La alcazaba 86

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Revista La Alcazaba

Año VII

Revista Sociocultural

Núm. 86 Julio 2017

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Página

Título

DIRECCIÓN:

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Cien años de crisis española

ALFREDO PASTOR UGENA

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Ruta Cervantinoquijotesca

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Música en el Quijote

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Compañeros del pan y del ingenio

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La negra Margot

52

Borges el memoroso

58

En el centenario de Juan Rulfo

62

La ciudad de las mujeres

64

Josep Carner

70

Poesía

FACEBOOK:

78

El rte

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Monasterios y castillos

LINKEDIN

92

Un lugar para visitar

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100

Justo Sotelo

FOTOGRAFÍA:

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Libros y publicidad

LUIS MANUEL MOLL JUAN EDITA: EL MENTIDERO LITERARIO

ISSN 2173-2184 MADRID Depósito Legal M-4639-2007 WEB: http://www.elmentidero.org EMAIL: oquendo1957@gmx.com TELF.: (+34) 605434707

AFOCU MAQUETACIÓN: Luis Manuel Moll Ernesto Vieco

DIBUJO PORTADA: Mercel Pajor PUBICIDAD: Asociación de Arte i Cultura El Mentidero DIRECCIÓN POSTAL: Revista LA ALCAZABA Av. De Elda, 75, 3º C 03610 Petrer (Alicante) España Telf.: (+34) 605.434.707

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Alfredo Villaverde

José López Martínez Alfredo Pastor

Enrique Gracia

Isidoro A. Montenegro

Luis Manuel Moll

José M. Mójica Legarre

Karina Rodriguez

Pepe Rey

Miguel Rubio

Washington Daniel Gorosito

Javier del Prado Biezma Josep Massot

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Mapa de España y Portugal de 1917

Alfredo Pastor Ugena

“(…)Ahora hace cien años (1917-2017) de unos acontecimientos que convulsionaron la vida ciudadana y el sistema de la Restauración en España. El año 1917 es el de las revueltas: el ejército se une en torno a las Juntas de Defensa en sus enfrentamientos internos; republicanos y socialistas se alían para ofrecer una alternativa al sistema político en la Asamblea de Parlamentarios, al igual que los nacionalistas catalanes y vascos, y son suspendidas las garantías constitucionales. La Huelga General Revolucionaria de agosto de 1917 sería la punta del iceberg conflictivo y un hito en el proceso de la crisis parlamentaria y constitucional. A partir de esta fecha, y de esta gran crisis, comienza la quiebra del sistema de la Restauración. Entre 1898 y 1917 el régimen político español se desmorona a pesar de los esfuerzos renovadores. Entre 1917 y 1923 se vivió en la práctica, casi de forma permanente, un sexenio inmerso en un estado de excepción (…)”

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sión de toda la corruptela que el régimen monárquico amparaba. La crisis económica, política y social desencadenada por la Gran Guerra fue la coyuntura propicia que dio un gran poder a estas juntas impregna-das, a partir de ahora, de una ideología que defendía el derecho a intervenir en la política española. Un antecedente importante de estas Juntas, hay que buscarlo en 1914 cuando el gobierno de Dato estableció nuevas normas de selección para los ascensos, lo que cayó muy mal dentro de la institución militar, principalmente en el arma de infantería.

La crisis de la Restauración. Lectura, por un oficial, de un manifiesto de las Juntas de Defensa.

Las Juntas de Defensa:

A este escenario de conflictividad creciente se le uniría agravándolo la cuestión militar. Cánovas afirmaba:”El ejército será por largo tiempo, quizá para siempre, el robusto sostén del orden social y un invencible dique de las tentativas ilegales del proletariado.”

El malestar, la carestía de la vida y el descontento social generalizado llega también al ejército, una institución arcaica, anclada en el pasado, mal dotada y sobrecargada de mandos: unos 16.000 oficiales para 80.000 soldados. El bajo nivel de sus sueldos y los polémicos ascensos por méritos de guerra, que favorecen a los militares que sirven en Marruecos, son motivos de creciente indignación.

El ejército, que constituía uno de los grandes pilares del régimen liberal, había quedado subordinado al poder civil desde la Real Orden de 1875 donde se estableció que su misión era defender la independencia nacional, quedando restringida su interven-ción en las contiendas de los partidos, intereses y diferencias.

El gobierno dio alas a este fenómeno perturbador, que brota en la vida de la milicia, del terreno abonado por la congelación de sueldos de sus miembros, con especial eco a partir de la oficialidad, en una coyuntura de rápidos enriquecimientos para unos pocos capitalistas.

Ese año de 1917 supuso el reingreso de los militares en la vida política con la afloración de las juntas militares de defensa, una especie de sindicalismo marcial que denunciaba la situación de una situación gravísima en el ejército, como expre-

Las Juntas militares de defensa fueron una especie de movimiento de reivindicación corporativa militar con un dis-

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Para im Alfonso


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curso regeneracionista que aspiran a solucionar los problemas del ejército. A pesar de que no están permitidas , el poder civil las legaliza y con ellas se inicia la crisis de 1917. Esta institución, con graves deficiencias, precisaba de una reforma urgente (en 1905, los generales en activo eran los más ancianos de Europa), pero cualquier intento en este sentido, chocaba con múltiples y poderosas resistencias. Cuando se dan a conocer estas Juntas en 1917, se aprecia en ellas que también están impulsadas por un fuerte descontento hacia la política militar dirigida desde la Casa Real. Fue el espíritu de las Juntas el afán de mando y el querer establecer la supremacía del ejército sobre la política de los gobiernos constitucionales, lo que se proyectaría posteriormente, el 10 de agosto de 1932, en la II República, con el pronunciamiento del general Sanjurjo y ulteriormente con la sublevación militar del 18 de julio de 1936.

Manuel García Prieto, Marqués de Alhucemas (1859-1938),

Se organizaron primero en Cataluña y más tarde en el resto del país. Estuvieron presididas por el coronel Benito Márquez y su objetivo residía en la defensa de la seguridad en el empleo y de sus garantías, frente al favoritismo de los gobiernos, y en un sistema de ascensos por antigüedad de la forma que lo hacía el cuerpo de artillería. En medio del problema, el acercamiento de la Corona a las demandas militares, haciendo uso de su acostumbrado oportunismo, provocó la caída del gobierno de García Prieto el 1 de junio de 1917. Al principio Alfonso XIII recibió con agrado la formación de las Juntas pero, desde los acontecimientos de Rusia en Retrato de Alfonso XIII por Román Navarro García de Vinuesa 6


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marzo de 1917, apreció la dimensión de amenaza potencial que contenían. El rey, actuando siempre en función de las circunstancias más favorables a los intereses de la Corona, pidió al gobierno su disolución. Los militares se ponen en marcha, el 1 de junio de 1917, reclamando su reconocimiento asociativo. El rey, muy alarmado, cedió. Desde fuera, los enemigos del sistema, leyeron la pugna entre gobierno y ejército como una ocasión para debilitar al sistema. El poder político además se mostró incapaz de frenar a estas Juntas. Cuando el ministro de guerra quiso arrestar en 1917 a los cabecillas junteros de Barcelona, acusados de indisciplina, se inició una verdadera rebelión en los cuarteles.

Eduardo Dato (1856-1921)

El gobierno de Dato, llevó la existencia de las Juntas al plano de la legalidad, entre el entusiasmo de una parte de la opinión pública, que creía ver en los militares la parte sana del país, la única capaz de regenerar la corrupta vida política de España. Dato pudo formar un nuevo gobierno con la aquiescencia de las Juntas. Si en un principio toleraron este gobierno, también ellas lo derriban meses después. En cierta medida el éxito de la desobediencia militar inició la subordinación de la vida política a las exigencias del ejército, situación que desembocaría posteriormente en la dictadura de Primo de Rivera. Las Juntas fueron definitivamente disueltas por Sánchez Guerra, el 14 de noviembre de 1922, tras el desprestigio que las proporcionarían los sucesos de Annual. Terminaron apuntalando el sistema contra el que habían nacido.

Coronel Benito Márquez

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Asamblea De Parlamentarios.(1917) en el ayuntamiento de Barcelona.

La Asamblea de Parlamentarios

de la Lliga Regionalista, Raimundo de Abadal. Su propósito era liquidar el sistema de turno de partidos, llevar a cabo una reforma constitucional que permita la autonomía de las regiones y formar un gobierno de consenso con la participa-ción de todos los políticos: se iniciaba la oleada revolucionaria.

Fue la respuesta a una iniciativa de la burguesía catalanista. Cambó, pone en marcha una rebelión contra los partidos tradicionales, conservador y liberal, que llevan décadas monopolizando el poder. De acuerdo con republicanos, reformistas y socialistas, este político catalán convoca en Barcelona, el 19 de julio de 1917 una asamblea de parlamentarios, estando Eduardo Dato en el poder, a la que asistieron 71 miembros, senadores y diputados, catalanistas, carlistas, reformistas, republicanos, junto a Pablo Iglesias el único parlamentario socialista- para forzar un cambio político. Fue presidida por el diputado

Se convocó esta asamblea de parlamentarios para que pusieran en marcha las reformas necesarias y que solicitaba la apertura del Parlamento cerrado por Romanones en febrero de 1917. Fue disuelta por Dato al conceptuarla como separatista.

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Las fuerzas políticas convergieron en un comité formado por la Lliga Regionalista de Cambó, Melquiades Álvarez, Alejandro Lerroux, Francisco Largo Caballero y Julián Besteiro cuya finalidad era preparar un movimiento revolucionario orientado a democratizar el sistema de la Restauración que estaba en su implacable agonía.

Francesc Cambó

Tanto las juntas de defensa militares como la asamblea de parlamentarios, eran fruto del malestar que en España existía contra la Corona y que sólo la frivolidad de Alfonso XIII podía echar en saco roto. Tras estas dos instituciones iba a entrar en lid las organizaciones obreras: por primera vez en la Restauración el proletariado español se pronunciaba contra el rey. Julian Besteiro

La Huelga General Revolucionaria de 1917. Principales consecuencias Este año presentó una coyuntura crítica para el sistema de la Restauración. Tres factores esenciales la definieron: la protesta social, la situación del ejército y la asamblea de parlamentarios. La agitación social venía ascendiendo desde 1910 y con más firmeza a partir del estallido de la Primera Guerra Mun-

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dial. El trasfondo se explica por el fuerte incremento de los precios de productos de primera necesidad y el estancamiento de los salarios que se situaban por debajo de éstos, situación que aumentó a partir de la mitad del conflicto internacional.

Valencia el 19 de julio, (que posteriormente originó la huelga general del 13 de agosto de ese mismo año) situando al ejército y a los sectores de la sociedad burguesa al lado del Gobierno. La huelga se extendió rápidamente por todos los centros industriales del país pero el ejército aplastó la insurrección. Se saldó con 150 heridos, 80 muertos y 2000 detenidos, incluidos todos los miembros del comité de huelga. Tres meses más tarde les llega a todos los ecos del triunfo de la revolución bolchevique en Rusia.

La Unión General de Trabajadores triplicó su número de afiliados en el periodo 1910-1912, pasando de 40.000 afiliados a unos 130.000. La Confederación Nacional del Trabajo, fundada en 1910, y con implantación fundamentalmente en Cataluña, sólo comenzó a tener una verdadera existencia estable a partir del estallido de la Guerra Mundial.

Desde sus comienzos fue un desastre, carente como estaba de apoyo rural y militar. La protesta alcanzó cierto éxito en Madrid, Barcelona y Vizcaya (durante una semana) y más aún en Asturias (durante un mes). Factor clave iba a resultar la conducta que siguieran los junteros: en el momento decisivo, optaron por convertirse en los represores del movimiento y las tropas cumplieron las órdenes del gobierno de reprimir con dureza la huelga.

La huelga general revolucionaria, iniciada el 13 de agosto de 1917, convocada por U.G.T., por la subida del coste de la vida, tenía un objetivo político: derribar a la monarquía, nombrar un gobierno provisional y unas Cortes constituyentes. El primer conflicto trascendente fue la huelga de ferroviarios, convocada en

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El fracaso de 1917 abrió el definitivo recelo entre el apara-to político del régimen y la cúpula militar, que terminó por estallar en 1923, lo que supuso una grave amenaza para la estabilidad y supervivencia de la monarquía.

y liberales, con el fin de provocar una crisis que obligara al rey Alfonso XIII a renunciar al turno de partidos y a formar gobiernos de concentración, tan frecuentes como débiles, en los que participará la Lliga.

Hasta el período 1913, los dos grandes partidos dinásticos que habían formado Cánovas y Sagasta (Conservador y Liberal) se alternaron regularmente en el poder. Pero entre esta última fecha y 1917 ambos se escindieron en varios grupos de carácter personalista (“mauristas, ciervistas, conservadores de Dato, demócratas de García Prieto, Izquierda Liberal de Santiago Alba, etc”). En definitiva un grupo creciente de minorías parlamentarias escindidas de los grandes partidos aspiraban a gobernar donde antes sólo lo hacían las grandes formaciones. A todas estas minorías se sumó la Lliga Regionalista de Cambó.

La obstrucción parlamentaria, practicada por los regionalistas, y secundadas por las minorías escindidas de los partidos turnantes, paralizó el Parlamento y condujo a un callejón sin salida. Tras las crisis de 1917 el rey decidió liquidar el turno de partidos y formar el primer gobierno de concentarción, el 1 de noviembre de ese año: “por primera vez en la historia de la Restauración, se formó un gobierno de este tipo formado por conservado-res, de liberales y de la Lliga presidido por el liberal Manuel García Prieto (al que describe Cambó en sus memorias como "hombre de escasa inteligencia y menor carácter.") aunque quedaron fuera las facciones del conservador Dato y del liberal Santiago Alba.”

Éste optó por obstruir en el Parlamento toda la obra legislativa de los cada vez más débiles gobiernos conservadores 11


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II PARTE

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Desde Tarazona de la Mancha, nos llega el rebuzno de un adusto “ex Platero”, al que hace referencia nuestro Cervantes en su libro mayúsculo de don Quijote, constituyendo uno de los episodios más amables, pueblerinos y rudos. La tradición lo ubica en el escenario de su término municipal, con su plaza mayor, bello ejemplar del siglo XVII con hermosos volados sobre madera siendo una de las más originales de la provincia albaceteña. En el caminar por las calles de esta población veremos viajas casas blasonadas y una peculiar plaza de toros donde una placa hace homenaje al “Maestro” Manuel Jimenez “Chicuelo II” y que dice: “Por su grandiosa faena a un novillo de Doña Pilar Quintera de Ligero se le concedieron las dos orejas, rabo, pata y un trofeo inédito y único: los testículos. Tarazona 23 de agosto de 1953. En el Quijote encontramos en el capítulo XXV de su segunda parte, un episodio situado en las postrerías de

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Tarazona . Plaza Mayor. Declarada Conjunto Histórico-Artístico Nacional, de un carácter muy popular, símbolo del rústico manchego (dicen que se encuentra entre las diez plazas más bonitas de España). Este singular conjunto arquitectónico, data del Siglo XVII y se enmarca dentro del estilo colonial. Es una plaza rectangular, con hermosos balconajes de madera y amplios aleros. Se accede a ella por cuatro Arcos de estilo Románico: el de Castañicas, Juan y Medio, Chicharras y el del Ayuntamiento. En un principio la plaza estaba totalmente cerrada con un quinto arco, llamado de Pedro Puma, que con posterioridad fue eliminado. Por uno de estos arcos era tradición que entrasen los toros a la plaza, cuando antiguamente se utilizaba de coso taurino para la lidia de astados en días de celebraciones.

Tarazona titulado “Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titiritero, con las memorables adivinanzas del mono adivino” “Sabrán vuesas mercedes que en un lugar que está cuatro leguas y media desta venta sucedió que a un regidor dél, por industria y engaño de una muchacha criada suya, y esto es largo de contar, le faltó un asno, y, aunque el tal regidor hizo las diligencias posibles por hallarle, no fue posible…” La treta ideada por los compadres para encontrar el asno fue esta:

“Tengo determinado que os vais vos por una parte del monte y yo por otra del modo que le rodeemos y andemos de todo y de trecho en trecho rebuznéis vos y rebuzne yo y no podrá ser menos sino que el asno nos oiga y nos responda si es que está en el monte…” En definitiva, “no rebuznaron en balde / el uno y el otro alcalde”.

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Iglesia de San BARTOLOMÉ. Tarazona. Su periodo constructivo abarca desde el Siglo XVI (inicio en 1549) al XVIII (termina en 1694). Es un templo de estilo Renacentista, que responde al prototipo de las denominadas Iglesias de Salón de tipo columnario, con tres naves en cinco tramos, abundancia de arcos y bóvedas de arista.

De especial valor artístico es la del Santo Cristo, con arco de medio punto por el que se accede a los dos espacios en los que se distribuye. En su exterior, concluida en 1694, sobresale la elevada Torre, rematada en chapitel de pizarra, bien proporcionada, con sillería en las esquinas y en los arcos de su campanario

Rincón de Tarazona

Carnavales de Tarazona 15


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Jorquera y el meandro del río Júcar.

Se sale de este pueblo para ir a Jorquera, pasando por los pueblos de Madrigueras, Mahora y Bormate.

Baja el Júcar preñado de agua saciando la sed de Jorquera,

Jorquera tiene sus orígenes en la antigua roma y al pasar de manos árabes a castellanas, fue parte del señorío de los Villena con el que da comienzo su esplendor al erigirse cabeza de un extenso territorio que vino a llamarse “Estado de Jorquera”

en el meandro resbalan los ánades y los croares de las ranas

Sin duda lo primero que destaca de la Jorquera es su situación y su aspecto. Jorquera, es sobre el Júcar, una pequeña Toledo. Es hermosa, muy hermosa esta villa que se sitúa en un alto sobre un meandro del Júcar y la población se adapta a su recorrido de modo que la atalaya natural pa-

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rece heca para el pueblo y no al contrario. Bien le tuvo que costar a Cervantes recorrer estas calles solicitando impuestos a sus señores. La roca asciende con las casas perfectamente ensambladas y a sus pies el corte de la piedra del cañón del Júcar. Los árabes la conocían por Xurquera. Señalar la invención de un sistema de irrigación, obra de ingeniería que realizaron los árabes permitiendo el riego de las parcelas situadas a ambos márgenes del río Júcar, durante muchos kilómetros, de un modo natural, que devuelve al río el agua no consumida y que todavía hoy en día se utiliza para el riego de las huertas.

Murallas y Toprre de Doña Blanca. Las murallas de Jorquera datan de época de los Almohades del siglo XI. El Cid Campeador a las puertas de la muralla de Jorquera, allá por el año 1094 hirió al rey moro Lucef, que se refugió en el castillo de Jorquera.La torre de Doña Blanca del siglo XV de forma pentagonal mandada levantar por el marqués de Villena Don Juan Pacheco, debido al crecimiento de la población se tuvo que hacer una nueva puerta en las murallas y para que esta fuera protegida se levantó esta torre de Doña Blanca. Las murallas tienen dos puertas la de la villa y la nueva junto a la torre de Doña blanca.

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Baja el Jucar preñado de agua saciando la sed de Jorquera, en el meandro resbalan los ánades y los croares de las ranas

La carretera entre Jorquera y Alcalá del Júcar, es un auténtico paraíso de la naturaleza y al poco de iniciar el viaje nos encontramos con la aldea de La Recueja, un impresionante mirador del Jucar desde donde es seguro que la jaca de Don Miguel se pararía para contemplar tan bello paisaje. Y un poco antes de llegar a Alcalá del Júcar tenemos la cueva del rey Garandén. Cervantes tuvo que y oir alguna de las leyendas de esta cueva donde su leyenda dice: “Cuentan las crónicas que en este castillo vivía un rey moro llamado Garadén y los cristianos echaron fuego por el mencionado agujero, de forma que el rey Garadén y los que se pudieron salvar huyeron por el monte, pero lo cristianos cruzaron el río Júcar por el Vado de los Jinetes – muy cerca de la cueva de Garadén- y lo siguieron hasta darle alcance a una legua de la villa de Iniesta”.

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Se trata de uno de los contados ejemplos de cueva fortificada conocidos en la península. Las Relaciones Topográficas de 1579 ya hacen referencia a la Cueva de Garadén, donde se cuenta “que a media legua de esta villa hay una cueva natural muy alta que se conoce como Castillo de Garadén, dentro de la cual hay tapias de cinco o seis pies y un aljibe pequeño hecho en la misma peña. La entrada la tiene por un lado de la peña, donde hay un agujero por el que se entra a gachas y una persona delante de otra, y, por último, en lo alto del castillo hay un agujero hecho a mano”.

Y ahí tenemos a la imponente Alcalá del Júcar. Señorío de los enemigos de Isabel la Católica, los Villena. Pueblo que ha pasado por diversas vicisitudes históricas y que tiene entre sus monumentos una peculiar iglesia con devoción a San Andres de diferentes estilos arquitectónicos y un impresionante castillo almohade dominador de la hoz del Jucar . Panorámica de Alcalá del Jucar

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Iglesia parroquial de San Andrés. Alcalá del Jucar. Foto: Gray Top

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Castillo del Alcalá del Júcar

De Alcalá del Júcar vamos camino de Chinchilla de Montearagón, aunque se le conoce mejor solo por el nombre, sin su <apellido> de Montearagón. Patria chica de Mutrib al-Umawi al-Yinyili, sabio que habitó la medina que sería la Chinchilla del siglo XI. Fue discípulo de Maimónides y de Ibn Midray. El marino y acompañante de Fernando de Magallanes, Juan de Chinchilla también era de esta noble villa que durante el reinado de los Reyes Cató-

licos, sufre una decadencia en favor de su antigua aldea, Albacete (con mayor protagonismo político y económico), ya que esta última disfrutaba de la comodidad del llano. Los chinchillanos llegaron a quejarse a su rey Felipe II, al cual le dirigieron una carta que transcribía así: "Esta Ciudad tenía buenos y grandes términos, donde venían y vienen a herbajar los de tierra de Huete. Su Majestad se los dio a la villa de Albacete por no se qué relación siniestra

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Plano de Chinchilla de 1563

Castillo de Chinchilla

que ellos hicieron, de manera que los ha perdido quien los había ganado y defendido con su propia sangre, y los tiene quien con falsas relaciones los procuró". Ciudad que está encaramada sobre un cerro dominador de la llanura manchega, de “ese mar rojo español”. Tierra donde los árabes fabricaban tejidos y lanas, por ello, cuando la conquistó Pelayo Pérez Correa en el 1242, la convirtió en capital

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Baños Árbaes. Embutidos en una edificación nueva, consta de dos salas abovedadas en cañón y paralelas, una tercera más estrecha corre perpendicular a las mismas, aún subsisten los lucernarios estrellados, así como las piletas de la sala sur. Su origen se remonta entre los siglos XI y XII. A ellos hace referencia documental el Infante Don Juan Manuel, en una carta del año 1295, así mismo son citados en las “Relaciones Topográficas de Felipe II”


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Ayuntamiento. De fachada renacentista del siglo XVI con una profunda decoración.

del marquesado de Villena y fue Juan Pacheco, marqués de Villena, quien decide la construcción durante el siglo XV de la fortaleza que predomina todo el paisaje manchego. Después de recorrer las murallas de esta ciudad, beber vino mientras se acompaña un ajo de mataero y una gachas chinchillanas nos vamos bajando hacia la extensa llanura donde Albacete, en tiempos árabes conocida como Al-Basi (la llanura por autonomasia), comienza a vislumbrar su aire de capitalidad entre estas tierras meseIglesia Arcipestral de Santa María la Mayor-. Chinchilla.

Plaza Mayor de Chinchilla

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Plano de Albacete. S. XVIi. Museo Provincial de Albacete

teras con fondos amarillos y verdes, cruce de caminos tirados por el ir y venir de los carros y de caballeros andantes. Su virgen se apoda “de los Llanos”. La copla popular lacanta de esta manera: Albacete está en un llano Chinchilla está en una cuesta Y la Virgen del Llano, bonita, Está en la traspuesta.

Interior de la Catedral de San Juan de Albacete. S. XVI

Tierra que cien años antes de la conquista por parte de Castilla, ya tenía “fortalezas” en las que se hacen fuertes los fanáticos guerreros del Sahara. Hacia 1144 se señala que Ibn Abd alAziz, régulo de Valencia, “encargó el cuidado de las fronteras al alcaide Abd-Allah ben Ayad (Ibn Iyad), que se ocupó, desde luego, en asegurar las suyas propias y las de su yerno, Abdala ben Mardanis, contra los lamtuníes que hacían gente en tierra de Albacite y se hacían fuertes en sus fortalezas”.

La Posada del Rosario es un edificio del siglo XVI, situado en el Centro de la ciudad española de Albacete, declarado monumento histórico-artístico de carácter nacional

Albacete tuvo que ser paso para la recaudación de impuestos de nuestro Cervantes, su Feria era muy importante. Aún en 1600, la de la Feria sigue siendo la calle principal y entrada de la villa, pero se encuentra llena de hoyos y barrizales. En ese mismo año, a consecuencia del empantanamiento de las aguas en sus alrede-

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dores, “el trato y el comerçio de esta villa se a visto y vehe por experiencia que cesa respecto de no poder la carretería y recuas y otros caminantes y tragineros entrar ni llegarse a esta villa...,”. Entre sus calles está situada la Posada del Rosario, s XVI, que bien pudo albergar a don Quijote, o en su caso a su creador don Miguel de Cervantes. Estos son caminos de La Mancha, tierra donde la monotonía del trigal se muda en auténtico vergel. Sus gentes, amadas por nuestro Cervantes, están representadas en el equipaje de cada una de estas rutas que gracias a vosotros, amigos lectores, vamos creando poco a poco.

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Pepe Rey-Cervantes Virtual

Antes de entrar a comentar los aspectos musicales que aparecen en el Quijote, es obligado referirse, aun brevemente, al silencio, elemento fundamental a lo largo de la narración y objeto de ensayos de varios autores. Si el silencio es un factor imprescindible para entender a nuestros barrocos, Góngora, Gracián o Velázquez, en Cervantes reviste caracteres especiales por la frecuencia y por los calificativos de que lo acompaña: sosegado, regocijado, admirable, extraño y, sobre todo, maravilloso. Cuando Cervantes menciona el silencio, no se refiere solo a la negación de la

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palabra —incluido el cómico «áspero mandamiento del silencio» impuesto a Sancho (I-21)—, sino incluso a la ausencia casi total de sonidos, como en la casa del Caballero del Verde Gabán (II-18): «de lo que más se contentó don Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos». El silencio de los oyentes es obligado cada vez que un personaje inicia una de las múltiples narraciones que salpican la novela. El silencio facilita que la imaginación del hidalgo vague por sus «estrañas locuras» (I-16). Y, por no multiplicar inútilmente las citas, baste recordar el túmulo de Altisidora (II-69), «porque en aquel sitio el mesmo silencio guardaba silencio a sí mismo, se mostraba blando y amoroso». Pero, naturalmente, no todo es silencio en una novela calificada desde Bajtín como «polifónica» por la trama contrapuntística que dibujan las voces de sus múltiples personajes. En el Quijote existen también muchos sonidos y mucha música en momentos altamente significados. Cervantes se muestra especialmente sensible a los estímulos auditivos. Con gran frecuencia los cambios de situación que marcan el comienzo de una nueva «aventura» vienen señalados por un elemento sonoro, musical en ocasiones, que no tiene por qué guardar proporción con la magnitud de lo que anuncia, tal como observa Sancho en uno de los episodios más chuscos (I-20) a la pregunta de don Quijote «¿Qué rumor es ese?»: «Alguna cosa nueva debe de ser, que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco» (o sea, «para poco, con pequeñas consecuencias»). Precisamente el cómico episodio se integra en una aventura totalmente acústica —la

Músicos del barroco.

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Cornetas siglo XVI y XVII

de los batanes— que viene preludiada por dos estímulos sonoros: 1) «... cuando llegó a sus oídos un grande ruido de agua... Alegróles el ruido en gran manera...» y 2) «... oyeron a deshora otro estruendo que les aguó el contento del agua... unos golpes a compás, con un cierto crujir de hierros y cadenas». Obsérvese cómo cada sonido viene acompañado de su carga emocional, desde la alegría al dolor, pasando por el horror, la burla, el sosiego, el miedo, etc. Por eso, aunque Sancho afirme (II-35) que «donde hay música no puede haber cosa mala» y que «siempre la música es indicio de regocijos y de fiestas», la realidad misma le matiza en la misma aventura —otro de los episodios más sonoros de la novela— trayendo horror y espanto con diversos instrumentos de viento y percusión asociados a las armas de fuego.

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Viruela de mano.

Albert Renaud. «Don Quichotte» (Teatro ópera?). Cartel del Thèâtre du Châtelet (París, 1895) por Houbrac. Tomado del catálogo de la exposición «Don Quijote, más allá de Cervantes. La figura de don Quijote en carteles publicitarios de todo el mundo». Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 2004. Archivo Centro de Estudios Cervantinos (Alcalá de Henares, Madrid). Programa de mano del Festival-homenaje a Cervantes, en el Teatro Calderón de Madrid, el 16 de diciembre de 1932. (Orquesta Sinfónica, Dir. Enrique F. Arbós). Biblioteca Musical Municipal (Madrid). Los sonidos y los silencios —en definitiva, los elementos por los que definimos la música junto con el tiempo— constituyen así una tupida trama que soporta el dibujo de ese gran tapiz que es la novela. De algún modo los sonidos representan un cierto orden establecido desde el comienzo mismo de cada día, que viene acompañado de gorjeos de

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Espineta posiblemente del siglo XVI construido por la escuela germana. Su decoración evoca la batalla de Lepanto. Actualmente expuesto en La Cité de la Musique de Paris.

pajarillos en un tópico con el que Cervantes parodia los libros de caballerías. Cada instrumento o grupo de instrumentos aparecen en el contexto que les pertenece: los de metal y de percusión en los torneos, justas y batallas (aunque sean imaginarias o de retablo); los punteados, en escenas domésticas de ronda nocturna; los pastoriles y campesinos, en los momentos reales o ficticios pertinentes, etc. De ahí que hasta las omisiones sean significativas y quepa señalar un clamoroso silencio de Cervantes no sólo en esta, sino en toda su obra: la omisión de un instrumento tan habitual e importante como el órgano y de un conjunto tan característico como el de los ministriles altos (corneta, sacabuche, chirimía y bajón). Es cierto que no tenía por qué inventarse una aventura litúrgica, ya que es en la iglesia donde estos instrumentos tienen su principal papel, pero en algún momento que podía venir al pelo parece evitar entrar en detalles, como en la toma de posesión de Sancho en su ínsula (II-47):«... con mucha pompa le llevaron a la iglesia mayor a dar gracias a Dios y luego con algunas ridículas ceremonias le entregaron las llaves del pueblo». Seguramente, si hubiera entrado en más detalles ridículos, habría dado con la Iglesia.

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Theodoor Rombouts- El tañedor de laúd-1620

Cuando Cervantes comenzó a escribir el Quijote, no imaginó a su personaje como músico o rodeado de circunstancias musicales particulares. Él era amigo de introducir escenas musicales en los géneros y las obras que lo requerían por tradición, como las comedias o las novelas pastoriles, pero la historia de aquel hidalgo enloquecido por sus lecturas y errante por la estepa manchega no entraba en tales patrones ni, por otra parte, el personaje tenía connotaciones musicales, como pudiera ocurrir en los casos de la gitanilla Preciosa o el Loaysa de El celoso extremeño. Por eso en los capítulos que narran la primera salida de don Quijote los elementos musicales son escasos y simples y tienen la sola función de mostrar crudamente el contraste entre lo imaginado por el caballero y la realidad del ambiente rural: cree él escuchar una trompeta anunciando su llegada al castillo (I-2), mas resulta ser el cuerno de un porquero (sin perdón); cree que unos ministriles tañen mientras él come, pero no es otro sino un castrapuercas con su característico silbato de varios tubos. En la segunda salida las cosas comienzan de modo parecido: cuando don Quijote (I-18) imagina oír «el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores», Sancho no oye «otra cosa sino muchos balidos de ovejas y carneros». «Y así era la verdad», remacha el narrador, por si al lector le hubieran entrado dudas. Aparte de esto, se

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Escabuche del renacimiento.

mencionan algunos detalles musicales a propósito de las diferentes historias incluidas en el relato de modo más o menos orgánico: el rabel de los cabreros Antonio (I-11) o Anselmo (I51), el arpa de la doncella Dorotea (I-28), la serenata de don Luis a doña Clara (I-42) o la guitarra rasgueada por el soldado Vicente de la Roca (I-51), «que la hacía hablar», según un tópico repetido con frecuencia por Cervantes. Magro bagaje musical, en verdad. Hacia el final, sin embargo, hay que reseñar una novedad (I-52): todos oyen «el son de una trompeta, tan triste» y don Quijote también lo interpreta como lo que es, «el doloroso son de aquella trompeta», aunque para él signifique el comienzo de una nueva aventura. Desde hace rato el autor ha abandonado el recurso a la percepción alucinada de su héroe; ahora este contempla la realidad tal cual es y son los demás quienes le intentan convencer de que todo es producto de encantamientos. Al comienzo de su incursión en Sierra Morena (I-23) don Quijote se permite un comentario que cambia nuestra apreciación del personaje: «Quiero que sepas, Sancho, que todos o los más caballeros andantes de la edad pasada eran grandes trovadores y grandes músicos, que estas dos habilidades, o gracias, por mejor decir, son anejas a los enamorados andantes». Tal opinión es corroborada más adelante por un canónigo toledano (I-47). Aunque de momento semejantes cualidades no se manifiestan, sí lo harán en la tercera salida, o sea, la segunda parte, en la que nuestro caballero toca la vihuela (II-46), canta un madrigalete (II-68) e, incluso, danza hasta caer extenuado (II-62), además de afirmar que sabe cantar estancias del Orlando furioso (II-62).

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Pero lo más sorprendente es que se permita impartir una lección de organología (II67) al contestar a la pregunta de Sancho «¿Qué son albogues, que ni los he oído nombrar, ni los he visto en toda mi vida?». No era cierto. El bueno de Sancho los había visto y oído en las bodas de Camacho (II-19), aunque quizá el olor de las ollas se había sobrepuesto al ojo y a la oreja. La respuesta de don Quijote — «Albogues son unas chapas a modo de candeleros de azófar...»— es un típico desvarío quijotesco y, a todas luces, una ironía de Cervantes, pero con frecuencia ha sido tomada tan al pie de la letra, que consta en el Diccionario de la RAE desde la edición de 1780.

sus criados: «el son de los bélicos instrumentos» que incendia el bosque en la noche (II-34), «el son de una suave y concertada música» de arpas, laúdes y chirimías que acompaña a la carroza de Merlín (II-35), «el son tristísimo de un pífaro y el de un ronco y destemplado tambor» que anuncia al embajador Trifaldín (II-36), el arpa de Altisidora requebrando al caballero (II-44), la cencerrada que frustra la respuesta vihuelística de este (II-46) y, finalmente, «el son sumiso y agradable de flautas» y «el son de una harpa» que rodean el túmulo de Altisidora (II-69). En todos estos casos los oídos de don Quijote ya no se engañan. Más aún, nuestro héroe demuestra tener un excelente sentido crítico cuando pregunta al criado que, en la escena mencionada en último lugar, al son de aquella arpa «que él mismo tocaba cantó con suavísima y clara voz»: «—Por cierto que vuestra merced tiene estremada voz, pero lo que cantó no me parece que fue muy a propósito, porque ¿qué tienen que ver las estancias de Garcilaso con la muerte desta señora?». Interesante pregunta que podrían aplicarse quienes ahora afirman festejar la memoria de don Quijote haciendo sonar músicas que nada tuvieron ni tienen que ver con él.

La segunda parte contiene numerosos momentos de presencia musical. Unos son reflejo de la realidad circundante, como cuando amo y escudero se cruzan de madrugada en El Toboso con un labrador que va a su trabajo cantando el romance de Roncesvalles (II-9) o cuando en las galeras suenan las chirimías y el pito del cómitre (II-63). Otros prolongan la tradición literaria pastoril, de la que Cervantes es deudor. De ahí provienen los instrumentos que tañen los labradores (II-19 y 20) o los imaginarios pastores (II-67). Pero las escenas musicalmente más ricas forman parte de las bromas urdidas por los duques y

Escena musical del renacimiento.

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José López Martínez

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El vino ha sido siempre, desde los primeros amaneceres de la humanidad, compañero inseparable del pan y del ingenio, de los ricos y de los pobres, habitante iluminado en la bodega, despensa fabulosa de ensueños y fabulaciones. Tiene una extraña música el silencio que se produce en el interior de toda mansión del vino, sobre todo en los atardeceres, junto a la boca anchurosa de las tinajas. , en las espaciosas galerías, en la campechanía de los antiguos bodegueros. En toda bodega resplandecen, como agazapados, los soles maduradores del otoño y se perciben los ecos remotos de las coplas mañanera que cantan los viñeros en las llanuras, en las laderas y lomeríos de las regiones de España, por hablar sólo de lo nuestro. Perdura el brillo de las estrellas en las noches de plenilunio y la alborada de un nuevo día cae sobre las cepas y los racimos.

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El poeta de Valdepeñas, Juan Alcaide, que supo elevar el cercao al rango de tertulia literaria, nos presentaba así a la tinaja conversando con el bebedor: El mosto es feto de mi vientre y crece. Nace en los gritos de la espita y quema. Por tí, tonel minero, se hace gema, gema de amor que por amor padece. Termómetro del dedo, en él se mece y abre un clavel de gozo por su yema. Copla de mano a boca. Y más; diadema de la boca a la sien, donde fenece... Barro hermano de Aldonza, carne mía, yo brindo en mi Toboso la alegría de un bárbaro Velázquez, vaso a vaso. Vente, buen bebedor, queda conmigo: reclina bien tu sed sobre mi ombligo, depúrate el volar... y enreda el paso.

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Tampoco habrían de estar ausentes del Quijote las alusiones al vino, pues Miguel de Cervantes, hombre de mil caminos y aventuras, conocedor como pocos del corazón humano, en más de una ocasión se valió de un buen trago de vino para superar sus muchas desgracias y pesares. Así, en el capítulo XIII de la segunda parte del Ingenioso Hidalgo, en el gracioso diálogo que Sancho Panza mantiene con el escudero del Caballero del Bosque, o séase del mismísimo Bachiller Sansón Carrasco, aquél comenta del siguiente modo: "Fiambreras traigo y esta bota colgando del arzón de la silla, por sí o por no, y es tan devota mía, y quiérola tanto, que pocos ratos se pasan sin que dé mil besos y mil abrazos". "Y dicho esto se la puso en las manos a Sancho, el cual, empinándola, puesta a la boca estuvo mirando las estrellas más de un cuarto de hora, y acabando de beber, dejó caer la cabeza a un lado, y dando un gran suspiro dijo: "!Oh hideputa bellaco, y cómo es católico¡" Luego indaga en los orígenes de aquel vino que le ha sabido a gloria: "Pero dígame, señor, por el siglo de lo que más quiere, ¿este vino de Ciudad Real?", bravo mojón, respondió el del Bosque, en verdad que no es de otra parte, y que tiene algunos años de ancianidad".

Don Quijote y Sancho Panza comiendo en el campo. Dibujo de José Jiménez Aranda

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Luego le explica sobre sus conocimientos vinícolas: "¿No será bueno, señor escudero, que tenga yo un instinto tan grande y natural en esto de conocer vinos, que dándome a oler cualquiera, acierto la patria, el linaje, el sabor y la dura, y las vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino atañederas?" Cervantes escribio sobre el vino de Ciudad Real y, posiblemente, quiso referirse, por extensión, a todos los vinos de La Mancha, región que tan puntualmente conocía. Y Diego Clemencín, uno de los más acreditados comentaristas del Quijote, dijo al respecto que "debió ser

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vino --el manchego-- muy del agrado de Cervantes, pues en la novela El Licenciado Vidriera, citando entre los vinos de fama los de Madrigal, Coca, Esquivias, Cazalla, Guadalcanal, La Membrilla, Ribadavia y otros, nombra también el de Ciudad Real". Del mismo modo, en El coloquio de los perros, Cervantes vuelve a mencionar el vino de La Mancha, y Pellicer aseguraba que este vino figuraba entre los más conocidos y aceptados del siglo XVI, incluso desde mucho antes, según comentaría, nada menos, que el propio Jorge Manrique. No reza mención alguna al vino de Tomelloso, lo cual se debe a que Tomelloso, por aquellos años, apenas era un pequeño grupo de casas en medio de un tomillar. Antiguo casi tanto como la humanidad es la historia del vino; una de las historias más hermosas y lúdicas jamás contadas, el afluente más caudaloso del mítico río del pensamiento humano y del ingenio. En la Biblia, como es bien sabido, se registran numerosas y trascendentes alusiones al vino y a las uvas. Recordemos, por ejemplo, la llegada de los enviados por Jesué al campo de los hebreos portando enormes racimos procedentes de las viñas de la tierra de Canaan.

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José Manuel Mójica Legarre

Cartagena de Indias resplandecía bajo el sol caribeño como una joya radiante expuesta sobre un tupido tapete de verde terciopelo. El mar, lamiendo sumisamente las arenas de la playa, parecía un enorme lago de plata fundida y el calor intentaba huir de su asfaltada prisión creando en el ambiente unas vibraciones vaporosas que hacían temblar el paisaje. La negra Margot no conocía el significado de la expresión “alegría de vivir”; pero siempre sentía una felicidad especial dentro de ella cuando el día era especialmente brillante y la ponchera llena de fruta fresca sobre su cabeza parecía no pesar. Margot, la negra Margot como la conocían todos en Cartagena, entró con un paso vivo, ágil, en el Corralito de Piedra, la antigua ciudad colonial amurallada, pregonando a los cuatro vientos, con alegres voces y frases jocosas, su refrescante mercancía.

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Caminaba alegremente, balanceándose, con la sabrosa cadencia de sus caderas lunares ceñidas en un colorido vestido, al ritmo de una música que sólo ella parecía oír. Sus treinta años, muy bien llevados por sus carnes todavía tersas, aún eran capaces de hacer volver la cabeza a más de un hombre. Pasó por la calle de la Universidad donde los estudiantes solían comprarle mangos y piña; pero aquel día se había retrasado un poco y alguna compañera suya había hecho el negocio con antelación. Al recordar Margot que su retraso aquella mañana se había debido a que Juan, su hombre, cuando ella estaba casi a punto de abandonar la casa, le había dedicado una breve pero intensa sesión amorosa, se estremeció. La negra Margot no podía definir correctamente la expresión “placer sublime”; sólo sabía que cada vez que su Juan se acercaba por la espalda y le acariciaba la nuca, mordisqueándole el lóbulo de la oreja, todo el mundo se desdibujaba al mirarlo a través de la bola de tibio fuego que nacía en sus entrañas. Margot decidió que lo mejor para su negocio, al menos aquel día, sería acercarse a la plaza del Ayuntamiento; allí solía reunirse mucha gente para gestionar documentos, o hacer negocios, y acostumbraban siempre a comprar fruta para refrescarse y entretener la espera. Cuando llegó, se dio cuenta que un grupo de compañeras suyas, también vendedoras de fruta, se habían instalado al lado del pasadizo donde se vendían hierbas y fumaban plácidamente cigarrillos “Piel Roja” mientras comentaban los pormenores, a menudo nimios, de sus encasilladas vidas. Se acuclilló con parsimonia junto a ellas dejando la ponchera a su lado, encendió uno de aquellos cigarrillos bastos, sin filtro, verdaderas cerbatanas de nicotina, y pidió un café tinto al

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El Corralito de Cartagena de Indias.

vendedor ambulante que se lo ofreció con una sonrisa plagada de dientes. La negra Margot no sabía deletrear la palabra “placidez”; pero sí sabía que le gustaba mucho estar con aquellas mujeres que hablaban del mismo modo que ella, con el mismo acento, y que cuando las dejaba atrás para seguir con su trabajo diario, era como si una tranquilidad, perezosa y zalamera, se adueñara de su conciencia aunque, a veces, se enzarzaran en complicados e hirientes juegos de palabras llenas de doble sentido.

su mercancía a voz en cuello, llegó al final de Bocagrande y dio la vuelta para encarar las interminables aceras de la Avenida Bolívar bajo un sol de justicia, sin dejar de ofrecer la jugosa fruta que se balanceaba sobre su cabeza. Que “las diez”, le dijeron unos viandantes cuando preguntó la hora. Aunque no había vendido nada todavía, quedaba mucho día por delante ya que nunca solía volver a casa hasta que comenzaba el atardecer, después de haber comido al medio día una sopa que le regalaban en cualquier tenderete del mercado. La negra Margot nunca había pronunciado la palabra “añoranza” ni conocía su significado; pero cada vez que pensaba en que su Juan tendría la comida preparada para cuando llegara, arroz con lisa frita, y recordaba las noches que pasaban sentados a la puer-

De nuevo en marcha, el roce de su callosa piel hundiéndose en la arena caliente de la playa la reconfortaba, conciliando a Margot con la vida si tenía problemas, a veces eso sucedía, pero aquel día sólo era capaz de sentir la caricia de la playa en la planta de sus pies. Pregonando

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La plaza del ayuntamiento de Cartagena de >Indias.

ta de su ranchito, se le ponía un agradable nudo en la garganta hecho de ausencia y de ansias de retorno.

Al pasar frente al Club Náutico, Margot miró cómo algunas personas de piel blanca tomaban, entre chanzas, palmoteos y risas, jugos de frutas, enfriados con enormes trozos de hielo que hacían sudar los enormes vasos de cristal, bajo las sombrillas multicolores del pequeño puerto deportivo. Dejó la ponchera apoyada sobre el pretil del muro para descansar un poco su cuello y los contempló a sus anchas.

Saliendo de Bocagrande, Margot, pensó que podría vender algo en el fuerte de San Felipe y encaminó sus pasos hacia ese punto. La mañana agonizante se traducía en un calor violento, húmedo, que no podía ser aliviado por la tímida brisa que llegaba del mar. Gustosamente se habría comido un mango de los que llevaba en la ponchera para vender; pero aquello supondría comerse unos pesos que podían convertirse después en arroz, pescado y cigarrillos por lo que, despreciando el ruido de sus tripas que ya habían olvidado el exiguo café de la mañana, único alimento que había tomado hasta ese momento, decidió abstenerse.

La calidad de las ropas que vestían era evidente, lo mismo que la de su calzado, y el oro que adornaba sus cuellos, dedos y muñecas refulgía despectivamente al igual que los teñidos cabellos rubios de las mujeres. La negra Margot no sabía muy bien qué quería decir la expresión “lucha de clases”; pero al comparar mentalmente sus pies desnudos sobre el ar-

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diente asfalto con los lujosos zapatos deportivos de quienes gozaban de un descanso en el club, sintió una punzada dolorosa en algún lugar del alma que le impulsó, sólo por un momento, a odiar con aspereza a esas personas. Margot reanudó su camino sorprendiéndose al ver a tantos extranjeros a la entrada del fuerte, y supuso que el barco de los canadienses habría atracado aquel día. Su llegada causó una gran sensación entre aquellas gentes tan poco acostumbradas a la contemplación de una estampa tan típica, como la que formaban Margot coronada por su ponchera rebosante de frutas. Cuando todos la rodearon haciéndole comprender con gestos evidentes que deseaban fotografiarse con ella, se defendió con las únicas palabras del idioma inglés que había podido memorizar, y al grito de “Guandolarplís”, puso orden en la marimorena que se había formado a su alrededor logrando, como por ensalmo, que los turistas hicieran una ordenada fila para proceder a la sesión fotográfica. Durante más de una hora sonrió ante los objetivos de las cámaras, abrazó, fue abrazada, y posó para que aquellos extranjeros la llevaran con ellos a sus frías tierras de origen, convertida en cartulina multicolor. La negra Margot no sabía ni que existiese la palabra “capital”; pero aquellos más de cien billetes de a un dólar que reposaban en el fondo del bolsillo de su colorido mandil, fruto de las fotografías y de la venta de toda la fruta que llevaba, le conferían una seguridad especial que daba alas a sus pies, animándoles a que devoraran la distancia que le separaba de su casa, de su hombre. Marbella era un ascua de luz, de violento calor, en pleno mediodía. Margot, dominando su prisa para llegar a casa, se detuvo en uno de los pequeños restaurantes populares que ofrecían sus productos a los pocos viandantes que se atrevían con el solazo de aquellas horas. El

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sabroso bistec a caballo, los patacones de plátano frito y el burbujeante refresco de origen extranjero calmaron su vientre. Allí estaba ella, en un restorán, atendida como una señorona, igual que aquellas cachacas llegadas del interior, para veranear, buscando las caricias del sol y los machos potentes de piel oscura. La negra Margot no sabía cuál era el significado justo del concepto “soberbia”; pero una sensación de superioridad la embargó al ver que unos vecinos suyos pasaban, como arrastrándose bajo el temible sol, y le dedicaban una mirada de respeto ilimitado al verla, como cliente, en un restaurante. Todavía con el sabor del café tinto en la boca, la mujer llegó al barrio que la había visto nacer y en el que todavía vivía compartiendo casa con su adorado Juan. La inmensa alegría que le llenaba el pecho parecía suavizar, endulzar las calles polvorientas, lánguidas bajo el húmedo calorón. Se sentía tan bien que incluso respondió a los saludos, sin el acostumbrado improperio, de quienes se sorprendían de verla de vuelta tan temprano con la ponchera vacía. Aquella noche con Juan iba a ser memorable en su ranchito. A buen seguro comprarían carne y ron, cigarrillos y café, para pasar un buen rato en plácido amor y compañía. Al día siguiente harían un buen mercado y ella podría pasar algunos días sin tener que salir a vender la fruta por las calles cartageneras. Los últimos metros que la separaban de su casa se le hicieron eternos. Agradecida por la sombra del porche, la negra Margot abrió la puerta de la casa, suavemente, para darle una sorpresa a su Juan. La sorprendida mujer no sabía qué podía significar la palabra “estupor”; pero se quedó inmóvil, de una pieza, cuando pudo distinguir en la

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penumbra cómo el cuerpo desnudo de su hombre se afanaba sudoroso, entre gruñidos, sobre un cuerpo femenino, terso, joven y entregado, sobre el mismo lecho que ella compró con tanto esfuerzo.

palabra “aturdida”; pero sentía que nada a su alrededor tenía importancia, que todo lo que su memoria le decía haber vivido durante la última hora sólo era un sueño y los sonidos del exterior le llegaban atenuados, como pasados a través de copos de algodón.

Margot permaneció muda en el rincón de la pieza oscurecida por las cortinas echadas hasta que un largo estertor placentero, que tan bien conocía, le informó de que su hombre había logrado el goce. Sin hacer ruido, mientras los furtivos amantes recuperaban el ritmo de la respiración, fue hasta el fogón de leña, abrió el cajón de la mesa hecha con tablas sin pulir y sacó el cuchillo de cortar el pescado.

Margot, sentada rígidamente en un viejo banco de madera barnizada, desconchado por el uso, permanecía ajena al trajín de policías y personal del juzgado que revoloteaba a su alrededor. Frente a ella, una puerta de madera y vidrio opaco dejaba salir voces contenidas y ruido de teclas golpeando papel. Sobre el translúcido cristal, algunos trazos negros, que debían ser letras, indicaban algo que ella no podía descifrar.

Con el mismo sigilo con el que había salido, volvió a entrar y, sin mediar palabra, comenzó a repartir fieras cuchilladas sobre los cuerpos indefensos. La negra Margot desconocía que los doctores hablaban de “enajenación mental transitoria”; pero ni los gritos estentóreos de los amantes pidiendo piedad, fueron capaces de detener el vaivén del brazo armado hasta que los dos cuerpos sudorosos, empapados en sangre fresca, dejaron de moverse bajo su ataque.

Después de que unos hombres vestidos con las guayaberas más blancas que había visto en su vida se cansaran de hacerle preguntas, tras posar su pulgar manchado de tinta sobre unos papeles llenos de signos, la llevaron a un lugar en el subsuelo de la comisaría que olía a podrido, a miedo y a sudor, donde había algunas mujeres que se recostaban en las paredes llenas de rayas e inscripciones.

Acuclillada Margot en un rincón de la pieza, en la misma postura que solía adoptar cuando estaba con sus compañeras, la encontró la policía que había sido alertada por la chismosa del ranchito que lindaba con el suyo.

Aunque a ella la pusieron aparte, cuando cerraron la reja a sus espaldas, se sintió vacía, como ida. La negra Margot nunca había oído la palabra “abatimiento”; pero cada vez que recordaba lo que acababa de suceder, notaba como si estuviera muerta por dentro y una enorme lasitud le aplomaba los músculos dejándolos como inertes durante horas.

La mujer no opuso resistencia alguna cuando le colocaron los grilletes, ni protestó, ni miró a nadie al transitar por el pasillo de curiosos que se habían concentrado ante su casa. Tampoco se quejó cuando el acero le laceró las muñecas presas, al sentarse en el furgón celular. La negra Margot desconocía que existiera la

Encerrada Margot en un dormitorio de la cárcel a la que fue trasladada, tomó consciencia de que la vida había cambiado totalmente para ella desde el momento en

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meros catorce signos coloreados de rojo en la cabecera de aquella hoja de periódico, que ella sabía contar, tenían un aspecto feroz, violento, como si encerraran un significado horrible que podía presentir con sólo pasar las yemas callosas de sus dedos sobre el papel. El día del juicio, le habían dicho a Margot que aquel acto se llamaba así, no podía entender cómo aquel hombrecillo con acento cachaco que nunca la había visto en su vida, se empeñaba en acusarla de algo que él ni siquiera había presenciado, relatándolo con tanta lujo de detalles como si hubiera estado allí. Sin embargo ella sí que pudo comprender perfectamente el hecho de que aquella señora tan simpática, abogada le decían, que había ido a verla alguna vez a la cárcel y olía a flores recién cortadas, se empeñara en defenderla enfrentándose sin miedo al desagradable cachaco.

que acabó con la vida de su hombre y con la de su amante. Bajo el jergón guardaba unas hojas de periódico, casi borradas por el continuo sobeo al que eran sometidas, en las que podía reconocerse ella misma tal y como aparecía en la fotografía de su cédula de identidad y, bajo ella, la sangrienta imagen de dos cuerpos, cosidos a cuchilladas, pudorosamente cubiertos en parte por una sábana sucia. Alrededor de aquellas imágenes dolorosas, unos signos rojos, grandes, y debajo muchos signos negros pequeños que, según le habían dicho algunas compañeras que sabían descifrarlos, contaban la historia de aquel día nefasto. La negra Margot no sabía exactamente cómo se dibujaban en un papel las palabras “crimen pasional”; pero los pri-

Aquella mañana oyó miles de palabras nuevas de las que no conocía el significado y en su cerebro se amontonaban al buen tuntún extrañas expresiones como voluntad de dolo, encarnizamiento, alevosía, recurso, sentencia, fiscal, autos, premeditación, enajenación, celos, punzopenetrante y otras muchas que no fue capaz de retener en su memoria. La negra Margot no había escuchado a nadie pro-

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nunciar la palabra “barahúnda”; pero aquel desorden, aquel alboroto en el que unos se quitaban a otros las palabras de la boca sin pedir permiso, gritando para hacerse oír mejor por los señores que parecían escuchar atentamente detrás de su larga mesa, se asemejaba mucho al griterío de la gallera cuando su hombre la llevaba a jugar gallos de vez en cuando. De nuevo en el coche celular que iba a conducirla de vuelta a la prisión, Margot recordaba con cierta emoción el abrazo de aquella señora elegante que tanto empeño había puesto en defenderla de los ataques del cachaco. Por encima de los ruidos de un tráfico todavía suave a esas horas, creyó oír el sonido del mar y se asomó por la ventanilla ante la indiferencia del policía que la custodiaba.

lo que quería expresar el policía cuando pronunció la frase, que ella sólo había oído en un tango “que veinte años… no es nada”; pero en aquellas palabras que antaño sonaban tan dulces en la radio, las mismas que le habían hecho pegarse a su hombre en algún baile de su no tan lejana juventud, ahora tenían un sentido hondo, oscuro y parecían estar encerradas entre muros llenos de una soledad más bien amarga.

No le gustó ver cómo su tan amado mar, encerrado entre rejas metálicas que rezumaban óxido, se debatía con la misma alegría que siempre tratando de llegar a la orilla para besar de manera juguetona los pies de quienes paseaban por la playa. La voz del policía llamándola al orden, hizo que se sentara de nuevo. La negra Margot no sabía qué era

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Se ha dicho muchas veces y de distintas maneras: Escribir es una tarea solitaria. Solitaria sin duda, aunque algunos pensemos que uno escribe acompaĂąado de ese otro que lleva dentro y que unas veces es el que escribe y otras el que recibe lo escrito. En cualquier caso, conviene tener esta condiciĂłn solitaria muy en cuenta para no caer en las garras, casi siempre preocupantes, de la multitud.

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Por eso mismo, estos caminos nuevos de las redes sociales tienen bastante peligro. Bueno es tener alguien que te lea, pero nunca sabes si es un lector de verdad o un pasapantallas ocasional, que estará muy bien, pero no es lo mismo. Además existe otro riesgo mucho más preocupante cuando proliferan en las citadas redes los comentarios laudatorios, los emoticonos admirativos y los famosos "me gusta". El escritor entonces puede sentirse acompañado, admirado; incluso puede pensar que está rozando eso que llaman fama y que como todos sabemos o debiéramos saber suele ser un fantasma huidizo y efímero. Es del trabajo concienzudo, del esfuerzo constante, de la intimidad reflexiva, de la autocrítica impenitente de donde puede surgir la mejor literatura, nunca de la autocomplacencia, jamás de la vanidad alimentada con halagos rápidos y fugaces, ni del aplauso de una tarde, ni siquiera de la satisfacción de haber vendido bastantes ejemplares de un libro o de salir en reseñas de periódico. Todo eso se evapora pronto y el escritor vuelve a su verdadera condición: quedarse solo, enfrentarse a sus propios fantasmas y seguir siendo un mirón de la vida que se atreve a contar lo que mira, sea con los ojos del rostro o con los del alma, sea hacia fuera o hacia dentro. Como el refrán dice aquello de que "de bien nacidos es ser agradecidos" y uno confía en haber nacido como es debido, cumple agradecer al lector generoso, al que alaba, al que aplaude y, no digamos, al que compra tu libro, pero una vez cumplida la cortesía de buena fe, deberíamos saltar sobre la sensación de calor del halago y volver al gélido desierto de la soledad que es donde se alza nuestra casa y donde tenemos, más o menos escuálido, el pan nuestro de cada día.

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Borges el memorioso “La ceguera no ha sido para mí, una desdicha total, no se debe ver patética. Debe verse como un modo de vida: un estilo de vida del hombre” Jorge Luis Borges.

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Borges, un gigante de la literatura, irónico, contradictorio, singular narrador, poeta genial; fue descomunal con el idioma. A pesar de eso cargó con la gloria y aun detestándola fue eterno candidato al Premio Nobel. Borges le gustaba que le llamaran, ciudadano Universal, vino de los más sólidos pilares de la Literatura Hispanoamericana. Irónico como él sólo, mordaz, jugaba con las frases para motivar polémica, cuando lo atacaban no le importaba; disfrutaba la mayoría de las veces. Pocos hombres han tenido esa vivencia y tanto amor por la vida.

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Su Universo misterioso, inagotable lleno de enigmas nos lleva por laberintos increíbles, dónde el hombre recupera su esencia.

Precoz, a los 8 años empieza a escribir cuentos en Ginebra, devora a Virgilio, en España conoce a “Los Clásicos”, 1930 marcará la segunda etapa de narrador y poeta con “Historia Universal de la Infamia”, “Historia de la Eternidad” y el “Aleph”, las obras más difundidas del autor.

Conservador y anarquista, en su época el nacionalismo era un mal, sus escritos tienen arraigo de lo argentino, parecía estacionado en el espacio, superándolo.

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Tuvo gran aprecio por la libertad, su última etapa se inicia en 1955 como escritor cuentista y poeta consagrado, a la vez se acentúa la ceguera que padecía por herencia paterna; su capacidad de recreación no desapareció por ello.

Jorge Francisco Luis Isidoro Borges nació en Argentina un 24 de agosto de 1899. Borges aprendió a ver el mundo como nadie lo hizo, primero con ayuda de su madre y más adelante con María Kodama discípula, secretaria, con la que contrajo matrimonio en sus últimos días. Baste decir que su madre le enseñó inglés. Durante seis años vive en Europa, a los 22 regresa a Argentina y empieza a fundar Revistas, concurre a reuniones de jóvenes escritores, constantemente viaja de Europa a América no deja de escribir prosa y poesía.

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En 1939 comienza a perder la vista al sufrir un accidente automovilístico, no obstante su producción literaria crece en colaboraciones constantes y publicaciones Universales. Sus Conferencias son fuente inagotable de sabiduría, sirven a estudiantes de E.U, Francia, España y México. Borges afirma que en su biblioteca nunca hubo obras de él, no le importa que lo lean, escribe por necesidad vital. Condecorado comparte el Premio con Samuel Beckett, el Premio Formentor otorgado por el Congreso Internacional de Editores, 1971 La Orden al Mérito otorgada por la República Federal de Alemania, en el mismo año Medalla de Oro de la Academia Francesa, Islandia La Cruz del Halcón, en 1979 el Premio Miguel de Cervantes, 1981 Premio Balzán, México le otorga el Premio Ollin Yolitzli y El Alfonso Reyes. Al defender la libertad Borges se ganó muchos enemigos sobre todo del peronismo, sin ser filósofo abordó con maestría el tiempo, la eternidad, inteligencia y memoria. Borges admitió que: En lo personal nunca buscó trascender, pero con tantos atributos, genialidad y estilo hacen recordarlo permanentemente.

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Como colofón, en 1955 le entregaron una Biblioteca, entonces escribió el “Poema de los dones” en el que expresa lo paradójico del destino: Recibía cerca de un millón de libros cuando ya no podía leerlos. “Nadie rebaje a lágrima o reproche esta lección de maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche” Posteriormente otros invidentes: José Mármol y Paul Groussac fueron directores de la biblioteca. Borges señaló el hecho como una “confirmación divina o teológica”, pues expresó; “dos es una mera casualidad; tres una confirmación”. Muere de un tumor hepático el 14 de junio de 1986 en Ginebra, Suiza. ¡No muere, nos lega su obra inmortal!

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En el pequeño y lúgubre Comala, el escritor mexicano Juan Rulfo (1917- 1986) ubicará los personajes de su extraordinaria novela Pedro Páramo (1955). Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno (el nombre completo del escritor), también por medio del cacique de la obra, mostrará el origen de la muerte de Comala. Ese Comala ubicado, a la manera de un comal (implemento de cocina que se usa para calentar los alimentos sobre las brasas), “sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno”, al decir de Abundio al anunciar la proximidad del pueblo a Juan Preciado, en las primeras líneas de la novela.

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El mismo Comala que Dolores Preciado recordará como “el pueblo que huele a miel derramada”. También otro personaje, me refiero a Damiana se lo describirá a Juan Preciado: “Un pueblo muerto, poblado sólo de voces gastadas, ecos, murmullos, fantasmas y sombras. Son los ecos de Comala los que le contestan a Preciado cuando grita: ¡Damiana!...¡Damiana Cisneros! (ibid) y recibe por única respuesta: “¡…ana…neros! ¡…ana…neros…! El ambiente de Comala es sórdido y asfixiante. Por el pueblo corre un viento desolador, arrastrador y frío. Un pueblo cuyos habitantes son fantasmas y muertos en vida; se escuchan murmullos que llevarán a Juan Preciado aquel que al principio de la novela nos dice: “Vine a Comala porqué me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”; a descubrir el mundo sórdido de ese pueblo… Comala. Un pueblo, en el que los muertos “viven” en el sótano enterrados. Comala se transforma entonces en un pueblo subterráneo. El calor asfixiante de Comala y su aire viejo y entumido. Recordemos: “Vine a Comala donde todos

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estaban muertos. También los perros descarnados estaban muertos aunque los oía ladrar. El reloj de la iglesia se había parado. Por la calle de enfrente pasaba gente platicando como si fuera visible. Se habían quedado allí porque no tenían donde ir. Era mediodía. Debajo de nosotros el suelo quemaba, encima de nosotros el sol ardía”. Importante aclarar que Comala, el espacio narrativo donde Rulfo desarrolla Pedro Páramo, no es un lugar específico de la provincia mexicana, sino que recrea todos aquellos pueblos de la tierra natal del escritor (Estado de Jalisco) que iban quedando abandonados. Escribe el novelista Jorge Volpi, director del Festival Internacional Cervantino en el prólogo a una de las ediciones de Pedro Páramo: “A pesar de la fidelidad de Rulfo al lenguaje de los Altos de Jalisco, o a la recreación de la historia completa de un pueblo mexicano durante la época revolucionaria, Comala podría estar en cualquier parte justamente porque no está en ninguna. Su aridez y su soledad son universales”. Cuando muere Susana San Juan, única mujer inasible al amor y el deseo de Pedro Páramo, las campanas tocan sin cesar durante días. La gente que no sabe que ha ocurrido, celebra las típicas fiestas de pueblo, mientras las campanas tocan a muerto. Por esto, Pedro Páramo furioso decide vengarse: “Me cruzaré de brazos y Comala morirá de hambre”. En ese momento que el terrible cacique, deja de apoyar a Comala, el pueblo dará sus estertores y lentamente morirá.

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El 16 de mayo se cumpllieron 100 años del nacimiento de Juan Rulfo. En su homenaje va el siguiente poema de mi autoría titulado:

COMALA Entre los cerros donde los muertos sí hablan, huyendo de la niebla se divisa Comala. El pueblo asoma su rostro ante la máscara del alba emergen paladas de maldiciones arropadas en silencios inmensos susurros y rumores suben del subsuelo al paraíso de sombras de arriba. Sombra de la que surgen los verbos iluminadores de historias escritura de ausencia y cementerios la Media Luna estaba sola en silencio. Árida tristeza aleteos del alma- escasez de sonrisas, libélula errante - la muerte. Comala, con él, se desmorona como un montón de piedras.

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Karina RodrĂ­guez

La ciudad de las mujeres

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Inadecuado el caminar de estas mujeres, por obsceno. Sobre feroces caderas pretenciosas se abren abismos; senos urgentes desafían la armonía de las piernas, enfrentan al bretel desajustado, al hombro curvo, al borde de encaje de la tela, al policía. El instinto acelera sus pasos hacia el único bar de la ciudad, y una suave brisa marina va recogiendo, en sus ráfagas, ecos de risas, pañuelos que se agitan, palabras sueltas y la lejana sirena de un barco que se acerca. Es cosa de última hora, se encienden sus ojos taciturnos, huecos vivaces y serenos, alertas, indagando, ardiendo embelesados. Y las bocas: extremas y concisas, cornisas rojas suspendidas de la nada, entreabiertas, voraces, esperan la llegada de besos elusivos.

Desde el ocaso hacia el amanecer se abre Maldavia. Rompe la noche y renace un cielo gris. Atormentado, a veces. Otras, desierto. Y otras, arracimado de estrellas indecisas. No necesita luces caprichosas este cielo. Se va encendiendo de a poco, iluminado por soles vagabundos y anarquistas, que se deslizan con un roce incestuoso por las calles desiertas. Son hijas de esta tierra. Vecinas envidiosas las espían y un coro de diosas fantasmales las secunda en silencio.

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Josep Massot

(la Vanguardia digital)

En los años setenta, cuando Josep Carner era leído en las escuelas, el profesor preguntó a uno de sus alumnos: “¿Quién era Carner?”. Y el niño contestó: “Un señor que salía de casa y que cuando regresaba, escribía lo que había visto”. La anécdota fue puesta en poema por Gabriel Ferrater, gran admirador del poeta. “La imagen me parece perfecta”, dice Jaume Coll, un carneriano apasionado que lleva desde 1986 luchando contra todos los elementos para que se publique la obra crítica del poeta y que ahora, por fin, tiene ya en sus manos el primero de los ocho volúmenes. Llibres de poesia. 1904-1924 (edicions 62). Carner era un señor que escribía sobre lo que había visto durante sus paseos. En uno de sus primeros poemas, se ríe de los lletraferits que viven encerrados en sus despachos y amarillean como los pergaminos que consultan. Leen tanto que no sienten, sólo saben. Él paseaba por la ciudad no como Walter Benjamin por la bulliciosa Berlín ni como Baudelaire por los turbios submundos de París. Carner -dice Coll– “era un gran amante de la naturaleza, de los árboles, de las nubes. Su hija Anna Maria me contó que cuando era cónsul en Génova, delante de su casa se alzaba un chopo que todos admiraban. Un día, el chopo apareció talado. Y la reacción de Carner fue fulminante: ’Mañana nos mudamos’. Y se mudaron”.

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No le debía costar mucho, porque tuvo 50 domicilios, los de Barcelona, los de diplomático y los del exilio, y eso indica que “era una persona sencilla, ligera de equipaje, como el verso de su amigo Machado”.

a la tierra, que hoy se llamaría ecologista. “No sabía vivir sin los árboles”, dice Coll, que recita un poema en el que Carner una noche ventosa de otoño es seguido por una hoja seca, que se arrastra por el suelo impulsada por el viento. ¿Le quiere decir algún secreto? Carner llega a su casa de Sarrià y le cierra la puerta. La hoja pasa de largo siguiendo su camino azaroso. Y el poeta se arrepiente . “Quin greu, d’haver-te desatesa, /oh fulla!”, dins la feredat!/que no em castigui amb s’escomesa/ el teu record, tot agreujat,/quan cerqui esplai en ma tristesa/ quan sigui jo fulla

En 1909, en pleno fervor catalanista por el franciscanismo, coincidiendo con el VII centenario de la creación de los frailes menores, había traducido I Fioretti de San Francisco, tal vez por encargo de los capuchinos, pero que encaja con la devoción por la naturaleza de Carner, un verdadero cántico a la vida sencilla, a los animales y

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malmesa/ en l’hora sense pietat”. “Si uno tiene paciencia, al leer sus poemas –dice Coll–, verá que por ejemplo aquí no nos habla sólo de una hoja, sino de muchas cosas que nos tocan muy dentro. Incluso en sus canciones más sencillas, como ‘ Aquest camí tan fi, tan fi,/¿qui sap on mena?/¿És a la vila o és al pi de la carena?/ Un lliri blau, color de cel,/diu: -Vine, vine -. Però: -No passis! -diu un vel de teranyina’, que parecen intrascendentes, nos habla de aspectos de la vida muy importantes, como el azar o la toma de decisiones”, dice Coll.

passes es tornen furtives/com d’un indecís estranger./Sospiren espectres de dàlies/ enmig del foscam ploraner./Al lluny neda un so de campanes/que uneix els vivents als caiguts./S’escampa la nit invencible,/ mar d’illes que són solituds./I em criden el llum a la taula/i algun voleiant pensament,/la vella cadira malmesa/i un full de paper malcontent.”. Jaume Coll desmiente que Josep Carner se sintiera noucentista. “Nadie -dice puede afirmar que Carner hubiese conscientemente y explícitamente aceptado como propios los presupuestos estéticos del noucentisme orsiano. Y todo aquello que le puede relacionar, entre 1906 y 1911, con el movimiento cultural capitaneado por Ors se fue diluyendo a medida que la cruzada iba tomando cuerpo”. Carner, sostiene el filólogo, rechazaba el furor de denominaciones que había en la época. Quería que su poesía se viera libre de consignas culturales, porque las etiquetas minimizan la obra del poeta. “Carner –dice

Carner habla de deseo ( “ulls que llampeguen i boca ardent”), de la fidelidad, de la desolación, del amor alegre, del amor que acaba y de la que no se atreve. Habla de la esperanza, de la ausencia, de la muerte y de las exigencias de la escritura, como el poema A hora foscant: És tard, els camins ja no em tempten./I us sé, del verger dins el clos,/caiguts, trepitjats en la boira,/oh dies, oh fulles, oh flors!/Mes

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Coll recuerda la anécdota recogida por Albert Manent. Era conocida la vocecita de Ors, como si hablara a distancia. Cuando fue preguntado por su opinión sobre el Pentarca, Carner respondió: “No me interesa hablar con Aristóteles por teléfono”. O la maldad carneria sobre el supuesto dístico que alguien le colocó en su despacho (Ors fue nombrado por Prat de la Riba director de Instrucción Pública de la Mancomunitat): “Cercant la veritat/ trobi l’escudella”. Según Coll, Carner fue un gran creador de léxico. “Si Pla, pongamos, utilizó 5.000 palabras, el utilizó el doble. Algunas tan hermosas com abafarar, de baf, aliento”. En la edición crítica, el experto carneriano mantiene la ortografía original. “Si la actualizamos al catalán de hoy, se pierde fonética y se traiciona la morfología. No se puede ortografiar un autógrafo, ni una edición controlada por él mismo, tan sensible a los aspectos lingüísticos”.

josep y Émilie Noulet a su llegada a Barcelona en 1970 foto-ARXIU

Coll– comparte con los escritores de su generación el convencimiento de que, sin una lengua desdialectizada, consolidada, eficiente, no es posible alcanzar el nivel exigente de las grandes literaturas”.

Según Coll a Carner le “regresaron” del exilio de Bruselas en 1970. “Tenía momentos de lucidez y de opacidad. Decía que añoraba Barcelona, y cuando recobraba la lucidez, insistía en que nunca volvería mientras viviera Franco”. Ya en Barcelona, su familia cuenta que paseando por La Rambla, de repente, se detuvo ante el Liceu y miró asombrado a su mujer: ”¡Me has traído a Barcelona!” Regresó a Bruselas para morir a los pocos días.

“La palabra es la patria y su dignidad es la dignidad nacional”, escribió en La Veu de Catalunya. En una conferencia en el local de La Joventut Nacionalista, dejó claro que “un poeta que quiera convertirse en doctor, en organizador , en reformador, en apóstol (doy a estas palabras valores profesionales), vende su libertad... pero lo abominable es que el poeta destruya sin compensación su libertad, que se haga él mismo una prisión, una triste cáscara de prisión, por haberse querido definir estéticamente, y filiar los principios de su obra y proclamar los cánones de una escuela”.

Gabriel Ferrater creía que Josep Carner había sacrificado su personalidad a la expresión, pero consideraba su poesía como “una patria”, el eslabón imprescindible que mantenía viva la lengua catalana.

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Desde lejos Quién ver pudiera, cuando el estío acaba, el camino -la sierpe tan blanca y sonrientey, junto a confiada cala, pámpanos muertos bajo un pino vivo. Quién ver pudiera el baile en la era y una sierra morada allá a lo lejos; con pimiento silvestre tropezarme, o, por el pedregal, con el romero. Más vale que dedique mis cuidados a estos abedules y mortecinas nieblas. En mis caminos de otro tiempo hallarse puede a un ángel triste con torcida espada. Versión de José Corredor-Matheos

Juego de tennis Por la hierba del prado caminabas, y volaba tu brazo adolescente; y por la red de la raqueta alzada se filtraba la luz del sol poniente. La paz dominical, desanimada, tu rostro angelical y aquel veloz y serio juego todo lo embrujaban. Te veía, borrosa, hija de un párroco reformado. Cogías rosas cerca del convento; los cuentos, te gustaban, la cal de las paredes y los niños. Yo, oficial en Singapur, volvía. Alto, ruborizado, saludaba... Pasaban olorosos carros de heno. Versión de José Corredor-Matheos "Ocho siglos de poesía catalana", Editorial Alianza

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Salmo de la cautividad Cada mirada nuestra está empañada; cada palabra, esclava. Nuestras vidas abate cada día quien, por odio a la paz, nos unce al yugo. ¡Oh Dios, que con castigos nos adviertes. Que el son de nuestro llanto dulce te suene. Tus siervos aman estas piedras suyas, se compadecen de su triste polvo. Da a nuestros días savia de esperanza; cruel es todo poder si tu mirada huye; que te obedezca siempre quien a ti se confía: destruido será quien se creía a salvo de tu enojo. Tú, que aventajando en piedad a los jueces, salvas con la mirada al condenado, levanta los despojos de lo que un día fuimos, danos alguna prenda de tu benignidad. Dura el tiempo de prueba una jornada; tu castigo, una noche. Nunca será perpetuamente removida la tierra que has creado. Que se oiga nuestra voz, que hoy nos ahoga, en cántico inmortal. Salva, bajo columnas renacientes, nuestro solar paterno.

Que el oro de tu asoleo consuele los barrancos y corone la cima cuando tu aliento nos retires y en tierra nos conviertas de la que un día vinimos. Versión de José Corredor-Matheos "Ocho siglos de poesía catalana", Editorial Alianza

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Raúl Terán

Desde el norte, en el altiplano dominó hasta el Amazonas, desde el Inca hasta el esclavo que no olvidan ni perdonan. Parió mi patria con dolor al bravo criollo argentino

que defendió con fervor la libertad de su destino. Juana Azurduy, José Francisco, Martín Miguel, entre otros

ARGENTINA

le ayudaron a mi tierra en sus dolores de parto

He nacido en una tierra que está parada en el sur,

Echaron al invasor

un sur de largos inviernos

Puerta afuera y soñaron

e infinito cielo azul.

con crear un mundo nuevo, aquellos bravos centauros.

Barrido por fuertes vientos dueño de un tímido sol

Tan joven era mi patria

que dibuja largas sombras

que ni bandera tenía

y entrega poco calor.

azul celeste y blanca crearon la enseña Argentina.

Se alza su espina dorsal dando la espalda al poniente,

Aquellos hijos dilectos

de una altura colosal

vieron sus sueños deshechos

cada vértebra imponente.

Caín y Abel se enfrentaron esgrimiendo sus derechos.

Por las pampas vivió el indio libre habitante nativo hasta que sucumbió bajo el yugo del conquistador altivo.

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Cruelmente se desangraron

De su mezcla con el criollo

unos a otros en guerras

nació una raza nueva

con un odio singular,

que defiende con orgullo

ante el dolor de la tierra.

su presencia en esta era.

Pero aquel tiempo pasó

Y yo provengo de allí

los ánimos se calmaron

de aquella tierra tanguera,

dejando heridas abiertas

donde nació San Martín,

que aún duelen en el costado.

Evita y Avellaneda.

Aún así siguió creciendo

De esta tierra que sufrió

desde los Andes al llano,

golpes bajos, que aún llora

desde el desierto a la selva

y la opresión del gigante

en el sur americano.

igual que América toda,

Adoptó con alegría

Volverá mi patria, un día

a los hijos que llegaron

a ser grande como otrora,

del otro lado del mar

para mostrarse ante el mundo

siguiendo un sueño dorado.

libre altiva, gran señora.

El inmigrante aportó,

Resurgirá como el Fénix,

costumbres, lengua, cultura,

flor de América latina,

sus ávidas manos hundió

parada en el sur del mundo

en aquella tierra dura.

mi dulce tierra Argentina.

Cultivó con gran esmero aquella patria adoptiva brindándose por entero, forjando una nueva vida.

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¡Oh mi Habana! ¡Oh mi Habana: abre tus brazos cuando mi lágrima viva, en tu mar muere deshecha y acuno en mi pecho tu azul.

La brisa ligera que a tabaco huele sobre los Orichas derrama ron, y con conchas de nácar, trenzan mi pelo para en una tarde cualquiera, en el mítico Malecón, pueda escuchar, la agri-dulce voz del cantor.

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Por tus calles mestizas me escoltan, Santa Bárbara y Changó. Es imposible no mirar tu duelo y ver que de las ruinas, brota nuestro sencillo canto. El manicero entona su pregón: -Caserita no te acuestes a dormir, sin comerte un cucurucho de maní… Sábanas blancas cuelgan en los balcones; el guaguancó, se oye sonar, pero hay melancolía junto al mar. Ritmo, esencia y raíz, es andar por Obispo, hasta La Catedral y alrededor de tu ceiba despojar jirones de silencio. Entonces, nombraré las cosas tan despacio hasta envolver tu nombre: Habana,

en el vaivén de las olas, la espuma salada y cortar las redes, para desterrar de mi pupila insomne, el miedo. ¡Quizás, mañana será!

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LA LLEGADA «Soneto endecasílabo» Oscura y rigurosa muerte abyecta, que entrando por los poros receptivos, recogen sentimientos convulsivos llevando el alma triste que conecta. Seguir camino recto que detecta, fluidez, de la tristeza de cautivos transportar llantos en ojos esquivos, huyendo de la súplica imperfecta. Aguarda hasta el ocaso de la vida, ya mi lucha ha de ser más satisfecha cubriendo la guadaña que tú portas. Será lo más tardar, la futura huida. Thánatos tomará pronta cosecha partida decidida que transportas.

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DERECHOS DE LA TIERRA ÂŤ Soneto en AlejandrinosÂť Derechos de la tierra, para quien la trabaja con sudor y la entrega, dolores y perjuicios deslomando su cuerpo con la azada, desgaja los terrones de tierra, proclamando los juicios. Alimentan las bolsas con cargo a renta baja, mediadores hampones buscando el beneficio abusando del hombre, siendo ĂŠl quien trabaja, le exige plena entrega absoluta al oficio. Alimenta la prole con hojas de borrajas llevan vida apretada viviendo con perjuicio para que amos y brotes lo inviertan en alhajas. Y siguiendo una vida con faltas y desquicio teniendo que vivir en unas constantes rebajas y que el fuerte se pueda, mantener con sus vicios.

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SOMBRA

Anoche me siguió una sombra. pegada a mi asustada zancada, una silueta oscura de lobo negro

de feroz y decidida mirada, más corría yo, más corría él, su aliento rozándome las piernas con los dientes llenos de rabia. Anoche me siguió una sombra con forma de conciencia

y viruela con cara picada. Una máscara de baile de disfraces de perfil dorado y sonrisa mal encarada. Anoche me siguió una sombra que me apuñalaba la espalda. Una sombra traicionera, vil, cruel, despiadada. Negra como el alquitrán empuñando una afilada espada. Con el tiempo se me quitó el miedo comprendí que esa sombra era mi sombra y no me perseguía, me cuidaba.

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Poema: Miguel Ă ngel Rubio 77


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PASEOS POR LA HISTORIA DEL ARTE: La Pintura

A.P.U

El Romanticismo es un movimiento artístico y cultural que se inicia en los últimos años del siglo XVIII. Se caracteriza por expresar esencialmente estados de ánimo y sentimientos. En él, la razón deja paso a los sentimientos y a la intensidad emocional. Este movimiento propugna un arte onírico. Descubre los paisajes y disfruta e la exaltación del pueblo, de la libertad, del patriotismo, de la nacionalidad.

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Autoretrato de Eugene Delacroix

En general el tema predilecto de los pintores románticos son los paisajes, en su aspecto más salvaje y misterioso. Reflejan la lucha de la humanidad por la supervivencia frente a la naturaleza. También se pintan cuadros con temática exótica, dramática, melancólica, temas políticos y de revoluciones. El retrato es el mejor género para representar el espíritu romántico. Los rostros están llenos de ternura, dulzura, soledad, donde el color predomina sobre el dibujo.

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En Inglaterra y Alemania predominan los paisajes. Los pintores franceses, entre los que destaca Delacroix, se inspiran en acontecimientos contemporáneos y en la literatura. En España los cuadros son costumbrista, históricos, retratos y también paisajes.

dad y el horror de la guerra serán un referente para Delacroix. La Muerte de Sardanapalo, 1827,se encuentra en el Museo del Louvre, en Paris. Hoy consideramos este cuadro como la obra cumbre y el manifiesto del romanticismo y uno de los puntales de la pintura universal.

Delacroix se basó en relatos literarios para componer esta escena de La muerte de Sardanápalo Fundamentalmente lo extrajo de un relato de Diodoro de Sicilia, que había actualizado en un poema llamado “Sardanapalus”, Lord Bryon, escrito en 1821, y traducido al francès en 1822, en el que se puede leer : “(…)Los revolucionarios lo asedian en su palacio… Desde su lecho, en la cima de una enorme pira, Sardanápalo ordena a los eunucos y a los funcionarios de palacio que degüellen a las mujeres, a los pajes y hasta a los caballos y perros favoritos : nada de cuanto había producido placer al rey debia sobrevivirle… Aisceh, mujer bactriana (antigua región de Afganistán), no soportando que un esclavo le dé muerte, se cuelga de una de las columnas que sostienen la techumbre… por ultimo, Beleah, copero de Saradanápalo, prende fuego a la pira y se precipita en ella (…)”.

Delacoix en esta obra representa a Sardanápalo, un rey legendario de Nínive en Asiria que habría vivido de 661 a. C. al 631 a. C., que conspiró contra Assurbanipal, su hermano quien para castigarle pone sitio a la ciudad. Cuando aquél intuye la derrota inminente, decide suicidarse con todas sus mujeres y sus caballos e incendiar su palacio y la ciudad, para evitar que el enemigo se apropiase de sus bienes. Sardanápalo sería el ejemplo del rey dedicado a los placeres de la vida, como rezaba un perdido epitafio de una supuesta tumba suya. Lo primero que observamos en el análisis del cuadro es el movimiento. Los personajes son muchos, quince personas y un caballo que se superponen formando una agitada composición. Para acentuar este movimiento, la pintura se estructura sobre dos diagonales, los lados de la cama, que confluyen en un punto de fuga que está situado al lado de la cabeza de Sardanápalo para que éste aparezca como el protagonista central del drama. La violencia es lo primero que destacamos en un primer plano, donde detrás del caballo y del esclavo, hay mucha gente, estando el espacio completamente lleno y oscurecido. Mientras que del otro lado del cuadro se ven más los personajes simplemente por su separación, pero también por su cromatismo. Podemos observar unos colores, una composición y una sensualidad

Recordemos que Los escritos de Lord Byron fueron una de las más importantes fuentes de inspiración para Delacroix. La obra donde se muestra con mayor relevancia esa influencia es en esta obra que comentamos, cuando los esclavos matan a las concubinas del sátrapa antes de iniciar el suicidio colectivo para evitar el saqueo por parte de las tropas ocupadoras de la ciudad, escena que es contemplada por Sardanápalo desde su lecho. Como podemos observar, la cruel-

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Al pie del rey está Myrrha, la esclava favorita y amante del rey, con la espalda desnuda, la cabeza recostada y los brazos abiertos sobre la cama. que hablan de una escena violenta y dramática en un entorno íntimo, características todas que estarán todas en el conjunto de las que definen al romanticismo. En el cuadro predomina un espíritu orientalista, quizás inventado, en el que permanece la propia manera de Delacroix de pintar y acentúa el color y la materia para destacar una escena caótica más estética que temática, pues la intención de la representación es puramente teatral, algo muy frecuente en toda la pintura de la época, aunque casi ninguna tenía la espontaneidad de ésta. No es esta Muerte de Sardanápalo un lienzo perfilado. La pintura yuxtapuesta de los rayos de color representan una forma únicamente cuando retrocedemos. El color domina y la luminosidad es brillante. Delacroix utiliza

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preferentemente colores cálidos, en particular pigmentos castaños y rojos; de ellos surgen, poco a poco, colores más claros como el blanco de las telas, de la túnica o de la piel del caballo, y los amarillos y anaranjados de los cuerpos de las mujeres. Observamos cómo sobre un gran lecho está dispuesto el monarca de forma impasible. A su alrededor, se arremolinan personas, animales y objetos, en una composición abigarrada en torno a distintos ejes que se entrecruzan. Era la primera composición en diagonal de Delacroix.

Bajo ellos un busto desnudo de mujer hace pensar en Aline una mulata amiga de Delacroix que ya había sido retratada por él.

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Reiteramos cómo la luz marca una diagonal que va desde el monarca asirio, arriba en lo alto, hasta el hombre que está dando muerte a una mujer, abajo a la derecha, que pasa por la figura de una joven muerta y un hombre agonizante, ambos cuerpos blancos sobre el lecho de intenso color rojo. A los pies del lecho y delante de la figura de la mujer que va a ser asesinada, aparece una esclava, cuya piel es más oscura que el resto de los personajes. En general podemos señalar que los escorzos, las diagonales, los fuertes contrastes de luz, las tonalidades oscuras contrastando con la claridad de los cuerpos desnudos o las expresiones de las figuras protagonizan una escena compleja en la que la violencia generalizada choca con la tranquilidad del sátrapa. Los detalles de las joyas y las calidades de las telas resaltan en esta obra maestra, que fue recibida con rechazo cuando fue presentada por el artista al Salón de 1828, rechazo por parte de las autoridades y de los demás artistas, llegándole incluso a sugerir que cambiara de estilo si quería recibir encargos oficiales. Pese a ello, con esta escena Delacroix definía el Romanticismo Este cuadro es ciertamente el lienzo más romántico de Delacroix. Supuso el triunfo definitivo de la escuela romántica en pintura. Aparece como un manifiesto de la rivalidad entre la pintura romántica representada por Delacroix - y el clasicismo o el neoclasicismo- representado por Ingres.

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3-1 un guardia mata por la espalda a una esclava voluptuosa, que solo comienza a perder su verticalidad

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Monasterios y Castillos

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En pleno pirineo central e inmersos en la naturaleza de la provincia de Huesca podremos contemplar bajo la protección de una impresionante roca el Monasterio Viejo. Lo fundaron ahí los benedictinos en el siglo IX. Se trata de San Juan de la Peña, monasterio que fue testigo del nacimiento del Reino de Aragón y del paso del Santo Grial, que según la tradición lo trajo a su paso desde Roma San Lorenzo. En su interior , en la planta baja, hay unos frescos romanos sobre las paredes de una iglesia mozárabe además de la sala de los “Concilios”. En la parte superior se encuentra el panteón de los nobles y la iglesia alta, de una sola nave con tres absides y que la roca sirve como techumbre.

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El panteón real en el que fueron enterrados los reyes de Aragón y Navarra durante quinientosd años se encuentra en la segunda planta. Tras franquear una puerta mozárabe se accede al clautro románico del siglo XII, arrinconado entre el precipicio y la roca que le sirve de tejado. Una fecha significativa fue la del 22 de marzo de 1071, cuando el Monasterio de San Juan de la Peña fue el escenario de la introducción, por primera vez en la Península Ibérica, del rito litúrgico romano, seguido en toda la Iglesia de Occidente, que ponía fin al antiguo rito hispano-visigótico y suponía la acomodación definitiva de la iglesia aragonesa a las pautas marcadas por el Pontificado.

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Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XII se inició una cierta decadencia que se acentuó en el periodo siguiente, y aún más a partir del siglo XIV. Fueron las características de esta época el final de las donaciones, las pérdidas patrimoniales, los múltiples pleitos ante numerosas instancias, y especialmente con los obispados donde estaban ubicadas sus propiedades (Jaca-Huesca, Pamplona y Zaragoza), las deudas, el deterioro de las construcciones por su peculiar ubicación y diversos incendios que resultaron devastadores. Con el último de ellos, en 1675, que duró tres días, se perdió la habitabilidad necesaria para la vida monacal, por lo que se planificó la edificación del Monasterio Nuevo.

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UN LUGAR PARA VISITAR

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Córdoba, desde donde alcanza la memoria, ha constituido uno de los ejemplos más iluminadores de la convivencia pacífica entre las tres culturas monoteístas más influyentes en nuestra historia: judaísmo, cristianismo e islamismo.

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A pesar de las ocasionales dificultades entre los integrantes de las tres culturas, la ciudadanía cordobesa supo cómo sobrevivir a los problemas y crear una situación idílica para el desarrollo de las artes y las ciencis. El punto álgido de este encuentro intercultural y religioso se podría situar entre los años 936 y 1031 de nuestra era, coincidiendo con el momento de mauos esplendor califal. Durante esta era dorada Córdoba fue hogar y destino de peregrinación de los más grandes creadores y pensadores. El entendimiento entre las tres culturas convirtió a la capital y zonas de la provincia en focos indiscutibles del conocimiento. La conquista de Córdoba por las huestes de Fernando III marcó un nuevo hito en el devenir histórico de la ciudad. El declive económico y cultural de los años precedentes complicó la coexistencia anterior. Afloraron recelos, justos o no, entre los integrantes de las tres culturas. Una de las consecuencias más inmediata fue la salida de numerosos ciudadanos de fe islámica o judía hacia otras poblaciones. El decreto de expulsión de los judíos y la conquista de Granada pusieron fin al entendimiento intercultural y religioso del que Córdoba fue capital y abanderada.

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La judería. Este barrio cordobés fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1994. El barrios está atravesado por calles estrechas y laberínticas, con numerosas p`lazuelas escondidas en incontables recodos que sorprenden a los viajeros. Judería, Judíos, Averroes, Manriquez, Deanes, Albucasis, Judá-Leví, Maimónedes...nombres de calles y plazas que evocan y nos transportan a una época de esplendor que podemos rememorar con un tránsito pausado que aún esconden estos rincones.

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Puerta de Almodovar. La Bab al-Yawz, conocida como Puerta Nogal, de construcción califal se situaba en la que actualmente se conoce como Puerta de Almodovar. La importancia de dicho Vano, además de su impronta arquitectónica medieval, consiste en ser la entrada al fabuloso barrio de la Ju´dería.

Calle Judíos. Es uno de lso ejes m,ás importantes del barrio Judío. Esta calle nos muestra la traza urbanística imperante en el sector islámico. Estetipo de calles tenía una doble función, la defensa de la ciudad y la de sofocar las altas temperaturas estivales.

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La Sinagoga. Fue constrida en 1315 según el estilo mudéjar característico del momento. Es una de las tres consevadas en España de la época medieval. Este habitáculo, preparado para guardar la Torá, está decorado con delicadas labores ornamentales.

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Plazuela de Tiberiades. Esta pequeña plaza está presidida por el monumento a Maimónedes, Médico y matemático de gran renombre, su obra filosófica, cercana a los postulados aristotélicos, influyó notablemente en pensadores de su época y posteriores. Exiliado a causa de la incomprensión almohade. Murió en Egipto en el 1204 su sepultura se encuentra en la ciudad de Tiberiades, en Israel.

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Calle y casa de Las Siete Cabezas.

A esta casa atribuye el vulgo tradicionalmente el origen del nombre de las Cabezas, que lleva la calle, diciendo en su error haber sido la morada de Gustios González, padre de los siete infantes de Lara, y que aquí fue donde en un banquete le presentaron las siete cabezas ensangrentadas de sus hijos. Todos los que tienen algunos ligeros conocimientos históricos no pueden menos de rechazar esta opinión, pero nosotros, obligados a contar cuanto de Córdoba se dice, se la explicaremos también a nuestros lectores, sin responder de su exactitud ni darle más importancia que la de una tradición popular .

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Justo Sotelo. "Cuentos

de los otros", 2

017, Bartleby editores, Madrid, 135 pp.

Primero. No suelo hacer presentaciones: mi discurso no se presta a este tipo de ejercicios socioliterarios. Si las hago es porque me une a los libros algo especial: la mayoría de las veces, la amistad o una connivencia emocional o intelectual con los textos o las personas a las que presento. En el caso de Justo Sotelo, es evidente que compartimos muchos gustos: casi todos (no voy a enumerarlos), casi todos menos el café y el ideal femenino: a él le gustan rubias o pelirrojas, de ojos claros y etéreas… y a mí la morena de ojos negros y cuerpo contundente que es Esplendor. Lo que nos separa es el modo crítico de enfocar estos gustos; no voy a desvelar el de cada uno; pero pongo de manifiesto que esa coincidencia y esa discrepancia crean un espacio privilegiado para la discusión crítica en reuniones y tertulias y para que yo pueda ejercer sobre sus textos mi placer del análisis crítico (de mi lectura crítica como prefiero llamarla); no menos placer (sino todo lo contrario) que el placer de la lectura ingenua, pues al placer

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de la emoción sentimental viene a unirse el placer luminoso del intelecto. Segundo. He leído el primer libro de cuentos de Justo Sotelo y su título no me presentó ningún problema: "Cuentos de los viernes" son necesariamente cuentos de algo que ocurre los viernes o algo que se narra los viernes o algo escrito para que se lea los viernes. Tanto una como otra no plantea ningún problema, del mismo "Les contes du lundi" (1873), de A. Daudet. Bueno sí; me plantea el problema que hoy puede plantear la palabra ‘cuento’: nada desdeñable en el mapa actual de los géneros literarios. Pero este problema me lo va a plantear cualquier libro o texto que vaya encabezado por la palabra ‘cuento’.

Leo el título del libro que tengo que presentaros, "Cuentos de los otros", y, lógicamente, dos palabras llaman mi atención; y no sé cual de las dos con más intensidad. Cuentos de nuevo, es decir pequeñas narraciones que se sitúan tradicionalmente entre la mímesis que nos recrea acontecimientos sociales y las derivas de la mímesis que nos pueden llevar hacia lo extraordinario, lo fantástico, lo legendario, en los que lo real se diluye, se difumina o queda volatilizado, en la subversión de los dos elementos básicos de todo relato; eso que algunos críticos han llamado el cronotopo. Yo prefiero llamarlo “coordenadas espacio-temporales del relato”, pues la grafía matemática de esa expresión me permite ver

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la dimensión vertical, estable, en la que se instala el espacio (el que se ocupa y el que se abandona, pero que permanecen en la conciencia del lector, creando un espesor casi geológico) y la dimensión horizontal del desplazamiento que crea el devenir de la acción de unos personajes, al vivir la vida como esencial temporalidad, en la sucesión de los acontecimientos que llegan (advienen) y desaparecen. “Cuentos de los otros”, me instala pues, como lector, con la conciencia atenta a este doble juego espaciotemporal. Si hay subversión de esas coordenadas eso me lo dirá mi acto de lectura, con el fin de poder calificar esos cuentos (costumbristas, oníricos, fantásticos o incalificables) y vivirlos y disfrutarlos tal como se me ofrece o se me niega esas calificaciones. Si me detengo en esta pequeña disquisición teórica, no es por gusto profesoral; es que, a mi entender, la experiencia como lectores, de la dislocación y la superposición de la temporalidad y de la espacialidad es un aspecto esencial del disfrute consciente y crítico del libro que vamos a leer. Dislocación que se da en ocasiones en textos de una extensión mínima. “De los otros”. En plural, los otros. Se trata pues de una toma de posesión del espacio de la alteridad. Si el título fuera en singular, podríamos pensar que en un singular singulativo: se trataría de ‘otro’, ¿qué ‘otro’?, convertido en objeto de la narración o, tal vez, en objeto del deseo del yo narrador – pues la afirmación del ‘otro’ exige la presencia implícita de un yo (narrador y deseante o simplemente narrador). Ese ‘otro’, en singular, podría ser un neutro, ‘el otro’, frente al ‘yo’. Pero no; el título nos habla de un “otros” en plural, con lo cual nos iremos encontrando una galería de otros que tendremos que ir descubriendo y, si queremos llegar a la esencia de esa alteridad que se nos ofrece, catalogando y definiendo, pues son ellos, tanto o más que la actividad o presencia del yo narrador, los que nos van a desvelar la naturaleza de ese yo que se atreve a situarse frente a la realidad, denominándola, de manera metonímica, “los otros”, con un gesto semántico algo displicente.

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Si me detengo, de nuevo sobre este binomio es porque, como lector expectante, me puedo preguntar: en estos “cuentos de los otros” ¿quién está más presente, quién es más importante, ¿los otros contados o el yo contador? He formulado como posible lector dos sospechas. Una atañe a la naturaleza formal (aparentemente formal del libro): tengo un libro de cuentos – ¿de cuentos, me vuelvo a preguntar? Veo que en el párrafo anterior se me ha escapado la palabra ‘texto’, donde debía haber empleado en aparente lógica, ‘cuentos’. Otra atañe al universo temático del libro: los otros; ¿qué o quienes son los otros? Y ¿quién es ese narrador que se sitúa ante los otros?, cuando en la tradición de la narración cuentística era costumbre que el narrador se mantuviera en un segundo plano, evitando la emergencia dominante de un yo narrador demasiado evidenciado. Tercero. Leo, en la pagina 109, el cuento “Apolo y Dafne”. “Apolo siempre amará a Dafne, convertida en laurel por toda la eternidad. Eros lo ha atravesado con una flecha de oro (el amor) y a ella con una flecha de plomo (el odio). Mito, símbolo, imagen, metáfora. Como la propia vida. Escribiendo sobre estas cosas recuerdo a Javier del Prado Biezma, uno de los grandes profesores de literatura de la Complutense, quizá porque en los últimos días del año pasado murieron, relativamente jóvenes, dos profesores que me dieron clase de literatura en esa universidad. Mi recuerdo va para ellos, para Pilar Saquero Suárez Somontes (a la que Javier estimaba mucho)….”. Al leer este párrafo, además de sentir una profunda gratitud por el autor del libro, mi amigo Justo, me siento como volcado, zas, de golpe, en un mundo que no me pertenece (al que no pertenezco), el de la mitología, junto a Orfeo y Dafne y Eros, pero a los que tengo que aceptar como compañeros de este viaje de ficción; también me veo junto a Pilar Saquero, junto a Víctor Infan-

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tes, ya muertos… ya muertos (yo no lo estoy - ¿o sí?), pero compañeros de mi vida profesional, de profesor trabajador implicado, pero también junto a Ovidio, que Pilar explicaba, y junto a El Quijote, a Lorca que Víctor, poeta a su vez, también explicaba…y con los que yo he vivido y dialogado como compañeros de mi trabajo intelectual. Si estas páginas fueran un libro de memorias, o una ‘columna de autor’, como las que pone de moda en España Cesar Ruano, siguiendo los ejemplos de Baudelaire y de Proust y luego elevada a la perfección por Francisco Umbral), ni mi inteligencia ni mi sensibilidad se sentirían trastocadas (yo aparezco ya en algún libro de memorias y alguna reseña de algún libro mío es más una columna de autor que una reseña crítica, tal es la carga emocional y simbólica que el autor ha puesto en ella) … Pero, es que aquí estoy inmerso, en un texto que se titula “Apolo y Dafne”; un texto que está inserto en un libro que se titula “Los cuentos de los otros”, del que, necesariamente yo, junto a Jana Popeanga (que explicó al supuesto y fragmentado narrador lo mismo que yo explico en clase, pues sus asignaturas, las de Jana, son mis asignaturas), junto a Antonio Zaballos, junto a Alberto Masa y junto Woody Allen – y otros vivos; y junto a Pilar Saquero, Boris Vian, Duke Ellington y… y otros muchos muertos y, ¿quién sabe?, si junto a el ‘yo’ (sujeto narrador ambiguo y multiforme, como decía) y a el ‘ella’ (volátil y proteico sujeto/objeto huidizo del deseo)… Yo formo, pues, parte de ese otros, sin saber muy bien dónde, cuándo y cómo colocarme. Pues pudiera ser que, si El Justo Sotelo que aparece en uno de los cuentos, no es, según la diná-

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mica de este, el Justo Sotelo que firma el libro y que el que, según toda aparente evidencia, nos convoca a la Tertulias de los Martes, pudiera ser que el Javier del Prado Biezma que aparece en el ‘supuesto cuento’ tampoco fuera el que va a intentar firmar esta reseña o cuento singular. Cuarto. Esta pequeña incursión en un texto que me convierte en otro me ayudará a explicar (a esbozar) alguna de las pautas de mi posible lectura. Si yo hubiera sido tramposo y hubiera leído solo las cinco primeras líneas del


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“Apolo siempre amará a Dafne, convertida en laurel por toda la eternidad. Eros lo ha atravesado con una flecha de oro (el amor) y a ella con una flecha de plomo (el odio). Mito, símbolo, imagen metáfora. Como la propia vida”.

cuento “Apolo y Dafne”, ¿quién de vosotros hubiera sido capaz de decirme que no se trata de uno de esos poemas que alguno de los niños, tan cultos, del grupo de los novísimos podía haber escrito, ayer mismo, en recuerdo de su poética niñez clásica, a la que algunos han ido añadiendo un poco de substancia crítica, histórica y filosófica? Lo vuelvo a leer (permitiéndome alguna licencias topográficas:

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Pero si sigo leyendo el texto, me encuentro, por un lado, consideraciones acerca de la pertinencia y de la función de la mitología, consideraciones sobre el modo de tratar en clase el tema del Quijote, una alusión al insoslayable café (¿simbólico?) de Justo Sotelo, para acabar con una reflexión acerca de lo que es la vida: en conclusión las fechas de oro o de plomo que nos lanza el destino. Es decir, que un texto que empieza inmerso en poeticidad, en un juego de alusiones mitológicas (Eros, Apolo, Dafne), con sus derivas simbólicas o metafóricas (oro/amor, plomo/odio), con sus síntesis final que sitúa la vida en la escalera hiponímica que, en juego descendente, nos lleva del mito a la metáfora, ese texto pasa a ser un texto inmerso en la más pura ‘realidad’ inmediata, autobiográfica que hace presentes a personajes de la vida real, del entorno del ‘narrador’, con sus vidas, sus muertes, sus enseñanzas, sus predilec-


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ciones, para acabar en una reflexión (aunque muy leve) sobre la enseñanza de la literatura, para volver al espacio mítico del principio, como analogía de la vida, que es destino. Hemos transitado, pues, los espacios de la ‘poeticidad’ (acercamiento simbólico y expresivo a un objeto o acontecimiento), la ‘narratividad’ (desarrollo evenemencial del ser de ese objeto o de su entorno) y la ‘discursividad’ (argumentación explicativa en torno al mismo), a lo largo de un texto al que, si hubiera una consignación de fechas, alusivas al momento de la vida de su autor, podríamos calificar de página de un dietario o diario íntimo (pero no es el caso) y al que, si los hechos biográficos consignados (personajes ‘reales’ con sus vidas y muertes y trabajos) fueran de interés general (que no es el caso) podríamos calificar de columna de autor. Quinto. Eso no ocurre en un cuento como el titulado “Ofelia” o en el cuento titulado “Autobús de la playa”, textos que se sitúan siempre en el nivel llamado evenemencial (narración en tensión de acontecimientos nuevos), con una solidez suficiente de las coordenadas espacio temporales, y en los que la complejidad de la escritura (y de lectura) puede venir de la subversión permanente a la que se somete la coordenada temporal, coadyuvada esta subversión por el tratamiento especial que se da a la coordenada espacial, casi siempre en deriva en el interior del texto. Pero sí ocurre, aunque de manera más trabajada o menos autobiográfica (menos columna de autor) en el cuento “El patio de la librería”, con su pirueta espacial final que subvierte todos los elementos propios de la mímesis. Pero no tenemos tiempo para analizarlo. Pero también tenemos cuentos cuyo devenir entra de lleno en la dinámica de la poeticidad y en ella se agota. Pienso en un texto como “Lluvia”. O, de lleno, en la dinámica de la dis-

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cursividad, aunque arrasada en las últimas líneas por la poeticidad; pienso en un cuento como “El pubis”. Sexto. Me hubiera gustado poder analizar aquí el texto presentado al principio del libro con el título de “A modo de prólogo”. Os presento un pequeño esbozo. Ante este título nos esperamos un texto dominado por la discursividad argumentativa que podría ofrecernos algo así como unos pensamientos, a modo de teoría, acerca de la naturaleza, de la razón de ser o de la intencionalidad de los textos que vamos a leer. También podía haber cubierto esta misión introductora con una narración, más o menos autobiográfica, acerca del momento, el cómo y el porqué de haber escrito estos textos. Lo que menos cabía esperar es que el texto ofrecido tuviera una estructura compleja, en las que se combinan: un metadiscurso sobre el hecho literario (escritura y lectura), no de forma directa sino traído a colación a través de alusiones al mundo del cine (películas, directores, actores). Este metadiscurso enmarca dos espacios que nacen en deriva metafórica: la que nace de la metaforización del libro en desierto que hay que recorrer, con las manos; manos de las que nace en nueva deriva metafórica el cuerpo y la mente de la mujer, metaforizada de nuevo en duna, oasis. El tema del oasis despierta el tema de la sed y se inicia en el texto la segunda cuenca poética: la sed invoca al agua, el agua del manantial: el manantial personifica la vida que se plasma en el alimento natural, la fresa. La fresa salvaje que nos trae a Ingmar Berman, con el que se acaba el primer enmarque metadiscursivo, iniciado con “El paciente inglés”. El texto se rompe aquí en su estructura, para iniciar un último apartado esencialmente narrativo que esboza una ¿declaración de amor?, asentado sobre estos tres adverbios temporales: “Entonces… y luego… mientras”. Pero, de nuevo, este espacio narrativo, de esencial temporalidad, no aparece solo; también va enmarcado por la segunda deriva metadiscursiva: ‘yo’ es el conde Lazló, ‘tu’ es mi Katerine Clif-

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ton, afirmaciones a las que sigue una página web. “Mi Katerine… Muy importante ese ‘mi’, que anuncia el final evenemencial del cuento, como ‘cuento de amor’: “me lavaras el pelo”, “me besas”. En el que el aparente yo narrador es el objeto pasivo del deseo. Muy revelador, esto último que digo. El esquema que os presento en fotocopia y que teneis delante de vosotros, es muy aclarador de esta estructura singular. Séptimo. Dejando de lado mis dudas respecto de la calificación exacta del subgénero al que pertenecen los “cuentos” de Justo Sotelo, llegamos aquí a un problema esencial de la literatura de la postmodernidad, lo que prueba la actualidad rabiosa de la escritura de nuestro autor: el de la oposición entre los conceptos de texto y de género (de cualquier género o subgénero – y el cuento es un subgénero narrativo). Es un hecho comprobado por los análisis críticos de los textos que, en la llamada modernidad, desde la irrupción brutal del yo en la escritura, el sistema de los géneros, como tantos sistemas, se ha venido abajo. El libro “Autobiografía y modernidad literaria” (de dos amigos y mío) se basa en parte en la argumentación y los análisis que justifican lo que acabo de afirmar. La emergencia brutal de ese yo no sólo ha trastocado (para bien y para mal) las estructuras sociales que sustentaban la sociedad occidental, con la muerte paulatina de todas las instancias de la paternidad y de la organización familiar; también ha trastocado todos los sistemas que Occidente ha querido construir y había construido sobre los cimientos de la objetividad racional, diluyéndolos, gracias

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a dos agentes fuertemente corrosivos: la subjetividad que ha convertido en juicio racional en opinión emocional o gustativa y, como consecuencia de esta corrosión, el relativismo imperante que elimina o soslaya los puntos de referencia (los valores) sobre los cuales se podían construir los sistemas. El sistema de los géneros también ha sufrido las consecuencias. Y, si no ha sido demolido del todo, ello se debe a la fuerza de las etiquetas, necesarias a la hora de vender un producto. Así, frente al ‘producto’ literario, nos encontramos con dos tendencias: 1ª El texto para el autor que quiere escribir su obra y para la crítica interpretativa que busca el alcance existencial y significante del ser humano en el interior de la obra, lo que interesa son los ‘textos’, tengan la forma pura o mestiza que tengan.


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2ª El texto para el autor que quiere vender por encima de todo su obra y para el lector esclavo del marketing editorial, lo que interesa son los géneros. La etiqueta del género tiene un poder dominante: el lector no busca textos; busca novelas, cuentos, poemarios, ensayos; tal como están distribuidos los libros en los anaqueles de los comercios.

juega al escondite con el lector y cuyo referente extra textual parece que, en ocasiones, sería el yo deseante y deseado de Justo Sotelo, un yo que asume los gustos y las actividades de este Justo, el que ahora tenemos ante nosotros; pero que, en otras, juega a despistarnos, asumiendo papeles y profesiones que aparentemente no le pertenecen.

Justo Sotelo, en sus ‘cuentos’, nos sirve profundamente para apostar por la primera tendencia. Porque, en estos textos, más allá o más acá de su organización genérica, lo que importa es la emergencia, la creación, de un yo de ficción que no se oculta (y aquí tendría yo otra veta para prolongar mi análisis: el estudio en “Los cuentos del los otros” de lo que llama Philippe Lejeune, “el pacto autobiográfico”). Este análisis me permitiría ver quién se esconde tras ese yo narrador proteico que

Y, llegado a este punto de mi análisis, tengo que decir que “los otros” han dejado de interesarme; que quien me interesa es ese yo narrador que toma a los otros como espejos que le van desvelando en sus juegos de seducción y en sus gustos estéticos y vitales.

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No puedo evitar pensar, como siempre, en la frase de Jean-Pierre Richard que formulo a mi manera: la escritura es el lugar privilegiado para que el yo construya en él su ser y su devenir.


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