Segundos congelados
De la vida singular de Antonio Alonso
Oneirú Caraballo 1
Segundos congelados De la vida singular de Antonio Alonso
Nuestro más cálido agradecimiento a Desideria por su inteligencia y bondad.
Segundos congelados De la vida singular de
Antonio Alonso
Kimura gaman ediciones
Esos segundos del transcurso tiempo que el arte de la fotografía congela para la eternidad
Los álbumes de fotografías de Antonio Alonso
En ocasiones, resulta muy curioso el imprevisible destino de los objetos de la vida cotidiana y su papel en el cruce de destinos de las personas, este foto-libro tiene su origen en una confluencia de destinos en esa linea continua e irreversible que es el paso de tiempo, ya que un sábado indeterminado de mediados de la década del 2000, quedé para desayunar en la Granja M. Viader de la calle Xuclà con Q. Un ritual que nos agradaba repetir con frecuencia. Lo llamaré Q para preservar su intimidad, ya que para mí es alguien imprescindible, determinante, un rayo de luz, pero –sobre todo– porque ahora vive en el «mar del cielo», por lo tanto, no podrá objetar lo que diré sobre él aquí. Era precoz y feroz en el buen sentido de estas palabras y nos encantaba quedar en dicha chocolatería los sábados a media mañana, después de que Q fuera a los antiguos Encantes en busca de algún objeto inusual. Eso le gustaba mucho y comer el bocadillo caliente de queso –hecho con pan de molde y un poco de mantequilla– que hacían y hacen sin rival en la Granja M. Viader, después de degustar del chocolate a la taza con su respectiva ración de churros y nata. Nuestro encuentro de aquel sábado se puede considerar el origen de este foto-libro, ya que esa mañana Q compró dos álbumes de fotos porque le parecieron ideales para colocar una serie de fotos –de carácter artístico– en la que llevaba meses trabajando y que había titulado “En el bosque de los
conejos” y que consistía en una serie de fotografías en las cuales hombres de todas las edades impecablemente trajeados posaban en bosques de variada naturaleza, rodeados, sujetando o comiendo liebres o conejos de diversos colores y tamaños. Los álbumes eran de un cartón grueso donde se alternaban el color azul y marrón, y que a pesar de lo viejos que eran, estaban bien conservados. Compró los álbumes en una parada repleta de lo que parecían ser los objetos de un piso de alguien de más de ochenta años, que había fallecido recientemente. Había diversos enseres, una cama enorme de caoba, sombreros, corbatas, ropa, mobiliario diverso. Q me comentó que sintió una extraña tristeza al imaginar los ecos de aquel hogar ahora vacío de todos aquellos objetos que ahora, a la intemperie, se calentaban, quizás por primera vez, bajo los rayos del sol de la mañana de aquel día, «me puso un poco melancólico el vacío de la ausencia, todos en algún momento llegaremos a ser un ente ausente» me dijo. Ojeó unos instantes los álbumes y sintió una curiosa contrariedad al pensar que no existiera algún allegado o amigo que quisiera conservar aquellas fotografías. Pero, sin saber por qué, sintió una inusual alegría de haberlos comprado y partió de allí hacía la Granja donde nos encontraríamos para desayunar. Nos quedamos largo rato observando las fotografías en blanco y negro de los álbumes, de las que dedujimos que databan de las décadas de los años veinte, treinta y cuarenta. Y resplandecía en ellas esa cálida nostalgia por una época pasada, por un tiempo transcurrido que no volverá atrás, porque el tiempo nunca se detiene, nunca transcurre a la inversa. En ellos había un rostro o personaje que se repetía y que a todas luces fue el dueño de los mismos. Era un hombre delgado, moreno, de baja
estatura y de cabellos rizados. Nos gustó su forma de posar en las fotos, con la seguridad extraña de que lo hacía para la posteridad, una posteridad detenida y dibujada en la gentileza espontánea de su sonrisa. Y en una mirada que lo hacía parecer un hombre apasionado, que hizo y procuró hacer lo que su alma y su cuerpo le demandaba. Como a Q solo le interesaban los dos álbumes vacíos, le pedí que me regalara las fotografías, que me apetecía conservarlas aunque no sabría decir el motivo, o quizás sí, una inexplicable sospecha de que había algo especial, algo sobresaliente en el protagonista principal de aquella serie de imágenes. A Q la pareció bien y tres días después me entregó las fotos ordenadas meticulosamente en una cajita dorada. Q era siempre inusual en lo referente a los detalles y era incapaz de negarme o privarme de algo. Echo de menos con frecuencia su inteligencia, carisma y bondad. Lo echo de menos a cada rato, no lo puedo evitar. Me enseñó a no dar más vueltas –de las necesarias– alrededor de algo o de alguien que no fuera yo misma. Una semana después de la entrega de la cajita dorada con las fotos, Q me llamó por teléfono, contento por el descubrimiento de cuatro negativos escondidos en uno de los álbumes vacíos. A contraluz se podía observar que el hombre moreno de cabellos rizados estaba de espaldas y desnudo bajo la luz del sol de lo que parecía una azotea o terraza, y solo en una aparecía de cuclillas vestido con una bata o albornoz sosteniendo con orgullo un perrito. Q también me regaló los negativos y me dijo que, tarde o temprano, yo haría algo interesante «con aquellos segundos congelados de aquella vida extraordinaria». Q siempre me demostró que tenía fe y confianza en mí y esa fe y confianza jamás se fue de él, aunque a veces se fueran de mí.
Conservo dichas fotografías desde entonces y las he observado con detenimiento –en espaciados momentos– a lo largo de los años. He descubierto que el hombre delgado de cabellos rizados se llamaba Antonio Alonso, que al parecer fue bailarín y artista –faceta de la cual las fotos dan escaso testimonio–, que perteneció al ejército republicano español y que las fotografías abarcan un periodo de tiempo que va desde 1933 a 1948. Sin embargo, dos libros me hicieron descubrir –por casualidad y para mi sorpresa– que Antonio Alonso se ganó el privilegio de ser reseñado en los libros de historia de la ciudad de Barcelona: el primero, una monografía única y magnífica titulada “Historia del arte frívolo” de Alberto Retana, en la que ojeando –por casualidad– muy entretenida sus páginas topé con una fotografía de Antonio Alonso, pero transformado en una mujer, al lado de una reseña insustituible que, por lo tanto, he de transcribir aquí: «Allá por los años veinte, siendo muy joven, actuando en diversos locales del Paralelo y “barrio chino” de Barcelona, como imitador de estrellas coreográficas. Su habilidad en la suplantación de la cualidad femenina era tan sorprendente que algunas noches, a la conclusión de su trabajo en “La Criolla”, lanzábase a recorrer las ramblas con atavíos de mujer, y transeúntes sagaces, confundiéndole con una chavala precozmente dedicada a la galantería, le obsequiaban colmándole de requiebros. Pero la “chavala”, desentendiéndose de cortejadores, retirábase a su casa, muy frívola y muy mona, comprobando que su éxito fuera del tablado era igualmente halagador. En Barcelona, durante la República, brotaron los imitadores como las setas después de la lluvia;
pero durante el período revolucionario, Antonio Alonso fue encerrado por los rojos, y sólo Dios y él saben cómo pudo alcanzar la libertad y humanizar a sus encarceladores la popular “chavala”». Tiempo después de este descubrimiento tecleé en Google “Antonio Alonso transformista” y la galaxia de Internet hizo su magia: aquella búsqueda me llevó hasta una entrevista de Rubén Caravana Fernández al historiador y escritor Paco Villar, con motivo de la publicación de su libro “La Criolla. La puerta dorada del barrio chino”, un establecimiento de ocio nocturno de la Barcelona de los años treinta; en ella el entrevistador indaga si durante la documentación para escribir el libro tuvo Villar la oportunidad de hablar con algún testigo de la época, y la respuesta de Paco Villar me hizo sonreír de felicidad: «Sí tuve la ocasión de hablar con algún personaje relevante de la época, como por ejemplo el transformista Antonio Alonso». Y en la página 157 del libro de Paco Villar una foto preciosa muestra a Antonio Alonso haciendo gala de su talento para “transformarse” en mujer, una mujer de mirada melancólica, de cabellos ondulados, rostro ovalado, de labios pequeños y carnosos, ataviado con vestido de encaje blanco y un primoroso mantón de Manila. Nadie diría que es un caballero de sonrisa luminosa que se llamaba Antonio Alonso, y que con toda seguridad como afirma Paco Villar en su irreprochable y magnífico libro sobre “La Criolla”: «Otros como Bienert, Narcy, Mariposa no imitaba estrellas sino mujeres, presentándose con un lujoso vestuario, fabulosas mantillas de Manila, altivas peinetas y abanicos con plumas…; no eran grandes artistas, pero su humor picante y su descaro gustaban. Alonso, en cambio, reunía belleza y talento, y era poseedor de una voz dulce que convencía… Alonso, del que se rumoreaba que
era hermano del exministro de Gobernación, Salazar Alonso, fue uno de los intérpretes más reconocidos de las canciones de Rafael de León y uno de los transformistas más famosos que actuaron en La Criolla». Sobre el rumor de parentesco con Rafael Salazar Alonso, si comparamos los rasgos de ambos creemos encontrar cercanas similitudes en el óvalo facial, la curvatura de las cejas, en las ondas de los cabellos, en la arquitectura de sus narices; sin embargo, no sirve para confirmar o desmentir el rumor. Los rumores tienen un olor a misterio, un velo oscuro que, en ocasiones, no hace falta desvelar. Q, me gustaría tanto que pudieras ver este fotolibro, y te sintieras contento con la sonrisa y sobre todo la alegría de vivir de Antonio Alonso, el verdadero protagonista de esta historia. Un ser humano que fue sobresaliente en lo que le apasionó y que sin pudor se lo demostró al mundo, porque en este mundo poco sobresalimos, ya que no hay nada más fácil que ser mediocre o vulgar, pero creo que el hombre delgado de cabellos ondulados de aquellos dos álbumes que adquiriste hace tanto tiempo en los Encantes tuvo una vida extraordinaria y es merecedor de unas líneas en la narración de la historia de la ciudad de Barcelona y en los libros, porque fue unos de los transformistas más sobresalientes de su época. Y pocos logran sobresalir, destacar.
Antonio Alonso «Allá por los años veinte, siendo muy joven, actuando en diversos locales del Paralelo y “barrio chino” de Barcelona, como imitador de estrellas coreográficas. Su habilidad en la suplantación de la cualidad femenina era tan sorprendente que algunas noches, a la conclusión de su trabajo en “La Criolla”, lanzábase a recorrer las ramblas con atavíos de mujer, y transeúntes sagaces, confundiéndole con una chavala precozmente dedicada a la galantería, le obsequiaban colmándole de requiebros. Pero la “chavala”, desentendiéndose de cortejadores, retirábase a su casa, muy frívola y muy mona, comprobando que su éxito fuera del tablado era igualmente halagador. En Barcelona, durante la República, brotaron los imitadores como las setas después de la lluvia; pero durante el período revolucionario, Antonio Alonso fue encerrado por los rojos, y sólo Dios y él saben cómo pudo alcanzar la libertad y humanizar a sus encarceladores la popular “chavala”».
Historia del arte frívolo. Álvaro Retana
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¿Qué sería de la vida y de la cándida sonrisa del niño de la fotografía?
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¿Quién fue y qué fue del amigo que te acompaña en estas de imágenes?
Una extraña curiosidad por saber cual fue tu destino y el de tus amigos.
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El silencio visual de la imagen.
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Instantes de una vida, en un silencio de imágenes y una cascada de preguntas que nadie podrá responder.
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Si las imagénes de los personajes de estas fotos pudieran hablar ¿cómo describirían la personalidad de Antonio Alonso?
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¿Alonso?
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¿Qué sueños y qué deseos nacieron bajo el sol de ese verano que parece tan lejano ?
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¿Quién estaba detrás de la cámara?
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Instantes singulares para la eternidad.
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El sol tibio e insignificante del invierno.
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Despedida de Antonio Alonso en el puerto de Orán, Argelia, año 1933.
En el puerto de Orán.
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El tiempo transcurrido nunca vuelve atrás.
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Si fuera posible recuperar el sonido de todas las conversaciones que tuvieron lugar en cualquier momento del pasado reciente o remoto.
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El hombre de la esquina superior izquierda
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David Alonso, hermano de Antonio.
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El acto privado de la desnudez…
…adquiriendo un carácter público.
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«Alonso, del que se rumoreaba que era hermano del ex ministro de Gobernación, Salazar Alonso, fue uno de los intérpretes más reconocidos de las canciones de Rafael de León y uno de los transformistas más famosos que actuaron en La Criolla». Paco Villar.
©Kimura Gaman ediciones, 2022 ©Oneirú Caraballo PRIMERA EDICIÓN julio, 2022 Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico –incluyendo las fotocopias y la difusión a través de Internet–, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo público.
Bibliografía
Historia del arte frívolo. Álvaro Retana La Criolla. La puerta dorada del barrio chino. Paco Villar https://elasombrario.com/visita-la-criolla-vicio-barcelona/
Instantes de una vida congelados en un silencio eterno
Kimura gaman ediciones