La Cigarra No. 4 sintaxis urbana

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Edición: Alejandro Cámara Alexia Halteman Julio Rivas Rojas Rubén Gil La Cigarra Número cuatro lacigarrarevista@gmail.com La Cigarra es una revista independiente hecha en Guadalajara, México. El contenido de los textos es responsibilidad de los autores. Ilustración de portada: Sebastián Hidalgo Dibujos de cigarras: José Clemente Orozco Farías Noviembre 2013-enero 2014 Impreso en Calca Av. Cruz del Sur 616, Rinconada de las Arboledas, Guadalajara, Jalisco. ISSN en trámite


Índice 5 | Del Periférico hacia acá Reverendas Madres Ciclistas 8 | Calistenia de la tarde Bun Alonso 10| 100 muestras de diafragma de cerdo Ángel Ortuño 12 | Despedida de los bienes Agustín Abreu Cornelio 13 | Para brincar de gusto sobre los intestinos del presidente Mario A. Garibay Ancyra-Baigorritz 18 | Fuga para una ciudad sitiada Omar Nieto 22 | Un escuinapense en güadalajara Arnulfo Valdez Oleta

24 | Apuntes sobre el bache Primitivo Ron 27 | Vida instantánea Victoria Mendoza 29 | Colorless green ideas sleep furiously Xosé Jared Galván 34 | Las ciudades y los cuerpos Jasón Bustos Gráfica 36 | Constelaciones terrestres Sebastián Hidalgo

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Editorial 4

El término “sintaxis urbana” responde a la convergencia del espacio lingüístico y el espacio urbano. La sintaxis, esa rama de la gramática que estudia la combinatoria y la organización de los elementos de una lengua, une fuerzas aquí con la ciudad, espacio anónimo de acumulación de vidas, objetos, situaciones, anécdotas y pensamientos. Teniendo en cuenta, pues, el concepto de sintaxis como préstamo del estudio del lenguaje, ¿dónde se intuye la organización urbana? En el límite de velocidad de las calles, en el alumbrado público que ornamenta las noches, en la concreción de un plano arquitectónico y en el ajetreo constante que caracteriza al ciudadano. En esta entrega de La Cigarra la vida en la ciudad pasa a ser una determinante en la disposición del texto y en el ritmo del mismo. De manera simultánea, el contenido nos lleva a reparar en la paradoja de la cotidianidad urbana, cuando el individuo se siente solo en medio de la multitud. A un año de haber comenzado con este proyecto, La Cigarra inaugura la sección Gráfica con la serie “Constelaciones terrestres” de Sebastián Hidalgo. En ediciones pasadas, el artista gráfico de cada número ilustraba algunos de los textos y hacía una interpretación propia del tema en la portada. En el presente número, nos hemos propuesto dar un paso más y agregar un texto visual, un conjunto de imágenes que aporten al eje temático. “Constelaciones terrestres” es una serie que a partir de croquis o mapas arquitectónicos representa a los habitantes —humanos y vegetales— de esos espacios y su interacción. La primera obra que compone la sección gráfica la hemos incluido a manera de mapa turístico-cósmico, que relativiza y contextualiza a los croquis que se encuentran a continuación. Estos son espacios imaginarios que todos conocemos y vivimos; todos hemos sido uno de esos puntos rojos, pero no siempre hemos punteado nuestras miradas. Tanto imágenes como textos señalan perspectivas que participan en la conformación del espacio urbano.


Del Periférico hacia acá Reverendas Madres Ciclistas No seremos bálsamo para vuestras heridas, sino sal y alcohol que os remueva el pudridero interior. Reverenda Madre Ciclista Litibú del Santo Encarnamiento

Guadalajara no está hecha para los automóviles, Guadalajara no soporta más carga vehicular, en Guadalajara no caben más estúpidos motorizados; sin embargo, Guadalajara es la ciudad perfecta. Nosotras, las reverendas madres ciclistas, instauradas como una orden semiindependiente y contestaria, antipapista y antiinstitucionalista, defensoras de la locomoción con el propio cuerpo y las propias energías, más santas que la Santa Sede y más incisivas que el Divino Oficio y todos sus hocicos mefíticos, constatamos día a día que la ciudad que alberga nuestro convento desde la época virreinal es simplemente perfecta. Os preguntaréis embrollados en un vórtice gomórrico

cómo es posible que profiramos tal aserto. Os responderemos con nuestra humilde sabiduría doctísima: Número 1: Definamos Guadalajara no como esa maraña de municipios descompuestos que parecen el manuscrito del Infierno de la comedia de Dante tirado al camino real y pisado por las mulas insensatas, sino como todo lo que está del Periférico hacia acá (por acá entiéndase nuestro convento ubicado en el centro de la ciudad) en orden y concierto relativos. Número 2: orden y concierto tienen que ser bien asumidos como aquél primer orden y aquél primer concierto establecidos por los fundadores hace más de 450 años, aquellos que trajeron los planos de la ciudad

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desde un continente en donde los villorrios desbordaban anarquía, suciedad y pestilencia. Esos barbones simplones que no imaginaron nunca el estropicio de jaulas con cuatro ruedas que harían devenir nuestra atmósfera un vómito de inmundicias y texturas leprosas. Número 3: Recordemos que esos planos del siglo xvi son la manifestación de la utopía renacentista del trazado de ciudades en forma de tablero, con rúas amplias, edificios funcionales —fueran religiosos o gubernamentales—, grandes aposentos y casonas sólidas. Un asomo, digamos, de inteligencia clara y lucidez espiritual. Número 4: Apuntemos que esa utopía renacentista se solidificó en la mayoría de las ciudades virreinales de la Nueva España. Número 5: La ciudad, en principio, se volvió un sistema perfecto que comenzó a autocopiarse hacia los cuatro puntos cardinales. Así, sencilla y perfecta, hasta que llegó el siglo xx y con él la plaga de los automóviles, camiones, motocicletas y estúpidos al volante; además de los afanes modernizadores y progresistas cuarenteros, cincuenteros y sesenteros que vinieron a dar al traste con el equilibrio urbano y han

desbordado el caos en los últimos quince años de nuestra historia. Dadas las premisas anteriores y dada también nuestra doctrina del pedaleo y el sudor, sabemos que es insulso el continuo abarrotamiento de la calles con automotores, indignante la paulatina destrucción del patrimonio cultural y arquitectónico en aras de ampliaciones viales y generación de sitios para estacionamiento, apabullante la escalada de violencia y estrés entre el ciudadano común que no concibe su vida sin el automóvil y, por último, absurda la vida de pánico y egoísmo vacuo que caracteriza al tapatío promedio. Nosotras, que sabemos del mundo y lo observamos a través de nuestra actividad ciclista, insistimos, a pesar de todo lo anterior, que la ciudad es perfecta. Desde nuestra perspectiva de confrontación con el manto de prejuicios cognitivos y sociales que aquejan a las multitudes, nos movemos entre el estercolero de los automovilistas comprobando día a día que podemos ir de un lado a otro de forma rápida y feliz, puntuales y sin contaminar, a nuestras diligencias apostólicas. Que de un punto a otro el tiempo y el espacio son amigables,


porque solemos llegar a destino más rápido que los automovilistas, o por lo menos, invirtiendo los mismos minutos, contenemos, entre nosotras, la asquerosa proliferación de lonjas y caras mustias. Que no gastamos nuestro patrimonio en imposiciones del sistema tales como el combustible, los seguros, los pagos de estacionamiento, la inversión inútil y esclavizadora que implica adquirir un automóvil, la cuota de los franeleros, las visitas al taller. Así podríamos proseguir ad nauseam. Hay aún en nuestra ciudad un horizonte amplio. A pesar de las inútiles políticas de movilidad de pacotilla que proponen hipócritamente los gobiernos y todo su aparato de caníbales insaciables, la ciudad es ideal para desplazarse en bicicleta. La bicicleta nos independiza del martirio gratuito, de la penitencia sin sentido, del extravío de la cordura, de la obesidad, de los simulacros clasistas, de la pérdida nocional de la verdadera existencia… en pocas palabras, de las características que suelen ser la envergadura del automovilista. Ergo, hijos nuestros que nos estáis leyendo, deplorad la práctica social de transportarse en automóvil, moveos sin prisa deslizándoos sobre la bicicleta, apar-

taos del bullicio asesino del ciudadano que no respeta a nadie ni a nada porque, según su opinión de mandril trisómico, sólo él, su coche y sus prioridades son lo que importa. Manteneos en el umbral del equilibrio corporal y calórico, de la sonrisa genuina que asegura la oxigenación cerebral y, de vez en cuando, tiraos una flatulencia levantando el culo del sillín cuando paséis al lado de la ventanilla abierta de una camioneta conducida por alguna señora copetona con cara de chuleta cruda. Y, atendiendo a la mesura y a la microtextualidad de nuestras manifestaciones, aquí callamos. mamén reverendas madres ciclistas

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Calistenia de la tarde Bun Alonso I OĂ­mos recio el resplandor de la tarde nos descolgamos la camisa y arrojamos lejos la prenda fusionamos sudores con la cal amarga de las paredes

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y fundamos en el agua el paraĂ­so que no habitamos AsĂ­ nada es bueno en esta resolana con su gran memoria de calle y todo lo que se ve es incomible Algo palpita y es la tarde la gente adelgaza tras sus casas II Por no mamarse el bochorno


de cualquier torva azotea por no andar entre grietas desérticas meando levantando el polvo y meneándome por las estrechuras de los días quise un rato distraer a este sitio de su fogosidad de edificios sin embargo afuera se escuchaban gruñidos algunos como inofensivos y otros como rencores III Qué será de estas calles sin el tañido de unos pasos que desmenucen la tarde La comarca de soles no será más que un grano de su propio desierto

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100 muestras de diafragma de cerdo Ángel Ortuño Estos resultados no descartan

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la posible venta de carne y su digestión artificial o que la piel se use para algunos vendajes que afectan a casi cualquier mamífero incluido el ser humano como si hubieras pagado más de lo


que otros pueden por el placer de que te quemaran los pies mientras la Virgen te revela al o铆do: toda la ropa que me ves sali贸 de la basura, hijo querido. La ciudad es enorme y generosa.

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Despedida de los bienes Agustín Abreu Cornelio

siento el murmullo de los recolectores arder

bajo la ventana

como el respiro

de las mujeres secas

en cada roce marital

se oculta bajo el tufo de quien teme a la basura que ha tomado

es la prosperidad

por las orejas

a las húmedas lámparas

a los perros

que conocen

del amor fugaz

las verdades

que incinera

las flores

que me impide saber quién llega con sus guantes quizá puestos al revés

bajo la ventana

esas manos anónimas

por el interior

quiebran

la imaginación que puso

mis manos

en una bolsa

de mi cabeza

la mirilla del revólver y la pólvora

en otra bolsa el perfume

éste es el signo

la culpa de la prosperidad

y también el rugir

de un camión recolector

que lleva el husmo de quienes trabajan sus muertes

a punto de olvidar

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Para brincar de gusto sobre los intestinos del presidente Mario A. Garibay Ancyra-Baigorritz nadie sabe que hay una Plaza de la Rep煤blica que se llena de antig眉edades los domingos y un obelisco apagado desde su proyecci贸n; y una mujer con figura de madre, embalsamada en cobre, con un gran sacudidor que se qued贸 petrificado por la mugre y un par de senos al aire con cagadas de paloma en los pezones. Nadie sabe que la gran avenida llena de bacinicas monumentales que nace del obelisco

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ostenta el constructo institucional prefigurado en el imaginario político sobre basas de cantera metafórica. Nadie sabe que la dama que es cúspide del monumento que se alza sobre una pirámide de base circular es un ángel que se vomitó de tristeza. Pero todos repiten,

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con su boca despojada, la letanía de la incertidumbre, la blasfemia inoculada por la maestra de primaria, con su cerebro de pajarito, por el maestro de civismo, con su cerebro de pajarito, por el director de la secundaria, con su cerebro de pajarito,


por la maestra de historia, con su cerebro de pajarito, por el inspector de zona, con su cerebro de pajarito, por los apoltronados en la sep, con su cerebro de pajarito. El respito al pelecho añejo es la pus, Don Benote, padre de la Putria. Viva nuestra acta prostitucional y nuestra Res Púbica Fefetal. Las armas se cubrieron de escoria. Afirmemos nuestras lubrertades. Consolidemos las greyes. ¡Vivan nuestros héroes encueradores! El pueblo que ha sido inventado, —porque el pueblo no existe, sino la gente, que come y defeca—,

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el pueblo espurio que vive de pronunciarse en la boca de los que inventan naciones, confiere un cargo a un señor que también come y caga, pero que tiene cerebro de pajarito. Y entonces decimos: ¡Francisco Nárquez, murió por la Putria!

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¡Agustín Nalgar, murió por la Putria! ¡Vicente Surrades, murió por la Putria! ¡Juan de la Perrera, murió por la Putria! ¡Juan Escrotia, murió por la Putria! ¡Fernando Montes de Otra,


muri贸 por la Putria! Y nuestras avenidas, de por s铆 plet贸ricas, se vuelven catedrales en cuyos nichos y oratorios las quimeras excitadas despedazan a mordiscos sus pa帽os tricolores.

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Fuga para una ciudad sitiada Omar Nieto

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Cuando pierdes la capital de un país, pierdes la guerra. De ahí su importancia. A pesar de haber estado recluido tanto tiempo, él lo sabía bien. Aunque la música le impactó, no le gustó, pero de cualquier modo no había ido ahí para divertirse sino para trabajar. Para eso lo habían sacado. Los grandulones de la entrada le dieron un candado que se echó a la bolsa del saco de pana con el que se sentía entiesado, pero que le cubría la funda de una de las pistolas. El saco le quitaba lo paisano y funcionaba también para su plan de fuga definitiva. Había salido como los demás para hacer una chamba, pero a diferencia de otros, él no regresaría a la jaula. Se desesperó. El objetivo no llegaba. Se entretuvo viéndole las nalgas a una morra, buenísima y bonita. Pendejo, le dijo ella cuando se dio cuenta. Él se ofendió. En otra circunstancia hubiera sacado la fusca y ahí mismo la

hubiera quebrado, pero intentó tranquilizarse, tenía que hacer el trabajo; tranquilo, tranquilo, se repitió. Pidió otra cerveza, que le sentó de gloria, y caminó entre la gente, tratando de distraerse con las conversaciones. Hablaban de libros y de arte, y pendejadas así. Le cagó escuchar a un morro de suéter alardeando que se había ganado un concurso de novela de cien mil dólares y más cuando dijo: no me van a venir mal, una pequeña lana siempre sirve de algo. Hijo de puta, dijo él, a mí por quebrarme un cabrón me pagan mil dólares, con cien mil me alcanzaría para echarme a cien de ustedes, culeros. Luego le molestó aún más escuchar a un tipo decir que había leído un libro donde se aseguraba que una bala expansiva solo le había hecho un agujerito a su víctima y que éste podía hurgarse la herida con el dedo. No mames, dijo él, si ni los chalecos del ejército aguantan


una expansiva. Cuánta mamada escriben, dijo, y dio el último trago de la chela antes de ver llegar a su objetivo con dos chavos más y una chavita de cabello rubio. Se tocó la .22 que traía en la parte de atrás del pantalón y la 9 mm, que traía en el estuche debajo de la axila. El dj cambió el tipo de música a algo popular. Esa era la señal que confirmaba que el recién llegado era el objetivo. El escritor premiado reclamó por el cambio musical pero algunas morras comenzaron a bailar. El objetivo también. Alcanzó a oír que decía, ya empezó lo bueno. El escritor de los cien mil dólares se fue. Él se grabó su cara. Pasaron casi dos horas hasta que el objetivo, un morro de no más de 25 años, se dirigió al baño muy pedo. El hombre que limpiaba el escusado puso su letrero de favor de esperar. Era otra de las señales que acreditaba a aquel joven como el objetivo. Allá abajo hay otro baño, le dijo el limpiaescusados y el objetivo obedeció entrando a un pasillo de botellas vacías y cascos de refrescos. Él lo siguió, sacó la 9 mm, y se la puso en el riñón. Síguete, baja las escaleras, esta onda es por lo de tu papá. En efecto, escalones abajo encontraron un cuarto con escobas, trapeadores y más cascos de refresco. El

morro comenzó a llorar. Él cerró la puerta. Híncate, le gritó. Se le puso detrás. Se guardó la escuadra en la funda y sacó la .22. Quitó el seguro, jaló el martillo y le dijo: prepárate, te vas a ir. No, por favor. Y se fue. Le dio un tiro que sonó como un chasquido. La música se oía a lo lejos. El chico se desplomó. Él buscó de inmediato el casquillo y lo encontró. Lo metió a una bolsa de plástico, como se hace con las caquitas de los perros. En la bolsa también metió la .22. Cerró la puerta y por fuera puso el candado que le habían dado en la entrada. Cuando pasó por el baño ya no había letrero ni hombre que limpiaba. En la barra tampoco estaba el cantinero. El dj había dejado la música sonando. La gente seguía bailando y los dos amigos del objetivo se fajaban a la güerita. Hijos de su puta madre, dijo cuando no vio a los cadeneros tampoco. Miró su reloj. Algunos jóvenes llegaron y se le quedaron viendo, pero él se cruzó la calle. Llevaba apenas 24 horas fuera de la cárcel bajo la promesa de que ejecutando al objetivo lo iban a recoger en una moto para poder sortear el tráfico nocturno de fin de semana y sacarlo de la telaraña de la ciudad para ayudarlo a darse a la fuga. Se desesperó. En la ca-

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lle, marcada paradójicamente con el nombre de Tamaulipas, se oían sonidos de una sirena muy a lo lejos. No había forma de saber si ya alguien había descubierto al muchacho. Hijos de puta, repitió. Había pasado un minuto desde que le había metido la balita .22 en la nuca al chamaco y comenzó a ponerse nervioso. Cuando pasó minuto y medio, empezó a caminar. Los autos con la música a todo lo que daba lo pusieron de malas. Culeros, dijo. Los que construyeron esta ciudad y los que me traicionaron. Vio su reloj. Pensó quitarle la nave a algún conductor pero habría sido un suicidio. Esto no es una película, dijo. Me agarrarían a dos cuadras. Esta pinche ciudad es un laberinto. Caminó hacia la estación del autobús confinado, a cinco o seis calles de ahí. Lo hacía a paso firme, sin tratar de llamar la atención, pero sentía que en cualquier momento lo detendrían. Llegó a una iglesia y vio pasar una patrulla. Tocó la empuñadura de la 9 mm. Pronunció un hijos de puta. La torreta siguió de largo y él respiró. No tarda en chingarme la contra, dijo. ¿Y si paro un taxi? Igual se va atorar en este pinche caos, pensó. Había visto la estación del camión articulado cuando llegó. También a una mujer policía como

guardián. Seguro ha de estar pintándose las uñas, dijo, y si no, ahí nos reventamos la madre los dos. Comenzaron a entrar patrullas a la zona, tal vez coludidas con el otro cártel. Tres minutos y medio era el récord que había logrado instaurar el gobierno de la ciudad en una llamada de auxilio. La mujer policía estaba en efecto, pintándose las uñas. Abordó el vagón del articulado. En el oriente tomaría un taxi y se iría hasta la salida de la ciudad para robarse ahí un carro y jalar hasta una carretera federal para rehuir las casetas de cobro repletas de militares. Y de ahí hasta Tenosique, Tabasco, para pasarse a Guatemala, donde conocía a gente amiga. Habían transcurrido siete minutos desde el balazo al objetivo y ahí estaba, en el articulado, pensando en quién sabe si saldría de la perfecta ratonera. Pensó en desviar el camino. ¿Colonia del Mar o Zapotitla donde tengo buenos compas? Mala idea, güey, se dijo. Cómo eres pendejo. Las patrullas ya invadían el carril del armatoste, pero nadie sabía si iban al lugar del siniestro o a cualquier otra cosa. Se bajó del articulado. En plena avenida Zaragoza, a unos metros de un enorme hospital del gobierno, paró un taxi. A los Reyes, pidió. Le cobro 150 varos, respondió el taxista,


ya es tarde y es el Estado de México. Es peligroso. Va, dijo él, desde la parte de atrás. No se le iba de la mente los cien mil dólares de aquel pinche escritor soberbio. Cuando salieron de los límites de la ciudad, puso la 9 mm en la nuca del taxista. Oríllate, le ordenó. Métete en esa calle. Te vas a ir, le dijo, y como había hecho con el objetivo, quitó el seguro. Dame las llaves. No me mates, manito, te juro que no digo nada si me dejas ir. No seas canijo, apenas si gano para comer. Le quitó la pistola de la nuca. Lo pensó un poco. Tienes razón, compa, le dijo. Tú mereces vivir más que muchos cabrones que se andan divirtiendo en los antros y escribiendo pendejadas. Más que los pinches traidores. Mejor bájate y jálate para tu casa. O mejor no. Síguete de frente. Es tu noche de suerte. Esta pinche ciudad de cagada está diseñada para que nadie se salga, pero hoy tú y yo nos vamos a salir…

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Un escuinapense en güadalajara Arnulfo Valdez Oleta Pongámosle comas a los semáforos

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que de nada sirven sin luz pa’ palpitar. De nochi despierta la batalla de las altas y una tras otra deja a un ojo de obturación

[lenta

un panteón de puntos suspensivos voces, pesadillas del silencio. Onde vengo no se ven comillas en las [banquetas, aquí es mera estilística

petatiadas


[en los rincones

una qui’otra deambulando suelta por ai. La Ley no es la comerciante sino la del [más salvaje aquel que cabalga cuadras pantioneras veintidós sílabas le vienen güango gerundios motorizados mientras que de forma literal el Significante

entenado de la poesía

(de rancho)

monta al burro de la pasión onírica. Ignórenme que sólo estoy de paso en estos asfaltos mecánicos, pos’onde yo vengo

el Significado

se usa como tarraya pa’ sacar agua ¡jum! ya de perdis un tambache de camarón.

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Apuntes sobre el bache Primitivo Ron

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Tras unas cuantas lluvias, las calles se fracturan, emergen las costras negras y se revientan las ampollas de chapopote. Es entonces que la semilla del bache comienza a enraizar. Sabia virtud conocer el bache y dar el volantazo a tiempo. Momento maligno aquel sacudón bachístico que anuncia la agonía de la suspensión, torcedura de cuello y uppercut al bolsillo del conductor. El bache es ese traspié insospechado que lastima los amortiguadores y la autoestima del automovilista (“¡mi nave!”), que sólo salió a la tienda y regresó con el coche hecho pedazos. El bache socava la moral automovilística. Hace perder la fe en las autoridades y en sus inexorables “reencarpetamientos”. De tanta intervención, algunas calles se ven dispa-

rejas. Lamen el límite horizontal de la banqueta. Son calles prietas, ajenas al pálido concreto con el que los panistas alfombraron algunas avenidas de la metrópoli para taparle las patas de gallo durante los Panamericanos. Es de admirarse la entereza de los tapatíos tras caer en un bache. En ese momento la resignación se alza como virtud. La ira se descarga golpeando el volante o insultando al primer conductor que se muestre descortés: “¡Hijo de tu reputa madre!” En la metrópoli hay tantos baches como perros vagabundos. En diciembre de 2012, el titular de la Secretaría de Servicios Municipales tapatía, José Luis Ayala, dijo que de los 300 mil baches detectados en la ciudad, se habían tapado 125 mil. Bastaban 20 millones de pesos para que en junio de 2013 el problema de los baches quedara


resuelto. “Quiero que se publique un anuncio próximamente que diga: ‘Se busca bache’”, dijo el funcionario. Tras un recorrido en Santa (crá)Tere, me di cuenta que había llegado a “Bachelandia”: baches al principio y a la mitad de la calle, en los cruces, debajo de los autos detenidos en doble fila. Baches con agua pútrida. Baches con tierra seca. Baches con basura amontonada. Baches socavón. Baches rasgadura. Baches costra. Baches chancro. Baches tumor. Baches roña. “Bache que te remueve las carnes”, completa “Roja”, una conductora que sufre las imperfecciones de las calles de la colonia Santa Elena de la Cruz. El bache sorprende. Siempre se aparece a unos cuantos metros del coche como aviso póstumo o castigo a la velocidad. Es un mecanismo de defensa de una ciudad que a menudo cambia de tejido asfáltico. El bache también resulta injusto y parcial: enriquece al mecánico y deja sin vacaciones al asalariado. En una sociedad dependiente del coche (uno de cada tres), el bache significa una maldición. Los reflejos para detectar baches son más potentes que los del portero que detiene todos los penales.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, un bache es un “hoyo en el pavimento de calles, carreteras o caminos, producido por el uso u otras causas”. Interprete otras causas por lluvia, agua, llantas, calor, gobierno y Dios. Hay baches cazuela, baches olla y baches cenotafio (con llantas enterradas en su interior). También hay baches adornados por banderas, palos y basura. Usted puede experimentar la fuerza del bache cuando el trémulo viaje del camión urbano se ve interrumpido por una sacudida que despereza a todos. Los baches son tan familiares que la gente les toma fotos para mandarlas a los noticiarios matutinos. En ocasiones, el olfato periodístico de un viejo reportero de televisión se mide en su capacidad para detectar baches y mostrarlos sesuda, dramática y descriptivamente en sociedad: “Mira nada más esta cripta. Mi reporte…” Los accidentes de los baches se cuentan por racimos en los cafés de la ciudad: “Llegas y ¡pum! Ya no te queda más que resignarte.” También se discute sobre su inexorable evolución: “Un bachecito se encharca y los autos lo van aflojando y se hace un bachesote.”

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“Where is my bache?”, bromean los vecinos de la calle Santoscoy, en Santa (crá)Tere cuando ven que su bache ha sido restañado con una capa de piedritas negras. La ciudad no puede explicarse sin los baches, fieles y ostensibles cicatrices de la ineficiencia gubernamental.

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Vida instantánea Victoria Mendoza int. dep. 1947 - 4:43 a.m.

ext. 0/0 - 5:56 a. m.

Tiene la meticulosidad de ordenar las formas y cantidades de lo efímero dentro de baúles ocres. En hojas membretadas de diez por veinte intenta inspirar la certeza de lo inevitable; tiene más tinta negra que sangre en las venas. Pilas de tabletas insípidas, complejas, suplementarias de la degradación, la observan desde la mesa de té. Ella cierra con candado los baúles. Pone un pie al filo de la ventana, y desde el piso diecinueve, ingrávidos sonidos, luces mortecinas y olores confundidos con sabores llenan la vida instantánea que termina de un solo golpe.

El sudor impregna su cuello, a cada veinte latidos toca el bolsillo de sus blue jeans. Cruza tres manzanas con las mandíbulas crujiendo, presiente miradas cernidas a sus hombros, palabras sueltas con acuse. Veinte latidos, los cristales no se han evaporado. Al norte se dibuja el cemento y el metal que dan forma al destartalado bloque de apartamentos, en el que su vida se reduce. Luces rojas, luces azules. Demasiado ruido, demasiadas cabezas, conoce esos uniformes, conoce esas placas. El sudor resbala entre el esternón, veinte latidos…

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int. dep 624 - 4:44 a.m.

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Hurga en el fondo de su Bottega Veneta donde revolotean las más variadas mentiras empaquetadas, hasta que da con el badajo de llaves. Introduce, gira, abre. Pedazos de la última tendencia la reciben, sólo eso, pequeños tributos de la vanidad. A tanto vacío le hace falta un gato siamés para convertirlo en cliché. Sostenida en el umbral de la escenografía, surge de entre sus pechos un relicario. Abre, gira, inhala. Ni siquiera se percata de la sombra bajando por su ventana. int. dep. 1627 - 4:43 a.m.

Abre el congelador y saca de una esquina un durazno escarchado. Toma un cuchillo aserrado y mutila con precisión la húmeda piel del fruto. A paso lúdico, evadiendo las líneas de los azulejos, llega hasta el ventanal de su recamara. Encendiendo su durazno con truco, las luces de la ciudad tintinean acatando una nueva cadencia. Pega la mejilla al helado vidrio y el vaho de su aliento empaña

la transparencia, podría estar toda la madrugada observando la ciudad. La contracción del humo ante sus pupilas, transforman la caída de esa mujer de cabellos cenizos en algo lejano, intangible. Tal vez debería dejar pasar la temporada de duraznos. int. dep. 1807 - 7:27 a.m.

Observan el asfalto maculado en sangre, dieciocho pisos abajo. —Tú la conocías, ¿no? Me suena su recuerdo en una plática. —Estaba enamorado de su sombra, coincidente con la mía en los elevadores y pasillos. No la conocía. —Todos tus vecinos son sombras. Cuando terminan hechos un cuajo de carne estrellada y astillas de huesos, es momento de mudarse. Gotas grises, de una lluvia perene, dan por cerrada la ventana y la conversación.


Colorless green ideas sleep furiously Xosé Jared Galván Comment me serais-je doutée que cette ville était faite à la taille de l’amour? Marguerite Duras, Hiroshima, mon amour

Cada esquina es ella; es su cuerpo donde doblo a la dirección de sus pasiones. Su ojo rasgado es cada lámpara detonando en la lente de mi ojo. La lluvia es ella que vuelve con el abrazo húmedo de todas sus mareas. Bebo su boca hecha gotas y de nuevo la encuentro en otra esquina: su pierna, sus muslos, su pulgar que me recorre todas las orillas. Enciendo mi mano y arranco hasta su cuello, ignorando cada semáforo en rojo, porque ella siempre es verde, verde, verde, ¡verde!

/ ¿Recuerdas el cuadro? / Sí, lo encontré una vez en una revista y lo recorté. Estuvo colgando de uno de mis muros hasta que lo devoraron las polillas. / Moscú devorada por polillas; no puedo imaginarlo. / ¿Alguna vez estuviste en Hiroshima? Pareciera que la devoraron cientos de polillas gigantes. / ¿Y Moscú? En el cuadro parece devorada más bien por el amor. / No, el amor no se la devora, por el contrario, el amor la construye. / No lo sé, tal vez los amantes la deforman, tal vez la ciudad

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es una masa moldeable, un laberinto que adquiere la figura de los pasos de quienes lo deambulan, como si el mapa sólo fuera el camino recorrido y el destino estuviera a la vuelta de cualquier esquina... / En Moscú no hay esquinas. / Tienes razón, Kandinsky no pintó ninguna. / (...) Cerca y lejos no son adverbios espaciales sino pasionales. / Recuerdas mis versos... los escribí la noche en que conocí el cuadro. / Entonces quisiste decir que la pasión moldea las calles, que la distancia se mide sólo con el deseo. / Eso parece. /

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* No importa qué lugar ocupe la cosa, mientras dicho lugar sea correspondiente a la categoría de la cosa. El frutero sólo es frutero si lo lleno de frutas; un día lo llené de lápices y creé un lapicero. A la ciudad la llené con mis pasos y la volví camino. Entonces empecé a buscarla; puse cada iglesia, cada edificio, cada avenida congestionada en el lugar preciso para llegar a ella. La ciudad va en línea recta. Abordo el tren y desciendo en el rincón que se me plazca: Plaza Universi-

dad, Bellas Artes, Les Champs-Élysées, Kíyevskaya... y siempre ahí está, como una incolora idea verde durmiendo furiosamente. La veo, al centro de Moscú, rodeada por concéntricas edificaciones, templos enrojecidos y humeantes chimeneas; ahí está, pero el camino nunca se acaba. Alcanzo su cuerpo y se convierte en una nueva ciudad con sus laberintos. Pero a mí no me importa ni el serpenteo de las calles, ni el color de las casas, ni la posición de los templos, ni el tráfico hormigueante que me asfixia, ni si es de día o de noche, si la lluvia cae o el sol calcina, si las lámparas iluminan cada paso, o si las incoloras ideas verdes duermen furiosamente. Nada me importa mientras cada camino, corto o largo, ancho o estrecho, cárcel o puerta, me lleve directo a su boca. * Esperar por ti, aquí, en alguna calle del centro invadida por las sombras o en el fondo del mar misterioso y sin fin... da igual, la espera es la misma, el ahogo es el mismo, tu ausencia duele igual, tu cuerpo me llama con el mismo dolor en la montaña o en la cafetería, mi boca te sabe le-


jos en el columpio o en la isla donde soy náufrago, bajo la caricia torrencial del río o sobre el lomo de la paloma; el camino no es más corto ni más largo desde el Tíbet o Buenos Aires, sólo es el mismo camino que separa mi casa de tu casa, la de los espejismos. Podría dar todos los pasos y recorrer cada lejano misterio de la tierra, pero la distancia entre mi mano errante y tu espalda marmórea no se inmutaría. No desiste la muralla ensimismada que aísla y te mantiene fuera. Y podría mirarte en la calle, bebiendo café, leyendo tus libros; saludarte de mano y sentir, entre tus dedos y los míos, el abismo voraz de todos los mundos y el torbellino del vacío que, en otro día, en otra página, sería el mismo camino de mi casa a tu casa. * Tiempo después, le hablé sobre la ciudad en línea recta. Ella seguía pensando en los espirales del cuadro de Kandinsky, así que no aceptó por completo mis ideas. Traté de explicarle que los círculos de Moscú I eran las formas ideales para la ciudad de dos enamorados, donde todas las construcciones giraban en espiral alre-

dedor de ellos, donde la ciudad se movía con sus pasos, haciendo de cualquier lugar (mientras ellos se encontraran ahí) el centro gravitatorio de toda urbanidad; un destino, un punto final infinito donde todo está siempre por acabarse, pero no se acaba nunca. París, Londres, el Defe, Hiroshima, Kuala Lumpur, ciñéndose como serpientes cansadas sobre las huellas de los amantes. / Ésa no es la ciudad para nosotros. / La ciudad en línea recta, en cambio, no era un fin ni una meta, sino un camino. Ahí (para mí, siempre aquí) era uno el que construía las calles y sus edificios, guiando los pasos directo y sin escalas al otro. La longitud de la ciudad dependería, como ella misma lo había dicho, solamente de la magnitud del deseo de ser alcanzado; y la pasión por alcanzar(la) sería la sustancia con que el primero (yo) edificaría su camino: “La pasión moldea las calles”. / Una ciudad así no tiene sentido / ¿Como las incoloras ideas verdes que duermen furiosamente? / Es diferente, Chomsky no quería construir una ciudad. / No es diferente. Chomsky quería construir una oración perfectamente edificada aunque careciera de sentido.

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¿Tú crees que una ciudad moldeada por la pasión, a pesar de no tener sentido, no sería bella? Los templos irían en el lugar donde tienen que ir los templos, y los parques en el lugar de los parques, las calles se cruzarían donde las calles tienen que cruzarse... / ¿Y las esquinas? / No comprendes. Tener que doblar en una esquina no significa que el camino llegue a otra parte. Podría doblar en todas las esquinas de mi ciudad, pero al final de cada acera siempre te encontrarías tú. / Sólo tienes que ignorar los semáforos para alcanzarme. / Tú eres el verde de los semáforos, el verde incoloro de las ideas. Puedo atravesar todas las luces porque en mi ciudad siempre están en verde, pero ¿qué color me espera del otro lado de la frontera? * ¿Recuerdas ese poema donde te hablaba del camino desde mi casa a tu casa? ¿Recuerdas que te dije que bien podría estar en el Tíbet, o Buenos Aires, o Moscú, o París, o en cualquier cafetería del centro y aun así el camino sería el mismo? ¿Recuerdas esa carta donde hablaba de los

pájaros y las jaulas? ¿Recuerdas con qué seguridad te escribí que un pájaro dentro de una jaula no es más que un adorno? ¿Y recuerdas a Kandisnky y las polillas? ¿Y las incoloras ideas verdes que duermen furiosamente? En mi ciudad todas las jaulas están abiertas, en mi ciudad puedo dar el paso que sea sin ningún misterio, en mi ciudad conozco el camino que lleva directo a ti aunque se me ocurra doblar en cualquier esquina. ¿No entiendes? Yo puedo tomar el metro y llegar a tu cuerpo, hundirme en sus callejuelas, en sus luces de neón, en su humo de alcantarilla; ¿pero puedo atravesar todos los semáforos en verde y tener la seguridad de no chocar en ninguna esquina? Tal vez yo no conozca tu ciudad, pero tengo la completa certeza de que ahí está escrito, en alguna ley palpitante, que mi nombre es el único gentilicio de tu cuerpo.


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Las ciudades y los cuerpos Jasón Bustos I

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Despierto con un dolor de asfalto taladrando en la cerviz. Deslizo los dedos sobre las banquetas masticadas. Alzo la mirada a mi lejanía cubierta de muros y muros, y muros resquebrajados, muros con la fina recién hecha, y muros con moretes bermejos, y mi mirada se desvanece en la última lámpara de la calle que, en su isla de luz bermellón, desprende a las sabandijas de su manto anónimo y nocturno. II Soñé con una gran tribulación de pies sobre mí, encontrados en una multitud que no se toca. Convexo en mis relieves, habitado innumerablemente por mí mismo,

voluble, ansiaba la catástrofe. Soñé con una gran tribulación de escombros sobre mí, encontrados en una multitud inerte que se estorba. Echado en la furia de los escombros, descansé en la secuela de la catástrofe. III Despierto y no sé nada. Siento mis brazos y piernas, pero al levantarlos hay muñones, o no los levanto y en realidad se me ha subido el muerto. Acepto lo segundo y me invade el vértigo de habitarme muerto. De mí emana una niebla luminosa que se posa a la distancia de una vaharada. La nube indolente nace dándome la espalda. Alberga frente a sí a la noche larga y plena, y detrás me tiene a mí, residiéndome como un grito.


IV Despierto absoluto. La distancia entre mis órganos cúbicos es plana y constante, sus líneas, limpias y circunspectas. Hoy, despertado por las palmadas de una lluvia mansa, el petricor no posee otra intención que el silencio. Hoy me permito ser la gloria del cosmopolitismo. Con las aceras vacías, me añoro como el sueño geométrico de quienes en su cabeza se anotan líneas de construcciones perfectas, pero trazan con un palo gara����� batos sobre tierra mojada. Sobre tierra mojada y dura… dura y plana como un lecho… como un lecho que se extiende permitiendo mi descenso… y mi lecho es extenso, extenso, extenso.

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Constelaciones terrestres Sebastiรกn Hidalgo


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1. Mapa* tinta sobre papel 24 x 32 cm 2009

5. Locales comerciales tinta sobre papel 21,5 x 34 cm 2009

2. Parque tinta sobre papel 21,5 x 34 cm 2009

6. Casa con árbol tinta sobre papel 21,5 x 34 cm 2009

3. Bar tinta sobre papel 21,5 x 34 cm 2009

7. The wanderer* fotografía 2013

4. Casa de campo tinta sobre papel 21,5 x 34 cm 2009

*Estas piezas no pertenecen a la serie “Constelaciones terrestres”.

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Colaboradores

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Agustín Abreu Cornelio 1980. Ciudad de México. Licenciado en Letras Hispánicas y Maestro en Bellas Artes con especialidad en Escritura Creativa. Actualmente cursa el doctorado en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Pittsburgh. Ha publicado los poemarios Los reflejos, Caramelo de muerta (plaquette) y “El impuro descanso” (en el libro colectivo El éter de las esferas). En 2013 aparecerá Extinción del testimonio, editado por el Instituto Estatal de Cultura del Estado de Tabasco. suspirarcomolavictoriadesamotracia.blogspot.com Ángel Ortuño 1969. Guadalajara. Licenciado en Letras por la Universidad de Guadalajara. Es autor de los poemarios Las bodas químicas (1994), Siam (2001), Aleta dorsal. Antología falsa (2003), Perlesía (2012) y 1331 (2013). Sus poemas han sido publicados en revistas como Letras Libres, Replicante, Luvina y Revista Salmón. Fue incluido en la muestra de poesía mexicana El manantial latente (2002) y en otras antologías, que además han sido traducidas al francés y al alemán. Arnulfo Valdez Oleta Octubre de 1990. Escuinapa, Sinaloa. Estudiante de la Licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara. Ha publicado en la revista La Testadura. Miembro del consejo editorial de la revista Himen y columnista en el portal de la revista Clarimonda. Este año participó en el Curso de creación literaria para jóvenes de la FLM, en colaboración con la Universidad Metropolitana de Monterrey. Vocalista y


guitarrista en Haikú. facebook.com/haikuescuinapa Bun Alonso 1989. Gómez Palacio, Durango. Abandonó la Licenciatura en Informática para ingresar a la Licenciatura en Filosofía. Ha publicado en las revistas literarias Estepa del Nazas y Acequias. bunalonso.blogspot.mx Jasón Bustos Enero de 1992. Pátzcuaro, Michoacán. Actualmente cursa el quinto semestre en la Licenciatura en Filosofía de la Universidad de Guadalajara. renacimientonegro.wordpress.com Mario A. Garibay Ancyra-Baigorritz 1977. Guadalajara, Jalisco. Profesor de lingüística y alemán en la Universidad de Guadalajara. Acordeonista en Los Bomberos. akergorri@hotmail.com hongostoeterno.blogspot.com Omar Nieto 1975. Puebla de Zaragoza. Maestro en Letras Latinoamericanas por la UNAM. Fue antologado en 2010 en Cuentos del Sótano I y II (Endora). Becario del Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia y la Escuela Mexicana de Escritores. Integrante de los talleres de Pablo Soler Frost, Eduardo Antonio

Parra, Luis Humberto Crosthwaite y Daniel Sada. Es autor de Las mujeres matan mejor, novela finalista del Primer Premio de Novela Planeta-Sanborns. @Omar_Nieto lasmujeresmatanmejor.com Primitivo Ron Guadalajara, Jalisco. Redactor. Reverendas Madres Ciclistas Nuestra orden tiene sus orígenes en una rama disidente y apócrifa de las Adoradoras del Divino Verbo, asentadas en la Nueva Galicia desde la época virreinal. Hoy en día promulgamos el evangelio de la bicicleta y realizamos nuestro apostolado pedaleando camufladas por las calles de la ciudad. Nuestro lema actual, porque todo cambia, es: “más perras que Gadhafi y más sabias que San Agustín”. Nos caracterizamos por ser antipapistas, antiinstitucionalistas y autoritarias. Se nos ha criticado por aceptar novicias transgénero y por desatar nuestras lenguas de legión pseudodemoníaca. Para mayor conocimiento de nuestra labor, consultar nuestras redes sociales o dirigirse a Sor Tuita, nuestra encargada de relaciones públicas. Ciclodios os colme de pedaleos. (La ReMaCi Superiora). @ReMaCis remacis.blogspot.com Victoria Mendoza 1994. Hidalgo del Parral, Chihuahua. Asistente ejecutiva.

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Xosé Jared Galván José Jared Galván Rodríguez. 1989. Guadalajara, Jalisco. Ingresó a la Licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara. Desde el 2011 reside en la Ciudad de México, donde estudia Lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Ha publicado en las revistas Numen, las letras están aquí, Papalotzi, Boletín ENAH y en el blog Zonambulantes de la editorial La Zonámbula. Fue publicado en el No. 3 de La Cigarra. Actualmente trabaja de forma independiente en su primera novela titulada Diáspora.

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Ilustraciones: Sebastián Hidalgo Marzo de 1985. Puebla, México. Estudió en la Universidad Politécnica de Valencia, Facultad de Bellas Artes de San Carlos y en la UNARTE en Puebla. Sus exposiciones individuales han sido: “El camino comienza al final del sendero” en Galería la Miscelánea de Puebla (2013), “Habitantes” en Galería Lazcarro de Puebla (2011) y “Veladuras” en Espacio Sero de Puebla (2008). Además, ha participado en exposiciones colectivas, de las que destacan: CODEX Book Fair 2013, “Small Art NYC” en Jeffrey Leder Gallery, N.Y., la XV Bienal de Pintura Rufino Tamayo y, en 2011, Zona MACO. http://sebastianhidalgo.net/

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Puntos de venta

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Chihuahua: La casa del búho (Rúa de Las Humanidades s/n, Campus Universitario I) Ciudad Guzmán: AirePAZ (Cristobal Colón #58 Zona Centro) Culiacán: Café Marimba (El Dorado #1203) Fabuloso Chantaje (Ruperto Paliza #80000) Guadalajara: AirePAZ (Chapultepec #155) Café Quimera (López Cotilla #1080 esquina con Argentina) Caligari (Juan Manuel #1406) Curro & Poncho (Torre Cube, Blvd. Puerta de Hierro #5210) Darjeeling (Morelos #1491) Hotel Demetria (La Paz #2219) La Mata Tinta (Juárez #145-11, Tlaquepaque) Laboratorio de Arte Jorge Martínez (Belén esquina con Independencia) Peregrino Café Bistro (López Cotilla #875-1) Rendez-Vous (Libertad #1903 esquina con Colonias) Rojo Café (José Guadalupe Zuno #2027) Puebla: Profética Casa de la Lectura (3 Sur #701) Xalapa: 2288 (Murillo Vidal #130) La Rueca de Gandhi (Úrsulo Galván #65) Librería El Hombre Ilustrado (Francisco Moreno #7) Librería Hyperión (Rayón #18)


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No. 4

30 pesos noviembre 2013-enero 2014


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