogado, algo que había prometido a su padre antes de que este falleciera hacía tres años. Pero ya era tarde para lamentos. El tipo se levantó y puso la mano en el hombro del acusado. ––Lo siento, amigo ––dijo, claramente compungido. Comenzó a caminar hacia la puerta de la sala, comprobando en su agenda electrónica cuál era su próximo juicio, asignado

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de nuevo de oficio, que comenzaría en aquel mismo edificio un par de semanas más tarde. ––Un jodido violador de niños ––susurró fastidiado––. Maldita sea, solo me tocan monstruos. Mientras abría la puerta, y sin mirar atrás, comprobó que en su maletín de cuero también llevaba otra carpeta, con la idéntica palabra «defensa» escrita en el frontal, para aquel próximo caso. La sacó con cuidado y la acercó a la boca de una de las papeleras del pasillo, pero en el último momento optó por devolverla al interior del maletín. Joder, al fin y al cabo, había prometido ser un buen abogado. Siempre podía enderezar el rumbo. El jurado necesitó catorce minutos para llegar a una resolución unánime. De nuevo reunidos en la Sala de Justicia, el juez habló con voz grave: ––Señor presidente del jurado ––dijo dirigiéndose a un hombre con traje gris que permanecía en pie frente al primer asiento del estrado––, ¿han llegado a una decisión respecto a los cargos imputados al acusado? ––Sí. El juez asintió satisfecho. El litigio terminaría antes del almuerzo y podría irse a casa cuanto antes. En un caso tan claro como aquel, lo menos indicado sería que el jurado entrara en desacuerdo por asperezas personales. ––Señor presidente del jurado, ¿cómo consideran al acusado respecto a los cargos de asesinato de tres personas en la noche del 20 de junio? ––Culpable. ––Señor presidente del jurado, ¿cómo consideran al acusado respecto al cargo de estar clínicamente fallecido y ser, de hecho, un muerto viviente, o comúnmente conocido como zombi? El hombre del traje gris no vaciló en su respuesta. ––Culpable.

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Ilustración: Daniel Medina -¡Hombre, seña Jacinta, cuánto tiempo sin verla! ¿Qué tal está?- le preguntó Rodolfo, el propietario del Supermercado Engracia. La señora Jacinta era una mujer que rondaba los cincuenta años, la cual regentaba una cafetería en el centro de Santa Ana. Hacía tiempo que no se dejaba ver por el supermercado y traía con ella muy mala cara debajo del moño. -¿Qué te tengo que decir?- le contestó con amargura-, fastidiada, eso es lo que estoy. Suerte tié usted de no tener el supermercado en el centro, sinos, seguro que estaría igual de enfadado que yo. -¿Y eso?- frunció el ceño el tendero-, ¿qué le ha ocurrido, ya le han vuelto a subir el IBI? -¡Qué va, algo peor!- la señora Jacinta expresaba su descontento con el rostro contraído-. ¡Harta me tién esos sinvergüenzas. Hasta el moño, que diría mi madre! Rodolfo creyó que se refería a los miembros del ayuntamiento, que no paraban de subir los impuestos sobre los pobres negociantes en lugar de quitarse ellos privilegios y así lo demostró: -Le entiendo perfectamente, seña Jacinta, todos estamos algo más que indignados con esos chupatintas que fingen ser13


virnos... -¡No, qué va, si no me refiero a ésos!- lo cortó, tajante-. ¡Los del 15M, que con tanta manifestación me están espantando la clientela y arruinando el negocio! Tanta manifestación, tanta manifestación desde que comenzó la Crisis y no hacen otra cosa que molestar a los honrados trabajadores como ustez y como yo. El tendero se quedó un poco sorprendido, no sabiendo qué decir. Éste era un tema que incomodaba y las opiniones eran muy encontradas. Él, como tendero, entendía a la señora Jacinta, pero como víctima de la crisis, también entendía a los Indignados que hacían valer sus voces, y muy fuerte que lo hacían, llegando algunas veces a algo más que las voces. Y eso era lo que precisamente denunciaba con justificada acritud la pobre señora, que había tenido que cambiar dos veces los escaparates, que no se sabe qué cláusula no cubría esos daños, y los había tenido que pagar de su propio bolsillo. Con las aseguradoras, igual que con los bancos, había que leer la letra pequeña, sino, como muy bien te indicaban en el anuncio con un soberbio puñetazo: ¡error! Su vista ya no es lo que era, aunque nunca hubiera sido gran cosa, y tuvo la mala fortuna de firmar porque le cayó gracioso el agente de seguros. ¡Era tan guapo! Ahora estaba recibiendo los puñetazos, pero no se resignaba, por lo menos le quedaba el recurso de despotricar con impotencia su infortunio. Día sí, día también, un grupo de manifestantes pasaba por delante de su bar. En lugar de tomarse un café, con eso de que no tenían un duro (ella todavía pensaba en pesetas), le espantaban la poca clientela que osaba entrar cuando esos energúmenos irrumpían a grito limpio con sus consignas. La caja había bajado tanto que estaba pensando en echar la persiana como habían hecho muchos otros. El problema era que si hacía eso, el banco le embargaría el bar y la casa que puso como aval hipotecario por el préstamo que solicitó para montar su negocio. -Digo yo: ¿no se podrían ir a otro sitio a berrear y dejarnos trabajar tranquilos? ¡Coñe, que se vayan a sus casas y les den la paliza a los culpables, que yo también tengo una hipoteca que pagar y mi familia pende de un hilo como las suyas y no por eso me dedico a fastidiar a nadie! -Hombre, seña Jacinta, sea un poco más comprensiva- intentó aplacarla el tendero, empezando a desear que se fuera. La gente en la cola empezaba a impacientarse. -¿Ahora no irá ustez a ponerse de parte de esos vándalos? ¡Cómo se nota que no han pasado por aquí, sinos, ya veríamos, ya veríamos! Entonces se dio cuenta de la cola que estaba formando. Algunos se hacían cargo de sus sentimientos, otros bajaban la 14


cabeza abochornados, rogando que no los metiera en la conversación. -Pase, pase ustez, caballero- le cedió el turno a un hombre alto, de aspecto distinguido, vestido con un caro traje y muy repeinado. -Buenos días, señor Juan, no va muy cargado hoy, ¿pasará solo el fin de semana?- le preguntó muy amablemente Rodolfo al caballero. En realidad ninguno de los que estaban allí sospechaban la verdadera identidad del señor Juan, cuyo verdadero nombre había sido Amancio Jiménez, pero que ahora se hacía llamar El Zombie en otros sectores. Realmente no necesitaba ese tipo de comida, pero solía frecuentar los diferentes establecimientos de la ciudad para conocer de primera mano las inquietudes de la gente, las tribulaciones que sufrían. No había nada mejor que un bar o una tienda para enterarse de quién cometía algún abuso y de quién se libraba de la pena. Entonces intervenía El Zombie, el nuevo super-héroe que estaba limpiando las polutas calles de Santa Ana. -¡Ay, ay, no me hable del fin de semana, Don Rodolfo!- se llevó las manos a la cabeza la señora Jacinta, al borde de un ataque de nervios-. ¡La que me espera! El Zombie ya no pudo resistir más y le preguntó: -¿Qué va a ocurrir el fin de semana que le causa tanto espanto, señora? La Señora Jacinta casi escupió las palabras de lo exaltada que se hallaba. -¡Los del 15M han convocado una macro-manifestación para el Domingo, van a venir miles de personas! ¿Qué va ser de mi negocio? ¡La ruina me espera! ¡No podrán dedicarse a ir a misa como buenos cristianos! El Zombie le dedicó una caricia de conmiseración en el hombro a la señora y salió del supermercado con la bolsa de alimentos que nunca iba a comer. Él prefería la carne cruda, de humano a ser posible. “Éste es un trabajo para El Zombie” se dijo, decidiendo poner fin a los sufrimientos de la desdichada señora Jacinta. El Zombie colgó el traje del señor Juan Velasco para enfundarse en su ropa de cuero y adoptar la personalidad del justiciero, azote de los corruptos. Montó en su chopper de chasis rígido, pintada de negro mate, con las llantas rojas, y condujo hasta el centro de la megápolis de Santa Ana, lugar de cita de todos los sectores indignados de la sociedad. Circulaba sin casco para que su Duck-Tail no se le despeinara. Un guardia municipal le dio el alto antes de llegara a su destino, tan solo a unas calles. -Caballero, ustez está circulando sin casco, debo ponerle una denuncia, permítame la documentación. 15


El Zombie guardó la compostura y reconoció humildemente su falta. Le entregó al agente lo que le pedía. Todo en regla. Gracias a sus super-poderes, el Zombie había amasado una gran fortuna que le permitía vivir a su antojo, pagando las multas que le imponían, así como los puntos de carnet que le quitaran. Con cada una de las veces que se descomponía, adquiría después un aspecto diferente, pues la regeneración no era exacta y nunca recobraba el aspecto original, cosa que le venía muy bien para burlar a las autoridades que iban tras su pista. Todo ello se lo debía al abyecto experimento al que le sometió el doctor Mengele en Auswitch durante la guerra, el que, en lugar de convertirlo en un soldado perfecto para el Tercer Reich, lo había transformado en Zombie. Mientras el guardia de tráfico rellenaba el formulario, el Zombie emitió una queja, le gustaba desafiar al orden y la ley, hacer sentir su superioridad a los funcionarios públicos, mileuristas, como ellos mismos se denominaban. -Es injusto que me multen por no llevar casco, la cabeza es mía y si me la rompo es mi problema. El guardia se encogió de hombros. -Ya, pero si ustez va al hospital, es el estado quién tiene que pagar los gastos de su estancia- le contestó con la consabida respuesta. -Entonces, ¿por qué no multan a los gordos? ¿O a los borrachos? Ésos si que cuestan dinero al estado- porfió el Zombie. -Yo solo cumplo con mi trabajo- se molestó el guardia. Cuando le extendió la multa, el Zombie le dijo con tono autosuficiente, ése que tanto desagradaba a los agentes de la ley: -Pagaré en metálico. Y se sacó un fajo de billetes, encarnados como la grana. -Tome, el resto es para usted, por su impecable labor. El centro de la ciudad estaba completamente asediado por una multitud vociferante que entonaba sus consignas al aire, alzando al mismo tiempo sus manos. Estaban allí reunidos gran variedad de grupos, confluyendo todos hacia el Congreso de los Diputados, donde querían hacer llegar sus quejas y sus propuestas a la casta política, atrincherada tras veinte metros de barricadas como en un estado de guerra. Se veían a los funcionarios descontentos por el recorte de su sueldo, toda especie de ellos: médicos, profesores, bomberos, policías, hasta militares y guardia civiles; a las víctimas de las hipotecas, que más bien parecían víctimas de un cáncer, algo que te acaecía fortuitamente, que producto de un contrato incumplido. Hablaban de las hipotecas que daba miedo, como si al respirar el aire de un banco te infectaras irremisiblemente. También estaban los espontáneos aburridos de 16


fin de semana que querían acallar sus consciencias durante un día; y cómo no, en nutrido grupo, los integrantes del 15M y sus elementos radicales asociados, los cuales habían tomado el mando de la manifestación. En medio de tantísima gente El Zombie no sabía por dónde empezar o qué hacer exactamente. No se decidía por que grupo empezar primero, si devorar a uno al azar o por mérito propio. Este asunto era delicado porque podría equivocarse y perjudicar a un inocente. Aunque en el fondo de su cuerpo sin alma algo le decía que sería necesaria la muerte de muchos inocentes para que se experimentara un cambio en el orden social que estaban todos demandando. Su labor era proteger al desamparado, al desfavorecido y castigar al impune, al cuentista y al aprovechado. De éstos últimos estaba infestada la manifestación. Lo mejor será, recapacitó, mezclarse entre la multitud como si fueras uno de ellos y dialogar antes de precipitarse. Así hizo, dejó aparcada su moto, se desabrochó la chupa de cuero y se internó entre el gentío. La Cruz de Caballero que le arrebató a Mengele destelló en su pecho. -Yo ya sé que te doy asco, pero yo no soy Carrasco, el que te robó el ciclomotor, nena; solo soy un pobre bobo, que va a cometer un robo contra el dueño de tu corazón. Estaba tarareando esta canción cuando se le acercó una mujer de unos cuarenta años, con la cara muy desmejorada, surcada de arrugas, para su edad. Debajo de los ojos le colgaban dos grandes bolsas de color negro con las que se identificó al instante. Ésa podría ser la candidata perfecta, pensó, por lo poco que le faltaba para parecer un zombie. -¡Estas manos, nuestras armas!- gritaba con todas sus fuerzas las consignas del 15M-. ¡Corruptos y banqueros, temed a los obreros! ¡Recortad nuestros derechos y quemaremos vuestros techos! El Zombie escuchaba atentamente lo que con tanta vehemencia gritaban la mujer y sus amigos. No sabía cómo interpretar esos lemas que parecían afines a su ideología de super-héroe. Él desconocía por completo el tema, hasta hacía bien poco no se había interesado por los problemas de los demás, solo de apaciguar el apetito insaciable que le impelía a alimentarse constantemente para no ser presa de la putrefacción que le carcomía sus entrañas. -¿Te unes a la lucha contra el sistema?- le invitó a adherirse a su causa al notar su mirada clavada en ella. El Zombie aprovechó para acercarse y confraternizar. -Me llamo Victoria- se presentó la activista del 15M. -Un nombre muy apropiado- le dijo él para ganársela, cosa que surtió el efecto deseado, pues a la dama le gustaban los halagos-. Puedes llamarme Johnny.

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A su alrededor miles y miles de gargantas entonaban las mismas frases, llamando a la insumisión civil, al desacato de las leyes y al cambio de la estructura política. Pedían ser voz en el parlamento, que sus propuestas acabaran en proyectos de ley. -¡Democracia real, ya! ¡Revolución contra la Corrupción! El Zombie se preguntó qué tipo de preparación tenían para exigir esas cosas, por qué habría que escuchar a un grupo de desarrapados sin cultura que se creían preparados para administrar un país cuando ellos mismos no se sabían administrar. Eran una minoría que quería imponerse a una mayoría, utilizando las mismas armas que condenaban, denunciando unos métodos que ellos utilizaban. La furia comenzó a hervir en su interior. Su corazón no latía, sino, habría reventado de la presión. Era la antecámara de la voracidad que le convertía en un animal devorador. Ya podía sentir el proceso de putrefacción corroer su cuerpo de dentro afuera, los músculos motores comenzaban a fallar, la rigidez lo volvía torpe. Cuando alcanzara el punto álgido de voracidad y furor, se abatiría sobre esa turbamulta enajenada y desataría un apocalipsis zombie para que, como pedían ellos tan enfervorecidos, de la sangre surgiera un nuevo orden social. Así es cómo contribuiría el Zombie al nuevo estado de las cosas, tendrían que agradecerle a él, cuando todo pasara, su gesto desinteresado. Era lo que se esperaba de un super-héroe, aunque fuese un muerto viviente. -Oye- le susurró a Victoria, que tenía pinta de drogata-, tengo una coca que parte la pana, ¿te hacen unos tiritos? Su propósito era separarla del grupo, mantener una conversación con ella para asegurarse de que su actuación era la correcta. Tenía ganas de enfrentar su opinión con uno de aquellos radicales antisistema del 15M que tanto estaban perjudicando con sus axiomas intolerantes y sus actos de vandalismo y desestabilización a los pobres trabajadores honrados, antes de comérsela. Los ojos de la activista se iluminaron a la mención de la cocaína. -¿Lo dices en serio? ¡Pues claro que me apunto! Unas rayitas me vendrían muy bien ahora para mantenerme activa. Luego lo bajo con un poco de chocolate y listo- se explicaba sin ningún pudor, dando por sentado que el otro sabía de lo que hablaba. Aunque hubiera querido, el Zombie no podía experimentar los efectos de los narcóticos ya que sufría una suerte de mortalidad que le impedía todos los goces físicos menos el que experimentaba cuando se comía los órganos internos de una persona, los cuales le regeneraban el tejido en constante putrefacción. La muerte de uno significaba la continuidad de su 18


existencia para él. No reflexionaba si aquello era éticamente bueno o no, la moralidad carecía de sentido para alguien que había transcendido las fronteras de lo humano; bastaba para su perpetuidad y no le importaban las demás consideraciones. -Parece que esto está muy animado, ¿no?- le dijo el Zombie a Victoria para romper el hielo. Quería entablar cuanto antes una conversación a cerca de las motivaciones que conducían a esas personas por esos derroteros de exaltación que tanto daño estaban causando a los pobres comerciantes de la zona, como la señora Jacinta, y a otros tantos ciudadanos a los que pretendían imponer sus ideales a toda costa. Se habían retirado a un callejón, alejado unas tres calles del tumulto, para drogarse sin que les descubriera nadie. Las voces de los integrantes de la macro-manifestación se escuchaban igual de altas que si se tratara de un concierto al aire libre. -¿Eh? sí. Hoy está petao, si no nos escuchan somos capaces de tomar el Congreso- le contestó Victoria, eufórica, restregándose la nariz con pertinacia. Como aquel que dice: se había puesto hasta las cejas. Es lo que les suele ocurrir a algunas personas cuando la farla es gratis, no se suelen privar. -¿Tú crees que os van a escuchar del modo en que os manifestáis, promoviendo la violencia, rompiendo lo que encontráis a vuestro paso y ensuciando la ciudad? ¿Quién paga después la limpieza y los desperfectos sino los pobres trabajadores que de nada tienen la culpa?- le preguntó El Zombie, atacando de lleno, no quería perder el tiempo con sandeces. -Nos manifestamos para que ellos también se beneficien, tampoco está tan mal que luego cooperen un poco. Porque molestemos cinco minutos no le va a pasar nada a nadie- se explicó ella, con un razonamiento un tanto egoísta y desconsiderado. -Eso díselo a los comerciantes de la zona, me parece que a ellos no les hace ninguna gracia que os paséis media vida de manifestación en manifestación, ocupando las calles del centro, molestando a las demás personas y arruinando sus negocios. ¿Sabes cuánto cuesta eso a la economía del país? -Estamos en nuestro derecho de manifestarnos. Los políticos nos han vendido como mercancía, no podemos contar con los sindicatos, han sido corrompidos. Si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará. Luchamos por un cambio real, por una revolución nacida del pueblo y para el pueblo- se defendía Victoria, cada vez más exaltada. -Ya, pero esa no es la forma, existen otras vías. -El pueblo oprimido toma las armas como en la Revolución Francesa, nosotros haremos igual y derrumbaremos este sistema esclavista disfrazado de democracia. 19


-No podéis actuar desde fuera del sistema, con vuestras propias reglas... -¡El sistema está podrido, nos ha traicionado, se ha vendido a los interesas capitalistas!- se soliviantó la activista. A la mínima oposición que notaba se ponía histérica perdida. -¿Verdad que cuando te roban, recurres a la Policía; cuando te pones enferma acudes al médico; cuando coges el coche quieres buenas carreteras e iluminación por las noches? Eso forma parte del sistema que pretendes destruir. ¿De dónde sale todo ese dinero si todos hacemos como tú? -Ya pago el IVA, con eso ya se sacan suficiente. Si los políticos no se lo quedaran llegaría para todos y no tendrían que subirnos los impuestos. -De acuerdo que hay corruptos, pero con vuestros actos no respetáis lo que ha votado la mayoría y os queréis imponer de una manera o de otra, perjudicando a los inocentes. ¿Creéis que unos pocos alborotadores lograréis que se cumplan vuestras exigencias por la fuerza? ¿Por qué no respetáis el resultado de las urnas? ¿No es eso la Democracia, respetar la decisión de la mayoría? Si no te gustan los resultados, afíliate a un partido, opta por un cargo en las próximas elecciones y trata de cambiar las cosas de manera civilizada. ¡Intégrate en el sistema! -¿Pero a ti qué te pasa? ¡Tú lo que eres es un puto facha! -¡Vaya, un facha! Si no se está de acuerdo con vosotros, entonces se es un facha. -¡Quita, déjame ir! La activista antisistema intentó marcharse pero el Zombie la agarró con su fuerza sobrenatural, inmovilizándola contra una pared. Ella pataleó en el aire con violencia para soltarse, sin lograr darle con sus botas reforzadas. -¡Suéltame, cabrón, me haces daño! ¿Qué vas a hacerme? -Nada que no te duela- le contestó el Zombie, enseñándole los dientes, cuyas encías empezaban a oscurecerse y a sangrar. Victoria se estremeció de espanto y rompió a llorar, totalmente fuera de sí. -¡Tú estás loco de remate! ¡Eres un sádico! -Hablemos un poco, me gusta hablar antes de devorar a mis víctimas para convencerme de que son culpables. No me gustaría que me llamaran asesino. -¡No quiero hablar, suéltame! ¡Socorro, que alguien me ayude! -Puedes gritar cuanto quieras, gracias a los alaridos de tus compañeros nadie te va a oír. Pero tú sí puedes oírme y quizá lo que te espera resulte de tu agrado, en fin de cuentas voy a hacer mucho por vuestra causa, el que más. 20


-¿De qué coño estás hablando, pirado? A medida que transcurrían los minutos, el estado del Zombie se evidenciaba más y más. Tenía el tiempo justo antes de que la transformación fuera total y se convirtiera en un monstruo devorador de personas. Victoria, que contemplara horrorizada su evolución, se había acurrucado en el suelo, paralizada del pavor, deseando que la pesadilla que todavía no había comenzado, se acabara. -¡Por favor, dejame ir!- gimoteaba sin parar. -¿Ya no te muestras tan luchadora ahora?- se burló El Zombie- ¿Dónde te has guardado toda esa rabia de la que hacías gala para destrozar mobiliario urbano, quemar cajeros y agredir a gente que pasaba por ahí? No te derrumbes ahora, aguanta un poco más y te prometo que tu vida y la tu movimiento cambiará las cosas para siempre. La piel de su cuerpo se tornaba grisácea y perdía vida progresivamente; su pierna derecha estaba completamente agarrotada, los dedos se le crispaban y los ojos se le llenaban de venas palpitantes: dentro de poco surgiría el Zombie. -¿Qué quieres decir? -La sociedad española ha llegado a un punto de decadencia que exige mi intervención. En este país parece que todo el mundo se queja pero nadie hace nada para resolver las cosas. No puedo permanecer indiferente a esta situación por más tiempo, viendo que hay gente honrada sufriendo por la falta de valores y de escrúpulos de unos y otros; por eso hoy actuará El Zombie y cambiará las cosas para siempre. -¿Qué vas a hacer, nos volverás zombies a todos? -No, solo a los culpables. Hay gente que no se ha dejado corromper por los malos hábitos ni las tentaciones, que se ha mantenido firme en sus valores y no ha vendido su alma al dinero. Ellos heredarán el nuevo orden que se creará a partir de este día. Victoria emitió un grito horrorizado. -Hazme lo que quieras, pero no me hagas eso, te lo suplico. Morirán muchos inocentes, ¿es que no te importan, tú que vas de héroe? -Es necesario que unos pocos inocentes mueran, la naturaleza lo ha querido así. En un cambio perecen los justos y los injustos; un terremoto no hace distinciones, ni tampoco un diluvio o una enfermedad. La muerte es inevitable en cualquier proceso regulador, lo queramos o no, lo aceptemos o no. -Tú no puedes convertirte en juez y señor de nuestras vidas, no tienes derecho. -Puede. La sociedad necesita un cambio, quizás el destino me haya hecho así para que sea su instrumento. -Pues entonces cárgate a los políticos, ellos tienen la culpa, no nosotros, que luchamos contra ellos. ¿O es que 21


estás de su parte? Te envían ellos para cerrarnos la boca, ¡pero no lo conseguiréis aunque me mates, tomaremos, las calles, los bancos y el Congreso si hace falta! -No estoy de su parte. Yo me he hecho eco de las penurias del pueblo, que está más oprimido que nunca por una casta política corrupta hasta la médula, que sigue rescatando a sus amiguitos en lugar de rescatar a las familias, que derrocha lo que no es suyo, sin quitarse ni un solo privilegio mientras el pueblo sufre y pasa hambre. Pero vosotros habéis elegido mal el objetivo, agrediendo a inocentes, causando destrozos en comercios y actuando como gamberros en lugar de respetar a aquellos que decís representar. Debéis de buscar otra forma de haceros oír que no les perjudique a ellos. -No quieren modificar el sistema, están muy a gusto en sus puestos, protegidos por la Policía, si no luchamos nunca lograremos derribarlos de su pedestal. -De acuerdo, yo os daré el arma definitiva que os permitirá entrar en el Congreso de los Diputados para que acabéis con esos políticos aprovechados y sinvergüenzas que están empobreciendo al país y oprimiendo a las clases menos privilegiadas. >>Os convertiré en el azote del pueblo para que vuestra lucha tenga sentido. Tú tendrás el honor de ser la primera. ¡Políticos desalmados, temblar porque El Zombie va a por vosotros! Dicho esto se abalanzó contra la aterrorizada antisistema y le mordió en el trapecio, muy cerca del cuello, arrancando una porción de carne con un sonido desgarrador que se mezcló con el angustioso grito de dolor de su víctima. La mordedura no le causó la muerte, a ella no iba a devorarle el cerebro como hacía con quien no deseaba convertir en zombie, dejaría que se transformara y que la infección se extendiera por toda la manifestación, por toda la ciudad, por toda la sociedad en decadencia. Gregorio, Dionisio y Marta formaban parte del grupo antisistema radical que participaba en la manifestación del 15M, al igual que Victoria. Desde hacía unas horas no sabían nada de ella y se estaban empezando a preguntar si la habría detenido la Policía cuando realizaron el sabotaje al Banco Amigo, reventando los escaparates y prendiendo fuego a los cajeros. Ya hablaban de ella como una baja más cuando la vieron aparecer. -¡Ey, Victoria, aquí!- la llamaron con gestos exagerados para hacerse ver entre la multitud enfervorecida. Cinco compañeros se estaban desahogando con el portal de un edificio donde vivían pijos capitalistas y simpatizantes fastizoides. Ellos también querían sumarse al grupo y darle su merecido a esos cerdos. Todavía les había sido imposible 22


acercarse al Congreso como tenían planeado, pero ahora que contaban con una de sus dirigentes, las perspectivas se reabrían ante sus ojos. Victoria traía una cara demacrada, más de lo normal, tirando a verdosa, la sangre manchaba casi toda su ropa y el pelo alborotado le tapaba el bocado ennegrecido que le había dado El Zombie. Caminaba con sumo esfuerzo, arrastrando los pies, intentando aferrar a quienes se cruzaban en su paso, con gruñidos exasperados, mordiendo el aire con violencia rabiosa como si estuviera poseída. Al verla venir en ese estado, sus compañeros se dirigieron a ella a toda velocidad, tratando de auxiliarla. -¿Te han pegado esos hijos de puta?- se referían a los antidisturbios. Victoria parecía no oírles, sus ojos estaban girados, como en un trance infernal. -Yo creo que le ha dado un mal viaje- apuntó Marta. -Sí, esta vez se ha pasado con el San Pedro, mira que le dijimos que no se lo tomara para la lucha de hoy- corroboró Dionisio, totalmente equivocado. Ninguno de los tres imaginaba que tenían delante suyo a un muerto viviente que se precipitaba directo a ellos. El primero en ser mordido fue Gregorio, quien lanzó un chillido porcino cuando los dientes del zombie se clavaban en el brazo que había tendido para sujetarla. Victoria mordió con una fuerza inusitada, casi arrancándole el brazo de cuajo. Los tendones y las venas salpicando sangre a chorros quedaron a la vista. En pocos segundos había recibido media docena de mordeduras por el resto del cuerpo, antes de que sus compañeros la separaran. A su alrededor nadie parecía darse cuenta del horror que se estaba desatando en la avenida. Todos estaban convencidos de que el forcejeo lo protagonizaba un policía secreta, vestido de paisano, que estaba intentando arrestar a una chica. -¡Suéltala, cabrón!- le gritaban a su compañero, que al estar recubierto de sangre, no reconocían como Gregorio. Incluso uno de ellos la emprendió a patadas con el moribundo, que se estaba desangrando a causa de las múltiples heridas y desgarrones producidos por los dientes de la que fuera antes Victoria. Gregorio era un antisistema a media jornada, por las mañanas se paseaba con su lujoso coche, disfrutaba de su casa nueva, con una televisión de sesenta pulgadas y un proyector de gama alta de Sunny, pero por las tardes se convertía en un miembro activo del movimiento, se encadenaba a los lugares donde la lucha contra los fascistas capitalistas le llevaban, junto a la chica que dominaba con tortura psicológica cuando estaban en casa.

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Se transformó en zombie mientras aún le estaban dando de patadas y lo primero que hizo cuando abrió de nuevo los ojos hinchados fue agarrar una bota y morder el tobillo que protegía. La fuerza de su boca derribó al agresor encapuchado. Ya en su poder, le mordió con saña en la espalda, llevándose una porción de carne y tela. El encapuchado lamentó por unos instantes el haber imitado a sus amigos para agradarles, antes de que las manos en garra del zombie le arrancaran un brazo para llevárselo a la boca con desesperación. Al mismo tiempo, Victoria había saltado inesperadamente sobre los que la habían separado de Gregorio. Primero mordió la mano de Dionisio, la misma con la que había llenado el carro de alimentos que su grupo entró a coger para los necesitados, aunque se perdiera a mitad de camino, en una acción anterior. Luego le desgarró desde el hombro hasta más abajo del pecho, tratando de llegar al cuello. Estaba poseída por una furia infernal, sus ojos centelleaban de odio irracional; los intentos de zafarse de Dionisio fueron infructuosos, así como los de su compañera, que también recibió un mordisco. -¿Pero qué te pasa, estás loca o qué?- masculló Marta, horrorizada al ver la sangre de su compañero manar a borbotones de una nueva herida. Todavía no era consciente de lo que pasaba, estaba completamente convencida de que todo aquello era producto de una dosis masiva de San Pedro, del que tanto solía abusar Victoria pese a los consejos de sus amigos. Marta era de las más radicales del grupo, tenía siempre a mano material inflamable para incendiar lo que fuese necesario. Le gustaban las altas temperaturas, sobre todo las que causaba a los hombres. Afirmaba sin ningún pudor que era una puta, que le gustaba prometer sexo a los hombres para conseguir de ellos sus caprichos, siempre buscando a uno que la mantuviera. Había participado una vez en el programa de Tele 50, Hombres, Mujeres y Bisexuales, para conseguir notoriedad mostrando sus atributos descaradamente, ligando como una verdulera, sin ningún tipo de escrúpulos, pero al final solo había conseguido que los tronistas se acostaran por la cara con ella y un par de ofertas para protagonizar películas pornográficas. Fue cuando decidió unirse al grupo antisistema de okupación; allí podría acostarse con quien quisiera y siempre tendría un techo en el que refugiarse, aunque otro lo hubiera pagado. Marta trató de huir, pero el miedo irracional que se había apoderado de ella hizo que tropezara con un cuerpo yaciente y cayera sobre un charco de sangre. Los ojos fijos de un cadáver la observaban con sorpresa. Mientras Victoria se abría paso en sus entrañas, esos mismos ojos se cubrieron de venas y brillaron con una demencia desenfrenada. La boca del zombie


se unió al voraz ataque de su compañera y le mutiló parte de esa cara bonita que tanto había explotado, tragándose un ojo y parte de la nariz. Cundió el pánico. La gente comenzó a gritar horrorizada, a empujarse salvajemente, corriendo en desbandada, pisoteándose sin clemencia, pasando unos encima de los otros para huir de la pesadilla. Muchos murieron asfixiados por el súbito hacinamiento, perdieron la vida entre las suelas de sus compañeros. Se acabaron las amistades en aras de la supervivencia, cada cual trataba de salvar su pellejo mientras los zombies destrozaban cuerpos, arrancaban miembros, trituraban huesos y se disputaban la carnaza como animales famélicos. La manifestación del 15M se transformó en una dantesca escena teñida de sangre, en una masacre espeluznante de muertos reanimados que sobrepasaba la razón. En las filas de delante, donde los antisistema más radicales pugnaban contra la Policía, tirándoles toda clase de objetos contundentes: piedras, botellas rellenas de arena, latas endurecidas con cemento, no se habían apercibido de la hecatombe que estaba teniendo lugar en el centro de la muchedumbre. Algunos pensaron que los secretas se estaban excediendo con la represión y profirieron clamorosos gritos en su contra, redoblando su encono en el ataque. Ninguno prestó atención a un individuo de enorme talla, enfundado en cuero negro, en cuyo pecho destellaba una Cruz de Caballero, que se aproximaba con la boca chorreando sangre y los ojos centelleando de modo antinatural. El Zombie avanzaba lentamente hacia los radicales tras haber conducido a Victoria al centro del jaleo. En pocos minutos la avenida se teñiría de sangre, los restos sanguinolentos cubrirían el suelo, junto con miembros amputados, ante la mirada estupefacta de las fuerzas del orden del estado. Debía allanar el camino a la multitud de muertos vivientes que se erguiría del suelo encarnado, para que cumplieran con su objetivo de asaltar el Congreso de los Diputados. Él recibiría los primeros tiros con su enorme cuerpo, se lanzaría contra ellos y despejaría la entrada tan fuertemente custodiada. Los encorbatados de allí dentro, insensibles a las acuciantes necesidades de los de afuera, por fin pasarían a ser uno con el pueblo como habían prometido, por fin se pondrían a su nivel y padecerían las mismas penurias que los embargaban. Los radicales antisistema actuaban en grupúsculos independientes, atacando espontáneamente con sus armas arrojadizas y, acto seguido, retrocediendo a la carrera para evitar ser alcanzados por las pelotas de goma que disparaban los antidisturbios desde detrás de las barreras. El Zombie cazó al vuelo a uno de ellos, de espesa y sucia melena, asiéndolo fuertemente por las rastas. El joven, debido a la velocidad de su carrera, se detuvo en seco, proyectándose sus piernas 25


para delante. El mechón de pelo que sujetaba el Zombie se desprendió de la carne por el violento tirón, dejándole un gran parche enrojecido en la cabeza, en tanto que su cuerpo dio un tremendo espaldarazo sobre el suelo. El Zombie se tiró sobre el rastafari desmelenado con un rugido bestial, hundiendo sus dientes en el brazo que intentaba sacurdírselo de encima. El desesperado intento fue vano, entre gritos desquiciados, el antisistema contempló cómo se lo arrancaba de cuajo y se lo llevaba a la boca ensangrentada. Sus compañeros no tardaron en socorrerlo, aunque ya era demasiado tarde para él. Utilizando el mismo tipo de ataque en grupo que ejecutaron con Gregorio, patearon de manera inclemente al Zombie. Uno de ellos arremetió con un bate de béisbol, propinando duros golpes en la pierna hasta que se quebró con un horrible crujido. -¡Toma, joputa!- bramaba enardecido por la batalla. El Zombie, insensible al dolor, se abrazó al rastafari y rodó sobre sí mismo como un cocodrilo hasta que su espalda le protegió de la brutal paliza. Los antisistema, enceguecidos, apalearon a su compañero hasta que su cabeza se convirtió en un amasijo de sesos y sangre que empapó el rostro degradado del Zombie. Los policías observaban la escena en parte divertidos, dejando que se mataran entre ellos, sin imaginar lo que estaba a punto de acontecer en unos minutos. El Zombie se abrió paso con su fuerza sobrenatural, cojeando tortuosamente de la pierna partida, cuyo hueso de aspecto enfermizo y podrido se asomaba al exterior. Mordió a un tipo gordo que no tuvo la agilidad de zafarse, le arrancó parte del rostro rollizo y lo derribó al suelo de un empujón. Al siguiente le clavó las uñas en el cuello y rasgó hacia abajo igual que se despelleja un conejo. Sus vísceras se desparramaron por el suelo, mezcladas con la sangre del gordo, que sangraba como un cochino y gritaba no menos fuerte. Entonces el grupo perdió el coraje y prorrumpió en aullidos enajenados de terror, abalanzándose en tropel contra las barreras protegidas por la Policía. -¡Socorro! ¡Ayuda!- suplicaban a los mismos a los que habían abucheado, insultado y vilipendiado con toda clase de apelativos. Los antidisturbios tardaron unos segundos en darse cuenta del cambio de actitud tan radical e inesperado, pensaban con razón que se trataba de una nueva embestida. Dispararon sus pelotas de goma, derribando por decenas a los que corrían con el rostro desencajado, articulando como locos, hacia su posición. Varios cayeron inconscientes, al ser alcanzados en la cabeza, y a otro le sacaron un ojo. El Zombie continuaba erguido detrás de la turbamulta desquiciada, se arrastraba con grandes dificultades, pero su 26


rumbo era claro: el Congreso. Los policías dispararon contra él con contundencia y sin miramientos, aquello se les estaba escapando de sus manos y debían atajar el problema, aunque no sabían cómo; necesitaban las órdenes del Ministro del Interior, que estaba de pesca en el Mediterráneo. La primera pelota le alcanzó en el hombro, empujándolo hacia atrás; una segunda y una tercera impactaron en el pecho con el mismo resultado, pero sin lograr derribarlo. Su corpulencia lo hacía pesado. Entonces dos pelotas de goma acertaron de lleno en la frente, logrando al fin abatirlo. Los antidisturbios respiraron tranquilos, pensando que habían neutralizado la amenaza. Se sonreían unos a otros con aire triunfal como si hubieran cazado un elefante como el su majestad el rey. Mientras esto ocurría cerca de las barreras, detrás, la avenida se había despejado de manifestantes; habían huido despavoridos al presenciar el horrendo espectáculo que habían protagonizado Victoria y sus amigos, transformados en zombies al igual que a otros muchos inidentificados. Una docena de muertos vivientes se alzaba en medio de la calzada, rodeados de cadáveres descuartizados, atrozmente devorados, caminando en posturas sobrecogedoras que poco tenían de humanas, cubiertos de sangre, con las ropas hechas jirones, escudriñando con sus ojos inertes a los policías, cuyos semblantes empalidecieron del miedo al instante. El Zombie se incorporó ante el estupor de los antidisturbios y renqueó hacia ellos, seguido por el pequeño contingente de muertos vivientes. Los cadáveres del suelo comenzaron a levantarse también, uniéndose al incipiente ejército que no paraba de crecer. Uno al que le habían dividido el tronco de las piernas, se arrastraba con los brazos, mordiendo el aire con avidez en tanto arrastraba consigo los intestinos que pintaban el asfalto de carmesí; otro sin ojos tropezaba con los demás, mordía a sus semejantes impelido por ese ansia caníbal que los poseía; a su lado una mujer se tambaleaba con un destornillador sobresaliendo del pecho; más allá cuatro zombies se encorvaban como hienas sobre el costillar abierto de un muerto que pronto volvería a la vida y dos más tironeaban con vehemencia de lo que quedaba de un torso que había pertenecido a una adolescente que nunca supo cómo había llegado a parar allí. Sus gruñidos eran espantosos, reblandecían el ánimo de cualquiera y horadaban el alma del más bragado. Los policías recurrieron a la munición letal, disparando con sus pistolas reglamentarias. Solo unos pocos, de las unidades especiales, poseían fusiles de asalto. Los tableteos de las ametralladoras se elevaron a los espacios, resonando por todo el centro de Santa Ana como si se hubiera desencadenado una guerra.

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Los zombies continuaban su avance en medio de las balas. Sus jadeos entrecortados acompañaban al silbido de los proyectiles, que impactaban en sus cuerpos sin vida. Trozos de carne saltaban al aire, la sangre aun fresca, a medio coagular, salía despedida como a cámara lenta, produciendo una espesa lluvia. El hedor irritaba las fosas nasales de los vivos, que perdían la cordura por momentos, disparando sus armas sin descanso, atenazados por el miedo irracional. Una y otra vez acertaban en el blanco, veían como caían al suelo y se volvían a levantar mientras sus cuerpos se desintegraban por la potencia de fuego. Tan solo unos pocos no se volvían a levantar, esparcidos sus sesos por los alrededores. El Zombie había recibido media docena de tiros que le habían perforado el ancho torso. El fragor del combate le despertó vagas reminiscencias de su vida anterior, cuando era un soldado republicano. También se mezclaron imágenes inconexas del enfrentamiento con los nazis, cuando provocó una plaga de zombies en Auswitch. Gritos de agonía, estampidos de fusiles, aullidos de terror, muerte a su alrededor, sangre; todo ello aparecía en fugaces fogonazos en su mente sin que tuviera mucho sentido para él. Desde que murió en aquella sala de experimentos del doctor Mengele, muchas cosas habían dejado de tener sentido, sobre todo después de abrir los ojos a esa nueva existencia cuya voracidad desenfrenada le impelía a alimentarse sin descanso para no descomponerse del todo y convertirse en polvo. Con sus super-poderes de zombie desbarató las barricadas como si se tratara de papel. A su zaga se aproximaban ya los primeros muertos vivientes, chasqueando con frenesí las mandíbulas en busca de carne fresca con que satisfacer el apetito corrosivo que los dominaba. Los policías, arredrados, retrocedieron; habían agotado su munición y ahora el más puro terror los paralizaba. Cuando la marea de zombies inundó el extremo de la avenida, desbordándose por portales y escaleras, el Zombie se dedicó a arrancar unas cuantas cabezas de su tronco para utilizarlas de singulares granadas. Una tras otra, las lanzó por el aire en dirección a los policías que se arracimaban contra las puertas del Congreso, pugnando por entrar atropelladamente. Las cabezas cayeron sobre ellos; todavía continuaban mordiendo como perros rabiosos. La escabechina fue total, los dientes se clavaron en brazos, cuellos y piernas, se quedaron sujetas a la carne como grotescos cepos, inmovilizando a sus aterradas víctimas, cuyos alaridos contrastaban con el extraño y estertóreo sonido de los zombies. Cientos de zombies subían por las escalinatas, tiñendo de rojo el mármol. Otros tantos rodeaban el Congreso; y más y más se iban añadiendo conforme la plaga se extendía desde el

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centro de la megápolis hacia sus arrabales. El caos era completo, los alaridos llenaban las calles como música infernal de aquella desenfrenada vorágine. Muchos de los policías que estaban allí ese día no compartían los ideales de los políticos a quienes protegían, estaban allí para cumplir con su trabajo; aunque estaban igual de descontentos que la mayoría de españoles por los recortes y la falta de escrúpulos de los políticos, que ostentaban un alto nivel de vida que no les correspondía, indiferentes al drama nacional. Reconocieron a algunos de los rostros desfigurados que les atacaban: eran compañeros, médicos, funcionarios que habían salido a la calle a pedir cambios en la sociedad y más igualdad entre las clases. Ahora podían contribuir de modo efectivo a la consecución de tal meta. Tiraron sus armas y se aprestaron a abrir las puertas, para permitir el acceso al edificio y que los zombies consiguieran lo que otros no habían sido capaces. Los muertos vivientes entraron en tromba en el hemiciclo, saltando sobre los políticos desprevenidos que allí se encontraban, ignorantes a la tragedia de afuera, fingiendo que debatían para hallar soluciones cuando en realidad se estaban poniendo de acuerdo para tapar las corruptelas de unos y otros, sin importar el partido al que pertenecieran. En pocos minutos los representantes del pueblo español ya no existían, nada quedaba de ellos más que despojos desperdigados mancillando el suelo enmoquetado y las tribunas; nunca más malversarían, ni subirían los impuestos, ni se gastarían el dinero de los contribuyentes; ahora eran todos definitivamente iguales, sin clases sociales que les diferenciara, sin privilegios absurdos ni indiferencia a las penurias de su pueblo. Afuera, el Zombie se acercó a una pintada que alguien había rotulado en rojo con las palabras 15M y añadió una “Z” para darle exactitud. 15M-Z. -Ahora se instaurará un nuevo estado de cosas en España, espero que esto sirva de lección para el futuro o me veré obligado a intervenir de nuevo- sentenció con tono gutural mientras las heridas de su cuerpo se cerraban y la piel grisácea y mortecina adquiría su tinte natural.


LA CRIATURA DEL MES... Samara

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LA ENT REBEST IA ABSURDA I: A.M. Caliani

A.M. Caliani nace en Ceuta, en 1963. A los tres años aprende a leer y a escribir solo, sin ayuda de padres o profesores, gracias a un programa de televisión, por lo que podemos afirmar que es un autodidacta nato. Ya de pequeño, escribía alguna que otra historia en sus cuadernos del colegio, y a veces en los márgenes de los libros, lo que le costó algún que otro coscorrón de los padres Agustinos. En los 80, aparte de dibujar cómics, escribe en calidad de redactor en las hoy desaparecidas revistas «Staffel» y «Star Kits», así como algún trabajo esporádico como colaborador en «Modelismo e Historia». En las dos primeras revistas también publica tiras cómicas, aunque pronto relegará el mundo de las historietas a un recuerdo del pasado. Lo suyo es escribir. Alrededor de 1985 se hace cargo, durante veinte años, del negocio familiar. Durante ese tiempo, escribe algunos relatos cortos que, a base de ser prestados y no devueltos, se perdieron en cajones ajenos y fueron olvidados por los velos del tiempo. Es en 2003 cuando decide ponerse a escribir en serio, y comienza a trabajar en su primera novela: «El secreto de Boca Verde» (2013 - Ed. Lampedusa, Barcelona). Alterna la documentación de la novela con algunos relatos cortos. Con uno de ellos, «El caballero del viento», consigue el primer premio en el Certamen de Relatos Cortos de la Librería Tótem, en 2008. Otras obras publicadas: * Antología Camada (Ed. Mandala - relato “El taxista del infierno”) * Antología “200 La novela negra” (Ed. Artgerust - microrrelato “Cuenta pendiente”) * Antología “La hora de la bella y otras historias para leer en Navidad” (Ed. La Destilería - 1º premio relato “La última navidad de Todd Banning”) * Antología “Fantasmas, espectros y otras apariciones” (Ed. La Pastilla Roja – relato “El cuarto de Sonia”) * Antología “No eres bienvenido”” (Ed. La Pastilla Roja – relato “Los niños del molino”) * Antología “Erase una veZ” (Ed. Kelonia – relato “CaperuZita Roja”) 31


Además de estos relatos, tiene decenas de ellos publicados en la web de Paraíso Cuatro, donde colaboró regularmente de finales de 2011 a principios de 2013. www.paraiso4. com. ----------------------------------------------------------01- ¿Perro verde o gato pardo? Perro verde. Los gatos me gustan para un ratito, y no termino de fiarme de ellos. Creo que me odian... 02- ¿Qué te llevarías a un viaje a la Luna? Los 750 millones de dólares que cuesta el viaje. 03- ¿Autocorrección o extra de jamón? Extra de jamón y del bueno. La autocorrección a mí me sirve de poco... luego viene Marta Junquera y me lo corrige todo. 04- ¿Sopa de letras o letras sin sopa? Tengo en común con Mafalda el odio hacia la sopa. Beber comida es una mierda. Así que letras, que es con lo que trabajo normalmente. 05- ¿Timón o veleta? Soy más de Pumba. Envidio su tupé... 06- ¿Trato directo o verbo interpuesto? Trato directo. Me encanta el trato con la gente. Es con lo que más disfruto de escribir: conocer a otros autores, a los lectores y a la peña que se mueve en este mundillo. La verdad es que tengo alma de relaciones públicas. 07- ¿Para el frío, braga o bufanda? No soy nada friolero, y las bragas me gustan con una señora de buen ver embutida dentro. 08- ¿Almeja o mejillón? ¡Coquinas siempre! Aunque si tengo que elegir entre esas dos, almejas. De hecho, tengo un enigma pendiente de resolver: siempre que he comido “almejas de carril”, he buscado las vías y no las he encontrado. Debe ser que las quitan en la cocina y no las emplatan, los cabrones... 09- ¿Caminarías desnudo con un cartel por el centro de tu ciudad, por...? En mi caso, eso estaría tipificado como delito. Ni me lo planteo...


10- ¿Qué es lo primero que observas al conocer a una mujer? En las distancias cortas, su simpatía e inteligencia. Cuando las veo pasar por la calle, pues lo que te imaginas. 11- ¿Cruz al cuello o estrella en el cielo? Estrella en el cielo, aunque la verdad es que soy creyente a mi manera. De todos modos, las religiones dogmáticas no me convencen, y menos cuando coartan la libertad del individuo. Curiosamente, creo en la reencarnación, aunque no del modo en que lo hace el hinduismo. 12- ¿Panavisión o sofá visión? Sofá visión, con bluray y pantalla de alta definición. ¡Eso de darle a la pausa e ir al baño no tiene precio! 13- ¿Eres de toma pan y moja? ¿Tú crees que estoy gordo por arte de magia? ¡Pues claro! 14- ¿Boca chancla o lenguaraz? Sufro de logorrea: no paro de hablar, soy un auténtico coñazo. 15- El resacón lo combates con... Soy inmune a las resacas. Eso es de nenazas... 16- ¿Escribes por impulso o pulsas lo que escribes? Escribo por impulso, aunque no lo parezca. Tiro las ideas sobre la mesa como si fueran un puzzle y, sorprendentemente, las junto medio bien... o eso dicen. 17- Dime con quién andas y te diré... Afortunado. 18- ¿Cena para dos o recena salvaje? Eso de la “recena” es muy maño, jajajaja. Cena para dos, o para más, y con buena conversación. Ah, y luego unas copas... 19- Si en el país de los ciegos el tuerto es el Rey, en el país de los libros el Rey es... King, joder, su apellido lo demuestra. 20- ¿Cometerías una locura por una apuesta? ¡Nunca apuestes conmigo! No suelo apostar, pero cuando lo hago, sé que voy a ganar. Así que no: no cometo locuras apostando.

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21 - ¿En las pelis de terror te agarras o gritas? Me suelo descojonar. ¿Pero tú has leído algún relato mío de terror? ¿Cómo puede asustarse con una peli alguien con semejante mente retorcida? 22 - ¿Qué tipo de Apocalipsis elegirías en caso de que se avecinara uno y pudieses escoger? Uno que fuera rápido y que no nos enteráramos. ¡Ah, y que me pille durmiendo! Y si fuera uno lento, quiero ser de los primeros en palmar. Ser superviviente es un coñazo: no paras de pillarte “inritaciones”...

Ilustración: Carlos Rodón 34


Ilustración: Carlos Rodón En una vieja furgoneta sonaba “Time of the season” de The Zombies, la verdad es que a Pedro y Luis siempre les había gustado vivir como hippies en pleno siglo XXI, vestían como si estuvieran en Woodstock y fumaban hierba todo el tiempo. En aquel viaje, que empezó haría cosa de dos semanas desde Valencia, tampoco es que hubiesen hecho muchos kilómetros, partieron con la ilusión de los viajeros que descubren el camino desconocido, pero poco a poco, la ilusión se fue desinflando, y al final, lo que prometían ser unas vacaciones bordeando la costa mediterránea, terminó siendo una acampada en un camping de la población catalana de Sitges. Mientras Pedro se liaba un porro, poniendo los pies sobre la mesa de playa que habían plantado junto a la puerta corrediza de la furgoneta, observaba al horizonte, a lo lejos se veía perfectamente la Iglesia de San Bartolomé a la luz del atardecer; Luis limpiaba un poco el interior del vehículo, el hombre de unos cuarenta años lanzaba latas de cerveza vacías, bolsas de patatas fritas, ropa sucia y vació más de un cenicero, luego salió, justo en el momento en que su amigo, otro cuarentón, se encendía el porro. - ¿Me das una calada? Limpiar toda esa mierda me ha dado unas ganas de fumar- Dijo Luis sonriendo a su amigo y abriendo la nevera portátil para sacar dos cervezas. Pedro le dio la primera calada mientras abría la lata de cerveza y después se lo pasó a su amigo, el cual tosió cuando fumó del cargado porro. - He pensado que esta noche podríamos ir a cenar al pueblo, no está muy lejos y creo que después de dos semanas debería35


mos “socializarnos”.- Dijo Pedro. Luis asintió sonriente, “parece un buen plan” debió pensar. Luego los dos hombres se quedaron allí fumando al atardecer. En el bar Can Xavi situado en una pequeña placeta cenaban los dos hombres, no había mucho ambiente, algunos turistas y poco más, el barman les dijo que aquello solo llenaba durante el carnaval y el festival de cine y que ahora no era ni una cosa ni la otra, así que estaba un poco muerto. Lo que los dos hombres sospechaban es que allí no iba nadie porque era una mierda, las bravas picaban y la yesca de panceta dejaba mucho que desear, la verdad, la carne estaba chiclosa, la cerveza, una Mahou templada, y de postre un helado del catálogo de Kalisse que tenía en la entrada, en fin, un fracaso, pero el sitio tenía algo, parecía uno de esos sitios al que uno va por cariño más que por calidad. Cuando las tarrinas de chocolate y vainilla que los hombres se pidieron ya se habían terminado y esperaban los carajillos, Luis observó, muy acertadamente que can Xavi estaba situado justo junto al cementerio del pueblo y que, entre la “fumada” que llevaba y lo supersticioso que era habitualmente, le daba bastante mal rollo, Pedro rió mientras se liaba otro porro más y dejaba a Luis por loco. Al fin llegaron los carajillos, demasiado cargados para el gusto de Luis, poco para el gusto de Pedro que lo bebió de un trago mientras ponía los pies sobre la silla de enfrente, junto a la de Luis, encendiéndose el porro que con tanto cuidado había liado, pensando, hasta que al final, tras un eructo dijo: - Y mañana ¿qué te apetece hacer? Tras pensar durante unos segundos Luis se arrancó con una idea que le parecía muy ingeniosa: - Podríamos ir a Vilanova y La Geltrú a visitar el Museo del ferrocarril, en su web dicen que es un viaje en tren al pasado, presente y futuro del mundo del ferrocarril de manera muy amena. Pedro lo miró fijamente esperando que su amigo riera y todo aquello fuera broma, pero no, la verdad que Luis hablaba en serio y aquello le pareció horrible. - Vale, pues casi mejor dormir hasta mediodía. - Dijo Pedro en tono serio dando una calada larga para después soltar el humo despacio, deleitándose haciendo círculos de humo. Luis se conformó con ese plan y se repanchingó en la silla. Tras unos minutos en que los dos hombres compartieron el porro y el silencio, mientras el camarero recogía las mesas de la terraza y el barman limpiaba la barra; Pedro y Luis oyeron un crujido extraño que provenía del cementerio, pensando que sería la rama de algún árbol pidieron la cuenta y terminaron el porro. Cuando hubieron pagado y ya se iban, 36


oyeron otro crujido, esta vez acompañado de un gemido, Luis cogió a Pedro del hombro, asustado, Pedro en cambio no le dio mucha importancia, a simple vista, aunque por dentro se muriera de pánico. - Vamos a ir deprisa, que el camping está lejos y estos ruidos no me gustan- Luis, al que le temblaba la voz andaba cada vez más rápido. Pedro en cambio paseaba relajado, mirando al mar por el paseo marítimo, la noche estaba tranquila, aunque una extraña bruma verde se acercaba a la costa desde lo más profundo del mar, al hombre le sorprendió, pero más lo hizo el rompedor grito de una voz muerta que provenía del cementerio, que ya habían dejado atrás pero que, gracias a la luz de Can Xavi podían divisar en la lejanía. En ese instante los dos hombres se pararon en seco y, tras quedarse blancos con el grito, se dieron la vuelta y vieron que la puerta se abría lentamente y que la extraña bruma verde, que era la que había abierto la puerta, entraba adentro. De repente muchas más voces muertas surgieron de la nada y, según Luis se oían pasos en el interior. Pedro entonces aligeró el paso, casi dejando atrás a su amigo, se escondió en un arbusto de un parque que quedaba junto al paseo marítimo de la playa de San Sebastiá y se sentó en el suelo, Luis lo siguió e hizo lo mismo. - Deben ser alucinaciones.- Intentó tranquilizar Pedro a Luis y a sí mismo- Llevo una “fumada” considerable y mañana, cuando me despierte esto no habrá pasado. Luis lo miró incrédulo y temblando le dijo: - Esto está pasando ahora, en este momento, vámonos. Los dos hombres querían irse, pero el miedo y la curiosidad se lo impedían. Lenta ente asomaron las narices por encima del arbusto y mejor hubiera sido que no lo hubieran hecho, porque ante ellos se encontraron con un grupo cada segundo más numeroso de muertos vivientes que salían, vagando como almas en pena del cementerio. Más asustados que nunca se intentaron poner de pie, pero uno de aquellos muertos vivientes los había cogido del hombro y los miraba desde arriba, era un anciano, con media mandíbula inferior podrida y con los ojos muy hundidos. Los hombres lo empujaron y al caerse al suelo todos los huesos de su cuerpo crujieron como si estallasen en mil pedazos, pero acto seguido se levantó, se quitó la tierra del traje gris claro que llevaba y empezó a perseguirlos, la verdad sea dicha, a un ritmo bastante lento. Los hombres corrían sin sentido a un lado y a otro del paseo marítimo con la luna como única espectadora que seguro se estaba riendo bien a gusto de la situación. - ¡Calmémonos, calmémonos!- Gritó Pedro cogiendo a Luis de los brazos y sacudiéndolo como un loco- Vamos a calmarnos y a pensar algo. 37


Luis lo miraba atónito, “no se puede pensar nada en este momento” debió pensar, solo correr o enfrentarse al enemigo y él nunca había sido muy valiente. El muerto viviente se acercaba, y aunque lo hacía lentamente ya lo tenían encima, así que Luis, en un acto de valentía impropio de él, empujó al anciano vuelto a la vida y lo tiró por el mirador al tranquilo océano ante la atenta e impresionada mirada de Pedro. Los dos hombres corrieron por el paseo a esconderse en la Iglesia de San Bartolomé. Las chancletas de los dos hombres sonaban al golpear contra la acera como castañuelas y sus panzas, al menos la de Pedro, bamboleaban de un lado a otro sin rumbo fijo. Tras unos minutos de carrera a Luis le empezaron a pesar los años de fumador empedernido y se cayó al suelo, Pedro lo cogió del brazo e intentó tirar de él, al final los dos hombres acabaron en el suelo en mitad del paseo, lejos de los muertos vivientes que los perseguían “a su ritmo” y un poco más cerca de la iglesia donde esperaban acogerse a sagrado o algo así. Algunos muertos vivientes se habían quedado cenándose al Xavi de Can Xavi y otro hacían lo suyo con las personas que paseaban por la arena de la playa o tomaban algo en alguna terraza. Su andar era lento pero preciso, cuando fijaban una víctima, esa ya no se escapaba; se deleitaban con los detalles, cuando ya habían golpeado su cabeza contra el asfalto lo suficiente como para que estuvieran muertos empezaban a destriparlos, les metían las manos en el estómago y jugueteaban con las tripas entre la manos para al final comérselas (si yo fuera un padre-muerto-viviente les diría que con la comida no se juega). Los que aún seguían a la caza de los dos cuarentones lo hacían despacio, sus piernas no les dejaban avanzar más rápido, en primer lugar porque estaban muertos y en segundo lugar porque no tenían prisa por llegar a ningún sitio, al estar muertos. Los dos hombres, tras un rato de descanso y un porro por cabeza en el cuerpo, al fin llegaron a la iglesia de San Bartolomé y empezaron a llamar a la puerta, allí no abría nadie, siguieron golpeando y nada; a punto de perder la esperanza Pedro divisó una ventanita por la que solo cabría el que menos barriga tuviese y ese iba a ser Luis, tras varios intentos lo convenció prometiéndole que allí estaría salvado, Luis cedió y entró de la siguiente manera: la ventana quedaba a una altura de unos dos metros y medio, así que Luis tuvo que subirse a los hombros de Pedro, el cual, tras unos segundos de no aguantar su peso lo empujó haciendo que Luis rompiera con la cabeza la ventanita y entrara de golpe en la iglesia rompiendo todo lo que encontraba en su camino al suelo. Una vez dentro y tras recuperarse del coscorrón, Luis besó el suelo y agradeció a Dios seguir vivo, luego em38


pezó a correr por la iglesia hasta la puerta para abrir a Pedro a grito de “¡Me acojo a Sagrado, me acojo a Sagrado!” y cuando consiguió, no sin esfuerzo abrir la puerta y Pedro estuvo dentro ambos lo gritaron, como si sirviera de algo, Pedro decía que sí, que decir aquello en un lugar divino les daría protección. Los muertos vivientes ya habían atravesado todo el paseo y se acercaban a la puerta de la iglesia, que los dos hombres habían cerrado a calicanto colocando los últimos bancos delante de ella para que no pudieran entrar. Cuando los muertos vivientes llegaron empezaron aporrear la puerta, los hombres, sentados a los pies del altar se sobresaltaban con cada golpe y cada gemido pero seguían allí sentados, Luis liando un porro tras otro para tranquilizarse y Pedro encendiéndoselos también para relajarse. Tras muchos intentos de los muertos vivientes, al final la puerta de la iglesia se abrió, los dos hombres se llevaron las manos a la cabeza y corrieron a intentar contener a la marabunta de cadáveres andantes que se dirigía hacia ellos. Los muertos vivientes empujaban hacia dentro y los hombres hacia fuera, los de fuera era demasiados y la batalla, muy a pesar de Pedro y Luis estaba perdida, así que, en lugar de defender la iglesia, abrieron de par en par las puertas y empezaron a trepar sobre los muertos vivientes para acabar huyendo por encima de sus cabezas, parecía sacado de un concierto, los dos hombres pisando las cabezas de los muertos huyendo entre gritos, gemidos y entre manos y bocas que intentaban cazarlos. Sin darse cuenta los hombres estaban fuera de los muertos vivientes, se miraron para ver si estaban sanos y salvos y corrieron escaleras abajo hacia el interior del pueblo. Cuando los muertos vivientes perdieron de vista a los dos hombres empezaron a tambalearse, algunos cayeron al agua, caminaban hacia ningún sitio y se chocaban mientras entraban y salían de la iglesia de forma bastante graciosa la verdad. Tras un largo rato de choques y gemidos absurdos uno gritó y señaló hacia donde estaban los hombres, Pedro y Luis estaban entrando en la calle 2 de Mayo, más conocida como la calle del Pecado. Los dos hombres cuarentones, a los que ya les sudaba la camiseta y estaban cada vez más cansados vieron, nada más entrar en la calle 2 de Mayo que habían entrado de cabeza en la zona gay de Sitges, lo asimilaron rápidamente y no hicieron ningún chiste debido al miedo. Los pubs estaban abiertos, dentro se oía música House y en la entrada habían hombres abrazados o sentados en un banco charlando, había bastante ambiente. Cuando Pedro y Luis irrumpieron en mitad de la fiesta todos los miraron, y siguieron a lo suyo. - Tenéis que salir de aquí ¡vienen zombis!- Gritó Pedro cogiendo a todos los hombres que se encontraba. 39


- Y acogerse a Sagrado no vale de una mierda, creednos lo hemos probado- Añadió Luis. Los pocos hombres que los escucharon se echaron a reír y pasaron de ellos. Al cabo de unos segundos ya no se reían cuando vieron, al final de la calle, a un grupo enorme de muertos vivientes que se acercaban lanzado las mesas y las sillas de las terrazas que se encontraban a su paso. - Mirad, sí que vienen reinas esta noche- Dijo uno de los gays riéndose con un cubata en la mano y las saludó con la mano. Cuando tuvo a los muertos vivientes encima el gay que los había saludado efusivamente intentó entrar en el pub más cercano para refugiarse, pero fue inútil, la puerta se cerró y el hombre quedó en la calle a merced de los muertos vivientes que le arrancaron la camisa de rejilla que llevaban y se comieron sus sesos tras arrancarle la cabeza. Pedro y Luis ya casi habían llegado al final de la calle cuando, al girarse para ver la distancia que los separaba de los muertos vivientes vieron todo el dantesco espectáculo. La calle estaba llena de sangre, un pequeño riachuelo llegaba casi hasta el paseo marítimo y pocos eran los hombres que se arrastraban moribundos por el suelo buscando ayuda acababan siendo la cena de algún grupo de muertos vivientes que le daban caza. Los dos hombres corrieron tanto como pudieron, estaban en mitad del casco histórico y no sabían hacia dónde ir. De repente, durante la carrera, Pedro vio la puerta abierta de una antigua casa, sin pensar en si viviría allí alguien o no entraron y cerraron con llave. La casa parecía sacada de algún relato gótico de Lovecraft, con un enorme salón que tenía una chimenea apagada al fondo y cabezas de animales colgando de la pared. Pedro y Luis pasearon por ella sin darse cuenta de que alguien los esperaba allí, junto a la chimenea habían tres butacones que les daban la espalda, mientras los hombres tocaban todo lo que encontraban, candelabros, retratos antiguos, una armadura para decorar que había en un rincón, una voz los sobresaltó de pronto. - Bienvenidos señores- Dijo una voz de ultratumba. Los dos hombres miraron hacia la chimenea y vieron que los butacones se daban la vuelta, sentados en ellos estaban Jess Franco, Juan Piquer Simón y Amando de Ossorio, tres grandes directores de terror españoles que ya murieron, al verlos Pedro y Luis se cayeron de culo al suelo con la boca abierta. - No deben asustarse, somos fantasmas como efectivamente habrán podido comprobar pero no vamos a devorarlos, tan solo queremos ayudarlos- Dijo Amando en tono tranquilizador. Pedro y Luis se levantaron lentamente entre asustados e impactados. - Pero ustedes son directores de cine ¿en qué nos pueden 40


ayudar?- Dijo Luis. - Si conocen nuestro cine sabrán que hemos tratado temas más espeluznantes que los muertos vivientes- Dijo Juan Piquer Simón. - Y de manera más picante- Replicó Jess- Pero tranquilícense, tomen asiento. Pedro y Luis se sentaron en unas sillas de madera con un largo respaldo recubierto de terciopelo granate. Los tres hombres hablaban desde la lejanía, como si su voz proviniera de muy lejos. - Les podríamos pedir que nos contasen su historia pero nos la sabemos, unas vacaciones tranquilas que se convierten en una pesadilla, lo de siempre- Empezó Juan Piquer. “Lo de siempre” dijeron Jess y Amando al unísono. - No nos interesa como han llegado aquí, nos interesa sacarlos sanos y salvos para poder ir en paz- Continuó Jess. - ¿Ir en paz?- Dijo extrañado Pedro que ya empezaba hacerse un porro. - Por supuesto, nuestros filmes cuentan historias trágicas, terroríficas y en el caso de Jess un poco picantes, nosotros, al hacerlas no pensamos que vagaríamos como almas en pena en la tierra donde más se nos quiere hasta purgar esos pecadosDijo Amando- Nunca pensé que tuviera que penar por “El buque maldito”. Pedro y Luis entendiendo la situación asentían con la cabeza y esperaban impacientes que los fantasmas les dijeran como salir de allí. - Nosotros no podemos matar a los muertos vivientes, ni sacaros volando de aquí, por si lo habíais pensado- Dijo Juan Piquer. - Nosotros solo podemos indicaros lo que debéis hacer y suministraros las armas.- Continuó Amando. - Así que vosotros deberéis hacer el trabajo sucio- Concluyó Jess- Creo que esa frase la usé en “Killer Barbies”. Los dos hombres, asombrados empezaron a fumarse el porro. - Muy bien, ¿qué armas nos van a dar?- Preguntó Pedro un tanto incrédulo. - Cogedlas vosotros, en este salón hay suficientes armas para ganar la batalla y llegar a vuestro camping sin un rasguño.- Dijo Amando extendiendo los brazos mientras se encendía la luz del salón y dejaba ver un muestrario de armas antiguas. - ¿Quiere que los retemos a un duelo de fustas? - Dijo Luis sorprendido- Aquí no hay nada que nos valga realmente. Los tres fantasmas desaparecieron lentamente y cuando ya casi eran una bruma se oyeron las tres voces al unísono: “Armaros bien y que tengáis suerte”, los dos hombres se quedaron mirando al vacío donde antes yacían los tres fantasmas. 41


- Pues vaya una mierda de ayuda- Dijo Pedro dando una calada al porro. Pasó cerca de una hora y para entonces la población que quedaba sin destripar en Sitges se había convertido en muerto viviente, el grupo inicial era ahora una multitud que vagaba por el pueblo golpeando a los coches aparcados, destrozando escaparates o simplemente andando sin dirección alguna. Luis abrió un poco la puerta de la calle y miró a los dos lados, un pequeño grupito de cinco o seis muertos vivientes rondaba la estrecha calle adoquinada del centro histórico, cerró y se sentó en el suelo con un trabuco en la mano; junto a él Pedro, con un arco y con un saquito detrás con unas flechas dentro terminaba de fabricar el que él había denominado “El último porro”, lo encendió y la larga calada que dio le provocó un fuerte ataque de tos. Luis también le dio una calada y tiró el humo limpiamente, sin tos ni nada. - ¿Salimos ya?- Preguntó Luis. Pedro, asintió con el porro en la boca y ambos se pusieron en pie. - Si alguno muere... te echaré de menos.- Dijo Pedro antes de pasarle el porro a su amigo, luego abrió la puerta y frente a ellos estaban los muertos vivientes que, en cuanto los vieron dejaron de andar hacia ningún sitio y se dirigieron hacia ellos para matarlos. El primer muerto viviente se abalanzó sobre Pedro el cual no tuvo tiempo de reaccionar con el arco, ya que nunca había usado uno, pero pronto Luis atravesó la cabeza del cadáver de un trabucazo y este cayó al suelo muerto (otra vez), el hombre, sonriente fue ayudar a Pedro a levantarse pero este, al ver a otro muerto detrás de su amigo, lo empujó contra la pared de enfrente y mientras el muerto viviente reaccionaba, este sacó una flecha y se la clavó en un ojo al muerto, que se quedó clavado a la pared. Fue una ardua lucha, las callejuelas en dirección al camping parecían no tener fin, los hombres no eran los mejores con sus armas pero se defendían bastante bien, en lo que Luis tardaba en cargar la pólvora, la bala y la mecha, Pedro ya había matado a tres o cuatro; a Luis pronto se le acabaron las balas y las ganas de cargar el trabuco así que lo empezó a usar como mazo con el que golpear a los enemigos y a Pedro le ocurrió igual, cuando se le acabaron las flechas decidió usar el arco para golpear hasta la muerte a los muertos, valga la redundancia. Pasó un buen rato hasta que vieron la entrada del camping, empezaba amanecer y los muertos vivientes que los seguían eran cada vez menos. El sol, esa mañana lucía de un preocupante color verde provocado por la neblina tóxica que flotaba en el aire y que había despertado a los muertos vivientes. En el puesto de guardia del camping el de seguridad estaba muerto, había estallado en mil pedazos y la garita estaba empa42


pada de sangre. Pedro y Luis llegaron corriendo a la entrada y se sorprendieron al ver la garita teñida de rojo sangre, cruzaron la entrada y bajaron la barrera, como si eso fuera a detener a los muertos vivientes, pero lo hizo, se quedaron parados en la entrada mientras los dos hombres, manchados de sangre y sesos los esperaban empuñando sus armas con ganas de más guerra. Pero los muertos vivientes simplemente se quedaron allí, mirando al cielo y señalando a la niebla verde que flotaba de un lado para otro y que se propagaba ya por encima de las cabezas de los dos hombres. Pedro empezó a sentir que aquella niebla le penetraba por las fosas nasales y le quemaba, pronto le derritió la nariz y en su camino hasta el cerebro iba derritiendo todo a su paso, acto seguido Pedro cayó muerto; al ver esto Luis se tapó la nariz y cerró la boca mientras huía a refugiarse en algún lugar seguro, pero tras recorrerse todo el camping y ver todo lleno de cadáveres volvió junto a su amigo, se quitó la mano de la boca y tomó una buena bocanada de niebla mortal que entró como un tiro a sus pulmones, entonces Luis cerró los ojos y... ... “Time of the season” de The Zombies sonaba en la tarde catalana con la iglesia de San Bartolomé al fondo. Pedro se liaba un porro mientras Luis limpiaba la furgoneta. A lo lejos, en la terraza del bar del camping tres hombres los miraban mientras saboreaban una cerveza muy fría. - ¿Nos habremos ganado las alas?- Preguntó Jess a los otros dos. Juan Piquer y Amando lo miraron y tras sonreir bebieron los tres sus cervezas mientras el sol se ponía a sus espaldas.

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LA RESEÑA I: EL JARDÍN IMPÍO, JUAN MIGUEL FERNÁNDEZ por Sergio Fernández

AUTOR: JUAN MIGUEL FERNANDEZ EDITORIAL: LINEA Z. DOLMEN EDITORIAL PAGINAS: 280 Sobre el autor: Juan Miguel Fernández es un joven autor asturiano, apasionado de géneros como el terror y la fantasía épica. Sus fuentes de inspiración son variadas, pero destacan el mundo de lo paranormal, la historia antigua y el Heavy Metal. El jardín impío es su primera novela editada, aunque tiene varios relatos y novelas escritos por placer, sin editar. Sinopsis: Juan Miguel Fernández nos presenta su “opera prima”, con esta novela titulada El Jardín Impío. Obra que demuestra la amplitud del género zombi que, lejos de seguir repitiendo los mismos esquemas, se transforma en un género complejo donde se pueden desarrollar todo tipo de historias. El Jardín Impío comienza con un espantoso crimen y continúa como un “tour de force” en el que varios personajes comprenden que cuando no alimentas bien a determinado tipo de seres vivos, ellos tienen las herramientas precisas para garantizarse su supervivencia.

Reseña: El jardín impío es una novela coral, con multitud de sugestivos personajes, que se verán inmersos en una descarnada lucha por la supervivencia, cuando una serie de acontecimientos desatan un horrible desastre en los alrededores de una pequeña localidad española. A lo largo de la historia Juan Miguel Fernández, nos irá desgranando a base de pequeñas pistas datos importantes para la trama como el origen, la forma de contagio y un posible “repelente” contra los infectados. También nos presentará a multitud de personajes variados. Odiaremos a algunos y amaremos a otros. Algunos morirán, otros serán simple relleno y victimas fáciles de los “enajenados”, y otros sobrevivirán al desastre. Uno de los puntos mas interesantes y acertados de la obra, se da justo al principio de la misma, y a lo largo de varios capítulos, en los que el autor de una forma excepcional nos narra el principio del desastre, el desencadenante de la hecatombe que verá su 44


punto álgido dos décadas mas tarde, a raíz de un desgarrador suceso. La historia de Rosa y su particular afición a las plantas exóticas, así como su malhadado final, me ha parecido de lo mejor de la obra. Acertado también es el planteamiento de la trama, situando ésta en una pequeña localidad alejada de las grandes urbes, tan recurrentes en novelas de infectados. El planteamiento de la obra aporta algunas novedades interesantes dentro de la literatura Z, muy de agradecer en un genero tan lleno de tópicos como el que nos ocupa. Estas novedades las encontramos, principalmente en la causa del Apocalipsis zombi, y en el curioso “antídoto” que los personajes principales de la trama descubrirán por casualidad. Por un lado, el autor abandona el estereotipado virus global, el “nadie sabe muy bien como empezó todo”, y nos muestra como origen del desastre una misteriosa y exótica planta llamada, “La joya de Babilonia”, en la que, como iremos descubriendo a medida que avanzamos en la historia, su belleza es directamente proporcional a su nivel de maldad y sadismo. Por otro lado, nuestros protagonistas, de manera casual y casi al final de la historia serán testigos de que el eficaz remedio contra la plaga que asola los alrededores de su población, es otra plaga mucho mas común y cotidiana, que no voy a desvelar para que sea el lector el que lo descubra con la lectura de la novela. Otro punto a destacar de la obra es el estilo clásico y correcto del autor. Si bien hay lectores a los que pueda descolocar un poco esta forma de escritura, aporta otra manera diferente de escribir sobre la literatura zombi, en el que abundan los estilos algo más “casuales”, y que utilizan un lenguaje más soez, algo no necesariamente negativo, pero si muy explotado en el genero Z. En definitiva, es una obra recomendable, escrita de manera muy correcta y con un estilo clásico, que aporta interesantes novedades al amplio universo Z. Esperamos con ganas una continuación de las aventuras de l@s supervivientes de Villa Nova.

Sergio Fernández A.

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Ilustración: Angye Sin Más

Sumida en un profundo sueño, no puedo dejar de tener horribles pesadillas noche tras noche, me despierto asustada, envuelta en sudor, temblorosa, aterrorizada…, parece todo tan real, en mis “sueños” siempre aparecen las mismas personas, con las vestiduras ensangrentadas, me rodean, se acercan a mí amenazantes.., intento mirar sus rostros y cual es mi sorpresa?, ¡no tienen ojos! ...Pero mi sensación es que me miran fijamente, siempre repiten la misma frase: -“Tú eres la que nos ha traído hasta aquí…” Esas son sus únicas palabras, intento hablar con ellos pero me es imposible, no me sale la voz, es como si algo me dejara inmóvil y no pudiera hacer nada, es una sensación horrible. Cada día me da más miedo que llegue la noche, es temor a quedar dormida, pero al mismo tiempo pienso que son tonterías, pesadillas tontas que se tienen, así que llegó la hora de meterse en la cama e intentar descansar. Como era de suponer otra noche acompañada por las mismas “personas”, la misma situación, el mismo lugar, pero hay una novedad…, la frase que me repiten ha cambiado un poco, lo que todavía me hace ponerme más nerviosa. 46


-“Tú eres la que nos ha traído hasta aquí y lo vas a pagar caro…, darás por nosotros algo muy valioso para ti…” De repente despierto gracias a la alarma de mi radio despertador, no quiero pensar en nada, simplemente me doy mi ducha diaria, cojo mis cosas y salgo para el trabajo, me noto realmente nerviosa, pero esto no puede afectar a mi vida real, al fin y al cabo, sólo son unas pesadillas tontas como las que puede tener cualquier persona. El día transcurre bien, hago mi jornada y es la hora de regresar a casa, ya son las 10 de la noche, voy caminando hasta la parada del bus que cojo todos los días, parece que hoy está tardando un poquito en llegar, estoy en un barrio no muy concurrido y ya empieza a anochecer…, menos mal que se acercan dos personas para coger el mismo bus, eso hace que me relaje un poco, les saludo con educación: -Hola, buenas noches. Ninguno de ellos me responde, que antipáticos!!!, son unas personas un poco extrañas, noto como me miran de arriba abajo, me empiezo a sentir un poco incómoda…, al final parece ser que deciden hablar… -“Tú nos has traído hasta aquí…” No dejo que terminen la frase, simplemente les miro aterrorizada, levanto mi mirada y lo que veo solo me hace pensar en escapar, correr hacia no sé donde…, van vestidos con ropas negras antiguas, y su rostro es lo que me hace sentir un escalofrío por todo el cuerpo. ¡Carecen de ojos! Pienso.., ¿me estaré volviendo loca?, ¿será todo producto de mi imaginación?, me siento realmente asustada, salgo despavorida y me meto en un garito que veo tratando de ponerme a salvo, me acerco a la barra para pedir una botella de agua y tratar de relajarme un poco…, se acerca el camarero y es como si no me escuchara, solo me sonríe de una forma rara, su cara no me es desconocida, así que le pregunto si nos conocemos de algo…, su respuesta me deja paralizada: -“Claro que nos conocemos, te conozco yo, y todos los clientes que están aquí acompañándonos…” Rápidamente me doy la vuelta y veo un gran número de personas riendo a carcajadas y repitiendo una y otra vez las mismas palabras a la vez. ¡La frase maldita! 47


No puedo más, siento que me ahogo, mi mente bloqueada, lo único que veo que puedo hacer es volver a salir corriendo y buscar la ayuda de alguien, así que no pierdo más tiempo y salgo del bar a toda prisa, ya es de noche, pero algo me tranquiliza un poco…, por lo general éste barrio es muy solitario pero hoy parece ser que a la gente le ha dado por salir a la calle a pasear y airearse un poco…, ya me siento mejor, todo parece volver a la normalidad. Me meto entre la multitud tratando de resguardarme y encontrar un momento de tranquilidad, pensar que mi imaginación me ha jugado una mala pasada y ya está…, pero hay un momento en el que noto algo raro, la gente empieza a acercarse a mí y rodearme de una forma un tanto extraña, intento seguir mi camino pero hacen un cerco para impedir que salga de allí, comienzo a ponerme muy nerviosa de nuevo, intento escapar pero me es imposible, así que decido quedarme quieta, miro a mi alrededor y, ¿qué es lo que ven mis ojos?, no puede ser, si todo esto es una broma es de muy mal gusto. Todas esas personas van vestidas igual, se mueven de la misma forma, y por desgracia todas tienen la misma voz que susurra una frase… -“Tú nos has traído hasta aquí y llegó la hora de que te unas a nosotros, solamente hay una regla que te ayudaremos a cumplir, por fin podremos ver todos unidos la realidad a través de tus ojos…” No entiendo nada, intento preguntarles y que me den respuestas, pero quedo paralizada y soy incapaz de hacer nada…, se acercan a mí cada vez más, uno de ellos camina delante de todos los demás, lo tengo solo a un metro de distancia, me doy cuenta de que en su mano lleva una especie de cuchillo pequeño, los demás, solamente repiten esa puta frase una vez tras otra…, ¿Pero, qué es lo que quieren de mí? ¿Qué van a hacer conmigo? ¡Esto es una locura! De nada sirven mis lamentos, de repente noto como alguien me estira del cabello, es la persona que tiene esa pequeña arma blanca con la que casi me está rozando los párpados, me sonríe, y sin más pérdida de tiempo siento un gran dolor, caigo desvanecida en medio de la calle, no recuerdo nada más. Hoy es un nuevo día, despierto como siempre y creo que todo ha sido una pesadilla de tantas…, pero intento abrir mis ojos y no puedo, no vea nada, me asusto y miro de incorporarme de 48


la cama, noto una mano que me empuja para no dejar que me mueva, pero... ¿Quién es ésta persona?, no es el olor de mi habitación, más bien diría yo que es el aroma característico de un hospital, una clínica… -¿Dónde estoy? ¿Qué me pasa? ¿Quién es usted? La persona que me acompaña decide hablar… -Estás en un hospital, todo ha sido real, has sufrido un pequeño accidente, a partir de ahora no podrás volver a ver jamás, tus ojos ya no forman parte de ti…, ahora forman parte de todos nosotros, tú nos trajiste a través de tus sueños y ahora vivirás en nuestro mundo donde una mirada vale más que cualquier palabra, aprenderás a vivir sin ellos…

LA RESEÑA II: DEGENERACIÓN, DAVID PARDO

por Sergio Fernández AUTOR: David Pardo. EDITORIAL: Autoeditado. Edición Digital. PAGINAS: 47 páginas. SOBRE EL AUTOR: David Pardo nació en 09 de mayo de 1980 en Alzira, una hermosa ciudad de la Comunidad Valenciana. Desde niño mostró inclinación por el género del suspense y el terror, predilección que se mantuvo durante su adolescencia y ha perdurado hasta la actualidad. Pueblo de Sombras es su primera incursión en el mundo literario. Recientemente ha publicado su novela corta “Degeneración”, que ha alcanzado gran éxito de críticas en las redes. También ha publicado varios relatos, entre los que destacan “Perdida entre las sombras”, “la araña”, “El ritual de Baphomet” o el más reciente “Siempre vuelven para el juicio”, publicado en la antología “No eres bienvenido”. Ha trabajado en el sector inmobiliario como gestor de su propia empresa, y el negocio hostelero que regenta su familia. Actualmente reside en Navarrés, un pequeño y encantador pueblo de Valencia, con su esposa y su pequeña hija. El autor afirma que en Navarrés ha nacido su creación literaria, y allí está dedicado a la escritura.

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SINOPSIS: Desde su casa en un pequeño pueblo de Valencia, un padre de familia ve por televisión los extraños sucesos que ocurren en las calles de Madrid durante una manifestación: los asistentes a la protesta han enloquecido y se atacan entre ellos con extrema violencia. A partir de ese momento su vida cambiará por completo. DEGENERACIÓN es una historia de supervivencia tras un apocalipsis zombi que no te dejará indiferente. Una hora y media de lectura vertiginosa, de acción trepidante y sin descanso. Un relato cargado de sentimientos, de contradicciones, capaz de retorcer tu corazón hasta estrujarlo. ¿Podrás llegar hasta el final? RESEÑA: Contada en primera persona por su propio protagonista, la novela corta (o relato largo, como el lector prefiera llamarl@)nos transporta hasta Navarrés, una pequeña localidad de Valencia de no más de tres mil habitantes. Es en este pueblo donde seremos testigos de las devastadoras consecuencias de una epidemia de proporciones bíblicas que asola el país entero y se supone (aunque solo se hace referencia a Francia) que al resto del mundo. Dichas consecuencias, aparte de las de naturaleza material y social, lógicas y esperadascuando afrontamos la lectura de una obra de género Z, también incluyen las de corte ético, bastante menos típicas en novelas en las que los supervivientes a una plaga de estas características son los personajes principales. Y es ahí donde David Pardo ha querido profundizar más, consiguiéndolo de una manera brillante y dotando a la vez de ese punto de originalidad que hace que su relato se desmarque del resto de obras Z. Acostumbrados como estamos a que los protagonistas asuman los radicales cambios materiales y sociales a los que antes hacíamos referencia, pero dejando de lado los referentes a otros conceptos más éticos o espirituales, como pueden ser el carácter personal y la percepción de lo correcto o lo incorrecto,el autor hace que nos preguntemos como actuaríamos nosotros en un caso tan extremo como el que nos presenta y logra que nos planteemos si es posible que en una situación en la que el mundo que hoy conocemos se transformara en otro mucho más hostil y despiadado nuestros valores se mantendrían intactos. Escrita de una manera ágil y sin conceder ni un respiro, la obra gustará sin duda al aficionado a la literatura Z, y sorprenderá gratamente a cualquier lector que se adentre por primera vez en este género, siempre y cuando sea plenamente consciente de que va a enfrentarse a una historia cruda y bastante dura, con un elevado trasfondo dramático. Sergio Fdez. Abeja. 50


LA ENT REBEST IA ABSURDA II: Irene Comendador

Ganadora del I Concurso de Microrrelatos Eróticos de R21 en diciembre del 2011 Ganadora del Certamen XI Premio Sexto Continente de relato erótico de REE en junio de 2012 Segunda ganadora del concurso de relato largo zombie en la web All Zombies en agosto de 2012 Publicaciones en papel: “Microantología del microrrelato III” Editorial Irreverentes en octubre de 2011 (http://www.edicionesirreverentes.com/narrativa/microRelatos3.html) “200 baldosas al infierno” Editorial Tyrannosaurus Books en Marzo de 2012 (http://www.amazon.es/200-Baldosasal-infierno-ebook/dp/B00AA1NLWS/ref=sr _1_1?ie=UTF8&qid=1354145603&sr=8-1) “Arkham. Relatos de horror cósmico” Editorial Tyrannosaurus Books en junio de 2012 (http://tyrannosaurus.es/books/index. php/catalogo/product/88-arkham-relatos-de-horror-cosmico-3ed) “Sé que estás ahí” Editorial Seleer en noviembre de 2012 (http://www.elcorteingles.es/tienda/libros/browse/productDetailCultural.jsp?productId=A8072355&categoryId=999.545&is Product=true&trail&trailSize&navAction=jump&navCount=0&bran dId) Columnista en el periódico “La Red 21”, con artículos sobre la sexualidad. Escritora de la web “Con un par de tacones” Colaboradora en la web Action Tales, en la sección de “Femme Fatales” Colaboradora en la Revista bimensual “FanZine” (http://www.lr21.com.uy/ , http://conunpardetaconesss. blogspot.com.es/ , http://atvisions.blogspot.com.es/ y http://fanzinezombie.blogspot.com.es/) Miembro de la asociación ESMATER (Escritores madrileños de terror) (http://esmater.blogspot.com.es/) ----------------------------------------------------------01- ¿Te gusta llegar y besar el santo? Lo de llegar siempre es bueno, ya sea al destino que tenías pensado o a uno que no te hubieras imaginado, siempre hay que llegar. Y besar, yo soy muy de dar besos, pero si 51


hay que dar besos a santos que no sean de piedra, las figuras y monumentos son mejor para contemplar. 02- ¿Auto reciclaje o extrapolación? Como buena chica de alma hindi, hay que reciclar y salvaguardar la tierra. Yo tengo claro que dentro de un tiempo todo lo que nos rodea se irá a la mierda, habrá un Apocalipsis en el que toda la humanidad sufrirá las consecuencias de sus actos y el planeta por fin conseguirá su venganza. Aguas vírgenes se convertirán en turbias mareas insalubres y la visión de la Tierra será un pantano de lodo y destrucción en el que nos pudriremos. Pero vamos, que reciclando las botellas de plástico solo conseguiremos retrasar la hecatombe. Yo mientras sigo con mi plan de varias bolsas en el cubo, jajaja. 03- ¿Cama o sofá? El sofá tiene posturas muy sugerentes, pero tener rodillas, codos y demás articulaciones puntiagudas hace que el juego sea más peligroso, por lo que unas buenas sábanas con divertidos colores siempre son más recomendables. De la cama no gusta salir, y si no, que se lo digan a todo hijo de vecino cuando suena el despertador por las mañanas, ¡maldito traidor! 04- ¿Realista o malabarista? En la realidad de lo real y la vida cotidiana, mejor ser realista y afrontar la realidad ¡toma ya! Pero si hablamos de literatura, mejor dejar que los malabarismos nos posean, ocupando nuestra imaginación y dando rienda suelta a cualquier historia que queramos formar; los límites están prohibidos. 05- ¿Deber y placer suelen ser lo mismo para ti? ¡NO! Algunos de mis deberes me causan placer, otros en cambio no. Creo que como todo el mundo, yo sigo trabajando para que esos que no son placenteros desaparezcan. 06- ¿Pepinillo o morcillón? No me gustan ni los pepinillos, ni las morcillas. “Jatetú” por donde. 07- ¿Escribes por impulso o pulsas lo que escribes? Si pulsar es aporrear las teclas del ordenador para escribir, pues sí, ahí estoy a altas horas de la madrugada, dando guerra a los vecinos con el martilleo constante de mi pobre teclado de letras borradas. Pero si me hablas de lo que me impulsa a escribir, suelen ser ideas momentáneas que van tomando forma, mientras que mis vecinos acoplan en 52


sus orejas los tapones para poder dormir. Hasta para escribir soy muy impulsiva, no razono las historias previamente, únicamente escribo. 08- ¿Trueque o trato? Cualquiera de las dos y dependiendo del momento y la situación, son una buena opción. Propón. 09- ¿Cometerías una locura por una apuesta? Sí, lo volvería a hacer. 10- ¿Caminarías desnuda con un cartel por el centro de tu ciudad, por...? Por obligación. Y obligación me refiero a que pendiera de un hilo la vida de mi hijo, a que me hubiesen robado la ropa, drogado o amenazado con terminar con toda mi estirpe. Si no es así, mi cuerpecito serrano al completo no lo ve nadie por la calle. 11- ¿Qué es lo primero que observas al conocer a un hombre? Si tengo que ser superficial en la respuesta: los ojos, sus movimientos y el trasero; si he de ser más políticamente correcta, diré que me gustan los hombres con sentido del humor, inteligentes y que transmitan ser buenas personas, de buen corazón. 12- ¿Cocina casera, o si no hay Casera nos vamos? Jajaja, yo el vino tinto sin Casera… prefiero el rosado y espumoso. Y sí, donde esté una buena comida casera y hecha con cariño, que se quiten los precocinados. Ains… ese cocidito madrileño. 13- Dime con quién andas y te diré... Esa frase no me gusta. Es como meter en el mismo saco a todo el mundo, odio generalizar. Puede no gustarte una persona y que sus amigos sean maravillosos, al igual que puede no gustarte un grupo de personas y que haya alguien dentro de él que merezca la pena tener cerca. 14- ¿Eres de toma pan y moja? Ajá, mojar la salsita del guiso con la miga del pan o el pisto hasta que te chorrea por el antebrazo, es uno de los placeres de la vida. Y sí, entendí la pregunta. 15- ¿Acción o reacción? Depende, si tengo que reaccionar, reacciono; si tengo que ser la primera causante de la acción, y es lo que veo correcto, así lo hago. Sería más fácil concretar la respuesta si supiese el sentido de la acción o reacción. Gani53


tas de pinchar tienes ¿eh? 16- ¿Qué tipo de Apocalipsis elegirías en caso de que se avecinara uno y pudieses escoger? No por cliché, no por moda, no porque tenga ya el kit de supervivencia en el sótano, pero yo elegiría el Apocalipsis zombi, quiero ir mordiendo a la gente sin que me pesen las piernas al correr. Tengo claro que no sería una de las supervivientes, en el primer episodio me convierto o muero, fijo. 17- ¿Tanga o braga pañal? Coulotte, porque el tanga me molesta y la braga pañal no me pega con los pantalones que suelo llevar, además, no me gusta que por el escote sobresalga la cinturilla de la braga. 18- ¿Pendrive o DVD? Pendrive para los archivos de diario y disco duro extraíble para las cosas a largo plazo. 19- ¿Arte o Forrarte? ¿Forrarme? Jajaja, como no sea con el film transparente para bocadillo… No, en cuestión de arte, y con respecto a mí, mejor por amor al arte y diversión, lo de forrarme con mi hobby será para la próxima vida, cuando me reencarne en ameba. 20- ¿Tras un cocido... silbas o toses? Después de un cocido soy feliz, la sonrisa se expande, las neuronas se aletargan y siento que soy el ama del mundo; como dije en alguna pregunta anterior, la sopita con sus garbanzos y patata… ¡comida de dioses! 21- ¿Coche, bici o bus? Coche, siempre coche, y si además tengo chofer y puedo distraerme en el paisaje, mejor que mejor. La bici para el verano, por el campo y a horas en las que el sol está cayendo. 22- ¿Kamasutra o teleadicto? El Kamasutra ya no es necesario desde que ponen imágenes guarras en las páginas de descarga de Internet. Y la tele, para lo que hay que ver, mejor una buena serie (o mi vicio con Youtube) en el ordenador. P.D. Gracias por la entrevista absurda, me lo he pasado genial contestando, pero tengo una petición, ¿cuándo podré devolverte el favor entrevistándote? Por curiosidad. 54


Ilustración: Carlos Rodón Miedo… Hambre… Sed, muchísima sed. Una barba de días… quizás semanas. Las uñas astilladas, sangrantes, y los puños doloridos y amoratados de tanto golpear. El pelo grasiento y sucio. La ropa negra por la continua sudoración. Hacía un calor asfixiante. Notaba la lengua ancha dentro de la boca reseca. Los labios agrietados dolían en la cara. “Ojalá… ojalá tuviera un vaso de agua”, pensaba desesperado. Y la incertidumbre. Eso era lo peor. Eso era lo que lo arrastraba poco a poco hacia la línea que separa la cordura de la locura. El acero caliente de la bala había entrado en su espalda, estaba seguro de ello. Había sentido el impacto, el impulso del cuerpo hacia delante por la violencia del choque del metal contra la carne… y, sin embargo, una vez montado en el ascensor, se palpó la zona supuestamente herida y no halló ni rastro de sangre. Habría sido una percepción engañosa, una mala pasada que le había jugado su cerebro cuando oyó tras él la detonación del arma del policía. Finalmente le habían descubierto. Al ver al agente plantado ante la puerta de su apartamento su imaginación echó a volar. ¿Cómo habrían logrado localizarlo? Quizás un poco de piel y carne debajo de las uñas de alguna de sus víctimas, una huella dactilar en un cuchillo, la huella de sus zapatillas… 55


Podría ser cualquier cosa. No era momento de preocuparse por esas cuestiones, sin embargo. Era momento de huir. Pulsó el botón de la planta baja justo en el instante en que tres perros policías se abalanzaban contra sus piernas. La puerta automática se interpuso entre ellos. Oyó a los animales arañar con sus patas la puerta del ascensor. Por un momento, le pareció ver que las tres cabezas de los canes pertenecían a un único cuerpo: otra mala jugada de su cerebro. Asustado, observó saltar la luz de botón en botón a medida que pasaba por los distintos pisos. Cruzó los dedos: rezaba con todas sus fuerzas para que no hubiera policías esperándole. Saldría corriendo como una locomotora cuando el ascensor llegase a la planta de baja. Arrasaría con todo lo que se interpusiera en su trayectoria de camino hacia su coche. Sudaba copiosamente. Limpió su frente con el antebrazo. El botón de la primera planta se iluminó. El ascensor continuó descendiendo. Planta baja. Entonces, cuando esperaba que el ascensor se parase, la cabina siguió bajando. Con gesto confuso, pulsó el botón para que se detuviera allí, para que no descendiera más, pero la máquina no respondía. ¿Cómo era posible si el edificio no tenía garaje, ni sótano? El cemento gris sustituyó a la sucesión de puertas que habían desfilado ante sus ojos durante el trayecto vertical. Aporreó los botones, pero siguieron sin funcionar. Notó en el pecho una agobiante sensación de claustrofobia. ¿Qué estaba pasando? David Pérez era un tipo normal. Profesor de autoescuela, vivía en su modesto pisito en el centro de la ciudad, herencia de sus padres. Todos los días conducía los treinta kilómetros que separaba su hogar del trabajo, pasaba ocho horas en el asiento del copiloto de un turismo, camión, autobús… pugnando por mantener la compostura ante los torpes alumnos que se sucedían uno tras otro, y que ponían continuamente su vida en peligro con las peligrosas maniobras que realizaban. Luego, conducía de regreso a su casa, se preparaba una cena frugal, se hacía una paja y se acostaba. Así un día, y otro, y otro… David no era un tipo agraciado. Tampoco un adefesio. Sin embargo, nadie le conocía pareja. Tenía debilidad por las chicas de anuncio, por lo que, cuando salía de fiesta los fines de semana, atacaba a las féminas más bellas de los locales donde se atiborraba de alcohol. Todas lo rechazaban. 56


La primera noche en que Daniel sustituyó a David echó un polvo de antología con una preciosidad inglesa, una estudiante de primero de Derecho con una beca en Madrid, quince años más joven que él. Salió de un local en el que una morenaza le había dejado claro que no solo no se acostaría con él, sino que ni siquiera deseaba mantener una mínima conversación. Las mujeres podían ser muy crueles cuando querían, y a David le daba la sensación de que todas las hembras del mundo se habían confabulado para ser crueles con él. Mascaba su odio de camino a su casa, deseando ser otra persona, uno de aquellos tíos macizos de los anuncios que debían follar como una puta en día de rebajas. Observaba con harta envidia a los chicos agraciados, de melenita, ojos bonitos y labios carnosos, con los que se derretían las chicas que les solían rondar como moscas que acechasen una gran mierda perfumada. “Ojalá… ojalá no fuera David Pérez, ojalá no fuera conductor de autoescuela con diez kilos de más y mucho cabello de menos”. Mucho cabello de menos donde importaba, en la cabeza, porque el pelo le sobraba en la espalda y en el culo. Pasó por delante de un pub donde un cartel llamó su atención: “Fiesta de Fin de Curso de Primero de Derecho”. Sin pensarlo dos veces, entró a tomarse la última copa y a deleitarse con las estudiantes borrachas que perdían la vergüenza con la bebida y que, hechizadas por el embrujo del alcohol, eran capaces incluso de enseñar los pechos. “Ojalá… ojalá lo hicieran”. David retendría en sus retinas esa imagen hasta que llegara a su casa, fuera al baño, cogiera el papel higiénico y… La chica inglesa se apoyó en la barra junto a él y pidió un ron con coca cola. Dos manchas sonrosadas en las mejillas reflejaban los efluvios de tres o cuatro cubatas. —Soy Dav… Daniel… de Beriguistáin… abogado penalista —soltó repentinamente. Estaba harto de ser David. La chica le ignoró. Cuando el camarero fue a cobrarle la consumición, David sacó de su cartera un billete de cien euros. Logró el efecto deseado: sorprender a la joven. El camarero se limitó a elevar la vista al techo: había presenciado la escena de “maduro seduce a una jovencita con un billete grande” decenas de veces. No creía que aquella joven

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picase. —No hace falta que me pagues ninguna copa —rechazó la chica alzando la voz para hacerse oír sobre la estridencia de la música, pero su tono reflejaba duda. En realidad sí que deseaba que le pagara esa copa. David notó cómo la bestia despertaba en sus pantalones. —Insisto —replicó cortés. —¿De verdad eres abogado? No tienes pinta, la verdad —preguntó levantando una ceja, desconfiada. —¿De verdad tus ojos son del color de la esmeralda o llevas lentillas? —replicó sonriente. La chica relajó el gesto y mostró una dulce sonrisa. Apoyó un codo en la barra (un hermoso codo) y clavó sus ojos verdes en David. Por fin le prestaba atención. Entregó el billete al camarero, que suspiró al comprobar que la estudiante había picado en el anzuelo de papel. “Ojalá... ojalá se quede charlando conmigo”, deseó David. —¿Y trabajas en un bufete como esos de la tele? —Le devolvió la sonrisa. —Mejor aún. ¿Has visto que en las películas los abogados siempre van bien peinados y con buenos trajes? Pues todo es cierto. Me gusta desconectar cuando salgo del trabajo, por eso visto así. —Pasó la mano por su cuerpo, mostrando su indumentaria consistente en pantalón vaquero y camiseta. —¡Por cierto, soy Daphne! —Le plantó un beso en cada mejilla, un beso excitante con olor a rosas mezclada con tabaco y sudor… —Daphne… —susurró. —¿Y ganas muchos casos? —quiso saber la joven chupando con sensualidad manifiesta la cañita de su cubata. —La mayoría, por eso mi bufete es tan importante. David inició una perorata explicando un caso sobre discriminación sexual que había visto en una película. Daphne lo miraba embobada. —No meteréis estudiantes de prácticas en tu despacho, ¿verdad?

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—Bueno, no solemos hacerlo, pero tampoco existen abogadas tan guapas como tú. Podríamos hacer una excepción. —Su boca se curvó en un intento de agradable sonrisa. Las continuas invitaciones a copas, las mentiras que le contó sobre una vida de lujo, inventadas por supuesto, y el modelo de abogado perfecto que Daphne admiraba, porque era lo que ella quería ser, le valieron para que la chica plantara a sus amigos, que le insistieron en que no se fuera con aquel tipo tan extraño, y acabaran en el piso de David practicando sexo de manera salvaje. —¿Y tu coche? —preguntó la chica cuando salieron del garito. —Tengo el Audi en el taller. Pediremos un taxi. Evidentemente soy un caballero, por lo que pago yo. Durante algunas semanas David dejó de ser David, el profesor de autoescuela, onanista y vicioso, para transformarse en Daniel, abogado de éxito, amable, considerado y gentil. La estudiante fardó como nunca lo había hecho ante sus compañeras de curso. Se veía a sí misma tres años después, tras terminar la carrera, ganando pleitos a mansalva y ganando euros a montones. La vida de lujo que cualquier chica de esa edad sueña que tendrá algún día. No estaba realmente interesada en el abogado que conoció en el pub, pero era un pasaje hacia un futuro prometedor. ¿Cuántos estudiantes podían decir que tenían un puesto asegurado en un importantísimo bufete mucho antes de terminar los estudios? Era la ilusión de los miles de alumnos de la facultad. Aquella noche en el pub le había tocado la lotería. Por su parte, David cometió el grave error de enamorarse de ella. No obstante, no pudo mantener la mentira durante mucho tiempo. Daphne no era una estúpida y, pronto, las cosas no le cuadraron. Una noche que cenaban en un restaurante le acribilló a preguntas incómodas: —¿Pero dónde tienes tu bufete? Demasiado tiempo con el Audi averiado, ¿no? ¿Cómo que siempre me llevas al mismo piso si me dijiste la primera vez que fuimos allí que lo hicimos por la cercanía? No es que desconfíe de ti, pero no me creo que tengas un ático de lujo… ¿Por qué no me lo enseñas entonces? Él esquivaba las preguntas como bien podía, cambiaba de tema o le daba vagas respuestas, como que tenía el bufete en 59


la Gran Vía madrileña y era un lugar demasiado aburrido como para ir a visitarlo. La chica se armó de paciencia y, en su naturaleza desconfiada, cogió las Páginas Amarillas y estuvo todo un día llamando a los teléfonos de los bufetes ubicados en la Gran Vía madrileña que aparecían en ella. En ninguno se conocía al tal Daniel de Beriguistáin. Se puso en contacto con el Colegio de Abogados, y tampoco constaba ningún colegiado con ese nombre. Lloró amargamente, no porque su futuro de ensueño se hubiera esfumado en un abrir y cerrar de ojos, sino porque se sintió engañada. Traicionada. A ciertas edades los sentimientos se magnifican, y Daphne no estaba dispuesta a que le tomaran el pelo. Sin avisar, se plantó en el apartamento donde solía llevarla Daniel para follar. Daniel salió a recibirla ataviado de una bata hortera, una barba de tres días y un gato persa que ronroneaba y se frotaba contra sus piernas. Abrió mucho los ojos cuando la vio plantada en el dintel. —¡Daphne! ¿Qué… qué haces aquí… qué…? —Vives en este apestoso apartamento… ¡Dime la verdad! —La joven gritaba. David asomó la cabeza al pasillo para comprobar si algún vecino estaba presenciando la desagradable escena. Suspiró aliviado cuando vio que no era así. Cogió a Daphne de una de sus muñecas y la arrastró al interior del piso. Al final, David se derrumbó y le contó la verdad, dominado por un intenso amor hacia ella. “¡Ojalá… ojalá no me deje!”, pensó desesperado. Sin embargo, la chica no atendió sus súplicas. Cortó la relación inmediatamente. Un jarrón que David había traído de un viaje a Grecia se partió sobre la cabeza de Daphne, regando el suelo de sangre y trozos de cerámica. David no estaba dispuesto a que la chica le abandonara de aquella manera. Durante un par de días la mantuvo amordazada y atada a la cama. La chica sufría desmayos intermitentes, posiblemente ocasionados por la herida abierta del cráneo. Lloraba y suplicaba con la mirada que la dejara marchar. David le limpió el corte y lo curó con un poco de Betadine y esparadrapo. Le lavó la sangre que había manchado su cuerpo y los restos de lágrimas y mocos. Luego tomó asiento frente a la cama y se masturbó ante la chica. Aquella noche la violó un par de veces. Al final decidió que no podía dejarla escapar. Le denun60


ciaría ante las autoridades y su vida se truncaría para siempre. Se desnudó, cogió un cuchillo y volvió a ponerse sobre y dentro de ella. La chica miraba con ojos desorbitados la hoja brillante del arma, mientras sufría las acometidas de Daniel. Justo antes de que el hombre tuviera un orgasmo, le cortó el cuello con un rápido movimiento. La sangre y el esperma se precipitaron al unísono. El orgasmo fue espectacular. David no pudo dormir en toda la noche, arrepentido por lo que había hecho pero, al alba, se había convencido a sí mismo de que no había sido él, David Pérez, sino Daniel de Beriguistáin quien había cometido el asesinato. De alguna forma, gracias al acto de Daniel, supo que Daphne siempre sería suya. Troceó el cadáver, quemó las sábanas bañadas de sangre y llevó poco a poco en una mochila los trozos del cuerpo a un descampado en las afueras de Madrid, donde los enterró a una considerable profundidad. La noticia de la desaparición de Daphne salió en todos los medios de comunicación, nacionales e internacionales. Se barajó la posibilidad de que un tal Daniel de Beriguistáin la hubiera raptado o algo peor, pero la policía no logró localizar al sospechoso. No constaba como abogado en ningún registro, no tenía antecedentes penales y los pocos Daniel de Beriguistáin que aparecían en el registro civil, con un segundo apellido diferente en cada caso, o bien tenían coartada (uno de ellos era médico en África), o bien eran demasiado viejos o demasiado jóvenes para tener relación con la desaparición de la chica. Un día salió en la televisión el retrato robot dibujado por los cuerpos de seguridad a partir de la descripción de algunos compañeros de la joven y de un camarero que habían visto al sospechoso en el bar hablando con ella el día en que se conocieron. Se parecía un poco a Daniel, pero también tenía rasgos diferentes. En realidad podría tratarse de muchas personas distintas, no era un reflejo fiel de Daniel. En una de sus charlas interiores, Daniel convenció a David de que no se preocupase, pues le aseguraba que la policía no relacionaría a Daniel de Beriguistáin, abogado, con David Pérez, profesor de autoescuela. Mientras eso no ocurriese, Daniel estaba seguro dentro de David, y David estaba seguro escondido en su vida cotidiana. En los meses sucesivos, Daniel dominó a David en dos ocasiones más. Una nueva alumna de la autoescuela, una preciosidad asiática, no quiso saber nada de David cuando el hombre se le insinuó durante una clase de conducción. Daniel la esperó en el coche cerca de su casa, horas después. Al poco, la chica salió vestida para una noche de marcha. La siguió un 61


buen rato hasta que la chica se internó por algunas calles solitarias. Se puso a su altura con el vehículo. —¿Qué haces aquí, David? —preguntó extrañada cuando el conductor bajó la ventanilla. —Te dejaste el monedero en la autoescuela —respondió con una afable sonrisa, agitando un objeto que tenía en la mano derecha. En realidad era su propia cartera, pero la joven no podía distinguirla a la distancia que se encontraba. La chica detuvo el paso, extrañada. Se puso a rebuscar en su bolso. David también paro el coche. Se apeó con un bate de béisbol en la mano. —Tiene que ser de otra alumna, David, yo tengo aquí el mío… —No me vuelvas a llamar David. Soy Daniel. El hombre estaba a su lado. Golpeó a la chica con el bate. La cogió antes de que cayese al suelo y la metió en la parte trasera del vehículo. En el descampado la violó. Luego, la chica asiática corrió la misma suerte que Daphne. Al tercer asesinato cometido por Daniel, la policía se personó en casa de David. Querían hablar con él de los vehículos y sus compañeros de la autoescuela. Algunos testigos aseguraban haber visto un coche de la autoescuela donde trabajaba David cerca de las zonas en las que desaparecieron las jóvenes buscadas. La policía sospechaba que uno de los trabajadores podía estar implicado. Le habían cazado. Nada de huellas ni ADN, como supuso en principio David. Una cagada de Daniel al ser tan descarado con el vehículo con el que cometió los delitos. A David ya no le pareció que Daniel fuera tan inteligente como creía. “Mantén la calma”, ordenó Daniel en su cabeza. “Ojalá… ojalá no te hubiera dejado hacer todo lo que hiciste”, pensó David, que no tenía la sangre tan fría como Daniel. Empujó al policía y corrió hacia el ascensor. Cuando la puerta de la planta baja desapareció en su ascenso vertical, David fue consciente de que estaba atrapado. Depositó las manos en la interminable pared de cemento. Sintió su rugosidad acariciar las palmas de sus manos a medida que el ascensor bajaba, produciéndole cosquillas. Su respiración se volvió entrecortada, y la frente se le perló de sudor. ¿Cómo era posible que la cabina no se hubiese detenido 62


en la planta baja? ¿Qué estaba sucediendo? De repente, la uniformidad de la pared rugosa varió. Unos surcos aparecieron cincelados en el cemento. No le dio tiempo de qué se trataba cuando notó el primero de ellos ascender por la palma de sus manos y perderse por el techo de la cabina. Al primero le siguió un segundo surco. David se concentró en él: alguien había grabado en la interminable pared un nombre, el nombre de la chica asiática, la segunda víctima de Daniel. Al poco apareció un tercer surco, el tercer nombre de su tercera víctima. Luego, el primero, Daphne, volvió a surgir desde los pies de David y se perdió en el techo. El segundo… el tercero… Así una y otra vez, una y otra vez. El recorrido vertical del ascensor no tenía fin. David empezó a tener sed. Luego hambre. Orinó en una esquina del nimio cubículo, y la peste de su meada se le clavó en las fosas nasales. La sed se volvió insoportable. Pidió ayuda a gritos, pero nadie parecía oírle. El zumbido del motor del ascensor bajando y bajando era el único sonido que se escuchaba allí dentro. Daba la sensación de que la infinita realidad del exterior había desaparecido completamente. El encierro se volvió insoportable. La sed le estaba matando. Y el hambre. Y la desesperación. Pero, inexplicablemente, no llegaba a morir. Golpeó las paredes, las arañó, se partió las uñas, dio cabezazos. No logró absolutamente nada. Con el tiempo, David se acostumbró a beber su orina y a devorar sus excrementos. Y a leer una y otra vez, una y otra vez los nombres de sus tres víctimas grabados a fuego en el cemento. Entonces comenzó a gritar. Gritó y gritó hasta que le dolió la garganta, hasta que se lastimó los oídos, hasta que una tos espesa le hizo escupir sangre… “Ojalá… ojalá esto llegue a alguna parte”, deseó con todas sus fuerzas, llorando lágrimas carmesíes, que resbalaron por su barba espesa e inmunda. Luego, continuó gritando. 63


Ilustración: Kike Alapont La escena se funde en negro cuando el contacto de sus dientes con tu piel acrecienta el latido del corazón. El bombeo de la sangre es el pistón de una enfurecida locomotora huyendo de las flechas enemigas. Huyendo del nuevo orden imperante. La muerte sonríe eternamente y no se preocupa por las manchas rojas que luce en la ropa. Las medallas negras se muestran opacas bajo la crueldad del sol. Nada importa mientras la vida se muestre como un tierno bocado. Has sucumbido bajo el poder del paso renqueante, de la muerte subida en un caballo con la boca llena de espuma. En un par de horas volverás a abrir los ojos y lo que hayan dejado los zombis formará parte de tu cuerpo. Mientras alguien desgarra el tejido muscular de tu brazo izquierdo piensas en cómo va a ser tu nueva vida. Agradeces que nadie se haya fijado en la piel tatuada del bicep izquierdo. El precio de los tatuajes ha subido demasiado en los últimos dos años. La musa que te mira gravada en tu piel es la última mujer que vas a ver en tu vida. El deseo se escurre junto a la ingente cantidad de sangre que brota de tu cuerpo como si fueran lágrimas derramadas en el día de los muertos. La llorona roja fluye por el dibujo de la baldosa de la ducha. Eres la versión zombi de Janet Leigh con el pingajo colgante de tu miembro a modo de representación masculina. Una dentellada en la pierna dispara la alerta del sistema 64


inmunológico. Los agentes en miniatura acuden al rescate en el micromundo de tu anatomía humana. No sientes nada porque has caído víctima del coma. Tu cuerpo se convulsiona mientras la conversión libra una batalla con tus defensas. No existe el dolor cuando la ausencia de los sentidos se hace latente. Vives tu propia pesadilla escondido en la negrura de la inconsciencia. La carne se desgarra de tus huesos con la misma facilidad que un vampiro vacía las venas de una diva del celuloide. Como si fueras la protagonista de Nosferatu, el zombi adopta el papel de Max Schreck mientras la ausencia de unos pechos femeninos se dibuja contra el blanco deteriorado de la baldosa de la ducha. No eres una estrella de Hollywood pero todos están pendientes de ti. Desean tu carne y tu cerebro. Obviando tu modo de ser ingieren la carne sangrante que se desparrama por el suelo a modo de alfombra. Tu consciencia retransmite el evento de tu descuartizamiento. Mueres a sabiendas de que vas a volver a ponerte en pie, suspirando por la carne de tus semejantes. En realidad lo ves todo en tu memoria. Oyes como rascan sus gargantas por la ausencia de saliva mientras tragan carne y se regodean en su postura de acólitos de la muerte. Mueres poco a poco para volver a nacer; esta vez no habrá parto posible. La antinaturaleza jugará su papel por vez primera en tus carnes. O en lo que queden de ellas. Han entrado en tu casa formando un tremendo alboroto, como una horda de niños hambrientos han exigido sin palabras el calor rojizo que se esconde bajo tu piel. Lo peor de todo es que no te has enterado. El volumen de tu equipo estereofónico casi roza los límites de la paciencia humana; nunca has tenido en cuenta que siempre has vivido rodeado de otras personas. El hecho de formar parte de la raza humana nunca ha sido un impedimento para exigirte a ti mismo alcanzar la cima de tu egoísmo. Nunca te ha importado la gente, ni tan solo te has molestado en pedir auxilio cuando el terror ha irrumpido en tu casa y te ha obligado a correr hacia el baño y protegerte con la frágil balda que se esconde detrás de la puerta. El egoísmo se muestra fiel hasta la muerte. Los golpes han sido tan fuertes que el sonido de la música se ha convertido en un rumor. La banda sonora de tu muerte ha rebotado en las paredes de tu piso. Convertido en víctima has buscado protección en tu imagen reflejada y en las cortinas de la ducha. No hay forma de salir vivo cuando la muerte llama a la puerta. Has esperado durante dos horas mientras la dureza de la puerta se ha convertido en la fragilidad del batir de las alas de una mariposa. Prolongar el sufrimiento inyecta pensamientos descorazo65


nadores en la mente; es hora de afrontar la realidad. Has abierto la puerta a las decenas de bocas hambrientas y les has ofrecido el poder de la redención de la carne. La batalla llega a su fin antes de comenzar. De un salto la planta de tus pies desnudos se han posado en la baldosa de la ducha. Las primeras gotas de sangre han caído como las lágrimas de una niña malcriada. Los primeros mordiscos han ocurrido bajo la asepticidad de la baldosa blanca. Cuando la blancura de tus ojos se acostumbra al entorno ya no eres consciente de tu nueva condición; lo único que deseas es volver a sentir la vida corriendo por tu interior como una manada de caballos salvajes mostrando la grandeza de la existencia. Te pones en pie y caminas sin ser consciente de que lo estás haciendo. Las láminas de Linchenstein que cuelgan de las paredes de tu vivienda ya no significan nada para ti, al igual que la música de Hans Zimmer que sigue brotando de los altavoces buscando la inexistente exaltación de los sentidos. La media docena de cuerpos que deambulan contigo por el piso lucen restos de sangre fresca cayendo por sus rostros, formando nuevas condecoraciones en el ejército de la muerte. Te unes a las tropas de la podredumbre cuando salís del piso y camináis en tropel, buscando nuevas vidas en el desorden que habéis ocasionado con vuestra ansia por la ingesta de carne viva. Ya nada importa, excepto el primer lamparón rojo que cuelgue de tu camiseta.

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CAPÍTULO 1 parte V

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Ilustración: Carlos Rodón Me desperté en aquella playa de mar embravecido. Había caído desde no sé donde; tal vez desde arriba. El cielo se me antojaba inalcanzable, y mirarlo dolía; pero algo en mi interior lo anhelaba. Me puse en pie y observé a mí alrededor. Las olas morían en aquella arena pardusca levantando espuma. A mi espalda, unos diez metros, una pared de piedra oscura, como el granito, ascendía hasta perderse en las alturas. Imposible trepar por allá; cuanto más indeciso estaba por ir a un lado o a otro, la suave pero caliente brisa llevó a mis oídos un grito que parecía llamarme. Fui hacia donde se hizo audible, corriendo más que andando. Me encontré con dos hombres; uno de ellos luchaba por sacar su pie de entre algunas rocas que habían caído en la arena. No parecía estar herido. El segundo intentaba ayudarle estirando de la pierna. - Algo de ayuda nos vendría bien, compañero.- sugirió este último. No contesté, pero sí que le auxilié. Intentamos desplazar la piedra de encima de aquel desdichado. La alzamos al límite de nuestras fuerzas y la echamos a un lado. No estaba herido, como bien aventuré anteriormente. Aquel pedrusco evitaba que se moviera. Tras agradecimientos verbales, pregunté dónde nos encontrábamos; sus respuestas, como temía, eran vacuas. Así pues, ninguno de los tres sabíamos del lugar donde estábamos. - Deberíamos recorrer la playa hasta donde lleguemos. Aquí no podemos permanecer, y el acantilado que tenemos ante no73


sotros es inaccesible.- dijo el de la pierna. - Pero, ¿qué dirección seguir?- pregunté. - Vale la pena intentarlo hacia nuestra izquierda.- contestó el otro. Nos pusimos en marcha sin más demora y recorrimos un buen trecho. Llegados a un punto, la costa pareció abrirse en un pequeño golfo; en el otro extremo, donde empezaba esa curvatura, vimos una torre sin ningún tipo de ornamentos, negra como el tizón y que parecía subir hasta perderse en las alturas. Los tres nos quedamos maravillados ante tamaña construcción y el deseo de subir por aquella torre hasta alcanzar los cielos se hizo patente en nuestros corazones. - Esa es nuestra puerta a la salida.- dije, sin saber muy bien el significado de mis palabras y por qué las había dicho. Pero aquello alentó a mis nuevos compañeros y, dicho y hecho, empezamos a recorrer la costa para bordear el golfo. Nuestra ilusión y esperanza se truncó al instante al ver un desprendimiento de rocas que cegaba nuestro camino. Podríamos haber ido por el mar, pero algo me decía que era mucho más peligroso de lo que aparentaban sus insidiosas aguas. Miramos aquellas titánicas moles que nos impedían el paso, intentando idear algún plan para atravesarlas. Por fin, uno de ellos tuvo una idea. - ¡Fijaos! ¡Fijaos bien! ¡En esa pared hay lianas! Intentemos escalar hasta el otro lado.- dijo excitado. - ¿No te parece que es mucha casualidad que esas lianas estén precisamente ahí?- comentó el segundo mientras se acercaba y prendía una de ellas. Dio un tirón hacia abajo; parecía resistente.- Está bien. Podemos hacerlo… Una confusión de sonidos se oyó a unos centenares de metros de donde estábamos. Era una mezcla de gritos, balbuceos, aullidos y de palabras en distintos idiomas. Imposible entender una sola cosa de aquel maremágnum. Atisbamos de donde venía y vimos una horda de personas, si es que eso podría llamarse personas, acudir hacia donde nosotros estábamos. La mayoría estaba desnuda, con la ropa colgando a jirones en sus mancillados cuerpos. Todos ellos tenían el rostro demudado y deformado, cual grotesca máscara, por un dolor indefinible. Eran muchos, pero parecía una masa bullente de carne con miles de cabezas, brazos y piernas. Nada más vernos, esa gente o lo que fuera, corrieron en nuestra busca, gritando como posesos y estirando sus brazos

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famélicos hacia nosotros. El camino estaba decidido; ellos lo habían elegido por nosotros. Agarramos las lianas y comenzamos la escalada. Íbamos a muy buen ritmo y, justo al llegar a la mitad del acantilado negro, aquellos harapientos llegaron donde hacía un momento estábamos nosotros y empezaron también a subir. Lo horrible no era su aspecto, ya de por sí repulsivo, sino que no dejaban de aullar como si fueran lobos. Al ver que más pronto que tarde nos darían alcance, tuve la idea de balancearme hacia donde estaban las rocas del desprendimiento. Teníamos que cruzarlas por arriba y luego bajar como buenamente pudiéramos por el otro costado. Mis compañeros me vieron e imitaron exactamente lo que hacía. A las cuatro o cinco intentonas, alcanzamos la zona rocosa y escalamos por las piedras hacia la cima y después hacia la otra cara de la costa. Cuando llegamos al nivel del mar, destrozados los nervios al ver que nuestros perseguidores no cejaban en su intento por darnos alcance, echamos a correr hacia la torre. Esto les debió de excitar aún mas de lo que ya estaban, pues redoblaron sus esfuerzos; En un instante, las rocas desprendidas fueron literalmente cubiertas por aquellos hombres mientras bajaban de cualquier manera. Pero al llegar a las puertas de la torre, algo asombroso ocurrió: se oyó un mugido estruendoso, que parecía brotar de la misma tierra, como si un gigante se hubiera despertado al oír toda aquella algarabía. Y entonces, un temblor sacudió aquella masa de tierra haciendo que los mares se agitaran en una rabiosa mezcla de agua y espuma. De repente, donde estaba toda aquella horda, se abrió la tierra a semejanza de unas fauces titánicas y la mayor parte de aquellos desdichados fueron tragados sin piedad ni concesión alguna. De alguna forma, la tierra no se quebró siguiendo el proceso natural de los terremotos, sino que parecía flexible como si de una monstruosa boca se tratara. Y de aquellas profundidades insondables incluso para la imaginación más ducha, volvió a surgir ese sonido infernal parecido a un mugido que hizo temblar el acantilado en su extensa magnitud. De aquella abertura brotaron casi al instante unos tentáculos parecidos a lombrices que buscaban a los pocos dispersos que por esa zona quedaban. Se alzaron hasta una altura de varios metros y después cayeron laxos, reptando velozmente en busca de sus presas. En cuestión de pocos segundos, aquellos miserables fueron agarrados, arrastrados y engullidos sin demora por la diabólica abertura. 75


Asistimos paralizados al dantesco espectáculo y, cuando aquellas cosas como lombrices repararon en nosotros, salimos de nuestro estupor y corrimos con la mayor celeridad hacia la torre; su puerta, de una altura de dos hombres, permanecía abierta, como si nos estuviera esperando. Entramos desbocados, con el corazón en un puño, y la cerramos usando todas nuestras fuerzas, pues era pesada. Pusimos un robusto madero entre las jambas y retrocedimos hacia el extremo más alejado de ella. Oímos un siseo, como de algo arrastrándose por fuera, buscando un hueco para acceder a la torre y cogernos sin remisión. El hombre de la pierna topó en la penumbra con una escalera que subía en espiral, anclada a la pared. Sus escalones eran de madera. No perdimos el tiempo en la base de la torre y subimos casi jadeando. Cada vuelta que dábamos a la torre por la escalera nos llevaba a un piso; en el primero de ellos no encontramos nada digno de mención; casi no nos detuvimos para mirar nada que valiera la pena. Nuestra meta era huir de aquella cosa que aún acechaba en el exterior para cogernos. Pero ¡ay!; nuestra desdicha no había hecho más que empezar. Al llegar un par de pisos más arriba, los escalones empezaron gradualmente a endurecerse. Uno de mis compañeros insinuó que la madera se había petrificado en este nivel; por añadidura, cada piso que subíamos era más frío. Llegamos a uno que tenía cinco puertas en sus paredes; era del todo absurdo pensar que llevaban a alguna habitación, pues la torre, vista desde fuera, era completamente cilíndrica. Sin embargo, cruzamos una de esas puertas. Lo que allí había nos dejó completamente asombrados. Se trataba de un espacio de unas dimensiones respetables, completamente lleno de utensilios de lo más variopinto; todos ellos tenían un estado bastante avejentado y las telarañas reinaban por doquier. En un hueco, del tamaño de una pequeña cuadra, había un carro que había conocido tiempos mejores y que ahora se hallaba en un estado de tal decrepitud, que acaso el menor movimiento de sus ruedas acabarían por transformarlo en polvo. Aquella habitación no gustó al hombre de la pierna, que salió asustado, murmurando para sí mismo; algo parecía serle familiar en aquel sitio y lo evitó volviendo al pasillo. El que quedaba y yo inspeccionamos un rato más aquel lugar y fue en aquel momento cuando un chillido quebró el silencio de la torre. Aquel sonido me erizó el vello de la nuca y los brazos al entender que era el hombre de la pierna el que había gritado. Salimos raudos a ver qué era lo que había ocurrido, pero

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no le encontramos por ninguna parte; ni siquiera había un rastro de sangre que evidenciara que algo había sucedido. Acudimos a la escalera para ver si estaba allá, pero no observamos absolutamente nada. Al mirar hacia arriba, por el hueco, vimos una sombra que caía hacia nosotros. Nos apartamos a la pared, horrorizados y, cuando esta llegó a nuestra altura, pudimos evidenciar con ojos de absoluto terror, que era nuestro compañero muerto. Pero no pendía de ninguna soga; se mantenía inerte en el aire, como si algo, una fuerza malévola quizás, lo mantuviera en ese estado. Su cuerpo giraba como el cuerpo de un ahorcado y, cuando su rostro estuvo frente al nuestro, abrió los ojos. Pero en esos ojos no había ni rastro de vida; no, al menos, lo que nosotros conocemos por vida. Su rostro adquirió una sonrisa hiriente que le llegó casi hasta el nacimiento de sus orejas y dejó ver unos dientes astillados y podridos mientras por su boca profería versos en una lengua que no quería ni podía entender. Sus brazos y piernas comenzaron a elevarse y a doblarse de manera que ningún ser humano ha podido realizar jamás, como si no poseyera codos o rodillas; de igual manera los dedos se doblaban y arqueaban en ambos sentidos. Su voz susurrante se alzó gradualmente en una letanía de palabras que parecían tener un malsano significado, como si de su boca salieran sapos y culebras. Y, en el punto álgido de su impío rezo, cuando ni siquiera las manos podían proteger nuestros oídos, cayó cual marioneta por el hueco hasta perderse en la oscuridad reinante de la base de la torre. No nos atrevimos a asomarnos por nada en el mundo; solo podíamos hacer una cosa: seguir ascendiendo. Queríamos llegar al punto más alto y allá, quizás, conseguir nuestra salvación. En pos de nuestra meta, subíamos piso tras piso y notamos un cambio gradual en la ascensión; los muros empezaban a clarear, y las escaleras se hacían así mismo más blancas. Llegó un punto en que las paredes de la torre eran de mosaicos blancos con cenefas rojas y el suelo de las escaleras que pisábamos, así como el piso, era del más puro mármol. Pasamos por un descansillo que tenía una imagen labrada en madera coloreada que representaba a una mujer con algo en su brazo. Su mirada, con el ceño fruncido, era espeluznante; tenía el otro brazo levantado y dos dedos parecían amenazarnos a la par que su mirada, que parecía seguirnos a todas partes. Llegamos a una estancia, pasada la estatua de aquella blasfema representación completamente iluminada. Tan solo las esquinas poseían una tenue penumbra. Y, en una de ellas, había alguien de espaldas, cubierto en lo que parecía un abrigo rojo. A juzgar por la curvatura de su espalda, se tra77


taba de una anciana. Se le adivinaba algo de pelo blanco por encima de su indumentaria y calzaba unas zapatillas simples. El abrigo le llegaba hasta media pierna y estas se hallaban enfundadas en unas medias bastas. Mi acompañante fue el primero que se dirigió a ella con voz amable. La mujer parecía mecerse hacia delante y hacia atrás, de manera casi rítmica. A pesar de aquella blancura, aquella iluminación, no pude evitar pensar que no estábamos ni la mitad de bien que anteriormente. Sin embargo, el único compañero que me quedaba en aquel lugar, parecía no advertirlo. Siguió acercándose más a aquella misteriosa mujer que le daba la espalda. Finalmente la asió del hombro suavemente y le dio la vuelta. Y el espectáculo al que asistimos casi me roba la cordura de un plumazo. Aquella anciana señora tenía el rostro congestionado de tal manera que era tan blanco como las paredes. Las venas aparecían como un grotesco mapa en su piel y los ojos eran dos pelotas blancas a punto de salirse de sus órbitas; la boca estaba sellada, como si se la hubieran cosido y, cuando mi compañero le dio la vuelta, empezó a babear por las comisuras, el único hueco que tenía abierto. Con un sonido como de papel que se rasga, los labios se le separaron y la mandíbula se le abrió de una forma absolutamente anormal para un ser humano. Y de su boca empezó a emerger lo que parecía una crisálida de color blancuzco y completamente recubierto de una película transparente. Mi compañero retrocedió hasta donde yo me hallaba. La mujer seguía balanceándose en aquel sitio; pero nosotros ya habíamos visto demasiado. Nos lanzamos a la escalera hacia abajo. Y, con horror, advertimos que aquella cosa que ya no era una anciana, con el capullo saliendo de su boca, nos perseguía. Su cabeza, alzada para dar salida a aquella monstruosidad, se balanceaba como si fuera un globo y sus manos se abrían y cerraban en busca de una presa. Por fin aquella cosa salió de su cavidad y la mujer cayó al suelo como un peso muerto. Aquello palpitaba con una vida inimaginable y, aunque mi compañero se quedó a mirar, yo no hice otra cosa más que seguir hacia abajo, y más abajo… hasta perderme en las sombras. Desperté de nuevo en una sala enorme, al lado de una pared. Me alcé a medio cuerpo para saber dónde estaba. Más no tenía conocimiento de aquel lugar. Oía ruido de máquinas, más allá de donde estaba yo, al doblar una esquina. Y entonces noté como cambiaban las paredes de forma, para dar paso a unos brazos que ansiaban cogerme y unas cabezas que lanzaban gemidos lastimeros en su avidez por mi captura. Solo lograron asirme de mi indumentaria. Me levanté como pude y les dejé que se llevaran mi chaqueta. Aquellas formas retrocedieron en 78


la pared y desaparecieron de mi vista. Me di la vuelta, pensando en como salir de allá y entonces vi a una niña. No tendría más de diez años, pero me miraba de manera amistosa, calma y natural. Tras ella parecía venir luz de alguna parte. Tendió su mano y me invitó a seguirla. Fui hacia ella y se la estreché con la mía. Doblamos aquella esquina donde oía máquinas. Fue entonces cuando me atreví a hablar. - ¿Qué es esto?- pregunté. - Eres bienvenido. Todos lo son, de una forma u otra.respondió ella. Observé el suelo que pisaba. Se trataban de baldosas rotas; bajo esta superficie, se oía el ronroneo de maquinaria pesada, como si una gran industria estuviera debajo nuestro. La niña iba descalza, mas ninguna esquirla de baldosa parecía dañarla. Cruzamos un pasillo que estaba iluminado tenuemente. El suelo se iba deshaciendo a nuestro paso, como si al menor contacto se desintegrara. Había más gente, pero todos iban hacia una luz más brillante al final del pasillo. - ¿Por qué estoy aquí?- pregunté de nuevo. - Cada uno escoge su propio infierno. Ya ha pasado el tuyo.sentenció la niña. La luz me cegó y yo pasé a través de ella.

MARTYRS Título: Martyrs Título original: Martyrs Dirección: Pascal Laugier País: Francia, Canadá Año: 2008 Fecha de estreno: Duración: 97 min Género: Drama, Terror Reparto: Morjana Alaoui, Mylène Jampanoï, Catherine Bégin, Robert Toupin, Patricia Tulasne, Juliette Gosselin, Xavier Dolan-Tadros, Isabelle Chasse, Emilie Miskdjian, Mike Chute Web: www.martyrs-lefilm.com Distribuidora: No disponible

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Crítica de Juan Vicente Briega González http://microcrticas-by-juanvi85.blogspot.com.es La película de la sección de este mes es una de mis debilidades. La película de Pascal Longier •”Martyrs” me parece una de las mejores del fantaterror europeo de la última década. La película, que cuenta la historia de una persona llevada hasta los límites más extremos del sufrimiento me parece terrorífica e interesante pero que muy interesante. El modo en que Longier cuenta su historia, en principio como un relato sobre la venganza y la amistad de dos mujeres, para llevarnos al crudo y gore relato del sufrimiento me parece elegantísima y muy bien llevada. No es esta “Martyrs” una película para estómagos sensibles, es dura y las interpretaciones están a la altura, las dos protagonistas llevan todo el peso del film, los miedos de la infancia y la valentía casi épica se mezclan con el terror muy bien retratado en las miradas de unas protaggonistas destrozadas y traumatizadas por la vida. Es también esta película una muestra de cine bien hecho y con mayúsculas, solo comparable a la también francesa y formidable “A l´interieur” y además comparte con esta la claustrofobia y los ambientes tétricos que llegan a asfixiar, la casa en la que transcurre la película es casi otro personaje más y los horribles recobecos que esconde la convierten en un protagonista más que esconde un sucio y repugnante pasado. Ha sido un verdadero placer poder alabar las virtudes de “Martyrs” y quedarme tan agusto, de este film no apto para todos los públicos pero que para aquellos paladares exquisitos que la sepan degustar la disfrutarán como se disfruta una buena comida.

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Crtica por Jesús Martí (www.elterrortieneforma.com) Han pasado unos cuantos años desde que tuve la ocasión de ver por primera vez Martyrs, el segundo largometraje de Pascal Laugier, y hasta que los amigos de la revista virtual ‘FanZine’ me propusieron, recientemente, escribir un artículo sobre ella, no había vuelto a acercarme a este film, que junto a L’Interieur, forman un tándem brutal y definitorio del nuevo cine de terror creado en nuestro país vecino. La primera impresión que me he llevado en este nuevo visionado es la certeza de que la película no ha envejecido un ápice, sus constantes vitales siguen intactas y su capacidad para impresionar fuera de los convencionalismos habituales en el género, me demuestra que el film es mucho más que un festival de violencia gratuito pensado para contentar a los habituales de la sangre y el gore, y que por muchos motivos sus casi 100 minutos de metraje son una de las experiencias más dolorosas, sólidas y eficaces del moderno cine de horror. Martyrs es un ejercicio cinematográfico brillante en casi todos los sentidos; su ritmo, su fotografía, la intensidad de la historia (y la manera de contarla y tratarla), la sordidez creíble y cercana que emana de ella y la contundencia de sus imágenes, no dejan indiferente al espectador. ¿Qué se esconde detrás de Martyrs?, en primer lugar se intenta desarrollar un estudio sin concesiones de la violencia que puede engendrar el ser humano con cualquier peregrina idea que se le pase por la cabeza; la sensación de miedo y los escalofríos que provoca pensar que un grupo de 81


gente poderosa pueda crear una organización secreta, que se dedica a secuestrar y torturar personas hasta el límite, solo para descubrir qué hay o qué se siente en el éxtasis justo antes de morir, es absolutamente horripilante y malsana, provocando una reflexión oscura y deprimente sobre la sociedad y las personas que la conforman, para paralelamente definir claramente las múltiples caras del horror y desvelar las sombras donde se esconden los pálidos resortes que lo provocan. En segundo lugar el uso de la violencia extrema más que una excusa es una necesidad para llevar a buen puerto la película. Martyrs se divide en dos partes claramente diferenciadas, las dos igualmente violentas y sangrientas, pero narradas de forma diametralmente opuesta. De esta manera se nos ofrece un inicio rápido que va directamente al grano, buscando meter de lleno al espectador en la historia sin desvíos ni paja por medio; la segunda parte baja el ritmo de forma premeditada, convirtiendo su visionado en una experiencia casi física para el espectador que acompaña a la protagonista en su interminable martirio, un martirio que destruye la mente y el cuerpo orientando toda la trama hasta su deprimente final. Esta exposición secuencial de la trama unida a su irregular ritmo provocó no pocas críticas para su director, yo en este caso defiendo su manera de plasmar la historia, difícilmente se podían explicar los acontecimientos sin cambiar el tono de exposición, pues no se trataba de hacer un film inocuo para todos los públicos, sino más bien de retorcer las entrañas y dar rienda suelta a una perversidad sin límites. La película está soberbiamente interpretada, sus dos protagonistas (Morjana Alaoui y Mylène Jampanoi) están inmensas y no puedo dejar de pensar que el rodaje debió ser un martirio chino para ambas, pues no es fácil alcanzar los registros dramáticos que ellas alcanzan. Por último me gustaría comentar la banda sonora creada por Alex Cortés y Willie Cortés, pues es el ejemplo perfecto de cómo la música puede reforzar a las secuencias sin eclipsar la fuerza de las mismas, punto que muchos compositores no acaban de comprender. En definitiva, Martyrs es una experiencia brutal, donde la sordidez y la desesperación se dan la mano en un pulso macabro / malsano que conforma una película no apta para espectadores con el estómago débil, pero que sin embargo ofrece (más allá de sus explícitas imágenes) una soberbia reflexión sobre el ser humano y su falta de humanidad. Yo me atrevería a decir que es una película de obligado visionado y referencia ineludible para entender el nuevo cine de horror. 82


Ilustración: Carlos Rodón Conducía mi vieja Ford F-100 por la solitaria carretera. El marcador contaba ya muchas millas, pero la destartalada camioneta aún seguía respondiéndome. Con el paso del tiempo su antaño color rojo había perdido todo su lustre y la herrumbre trepaba por los bajos de la chapa, carcomiendo el chasis lentamente, como el virus que se aferra con fuerza al enfermo y no lo suelta hasta que ya es demasiado tarde para él. Me había prestado un buen servicio y le tenía cariño, así que me costaba desprenderme de ella. Todavía me duraría un par de años más y me alegraba por ello. La vía por la que circulaba estaba desierta. Veinticinco millas más adelante un puente situado por encima de la autopista cruzaba un acantilado y al otro lado se encontraba el pequeño pueblo al que me dirigía. Era un tramo bastante largo que discurría por un desolado paraje en el que solo encontrabas arena, vegetación seca y carretera por delante, ideal para alguien a quien le gusta conducir y no tiene prisa. Ese era mi caso. A sólo un par de millas una gran autopista de reciente construcción prometía comodidad y confort al doble de velocidad, aunque yo prefería el sosiego y la calma que me brinda83


ba aquel camino de asfalto, al que la arena y la vegetación iban ganándole terreno, invadiéndolo de manera lenta pero firme. Como ya he dicho no tenía prisa y nadie me esperaba a mi regreso. Yo sólo era un cuarentón al que la vida había tratado mal. Intentaba reponerme y ya de paso, enmendar algunos errores. Mi mujer murió al poco tiempo de casarnos, aquejada por una larga e interminable enfermedad. La soledad y yo no nos entendíamos demasiado bien, así que me hice amigo incondicional de la botella y a raíz de esa amistad, perdí mi empleo. Tenía un buen trabajo, era cómodo y pagaban bien. Para mi desgracia, también era cien por cien incompatible con mi amigo Jack Daniels. Cuando me despidieron no me lo tome demasiado bien, así que un buen día, con la valentía y la bravura que le da a uno una buena dosis de alcohol, me planté en la empresa e intenté matar al gerente. Al menos eso dicen los testigos. Perdonadme, pero yo no me acuerdo de nada. Sólo sé que desperté en la celda de una comisaria, esposado y esperando a que un juez estableciera una condena apropiada para un delincuente como yo. Allí me encontraba yo solo. Por lo visto Jack Daniels se había librado, el muy cabrón. Al parecer no sólo le di un susto al gerente. Realmente estuve a punto de cargármelo, así que me condenaron a siete años de cárcel por intento de homicidio, aunque me rebajaron la pena por buena conducta y solo cumplí cinco. Al menos allí adentro superé mi adicción al alcohol. La vida de un ex convicto no es nada fácil y tras una serie de trabajos de mala muerte en los que pensé de manera seria en quitarme la vida, llegó el empleo que actualmente desempeño. Vendedor de biblias. Si, ya lo sé. Vaya puta mierda de trabajo, pensareis ¿No? Nada más lejos de la realidad para un tipo como yo. Veréis, vivo solo, me encanta viajar y, aunque el fijo no es gran cosa, las comisiones sí que son buenas. Así que ahí estaba yo, conduciendo mi vieja camioneta con la parte trasera llena de cajas repletas del mayor best seller de todos los tiempos, por una carretera desierta que me conducía hacia el sur, esperando sacar una buena tajada en comisiones de venta. Alabado sea el señor. Llevaba un buen trecho recorrido por aquella inhóspita carretera. Una antigua canción de Hall & Oates sonaba por la radio. Un viejo cartel en el que podía leerse “el señor es mi pastor, nada me falta” quedó atrás y justo entonces escuché una fuerte explosión, perdí el control de la Ford y dando tumbos me salí de la carretera. Todo fue muy rápido y no me dio tiempo a reaccionar. Agarré el freno de mano y tirando de él con fuerza conseguí clavar la camioneta en aquel desierto, golpeándome la cabeza contra el volante, debido a 84


la fuerte inercia. Cuando la nube de polvo arenoso se disipó, salí del vehículo y confirmé mis dudas al momento. La jodida rueda había reventado. Me miré en uno de los retrovisores laterales y comprobé que una fea brecha me recorría la frente en horizontal. No parecía demasiado importante pero la sangre empezaba a manar, chorreando por mi cara y dificultándome la visión. Saqué una vieja manta que siempre solía llevar en la parte de atrás de la camioneta y tapé como pude las cajas de la batea ocultándolas a la vista. Cogí un pañuelo de la guantera y haciendo presión en la herida me dispuse a continuar a pie, esperando encontrar cerca alguna estación de servicio. Anduve a pie durante un buen rato. Entre el golpe y el paseo con el sol dándome directamente en la mollera, llegué a pensar que la cabeza me estallaría. Hubo algún momento concreto en el que creí que perdería el conocimiento y caería, cuando divisé a lo lejos un dinner de carretera. Eche a correr, sacando fuerzas de flaqueza, rogando a Dios para que tuviesen un teléfono operativo, mientras seguía presionando la herida con el pañuelo. Conseguí alcanzar la entrada casi sin resuello y apoyando ambas manos sobre la rodilla descansé un poco antes de entrar, mientras el aire me volvía a los pulmones. Sobre la fachada, en la parte de arriba podía leerse “Angel´s”, escrito con una divertida caligrafía. Empujé la puerta de cristal y pasé adentro. Un pequeño chivato, formado por cuatro alargados tubos de metal colgados de la puerta, anunció a todos que el vendedor de biblias había llegado. La cafetería tenía una gran barra en forma de L frente a la puerta. Dentro podía verse una puerta que conducía a un lugar indeterminado, probablemente la cocina. El bar dejaba entrar a través de unas grandes cristaleras toda la luz del sol reinante en aquel yermo. Bajo cada uno de aquellos inmensos ventanales descansaba una mesa para cuatro comensales. El lugar estaba excepcionalmente limpio, de una manera que rallaba lo sobrenatural. Todo brillaba. Incluso por momentos me pareció distinguir un reluciente destello en toda la estancia, una refulgente bruma que estaba en todas partes. Dos pequeñas tiras de neón rosas y celestes ribeteaban todos los bordes de la barra, las mesas y las sillas. En el hueco que dejaba la L una vieja máquina jukebox se erguía luciendo orgullosa sus vivos colores mientras de fondo hacía sonar “All I have to do is dream” de los melosos Everly brothers. El lugar me recordó de manera inmediata al Pitch Pit, el local en el que se reunían los chicos de aquella serie de los noventa, Beverly Hills 90210.

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Una de las mesas estaba ocupada por una pareja de jóvenes que parecían directamente sacados de “Grease”. El chico lucía una chupa de cuero con remaches plateados totalmente fuera de lugar en una época del año como aquella y en un sitio tan caluroso como aquel. Un tupé pulcramente peinado y unas gruesas patillas remataban el look. La chica se cubría la parte superior de su rubia melena con un pañuelo rojo sobre el que descansaban una inmensas gafas de sol ovaladas hacía los lados. Llevaba un vestido rosa, plisado en la parte de abajo y unas zapatillas blancas de cordones a juego con el vestido. Tras la barra una oronda señora que debía rondar la cincuentena, ataviada con un delantal y una cofia a juego con todo el mobiliario de la cafetería sostenía una cafetera de metal. Sentado en uno de los bancos altos de la barra un hombre con un sucio mono de trabajo y una gorra igual de sucia, bebía café en una taza. Todos me miraron, sorprendidos. –Buenas tardes. Por favor, ¿tienen un teléfono público? –Lo siento querido, el teléfono hace mucho tiempo que dejó de funcionar– contestó la camarera–. Pero... ¡Dios mío! ¿Qué te ha pasado en la cara? Pasa vamos, no te quedes en la puerta. Voy a curarte esa herida inmediatamente. Me senté en una banqueta, aturdido, mientras la mujer entraba en la cocina. Tardó solo unos segundos en salir armada con un botiquín de primeros auxilios y se dirigió hacia donde me encontraba sentado. Mientras sacaba algodón, un bote de alcohol y aguja e hilo de la caja para comenzar con la cura les conté en pocas palabras lo que me había sucedido. –Estas carreteras son traicioneras amigo, por eso no pasa ya nadie por aquí –el viejo del mono habló por primera vez–. Solo un puñado de almas descarriadas lo hacen. Gente que se pierde, o que se equivocan en el desvío de la nueva carretera. Atravesar este yermo por placer simplemente es cosa de locos. O de gilipollas, chico… –Bueno, a mi me gusta conducir...–me excusé, mientras una estúpida sonrisa se dibujaba en mi cara, sin saber muy bien como tomarme aquel velado insulto. – ¡Ronnie! ¡Te prohíbo que insultes así a la clientela!–me defendió Angels. Descubrí que ese era su nombre gracias a un pequeño letrero ovalado que aparecía bordado a la altura del pecho, en su delantal. –la próxima vez que lo hagas te tomaras el café en Delaware, por lo menos. Es mi último aviso viejo estúpido. –Bueno Angels, técnicamente no ha sido un insulto–el rocker habló con sorna –, Ron solo ha constatado un hecho. No se ha dirigido al tipo en ningún momento. – ¡Tu cállate, Billy!–la chica del vestido rosa le gritó a la misma vez que Angels, las dos al unísono, lo que provocó las risas de todos los presentes. 86


Con el ambiente más distendido, mientras agarraba de nuevo la jarra de café y me servía una taza, Angels terminó de curarme la herida y fijar un apósito. Indicándome donde estaba el baño me animó a que fuera a refrescarme y limpiarme un poco. El servicio, al igual que todo el bar, rezumaba limpieza por todos sitios y olía a desinfección. También allí noté aquella especie de aura blanca, como una neblina que lo cubría todo, aunque no le presté demasiada atención. Me lavé la cara y después de refrescarme un poco la zona de la nuca y el cuello me planté frente al espejo y retiré el apósito para ver cómo estaba la herida. Allí no había ninguna herida. Por muy buen trabajo que hubiese hecho Angels debería haber una brecha bajo la gasa, pero no había nada. Ni siquiera un rasguño. Nada. Extrañado, volví al restaurante y me senté, silencioso, mientras sorbía aquel café, que tenía un sabor exquisito. Justo cuando iba a preguntarle por la herida de mí frente a Angels, ella habló: – Querido, realmente has tenido mucha suerte. Ron tiene un viejo taller justo detrás y podrá repararte esa rueda que dices que ha reventado. Justo acaba de irse con la grúa a recoger tu coche. Es una antigualla, pero podrá con la camioneta, seguro que sí. –comentó risueña. Sin saber muy bien que decir, susurré un casi inaudible “gracias”, y seguí bebiendo. No recordaba haber visto ningún taller en la parte de atrás cuando divisé aquel sitio a lo lejos, pero me pareció ridículo y descortés hacer referencia a aquel asunto, así que me ahorré el comentario. Angels volvió a entrar en la cocina y salió al momento con una bandeja de tortitas. Las plantó delante de mí y me obligó a comer mientras sacaba un contenedor repleto de vasos y platos limpios del lavavajillas y preparaba otro para introducirlo. Realmente las tortitas sabían a gloria y poco a poco terminé con el plato entero. El chivato de la puerta volvió a sonar y Ron entró por la puerta. Se sentó a mi lado y de forma distraída cogió una tortita y se la llevó a la boca. El plato estaba lleno de tortitas de nuevo. Angels no se había movido del lavaplatos. Ella no había vuelto a llenar el plato y yo me había comido la última tortita. Estaba seguro de ello. –Amigo, ya tienes la Ford en el taller, aunque aún no voy a meterle mano–me informó Ron mientras se guardaba un sucio pañuelo rojo en uno de los bolsillos laterales del mono de trabajo–. Ya es mediodía y me muero de hambre. De todas formas, supongo que tú también comerás un poco antes de seguir con tu viaje, así que no hay prisa. Aquello no me cuadraba en absoluto. Mi coche estaba a no menos de una hora a pie y aquel hombre había tardado solo diez 87


minutos escasos en salir de la cafetería, coger la grúa, ir hasta donde se encontraba mi coche, subirlo a su vehículo y remolcarlo hasta allí. Aquello era materialmente imposible. Como el asunto de las tortitas. La siguiente media hora Angels la pasó entrando y saliendo de la cocina de forma continuada, sacando platos y platos de comida, cada uno de ellos más exquisito que el anterior. Pasamos un rato agradable en el que incluso Ron se mostró afable y poco a poco consiguieron que olvidase los extraños sucesos que habían ido ocurriendo durante la mañana. Cuando comenté que debía proseguir mi camino, Angels se entristeció bastante y Ron, comprendiendo la indirecta se levantó y salió dispuesto a reparar el reventón de la rueda. Pedí la cuenta, pero fue imposible convencer a Angels para que me dejase pagarla. Me sentí un poco incomodo, y le prometí que volvería por allí algún otro día, con la condición de que esa vez si me dejaría pagar lo consumido, a lo que accedió de buen grado. A los cinco minutos escuche el rugir del motor de mi vieja camioneta en la puerta del bar y de nuevo sentí esa sensación extraña e irreal. ¡Cinco minutos! El hombre solo había tardado cinco minutos en cambiar la llanta y volver a montar la rueda. Aquello era cosa de magia. Solo que la magia no existía. O al menos, eso pensaba yo. Antes de marcharme, Angels sacó una vieja cámara de fotos y se empeño en dejar un recuerdo gráfico de mi paso por su establecimiento. La servicial camarera posó la máquina fotográfica sobre la barra, pulsó el modo automático y se colocaron todos a mi lado para salir en la foto. El obturador sonó varias veces. Angels me prometió que la próxima vez que pasara por allí encontraría la foto colgada en un lugar de honor. Salimos al exterior y dándoles las gracias y un fuerte abrazo a todos volví a subir en mi camioneta y continué mi camino. A través del espejo retrovisor observé a lo lejos como mis cuatro nuevos amigos seguían en la puerta, agitando la mano a modo de despedida. Mientras conducía me fijé en que la aguja del combustible volvía a estar en el tope. Aquel viejo loco había llenado el depósito sin decirme nada. Sonreí y volví a darle las gracias, mentalmente. Solo tardé cuarenta y cinco minutos en avistar el puente que cruzaba la autopista. Delante de la estructura un coche de bomberos y varios de la policía del condado se encontraban parados, con las luces de aviso activadas. Una valla de madera situada en medio de la calzada impedía el paso, así que estacione la camioneta y me acerqué a preguntar a uno de los agentes que pululaban por la zona. Cuando el tipo me vio 88


acercarme me saludó con un leve toque a su sombrero. Parecía que la situación le divertía bastante. Se le notaba ansioso por contarle a alguien él suceso. –Amigo, si tenía que pasar por el puente, definitivamente hoy no es su día de suerte.– masculló mientras mascaba chicle y chasqueaba la boca, torciéndola a la izquierda en un desagradable gesto. –¿Puedo preguntar que ha ocurrido, agente? –Hace apenas una hora y media que el puente se ha venido abajo. Ya era muy viejo y uno de los pilares laterales estaba mal construido. La estructura en la que se asentaba parece que no era lo suficientemente solida y se ha caído – el policía parecía mas bien un ingeniero de caminos que un agente de la ley.– este puente lo construyeron los chinos en la época del ferrocarril, amigo. ¡Los chinos! Ya puede imaginarse como de fiable sería. ¡Lo raro es que no se haya derrumbado antes! –Ya...¿Me dejaría usted echar un vistazo? –Bueno– él agente echó un rápido vistazo atrás, asegurándose de que su superior no estuviese demasiado pendiente–, de acuerdo amigo, pase. Pero tendrá que ser rápido ¿eh? Asentí al policía con la cabeza y me acerqué al borde. Varios vehículos habían quedado atrapados bajo los restos del puente y otros tantos habían colisionado a causa de la confusión generada. Allí abajo se había desatado un verdadero infierno. Entonces fui consciente de que si no hubiese reventado mi rueda y no hubiera parado en aquella cafetería me habría ido abajo con la estructura. Noté como me fallaban las piernas y el cuerpo se me aflojaba. Me agaché delante del nuevo abismo que se abría ante mis pies y vomité al vacío. Cuando estuve más tranquilo, volví a mi camioneta y dando las gracias al policía, me dispuse a deshacer el trayecto recorrido. Llegue de nuevo a Angels, aparqué y volví a cruzar la puerta, dispuesto a contarle a mis nuevos amigos lo que había sucedido en el puente. Esta vez no sonó ningún chivato. La cafetería estaba vacía. El lustre y la limpieza que hacía poco más de una hora y media reinaban en el lugar habían desaparecido por completo. Aquel sitio parecía deshabitado hacia décadas. Una gran capa de polvo inundaba la barra, las mesas, las sillas y el suelo. No había huellas de pisadas por ningún sitio. El jukebox permanecía muerto en su rincón, maltratado por el paso del tiempo, con toda su parte frontal hecha añicos. Las tiras de neón que ribeteaban la barra y las mesas se encontraban rotas en su mayoría. Salté tras la barra y entré en la cocina intentado buscar algún signo de vida reciente, en vano. Hacía años que aquel dinner estaba abandonado. Salí al exterior y busqué el taller de Ronnie en la parte de atrás pero tampoco existía ningún taller. Ni siquiera había signos de que hubiese existido en el pasado. Tras el restaurante solo había desierto. Mareado y confuso entré de nuevo y me 89


senté en uno de los bancos de la barra. Aquello era como un extraño sueño. El brillo irreal que lo había cubierto todo. La herida cicatrizada a la perfección. La rapidez con la que aquel hombre había remolcado y reparado mi camioneta. El plato de tortitas. Entonces la vi, allí colgada. Me acerqué a la pared que había tras la puerta y allí estaba la foto, aquella que me había hecho un par de horas antes. Sentado en aquel mismo restaurante, sonriente, me encontraba yo. A mi lado se sentaban cuatro sombras, todas difusas. Entonces volvió a mi mente el derrumbe del puente. Si no hubiese parado en aquella cafetería en la que me encontraba ahora, probablemente la plataforma se habría venido abajo al intentar cruzarla. Aquel pilar defectuoso no hubiese soportado la carga. Les di las gracias a aquellas sombras en silencio. Fuesen lo que fuesen, reales o no, habían salvado mi vida.

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Ilustración: Pedro Berenguel Nieto Imaginad un planeta habitable. Suficientemente cerca de su estrella para deshacerse de la típica costra de hielo eterna, aunque lo suficientemente lejos para no acabar convertido en un wok intergaláctico. ¿Lo tenéis? ¿Qué más falta? Está claro que, para ser un planeta habitable como Dios manda, hay que rellenar la cosa un poquito. Un buen planeta habitable tiene que tener su atmósfera rica en oxígeno; algo de nitrógeno; una pizca de argón. Luego hay que remover durante ½ eón y dejar reposar unos cuantos milenios y, finalmente, sazonar con un poco de tierra firme y sus correspondientes océanos. ¡TACHÁN! ¡Rico, rico y al dente! Ahora imaginad que, en mitad de uno de esos mares, flotando como un picatoste geológico, encontramos una isla. La verdad... confieso que no recuerdo cómo se llamaba el planeta. Pero lo que jamás olvidaré es el nombre de aquel lugar. Oculto en mitad del océano, entre brumas tenebrosas estaba: La Isla Perdida... Claro que, bien mirado, muy perdida no estaría si yo la pude encontrar. Así que ahora vamos a tener que llamarla Isla Encontrada, Isla Descubierta o mejor aún: Isla Ex-perdida. Sí. Eso es. Isla Ex. 95


Ex era una isla bastante pequeña (si hablamos en términos australianos, claro) pero suficientemente grande para albergar lo menos a cuatro tribus muy distintas. Por un lado estaban los gigantes conocidos como Darmoch. Eran los típicos grandullones, fuertes y con mala leche. No eran nativos originales de la isla. Fueron expulsados de los continentes tras su famosa derrota en la batalla legendaria de los Siete Soles. ¿Os suena, verdad?... ¿Cómo? ¿QUÉ NO OS SUENA LA BATALLA LEGENDARIA DE LOS SIETE SOLES? Aquella fue una buena batalla, si señor. Digna de grandes relatos, sin duda… pero ya os la contaré otro día, ¿vale? Como iba diciendo… Cuando los Darmoch llegaron a las costas de Ex, empujados por las caprichosas corrientes marinas, hallaron una tierra devastada por la guerra. Sí, sí. Efectivamente. La isla Perdida (ahora llamada Ex) ya estaba habitada por dos razas que no se podían ver ni en pintura. Son cosas que pasan. En cuanto te descuidas un minuto, una isla remota, que no conoce ni tu tía, se te llena de dinosaurios, monstruos y turistas. Para cuando llegaron los Darmoch, exhaustos y abatidos, en la parte occidental ya vivían los Alantir, hijos de las hadas. Magos poderosos y sabios de cuerpos menudos y orejas sospechosamente puntiagudas. Vivían en bosques fantásticos y castillos de ensueño. Muy inteligentes, pero un poco prepotentes, no sé si me explico, sobre todo teniendo en cuenta que no tienen ni media hostia. Por su parte, en la zona oriental, moraban los Feredon. Los temibles hombres-bestia. Guerreros orgullosos, fieros y temerarios, que vivían según un estricto (y absurdo) código de honor. Erigían sus ciudades cerca de las montañas, aprovechando cuevas y formaciones rocosas naturales. Su carácter irascible quedaba compensado por su afición a la bebida. Acostumbraban a pasarse la mitad del tiempo sacudiéndose las pulgas o bebien do licor de cereales. Todo se complicó cuando, como ya he dicho, llegaron los Darmoch, los gigantes que descendían de los Titanes. Naufragaron cerca de la costa occidental, en las orillas de los acantilados Sin Nombre (es que no tengo ganas de inventarme uno…). En plena zona élfica. Los Alantir eran unos enclenques pero poseían una magia tan poderosa que no les costó mucho capturar a los gigantes. Una vez sometidos los usaron como tropa de asalto para machacar a los hombres-bestia. Entonces los hombres-bestia prometieron liberar a los Darmoch si éstos traicionaban a los hijos de las hadas. La idea era buena. Sin embargo los gigantes Darmoch, mostrando gran astucia e ingenio, traicionaron a todo el mundo y se hicieron con el poder. En secreto, habían aprendido algo de la poderosa magia Alantir. Se unieron a los Feredon para librarse del 96


cautiverio y luego usaron la magia para librase también de los Feredon. ¿A qué mola? A continuación obligaron a las otras dos razas (los debiluchos Alantir y los salvajes Feredon) a servirles como vasallos. De todos modos los enormes exiliados tenían otros objetivos. Soñaban con su vida anterior en los continentes. Querían abandonar la isla para reclamar sus tierras. Y cuando ya lo tenían todo listo para marcharse… Aparecieron los Dyrian y se jodió la marrana. Literalmente. Nadie supo jamás de donde vinieron. Ni tan siquiera ellos mismos supieron dar una razón o, en todo caso, no quisieron darla. Simplemente un día no estaban y ¡bluf! Al día siguiente allí los tenías. Así es la magia. A la magia le importan un pimiento las leyes de Newton, la física cuántica o la aceleración de masas. La magia sucede. Y punto. Y si no vas a J. K. Rowling y que te lo cuente. Bueno. A lo que íbamos. Los Dyrian se extendieron como el fuego en un granero: rápidamente y en todas direcciones. Nunca quedó clara su naturaleza exacta, aunque juzgando por su aspecto parecido a demonios, nada bueno podía esperarse. Había muchas clases de Dyrian: pequeños, enormes, alados, cornudos, listos, torpes, banqueros, con forma de gusano, de arbusto, de seta, de adoquín...etc. La mayoría eran inquietantes, cuando no terroríficos. Incluso los había hermosos. En realidad solo tenían una cosa en común: no eran de fiar. Si no hubieran aparecido para tocar las narices, las tres tribus jamás se hubieran unido para formar la Alianza de los Tres Reyes. Es una suerte que los Dyrian fueran caníbales, hostiles y caóticos. De otro modo habrían arrasado la isla hace siglos, pero pasaban la mayor parte del tiempo devorándose entre ellos mismos o jugando al parchís (lo de “me como uno y cuento veinte” se lo tomaban muy en serio). Por eso Elnath estaba tan preocupado. El día había comenzado muy bien, eso nadie lo iba a discutir. Un día soleado en una de las muchas aldeas que estaban bajo la protección de los gigantes exiliados. Como joven aprendiz de hechicero, Elnath no tenía que madrugar. Los Alantir habían dejado hace tiempo de intentar sublevarse contra los descomunales Darmoch. Estudiaban la magia, sí, pero de forma teórica. Lanzar cualquier tipo de conjuro sin el consentimiento expreso de un Vigilante podía conllevar serios problemas. Por eso los magos no madrugaban, ¿para qué? total, tampoco se esperaba que hicieran nada con la magia, salvo enseñársela a los hijos menores de sus amos. Estaba desayunando tan tranquilo su vasito de leche con 97


galletas, cuando reparó en una nota sobre la mesa. La nota era muy clara: “Dale de comer a Levi. Volveré al atardecer. Que tengas un buen día. Li enu (te quiero). Paina.” En todos los planetas hay gente buena para todo. Elnath era del tipo “bueno para nada”. Leyó la nota varias veces mientras desayunaba, moviendo sus orejas picudas con desagrado. No necesitaba ver la firma de Paina para saber que la carta era de su hermana mayor. Era una loca de la naturaleza. Le encantaba traerse a casa toda clase de bichos, sin importarle lo grandes o venenosos que pudieran ser. Hoy la misión de Elnath era dar de comer a Levi. De momento el día iba bien ¿no os parece? Soso, pero bien. Lo soso tiene su gusto, no os creáis que no. Aunque al joven aprendiz le faltaba salero. Con parsimonia tectónica fue hasta la jaula de Levi. Por cierto Levi era un ghámster. O sea, un cruce entre gallo y hámster. Padecía anemia crónica y estaba raquítico. Cuando Levi sintió venir al muchacho, hizo todo lo posible por parecer activo. - ¡Leviatán! – Llamó el chaval sin derrochar entusiasmo, ni mucho menos - ¡Tú comida! Las pipas de girasol con ginseng, jalea real y germen de trigo no parecían ejercer ningún efecto sobre el metabolismo de Leviatán. Estaba tan flaco que pronto iba a convertirse en el primer ghámster invisible de la historia. - Leviatán – dijo Elnath, paternal – No hace falta que te canses. Primero come y luego juega ¿sí? Los roedores, normalmente, no suelen hablar. A lo mejor es que no tienen nada que decir. La respuesta de Levi consistió en hacer ejercicio dentro de su noria particular. Pero la noria tenía sus propios planes, tal vez, pues no se movió ni un átomo. Elnath, compadeciendo al pollo roedor, pulsó un botón que había junto a la jaula. La noria empezó a girar. Levi entró y se puso a corretear como un poseso. La idea de crear una noria gimnástica para roedores escuálidos fue de Paina. La hermana de Elnath era una chica con inventiva. Creaba cosas sin parar. A veces incluso cosas útiles, como aquel mecanismo motorizado de la noria. Otras se le iba un poco la cabeza. Montaba puertas anti-chirridos sin goznes; fabricaba cepillos anti-desgaste sin cerdas; caramelos anti-caries infinitos (de mármol) con sabor a fresa y cosas por el estilo… pero ya os la contaré otro día ¿vale? El caso es que, cuando ya llevaba un ratillo dale que te pego a la noria, Leviatán dio un respingo, puso los ojos en blanco, y cayó aparatosamente sobre las pipas de girasol. Elnath no le dio importancia al principio. Hay que tener en cuenta que sus conocimientos sobre vida animal eran impresionantes. De hecho a todo el mundo le impresionaba que alguien pudiera ser tan ignorante como él. Tras media hora de impertérrita observación decidió que aquello no era normal. 98


- Leviatán... ¿estás bien? El silencio revestido por la ausencia absoluta de movimiento en el ghámster resultó ser tan elocuente como un ladrillazo. Elnath comenzó a sentir en la boca del estómago una desagradable sensación angustiosa. Levi era la mascota de su hermana mayor. Si le pasaba algo a Levi ella no se lo iba a perdonar jamás. Pensando en ello, casi prefería que un Vigilante lo transmutara en sapo durante un par de horas, antes que enfrentarse al llanto y la furia de Paina. Así pues, tras dudar un buen rato, tomó al roedor por la cola, sacándolo fuera de la jaula con toda la delicadeza que pudo. Todavía lo sostuvo en su mano largo rato sin saber que hacer. Al final optó por llevar al pequeño enfermo al veterinario. ¿Os acordáis de los Dyrian? ¿Los demonios que aparecieron de repente para tocar las narices? Pues el veterinario del pueblo era un Dyrian. Se hacía llamar Osul’ Ivan y, contra todo pronóstico, era vegetariano, abstemio, sonámbulo y estaba bastante cuerdo. Tenía buena mano para sanar criaturas, y los gigantes le habían otorgado asilo en sus tierras, quizás para tenerlo controlado. ¿Quién sabe? Afortunadamente la casa del doctor estaba a solo dos manzanas de allí. Elnath salió a la calle en dirección a la consulta. Apenas se hubo comido las dos manzanas llegó a su destino y llamó haciendo sonar la campanilla que había fuera, a modo de timbre. - ¿Sí? – habló, imponente, Osul’ Ivan al abrir la puerta. - Hola doctor. Verá. Mmm… es urgente, Leviatán no se encuentra bien y... - ¿Leviatán? – inquirió con sequedad el doctor -. ¿A quién se está usted refiriendo? Elnath alzó al ghámster y lo sostuvo por la cola ante los impasibles ojos del doctor. - ¿Este es Leviatán? – señaló Osul’ Ivan con la mirada. Era una mirada tan aguda que seguro que le sacaba punta por las noches. El joven asintió. Se fijó en el anciano demonio. Era feo de narices, eso seguro. Tenía la piel rojiza, los ojos hundidos en sus cuencas y dos cuernecillos torcidos en la frente. Al escrutar la pequeña mascota, esbozó una sonrisa. Bueno en realidad no se podía decir que fuera una sonrisa en toda regla. El doctor era tan simpático como un cáctus, (puede que más) y sonreía como si hubiera aprendido a curvar los labios por correspondencia. Pronto el aprendiz de hechicero comenzó a sentirse incómodo allí, de pie, en aquel lugar, sosteniendo a Levi por la cola frente a aquel ser infernal. - ¿No va a oscultarlo para ver que le ocurre? – Inquirió Elnath, bastante esperanzado. Osul’ Ivan tomó el ghámster para examinarlo de cerca. El doctor tenía unas manos grandes y arrugadas. Más bien pare99


cían garras. Posado en la palma de su mano el cuerpecillo del roedor parecía un polvorón de coco caducado. Osul’ Ivan giró sobre sus talones y, con la mano extendida, se adentró en la vivienda. No esperó a ver si el joven le seguía. Elnath decidió acompañar al extraño veterinario. Al poco llegaron a una habitación aséptica y aburrida que apestaba a limpio. Osul’ Ivan tendió a Levi en una camilla y estuvo por lo menos cuatro minutos auscultándolo con atención. - Está muerto – sentenció. - ¿Y eso es muy grave? – sollozó Elnath, cuya confusión iba en aumento. - No mucho – aseguró el demonio -. Se me ocurren cosas peores. El doctor rió como si hubiera contado un chiste solo apto para médicos. El viejo tenía una risa que, sin duda, serviría perfectamente para muchas cosas menos para reírse. Era una risa que evocaba mordazas, agujas y objetos afilados. - ¿Puede hacer algo por él? – suplicó el joven. No estaba del todo en sus cabales. Sabía que necesitaba un milagro para salvar a Levi. - Puedo intentar resucitarlo – explicó el doctor, deteniendo súbitamente su risa -. Pero me llevará tiempo. - Bueno... no tengo mucha prisa. - Además, no puedo asegurarte que sea el mismo de antes cuando le devuelva su espíritu. - No creo que nadie lo note – aseguró Elnath. En cambio su voz traicionaba sus pensamientos. “Seguro que Paina lo nota” pensó. “A ella se le da bien notarlo todo. Debe ser por aquello del sexo sentido ese que tienen las elfas, o algo” - Bien. Usted será mi ayudante. - ¿Quién…? ¿YO? - Sin duda. Su hermana es clienta habitual. Mencionó que usted posee ciertas nociones mágicas… - Así que sabe quién soy… vale. Pero ya sabe que está prohibidísimo hacer magia en el poblado, ¿verdad? ¿Por qué no le ayuda otro? ¿Es qué no tiene a nadie? - Tenía un ayudante – afirmó el veterinario nigromante -. Pero falleció. Enfermó, y tuvieron que operarle urgentemente. Allí mismo murió, en la mesa de operaciones. Un trágico accidente, si usted me permite que lo diga –aseguró mientras agarraba a Levi y se marchaba hacia otra estancia -. Fue una intervención muuuuuy delicada. - ¿Una intervención? ¿Qué pasó? – Elnath lo preguntó mientras acompañaba al doctor. El viejo andaba con grandes zancadas en dirección a la sala más recóndita de su consulta. Se arrepintió en cuánto abrió la boca. Pero ya era tarde. A sus orejas picudas les llegó la respuesta. - Pues le cortaron los [CENSURADO] y se los metieron a otro por el [CENSURADO], sin darse cuenta. 100


- ¡La leche! – Elnath no podía mantener la boca cerrada. Le comían los nervios. Se encontró a sí mismo interrogando nuevamente al doctor -. ¿Y cómo pueden cortarle los [CENSURADO] a alguien y metérselos por el [CENSURADO] a otro… accidentalmente? - Buena observación – apuntó el viejo -. Simplemente se equivocaron de persona. Ya sabe. Estaba oscuro y todos los elfos se parecen… orejas picudas, guapitos, mirada soñadora… - ¿Un quirófano lleno de gente… y a oscuras? - Ejem… sí, sí, sí. Es por seguridad. La luz puede transmitir…mmm ¡enfermedades! Eso. Muy mala la luz. Luz = caca. - ¡Pero eso es terrible! ¿Y no pudo usted resucitarlo más tarde empleando sus dotes nigrománticas? - Sería inútil. - ¿Por…? - ¿Usted querría resucitar si le hubieran cortado los [CENSURADO] y se los hubieran metido a otro por el [CENSURADO]? - Hombre… visto así… - Pero no se preocupe – añadió, percibiendo la desconfianza en la voz del joven -. Hice las prácticas necesarias. He leído el grimorio sagrado de Mirialaif lo menos veinte veces. Antes de que el joven pudiera replicar, se detuvieron frente una puerta de madera rojiza, un tanto maltrecha. - Es aquí – dijo Osul’ Ivan -. Entraron en una habitación de aspecto luctuoso. Al pasar, Elnath pudo leer un letrero junto a la entrada que decía: “Sala de Reanimación Post-mortem. No rezar. Gracias”. - Es aquí – repitió el demonio, preso de sus propias ensoñaciones -. Aquí mismo resucité a mi primer mamífero. ¡Ah! ¡Cuántos recuerdos! Es peligroso resucitar a alguien… sí… ¿ha oído hablar de la plaga inmortal de Bel-Bel? - ¿Me lo pregunta a mi? - ¡Pues claro! – exclamó Osul’ Ivan mientras depositaba el cuerpo del roedor sobre una extraña mesa redonda de piedra, con marcas misteriosas por toda la superficie. - ¿Se refiere a las moscas esas que no hay manera de matar? –aventuró. - Las mismas. - ¿Y qué tiene eso que ver con todo esto? - Bueno… - comenzó Osul’ Ivan mientras se vestía con una túnica ceremonial de vivos colores y disponía inciensos varios y velas, entorno a la mesa -. Es por eso que tuve que abandonar las tierras Dyrian. A veces, cuando resucitas algo, si no vas con cuidado, puede ser que lo resucites demasiado… que resulte un poquillo más difícil devolverlo a la tumba… - ¿Más vivos que los vivos? - ¡Exacto! Nosotros, los del gremio, los llamamos “Supervivientes”. 101


- Si está intentando asustarme, olvídelo. Ya vengo asustado de fábrica. - Perfecto. Tenga – dijo, sin hacerle mucho caso, mientras le tendía una túnica casi idéntica a la suya -. Póngase esto y haga todo lo que yo le diga. Elnath fue encendiendo las velas una a una, en sentido de las agujas del reloj, siguiendo las instrucciones del viejo. Osul’ Ivan se encargó de cerrar puertas y ventanas. El veterinario canturreaba algo siniestro, una especie de salmo tenebroso. Mediante gestos le indicó al aprendiz que repitiera la salmodia y que extendiera el brazo sobre el cuerpo del roedor. Así lo hizo. Extendió el brazo. Cantó poniendo voz grave. Antes que tuviera tiempo de reaccionar, Osul’ Ivan empuñó un cuchillo ceremonial, aferró el brazo que tenía extendido el aprendiz y le practicó un corte en la muñeca. Elnath chilló, pero el nigromante soltó la daga y le tapó la boca, sin dejar de cantar. La sangre goteó encima de Levi, chisporroteando. Elnath tuvo que hacer acopio de todo su valor para no ponerse histérico. Cuando el nigromante estuvo seguro que el chaval no iba a estropearlo todo, aflojó la presa. El joven volvió a canturrear, a regañadientes. Escondió el brazo herido entre los pliegues de la túnica sin quitarle ojo al veterinario. Ahora no era el momento de dudar. La vida del ghámster estaba en juego. El rito prosiguió. Lo siguiente consistía en caminar dando vueltas en sentido opuesto a las agujas del reloj, apagando las velas una a una tras realizar una vuelta completa alrededor de la mesa. Eran trece cirios, con lo cual se necesitaban trece vueltas. Cada vez que apagaba una vela, su llama volaba hasta adentrarse en el pecho del ghámster. Lejos de quedar a oscuras, la sala fue iluminándose. La claridad provenía del paciente. Iba acompañada de murmullos onerosos. Cuando apenas faltaban cinco llamas por sofocar, Elnath escuchó claramente como los salmos, que antes canturrearan Osul’ Ivan y él, llenaban ahora la estancia con su propia voz espectral, surgida de lo más profundo del abismo. - Algo no va bien – aventuró el joven elfo. Elnath advirtió que, pese a haber dejado de corear, los cánticos continuaban solos. Miró a Levi, que refulgía y aumentaba de tamaño a cada instante, sin saber que hacer a continuación -. Esto me da mala espina, doctor… ¿Doctor…? ¿A que no sabéis qué? Imaginaos… “Doc” no estaba allí. Un ruido sordo alertó al chaval. Giró a tiempo de ver como Osul’ saltaba a través de una ventana, con una sonrisa maliciosa en los labios y un destello travieso en la mirada. Elnath intentó llegar a la ventana. Pero se apagaron dos velas más. La habitación retumbó. Estalló un torbellino mágico que 102


le aspiró con fuerza, haciéndole tropezar y caer de bruces. El golpe le dejó aturdido. No sabía qué pasaba. Quedaba una llama encendida. El torbellino atrapó todo cuanto había en la estancia salvo las velas y el incienso. El grimorio de Mirialaif voló del atril, arrastrado por el vórtice invisible, hasta sus pies. Levi continuaba creciendo. Ya ocupaba todo el centro de la mesa, y desprendía cantidades ingentes de luz. En estos casos el destino (que tiene costumbres dramáticas muy arraigadas) siempre deja el libro abierto justo por la página adecuada. Y así fue. Elnath pudo leer el nombre del conjuro, justo antes de consumirse el último resplandor. - Bestia Abisal del Noveno Infierno – leyó a duras penas, aterrorizado y con los ojos llenos de lágrimas-. Conjuro de Destrucción Masiva de Nivel Diez. No se Admiten Devoluciones. Y se extinguió la última lengua de fuego. Todo quedó engullido por el silencio y la oscuridad, rota tan solo por la tenue luz que penetraba a través de la ventana abierta. El fulgor, que antes emanara del ghámster, se desvaneció. Los salmos enmudecieron, acallando el remolino de viento. Se formó un silencio profundo. Espeso. Un silencio acojonante, de esos que puedes probar con cucharilla. Era un silencio que lo decía todo. Un silencio de dos metros y 180kg. Un silencio que respiraba. - Le...Levi... – tartamudeó el joven -. ¿Eres… eres tú? Fue lo último que pudo decir antes que unas fauces tremendas se cerraran en torno a su cabeza. El pico de Levi era ahora una boca gigante plagada de colmillos. Su cuerpo continuaba creciendo en la semioscuridad. Temblaron las paredes. El techo. Todo. La consulta del nigromante no podía contener aquel monstruo que mutaba y crecía sin cesar. Toda la estructura cedió. El ghámster escupió los restos de su antiguo dueño. Sacudió su cabeza deforme, ahora irreconocible, repleta de ojos, pinchos y cuernos. No recordaba casi nada. Sólo que odiaba las pipas de girasol con ginseng, jalea real y germen de trigo, y que le apetecía mucho correr. Tomó impulso y se abalanzó sobre el poblado como una avalancha de carne peluda. Aquel día comenzó una época de terror que asoló toda la zona occidental de Ex. Los Tres Reyes tuvieron que unir fuerzas más que nunca contra esta amenaza. Hubo traiciones, rebeliones ¡de todo! Fue la época del Leviatán, el monstruo venido del averno para devorar el mundo… ... pero ya os la contaré otro día ¿vale?

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Ilustración: Carlos Rodón (1982) Conan. El Bárbaro - John Milius. · (1984) Conan. El Destructor - Richard Fleischer. · (1984) Terminator - James Cameron. · (1985) Red Sonja - Richard Fleischer. · (1985) Commando - Mark L. Lester. · (1986) Ejecutor John Irvin. · (1987) Depredador - John McTiernan. · (1987) Perseguido - Paul Michael Glaser. · (1988) Danko: Calor Rojo - Walter Hill. · (1990) Desafío Total - Paul Verhoeven. · (1991) Terminator 2: El Juicio Final - James Cameron. · (1993) El Último Gran Héroe - John McTiernan. · (1994) Mentiras Arriesgadas - James Cameron. · (1996) Eraser Chuck Russell. · (1997) Batman y Robin - Joel Schumacher. · (1999) El Fin de los Días - Peter Hyams. · (2000) - El 6º Día - Roger Spottiswoode. · (2002) Daño Colateral - Andrew Davis. · (2003) Terminator 3: La Rebelión de las Máquinas - Jonathan Mostow. · (2012) Los Mercenarios 2 - Simon West. · (2013) El Último Desafío - Kim Jee-Woon.

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Ilustraci贸n: Laura L贸pez (Aurin)

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“Y oyose un tronido, sin pares señores, y del cielo abriose enorme un bujero, dejando una esfera de viva cuantía, colores más fuertes que la luz del día, se abrieron camino en la lejanía. Un cetro cayó pegado a un granero, derribando pinos, levantando fuego. Corrí a mi montura en pos del suceso, pero allí no vi nada, solamente a un viejo. De piel chamuscada y pétreo semblante. Preguntole pues cuán fue lo ocurrido, y el viejo contome con trémulo hablar, que del cielo vino bramando la voz, enojada dijo, del mismo Creador. Cinco arcángeles bellos surgieron del fuego, altos y estirados con porte sereno. El más gentil de ellos acercose al viejo, preguntole entonces por un reo infiel, apresado dijo, en la torre alta de nuestro retén. Un fraile, dijeron, que buscaban prestos. Culpable lo hallaron de actos impíos, al prendeyo envuelto en horribles actos con jóvenes puros, carentes de vello. El viejo no supo darles más razón, y partieron raudos elevando el vuelo, perdiendo sus formas en el azul cielo”. “Yo no hallé, excelencias, prueba del suceso, sólo vi caer al etéreo cetro. La distancia grande y el sol impetuoso, seguro que hicieron vacilar mis ojos. Allí junto al viejo no hallé ningún fuego, tan siquiera vi negrecido el suelo, ni chamusque alguno por ningún matojo. Pido de vuecencias heraldos de Dios, clemencia y bondad para el pobre anciano, que perdido el seso y en miserable estado, divaga sin temple de facer más daño, que a sí mismo, claro, perdió la sesera, por eso habla loco, de cualquier manera”. (Comparecencia de Maese Castañares, pintor de la corte y hombre de seso probado, ante los representantes de la Santa Iglesia, presididos por Monseñor Azcona. En la tarde del nueve de marzo, del año del Señor de mil ciento doce. En la ciudad de Daroca) ………. Cinco sutiles formas traspasaban las brumas de la noche en completa elipsis. Tres figuras masculinas de anchos hombros y fuertes brazos. Dos femeninas, de espigadas piernas y suaves contornos. Los uniformes trajes de blanco material, opaco como cuero mal bruñido, y ceñidos al talle en una suerte de segunda piel, reflejaban al desfallecido resplandor de una perezosa luna, que proyectaba cuan exiguo faro, un haz luminiscente incapaz de arañar las oscuras sombras de la ciudad, por las que se enclaustraba la cruda y gélida noche invernal. Aún testaruda, incapaz de hundir su glacial brazo en los pulmones de la inverosímil compañía, puesto que ni una sola voluta de vaho escapaba de sus respiraciones, mientras recorrían por el húmedo zigzag de los laberínticos y angostos pasajes; donde orines, inmundicias, pátinas aguas y negras ratas suponían su miserable comparsa. 106


Desembocaron al rato en un amplio ruedo, delimitado por casas de dos plantas de rojo adobe, con tejados de madera y caña, donde bejucos ornamentales trepaban por sus desnudas fachadas. En el lado norte de la explanada destacaba la siniestra edificación de cuatro plantas que supondría el fin de su viaje. Coronada por almenas fortificadas, y una vetusta torre central, origen de la fortificación y perdida en la memoria. El portón de acceso era celado por dos soldados de la Corona que ocultaban el sueño bajo bermejos yelmos de tosco ornamento, y el frío, junto a un pétreo tiesto, donde bailaban lenguas de fuego avivadas con asiduidad por el viento de la montaña. Guarnecidos con telas de llamativos verdes y dorados, afiladas alabardas y gruesos escudos, danzaban los pies al ritmo del hipnótico crepitar de las brasas con el frío calado hasta la médula. Caeén, el más suntuoso de los cinco, se adelantó hasta el centro del lugar para alzar el puño en vehemente gesto, marcando así la orden al grupo. Estos abrieron formación colocándose dos a cada uno de sus flancos. Sin perder de vista a la torre se dirigió a ellos en tono sosegado. - Ahí está. Otra memorable noche nos aguarda, hermanos. Girando la cabeza hacia la mujer que se hallaba a su izquierda le regaló un guiño con la mirada, la esbelta figura femenina resplandecía bajo el tenue fulgor de la luna. Orientó el pensamiento al de ella y mentalmente le habló mientras fijaba la mirada en los guardias de la puerta. - “Son tuyos, querida” – ofreció pletórico y poderoso. - “De acuerdo” – asintió ella desdibujando su hermoso rostro con una diabólica sonrisa, mientras inclinaba levemente la cabeza -. “Agradecimiento”. Apretando los índices sobre las almohadillas de los pulgares de sus guantes, dos estilizadas hojas curvas aparecieron en sus muñecas, y sus acerados filos brillaron al cruzar los brazos contra el pecho. Las diminutas esferas que portaba en la parte posterior de su cinturón centellearon con deslumbrante luminosidad azul, haciéndola levitar sobre sus pies, elevándose sobre las cabezas de sus acólitos. Sonrió desde el aire saludando con la cabeza para apretar los dientes en fiero gesto y salir disparada hacia sus presas. A metro y medio del portón, un círculo blanco de cegadora luz se materializó en la nada, y Aurieé atravesó por él deteniéndose ante los soldados. Los dos hombres retrocedieron hasta topar con la pared, esgrimiendo sus alabardas contra aquel demonio 107


aparecido del averno. - Bendito sea el Señor – alcanzó a balbucear uno de ellos. El otro, temblando de pies a cabeza balbuceó algo ininteligible. - ¿Estáis listos para reuniros con vuestro hacedor? – inquirió la aparecida en un perfecto castellano. - ¡Pardiez, no! – gritó el más joven soltando la lanza para empuñar su espada. - ¡Atrás bestia de Satanás! La espontánea carcajada de la flotante hembra descolocó por completo al hombre, que lanzó dos golpes de espada contra la antinatural criatura. Ésta esquivó el ataque con gráciles movimientos, arrebató el arma al soldado y la lanzó contra el portón clavándola hasta la empuñadura. - ¡Rodrigo, da la alarma! - No tan rápido, queridos -. Burló la mujer con profunda voz. Se abalanzó sobre ellos con la velocidad del rayo y en dos precisos movimientos cercenó sus gargantas, provocando grotescos y guturales gorgoteos que se perdían en la profundidad de los cortes. Antes de que cayeran al suelo hundió las hojas en sus vientres y con medidos movimientos circulares extrajo las calientes entrañas. Los cuerpos se desplomaron como títeres sin cordel. - ¡Adoro cortarle el hilo de la vida a esta escoria! –. Gritó en medio de la noche, su fría voz rebotó por cada rincón del silencioso pueblo provocando un alud de sonidos de contraventanas cerrándose con premura. Alzando los palpitantes corazones de sus víctimas, dejó que el espeso y oloroso líquido que retenían cayera sobre su cabeza sin pelo, deslizándose en numerosos regueros por toda su cara. Liviana como pluma al viento ascendió poseída por un espeluznante éxtasis, hasta lo más alto de la torre, donde la luna jugaba al escondite entre las nubes. Allí se detuvo, y sonriendo satisfecha a sus acompañantes soltó los exprimidos órganos que se aplastaron contra el rociado suelo. - ¡Vamos hermanos, subid con Aurieé! – Relamió con glotonería los filos de sus armas - ¡Esta noche será el abono para las más negras pesadillas de los hombres! 108


Caeén observó los encendidos rostros de su compañía, exhortados de excitación, con los pechos subiendo y bajando en atropellado compás. Taogeé fue el único en cruzar su mirada. - “Hermano” – dijo desde su mente – “No demores más la orden, estoy ansioso por comenzar” Sus negros ojos se tornaron crueles, fríos como el hielo. - “Ardo en deseos de beber humanos” – dijo la mujer de su izquierda en un suave susurro. - “Sea entonces, no demoremos más lo inevitable” Caeén alzó el vuelo hacia la torre y se detuvo a mitad de camino girándose sobre sí mismo, el equipo permanecía esperando, los músculos tensos, el ansia aguzada. “El hambre”, que él mismo sentía, punzando su estómago, desgarrándole las entrañas. Sólo existía un modo de calmar aquella avidez y no iba a esperar ni un instante más. - ¡¡Hermanos, sin piedad!! – aulló en un grotesco rugido. Las esferas de antimateria resplandecieron con violento fulgor azul, iluminando la plaza tras ellos, e iniciando “La postrimería de la vida”, que es como a Careél, el quinto componente del equipo de incursión, le gustaba llamar a aquel ritual tantas veces repetido. Volaron hasta lo más alto de la atalaya. Desde allí Taogeé admiró el trazado de la pequeña ciudad medieval, desdibujándose entre las brumas de la noche. Percibió el miedo en los corazones de cada uno de los que se ocultaban tras la seguridad de sus muros y las cancelas de sus puertas. Aspiró hondo el aire de la noche y sonrió malévolamente. Volverían, sin duda. Y lo harían en mayor número si los informes recibidos sobre el fraile resultaban ciertos. Caeén se acercó hasta la curvada piedra gris para acariciar la pared con la mano desnuda. Quedó un instante en silencio, absorto y concentrado. “Oyendo”. - Aquí están -. Dijo al instante. - Siento el calor de la vida tras este muro –. Dicho esto, cerró los ojos y deseó atravesarlo, tanto, que su mano se introdujo dentro de la piedra, tras esta el brazo completo y después todo su cuerpo. El resto del equipo hizo lo propio, siguiendo a su 109


comandante. Al traspasar el metro y medio de sólida piedra hallaron una enorme sala circular sin muros ni separaciones, exceptuando la gruesa reja que fragmentaba la sala por su mitad, separando a los presos de la zona de guardia. El sitio era una auténtica pocilga, olía a excrementos humanos, a sudor y a miedo. Caeén, con gesto de repugnancia, observó al numeroso grupo confinado en aquel estercolero. Mujeres y hombres dormían tirados cada uno donde le había apetecido, o más bien, donde les había vencido el sueño. Yacían unos sobre otros en una anárquica amalgama de cuerpos harapientos y malolientes. Buscó con la mirada al fraile objeto de su incursión, para hallarlo semienterrado entre paja, piernas y torsos de sus compañeros de cautiverio. Era un orondo humano de aspecto desagradable, vestido con un harapiento hábito marrón, perlado por resecas manchas de vómitos y heces. Todos aquellos condenados por herejía y tratos con Satán, iban a ser ejecutados en público escarnio a la mañana siguiente, empero, dormían como niños atiborrados de pan con vino. “Miserables bastardos”, se dijo. - ¡Aislarlo! – ordenó, apartándose del enrejado. Una de las mujeres del equipo se acercó a la oxidada reja, atravesándola como si de una aparición fantasmal se tratara. “Nadie advierte nuestra presencia”, pensó la fémina complacida. La mujer de sinuosas curvas atravesó con cuidado entre la mixtura de cuerpos hasta alcanzar el objetivo, posó el dedo pulgar sobre la frente del humano seleccionado, y una tenue huella azulada quedó marcada sobre la sudorosa piel. Roseé regresó junto al grupo para indicarle mentalmente a su comandante. “Sesenta y tres cuerpos, más ese de ahí”. Ambos giraron hacia el obeso guardia que dormía pesadamente la borrachera reclinado sobre una silla; en la mesa, frente a él, dos jarras de vino vacías, y un sucio plato de metal con los restos de una cena a medio engullir. El humano apestaba a alcohol a cada ronquido, Caeén, repugnado, deseó ocuparse de aquel miserable en persona, pero mirando a los ojos de su joven compañera, advirtió el ansia que se apoderaba de su 110


ánimo. Y dado que se trataba de su primera misión, alargó el brazo con elegante gesto, ofrendándole a la presa. “Tu turno, querida”. “Agradecimiento”. Roseé inclinó la cabeza y el marmóreo brillo de su suave piel hizo que Caeén deseara tomarla allí mismo. Acercó los dedos a la macilenta cara del carcelero, y éstos salvaron la puerta dimensional por dos pequeños círculos luminiscentes. Con inusitada destreza los hundió en las cuencas de sus ojos, haciéndolos saltar como corchos en una botella. El enorme guardia braceó ridículamente mientras le eran extraídos los sesos a través de las cavidades oculares. El cuerpo cayó pesado contra el suelo. Roseé lamió el chorreante trofeo hasta limpiarlo por completo, una vez hubo terminado, lo tiró con desdén sobre el sucio plato de la cena, se relamió los dedos con lujuriosa excitación. Su comandante fascinado por la delirante escena, fundió sus labios con los de ella en un profundo beso que la transportó a un hermoso paraíso, pleno de cuerpos mutilados donde el olor a muerte y sangre subyugaron sus sentidos. - Aniquilemos al resto – propuso Taogeé con tono tranquilo. – La hora de saciar “El hambre” ha llegado. - Adelante pues, hermanos -. Confirmó Caeén dando por terminada la íntima caricia. - A vuestro albedrío. Con fulminante velocidad el equipo se abalanzó sobre el numeroso grupo de humanos, los rostros desfigurados en salvajes muecas, y los ojos encendidos de la roja tonalidad del “Hambre”. -¡Masacre! -. Vocearon los cinco al unísono en un baladro de hermandad que atronó la estancia. Atravesando el umbral que separaba ambas realidades empuñaron los curvos metales. Entre gritos y baldones los pestilentes humanos comenzaron a sangrar. Los primeros apenas tuvieron ocasión de moverse del sitio, algunos intentaron repeler el ataque con manos desnudas y angustia en la mirada. Con cruel precisión; cuellos, piernas, manos, torsos, y vientres, se abrieron como rojas flores, escupiendo la presión del líquido carmesí que encerraban. En segundos, los blancos uniformes quedaron rociados del púrpura vital. Las calvas testas del equipo bañadas en ríos de sangre, les proferían el aspecto de irracionales bestias, impías e insaciables. Más aún cuando relamían con gula el irrigado 111


néctar. “Viles criaturas, qué poco valen unas vidas tan insignificantes. Cuán fácil es destruiros”. Se dijo Caeén con una radiante sonrisa en los labios, mientras extraía las entrañas de una mujer y las esparcía sobre su cara, relamiendo los órganos con inacabable apetencia. “Sois peor que los animales que sacrificáis ya que de inteligencia presumís”. Húmedas vísceras regaban las carnes vencidas. Cabezas desolladas, sexos amputados, cuerpos descuartizados, demolidos sobre sanguinolentos y malolientes charcos, poblaron la superficie de piedra cubierta de revuelta paja. Varios aún se retorcían por el suelo entre agónicos estertores. Caeén comenzó a caminar entre la carne majada, aplastando bajo su bota las cabezas de aquellos que no habían disfrutado de la fortuna de estar ya muertos. Aurieé se agazapó junto a un cadáver, le abrió la panza con sus propias manos y comenzó a saciar “El hambre”, tal y como hacía ya el resto del equipo. Comió hasta hartarse, regocijándose del festín. Roseé se acercó hasta ella cubierta por entero de sangre, restos de cerebros y vísceras. Portaba una cabeza abierta por el cráneo, que le fue ofrecida a su compañera, extendiendo los brazos en sumiso gesto. Aureé lo aceptó con sumo agrado y sorbió el interior con extasiado deleite. Una amplia sonrisa iluminaba su hermoso semblante, la sangre se le colaba por los carnosos labios y transitaba entre los dientes. Rozó su boca con la de Roseé uniéndose en un vigoroso y apasionado contacto, saboreando el denso fluido humano de sus bocas, hasta que una caliginosa sensación de bienestar invadió sus ánimas provocando una intensa sensación de deseo sexual. Taogeé y Careél arrastraron el exánime cuerpo del fraile fuera de la celda y lo dejaron allí, tumbado junto al sangrante cadáver del carcelero. En cuanto regresaron junto a la compañía, Caeén introdujo un código en el dispositivo que portaba en la muñeca, y el estabilizador atmosférico generó una burbuja protectora que les permitió despojarse de sus trajes. Las dos féminas iniciaron sus juegos besando amputadas bocas, o frotando sus sexos contra la descuartizada carne. Invadiéndose mutuamente con numerosos penes cercenados, que introducían en su ano o frotaban contra la vulva de la otra, para terminar penetrándose la fláccida carne muerta, entrelazadas en el sinuoso cimbreo de sus apetitos. Los hombres se entregaban en poseer anos y vaginas de los cadáveres esparcidos por doquier, chupando las frías carnes, lamiendo con deleite los penes de sus compañeros, recién extraídos de las sucias cavidades de los funestados humanos.

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Careél se vació en la boca sin lengua de una joven decapitada que Taogeé aferraba con delicadeza. Cuando el cuantioso semen apareció por las cuencas vacías, este las volcó sobre su boca, sorbiendo hasta el último resquicio. Ambos irrumpieron en una extravagante carcajada. Los cinco integrantes del equipo terminaron por unir sus cuerpos, en una impetuosa orgía de sexo y sangre. Amándose con vehemencia sobre aquel manto de hedionda muerte, hasta bien entrada la madrugada.

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Ilustraci贸n: Kike Alapont 114


Había siete personas ocupando la sala que usaban para las reuniones. Era un espacio grande, de paredes oscuras y en el cual solamente había una gran mesa ovalada de color negro. Las siete personas que allí se encontraban eran las que formaban toda la tripulación de la Nave. —¿Qué nos puedes decir de ella, Erum? —fijó los ojos en el hombre rubio cerrando el puño y apoyando la sien en él sin mucho interés— ¿Qué es? —Ni idea —rotundo, atrajo las miradas de los presentes—. No pongáis esa cara, ni siquiera lleva implantado el locuum. No sé como es posible —continuó—, porque cualquier recién nacido lo lleva desde su primer día de vida. —¿Es lo único a lo que has llegado? ¿Para eso hemos corrido detrás de ella? —Se ha despertado cuando estaba intentando examinarla, Mar´heena —molesto por el tono de la mujer, se puso serio—. Ha empezado a gritar, la he sedado y llevado a una habitación de seguridad. —Estaba en un planeta prohibido y vacío, no hay señales de ninguna nave en todo el lugar, dudo que haya aparecido de la nada. —El capitán tiene razón, no sabemos como ha llegado ni por qué no tiene el locuum, ni siquiera estamos seguros de a qué raza pertenece. ¿No deberíamos examinar la base de datos? —Buena idea pequeño Morrik —sonrió Erum—, supongo que te prestas voluntario… Sin muchas ganas, el joven muchacho salió tras el médico de la nave dirección al modulo en el que se encontraba la base de datos de las razas, instrumento completamente necesario para quienes ejercían la vocación de curandero, pues por lo general, las tripulaciones de las naves se componían de diferentes criaturas, y por muy inteligente que fuese uno, resultaba imposible saberlo todo de cada una de ellas. —Mete las características —pidió al muchacho, que le miró sin estar muy seguro de qué debía buscar, suspiró y cambió de idea—. Mejor vete a la búsqueda general, omite toda característica de la que carezca. —Muy bien —se sentó más centrado en su misión—. No tiene tentáculos… dos ojos… 115


—No es necesario que hables —le miró enarcando ambas cejas—, no me interesa, y además, me distraes. Morrik puso los ojos en blanco, Erum solía tener buen carácter, pero en ocasiones era bastante ácido. Realmente no sabía cual de las dos caras era la verdadera. Había pasado más de una hora y el miembro más joven de la tripulación seguía descartando razas. Cansado y aburrido, no encontraba ninguna que se le pareciese ni un poco. —¿Tienes algo? —Jowak, el ser de los cuatros brazos entró a la habitación— ¿Y Erum? —Se ha ido hace rato… y para variar, me ha dejado solo —se quejó—. No encuentro nada, es muy raro… —Bueno… se me ha ocurrido algo —murmuró acercándose al panel en el que salían símbolos e imágenes—, es una tontería pero… —Sea lo que sea escúpelo, seguro que es mejor que ir a ciegas. —¿Has probado a ver razas de esta galaxia? —levantó los hombros cuando Morrik le miró con una mueca— Ya sé que es una galaxia pequeña y casi deshabitada, pero el que no haya una nave… ¿no te hace sospechar? —La verdad es que hay algo que no me cuadra —bajó la mirada pensativo y comenzó a escribir en los mandos—. Parece que por este sector solo hay cuatro razas, dos de ellas extintas. Ambos se dijeron con la mirada, “por intentarlo no perdemos nada”. Así que Morrik abrió la base de datos del sector Meneos y aparecieron diferentes fotos con bastantes datos. Cuando las fueron mirando una a una, vio que se parecían bastante a su prisionera, al final llegó a la última, estaba clasificada, lo cual significaba que fue aniquilada tiempo atrás, eran exactamente como ella. —¿Terrestres? —preguntó Jowak inclinándose para ver mejor la pantalla— ¿Qué diablos son? —No pone mucho —Morrik frunció el ceño empezando a leer las pocas líneas que había bajo las imágenes—. Los destruyeron hace mucho… muchísimo. Están catalogados como potencial amenaza para el universo.

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—No lo entiendo, aquí pone que son débiles —señaló una de las partes con el dedo— físicamente no soportaron ni el primer ataque. —Pero aquí dice que su número era elevado, tenían una gran facilidad para la reproducción —añadió Morrik—, y que eran caóticos. El consejo lo deliberó después de estudiarlos durante ciclos. ¿Cómo diablos sigue viva? —Tendremos que preguntárselo. De momento será mejor hablar con el capitán. La sala de reunión volvía a estar ocupada, pero esta vez solo había cuatro asientos activos. El capitán leía junto al Dr. Erum los datos que Jowak y Morrik habían descubierto, no parecían preocupados, al menos sus caras seguían como de costumbre. Después de un rato escucharon un suspiro por parte del jefe. —Esto me va a dar más de un dolor de cabeza. —¿El qué? —Jowak no entendía muy bien a qué se debía su repentino cambio, parecía cansado y aburrido. —¿No habéis leído todo? —dejó el aparato que había usado para ver los datos sobre la mesa y se acomodó en el asiento mientras les miraba— Durante la aniquilación —dijo tras unos segundos—, fue el único momento en el que tuvieron contacto con otra raza que no fuera la suya propia. —¡Hey! —Jowak se levantó de golpe— Por eso se volvió loca y se desmayó. —Tiene su lógica —Erum le dio unas palmaditas en la espalda— De momento vamos a llevarle algo de comer. Ya decidiremos después qué hacer. ¿Estás de acuerdo Luzbel? —el capitán asintió mientras salía de la estancia dejándoles allí—. Ocúpate tú, Morrik. El chico quiso rechistar, pues Erum siempre le mandaba todo, en ocasiones pensaba que quería molestarle. Decidió callarse mientras suspiraba camino a la cocina seguido por Jowak, que reía a su espalda. Morrik era el más joven, pero aparte de Luzbel, también era el más inteligente, por lo que solía ocuparse de manejar los mandos de la nave casi siempre. En aquel momento miraba la comida, y de pronto empezó a preguntarse qué debería llevar, pues si las sospechas resultaban ser ciertas, todo tendría 117


un aspecto extraño para la prisionera, y en consecuencia, no comería. Dejó caer los hombros con cansancio, al final se decidió por poner en la bandeja las cosas que le gustaban a él y que mejor aspecto tenían a sus ojos. Shana observaba el lugar en el que se encontraba, no había casi nada aparte de una cama poco mullida y lo que sospechó sería un baño. Las pareces estaban formadas por pequeñas placas de metal, cuando pasó una mano por ellas se templaron a su tacto. Intentó abrir la extraña puerta de color violeta pero no había nada con lo que hacerlo, ni pomo ni mecanismo parecido al que se encontró en la base en la que había despertado repentinamente. Se había dicho a sí misma que lo ocurrido era un sueño, porque aquellas criaturas no podían ser reales, sin embargo allí estaba, allí se despertó, en aquel oscuro y pequeño cuarto que parecía alguna clase de cárcel. “Definitivamente me he vuelto loca”. Se dijo mientras palpaba la dura cama. No estaba segura de cuanto tiempo llevaba allí, por suerte se había despertado en buenas condiciones, los pinchazos habían desaparecido, lo cual agradeció, porque en la habitación no había ni rastro de la mochila que guardaba su medicina. Cansada, comenzó a gritar aporreando la puerta, comenzaba a sentir una pequeña desesperación que se mezclaba con la confusión por todo lo que estaba ocurriendo, después de un rato se cansó y se dejó caer sobre la única superficie blanda que había en la estancia. —¿Qué debería hacer? —se rascó la cabeza pensativa. Había planeado algo, estaba segura de que antes o después alguien tendría que ir, aprovecharía ese momento para escabullirse y salir corriendo. Como si la suerte se hubiera acurrucado a su lado, escuchó un extraño sonido, como si alguna clase de válvula dejase escapar el aire. En aquel momento la puerta se abrió dejando entrar a la oscura estancia una incómoda luz de color rojo. Cerró los ojos un segundo y los abrió, se maldijo por haberlo hecho, porque lo que había allí era demasiado extraño. Morrik estaba en la puerta abierta sosteniendo la bandeja y mirándola. Ella era un ser extraño a sus ojos, pero percibía el miedo en su mirada. Por instinto habló, y al ver que su confusión y miedo aumentaban claramente en su cara, se dio cuenta de que no le entendía, se había olvidado completamente 118


de la ausencia del locuum en ella. “Es una rata gigante…” decía su subconsciente. La luz roja de fuera era mucho menos ponente que la que estaba en aquellos ojos redondos. Le observaba atontada mientras comenzaba a caminar hacia el interior. Aunque llevaba una extraña ropa de color marrón, todo su cuerpo estaba recubierto por una espesa capa de pelo de color blanco y corto, en vez de boca, tenía morro, su cara acababa en un estrecho y largo morro que le daba pavor. “Corre, corre, corre…” repetía una y otra vez su yo interior “Corre o te comerá”. Tragó saliva asustada, estaba segura de que la comería. Ya le daba exactamente igual que fueran mutantes radiactivos o cualquier otra cosa, tenía que escapar y pedir ayuda. Se levantó con cuidado mirando fijamente a los ojos de aquella criatura. Cuando Shana sospechó que estaba lo suficientemente lejos de la puerta, salió corriendo empujando a Morrik en la huida, que sorprendido, cayó al suelo con la bandeja sin poder evitarlo. —Cielos —dijo mirando la puerta—, creo que tenemos problemas… Se sentía libre, tan concentrada estaba en su huida que no se paró a mirar hacia donde corría, y sobre todo, por donde. Su corazón dio un vuelco cuando un fuerte pitido comenzó a sonar por todos lados, su yo interior le avisaba de que era la alarma y de que se había accionado por ella, ahora sí que estaba en peligro. —¿Qué ocurre? —Luzbel se encontró con Morrik en uno de los pasillos, el muchacho tenía la mano sobre una de las palancas que accionaban el sistema de alerta— Más vale que sea una emergencia, a Génesis no le va a gustar despertarse así. —Lo siento… capitán —se disculpó con cierto miedo, pues no había pensado en sus actos—, pero la chica ha escapado. Luzbel soltó un gruñido mientras comenzaba a caminar dejando al muchacho con aspecto de rata allí estático. Sabía que iba a haber algún problema, y ahora se unía uno más por accionar la alarma. —Génesis, tenemos un prisionero huido —alzó la voz, que se 119


mantuvo firme y seria. “Lo sé, he estado observando”. La voz femenina resonó por el pasillo, era suave y aterciopelada. Luzbel se paró un segundo mientras alzaba las cejas sorprendido, Génesis no solía despertarse, de hecho, desde hacía mucho tiempo solo despertaba cuando se encontraban en alguna batalla contra las naves del Emperador. “Está por el sector este, corriendo hacia la cámara de entrenamiento”. De un segundo a otro se armó un buen revuelo dentro de la gigantesca nave. Todos corrían por los pasillos a excepción de Tak´ul, que se limitaba a caminar y a Mar´heena, que se quedó sentada en la sala que usaban para descansar y distraerse. Shana llegó a una zona abierta, no estaba segura de qué camino seguir, pues veía dos puertas al otro lado del lugar en el que se encontraba. Paró unos segundos para coger aire, comenzaba a sentirse débil a causa del repentino esfuerzo y del miedo que la inundaba. Sospechaba que se encontraba en algún lugar bajo tierra porque no había visto ninguna ventana durante su carrera. Cuando se irguió de nuevo para seguir con su alocada huida, una de las puertas frente a ella se abrió y vio salir por ella a uno de los seres que la habían atrapado, el ogro. El descomunal ser tuvo que inclinarse y girarse unos grados para pasar por la puerta, después se quedó allí de pie observándola, Shana abrió la boca queriendo gritar, pero no salía nada por ella, la simple mirada del ogro le quitaba incluso el aliento, pues los ojos que la miraban eran completamente negros. “¡Corre, corre, corre, maldita sea Shana, corre!” volvió a repetirse. Sentía que estaba paralizada, pero algo se accionó en el interior de su cuerpo cuando aquella bestia soltó un largo y ronco gruñido mientras comenzaba a dar zancadas hacia ella. Sin posibilidad de seguir hacia adelante, se giró y comenzó a correr por el mismo camino por el que había llegado allí, se encontró una bifurcación que había pasado por alto y decidió cambiar su ruta y seguir por allí. Estaba en un pasillo tan estrecho que el ogro seguramente 120


no podría recorrer, lo cual agradeció. Sin embargo, sus pensamientos acabaron de pronto, su carrera se detuvo de golpe y un dolor que jamás había sentido recorrió cada centímetro de su persona. Se le dobló el cuerpo hacia delante, algo la había detenido y la fuerza que había usado para correr se volvió en su contra aumentando el dolor por el impacto. Un sabor metálico inundó la boca de Shana, que se dejó caer doblándose más aún en aquel objeto tan duro que resultó ser un brazo. Solo llegó a ser capaz de girar la cabeza unos grados, no lo había visto porque un saliente le cubría. Había una persona allí, un hombre de pelo oscuro y ojos tan extraños que por un segundo olvidó todo el sufrimiento de su cuerpo y se centró en ellos. Al final su mirada se volvió borrosa hasta llegar a un profundo negro, perdió el conocimiento. Antes siquiera de despertar ya sentía todo su cuerpo arder, dolía, dolía tanto que no existía una palabra exacta para describirlo. Su cuerpo se intentaba enroscar, pero alguien se lo impedía. No lograba dejar de centrarse en el dolor, técnica que había desarrollado con maestría y que siempre le había servido durante sus ataques más fuertes. Cogió una bocanada de aire y abrió los ojos de par en par, sentía como la sangre se deslizaba por sus labios intentando salir con fuerza de la boca y quitándole la respiración. Sobre ella estaba el mismo hombre de pelo tan negro que parecía carbón. Tenía unos ojos anaranjados y siniestros pegados en ella, no estaba segura de si era a causa del dolor, pero veía una profunda culpa en ellos. Él gritaba cosas que no entendía, y otra voz respondía, pero no veía quién era. De nuevo, no podía apartar los ojos de aquel ser de piel blanca como la nieve, sentía que si se fijaba en él con toda su fuerza de voluntad, volvería a dejar de sentir tanto dolor. Era una persona extraña, hermoso y misterioso al mismo tiempo, no el tipo de belleza de un modelo... era algo diferente, simplemente nuevo para ella. Entre la confusión del dolor llegó a poder preguntarse si los humanos se habían convertido en aquello, en si aquel color rojo que nacía del exterior de los ojos hasta llegar a difuminarse casi en la piel de los pómulos para quedarse pálido, sería de verdad o lo habría pintado. Gritó con mayor fuerza cuando sintió que le arrancaban las entrañas, su poder mental desapareció de un plumazo y solo hubo un dolor tan fuerte que no podía ser real. —Maldita sea, ¿qué has hecho Luzbel? —gritaba Erum in121


tentando detener la hemorragia— ¡Le has destrozado todo el interior! —¿Cómo diablos lo podía saber? —rechistó furioso— Ni siquiera he usado fuerza, extendí el brazo para que parase. —¡Es una terrestre! —parecía querer echárselo en cara, pero ni él sabía sobre ellos— No sé qué hacer Luzbel, se va a morir. —Usa los bot —dijo de repente mirándole—, ya sé lo que vas a decir, pero si se va a morir, al menos inténtalo. —Supongo que tienes razón —se giró y rebuscó en uno de los armarios, agarró una aguja de grandes proporciones y la llenó con un líquido azulado—, es lo único que puedo intentar, mantenle firme el brazo, y por favor, no se lo rompas —acabó con tono irónico. Luzbel gruñó molesto por la broma del médico. Extendió el brazo de la prisionera con toda la suavidad de la que fue capaz y Erum metió la aguja con una precisión milimétrica mientras Shana comenzaba a sentir un nuevo ardor que se movía con vida propia por su brazo, recorriendo un rápido camino hasta llegar a concentrarse en su abdomen.

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