Corral de comedias

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El teatro era una actividad muy deseada en el Siglo de Oro. Desde Pascuas hasta Carnaval, menos los que median entre el Miércoles de Ceniza y el Domingo de Resurrección, había teatro. A la gente le gustaba ir al teatro, y estaban esperando que comenzara la temporada para acudir a las representaciones que se publicitaban. Al principio sólo había teatro los domingos. Luego también los jueves y en la época de Felipe IV, todos los días. Después de salir el teatro de las iglesias, y después de haber ocupado las calles y las plazas, el teatro comienza a encerrarse en los patios interiores de las casas, en los que se levantaba un tablado (el escenario). No eran, ya lo ve, edificios construidos adrede para ser teatros, sino que aprovechaban los patios interiores de varias casas de vecinos. Era la manera de convertir la actividad teatral en empresarial, pues en ese lugar cerrado ya era posible cobrar por asistir a la representación. Eran patios cuadrangulares rodeados de las fachadas de las viviendas con balcones y ventanas. En este espacio, corral todos los días del año, se instalaba en la cabecera un tablado, que hacía las veces de escenario. Solía tener un tejadillo y tres niveles. En el principal se realizaba la representación. Sobre el superior, que daba a la balconada del primer piso, se colocaba la poca tramoya de la representación. A veces desde allí actuaba algún actor. En la parte inferior del escenario estaba el foso, del que se valían para algunos efectos (apariciones y desapariciones de personajes) con sus trampillas. Como la representación comenzaba muy temprano (las 2 era buena hora en invierno, las 3 en primavera y las 4 en verano) solían cubrir el espacio con grandes lonas para evitar el sol y la lluvia. El resto de los espacios estaban ocupados por un público diverso, heterogéneo, incluyendo desde artesanos, comerciantes, truhanes, soldados de fortuna hasta miembros del clero, nobles e incluso los propios Reyes. Los aposentos de las casas que daban al patio, estaban destinados a las gentes principales, que desde los desvanes y los pisos mas altos, normalmente no mas de 3 ó 4 alturas, podían asistir a través de celosías a la representación, sin ser vistos por el publico general, que ocupaba el patio, desde donde, de pie o sentados en unas gradas asistían a la representación. En el nivel mas alto, denominado la “tertulia”, con no mas de 40 asientos por lo general, se solía acomodar el clero, allí se encontraba también el llamado “aposento de Madrid”, reservado a los Corregidores o Alcaldes, así como la “galería alta” reservada a los miembros del Consejo de Castilla. En fin, al teatro acudían todos los grupos sociales, y cada uno se había de colocar en un distinto lugar. Se trataba de un público muy disperso, que necesitaba que los actores continuamente llamaran su atención, con ruidos, músicas, bailes. Ni un momento podían estar desatentos que recurrir a otros procedimientos para avisar a la audiencia de que comenzaba la representación: ruido inicial, música.


El resto del público estaba en el patio (todavía hoy hablamos de patio de butacas). Los hombres se sentaban en bancos corridos sin respaldo que se situaban a los pies del escenario. Detrás de ellos, y siempre de pie, se situaban los mosqueteros, que con sus capas, sus espadas, sus aplausos, sus gritos, sus risas, sus silbidos, y la gallofa que habían recogido por la calle, podían conseguir que la obra fuera un éxito o un fracaso. Al fondo, frente al escenario, se construía un palco para las mujeres, que estaban tan apretadas como si estuvieran metidas en una jaula o cazuela, de ahí su nombre. Llegaban al corral por entradas distintas a las de los hombres. Las mujeres de la cazuela eran muy alborotadoras y no en pocas representaciones originaban disputas y riñas. Los alguaciles intentaban mantener el orden. Estas mujeres eran apretadas en la cazuela por el apretador, que así conseguía que cupieran más y, así, aumentar los ingresos. Como cada espectador se situaba en un lugar distinto, todos pagaban al entrar una cantidad idéntica y, conforme se colocaban en el lugar que les correspondía por su condición, luego abonaban el resto. Al teatro se iba a ver la representación, en la que se comía y bebía. A un lado, solía estar la alojería, pues se despachaba aloja y frutos secos. Estos corrales de comedias eran regentados por las Cofradías (y luego por los ayuntamientos), que alquilaban los locales y encargaban al autor, director de la compañía, de organizar las actividades en el corral. Había que conseguir que el público comenzara a guardar silencio, por lo que comenzaba la representación con una loa, un poema que buscaba ganarse al público. También solían contar en las loas el argumento de las obras. Luego comenzaba la obra, que se representaba en tres actos (jornadas también se llamaban). Entre acto y acto había que seguir entreteniendo al público mientras se cambiaban los decorados, o se recobraba el aliento. En ese entreacto se representaba un entremés, que tanto gustaban al público porque trataban temas de actualidad en un tono distendido. En el entreacto siguiente se hacían bailes atractivos para el público, que éste seguía palmeando siguiendo el ritmo. Terminaba la obra con otro entremés o con una jácara ( lo rufianesco era lo que le caracteriza), o se disfrazaban los actores en divertidas mojigangas.


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