Laberinto No. 510

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Laberinto

David Toscana El peoresventas página 2 Armando González Torres Hermanos lobos página 3 Santiago Gamboa El lenguaje de Dios página 9 Ulises Carrión El arte nuevo de hacer libros página 4

N.o 510

sábado 23 de marzo de 2013

Sylvia Plath

Perla Schwartz Página 5 EDGAR CLÉMENT

Pedro Henríquez Ureña

El extranjero Leila Guerriero Página 6

MILENIO


02 b sábado 23 de marzo de 2013

MILENIO

antesala EX LIBRIS

Don Giovanni bEKO

El peoresventas TOSCANADAS

David Toscana dtoscana@gmail.com

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engo un hermano que suele enviarme los peores regalos de cumpleaños y Navidad. Cuando recibo de su parte un paquete de Amazon, me comienzo a reír aún antes de ver el espantajo que contiene. Este diciembre recibí My Beloved World, de Sonia Sotomayor. Y en distintas ocasiones me ha obsequiado Going Rouge, de Sarah Palin, así como Not Afraid of Life, de la adolescente hija de los Palin, y un libro de Ann Coulter, una mujer que solo entre los republicanos gringos pasa por intelectual. Por obra y gracia de estos obsequios me hice de una basura del oportunismo editorial: Let’s Roll, de Lisa Beamer, una de las viudas de los pasajeros del avión que iba rumbo a la Casa Blanca, pero fue derribado antes por un caza de la fuerza aérea gringa. Libros malísimos hay en cualquier parte, pero la gracia de estos es que mi hermano los elige entre los best sellers. Sobra decir que no he leído ninguno de sus regalitos y hasta vergüenza me da ponerlos en un librero, no sea que alguien me juzgue por ellos. Como escritor, no tengo alma de best seller; eso lo saben mis editores. Como lector me pasa lo mismo. Soy worst sellero por ambos flancos, o peoresventas, para decirlo en español correcto. Para comprobarlo, hoy revisé la lista de mejores ventas de Amazon. Entre los primeros cien, no encontré ninguno que me atrajera.

Sería un tormento que me tiraran en una isla desierta con el Amazon Top 100. ¿En qué me habría convertido para cuando llegara un barco a rescatarme? Antes que nada en un charlatán de las dietas. Habría leído miles de páginas de remedios, recetas y consejos dirigidos a la gente que desea adelgazar sin dejar de tragar. Pero no solo eso: sabría prolongar la vida a través del estómago, así como embellecer la piel, mejorar la memoria, engendrar bebés más sanos y otras monadas. Me transformaría en un triunfador, pues encontraría la libertad personal, dejaría de ser quien me obligan a ser para poder ser yo mismo, conocería el valor de ser vulnerable, aprendería las reglas para ganar en el mundo real, le soltaría las riendas a mi alma, conocería los secretos de las familias felices, comprendería el poder de los hábitos, en especial los siete hábitos de la gente altamente efectiva. Con suerte también me convertiría en un buen creyente. Sin necesidad de un libro sagrado, tendría varias waltdisneyizaciones de la Biblia. Me construiría una fe a prueba de infieles. Escucharía el llamado de Jesús. Disiparía todas mis dudas, pues al fin se tiene la prueba contundente de la existencia del cielo: el viaje de un neurocirujano al más allá. ¿Quién necesita a Dante? Ya en ese estado de beatitud, me daría miedo asomarme a las novelas llenas de princesas mecánicas, infiernos, espadachines, muertos vivientes, dragones, guerra de zombies y hermandades del puñal negro. Caramba. ¿De veras voy a tener que leer las Sombras de Grey? No, por favor. Al final, en la soledad de mi isla, preferiría los libros de dietas porque suelen tener en la portada mujeres bonitas. Utilizaría la mayoría para hacer fuego, aunque digan que los libros no deben quemarse. Con el tiempo escribiría mi aventura en la isla, publicaría el libro y lo vería navegar en las listas de ventas, más o menos entre la posición quinientos mil y un millón. L

DE CULTO

Gabriela Solís b solisc.gabriela@gmail.com ESPECIAL

Marosa di Giorgio

La plasticidad del erotismo

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a literatura uruguaya ha dado personajes bastante peculiares, un tanto oscuros, con temas y prosas difíciles de insertar en el canon literario tradicional. Se cuentan, entre ellos, Juan Carlos Onetti, Mario Levrero, Felisberto Hernández, Horacio Quiroga. Pero, sin duda, ninguno tan excéntrico como Marosa di Giorgio. Nacida en Salto en 1932, empezó a publicar libros de poesía desde que tenía 22 años. Hablar de géneros literarios, cuando se refiere a Di Giorgio, es un problema: todos sus textos tienen una marcada inclinación hacia la poesía, aunque en su haber se cuenten un par de libros de relatos eróticos, Misales (1993) y Camino de las pedrerías (1997), y una novela, Reina Amelia (1999). Leer a Marosa es cuestionar las etiquetas, pues su prosa tiene una esencia que no se deja amoldar a la categoría de narrativa; está llena de imágenes y la anécdota no suele ser clara. Con una lectura superficial, esto podría tenerse por un error o por inhabilidad de la autora, pero más bien se trata de textos que requieren una mirada más profunda. Di Giorgio parece postular (implícitamente, a través de su escritura) que todo es poesía, independientemente de la forma que tome, todo en la literatura es revelación, imagen y sensaciones. La buena literatura sacude nuestra conciencia: nos emociona, nos estremece, nos hace cuestionarnos asuntos fundamentales. El miedo es otra de las emociones que puede generarnos el arte, pero no suele ser de las más comunes. La extrañeza viene

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

cuando ese miedo es generado por una literatura que no se inscribe dentro del género del terror. ¿Qué tiene Marosa que sus textos nos generan esa sensación sombría, antigua, a la que no siempre queremos atender? Quizá tenga que ver con dos asuntos primordiales: el erotismo y la naturaleza. La literatura de Marosa es eminentemente erótica; no tanto porque abunden los referentes sexuales explícitos, sino porque la sensualidad permea sus palabras. “Me vino un deseo misterioso de ver fruta”, empieza uno de sus poemas, y es inevitable el presentimiento de que se está hablando de algo que no es inocente. La sensibilidad artística y erótica de Di Giorgio la pone en sintonía con una capa del mundo que no experimentamos regularmente. Ella encuentra la frecuencia en donde toda la naturaleza está conectada por algo que nos une más allá de especies o género, un tipo de pansexualismo donde absolutamente todo es sujeto de amor físico: animales, plantas, objetos inanimados, espíritus. Mujeres que dan a luz hongos con ojos y ano, tigres que hacen el amor con seres humanos, niñas hipersexuadas cuyo castigo es la crucifixión son solo algunos referentes que dan cuenta de la imaginería de Marosa di Giorgio. La poeta uruguaya falleció en Montevideo, en agosto de 2004, pero regresar a su obra es esencial para hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué tan alejados estamos nosotros, asépticos lectores del siglo XXI, de esa capacidad de erotizar el mundo? L Xavier Velasco

Se deja uno ganar en el strip poker para llevar ventaja en el twister.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

Heracles, 12 trabajos

Hermanos lobos

La historia que envuelve al mayor de los héroes griegos es el punto de partida de estos versos que juegan con la imagen de la mujer y su castigo ESCOLIOS ESPECIAL

POESÍA Christian Peña

Hipólita en Tlalpan (Fragmentos)

De noche una prostituta borracha camina por una calle oscura, sembrándo los fragmentos de una canción como si fueran pétalos.

Lawrence Durrell

1. La reina Las amazonas solían romper los brazos y las piernas de sus recién nacidos hombres. Los tres hijos que viven de tu cuerpo, duermen en la cama de un hotel derruido, mientras en el cuarto de al lado te desnudas. Suelen pedirte cosas más extrañas que eso, me dices, mientras llevo mi boca hasta tu seno como otro hijo y observo en la cómoda del cuarto la impaciente dureza de un martillo. 3. Pero, ¿si en lugar de corazón la que amamos tiene sólo un huevo duro añejado en vinagre o tiene sobre la piel la piel de un lobo y detrás de las pestañas chinas, los rulos travestis y el par de tacones que lloran su color subido todo es mentira? 4. El cinturón No todo lo que brilla es oro ni todo el oro vale lo que pesa. Y a falta de mejor imagen, mezclaré por despecho un par de mitos: habrás de caminar por siempre, ligera y suripanta, por el descalzo mar de Galilea; ligera, aunque te ciña la cintura una cuantiosa suma de quilates.

ESPECIAL

C

hristian Peña (Ciudad de México, 1985) es autor de Lengua paterna, De todos lados las voces, El síndrome de Tourette, Janto, Libro de pesadillas (inédito) y El amor loco & The advertising. Preparó junto a Antonio Deltoro la antología El gallo y la perla. México en la poesía mexicana (UNAM, 2010). Peña ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Su trabajo literario ha sido reconocido, entre otros, con el Premio Nacional de Poetas Jóvenes Jaime Reyes, el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal y Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde, por su libro Heracles, 12 trabajos, del que retomamos los versos que presentamos.

Gilbert Keith Chesterton (1876-1936)

Armando González Torres

“El lector no empezará a vislumbrar el sentido de una historia que puede parecerle ntre el afortunado muy extravagante, mientras torrente de libros de G. K. no comprenda que, para aquel Chesterton resaltan dos gran místico, su religión no biografías dedicadas a figuras era una especie de teoría, sino antitéticas de la hagiografía algo así como unos amores”. católica: Santo Tomás de Con gran colorido, ternura e Aquino y San Francisco de Asís. ironía, Chesterton reproduce Llaman la atención los lazos el proceso de mutación por el de simpatía de Chesterton, el que el muchacho enamorado devoto cerebral, el hombre que de la poesía de los trovadores madura y razona por décadas franceses, de simpatía su conversión, el que aprecia arrasadora, de carcajada la religión por su impronta de desinhibida y bolsillo pródigo, orden y sentido común, con derrochador de la fortuna este santo un tanto rudo y paterna, casquivano y anti–intelectual, este místico ávido de aventuras bélicas y temperamental y subversivo, sensuales se convierte en el que es San Francisco. En predicador de un poderoso su San Francisco (existen mensaje. Chesterton revela en ediciones en español en las Francisco no sólo al fanático editoriales Juventud, Andrés de la pobreza o al organizador Bello y Encuentro), confluyen tan hábil como exaltado de diversas facetas de Chesterton: una influyente comunidad el ensayista capaz de trazar en religiosa, sino a un hombre pocas páginas una radiografía de mundo que renuncia a histórica y espiritual de su posición mundana para la época; el narrador, con gozar más plenamente. maestría para contar y mirada Porque Francisco humaniza fina para el detalle chusco y la divinidad, hace suave los rasgos más excéntricos de el dogma, aleja el miedo humanidad de sus personajes, al castigo y lo cambia por y el polemista que sazona una cálida familiaridad con sus páginas con deliciosas Dios y sus criaturas, induce provocaciones. Chesterton un despojamiento práctico se introduce en la biografía, (excesivo en su caso) de bienes y en el enigma, de este santo, y ataduras materiales y llama torturado y festivo a la vez, cuya a gozar lo divino en sus frutos inocencia y piedad incorporan cotidianos y provisorios. De —le parece— un resplandor modo que si la simple visión risueño a una religión muchas piadosa se queda en la aureola veces oscura, grave y solemne. de Francisco y la fe positivista Chesterton revela, entonces, observa a un lunático que a un héroe más humanista y se inocula estigmas y busca humorista que eclesiástico, convencer a los lobos de que una figura grata y alegre que se porten bien, Chesterton despliega su vida ejemplar contempla a un hombre de como un milagro. Porque nada infinita efusión y curiosidad hay en el joven acomodado y que concibe el mundo como frívolo que permita vislumbrar una enorme comunidad capaz el poderoso paradigma que de participar en una sola habrá de encarnar en el futuro. charla. L agonzale79@yahoo.com.mx

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literatura

¡Hemos ganado!

¿No es así? Ulises Carrión fue uno de los escritores mexicanos más innovadores. Creador de conceptos y teorías visionarias, auguró el fin del libro antes de internet. Parte de sus ideas provocadoras están presentes en El arte nuevo de hacer libros, editado por Juan J. Agius y traducido por Heriberto Yépez (Tumbona/ CNCA), del que provienen los siguientes textos

ESPECIAL

Pero, por supuesto, todo esto comenzó mucho antes. Solo para mencionar un ejemplo, los futuristas y constructivistas ya habían estado activos en este campo algunas décadas antes. Y cuando dices esto en voz alta, no pasa mucho tiempo antes de que alguien interrumpa y recuerde los manuscritos medievales, las inscripciones romanas o la escritura jeroglífica. 4 Veo esta evolución formal de la siguiente manera: a) Lenguaje escrito en bloques más bien sólidos: PROSA. Todas las unidades visuales (letras, puntuación, espacios) se distribuyen uniformemente, creando un patrón regular blanco y negro sobre la página. [La distinción entre narración y diálogo representa la primera ruptura importante en el cuerpo del texto.] b) Rarefacción del lenguaje: POESÍA. Las palabras se volvieron escasas, cada una proclamando y defendiendo su propia identidad. La mitad del espacio permanece en blanco. El texto y el espacio desocupado mantienen un delicado balance. Nuestras emociones se despiertan por esta precariedad. [El verso libre redescubre y repuebla la baldía vastedad de la página.] c) Flotando en un espacio enrarecido, algunos elementos (letras, palabras) coagulan: POESÍA CONCRETA. El lenguaje pierde su uniformidad. Las letras están, desde ahora, sujetas a las leyes (la arbitrariedad) de la atracción y el rechazo. El lenguaje carece de transparencia. Las letras pueden ser pintadas con cualquier color. [La exposición a la variación de tamaño, forma y color conduce, a final de cuentas, a una carencia total de identidad. Las letras se mezclan con imágenes. Nace la poesía visual.]

El polígrafo nació en Veracruz (1941) y murió en Ámsterdam (1989)

ENSAYO Ulises Carrión 1 No creo que todo en el mundo exista con el fin de terminar en un libro (Mallarmé), aunque la idea, estoy de acuerdo, es excitante. Sí creo, en cambio, que todo libro existente eventualmente desaparecerá. Como resultado de una catástrofe final o victimizados por la tecnología o por un proceso de auto–aniquilación, no lo sé. Pero desaparecerán. No veo razón para el lamento. Veo aquí un incentivo para ubicar a los libros dentro de la categoría de organismos vivos. Así que es natural que crezcan, se multipliquen, cambien de color, enfermen y, eventualmente, mueran. En este momento somos testigos de la fase final de este proceso. Figurativa y literalmente, las bibliotecas son cementerios de libros. ¿Qué son los best sellers de pasta blanda si no cenizas, sombras, humo? Todo best seller testifica el hecho de que el fuego del lenguaje (en sus formas literarias) se ha extinguido.

2 Pero, en lo que toca a nosotros, estamos vivos y bien. Todavía tenemos colores y ojos para verlos, sistemas lógicos, signos, proyectores de cine, pistas de baile, cadenas de televisión, alfabetos manuales y mucho más. Hasta donde sé, únicamente los artistas están celebrando la muerte de los libros. Es difícil de creer, pero es cierto, a nadie más parece importarle. Solo los artistas están dando su merecido adiós a los libros, con cantos, iconos, aceites sagrados, rituales, cohetes; en fin, todo lo usual en estos casos. Otras personas (por ejemplo, los escritores, lectores y todos los intermediarios entre unos y otros) simulan no ver, oír u oler. Las estadísticas no gozan de alta estima como materiales de lectura en estos círculos.

lectores inteligentes versus lectores idiotas. El único tema real de nuestra historia es este objeto más bien pequeño, usualmente rectangular, multicolor y de peso ligero: el libro, los libros. Los encontramos aquí y allá entre nosotros, viviendo sus vidas, cambiando, objetos de todo tipo de manipulaciones y modificaciones en manos de cualquiera que se cruce con ellos. Los artistas han tenido esta intuición: los libros son propiedad común. Pertenecen a todos y cada uno de nosotros. Varios siglos de vida común entre hombres y libros han dejado su marca en ambos lados. Los hombres aprendieron a leer y luego se aburrieron. Los libros aprendieron que no durarían por siempre y comenzaron a moverse.

¿Y qué tal en la educación? Todo ocurre, como antaño, casi exclusivamente por medio de libros. Mientras tanto, afuera, en las calles, se aclaman los peores best sellers.

Los libros se convirtieron en territorio para el juego, abiertos a cualquiera dispuesto a tomar parte de él. Muy pronto los libros se volvieron multicolores, su geometría se diversificó, los textos impresos comenzaron a bailar e incluso hicieron su salida, las páginas devinieron transparentes, materiales distintos del papel se exploraron y conquistaron.

3 Pero esta no es la historia de los buenos escritores versus los malos escritores, editores de calidad versus editores de basura,

Aquellos que gustan de la historia dicen que todo esto comenzó en los tardíos años cincuenta, y se responsabiliza a los poetas concretos del primer golpe mortal.

d) Una vez que la primacía del lenguaje visual se ha roto, cualquier sistema de signos puede poblar el libro: OBRAS–LIBRO. Los artistas, músicos y gente ordinaria los toman por asalto. A partir de ahora, el libro tendrá sentido por su carácter de entidad física. La intrusión de signos heterogéneos en la página queda relacionada con un conocimiento más hondo de la naturaleza estructural del libro como un todo. [Lo que en fases anteriores de esta evolución no parecían ser sino sueños alocados —libros en blanco, libros en negro, libros ilegibles, etcétera— más tarde demuestra ser fácil de emprender por los artistas y fácil de aceptar por el público.] 5 Prefiero detenerme aquí. En el momento en que la bestia ha muerto. Luego llegaron las hienas de todo tipo y no quiero ocuparme de ellas. La actividad editorial se diversificó. Se organizaron festivales y conferencias. Los museos enriquecieron sus colecciones. Los libros alcanzaron estatus de superestrellas. Fueron colocados bajo los reflectores. La audiencia del arte se mantuvo sentada a la expectativa de algo que tenía que ser sensacional. Pero en la escena del arte los libros probaron ser, en su mayor parte, pobres actores. Bastante pequeños, se dañan fácilmente al ser manipulados, más bien difíciles de exhibir, pobremente distribuidos, y todo lo demás. Únicamente los artistas ingenuos creyeron realmente, y sólo por un corto tiempo, que las mejores armas de los libros eran su “falta de pretensión” y su carácter “democrático”.


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literatura Al final, el libro de artista probó ser nada más, nada menos, que un producto artístico. 6 Estoy feliz con las actuales actividades diversificadas en el campo del libro, siempre y cuando se obtengan nuevas visiones. No veo por qué tengamos que escuchar una y otra vez los nombres de Dieter Rot, Edward Ruscha, Andy Warhol, etcétera. Y, por favor, les ruego, no mencionen a D… p. Creo, y soy feliz al creerlo, que alguien en Etiopía, Paraguay o Corea está haciendo o ha hecho obras maravillosas (y no porque haya visto una). Estoy convencido de que la capacidad humana para la creación es más amplia, alta y profunda de lo que los especialistas de arte quieren hacernos creer. Solo los museos y los coleccionistas (y me refiero específicamente a los museos y coleccionistas en los países más ricos, muy conocidos por sus perspectivas imperialistas acerca de la geografía y la historia de la cultura) pueden tener un interés en identificar, fechar y registrar las supuestas diez mejores obras en un campo dado. Lo que más me gusta de los libros es que hay demasiados. Por lo tanto, nunca puedo estar seguro de que los he visto todos ni, en consecuencia, de que sé cuáles son los mejores. Créanme, no digo esto a la ligera. Estoy contradiciéndome de modo consciente después de haber llegado a la conclusión de que, o debo cerrar la boca para siempre, o debo contradecirme. 7 Comencé a hacer obras–libro en 1971, inmediatamente después de haberme dado cuenta de que ya había muchos libros en el mundo. Había escuchado que las (mayores) bibliotecas estaban llenas de libros que nadie había abierto o solicitado. Sabía por propia experiencia que el contenido de un libro –el lenguaje– es engañoso y puede ser aburrido. Era entonces necesario, concluí, terminar con los libros. Pero esto, en bien de la coherencia, tenía que hacerse por medio de libros. Mi propósito fue crear libros que fueran tan intensos en el uso del espacio y tiempo disponibles que todos los demás libros parecieran creaciones superficiales y sin sentido. De arranque, los libros tenían que liberarse a sí mismos de la literatura. Luego, tenían que liberarse de las letras. A partir de ese momento, consideré a cualquiera que no leyera libros como mi aliado y a cualquiera que escribiera libros como mi enemigo. 8 Pero reservé mi amor más profundo por quien activamente estuviera involucrado en la lucha contra el enemigo común. No importa que no sepa que está peleando, no importa siquiera que reconozca la existencia de un enemigo. La única cosa importante es que esté creando libros que vuelvan obsoletos los estándares del enemigo: su arma. Tales libros -obras–libro- alcanzan este fin por medio de su coherencia interna, el impacto de sus contenidos, su comprensión de la naturaleza secuencial del libro, su conciencia del ritmo de “lectura”, el rechazo del lenguaje lineal. Cuando tales libros finalmente existan, y cuando su existencia sea reconocida, entonces tendremos el derecho a decir: “¡Hemos ganado!” ¡Hemos ganado! ¿No es así?

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Lady Lazarus se revela RESEÑA ESPECIAL

Perla Schwartz

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ylvia Plath (1932–1963), murió hace cinco décadas, pero aún continúa suscitando las pasiones más encontradas, una obra breve pero intensa, una obra que se ha convertido en culto para un círculo de iniciados. Sobre todo sus poemas de Ariel (libro publicado póstumamente), representa un grito de rebeldía de un alma atormentada que nunca encontró acomodo en el mundo de los vivos. Aun y cuando la poesía fue su principal interés literario, ella escribió una novela, La campana de cristal (The Bell Jar), amparándose bajo el pseudónimo de Victoria Lucas que, para su infortunio, fue publicada por primera vez en 1963, a los pocos meses de su aciago suicidio. Novela perturbadora que encierra entre sus páginas las memorias de una atribulada joven que no alcanzó el éxito deseado, una mujer obstaculizada por la agudeza de su mente y su cercanía con un estado de locura irreversible. Esther Greenwood , la protagonista, lleva en su apellido su consigna (madera verde); ella se erige como el alter ego de Sylvia Plath, una atractiva muchacha rubia que permanece oscilante entre su hipersensibilidad a flor de piel y su incertidumbre demoledora. No en vano, las feministas del mundo anglosajón han tomado esta novela como uno de sus estandartes puesto que narra el devenir de una mujer insaciable que da cruenta batalla para lograr permanecer impune en un mundo, en exceso hostil y represor. En su única obra en prosa, hábilmente, Sylvia Plath hace uso de la escritura como una catarsis, a través de la que busca avasallar sus demonios interiores, impulsada por su imperiosa necesidad de depurar las heridas más profundas de su espíritu. Greenwood es una joven que tiene la oportunidad de viajar a Nueva York por un mes, ha sido invitada por la revista Mademoiselle para perfeccionar sus conocimientos sobre la moda y la redacción de artículos periodísticos: “Yo estaba en el centro de un verdadero torbellino.” La campana de cristal está planteada como una novela de iniciación, donde la incandescente Lady Lazarus –otro de los alter ego de Sylvia Plath–, se encuentra cobijada por el ardiente sol del verano y se impresiona en forma profunda por la ejecución de los Rosenberg, a quienes considera chivos expiatorios del sistema. Greenwood/ Lazarus es una becaria, quien a pesar de ir satisfaciendo sus objetivos de vida incipientes, siente un profundo vacío existencial que no logra subsanar. Se acompaña de algunas amigas que se encuentran tan desorientadas como ella misma. En la novela, subyace la perspectiva de una adolescente que, ante todo, busca ser poderosa e invencible, y aparecer la mayor parte del tiempo en un primer plano, es decir, ser el centro de atención de quienes la rodean: “El silencio me deprimía. No era realmente el silencio, era mi propio silencio”, se dice a manera de consuelo. Cuando Esther se siente agobiada, un baño caliente la libera, y vuelve a retomar fuerzas para proseguir en su batalla. También da cuenta de sus salidas con algunos muchachos como Buddy Willard, la mayoría de sus encuentros con el sexo opuesto son fallidos porque ella es veleidosa y manipuladora. De lo más atrayente de la narración de La campana de cristal, es cuando su autora deja entrever su gran pasión por la poesía, un sostén ante su equilibrio precario; poesía que está permeada por la presencia espectral de su padre fallecido en el momento menos esperado, ese padre que la dejó desgajada de sus raíces primigenias. Esa muerte que nunca supo asimilar y, menos aún, perdonar, por considerarla injusta, por haberle cortado de tajo la posibilidad de un entrañable afecto. Sin embargo, Esther, como la propia Plath, se ve en la necesidad de resucitar del letargo y seguir inserta en el mundo. Un lenguaje coloquial preside la escritura de esta novela que es un espejo, prolongación de la escritora quien durante sus tres décadas de vida, fue una mujer telúrica que buscó erigirse en una especie de Diosa para ser amada y respetada por los demás. Hay muchas páginas luminosas en esta novela, sobre todo las que se refieren a su orfandad emocional, a su impostergable necesidad de consolidar una relación de pareja. De manera paulatina, el lector tiene la oportunidad de irse mimetizando con un alma atormentada, la cual vive un intenso drama interior, por esa inevitable fractura entre su sensibilidad exacerbada y el ámbito que la rodea: “El problema era que yo siempre había sido inadecuada (…) Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde del cuento. De la punta de cada rama, como un grueso higo morado pendía un maravilloso futuro rutilante. Un higo era un marido, y un hogar feliz e hijos y otro higo era una famosa poeta.” Pero acaece el declive, los sueños se truncan en forma estrepitosa, y la novela deviene en la crónica de una depresión nerviosa, que busca ser curada a través de agresivos electroshocks que transforman a la protagonista en una especie de medusa a la deriva. Páginas que se encuentran presididas por un dolor lacerante, páginas que se cobijan en una red de sombras impenetrables. La escritora descri-

La autora de La campana de cristal

be las estancias en diversos hospitales psiquiátricos, donde Esther sucumbe al desencanto existencial. Pienso que es la parte medular, la que más aporta de La campana de cristal, por mostrar el cómo un ser humano se puede convertir en un títere que es manejado por los otros. Tras una serie de fallidos intentos suicidas, Esther Greenwood se encuentra a la deriva y es incapaz de distinguir esa frágil frontera que separa la sanidad de la locura; sus experiencias al estar internada en los hospitales psiquiátricos son aterradoras. Tenemos el episodio cuando se confronta ante el espejo: “No era de ninguna manera un espejo, sino un retrato. No se sabía a ciencia cierta si la persona del retrato era un hombre o una mujer, porque el cabello estaba afeitado y brotaba en erizados mechones como plumas de pollo por toda la cabeza. Un lado de la cara estaba morado y sobresalía sin forma definida tirando a verde en los bordes y luego en un amarillo descolorido.” Esther se muestra como una paciente difícil, coopera poco con los médicos y las enfermeras. Suele permanecer en la inercia, tiene pocas ganas de sobrevivir, ni siquiera su sueño de llegar a consolidarse como una gran escritora la sostiene. Se confronta con las partes más oscuras de su ser, tiempos en que reconoce su relación de amor–odio con su madre; incluso la doctora que la atiende se torna más su cómplice: “Yo me aferraba al brazo de la doctora Nolan como una tabla de salvación y de vez en cuando, ella me daba un alentador apretón.” Cada sesión de la electroterapia significa para Esther el sumergirse en un túnel, del cual es difícil volver a salir. Pero toda pesadilla termina, la chica que se creía Dios sale del psiquiátrico, pero dicha experiencia la llevará como un tatuaje endeble en su espíritu. Se perturbará, de nueva cuenta, al recibir noticias del ahorcamiento de Joan, su amiga, quien parecía más fortalecida que ella misma. Cuando Esther Greenwood sale del hospital, aspira a ser dueña de ella misma, está convencida de que en breve encontrará a un hombre con quien compartir la vida. Pero prosigue frágil, tambaleante y, de hecho, ese estado anímico será retomado por Plath en “Talidomida”, uno de sus últimos poemas: “¡Blanco escupitajo/ de indiferencia!/ Los frutos oscuros giran y caen./ El espejo se raja de lado/ a un lado, la imagen/ se esfuma y aborta como mercurio líquido.” En suma, La campana de cristal es un libro autobiográfico de Sylvia Plath, escrito con valentía y honestidad. Es la crónica de la debacle y la reconstrucción de una joven hipersensible a mediados de la década de los 50, que vive en una agonía continua, y que es su peor enemiga. *En español, La campana de cristal fue publicado por Edhasa en 1982.


LABERINTO

Pedro Henríquez Ureña

El extranjero En estos días, Universidad Diego Portales, de Chile, puso en circulación el libro Plano americano, que reúne veintiún perfiles de personajes del arte y la cultura iberoamericana como Nicanor Parra, Ricardo Piglia, Facundo Cabral, Idea Vilariño, Aurora Venturini y Roberto Arlt, entre otros. Presentamos un fragmento del texto dedicado a Pedro Henríquez Ureña, en el que a través de diversos testimonios, la periodista argentina reconstruye los tiempos difíciles del filólogo, humanista y escritor dominicano en Buenos Aires Leila Guerriero

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l sábado 11 de mayo de 1946 es un día apacible en Buenos Aires. Hay sol y el Servicio Meteorológico Nacional anuncia temperaturas altas para la tarde. En el cuarto piso de la calle Ayacucho 890, en un edificio de estilo francés, tres mujeres almuerzan. Una de ellas tiene 20 años y se llamaba Sonia. La otra tiene 22 y se llama Natacha. Sonia y Natacha son hermanas y les deben los nombres a las heroínas de La guerra y la paz, de Tolstoi. Esa mañana, la mujer llamada Sonia despertó con una premonición aterradora y corrió, alterada, hasta la habitación de su padre. Pero lo encontró durmiendo, sereno, y, por no despertarlo, no lo besó. Sacó un par de monedas de su chaleco para el viaje hasta el colegio y se fue. Al regresar a su casa, a mediodía, preguntó por él. —¿Papá viene a almorzar? —No, tiene que dar clases en La Plata —respondió Isabel, su madre. Ahora es el almuerzo y, sobre una silla del comedor, la primera plana del diario La Nación anuncia que el escritor Eduardo Mallea ha sido invitado al XVIII Congreso Internacional de los Pen Clubs, que se reunirá en Estocolmo entre el 2 y el 6 de junio. Entonces suena el teléfono. Isabel, la madre, se levanta. Atiende. Vuelve a sentarse. —¿Quién era? –pregunta Sonia. —Un profesor. Quería el teléfono de la embajada, para hablar con el tío Max. El tío Max es hermano del padre de Sonia y es, también, embajador de la República Dominicana en Argentina. Sonia suspira, aliviada. Entonces el teléfono vuelve a sonar. Isabel se levanta, ahora un poco molesta. Dice “Hola”. Después escucha. Después, grita. —Recuerdo ese grito. Lo recuerdo ahora —dice Sonia Henríquez Ureña de Hlitto, más de cincuenta años después—. Era mi tío Max. El llamado anterior había sido de un profesor que no quería ser él quien comunicara la noticia, y llamó pidiendo el teléfono de Max. Por Max nos enteramos de que papá había muerto. Recuerda, fuma, mira por las ventanas una tarde de mayo del año 2002 en su casa de Buenos Aires, Sonia Henríquez Ureña de Hlitto, hermana de Natacha Henríquez Ureña, hija de Isabel Lombardo Toledano y de don Pedro Henríquez Ureña, el hombre que acababa de morir camino a su cátedra en un colegio de la ciudad de La Plata, a bordo de un tren que había salido de Constitución a las doce y quince de ese mediodía de sol. ◆◆◆ Veintidós años antes, Pedro Henríquez Ureña, abogado, doctor en filosofía y letras, ensayista, filólogo, humanista, profesor, nacido el 29 de junio de 1884 en Santo Domingo, República Dominicana, hijo de la poeta Salomé Ureña de Henríquez y del doctor Francisco Henríquez y Carvajal, llegaba al puerto de Buenos Aires un día de fines de junio de 1924. Tenía 40 años, y ningún motivo para pensar que iba a morirse en dos décadas. Traía una mujer diecinueve años menor, Isabel Lombardo Toledano, una mexicana soberbia, hija de una familia

opulenta, a la que, un año antes, había hecho su esposa. En brazos, una criatura nacida el 26 de febrero de ese mismo año: Natacha, su primogénita. Gracias al profesor Rafael Alberto Arrieta, que a su pedido y por intermedio de otro argentino a quien Ureña había conocido en México —Arnaldo Orfila Reynal— había conseguido para él tres cátedras de castellano en el Colegio Nacional de La Plata, don Pedro llegaba a la Argentina con algún empleo. Ya era hombre de peso. Además de ser profesor y conferencista —y de rechazar el antihispanismo y el imperialismo estadunidenses, y de soñar con una América unida—, había publicado sus libros Ensayos críticos, Horas de estudio, La versificación irregular en la poesía castellana, había escrito en diarios y revistas de varios países, participado de la reforma educativa en México y colaborado en la fundación de la Universidad Popular. Y no había abandonado todo eso a cambio de un puñado de horas de clases en un colegio secundario solo por gusto. Se había enemistado malamente con el político y escritor mexicano José “Pepe” Vasconcelos, su gran amigo hasta entonces, por problemas de política educativa, retorcijones de poder y un dinero invertido de a dos que el otro, decía Ureña, no reconocía. Y con Vasconcelos como enemigo y secretario de Educación en México, sus caminos en ese país estaban cerrados. Pensó que la Argentina era un lugar posible para hacerlo todo.

Sea como fuere, Pedro Henríquez Ureña levantó raíces un día de 1901 y nunca volvió a reposar en una sola tierra

Traía pocas cosas. Algo de ropa, pocos libros, el recuerdo de un amigo, sí, fiel: el escritor mexicano Alfonso Reyes. Por lo demás, sabía andar ligero de equipaje, sabía de la levedad que exigen los destierros. Salomé, su madre, había muerto de tuberculosis cuando él tenía trece. Desde entonces, todos los hermanos —Fran, Max, Pedro, Camila— quedaron al cuidado del padre que sería, desde 1916, presidente de la República. “Mi padre siempre estaba ocupado —escribiría Henríquez Ureña en sus Memorias— (...) y veía con disgusto mi retraimiento y mi afición exclusivamente literaria que me hacía descuidar los estudios de ciencia. Por esa razón, mi vida fue haciéndose bastante triste, ensombrecida por el recuerdo de la muerte y por la poca aprobación que encontraban mis tendencias”.

Sea como fuere, Pedro Henríquez Ureña levantó raíces un día de 1901 y nunca volvió a reposar en una sola tierra. De Santo Domingo viajó a Nueva York. Después, a Cuba, México, España, México otra vez. Volvería a Santo Domingo unos pocos días en 1911 y entre diciembre de 1931 y julio de 1933. Pero en 1924, el día que desembarcó en Buenos Aires, no tenía por qué pensar que algo podía salir mal. Era joven como la tierra que pisaba y había mucho tiempo para volver a Santo Domingo, esa patria que conocía poco. ◆◆◆ Los Ureña pasaron algunos días en Buenos Aires, en una pensión de la calle Bernardo de Irigoyen, a pocas cuadras de la estación de trenes de Constitución, pero pocos días después se mudaron a la ciudad de La Plata, a la casa de la señora Astete, madre de Elsa Astete, que sería después esposa del escritor argentino Jorge Luis Borges. En 1925 instalaron casa propia en la calle 7, esquina 51. La Plata era una ciudad más humana y latina que la ya desaforada y europea Buenos Aires. A poco de llegar, Henríquez Ureña se relacionó con el filósofo socialista Alejandro Korn y el círculo formado por Ezequiel Martínez Estrada, José Luis Romero, Raimundo Lida. Tuvo discípulos fieles, como Enrique Anderson Imbert o Ernesto Sabato, pero también encontró hielos negros. “Varios profesores de la misma asignatura que él enseñaba”, recuerda Rafael Alberto Arrieta, escritor y profesor universitario argentino, en Lejano ayer (Ediciones Culturales Argentinas, 1966), “mostraron cierto desapego hacia el nuevo colega: tal vez encono para el extranjero recién venido que había logrado una posición envidiable, no alcanzada por ellos en largos años de ejercicio docente”. Ernesto Sabato, el autor argentino de Sobre héroes y tumbas que le debe el empujón inicial de su carrera como escritor (en 1940, después de haber leído un ensayo suyo sobre La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, Henríquez Ureña le pidió algo para publicar en la revista Sur, de Victoria Ocampo), recuerda en el prólogo del libro Pedro Henríquez Ureña (Ediciones Culturales Argentinas, 1967): “Vi por primera vez a Henríquez Ureña en 1924. Cursaba yo el primer año en el colegio secundario de la Universidad. Supimos que tendríamos como profesor a un ‘mexicano’. Así fue anunciado y así lo consideramos durante un tiempo. Arrieta recuerda con dolor la reticencia y la mezquindad con que varios de sus colegas recibieron al profesor dominicano. Esa mezquindad acompañó durante toda la vida a Henríquez Ureña, hasta el punto de que jamás llegó a ser profesor titular de ninguna de las facultades de Letras. Aquel humanista excelso, quizás único en el continente, hubo de viajar durante años y años entre Buenos Aires y La Plata con su portafolio cargado de deberes de chicos insignificantes, deberes que venían corregidos con minuciosa paciencia y con invariable honestidad en largas horas nocturnas


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de portada ESPECIAL

conciencia del enorme esfuerzo que hacía, en ese mundo en el que ella vivía, mitad en la realidad, mitad sumergida en las ensoñaciones de su infancia, llena de caprichos para las cosas materiales: debíamos haber vivido una vida más acorde con las entradas que él recibía”. El 9 de marzo de 1930, don Pedro y su familia pusieron casa en Buenos Aires, en el cuarto piso de un departamento de la calle Ayacucho 890. En la planta baja del mismo edificio vivía un crítico de arte, Julio Rinaldini, y su mujer, Nieves Gonnet. A ese departamento Pedro Henríquez Ureña bajaría durante años, cada viernes a la hora del té, para una tertulia que no interrumpiría el ajetreo político de los días que estaban por llegar. Tres veces por semana viajaba a La Plata. Durante la hora que duraba el viaje corregía pruebas, leía, dormitaba, conversaba con otros profesores. En 1930 sumó otro trabajo, un puesto de secretario en el Instituto de Filología que dirigía el lingüista y crítico español Amado Alonso. Ganaba ciento setenta pesos por mes.

Jorge Luis Borges, en conversaciones radiales con el escritor argentino Osvaldo Ferrari, dijo: “Creo que no le perdonamos el ser dominicano, el ser, quizás, mestizo, el ser, ciertamente, judío”

En Argentina, el admirable humanista nunca obtuvo la titularidad en la Facultad de Filosofía y Letras

que aquel maestro quitaba a los trabajos de creación humanística. ‘¿Por qué pierde tiempo en eso?’, le dije alguna vez, apenado al ver cómo pasaban sus años en tareas inferiores. Me miró con suave sonrisa y su reconvención llegó con pausada y levísima ironía: ‘Porque entre ellos puede haber un futuro escritor’. Y así murió un día de 1946: después de correr ese maldito tren, con su portafolio colmado, con sus libros. Todos de alguna manera somos culpables de aquella muerte prematura. Todos estamos en deuda con él”. Ezequiel Martínez Estrada, a quien Henríquez Ureña admiraba como escritor y que fuera su colega en El Colegio Nacional, escribió en el ensayo “Evocación iconomántica estrictamente personal”: “La frialdad que había encontrado en el ámbito docente no se templó. La presentación al cuerpo de profesores definió el status que habría de mantenerse hasta el fin: los que lo recibieron con reservas y los que con simpatías. Muchos aquellos y pocos estos. Hasta en los últimos tiempos, llegaba a la sala de profesores, colgaba su sombrero en la percha, después de saludar con leve reverencia, y se sentaba a proseguir la lectura de algún libro. El alumno a su vez lo acogió con igual prevención y puedo aseverar con hostilidad. Fue muy tarde cuando obtuvo el respeto del alumnado, aunque no la simpatía de los profesores”. En 1925 consiguió una cátedra en el Instituto Nacional del Profesorado, Joaquín V. González, en la ciudad de Buenos Aires. Comenzó a viajar cotidianamente entre las dos ciudades: una hora de ida, otra de vuelta, de la estación de La Plata a la estación porteña de Constitución. Las clases en Buenos Aires comenzaban alrededor de las seis de la tarde y terminaban hacia las nueve de la noche. Su sueldo en el Instituto del Profesorado era de ciento veintiséis pesos por mes. Por sus clases en el Colegio Nacional de La Plata ganaba setecientos dieciocho pesos. […]

Plano americano Universidad Diego Portales Chile, 2013 407 pp.

◆◆◆ En la Argentina, Henríquez Ureña llevó un ritmo de asfixia. Daba clases, daba conferencias, publicaba en la Revista de Filología Española, en el diario La Nación, en la revista Martín Fierro. En 1927 escribió, con Narciso Binayán, un libro de uso en colegios primarios, El libro del idioma, y en 1928 Seis ensayos en busca de nuestra expresión. Publicó antologías, escribió cartas, prologó, recomendó, investigó. En Pedro Henríquez Ureña, apuntes para una biografía (Siglo Veintiuno, 1994) Sonia Henríquez Ureña, su autora, escribe: “Se queja de falta de tiempo, pero la verdad es que está metido en demasiadas cosas. A mí me quedó una enorme pesadumbre después de su muerte: pensé que nosotros habíamos vivido tan despreocupadamente, tan frívolamente, sin darnos cuenta de que todo el peso recaía tan sólo en él. No sé si mi madre alcanzaba a tomar

En 1936 renunció al puesto por incompatibilidad con una cátedra de la UBA, aunque seguiría colaborando con el Instituto. Coriolano Alberini, decano de la Facultad de Filosofía y Letras, no es un nombre que aparezca en las biografías de Ureña. De Alberini dependía por esos años la política interna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y necesitaba en cargos importantes a personas incondicionales. Ureña no daba el tipo. Jorge Luis Borges, en conversaciones radiales con el escritor argentino Osvaldo Ferrari, dijo: “Creo que no le perdonamos el ser dominicano, el ser, quizás, mestizo, el ser, ciertamente, judío. Él fue profesor adjunto de un señor de cuyo nombre no quiero acordarme, que no sabía absolutamente nada de la materia, y Henríquez Ureña que sabía muchísimo, tuvo que ser su adjunto porque, finalmente, era un mero extranjero y el otro, claro, tenía esa inestimable virtud de ser argentino”. Fue profesor adjunto ad honorem de la cátedra de Literatura Iberoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, desde 1936. El titular —al que quizá se refiere Borges— era el profesor Arturo Giménez Pastor. La contrapartida de tanto afán eran un par de hijas, ariscas a todo estudio. —Siempre fui pésima alumna —dice Sonia—. Muy atrasada en el colegio. Me decía: “Bueno, hijita, tienes que hacer esto, después vas a estudiar cosas que te interesen”. Terminé yendo a una escuela de monjas, él se resignó porque era el único sitio que me quedaba. Natacha también, fue buena alumna hasta mitad del bachillerato, y después, en picada, porque empezó a tener muchos festejantes. Javier Fernández, que dirigió la Biblioteca de la Universidad de la Plata hasta 2002, ronda los 80 años. En su escritorio hay un retrato del hombre que fue su profesor durante un año y a quien recordó toda la vida. —Para mí era la sabiduría. Una vez me pidió que hablara sobre sor Juana Inés de la Cruz, y yo me indigné, porque mientras yo hablaba él iba leyendo otras cosas. Cuando terminé me dijo: “Usted no leyó tal cosa”. Me quedé helado. Me dijo: “Siempre conviene agotar los temas”. Después le pregunté cómo hacía para escuchar y leer al mismo tiempo, y me dijo que era natural, que él podía hacer las dos cosas. A su mujer la conocí muchos años más tarde. Era muy hermosa, y se encargaba de hacerlo notar. Le gustaba vivir bien.


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MILENIO

en librerías Ana María Barrenechea fue alumna de Henríquez Ureña en el Instituto del Profesorado, y su discípula en el Instituto de Filología. Recuerda haberlo visto en reuniones, en casa de Amado Alonso. —A esas reuniones iban muchos inmigrantes españoles, republicanos. Don Pedro podía ser muy divertido. Con la mujer de alguno de esos inmigrantes, cantaban zarzuelas. En esas reuniones lo vi con su mujer, pero no era una persona para él. Como las hijas tampoco lo fueron. Eran más frívolas. Yo no diría que pasaron penurias económicas, pero la mujer hubiera querido estar a la par de Amado Alonso. Como Amado Alonso pasaba vacaciones en Punta del Este, ella quería ir también. Él hacía un esfuerzo grande para cubrir los deseos de la señora. Así, Henríquez Ureña sumó, a sus trabajos, clases en el Colegio Libre de Estudios Superiores, una institución privada que crearon Roberto Giusti y Alejandro Korn, pero sus ingresos más importantes seguían llegando por las quince horas semanales de clases en el colegio de La Plata, las seis horas en las dos cátedras del Instituto del Profesorado (Literatura Argentina y Americana) y su trabajo como secretario en el Instituto de Filología. Ganaba, por mes, mil cuatrocientos sesenta y cinco pesos. Y, solo en julio de 1930, había gastado unos mil setecientos. Los domingos iba a San Isidro, a reunirse con Victoria Ocampo y su grupo, pero su mujer, Isabel, no lo acompañaba. —A mi madre el estilo de Victoria no le gustaba. No encajaba —dice Sonia. A veces, Isabel tampoco encajaba con Pedro: “Isabel no creo que pueda ir pronto a Río: habrá que esperar a noviembre”, le escribía Henríquez Ureña a su amigo Alfonso Reyes, por entonces en Brasil. “Pero no le digan nada en cartas: a ella hay que tratarla como niña, y lo mejor que pueden hacer los demás es darme siempre la razón, aun en los peores casos. Moralmente, es lo que a ella le conviene [...] No está perfecta ni mucho menos —no se le quitan la pereza ni la indiferencia para el esfuerzo ajeno— pero no pelea, o más bien escoge de víctima a la niñera, que según ella gusta del papel de mártir resignada. En todo lo que se converse de nuestra vida íntima, ruego que se le diga a Isabel, siempre, que yo tengo razón en todo. Primero, porque tú sabes que es cierto; segundo, porque ese es el único modo de hacerle bien a ella. Hay que darse cuenta de que, si yo he llegado a ser duro, es porque han sobrado motivos. Si se quiere hacernos algún bien, hay que decirle a Isabel siempre que yo tengo razón; mis errores, sólo a mí: cuando ella los diga, cállense”. Curiosos modos para un hombre plácido. —Es que mi padre era muy contenido. Yo creo que debió haber tenido un carácter más de llamarada, pero él moldeó su carácter. La única vez que lo vi perder los estribos fue cuando alguien vino a casa y habló mal de los judíos. Golpeó la mesa con un puño y dijo: “En mi casa no permito que se hable de esa forma”, y esa persona se tuvo que ir. Otro día nos reunió en el escritorio y nos dijo: “Hoy dije en clase que si algún alumno judío necesita refugio, las puertas de mi casa están abiertas para recibirlo”. Nosotras preguntamos por qué, y él dijo: “Porque los judíos están siendo molestados”. Tenía un principio de úlcera que lo obligaba a comer liviano: pescado, avena con leche, pollo, puré. Después de cada comida, fumaba un cigarrillo. Trabajaba diez, once, doce horas por día. –Mi padre trabajaba hasta en vacaciones. Íbamos a Miramar. Él se quedaba quince días con nosotras y después iba quince días a la casa de Victoria Ocampo, en Mar del Plata. Tenía su máquina y allí escribía. Había un gatito, y lo usaba de pisapapeles, el gatito se quedaba. No sé qué perseguía. Rendir lo máximo. (...) En 1931 lo tentó el espejismo de un amor engañoso. Fue el General. El mismísimo Trujillo. Pedro Henríquez Ureña le había escrito a su hermano Max, por entonces superintendente general de Educación del gabinete del presidente Trujillo, recientemente electo en la República Dominicana, consultándolo acerca de cuál era la posibilidad de instalarse en Santo Domingo: “[en la Argentina] la camarilla que domina en las universidades, reforzada por el actual régimen, es enemiga del que trabaja, así es que mi avance ha sido estorbado sistemáticamente, salvo el resquicio, que no ha llegado a ser hueco, de la Universidad de La Plata”. Trujillo le ofreció la superintendencia general de Educación. Su hermano Max pasaría a ser secretario de Estado. Don Pedro aceptó. Pidió licencia en sus cátedras argentinas y partieron todos, un día de 1931. La ilusión duró dos meses. El viso dictatorial que tomaba el gobierno de Trujillo lo alarmó. La ciudad había sido arrasada por un ciclón. La casa de su infancia, destruida. Envió a su mujer y sus hijas a México y de allí a París, a casa de su padre, Papancho. En junio de 1933 pidió licencia para ir a buscarlas. El día que subió al vapor Macorís en Puerto Plata cumplía 49 años. Quién sabe qué pensó aquel día Pedro Henríquez Ureña, mientras el barco se alejaba de la costa. Alguna cosa triste. Nunca volvió a Santo Domingo. L

La aguja imantada y el norte magnético de Pilar RESEÑA Fernando Fernández oralapluma@gmail.com

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ilar Montes de Oca representa en México una actitud frente al conocimiento bastante excepcional. Lo normal es que quien sabe mucho de algún tema se recluya entre las paredes de su cubículo y se entregue a una suerte de contemplación que a menudo resulta poco o nada fructífera. Ella, que desde muy joven se interesó con seriedad en la lingüística, un día sintió que se asfi xiaba en los ámbitos académicos y decidió crear una revista en la que dio rienda suelta a su necesidad de explicar los fenómenos de la lengua, la que está expuesta a los cambios que le dan vida y que todos presenciamos pero casi nunca advertimos. Y así, desde las páginas de Algarabía, durante los últimos años se ha dedicado a hacer, en nombre de la lengua viva, de la que todavía no está en los libros normativos sino en la calle y la conversación, toda la batahola y el estrépito y la bulla y la barahúnda que gozosamente las palabras son capaces de permitir. En las páginas de su libro De todo, excepto feminismo. Indagaciones acerca de las palabras, la vida, el amor y el género, al igual que sucede en las de su revista, Pilar nos lleva de la mano por el mundo con la maravillosa brújula de su palabrerío. Escribo “brújula” pero cuando veo la palabra en la pantalla de mi computadora me doy cuenta de que la utilizo como metáfora de manera imprecisa: las palabras, por sí mismas, cuando son nuestra brújula, no suelen llevarnos muy lejos, o no al menos por buen camino. Como Pilar se orienta en el mundo como mujer, su brújula es más bien su feminidad. Lo que es mucho decir: la de las mujeres fue quizá la más importante revolución ocurrida en la sociedad del siglo XX, el siglo en el que ella nació, se formó y se realizó como profesional de las palabras, y de mujer surgen y se tiñen y caminan por el mundo no pocas expresiones de su pensamiento, tal como queda claro en este libro.

Pese a hacer la crítica del feminismo, Pilar le reconoce el papel que jugó y lo admite como un trascendental referente histórico

Si en De todo, excepto feminismo se cuida de colocar la palabra feminismo en su título, y lo hace con el evidente propósito de deslindarse de lo que significa, ese deslinde público y notorio no le sirve sino para homenajear, de manera negativa si se quiere, a un movimiento desprestigiado por sus excesos pero en boga por los tiempos en los que ella nació, en los años sesenta del siglo de la revolución social de las mujeres. Pese a hacer la crítica del feminismo, Pilar le reconoce el papel que jugó y lo admite como un trascendental referente histórico. Si no le sirve para expresarse, sabe que de alguna manera ella misma y lo que piensa son un resultado de él.

María del Pilar Montes de Oca Sicilia De todo, excepto feminismo Lectorum/ Algarabía México, 2012 224 pp. De esto trata su libro: de revisar desde el privilegiado mirador de sus conocimientos lingüísticos el papel que han jugado las mujeres en la historia, desde las razones por las que ellas impulsan antes que los hombres las modificaciones de la lengua, hasta la arqueología, la literatura o las costumbres amorosas… Así, sus temas se van hilvanando con fi no hilo mujeril: los casamientos y los partos, el uso de los apellidos de soltera o de casada, los matrimonios morganáticos y bostonianos, la cacería de brujas en Salem, las palabras disoluta o mojigata. Pero no se me malentienda: Pilar escribe sobre la mujer y no necesariamente como mujer, porque tiene presente la lección de Virginia Woolf que pide una expresión colocada por encima de las peripecias del sexo de quien escribe. Sus artículos, a mucha honra podrían estar fi rmados por un buen fi lólogo hombre, tal y como están fi rmados por una buena fi lóloga mujer. Y si es verdad que algunas páginas alcanzan considerable especialización, como cuando explica los asuntos de género en algunos idiomas o las características de una lengua australiana casi en extinción, cualquiera puede seguirle el paso porque resulta amena, y lo que es más importante, atenta siempre con el lector. Ahí es quizás donde su excepcionalidad alcanza la cota más alta: Pilar resulta cercana, aunque nos hable de usted; su conocimiento se refiere constantemente a asuntos de cultura popular al grado de hacernos sentir que estamos en una conversación. Está al día de lo que ocurre en el ámbito de sus intereses, aunque comparte la información con ese toque de inmediatez y familiaridad que nos hace partícipes de sus descubrimientos, como si algo de ellos ya estuviera en nosotros. ¿De dónde viene la palabra tabú y cómo los tabúes están presentes en las modernas sociedades actuales? ¿Qué pensar del nushu, una lengua ritual china reservada a las mujeres, que se mantuvo secreta hasta hace unas décadas, ahora que ha muerto la última que lo hablaba? ¿Y el amor cortés, algunos de cuyos usos siguen vigentes entre nosotros? Las respuestas están en este libro, pensado para ser leído de corrido o volver a él una y otra vez. L


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LABERINTO

en librerías

El cóndor y las vacas

El ornitorrinco y otros ensayos

Christopher Isherwood Sexto piso, España, 2012 286 pp.

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n 1947, el autor de Mr. Norris cambia de trenes y Adiós a Berlín, recorrió Sudamérica armado solamente con su libreta de apuntes y una mirada penetrante para desentrañar el ambiente existencial de Colombia, Ecuador, Perú y Argentina. Sin sucumbir a los triviales asombros que el europeo experimenta al enfrentarse con el exotismo de la selva o el pintoresquismo de los poblados marginales, Isherwood escandió esas geografías como un explorador y un gambusino: el contacto con personajes célebres de la región y con habitantes comunes de las diversas localidades, le permitieron percibir el contraste, establecer un equilibrio para comprender a fondo la cultura, la tradición, la idiosincrasia de los pueblos y, con esto, entender cabalmente sus sistemas políticos y estructuras sociales. No obstante, en este diario de viaje, Isherwood no idealiza ni denigra ni, mucho menos, cede al sentimentalismo propio del forastero, sino que rinde un justo homenaje al continente.

Misión olvido

Manuel Pereira Textofilia, México, 2013 156 pp.

S

uerte de bestiario de temas, personajes, obras y estados de ánimo, los materiales que conforman este libro nos recuerdan, efectivamente, a la figura de un ornitorrinco, ese animal inclasificable, híbrido curioso de la fauna planetaria. Por sus páginas, el autor se ocupa de asuntos diversos, sean las películas de Harold Lloyd, los rascacielos, el legado de Marx, la Catedral de Notre Dame, el surrealismo, la pintura de Frida Kahlo, la experiencia de soñar, el canibalismo, el cine–ojo de Dziga Vertov, la mitología griega, los fi lmes de Stanley Kubrick, Tim Burton y Luis Buñuel, el temperamento de La Habana. Con estos pocos elementos, ¿cómo negar que estemos ante un símil literario de esa criatura extrañamente majestuosa de la naturaleza?, pues como sostiene Pereira, “El ornitorrinco es un palimpsesto zoológico rayano en la teratología, un rompecabezas biológico atrapado en alguna encrucijada de la evolución de las especies.”

El lenguaje de Dios AMBOS MUNDOS ESPECIAL

La trama nupcial El Papa Francisco

María Dueñas Planeta México, 2012 511 pp.

A

veces la vida se nos cae a los pies con el peso y el frío de una bola de plomo. Así lo sentí al abrir la puerta del despacho. Tan próximo, tan cálido, tan mío. Antes...”, así comienza el nuevo libro de la escritora española María Dueñas, fi lóloga y profesora titular de la Universidad de Murcia. Misión olvido, novela ubicada entre los años cincuenta y el fi n del siglo XX, en España y California, nos cuenta la historia de la académica Blanca Perea, quien decide iniciar un “tedioso” proyecto académico justo después de divorciarse, justo después de que su vida personal y profesional tambalearan. Devastada, Perea acepta el proyecto y viaja a una universidad californiana. En su estancia académica, descubre el legado de un viejo compatriota, un hispanista olvidado, cuya memoria académica y literaria intentará rescatar.

Jeffrey Eugenides Anagrama España, 2013 544 pp.

J

effrey Eugenides dio un primer salto en la literatura estadunidense con Las vírgenes suicidas, esa educación sentimental de cuatro hermanas cuyo eje es el fracaso, la represión familiar, el romanticismo como enfermedad estilo Werther y cuyo desastroso efecto es el desencanto, que Sofia Coppola llevó a la pantalla con Kirsten Dunst como estelar. Sin embargo, Eugenides no se conformó con el modesto éxito de su primer libro y, años más tarde, ganó el Pulitzer con Middlesex, el relato de un hermafrodita que alterna los pasajes de su vida con episodios históricos de Grecia. Ahora, Eugenides vuelve a la arena con La trama nupcial, novela ambientada en los años ochenta, donde una chica apasionada e invadida intelectual, emocional y moralmente por las sombras de Jane Austen y George Eliot, articula un triángulo amoroso donde el dilema radica en elegir al hombre adecuado.

La edad de oro

Cerati en primera persona

Luis Felipe Fabre (compilador) UNAM, México, 2012 147 pp.

Maitena Aboitiz (investigación) Ediciones B Argentina, 2013 400 pp.

E

l compilador de este libro que alberga a un puñado de poetas mexicanos nacidos entre las décadas de los 70 y 80 (por orden de aparición: Rodrigo Flores Sánchez, Maricela Guerrero, Óscar de Pablo, Minerva Reynosa, Paula Abramo, Inti García Santamaría, Daniel Saldaña París, Alejandro Albarrán y Yaxkin Melchy) comenta, a propósito de sus razones para elegir textos y autores, plumas nuevas que proponen otros temas e imágenes, que exploran de modo distinto a la palabra, y se alejan de las convenciones estéticas de la poesía local: “Aunque haya todavía quienes se empeñan en negarlo (o tal vez sea un tanto invisible para sus practicantes), durante la mayor parte del siglo XX hubo un modelo poético imperante en México que se identificaba a sí mismo con las dimensiones ‘más sublimes’ de la lengua: un lenguaje de ‘altos vuelos’ sustentado en una confianza desmedida (y un tanto anacrónica) en los poderes de la lírica.”

C

omo un acto de amor hay que considerar este libro de la periodista argentina Maitena Aboitiz. Lo que ella ha hecho es recopilar exhaustivamente las palabras que el ex líder de Soda Stereo, Gustavo Cerati, expresó a diferentes periodistas fundamentalmente acerca de su trabajo solista. Se incluyen, igualmente, las colaboraciones que realizó con otros músicos y algunos trabajos del grupo. El periodo que se abarca va de la aparición de Colores santos (1992), trabajo que emprendió al lado de Daniel Melero estando todavía Soda en activo, a Fuerza natural (2010), su ultima grabación. “La idea que me planteé desde un principio”, anota Maitena, “fue unir sus testimonios, vincularlos entre sí hasta alcanzar un único relato”. Para fanáticos de corazón del músico y una buena puerta de entrada para quien quiera acercarse a su obra. Y, Gustavo, parafraseando a Charly García, rezamos por vos.

Santiago Gamboa facebook.com/ santiago gamboa–club de lectores

V

iendo al nuevo Papa por la televisión, en su primera salida a la plaza del Vaticano, y luego en el Ángelus y en su misa de entronización, esperé en vano que hablara en español, que dijera algo, una frase sencilla. Hubo lecturas en otros idiomas, pero él habló solo en italiano. Es extraño, pues si este hombre es el máximo representante de Dios en la Tierra y su lengua materna es el español, quiere decir que, al elegirlo, el Espíritu Santo e incluso Dios eligieron también al español como la lengua en la cual sus mensajes debían ser procesados. Me apresuro a dejar claro que no soy creyente, pero las religiones me interesan. Las considero creaciones humanas y expresiones artísticas, hijas de la soledad esencial del hombre y de sus miedos, como la poesía y la filosofía, pues una religión es sobre todo un sistema metafórico que permite al ser humano ejercer la espiritualidad, justificando y dándole a la vida un sentido más allá de la muerte. Espero que nadie se moleste si digo que, para mí, las religiones son incluso un género literario en el que interviene la épica, la poesía, la novela, el ensayo, la filosofía, la oratoria, el teatro e incluso la ópera. Desde este punto de vista es uno de los más completos, y como todo género literario es en esencia multilingüe: puede ser practicado en cualquier idioma. La única religión que se resiste a esto es el Islam, que considera la lengua árabe su idioma sagrado y único, y por eso cuando se

profesa en India o Indonesia, en Bosnia o Zanzíbar, lugares con lenguas propias, el rezo debe hacerse en árabe (como dice Christopher Hitchens, es algo un poco extraño y macabro la idea de un dios monolingüe en una religión que se pretende universal). Pero vuelvo al Papa Francisco y a su español, que imagino teñido de acento porteño. Es interesante imaginar a Dios expresándose a través de una lengua tan llena de giros coloquiales, que produjo el tango y la poesía de Borges y las novelas de Cortázar. ¿Por qué la Iglesia considera que la creación de los múltiples idiomas fue un castigo? Al contrario: el castigo sería condenar a todos los hombres a hablar la misma lengua, algo imposible. Los filólogos sabemos que los idiomas son creaciones culturales que responden y reflejan el ADN de la sociedad que los inventa. Por eso cuando el Papa Francisco habla, es toda la cultura hispana la que se expresa a través de él, la que le sugiere metáforas y formas. “Dios no se cansa de perdonar al hombre, es el hombre el que se cansa de pedirle perdón a Dios”, dijo Francisco en su primer Ángelus, y a mí ya me parece reconocer en esta frase algo de la sencilla prosodia de Borges, de su amor por las aposiciones. Hay que estar pendiente del lenguaje de Francisco —el de Dios, para los creyentes—, el Papa latinoamericano que, como escribió Martín Caparrós, “es además otro ejemplo del mito del argentino que triunfa en el exterior”. L


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MILENIO

teatro CORTESÍA PRODUCCIÓN

La obra se presenta de jueves a domingo en el Teatro Orientación del Centro Cultural del Bosque

La voz humana La adaptación de la pieza que Jean Cocteau escribió en los años 30 perfila a una mujer que no encuentra motivos para huir de la soledad CRÍTICA Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

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a voz humana pone bajo el reflector la insondable necesidad humana de sentir que alguien te necesita, te llama, te tiene en su mente aunque sea para decirte con su silencio y su ausencia que no te ama, por encima del significado de sus palabras. Un aparato telefónico es la balsa salvavidas, el pretil de la ventana al que está asida una mujer

que no se confiesa lo que ya sabe, aferrada a una voz, a un sonido que le es imprescindible, a un consuelo raquítico que se antepone a la urgencia de pedir perdón por el daño que le infringen, por el amor que se le desborda. Escrita por Jean Cocteau en 1930, con adaptación y dirección de Antonio Castro, este monólogo es interpretado por Karina Gidi, quien con su habitual generosidad y arduo trabajo, se entrega a este personaje que sin embargo en su actualización, deja algunas de sus partes en el camino.

Las dificultades que existían en la Francia de aquella época con la comunicación vía telefónica, persisten en esta versión en la que el celular sustituye al viejo aparato de pesado auricular y en la que, desde luego, este delgado y común artefacto no cuenta con cable para ahorcarse como sucede en el original. El peligro que corren los textos intervenidos con la intención de un acercamiento con el espectador contemporáneo, se hace patente en esta adaptación que, si bien, respeta lo que aqueja al personaje creado por Cocteau, al cambiar el aparato telefónico con cable por el inalámbrico móvil, hace que éste pueda transitar de un lado al otro del espacio escénico con una libertad que el personaje concebido por el autor francés no tenía, por estar definido un radio de acción determinado, a partir de los metros de la extensión mencionada, además de despojar a la actriz y al personaje de su herramienta de suicidio. En una habitación pintada de gris donde los marcos de los cuadros no contienen imagen ni espejo alguno y los muebles conservan su estilo bajo ese tono neutro y apagado, como el interior de la protagonista, observar, escuchar, percibir a un personaje obstinado en su propia caída libre resulta un acto interesante que muestra al ser humano en indefensión absoluta ante su dependencia. En este sentido, acudir al texto de Jean Maurice Eugene Clément Cocteau (1889–1963) que ha sido interpretado por actrices como Simone Signoret, Ingrid Bergman, Anna Magnani e, incluso, por Amparo Rivelles en los años ochenta, es un acierto que se adelgaza a ratos, quizá debido a la falta de un amplio análisis, lo que genera en esta mujer la impotencia de establecer un límite interno respecto a su disponibilidad, su soledad, su vacío y la ansiedad que le provoca el estado de auto abandono en que se encuentra. El trabajo de la actriz, que admiramos en obras como La casa suspendida de Michel Tremblay bajo la dirección de Raúl Quintanilla, Incendios de W. Moawuad que dirigió Hugo Arrevillaga y La habitación al final de la escalera de Carole Frechette con dirección de Mauricio García Lozano, ha dado muestras contundentes de su registro actoral y amplia capacidad para interpretar distintos géneros. Sin embargo, en esta ocasión requiere de un mayor apoyo por parte del director–adaptador que podría matizar, dar subtextos y tonos que se repiten en una monotonía que el texto, incluso su adaptación, no exige. Una revisión sobre el humor que genera esta propuesta, ayudaría a que el espectador pueda profundizar en la circunstancia de esta mujer invadida por un vacío asido a su enamoramiento atroz. Ingrid SAC, autora del diseño de escenografía, iluminación y vestuario, acude al gris mate en todo hábitat y mobiliario; a más luz natural que de color fuera de la brillantez que exhalan las únicas dos puertas que se abren, y a una serie de prendas que en conjunto buscan una evocación de la estética de la época con guiños actuales que se consume pronto. Miguel Hernández diseña un sonido con pasajes de vacío, soledad, caos y viento, envuelto en notas contemporáneas que apoyan acertadamente lo que se narra en esta puesta escena con producción de Claudio Sodi, Abe Rosenberg, Joseph Hemsani, Daniel Posada y Rodolfo Márquez, inscrita en una marcada desolación cada vez más habitual. L

LA PUERTA ESTRECHA ESPECIAL

Hagiografía y herejía Alicia Quiñones aquinonescontacto@gmail.com

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l teatro religioso surgió como una forma de conmover a la sociedad tras la caída del Imperio Romano. Los clérigos, hombres letrados y de estudios escolásticos, vieron a las representaciones como una herramienta para apoyar la difusión y asentamiento de la religión. Los templos fueron sus primeros escenarios, donde episodios de la Biblia acompañados de música eran representados durante la liturgia —a estas pequeños eventos se les llamó “tropo”; después, las dramatizaciones salieron a las calles, a las fiestas, a todos los lugares posibles con el fin de educar. Estas primeras acciones religiosas dieron pie, durante la Edad Media, a lo que hoy conocemos como los autos sacramentales. La representación de la Pasión de Cristo que vemos cada año en la delegación Iztapalapa de la Ciudad de México, donde un hombre camina cargando una cruz de más de 6 metros de largo y que pesa unos 90 kilos, es una herencia directa del teatro medieval teológico. El auto sacramental es conocido como una manifestación simbólica en donde la historia religiosa toma forma, aunque también se les ha considerado profanos, ya que no faltó el “descarriado” que escribió y montó piezas críticas del misticismo, convirtiéndose en uno de los motivos por el que muchos años el teatro fuera señalado por la Iglesia como una herejía.

Los registros más antiguos de este género literario datan del siglo XIII en Francia y España, pero su consolidación se da en el siglo XVII con Pedro Calderón de la Barca, su mayor expositor. Mientras Calderón de la Barca escribía sus piezas, en México los autos eran utilizados como una forma de catequización y habían sido traducidos a lenguas indígenas, especialmente al náhuatl. Sor Juana Inés de la Cruz, hacia finales del XVII, escribió piezas de ese corte como El divino Narciso, El mártir del sacramento y El cetro de José. Lope de Vega, Tirso de Molina y Juan de Timoneda, también formaron parte de esta tradición. Todas sus ideas acerca de la vida religiosa que volcaban en el teatro, eran envestidos en un complicado montaje, donde los decorados y los actores se situaban en un escenario que llegó a medir hasta veintitrés metros de largo. Lo que el autor de La vida es sueño pedía para montar uno de sus autos sacramentales era una escenografía que simulara globos terráqueos, nubes, esferas, con pinturas de bosques y de animales. El romanista e hispanista alemán Ludwing Pfandl, mejor conocido como el biógrafo de Felipe II y de Juana La Loca, en sus estudios sobre literatura sacramental dice que los autos prestaban vida a los sentidos y la naturaleza, en los que "la historia religiosa y profana toman forma a través de una iglesia triunfante conjugadora de un pasado, presente y futuro en la sociedad de la época". L


sábado 23 de marzo de 2013 b 11

LABERINTO

cine Gabriel Mariño

“La vida es una colección de imágenes” La soledad de María en Un mundo secreto se convierte en un retrato de la juventud mexicana que no tiene herramientas para cumplir sus sueños ENTREVISTA CORTESÍA PRODUCCIÓN

Todos los adolescentes son solitarios: María lo es, pero también la madre soltera y el chico que quiere llegar a Estados Unidos. Al mismo tiempo que pensaba en narrar el viaje de María, quería hacer un retrato de la juventud. Es triste pensar que a los 18 años, cuando tienes la vida por delante, te encuentras con que el país no te da las herramientas para cumplir tus sueños. Quería retratar a esta generación pensando, también, que en diez años serán la franja más productiva pero habrán heredado un país fracturado. Es también una película minimalista. El tipo de soledad de la protagonista es difícil de explicar con palabras, así que preferimos hacerlo con imágenes, silencios y tiempos muertos. Finalmente, la vida es una colección de estos elementos. ¿Por eso la cámara fija? Sí, como cinéfilo o espectador soy fanático de las películas que valoran el tiempo dentro del cuadro. El cine es de las pocas artes, sino es que la única, que puede capturar el tiempo y dejarlo suspendido en negativos o datos, es decir, en una toma donde coinciden luz, sonido e imagen. La cámara fija permite, además, abordar la mirada como desde una puerta o ventana a través de la cual nos asomamos a un episodio importante en la vida de una joven. El inicio con tomas fijas de diversos aspectos de la Ciudad de México me remitieron a Manhattan de Woody Allen. Queríamos empezar narrando la ciudad, porque es el lienzo donde ella vive su desconexión y caos emocional. Sin embargo, no quería concentrarme en los lugares más feos. En lo personal me gusta el DF, por mucho que lo padezca. Dentro de la misma secuencia me interesaba poner énfasis en los detalles para dar la idea de que lo más relevante no son las generalidades sino las pequeñas especificidades. El personaje de María siente una especie de indiferencia hacia el sexo, ¿por qué? La sexualidad tenía que ser el gran rasgo del personaje. Es evidente que ella tiene un problema afectivo fuerte, no sabe pedir o dar cariño, y de alguna manera el sexo es su forma de sentirse viva.

¿Cuál es el origen de Un mundo secreto? Nació de una manera emocional y muy directa. Podría decir que es una elaboración de mi adolescencia, de mis fantasmas y obsesiones.

Una lectura más psicológica apunta a la figura del padre ausente como determinante en su relación con los hombres. De acuerdo, el padre pesa en su ausencia. Su forma de relacionarse con los jóvenes es igual hasta que conoce a Juan, un tipo más tierno y medio atolondrado. En la ciudad su relación habría sido imposible porque pertenecen a ámbitos diferentes, de alguna manera ambos representan a una juventud en crisis.

¿Por eso se centró en los personajes jóvenes? Los adultos aparecen fuera de foco o de espaldas. Sí, no sé si recuerdas que en las caricaturas de Snoopy solo se veían las piernas de los adultos. Quise rescatar ese recurso porque me ayudaba a concentrarme en el mundo de la protagonista y los jóvenes que conoce.

¿Por qué el viaje a Baja California? Son recurrentes las películas que plantean desplazamientos a esa zona. El viaje es un gran dispositivo para la acción y el autoconocimiento; permite que el personaje reciba cosas del exterior. Baja California parece otro país, recorres la carretera Transpeninsular y pasas del desierto al mar en un instante, y eso sirve como metáfora de la dualidad de la protagonista. L

Lucía Uribe protagoniza el filme de Mariño

Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

I

nmersa en un indeterminado caos emocional, María (Lucía Uribe) emprende un viaje que la llevará de la Ciudad de México a Baja California. En el camino encontrará a una serie de adolescentes que parecen tan desconectados como ella. A fin de construir una metáfora sobre la juventud, el cineasta Gabriel Mariño escribió y dirigió Un mundo secreto, ópera prima que ha cosechado buenas críticas en los festivales de Berlín y Guadalajara, entre otros.

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Camelot en Dinamarca Fernando Zamora @fernandovzamora

A

Royal Affaire habla del mal en la sociedad. El rey Christian VII de Dinamarca es un poco excéntrico. Estamos en el siglo XVIII y, aunque nadie se atreve a decirlo, está loco. Conforme avanza la película, sin embargo, entendemos que, independientemente de su enfermedad, el rey tiene también deseos de grandeza. Casado con una princesita inglesa, el rey pareciera destinado a ser y a hacer infelices a los que lo rodean hasta que se aparece en su vida un héroe: un doctor alemán con todas las características del hombre ilustrado: ateo, altruista y amante tanto de la Revolución Social como de las mujeres. Con la irrupción de este personaje, comienza uno a intuir cuál es la respuesta que da esta película al mal en la sociedad; necesitamos, por tanto, “unos malos”. Los malos aquí son, claro, las clases privilegiadas, los aristócratas, los terratenientes, la reina madre y un oscuro príncipe de aspecto idiota que quiere la corona de su loquísimo hermano. Todos ellos desean mantener en la oscuridad a Dinamarca a pesar de los intentos del doctor que, ya involucrado en asuntos de gobierno, se dedica a influir en el rey para dar al pueblo algo de justicia social. Si uno lo mira bien, la cosa es marxista: los malos son una

clase y la historia avanza en la oposición entre las distintas clases. Nuestro héroe, el doctor, juega bien su papel de redentor del proletariado en un filme muy entretenido, muy bien escrito y muy bien actuado. El problema del mal y de la injusticia, sin embargo, está más allá de un problema de clases y no basta caricaturizar a la oligarquía con base en clichés que ya todos conocemos (ricos gordos y religiosos) para explicar suficientemente el problema de la injusticia social. El mal está en otra parte. Uno de los aciertos más interesantes de A Royal Affaire es la comparación explícita de su propia historia con el Camelot del Rey Arturo. La historia en el fondo es la misma: hay un rey enfermo en cuyas manos está el futuro del pueblo, una reina infeliz y un gran amigo; el mejor amigo, el amigo más justo y el más infiel. Como siempre, Camelot está destinado a la decadencia. La brillantez de un periodo histórico no se mantiene nunca y no bastan las buenas intenciones de un doctor justiciero para resolver el problema de la desigualdad, de la locura del rey, de su propia lujuria, del mal. Y aunque la película se empeñe en hacer de nuestro doctor un héroe (el hombre ilustrado por excelencia) la verdad es que ni los hombres del siglo de las luces ni sus seguidores comunistas en el siglo XX, consiguieron nunca cumplir lo que prometían. El mal siempre destruye a Camelot.

A Royal Affair (La reina infiel). Dirección: Nikolaj Arcel. Guión: Rasmus Heisterberg y Nikolaj Arcel, basados en la novela de Bodil Steensen–Leth. Fotografía: Rasmus Videbæk. Música: Cyrille Aufort y Gabriel Yared. Con Mads Mikkelsen, Alicia Vikander y Mikkel Boe Folsgaard. Dinamarca, Suecia, República Checa, 2012. A Royal Affaire es una gran película. Poco importa su marcada visión marxista en la interpretación de los hechos, poco importa que quiera hacernos creer que la culpa es, toda, de una “clase social”. Ya lo aprendimos con los poetas románticos: que el mal y la injusticia son cosas mucho más misteriosas. L


12 b sábado 23 de marzo de 2013

MILENIO

varia ESPECIAL

ESPECIAL

Detalle del interior de la iglesia de San Giovanni Battista, Suiza

El poder porno

Mario Botta: el Virtuoso del Vaticano

ARCHIVO HACHE

GUÍA VISUAL

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

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as sociedades ocultan sus verdaderos relatos, ocultan la forma de contar su vida, imaginarla, quererla. El porno es una forma de imaginar a los otros. No es ningún secreto el vínculo de Internet y el porno. Al menos 10% de los websites, la tercera parte de los downloads, la cuarta parte de las búsquedas y el 42% de los internautas corresponden al porno. En China la industria del porno genera anualmente 27 billones de dólares de ganancias, cifra que podría aliviar durante un año al 62% de los hambrientos a nivel mundial. El porno es un poder. El porno es un modo de narrar, un modo de imaginar la experiencia. El porno es una narrativa donde lo principal es el sexo y la dominación. La mayoría del porno es machista; es un género narrativo pro–patriarcado. El porno, las guerras y las religiones son maquinarias dedicadas a entrenar al cuerpo humano a fantasear la existencia de acuerdo a valores de épocas temerosas, jerárquicas y violentas. Someter. El porno es un proyecto político para vincular el placer con el Control. En el porno, la mujer sirve para dar placer y tiene placer de dar placer. Casi todas las mujeres del porno son siervas del macho, adoratrices del falo, el gran dios del porno. El porno hace escenas — sobre todo videos, y luego relatos— cuyo objetivo es producir masturbación. El porno es paradójico: se trata exclusivamente del sexo y, sin embargo, el porno se diseña y usa para cuando no queremos o podemos tener sexo.

Los personajes de las obras porno nos ayudan, provocan, guían al orgasmo. La estructura narrativa del porno es la de una fantasía húmeda. El porno no es demasiado verosímil. Incluso cuando se trata de porno realista —digamos, grabaciones de varones que convencen a mujeres a tener sexo—, finalmente narra situaciones inusuales, y donde la mujer generalmente es vista como prostituta. El porno nos dice que un número amplio de seres humanos —¿mayoritariamente varones?— desean tener sexo sin necesidad de emociones o seducción. ¿Está el hombre fantaseando en el porno todo el sexo que la estructura social no le permite? ¿Narra el porno los deseos más profundos de millones? Si se cumplieran los deseos del macho, ¿sería la vida una secuencia de escenas porno? ¿Serían las mujeres transformadas en cuerpos destinados a satisfacer sexualmente a los varones? Y entre escena y escena, ¿qué haríamos? El porno no parece conocer la respuesta: apenas termina una escena de sexo, pasa a otra, no sabe qué hacer con los personajes cuando no se ocupan de buscar o tener sexo. O quizá el ser humano no quiere que la realidad se parezca a las leyes narrativas del porno. Por eso lo ve en secreto. Quizá el porno es una manera de imaginar, sentir y gozar que imperó en el pasado y ahora apenas existe en privado, como fantasía regresiva. Quizá el mundo del poder porno se está acabando. L

Magali Tercero mtercero2000@yahoo.com.mx

Título medieval Mario Botta, arquitecto suizo nacido en 1943, obtuvo en el Vaticano, el 1 de marzo pasado, un honor casi medieval. Al menos por su extenso nombre, pues el afamado Botta fue nombrado, directamente por Benedicto XVI, miembro de la Academia Pontificia de Bellas Artes y Letras de los Virtuosos en el Panteón. Cuesta imaginar los pensamientos, durante la muy pomposa ceremonia, del constructor de una iglesia, austera y muy moderna, en las montañas de su país: la Iglesia de San Giovanni Battista. La emoción debe haber estado al tope. Significó convertirse en uno de los arquitectos de una antiquísima monarquía y, aunque usted no lo crea, numerosos europeos aman la realeza. Se sabe que la obsesión de Botta es configurar una estética de nuestra época a partir de la tradición en el siglo XXI. Por eso, su obra está siempre relacionada con las tradiciones y la historia, con el hábitat y la cultura local. Él fue, además, uno de los primeros en dar nueva vida al estilo modernista. Precisamente, su nombre se escuchó en todo el continente cuando levantó —en Tisino, Suiza—, un conjunto de casas tan arcaicas como modernas. Juego Mario Botta prefiere el ladrillo y la piedra. Juega con la geometria y monta, por nombrar algo, cuadrados sobre círculos monumentales a manera de fachada. Jugando, jugando va y arma un rayado fenomenal en negros y blancos en los muros de San Giovanni Battista. Esta iglesia fue discutida interminablemente. Luego se convirtió en un “must” turístico. También como un juego, diseño una casa a los 16 años. No se sabe si fue construida, pero ahora es parte de la leyenda de un grande a quien se elogia mucho por su trato sencillo. “Tratamos de jugar el juego y de mostrar un material muy antiguo trabajado con una tecnología de hoy y, sobre todo, de dar a este material extraordinario una imagen que no sea avejentada, sino de nuestro tiempo y de nuestra sensibilidad”. Función y forma Algo muy disfrutable en la obra de Botta son las construcciones acordes con el destino asignado. No solo hace uso espléndido de la luz natural por medio de la amplitud de interiores y líneas rectas contrastantes con el cemento, las piedras o los ladrillos sabiamente colocados, sino que jamás

olvida la vocación de un lugar. Sus museos –entre ellos el Museo de Arte Contemporáneo de San Francisco y el Museo Jean Tinguely en Basel–, están hechos para poner en contacto a la gente con el arte o, incluso, con las prácticas artísticas. Botta nunca olvida, como sí pasa en México, este detalle. Hablo del Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM (MUAC), un edificio del arquitecto Teodoro González de León en donde suele parecer que sobran espacios y faltan obras. Aprendiz de albañil Mucho antes de ser virtuoso, Botta fue un aprendiz. El recuerdo vivo de esa etapa lo pone en contacto con los jóvenes. En 2004, en el Jura bernés, fue inaugurada la Torre de Moron, una “catedral moderna” con casi 30 metros de altura llamada ahora la Torre de Botta. No cobró por el diseño y convocó a 700 aprendices de albañilería e ingeniería civil a erigirla. Afirma: “Si los jóvenes son bien guiados, pueden darnos lecciones. Les dimos los materiales, pero su trabajo es un regalo para toda la sociedad (…) En lugar de hacer ejercicios que luego serían echados a la basura, y ya que trabajaban con piedras y no con papel, ¿por qué no hacer algo que perdure como el signo de un trabajo, de una apuesta, como un elemento que hable de su formación?” Al final fue un juego relacionado con la ética. Hay, pues, un placer de mostrar lo que se puede hacer con la piedra. Ésta fue tratada a la antigua (tallada en un cilindro interior) y con tecnología avanzada para fabricar las placas de los 208 escalones. Botta estudiante Por los mismos días del nombramiento como virtuoso del Vaticano, se presentaba en Venecia la recién restaurada –por Botta, claro–, Fundación Querini Stampalia, sede de la Biblioteca Cívica donde estudiaba el arquitecto suizo. No voy a citar su evocación de aquel momento porque el espacio se termina. Solo dejo unas líneas más para acompañar su sábado, lectores de Laberinto: Epígrafe “En la Babel de los lenguajes urbanos que cambia diariamente, quise probar la ‘durabilidad’ de una imagen primaria, fuerte, una arquitectura generada por la lógica interna propia del edificio” (Mario Botta). L


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