IES “EL BROCENSE” Lengua Castellana y Literatura
Primer Curso de Bachillerato Ana Arias
LA COMUNICACIÓN. ALGUNAS LECTURAS RÁPIDAS Se ha relatado muchas veces, incluso por la propia protagonista, cómo la famosa sordomuda y ciega norteamericana Helen Keller trabó conocimiento a los siete años, por primera vez, con una lenguas; una lengua de signos que se deletreaba en la palma de la mano. Helen Keller consideraba este día como el de su auténtico nacimiento. Recordaba la vida anterior a tal momento de una manera muy vaga e incompleta; había sido un puro organismo vegetativo. Gracias a la lengua adquirió rápidamente el acceso a un mundo rico y matizado y dispuso de capacidad para recordar, soñar y fantasear. Y adquirió también, por primera vez, la capacidad de pensar y formar ideas. […] Si de este ejemplo, y otros semejantes hemos aprendido algo esencial acerca, por una parte, de la íntima relación existente entre nuestro vocabulario y la capacidad de hablar, y, de otra, de nuestra facultad de pensar y representarnos los objetos, podremos extraer también una importante consecuencia práctica: la de la importancia capital de la formación y la preparación lingüística para toda la evolución espiritual del hombre. […] Sin los análisis, abstracciones y agrupaciones que nos proporciona la lengua, la existencia sería para nosotros un hecho amorfo, un continuum vago desprovisto de contornos, como lo era para Helen Keller hasta que, con la ayuda de su maestra, pudo experimentar la función de los signos y los símbolos lingüísticos. Un ser humano sin lengua no es tal ser humano. Y una persona con una lengua pobre, sin relieve, de escaso desarrollo, es apenas una persona a medias. Malmberg: la lengua y el hombre. Cuando me divisó vino corriendo a arrodillarse otra vez a mis plantas, con fervientes demostraciones de reconocimiento y humildad, haciendo mil gestos para que yo comprendiera. Por fin apoyó la cabeza contra el suelo junto a mi pie, y volvió mi otro pie y a colocárselo encima, tras lo cual hizo todos los ademanes posibles de sumisión para darme a entender que sería mi esclavo para siempre. Comprendí bastante todo esto, y traté de demostrarle que me sentía contento con él. Poco después empecé a hablarle, a fin de que aprendiera a contestarme poco a poco. Daniel Defoe: Robinson Crusoe. Una noche, agachado al pie del muro con una linterna, logré entrever algunas de las maravillosas danzas de cortejo. Los vi de pie, con las garras entrelazadas, los cuerpos erguidos en el aire, las colas trenzadas amorosamente; los vi describir lentos círculos de vals por entre los almohadones de musgo, cogidos de las garras. Pero mi contemplación del espectáculo era siempre tan breve, porque apenas encendía la linterna los amantes se separaban, quedaban quietos un momento, y luego, en vista de que no apagaba la luz, me volvían la espalda y se alejaban con paso decidido, garra con garra, costado con costado. Estaba claro que estos animales preferían reservar su intimidad para sí. Manteniendo en cautividad una colonia probablemente habría podido presenciar todo el galanteo, pero la familia me tenía prohibido meter escorpiones en casa, a pesar de mis argumentos a favor. Gerard Durrel: mi familia y otros animales.
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