La Cigarra No. 9 hoy sí abrimos

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No. 9 Hoy sĂ­ abrimos

No. 9 | marzo-mayo 2015 | $30.00


Índice 5 | Qx Juan Daniel Mosqueda Esparza 9 | Margaritas Carmen Estirado 11 | Otra vuelta José Vitola 15 | La ranura Xosé Jared Galván 18 | White Days Priscilla Becker 24 | Tardanza Debra Figueroa

27 | El patio César Rito Salinas 29 | Viejos putañeros Hugo A. Cortés Rodríguez Gráfica 35 | Stills Alejandro Santamaría Gráfica 40 | verysorrysaints Saúl Wes y Marcel Bohumil

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Editorial

La frase viene tomada de uno de esos cartelitos que los tenderos suelen colgar cerca de las puertas o sobre ellas. Blanco, de letras de colores rojas, azules o verdes; encuadrada toda la frase con líneas rectas del mismo color. Si se trata de la primera vez ante ese letrero uno se siente alentado. Ayer estuvo cerrado este lugar, pero hoy no es así. Qué suerte. Pero si el enfrentamiento vuelve a suceder, en un mismo lugar, la sensación es incluso la de haber viajado en el tiempo. Con la duda de si se ha retrocedido o avanzado un día. ¿Estoy por comprar lo mismo? Eso en un primer momento. Luego uno cae en cuenta y acepta con enfado el truco. No hay extraordinario, sino que es lo mismo que ayer y será igual mañana. El tendero o tiene aspiraciones de publicista o es un arduo trabajador, aunque no lo suficiente como para cambiar de letrero. Entonces «Hoy sí abrimos» pareciera adquirir curiosidad por su disputa con el tiempo. A pesar de presumir de un reinado del ahora mismo y la cotidianidad, la memoria se echa a andar o el cambio se presenta como un reto alcanza-

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ble. O lo que quizá sea lo mismo: nos hace conscientes de nuestro día a día, de los pasos que repetimos a lo largo de la semana, en contra de todas las contingencias e imprevistos, y en igual medida nos incita a explorar puertas de nuestro pasado —vanos por los que alguna vez cruzamos— o a tantear aquellas que nunca hemos abierto. ¿Es mérito propio estabilizarse ante los vastos cambios que hay de un día a otro o es trampa e ilusión creada por la rutina o la vanidad? Lo indudable es que ponemos diario a prueba nuestra tolerancia a la repetición —real o ilusoria—; algunas veces se vuelve insoportable y buscamos escapatorias al estanque, ya sea en el recuerdo o en el progreso; otras aceptamos y disfrutamos de la calma y la conformidad. Por hoy sólo esperamos que los materiales de esta edición respalden o contradigan estas palabras en la mayor medida posible.


Qx Juan Daniel Mosqueda Esparza Despejar la zona, introducir la punta del bisturí hasta sentir un quiebre, como cuando se traspasa la cáscara de una naranja. Hace unas horas él corría, todos los días corría, no fumaba, no bebía, dormía a sus horas, sólo un auto podría matarlo. Arrastrar el bisturí. La sangre va fluyendo poco a poco y va dejando su rastro como las huellas que quedan tras caminar sobre la nieve. Era un abogado exitoso, graduado con mención honorífica, primero de su generación y padre de dos. No debe sangrar demasiado, de lo contrario significaría que habré cortado un vaso abdominal y será un desastre. Por suerte no tiene mucho vello. ¿Cuál sería su nombre? Puedo ver cómo se abre la piel como botón de flor, cómo cambia de ese color bronceado a rosa y posterioremente a blanco. Algunos tintes de rojo. Los limpio con la gasa y queda blanco, totalmente blanco. Es la fascia que pro-

tege los músculos del abdomen. Su cabello permanece perfectamente arreglado, incluso hasta llegar aquí y ser colocado sobre la mesa. Vuelvo a introducir el bisturí hasta el siguiente clic, lo arrastro, esta vez no hay sangre, la fascia no sangra y no he dado con ningún vaso u órgano interno. Separadores de Farabeuf. La primera vez que lo vi estaba en un café con sus dos pequeños hijos. Introduzco uno de los extremos y lo tiro de manera lateral. Introduzco otro y hago lo mismo del lado contrario. Uno de ellos parecía muy inquieto. A pesar de eso él mantenía su sonrisa perfecta ante la cajera. Los sujeto con pinzas a los bordes de la mesa. Ahora el epiplón. Tomo las tijeras de punta para hacer el orificio. Después las de punta roma y corto. Lo separo. Se exponen los intestinos, el hígado, el páncreas, la vesícula, el estómago, el bazo. Sin embargo cuando la cajera se

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dispuso a preparar el café... (¿se convertiría entonces en barista?, ¿era una barista haciendo la cuenta o una cajera preparando el café?). En la parte inferior una pared me separa de la cavidad pélvica. Por la parte superior el diafragma me separa de la cavidad torácica. Cuando la barista se dispuso a preparar el café pude ver cómo una cruz arterial se le formaba en la frente, los pequeños capilares se dilataban y le lanzaba una mirada al niño que habría asustado hasta al urgenciólogo más adiestrado. El diafragma se contrae y se relaja rítmicamente. Puedo ver cómo el esófago, la aorta y la cava lo atraviesan por el centro. Quiero llegar al corazón, pero no tengo el instrumental necesario para cortar la parrilla costal. En ese momento lo supe, era uno de nosotros. Debo atravesar el diafragma con mucho cuidado para evitar que muera de paro respiratorio. Su esposa había llegado al hospital tras caer por las escaleras. Múltiples contusiones en antebrazos que más bien parecían heridas de defensa. Tomo unos separadores automáticos, pinzas que abren en lugar de cerrar. Los inserto en el centro del diafragma. Hematomas en el ojo izquierdo, debajo de la mandíbula lado izquierdo, un trozo de cuero ca-

belludo desprendido tras atorarse en el barandal de la escalera, hematomas en los muslos, abdomen. Debo tener cuidado con la vena cava y la aorta. Podrían reventar. El esófago poco me importa. Lo ligo en ambos lados. Lo corto. No se derrama ácido clorhídrico. Me he salvado. Si la paciente hubiera llegado como desconocida procedente de la calle habríamos hecho pruebas de violación. Termino de insertar el separador, lo abro un poco. El niño menor venía con un brazo enyesado. Mi mano ya cabe. Ajusto la luz en forma oblicua, dirección cuado-cefálica. El mayor parecía tener más experiencia y se mostraba más calmado, menos inoportuno, casi introvertido. Veo el pericardio, contrayéndose con mayor frecuencia que el diafragma. Tomé la dirección de la paciente y los seguí a su casa. Debo tener cuidado. Cortar y ligar, cortar y ligar. No debe sangrar, no debe obstruir al corazón. Lo espié. Finalmente lo veo, aún late. Es hermoso. Me recuerda la primera vez que vi el atardecer desde la Sierra Madre Occidental. Me recuerda las mañanas en el bosque llenas de niebla después de una noche lluviosa. Me recuerda la manera en que la imagen aparece en una fotografía tras meterla en la charola del

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revelador. Es un secreto revelado. El pentobarbital sódico aún se puede adquirir sin receta. En la facultad lo utilizabámos para anestesiar ratas, conejos, gatos y perros. Prendo la bomba. Un pequeño corte en la aurícula izquierda. Introduzco la manguera. Ligo con puntadas y tapo con gasa. Un pequeño corte en el ventrículo derecho. Ligo con puntos y tapo con gasas. Sólo hay que ajustar la dosis. Enciendo la segunda bomba, activo la primera. Una insertará agua por la aurícula izquierda. La otra absorberá la sangre por el ventrículo derecho. Una inyección con aguja hipodérmica directo a la arteria carótida derecha y pronto se desploma. Cuando intenta despertar ya está ingresando a su cuerpo ketamina. No se mueve, pero está consciente de cada acto. Sólo puede ver de manera frontal. Ve al techo. Observa la lámpara. Unas pequeñas gotas de sangre que llegan a ella o al techo. Los ojos no pueden realizar el barrido, el cerebro no puede complementar la información, sólo ve un túnel de luz como aquellos que han sufrido un accidente y quedado inconscientes. Él debería ver un túnel de fuego. Al terminar tendré cinco litros de sangre en un frasco. La piel quedará pálida, marmórea, y el cerebro

limpio, sin los molestos irritantes de la sangre que lo carcomen tras un derrame. No habrá livideces. No habrá hematomas. Todo será limpio. Todo será perfecto.


Margaritas Carmen Estirado El verano que cumplí nueve años me enamoré de la señora Delfos. Un amor pasional y sincero, el más sincero que he sentido en toda mi vida, y el más angustioso, pues convivía en la misma habitación con su marido que nunca nos dejó solos. Al lado del piano, Marcelo escribía durante los sesenta minutos en los que ella me daba clase. Él usaba una pluma con tinta negra y rellenaba hoja tras hoja inmerso en una concentración absoluta que solo rompía cuando María, avergonzada por haber tarareado más alto de lo que debía, le sonreía y acariciaba las margaritas que siempre había sobre el piano. La señora Delfos era una mujer hermosa. Tendría por lo menos cincuenta años, unos ojos grandes y creo que algo verdes y un pelo rubio siempre recogido con un broche azul. A las cinco en punto, me sentaba en la banqueta a su lado y me hacía posar las manos sobre las teclas.

Marcelo también la amaba, de eso no tenía duda, aunque él nunca se levantaba de aquella mesa. María sí. A veces llamaban al timbre y la señora Delfos corría a atender el mostrador. Era una casa de huéspedes y el verano un momento atractivo para ver las ruinas de la ciudad que daba nombre al hostal y que ella reivindicaba como apellido. Marcelo y yo, entonces, nos quedábamos solos. Él seguía escribiendo enfundado en su traje de chaqueta y vistiendo un gran bigote. Yo aprovechaba para ver las fotos del salón, para descubrir algo más de María. Todas ellas parecían hechas dentro de casa. Ella siempre riendo, él en cada una de ellas mirándola. Entonces volvía y seguíamos tocando. Apenas me hablaba. Sólo cantaba, reía y acariciaba las margaritas mientras yo la quería. Sentado a su lado, la miraba hasta

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que acababa la clase y llegaba otro chico, otro que seguro quería fugarse con ella.

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Pero María una tarde dejó de dar clases. —Que ya no puede, tiene mucho lío con sus huéspedes—, me dijo mi madre. Sin más explicaciones, salí al campo a dar patadas a cada piedra que me encontraba. Hasta que vi una margarita. La corté. Le coloqué los párpados. Fui a casa de la señora Delfos y la observé tras la ventana más de sesenta minutos. No sonreía. No cantaba. Ya no había margaritas. Marcelo al terminar cada página, la vigilaba de reojo. Yo la seguí mirando cada tarde del verano en el que cumplí nueve años.


Otra vuelta José Vitola —Hoy sí abrimos —respondió el recepcionista— pero no podemos atenderlo. Ante la expresión que adquirió el interlocutor sólo puede tantearse en el diccionario palabras que la describan: su rostro contenía cansancio, fastidio, unas ganas de coger al desgraciado por el cuello pero al fin y al cabo, ya que no hubiera cambiado en nada el enunciado, sólo podía acudir a la resignación. El hombre, ya arrugado, moreno y percudido por los trabajos diarios, con un triste sentido de la elegancia para la ocasión, que no podía realizarse con la pobreza que reflejaba, se llevó la mano a la cara como si estuviera intentando revestírsela de paciencia. —¿Y hoy por qué no? —El alcalde está ocupado. El abanico barrió a los hombres con un breve soplo

de aire y continuó su camino, mientras que el frío que había dejado sobre su piel se esfumaba nuevamente y le abría paso al calor que salía tanto del cielo como de la tierra. —Ya llevamos ocho días en estas, hombre —contestó el hombre mientras agitaba su camisa sucia para abanicarse el pecho—. ¡Carajo! Ya van siete gallinas que me roban. Un día de estos me roban una vaca y ahí sí quedo hecho. Por favor, déjeme hablar con él. —Ya le dije, el alcalde está ocupado —dijo el recepcionista con visible impaciencia. —No me tome el pelo; ayer estaba tomando donde don Pedro. Cuando estaba yendo a la finca lo vi. —No estaba «tomando» —protestó el recepcionista, apartándose por primera vez del arcaico computador en el cual pretendía trabajar—, estaba hablando con los ga-

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naderos sobre unos terrenos para el pueblo y definiendo unos negocios. Como siempre, estaba trabajando. —Y si con ellos hablaba, ¿por qué no conmigo? —Porque está ocupado. Sacando un pañuelo del bolsillo de la camisa, el recepcionista se secó el sudor de la frente, dejando ver a través de él un suspiro de alivio, al dar por distraído al hombre. —Y si hoy sí abrieron —comentó, sorpresivamente, el hombre, dejando al recepcionista sin posibilidad de obviar su ceño fruncido—, ¿por qué no abrían antes? La oficina pasó cerrada la semana pasada. —Estaban ocupados. —¿Cómo? —Pues sí. Vino el circo al pueblo, ¿no se acuerda? —Sí, pero no podía ir. El alcalde fue, pero casi nadie más podía. —Pero vino. El hombre miró al suelo, como empezando a notar lo inútil de sus esfuerzos. —¿Y por qué abrieron hoy? —¿Quería usted que no abriéramos? —le contestó.

El hombre se apartó un rato del escritorio alto, ancho y curvo, el cual, con la situación actual, parecía más una trinchera mediocre. Se quedó dando vueltas ahí, tristemente y en círculos al frente del recepcionista, con la mano sudorosa en la nuca descubierta que brillaba por el sudor y las casas doradas al otro lado de la calle; visibles y calurosas por medio de la fachada de vidrios que servía de entrada. El recepcionista se impulsó levemente de su lado del escritorio y, tal vez por el dorado al otro lado de la calle o por el viento que le pasó encima, se le vio un brillo en los ojos que le hizo pensar sobre la situación de su cohabitante. Después de unos segundos de silencio, el recepcionista lo mandó a volver al escritorio y esta vez, con tono susurrante, casi cómplice, le dijo: —Yo lo entiendo, compadre. Pero es que usted viera el enredo en el que está metida la alcaldía ahora. —¿Y qué pasó? —respondió el hombre, aflojando su molestia una vez más. —Lo que pasó es que el alcalde quería sorprender al pueblo e íbamos a construir un hospital. Pero ¡viera usted qué cosa!, que la plata como que se perdió. Sí, como lo oye.


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Ha estado buscando al culpable o al menos al receptor de tanta plata, pero los ganaderos lo distraen y le ponen problemas por los terrenos de la construcción. —Qué complique —comentó el hombre. —Así es. Pero usted va a ver que el alcalde la va a recuperar. Es un buen hombre. —Esperemos que sí. Tras otro silencio, más breve que el anterior, el recepcionista adquirió un semblante pensativo y brillante. Después de unos segundos de reflexión, se puso una sonrisa encima de la boca (porque sonreír convincentemente le hubiera resultado tedioso) y sacó un papel de uno de los cajones. —Coja —le dijo—. De pronto los vendedores ponen problema, pero yo sé que al alcalde no le molesta. Vaya a la corrida de las cinco, yo sé lo que le digo. Hoy sacan los toros de don Alfonso, usted los ha visto, son una belleza —y cuando el hombre, dubitativo, intentó coger el papel, el recepcionista lo apartó un poco y continuó— pero váyase, si es tan amable. El hombre asintió y, ya en silencio, agarró frágilmente el papel para metérselo en el bolsillo. Intentó

pronunciar una última frase, pero la mirada del recepcionista le hizo pensar que no tenía nada más que hacer. —Con permiso. —Vuelva —le respondió—, pero no pronto. Una última brisa del abanico pareció barrer al hombre de su lugar. Todavía confundido, como aturdido y sin poder entender bien qué era lo que acababa de pasar, se dio a la deriva de las calles del pueblo. Quién lo diría: entró por sus gallinas y salió con un tiquete para las corridas. Decidió apartar, por su propio bien, las dudas que empezaban a surgirle en la cabeza y las reemplazó por la sencilla esperanza de que hoy abrieron y, tal vez, algún día le atenderían. Si andaba de suerte, en la plaza de toros sí lo recibirían. Y lo recibieron con una imagen que no se borraría nunca de su cabeza: al alcalde, feliz y borracho, dándole la mano al torero de la corrida de las cinco.


La ranura Xosé Jared Galván Los edificios están estrechamente separados el uno del otro, a tres o cuatro pasos de distancia. Siete pisos de altura. Ordenados de la a a la j. Un largo pasillo recubierto de ladrillos naranjas y puertas enrejadas conduce a cada una de las diez escaleras. Arrastro mis maletas hasta la letra f. Totalmente desconocido en el pasillo, el sol apenas baja dos pisos sobre los muros. La luz parece que se arrastra; entre cada edificio, queda un hueco apretado por donde pasa. Allá arriba parece un mundo distinto a éste en el que ahora me encuentro arrastrando las maletas. El frío es intenso. Mis abrigos se encuentran atrapados en las entrañas del equipaje, muchos pasos atrás, donde el clima era un poco más piadoso. Uno, dos, subo tres pisos hasta el letrero 304 que me aguarda. Desde las escaleras puedo ver los edificios aledaños: estrechamente separados el uno del otro, a tres o cuatro pasos

de distancia. Siete pisos de altura. Ordenados de la a a la j. Me imagino que un largo pasillo recubierto de ladrillos naranjas y puertas enrejadas conduce a cada una de las diez escaleras. Arrastro mis maletas hasta el número 304 que me aguarda. Totalmente desconocido en el pasillo, el sol apenas baja dos pisos sobre los muros vecinos. Por debajo de la puerta se asoma una sombra; la luz parece que se arrastra. Toco a la puerta. Entre ella y el muro queda un hueco apretado por donde la sombra pasa. Inclino un ojo sobre la ranura. Allá adentro parece un mundo distinto a éste en el que ahora me encuentro arrastrando las maletas. El frío se intensifica, pero mis abrigos siguen atrapados, muchos más pasos atrás, cuando el clima era un poco más piadoso. Uno, dos, toco tres veces más la puerta bajo el letrero 304 que me aguarda. Luces y sombras se arrastran a través de la ra-

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nura. Puedo ver los edificios aledaños. Alguien toca tres veces en la puerta bajo el número 304 que lo aguarda. Uno, dos, bajo tres pisos hasta el largo pasillo recubierto de ladrillos naranjas y puertas enrejadas que conduce a cada una de las diez escaleras. Arrastro mis maletas hasta la entrada. Totalmente desconocido en el interior, el sol baja hasta la calle. El calor es intenso. Me dirijo a una de las hileras de edificios aledaños. Están estrechamente separados el uno del otro, a tres o cuatro pasos de distancia. Siete pisos de altura. Ordenados de la a a la j. Entro a un largo pasillo recubierto de ladrillos naranjas y puertas enrejadas. Arrastro las maletas hasta la letra f. Uno, dos, subo tres pisos hasta el letrero 304 que me aguarda. El sol apenas baja dos pisos por los muros. La luz se arrastra. Miro los edificios aledaños. Siete pisos de altura. Ordenados de la a a la j. Toco una, dos, tres veces a la puerta. Alguien más toca una, dos, tres veces a la puerta bajo el número 304 en un edificio contiguo que me aguarda. Me inclino sobre la ranura que separa la puerta del muro. Luces y sombras se arrastran a través de ella. Arrastro mis maletas por las diez escaleras recubiertas por ladrillos enrejados. Una larga puerta

me conduce hasta la entrada. El sol desconocido sube hasta la calle. Uno, dos, doy tres pasos hasta el edificio que me aguarda. Las coberturas están estrechamente separadas la una de la otra, a tres o cuatro puertas de distancia. Diez pisos de profundidad. Edificados de la a a la j. Una alta escalera arrastrada por las maletas conduce a cada uno de los siete soles ordenados. La letra f me desconoce. Totalmente alargadas en la escalera, las sombras apenas bajan uno, dos, tres muros sobre los pisos. El hueco parece que pasa; entre cada cobertura queda una luz distinta por donde se arrastra. Allá en cualquier punto parece un abrigo distinto al que no encuentro ahora. El mundo está atrapado. El frío se encuentra piadoso en los pasos del letrero, muchas entrañas atrás, donde el equipaje era mucho más intenso. Uno, dos, desciendo trescientos cuatro pisos hasta el clima 2 que me mira. Desde el sol aguardo las coberturas aledañas: están estrechamente separadas la una de la otra, a tres o cuatro puertas de distancia. Diez pisos de profundidad. Edificados de la alfa a la omega. Me imagino que una alta escalera arrastrada por las maletas conduce a cada uno de los siete soles ordenados.


Paso los ladrillos hasta el clima 2 que me mira. Totalmente alargadas en la escalera, las sombras apenas bajan uno, dos, tres muros sobre los pisos contiguos. Bajo la maleta se asoma un hueco. Toco al edificio. Entre él y la naranja pasa una sombra mural por donde la luz queda. Inclino mi piedad sobre la sombra. Allá en cualquier punto parece un abrigo distinto al que no encuentro ahora. El mundo se está atrapando. Pero el frío sigue encontrándose piadoso en los pasos del letrero, muchas más entrañas atrás, cuando el equipaje era mucho más intenso. Uno, dos, toco trescientas cuatro veces más al ladrillo 2 que me mira. Sombras y huecos se arrastran a través de la luz. Puedo aguardar las coberturas contiguas. Alguien toca trescientas cuatro veces en el clima número 2 que lo mira. Uno, dos, asciendo trescientos cuatro pisos hasta la escalera arrastrada por las maletas que conduce a cada uno de los siete soles ordenados. Paso los ojos hasta la salida. Totalmente alargadas en la escalera, las sombras se anaranjan. El ojo está atrapado. Me dirijo a una de las ranuras de cubiertas contiguas: están estrechamente separadas la una de la otra, a tres o cuatro puertas de distancia. Diez pisos de profundi-

dad. Edificados de la alfa a la omega. Una alta escalera arrastrada por las maletas conduce a cada uno de los siete soles ordenados. La letra f me desconoce. a, b, n pisos hasta el sol 4 que me calienta. Los ojos apenas se arrastran dos pisos por los ladrillos. Las sombras bajan. Edifico las omegas contiguas. Estrechamente ordenadas la una de la otra. Iluminadas de la f a la alfa. Me arrastro con las maletas por las escaleras naranjas. Uno, dos, soles letreros se estrechan. Toco. Toco la puerta, la ranura, el hueco, la naranja. Las sombras pasan y la luz se escala. El intenso sol me mira mientras aguardo, reja a reja, edificio a edificio, a que el mundo más allá distinto al fin me abra.

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White Days Priscilla Becker

the sun always comes up (indisputable,

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unarguable) yet some days the white suffocate lowers like snowy exhaust designed to trick you into death


Días blancos Traducción: María Cristina Fernández Hall

el sol siempre amanece

(irrebatible, indiscutible) pero algunos días el blanco

asfixio cae como una nevosa emisión tendiendo la trampa de la muerte

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these are the days I like best the days that justify solitary confinement, the laconic breath of warm tea drifting to meet earth’s skullcap

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when I was young you said you were my sun the walls sequestered eternal noon, enclosed forever (standing up) white days wall thick invisible companionship


estos son los días que me gustan más los días que justifican la reclusión solitaria, el aliento lacónico de tés cálidos que vagan hasta toparse con el cráneo terrenal

cuando era joven yo,

decías ser mi sol

las paredes secuestraron

un mediodía eterno, encerrado

por siempre (de pie)

días blancos pared gruesa invisible

compañía

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white days hold sound down, smell parsnip and staple, quilt aneurysm, quivering pin heads, shivering paper ridges—

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invitations to open the skin


días blancos someten sonidos, huelen nabo y grapa, aneurisma acolchonada, alfileres temblando, orillas de papel tiritando— invitaciones para abrir la piel

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Tardanza Debra Figueroa

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Tengo el temperamento y los ritmos circadianos de una tortuga. Pero en mi caso el letargo, ese periodo de metabolismo flojo y somnolencia, está más condicionado por el antojo que por las circunstancias impuestas del entorno: los estímulos de mi latencia y mi calma son de carácter estético. Quiero ser jardín casi siempre y hacer jardinería de vez en cuando. Mi problema no es de inacción o descuido. La negligencia me seduce, pero pocas veces la practico. Compenso la tentación con esmero y lentitud: si alguien toca la puerta de mi casa, emprendo el ritual de la tardanza adornada y abro cuando la cabeza del que espera ya está muy caliente. Creo que mi devoción a la tranquilidad me acerca a ella. Entonces la pienso y me paseo con suavidad procurando encontrarla. (Contener el pensamiento

mágico es difícil; al mismo tiempo que me avergüenzo de él, me simpatiza como lo hacen las cosas bonitas e insignificantes). Sólo puedo disfrutar el trabajo si niego algunos de sus atributos esenciales: la obligatoriedad, la puntualidad, la condescendencia... Luego de la negación viene la urgencia. Así es más fácil darse cuerda. Tal vez son la prisa, el desvelo, las ganas de mandar todo al carajo… el principio de la continuidad. Soy una holgazana hipócrita: cumplida y quejumbrosa. Admiro al gandul; abre cada que se le da la gana. El rigor de su flojera descarada lo ha vuelto enemigo de la responsabilidad y sus militantes, quienes creen que merece el exilio y al mismo tiempo exigen que sea cumplido.


El gandul no se toma en serio; sus víctimas magnifican todo lo que no hace. Admiro al gandul, y al mismo tiempo me irrita tanto… Aunque aspiro al sosiego ininterrumpido no me interesa complacerme a costa del tiempo de los otros. Por eso trato de convencerlos de que la lentitud es nuestro estado ideal, que cualquier tarea sería más elegante —y eficaz, si eso quieren— si le dieran oportunidad de embellecerse. Lo que deseo, entonces, es tardanza compartida y suficiente para tener el gusto de abrir la puerta y dejarla así sin hacer esperar a nadie.

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El patio César Rito Salinas San Martín por la Secundaria, Oaxaca, 2015

El bote de petróleo con su olor rancio trae la tarde. El mechero ennegrecido aguarda en la esquina, cosa vieja que no sirve. Afuera están los perros, la fruta echada a perder el piso lleno de hojas. Ya viene la luna con su música de mosquitos. La hamaca de hilos rojos remueve el aire detenido. Ya vendrá la madrugada con sus pestañas de humo, su corte de perros sin sueño.

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Ya retratarรก la ventana tu sombra que regresa de orinar largo en el patio.

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Viejos putañeros Hugo A. Cortés Rodríguez Y los amaneceres se me echan encima como perros furiosos Ángel González

1 Los árboles como remolinos, y en sus follajes, el contorno de la pantera: amargo, del color de la rapiña o de la palidez de las focas, como si un aire de agujas se hubiera despeñado del triángulo de la Sinaí y viniera con su jaibón de furia a carcomer el paisaje de esta noche:

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los muros húmedos por los grillos, la espesura del monte, los brazos del patio, la respiración de los cielos. (Y este cuarto, embobado, envuelto en la peste de una luz de choquilla, que arrastra el hastío a la plática).

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2 A las afueras de la noche —pienso, porque es sabido que aquí te envenena; aquí, con el hocico del angélico te masca, con el licor de la chingada te orina; aquí, con el sexo pútrido de las vírgenes más depravadas,


la noche te atraganta de chismes. 3 Mientras, Salomón, antaño guerrero de la Polla Tiesa —quien se fracturó la lengua por intentar salvar a su Ángel—: se duerme, sobre el vaso de sus viejos cantos, y se pedorrea; y nosotros con el temblor, como la carne del tiempo, de las habas. (y el cuarto, cada vez más tranquilo, insoportable, cagando en la verga del hastío).

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4 Habría que ir por putas: introducir tlaconetes en sus anos, húmedos como lenguas; orear por sus campos el filo de los machetes; escupirles al chango por pelado; y peinarlo por peludo, por ver

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si este hastío cobra alas o víboras. 5 Por fin: el putero, y el consejo de antemano: Hay que ir hasta las afueras de la noche; de ser posible,


escalar la montaña que se sumerge en sus montañas y una vez ahí, en el borde, entrar como asnos en los abismos de la Aurora, de la Lupe, de Isabel. 6 (Y el cuarto cada vez más agrio, insoportable, como aquellas mujeres, que hace ya mucho tiempo —en la era del coño peludo de Circe—, descubrieron que somos sólo ensoñaciones; aquellas mujeres que tiemblan, como el aire suave de los patios,

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y ven el calor en nuestros ojos, que se apaga, mientras más honda se vuelve la noche y más fuerte se hace certeza del fracaso del polvo). Habría que ir por putas, parece decir, ya en sueños, Salo, y las moscas revolotean sobre nuestras bocas, por más, abiertas.

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Gráfica 36 Alejandro Santamaría






Fichas técnicas de las imágenes de la sección Gráfica en orden de aparición:

Cerca de Sísifo 2014 Video digital Matter and Motion. g 2015 Video digital eyes that would be worth all future misfortunes 2013 net.art ad absurdum 2012 Tela y circuito electrónico analógico

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GrĂĄfica 42

verysorrysaints SaĂşl Wes y Marcel Bohumil






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Las fotografĂ­as fueron realizadas por SaĂşl Wes. Las ilustraciones por Marcel Bohumil.


Colaboradores

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Carmen Estirado 1985. Madrid, España. Licenciada en Derecho y Periodismo. Máster en Narrativa por la Escuela de Escritores de Madrid. Fue redactora de El Mundo, ABC y GestionaRadio. Actualmente trabaja en el diario El Economista. v Premio Isla de las Letras en la categoría «Mejor novela urbana» por Las llaves de la casa (Ediciones Atlantis, 2013). Ha publicado su relato Piratas en la antología Golpe a la violencia de género (Ediciones Atlantis, 2014). César Rito Salinas 1964. Santo Domingo Tehuantepec, Oaxaca. Es autor de Ojo de lagarto / Zapatos de gente normal (Amantes Editorial, 2014). Premio Estatal de Poesía Casa de la Cultura Oaxaqueña en 1989 por el poemario Movimiento de luz. Premio Latinoamericano de Poesía Benemérito de las Américas en 2003 por su libro de poemas Una escalera junto al mar. Premio Nacional de Poesía Tuxtepec en 2013. Ganador del primer Primer Concurso del Festival Poesía en Voz Alta 2015 en Casa del Lago organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). cesarritosalinas.wordpress.com Debra Figueroa 1989. Zapopan, Jalisco. Estudiante de la Licenciatura en Comunicación Pública de la Universidad de Guadalajara (UdeG). Correctora en las revistas Divague y Alofonía, y redactora en Proyecto Diez. ventanasabiertas.tumblr.com @debrafig


Hugo A. Cortés Rodríguez 1994. Xalapa, Veracruz. Estudiante de la Licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad Veracruzana (uv). Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (flm) para asistir al Taller de Creación Literaria Xalapa 2013. José Vitola 1997. Cartagena, Colombia. Estudiante de la Ingeniería de Sistemas en la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente trabaja en los guiones para el cortometraje Espectros y el videojuego Los relojes van hacia atrás. @josednvitola Juan Daniel Mosqueda Esparza 1985. Aguascalientes. Estudió Medicina, Psicología, y Fotografía con José López Romero. Diplomado en Artes Visuales por el CaSa y asistente del Seminario de Fotografía Contemporánea en el Centro de la Imagen durante el 2013. Ha publicado en la revista LatPhot Magazine. Fue becario del Gimnasio de Arte y Cultura en el 2012. janwolf-ia.tumblr.com Priscilla Becker Es autora de Stories That Listen (Four Way Books). Ha publicado en las revistas Fence, Open City, Boston Review, The Paris Review, American Poetry Review, The Brooklyn Rail, Verse, Dossier, Aufgabe, The Swallow Anthology of New American Poets, The Literary Review, The Nation, Filter, Cabinet Ma-

gazine y Open City. Ha publicado en antologías editadas por Soft Skull Press, Anchor Books y Sarabande. Premio The Paris Review Book por su primer libro de poemas, Internal West. Finalista del Gray Wolf Press Nonfiction Contest por su libro Morbid Dyslexia [and other word disorders]. Se encuentra por publicar su tercer libro, Unaccompanied Voice, y la plaquette Death Certificate. El original White Days fue publicado por vez primera por el Academy of American Poets en el 2014. Xosé Jared Galván 1989. Guadalajara, Jalisco. Ingresó a la Licenciatura en Letras Hispánicas de la UdeG. Desde 2011 reside en la Ciudad de México, donde estudia Lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah). Ha publicado en las revistas Numen, Papalotzi, Boletín enah y el blog Zonambulantes de la editorial La Zonámbula. Fue publicado en el No. 3 y el No. 4 de La Cigarra. @jared_cardamomo

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Ilustraciones: Alejandro Santamaría 1990. Guadalajara, Jalisco. Director del departamento de Desarrollo Digital en Fábula Comunicación y docente en la Universidad de Medios Audiovisuales caav. Licenciado en Realización de Multimedia por el caav. Cofundador y codirector de Artere-a: espacio de experimentación artística en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Ha participado en exposiciones colectivas, entre las que destacan: Festival mod iv, v y vi en Laboratorio de Artes Variedades (Guadalajara, Jal. 2012, 2013 y 2014), 1.a Feria de Arte Joven de Guadalajara: 1M2 en Galería Demetria (Guadalajara, Jal. 2012), Festival FG en Museo de Arte Raúl Anguiano (Guadalajara, Jal. 2012), Tinnitus y Fosfenos en Museo de Arte de Zapopan (Guadalajara, Jal. 2013) y Eros_ional en Ex Convento del Carmen (Guadalajara, Jal. 2014). La fotografía de la página 6 y la ilustración de la página 13 son de su autoría. agsantamaria.com Marcel Bohumil 1976. Málaga, España. Pertenece al colectivo artístico Verysorrysaints, un proyecto multidisciplinario abierto a la colaboración. Es integrante de la banda Gabor the Office. Ha expuesto individual y colectivamente en galerías de Noruega, España, Canadá y Estados Unidos, y en ferias internacionales como arco, scope, tiaf e indiasummit. La ilustración de la página 10 es de su autoría. verysorrysaints.com

Saúl Wes 1980. España. Fotógrafo. Pertenece al colectivo artístico Verysorrysaints, un proyecto multidisciplinario abierto a la colaboración. Es integrante de la banda Gabor the Office. La ilustración de la página 26 es de su autoría. verysorrysaints.com


Convoca a ilustradores y fotógrafos a colaborar en su próximo número que tendrá como eje temático la palabra Trópico. Envíanos una propuesta de portada inédita, además de un portafolio o blog donde podamos conocer más de tu trabajo. La propuesta de portada deberá corresponder al formato apaisado de la revista (21.5x14 cm). Se recibirán los archivos hasta el día 15 de mayo, acompañados de una breve semblanza, al correo lacigarrarevista@gmail.com con «Convocatoria No. 10» como asunto. Quien resulte seleccionado realizará las imágenes que acompañen a algunos textos. Además, en la sección Gráfica se incluirá una muestra de su obra.

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Convoca a escritores a colaborar en su próximo número que tendrá como eje temático la palabra Trópico. Los textos deberán ser inéditos. Se recibirán colaboraciones hasta el 15 de mayo en los géneros de poesía, ensayo, cuento, minificción y crónica literaria (o cualquier amalgama de los anteriores). El archivo word no deberá sobrepasar las 4 cuartillas en letra Times, 12 puntos e interlineado 1.5. Esperamos los archivos, acompañados de una breve semblanza, al correo lacigarrarevista@gmail.com con «Convocatoria No. 10» como asunto.


Notas


Puntos de venta

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Ciudad de México: Casa Refugio Citlaltépetl (Citlaltépetl #25) cbr 01 (General Antonio León #31) cbr 02 (Cineteca Nacional, México Coyoacán #389) Culiacán: Café Marimba (El Dorado #1203) Guadalajara: Airepaz (López Cotilla #2008) Caligari (Juan Manuel #1406)

Curro & Poncho (Torre Cube, blvd. Puerta de Hierro #5210) Darjeeling (Morelos #1419) En Plural Diseño (López Cotilla #2053) Geeks Stetika (Pedro Moreno #1034) Hotel Demetria (La Paz #2219) Impronta Casa Editora (Penitenciaría #414) lajm (Belén esquina con Independencia) La Mata Tinta (Juárez #145-11, Tlaquepaque) Librería Ítaca (Marsella #159) Librería Siglo xxi Editores (Enrique Díaz de León #150) Microteatro (José Guadalupe Zuno #2024) Palíndromo (Juan Ruiz de Alarcón #233) Peregrino Café Bistro (López Cotilla #875-1) ProArte Jalisco (Libertad #1471) Tu párvula boca (López Cotilla #1080 esquina con Argentina) Oaxaca: La Jícara (Porfirio Díaz #1105) Puebla: Profética Casa de la Lectura (3 sur #701) Remedios, la bella (Plaza La Noria, local 26) Torreón: Librería El Astillero (Morelos #567 pte) Xalapa: La Rueca de Gandhi (Xalapeños Ilustres #35) Librería El Hombre Ilustrado (Francisco Moreno #7) Librería Hyperión (Octavio Vejar #58 esquina con Murillo Vidal) Librería Rayuela (Xalapeños Ilustres #44)


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