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REVISTA GRATUITA DE CREACIÓN FOTO LITERARIA Número 5 febrero / Abril 2013

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staff La Cámara de Escribir

Revista gratuita de creación foto literaria Nº 5: Febrero / Abril 2013

3

Foto portada: Noemí López Texto editorial: Alex Nogués Otero

Staff: Dirección de arte fotografía: Noemí López Dir. de arte editorial y diseño: Marc Villalba Redacción: Alex Nogués Otero Contacto: lacamaradeescribir@gmail.com

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B E F B FE B E

La quebrada danza

08

Texto: Ezequiel Teodoro Foto: Noemí López En rojo

Texto: Sonia Martín Foto: Joseba Barrenetxea

4

R A M R A M

14

Texto: Sonia Martín Foto: M.V. 10

Texto: Antonia Toscano López Foto: Noemí López El ocho

Todo se rompió

¿Quién soy?

16

Texto: Xenia Tym Foto: M.V. 12

Bogatell

18

Texto: Franco Chiaravalloti Foto: Itxaso Yánez Mendizabat El último cigarro

20

Texto: Juan Tallón Foto: Luis Torres

¿Quieres postre, cariño?

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Texto: Roser Herrera Foto: Joseba Barrenetxea Caminaré

Texto: Alex Nogués Otero Foto: M.V.

24


R B A R B A R B A BR Pisando fuerte

26

Texto: Ximo Segarra Foto: Carmen Martínez Marín Una mañana diferente

44

Texto: Carmen Martínez Marín Foto: Noemí López

28

Texto: Fran Rubio Foto: Carmen Martínez Marín Asombrado

En cualquier parte

La estantería

46

Texto: Rafael Herrero Foto: Annick Galimont

30

Texto: Alex Nogués Otero Foto: Annick Galimont La ausencia

32

Texto: Jose Luís Sandín Foto: Carmen Martínez Marín

5 4

Tu sombra, mi recuerdo

34

Texto: Elena Casero Foto: Carmen Martínez Marín Sin sentido

36

Texto: Laura Garrido Barrera Foto: Carmen Martínez Marín El anuncio

Por qué no soy del Real Madrid

38

Texto: Carolina Gentile Foto: Annick Galimont Multiverso

40

Texto: Alex Nogués Otero Foto: Carlos Hernández Suárez Suficiente

Texto: Marc Monje Foto: Itxaso Yánez Mendizabal

Delicatessen / Juan Tallón

42

48 51


en este número

y las

imagenes

los relatos son de

6

son de

Ezequiel Teodoro Antonia Toscano López Sonia Martín Xenia Tym Franco Chiaravalloti Juan Tallón Roser Herrera Alex Nogués Otero Ximo Segarra Fran Rubio Jose Luís Sandín Elena Casero Laura Garrido Barrera Carolina Gentile Marc Monje Carmen Martínez Marín Rafael Herrero

Noemí López Joseba Barrenetxea M.V. Itxaso Yánez Mendizabat Luis Torres Carmen Martínez Marín Annick Galimont Carlos Hernández Suárez

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editorial

7 6

La madurez es una etapa más de la vida. Ni mejor ni peor; diferente. Pero extraña. Miras para adelante y asoma la decrepitud. Miras para atrás y añoras la inocencia. Es un mar de calma entre dos aguas tormentosas, en el que, sin darte cuenta, continuas remando frenéticamente. Si estás leyendo esto es porque tienes en la pantalla el nº 5 de LCDE, la revista de creación foto-literaria. Cuando me puse a escribir este editorial, madurez fue la palabra que me asaltó. Acepté esa idea, primero con orgullo y luego con respeto. Una fruta madura es más suculenta, pero también se enfrenta a un dilema: germinación o podredumbre. Pero cada cosa a su debido tiempo. Primero comámonos este número, dulce como la miel, cargado de semillas que esperamos germinen en vuestros cerebros en forma de sequoias de emociones, prados de sonrisas y lianas de pensamientos. En este número además de una abundante producción de fotohistorias con muchas nuevas incorporaciones, os proponemos una apasionante entrevista a un escritor de quién estamos convencidos oiréis hablar habitualmente en el futuro: Juan Tallón. Además de participar con una fotohistoria, podréis leer también unos de sus textos, a caballo entre la literatura y el periodismo. Comprobaréis que no son microrrelatos, género que promovemos desde esta revista, pero no hemos podido vencer la tentación de entrevistar a un autor con un tinte tan "lomográfico" en lo que escribe. Así que, no os distraigáis más con este editorial y sumergíos en las páginas de este número, maduro y excitante. Nos vemos pronto. Nos leemos pronto. Alex Nogués Otero en Barcelona el 8 de Mayo de 2013


la quebrada

danza

8

Giro en la pista. La música revienta en mis oídos y se derrocha en una infinidad de vibraciones que irrumpe en mis músculos. Mi novia no está. Debe haber transcurrido una hora o quizá hora y media. Los graves laten en mi sien. Mis pies se deslizan por el suelo resbaladizo mientras defiendo el vaso con crueldad, manteniéndolo pegado a mi pecho. No sé cuantas copas van. A mí alrededor el tumulto se ensancha, abriendo un hueco conmigo en el centro; tal vez, mis perturbados pasos molestan.

que un buen puñetazo rompa mi sed de desgracias. Su chica le retiene y lo aparta, y me deja de nuevo ante mí mismo, y el recuerdo de que una vez ella existió. Vuelvo a mover las caderas como si quisiera partírmelas. Ahogo una arcada. Y al regresar al estómago, la repugnante náusea me marea. ¿Qué hago yo entre este gentío? Se retuerce al compás de los altavoces con brazos que contorsionan arriba y abajo, y cabezas que oscilan de forma anárquica. Suelto la copa y me dejo vencer, espalda abajo, hasta sentarme. En el muslo me hiere la diminuta caja, aún escondida en el bolsillo. La saco y la abro. Y el brillante aparece para acusarme de mis cobardías. Debí pedírselo antes.

El ritmo excita mis sentidos y les proporciona un lugar donde no pensar. Seguramente, el alcohol ayuda. ¿Por qué no ha aparecido? ¡En nuestro vigésimo aniversario! Camino borracho de movimientos, tropiezo con cuerpos que no reconozco y me asalta la cólera, pero un estruendoso sonido de percusión me levanta en su cresta y vuelvo a sumergirme en un remolino de sacudidas más o menos musicales. Las parejas se aprietan entre sí. Me regodeo en su contemplación con el libido alterado por la mezcla de ginebra y desengaño. Uno cualquiera se me encara. Lleva el rostro pintado de violencia pero sus palabras perecen por el peso de la música. Puede

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Texto: Ezequiel Teodoro Foto: Noemí López


9 8

FEB


en

rojo

10

Está prohibido avanzar. Detente un instante para mirar al cielo y ver la estela del viaje de otros como un sueño que te transportará a cualquier parte. Detente y contempla la belleza de una silueta recortada sobre el contraluz de la desvaída luz de una tarde que se acerca soñolienta a su escondite secreto, detrás del horizonte. Estar prohibido avanzar sin darse cuenta de cuánta belleza dejamos de mirar a nuestro lado. Prohibido.

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Texto: Antonia Toscano López Foto: Noemí López


11 10

FEB


el

ocho

La tramontana ruge feroz y los cabos sueltos aletean como un látigo errante. El aparejo cruje sobre la cabeza de Z .Entre las manos el cabo verde . La monitora adolescente es impaciente y les ha dado diez minutos para hacer un ocho. Ha soltado la orden como el silbido del látigo que sobrevuela sobre sus cabezas y les ha dejado solos a su suerte. 12

“Te sale o ¿qué?” El compañero desesperado niega con la cabeza. Diez intentos y ninguno bueno. Maldita cuerdecita verde! De la caseta del club náutica sale ella. Al abrir la puerta se ha activado un resorte en su interior que la impele a una velocidad extraordinaria hacia los dos grumetillos de pacotilla. Los dos temblorosos hacen un nudo ruin y zafio que desafía a la náutica más elemental. Ella lo percibe con sus dos maléficos ojillos a medio camino. Entonces abre la boca y ruge como una bestia feroz. “Nudo de ocho, inútiles!!” Y rugió y rugió, hasta que a la tramontana se asemejó.

“Y van diez, puto ocho” y el cabo se vuelve a escurrir entre los dedos.” “Prueba tu”. Z le pasa el cordaje a su compañero de tripulación. Solo son dos por embarcación. Tres pueden ser multitud. Z mira a su alrededor. Ha amanecido un día llorón y ventoso. “Malo mula”, piensa para sus adentros. En el puerto los barcos amarrados en las dársenas se cimbrean y oscilan al son del vendaval y de la resaca marina. “ Esta tía está loca perdida, un día como hoy y nos saca” Pero el miedo puede más que la razón y se pone a observar a su acompañante.

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Texto: Sonia Martín Foto: Joseba Barrenetxea


12 13

FEB


todo se

14

rompio

Así, en un silencio sordo, la historia se esfumó entre el bullicio estéril del paso cebra en hora punta y nunca más se supo en Tokyo.

Él la miraba arrobado desde el extremo opuesto de la mesa. Le quitaba las copas de sake de las manos y siempre la observaba en silencio a cierta distancia, embebido en la imagen que se había generado de ella. En sus fantasías matutinas creía que era su mujer ideal. Pedaleaba ágil entre el feroz tráfico matutino de la gran ciudad absorto en sus ensoñaciones, sin saber cuán distante de ello estaba ella. Ella procuraba no herirlo fingiendo no ver todos aquellos movimientos poco armoniosos. Sus ojos no se habían posado nunca en él y le parecía un hombre demasiado teórico, áspero, escasamente bregado en la vida diaria, tan llena de sinsabores como de alegrías. Ella buscaba a alguien más terrenal, más humano, más práctico. Cuán ardua le resultaba esa búsqueda irreal y fracasada. Un día chocaron la teoría y la práctica y lo poco que había se rompió. Ella se quedó sin interés por contarle nada y él se malhumoró por siempre más, creyendo que ella se había enojado. Cada golpe de pedal les arrastraba a polos opuestos hasta que en la distancia de seguridad se estableció el silencio como único diálogo.

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Texto: Sonia Martín Foto: M.V.


15 14

MAR


¿quién

SOY?

¿Quién soy? Ya lo sabes que soy diferente, no puede captarme el momento pasado, no puedo parar, me lleva el viento, lánzate hacia él para estar a mi lado.

16

¿Quién soy? La respuesta tal vez no existe o tal vez es difícil captarla también. Porque es más veloz, más inquieta, más lista. O tal vez no importa este rígido “¿Quién?”

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Texto: Xenia Tym Foto: M.V.


16 17

MAR


bogatell

18

Bogatell amanece con una garúa cosquilleante, de esas con gotitas que se te meten tras la oreja. Ahora lo sé: no hay en otros sitios garúas así. El mar arruga las rocas y despeina los caminos de arena falsa que conducen a algún tobogán curvo, de los que me gustan, o a esas sogas enlazadas para trepar que me dan tanto vértigo. Me paso la lengua por los labios y trago sal. Zamarreo de la chaqueta a mamá, pero no me habla. Ella se limita a mirarme. Se agacha, me besa. Me mira con sus ojos marmolados, sus párpados tiemblan al ritmo de las olas rabiosas. El viento filoso mueve sus rizos y la veo aún más hermosa. Insiste el viento, levanta la bufanda con elefantitos que me cubre la boca, y yo la sujeto para que no se me escape. Pero el viento me la arranca del cuello. Y a mamá también se la lleva. Estiro mis bracitos, me esfuerzo en llorar, pero sólo me cae garúa de los ojos. Me levanto las solapas de la chaqueta y corro a por un taxi. Creo que iré espaciando estas visitas. Cada vez me cuesta más quitar la sal de estos labios, la humedad tras las orejas.

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Texto: Franco Chiaravalloti Foto: Itxazo Yánez Mendizabat


19 18

MAR


el último

cigarro

20

Era su primera vez. No lo pensó, y lo hizo. Fue horrible. Horrible y bello. Después de hacerlo, advirtió un gran silencio en la habitación, y cómo éste lo empujaba hacia la puerta. Se dejó llevar por esa ausencia, que se le pareció a una corriente de aire, y cuando estuvo bajo el marco, se volvió, como el general que abandona el campo de batalla, y se vuelve para ver las últimas cenizas. Luego, bajó a la calle y caminó en línea recta, sin dirección. Caminó durante una hora, o tal vez durante una semana. Cuando dejó atrás la ciudad, se sentó al borde de la carretera, y se fumó su último cigarro, lentamente, hasta que no quedó tabaco que inhalar. Todavía no podía creerse que lo hubiese hecho.

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Texto: Juan Tallón Foto: Luis Torres


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MAR


¿quieres postre,

carino? 22

La sostuvo así durante horas. No la apretaba, ni la cogía con fuerza. Sólo la mantenía en la palma de su mano, en silencio, mirándola. El primer paso estaba dado. Líquido vengador, jeringuilla, fruta prohibida. Ahora únicamente debía servirle el postre. Si lo hacía su vida cambiaría por completo. No habría vuelta atrás. Libertad o cárcel. ¿Qué barrotes podían ser peores que aquel infierno?

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Texto: Roser Herrera Foto: Joseba Barrenetxea


22 23

MAR


Caminare

24

Algún día caminaré sola. Sin ti. Sin tu abrazo. Sin tu voz. Algún día caminaré y ya no importarán los días. Pero déjame ahora que me agarré a este segundo y lo estire. Tanto como pueda. Deja que quepa en él todo lo que fuimos y lo que seremos. Crucemos la calle. Alejémonos de una vez del hospital y de su negro aliento. Volvamos a casa bajo esta lluvia. Por favor, no te separes de mi hasta que ya las fuerzas no me den y el segundo que te pido se me escape. Quédate conmigo antes de que el universo se me acabe.

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Texto: Alex Nogués Otero Foto: M.V.


25 24

MAR


pisando

fuerte

me arrancarás este móvil mío de mi mano y por fin nos diremos “hola” por primera vez

26

¿Sabes? Hago todo lo posible para disimular, hacerte creer que no tengo miedo, que camino segura de mí misma hacia tus ojos tímidos.

a la cara.

¿Sabes? Llevo mirándote desde que entré en la plaza y he rezado para que no te fijaras en mis gestos ridículos luchando con este paraguas absurdo que justo hoy va y decide que está roto y que no quiere cerrarse…

tantos correos, tantos mensajes, tantas fotos y tanta

Así pues, camino hacia ti con el paraguas abierto, aunque ya hace rato que dejó de llover y aunque ¿sabes? estoy muy, pero que muy muy… …nerviosa.

Y ¿sabes?, olvidaremos tanto tiempo frente a la pantalla,

eterna distancia. Hoy ¿lo sabes, verdad?, hoy por fin llegó el día de nuestra primera cita. -Lo sé mi amor, lo sé. Deja ya las palabras a un lado y ven…

Pero mira, una cosa sí tengo clara: no voy a dudar ni un instante cuando esté frente a ti, cogeré tu cara con mis manos y te plantaré un beso en los labios y… ¿sabes? me acercaré tanto tanto tanto que no tendrás más remedio que agarrarme por la cintura, y… ¿Sabes? Te arrancaré ese móvil tuyo de tu mano y

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Texto: Ximo Segarra Foto: Carmen Martínez Marín


26 27

ABR


una mañana

diferente

28

Nada me hubiese resultado más cómodo esa mañana que seguir mi camino bajo el paraguas, el mismo que llevaba treinta años recorriendo, camino a la oficina. Toda una vida pisando las mismas calles, mirando las mismas nubes que siempre pasaban de largo. Pero hoy llovía. Por eso cerré mi paraguas y di la vuelta, caminando a contracorriente, dejándome mojar. Tenía toda la mañana para pensar la forma de decir en casa que me había quedado sin trabajo.

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Texto: Fran Rubio Foto: Carmen Martínez Marín


28 29

ABR


asombrado Te descubrí en una playa, cuando no importaba qué playa. Jugamos y nos reímos, asombrados el uno del otro. Desde entonces me has seguido a todas partes, sin importarte dónde. Hace días que te busco y no te encuentro. Supongo que has llegado a la conclusión de que, tras todos estos años, yo soy suficiente sombra de mi mismo. 30

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Texto: Alex Nogués Otero Foto: Annick Galimont


30 31

ABR


ausencia

la

32

La circularidad de mis pasos va tras la línea de tu estela, sobre todo en los caminos lluviosos que solíamos recorrer, tardes que yo terminaba empapado y tú disuelta entre la bruma del anochecer. De las suelas de mis zapatos ha surgido ya una floresta con mariposas en vuelos a su alrededor, murmullos que se confunden con los colores húmedos de tu voz. Camino tras de ti como fantasma sin alivio, hasta que llego al banco donde nos besamos por primera vez. Ahí lloras, como todos los días, hasta que llega la noche, y no puedo verte más, y me pierdo al fin vagando en su oscuridad. Con el alba me alegro. La energía de su sol me da las nuevas fuerzas para continuar tras la línea presente de tu estela.

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Texto: Jose Luís Sandín Foto: Carmen Martínez Marín


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ABR


tu sombra

recuerdo

mi

Sabía que tenía que ocurrir. Estaba preparada. Conociéndola, a sabiendas de su maldad, nunca debió decirle que no quería volver a verla nunca más. Pero le pierde el carácter. Es impulsiva y suele arrepentirse de sus palabras. Siempre les han dicho que no parecían gemelas, excepto por los rasgos inconfundibles de su duplicidad. 34

No le asombra lo que se refleja en el asfalto húmedo por la lluvia. Es la misma figura que ve, día tras día, haga sol, llueva o sea la noche oscura como un pozo. Sabe que es ella. Lo sabe desde el día que le dijo que ni muerta podría librarse de su recuerdo.

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Texto: Elena Casero Foto: Carmen Martínez Marín


34 35

ABR


sin

sentido

36

Los colores azabaches y sepias en los reflejos húmedos de las baldosas que pisaba, se ensombrecían con la silueta de mi sombra. Caminaba despacio, un pie detrás de otro, y me alejaba de mi pasado sin prisa, sin titubeos, sin dudas, dejando atrás unos retazos de mi vida que deseaba olvidar. Pero el olvido es la capa negra con la que se viste la memoria cuando las heridas aún no han cicatrizado, y aunque vestía de negro, con abrigo tres cuartos, las imágenes de mi tragedia aún me asaltaban tras las esquinas de cada calle. El accidente, los niños, sus peluches carbonizados, y la mirada de mi mujer suplicando vivir. ¿Cómo olvidarles? ¿cómo encontrar el camino cuando nada tiene sentido? Los colores de los edificios se traslucían tras una lluvia fina de primavera que los emborronaba en tonos grisáceos, igual que la veladura de una fotografía en blanco y negro sin enfoque. Caminaba más despacio, cada pie me pesaba como si llevara anudado una carga insoportable y mi presente se vestía de negro igual que mi soledad en las últimas noches de invierno. Detuve mi caminar al llegar al puente de hierro sobre el río Duero. Odiaba el agua, su humedad me calaba los huesos. Me subí a

la barandilla y pensé en dejarme caer. Moriría ahogado rápidamente y a nadie le importaría mi pérdida. Caí de pie.

Los colores del nuevo cielo me parecen azul celeste. A mi lado, en una silla, están mis ropas, mis calcetines mojados y mis zapatos negros. El gabán gotea agua colgado de una percha. —Se ha roto las dos piernas y tiene fractura de cadera —me dice una señorita vestida de verde —si lo hubiera hecho de cabeza lo habría conseguido. Le miro sus ojos brillantes, su dentadura de anuncio publicitario y sus hermosas piernas. Quiero explicarles mis razones, pero ella no desea escucharme. Me dice que ya han aconsejado al Ayuntamiento quitar el tablado de madera anti- depresiones y colocar un soporte de goma más mullido. Caigo ahora en la cuenta de que mi vida continuará sin tener sentido.

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Texto: Laura Garrido Barrera Foto: Carmen Martínez Marín


36 37

ABR


anuncio

el

Camina para matar el aburrimiento. Camina porque su madre, con la cara hinchada y ojos llorosos, lo sacó del colegio y lo llevó al parque, al zoológico y a la playa. Y ni siquiera es su cumpleaños.

38

Su madre camina con dejadez, sin saber cómo darle la noticia, intentando posponer lo inevitable. Lo ve ir y venir. Jugar. Mostrarle cosas. Reírse. No sabe cómo decirle que cuando vuelvan a casa, nadie los recibirá. Que acaba de heredar el encendedor de su bisabuelo sin siquiera tener edad para fumar. Que las tardes de domingo, de futbol y barriletes, ya no serán lo que eran. Que la vida ya no será la misma. Pero por sobre todo, no sabe cómo se vuelve del “Papá se va a poner bien”. Caminan bajo una tarde de otoño. Caminan por el descampado. Caminan porque no les queda otra.

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Texto: Carolina Gentile Foto: Annick Galimont


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ABR


multiverso Dicen algunos astrofísicos que hay infinitos universos, que habitamos un multiverso. Y hay tantos y tantos que en alguno de ellos está pasando exactamente lo mismo que en el nuestro y en otros todo es igual, pero ligeramente diferente.

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Si pudiera hacérselo entender a mi tía Ramona quizás se le aligerarían las penas. Si ella supiera que hay algún lugar dónde ella está con mi tío, quizás dejaría de esperarlo cada tarde apoyada en el quicio de la puerta. Mi tío no volverá nunca, lo sé muy bien. Lo saqué yo de bajo el tractor. Y mi tía también lo sabe. Lo lloró a mares en el funeral y los años que vinieron después. Pero hay algo en su cerebro que la obliga a esperarlo, como hacía antes del accidente. ¿No será un error en el multiverso? Quizás, quién sabe, haya otro universo donde mi tío vuelve cada día a su casa después de labrar el campo y se encuentra la puerta cerrada y aunque mi tía ya no esté, él sienta su presencia. Realmente sabemos tan poco. Solo sé que el multiverso bien podría ser tan solo un poema.

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Texto: Alex Nogués Otero Foto: Carlos Hernández Suárez


40 41

ABR


suficiente Hay cosas que no me gustan de ti, la verdad es que te odio. Ahora mismo entraría en tu cuarto como Chuck Norris. Ibas a joderte. Lástima que luego me mires así, desinteresadamente. Y yo te vuelva a querer. Un poco menos, pero suficiente. 42

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Texto: Marc Monje Foto: Itxaso Yánez Mendizabat


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ABR


en cualquier

parte

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Leer, leer, leer…Y de repente no podía parar, las letras le susurraban. Un libro abierto entre las manos, la mirada fija en la obra escrita en esa postura amable que le podían hacer entrar, salir o esperar las imágenes desfilan delante, en las páginas. El tren pasaba veloz. Él, mientras sin percibir ni un sólo movimiento, las palabras le hacían viajar sin moverse. Leer, leer, leer…Y allí se quedó, ya vendría otro.

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Texto: Carmen Martínez Marín Foto: Noemí López


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ABR


estanteria

la

Se fue…

46

… Le dije que no podíamos seguir así, que no lo aguantaba… que estaba cansada de sus mensajes secretos, de las llamadas que no contestaba, de sus risitas enigmáticas… de sus excusas para llegar tarde, o para irse de viaje… que cada vez era más caótico… que estaba harta de encontrarme su ropa tirada por cualquier sitio… las revistas… las latas… Que no me miraba, que no se preocupaba por mí… que sabía que estaba tirándose a otra chica… que era un cerdo, un cobarde de mierda… que si no me quería que me lo dijera… que tuviese el valor de decírmelo de una puta vez… Me dijo que me quería. El muy cabrón me dijo que me quería…, pero que él era así… que yo era la mujer de su vida… la única persona que le daba paz… y que le comprendía… Que lo de esa chica no era nada serio… que no tenía importancia… que son cosas que pasan… que tenía que ser más comprensiva… que enseguida perdía los nervios… que era muy negativa… que no me ponía en su lugar… que él necesitaba sentirse libre… que se ahogaba… Vete a la mierda, le dije… No quiero verte cuando vuelva… Coge tus cosas y lárgate…

Se fue… Cuando volví del trabajo no estaba… Me dejó una nota: Adiós… Te quiero… Ya volveré por mis cosas. ¡Qué cabrón! Estuve llorando toda la tarde como una imbécil… ¿Y, si tiene razón…? ¿Y si soy una histérica poco comprensiva… que no le dejo respirar, que le ahogo, que no le entiendo…? Entré en su Facebook… Sabía que no tenía que hacerlo, pero lo hice… Y allí, claro, encontré a su “amiga”… Mejor dicho… a “nuestra amiga”… ¡Qué cabrones… Qué les den! Fue entonces, cuando tomé la gran decisión… Borrarle de mi vida… como si no hubiera existido… Entonces vi “su” estantería… Su territorio prohibido… No la toques, cielo… Es mi mundo, ¿entiendes? Yo soy así: un caos incontrolable y creativo. Claro que la voy a tocar… mi amor… Voy a prepararme un té verde… Y luego, con mucha tranquilidad, sin perder los nervios… voy a tirar tu “caos creativo” a la basura… Odio esa estantería, mi cielo.

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Texto: Rafael Herrero Foto: Annick Galimont


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ABR


48

Juan

tallon

Me llamo Juan Tallón (Ourense, 1975) y escribo. Yo sólo aspiro a encontrar el abismo desde el que escribir. Ese es el gran reto: llegar a la esquina de la azotea desde la que se alcanza la mejor vista pero también desde la que aumentan exponencialmente las posibilidades de precipitarse al vacío. Cuando me enfrento a un relato, o una novela, necesito situarme ante el problema de no saber escribirla. Si no sé, es bueno. Sólo me parece atracti-


vo enfrentar un libro que no sepa escribir, y escribirlo. ¿Para qué hacer algo que uno ya sabe hacer? Eso no lo aproxima a uno a ningún abismo, a la posibilidad real del fracaso, justo donde está el reto. En literatura hay que subir la apuesta. Y si se fracasa, se fracasa. En las próximas semanas publico dos novelas Fin de poema, en gallego, y El váter de Onetti, en castellano. Ya veremos.

48 49

" Yo sólo aspiro a encontrar el abismo desde el que escribir." ¿Por qué escribir? Esa respuesta la estoy rumiando lentamente, en silencio, desde hace algunos años. No sé todavía por qué escribo. Calculo que porque algo no va bien, pero sólo es una sospecha. Escribir es ese tipo cosas que haces sin necesidad de saber por qué las haces. Escribes, sin más. Dependiendo del tipo de

escritor que seas, necesitas un plan o no, pero casi nunca necesitas un por qué. En todo caso, yo no lo necesito. No necesito preguntarme por qué escribo cuando comienzo a escribir. Me temo que, si lo hiciese, no escribiría. Estaría todavía dando vueltas alrededor de la razón. No, no. No sé por qué escribo, y no quiero saberlo, y no creo que consiguiese averiguarlo, de pretenderlo. Y si un escritor sabe por qué escribe, desconfío de ese escritor, con el debido respeto, naturalmente. Hay una clase de conocimientos que conviene ignorar, por si acaso te paralizan. Sin basura no hay biografía. Así cierras tu presentación en el blog. Tus textos parecen vagar irremediablemente por ella. ¿Son entonces un vertedero o una planta de reciclaje? En mi caso las miserias personales representan un material narrativo de primera necesidad. Tengo la sospechosa impresión de que saco partido a mi basura más que a cualquier otra cosa. En el fondo, tu basura es también la ba-

sura de los otros. Todas las basuras personales se parecen. Tal vez por ello tienes tendencia a identificarte con la bazofia casera de algunos escritores, porque consiguen que reconozcas su mierda como tu mierda. Me cuesta ejercitar la imaginación, soy muy perezoso, de ahí que en una maniobra de comodidad extrema, agarre lo que tengo más cerca, y que es mi basura personal, o la basura personal de mis amigos, que es como si fuese mía, porque convive en mi memoria. Cuando quiero narrar algo no necesito, de ningún modo, una gran historia. Mi reto es convertir una pequeña miseria, en una gran miseria, a base de hornear. Ese es el reto: no tanto hacer un mueble con un árbol, sino, como decía Anne Sexton, hacer un árbol con un mueble. ¿Qué hay de tu relación con las moscas? Sólo es una obsesión. En la vida conviene tener alguna, para mantenerse ocioso, pero al mismo tiempo ocupado. Una obsesión es, a la postre, un hueso. Cuando Augusto Monterroso dictaminó que


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hay tres temas: el amor, la muerte y la mosca, me pareció un dictamen impostado, una boutade literaria para dar que discutir. Con el tiempo, sin embargo, he descubierto que Monterroso tenía razón, y me he propuesto perseguirla infructuosamente. De hecho, la gran antología universal de la mosca es una tarea imposible, porque resulta infinita. La mosca invade, en efecto, todas las literaturas. Y seguirá haciéndolo. Pero como disfruto fracasando en proyectos ridículos, recopilo textos en los que aparece la mosca, y los cuelgo en mi blog descartemoselrevolver.com. Por momentos, creo que la mosca soy yo, y que necesito conocer mi historia a lo largo de la literatura universal. En eso ando. Cuando descubras una, anota el libro, el autor, y hazme llegar el párrafo. Te quedaré agradecido. Leyéndote, uno se da cuenta de que eres una enciclopedia viviente; que has leído muchísimo. Más allá de los referentes literarios....¿dónde encuentras inspiración para tus historias?

No, en absoluto, no he leído tanto. Sí es cierto que me queda mucho por leer, y en ello estoy. Dicho esto, confieso que mis historias son más un encontronazo, resultado de ir a ciegas, con algo que no sé si me llevará a algún lugar. Me gusta ignorar a dónde me llevará una idea. Mis relatos son, diría yo, una apuesta a una probabilidad menor, un salto al vacío en busca de un suelo blando. A veces tengo suerte, y descubro una colchoneta que me salva del traumatismo total. ¿Una recomendación literaria, una que te cambiara la vida? Sospecho que las lecturas que te cambian la vida son no tanto un libro, u otro, como una combinación de libros, en un momento perfecto, en el que además tú estás receptivo. Recuerdo como un momento importante la lectura de un libro que en absoluto es una obra relevante, en términos literarios, pero que amplió mi cerebro, o mi perspectiva. Yo venía de lecturas impuestas, obligatorias, y de pronto, en 3º de BUP, porque me salió de ese sitio, leí American

Psycho. Fue un shock. Ahí creo que descubrí que la literatura podía ir de cualquier cosa, y que en una novela se podía citar a Armani o a Nike. Dicho esto, no le recomiendo a nadie la novela de Bret Easton Ellis especialmente. A mí, en cambio, me dio una paliza, y eso fue bueno. Me levanté con más aplomo.

"... Mis relatos son, ... un salto al vacío en busca de un suelo blando. A veces tengo suerte, y descubro una colchoneta que me salva del traumatismo total. "

descartemoselrevolver.com


por qué no soy

real madrid

del

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Mi aversión por el Real Madrid se remonta a 1984. Es el año que mueren Cortázar, Truman Capote, Truffaut. Para compensar, supongo, nacen Iniesta y Scarlett Johansson. También es el año que Amancio Amaro se hace cargo del banquillo del Real Madrid, que se concentra durante la pretemporada en Cabeza de Manzaneda. El nuevo entrenador desea aprovechar que en la estación de esquí ourensana no suele haber nieve para esquiar ni en agosto… ni nunca. Yo tenía nueve años, y lo único que me interesaba del Real Madrid era Arconada, que por otra parte, era el portero de la Real Sociedad. Creo que se me entiende: el madridismo me producía ignorancia y distracción. Pero, momentáneamente, no hostilidad. Yo sólo era un tipo con mocos que intentaba dejar atrás la amargura de la primera comunión, para la que me habían disfrazado de Ranger Texas. Pero era mejor recorrer cien kilómetros y acudir desganado a Cabeza de Manzaneda, claramente, que ir con mi abuela Rosa al santuario de los Milagros, al que estaba ofreci-

do porque dos años antes no me había muerto de una meningitis. Mi vecino Alfonso, muy madridista y muy ocioso siempre, reclutó para el viaje a mi padre, que era del Atlético de Madrid, y al señor Andaga, que no sé que era. Seguramente nada, pero tenía carné de conducir y un viejo Land Rover. No encontramos a nadie más dispuesto a afrontar aquella travesía incierta. Tal vez nosotros éramos los únicos que no teníamos nada que Juanitoperder. Ya éramos más, en cualquier caso, que las tres almas que acompañaron en su día los restos mortales de Leibniz. Mi madre me compró para la ocasión un pantalón verde y un jersey amarillo, que me hacían visible desde varios kilómetros. Lamentablemente, cuando llevábamos media hora de viaje vomité sobre los pantalones. No fue la única vez ese día. Media hora en un Land Rover equivalía a cinco horas en un turismo normal. Aquel vehículo tenía todas las incomodidades. Pero acaso eso fuese una cosa buena. Recuerdo que Henry Miller, el primer novelista al que le oí hablar de coños y pollas como si nada, aseguraba que trabajar incómodo era de gran utilidad para la imaginación. Todo en aquella odisea infernal, que me descubrió carreteras con ángulos imposibles, transcurrió entre curvas y mareos. También recuerdo a Alfonso rezar sin parar que ese año el equipo arra saría en la Liga. «Qué delantera», decía admirado, y recitaba: «Juanito, Santillana, Pineda, Isidro, Butragueño, Valdano, Ito y Cholo». Al poco, atacaba por otro frente: «Qué centro del campo». Y le salían de


carrerilla los nombres de Ángel, Gallego, Lozano, Bernardo, Sanchís, Michel y Martín Vázquez. No recuerdo que hiciese mención a la defensa, tal vez porque ahí jugaban tipos como San José y Chendo, que ya apuntaba maneras de delegado, que a la postre es alguien que pinta más fuera que dentro del campo. Mi padre se mantenía en un silencio equidistante, hasta que salió el tema de Amancio. No lo soportaba desde los tiempos de jugador. En su teoría –la teoría de mi padre– Amancio arrastraba cierta promesa de infelicidad.

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Cuando llegas a Cabeza de Manzaneda en agosto lo primero que adviertes es que, en realidad, allí arriba todo se está afinando para diciembre. El frío era perfecto y hostil. Siempre he entendido a las personas que consagran su vida a evitar las corrientes de aire. El frío no es algo que merezca demasiado la pena, ni siquiera en una novela. La primera pregunta, cuando descendimos del Land Rover y sentí qué poco abrigaba el color amarillo, fue: «¿Cuándo nos vamos?» Todos se echaron a reír y comprendí que quizás me interesase engañarme a mí mismo y creer que todo era emocionante, bello y acogedor, como el color blanco. La concentración del Real Madrid en altura había convertido la estación en un centro de peregrinación. No paraban de llegar autobuses de toda Galicia. Niños como yo, con pantalones limpios,

disfrutaban del día más feliz de sus vidas y levitaban mientras veían estirar a los jugadores en el medio del campo. Nosotros nos tragamos un entrenamiento entero, durante el que se me congelaron varias veces los pies. En un lance del juego, cuando el balón salió por la banda, pasó a mi lado un tipo alto, de pelo largo, barbudo, que me dirigió un «¿Qué pasa, chaval?», después de escupir de maravilla muy cerca de mis pies. Me encogí de hombros, deseoso sólo de irme a casa, y cuando se alejó le pregunté a mi padre quién era ese jugador tan marrano. «Juan José. Un carnicero digno heredero de Goyo Benito». Naturalmente, tampoco sabía quién era Goyo Benito. Con el tiempo, recopilé alguna información. Así averigüé que en una ocasión, en medio de un partido contra el Sevilla, su compañero Pirri, conocedor del peligro del delantero Biri Biri, le dijo cuando pasaban junto a él: «Goyo, dale fuerte, que al ser negro no se le ven los hematomas». En la segunda mitad, Biri Biri se acercó a Goyo y le rogó: «Señor Benito, por favor, no me pegue más». Mis primeras fotografías, al finalizar la suave, casi estética sesión de entrenamiento matinal, fueron con Uli Stielike y Butragueño. Me impresionó el defensa alemán, por su bigote. En ese bigote iba a escupir Juanito, con el que también me retraté, dos años después, cuando Stielike ya jugaba en el Neuchâtel suizo y se enfrentó al Madrid


en una eliminatoria de la UEFA. Fue un gran momento, para el escupitajo. Al malagueño ni siquiera lo sancionaron. «Se le dio mucha transcendencia al incidente. La mierda hay que olvidarla enseguida. No me parece justo remover un asunto que pasó hace dos días», alegó Juanito cuando le preguntaron, de cara a calentar el partido de vuelta.

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La ronda de fotos y autógrafos continuó con Santillana, Isidro, Valdano, Camacho, Sanchís, Michel, Amancio, Miguel Ángel. No sé cuantos más. A medida que salían del campo, mi padre me decía «ponte ahí», y me inmortalizaba con aquellas glorias a las que yo, por iniciativa, no les habría pedido ni un vaso de agua. Más tarde, supe que se declararon muy incómodos en Cabeza de Manzaneda. No habían leído a Henry Miller, supongo. Se quejaban de que las camas eran pequeñas y los colchones blandos. Y de que sólo había una línea de teléfono. Nunca he sabido qué hacer con aquellos autógrafos, tal vez por eso aún no he sabido tirarlos, ni encontrado mejor sitio para guardarlos que el cajón de los calzoncillos limpios. Me hacen pensar en Azorín, cuando un día se decidió a recoger los restos de Larra en el cementerio de San Nicolás, y se quedó con un botón de su levita, por si algún día servía para algo. Cuando los jugadores se fueron al hotel, nosotros nos subimos de nuevo al Land Rover. Estábamos hambrientos y nos detuvimos a comer en Trives. Al poco

de incorporarnos a la carretera, vomité en los zapatos de Alfonso, que había retomado sus oraciones: «Qué portería: Miguel Ángel, Agustín y Ochotorena». A aquellas alturas ya se había forjado una distancia insalvable entre el Real Madrid y yo. No estábamos predestinados. Lo intentamos, pero el frío y las curvas nos empujaron en direcciones opuestas. Vivimos en un mundo, según Italo Calvino, de historias que empiezan y no acaban.

[Artículo publicado en Rustling Magazine]

Juan

Tallon


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