■ MAR DEL PLATA ■ DOMINGO 27 DE F EBRERO DE 2011
IDA Y VUELTA: cultura@lacapitalmdq.com.ar
HOMENAJE AL ESCRITOR RECIENTEMENTE FALLECIDO
Boggio: el hombre aficionado a la bohemia
El 17 de febrero la muerte arrebató de este mundo a Daniel Boggio, el legendario maestro de escritores de Mar del Plata. Aunque escribió unos pocos libros, uno de ellos en coautoría, su aporte a la literatura es incalculable y hoy aparecen por todas partes los autores que él formó a través de sus talleres. Su forma de vivir, su trashumancia y bohemia, lo acercaron a la jerarquía de mito. Vivió la vida como muchos la querrían vivir. Aunque sufrió -como todostambién exprimió los placeres mayores del amor, la vocación, los viajes, la inteligencia, la noche y el día. Su libro de relatos “La vaca aficionada a la fellatio” es uno de los puntos más altos de la literatura de Mar del Plata.
También es autor de Sobrevivientes, Las cenizas de la Fantasía y Tierra Dividida. Alos 55 años, en una etapa que lo mostraba alejado de las letras, falleció de un ataque al corazón. Escritores locales y hasta el intendente Gustavo Pulti le rinden tributo en este suplemento especial.
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Amigo querido
a tentación de incurrir en una semblanza poética de Daniel Boggio se suprime imaginando su sonrisa irónica al leerla, o la lisa reprobación del código para recordarlo. El preferiría, muy probablemente, la llaneza justa de un breve comentario; y sólo en el caso que no se pudiera, como no se puede, la alegría de un abrazo. Sin embargo Daniel invita a la poesía. No sólo porque estaba impregnado de libros, de metáforas, de literaturas. No sólo por su bohemia proverbial o por su transgresión perpetua. Invita a la poesía porque su personalidad, donde la fragilidad y la insolencia andaban de la mano, se afincaba rápido en el afecto, con la eficiencia de lo verdadero, haciendo necesario otro servicio de las palabras para
mencionarlo. En otros términos, cómo se recuerda a un tipo que citaba párrafos de Joyce, de Onetti, del Tractatus Lógico - Philosophicus de Wittgenstein o de Arlt, preferentemente con amigos, en piringundines con posters de taller (no literario) y vino de cajita, aunque a veces también en lugares decentes o presuntuosos o ávidos o sordos a esas cosas. Cómo hacemos la semblanza de un “zurdo”, aparentemente convencional, que se anima a dar la cara para fundar Acción Marplatense sin traicionarse. Con qué lenguaje se transmite la idiosincrasia de un tipo que, cuando ganamos la primera elección (2001), se puso lejos por las dudas, en lugar de acercarse más por lo que hubiera. Daniel hablando erguido des-
de sus zuecos, gesticulando con el tintineo de sus pulseras, acompañando la cena de otros (comía poco cuando comía mucho) con un whisky sin hielo. Daniel desafiante y golpeado. Daniel enamorado de Ana que lo pudo ver y querer y reconfortar. Daniel incondicional honesto, sin farsas, de su hijita Lucía (tan de su aire). Daniel filoso y tierno a la vez. Informal hasta la irritación y leal sin tácticas ni reservas, mientras lo acompañara la convicción de estar atravesando lo genuino. Daniel culto sin soberbia. Viajero de experiencias bravas. Daniel ha sido un amigo que la vida me ha dado y se lo ha llevado sin que pudieran preverse ni la llegada ni la partida. Sorpresa y perplejidad las dos veces. Puedo decir que la parte de la vida que
POR GUSTAVO PULTI (*)
hemos compartido (lamentablemente breve me parece ahora, y demasiado espaciada) ha tenido la contundencia de lo singular y de lo profundo, de lo afectivo y de lo luminoso. Aestas alturas también puedo decir que ya demasiadas veces la muerte vino a ocupar el asiento de al lado. Un día va a querer el mío, con toda seguridad. Ese día me gustaría tener un instante para agradecer a todos los que me han nutrido. A Daniel, por ejemplo. Que en horas de charla y de taller (literario) no pudo enseñarme a hacer una poesía que les transmitiera a otros la gratitud que tengo en el alma por haberlo conocido ■ (*) Intendente municipal.
Figura de escritor POR RAFAEL FELIPE OTERIÑO (*)
Los mejores recuerdos que tengo de Daniel Boggio son de años atrás, cuando ambos oficiábamos de columnistas literarios del programa radial “¿Qué es esto de la cultura?”, dirigido por Pupeto Mastropascua. Sin consultarnos sobre lo que habríamos de desarrollar, cada uno elegía su tema y lo exponía libremente. A veces entrábamos en diálogo y raramente disentíamos. Algo nos unía y era la sospecha de que nadie escuchaba esas audiciones dominicales y que todo era una treta del conductor para reunirnos y conversar sobre nuestros comunes afanes. La convención era que Daniel hablaba de narrativa y yo de poesía, pero a menudo desbordábamos la consigna y yo podía entusiasmarme refiriendo comienzos célebres de la novelística, como los de “Cien años de soledad”, “El amor en los tiempos del cólera” o el “Moby Dick”, y Daniel recordar los primeros versos del “Poema de los dones”, en el que Borges apunta la paradoja de haber llegado ciego a desempeñar el cargo de director de la Biblioteca Nacional. Daniel era inteligente y agudo, de afinado buen gusto y exquisito olfato para detectar a un escritor valioso desde sus primeras líneas. Era, por eso mismo, un eximio buscador de perlas en el agitado mar de la letras. Podía descubrirnos el color local de narradores de orillas tan distantes como Faulkner, Onetti o el santafesino Saer, pero era un sensual de la palabra y por eso amaba la frase larga y caribeña del cubano Cabrera Infante. Supo ser un fervoroso amigo, insistente y tierno, como convertirse tiempo después en apático observador de esos mismos afectos. Eso era disimulado por quienes veíamos en él al hombre apasionado por las letras y atribuíamos dichas contradicciones a la exigencia del diario vivir. Al dramatismo de su pathos de creador. Y me apuro, entonces, a decirlo: fue tan brillante en la construcción de su figura de escritor, que daba la impresión de superar con ella la de su obra escrita, a la que acaso descuidó en exceso. Pero está, a no dudarlo, entre los escritores a los que su personaje –el icono que construyeron alrededor de su persona- fue tan seductor como la obra que dejaron escrita. Ahora que ya no está con nosotros, debemos buscarlo en sus admirables cuentos, que nos prometen, con su misma vehemencia, la continuación de aquel diálogo inacabado ■ (*) Escritor, poeta.
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PRIMA LA FICCIÓN
Literatura de fin de mundo y monstruosidades, lo nuevo para jóvenes Literatura y tecnología, libros de poesía e historietas, leyendas, mitos populares y trailer-books son las novedades de las principales editoriales para los lectores con menos edad. Siguen firmes las historias de vampiros.
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a ficción sigue un paso al frente en las propuestas de literatura infantil y juvenil este año, de la mano de autores locales que ya son un clásico del género como Ana María Shua y Marcelo Birmajer, y títulos que en una vuelta de tuerca al éxito de vampiros y monstruos lanzan combos en cines y librerías. Los móviles que llevan a las editoriales a reforzar la oferta de ficción son disímiles: unas profundizan en la relación literatura-tecnología; otras apuestan a autores locales como una forma de apropiación; orientadas a géneros menos centrales algunas se abocan a la publicación de poesía e historietas; y otras tienen como motor la decisión de generar lectores autónomos. Además, ningún sello escapa a la atracción que ejercen fenómenos de ventas como Harry Potter, o Crepúsculo para los más grandes, y reproducen sagas noveladas de brujos, vampiros y extraterrestres adolescentes que, como novedad, son lanzadas junto a su correspondiente película. Así pasa con “Soy el número cuatro”, presentada al unísono en la pantalla grande y en papel este mes por Norma; las “Crónicas vampíricas” que editará Planeta en marzo y viene de una serie estadounidense, exitosa entre adolescentes adobados por la saga de Stephenie Meyer; y “La chica de la capa roja”, una revisión de Caperucita Roja que Alfaguara publicará más adelante junto a su respectivo filme. “La desventaja de esto -algo si-
milar ocurrió hace años con J. K. Rowling- es que no es pareja la calidad de los textos que se editan alrededor, aunque la ventaja es un enorme fenómeno de lectura”, dice Adriana Fernández, editora en el grupo Planeta. “La literatura no está para que los chicos lean lo que viven, sino para que encuentren en ella lo que no viven”, señala y apunta la publicación de clásicos de terror y fantasía seleccionados porAna María Shua. También las narraciones de “El túnel de los pájaros “escritores locales contemporá- muertos”, de Marcelo Birmajer. neos consagrados”, como Vicente Muleiro, Canela y Margarita trapartida “Auxilio, vamos a naMainé, una forma de “sesgar lo cer”, un relato del dibujante Rep local y reforzar la pertenencia a desde el vientre materno. través de la literatura”. La mirada está puesta “en géUna óptica distinta lleva el se- neros que siempre fueron más llo Norma con la presentación en bien marginales como la poesía abril de “Sólo tres segundos”, y la historieta, pero que ahora una novela donde Paula Boma- están cobrando fuerza”, dice la bra relata cómo le cambian los editora Mariana Vera, en un año planes a un grupo de amigos que en que la producción de Sudatiene un accidente de tránsito mericana tendrá un importante mientras se preparan para ter- trabajo de gráfica. minar el secundario y vivir el El rediseño de la colección de resto de su vida. leyendas y relatos populares Estas elecciones “escapan al “Cuentamérica”, junto al lanzalugar de bajada de línea, el inte- miento de la novela “Gaturro y el rés es que se trate de literatura”, regreso de los zombis” -a mediadice Natalia Méndez, editora del dos de abril- marcan esa direcsello, respecto al grueso de las ción; que comenzó hace dos años publicaciones 2011 que pasan con seis títulos publicados por por una triangulación con insti- Nick y 200 mil números vendituciones educativas. dos, donde el juego tipográfico y Ocurre que los libros que no la ilustración fueron centrales. cuentan con un excesivo trabajo El vínculo entre literatura y gráfico ni autores de moda “no tecnología, en tanto, es uno de acceden a los principales escapa- los temas en los que hará pie Alrates de las librerías”, señala faguara en este 2011, con versioMéndez. nes de internet que acompañan “El objetivo -precisa- es traba- lanzamientos de libros como “El jar la autonomía del lector desde túnel de los pájaros muertos”, de que se encuentra con los prime- Marcelo Birmajer. ros textos y promover la consTrailer-books (algo así como trucción del propio criterio”; con las colas de películas), imágenes esto se relaciona la elección de te- de locaciones donde el autor máticas que identifiquen a los jó- imaginó la historia, entrevistas, venes con su realidad. ‘El bastón datos complementarios sobre de plata’, de Martín Blasco, por los personajes e historias alterejemplo, se inscribe en esa línea”. nativas completan el trabajo liEn esa ruta colectora se ubica terario en la pantalla (ver wwwla historieta “Mayor y menor”, .pajarosmuertos.com.ar). de Chanti; y “X y Z”; del poeta Cecilia Criscuolo, de esa editoJorge Luján y la dibujante Isol; rial, es concisa: “El punto es dedos historias que se sumergen senmarcar al libro de la lucha en el vínculo entre hermanos: la con la tecnología y generar un primera con una mirada bien co- proceso de complementación tidiana y ligera, y la otra más lí- que, además, tiene como horirica, ambas una apuesta de Su- zonte los nuevos dispositivos damericana que tiene como con- electrónicos de lectura”■
Vargas Llosa abrirá la Feria del Libro El Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa inaugurará oficialmente la 37ª edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que se realizará entre el 20 de abril y el 9 de mayo, según confirmó el presidente de la Fundación El Libro, Gustavo Canevaro. Explicó que “este año la inauguración se dividirá en dos: el miércoles 20 de abril, tendrá lugar una ceremonia formal de apertura; pero el acto oficial con la exposición de Vargas LLosa se realizará al día siguiente en horario a confirmar” ■
Electra contra Goliat POR SEBASTIÁN CHILANO sebastianchilano.blogspot.com
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alieron del café sin hablarse. Márquez tuvo que pagar porque René Conforti se levantó, ofendido por la falta de respeto de la incredulidad. Incluso salió antes a la vereda. Márquez tuvo que apurarse para alcanzarlo, tanto que cuando salió no lo encontró. En cambio había una camioneta enorme con la puerta abierta y dos hombres, también enormes, lo levantaron y tiraron adentro. Cayó sobre un cuerpo que presumió era el de René Conforti. Cerraron la puerta y la camioneta arrancó. –Perdón por la escena dramática, pero mis hombres me dicen que discutían de cine, por eso decidimos hacerlo de esta manera –les hablaba el ministro de economía, el Diablo. –Señor Ministro... –empezó a decir René Conforti. –Por favor –dijo el Diablo y levantó la voz–. Por favor. No hace falta que me digan nada. Sé que lo saben todo, y sé también que se están poniendo demasiado molestos. Sabrán que los destinos del país me roban más tiempo del que me gustaría dedicarle, por tanto estas pequeñeces, estos inconvenientes, como el que ustedes provocan, se parecen a un mosquito picando la piel de Goliat, si me permiten la expresión bíblica... cierto, ¿cómo no me la van a permitir? Todos los científicos son ateos. Aun lado del Diablo estaba la telefonista. Una de las manos del Diablo descansaba sobre la rodilla desnuda de la mujer. Una hermosa rodilla desnuda. –Me gustaría llegar a un acuerdo con ustedes –dijo el Diablo–. Y como soy ministro y de Economía, nada mejor que una acuerdo de tipo económico: solvente y con buen respaldo, como el destino monetario de este país. –No nos gusta hacer trato en presencia de asesinos –dijo Márquez señalando con la cabeza a la telefonista–, ella tendría que irse. –Me llamo Mariana. Llámeme por mi nombre, y para que sepa, yo no soy asesina. –Sí que lo sos –intervino René Conforti–. Vos mataste al profesor Ham, con alevosía y sangre fría. Y después mataste a su hija, haciendo que todo pareciera un suicidio. Cuidaste que los peritos tuvieran que concluir que no se podía rechazar la posibilidad del disparo, forzaste una “mordedura de corredera” en la mano de la hija, cuidaste de no dejar rastros en la ropa, en nada. No fue el crimen perfecto, fue, cómo decirlo, “el suicidio perfecto”. La camioneta se detuvo brusca por un semáforo en rojo. –Estás muy equivocado –dijo el Diablo–. Ella no mató a la chica. Ni siquiera mató al profesor. Fueron dos sucesos desafortunados, ¿no es cierto, Mariana? –la mujer asintió–. La idea era hacer lo mismo que ahora, un simple chantaje. Márquez y René Conforti se asustaron. –Pero la cosa se complicó –siguió diciendo el Diablo–. El profesor Ham, con sus colegas del instituto, la vio bailar y quedó enamorado. Tanto que le pagó más que ningún otro hombre hasta ahora ¿me equivoco, Mariana? –la mujer movió la cabeza diciendo que no, no se equivocaba–. Y la llevó a su casa, casa que aún compartía con su hija. El pobre profesor murió a causa de la excitación. Mezcló varias de las pastillas que él mismo había inventado, y enceguecido de omnipotencia se murió. Ni siquiera llegamos a hacerle la propuesta. Dos horas después llegó la señorita Hem y al ver a su padre muerto desató un subyacente complejo de Electra no resuelto y terminó suicidándose. –Siguiendo un comentario suyo anterior, señor ministro –dijo Márquez–, es como si Electra se hubiese enfrentado con Goliat, o algo así. El Diablo pensó antes de contestar, movió la cabeza: –No creo que sea válido, pero podría ser algo así ■
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igura central en los debates estéticos contemporáneos, representante argentino en diversas exhibiciones internacionales desde 1935, premiado en la Bienal de Venecia en 1962, Antonio Berni es, sin dudas, uno de los artistas más representativos del arte argentino del siglo XX. De espíritu inquieto y curioso, su proyecto creador está asociado a la permanente indagación de representaciones estéticas tendientes a interpelar de manera crítica al espectador. Para ello no cejó un instante en la búsqueda de una materialidad no convencional ni en la representación de propuestas innovadoras en términos plásticos coherentes con su proyecto creador comprometido en términos estéticos y políticos. En los collages, en sus intervenciones muralistas o en el principio, con el empleo del óleo junto a la búsqueda de nuevos lenguajes expresivos a través de la combinación de éste con otros materiales y técnicas es posible rastrear un itinerario creador rico en experimentación que da cuenta de las exploraciones del artista y, a la vez, permiten narrar desde ellas momentos claves de la historia artística y cultural argentina. La muestra que se exhibe desde el 22 de octubre en la Fundación Picasso de Málaga, “Antonio Berni, la mirada intensa”, es una propuesta que propone restablecer esta extensa trayectoria traducida en sucesivos tránsitos, ensayos e indagaciones en torno a diferentes búsquedas expresivas, soportes y materiales. Itinerario particular pero a la vez común a otros artistas que, provenientes de diferentes metrópolis culturales colaboraron en la construcción de espacios de arte moderno equivalentes a procesos internacionales basados en un alto grado de interacción entre espacios y actores de diversos orígenes. La investigadora Diana B. Wechsler, curadora de “Antonio Berni, la mirada intensa”, invita en el texto del libro que Eduntref publicó para acompañar a la muestra, a recorrer los pasos del artista argentino dentro de una red de textos y obras -propias y ajenas- que conforman una trama activa y, a través de su obra, reconstruir una “arqueología del relato moderno”. En diálogo con esta cronista, Wechsler profundiza detalles de la exposición y traza un paralelo ineludible entre el artista argentino y Pablo Picasso cuya muestra “Picasso, la mirada del deseo” se exhibió en la Argentina en las salas del Muntref (museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero) en el marco de un convenio entre la Fundación Pablo Ruiz Picasso- Casa Natal del Ayuntamiento de Málaga, con la curaduría de Lourdes Moreno, directora de esta institución, y la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) de Argentina. Al respecto, la pregunta de rigor es el vínculo entre la muestra de Antonio Berni en Málaga y la de Pablo Picasso en la sede de la Untref. Diana Wechsler: -Efectivamente, la muestra “Berni, la mirada intensa” está en Málaga, en la Fundación Picasso. Esta exposición se realizó en el marco de un convenio de colaboración entre la Fundación Picasso y la Untref y su museo. La Untref es una universidad joven con gestión dinámica y muy buenos convenios internacionales lo que le permite desarrollar numerosas actividades de intercambio y colaboración científica, artística, cultural. Como en este caso, en donde la Fundación Picasso preparó y exhibió en las salas del Muntref, en Buenos Aires, la muestra de 62 obras bajo el título Picasso, la mirada del deseo, con curaduría de Lour-
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LA OBRA DEL PINTOR ARGENTINO LLEGÓ A ESPAÑA
La mirada intensa de Antonio Berni en Málaga POR VERÓNICA MEO LAOS
Diana B. Wechsler, curadora de “Antonio Berni, la mirada intensa”, habla del contrapunto que se genera entre Pablo Picasso y Antonio Berni.
des Moreno, directora de la Fundación malagueña y nosotros produjimos y estamos presentando hasta el próximo 27 de febrero allí en Málaga la muestra de 42 obras de Antonio Berni. En suma, un “cruce de miradas” la de Berni y Picasso, de uno y otro lado del Atlántico que aportan y enriquecen el relato de la historia del arte moderno. -¿Es posible establecer puntos de contacto entre Berni y Picasso? DW: -Más que puntos de contacto lo que identifica a uno y a otro es el modo de presentarse ante el medio de experimentar permanentemente, de reinventarse en cada coyuntura y de sostener en el tiempo ciertas obsesiones... además ambos -Picasso indiscutiblemente en la escena internacional, sin dudas, y Berni a partir de los años ‘30 y centralmente en el ámbito argentino y latinoamericano- funcionan como “artistas faro”, referentes de sus con-
temporáneos y de las generaciones siguientes. Por otra parte, ambos fueron incansables productores cuyos catálogos muy difícilmente puedan cerrarse ya que produjeron gran cantidad de obra y han tenido además una intensa distribución. -¿Cuál es tu rol en la puesta de la muestra? DW: -Soy la curadora de la exposición de Berni y a su vez la asesora académico-curatorial del museo de la universidad, doble posición que favoreció creo- la articulación entre los dos proyectos expositivos y a su vez, la edición “gemela” de los dos libros que acompañan a ambas muestras. De igual diseño y perspectiva de trabajo, reúnen estos libros investigadores de una y otra escena académica y cultural (la española y la argentina) exhibiendo justamente aspectos de la colaboración interinstitucional y académica que te comenta-
ba. Entre ellos están Eugenio Carmona, catedrático de la universidad de Málaga y especialista en Picasso, Lola Jiménez Blanco, profesora de la Universidad Complutense y especialista en arte nuevo y coleccionismos; entre otros. -¿Qué otras personas trabajaron en este proyecto? DW: -Linda pregunta, ya que permite situar aspectos claves no sólo de la labor curatorial sino de la labor académica, de la producción de conocimientos que se puede hacer desde la investigación, haciendo uso de recursos como los de las exposiciones de alto grado de circulación social. Así, por un lado, la Untref en las figuras de su rector Aníbal Jozami y su vicerrector Martín Kaufman, construyó la plataforma institucional necesaria (con el aporte además del Dr. Berraondo y el Dr. Griffa) que permitió enlazar los intereses de nuestra universidad con los de la Fundación
Picasso y allí, la figura fundante de esta relación del Dr. Carmona, más la incansable presencia de Lourdes Moreno, la directora de la Fundación Picasso y todo su equipo de colaboradores que fue de gran valor para llevar este proyecto bilateral adelante. Además, ya puestos en la labor, fue fundamental contar con el apoyo de la familia Berni y especialmente de José Antonio e Inés quienes aportaron la enorme paciencia de recibirme infinidad de veces y abrir generosamente el archivo Berni para mi investigación, la que se complementó, claro está con otros archivos, hemerotecas, etc. -¿Por qué fue elegida Málaga como sede de la muestra? -DW: La muestra de Berni está en málaga desde el 22 de octubre de 2010, fue elegida como la muestra del “octubre picassiano” de esa ciudad, momento de alta intensidad para el movimiento artístico y cultural allí, y estará en exhibición hasta el 27 de febrero próximo (hoy). A su cierre, creemos que se exhibirá en otra sede española, pero aún estamos ajustando los detalles. -¿Qué impacto ha tenido en el público? DW: -Días pasados me enviaron una fotografía de un número importante de público haciendo fila para entrar a ver la muestra en un día feriado. Creo que esto es muy gratificante. Por otra parte, la Fundación Picasso tiene su lugar establecido y su público de diferentes edades. Ellos programan actividades para niños, adultos, jóvenes, estudiantes, especialistas, de modo que además del “público en general” y los cientos de turistas que visitan esa ciudad del mediterráneo, la Fundación trabaja para captar y llegar a diferentes sectores. -¿Cuál la evaluación que puedes hacer al respecto? -Soy investigadora de origen y llego a la curaduría hace ya mucho tiempo como un campo de prueba de mis hipótesis de trabajo. Sin embargo, al transitar este territorio profesional tan rico y vasto como complejo en la variedad de dimensiones que es necesario considerar, creo que no sólo cada exposición resulta un interesante campo de prueba para las investigaciones que llevo adelante, sino que además -y esta es una de las cosas que más me motivan- el trabajo científico, en este caso el de las ciencias sociales (la historia del arte, los estudios visuales y culturales) alcanza una circulación amplia, me animaría a decir casi masiva (siempre dentro del mundo del arte, claro, pero masiva al fin...) Dicho más brutalmente, sobre 100 personas que acceden a un paper o 500 a un libro especializado son miles las que visitan una exposición y es allí donde nuestro trabajo adquiere un sentido más extendido y a su vez donde queda expuesta la responsabilidad social del investigador, del intelectual. En este sentido, mi evaluación es buena ya que creo que está siendo muy amplia la recepción de la muestra, está contribuyendo a abrir las miradas sobre el arte argentino y latinoamericano moderno y a su vez fue y es una excelente experiencia para mí llevar adelante estos proyectos, conocer otros modos de trabajo -compartiendo montaje con conservadores, montajistas, etc.- y reconocer las posibilidades de acción de un área como la del arte y la cultura que más allá de necesitar más o menos recursos económicos, requiere de la capacidad de soñar alto y sumar voluntades para llevar adelante proyectos como estos largos, complejos y ricos para todos. ■
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El personaje de la reinvención permanente E
l teléfono sonó tantas veces para tratarse de un domingo que aún a desgano no me quedó más remedio que atender. Era Boggio. -Ana me echó de casa. Necesito que vayas a buscar mis cosas- dijo. Pasé al rato y recogí dos bolsitas de supermercado. Una con ropa, la otra con apuntes, libros, pulseras. -No puedo culpar a nadie de llegar a los cincuenta años y no tener nada. Ni siquiera adonde ir- me dijo Boggio cuando nos encontramos. Se fue unos días a Mar del Sud y cuando volvió se puso a hacer los trámites para instalar una vinería. Varios meses después, en un abrir y cerrar de ojos, adquirió El Ciudadano y lo convirtió en un bar rentable, pese a que muchos iban y no pagaban. Boggio tenía esa capacidad de reinventarse todo el tiempo. Era algo que le resultaba natural. Fue carpero, trabajó en YPF, en una empresa de pescado, escribió guiones de películas pornográficas, hizo mucha plata con una empresa de seguridad en España, se fundió con un delivery, vendió autos, puso un kiosco, dirigió el primer festival de cine independiente y fue cofundador del partido que hoy gobierna Mar del Plata. Eso sin contar los libros que publicó, los que le quedaron por la mitad, los talleres. Vivió en Suiza, en la India, en Barcelona, en Brasil, viajó por casi todo el mundo. Boggio vivió varias vidas en una. Aunque en el fondo creo que nunca dejó de ser el pibe que se crió en el barrio Las Avenidas. El pibe que Perla, su mamá, llevó de muy chiquito al médico porque el nene se la pasaba leyendo y no usaba los juguetes.
Nos conocimos en uno de sus talleres, hace más de diez años. Un día de invierno, de noche. Boggio llegó con una anacrónica campera de cuero, el pelo largo, los bigotes que terminaban en punta hacia arriba. La primera clase fue de presentación. Boggio preguntó por qué concurríamos. Cuando una mujer dijo que se le había muerto un perro y que se sentía sola, el profesor Boggio la mandó a ver un psicólogo. Me pareció un buen comienzo. Boggio era implacable, aunque se le fueran los alumnos. Abandoné el taller por sentirme incapaz de escribir un cuento digno. Pero con Boggio no nos separamos más. Ni siquiera cuando nos peleábamos. Una noche, a los gritos en el Condal, nos estuvimos por agarrar a piñas. Yo le dije cosas atroces; Boggio amenazó con romperme un vaso en la cabeza y creo que no lo hizo porque me fui antes. Pasaron un par de semanas, hasta que un día, al mediodía, pasó a verme. Fuimos a comer una pizza. Los dos estábamos felices de volver a vernos. A él le gustaba decir que nos llevábamos la misma diferencia de edad que Borges y Bioy. Yo le decía que era un pelotudo. Boggio se reía. Como todo tipo de corazón enorme, con la plata era un desastre. “Los que son miserables con la guita, también son miserables con los afectos”, decía siempre. Era muy divertido ver a Boggio con plata. Llevaba los billetes hechos un bollo en el bolsillo del pantalón y cuando hacía algún gasto los sacaba todos juntos, se le caían en el piso. Si Boggio tenía plata, no había forma de que pagara otro. Compartimos largos, infinitos, inolvidables encuentros de noche. Digo noche, pero también podría decir días: con Boggio no había ho-
rarios. Recuerdo la tarde en el muelle de los pescadores: Boggio acababa de terminar una historia de amor y me tenía harto, pero me pidió por favor que no lo dejara solo. Habló sin parar no sé cuántas horas. Recuerdo las tardes en Buenos Aires, el almuerzo en el Tigre con una abogada enamorada de él que nos hizo sentir ricos durante todo un fin de semana, la salida con Fito en Bar O Bar, la última caminata por la avenida Corrientes. Recuerdo (no podría olvidarlo) la noche en Pehuén, cuando me dio los argumentos de por qué un hombre
no puede dejar de enamorarse y me dijo, entre un montón de frases que no voy a citar, qué carajo estaba haciendo para no jugarme por Yani. Fue él quien semanas después me cedió su habitación en un hotel de Buenos Aires, que tenía paga por trabajo, y se fue a dormir no sé dónde para que mi historia comenzara a crecer. Volvió unos días más tarde. Nos quedamos en el cuarto, solos, hablando. Nos tomamos todas las botellitas de whisky del frigobar. Ninguno tenía un peso. Cuando nos fuimos, Boggio las completó con té.
divertido ver a Boggio con plata. Llevaba “Eralosmuybilletes hechos un bollo en el bolsillo del pantalón y cuando hacía algún gasto los sacaba todos juntos, se le caían en el piso. Si Boggio tenía plata, no había forma de que pagara otro
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POR SANTIAGO FIORITI (*)
Este verano volvimos a compartir muchas charlas. Caminamos por Güemes, fuimos a la playa, comimos un asado en su casa y antes de mi regreso a Capital volvimos a recalar en el Condal, un lugar que despreciábamos, pero que por una u otra cosa siempre nos terminaba cobijando. “En esta mesa estamos bien”, dijo Boggio, mientras a mí, después de tantos años de salir con él, no dejaba de llamarme la atención cómo lo miraban desde las otras mesas. Guille se sentó a su izquierda y yo enfrente. “La gente piensa que los escritores sólo hablan de literatura”, decía. Es verdad, pocas veces lo hacíamos. Para Boggio la literatura era algo muy serio. Le hubiera resultado fácil escribir libritos a pedido. Se lo ofrecieron decenas de veces. Nunca lo hubiera aceptado. Le gustaba hablar de fútbol, de mujeres, de política, de cosas cotidianas. Aquella última noche jugamos a elegir la selección argentina de todos los tiempos. Boggio puso a varios jugadores de Racing. Se lo notaba sereno, incluso cuando dijo que se podía morir tranquilo. Habló de lo bien que estaba con Lucía, su hija y su gran amor, y del orgullo que sentía por la familia que habían logrado formar con Ana y con Agustina, su otra debilidad. Daba gusto sentarse a la mesa con ellos. A las cinco de la mañana las mozas comenzaron a apilar las sillas sobre las mesas. La nuestra, como siempre, era la última que quedaba. Volvimos a citar la frase de Soriano, lo triste que es estar en un bar cuando barren el piso y los rayos de sol comienzan a filtrarse por la ventana. Boggio pidió la cuenta y sacó no sé cuantos billetes de cien pesos. Pagó y dijo que no había nada más lindo que invitar las
copas de sus amigos. Dejamos a Guille y regresamos a la casa de la calle Olavarría. Allí habíamos arrancado antes de ir al bar. Pude ver una escena curiosa: cuando llegué, Boggio trataba de disimularlo, pero estaba nervioso. Lucía había ido a presentarle a su novio. Cuando al fin regresamos a su casa, Boggio no tenía apuro por bajarse del coche. Mejor dicho: Boggio nunca tenía apuro. Me propuso ir a tomar “otro whiskito” y le dije si me estaba jodiendo. –Boludo, me tengo que ir a dor-
mir, ¿mirá la hora que es? Ya estamos viejos –dije. Boggio me dio un abrazo, de esos abrazos que aquellos que lo quisieron no podrán olvidar. Boggio se desplomaba sobre el otro cuando lo hacía. Cerró la puerta del coche, pero volvió sobre sus pasos. Entonces me dijo lo que ya me había dicho otras veces: –Sabés que sos mi hermano, ¿no? Claro que lo eras, Boggio■ (*) Periodista de Clarín
La muerte se apoderó de uno de los nuestros
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i la mesa era de las grandes, como las que hay en esos despachos de gente poderosa o en las salas de conferencias de alguna institución educativa, Boggio se quedaba parado. Si, en cambio, había pupitres individuales, lo que hacía era arrimar una silla y sentarse de manera invertida: el culo lo ponía en la mesa. Eso sí, un segundo antes se sacaba la campera de cuero con tachas y dejaba a la vista su vulnerable cuerpito que en nada se correspondía con el vigor que guardaba. Después, el taller.
Asistir a una de esas clases era sentirse parte de un ritual, en donde el sacerdote-chamánbrujo Boggio buscaba entre la muchedumbre a quienes podían complacer a los dioses de la escritura con sus destrezas y, al mismo tiempo, sacrificaba al resto. El sacrificio, en cuyo transcurso la sangre no era objeto de trascendencia, consistía en decir algunas crudezas y crueldades, aunque el modo sutil que tenía el chamán operaba más como un consejo a largo plazo que como una piedra rompiendo el esternón. Boggio tenía debilidad por los buenos
alumnos, y con los malos, pese a que cooperaba hasta donde su buen criterio le indicaba que era posible algún cambio, era más franco todavía. No cuidaba el negocio, a la clientela, como hacen otros que tienen talleres literarios. No le importaba quedarse con cinco tipos y ganar menos. Lo que le importaba era sentir que valía la pena lo que estaba haciendo. Se enojaba en especial con aquellos que, como todo principiante, les daban un sobrevalor a sus textos y asumían una beligerante defensa. La deserción era una probable (y celebrada) consecuencia muchas veces. Yo he visto masacres en los talleres de Boggio y, debo confesar, me divertía muchísimo. “Señora que se le haya muerto el perro no le da derecho a escribir esto. Vaya a un psicólogo”, decía Boggio indignado con lo que estaba leyendo. Cierta vez llevé con gran entusiasmo un cuento. Lo había escrito siguiendo los consejos de Boggio, teniendo en cuenta sus premisas y me preparé ansioso a la lectura. Emanaba de mí un aire de convicción que podía respirarse y hasta se advertía con sólo mirar mis modos pedantes en la espera. Nada habría de satisfacerme más esa noche de lunes que agradarle al maestro. Llegó entonces la parte del taller en la que se leían los textos, y salté como
Blanco sobre negro
POR CARLOS ALETTO (*)
POR JAVIER CHIABRANDO (*)
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i es verdad que la vida de los hombres se tensa armoniosamente en la disputa entre Eros y Thanatos, entre el amor y la muerte, la vida de Daniel Boggio se debatió en ambos extremos. Tensó la cuerda del arco y la lira a tal punto que la cuerda y su armonía -más temprano que tarde- tenían que ceder. Una nueva generación de escritores de Mar del Plata alguna vez hemos escuchado sus reservados halagos o padecido sus duras críticas ante la lectura en alguno de sus talleres de narrativa. Su conocimiento y honestidad literaria lo convertían en un referente ineludible para los jóvenes (o no tan jóvenes) escritores de la ciudad. Vivió con pasión, en sus dos sentidos, la pasión del que sufre y la pasión del que ama. Amó la literatura y la sufrió. Amó la vida y la sufrió. Coqueteó con la muerte y tempranamente la enamoró. Dice Séneca en su primera carta a Lucilio que creemos que la muerte está lejos y, sin embargo, todo lo que vamos dejando atrás ella ya lo posee. La muerte ya se apoderó de uno de los nuestros, nos robó para siempre aquellas tardes de whiskies y “Vargas Llosas”, de vasos comunicantes y cajas chinas e, incluso, ella ya es dueña de este punto final ■ (*) Escritor
El corazón boggiano POR FERNANDO DEL RIO (*)
Chiabrando, Boggio y el actor Néstor Grotadaura.
un niño al que le preguntan si quiere jugar. Dije que yo tenía un cuento. Boggio empezó a leerlo y al cabo de algunos párrafos se detuvo. Movió su cabeza en señal de desaprobación y me disparó al medio de la frente: “Leo una frase y me parece estar leyendo a un gran autor. Sigo con la oración y ya me parece estar frente a un tipo al que le falta mucho. Leo el párrafo completo y me parece muy malo. Hacé una cosa, pegale una leída más tranquilo”, me dijo y mi estómago se contrajo hasta ser de un tamaño capaz de subir por mi garganta y llegar a mi boca. Estaba frustrado -¡qué sensación tan recurrente en esos talleres!- y Boggio lo notó. Entonces hizo lo que siempre hacía y que para mí era uno de los actos más reconfortantes del mundo: se levantó y mientras caminaba empezó a teorizar y a explicar, a hacer referencias, a poner ejemplos; después, llegó hasta detrás mío y allí se detuvo. Le pasó la palabra a alguien con la deliberada idea de cambiar el foco de atención y así poder transferirme su consentimiento en privado: me acarició la cabeza, me apretó los hombros. El otro día, al volver de su velorio busqué el cuaderno a espirales, documento garabateado de un taller de principios de siglo en la biblioteca de las Naciones Unidas. En el margen
superior yo anotaba siempre las palabras textuales de Boggio dirigidas a cualquiera de nosotros, y descubrí que ahí estaba él: “Me cuesta retomar la linealidad accional”; “A este cuento lo está escribiendo alguien al que le falta sentir la realidad”; “Hay que exponer más lo perceptivo”; “Cuando escribo tengo que saber lo que pienso, no tengo que decir lo que pienso”; “Hay que racionalizar lo imaginario”; “Tratemos que las acciones estén embarazadas de algo”; “Desde lo psicológico hay que decir lo sociológico”. La última vez que lo vi a Dani fue cuando le llevé mi novela “Que así sea” hasta el bar que regenteaba frente a la clínica Colón. Me hizo ir a una mesa del fondo y, con algunos elogios bien boggianos, me presentó ante una cardióloga. Lo interrumpí dándole mi libro y cuando leyó la dedicatoria me dio un beso y un abrazo. Después se levantó para ir a guardar el libro por ahí, pero regresó a los dos pasos. Me metió otro abrazo y entonces sí fue hasta la barra. Con la cardióloga nos quedamos hablando de su gran corazón ■
(*) Periodista y escritor surgido de los talleres de Daniel Boggio.
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o sé si la muerte pone blanco sobre negro o lo embarulla todo. Se murió Boggio. Y pensarlo y escribir sobre él es más bien un barullo que otra cosa porque Boggio generaba amores y desamores igualmente apasionados. En lo que me toca, fuimos amigos de vernos a diario durante años y de haber compartido muchas cosas, de las confesables y de las otras. Recuerdo ahora que hablaba mucho de la muerte y de la muerte joven que suponía su destino, así como recuerdo su dolor el día de la muerte exageradamente temprana de Cachi García Reig. Recuerdo, como recordarán muchos, que de cada casa se llevaba libros para nunca devolverlos, libros que dejaba en alguna otra casa que visitaba más tarde. En mi casa hay pruebas. Si los propietarios desean reclamarlos, se los cambio por los míos, lo que quizá se transforme en una buena ocasión para brindar por él. En lo relativo a su literatura, a todos, creo, nos hubiera gustado verlo en la trinchera de producir una obra
Mi deuda POR JORGE CHIESA (*)
Pasada la medianoche, recibo un mensaje de texto: “Falleció Daniel Boggio”. Me lo manda Mercedes Alvarez, una amiga que empezó a escribir en el taller literario que Daniel daba en la Biblioteca de las Naciones Unidas. Ahí lo conocí, ahí la conocí a Mercedes, ahí conocí a muchos de los buenos amigos que hoy me acompañan. No creo que Boggio me haya enseñado a escribir -no creo que nadie pueda- pero me enseñó a pensar. A pensar dentro y fuera del ámbito de la literatura. Daniel era un orador brillante, un gran lector, una mente demasiado lúcida. Cada una
más voluminosa y defenderla donde diera la ocasión. Pero eso sería como haberle pedido que no fuera Boggio. El, en cambio, se empeñó en dejar una obra pequeña y una cantidad enorme de papeles desperdigados (sé de poemas, guiones, cuentos y mil páginas de una novela medieval) como un Macedonio marítimo. Quedan preguntas. ¿La ciudad estuvo a la altura de lo que él hubiera necesitado para dejar una obra más acorde a la inteligencia que todos le reconocemos? ¿Intentó él estar a la altura de lo que la ciudad demandaba de uno de sus artistas más visibles, más venerados y más incómodos? Preguntas sin respuestas. Luego se podrá hablar de su bohemia, de sus hábitos, de sus vicios, pero si eso fuera verdad, si fuera verdad que la muerte elige primero a los viciosos y bohemios, sería fácil evitarla, y que se sepa nadie lo ha logrado. También los deportistas y los virtuosos mueren jóvenes. Hasta los santos mueren jóvenes. No me gusta pensar que es y será considerado una especie de mito de la cultura local porque seguro que ese mito se iría volviendo un muestrario de anécdotas poco felices, apenas. Mejor es pensarlo en las buenas y en las no tan buenas. A mí me basta. Me
de sus clases significaba, para los que fuimos sus alumnos, una revelación y él lo sabía y jamás especuló con eso. Nunca se guardó nada; siempre dio todo lo que tenía para dar. Daniel era un tipo sumamente sensible, más interesado en el bienestar de los demás que en el suyo; lo que en más de una oportunidad lo llevó a abandonarse a sí mismo, a verse envuelto en situaciones de las que tal vez nadie pueda zafar sin lastimar a personas que no merecen ser lastimadas. Una noche le dije que su problema era que él no había nacido para vivir en esta ciudad, en este mundo. Me contestó que yo acababa de hacerle el mejor de los elogios. Fuimos amigos, pasaron los años y, finalmente, cada uno siguió por su lado. Sé que en este momento, como diría su ad-
quedan las maratones de partidas de ajedrez, cien trasnoches, confesiones de borrachos y un humor común. También la lectura final de su libro “La vaca aficionada a la fellatio”, que debía tener nueve cuentos y tuvo ocho, porque uno se le había perdido y ni se molestó en buscarlo. Eso era él. Yo escribí la contratapa de ese libro al tiempo que él escribía la contratapa de uno que ya estaba editando por entonces. Cinco años después supe que la contratapa que escribió para mí era copiada de “El ejército de cenizas” de Feinmann. ¿Una broma? ¿Se la dio a escribir a uno de sus talleristas que eligió copiarla? ¿Un me ne frega? ¿Una burla? Así eran también las cosas con él. El resto, que es grande, me lo reservo. Es un secreto entre él y yo, y ahora un secreto mío. Un día dejamos de vernos y apenas volvimos a cruzarnos. La última vez me habló de la traición. No sé si lo habían traicionado o lamentaba haber traicionado a alguien. Ya no importa, porque la muerte parece querer poner blanco sobre negro pero en realidad lo embarulla todo. Vaya este saludo de despedida al amigo a quien ya no veía sino de casualidad y al que ya no me unía casi nada. Y que cada uno piense lo que se le dé la gana ■ (*) Escritor y tallerista
mirado Onetti, no sirven las palabras para explicar. Hacía muchísimo tiempo que no lo veía, y sin embargo, la noticia de su muerte me deja consternado, aturdido, hecho bolsa. Pensaba escribir algo más largo y de repente no puedo. Me doy cuenta de que no voy a poder. Pero yo pedí este pequeño espacio para decir algo y lo voy a decir ahora: muchas de las personas que escribimos en esta ciudad estamos en deuda con Daniel Boggio; la ciudad, de algún modo, también. Es la culpa, Daniel. Esa es la palabra. Viene del alemán y quiere decir tener una deuda imposible de pagar ■ (*) Escritor y poeta ganador de los premios Soriano 2010 en Cuento y Poesía. Fue alumno de Daniel Boggio
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El tipo de los zuecos POR CARLOS BALMACEDA (*)
—¿Quién es el tipo de los zuecos? —me preguntaron una vez. —Daniel Boggio, un amigo escritor — respondí sonriendo. Es que a Daniel, y eso lo saben quienes lo conocieron, le gustaba andar en zuecos. Todo el tiempo. Pero, ¿de dónde había salido ese tipo con zuecos que se volvió uno de los mejores escritores de la ciudad? Rebusco en el camino literario de Daniel Boggio para contar, en pocas palabras, el rumbo de una generación de escritores marplatenses. Y enfatizo el gentilicio: marplatenses significa nacidos en Mar del Plata. Para empezar: la crispada década del ´70 lo encontró a Daniel en el Colegio Nacional de Comercio, y entonces escribía sus primeros poemas y relatos, participaba en concursos literarios, publicaba poesías y cuentos en revistas y diarios de la ciudad, y ya soñaba con ser uno de esos escritores que publican libros en las grandes editoriales y aparecen en los grandes suplementos literarios. Sigo: antes de los ´80 se fue a Europa para vivir aventuras que nutrieron buena parte de su obra y en especial su primera novela, Las cenizas de la fantasía. Volvió al país, claro. Pasó por la universidad de Mar del Plata, leyó sin tregua lo mejor de la literatura argentina y extranjera y siguió escribiendo con fervor, método y ambición. En Mar del Plata formó parte de grupos informales de escritores, fundó un Centro Cultural y también un instituto dedicado a la teoría, la crítica y la investigación literaria. Publicó tres libros que integran el canon local: Tierra dividida, junto con Marcelo Marán —que fue prologado por Pedro Orgambide, que actuaba de orgulloso padri-
no—, una novela exquisita llamada Las cenizas de la fantasía, y la que sería su última obra: La vaca aficionada a la fellatio y otros cuentos. Con sus legendarios talleres se convirtió en maestro y guía de nuevos escritores gracias a que su sabiduría era tan polémica como luminosa. Es que Daniel amaba la literatura pero no se llevaba bien con el oficio cotidiano del escritor. Tal vez por eso, durante los últimos años de su vida luchó con una novela que no lo dejaba en paz y que jamás terminó. Tengo una hipótesis que me incluye: Daniel Boggio formó parte de una generación de autores marplatenses que produjo una ruptura profunda con la tradición literaria lugareña. No fue casual que haya surgido y publicado sus primeras obras en la mítica editorial Del Castillo, donde en la segunda mitad de la década del ´80 también publicaron Marcelo Marán, Julio Neveleff, los recordados Juan Carlos García Reig y Luis Alberto Lecuna, Oscar Balmaceda, Eduardo Balestena, Juan Pablo Neyret, y yo mismo. Las claves de esa generación —a la que por otros carriles podrían vincularse Roberto Topo Gispert y el santafesino-marplatense Javier Chiabrando—, bien podrían ser: el paso por la Universidad y la búsqueda de un saber sistematizado, erudito, incluso académico; la aplicación de técnicas y fórmulas narrativas cada vez más complejas y aggiornadas; la reformulación de los planos ideológicos y culturales de la época; el replanteo crítico de la historia y la identidad marplatense; la creación de un estilo discursivo y un espacio ficcional propio; el esfuerzo por consolidar un saber literario que permitiera el ejercicio laboral en áreas afines como el
Detrás de nuestros pequeños aciertos está su figura irreemplazable POR MAURO DE ANGELIS (*)
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aniel Boggio fue el hombre más impresionante que conocí. Limitar su valor al ámbito de la docencia en los talleres literarios es injusto y puede parecer que hablamos de esos maestros brillantes en su labor pero deslucidos y tediosos en su vida cotidiana; esos genios que viven en el anonimato y en una pulcra simetría hasta que una mañana los despierta el llamado de la academia sueca o el manicomio. Boggio, por suerte, no era así. Es imposible relacionarlo con la palabra tedio y con la palabra mesura. En cualquier lugar, ya sea una reunión nocturna, un aula o donde fuera, su presencia original, su talento y su humor dominaban todo. Nunca pasaba desapercibido. Excesivo, pasional, muchas veces incontrolable, irradiaba su forma de ser contagiando todo con su estado de ánimo. No tenía medias tintas: podía ser el hombre más divertido del mundo o el más trágico y oscuro, a veces en la misma noche. Parecía saberlo todo y haberlo vivido todo. Cuando desplegaba su inmenso bagaje cultural y se explayaba en algún tema (ya sea Kafka, el budismo o el fútbol) uno asistía a algo que no es muy común: el espectáculo de una inteligencia activa y efervescente. Nos mostraba las posibilidades de pensamiento (relacionar conceptos disímiles, extraer conclusiones inéditas, destrozar el lugar común) que puede haber en un ser humano. Boggio veía lo que el resto, aturdidos en nuestras anteojeras o en el apático conformismo, apenas lográbamos sospechar. Más que a “poner una palabra al lado de otra” -como diría él- a sus alumnos intentó enseñarnos a mirar el mundo con la cabeza de un escritor: es decir, desmontando las apariencias, profundizando en la realidad hasta llegar al fondo de la experiencia humana. Trató de inculcarnos el buen gusto y el desprecio por lo superficial y lo pomposo. Nos instó a corregir, a empezar de nuevo, a romper, las veces que fuera necesario. Nos dijo que el trabajo artesanal no es enemigo del genio. No sé si pudimos aprender todo, pero estoy seguro que detrás de cada pequeño acierto, está la figura irreemplazable de Daniel Boggio. Luchando contra la mediocridad y la chatura, siendo irreverentes y lúcidos, lo continuamos y lo honramos ■ (*) Alumno de Daniel Boggio; premiado en el Concurso Osvaldo Soriano 2010.
periodismo, el dictado de cursos y talleres literarios, o bien el acceso a cargos oficiales ligados a lo cultural y artístico. Finalmente, se trata de una generación ansiosa por consolidar una obra literaria que tenga los méritos y valores suficientes como para ingresar en el complejo sistema de producción, difusión y legitimación que caracterizan a los circuitos culturales más importantes del país. Algunos miembros de la generación aludida —siguiendo el derrotero que en Mar del Plata marcó Enrique David Borthiry con sus novelas— alcanzaron prestigio en el campo literario nacional y extendieron sus nombres al
ámbito internacional. Claro que hay más, mucho más, si de Daniel Boggio se trata. Sólo hablo de las líneas gruesas que formaban parte de mis charlas con Daniel. Ocurre que con los amigos uno jamás termina de dialogar del todo. Porque aunque ya no estén para contestarnos a viva voz, siempre nos quedan esos recuerdos que dan vueltas y vueltas en la cabeza, de día y de noche, para traernos su voz, sus reflexiones, sus ideas y sus sueños ■ (*) Escritor y compañero de recorrido de Daniel Boggio
Fuimos un dúo inseparable POR MARCELO MARÁN (*)
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erca de las dos de la mañana suena el celular. Inevitablemente una mala noticia. Me sobresalto, pienso que puede ser alguien de la familia. La voz de Cristina lo confirma. Murió Daniel Boggio. Familia. Ya hacía muchos años que no nos veíamos, en el sentido de pactar un encuentro. Esporádicamente la ciudad nos reunía. Un saludo a lo lejos, una situación protocolar, algún espectáculo donde nos cruzábamos. Sobre todo eso, cruzarnos. Hermanos distanciados. Cada uno por su lado, después de haber compartido diez años de vida. Porque entre los ochenta y los noventa prácticamente conformamos un dúo inseparable, al punto de ser difícil, en aquella época, el hablar de uno sin referirse al otro. Pero eso pasó y hoy al flaco Boggio se le ocurrió morir. Y más allá de una charla distendida y casi formal se nos quedaron el tintero –la literatura, la sangre, la tinta- un montón de cosas por decirnos. Lo conocí después de una aburrida reunión literaria de la que huimos para encontrar la noche, la tertulia y el alcohol. Inmediatamente nos reconocimos en la perversa obsesión por los libros. No sólo la literatura, sino algo más. Esa atracción impura por el objeto: libro. Me deslumbró su inteligencia, su elefantiásica memoria y su refinado gusto por la literatura argentina que dominaba con precisión de relojero. Para mi gusto era mejor poeta que narrador, oficio que finalmente había abandonado por el de maestro. Porque el aporte definitivo de Daniel a la literatura está dado en su enorme capacidad para enseñar y trasmitir las herramientas de la construcción de un texto. Todo su saber y todo su conocimiento es mucho más fácil rastrearlo en los libros de otro que en sus propios textos. Resignó, quién sabe a sabiendas una gran obra por conducir, iluminar, corregir, la obra de
otros. Cada premio, cada distinción, cada libro que editaba uno de sus alumnos era su premio, su distinción, su obra. En esos diez años de binomio creativo, escribimos, tomamos, nos reímos, leímos, tomamos, nos reímos, laburamos en la cultura de la ciudad –todavía la grandilocuencia verborrágica universitaria no había acuñado el concepto de gestión cultural-, tomamos, inventamos dos centros culturales, nos reímos, patentamos una inútil tarjeta de descuento artística, un fondo editorial inviable, miles de proyectos sin sentido y una feria de artesanos de provincia que casi nos depara el escarnio público y la cárcel. Después de cada frustrada batalla volvíamos a iniciar la rutina del bar, del nuevo sueño, del nuevo texto, como si se pudieran restañar las heridas de guerra con literatura. No era fácil acompañarlo y la vida nos distanció, como dos hermanos que se alejan y que después no encuentran la palabra que los reúna. Paradójico, nosotros que siempre estuvimos escarbando las palabras. Recuerdo el día que lo conocí; la noche de tormenta cuando presentamos el libro; la tarde que nos metieron presos en Buenos Aires; su orgullo y amor por Lucía, hija de sus ojos; las interminables correcciones y lecturas de su novela y cientos de cosas que me guardo. Daniel se ha llevado todas, salvo las que quedan en sus libros, en los textos de sus alumnos y en el corazón de quienes lo conocimos■ (*) Dramaturgo, escritor, director de teatro, ex secretario de Cultura.
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APARECIÓ “EL TEATRO Y LOS NIÑOS 2”
Para estimular al niño espectador “El teatro y los niños 2”,
Los imperdibles de la literatura infantil y juvenil POR ESTELA VEGA
juegodepalabraslee@yahoo.com.ar
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odos los padres quieren lo mejor para sus hijos y cuando de libros se trata el lema es el mismo. Los mediadores de lectura debemos estar actualizados para ayudar a las familias en el momento de seleccionar autores o textos para sus hijos. Muchos de los libros que se editan sólo tienen intereses en el mercado editorial, en cambio, quienes asesoramos en este tema, nos comprometemos con la tarea y en cada elección de libros que se propone hay una función estética y una mirada poética, que la mayoría de las veces no coincide con la del mercado. En consecuencia, no sólo basta conocer los últimos catálogos publicados por las editoriales, sino asistir a congresos o jornadas de capacitación en dicha temática.
Entre el 24 y el 28 febrero de 2010 se realizó en Santiago de Chile el I Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil, (Cilelij) organizado por la Fundación SM. Escuchar a los autores más representativos de esta literatura, a los investigadores y la excelencia de sus trabajos permitieron a los asistentes tener un panorama más amplio sobre el tema tratado: pasado, presente y futuro de la literatura infantil y juvenil. La inauguración comenzó con un homenaje a figuras destacadas de iberoamericana: Teresa Castelló Yturbide, “Pascuala Corona” (México, 1917); Alicia Morel (Chile, 1921); Montserrat del Amo (España, 1927); María Elena Walsh (Argentina, 1930), y Lygia Bojunga (Brasil, 1932). Mientras se desarrollaba el acto, la orquesta de niños y jóvenes “Antonio Vivaldi”, interpretaba nanas infantiles de distintos países. La primera jornada del congreso también se caracterizó por la realización de homenajes a los pioneros en Iberoamérica. La misma fue realizada por escritores e investigadores prestigiosos que nos llevaron, en un viaje imaginario, por la vida y la obra de cada uno de ellos. A continuación el detalle de la misma: – José Martí, 1853-1895 (Cuba). Aramís Quintero (Cuba). – Rafael Pombo, 1833-1912 (Colombia). Beatriz Helena Robledo (Colombia). – J. B. Monteiro Lobato, 1882-
1948 (Brasil). Marisa Lajolo (Brasil). – Gabriela Mistral, 1889-1957 (Chile). Jaime Quezada (Chile). – “Marcela Paz” [Esther Huneeus Salas], 1902-1985 (Chile). Ana María Güiraldes (Chile). – Francisco Gabilondo Soler, 1907-1990 (México). Daniel Goldin (México). – Javier Villafañe, 1909-1996 (Argentina). Carlos Silveyra (Argentina). – Carmen Bravo Villasante, 1918-1994 (España). Manuel Peña (Chile). Oscar Alfaro, 1921-1963 (Bolivia). Gaby Vallejo (Bolivia). Por un lado, la República Argentina estuvo muy bien representada por el presidente de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina (Alija), profesor y escritor Carlos Silveyra (quien realizó un emotivo homenaje al querido Javier Villafañe) y una delegación conformada por: Liliana Bodoc, Marcela Carranza, Alicia Salvi, Roberto Sotelo e Istvansch. También estaban como asistentes, escritores de la talla de María Teresa Andruetto, Gustavo Bombini, Susana Itzcovich, entre otros. Por otro lado, entre los autores e investigadores extranjeros más destacados que participaron podemos mencionar a: Antonio Skármeta (Chile), Juan Villoro (México), Luis Cabrera (Cuba), Pedro César Cerrillo (España), Daniel Goldin (México), Manuel Peña (Chile), Beatriz Helena Robledo (Colombia), Elizabeth Serra (Brasil), Ana María Machado (Brasil), Jaime García Padrino (España), Antonio Orlando Rodríguez (Cuba), Gemma Lluch (España), Dolores Prades (Brasil), Luis Cabrera (Cuba), Teresa Colomer (España), Francisco Hinojosa (México), Yolanda Reyes (Colombia), Jorge Eslava (Perú) y Jordi Sierra i Fabra (España) y muchos más. Al término del congreso (terremoto mediante) se presentaron los libros: Historia de la Literatura Infantil en América Latina, de Manuel Peña Muñoz y el del Gran Diccionario de Autores Latinoamericanos de Literatura Infantil y Juvenil. Para terminar, creo que este tipo de encuentros impactan tanto en los mediadores que provocan una necesidad imperiosa de compartir dicha experiencia como se comparte una rica comida. ¡Apúrense que se enfría! No deje de buscar libros de estos importantísimos autores. Tanto el terremoto del 27 de febrero como las réplicas emocionales del congreso, todavía me asaltan. ¡Hasta el próximo encuentro! ■
selección y prólogo a cargo de Nora Lía Sormani, (Editorial Atuel, Buenos Aires, 2011,192 páginas)
POR JUAN CARLOS LICASTRO
juancarloslicastro@gmail.com
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n su esclarecedor y conceptual prólogo, Nora Lía Sormani afirma que “la función fundamental del niño espectador debe ser la de observar, mirar, contemplar los mundos poéticos, y dejarse afectar emocional, estética, lúdica e ideológicamente por ellos”. Y más adelante agrega que las seis “obras incluidas en esta antología de “El teatro y los niños 2” siguen esta línea de teatro de arte, dramaturgia de calidad que propone un juego simbólico significativo desde el escenario y estimula la expectación y la autonomía imaginativa del niño”. Pero esta breve introducción va más allá del teatro para chicos, es una aguda reflexión que merece analizarse en todo el ámbito de los estudios dramáticos. Una aventura en el ciberespacio,
de Germán Cáceres, es una obra encantadora, plena de humor, en la cual cuatro amiguitos viven una singular experiencia propia de la ciencia ficción. Registra un mundo tecnológico -computadoras, celulares, juegos de rol- que, unido a la temática fantástica, captará con seguridad la atención de los niños. Leonel Giacometto se inspiró en un cuento popular cuzqueño para componer La danza del cóndor, un bello y poético texto que expone interesantes parlamentos entre un cóndor, una mujer y un picaflor. Se respira sensibilidad y sutileza, la que indudablemente reclamará del mirar asombroso de la niñez. En busca de la felicidad perdida, de Eleonora Lotersztein, adapta y pone en escena El pájaro azul, de Maurice Maeterlink. Es una pieza ágil, dinámica y divertida, con canciones y juegos de palabras que señalan que la felicidad reside en nuestro interior, no siendo necesario salir a buscarla fuera de nuestro entorno. Popi, la tía mágica, de María Rosa Pfeiffer, es una comedia musical que -con suma alegría y ritmo trepidante- apela a la libertad de conducta, al abandono de la rigidez y los estereotipos. Las pegadizas letras de las canciones contagian su clima celebratorio. Como el mismo Fabián Sevilla
aclara, Nariz fugitiva es una versión más que libre del cuento “La nariz”, de Nicolai Gogol. Como resultado ofrece un texto creativo, rico en ocurrencias, y utiliza inteligentemente el espacio escénico mientras la acción se torna vertiginosa. Con talento y audacia, Patricia Suárez pone a prueba la imaginación infantil en Reloj cucú, una obra chispeante, original, de tono y clima lunáticos. Es un lúdico planteo cuyo espíritu abreva en lo más festivo del teatro del absurdo. Muy logrados los diálogos ■
■ Lecturas Fuente: Cámara de Libreros del Sudeste de la provincia de Buenos Aires
Los libros más vendidos de la semana FICCIÓN
1.LOS PADECIENTES 2. LOS SINSABORES DEL VERDADERO POLICÍA 3 . AVE DEL PARAÍSO
Gabriel Rolón. Roberto Bolaño. Joyce Carol Oates.
Emecé. $72. Anagrama. $75. Alfaguara. $89.
Pilar Sordo. Olga Lengyel.
Norma. $62. Emecé. $89.
Ezequiel Fernández Moores.
El Ateneo. $62.
Bill Vidal. Ediciones Gabriel Bombini. Mario Vargas Llosa.
B. $64. Eudem. $60. Alfaguara. $85.
NO FICCIÓN
1.VIVA LA DIFERENCIA 2.LOS HORNOS DE HITLER. 3.BREVE HISTORIA DEL DEPORTE ARGENTINO RECOMENDADOS
1.EL ORO DE MOSCÚ 2.LA CUESTIÓN CRIMINAL 3.EL SUEÑO DEL CELTA
Recomendados:
Fragmento de “Arlt, el bárbaro” (ensayo incluido en Desconsideraciones, de Abelardo Castillo, editado por Seix Barral) Si algún escritor rioplatense se ha acercado a eso que llamamos genio, escribió aproximadamente Juan Carlos Onetti, ese escritor fue Roberto Arlt. Sobre este punto parecería haber cierto acuerdo. Excepción hecha de Sarmiento, no hay otro escritor argentino -ni siquiera José Hernández, ni siquiera Borges-, a quien esa ambigua palabra (genio), signifique lo que signifique, le siente mejor. La incomprensión de sus contemporáneos, la agresiva amoralidad de su obra, el desprecio de Arlt por casi todo lo que no fuera él mismo, y su muerte prematura, fueron armando esta imagen algo enfática: el bárbaro desdichado y genial. Si Arlt además se hubiera pegado un tiro o, por lo
menos, hubiera sido drogadicto o alcohólico, el calificativo de genio se le aplicaría ya sin cautela o dosificación alguna. Esta caracterización emotiva -que, debo aclararlo, íntimamente comparto pues tengo la fuerte sospecha de que Arlt era, en efecto, un hombre de genio-, tiene sin embargo un inconveniente; nos desembaraza del escritor Roberto Arlt. Lo saca del orbe de la literatura y lo instala en esa especie de cielo o Más Allá alegórico habitado por los poetas locos, los enfermos iluminados, los niños irresponsables del arte. Roberto Arlt deja de ser un novelista, un dramaturgo, un hombre de ideas, para transformarse en un caso clínico o en un enigma literario ■
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La canción del cangrejo POR DANIEL BOGGIO
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lega a la esquina del hotel, se detiene y observa las fachadas irregulares y grises de la cuadra. Luego posa la mirada en el cartel irregular. Casi absurdo: Residencial B Igra o, dos ausencias decisivas, fugas de luz azul, que convierten el nombre del prócer, alto, eminente o elevado, persona de alta dignidad, en un vocablo ininteligible. Paradojas de la historia. La calle se ve abandonada. De vez en cuando los faros de algún auto atraviesan la oscuridad, casi de color negro, confusión, parte en que se representan las sombras. Eso exactamente: sombras atravesadas por los faros veloces de uno, dos, tres autos. En ese momento él siente, sí, siente, él está sintiendo una especie de punzada en el estómago. Debe ser de hambre. Sospecha que esa molestia e incluso el leve temblor de las piernas se deben a que no ha comido nada durante todo el día. En cambio fumó, caminó, entró a numerosos lugares, paseó su imposibilidad de reconocer la ciudad de millones de habitantes, personas que constituyen la población de un barrio, ciudad, provincia o nación. No patria, no obstante. No la palabra que no encuentra y lo deja dolorido y perplejo. Entonces fumó, caminó: buscó sobre todo determinados, indeterminados signos en la gente: algo que revelara, en los demás, el derecho al pronombre posesivo: mi país, mi pueblo. Sonríe. Piensa. Vocación de tango se dice, música del Río de la Plata y el gesto apenas esbozado evoca vagamente la sonrisa pero no le pertenece: una mueca fea, hacia abajo, estirándole los labios delgados. Tarde o temprano va a tener que, a tener que. Ahora lo asalta el rostro singularmente triste de Brenda, o quizá no triste sino simplemente el rostro de Brenda, los incontables rostros, caras, partes anteriores de la cabeza, picos de aves, también, de Brenda. Preguntas que no pudo, que ya no podrá responderle ¿por qué así, de golpe? ¿y solo? Solo. Y el último rostro de Brenda, en la estrechez del boulevard Beaumarchais a las catorce y treinta y dos: el colmo de la precisión, mientras el otoño es, sigue siendo, un cielo bajo, de postal, profusión de hojas amarillentas, mise en scéne. Ha comenzado a caminar hacia el hotel. Sube los gastados escalones de mármol y recibe la llave de manos de un conserje flaco y sobresaltado, con algo de pájaro. El cansancio es un deseo imperioso: tirarse a la cama: abolir el tiempo: dormir, reposar de manera que estén en suspenso los sentidos y cualquier movimiento voluntario. Cuando se despierta son más de las nueve. No ha descansado sin embargo. Se ha extraviado en regiones donde el sueño era un recurso adicional para la agitación, un extravío donde acechaba el terror, las máscaras humanas del terror: de nuevo las antiguas pesadillas. Emerge de ellas, los gritos, esa silueta a su lado, con la certeza del cuerpo sobre la colcha ordinaria. Se levanta y va pesadamente hacia el baño. Un privilegio reservado a sólo seis habitaciones en todo el hotel. Con lentitud se cepilla los dientes, se enjuaga la boca y entonces siente un fuerte gusto a cloro, elemento no metal, anticongelante, desinfectante para las aguas, espesándole la saliva. Sospecha que esto le tendría que provocar cierta lejana familiaridad, pero en cambio su centro nervioso reacciona con un intenso desagrado. Escupe un par de veces. Supera la tentación de probar nuevamente y comienza a afeitarse: gillette: gillete es
te detrás suyo, hay un grupo de obreros. Aunque han terminado de comer, siguen tomando. Un rato después uno de ellos levanta el vaso y dice, con solemnidad algo que él no logra escuchar. Ahora insiste: por Perón, lo más grande que hubo: vacila un instante antes de continuar: en este país de mierda. Está satisfecho. En la otra punta de la mesa uno ha comenzado a reírse maliciosamente. Parece divertido y gira la silla y sigue riendo de manera desafiante mientras se frota los testículos, glándulas de los animales de sexo masculino, de forma ovoide, con ambas manos. El peronista se enfurece: quiere golpearlo: se le va encima pero los demás se interponen, separándolos. A pesar de Cuento aparecido en el libro “La vaca aficionada a la fellatio” que todo ha sido muy y gentilmente cedido por la Biblioteca de Escritores rápido, él pudo ver claMarplatenses, ubicada en 9 de Julio 3276. ramente el arrebato de igual en todos lados. Magia transnacio- furia en las facciones, un odio tan intenso nal. Al terminar se mira con detenimien- como fugaz: de nuevo bromean con natuto: esa fijeza de los ojos debajo de la luz de- ralidad. Le resulta extraño. Aún el nombre masiado blanca, irreal, haría falta escribir invocado le parece remoto. Haciendo un un cartel en el espejo: una frase de amor esfuerzo logra recuperar la imagen del geno. Sería ridículo. Mejor sólo para locos, neral, los brazos abiertos, pero ya irrumpe disparatados, que han perdido la razón, una película italiana, ya las imágenes de poleas que giran libremente sobre su eje. Perón y de Alberto Sordi se confunden abSe arrepiente, no estepario ni nada que se surdamente. ¿Perón besando a Mónica le parezca y se ducha con una urgencia Vitti? ¿Alberto Sordi dirigiéndose a la multitud desde el balcón? inexplicable. Se acomoda en la silla y nota que ha coYa en la calle, el movimiento, alteración, desplazamiento de un cuerpo res- menzado a llover. La gente trata de no mopecto de un sistema de referencias, le re- jarse. Caminan unos detrás de otros ¿por sulta excesivo. La mañana es algo que es- qué en fila india? debajo de aleros y martalla alrededor suyo. Está abrumado: bus- quesinas. Sin embargo Brenda festeja y da car, o no, no un verbo sino un vértigo. Lo pequeños pasitos, casi de baile, entre los interrumpe un dolor abrupto, una mano charcos. Una suerte de rito inexorable: cerevolviéndole el estómago. Y entra a desa- remonia del amor: manifiesta teatralidad yunar a un bar de los que frecuentaba an- del amor sin la cual quizá el amor mismo tes: la ventana cruzada por un listón grue- no exista. El la acompaña conmovido, súso, la mesa pesada y oscura: la voz de Bren- bitamente puro esa tarde, cediendo a la da. El inicio casi obligado, sudamérica, ver desmesura más bella del deseo: ser todo folleto adjunto de la época, ¿oficio de hé- corazón, estar en vos como la madera en el roe?, claro que tenés cara de sudamerica- palito. Es eso. Es suficiente. El no ha elegino ¿si? ¿y cómo es la cara de sudamerica- do libremente, no ha podido hacerlo. no si se puede saber? así, como la tuya. El Otras cosas si. Lejanas. Opciones donde la tono de Brenda, el revoloteo de las manos vida y la muerte no eran vanas metáforas: en el aire de Pompidou, y después el mis- nociones corrompidas por el dolor humamo revoloteo desordenado, pero ya en su no. Ya llueve con violencia. Por algún moticuerpo. La avidez de Brenda. Esa primera ¿última? instancia del amor: glándulas, vo lo invade una imperiosa necesidad de secreciones, infinita red de sensores del recorrer la ciudad en colectivo. Paga. Sale. placer, minúsculos conductos infalibles Se aleja. Tres verbos que lo conducen haentre el cerebro y la epidermis. Y la peque- cia veredas desparejas y rotas. Llega a una ña muerte ¿la única paz será la paz sexual? avenida. Allí se detiene. Quince minutos ¿Ausencia de voluntad, así de simple? más tarde, empapado, sube a un colectivo Languidez donde decir, en voz muy baja, rojo. El chofer maneja con suficiencia te quiero, alguna vez, pasados algunos canchera, no mujer encargada de cuidar meses: susurro de incorporar unas pocas y una cancha, no rayada, no batalla contra vulnerables letras al hecho, ya consuma- los españoles. Para concluir con la disperdo a esta altura, de haberse mudado al pe- sión: simplemente el chofer maneja con queño apartamento de ella, en el boule- una soltura adquirida en años de hacer el vard Beaumarchais. Hacer, deshacer, la vi- mismo trabajo. La ciudad entonces es una da juntos. De pronto comprende que es la sucesión de formas difusas, arquitectura hora del almuerzo, porque las mesas se disuelta por la lluvia, precipitación sobre han ido ocupando una tras otra, sin ex- la superficie terrestre, de frente o de concepción. El local está repleto: oficinistas, vección, según la provoque un frente frío trabajadores. Desde su posición alcanza a o una corriente cálida ascendente. Brenda leer en forma invertida café-bar-restau- llega antes. La encuentra sentada en el rante, estampado en la puerta. El revés de suelo, en medio del living. Y ella no dice la trama. En la mesa de al lado, ligeramen- nada ni suelta una sola lágrima. Así son las
cosas. Romper el cristal donde se refleja el mundo, justamente por eso. Brenda se levanta y lo mira largamente: palabras que no podrán decir; formas del silencio. Así son. En mi país es primavera. Hasta último momento ella no había creído que se iría. No había querido creer. Ahora va hacia él y se abrazan con ímpetu, acción acelerada, capacidad para actuar con decisión ¿desesperación o? y cuando por fin se desprenden Brenda sabe que algo irreparable ha sucedido, que ya no son ellos, que son apenas el recuerdo de ellos abrazados frente a la ventana. Cuando cesa de llover se encuentra en una plaza. La humedad es todavía agobiante. Siente los pies hinchados y la piel grasosa y sucia. Cruza con lentitud hacia el Bajo. Luego vuelve y se sienta en un banco de cemento. La plaza, esa plaza precisamente, está casi desierta ¿a la realidad le gustan las simetrías? ¿o es un simple artificio? baile de disfraces, juego de abalorios, conjunto de cuentecillas de vidrio con las cuales se hacen adornos. Hay unos pocos jubilados, palomas haciendo alarde de su permanencia. Ellas sí. Los pasos nerviosos en busca de miguitas sí. La soledad sí. No ha refrescado. Una brisa espesa y aún más húmeda sopla desde el puerto. Intenta prender un cigarrillo y lo consigue recién al tercer fósforo. Ya es noche cerrada; el Cabildo y la Casa Rosada parecen páginas arrancadas de un libro de texto. Ahora nadie. Ni siquiera Brenda, porque ella se limita a bajar con él por la escalera estrecha y oscura, sin un gesto que delate la tristeza, sin otra manifestación de la tristeza que no sea el rápido envejecimiento de la mirada, cuando abre la puerta con sus llaves y el Boulevard Beaumarchais es un abismo y ya se queda allí, muy quieta. Entonces todo se termina de nuevo, toda prolongación del amor en la memoria y él se aleja sin darse vuelta una sola vez, sin querer darse vuelta ni mirar la plaza mojada y vacía a sus espaldas. Son más de las cuatro cuando vuelve al hotel, después de cenar en un bodegón y haber recorrido bares ruidosos y miserables. Esa noche la pesadilla retorna idéntica y sin embargo diferente, próxima: primer plano con una figura baja, vociferante, de pelos hirsutos y bigote recortado. Se despierta con la sensación de calambres en todo el cuerpo. Es tan nítida que, durante algunos minutos, no sabe si lo verdadero es aquel tormento o esta pieza silenciosa ¿ambas realidades? ¿Irrealidades? Como si fuera él y otro a la vez; otro: el que soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre. Se incorpora a medias, respirando hondo. Un hombre entonces, lo que un hombre hace con sus fragmentos, lo que recoge de su propio estallido. Mete la cabeza debajo del chorro frío del lavabo. Lo sacude un escalofrío. Se seca, extrae del botiquín un frasco pequeño de alcohol y se lo echa en la nuca y el cuello, frotándose con energía. Enseguida se viste y sale. La ciudad muestra su aparente normalidad ¿neutralidad? Sin saber el motivo, se detiene frente a una peluquería. En el fondo del negocio cuelga, bien visible, un cartelito: prohibido hablar de política. Durante unos instantes su mirada se cruza con la mirada opaca del peluquero. Apenas eso. Después se da vuelta y atraviesa la calle. Sereno. Dispuesto a que el tiempo haga una segunda marca de lápiz sobre la primera ■