El año del sí, de Shonda Rhimes

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El año del sí


Primera edición: mayo de 2019 Título original: Year of Yes © Ships At A Distance, Inc., 2015 © de la traducción, Sonia Pensado Valcárcel, 2019 © de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2019 Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción parcial o total de la obra en cualquier forma. Diseño de cubierta: Taller de los Libros Publicado por Kitsune Books C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª 08009, Barcelona info@kitsunebooks.org www.kitsunebooks.org ISBN: 978-84-16788-28-6 IBIC: VS Depósito Legal: B 12858-2019 Preimpresión: Taller de los Libros Impresión y encuadernación: Black Print Impreso en España – Printed in Spain Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia. com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).


EL Aร O DEL

S HO N D A RHIMES Traducciรณn de Sonia Pensado Valcรกrcel



Para Harper, Emerson y Beckett: Que cada año sea un Año del Sí. Que heredéis un futuro que ya no requiera que seáis unas P. U. D. Y si llega el futuro y eso todavía no ha sucedido, adelante, iniciad la revolución. Mamá os dice que podéis.

Y para Delorse: Por darme permiso para empezar mi revolución particular. Y por decir «sí» a aparecer cada vez que te llamaba. Eres la P. U. D. de la familia; los cinco que llegamos detrás de ti te agradecemos que crearas nuestras segundas oportunidades.



«La necesidad de cambio abrió un camino directo hacia el centro de mi mente.» maya angelou «Si quieres que te dejen de pasar cosas malas, entonces deja de aceptar lo malo y demanda algo mejor.» cristina yang, anatomía de grey



Hola Soy mayor y me gusta mentir (una renuncia de responsabilidades) Soy una mentirosa. Y me da igual quién lo sepa. Me invento cosas constantemente. Antes de que empieces a especular sobre mi personalidad y mi cordura… deja que me explique. Me invento cosas porque tengo que hacerlo; no es simplemente algo que me guste hacer. A ver, claro que me gusta. Disfruto de verdad inventándome cosas. Crear historias fantasiosas con los dedos cruzados a la espalda es lo que mueve mi motor, lo que agita mi rutina, lo que me activa. Claro que me gusta inventarme cosas. Me encanta. Además, lo tengo incrustado. ¿Mi cerebro? Mi cerebro justo se inclina de forma natural hacia las medias verdades; mi cerebro se vuelve hacia la ficción. Como una flor hacia el sol, o como escribir con la mano derecha. La mentira es un mal hábito que me sienta bien: fácil de coger, difícil de dejar. Hilar grandes cuentos, tejer embrollos hechos con historias… ese es mi pequeño y asqueroso vicio. Y me gusta. Pero no es tan solo un mal hábito. Necesito hacerlo. Tengo que hacerlo. Resulta que inventarse cosas es un trabajo. De verdad. En serio. 11


Precisamente lo que hizo que me arrodillara en la iglesia durante los recreos mientras recitaba el rosario a una u otra monja en la St. Mary Catholic School, en Park Forest (Illinois), es un deber real y honesto hacia Jesús, María y José. «No se lo digas a nadie, pero mi madre escapó de Rusia. Estaba comprometida con Vladimir y tuvo que dejarlo todo atrás, incluso al amor de su vida. Es muy triste. Y ahora tiene que aparentar que es una estadounidense del todo normal o podrían asesinarnos. Claro que hablo ruso. Da. ¿Qué? Es una rusa negra, estúpido. Como los rusos blancos, pero en negro. Da igual, no importa el tipo de rusa que sea, nunca podremos volver allí, porque la matarían por intentar asesinar a Leonid Brézhnev. ¿A qué te refieres con por qué? ¿Es que no sabes nada? Para parar el invierno nuclear. Para salvar a Estados Unidos. Obvio». Se podría pensar que ganaba puntos extra por saber quién era Leonid Brézhnev, que conseguía un plus por informarme sobre política rusa o que alguien me felicitaría por enseñar a mis compañeros de diez años sobre la Guerra Fría. Rodillas. Iglesia. Monjas. Rosario. Puedo recitar el rosario mientras duermo. De hecho, he recitado el rosario mientras duermo. Inventarme cosas es la causa de todo eso: todo lo que he hecho, todo lo que soy, todo lo que tengo. Sin los cuentos, la ficción, las historias que he hilado, muy probablemente ahora mismo, hoy, sería una librera muy callada de Ohio. En vez de eso, los productos de mi imaginación alteraron cualquier camino descendente que las monjas del colegio esperaran que tomara mi vida. Las cosas que me inventaba me llevaron de la habitacioncita que compartía con mi hermana Sandie en los suburbios de Chicago al dormitorio de una residencia de estudiantes de la Ivy League en las montañas de Nuevo Hampshire y, luego, directamente, a Hollywood. Mi destino galopa a lomos de mi imaginación. 12


Las historias pecaminosas que me hicieron ganarme la oración como penitencia durante los recreos son las mismas que ahora me permiten comprar una botella de vino y un filete en la tienda sin preocuparme por el precio; poder hacerlo es muy importante para mí. Era una meta; cuando era una estudiante de posgrado en apuros en la escuela de cine, a menudo no tenía dinero y, por lo tanto, tenía que elegir entre el vino y cosas como el papel higiénico. El filete ni siquiera entraba en la ecuación. Era o vino o papel higiénico. Vino. O. Papel higiénico. No siempre ganaba el papel higiénico. ¿Me ha parecido que acabas de mirarme mal? ¿Acaso has…? ¿Acabas de juzgarme? No. No puedes estar a punto de entrar en este libro y encima juzgarme. Así no es como vamos a empezar este trayecto; vamos a relajarnos por el camino. Estamos en este libro juntos, amigo. Así que deja que ella, que está sin vino, tire la primera piedra. Si no… A veces no gana el papel higiénico. A veces una mujer rota necesita más el vino tinto. Así que no tendrás que ser tan duro conmigo si no tengo remordimientos por amar la magia que hay en unas pocas mentirijillas e invenciones. Porque me invento cosas para ganarme la vida. Mi trabajo consiste en imaginar: escribo series de televisión, me invento personajes y creo mundos enteros en mi cabeza. Además, añado palabras al léxico de las conversaciones del día a día de los estadounidenses; por culpa de mis series, quizá ahora hablan de su vajayjay (una manera informal de decir vagina) o le cuentan a su amigo que en el trabajo alguien recibió un sermón como los de Pope. Doy a luz a bebés y acabo 13


con vidas. Yo lo orquesto. Soy la buena de la película. Opero, lucho, exonero. Tejo embrollos, narro grandes cuentos y me siento junto a la hoguera. Me envuelvo a mí misma en ficción. La ficción es mi trabajo, me da la vida. La ficción lo es todo. Sí, soy una mentirosa. Pero ahora soy una mentirosa profesional. Anatomía de Grey fue mi primer trabajo de verdad en televisión, lo cual quiere decir que no sabía nada sobre trabajar en televisión cuando empecé a dirigirla. Le preguntaba a cada guionista con el que me tropezaba en qué consistía este trabajo, qué implicaba encargarse de una temporada de un drama en una cadena de televisión. Recibí un montón de buenos consejos, la mayoría de los cuales dejaban claro que cada serie era una experiencia muy distinta y específica, pero había una excepción: todos y cada uno de los guionistas que conocí comparaban escribir guiones para televisión con poner el riel para un tren que se aproxima a toda velocidad contra ti. La historia es el riel, y tienes que seguir colocándolo porque viene el tren, que es la producción. Pase lo que pase, tienes que seguir escribiendo, porque el tren de producción va hacia ti (pase lo que pase). Cada ocho días, el equipo necesita empezar a preparar un nuevo episodio; encontrar las localizaciones, construir los platós, diseñar los trajes, buscar los decorados, planear las secuencias. Y cada ocho días después de eso, el equipo necesita grabar un nuevo episodio. Cada ocho días. Ocho días para prepararse. Ocho días para grabar. Ocho días, ocho días, ocho días, ocho días. Lo que significa que, cada ocho días, el equipo necesita un nuevo guion, y mi trabajo consiste en dárselo cada ocho puñeteros días. Ese tren de producción se aproxima. Más vale que cada ocho días ese equipo en ese estudio de grabación tenga algo que grabar. Porque lo peor que puedes hacer es detener o descarrilar la producción y costarle al estudio cientos de miles de dólares mientras todo el mundo espera. Así es como pasas de ser un guionista de televisión a ser un guionista de televisión fracasado. 14


Aprendí a colocar el riel deprisa. Con ingenio. Con creatividad. Pero tan rápido como un puñetero rayo. Ponle un poco de ficción. Mete alguna historia en ese hueco. Cubre esas esquinas con un poco de imaginación. Siempre noto el calor del veloz tren detrás de los muslos, en los talones, en las escápulas y en los codos, en los fondillos de los pantalones; amenaza con arrollarme. Pero no me aparto y dejo que el viento frío me dé en la cara mientras veo cómo pasa el tren a toda velocidad; nunca retrocedo. No porque no pueda, sino porque no quiero. Ese no es el curro. Y, para mí, no hay mejor curro en la faz de la Tierra. La adrenalina, las prisas, el… yo lo llamo runrún. En el interior de mi cabeza se produce un runrún cuando alcanzo cierto ritmo de escritura, cierta velocidad. Cuando colocar el riel pasa de parecerse a escalar una montaña con uñas y dientes a volar por el aire sin esfuerzo ninguno. Como romper la barrera del sonido. Todo cambia en mi interior. Rompo la barrera de la escritura, y la sensación de colocar el riel cambia, se transforma, pasa de ser un esfuerzo excesivo al júbilo. Me he vuelto buena en eso de inventarme cosas. Podría mentir en unas Olimpiadas. Pero hay otro problema. Soy vieja. Pero no vieja de agitar los puños y ponerme a gritar si corres por mi césped, y tampoco soy una anciana venerada y con arrugas. No soy vieja por fuera; se me ve bien. Se me ve joven. No parezco vieja, y es probable que nunca lo haga. En serio. No envejeceré nunca, y no porque sea vampiresa ni nada de eso. Nunca envejeceré porque soy hija de mi madre. ¿Mi madre? Se la ve increíble. Como mucho, en un mal día, parece una chica de veinticinco años un poco preocupada que quizá se divirtió demasiado en la fiesta de la noche ante15


rior. Es decir, la mujer ronda los… No le gustaría que te lo dijera. Así que digámoslo de otra manera: mi madre tiene seis hijos, diecisiete nietos y ocho bisnietos. Cuando la veo, me gusta decirle que lo mantiene «todo en su sitio». Principalmente porque la horroriza, pero también porque la hace reír. Sobretodo porque todos sabemos que es cierto. Sin embargo, en secreto, lo digo porque me da cierto alivio; sé que cuento los días para tener esa cara. Las mujeres de mi familia hemos ganado la lotería genética. ¿Piensas que estoy de broma? Pues no. Cuando sea mayor, me pondré en fila junto con el resto de mujeres de mi familia por parte materna y disfrutaré de los beneficios que se obtienen al canjear ese décimo ganador. Porque no solo ganamos la lotería, sino la Powerball, cariño. Los seis números, incluido el rojo. Mis tías, mis primas, mis hermanas… Deberías vernos a todas por ahí; parecemos niñitas con diademas. Nosotras, las descendientes de mi abuela Rosie Lee, tenemos un aspecto estupendo. Nuestra piel no envejece; de verdad. Como a mi hermana Sandie y a mí nos gusta recordarnos, «siempre seremos las mujeres más cañón de la residencia de ancianos». Y eso es muy agridulce y triste. Porque mi mente… Mi mente. Ay, mi mente. Mi mente es vieja. Pero que muy vieja. Vieja y desdentada. Así que sí. Sí, seré una de las dos mujeres más cañón que vivan en la residencia Sunset para Viejos que No Quieren Vivir, como en Grey Gardens. Pero, aunque estoy casi segura de que seré una belleza, nunca recordaré haber pensado que estar cañón en una residencia de ancianos fuera algo divertido. Puede que haya ganado la lotería genética por fuera, pero por dentro… 16


Aquí estamos hablando de elegir entre vino y papel higiénico, ¿vale? Mi memoria es un asco. Es sutil. Quizá, si no tuviera todo el día la necesidad de expresarme, la necesidad de sacar las palabras de mi cabeza, nunca me hubiera dado cuenta. Pero lo hago. Así que lo hice. Puede que, si mi primera serie de televisión no hubiera sido sobre médicos que me hacían gritarle al mío con certezas hipocondríacas sobre tumores y enfermedades cada vez que estornudaba, lo hubiera dejado pasar y atribuido a la falta de descanso. Pero lo fue, así que no puedo. Olvido nombres, intercambio los detalles de diferentes acontecimientos, una historia de locos que estoy segura de que contó un amigo en realidad la explicó otro. El interior de mi cerebro es una fotografía que pierde intensidad; contiene historias e imágenes a la deriva, rumbo a lugares desconocidos. Todo eso deja espacios vacíos donde debería haber un nombre, un acontecimiento o un lugar. Cualquiera que haya visto Anatomía de Grey sabe que estoy obsesionada con la cura del alzhéimer. Cualquiera que me conozca, aunque sea poco, sabe que mi mayor miedo es tenerlo. Así que estoy absolutamente segura de que lo tengo. Estoy segura de que tengo alzhéimer. Tan segura que voy al médico con mi asquerosa memoria y mi histérica hipocondría. No tengo alzhéimer. De momento. (Gracias, mundo. Eres precioso y listo. Superprecioso y superlisto). No tengo alzhéimer. Solo soy vieja. Una copa por mi juventud. El tiempo no es mi amigo. Mi memoria, al ser reemplazada con espacios en blanco, va más lenta que nunca. Están desapareciendo los detalles de mi vida. Están robando los cuadros de las paredes de mi cerebro. 17


Es agotador. Y confuso. Y, a veces, divertido. Y, a menudo, triste. Sin embargo. Me invento cosas para ganarme la vida. Lo he hecho siempre. Así que, sin ceñirme nunca a un plan, sin intentarlo jamás de manera activa, sin ni siquiera darme cuenta de que va a pasar, la cuentista que hay en mí da un paso adelante y resuelve el problema. Mi mentirosa interior entra en juego, toma el control de mi cerebro y se pone a tejer las historias. Empieza a… rellenar los espacios en blanco. A pintar sobre el vacío. A cerrar los huecos y conectar los puntos. A poner el riel para el tren. El tren que se acerca pase lo que pase. Porque así es el curro, cariño. Hay que crear ficción. Y esto me plantea un problema. Este libro no es de ficción. No trata de personajes que me he inventado, ni su trama se sitúa en Seattle Grace o en Pope y Asociados. Trata sobre mí. Tiene lugar en la realidad. Se supone que solo son hechos. Lo que significa que no puedo embellecerlo. No puedo añadir un poco aquí o un poco allá, ni ponerle un lazo brillante o echarle un puñado de purpurina. No puedo crear un final mejor o insertar un giro más emocionante. No puedo decir «que le den», elegir la historia bonita y rezar un rosario después. No puedo inventarme cosas. Tengo que explicarte la verdad. Con lo único que tengo que trabajar es con la verdad. Pero se trata de mi verdad, y ahí está el problema. Lo entiendes, ¿no? Así que esta es mi renuncia de responsabilidades, supongo. ¿Son todas y cada una de las palabras de este libro ciertas? Eso espero. Eso pienso. Eso creo. 18


Pero ¿cómo puñetas podría recordar si no lo son? Soy vieja. Me gusta inventarme cosas. Vale. Es posible. Podría haber un riel aquí, podría haberlo puesto para el tren en estas páginas, pero no ha sido mi intención. No ha sido a propósito. No creo que lo haya hecho. Lo hago lo mejor que puedo y, por lo tanto, si no he conseguido que todos los detalles sean correctos, pues… … Quien avisa no es traidor… Soy vieja. Y me gusta mentir.



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