Laberinto N°. 539

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Laberinto

David Toscana Hombros de gigantes página 2 Evodio Escalante Poesía página 3 Santiago Gamboa Amores culpables página 9 Alegría Martínez Los recuerdos de Carlota página 11

N.o 539

sábado 12 de octubre de 2013

El compló de los letrados

Heriberto Yépez Página 12 CORTESÍA RANDOM HOUSE MONDADORI

Premio Nobel de Literatura 2013

Alice Munro

Margaret Atwood Adrienne Clarkson Eugenia Vázquez Nacarino

Páginas 4 a 7

MILENIO


02 sábado 12 de octubre de 2013

MILENIO

antesala Curzio Malaparte EKO

EX LIBRIS

Hombros de gigantes TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

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n un gesto de modestia que a veces tienen los genios, Isaac Newton dijo que él estaba parado sobre hombros de gigantes. Esta metáfora, atribuida a Bernardo de Chartres, significa algo muy certero: los científicos han venido acumulando conocimiento a través de los siglos y cada uno comienza su carrera con la estafeta que le legaron sus antepasados. Un físico de hoy sabe más que el propio Newton sobre la inercia, la aceleración o atracción gravitacional, si bien es probable que por sí mismo nunca hubiese podido descubrir alguna ley del movimiento. Hoy cualquier aplicado niño de primaria sabe más sobre la circulación sanguínea que Galeno. Aunque ya casi nadie sepa identificar constelaciones, cualquier neófito sabe sobre los astros algunas cosas que Ptolomeo nunca imaginó. Un matemático bien entrenado conoce, y quizás entienda, la solución de varios de los problemas con los que David Hilbert retó a la comunidad matemática en 1900. Me gustaría decir que en el mundo del arte también podemos montarnos en los hombros de gigantes, pero no. A veces parece lo contrario: que esos gigantes nos pisotean. Y es que según seamos músicos, pintores, arquitectos o escritores, podemos decir que el clímax de nuestra actividad se alcanzó hace cien, doscientos, quinientos o tal vez dos mil años. El arquitecto de hoy prefiere olvidar a sus clásicos. Ya no lee a Vitruvio en la universidad y se olvidó de que el hombre es la medida de todas las cosas. Visita alguna ciudad antigua y mira los edificios con admiración

y envidia, pero no pretende emularlos. Acepta su derrota desde que comienza a dibujar los planos. Tiene como excusa los costos, los materiales, la mano de obra no calificada, el maligno espíritu de Bauhaus, y acaba por diseñar una mamarrachada que más valdría no construir. El compositor llora con Mahler, Bach, Verdi, pero son genios que se daban en otras épocas. ¿Quién va a ponerme hoy una orquesta de setenta músicos para estrenar mis partituras? Además, los padres de hoy no son como Leopold Mozart. Más vale afiliarse a la sociedad de compositores y hacer baladas para alguna cantante de falda corta. Un astrónomo lee hoy el Almagesto con sana curiosidad. En cambio, un escritor lee la Odisea o Don Quijote o Los hermanos Karamazov con reverencia, con la certeza de presenciar lo inalcanzable, y ante el pisotón de los gigantes opta por seducir lectores de imaginación igualmente ajada con historietas de policías y ladrones. Cada año, los premios Nobel de ciencia van a personas que en algo superaron a sus antepasados. No podemos decir lo mismo sobre los de literatura. Por supuesto estoy haciendo una comparación trucosa, pero que sirve como obertura para una discusión eterna. Armas y letras, comparó Cervantes, o quizás lo hizo don Quijote, y sin duda El Manco de Lepanto se sentía más orgulloso de su espada que de su pluma, o quizás era don Quijote. Alguien dirá que no se comparan peras con manzanas, pero sí puede y debe hacerse, en sabor, cáscara, precio, peso, dulzura, forma y muchos aspectos más y gracias a eso decidimos comer una u otra, o una después de otra o preparar un coctel o desechar ambas. L

DE CULTO

Penélope Córdova fegari13@gmail.com ESPECIAL

Branimir Šþepanoviþ

Metáforas sobre la libertad de morirse

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anilo Kiš dedica en su libro de ensayos Lección de anatomía (recientemente publicado por Acantilado), un texto a Branimir Šþepanoviþ. El autor yugoslavo expone, párrafo a párrafo, con mordaz (y visceral) sarcasmo, la supuesta genialidad atribuida a Šþepanoviþ por los críticos literarios de la época, que convirtieron el relato “La muerte del señor Goluža” en un apartado obligatorio de los libros de texto montenegrinos, y en parte de la preceptiva de cómo tenía que ser una obra maestra de la literatura universal. Según Kiš, la obra de Šþepanoviþ es el perfeccionamiento de la esterilidad y de la mediocridad. Por cierto, Šþepanoviþ había encabezado años atrás la acusación de plagio contra el autor de Una tumba para Boris Davidovich, resultado de la cual éste optó por el exilio. “La muerte del señor Goluža” cuenta cómo un misterioso hombre de bajo perfil llega a una pequeña ciudad con la intención de acabar con su vida. Enseguida, ante la novedad del suicidio y tras el primer extrañamiento, los habitantes se esfuerzan por hacerlo sentir cómodo y aceptado, pero solo con la condición de que, en efecto, se suicide. Después de conocer aquella calidez y de encontrar algo que le ata a la vida, el protagonista empieza a cambiar de idea, y las cosas se ponen feas. Hay una adaptación cinematográfica de este relato (Julian Po, 1997) dirigida por Alan Wade y protagonizada por Christian Slater y Robin Tunney. Más allá de las afrentas y del chisme, sin embargo, queda la obra. Y las de ambos se mantienen en pie por sí mismas. Que se revuelquen en la tumba. Branimir Šþepanoviþ nació en 1937 en Podgorica, Montenegro. Los lectores de habla hispana lo conocen por un libro de menos de 100 páginas, publicado por Sexto Piso en 2010, La boca llena de tierra. El relato narra la historia de un desahuciado que decide regresar a su ciudad natal, en Montenegro, para

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

morir. Antes de llegar a su destino, sale del tren y empieza a correr en campo abierto. La historia se narra desde dos puntos de vista, el del perseguido y el de un par de cazadores que lo ven desde la lejanía y que, sin razón aparente, lo empiezan a perseguir. En pocas páginas, la persecución se convierte en una caza donde, con cada metro, el desahuciado pierde la única posibilidad que aún le quedaba: la de escoger la forma en que quiere morir. Decía Sartre que lo importante no era lo que los demás han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que los demás han hecho de nosotros. En este caso, el margen de acción es casi nulo. En la relación entre la colectividad y el hombre, el hombre suele perder, y esto parece una metáfora más (¡otra!) de aquellos años de terror en Europa del Este, pero en realidad habla de una condición humana que prevalece en el tiempo. Al parecer nunca posee uno tan escasa libertad que no le pueda ser arrebatada por otro. Goran Petroviþ, otro célebre de las letras serbias contemporáneas, se ha dedicado a promover la obra de Šþepanoviþ que, en conjunto, construye una metáfora alrededor del enfrentamiento entre la voluntad, la ética y el absurdo. De eso trata su obra y por eso es importante. L Xavier Velasco

¿Cómo no entrematarnos al entrecruzarnos, si lejos de entreabrirnos nos entrecomillamos?

MILENIO LABERINTO Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

Crápula

Furores equivocados

El libro del también crítico literario explora la embriaguez y el libertinaje, licencias que hacen del hombre llamas y cenizas POESÍA

ESCOLIOS ESPECIAL

Evodio Escalante

Figuras en el aire A partir de un poema de César Rodríguez Chicharro

Esfera o espiral o torbellino son figuras ardientes que los cuerpos trazan sin darse cuenta al perseguirse sobre un campo de plumas o de sábanas. Busco tu ser en los oscuros pliegues En medio de tormenta delirante. Tú te aferras al mástil que ha quedado y te refugias en el vértigo como si presintieras el desplome que hace brotar las alas al esclavo. Estamos otra vez en el momento En que todo concluye y persistente vuelve a comenzar: ojos, troncos, cabezas, esculturas de cuarzo o inermes marionetas encendidas en precaria extinción del infinito. Somos ahora en gracia y sin quererlo esfera en movimiento una espiral que gira sobre nubes y un tenaz torbellino que calcina lo que quedaba vivo en el planeta.

PASCUAL BORZELLI IGLESIAS

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vodio Escalante (Durango, 1946) ha publicado diversos libros de crítica y ensayo entre los que destacan José Revueltas. Una literatura del “lado moridor”, 1979; Tercero en discordia, 1982; José Gorostiza. Entre la redención y la catástrofe, 2001; Elevación y caída del estridentismo, 2002; Metafísica y delirio. El canto a un dios mineral de Jorge Cuesta, 2011, y Las sendas perdidas de Octavio Paz, 2013. Escalante es maestro en Letras por la UNAM y profesor investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana. Es miembro de la Asociación Filosófica de México y del Sistema Nacional de Investigadores. Los poemas que aquí publicamos forman parte de Crápula, su más reciente poemario, que se presentará el miércoles 16 de octubre en la Casa del Poeta en la Ciudad de México.

Armando González Torres

letras lo había decepcionado, pues había mucha lectura y poca escritura y me confesó que leer poesía había sido a elección vocacional una tortura y que en narrativa incurre en misteriosos deploraba especialmente las divorcios con las “mariguanadas” de Cervantes competencias de un individuo. y los “defeques” de Joyce, pero Hay quienes se empeñan en ser que le gustaban Isabel Allende y reconocidos en ámbitos donde afrontarían todas las desventajas. Haruki Murakami. Me mostró, además, un manuscrito de su Únicamente así se explica novela: contaba la odisea de un la profusión de tartamudos escritor desde que descubría que anhelan ser oradores, de su vocación en la preparatoria alfeñiques que se esfuerzan en hasta que triunfaba con una parecer hombres de acción o novela autobiográfica. El exceso de cojos que aspiran a triunfar como bailarines. Juancho, mi autorreferencial, el anacronismo compañero en la preparatoria, del estilo y la ingenuidad de era lo más alejado del retrato del la factura, me convencieron artista adolescente: en nuestro de que la revolución que se largo trato estudiantil nunca había efectuado en el espíritu mostró mayor disposición de mi noble amigo, no se intelectual que resolver había trasladado a sus textos. crucigramas, ni otra inclinación Cuando me pidió mi opinión literaria que hojear historietas. le dije algo que salvara mi Por lo demás, su carácter conciencia: que no fuera pragmático, su habilidad para injusto con su sacrificio, los negocios (que le venía de pero que no me hiciera familia) y su afición por todas las cómplice de su autoengaño. disciplinas deportivas hacían Poco después, Juancho pensar en un futuro hombre reapareció con un manuscrito de empresa y en un excelente “corregido”, en espera de prospecto para el decatlón. opinión. Hay temperamentos Alguna aspiración difusa (salir prodigiosamente dotados para en la tele y ser entrevistado, me la literatura que no ejercen su dijo alguna vez) lo condujo a llamado o que, a cuentagotas, querer ser escritor e inscribirse destilan algunas páginas, en en la carrera de letras. Su objetivo cambio hay buenos salvajes de era escribir una novela total, las letras que se empeñan en que, clamaba con la euforia del redescubrir por sí mismos los iluminado, habría de amalgamar sentimientos más desgastados. todas sus inquietudes filosóficas, No desdeño su mérito: abundan económicas, políticas y los Juanchos en la narrativa deportivas. contemporánea y ojalá que Años después lo encontré con la afabilidad y tenacidad del un rostro de martirio orgulloso: verdadero Juancho pronto había decidido dejar la carrera ablanden a algún editor y que de letras, desdeñar la oferta de algún crítico encuentre en su dirigir la empresa familiar y novela esa “forma retro” y ese proseguir su aprendizaje creativo “candor deliberado” que la en los más diversos talleres vuelvan paradigma de ironía e literarios. Dijo que la carrera de inteligencia creativa. L agonzale79@yahoo.com.mx

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MILENIO

Nobel 2013 ESPECIAL

Adrienne Clarkson

“Nadie puede escribir como Alice” Afecto, admiración, intriga, evocaciones personales, principios literarios, orgullo y satisfacción, son las impresiones que nos comparte una de las amigas más cercanas de la multipremiada narradora que hizo de la provincia de Ontario su universo personal ENTREVISTA ESPECIAL

Alicia Quiñones

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scritora, periodista y Gobernadora General de Canadá entre 1999 y 2005, Adrienne Clarkson es una de las figuras más destacadas en la política y la cultura canadienses. Nació en Hong Kong en 1939 y, muy joven, se mudó con su familia a Ottawa, donde estudió literatura inglesa y después francesa en la Sorbona, en París. Autora de libros como Room for All of Us (Penguin, 2012) y Norman Bethune (Penguin, 2009), Clarkson ha tenido una relación cercana con la nueva premio Nobel de Literatura. De Alice Munro, de su amistad y de su obra, la gobernadora habla en entrevista para Laberinto. • Conozco a Alice desde hace mucho tiempo. Ella ha ganado el Man Booker y el National Book Prize US. No hay premio que Alice no haya ganado, excepto el Nobel que ahora le entregan, todos teníamos muchas esperanzas de que la galardonaran. Claro, nunca sabes lo que va a suceder en un concurso, y el que concede la Academia Sueca no es como cualquier otro premio de libro, donde cada año se convoca a un jurado y un grupo diferente hace una elección; la Academia Sueca es la inamovible —perpetua— academia de las letras suecas, así que siempre están ahí, y siempre están viendo los distintos contextos que suceden. • Siempre preocupa que no le den tanta importancia a una escritora de cuentos. El asunto con los cuentos de Alice Munro es que son como los del gran escritor ruso Anton Chéjov: sus historias contienen todo un mundo en solo 25 páginas. Puede cubrir una vida, es increíble lo que puede hacer en sus historias, y por esa razón me sorprendió desde que leí su primer libro, Dance of the Happy Shades, que, por cierto, ganó el Governor General’s Award for Fiction. Fue su primera colección de cuentos, ella tenía 37 años, y a partir del premio pusieron mucha atención a sus trabajos. Ella publica regularmente en grandes revistas como The New Yorker, así que siempre sabemos lo que está haciendo.

Clarkson y Munro

• Solo he leído cuatro de los cuentos del volumen que se publicó el otoño pasado, Demasiada felicidad, y no son textos fáciles de digerir. A veces tienes que releer toda la historia y, de pronto, algo sucede en el relato y te preguntas: ¡¿Cómo me metió aquí, por qué de pronto estoy tan obsesionada?!, y regresas a leer el párrafo anterior y la página anterior, y te preguntas

cómo es que hace eso con las palabras. Hay que resaltar que en inglés, ella usa un vocabulario extremadamente simple, con palabras que están en el vocabulario de todo el mundo, no hace nada extraño con el lenguaje, pero lo que la torna extraordinaria es su estilo, la emoción con que lo hace. ¡Es una maestra del idioma inglés, nadie puede escribir así!


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LABERINTO

Nobel 2013 • Básicamente, lo que hace en su obra no es aplaudir el vicio. Se basa en pequeños hechos y personajes; es muy buena para las descripciones, dice cosas hermosas, creo que esa es la razón más poderosa por la que la gente la lee. Permítame leer esta cita donde explica cómo es ella y por qué creo que a las mujeres les gusta su literatura: “Tan pronto como un hombre y una mujer de casi cualquier edad están juntos y solos entre cuatro paredes, se asume que cualquier cosa puede pasar. Combustión espontánea, fornicación instantánea, triunfo de los sentidos. Qué posibilidades deben ver hombres y mujeres en el otro para inferir esos peligros. O, creyendo en los peligros, qué tan seguido deben de pensar acerca de las posibilidades”. Esa es Alice, esa es la esencia de Alice y lo que ella es. • Somos amigas desde hace mucho tiempo, estuvimos juntas en el premio Giller en 2006, éramos tres en el jurado: Alice, un escritor llamado Michael Winter, y yo. Tuvimos que leer aproximadamente 145 libros y después escoger al ganador. Su lectura de las obras fue maravillosa, ya no digamos su opinión sobre los libros. Siempre ha vivido en su pueblito, no participa en el mundo literario de Toronto, no da entrevistas por sus libros, es una persona muy humilde, también una mujer increíblemente bella y sexy. En su última publicación, los cuatro cuentos finales son autobiográficos, pero en cierta manera siempre hay un tipo de mujer “Alice Munro” que emerge en todas sus historias. También ha dicho sobre ella misma, y creo que es completamente cierto, que solo escribe, escribe y escribe. “No juego bridge, no manejo, no juego tenis, otras personas hacen eso y lo hacen bien, parece que yo, simplemente, no tengo tiempo”, y luego insiste en que no tiene tiempo para nada, excepto para sentarse y mirar por la ventana. • Alice es muy profunda. Ha logrado comunicar esos sentimientos de las cosas que realmente le importan a los seres humanos. Convierte las cosas banales en grandes acontecimientos, las pistas, el amor y la muerte simplemente suceden. Ella retrata a la muerte tal como es, a la gente dejando morir a otras personas. Pero también captura, para mí y como canadiense, la esencia de Canadá: los pequeños pueblos de Ontario. Ella creció en uno, ha vivido ahí toda su vida, excepto por un breve periodo de tiempo en la costa oeste, así que entiende muy bien lo que pasa en los lugares donde toda la gente se conoce. Pueblitos de 3,000 o 5,000 habitantes que le sirven para mostrar la experiencia —la vida— canadiense de la manera más profunda, de la manera en que Chéjov plasmó la experiencia, la vida rusa. Lo que Chéjov hizo fue mirar a un doctor o a un campesino y ser capaz de colocarlo de tal manera que alguien que nunca haya ido a Rusia, o que no sepa absolutamente nada de Rusia, se interese por esta gente. Y eso es, precisamente, lo que Alice hace por los canadienses que viven en estos poblados y que tienen relaciones intensas; que son infieles entre ellos, lidiando con los recuerdos de un esposo, lidiando con un niño ahogado, lidiando con adolescentes paseando en auto, todas estas cosas que ella nos trae, porque realmente estas circunstancias son universales, y la mejor y más grande literatura es siempre particular y detallada, universal en el sentido humano. Eso es Alice Munro.

Noches Con autorización de la editorial Random House Mondadori presentamos un fragmento de un cuento de Mi vida querida, su más reciente libro en español NARRATIVA Alice Munro

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o pude seguir caminando, el ritmo se había roto completamente. —Qué, ¿te cuesta dormir? —me dijo. Mi primer impulso fue decir que no, pero entonces pensé en el apuro de explicar que solo estaba dando una vuelta, así que dije que sí. Me dijo que eso solía pasar las noches de verano. —Te vas a la cama rendida y entonces, justo cuando crees que te estás quedando dormida, te desvelas. ¿No es así? Dije que sí. En ese momento supe que no era la primera noche que me oía levantarme y dar vueltas por ahí. La persona que tenía el ganado en la finca y velaba de cerca por lo poco que le procuraba el sustento, la persona que guardaba un revólver en el cajón del escritorio, sin duda se despertaba con el menor crujido en las escaleras o el más sigiloso giro de un pomo. No estoy segura de hacia dónde pensaba encaminar mi padre la conversación acerca de mis desvelos. Parecía haber dado a entender que desvelarse era un fastidio, pero ¿eso sería todo? Desde luego yo no pensaba contarle nada. Si él hubiera dejado entrever que sabía que había algo más, incluso si hubiese insinuado que estaba allí con el propósito de oírlo, no creo que me hubiera sonsacado nada. Tuve que ser yo la que rompiera el silencio por voluntad propia, diciendo que no podía dormir. Que tenía que levantarme y dar un paseo. ¿Y eso por qué? No lo sabía. ¿No serán pesadillas? No. —Qué pregunta tan tonta —dijo—. No saldrías escopeteada de la cama si fueran sueños bonitos. Dejó que me tomara tiempo para continuar, no preguntó nada. Aunque intenté echarme atrás, seguí hablando. La verdad afloró, apenas alterada. Mencioné a mi hermana pequeña y dije que me daba miedo hacerle daño. Creí que con eso bastaría, que entendería a qué me refería. —Estrangularla —dije de pronto. No pude contenerme, después de todo. Así ya no podría desdecirme, no podría volver a ser la persona que había sido hasta entonces. Mi padre lo había oído. Había oído que me creía capaz, sin ningún motivo, de estrangular a mi hermana pequeña mientras dormía. —Bueno —dijo. Luego dijo que no me preocupara. Y añadió—: A veces a la gente se le ocurren esas cosas. Hablaba en serio y sin dar muestras de alarma o so-

bresalto. A la gente se le ocurren esas cosas, o los asaltan esos temores, si prefieres llamarlo así, pero no hay por qué preocuparse de verdad, no más que si fuera un sueño. No dijo explícitamente que no existía ningún peligro de que hiciera algo así. Más bien parecía dar por hecho que semejante cosa no podía suceder. Un efecto del éter, dijo. Del éter que te dieron en el hospital. No tiene más trascendencia que un sueño. Era algo que no podía suceder, del mismo modo que un meteorito no podía caer encima de nuestra casa. (Podía, desde luego, pero era tan improbable que caía en la categoría de las cosas que no podían suceder.) Aun así, no me culpó por pensarlo. No le parecía nada del otro mundo, fue lo que me dijo. Podría haber dicho otras cosas. Podría haber cuestionado mi actitud hacia mi hermana pequeña o mi descontento con la vida que llevaba. Si esto ocurriese hoy, me habría pedido una cita con un psiquiatra. (Creo que es lo que yo habría hecho por un hijo, una generación después, y con otros ingresos.) La verdad es que lo que hizo funcionó la mar de bien. Me puso, aunque sin burla ni alarma, en el mundo en que vivíamos. A la gente se le ocurren ideas que preferirían no tener. Es algo que pasa en la vida. Si hoy en día vives lo suficiente, descubres que con tus hijos has cometido errores que no te molestaste en ver, además de los que viste perfectamente. Te pesa cierta humillación en el fondo, a veces te indignas contigo mismo. No creo que mi padre sintiera nada parecido, pero sé que si alguna vez lo hubiera acusado por pegarme con el cinturón o la correa con que afilaba las cuchillas, me habría dicho que no me quedaba otra que tragar y punto. Aquellos correazos no serían en su memoria, si es que quedaba rastro de ellos, más que el correctivo necesario para una cría respondona que imaginaba que podía llevar la voz cantante. «Te las dabas de lista», sería su justificación del castigo, un comentario que por lo demás se oía mucho en aquellos tiempos, en que la viveza se encarnaba en un diablillo detestable al que había que quitarle el descaro a palos. O de lo contrario se corría el riesgo de que llegara a mayor creyéndose listo. O lista, según el caso. Aquel día al romper el alba, sin embargo, mi padre me dijo justamente lo que necesitaba oír, y que de todos modos yo olvidaría enseguida. He pensado que quizá llevaba su mejor ropa de trabajo porque tenía una cita en el banco, donde supo, sin sorprenderse, que no iban a prorrogarle el préstamo. Se había dejado la piel trabajando, pero el negocio no iba a remontar, y tuvo que buscar una nueva manera de mantenernos al tiempo que pagaba lo que debía. O puede que averiguara que existía un nombre para los temblores de mi madre, y que no iban a desaparecer. O que estaba enamorado de una mujer imposible. Qué más da. A partir de entonces pude dormir. L ESPECIAL

• ¡Hay tantos buenos autores en la literatura canadiense! Esta es otra de las razones por las que creo que es importante que hayamos ganado el Nobel por primera vez. Era triste nunca haber tenido un reconocimiento de esa naturaleza. Nos preguntábamos por qué habíamos sido ignorados. Australia, por ejemplo, una ex colonia del Reino Unido, tuvo un Nobel hace 20 años con Patrick White, pero creo que valió la pena esperar porque se trata de Alice, porque ella es lo que hoy es Canadá, y lo que representa Canadá. Es esa persona del sentido común, de la realidad, de la humanidad que representa Canadá. Tenemos maravillosos escritores, ya mencionaste a Margaret Atwood, también está Michael Ondaatje, Lisa Moore, Michael Winter. ¡Hay tantos escritores! Y eso solo por mencionar a los angloparlantes. Hay muchos otros grandes escritores en Canadá que escriben teatro, poesía; estamos literariamente vivos. L Traducción: José Pablo Salas

Lejos de ella, la película de Sarah Polley, se basó en uno de sus relatos


LABERINTO

Alice Munro

Un retrato Las emociones manan de su obra; los preconceptos se desmoronan; las sorpresas proliferan; el asombro surge; los crímenes escabrosos, los excesos sexuales ocultos y los rumores extraños abundan debajo de la superficie de respetabilidad. Este texto explica cómo los relatos de una pequeña ciudad de Ontario elevaron a la autora canadiense a la "santidad de la literatura internacional" Margaret Atwood

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lice Munro se encuentra entre los escritores más importantes de la ficción inglesa de nuestro tiempo. Los críticos, tanto de Norteamérica como de Gran Bretaña, le han adjudicado numerosos súper superlativos, ha ganado muchos premios y tiene lectores devotos en todo el mundo. Es la clase de escritora sobre la que se dice que no importa cuán conocida sea, se debería conocer más. Nada de todo esto sucedió de la noche a la mañana. Munro escribe desde la década de 1960, y su primera volumen, La danza de las sombras felices, fue publicada en 1968. Aunque su ficción ha sido un tema regular del New Yorker desde la década de los setenta, su elevación reciente a la santidad de la literatura internacional se llevó mucho tiempo, en parte, debido a la forma en la que escribe. Es una escritora de cuentos —"cuentos cortos" como solían llamarse, o "ficción corta", que es más común en la actualidad. Aunque muchos escritores estadunidenses, británicos y canadienses de primer rango han practicado este estilo, sigue existiendo una tendencia muy difundida, aunque falsa, a igualar la extensión con la importancia. Por lo tanto, Munro ha estado entre esos escritores sujetos al redescubrimiento periódico, al menos fuera de Canadá. Es como si saltase desde el interior de un pastel: "¡Sorpresa!", y luego tuviera que saltar del pastel otra y otra vez. Los lectores no ven su nombre iluminado en los espectaculares. La encuentran como si fuese un accidente, o el destino, son capturados, estallando luego, maravillados y excitados, cuestionando con incredulidad: “¿De dónde apareció Alice Munro? ¿Por qué nadie me habló de ella? ¿Cómo puede haber surgido tal excelencia de ninguna parte?” Pero Munro no surgió de ninguna parte. Apareció —aunque es un verbo que sus personajes encontrarían demasiado vivaz y ciertamente pretencioso— de Huron County, en el sudoeste de Ontario; fue llamado Sowesto por el pintor Greg Curnoe, y el nombre se quedó. La visión de Curnoe era que Sowesto era un área de un interés considerable, pero también de considerable oscuridad y rareza psíquicas, una visión compartida por muchos. Robertson Davies, también de Sowesto, solía decir “Conozco los modos populares oscuros de mi gente”, y Munro también los conoce. La naturaleza exuberante, los sentimientos reprimidos, los frentes respetables, los excesos sexuales ocultos, los brotes de violencia, los crímenes escabrosos, los resentimientos antiguos y los rumores extraños, siempre están cerca en el Sowesto de Munro, en parte porque todo ello forma parte de la vida real de la región. Cuando Munro era una niña, en los 30 y los 40, la idea de que una persona de Canadá, especialmente alguien de una población pequeña del sudoeste de Ontario, pensara que podría ser tomada en serio como escritora en el mundo, era risible. Aun en los años 50 y 60 había muy pocos editores en Canadá, y éstos publicaban mayormente textos escolares e importaban literatura de Gran Bretaña y Estados Unidos. También había radio, y en los 60 Munro debutó en un programa de CBC llamado Antología, producido por Robert Weaver. Pero los lectores internacionales conocían a muy pocos escritores canadienses, y se daba por sentado que era mejor salir del país si tenías aspiraciones de ese tipo —aspiraciones de las cuales te sentirías avergonzado y a la defensiva, porque

el arte no era algo con lo que jugaría una persona adulta y moralmente creíble. Todos sabían que no podrías esperar ganarte la vida escribiendo. Podía ser marginalmente aceptable incursionar en la pintura con acuarelas o en la poesía si eras cierto tipo de hombre, descrito por Munro en “La temporada del pavo”: “En la ciudad había homosexuales, y sabíamos quiénes eran: un empapelador elegante, de voz suave y cabello ondulado que se hacía llamar decorador de interiores; el hijo único, gordo y malcriado, de la viuda del ministro, que llegaba al extremo de participar en concursos de pastelería y que había tejido un mantel al crochet; un hipocondríaco intérprete de órgano y maestro de música que mantenía a raya al coro y a sus alumnos con berrinches y gritos”. También podías practicar el arte como pasatiempo, si eras una mujer con algo de tiempo libre, o ganarte la vida en un empleo de pseudoarte mal pagado. Las historias de Munro están salpicadas de mujeres como estas. Toman lecciones de piano o escriben columnas informales en el periódico. O, más trágico, tienen un talento real, aunque pequeño, como Almeda Roth en “Meneseteung”, que produce un volumen de versos menores titulado Ofrendas, pero no hay contexto para ellas. A través de la ficción de Munro, Huron County se ha unido al Yoknapatawpha County de Faulkner como un área que se hizo legendaria por la excelencia del escritor que la celebró, aunque en ambos casos “celebrar” no es la palabra correcta. Tal vez “diseccionar” sería una descripción más precisa de lo que sucede en la obra de Munro, aunque ese término es demasiado clínico. ¿Cómo deberíamos llamar a la combinación de escrutinio obsesivo, desentierros arqueológicos, recuerdos precisos y detallados, los regodeos crueles en las facetas más sórdidas, malignas y vengativas de la naturaleza humana, el relato de secretos eróticos, la nostalgia por las miserias pasadas y la celebración a la plenitud y la variedad de la vida? Al final de La vida de las mujeres (1971), un retrato de la artista cuando era joven, hay un pasaje muy revelador. La protagonista, que para este momento ha cruzado a la tierra prometida de la adultez, y también de la escritura, dice de su adolescencia: “Intentaba hacer listas. Una lista de todas las tiendas y empresas de la calle principal y de quiénes eran sus propietarios, una lista de nombres de la familia, de los nombres de las lápidas del cementerio y de las inscripciones bajo ellos... “La esperanza de precisión que tenemos al emprender tales tareas es una locura dolorosa. “Y ninguna lista podía contener lo que yo quería, porque lo que quería era hasta el último dato, todas las capas de palabras y pensamientos, cada relámpago sobre la corteza o las paredes, todos los olores, pozos, dolores, grietas, desilusiones, quietos y unidos; radiantes y eternos”. Esto es abrumador como programa de trabajo, pero Munro lo siguió durante los 35 años siguientes con una sorprendente lealtad. Alice Munro nació en 1931 y fue bautizada con el nombre de Alice Laidlaw. Sus ancestros son en parte presbiterianos escoceses: puede rastrear a su familia hasta James Hogg, el Pastor de Ettrick, amigo de Robert Burns y de los literatos de Edimburgo de fines del siglo XVIII, y autor de Confessions of a Justified Sinner, que podría ser un título de Munro. Por el otro lado de la familia había anglicanos, para los que se dice que el peor pecado era usar el

Entre sus títulos disponibles en español se encuentran La vida de las mujeres y Demasiada felicidad

tenedor equivocado en la cena. La conciencia aguda de clase social de Munro, y las minucias y desdenes que separaban a un nivel del siguiente, se presentan honestamente, en el hábito que tienen sus personajes de examinar rigurosamente sus acciones, emociones, motivos y conciencias, y encontrarlos deficientes. En una cultura protestante tradicional, como la de Sowesto, el perdón no se encuentra fácilmente, los castigos son frecuentes y duros, la humillación y la vergüenza potenciales acechan en cada esquina y nadie se libra de casi nada. Pero esta tradición también contiene la doctrina de la justificación por la fe: la gracia desciende sobre nosotros sin que hagamos nada. En la obra de Munro abunda la gracia, pero usando un disfraz extraño: nada es predecible. Las emociones estallan; las preconcepciones se desmoronan; las sorpresas proliferan; los asombros saltan; los actos maliciosos pueden tener consecuencias positivas; la salvación llega cuando menos se espera y adquiere formas peculiares. Pero en el momento mismo en el que se hace una afirmación tal sobre los escritos de Munro, o cualquier otro análisis, inferencia o generalización


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Nobel 2013 ESPECIAL

ENTREVISTA

Eugenia Vázquez Nacarino

“MUNRO NUNCA SERÁ UNA ESCRITORA DE MASAS” Nieves Martín Díaz olor y miseria humana son algunos de los temas que la canadiense aborda en sus historias, tejidas con un estilo sencillo y profundo, así lo describe en la siguiente charla la traductora al castellano de su último libro, Mi vida querida.

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LA IMPORTANCIA DE MUNRO EN LA LITERATURA UNIVERSAL

Es una de las grandes escritoras de relatos cortos de todos los tiempos, y con este premio se reconoce también la labor de tantos otros autores que han cultivado un género que, por su brevedad, a veces se ha considerado menor. ¿POR QUÉ ES UNA AUTORA DE CULTO, MÁS QUE POPULAR, CUANDO PODRÍA SERLO POR LA HUMANIDAD DE SUS ESCRITOS, QUIZÁ POR SU RETRAIMIENTO CON LOS MEDIOS?

Quizá se la considere autora de culto porque una vez que la lees, ya no dejas de adorarla. Desde luego, no es una autora que recurra a fórmulas fáciles, plantea temas dolorosos en sus historias: encara las miserias de la vida, siempre pone el dedo en la llaga sin sentimentalismos huecos, da qué pensar. Tal vez por eso nunca será una escritora de masas, porque cuestionar el orden aparente requiere un mayor esfuerzo, y hay quien prefiere una lectura de evasión o un producto masticable. Su retraimiento de los medios, más que una causa de que su obra no haya tenido un mayor alcance, probablemente sea solo una manifestación de su coherencia. En ese sentido, espero que este premio sea la catapulta que la haga llegar a más lectores que, sin duda, apreciarán la sencillez, la honestidad y la hondura de alguien que apuesta por vivir de verdad, y en la verdad. SOBRE MI VIDA QUERIDA, MUNRO COMENTÓ QUE FUERON "LAS PRIMERAS Y ÚLTIMAS COSAS QUE TENGO QUE DECIR SOBRE MI PROPIA VIDA". NO ES LA PRIMERA VEZ QUE SE DESPIDE DE LA LITERATURA, ¿CREE QUE SERÁ LA DEFINITIVA?

Intuyo que ha sido una decisión muy meditada, y me parece que este reconocimiento cerraría con broche de oro una carrera que nos deja un legado valiosísimo. También podría ser que la impulsara a seguir escribiendo. Ojalá. ES UNA OBRA EMOTIVA PERO TAMBIÉN TIENE MUCHO DE SOCIAL, RELATOS CORTOS PERO CONTUNDENTES, CASI DOLOROSOS.

Sus relatos suelen situarse en comunidades pequeñas del Canadá rural, donde el equilibrio individual depende del colectivo, así que, lógicamente, en muchas ocasiones asistimos a las fluctuaciones sociales e históricas a través de las vivencias de sus personajes. Los años de la Gran Depresión, por ejemplo, que fueron los de la infancia de Munro, son el trasfondo de muchos de sus relatos. ¿CÓMO ES TRADUCIR A MUNRO?

Alice Munro huye siempre de la afectación, no tiene un estilo nada ampuloso ni quiere deslumbrar con frases rebuscadas, toda la complejidad de sus relatos fluye con absoluta naturalidad, sin esfuerzo aparente. Esa sencillez engañosa es muy difícil de lograr, y exige mucha contención a la hora de traducir; pero cuando tienes la suerte de trasladar a otra lengua textos tan medidos y elaborados, basta con seguir el surco. L sobre éstos, te acuerdas de ese comentarista burlón que tan a menudo está presente en sus relatos, que dice en esencia: “¿Quién te crees que eres? ¿Qué te da el derecho de pensar que sabes algo de mí o, para el caso, de cualquier otra persona?” O para citar de La vida de las mujeres: “La vida de la gente... era aburrida, simple, sorprendente e incomprensible: cuevas profundas pavimentadas con linóleo de cocina”. El mundo ficticio de Munro está habitado por personajes secundarios que desprecian el arte y el artificio, y cualquier clase de presunción o alarde. Es contra estas actitudes y de la desconfianza que inspiran, que sus personajes centrales deben luchar para liberarse lo suficiente como para crear algo. Al mismo tiempo, sus protagonistas escritores comparten la desconfianza y el desdén por el lado artificial del arte. ¿Sobre qué se debería escribir? ¿Cómo se debería escribir? ¿Cuánto del arte es genuino, cuánto es solamente un saco de trucos baratos que imitan a la gente, manipulan sus sentimientos y hacen muecas? ¿Cómo se puede afirmar algo sobre otra persona —una persona inventada— sin alardear? Sobre todo, ¿cómo debería terminar una

historia? (A menudo, Munro ofrece un final, luego lo cuestiona o lo corrige; o simplemente desconfía de él, como en el párrafo final de “Meneseteung”, donde el narrador dice: “Podría haberlo entendido mal”.) ¿Acaso no es una arrogancia el mero acto de escribir, no es la pluma un castillo en el aire? Varios relatos —“Friend of My Youth”, “Carried Away”, “Wilderness Station”, “Hateship, Friendship, Courtship, Loveship, Marriage”— contienen cartas que demuestran la vanidad o falsedad, o hasta la malicia de sus escritores. Si escribir cartas puede ser tan engañoso, ¿qué hay de la escritura en sí? Esta tensión nunca la ha abandonado; como en Las lunas de Júpiter, donde los personajes artísticos de Munro son castigados por no triunfar, pero también son castigados por el éxito. La escritora, pensando en su padre, dice: “Podía oírlo decir ‘Bueno, no vi nada sobre ti en Maclean's’. Y si había leído algo sobre mí decía: ‘Bueno, ese artículo no me pareció muy bueno’. Su tono era burlón e indulgente, pero me producía un vacío espiritual muy familiar. El mensaje que recibía de él era simple: hay que luchar por la fama y disculparse por ella. Serás culpado por ella, la logres o no”. El “vacío espiritual” es uno de los grandes enemigos de Munro. Sus personajes luchan contra él de todas las maneras posibles, batallando contra las exigencias agobiantes y las expectativas letales de otras personas y las reglas de conducta impuestas, y todas las clases posibles de represión y ahogo espiritual.

La batalla por la autenticidad se libra, significativamente, en el campo del sexo. El mundo social de Munro —como en la mayoría de las sociedades en las que el silencio y el secreto son la norma cuando se trata de asuntos sexuales— lleva consigo una alta carga erótica, y ésta se expande como una luz de neón alrededor de cada personaje, iluminando paisajes, habitaciones y objetos. En las manos de Munro, una cama destendida dice más de lo que jamás pudo decir una descripción detallada de los genitales. Los personajes de Munro están siempre al tanto de la química sexual en una reunión —de la química entre otros al igual que de sus propias respuestas viscerales. Enamorarse, la lujuria, escurrirse de los cónyuges y disfrutarlo, decir mentiras sexuales, hacer cosas vergonzosas que se sienten impulsados a hacer llevados por un deseo irresistible, hacer cálculos sexuales basados en la desesperación social, son procesos que pocos autores han explorado con más detalle y crudeza. Para las mujeres de la generación de Munro, la expresión sexual era una liberación y una salida. ¿Pero una salida de qué? De la negación y el desdén limitantes que describe tan bien en “La temporada del pavo”: “Lily dijo que nunca permitiría que su esposo se le acercara si había estado bebiendo. Marjorie dijo que desde la vez en que casi murió de una hemorragia nunca había vuelto a permitir que su esposo se le acercase, punto. Entonces Lily dijo rápidamente que su marido solo intentaba algo cuando había estado bebiendo. Me daba cuenta de que no dejar que el esposo se les acercara era solo una cuestión de orgullo, pero no podía creer que ‘acercarse’ significara ‘tener relaciones sexuales’”. La sociedad sobre la que escribe Munro es cristiana. Esta cristiandad a menudo no es pública, es meramente el antecedente general. En The Beggar Maid, Flo decora las paredes con "varias admoniciones, pías y alegres y levemente obscenas": "El Señor es mi pastor cree en el señor Jesús y serás salvado" ¿Por qué tendría Flo esas frases cuando ni siquiera era religiosa? Porque era lo que tenía la gente, era tan común como los calendarios. La cristiandad era “lo que tenía la gente”; y en Canadá la Iglesia y el Estado nunca se separaron según las normas establecidas en Estados Unidos. Las oraciones y las lecturas de la Biblia eran lo común en las escuelas públicas. Esta cristiandad cultural le ha aportado un gran material a Munro, pero también está conectado con uno de los patrones más distintivos de sus imágenes y estilo de relato. El principio central cristiano es que dos elementos diferentes y mutuamente exclusivos —la divinidad y la humanidad— se unieron en Cristo, y ninguno de los dos aniquiló al otro. El resultado no fue un semidiós, o un Dios disfrazado: Dios se volvió totalmente humano mientras que, al mismo tiempo, siguió siendo totalmente divino. Creer que Cristo era solo un hombre, o que simplemente era Dios, fue declarado una herejía por la iglesia cristiana de los primeros tiempos. Por lo tanto, la cristiandad depende de la negación de ambas, o de anular la lógica y aceptar el misterio de que ambas cosas existan al mismo tiempo. Muchas de las historias de Munro se resuelven, o no, precisamente de esta manera: una cosa puede ser cierta, pero no cierta, y sin embargo cierta. “Es real y deshonesto”, piensa Georgia de su remordimiento, en “Differently”. “Me resulta muy difícil creer que lo inventé” dice el narrador de El progreso del amor. El mundo es profano y sagrado, debe ser tragado entero. Siempre hay más en él de lo que podrías imaginarte. En un cuento llamado “Something I've been Meaning to Tell You”, la celosa Et describe al ex amante de su hermana —un mujeriego promiscuo— y cómo mira a todas las mujeres, con una mirada “que lo hacía parecer deseoso de ser un buzo de altamar sumergiéndose más y más a través del vacío, el frío y el naufragio, para descubrir la única cosa que desea su corazón, algo pequeño y precioso, difícil de encontrar, tal vez como un rubí, en el fondo del mar.” Las historias de Munro abundan en ese tipo de buscadores cuestionables y estratagemas bien señaladas. Pero también abundan en percepciones: dentro de cualquier historia, en el interior de cualquier ser humano, puede haber un tesoro peligroso, un rubí invaluable. Un deseo en el corazón. L © The Guardian Traducción: Franco Cubello


08 sábado 12 de octubre de 2013

MILENIO

en librerías SINEMBARGO.MX

Pensar en periodiñol RESEÑA Roberto Pliego robertopliego61@gmail.com

¿

Qué hacer frente a una novela que renuncia a ese corpus de conocimientos que llamamos literatura y con animada confianza deplora la frescura, la vitalidad, la profundidad de pensamiento con las cuales la escritura se eleva por encima de la palabrería? ¿Qué hacer frente a una novela que hace campaña a favor del cliché? Me refiero a Los corruptores (Planeta, México, 2013), del periodista y analista político Jorge Zepeda Patterson. Mal empiezan las cosas cuando en la segunda página leemos la frase siguiente: “Inventarió la información que tenía para ofrecer”. Sí, “Inventarió”. Unos tramos después, encontramos que “eso no significaba que fuese invitada a la primera fila en los eventos presidenciales”. Sí, “eventos”. Ya desde el inicio, Jorge Zepeda pone al descubierto su elección de estilo: el periodiñol, esa jerga descuidada y ruidosa para la cual toda frase está permitida a condición de que provenga de los lugares comunes de la mente y el corazón, y ofenda a la sintaxis. De modo que uno debe llenarse de estoicismo ante “un sudor frío le perló la frente”, “Si hacemos algo más será mucho peor al separarnos, pequeña”, “El secretario gustaba de semblantear a las visitas”, “Pero esta noche no habría intercambio de flujos”, “sus cuerpos restablecieron el subtexto que la conversación extravió”, etcétera. Si tan solo se tratara del estilo... Los corruptores se rinde a las convenciones del thriller político. Hay un crimen, por

supuesto, el de una actriz sinaloense que se ha metido a la cama de los poderosos para obtener secretos de Estado, y una pesquisa en curso a cargo de un periodista sin lustre a quien la notoriedad toma por sorpresa. Pero a Jorge Zepeda no le interesan los sutiles claroscuros de la ficción detectivesca sino el mero retrato de la política como botín de arribistas, buitres de cuello blanco, asesinos cordiales graduados en Estados Unidos y Gran Bretaña. No bien dejamos atrás el umbral nos asalta la incómoda sensación de que Los corruptores no pasa de ser una novela que solo aspira a confirmar algunas ideas preconcebidas por una franja de opinadores profesionales, editorialistas, conductores de radio y televisión, simpatizantes de la izquierda mexicana para quienes el regreso del PRI augura una nueva era de autoritarismo. Dije que responde a las convenciones del thriller y que contiene un crimen, el de la actriz Pamela Dosantos. El lector tiene derecho a saber que Pamela Dosantos fue amante de presidentes municipales, gobernadores, diplomáticos, altos funcionarios de Estado, jerarcas de la Iglesia católica, empresarios, defensores de los derechos humanos… hasta que cazó a la presa más jugosa: el secretario de Gobernación. El lector debe saber también que Pamela Dosantos era informante del Cártel de Sinaloa. Tenemos así el nudo de Los corruptores: ¿qué esperar de México cuando la amante del secretario de Gobernación trabaja para el Chapo Guzmán? El problema es que Jorge Zepeda no responde a esta pregunta con argumentos de novelista. Muestra una reprochable

Jorge Zepeda Patterson

fascinación por los estereotipos. Estamos en México, en 2013. El PRI ha vuelto, dice el periodista Tomás Arizmendi, para imponer un presidencialismo vertical que actúe sin leyes ni contrapesos. No es un país imaginario; es el mismo que ha recibido la confirmación de la realidad. De modo que los periodistas luchan contra el desánimo, los agentes del CISEN visten de negro, los hackers fuman mariguana, las activistas sociales conservan una figura apetitosa a los cuarenta, los políticos son corruptos y los priistas aún más, los narcotraficantes calzan botas, las sinaloenses solo exhiben encantos físicos, el secretario de Gobernación da lecciones de cinismo a Mefistófeles, los empresarios comienzan a beber desde las doce del día… Uno se cansa de esperar en vano la aparición de un personaje irrepetible. Hasta la costurera de Pamela Dosantos, a la que vemos en cuatro ocasiones, no deja de parecer eso que creemos que es una costurera. Más fallido aún es el tono narrativo. Carga una chocante propensión a ser didáctico. Casi la mitad de Los corruptores se va en lecciones de historia reciente. Los personajes detienen el curso de la acción y con afectado hieratismo discurren sobre las reformas de Miguel de la Madrid, la dictadura perfecta, la matanza del 2 de octubre, el futuro del PAN, la resurrección de López Obrador, la guerra entre los Zetas y el Cártel de Sinaloa… Es dado creer que Jorge Zepeda se dirige a

un lector que asiente mansamente con la cabeza cuando lee que el PRI está “preparando leyes para otorgar más facultades a la presidencia y reducir el peso de instituciones, medios de comunicación y sociedad civil”. ¿Hace falta escribir una novela para expresar opiniones políticas que tienen asegurado el aplauso de la galería? Y mejor ni hablar de la soltura con la que el narrador asesta en cada capítulo nombres de restaurantes de lujo, marcas de perfume, corbatas, lencería, licores. La publicidad comercial se pasea por Los corruptores con una trivialidad casi altanera. Una nota del autor cierra Los corruptores. Dice Jorge Zepeda Patterson “que la trama […] se queda corta con respecto a lo que realmente sucede en las esferas del poder en México”. ¿Así que se trata de la realidad, de verismo sin maquillaje? ¿Por qué entonces una novela que por principio omite todo ingrediente literario? ¿No hubiera sido más conveniente presentar una serie de artículos periodísticos? ¿O es que acaso asistimos al tránsito de la novela como exploración del lenguaje y la experiencia humana a herramienta de propaganda? Creo que el oficio periodístico puede en gran medida cultivarse en las antesalas o en las mesas de un bar, puede incluso alimentarse del escándalo y la impostura, pero no el talento literario: pobres de quienes piensan que se adquiere urdiendo confabulaciones de Estado. L

RESEÑA

La fantasía encara la realidad Raquel Castro cuentaseria@gmail.com

C

uando era niña y leí El señor de los anillos, mi personaje favorito no era un hobbit ni un elfo ni un guerrero taimado: era la dama Eowyn, valiente pero melancólica, hábil con la espada y dispuesta a dar la vida por su gente. Sin embargo, me decepcionó tanto que un personaje tan interesante apareciera tan poco tiempo en el libro que una de las primeras cosas que intenté escribir, en el lejano siglo XX, fue una fanfic en la que Eowyn, disfrazada de caballero, era parte de la Comunidad del Anillo y acompañaba a Frodo a la Montaña del Destino. Era, claro, un proyecto destinado al fracaso. Pero siempre me quedó una vaga insatisfacción ante las historias de mundos míticos, dragones y magia, que tanto me gustaban pero que tan poco peso le daban a los personajes femeninos. Por eso da tanto gusto la aparición de un libro como Loba (SM, México, 2013), de Verónica Murguía, el más reciente ganador del Premio Gran Angular Internacional, uno de los más prestigiosos de la literatura juvenil en castellano. De las muchas historias que narra la novela, las dos más importantes son de mujeres, y además mujeres

muy especiales, ajenas a los clichés: una adolescente gentil y talentosa, nacida en un pueblo miserable y que busca la posibilidad de elegir su propio destino, y una princesa aguerrida, impulsiva y hosca que prefiere blandir la espada que aprender los modales de la corte destinados a las damas. Así ocurre en todo el resto de la novela, que retoma los elementos clásicos de la fantasía heroica —incluso hay un dragón y un unicornio— y los utiliza de modo original y poderoso. A diferencia del fantasy blando y edulcorado al que nos tienen acostumbrados las editoriales que fabrican en serie novelas de capa y espada, Loba ofrece una visión más cercana a la bravura medieval: el unicornio es una bestia maravillosa y sanadora, pero también es capaz de matar a los malvados sin la menor piedad; en las guerras hay destrucción, sufrimiento y muerte, muerte concreta que deja un vacío en los que sobreviven; y el lenguaje del libro es preciso y delicado, poético, elocuente como no lo es el de ningún imitador a destajo de J. R. R. Tolkien. Por ejemplo, una mujer recuerda así a su marido muerto en batalla: “…sintió el viejo dolor que no menguaba. Era como tener un animal vivo dentro del pecho, un animal de garras y colmillos afilados”. Imágenes como la anterior, vívidas y sorprendentes, son parte constante de la obra sin estorbar su ritmo. Mentira que las descripciones de paisajes, animales y costumbres ralenticen o de plano detengan la acción, como parecen creer autores y editores miopes: es un acierto que Verónica no haya cedido a esa moda

de nuestros días y que los jurados que le dieron el premio —y los editores que se encargaron de la aparición de la novela— hayan confiado en su estilo pausado y detallista que el lector, lejos de resentir, aprende a disfrutar desde las primeras páginas. Otro logro de la novela es la naturalidad con la que su autora conjunta una rica imaginación con una investigación exhaustiva. Como ella misma ha dicho, la mayor parte de lo que narra la novela está basada en hechos históricos y el lector más exigente puede buscar las fuentes y sorprenderse con citas de Tácito, visitas a Liutprando de Cremona y su Antapódosis y consultas a incontables poetas e historiadores medievales. No es gratuito que la escritura de Loba haya tardado diez años: los datos que sostienen al libro (y que nos regalan, por ejemplo, minuciosas descripciones de la vida cotidiana de los esclavos feudales, o de la alimentación de los halcones de cetrería de la época) no sueltan el tufillo mareador del experto que busca demostrar que sabe más que todos los demás. Por el contrario, la riqueza de las descripciones tiende un puente entre el mundo de la historia y el del lector, hermanándolos y demostrando que, en realidad, no hemos cambiado tanto en estos siglos. Y que, con o sin dragones, la literatura de la imaginación no es una evasión de nuestra realidad, sino un camino distinto para encararla. L


sábado 12 de octubre de 2013 09

LABERINTO

en librerías El oscuro invierno. Primer caso del sargento McAvoy

El silencio de los bosques

David Mark Siruela España, 2013 279 pp.

E

sta primera novela del inglés David Mark ya vendió cien mil ejemplares en Gran Bretaña, lo que no es poca cosa si tomamos en cuenta la cantidad de novelas policiacas que se editan cada año y en diversas latitudes del planeta, pensemos tan solo en los autores nórdicos, aunque quizá la trama nos dé luces sobre el éxito de este volumen donde el fornido y osado sargento McAvoy descubre la conexión aparentemente inexistente entre tres brutales asesinatos donde se mezcla la política, el narcotráfico y el mundo de la prostitución.

Cecilia Urbina Terracota México, 2013 175 pp.

S

teve, el protagonista de esta novela, opta por un aprendizaje de la vida en lo más recóndito del bosque y en el contacto íntimo con la naturaleza, alejado por completo de la sociedad. A la manera de un ermitaño moderno, Steve trazará su mapa personal de la existencia para luego aplicarlo en un largo viaje por París, Egipto y Nueva York, donde el mundo se le revelará como una vieja pintura en la que gravita el arte del silencio, y la reflexión se asumirá como una alternativa para sobrevivir a pesar de la crueldad de la condición humana.

Amores culpables AMBOS MUNDOS Santiago Gamboa Facebook: Santiago Gamboa–Club de lectores ESPECIAL

Otra vez adiós

El sótano del ángel

Carlos Alberto Montaner Suma de Letras México, 2013 432 pp.

H

José Adiak Montoya Océano México, 2013 217 pp.

ijo del doctor Moses Goldstein, amigo de Freud, Ludwig Goldstein pintó el último retrato del creador del psicoanálisis. Él, sin embargo, será conocido en la historia del arte como David Benda. Cada una de las tres partes de esta novela cuenta aspectos de su vida: en Viena, que coincide con el ascenso del nazismo; luego en La Habana, adonde huye por la cuestión antisemita; y fi nalmente en Nueva York, donde encontrará una relativa tranquilidad. Con estos elementos, el escritor cubano Montaner, avecindado en Madrid, realiza el mural de una época.

U

Siempre es peor en noches de paz

Voy a contarles un corrido...

na de las jóvenes promesas de la literatura nicaragüense nos ofrece esta novela en que la locura, la nostalgia y la obsesión, se entremezclan para contar una historia tantas veces escrita: la del amor imposible. Leónidas Parajón es un habitante del anodino pueblo Los Almendros quien, desde la muerte de su hermano, perdió la cordura; además, está enamorado de Elia López, una coleccionista de ángeles de porcelana. La demencia de Leónidas y su amor por Elia lo lleva a cometer una serie de ilícitos, sin que llegue a discernir entre lo inofensivo y lo abominable.

Carlos Miranda Conaculta, col. El Guardagujas México, 2013 166 pp.

O

cho relatos se reúnen en este libro acerca de las calamidades personales, las fobias más oscuras, la exaltación de los rechazos y un amplio compendio de experiencias amargas pero instructivas, aunque parezca lugar común, porque el personaje que transita por estas curiosas noches de paz (ciclos de la embriaguez a la resaca u odiseas en los bajos fondos), está sanamente acostumbrado a convivir con las catástrofes cotidianas, en una especie de disciplina estoica o de ejercicio de paciencia tal vez porque, como dice el narrador, la única lealtad posible se la debemos al fracaso.

Miradas sobre la historia. Homenaje a Adolfo Gilly

Erma Cárdenas Textofilia México, 2013 143 pp.

A

manera de recordatorio, de diario, de bitácora de los pueblos mexicanos, este libro recupera corridos mexicanos, desde los creados hace más de un siglo hasta los que retratan las aventuras de los narcotraficantes en el siglo XX. En cada canción, acompañada de una narración que nos recuerda cómo surgieron, aparecen héroes revolucionarios y personajes como Rosita Alvirez, la mujer que hacia 1900 fue asesinada en un pueblo de Saltillo. Cancionero y cuentario, el libro de Cárdenas atrapa una parte de la historia de este país, que culmina con el famoso corrido “Contrabando y traición”.

Éticas de crisis

Rhina Roux y Félipe Ávila (comps.) Era México, 2013 261 pp.

E

n 2009 se llevó a cabo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, el coloquio internacional Miradas sobre la historia, donde se narraron experiencias personales relacionadas con diversas disciplinas. Entre los participantes se encontraban Friedrich Katz, John Tutino, Romana Falcón, Seemin Qayum, Adolfo Gilly y los compiladores de este volumen que han decidido dedicar a la trayectoria intelectual del historiador y profesor emérito de la UNAM, y cuyos temas abarcan la Revolución Mexicana, la modernidad, la historia e identidad de la cultura latinoamericana.

Josu Landa Universidad de Guanajuato México, 2012 429 pp.

L

os ensayos que contiene Ética de crisis. Cinismo, epicurismo y estoicismo, son una reflexión sobre los efectos de la violencia en el hombre contemporáneo, particularmente, sobre la que ha azotado a México en los últimos años. Este libro se inició en Ciudad Juárez, Chihuahua, y desde la vida cotidiana en ese sitio, el autor propone una ética para estos tiempos de desasosiego, a partir de las ideas concebidas por los fi lósofos cínicos, los epicúreos y los estoicos. Esto, dice su autor, puede ayudarnos a sobrellevar nuestra crisis actual con virtud, dignidad y sabiduría.

E

scribir esto me llevará a la ruina, pero qué puedo hacer si aún hoy, 30 años después, se me altera el pulso. No es para menos. Me dispongo a contar los secretos de mi primera relación de amor seria, y esto suponiendo, claro, que a alguien le interese. Todo comenzó en el cine del recién inaugurado Unicentro, allá por los años setenta, cuando alguien con un concepto amplio de la palabra cultura decidió programar en la cartelera del cine el hoy famoso musical de Abba. Por esos años yo era un adolescente de izquierda que se sabía de memoria “Playa Girón” y “Ojalá”, de Silvio Rodríguez. Leía a Marcuse y a Lukács. Conocía de memoria los cuadros de Van Gogh y sabía el nombre de pila de El Greco. Recitaba por igual a León De Greiff y al Indio Rómulo (aunque no tanto como William Ospina). Aborrecía sobre todas las cosas las canciones de Claudia de Colombia y de algo llamado “Billy Pontoni”, y en cambio adoraba la salsa de la Fania, de Fruko y sus Tesos y el vallenato de Escalona. Me consideraba un ecléctico. Mi novia de entonces me estaba dejando a favor de un hombre mayor —ese fue siempre mi karma, ser joven—, y fue así que, buscándole un sentido a la vida, caí por casualidad en Unicentro y entré al musical de Abba, y lo que ocurrió fue una verdadera revelación. Una epifanía joyceana. El mundo que dejé afuera, al entrar a la multisala, ya no fue el mismo cuando salí. Por increíble y cursi que suene estaba enamorado, y ahora el mundo giraba en torno a Agnetha Fältskog. Y esa noche, al acostarme, no pude dejar de pensar en Agnetha. La imaginé desnuda y arrebatada; vi su espalda sudorosa, sus piernas tersas, sus nalgas mirando a Constantinopla, cual carpa de circo henchida por el viento, y su ombligo trémulo —como diría el poeta

Agnetha Fältskog

Carranza—; comprobé su condición de rubia natural, un Monte de Venus dorado, campo de girasoles o de trigo, de sorgo amarillo y no rojo, como el de mi compadre Mo Yan. Ahí empezó mi doble vida: en la universidad era puro Ernst Cassirer y círculo de Viena, y en mi habitación, lejos de todos, un creyente arrodillado ante el altar sueco. Cada vez que Agnetha estiraba la mano hacia su público yo la escuchaba decir, “ya voy por ti, espérame”. Y yo le respondía: “Te llevaré al planeta de El Principito, seremos felices”. Para decirlo en términos de crítica intertextual: yo fui el Yoko Ono del grupo Abba. Hace poco, en Estocolmo, visité el museo de Abba, pero la taquicardia me sacó al menos tres veces a respirar el aire nevado de diciembre (a mi edad, el amor es un problema cardiovascular). Las fotos de Agnetha pudieron conmigo y, fi nalmente, en la sala de trofeos, me senté a llorar. Eché de menos un libro de Paulo Coehlo. Grité, pero la sala estaba vacía. ¡Agnetha! ¡Agnetha! ¿var är du? —no dije que aprendí sueco—. Pero nada, solo silencio. Un silencio ensordecedor. Seguiré esperando. Un día Agnetha y yo entraremos caminando al mar, donde nadie nos juzgue. Y ahí viviremos para siempre. L


10 sábado 12 de octubre de 2013

MILENIO

teatro CORTESÍA PRODUCCIÓN

La obra se presenta del 10 al 27 de octubre. Jueves y domingos, 20:00 hrs., Museo del Castillo de Chapultepec

Los recuerdos de Carlota La puesta en escena captura un instante de la historia nacional a través de las figuras emblemáticas del Imperio, interpretadas por títeres que van de la lucidez a la locura CRÍTICA Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

L

os recuerdos de Carlota de Habsburgo toman forma en su habitación, junto a la luna de su tocador, de su breve cama y de un reloj que parece haberse detenido. La emperatriz ha envejecido. Sus inmensos y expresivos ojos destacan enmarcados por su blanco cabello. Quien fuera esposa de Maximiliano se hace presente en el cuerpo de un títere, de una muñeca silenciosa y doliente. Adiós Carlota es un montaje hecho con títeres hiperrealistas, muñecos que dan la impresión

de que respiran, miran, tocan, sienten y piensan sin intervalos ni pausa. Realizados con una minuciosidad artística que cuida al detalle la percepción que el espectador pueda tener de la textura de su piel, de la inclinación de su cabeza, del movimiento de sus ojos, de sus manos, dedos y tronco, los personajes de Carlota y Maximiliano, ataviados con el gusto de la realeza, dan la impresión de haber renacido, aunque de menor estatura a la que tuvieron en vida. Escrita por Gerardo Ballester —también diseñador y constructor de títeres—, bajo la dirección de Artús Chávez, la obra nos

conduce a la habitación de quien fuera princesa de Bélgica, donde el espejo es a un tiempo ventana, puerta mágica que conduce al pasado, reflejo del presente y del vacío por instantes, pasadizo de fantasmas, de recuerdos anclados por siempre; encuadre que succiona por instantes la imagen. En esta obra, en la que no hay palabras, la música original de Deborah Silberer, con su interpretación al piano, nutre y enriquece la atmósfera a partir del conjunto de notas que articulan piezas en relación con lo que sucede en escena, creando un lenguaje sonoro característico de cada momento.

Adiós Carlota es una propuesta que acude con precisión al significado, a la metáfora poética y plástica que se expresa a partir de un leve movimiento del personaje, de una reacción o un gesto y de la contundencia de los objetos que subrayan el valor de lo cotidiano. Maximiliano, su fantasma, su despojo en la mente de Carlota joven y anciana con un gancho a su fantasía; una enfermera, una sensual habitante de México, un colorido Quetzalcóatl que transita el espacio, cobran vida gracias al minucioso trabajo de 5 manipuladores de muñecos y 4 de luz que generan el prodigio, como afirma Heinrich von Kleist en Sobre el teatro de las marionetas: “estos muñecos tienen la ventaja de ser antigravitatorios. Nada saben de la inercia de la materia, de las propiedades la más opuesta a la danza, porque la fuerza que los eleva por los aires es mayor que aquella que las ata a la tierra. (...) Los muñecos, como los elfos, necesitan el suelo tan solo para rozarlo (…) al hombre le es absolutamente imposible siquiera igualar al títere en ello. En este campo, solamente un dios podría medirse con la materia; y aquí está el punto en que ambos extremos del mundo anular se tocan”. Un trabajo de esta naturaleza con títeres adultos, protagonistas de un fragmento del desconsuelo, exige la participación de un amplio equipo en el que participan Ana Bracho y Berenice González como productoras, Fabiola Peña como productora asociada, Isaías Martínez, codirector de escena, Andrea López Ríos, asistente de producción, así como los manipuladores Andrea López, Patricio Torres, Eunice A. Moreno, Guram Lubaggi, Gerardo Ballester y los manipuladores de luz, Diego Alba, Jennifer Soler, Andrea Avilés y Paola Vives, junto a Mayela Gallardo y Dayan Jiménez que son asistentes en función. Rocío Franzoni diseña el vestuario de los títeres, Bernardo Horcasitas la peluquería, y Emilio Rebollar el vestuario de los manipuladores. Este acercamiento a la densidad emotiva de una Carlota, férrea enamorada, presa de su dolor y su delirio tras los flejes de un miriñaque que se vuelven los barrotes de su encierro, es también una mirada a un México cuyas hondas contradicciones reivindican a sus habitantes, sin palabras con música, silencios e imágenes imborrables, como la de una agónica emperatriz anciana que se despide de la vida y de quienes le han dado alma y movimiento a través de un intenso y entrañable diálogo de miradas. L

LA PUERTA ESTRECHA

El teatro de Miguel Hernández Alicia Quiñones aquinonescontacto@gmail.com

“Quiero, necesito saber dónde está Dios para escupirle” El labrador de más aire Aun antes de iniciarse en el mundo de la poesía, Miguel Hernández (Orihuela, 1910–Alicante, 1942) tuvo una primera vocación, el teatro. Una vocación que, contrario a sus admirados Rafael Alberti y Federico García Lorca, no tuvo los frutos que él mismo esperaba. Hernández abandonó, quizá con dolor, la disciplina que le dio la oportunidad de ensayar uno de sus primeros intereses intelectuales: la religión. En gran medida, ese interés se dio gracias a su amistad con el escritor Ramón Sijé, entonces un devoto fiel de La Biblia. No es casualidad que la obra registrada como su primera pieza dramática haya sido un auto sacramental: Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, que escribió a los 23 años, poco después de haber terminado su poemario Perito en lunas, y que apuesta por la caída del hombre y el arrepentimiento. Hay quienes dicen que ese auto hernandiano es un homenaje a Calderón de la

Barca. Su teatro es un homenaje al Siglo de Oro español, en especial a Lope de Vega. Ediciones Cátedra publicó El labrador de más aire, la obra con la que Hernández culminó su producción teatral. En dicho libro se rescata una foto publicada originalmente en 1937 por El altavoz del Frente. En esta imagen, el poeta sobresale entre un grupo de soldados y, según la crónica periodística, recita un poema: “Sentado sobre muertos/ que se han callado en dos meses/ beso zapatos vacíos/ y empuño rabiosamente/ la mano del corazón/ y el alma que lo mantiene./ Que mi voz suba a los montes/ y baje a la tierra y truene…” Pero su voz poética, y en cierta etapa de su vida, la dramatúrgica, no fueron las únicas armas con las que enunció su dolor por la España en guerra. Cuentan sus biógrafos que su grave voz de barítono lo hizo subir varias veces a los escenarios en la Casa del Pueblo, en su natal Orihuela, para

enfrentarse al público y encarnar a personajes críticos con la sociedad de su tiempo. A los 15 años fue la primera vez con Los semidioses, la obra más famosa de Federico Oliver. En 1937, ya con 27 años, Hernández publica su Teatro en la guerra. En este libro, sentenciaba en una nota previa: “El 18 de julio de 1936, frente al movimiento de los militares traidores, entro yo, poeta, y conmigo mi poesía en el trance más doloroso y trabajoso, pero más glorioso, al mismo tiempo, de mi vida. No había sido hasta ese día un poeta revolucionario en toda la extensión de la palabra y su alma. Había escrito versos y dramas de exaltación del trabajo y de condenación del burgués, pero el empujón definitivo que me arrastró a esgrimir mi poesía en forma de arma combativa me lo dieron los traidores, con su traición, aquel iluminado 18 de julio…” Y en ese mismo año publicó la que se califica como su más gloriosa pieza dramática: El labrador de más aire, estrenada hasta 1972, en Madrid. Esta pieza, además de ser un homenaje a Lope y a los dramas populares del Siglo de Oro, es la culminación de su teatro —siempre— político. La puerta estrecha se ha cerrado.


sábado 12 de octubre de 2013 11

LABERINTO

cine Dan Guerrero

“Hoy existe un interés real por la experiencia de los chicanos” La historia del pionero de la cultura chicana, icono generacional de la música, el teatro, y de los códigos de identidad como el pachuco y otros emblemas latinos en Estados Unidos, es el tema del documental que se sitúa entre dos fronteras ENTREVISTA ESPECIAL

Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

E

l primer chicano en recibir la Medalla Nacional de las Artes en Estados Unidos fue Eduardo Guerrero. Al sur de la frontera, el artista es conocido por su vertiente cómica, y en especial por su proyecto infantil “Las ardillitas”. En México, pocos conocen su intensa contribución a la identidad de los mexicoestadunidenses. Con el fin de recuperar el legado de su padre, Dan Guerrero filmó Lalo Guerrero: El chicano original, un documental que se exhibe en la Cineteca Nacional, y en el que artistas como Los Lobos, Ry Cooder o Linda Ronstadt, trazan la dimensión de su influencia. En México, Eduardo Guerrero es un desconocido en cuanto a su injerencia en el movimiento chicano. ¿Su intención era reivindicarlo? Sí. Y no porque fuera mi padre. Me resulta increíble que en México se le conociera por “Las ardillitas” o por su faceta cómica. A través de su vida se puede descubrir la historia del chicano, que sigue siendo un tema oculto. En Estados Unidos todavía somos extranjeros, mientras que en México, el interés sobre el movimiento es reciente. Su documental termina por ser un homenaje a su padre, ¿por qué no presentarlo en su dimensión humana? Para mí es difícil, además considero que no es mi tema. Siempre tuve claro lo que tenía qué decir. Su carrera profesional es mi enfoque, y en ese sentido yo tenía todo el material. Es una película hecha con el corazón, me gustaría que más adelante vinieran otros trabajos pero ésta es mi visión.

Uno de los proyectos de Eduardo Guerrero fue "Las ardillitas"

Durante los años cincuenta, su padre quiso venir a probar suerte en México, pero fue rechazado. ¿Se trató injustamente a Eduardo Guerrero? Te cuento una anécdota: hace bastantes años, yo estaba grabando un especial con personalidades latinas. Cuando le conté a Lucha Villa que mi padre era el compositor de “Canción mexicana”, se sorprendió; no podía creer que fuera obra de un chicano. Las cosas

han cambiado, pero en los cincuenta se le trataba como pocho, eso le generaba un sentimiento de tristeza. Él se sentía mexicano, llegó a declarar que la primera vez que se sintió estadunidense fue en 1997, cuando el presidente Clinton le dio la Medalla Nacional de las Artes, en 1997. Fue el primer chicano en recibirla. Su padre trabajó con el dramaturgo Luis Valdés en Zoot Suit, quizá la obra más emblemática del movimiento chicano. Cuando Luis estaba escribiendo la obra buscó música para el montaje, fue entonces que descubrió las canciones de mi papá, y las consideró oro molido. Tuvo injerencia, también, en la figura de los pachucos, ¿estableció alguna relación con Tin Tán? Mi papá siempre reconoció que los primeros pachucos surgieron en El Paso, y Tin Tán era de Juárez. No obstante, a él no le costó trabajo sumarse a la tendencia porque era bilingüe. Además, le gustaban el boogie y el swing, pero en la banda de Tommy Dorsey no había espacio para un mexicano, por eso lo adaptó al español. Desafortunadamente, hasta donde sé no se conocieron. Su ídolo musical era Agustín Lara. ¿Qué lo llevó a relacionarse con el activismo de César Chávez? No quería que la gente sufriera lo que él. Compuso corridos dedicados a César Chávez y Rubén Salazar. Decía que solo escribía sobre lo que pasaba ante sus ojos, por eso su carrera es un registro de la historia del chicano. Cuando lo entrevisté para que hablara sobre la discriminación prefirió no hacer comentario alguno, con su música era feliz. ¿El hecho de que en México nunca se le hiciera un homenaje, habla de la relación que tenemos con los chicanos? Sin duda, durante mucho tiempo se le ha olvidado, pero el hecho de que se proyecte la película y usted me entreviste demuestra un cambio. Hoy existe un interés real por la experiencia de los chicanos. ¿Qué pensaría Eduardo Guerrero de que Arizona, el estado donde nació, hoy sea uno de los que tienen una política más dura contra el migrante? Es terrible, si mi padre viviera se iría de espaldas. En Tucson, Linda Ronstadt y yo marchamos en favor de los migrantes, de hecho, nuestros padres fueron muy buenos amigos. Es triste que en la tierra donde nacieron los primeros chicanos hoy veamos políticas de este tipo. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Mujeres haciendo el amor Fernando Zamora @fernandovzamora

M

e gusta el cine de Julián Hernández. Me gustan las simples historias de amor. Tal vez por eso me ha gustado tanto Todo mundo tiene a alguien menos yo del novel Raúl Fuentes, un cineasta más en este país que por fin sale del clóset. Y sale con tacón alto para contar toda clase de historias: las hay taquilleras, las hay fantásticas, las hay de denuncia; importantes y banales. Hace mucho que el cine mexicano no contaba con tanta variedad. Ha llegado la hora de contar la historia de dos mujeres haciendo el amor. La comparación de Todo mundo tiene a alguien menos yo con el cine de Julián Hernández no es gratuita; tanto Hernández como Fuentes ponen en escena características particulares de la relación homoerótica. Acostumbrados como estamos (al menos en las grandes ciudades) a creer que las parejas gay son solo un tipo de pareja “distinto” (“normal”, pero “distinto”), solemos pasar por alto particularidades que el arte tiene que reflejar. Aquí Fuentes explora los distintivos de un amor romántico por clandestino. Es hermosa la escena en que Alejandra se hace pasar por mamá de su amante. Alejandra enseña a María a ser mujer, a maquillarse y, sobre todo, a volverse la fantasía que

maceró en soledad. Si uno piensa que las historias “chica encuentra chica” tienen que estar hechas a base de golpes de teatro, corre el riesgo de aburrirse aquí tanto como en el cine de Julián Hernández. Ambos directores exploran las sutilezas del amor desde el más paradójico de sus bordes. Y es que el amor homosexual es paradójico porque al tiempo que lucha por ser visto como cualquiera, esgrime su diferencia. Después de todo, ¿quién quiere un amor como el de cualquiera? Al amor homosexual, Fuentes añade la diferencia de edades, de idiosincrasias y un algo de perversión que recuerda a la Lolita de Nabokov. El film, durante la primera parte está contado en forma lineal, pero hacia la mitad comienzan a haber juegos temporales que abren dudas éticas en torno a lo que acabamos de ver. Un acierto. Hay quien ha visto en el filme de Raúl Fuentes un pretexto para retratar a dos mujeres con el esmero enfebrecido de un voyeur. No encuentro problema en ello. El cine es, también, un arte visual. Todo el mundo tiene a alguien menos yo es una pequeña joya: bien actuada, bien dirigida y muy bien fotografiada. En las sutilezas de este amor tan anormal como todos los grandes amores, hay una única cosa que lamento. Si bien, me parece plausible que la relación se enfoque en dos mujeres y elogio que México salga del closet y co-

Todo el mundo tiene a alguien menos yo. Dirección: Raúl Fuentes. Guión: Raúl Fuentes. Fotografía: Jero Rod–García. Música: Anomie Belle. Con Andrea Portal, Naian Daeva y Tamara Mazarraza. México, 2012. mience a contar historias de amor homosexual no exclusivamente masculino, creo que sería interesante que más mujeres contaran historias de mujeres. No se me malinterprete. Fuentes ha hecho una gran película y no hay en ello nada de malo; creo, sin embargo, que el hecho de que se hayan contado tan pocas historias de amor homosexual femenino en México habla de una inequidad que hay que aliviar. Creo, en fin, que hacen falta más mujeres contando historias de mujeres en el cine y la televisión. L


12 sábado 12 de octubre de 2013

MILENIO

varia ESPECIAL

ESPECIAL

Juan Rulfo

Cartel de la intervención de Daniel Guzmán y Luis Felipe Ortega

El compló de los letrados

Todos los fuegos: violencia y arte

ARCHIVO HACHE

GUÍA VISUAL

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

E

n mi balance breve de Rulfo en el 2013 (Laberinto, 5/10/2013) decía que pervive el disgusto paceano por Rulfo y recordaba un texto de Guillermo Sheridan (Letras Libres, 2012) que dibuja a Rulfo como un patético delirante que él llevaba a casa en “condiciones deplorables”. Ahí Sheridan dice ¡transcribir! un relato de Rulfo sobre un caballo ciego y ridiculizado al que “ya todo le importa una chingada” y concluye que ese caballo era Rulfo. Sheridan respondió a mi texto en El Universal (8/10/2013): “No tengo idea de cómo el lector profesional Yépez se las ingenia para leer ‘chismes y chistes cobardes’ en la evocación que hice”. Lo cito: “[Rulfo] decía... cosas rarísimas, como una vez que dijo ante mí y Huberto Batis algo que anoté...: ‘Una vez, por allá, creo por Sayula, me llevé a una muchacha atrás de unas saponarias, me unté un dos de mentolato en la cornisa, y zum, nomás le hicieron los oídos’”. Sheridan dice que esta “evocación” es “afable, emocionada y agradecida”, haciendo guiño irónico a quienes han leído esta burla a Rulfo y desinformando a quienes no. Su réplica ilustra sus trucos. Sabiendo que mi texto critica que la mayoría de académicos no analicen seriamente a Rulfo, me llama irónicamente “profesor” y usa terminologías chistosas. Sheridan al escribir desprecia y tergiversa para sacar “risas”. Sheridan caricaturiza. Falsea. Ejemplo: dice que llamo “colegas” a académicos cuando, en verdad, me referí a escritores, pidiendo que como tales repensemos lo literario. Una gran crisis social lo exige.

Otro falseamiento: para probar que Paz estimaba a Rulfo dice que en Vuelta y Letras Libres se le dedicaron textos. Pero omite decir que algunos de esos textos buscan mermar lo rulfiano. Sheridan escribe imaginando lectores que no cotejan; sin memorias o archivos. Sin historia, sus palabras parecen ciertas. Juega a ser un bufón para “identificarse” con lo que llama “ignorantes”. Pero ese bufón letrado se burla, sobre todo, de los lectores. Como sabemos, Sheridan se burla del populismo de López Obrador (su texto se titula “El compló de Paz contra Rulfo...”). Pero su réplica usa expresiones populistas como el “sencillo pueblo que tanto lo leemos y queremos” o “el verdadero compló contra Rulfo es” oscurecerlo “con palabrerío académico”. Nótese: lo escribe irónicamente pero quiere que se lea literalmente. El compló de los letrados consiste en identificarse falsamente con la población que desprecian, como queda registrado en su literatura neocolonial. Prosa hipócrita, la bufonería letrada de Sheridan no es algo aislado. Su prosa exhibe el poder insultante de cierta retórica literaria en México. Se trata de persuasión mediante sátira reaccionaria, prejuicios y desinformación acerca de otros. Lo “literario” como mentira y desprecio vuelta gracia y estilo. Señorial Ironía. Este proyecto busca mantener (hasta donde se pueda) unas Letras libres de crítica–lectura. Con la muerte del patriarca, su poder —petrificado y petrificante— se va desmoronando como si fueran un montón de paceanos. L

Magali Tercero mtercero2000@yahoo.com.mx

N

unca es fácil pensar una exposición verbal balanceada sobre un asunto complejo. ¿Foro Nacional Violencia y Arte? El tema, creo, desbalanceó a varios de los sesenta ponentes invitados por la crítica de arte Dolores Garnica, al congreso realizado en Guadalajara del 3 al 6 de octubre. Tanto que pocos hablaron sobre arte, pese a haber sido inaugurada la exposición Todos los fuegos de Daniel Guzmán y Luis Felipe Ortega en el Museo del Periodismo y las Artes Gráficas (MUAPG). No me tocó oír la conferencia magistral del filósofo español Eduardo Subirats, la máxima personalidad del congreso, pero sí asistí, el sábado 5, a la visita guiada donde conversó con el poeta Ernesto Lumbreras sobre el mejor muralista de México: José Clemente Orozco. Pero regresando al comienzo, ¿cómo fue que pocos hablaron sobre arte y muchos —excepto el curador Cuauhtémoc Medina y los narradores Élmer Mendoza y Eduardo Antonio Parra—, contaron historias o hicieron definiciones personales sobre la violencia? “Es que la violencia es un tema muy tentador”, me dijo la periodista Vanessa Robles, moderadora de la mesa donde participé con los escritores Antonio Ortuño y Francisco Haghenbeck (cuya ponencia sobre la violencia biológica del hombre sobresaltó a Subirats, quien tuvo que dejar su universidad española y mudarse a Nueva York por sus ideas), y el curador Antoine Thelamon, casi inaudible por cierto. Identidad artística Esa mesa se tituló “Efectos de la violencia en la construcción de una identidad cultural artística”. Las preguntas, según se advertía en la invitación, eran: ¿Cómo se recibe el arte cuyo soporte o concepto reside en la exploración de la violencia? ¿Será diferente la manera de percibir la violencia si se explora desde formatos creativos y artísticos? ¿La violencia puede ser un soporte o un concepto?, fueron las preguntas planteadas para participar en la mesa sobre construcción de identidad artística del Foro Nacional Violencia y Arte. Como periodista, pedí al artista Eduardo Abaroa que contestara algunas de ellas. Y, entre otras ideas suyas que publicaré otro día en formato de entrevista, destaco esta: “La propia construcción de la identidad artística es un proceso violento. Hay artistas que pueden ser muy hábiles para usar la violencia con fines

estéticos, dramáticos y discursivos, usarla en mal término sin tener un compromiso”. Violento por naturaleza Tras bambalinas, la mesa más comentada fue ésta. F.H., el autor de La primavera del mal, consideró, entre otras cosas, que la violencia está más allá del pensamiento moral. Subirats, en una reacción muy acorde con su pensamiento filosófico, cuestionó con dureza al ponente: “¿Qué distinción existe entre su improvisado discurso y el discurso tradicional fascista que habla sobre la esencialidad de la violencia como expresión culminante del espíritu humano?” Haghenbeck aclaró que la violencia no es buena pero sí debe ser aceptada como algo natural. Y ahí fue Troya. Hubo tanto ideas como “opinionismo” y provocaciones (gratuitas y no gratuitas). Haghenbeck preguntó a esta cronista por qué no mencionar a Teresa Margolles, “el súmmum de la violencia” —yo había proyectado obra del propio Abaroa, de Luz María Sánchez, Mauricio Sandoval y una instalación de Rosa María Robles, donde integró imágenes del multipremiado fotorreportero sinaloense Fernando Brito. Robles nació en Culiacán, Sinaloa, igual que Margolles, también en los sesenta, y la incluí por ser mucho más interesante y auténtica que su coterránea (el gusto no se discute, decía Daniel Sada). “El hastío es pavorreal que se muere de luz en la tarde” (Agustín Lara) En Al correr de los años, compilación de 44 textos publicada en español hacia 2002, el dramaturgo Arthur Miller sostiene, en un texto de los sesenta, que la violencia del delincuente proviene del tedio. Para Miller, el acto criminal no siempre nace de una infancia miserable. Los terapeutas de hoy explican con una palabra de sonido horrendo, “resiliencia”, cómo el Oliver Twist de Dickens supera sus desdichas. Pero yo estoy de acuerdo con Miller. Ahí están los narcojuniors de la Tijuana de los noventa. Que digan lo que quieran quienes comercian con terapias Fast–track. Yo me quedo con Miller, Dostoievski, Chéjov y, claro, Dickens. Solo los grandes artistas pueden ver la luz y la oscuridad del corazón humano. Miller fue un intelectual capaz de explicar con manzanas cómo un adolescente de barrio rico neoyorquino puede ser tan vándalo como uno de Harlem. Como escritor íntegro, jamás entregó textos sentimentales sobre la brutalidad de nuestra vida en común. L


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