MEMORIAS DEL 16 A.

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Un libro de historias ciudadanas



Memorias del 16A Primera edición: abril 2018 ISBN: 978-9942-8708-0-3 Edición y selección: Yuliana Marcillo Diagramación y portada: Johnny Barcia Monroy Fotografía portada: Antonella Coppiano Impreso por La Letra Imprenta, Manta Gobierno Autónomo Descentralizado Municipal del Cantón Manta Ing. Jorge Zambrano Cedeño, Alcalde de Manta Dirección de Comunicación Calle 9 Avenida 4 Telfs: 2 611558 / 2 611479 comunicacion@manta.gob.ec www.manta.gob.ec Manta - Ecuador


MEMORIAS DEL 16 A Un libro de historias ciudadanas





Administraciรณn 2014 - 2019



Prólogo Personas con historias extraordinarias Escribir llena de alegrías, esperanzas, miedos y tristezas, permite construir vidas y reconstruir recuerdos, también volver a lugares, momentos y personas que hoy añoramos. Recordar los recorridos diarios por Manta, durante la emergencia del terremoto del 2016, primero las imágenes de miedo y desolación, luego las primeras sonrisas llenas de agradecimiento y esperanza, y las miles de historias que se compartían entre vecinos y amigos. En portales, los patios de las casas, en la calle, reunidos contándose unos a otros cómo lo habían vivido. Con las mismas preguntas, los mismos temores. Poco a poco salíamos de nuestra propia escena de miedo y angustia, para adentrarnos en la de los otros, ponernos en sus zapatos y sentir su dolor. Historias que también se contaban en los periódicos, la de «Los bonitos» por ejemplo, del amor entre Yenrry Puentes y Jahaira Bazurto, que terminó trágicamente el 16 de abril; o la de Bryan Intriago Valdivieso, un joven que se internó en la oscuridad a una vivienda colapsada y rescató a una vecina, con el puro y noble impulso de socorrer. Meses después aún había mucho por contar, y bajo esta premisa se lanzó una convocatoria a la ciudadanía para conocer sus experiencias, esas que merecían ser intimadas por muchos. Y así, poco a poco, se construyó Memorias del 16A, con len-guaje coloquial, lleno de espontaneidad, pasión y encanto, este libro hecho cuerpo, historia, objeto de arte, patrimonio y reli-quia, al alcance de cada institución, librería, biblioteca u hogar manabita. El libro que están a punto de leer, permitirá volver a encontrarnos, mirarnos y abrazarnos a través de decenas de historias


personales, escritas por el vecino, el profesor, el bombero, el militar, una madre , una abuela; también se suman escritores de la provincia y del país, y periodistas locales; historias están que aquí para que renazcan en tertulias, análisis sociales, crónicas, reportajes, libros, cine y más. Gratitud a quienes enviaron sus historias, a quienes aportaron con su trabajo para realizar este proyecto; y a ti por regalarte el tiempo de leer este libro, tienes la libertad de llorar, reír, añorar y gritar, y recuerda que cada vez que caigas vas a aprender a levantarte. Sabemos cómo hacerlo.


La esencia de este libro, lleva consigo el espíritu de toda una comunidad, y a ella va dedicada una a una de sus páginas. Cada Hombre y mujer vivió una historia distinta por 48 segundos, que por siempre quedarán en sus almas, en memoria de ese amigo, esposo, hijo o padre que hoy está en sus corazones y en las memorias del 16A... Manta, 16 de abril del 2018.



Las compras que no hice ¿Cómo no estar feliz? ¡Era sábado! Y como cada sábado recibiría un mail de mi esposo, eso me llenaba de tranquilidad, ya que él se encontraba muy lejos, en faena de pesca. Estaba emocionada por comentarle que tenía avanzados los detalles de la fiesta de recibimiento de nuestro segundo bebé, de hecho, había dejado apartados unos «pirotines» en Todo en papelería, del edificio Felipe Navarrete. Ese lugar sería mi destino aquel día. Con lista en mano de mis pendientes, decidí alistarme para terminar mis compras, eran alrededor de las 17:30 o un poco más, tenía lista la ropa de mi hijo de cuatro años, una vestimenta muy cómoda, pues estaba consciente de que cada vez que asistía a la papelería, me daba tiempo para buscar materiales minuciosamente, los empleados que trabajaban ahí ya me conocían, personalmente era un paseo: me fascinan los olores a cuadernos, cartulinas y lápices nuevos. Cuando abrí un cajón de mi peinadora para cambiarme de ropa, miré que en la parte de arriba de las repisas estaba la temporada de mi serie favorita. Dudé un poco en tomarla, pues quería tener todo listo para mi segundo bebé, pero me había quedado en suspenso después de ver la última temporada, así que cerré el cajón, tomé la serie y pensé ver un capítulo, «después de eso me voy a retirar lo que dejé apartado con la cajera dos días atrás», me dije. El tiempo pasó rápido, mientras miraba la serie estaba pendiente de mi hijo, que jugaba cerca de mí. Sentí una incomodidad, pensé que era el malestar del embarazo, actualicé mi correo una vez más y me preocupé, pues eran las 18:56 y no tenía noticias de mi esposo. Me senté al filo de la cama y en cuestión de segundos, lo que creí que era un temblor, se convirtió en lo peor que he sentido en la vida. Tomé a mi hijo en brazos y le dije mientras corría: «Mi amor, sea como sea, no te - 13 -


sueltes de mí, solo abrázame, mientras yo esté contigo nada te sucederá, lo prometo». Salí hasta la cocina, tuve tiempo de pensar en qué parte del patio me ubicaría para que no le pasara nada a mi hijo y para proteger de mi embarazo. Mi departamento está ubicado en la planta baja de una casa de dos pisos, temía que la casa colapsara y quedara atrapada, fueron los segundos más largos de mi vida. Coloqué a mi hijo junto a una pilastra en el cerramiento, la cual abracé con fuerza, apenas sosteniéndome de pie, lo cubrí con mi cabeza mientras les gritaba a mis hermanos que salieran, ellos vivían en la casa de al lado. Estaba desesperada porque mi abuelita (mami Nancy) que vivía sola en la parte de arriba, no podía bajar sola. Escuché los gritos de los vecinos, justo cuando pensé que ya no podía estar de pie, llegó mi hermana, me abrazó y me sostuvo, mientras ambas pedíamos ayuda por mi abuelita, quien después pudo salir y salvarse. El verdadero temor fue cuando sentí como una onda en la tierra, justo antes de esa sensación vi una luz intensa en el cielo que se perdió atrás de la casa de un vecino, después de esto sentí el hundimiento de la tierra. Entré a mi departamento, estaba descalza, todo estaba por doquier, electrodomésticos en el piso, repisas desprendidas de la pared, todo revuelto y destrozado. Mi hijo no lloró, no tenía miedo, pues empezamos un «maravilloso juego» el cual consistía en salir de casa rápido, a un lugar donde las estrellas se verían mucho mejor, pues la tierra había «estornudado» y esa era la razón de aquel agresivo movimiento. Estábamos sin luz pero pude bañarlo, vestirlo, en cuestión de minutos mi hijo estaba limpio. Cargamos dos mochilas en las cuales guardé agua, medicina, radio, pilas, ropa, todo lo que podríamos necesitar. Cuando fui a la calle supe en realidad lo que había sucedido, postes y cables caídos, las personas (incluida mi mamá) rezaban, comentaban, hablaban con tremendo miedo y desconsuelo de lo que acababa de suceder. En ese momento llegó mi hermano y fue un alivio, yo estaba lista para - 14 -


irme de ahí, ¿pero a dónde? En ese momento llegó mi tío por nosotros, llegó también mi tío político, nos dividimos en dos grupos. Fue realmente duro mirar los barrios con sus casas destruidas, era una verdadera pesadilla. Pasamos la noche en un complejo en las afueras de Manta, en el camino de ida, lo único que iluminaba las calles, eran las luces de los autos. La gente se iba de Manta. Todo era oscuridad. Jamás olvidaré ver hombres, mujeres, ancianos y niños caminando con su ropa y bolsas hechas con sábanas, eran escenas que solo invitaban al llanto, sin embargo, yo trataba de sonreír explicándole a mi hijo lo que había sucedido sin que se asustara. Yo no estaría contando este relato si aquel día hubiera ido a comprar a la papelería. La decisión de quedarme viendo aquella vieja serie que seguía desde hace ocho años nos salvó la vida. Una de las cosas que más me duele, es recordar a los empleados de aquel edificio y tener la duda de quiénes salieron con vida y quiénes no, pues jamás me atreví a mirar los periódicos, por miedo. Este 16A (a un año del terremoto) he decidido tomarme un tiempo y averiguar ahora sí los nombres de los que ya no están con nosotros. Confieso que lo que viví ese día fue doloroso, ver a nuestros hermanos manteses abandonando la ciudad, eso ni en mis peores pesadillas lo hubiera imaginado. Mi hija nació dos meses después, mi bebé es una de las personas sobrevivientes y mi hijo, un niño muy valiente. A pesar de las réplicas y de todo lo que vivimos esos días, seguimos estando juntos. Mi esposo nos dice que después de eso, ahora él también tiene mil razones para preocuparse cuando no llega un correo mío.

Laura García Solórzano

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Sin un rasguño Eran las 18:50 aproximadamente cuando caminaba de regreso a mi casa de playas, en Salinas, de repente me sentí mareada. Tenía dos semanas que había lle-gado de Estados Unidos con el propósito de realizarme una operación, la cual efectué un par de días después de mi llegada. Todo iba muy bien y yo estaba recuperándome. Decidimos viajar a Salinas durante un fin de semana, para relajarnos. Yo estaba en casa mientras esperaba a mi esposo llegara de Salan-go, donde practicaba buceo. Tenía pensado salir ese sábado. Mi esposo me dijo esa mañana que tenía un buceo nocturno, y por algo que no sé explicar, además de que mi español tam-poco es bueno, no quería que fuera. Le rogué que no fuera. Sin embargo se fue. Caminando hacia la puerta me sentí muy mareada, pensé que me iba a desmayar, ya que el mareo se iba intensificando. En-tonces escuché a un familiar gritar «terremoto», corrimos ha-cia el frente de la casa y vimos cómo las calles pavimentadas se convertían en olas de cemento, moviendo violentamente todo lo que tenía a su alrededor. Miré hacia el cielo y recordé que mi esposo estaba bajo el agua. Dos horas después, cuando pude comunicarme con mis fami-liares a través de las redes sociales, fue que en realidad pude saber la magnitud del problema. Me enteré de todo lo que sucedía a través de mis amistades extranjeras, porque en las noticias nunca especificaron nada hasta el siguiente día, al me-nos no lo que en realidad estaba pasando. Estuvimos ciegos de noticias por muchas horas. Mi esposo me llamó después de dos horas del terremoto. Él estaba bien, gracias a Dios pudo regresar a Salinas para reco-germe y dirigirnos a Guayaquil. Queríamos alejarnos del área costera ya que había alerta de tsunami. - 16 -


Llegamos con bien y fuimos muy bendecidos al salir sin un rasguĂąo.

Nidia Bravo, New York

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La visita Ese sábado estaba en casa con mis dos pequeños hijos. Mi madre y mi padre estaban de visita. Mi padre rara vez viene a Manta, trabaja en Chone como cuidador y propietario de una finca, lo que le impide moverse de ese lugar. Era la hora de la merienda. Hace un mes había tenido un accidente por lo cual tenía dislocado el codo: tenía un cabestrillo en mi brazo izquierdo. Mi madre me pidió que ralle un queso, le dije que no podía, por lo de mi brazo, pero ella insistió en que ya era tiempo de que le comenzara a dar movimiento. En eso estaba cuando sentí el primer temblor. Nos miramos con mi madre como diciéndonos que teníamos que protegernos. Agarré a mis dos hijos y con mi madre nos refugiamos debajo del marco principal de la puerta del segundo piso en la casa. Mi padre estaba en la habitación gritando «terremoto, ayuda», mientras nuestros cuerpos, debajo del marco, bailaban en distintas direcciones. Mi padre logró acercarse y vimos que un poste de energía chocó contra la ventana del segundo piso, en ese momento se fue la luz. Mi padre se alejó de nosotros, por un momento pensé que se lanzaría por aquella ventana, pero no, fue a bajar el breaker, regresó junto a nosotros, pero siguió gritando «terremoto, terremoto», cada vez con más fuerza y desesperación. Al verlo tan asustado comencé a rezar el Padre Nuestro. Hice una pausa, cerré los ojos y visualicé una energía que se direccionaba hacia nosotros, exclamé en voz alta: «Dios, no nos desampares», hasta que se detuvo. Se cayó una librería que teníamos en la sala. Conseguimos algo para alumbrar la salida y pudimos bajar. Esa noche nos refugiamos en el parque por temor de que eso volviera a pasar. No fue hasta el siguiente día que nos entera- 18 -


mos que el hotel de mi exsuegra se había derrumbado y que Tarqui ya no existía. Jana Solórzano

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Un amanecer diferente Ya había cenado y estaba cerca de la casa de mi novia conversando dentro del carro. A las 18:53 recibí una llamada de mi sobrina porque el 17 de abril cumplía años y me invitaba a su fiesta, hasta ahí todo bien. Me estaba despidiendo de mi novia porque tenía que dirigirme a la fábrica El Café, cuando sentí que el carro se movía. Miré por los retrovisores y no había nadie. Fueron los segundos más largos de mi vida, mi novia lloraba, y como no salía nadie de la casa de ella, me bajé del vehículo y para ver si todo estaba bien, en ese momento apareció mi suegro y me marché. Encendí el vehículo, fui hasta mi casa y encontré a mi papá asustado. Por suerte no le había pasado nada. La casa estaba bien. Me dirigí a la tienda para comprar velas y tarjetas de recarga, comencé a llamar a mi hermana, no había señal, no había luz, todo era un caos. Le pedí la bendición a mi papá porque tenía que ir al trabajo a presentarme, me fui. ¡Qué noche tan oscura! Los vehículos huían de Manta y yo iba en esa misma dirección hasta que llegué a El Café, en Montecristi. Todo era incertidumbre, mis compañeros de turno no podían salir por seguridad, así que le pedí al guardia que llame a uno de los jefes. Alguien vino y me habló de las pérdidas de materia prima y me dijo que me vaya a la casa, que pase con los míos. Cuando llegué a la casa encontré a mi hermana llorando con mis sobrinos y cuñado, les pregunté qué sucedía y me dijeron que se habían quedado atrapados en el edificio donde vivían, pero lograron salir ilesos. Le pedí a mi papá que me acompañe para traerles ropa, porque andaban sin anda, yo no creía que fuera para tanto, hasta cuando llegué a la Ferretería Ecuador, donde ella residía, y vi el desastre total del colapso del edificio. Sin embargo, entré, encendí la linterna de mi celular y pude sacar algunas cosas. - 20 -


Les advertí que teníamos que cuidar el edificio porque las paredes estaban abiertas, pero mi cuñado estaba en shock, así que guardé una poma de agua, cogí un machete y me regresé de nuevo al edificio. Yo no conocía la magnitud de lo sucedido. Así que entré y me senté en un rincón. Desde ahí miraba pasar ambulancias, carros policías, marinos, bomberos, todos activando sus alarmas y sirenas. Mientras revisaba el Facebook me enteré de todo lo que había sucedido en Tarqui. Decían que estaban saqueando. Al rato, mientras estaba abajo, se me acercó un amigo, Duber, dueño de otro negocio, y montamos guardia los dos. La noche fue tan larga como ninguna otra. Yo lloraba, claro que lloraba. A las cuatro de la mañana entró una emisora con la señal 99.7 y comenzó a relatar lo sucedido en el resto de la provincia. Luego llegó mi cuñado. Luego llegó una señora mayor para contarnos su historia, y así, cada persona que pasaba contaba cómo lo había vivido. A las 6:00 llegó mi hermana, se me partió el alma verla llorar tanto, sacamos unos papeles, facturas, y otras cosas más del edificio. Mi cuñado me dijo que no me metiera más porque la estructura estaba colapsada. Después vino mi padre también a cuidar. En ese momento me adentré a Tarqui para conseguir un cargador de carro, lo encontré, y también adquirí víveres, cinco veces por encima del valor real. Sabía que esto iría de largo, con el amanecer de ese día recién empezaba la verdadera lucha de todos.

César Valarezo

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Los peores gritos Mi nombre es Katherine Bravo Sánchez, tengo 25 años, soy enfermera. Mi 16 de abril fue así: eran aproximadamente las 6:00 cuando me disponía a viajar a Portoviejo para laborar en la Clínica Santa Margarita, ubicada en la calle 18 de Octubre, cabe recalcar que ese día era el sepelio de un primo, por lo que no quería ir a trabajar, pero la responsabilidad me obligó a ir. Me encontraba trabajando en el sexto piso de la clínica en la Unidad de Cuidados Intensivos, donde estaban los pacientes críticos. En esta unidad se realizaban actividades como cateterismo cardíaco, para evitar daños mayores a un taponamiento de arterias y evitar así un futuro infarto. Tenía solo dos pacientes en UCI, en estos momentos no recuerdo sus nombres, solo recuerdo que eran de a tercera edad. Eran las 16:00 cuando di medicación a mis pacientes, que por cierto habían sido intervenidos con el procedimiento de cateterismo en la mañana del 16A. Después de darles medicación me dispuse a tomar una siesta con ellos. Eran las 18:00 cuando uno despertó y al mismo instante yo, pues necesitaba que le preste un «pato» (objeto para recoger la orina en pacientes encamados). En ese momento ya me tocaba dar medicación otra vez. Cerca de las 18:30 empecé a conversar con mis pacientes, ahí empezó lo que en ese momento pensé que era solo un temblor, pero que a medida que pasaban los segundos, cada vez se tornaba peor. Caían los aparatos de la sala de UCI, algunos profesionales, por el susto, bajaron de carrera, pero una licenciada en terapia respiratoria y yo, nos quedamos ahí en los que fueron los peores 57 segundos de nuestras vidas. Yo solo corría de un lado a otro mientras me prendía de los pilares, porque el movimiento era cada vez mayor, los pacientes y yo rezábamos y pedíamos que todo pase, que todo acabe, que pare tal tragedia. Escuchábamos gritos en la calle, pitos de carros, alarmas, - 22 -


entre otros. La planta de energía se encendió segundos después, porque nos habíamos quedado sin luz. Terminó todo y dijimos «por fin, ahora sí, gracias Dios estamos vivos», en ese momento bajamos. Los familiares de los pacientes que se encontraban en la sala de espera pedían que les dé información de sus familiares, que les diga si ellos estaban bien y mi respuesta se resumió en un «sí». Salí para buscar ayuda, pues había que bajar a los pacientes, pero llegando al suelo solo quise correr para buscar a mi hija que se encontraba cerca con los abuelos, quienes vivían por el sector Las Vegas. Cuando llegué mi hija lloraba sin consuelo, pidiendo que le explique qué fue lo que pasó y me preguntaba por qué Dios estaba tan enojado. Solo me pedía que le diga que no se volvería a repetir y que no deje de abrazarla. Calmé a mi pequeña y me aseguré que todos estuvieran bien. Procedí a caminar por la calle 9 de Octubre viendo a muchas personas sin vida y escuchando los peores gritos de los familiares de las víctimas que laboraban en el centro de Portoviejo, los cuales estaban entre derrumbes, por lo que no respondían a sus llamados. Para mí fue la peor experiencia en un terremoto, ya que el anterior lo viví cuando estaba muy pequeña y recuerdo poco. Este no lo olvidaré jamás.

Katherine Bravo Sánchez, Junín

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Volveré a pintarle las uñas Un día común pasó a ser una película de terror. Era fin de semana y me sentía aburrida en casa, quería salir a pasear, convencí a mi esposo y junto a nuestra bebé fletamos un taxi. Nos dirigimos al Paseo Shopping. En el camino, disfrutamos del paseo y hasta nos causó gracia las cortinas que habían ubicado en el vehículo. Las puertas se abrieron y pasó una chica muy guapa, miré a mi esposo y lo pillé mirando a la muchacha, ambos nos reímos porque lo había descubierto. Cuando nos acercamos a las escaleras eléctricas le di a la niña a mi esposo, en ese momento comenzó a temblar. Yo no sentía nada al principio, luego todo se movió muy fuerte. La gente gritaba, pensé que me iba a caer, él me sujetó el brazo, lo miré y estaba pálido. Mi hija gritaba hasta que el movimiento se detuvo, pero mi corazón quedó latiendo fuerte por largo rato. Pensamos en nuestras familias, caminamos y caminamos, llegamos cansados. Los buses y los carros no respetaban a los peatones, todo parecía una pesadilla. Cuando llegué, abracé a toda mi familia. En ese momento nos enteramos que el Felipe Navarrete, donde trabajaba mi prima, había colapsado. Su mamá era un mar de llanto y todos permanecimos preocupados, esperando que ella no hubiera estado allí, en ese preciso momento. Pasó el domingo, lunes, martes, ya no nos daban esperanzas de que estuviera viva. La madrugada del miércoles una tía nos fue a decir que la habían encontrado, pero sin vida. Fue lo más triste y doloroso que he sentido en la vida, ella tenía un niño. Yo la quería como a una hermana, es muy difícil de explicar este sentimiento. Trajeron su cuerpo en una caja embalada por la descomposición, no la pudimos ver. Es doloroso, aún creo que ella se fue de viaje y que algún día vendrá para arreglarle el - 24 -


cabello como siempre y pintarle las uĂąas.

Arianita Mendoza

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La luna a través de la ventana Estimados amigos, les doy un afectuoso saludo, esperando que estén bien. Aquel sábado, como la mayoría de jóvenes, tenía ganas de salir o hacer algo fuera de casa, pero no tenía compañía y tampoco contaba con mucho dinero. A las 18:00, como cada día, saqué a pasear a mi perro por el barrio, luego de eso jugaría algún videojuego. Ya en casa, listo para jugar, sentí que mi cama se movía y un particular sonido llegó a mis oídos; de inmediato pensé que era un sismo, me levanté de prisa para avisarle a mi mamá, pero ella me dijo que se trataba de un vehículo pesado que al pasar por la calle trasera hacía vibrar la casa. A los segundos el movimiento cobró fuerza, haciendo que las cosas también se movieran bruscamente, me ubiqué debajo del marco de la puerta, mientras mi madre salió disparada advirtiendo que sí era un temblor. Mi madre bajó las escaleras mientras yo fui a buscar mi teléfono y luego la seguí, no sin mi perro, por supuesto. Enseguida nos quedamos sin luz. Una vecina salió asustada pidiendo ayuda porque estaba sola, mi madre no dudó en tomar a la joven en sus brazos y acuñar el rol de protectora. Yo no me sentía desequilibrado, mantuve la calma ante todo lo que pasaba, me senté en la acera y sujeté a mi perro. Veíamos a los demás vecinos afuera de sus hogares, hablando de la situación; pasó un tiempo y los padres de esa chica llegaron a recogerla. Tras la conmoción, pensé en qué había pasado con el resto de familiares que no estaban conmigo, así que cogí mi teléfono pretendiendo llamar a mi papá. Me resultó frustrante notar que las líneas estaban colapsadas. Luego unos familiares llegaron, pues al no tener carro pensaron en venir por nosotros. Con la radio del auto oíamos que - 26 -


varias estructuras se desmoronaron y que había zonas devastadas, información que me parecía exagerada, imposible de creer, dado que donde yo estaba apenas y se había caído un par de adornos. La intriga nos cubrió, sabiendo que las réplicas podrían aparecer en cualquier momento, y que nuestra casa se podía caer, dejamos nuestra fe en que nada malo pasaría, así que en la madrugada entramos a nuestro hogar, el sueño nos invadía. Decidí acostarme al filo de la cama, donde por coincidencia la luna llena iluminaba a través de la ventana parte de mi cuerpo fatigado y cansado, dándome una paz interior indescriptible, que yo sabía no tenía fundamento para considerarla protectora. Amanecí con vida y las cosas se fueron dando poco a poco.

Andreé Patricio Zambrano Mejía

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Predicción Era una tarde cualquiera. Terminaba de jugar fútbol y me dirigía a Tarqui, al barrio Buenos Aires, para conversar con mis amigos en un portal donde siempre nos reuníamos. Siempre después de jugar solía quedarme hasta bien tarde con ellos, pero justo en la mañana me habían llamado por teléfono para ir a trabajar esa madrugada vendiendo encebollados en el mercado de Tarqui. Después de platicar con ellos, Víctor, uno de mis amigos, se compró un Sporade y lo dejó vacío encima de un muro, eso le molestó a Roberth, otro amigo, diciéndole que ojalá haya un terremoto y le caiga en la cabeza por dejar el frasco ahí. Todos empezamos a reír. Nadie sabía que más tarde vendría lo peor. Vi la hora y ya casi eran las 18:00, entonces me levanté y comencé a despedirme. Caminé hasta mi casa que estaba a una cuadra, llegué y saludé a mi mamá, mi padre y mis hermanos estaban jugando naipe. Fui a mi cuarto para preparar mi ropa, a las 19:00 tenía que estar en el negocio. Me despedí con la bendición de mi madre y con mucho afán caminé a paso ligero, faltaban 20 minutos para abrir el local y yo era el encargado de tener todo listo. Antes de las 19:00 fui al garaje a recoger los trastes, subiendo por la loma de la calle 105, donde se ubicaba el comisariato Velboni. A medio camino escuché a una señora que empezó a gritar desesperadamente, en cuestión de segundos la tierra empezó a temblar suavemente, hasta tomar fuerza, creí que ese momento era mi final, ya que frente a mis ojos se desplomó parte del edificio médico del Velboni. Pensé que quedaría atrapado entre escombros por los otros edificios que había en esa calle. Al pasar la tragedia corrí hacia al mercado. Al llegar ahí, vi que en la zona donde se ubicaba - 28 -


el edificio Felipe Navarrete existía una cortina de polvo que no dejaba observar nada, había vidrios rotos y gente gritando desesperadamente. También mujeres rezando. El terremoto devastó toda la zona comercial de Tarqui y se llevó a muchas personas inocentes. Llegando a mi barrio vi que la zona también había sido totalmente destruida, mi barrio era irreconocible, también fallecieron personas que conocía, vecinos que lo perdieron todo esa noche. El lugar donde me había criado desde que era un niño ahora solo habita en mis recuerdos, gracias a Dios toda mi familia se salvó, pero este desastre natural dejó un sabor amargo en nuestras vidas. Se cumplió lo dicho por mi amigo.

Carlos Alberto Parrales Álvarez

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La lección de mis hijas Soy de Chone. El día anterior al terremoto mis hijas me preguntaron qué era un terremoto y cómo se siente. Les comencé a contar la historia de cómo lo viví cuando sucedió en Bahía, quedaron impactadas. El sábado 16 de abril, a las 18:45, nos encontrábamos en el local de trabajo ubicado en el centro de la ciudad. Ya estábamos por cerrar. Nos organizábamos con mi esposa mientras nuestras hijas jugaban en el portal. De repente llegó el minuto más largo de nuestras vidas. Comenzó a temblar levemente. Mi esposa estaba en la parte de atrás de la bodega, ya que el local se ubicaba en la planta baja de una casa de tres pisos. Le dije que salga, que se trataba de un temblor. Mis hijas de once y doce años estaban desesperadas, no sabían qué hacer y me preguntaban qué estaba ocurriendo. Ya abrazados los cuatro, llegamos a la puerta del local, hasta allí alcanzamos a llegar por la fuerza del remezón. «Esto no para, papá, ¿qué es?», me preguntaban. «¿Se acuerdan de la historia que les conté ayer?», les respondí. La casa traqueaba, parecía que se caía. A los lados, el Banco Comercial de Manabí se movía como gelatina. Gracias a Dios no nos pasó nada, pero vivir esos momentos nos marcaron para toda la vida. El 16 de abril algunos volvimos a nacer, que descansen en paz aquellos que mi Dios decidió llevárselos al descanso eterno.

Marcelo Del Valle Velásquez, Chone

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El mandil de la solidaridad Aquel día me reuniría con mis amigos a las 18:00. Por motivos de trabajo lo dejamos para las 20:00. Previo a la reunión tenía un baby shower, pero llegué puntual a la cita con mis amigos, a los que no había visto desde la graduación. Una vez en el lugar, mientras pretendíamos tomar una foto con todos mis compañeros, la tierra empezó a temblar. Todos se abrazaron. A mi lado estaba una compañera embarazada. La abracé y le dije que todo estaría bien. Se fue la luz, el movimiento era más intenso, los cristales caían, la gente se tropezaba, el agua del aljibe rebosaba. Una vez que logramos salir a la carretera, los moradores de Ciudadela Universitaria y Barbasquillo salían de sus casas gritando «tsunami». Yo, como nunca, guardé calma. Me comuniqué con mi familia en Jipijapa, mi madre me dijo que estaban todos bien, un poco asustados pero sin ningún daño material y con vida. Luego llamé a mi esposo y me dijo que se encontraba laborando en el hospital del IESS de Manta, en el área de Emergencia. Él me dijo que estuviera tranquila, que iría por mí. Después me realizó otra llamada y me dijo que el hospital había colapsado, que había muchos heridos. Junto a mis compañeros, que también son médicos, nos dirigimos hacia Montecristi, pero al pasar por el IESS les dije que paráramos por mi esposo y que muchas personas necesitaban ayuda. Me bajé, lo encontré y me alertó sobre el supuesto tsunami. Sugirió que tome gasas, suturas y lo más necesario, porque iríamos en la ambulancia con los demás pacientes. Después llegó un compañero de la Cruz Roja y nos dijo que la alerta de tsunami se había cancelado, pero que la ciudad estaba destruida, llena de heridos y muchos muertos, que tratáramos de organizarnos para ver cómo podíamos ayudar. Y así fue, me puse un mandil azul de los que usamos en quirófano y, a pesar de andar con tacos, en ese momento empezó mi labor como - 31 -


médico. Con el personal de enfermería, camilleros, médicos y todo el que nos quiso ayudar, nos organizamos y sacamos todas las camillas que había en el área de Emergencia y Observación, también tomamos medicación. Cuando llegaron los rescatistas nos preguntaron si el personal estaba completo, pero faltaba una compañera pediatra, la cual durante el terremoto cogió a un niño con parálisis cerebral infantil, quien sufría de convulsiones seguidas, por lo que decidió llevárselo a su casa. Después ella regresó, luego de haberlo dejado con mediación y a salvo. En el cuarto piso, donde funcionaba Medicina Interna, gritaban con desesperación por ayuda. La escalera principal estaba colapsada, con ayuda del personal que laboraba ahí y los rescatistas, logramos evacuar a todos aquellos que se habían quedado atrapados en esa área. Un paciente que estaba en UCI fue rescatado por los rescatistas, quienes lograron mover la cama antes de que se cayera una pared que estaba a su lado. Tratamos de atender a todos los heridos, se trabajó toda la noche y al día siguiente, logrando transferir a muchos pacientes a Guayaquil y Quito, hicimos todo lo que como médicos estuvo a nuestro alcance, todos con un solo propósito: salvar vidas.

Dra. Ana Lucía Zambrano

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La llegada del Titán Un titán embistió con furor la ciudad y corrí a través de la oscuridad hasta mi hogar. El temblor dibujó un sector fantasmal, al cruzar el portal todo se volvió tan surreal. ¡Movimiento terrenal, ondas sísmicas! El titán despertó un horror general y logró apagar muchas voces sin justificar. El dolor nos unió y llevó a luchar, al mirar la mitad de nuestra ciudad por levantar. ¡Movimiento terrenal, ondas sísmicas! ¡Un lamento ancestral, muchas réplicas! Un titán descomunal nos mostró la realidad, qué frágil es la humanidad. Todo es cuestión de percepción.

Letra y música: Roberto Ferrín

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Palermo y el 16A La marea está baja, el sol se acaba de ocultar, empieza la hora azul. «Palermo» (Rodolfo Párraga, fotógrafo documental de Manta), acomoda a una pareja de esposos sobre los corrales ancestrales de Ligüiqui. «Golpeen el agua, que se hagan ondas sobre ella», exclama, dirigiéndolos. Quién diría que en escasos minutos posteriores, esas ondas serían como una premonición a lo que pasaría en los dos últimos minutos de la tarde del 16 de abril. La sesión culmina, son las 18:40 al mirar su reloj. De retorno, pasando por el bosque de Pacoche, de repente el auto que lo transporta se hace a un lado del carril, los postes se mueven, detienen la marcha, «Palermo» exclama: «¡Temblor!, dele suave don Omar (el conductor del taxi amigo), siga por en medio». Continua la marcha, a la altura de El Aromo ve a varias personas afuera, la gente sollozando le expresa que hubo un temblor muy fuerte, «Palermo» saca su cámara y empieza a obtener las primeras imágenes de ese día. Una especie de neblina, que resultó ser polvo por la sacudida de tierra, lo cubre al pasar por la carretera, las laderas se desbordan en algunos puntos. Llega a Manta, observa cómo en un salón de eventos se refugian personas vestidas de rosa, llorando. «Palermo» entiende la gravedad de la situación. Decide recorrer la ciudad con don Omar, pero ya estaban sin combustible. «Vamos a dar la vuelta en moto», le dice don Omar. Llegan a Tarqui, don Omar grita: «¡“Palermo”, el hotel Miami ya no está!». Y en efecto, «Palermo» mira el montículo de tierra. El 16A se empieza a documentar. En ese momento comienza a fotografiar la ayuda de las personas en el rescate. En la moto recorren otros lugares. Escucha a una persona hablando por teléfono, diciendo: «Hijita, el Panorama Inn (hotel) ya no existe». «Palermo» hace apuntar la luz de la moto hacia ese lugar y solo hay escombros, como una - 34 -


pequeña loma. Avanza hasta el edificio Felipe Navarrete y dos personas cuelgan de la mitad del cuerpo hacia afuera, estaban siendo socorridos, otras personas se llevan cosas del mercado colapsado, «Palermo» no puede quedarse quieto. Alertan la presencia de un tsunami. Hace fotos generales, evita retratar muertos. Se queda seis horas en Tarqui. Casi a las 2:00 va a su casa, ubicada en el barrio Cuba, no da oportunidad a que sus familiares lo abracen, trata de mantener la calma y transmitir lo que había visto. Vuelve a salir, por la avenida 4 de Noviembre, a la altura de la Coca-Cola, un edificio colapsado llama su atención, hace fotos y observa a unos militares jóvenes, ya cansados de buscar, cómo estaban siendo alentados por la gente. Prosigue hacia la Clínica Manta por el rumor de que se había caído. Don Omar le pregunta qué más van a hacer, «Palermo» tampoco lo sabe. Decide que lo lleve donde su novia. La encuentra con otras familias durmiendo en una explanada en Santa Martha, se queda con ella para descansar y salir apenas haya luz. Son las 3:00. Amanece. Se despierta por la bulla de la gente, saca su bicicleta y sale a recorrer con la luz del día. Quiere irse a Pedernales, por ser el epicentro del terremoto. No encuentra cómo movilizarse. Regresa a Tarqui y llega al centro de todo: el Felipe Navarrete (centro comercial que colapsa con más de 100 personas adentro). En ese momento llega el Presidente de la República, «Palermo» sigue sus pasos hasta el hotel Umiña, donde se hospeda el mandatario. A las 20:00 se queda solo y se arrima a una moto que está parqueada, suponiendo que llegaría el dueño y lo podría transportar, pero no llega nunca. Aparece otra moto con dos tipos, con temor también a ser despojado, se lanza a proponerles que lo trasladen a Santa Martha, ofreciéndole cinco dólares. Llega a la casa de su novia, ella no está ahí, se ha ido de voluntaria a un centro de acopio. - 35 -


«Palermo» recorre las calles hasta llegar a un lugar alumbrado donde espera un taxi para que lo lleve a su casa. El lunes retoma su trabajo en El Telégrafo. Para el fotógrafo el transporte no fue una limitación. Su problema fue la falta de energía. Una simple radio a pilas hubiera sido oportuna para llegar a más lugares el domingo 17. Esa falta de comunicación hubiera despejado los rumores sobre el estado de algunas carreteras. Los corresponsales de otras provincias llegan al epicentro ignorando la magnitud en que se encontraban las ciudades afectadas. Recién el lunes dieron la alerta de que se necesitaba ayuda de otros rescatistas en sitios fuera de la urbe. El haber estado con don Omar le sirvió bastante, no solo por conocer la ciudad como taxista, sino también como guardaespaldas, él observaba los movimientos de «Palermo» en todo momento. «Palermo» busca hacer algo para recordar lo sucedido, más allá del reportaje y el registro para el periódico que labora. Toma fotos con sinceridad y respeto, comprometido con la responsabilidad periodística ante todo. «No cualquier persona debió cubrir este terremoto, un fotógrafo de prensa rosa no está comprometido con este tipo de eventos, tampoco el de crónica roja, está la tendencia al morbo», señala. Me pregunto cuál es la realidad que fotografía. Qué enfoques busca. Qué tristezas. Qué personajes. Qué lenguaje de colores, sin duda alguna, todas esas respuestas están plasmadas en las fotografías que «Palermo» hizo durante esos días.

Leiberg Santos G.

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Alerta equivocada A estas alturas usted está más que enterado de la catástrofe que azotó a Ecuador, pero quizá no sabe mucho de las diferentes historias que esconde tal fatídico día. Mi nombre es Camila, soy guayaquileña de nacimiento, pero residía en Manta hace cinco años con mi familia, con la finalidad de buscar un ambiente más tranquilo para vivir, sin saber que seríamos parte de una de las ciudades que sufrió grandes consecuencias del terremoto. Ese día me encontraba con mi madre y hermana, puesto que mi padre estaba de viaje, sería un «día de chicas», dijimos al amanecer. Al asomarse la noche, mi hermana leía en la sala, mi madre descansaba en su habitación y yo caminaba hacia el baño, cuando llegó la primera sacudida. Mi familia corrió hacia la puerta principal, puesto que vivíamos en un segundo piso, me llamaban desde ahí, ante mi calma por el sismo, sin saber que sería lo más fuerte que podía haber sentido. Cuando noté que no pararía, fue cuando la energía se fue, así que traté de encontrarme con ellas, mientras a mi alrededor escuchaba cómo las cosas que mis padres con tanto esfuerzo consiguieron caían y se hacían pedazos, por primera vez no pensamos en lo material, era indiferente lo que dejábamos atrás, solo nos abrazamos en la escalera ante la dificultad de poder bajar, nos encomendamos a Dios y esperamos, esperamos. Cuando el terremoto acabó, empezó la verdadera agonía. En mi memoria los acontecimientos se repiten en cámara lenta, escuchaba a mis vecinos gritar, los postes caían, la gente corría, lloraba, por un momento perdieron la esperanza. Pensamos en buscar un lugar alto, por temor a que el mar acabara con todo, tuvimos la suerte de contar con unos primos que nos llevaron a buen recaudo. Estacionamos en una explanada en - 37 -


la vía Montecristi, junto a otros automóviles y ahí vivimos la segunda fase de la espera, la de las réplicas. Cuando la media noche llegó, volvimos a nuestro barrio, aunque no queríamos regresar a nuestra casa, pero mejor era estar juntos, la vigilia fue ardua, la cantidad de agua escasa, las noticias parecían solo rumores y la angustia se hizo eterna. Solo quedaba esperar que el sol salga, contábamos las horas para su llegada. A las 5:00 los daños eran evidentes, la realidad ya no era un pasar de boca, la ciudad había caído ante la fuerza de la naturaleza. Ese día, el temor que teníamos fue creado por un error al gritar «tsunami», trayendo pánico, sumado al nervio colectivo que ya afrontaba la sociedad. Recuerdo en ese momento ver la gente correr, caer y perderse, es una parte de mí que no será fácil dejar atrás, aunque el pánico fue falso, la sensación no lo fue. Unos días después, ante la falta de recursos con los que se contaba y comprobando que mis seres queridos se encontraban bien, regresé a Guayaquil, sin saber que no sería solo una visita, por la carga emocional que sentía mi madre en regresar a Manta, Guayaquil se convirtió nuevamente en mi hogar. Un terremoto con fecha 16 de abril de 2016, a las 18:58, con una magnitud de 7,8, siendo el epicentro Pedernales, dejando a centenares de fallecidos, afectados, todo un país golpeado, manos amigas de todo el mundo, fue un hecho que cambió no solo a una ciudad o a un país, cambió muchas vidas. El crecer y prosperar depende de uno, de levantarse con la frente en alto, tratando de soportar la angustia de lo que significa esperar para poder avanzar. Cordialmente, una ecuatoriana más.

Camila Vera Chiluiza - 38 -


8,0 grados Richter de fuerza y voluntad La noche del sábado 16 de abril de 2016, la tranquilidad de mi familia fue interrumpida por un fenómeno telúrico que sacudió las costas de nuestro hermoso país. Minutos antes de la tragedia, mis hermanos y yo nos dirigíamos a tomar nuestra merienda, mis padres no se encontraban en casa, puesto que trabajan los fines de semana. De pronto todo empezó a tambalear a nuestro alrededor, al darnos cuenta que no cesaba, decidimos bajar, cuando de pronto, todo empezó a caernos encima. Estaba tan impactada que me quedé esperando a que dejara de temblar, observando cómo la casa en la que había habitado desde el día que nací, y que mis padres con mucho esfuerzo habían levantado, en unos pocos segundos estaba totalmente destruida, con nosotros en medio de todos los escombros. Luego de que la tierra dejó de temblar intentamos salir. Afuera nos encontramos con una ciudad en total oscuridad, con un tráfico congestionado, sirenas que se escuchaban por todos lados, y a lo lejos, las llamas de un incendio que estaba aconteciendo. Invadidos por la angustia, esperando que nuestros padres llegaran, uno de mis hermanos, mucho más herido que yo, fue trasladado al hospital en el cual no pudieron atender su emergencia, porque ya se había agotado lo que necesitaban para curarlo. Fue la noche más larga y oscura, donde prevalecía el miedo e incertidumbre, los sonidos de las ambulancias, los llantos, tratando de dormir entre mis demás familiares y vecinos en lugares despejados, y luego tratando de cobijarnos de la lluvia, con réplicas constantes, lo único que deseaba era que la noche acabara. El amanecer más esperado llegó con el horror y la devastación de observar una realidad que no entendía, una realidad que - 39 -


antes solo conocía en las noticias, pero nunca imaginé que esa realidad podríamos palparla en carne y hueso, y al igual que el cemento, mi alma empezó a caerse en pedazos por tanta pérdida, pero también pude sentir todo el esfuerzo de la gente que se solidarizaba con nosotros. A pesar de lo mucho que nos golpeó este fenómeno natural, estaba segura que íbamos a salir adelante, porque si la vida me dio una lección de 7,8 grados Richter, mi familia y yo tuvimos 8,0 grados Richter de fuerza y voluntad. El terremoto nos estremeció hasta casi partirnos el alma, pero como mantenses nacimos con espíritu antisísmico y la intensidad de nuestra voluntad no se mide en la escala abierta de Richter, nunca nos abandonamos, nunca nos rendimos. Este terremoto derribó nuestra casa, pero no nuestro hogar, dobló el acero, pero no nuestra voluntad. Este terremoto que nos destruyó fue el mismo que nos reconstruyó. Y es que esa humildad y don de gente que nos caracteriza, nos permitió resurgir de entre los escombros. Luego de dormir aproximadamente cuatro o cinco meses en carpas, con el esfuerzo de mis padres y con la ayuda de personas de corazones muy nobles, nuestra casa se pudo reconstruir y pudimos regresar a nuestra rutina cotidiana nuevamente. Ya han pasado dos años de este terrible incidente, el cual quedará marcado en nosotros como un mal recuerdo, un recuerdo que no solo estará en mi memoria, sino que también en mi piel, en cada una de las cicatrices que dejó aquel suceso. Ya superamos lo más difícil y puedo asegurar que podremos superar todos los problemas que se nos presenten de aquí en adelante.

Vanessa Vinces

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Una noche diferente en la catequesis Había sido un día muy difícil. Pasamos muchas horas limpiando las salas de la catequesis. Solo deseaba llegar a mi cama para descansar unos minutos. Tenía planes de salir a un evento benéfico de una fundación de niños con cáncer, al cual estaba invitada y quizá después salir y dar una vuelta con mis amigos. Después de terminar con la limpieza acudimos a la secretaría de la parroquia. Estaba junto a una amiga, precisamente a esa hora iniciábamos un trabajo para el día siguiente, era un detalle simbólico que entregaríamos en misa. El detalle decía: «Estaba mal y me alegré al verte» o algo así, esta frase iba junto a un caramelito que en la mañana no te hace daño y te ayuda a quitar esa amargura o pereza que algunos tienen al ir a misa, bueno para las personas que no aman ir a misa. Sonaron las campanas. El sacerdote subió a dar la misa. Había sido un día muy cansado para él y se encontraba agotado al igual que nosotras. La misa empezó un poco antes de lo normal, eran las 18:50. El Padre empezó a cantar, lo escuchábamos desde la secretaría de la parroquia, la cual está debajo de las escaleras del templo. Yo estaba en la computadora a punto de imprimir la evidencia de mis prácticas pre-profesionales en el IESS de Manta, las cuales al fin había concluido, mientras mi amiga se encontraba recortando las notitas para los caramelos. Eran las 18:54. Empezamos nuestra misión para el día siguiente, hablábamos de todo un poco. Había visto en Facebook una noticia sobre un sismo en Japón que me llamó la atención, iba a leerlo, pero quise primero imprimir mi trabajo de la U. Luego empezó todo, comenzó con un pequeño movimiento telúrico, al cual no le prestamos mucha atención, el sacerdote seguía cantando arriba en la iglesia, mientras todo a nuestro alrededor se movía. Pensamos que pasaría, pero no fue así, la intensidad del movimiento telúrico era cada vez más fuerte, como anunciando que algo estaba a punto de terminar muy mal. No - 41 -


era para nada bueno lo se que venía. Todo se oscureció, inmediatamente salimos corriendo de la secretaría, olvidándonos de todo, el apagón inundó, al igual que el miedo, a cada una de las personas que estaban en la iglesia, sobre todo a nosotras, que buscando una zona segura fuimos a la calle. Nos ubicamos a lado de los vehículos que estaban estacionados, se movían como si fueran a chocarse unos con otros. Mientras todo estaba oscuro, en frente de mí estaba el retrato de la virgen que veneramos y se movía de lado a lado, parecía caer en cualquier momento, ya no resistía más, pensaba en mi familia, en mis mascotas, de pronto se escuchó un estruendo, era la casa mis tíos, se desplomó delante de mí, dentro de esa vivienda estaba uno de mis tíos que tenía una discapacidad. Al lado estaba otra casa que había sido deshabitada hace varios años, esta terminó también en el en el piso, mientras los habitantes del barrio salían corriendo de sus viviendas. Mis fuerzas se debilitaron y me puse de rodillas, apoyada de las piernas de mi amiga, quien me decía que me tranquilizara, mientras se preocupaba por la vida de su hija y de su mamá. Pensé que moriría, pensé que la tierra se abriría en dos, que mi casa se desplomaría y acabaría con la vida de toda mi familia. Pensé en mi papá, quien se encontraba trabajando. La gente salía llorando de la iglesia, el sacerdote seguía adentro. Se terminó, no fue el fin del mundo, quizá fue el fin de ese mundo que nos había dado tantas lecciones. Con la bendición de Dios la infraestructura de la iglesia no fue tan afectada, me despegué del miedo y fui a buscar a mi familia. Todos lloraban. Mi familia aún no salía, temían que la casa se desplomara o que al salir del callejón alguna pared de las viviendas se cayera. Vivo en una casa de tres pisos, que por fortuna no presentó ningún daño, mi familia estaba bien al igual que mis mascotas, todos llenos de miedo nos abrazamos, al instante llamó mi papá pidiendo que nos calmemos, que nos quedemos juntos. Los vecinos sacaron sus colchones, sábanas y almohadas, es- 42 -


tábamos sin energía eléctrica, tampoco había señal de celular ni internet, nadie sabía qué estaba pasando, no existía señal de radio, estábamos prácticamente desinformados. La Policía pasó diciendo que tuviéramos precaución por una posible alerta de tsunami, el miedo creció, vivimos cerca de la playa, por lo que los vecinos salieron a refugiarse a zonas altas. Después, en el vehículo de uno de los vecinos se pudo escuchar al fin una señal de radio, emitiendo que en Ecuador se había presentado un terremoto de 7,8. No sabíamos el lugar del epicentro, después dijeron que no habría tsunami, pero por todo lo que escuchamos era muy serio lo que pasaba, temíamos que ocurriera otro terremoto. Hubo varias réplicas, todos éramos importantes, desde mi tío discapacitado que salió ileso aunque perdió su casa, hasta el perrito de mi primo que del susto escapó y se fue a refugiar al cementerio. Esa fue la peor de las noches que he vivido, a la mañana siguiente no se veía ningún animalito volando, los perros estaban al pendiente de cualquier ruido, el mar estaba con sus aguas recogidas, por lo que los moradores aún seguían con el temor del tsunami y seguían viajando a zonas altas, dejando sus casas deshabitadas. Visité la playa con mi primo Braulio, a quien le encantan los momentos de peligros y acción, la playa estaba deshabitada. Un señor pasó trotando, los postes estaban caídos, al llegar al centro, con los edificios destruidos, recién supimos la magnitud de los daños del terremoto. En la radio hablaban de la «zona cero», un área que según la prensa, estaba muy desbastada por el terremoto. No conocíamos esos escenarios, habían indicado que algunas personas estaban atrapadas entre los escombros. La situación económica cambió mucho, no teníamos agua, los alimentos se estaban dañando por falta de energía eléctrica, las calles estaban cerradas, encontrar un galón de agua era muy difícil, salimos a comprar víveres y la gente se peleaba por una lata de atún, los precios estaban elevados. Supimos que no sería fácil vivir estos días. Tarqui estaba destruido, los edificios - 43 -


en la «zona cero» estaban partidos por la mitad, era como si un gigante hubiese pasado y los hubiera derribado a su paso. A cada momento llegaban militares al cementerio con ataúdes embalados de cinta, cada vez aumentaba la cifra de víctimas y disminuía la de los sobrevivientes, era muy difícil vivir en esas circunstancias. La tragedia nos unió. Mientras estábamos siendo azotados por esta ola de miedos y nervios por el terremoto, la prensa nos hizo conocidos en todo el mundo y eso nos sirvió de enlace para recibir ayuda.

Vanessa Elizabeth Mero Quijije

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Construir con el enemigo Uno Pancho tiene fama de buen fotógrafo, aunque su suegro sostenga que es un inútil, peor si se llevó a su hija a cuarto aparte. «Ni en foto lo quiero ver», le envía a decir con mensajeros, porque se la tiene jurada. El terremoto colapsó una pared del cuarto aparte, la intimidad expuesta y la inseguridad, obligaron a ella, a recurrir al padre, albañil de profesión. «Esa maldita pared», dice el yerno, mientras acarrea los materiales, deja los ladrillos, bate la mezcla. Todo se lo pide y da a través de la hija. Ni se hablan ni se miran mientras construyen. Acabada la tarea el padre recoge sus herramientas, abraza a su hija al despedirse, de reojo mira a Pancho y su falsa postura de estar intacto. Sonríe mientras piensa: «sí es útil el inútil». Dos La casa abandonada y derruida por años, sobrevivió en pie al terremoto. Ahí está, dos semanas después, mientras llega el hermano mayor y toma posesión simbólica de su parte. ¿Cuál? Si el litigio con su hermano lleva tantos años que no se acuerda sino de su infancia vivida dentro de ella y del palo de mango en el amplio patio trasero. El tiempo de abandono no pudo más que el sismo. El menor llega después, espera encontrar escombros, para ver si ahora, decididamente es posible venderla, cosa que no ha querido su consanguíneo. Un ingeniero de cada parte, minuciosamente revisa las estructuras y buena parte de la mampostería, están intactas, requiere adecentamiento y es habitable: ambos informes dicen lo mismo. Los hermanos se mira y por fin coinciden rehabitarla juntos, con sus familias. Tres El terremoto dañó buena parte de un colegio glorioso, sus es- 45 -


tudiantes y autoridades debieron trasladarse, sin otra alternativa, a las instalaciones de otro colegio, cuya rivalidad entre estudiantes ha provocado más de una fricción y heridos. Yony pertenece al primero, ahora debe tomar un bus para llegar al lugar de clases. Mateo, alumno del segundo colegio, debe viajar más lejos al sitio que le asignaron. Las distancias que parecen separarlos, les unen en un punto común, las visitas a un tercer colegio, donde estudian sus posibles conquistas. Las chicas, son amigas y compañeras. Cómplices les comparten un tema de consulta como ayuda. Los dos se miran con recelo y deciden apoyar la solución, buen inicio para construir algo nuevo.

Patricio Lovato

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Segunda oportunidad Estaba junto a mi mamá haciendo las compras en Mi Comisariato del Paseo Shopping. Quiero comenzar diciendo que varios minutos antes de ese fatídico momento, me encontraba en los pasillos del local, comprando los víveres para la semana, la verdad estaba muy lleno, era de entenderse, habían pagado la quincena y muchas personas también se encontraban haciendo sus compras. Estábamos en la fila del cajero, la fila estaba llena de mujeres, particularmente me fijé en una pareja con una niña y un bebé. Una señora olvidó guardar algo en el carrito de compras, así que se salió de la fila y fue en su búsqueda. En ese momento comenzamos a sentir que la tierra se sacudía, todos creíamos que era un movimiento normal, hasta que se intensificaron las sacudidas. Todo se comenzó a caer, el cielo raso, luces, pedazos de cerámica, mi madre y yo estábamos prácticamente a punto de pagar cuando esto pasó. Quisimos meternos debajo de las cajas, pero fue imposible. Cuando el terremoto terminó, se encendieron las luces de emergencia del centro comercial y los guardias comenzaron a evacuarnos. Pude ver personas desmayadas, niños llorando, vidrios en el piso. Nunca solté la mano de mi mamá, ella estaba en estado de shock. Quise llamar a mi padre, pero fue imposible. Cuando estábamos afuera del Shopping, vimos los daños en casas y edificios, todo esto mientras nos dirigíamos a nuestra casa, ubicada en el barrio Altagracia. Lo único que nos acompañaba en ese momento, eran las luces de los autos. Caminamos por la calle 113, hasta llegar la entrada de Altamira, donde fue una odisea cruzar las calles. Vimos a mi padre pasar en el auto, corrí pero no lo alcancé. Él iba a nuestra casa, cuando nos encontramos los tres fue un alivio inmenso, pues creímos lo peor. - 47 -


La familia es y siempre será lo primero, fue en lo único que pude pensar ese día de regreso a casa. Tenemos una segunda oportunidad.

Jen Steeven Pin Vivas

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Un disfraz de bendición Era mi segundo año consecutivo laborando como impulsadora de Artesco, en Todo en Papelería, ubicado en el edificio Felipe Navarrete. Aquel sábado 16 de abril, se inauguró la sucursal ubicada en Manicentro, evento por el cual debí disfrazarme de la abeja Maya. Sin embargo después me comunicaron que también había una masiva asistencia de clientes en el local ubicado en el edificio Navarrete y que debía acudir al mismo. Aproximadamente a las 17:30 llegué a Tarqui, ingresé a la papelería y corroboré los vacíos en las perchas, los mismos que indicaban las ventas exitosas durante el transcurso del día. Fui a bodega a empacar un cartón con mercadería para perchar, bajé unos 20 minutos y cuando me preparaba a perchar, se me acerca una señora con sus dos hijos: uno de cinco y el otro de dos años, aproximadamente. Esta señora me pidió de favor que le ayudara despachando la lista, pues se le dificultaba encontrar todo lo que necesitaba y sus pequeños hijos muy inquietos no colaboraban. Di un profundo suspiro ya que me dolían mucho los pies por las sandalias del disfraz, pero accedí a ayudarla. Empecé a llenar su canasta de todos los materiales que necesitaba y en 40 minutos terminamos. La señora me agradeció feliz y se dirigió a una de las interminables colas de facturación, a esa hora de la tarde. Eran aproximadamente las 18:30 cuando empecé a sentirme ansiosa, desesperada, inquieta por cambiarme y retirarme a mi casa. Fui al baño, me cambié de ropa y me empecé a despedir de quienes me encontraba en el camino hacia la salida. Una de las cosas que más recuerdo, es el rostro de mi compañera impulsadora de la marca Norma, se llamaba Wendy, me regaló quizá su última sonrisa al despedirnos, recuerdo su rostro, reflejaba cansancio, nunca nos imaginamos que ese sería nuestro último «hasta mañana compañera». Salí del edificio - 49 -


y me dirigí al Gran Akí, ubicado en Tarqui y allí esperé a mi papá, quien me pasaría recogiendo para ir a casa. De pronto empezó el sismo, la gente empezó a alarmarse y a correr, los autos pitaban sin parar, luego la tierra empezó a agitarse, las calles parecían pequeñas olas de mar, el cielo empezó a iluminarse y los gritos empezaron a ser más estremecedores. El ruido de los edificios y hoteles en Tarqui colapsando, la gente clamando a Dios, los llantos, las súplicas vienen a mi mente, como si lo estuviera reviviendo en este momento que escribo. Sin duda alguna es la vivencia más dura que puedo contar hasta el día de hoy. Doy gracias a Dios infinitamente por el sentimiento de ansiedad que me embargó, por los ángeles que permitieron que saliera minutos antes del edificio, si me hubiera quedado un poco más, probablemente no estaría contando esta historia.

Zuleyka Maribel Mendoza Álava

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La palabra desconocida Dos horas antes del terremoto, mi esposo estaba siendo operado en la Clínica Manta por fracturas en ambas muñecas, a raíz de una caída. Llevábamos tres días ahí. Minutos antes del terremoto, yo llegaba de comprar un medicamento que habían enviado los médicos después de la cirugía: le pusieron en una mano un clavo con yeso; y en la otra, unos tutores para con el paso de los meses sanaran las fracturas. Al llegar, me acosté en una cama que estaba sin paciente, cansada por la mala noche. De repente sentí un remezón. Estaba en el sexto piso, el último de la clínica. Desesperados comenzamos a rezar, al lado estaba un chico que tuvo un accidente de tránsito y tenía fracturas en la pelvis, en el momento del remezón las camas se unieron. Me acerqué a mi esposo y comencé a rezar a su lado, me asomé por la ventana y vi solamente humo. El bloque de al lado estaba en el piso, se había derrumbado. Me puse a llorar, desesperada salí de la habitación y afuera todo era destrucción. Todos salían despavoridos, regresé en busca de mi esposo y bajamos juntos las escaleras. Solo quería salir de ahí e ir por mis hijos. Todos decían que habría tsunami, esa palabra nunca fue una preocupación para nosotros. Había sido desconocida, más bien ignorada. Creo que a pesar de vivir cerca del mar nunca pensamos en que podríamos ser víctimas de un tsunami, hasta ese momento. Al final pudimos contactarnos con un familiar, el cual nos fue a recoger para llevarnos a casa. Gracias a Dios todos estaban bien. Al día siguiente fui al IESS en busca de un médico porque necesitaba saber qué tratamiento necesitaba mi esposo, encontré a decenas de heridos, personas que necesitaban ayuda. Fue terrible. Pensaba en las personas que murieron, en los niños que se quedaron huérfanos, la ciudad estaba destruida. - 51 -


Con fuerza y uniรณn se ha logrado superar poco a poco ese mal momento. Y estoy segura que todos saldremos adelante, lo que pasรณ nos queda de experiencia y nos da la oportunidad para volver a empezar.

Karla Silvana Pinargote Sรกnchez

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El carro recolector de la suerte Pasar con mi hijo es una de las tareas que más disfruto. Ese sábado él tenía fiebre, no estaba muy animado. Nos bañamos juntos y antes de las 19:00 ya estábamos en la cama esperando que mi esposo llegara del trabajo. Desde que empezó a temblar la tierra me uní en un solo abrazo con mi hijo. Intenté salir de casa pero no pude. Se fue la luz, no pude alumbrar con el celular, las personas gritaban, estábamos en una casa de dos pisos y pasó lo peor: las paredes se cayeron. Solo pensaba en darle protección a mi hijo, cuando dejó de temblar, pudimos al fin salir. En la siguiente cuadra vivían mis tíos y mis abuelos, les pedí ayuda. En ese momento no me acordé de mi esposo, a los 10 minutos reaccioné, le entregué mi hijo a una tía para regresar a casa a buscar las medicinas de mi pequeño y ahí me acordé de mi esposo que todavía estaba en Tarqui. Nosotros trabajábamos al frente del Banco del Pichincha, éramos los mismos del frigorífico El Chonero, que estaba en la parte de abajo del Felipe Navarrete. Mi esposo tuvo mucha suerte de no morir, gracias a un carro recolector que se quedó estacionado al frente. No sé qué hubiera sido de mí si mi esposo se quedaba enterrado entre los escombros del Navarrete. He dedicado mucho tiempo a esa idea. Mi suerte y la de mi hijo habrían cambiado. Mi hermano estaba trabajando con él, la preocupación fue doble y yo solo deseaba que me entrara una llamada al teléfono y que me digan que estaban bien. Cuando al fin llegó me sentí aliviada, me dijo que cerró el local como pudo y caminó hasta nuestra casa, ubicada en Santa Clara. Lloré desesperada con mi bebé en brazos, no podía entender cómo pude ser tan fuerte en esos minutos, solo estaba enfocada en proteger a mi bebé, en que mi familia estuviera a salvo. Esto nos marcará toda la vida, muchos sufrimos, muchos mu- 53 -


rieron, los que quedamos sentimos el dolor de aquellos que perdieron a su familia. De eso no hay duda.

Angie Valeria CalvopiĂąa GarcĂ­a

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Una tarde de playa para no olvidar Era un sábado de compras. Ese día fui hasta el almacén de telas Angelito, en Tarqui, a comprar con otra compañera y mi hija las telas para lo que sería el uniforme el nuevo año escolar en la escuela donde trabajamos. Se sentía el estrés de las compras para el nuevo año escolar, porque coincidía con el pago de décimos y era caótico, los almacenes estaban a reventar. Nos dirigimos hasta el Jocay, a la casa de la costurera que nos confeccionaría el uniforme, de allí nos fuimos hasta la calle 13, a comprar en Súper Éxito un regalo, porque celebraríamos el cumpleaños de otra compañera. Eran para entonces las 14:00 y el sol nos azotó implacablemente. Nos tomamos un batido en una carreta frente al Banco del Pichincha de la calle 13, y acordamos vernos a las 15:00 en el Parque del Marisco, lugar donde con el grupo de compañeras y amigas compartíamos en cada cumpleaños. Y así fue, cuando retorné a mi casa para arreglarme mi hija insistía que la llevara, pero no la llevé, le dije que era una reunión de adultos y que ella allí no encajaba. Salí de mi casa ubicada en La Colinas, al final de la ciudadela La Aurora 1, dejando a mis dos pequeños hijos con su papá: la niña que en ese entonces tenía diez años y mi hijo de ocho. Tomé un taxi y le pedí que me llevara a la pastelería de La Aurora 1, para la comprar la torta de la cumpleañera, de ahí fui a la playa. Cuando llegué ya estaban las compañeras, menos la cumpleañera, porque ella venía desde Portoviejo. Cuando llegó nos dirigimos a uno de los locales que dan a la playa y fuimos a la segunda planta. Estábamos pasando una tarde muy amena. Sin embargo, un ruido me estaba molestando: del techo del local colgaban unos adornos a los que yo llamo «chismosos» (una especie de decoración de la que cuelgan tubitos que al moverse chocan entre sí), - 55 -


empezaron a sonar tan fuerte que me asusté, la cumpleañera me preguntó por qué, le dije que cuando esos adornos suenan tanto es porque algo va a pasar, había mucho viento ese día. Al momento de pagar la cuenta para disponernos a nuestros hogares, la tierra empezó a moverse. Fueron los segundos más espantosos, terminamos en el suelo, la cabaña bailaba, no nos podíamos parar, gritábamos. Una compañera estaba desesperada por su hijo de apenas cinco años que estaba en la parte baja de la cabaña jugando, no lo escuchábamos, había demasiado ruido, era como si una colmena inmensa de abejas se hubiese espantado. Segundos antes recibí una llamada de mi esposo y al asomarme al balcón de aquel lugar, vi a una familia como con cinco niños que jugaban en el mar. Cuando logramos bajar, vimos que los techos de las cabañas de lado izquierdo y derecho habían caído, alguien dijo que el mar se estaba recogiendo, que saliéramos de ahí. Yo no me desesperé, pensé en buscar alguna parte alta, atrás quedaron mis amigas que se separaron con la idea de regresar a sus hogares. Salí con una compañera y sus dos niños. Un señor que andaba en una camioneta nos quiso ayudar, pero cuando intentó entrar a Tarqui, fue inútil, todo estaba caído: la gente pedía auxilio y no quedó más que correr. Le pedí a la virgencita de la luz que me iluminara y que me permitiera llegar a casa, en un momento mi esposo pudo llamar, le dije que estaba bien y que pronto llegaría. Por otro lado, la angustia me embargaba porque mis padres estaban dentro de Tarqui, ya que ellos son comerciantes de comida y ese era su horario de llegada para ubicar su negocio en los bajos del edifico de la familia Lema, en calzados «Jahaira». Tuve la intención de irlos a buscar, pero cuando quise pasar por la calle de la iglesia Nuestra Señora del Rosario, todo estaba caído. Ese momento se me hizo eterno: corríamos, caminábamos entre vidrios, ladrillos, agua, gente desesperada, niños, todo un calvario hasta llegar al colegio Pedro Balda Cucalón, donde una señora, después de rogarle tanto, accedió en llevarnos hasta el semáforo de La Aurora. - 56 -


Gracias Dios cuando llegué a casa toda mi familia estaba reunida, mis hermanos se movilizaron en motos para buscar a mis padres, sabíamos que ellos estaban bien. Mis hijos y mi esposo también estaban bien. Fue la noche más eterna, nadie pudo dormir, no solo por las réplicas, sino por lo que se escuchaba en la radio del carro de papá: el alcalde de Pedernales pedía auxilio en la emisora, él pedía ayuda porque Pedernales estaba en ruinas, era tan estremecedor escucharlo y más aún después ver la realidad. Con la luz del día salí con mi primo en la moto para ver lo que había sucedido. Tengo la dicha de vivir en una vecindad, como le decimos nosotros, pero no es la del Chavo, sino la de Los Moreira, entre todos nos dimos apoyo. Esa noche alojamos a una familia de Miraflores porque ellos habían perdido casi todo: solo llegaron con sus ropas. Dormíamos en el garaje: los niños en los baldes de las camionetas y los adultos en sillas o perezosas. Hubo escasez, pero no me quejo porque gente humanitaria nos visitó, familias nuestras de otras ciudades del país nos enviaban pañales, cosas básicas. Ahora, a casi un año, llevo un luto ajeno porque a pesar de no perder a nadie de mi familia, sí me da mucha nostalgia haber perdido a personas conocidas y también a aquellas que no conocía, me duele mucho aún, porque la muerte la vivimos todos de cerca, solo que a algunos no nos tocó ese día. Gracias por permitirme este espacio. Si pudieran citar el nombre de mis amigas, aquí se los dejo: Mariela Cedeño, Ángela Quijije, Luisa Briones, Mayra Roldan, Ligia, Mariuxi y Genit. El nombre del local no lo recuerdo, desde el 16 de abril, no he regresado. Desde aquel día, mis amigas dicen que la próxima vez que yo haga una premonición, me van a hacer caso.

Roxana Yomaira Moreira Cantos

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La casa de cuatro pisos Manta, 18:30. Estaba en la ciudadela La Aurora comprando una canela para dirigirme hacia Tarqui, atrás de la iglesia Nuestra Señora del Rosario, para reencontrarme con mi hija de cuatro años. Avanzando, un leve sacudón en la parte posterior del vehículo me hizo dudar del estado de las llantas, por lo que detuve la marcha del coche y fue cuando empezó todo. Manabí estaba siendo azotada por un terremoto de 7,8 grados, el fuerte movimiento ocasionaba que motociclistas cayeran de sus motos, los postes caían sobre la calzada, se fue la luz y comenzó la verdadera pesadilla. Nos quedamos paralizados algunos segundos. En mi mente estaba mi pequeña hija, fui esquivando los postes hasta llegar a la calle 110. Todo era un caos, un infierno, casas caídas, gente pidiendo ayuda, otras con niños muertos entre sus brazos, temía lo peor. Seguí bajando hasta llegar a la esquina del colegio San José, los edificios que se habían derrumbado no me permitieron avanzar. Bajé del carro y corrí a ciegas, tropezando con cables y escombros, hasta llegar a la casa de la abuela de mi hija, la desesperación me embargó, ya que la casa de al lado de cuatro pisos yacía en media calle, teniendo en su interior a seis personas atrapadas. Entré desesperadamente buscando a mi hija en la casa, no la pude encontrar. Ella y la mamá habían podido escapar y se encontraban en el parque, refugiándose con otras personas. Lastimosamente, en aquella casa de cuatro pisos, falleció una tía, una prima y cuatro personas más. Ellos no fueron los únicos que murieron ese día en mi barrio. Luiggi Arévalo Cedeño Soledispa - 58 -


Quise verlo por última vez Estaba en mi domicilio ubicado en la calle 110, junto a mis tres niños. Me encontraba descansando un poco. Llamé a mi hijo de 10 años para preguntarle qué se les antojaba comer, de pronto sentí un movimiento y miré las paredes. Junto a mis tres hijos nos colocamos debajo del marco de la puerta de un dormitorio y los abracé fuerte. Mis niños no entendían lo que pasaba. Gritaban, me preguntaban qué estaba ocurriendo, yo no sabía qué hacer, cerré mis ojos y encomendé mi vida y la de mis hijos a Dios, ya que pensé que en cualquier momento la casa se iba a desplomar y estábamos en un tercer piso. El movimiento paró y traté de tranquilizar a mis niños, el piso estaba lleno de agua y vidrios. Tarqui estaba invadido por una nube grande de polvo, lo primero que se me vino a la mente fue que Tarqui se había hundido. Tomé mi celular para alumbrar a mi niño de ocho años, él es muy nervioso, recuerdo sus palabras desde arriba de la casa: «Señores, ayúdennos, estamos solos, vamos a morir». Lo agarré y le dije que íbamos a bajar, entonces los cuatro pudimos salir. Las piernas me temblaban, pensé que me iba a desmayar. Pensaba en mi esposo que estaba en Guayaquil, en mi madre, padre, hermanos. Cuando bajamos me encontré con un panorama triste, la calle estaba abierta, las casas con el suelo, paredes en el piso, las personas corrían, niños lloraban. Me senté con mis hijos en una escalera. Estaba en shock, no podía asimilar lo que sucedía. Estaba colgada, mirando hacia ningún lado, hasta que pasó un señor y me dijo que no me quedara sentada, que caminara con mis niños, porque podría haber tsunami. Esperaba que alguien viniera por mí, mi papá o mi hermano, pero no sabía si ellos estaban con vida. Caminé hasta Tarqui, por el Cuerpo de Bomberos, por ahí vivía mi hermana. Todo estaba oscuro, la casa de mi hermana estaba sola, pero imaginé que estaban bien, porque la edificación no - 59 -


había sufrido daños. Decidí caminar hasta la casa de mi padre, en Los Geranios, fue cuando entonces palpé la realidad: Tarqui estaba destruido. Saliendo a la vía Circunvalación, un carro se detuvo y nos preguntaron hacía dónde íbamos, le dije que estamos cerca, se ofrecieron a llevarnos, era una familia que estaba huyendo de Manta. Llegamos. Los señores nos bendijeron y se marcharon, caminé rápidamente, quería saber si estaban bien, efectivamente estaban bien. Yo ya no podía con mi cuerpo, me desmayé, cuando desperté, estaba en un mueble ubicado en la calle. Mi padre llegó desesperado, nos estaba buscando. Me dijeron que mi otra hermana estaba bien, le pregunté a mi papá si sabía dónde estaba mi hermano Fabián. Él me hizo a un lado, para que la esposa y los hijos de mi hermano no escucharan, llorando me dijo que creía que algo le había pasado, porque ya debía haber llegado. Le dije que fuéramos a buscarlo. Él trabajaba en Todo Papelería, en el edificio Navarrete. Al llegar a Tarqui caminamos y vimos al edificio derrumbado. No pude contenerme más, perdí la fe al ver aquel edificio derrumbado, mi hermana menor se sentó en el piso y comenzó a llorar muy fuerte, mi papá se acercó al edificio y lo llamaba por su nombre, mi hermano nunca contestó. Mi padre nos llevó de regreso a casa para calmarnos. Cada minuto fue interminable en la búsqueda de mi hermano. Le pedí a Dios que por lo menos me dejara verlo por última vez, pero eso no fue posible, recuperamos su cuerpo sin vida a los cuatro días del terremoto. Lo entregaron en una caja embalada. Mi hermano tenía 26 años, cumpliría 27 en mayo de 2016, tenía dos niños y estaba casado. Lo sepultamos en Santa Ana. Cada día el dolor es más grande, no puedo explicar nuestros sentimientos en estas palabras, pero sufrimos muchísimo, ha sido nuestra peor pesadilla.

Yisela Alexandra Barreto Pico - 60 -


El día en que todos perdimos En el mes de abril (2016) me encontraba con seis meses de gestación. Tengo un hijo de once años, mi esposo es policía, en ese mes recibiría su licencia (mes de vacaciones). El 10 de abril viajamos a Carchi a visitar a sus familiares, en especial a mi suegra. Mi cuñado con su esfuerzo tiene un motel y un restaurante. El 16 de abril fuimos con mi esposo y mi suegra ayudar en lo que se pudiera en el restaurante, pasamos ahí todo el día. Cayendo la noche nos dirigimos hacia el motel para dejar lavando unos manteles. Cuando llegamos el guardia nos dijo que había ocurrido un temblor fuerte, largo, que lo que hizo fue correr hacia el patio. Mi esposo se reía, incrédulo, no sabíamos lo que estaba pasando. Luego sonó mi celular, era mi madre, quien llorando nos preguntaba cómo estábamos; al celular de mi esposo, casi al mismo tiempo llamaba mi hermana, para saber nuestra situación y nosotros sin saber lo que sucedía, pensamos que estaban exagerando y nos reímos con mi esposo. Luego de eso nos dirigimos a ver las cámaras que tiene el motel y vimos que efectivamente se había producido un temblor, después, a través de las redes sociales, nos dimos cuenta de la magnitud. Imagínense la preocupación que sentí por mi familia, afortunadamente todos estaban bien, solo con daños en las casas. Esa noche no pude dormir, al día siguiente que ya pudieron televisar la magnitud de gente atrapada en tantas casas y edificios, lloré por esas víctimas, perdí también a amigos. Entre esas tantas casas caídas, estaba la casita en donde vivíamos con mi esposo y mi hijo, mis familiares estuvieron allí y me enviaron fotos de todo: mi televisor en el piso, los platos, el cuadro de mi virgen de Monserrat, todo destruido. A mi esposo lo llamaron para concentrarse en Manta. El viaje desde Carchi fue difícil, tuvo que hacer trasbordo porque no - 61 -


había buses interprovinciales. Me quedé en casa de mi suegra con mis hijos, preocupada, me sentía frustrada solo escuchando las noticias, lloraba por todas las víctimas de este desastre natural, por mi familia y mi esposo. Al pasar el día mi esposo me llamó, me contó sobre el desastre y que se sentía triste por la cantidad de cadáveres que le tocó ver. En su tiempo de descanso, mi esposo sacó las pocas cosas que quedaban en la casa que alquilábamos y consiguió otra que no tuvo daños, la alquiló y cruzó nuestras pertenencias a este nuevo hogar. A los dos meses nos mudamos nuevamente, ahora sí a lo que sería nuestra propia casa, gracias a Dios en la institución de mi esposo nos ayudaron. Al pasar lo días las cosas se fueron normalizando. Mi esposo me fue a recoger y al fin pude ver con mis propios ojos a mi Manta envuelta en caos y destrucción. Lo primero que hice al llegar fue abrazar a mis padres y mis hermanas.

Beatriz Quijije

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Un rayo de luz Recuerdo que aquel día había llegado muy cansado de Montecristi, debido a que estuve presente en el Enlace Ciudadano número 471. Lo primero que hice al llegar a Portoviejo, fue acostarme para dormir un poco, a eso de las 18:00 me desperté y comencé andar en el ordenador, para subir las fotos de aquella tarde. De repente comenzó el cataclismo, la cómoda de mi habitación comenzó a moverse, pensé en que era un temblor, pero no le presté mucha atención, de pronto todo comenzó a sacudirse más fuerte, de inmediato salí de mi cuarto en busca de mi familia, en ese instante, el pequeño remezón se convirtió en un feroz y letal terremoto, el reloj marcaba las 18:58, y solo bastaron 50 segundos, para que la historia de mi ciudad cambiara para siempre. En pleno movimiento, corrí abruptamente hacía el salón, enseguida me percaté que no se trataba de ningún juego, en ese momento, desesperado, observé a mi tía, a mi primo y a mi abuelita, que avanzaban hacía la cocina, me acerqué a ellos, y los cuatros nos fundimos en un fuerte abrazo, en ese momento de pánico y desesperación, mi abuelita empezó a sollozar, la inclemencia de la naturaleza era implacable, el miedo me invadía, traté de hacerme el fuerte, comencé a dar ánimos a toda mi familia. Recuerdo que las paredes se movían como si fueran hamacas, parecía que en cualquier momento los muros iban a colapsar, los segundos fueron eternos, los describí como los 50 segundos más terroríficos de mi vida, ahí, en medio de la incertidumbre, no sabíamos qué hacer, pero gracias a la misericordia de Dios, y a la clemencia de la naturaleza, el movimiento telúrico terminó, todos sentíamos mucho pánico, nos encontrá- 63 -


bamos muy desconcertados, para colmo el servicio eléctrico había colapsado, quedándonos a oscuras y con mucho miedo de lo que podría ocurrir. La incertidumbre fue algo inevitable, lo único que deseaba saber es que mis demás familiares estaban bien, mi mamá, quien vive en Quito, llamó de inmediato a casa de mis abuelos, donde yo me encontraba, nos preguntó si estábamos bien, nos dijo que había sentido un fuerte temblor, que escuchó en la noticias que había muchos fallecidos en las zonas del epicentro: Esmeraldas y Manabí. En ese entonces, mi abuelita, que es hipertensa, se sentía muy nerviosa y lloraba desconsoladamente, nos preguntaba sin cesar que dónde estaba el abuelo, la pudimos tranquilizar un poco al decirle que todos estábamos bien. Mi primo comenzó a consolar a su mamá, mientras que un tío fue a ver a mi abuelito, él estaba recién operado. En el momento que inició el terremoto se encontraba viendo televisión, nos describió la escena como algo apocalíptico: «Me sostuve firme gracias a la puerta de la sala principal y minutos antes de producirse el fenómeno, observé en el cielo un rayo de luz que iluminó todo, pensé que era el fin del mundo». Mientras tanto, los gritos desesperados de los vecinos parecían alarmar aún más la situación, los llantos fueron un calvario aquella trágica noche del 16 de abril, el nerviosismo se apoderó de algunos vecinos, de inmediato comenzaron a especular que la represa de Poza Onda había sufrido serios daños en su infraestructura, que en pocos minutos iba a llegar a Portoviejo, inundando todas las zonas aledañas que se encontraran cerca de los ríos, esto fue como la gota que colmó el vaso. La gente comenzó a correr de aquí para allá, unas iban a ver los enseres más necesarios, como ropa y víveres, mientras que otros se reusaron a creer aquella información y optaron por quedarse cuidando sus casas, evitando cualquier tipo de saqueo. - 64 -


La noche parecía interminable, sin luz, sin agua y sin comunicación. Las llamadas comenzaron a fallar, el servicio integrado de seguridad ECU 911 estaba saturado, dejándonos llevar por el desasosiego de aquella noticia, empacamos unas cuantas cosas y como viento en popa salimos en busca del carro para ir a la casa de un tío, quien vive en un domicilio de tres plantas (por aquello que el río se iba a desbordar). Ahí pasamos toda la madrugada en zozobra, haciendo vigilia permanente para estar preparados de lo que podría suceder, en esos momentos nos encomendamos profundamente a nuestra fe católica, pero sobre todo a Dios y a la Santa Virgen María. Angustiados, tuvimos la necesidad infinita de rezar el rosario, pidiendo que pronto todo pasara. Después estuvimos conversando de lo que vivimos aquel día, cuando de repente, a eso de las 2:00, un fuerte remezón nos hizo salir a la calle, pasado aquel susto, volvimos al patio, tratamos de tranquilizarnos, pero manteniéndonos siempre alerta ante cualquier eventualidad. Las horas fueron pasando y la mañana fue arrojando los primeros rayos de luz, en ese momento decidimos volver a casa, el camino de vuelta fue desolador, mi ciudad estaba destruida, parecía un campo de guerra, como si Portoviejo hubiera sido bombardeado, edificios emblemáticos caídos, casas derrumbadas y cuarteadas, calles partidas y muchos fallecidos, era lo que reflejaba el doloroso amanecer. La melancolía y la aflicción se apoderó de todos, de inmediato nos percatamos que todo había cambiado para siempre, que tendría que pasar mucho años para volver a encontrar a la gente alegre, divertida y «dicharachera» en los centros de las urbes, o al menos por un buen tiempo. Es trágico, la ciudad había sufrido un golpe irremediable y la cifra de fallecidos que escuchábamos en la radio iba en aumento. Sientes tristeza al ver que las principales calles de tu ciudad se encuentran destruidas, desoladas, en lágrimas de dolor de personas que lo perdieron todo, que se encontraban a la intem- 65 -


perie, que clamaban por ayuda, desesperados buscando bajo los escombros alguna señal de vida de sus seres queridos, qué frustración es saber que lo poco o mucho que haces por ayudar no será suficiente para recuperar la vida de los 663 fallecidos; hombres, mujeres, niños y niñas valientes que lo dieron todo por su patria, ellos quedarán para siempre inmortalizados en la memoria de todos los ecuatorianos. La tragedia ha azotado a mi ciudad, ese sentimiento de dolor quedará por mucho tiempo en nuestros corazones, pero hay una razón por la que luchar: volver a reconstruir a la capital de los manabitas, sembrando conciencia social en las personas a la hora de construir una vivienda, cumpliendo y respetando las normas de construcción y desarrollando nuevas edificaciones que sean sismoresistentes, que reemplacen al acero y al cemento por el bambú, material que es muy resistente a los estragos de la naturaleza. Debo decir que no solo debemos luchar por ver a un Portoviejo nuevo, sino por todo Manabí y Esmeraldas, de todos depende luchar por esa aspiración, tenemos voluntad, tenemos fe, tenemos esperanza, tenemos garra y vitalidad de ver a nuestras ciudades recobrar el espíritu luchador que nos ha caracterizado desde siempre a los manabitas. Yo estoy seguro que desde el cielo nos estarán iluminando para nunca perder el optimismo y como el ave fénix, resurgir desde las cenizas, con motivación y mucha más unidad lo lograremos, alentados siempre en un solo grito de confianza: «Derrocados, derrotados jamás».

Bolívar Henry Navarrete Chilán

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El sacudón de nuestras vidas Mi madre lo había dicho, una y otra vez, que los monos andaban aullando muy cerca. Pero no imaginé que se venía una tragedia. Mis padres viven en Membrillal, un pueblo de Jipijapa. Recuerdo que en mi tiempo escolar hubo un programa educativo para saber actuar en caso de sismos. Nos sacaban al patio y jugábamos con la terribola, una pelota que tenía divisiones con franjas en relieve, cuando alguien la recibía tenía que reaccionar de acuerdo a lo que esa fracción le indicaba: guarecerse debajo de un pupitre, ubicarse en el marco de la puerta. Es inolvidable la canción «y si la tierra tiembla nos debemos proteger». Iniciaban los 90, entonces no se hablaba del triángulo de la vida. En 1987 el Ecuador sufrió dos terremotos de magnitud 6,1 y 6,9, que dejaron más de mil muertos. En las publicaciones de la época se lee lo mismo que ahora: el país no está preparado para el desastre. El 16 de abril de 2016, estando en la terminal de Portoviejo y a punto de subirme a un bus para Manta, ciudad en la que vivo, se me ocurrió ir a visitar a mis padres. Es normal en mí decidir un destino en minutos. Al llegar a casa encontré a mamá preparando una variedad de platos típicos con choclo. Con mi hermana mayor, que luego también cayó de sorpresa, le pedimos a papá la mejor mazorca de su cosecha. En el horno de leña del patio se lo ofrendamos al fuego para agradecer el alimento, la lluvia, la vida. Es algo que hacíamos por primera vez, nació en ese instante, nos conmovió la abundancia. El verdor era un milagro en esta tierra seca. Luego fuimos a ver caer el sol entre las montañas y fue ese un atardecer de colores intensos. Algo que no sé explicar me llevó a cantar y a realizar el saludo al sol (asana-yoga), después postrada besé la tierra. ¡Te sentimos tanto, pero no supimos leer tus señales, Pachamama! Descendimos con las primeras sombras y llegamos a casa - 67 -


cuando mis padres ya habían merendado. Nos sentamos ante el banquete que nos dejó mamá, había llevado apenas dos cucharadas a la boca cuando empezó a temblar. Por costumbre hice aquello que me fue introyectado en la infancia y que hasta entonces era la única capacitación recibida. Ahora sé que pararme en el marco de la puerta no es recomendable. Mientras la tierra serpenteaba y de las paredes se desprendía un polvo blanco, lo que me sostuvo fue el fuego en el horno que veíamos con mi hermana desde nuestro errado sitio seguro. Acompañé esos 48 segundos de larga duración con el mismo canto del atardecer: «Bendecid Pachamama, bendecid madre tierra». Metida en el pueblo, sin luz, sin internet, sin carga en el teléfono, nunca pensé que el horror se había tomado Manabí y Esmeraldas. Al amanecer emprendí un viaje a dedo hasta Manta en busca de mis hermanos y mi perro, en el camino me repetían: «A qué va, si esa ciudad ya se perdió». Fue en Montecristi donde empecé a tomar consciencia de lo que se venía, la basílica estaba sin la torre. Al llegar a Manta crucé a pie Tarqui y hasta ahora me siento incapaz de describir el impacto que me produjo ver la destrucción de lo que horas antes era el corazón comercial de la ciudad, saber que debajo de todos esos escombros había personas. Por el sector de la terminal un hombre me dijo que gracias a Dios no perdió ni casa ni familia, le pedí de favor que aligere en su bicicleta mi carga, unos metros más allá desapareció con el agua, el sleeping y la comida que traía para mis hermanos que habían pasado la noche en un parque. Le esperé en vano junto a la iglesia La Dolorosa con la convicción de que regresaría, negándome a creer que me había robado. Al frente, los rescatistas luchaban por sacar vivos a los que estaban bajo lo que horas antes fue una casa de cinco pisos. En todo el barrio se escuchaba que era como si les hubiera caído otro avión. El templo tenía escombros, la misa se realizó afuera, el repiqueteo de las labores de rescate se fundía con un cántico: «Dolorosa de pie junto a la cruz, tú conoces nuestras penas, penas de un pueblo que sufre. Dolorosa salva al Ecuador». - 68 -


El segundo lugar al que corrí a mirar, después del departamento que rentamos, fue el MACC Cine. Con cuánta ilusión había esperado abril para su reapertura. Triste destino el de la cultura en Manta, una vez vencido el vendaval burocrático que lo cerró, la madre naturaleza dijo no se abre. Y se llevó además al teatro de esta ciudad, que también fue mi casa. Al tercer día del terremoto, volví a la playa. Yo no podía estar sin el mar que me ha lavado el alma en cada una de mis catástrofes. ¿Dónde estaban los que madrugan?, ¿los que bailan?, ¿los caminantes? El Murciélago se había quedado solo. En la vastedad de la playa éramos tres, sin ser amigos, nos dio alegría sabernos vivos. El terremoto me hizo pensar que en Manta quería estar, que es mi ciudad y que aunque la veas devastada no te quieres ir. Es la tierra que me recibió a los 16 años cuando llegué del campo, en la que estudié la universidad, me vinculé al teatro y me hice periodista, la Manta de las letras de Hugo Mayo, la de Pedro Gil, la de mis cuentos. Frente a los escombros y los sitios vacíos he pensado: ¿Cuál es la Manta que narraremos para la memoria? ¿Cómo es la ciudad que cocrearemos con el verbo y las manos? Aquellos días de abril me recuerdan la fragilidad, el sacudón de la consciencia: «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos» (Pavese). Y en ese golpe que fue como el de los Heraldos Negros, yo no sé, llegó la contraparte del poderoso amor que nos tocó a marea alta. No he dejado de preguntarme ¿para qué estoy viva? Entre esas 663 vidas truncadas seguro había mejores personas que yo. El terremoto nos quitó la tranquilidad y ojalá la pasividad. Que nunca se nos olvide la tierra que pisamos y que al final aquello que importa es lo que abrazamos cuando dejó de temblar.

Diana Zavala

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Escapé de la muerte Mi nombre es Águeda Marilú Guaranda Mendoza. Soy una sobreviviente del 16A. Apenas tenía 17 días de haber dado a luz a mi segundo bebé, él dormía en mis brazos tras darle de lactar, cuando empezó la catástrofe. Una pared me cayó encima, cuando abrí mis ojos, mis brazos estaban vacíos. No pude moverme, sentía que me electrocutaba, pero ya se había ido la luz. Pedí ayuda, luego mi esposo dijo «aquí está el niño», y por la gracia de Dios el niño cayó en medio de tres pedazos de escombros, la pared se le vino encima, quedó como en un huequito, entendimos que por eso no le pasó nada, mi niño también es un sobreviviente. A mí la pared me causó dos fracturas en la columna y una en la pierna izquierda, además de un golpe en la cabeza, donde me cogieron seis puntos. Fui noticia nacional, la prensa supo de mi historia y esta fue contada. Fueron días muy duros, llenos de dolor y desesperación. Fui trasladada a Quito, al hospital Enrique Garcés, allí estuve ingresada casi tres meses con mi esposo, quien me ayudó y apoyó, no se apartó de mí en ningún momento. Fue mi pilar, mi cuidador, mi amigo durante toda esa odisea. Extrañábamos a nuestros dos pequeños niños, ellos se quedaron al cuidado de mi mamá de 70 años, hermanos y familiares que también se sumaron para cuidarlos. Mi casa de dos pisos, doble losa, se cayó. Lo perdí todo. Fue muy triste volver a los tres meses en silla de ruedas y ver cómo demolían mi casa, el trabajo y esfuerzo de tantos años se desmoronó en segundos. Son imágenes que quedarán para siempre en mi memoria. Gracias a Dios estoy viva y volví a caminar gracias a las terapias que me realizaron, mis piernas me permiten seguir disfrutando de mis hijos y de mi familia.

Águeda Marilú Guaranda Mendoza - 70 -


Manta se puso de pie Al caer la tarde del sábado 16 de abril, estaba en la sala de mi departamento; mi esposa, única persona que me acompañaba en ese momento, fue la primera en percibir el movimiento. Cuando empezó a hacerse más fuerte, ambos nos abrazamos bajo el umbral de una puerta, porque eso fue lo que nos enseñaron en la escuela, era lo que teníamos que hacer. Una vez pasado el movimiento telúrico, por instinto surgió la necesidad de saber cómo estaban mis seres queridos. Las primeras llamadas que hicimos junto a Ana María, fue a nuestros hijos, madre y familiares muy cercanos. Al saber que estaban bien nos quedamos tranquilos. No conocíamos las dimensiones de lo sucedido. Inmediatamente comenzamos a realizar llamadas para saber el estado de la ciudad, las respuestas nos alertaron, como autoridad del cantón me movilicé hacia diferentes puntos, había que verificar su afectación y emprender acciones inmediatas. Los primeros contactos fueron a los jefes policiales, bomberos y agentes de tránsito. Los reportes no eran alentadores y entre penumbras se realizaron las primeras coordinaciones; apenas habían transcurrido unos cuantos minutos después del sismo. Rápidamente se escoge al Hotel Oro Verde Manta como base para las operaciones que había que realizar ante la emergencia; se lo selecciona por ser un edificio céntrico que posee su propia planta de energía eléctrica y por no haber sufrido afectaciones. Llegamos al hotel y ahí se activa el COE Manta, en inicio con los representantes locales de fuerza pública, bomberos y de instituciones de servicios básicos. Como salí de mi casa a toda prisa, no me había dado cuenta que llevaba los zapatos cambiados, alguien del hotel me lo hizo notar. «¡Qué más da!», me dije. Esa noche no dormí, tuve de aliado al café, me ayudó a sobrellevar las interminables horas del día liderando la emergencia. Perdí peso en esa época. Supe que el trabajo sería arduo y que - 71 -


nos tomaría mucho tiempo, pero no claudiqué ante el agotamiento, hombro con hombro con los ciudadanos, teníamos que levantar a Manta. Luego de dos años no tengo más que recordar con satisfacción la forma en que los ciudadanos aprendieron a manejar el dolor. La actividad comercial volvió a su ritmo, los turistas siguen escogiendo a esta ciudad como destino, las obras de reconstrucción están en desarrollo, la precepción externa sobre nuestro cantón es positiva. Cuando mi jornada termina, respiro con alivio convencido de que Manta se puso de pie.

Jorge Zambrano, alcalde de Manta

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Algo cambia, la vida no vuelve a ser la misma El día del fatídico terremoto perdí a mi hermano Víctor Manuel Molina Navarrete; a mi cuñada, Enma Maribel Zambrano Pazmiño; y mi a sobrino de dos años, Enmanuel Molina Zambrano. Se imaginarán lo duro que es para mí poder vaciar todos esos sentimientos a través de este papel. No soy escritor, sin embargo pensé que podía compartir con ustedes mi historia. Vivo en Manta con mi esposa e hijas, trabajo en Guayaquil como electricista. Aquel sábado trabajé hasta medio día. Luego regresé a mi lugar de trabajo y preparé mi mochila para viajar a ver a mi familia, y también para ir al cumpleaños del sobrinito de mi esposa, que era esa noche. Compré pasaje para las 15:00, cuando estaba cerca de Portoviejo llamé a mi esposa y le dije que recién salía de Guayaquil, error mío. El carro llegó a las 18:35, fui caminando hasta la casa de mi suegra, que queda en el barrio San José, allí tenía mi moto guardada. Anocheciendo pasé por el Felipe Navarrete y justo cuando iba por la esquina del mercado comenzó a temblar. Me quedé parado en media calle sin poder sostenerme en pie, me arrodillé, se fue la luz, parecía que la tierra se abría. Nunca imaginé que allí, en Tarqui, se encontraba mi hermano atrapado. Fui corriendo hacia mi casa pensando que quizá se había caído, pero en ese instante recibí una llamada de mi esposa, me dijo que la casa y ellos estaban bien. Le dije que estaba en Tarqui y que todo estaba destruido. Llegué a la calle 114, donde vive mi suegra, el agua daba más arriba del tobillo, las tuberías explotaron, pero no estaban ahí, habían abandonado la fiesta. No pude sacar mi moto, me tocó caminar hasta mi casa, ubicada en Urbirríos 2, en el camino me encontré a mis suegros. Llegamos, lo primero que hice fue abrazar a mi familia, llegaron los hermanos de mi esposa también. - 73 -


Con las réplicas no pudimos dormir. Algo raro pasó esa noche: tocaron dos veces la puerta. Mi esposa le dijo a mi cuñado que dormía cerca de la entrada que estaban tocando, él abrió, no había nadie. La casa tenía un cerco de caña. Fue extraño, pero no pensamos en nada más, dormimos temerosos porque la tierra se seguía moviendo. Ahora entiendo que fue mi hermano quien llegó a despedirse de nosotros. Amaneció, fui a ver la moto donde mi suegra. Mi esposa recibió una llamada de mi hermana Marcia, que vive en Guayaquil, diciendo que mi hermana Zoila, que vivía en Los Esteros, en la noche del terremoto había ido a refugiarse a casa de Víctor, pero no lo encontró en casa, le habían dicho que mi hermano estaba Tarqui. Decidí ir a casa de mi hermano para ver si era verdad, pero encontré la casa cerrada, no estaba el carro, no entendía dónde podría estar si su casa era segura. Con mi hermana Zoila tampoco me podía comunicar. Decidí ir a casa de familiares de mi cuñada para preguntar por ellos, nadie sabía nada. Cuando iba a Tarqui con mi esposa, en la moto, para ver si averiguaba algo, por la 20 de Mayo pasó un carro policía diciendo que había alarma de tsunami, la gente salía aterrada, tuve que regresar a la mía, hasta que nos enteramos que todo era falsa alarma, así nuevamente me dirigí hasta Tarqui, esta vez con un cuñado. Llegando al puente desnivel, por los comedores, vi que ahí estaba el carro de mi hermano estacionado, sentí lo peor, mi hermano sí estaba en ese sector, pero dónde. Después una llamada. Una información que nos marcaría. El miedo. Lo que no hubiéramos querido escuchar: ellos habían ido a comprar útiles al Felipe Navarrete, andaban con el niño menor; el mayor, el de once años, estaba con la señora que los cuidaba, que era familiar de mi cuñada. El Felipe Navarrete estaba hecho un sánduche, irreconocible, apenas el sábado anterior yo había estado también ahí con mi familia comprando los útiles. Los bomberos sacaban escom- 74 -


bros de a poco, decían que muchas personas estaban vivas y que habían sacado muchos heridos, pero también a personas sin vida. Fuimos al hospital y a la morgue, pero no constaba en esas listas mi hermano. Seguíamos con fe, pensábamos que estaba con vida en ese edificio. Nos preocupamos mucho porque mi madre, quien vivía en Tosagua, no sabía que su hijo estaba atrapado en ese lugar. No sabíamos si estaba vivo o muerto. Pasamos con mi familia en las afueras del edificio. Llegó el lunes, no había noticias. Ese mismo día mi esposa supo que estaba embarazada, sentí felicidad, pero también tristeza. El martes ya no podíamos estar tan cerca, el olor era insoportable. Vimos cómo sacaban a decenas de muertos, pero ellos no aparecían. Así pasaron los días, llegó el miércoles, querían meter las maquinarias para sacar escombros pesados. Nosotros no lo permitimos, porque pensamos que quizá había personas con vida. Cada vez estábamos más lejos del edificio, veíamos que a los muertos los sacaban en fundas, nos decían que tal vez ya no había nadie vivo, pero yo seguía creyendo que mi hermano estaba con vida. Nos recomendaron ir a Jardines del Edén, para ver si allá estaba mi familia. Recuerdo a mucha gente llorando afuera del cementerio. Los carros llegaban con muertos en los baldes, las personas estaban a la expectativa de los carros que llegaban, pues significaba que quizá su familiar desaparecido estaba ahí. Al llegar un carro, vi una pierna que sobresalía, vi el zapato de mi hermano, era él, lo presentía muy dentro, entré para reconocerlo: estaba él y su pequeño ya sin vida. Me dijeron que los encontraron abrazados. Nunca olvidaré la imagen de mi hermano muerto, al rato trajeron también a su esposa sin vida. No estaban juntos, tal vez ella estaba en otro lado. Lloré desconsoladamente. Llamé a mi esposa y le pedí que viniera por mí, no podía con tanto dolor. Mi hermana Dolores fue la encargada de darle la noticia a mi madre. Nos entregaron los cadáveres en un ataúd que estaba forrado de cinta de embalaje. Dijeron que era por el olor. Mi madre - 75 -


quería que lleven a su hijo a Tosagua, para enterrarlo allá, pero no se pudo. Ni siquiera los pudimos velar por el estado de descomposición, teníamos que enterrarlos enseguida. Los llevamos al cementerio de Marbella, donde nos tocó esperar que arreglen los huecos, fue triste ver allí a mi sobrino huérfano, él solo miraba los ataúdes, luego se echó a llorar. Con las idas y vueltas y el sinnúmero de trámites que tuvimos que hacer, nos dieron las 2:00. Fuimos a Tosagua, mi madre se quedó con la casa lista para velar a su hijo. Nos consolamos juntos. Ese mismo día mi esposa tuvo una alerta de aborto, tuvimos que regresar a Manta, dejando a mi madre adolorida. Por suerte no perdimos a nuestro bebé. Desde entonces nada es igual para nuestra familia. Nuestras vidas continúan, cada fin de semana regreso para estar con los míos y ahora sí le digo la verdad a mi esposa con respecto a la hora que salgo, si me hubiera quedado atrapado en ese lugar, jamás me habrían buscado, porque en teoría yo aún venía viajando. No debí mentir. Nunca es tarde para volver a comenzar.

Mauro Misael Molina Navarrete

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La historia de «Los bonitos» Aún recuerdo el día en que lo conocí. Fue un 28 de septiembre de 2015, el día de su cumpleaños. Aquel día lo quedé mirando por el espejo del auto sin saber que iba a suceder algo entre nosotros, recuerdo cuando nos presentaron y me dijeron que era el día de su cumpleaños, todos festejaban, yo solo sonreía. Fue una noche linda. Junto a mis amigos estábamos en la playa, sentados, hasta que de pronto Yen se sentó a mi lado y propuso que jugáramos a las penitencias. Yo pensaba en que quizá era hora de irme, pero él pidió que nos quedáramos. La primera penitencia fue la de Yen: tenía que besar a la chica que más le gustara. Él me miró y dijo «ella es la indicada». En ese momento me puse muy nerviosa y dije que no quería, pero todos insistieron. Él tomó mi cintura y nos besamos. Después de un mes, Yen me había enviado una solicitud al Facebook. Revisé sus fotos y de inmediato supo que era el cumpleañero de aquella noche. Comenzamos a interactuar. Me agradeció por el beso que nos dimos y desde ese momento empezamos a escribirnos todos los días. Nunca pensé enamorarme nuevamente de alguien después de tantas decepciones, él llegó a cambiarlo todo, me demostró mucha sinceridad, sencillez y humildad. Un día me dijo: «“Mi bonita” (como me llamaba de cariño), le tengo una sorpresa», yo muy emocionada esperé que me diera la noticia, me dijo que se vendría a Manta y que se quedaría el tiempo que sea necesario para poder conocernos. Eso fue un 1 de noviembre. El 2 de noviembre fui a su departamento, me había invitado a comer ceviche, ahí también estaban sus amigos. Me dio un abrazo y un beso en la mejilla de bienvenida. Ese día tomó mi mano y me pidió que fuera su novia. Yo acepté y fue así cuando empecé a pasar los mejores momentos de mi vida junto a «Mi bonito». - 77 -


Cuando decidí hablar con mis padres sobre la relación que teníamos no lo entendieron, salía de una relación larga y estaban preocupados de cómo terminaría. Después lo aceptaron, yo estaba muy contenta porque ya podía llevarlo a casa y presentarlo como mi enamorado, tenía la oportunidad de verlo más seguido y pasar más tiempo con él. Él residía en Manta con la esperanza de encontrar trabajo y obtener un futuro diferente. Alquilaba un departamento en la Flavio Reyes. Yen trataba de buscar empleo, pero no salía nada favorable. Le expliqué la situación a mi madre y le pedí que nos apoyara, que le permitiera vivir en nuestra casa en uno de los departamentos desocupados, ya que no disponía de dinero suficiente para seguir alquilando. Mi madre entendió y le ofreció un cuarto en el último piso. Mi familia lo ayudó mucho, pasábamos días juntos, él empezó a colaborar en el trabajo de mis padres, se ganó de a poco su confianza, fue responsable en todo y yo continuaba con mis estudios en la universidad, en la carrera de Enfermería. Todo marchaba bien. Una noche golpeó la puerta de mi departamento y dijo que tenía que contarme algo, que no lo dejaba estar tranquilo, sentía miedo de morir. Esa noche fue rara. Lo abracé y le dije que todo iba a estar bien. En marzo decidimos casarnos. Mis padres se opusieron a tal decisión, tuvieron miedo al compromiso por ser muy jóvenes, miedo al fracaso, nos sentimos muy tristes. Nos prohibieron vernos. Escondieron mi laptop, no nos podíamos comunicar viviendo en la misma casa. Fueron días muy duros. Mis padres querían que termináramos de estudiar, que él trabajara, para recién entonces poder pensar en vivir juntos. Un día le dieron dinero para que regresara a Chone. Mis padres estaban muy enojados y él decidió irse. Les dijo: «Cuiden a “Mi bonita” porque yo lucharé por su amor». Hubo muchos problemas en mi casa. Mis padres se separaron. Mi padre se fue. Nos quedamos solas, sin dinero. Le dije a mi mamá que debíamos hacer algo. Ella me dijo: «Llama a Yen, - 78 -


dile que venga, que venga para trabajar juntos». Él llegó un 25 de marzo. Trabajamos en la venta de comida todos los días. En abril mi padre regresó casa. Otra vez estábamos juntos. El 14 de abril cogió mi mano y mi abrazó fuertemente, empezó a llorar, me dijo que presentía algo malo, era la segunda vez que me decía algo similar, yo la abracé y le aseguré que nada malo iba a pasar. Al siguiente día viajó a Chone, pero en la noche yo escuché sus silbidos, como generalmente él silbaba cuando quería llamarme. Me sentí desesperada, lo llamé y me dijo que estaba con su madre, que al siguiente día estaría conmigo, que me tranquilizara. El 16 de abril mis padres fueron a laborar a San Lorenzo por ser el Día del Pescador. Ese día habría mucho trabajo. Mi hermana salió con su novio pero quedó de recogernos para ir por mis padres. Estábamos en la computadora cuando empezó a temblar la tierra. En ese momento habíamos tenido un disgusto. Yen me dijo que me tranquilizara. Fui corriendo donde mi abuelo, abrí la puerta para despertarlo, pero la casa empezó a caer en cuestión de segundos. No alcancé a ver a mi abuelo, Gonzalo Sánchez, mi «papi», porque las losas del edificio cayeron muy rápido, él no sobrevivió. Yen alcanzó a tomarme de la mano y me abrazó. Cuando abrimos los ojos todo estaba oscuro. Un cerro de escombros nos había enterrado vivos. Quedamos aplastados por losas y paredes. Mi cara quedó sobre la rodilla de «Mi bonito» y sobre ella una losa que hacía presión. No podía mover la cabeza. «Mi bonito» me pedía que no me moviera, porque si lo hacía, él vomitaría sangre. Entre los escombros hablamos del amor que nos teníamos. Él me pidió que siga adelante, que cumpla mis sueños. También me dijo que si no salía vivo, le diga a su mamá (Margarita Andrade) que la amaba mucho. De ahí en adelante todo fue una tragedia. Debí morderme los labios para tragar mi propia sangre y así calmar la sed. Yenrry no paraba de vomitar. Antes del recate yo me estaba quedando - 79 -


dormida, entonces él tiró de mi cabello para despertarme y me dijo: «No te duermas, “Mi bonita”, que ya nos van a sacar». Afuera, los vecinos del barrio y mi familia de rompían losas para liberarnos. Ocho horas pudieron rescatarme, luego salió Yenrry. En el hospital nos volvimos a encontrar. Yo tenía herida de gravedad en la pierna derecha y mi rostro estaba hinchado por la presión. Acostado en su camilla, Yen me tomó de la mano y me recordó cuánto me amaba mucho, me dijo que todo saldría bien. Fui trasladada a un hospital de Guayaquil. Yo solo pensaba en Yen. Cada vez que preguntaba por él, mis padres me decían que él estaba en Quito, recuperándose. Pasando los días me dijeron que su estado era crítico. Fueron muchos días de angustia. Yo pasaba postrada en la cama sin saber qué tenía, sin saber que me habían amputado una pierna. Un día decidí preguntarle a una enfermera qué pasaba con mi pierna, pues me dolía mucho y tampoco me podía mover. Nadie me quería decir nada, hasta que pasó un chico que hacía la limpieza al cual le pedí que me diga la verdad, él me dijo «lo siento mucho» y se fue. Después afronté a mis padres, entre llantos ellos me dijeron que todo estaría bien, pero mi pierna no mejoraba. Me dijeron que no había solución, que tenían que hacerme una segunda amputación. Esa operación calmo el dolor y poco a poco fue desapareciendo. Pensé que moriría. Pasé más de 30 días en cama, fui recuperándome, mejorando poco a poco, pero siempre con la incertidumbre de saber algo de Yen. La segunda semana de mayo recibí la visita de la mamá de Yen. Estaba vestida de negro, triste, cabizbaja, me dijo que Yen había muerto. Me sentí engañada por todos, porque siempre había preguntado por él y todos habían dicho que él se estaba recuperando y no fue así. Nadie entendía el dolor que me provocaba saber que pasó tanto tiempo sin saber la verdad, yo buscaba una res- 80 -


puesta. Quise morir ese día, incluso me causé daño, intenté dejar de respirar, quería desaparecer. Pasó mucho tiempo hasta que me dieron de alta. Lo único que quería era llegar a casa y estar con mi familia, ¿pero a qué casa? Enfrentar la realidad de mi ciudad y de mi nueva vida, era algo que tenía que hacer. Al llegar a casa me entregaron la cadena de Yen, un regalo que él dijo que me daría, ahora lo guardo como mi mayor tesoro. Pasé en Quito nueve meses realizando mi terapia, luchando sola, cada día, fui perseverante todo el tiempo para lograr una pronta recuperación y llegar nuevamente a casa. En todos esos meses había días tristes, angustias, porque ya nada era igual, nada tenía sentido, ya nada era como antes. Ahora tenía que pedir ayuda para movilizarme, había días en que me desconsolaba más porque ya no tenía con quién compartir mis días, mis noches, mis conversaciones, mis canciones, mis lugares favoritos, estaba con familiares, pero no estaba con quien yo quería en ese momento. En mi cumpleaños obtuve mi prótesis, fui mi mejor regalo. Seguiré estudiando en la universidad. Lo haré así sea en muletas o en silla de ruedas. Una vez en Manta los problemas económicos regresaron, pero mi madre, mi «héroe», siempre se ha esforzado para que salgamos adelante. Ella ha sido la única que nunca me ha dejado sola, siempre he contado su apoyo, hasta en los momentos más dolorosos. Dicen que toda una guerrera brinda una sonrisa por cada batalla. Yo mantengo mi sonrisa intacta.

Jahaira Basurto

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Un caballero de brillante armadura Aquel día tenía planificado salir con unas amigas, pero me quedé en casa con mi mamá y una tía. Mi mamá salió a tomar café con mis abuelos, yo saldría a eso de las 18:00. Me duché, me vestí, guardé las llaves, en todo ese tiempo mi mascota se mantuvo a mi lado. En ese momento empezó a temblar. Yo vivía en un edificio, el movimiento de la tierra fue estremecedor. Pensé que sería el fin del mundo. Salí corriendo por el pasillo, intenté bajar las escaleras, pero el movimiento me tumbó al suelo, cerré los ojos y pensé que moriría. En ese momento apareció una vecina, agarró mi mano y dijo gritando «vámonos». Ya afuera vi que el cielo estaba muy claro. Las personas a mi alrededor gritaban, lloraban, mucho caos. Empecé a llamar a mi mamá, finalmente pudimos comunicarnos y me dijo que estaba bien, que me pasarían recogiendo en una camioneta con mis abuelos, juntos nos fuimos a la casa de un tío que vive en Monterrey, allá no había destrucción. Al darme cuenta que mi familia estaba bien, comencé a llamar a mi papá que vivía en Pedernales; papá era de las personas que siempre estaba pendiente de sus hijas y me asombró que hasta ese momento no había tenido una llamada suya. Lo llamé unas veinte veces y fue en vano, no salían mis llamadas, me desesperé. Recibí una llamada de mi tía que se encontraba en Miami con el esposo, que es hermano de mi papá. Me preguntó por él y le dije que no había podido comunicarme, ella me dijo que enviaría a un bombero a buscarlo. Sentía una opresión en el pecho, no podía respirar. De repente tuve una visión: vi a mi papá bajo los escombros, se lo comenté a mi abuelita y comencé a llorar. Mi tía me volvió a llamar y me dijo que sea fuerte, cuando escuché esas palabras mi cuerpo se desmayó, caí en rodillas y comencé a gritar fuerte, ya encontra- 82 -


ron los cuerpos, me dijo. No puedo expresarles por este papel el dolor que viví, se me fue mi héroe, pensé, mi papito amado. Esa noche no pude dormir. Lloré muchísimo, jamás pensé perder a mi padre tan pronto. Tenía pesadillas, estaba en mis pensamientos a cada instante. Al día siguiente llegó mi hermana mayor de Guayaquil y juntas recibimos el cuerpo, no se cómo tuve el valor de ver a mi papito así. En ocasiones no entendemos la vida: gente tan mala sigue viva y disfrutando mientras gente buena se va. Aquel 16 de abril jamás lo olvidaremos, recordarlo es tan doloroso. Ahora mi padre es mi ángel, él me cuida y me bendice todos los días, me han pasado cosas maravillosas y siempre pienso que es él. En vida siempre cuidó de su pequeña, ahora que no está aquí, sé que no es diferente. El jueves 14 de abril mi papá me fue a visitar a Manta, comimos juntos, conversamos, hablamos de cosas que me impresionaron; jamás había visto a mi papá así, estaba triste, su rostro reflejaba que estaba cansado, recuerdo tanto su cara aquel día, me fue a dejar a mi casa y me dijo que fuera con él a Pedernales una semana, que quería pasar conmigo. Le dije que no, porque no me gustaba Pedernales, él aceptó y me dijo que se tenía que ir. A las 20:00 de ese día me llamó y me dijo que ya estaba en casa y que estaba bien, pero que se iría a descansar por que estaba muy cansado, eso fue lo último que escuché de él. Quisiera tener el poder para retroceder el tiempo, para subirme a su carro y haberme ido con él. A veces pienso si habría la posibilidad de que mi papá supiera que se iría para siempre, como esos presentimientos que dicen que se sienten cuando uno se va a morir. Él se despidió de mis hermanas un día antes del terremoto, las llamó a cada una y nos dejó un vídeo donde nos expresaba el amor que siempre nos tuvo. Carlos Ernesto Sánchez Arteaga ahora es nuestro ángel. Para sus hijas: Karla Daniela, Ana Karolina y María Nathaly, siem- 83 -


pre será nuestro caballero de brillante armadura. Les quiero compartir una frase que nos dejó en Facebook, antes de irse: «Hay que vivir con la frente en alto y el viento en la cara».

Nathaly Sánchez Camacho

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Una gran mamá Había un sol radiante junto a un cielo despejado, clima perfecto para descansar y pasar con la familia. Las horas pasaban y como ya se avecinaban las clases, me dirigí junto a mis dos pequeñas hijas a Tarqui, recorrimos todo, pensamos entrar al Navarrete, a chequear los útiles escolares, pero mejor decidí ir al Gran Akí, debido a que ya eran las 18:30 y no tenía mucho tiempo. Estando en el Gran Akí, al momento de cancelar, se cayó un producto de la estantería, como ahí estaban mis hijas pensé que habían sido ellas, pero a los pocos segundos comenzó la catástrofe. El poco sol que quedaba se esfumó, los segundos se hicieron horas, solo se escucharon gritos, llantos, una desesperación colectiva brutal que azotaba los corazones de todos, sin mencionar que la tierra no paraba de moverse, el suelo se sentía como si se estuviera pisando el mar, un mar turbulento donde las olas se mueven a su compás destrozándolo todo. Yo le rezaba en mi mente a Dios, para que nos proteja, especialmente a mis hijas de seis y ocho años, en eso sentí que alguien me empujó diciéndome «ya puedes salir». Ya estando afuera, todo estaba oscuro, había olor a sangre, postes caídos, carros chocados, vidrios rotos, edificios destruidos y a los pocos segundos comenzó a brisar. Le dije a mis hijas que no miraran ni a los lados ni atrás, solo al frente. Caminamos hasta donde trabajaba mi esposo, sin saber nada de él ni de nadie, ya que las líneas telefónicas no servían, nos encontramos y partimos a nuestra casa que se sitúa en el Jocay. Al llegar a casa me sentí como una gran mamá, porque no entré en pánico a pesar de que la gente corría gritando. «¡Se viene - 85 -


el tsunami!», decían, en mi mente pasaron todos los hechos transcurridos en esos instantes y lloré. Mantuvimos la calma, bueno, eso fue lo que pensé. Al día siguiente todo parecía un sueño, algo irreal, una película de guerra, no teníamos los servicios básicos, los víveres escaseaban. En pocos días el Gobierno ya estaba brindándonos ayuda, no solamente de aquí, sino de varias partes del mundo, agradezco siempre a nuestros héroes, quienes nos apoyaron en estos momentos de crisis.

Genny Elena Holguín Delgado

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Visita inesperada Yo tenía aproximadamente doce años trabajando en el centro comercial Felipe Navarrete, donde funcionaba Todo en Papelería, ese sábado mi madre se quedó durmiendo, no la desperté, aunque ella solía prepararme el desayuno, ese día me fui en silencio para que pudiera descansar. Mi hermano y mi cuñada habían planificado el viernes en la noche salir de compras a la mañana siguiente, ya que mi hermano recibió sus utilidades. Yo siempre llamaba a mi madrecita a las 10:00 o a las 12:00, pero ese día pasé muy ocupada realizando cuentas, ya que yo maneja la nómina. A las 18:45 salí de la oficina donde laboraba, pero me encontré con mi madre que estaba en uno de los pasillos cerca de la oficina, cuando la vi me sorprendió, ya que ella no solía estar a esa hora por esos lugares. Al cruzar unas palabras con ella vi acercarse a mi hermano, cuñada y a la suegra de mi hermano, estaban de compras, en esos momentos un compañero me pidió que le ayudara en algo, entonces le dije a mamá que ya mismo la veía, ella me dio un hermoso beso en la mejilla, no me imaginé que esa era su despedida. Apenas ingresé con mi compañero hubo un movimiento y nos asustamos, enseguida comenzó todo el desastre. Salimos corriendo, mi amigo y amiga salieron, yo no pude salir, los vidrios de las repisas de arriba comenzaron a caer. Luego retrocedí, me quedé plasmada de la impresión y como la oficia era de vidrio, pude ver a todos cómo intentaban correr a la única salida, que sin saberlo era el camino a la muerte. Por más personas que pasaban frente a mi familia nunca dejé de verlos, mi hermano intentaba correr sacando a la esposa y a los demás, pero en dos segundos todo cayó, sentí que el piso se hundió, no recuerdo más hasta que desperté. Estábamos inconscientes. Al despertar no podía moverme, - 87 -


estaba acostada boca abajo y mis piernas y brazos estaban atrapados por hierros y escombros. Todo era silencio, solo se escuchaba el sonido del fax que sonaba, recordé que mi familia estaba allí, por más que intentaba moverme, todo fue inútil. Mi desesperación se hizo más fuerte ya que quedé prácticamente encima de mi amigo Fabián Barreto, pero por más que lo llamé, le grité, nunca reaccionó, estaba sin vida. Grité desesperada y al rato todos los sobrevivientes comenzaron a gritar, inclusive mi amiga también habló, allí había otra compañera que también estaba con vida, ella pudo hacer una llamada al esposo. Al rato escuché a mi hermano gritar, pedía ayuda, yo preguntaba su nombre, para confirmar que era él, pero no respondió, yo sabía que era él, lo reconocí por su voz. Le escribió mensajes a papá, diciéndole que estábamos atrapados en el edificio, pero fue en vano para ellos. No sé realmente qué tiempo pasó, pero después escuché personas en la parte de arriba donde estábamos encerrados, pude liberar una de mis manos y golpeé un techo que estaba justo arriba de mí, hasta que me escucharon. Hicieron un agujero, pasaron muchos horas, me pasaron agua, linterna y me hacían conversar mientras me sacaban, yo solo pensaba en mi familia. Mientras trataban de entrar, mi amiga Nora me suplicaba que la ayudara, que le retirara algo que tenía en su pie, pero no podía ni verla ni ayudarla, porque no estábamos cerca. Al paso de muchas horas por fin lograron sacarme, preguntaron mi nombre, afuera los familiares de mis compañeros me preguntaban si estaba tal o cual persona viva, yo no sabía qué decir. Solo pedía que ayudaran a mi familia, les decía que mi hermano estaba vivo, cuando logré ver la salida del edificio, fue horrible. No existía nada. A pesar de mis heridas no quise moverme de ese lugar, me quedé a la espera de que los sacaran pero nada, el martes apareció mi cuñada en la morgue y acudí allá, ya que sabía que si apareció ella, también tenía que estar mi hermano, mi mamá y los demás, incluida mi amiga María José Prado, ya que tam- 88 -


bién la vi con ellos. A mi hermano lo reconocí por su ropa y además porque llevaba una credencial, a mi madre no la encontré hasta el jueves 21 de abril, pero había estado allí desde el martes 19, en un frigorífico, cuando la vi, mi alma se vino al piso al verla toda descompuesta, después de ser una hermosa mujer, ya no quedaba nada de su carita. Sin duda alguna, ese último beso perdurará en mis recuerdos. Me quedó mi hermano de 14 años, que por cosas de la vida no quiso acompañarlos sino él también no estuviera conmigo. Ahora ya nada es lo mismo, la vida de todas las personas que perdieron una esposa, una hija, un amigo, cambió para siempre. Me salvé, es verdad, pero no volví a ver a mi familia. Los voy a amar siempre, siento que ya nada será igual. No habrá felicidad completa, nunca más.

Bárbara Almeida Macías

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Héroes de capa roja Fui bombero voluntario desde el 2009 hasta el 2 de mayo de 2016. Después del evento del 16 de abril, tuve dura elección: trabajar en el sector privado donde mi patrona era mi esposa o quedar al servicio de los ciudadanos como funcionario público de la ciudad que me abrió sus puertas y dedicarme de cuerpo entero al servicio de prevenir e informar las posibles causas de los eventos naturales y antrópicos. Obviamente me quedé con lo segundo. En aquellos momentos difíciles por la magnitud del evento, dejé la casa que con la bendición de que se mantuvo en pie y luego de 16 minutos me trasladé para ponerme a las órdenes del comando y poder iniciar las tareas de rescate en toda la ciudad. Estoy seguro que todos mis hermanos de fuego y voluntarios, nos activamos de manera inmediata para desplazarnos en varios sectores de la ciudad, en especial el sector de la parroquia Tarqui. Al momento de llegar al comando, el jefe del área logística no tenía personal de operaciones para vehículos y necesitábamos realizar las actividades de traslado de equipos que se encuentran en la estación de Manta 2000, donde adicionalmente se encuentran los vehículos más grandes para hacer tareas de trabajos en altura, como es el carro canasta. En la ruta me pararon unos ciudadanos de origen español, de apellido Vargas, en el sector del edificio Nerea. Los familiares se encontraban en el sexto piso, por lo que tuve que avanzar y solicitar el movimiento para llegar al punto, para esto ya habían llegado varios compañeros, entre ellos el capitán Guillermo Torreluna, ahora descansando en paz, que sin dudar un minuto subió a la canasta. Entregado en confianza y fortaleza realizó las acciones de bajar a nueve personas en compañía del bombero Bryan Franco, entre estas personas están: June y Arthur Murphy, Parker y la familia Vargas, que correspondía a su - 90 -


esposa en estado de gestación y su suegro. El compañero Mora y otros avanzaron al hospital del IESS, donde reportaban que los pacientes no podían evacuar. Yo avancé a la central para que se me asigne otro punto, de ahí fui ha realizar la inspección de la familia Santana en la calle 8 y avenida 22. Ahí había una situación crítica: en este punto trabajaron Hernán Ochoa, Fabricio Acosta y Carlos Santana. Estoy seguro que durante el tiempo que se trabajó, fue al límite de que colapse la estructura. Paralelamente dos grupos de trabajo realizaban acciones en los hoteles Lun Fun y Umiña, sector Tarqui, de la misma forma avancé a dejar recursos entre cascos y herramientas básicas. Ahí se encontraban Guessepe Boccanedes y Leopoldo García, entre otros compañeros de trabajo. También había otros grupo por el sector de Solca, otros estaban en el Mayita, Boulevard, Las Gaviotas, hasta que llegué al Felipe Navarrete, con el teniente Ángel Moreira, que ya se encontraba trabajando, me quedé haciendo el trabajo de body, ya que durante el tiempo de voluntario en las experiencias de mayor sacrificio y exposición a los múltiples riesgos, él ha estado a mi lado, sean estas fugas de amoníaco o incendios declarados. Luego de realizar el análisis del problema de la dificultad de los accesos, trabajábamos en realizar otros ingresos perimetrales donde efectivamente comenzamos a rescatar a varias señoras, en compañía de ciudadanos y familiares que telefónicamente nos orientaban para realizar los accesos. El tiempo nos apremiaba y el personal ingresaba por todos lados. Mientras se reducían los accesos para evacuar a más personas, objetos mucho más voluminosos y pesados, los riesgos para el personal aumentaban. Por lo que procedí a llamar a un empresario que siempre ha colaborado con la institución, el cual me facilitó su grúa telescópica, adicionalmente a su operador. De manera inmediata izamos tramos de escalera, secciones grandes de pared e insistimos por múltiples veces con la extracción de la puerta tipo acordeón del almacén donde se en- 91 -


contraba la mayor cantidad de gente, adicional de los equipos que se encontraban como la puerta cortina y los lockets donde se guardan los objetos personales al ingresar al local. Luego de esto llegamos a las cajas con las personas de atención que estaban comprimidas. El tiempo y la característica de la estructura complicaba el ingreso, ya que teníamos la carga de tres losas. Por lo que paralelamente hacían trabajos de perforaciones de losas. Nuestra aptitud fue analizada por unos profesionales de la construcción, asesores del Cuerpo de Bomberos de la ciudad de Quito, aprobando nuestro procedimiento para reducir los tiempos de acceso y encontrar vidas. Continuamos el desmontaje de la cubierta metálica e hicimos maniobras con las losas por los protocolos de rescate y la reducción de las posibilidades de encontrar vida. Fueron horas de trabajo sin descanso, para esto ya había regresado a casa después de tres días sin ver a mi familia, esto fue el lunes. Dormí entre ocho y doce horas. Luego regresé al frente con Ángel, quien no había descansado hasta el día siguiente de mi retorno. Nos mantuvimos así hasta el jueves 21 de abril, aproximadamente a las 14:00. Terminaron las tareas de rescate y en las operaciones del COE se iniciaban otras actividades como la recuperación de bienes, semaforización del MIDUVI y planificación de las demoliciones a cargo del MTOP, sin duda muchas actividades que coordinar con bomberos, por lo que se me asignó este trabajo para las acciones durante los próximos 90 días y después, 60 días más. Fue muy duro. En conjunto con nuestros compañeros de la Policía Nacional y militares, con quienes tuvimos trabajos coordinados con los topos Adrenalina Estrella de México, excelentes personas como Ismael Villegas, Pola Muffit y un hermano de Haití, emprendimos operaciones coordinadas, se hicieron trabajos en otros cantones como Sucre y Pedernales. Algo que hasta la presente fecha me queda de reflexión, es la falta de compromiso del Estado que hasta la presente fecha no - 92 -


se ha hecho absolutamente nada por los bomberos de las provincias afectadas, nuestra infraestructura aún sigue afectada desde el 16 de abril de 2016. Lo cual afecta nuestra psiquis por no poder tener la posibilidad de repararla hasta que el ente rector como lo es la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos y la Secretaría de Reconstrucción, apruebe los presupuestos de reparación y construcción de los cuarteles de bomberos de Manabí. La institución de socorro en incendios y rescate de Manta siempre estará presente con su personal capacitado y listo para proteger a nuestros ciudadanos.

Alberto Borja

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La compañía de Luciana Ese día desayunamos tarde, cosa que nuestro almuerzo se retrasó, también teníamos que hacer compras. Salimos a eso de las 15:00, en el trayecto íbamos planeando la ruta. Decidimos ir a comer a Plaza del Sol, mis hijas estaban contentas. Había brisa, Luciana quería seguir jugando. Otros niños jugaban cerca. Pensaba que debíamos irnos, quizá pronto, pero Luciana estaba pasándola bien, empezaron a jugar a las escondidas y fueron a esconderse al interior de un bar, que quedaba bajo la torre de departamentos. Yo estaba un poco inquieta, así que le pedí a mi esposo que las siga. Una niña se acercó y me dijo que mi hija se había ido lejos, yo le agradecí, y le dije que el papá ya estaba con ella. En ese momento se empezó a mover la mesa, pensé que era la niña que la movía, veo hacia abajo para chequear y no era ella. La agarré fuerte y empezamos a correr hacia un terreno baldío, su padre la recogió más adelante, era el dueño del bar donde estaba Luciana. Cuando llegué al terreno me di cuenta que todos estaban refugiándose ahí, pero faltaba mi esposo y mi hija. Empecé a gritar mientras veía cómo los postes de luz se inclinaban, pensé que había perdido a mi familia, cuando de pronto los vi llegar, tardaron porque mi esposo también ayudó a otra niña que jugaba con Lu, y le tocó regresar para entregársela a su padre. Ya juntos fuimos hasta la estación naval donde comanda mi esposo y pasamos ahí 15 días.

Al día siguiente del terremoto empezamos a llamar a las amistades para llevar ayuda a las localidades afectadas, muchas familias y amigos nos ayudaron en la recolección y entrega de víveres. Vinieron camiones desde Ambato, Quito y Guayaquil, distribuimos la ayuda entre Jaramijó, Rocafuerte, Chone, Tosagua, Portoviejo y Manta. Mi hija Luciana, de tres años, siem- 94 -


pre me acompañó. Fueron días difíciles que felizmente ella no podrá recordar.

Laura Barriga de Guerrero

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Una larga jornada No soy de esos que gustan de los sábados para alistarse e ir de fiesta, aún faltaban horas para que terminara la tarde y me alistaba para salir a rodar en la bicicleta, eso sí me gustaba. El cielo estaba despejado y anunciaba un hermoso atardecer. El movimiento en la ciudad era mayor, pues era fin de semana y quincena, obreros recién cobrados, madres de familia corriendo con la lista de útiles escolares, pescadores regresando de una larga jornada, tomándose unas cervezas quizá, novios en heladerías y restaurantes, todos tenían una historia distinta en una misma ciudad. Recorrí muchos kilómetros, pasando por el agitado Tarqui hasta la playa El Murciélago, me tomé un respiro para un refresco y contemplar la tarde, era un día tan luminoso. Recordé que pronto caería el sol y decidí volver, pues tenía que recorrer los mismos kilómetros para llegar a casa antes de que me ganara la noche. No paré de pedalear, solo cuando el rojo del semáforo se me ponía de frente o los buses me rebasaban en una 4 de Noviembre llena de movimiento. Mis pedaleadas hacían sincronía con la música en mis audífonos y se me vino esa frase que en algún lado escuché: «La vida sería más divertida si contara con banda sonora». Las luces de la ciudad encendieron mientras la noche llegaba, ese momento hermoso en donde se mezcla la claridad con la obscuridad natural. El sol ya no estaba, solo el destello en el horizonte, horizonte que estaba de frente esperando que una vez más el último semáforo que me distanciaba de los dos últimos kilómetros de mi casa. La música era perfecta con la imagen que veía, saqué mi celular y no me resistí a capturar esos colores de la vida. Una, dos, tres y - 96 -


muchas fotos disparé de aquel inolvidable atardecer sin bajarme de mis dos ruedas. Empezó a sacudir la tierra suavemente, se mantuvo por unos segundos, «es temblor», me dije. «Pasará», también me dije, pues los bicicleteros somos solitarios y disfrutamos hablar en voz alta con nosotros mismos. Esperaba que cambiara a verde pero lo que cambió fue la fuerza de la tierra. Es difícil describir pero fue como una inhalación y exhalación fuerte que casi me lanza de la bicicleta, los carros sobre la vía Circunvalación aún no habían notado que los postes se mecían como hamaca hasta que la luz se fue, más no el atardecer ni los fuertes movimientos, tuve que apartarme del poste, tirar mi bicicleta y ayudar a un par de señoras que pararon el carro y salieron despavoridas sin saber qué hacer, su miedo era grande porque el temblor había terminado pero la tierra hacía eco de lo sucedido y se había quedado en movimiento casi eterno. Todos nos recuperamos del susto. Pero para ser sincero, y sin decirlo en voz alta me dije: «Sí fue fuerte, pero no como el del 98 en Bahía, ese sí fue espeluznante». En aquel entonces era niño y no estaba en exteriores, veredicto que cambié a penas dieron la dimensión oficial en el Instituto Geofísico. Llegué a mi casa en Sí Vivienda, una ciudadela apartada de la urbe donde los vecinos estaban solo asustados. La última señal de internet en el celular me permitió ver solo gente asustada en las redes. Pensé en ese momento, que al momento en que llegara la luz iba a conocer detalles del sismo, pero nunca llegó, a pesar de las réplicas de aquella noche pude descansar bien y sin preocupaciones, esa sería la última noche, porque no imaginaba todo lo que se venía. El domingo minutos antes del amanecer sentía agitación en mi familia, pues ellos no habían dormido bien por todos los rumores que habían escuchado de los vecinos toda la noche. Rumores que tenía que comprobar su veracidad. Cogí mi cámara y decidí salir al mismo tiempo que lo hacía el sol. Me uní a un grupo de personas que caminaban hacia la ciudad, se movilizaban a pie porque transporte no había. Llegué al primer barrio y era - 97 -


verdad lo que decían, era un terremoto que había causado mucho daño, mientras más caminaba y me acercaba a la ciudad, aumentaba la destrucción y la desesperación. No solo era yo el sorprendido, eran todos los que caminaban por las calles, porque recién podíamos apreciar con la luz del día la destrucción real del ruido del día anterior. Casas caídas, calles cortadas, vehículos aplastados y los que hacían cola por un poco de gasolina. Personas marcadas con miedo en sus rostros y ojos aguados, nadie podía creer lo que estaba frente a nosotros. Me di cuenta que los rumores eran reales, la ciudad estaba caída y esto se iba a poner bien feo. Aceleré el paso hacia el Municipio de Manta porque era empleado del departamento de Comunicación y tenía que ponerme a las órdenes. En mi desesperación para llegar me encontré con Tarqui, el querido y popular Tarqui, ahora solo escombros. De aquí nacieron las fotos más horribles que he podido capturar en toda mi vida. No había luz, no había señal en el teléfono, no había nada, teníamos que ver la manera de ahorrar la energía de los aparatos y tratar de encontrar otra forma de comunicación, en un entorno lleno de nuevos rumores de terremotos y tsunamis. Pude dar con el lugar en donde estaba funcionando el COE cantonal, vi al alcalde entrando y saliendo, llegando y yendo a recorridos y volviendo a sesionar cada hora o cuando fuera necesario, para tomar decisiones, designando a sus colaboradores y todas las instituciones de emergencia las tareas en medio de necesidad de comunicación, alimentación, rescate de vidas y recuperación de cuerpos. Miles de personas llegaban hasta el COE a preguntar por su ser querido, a pedir ayuda, a recibir consuelo. Sabíamos que todos quienes estábamos ahí no íbamos a tener tiempo de dormir, así es que tuvimos que llenarnos de valor, enfrentar cada réplica y poner manos a la obra para asistir los sectores que lo requerían. Yo, como productor del departamento, tenía que conseguir con todo el equipo poder informar datos oficiales, dónde se prestaba la ayuda, dónde direccionar la ayuda, pero ya había pasado - 98 -


tres días y no conseguíamos poder contar con una radio funcionando, recuerdo que la primera estación que salió al aire fue Gaviota, el día martes 19, a las 10:00, aquí íbamos a difundir los boletines y demás informes de interés ciudadano. A la par, las actividades de rescate avanzaban, el miércoles ya había luz en algunos sectores, eran las 11:00 aproximadamente. Al alcalde había designado habilitar terrenos municipales inmediatamente, pues había mucha gente durmiendo en la calle y sabía que después de que todo esto pasara, tenía que solucionar el tema de viviendas. Y nosotros como departamentos teníamos que inyectar una campaña de optimismo para luchar. Porque en esos días todos los que pudieron huir de la ciudad lo hacían, nada era seguro, para muchos todo había acabado. ¿Qué frase utilizar para que el mantense no se dejara ganar de la melancolía y pudiera seguir?, no se nos ocurría nada, era difícil concentrarse en emergencia. Justo en ese momento Ecuavisa realiza un enlace en vivo desde Tarqui, rescataban a Kathy Rezabala, una joven que trabajaba en el edificio Felipe Navarrete. Los rescatistas la sacaban debajo de una estructura, a ella la levantaban de entre los escombros, volvía a mirar la luz, en ese momento nace la frase «Manta se levanta», sobre un portal en el barrio Santa Mónica, en donde íbamos cada vez que podíamos a cargar las baterías y coger internet. Esa fue la bandera de la recuperación de la ciudad. Una historia que me conmovió fue un mensaje que llegó a nuestras redes sociales del Municipio, era un audio que pedía ayuda, no se lograba escuchar bien, pero se entendía que la persona estaba atrapada en la recepción del hotel Manta Host. Mi turno de la jornada había terminado, no aguantaba el cansancio pero inmediatamente fuimos hasta el hotel, este no había sufrido daño alguno y menos su recepción. Hablamos con el gerente, le di los nombres y apellidos de la persona del audio. Ellos verificaron en sus registros y si en efecto, esta persona junto a cuatro más habían estado en la habitación en horas de la mañana y no habían vuelto más, sus maletas per- 99 -


manecían en el cuarto. Ellos eran turistas y tal vez habían salido a conocer otros sitios del cantón o la provincia. Nunca más se supo nada de ellos. Fueron días difíciles, cada minuto estaban llenos de momentos duros, llanto, desesperación, imágenes que nunca se borrarán de mi mente, pero vi una sonrisa de un niño que con emoción recibió un gran botellón de agua. Con esa sonrisa me quedo, con ese símbolo de esperanza.

Antonio Cedeño

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Las vacaciones más amargas Nadie se imagina salir de vacaciones para enfrentarse a una realidad diferente: encontrarse con edificios derrumbados y caos por todos lados, esperando noticias sobre tu familiar, que se quedó atrapado bajo los escombros del Felipe Navarrete,​ aquel 16 de abril. Pues sí, esa es mi historia. Ese fin de semana era el último de trabajo,​porque saldría de vacaciones. A las 18:58 todos los planes cambiaron y sentí que ​esa pesadilla que a veces uno tiene y que nos deja con ​una angustia en el pecho, se hacía realidad. En el segundo piso de un viejo edificio cercano a Tarqui recibí el brusco e interminable movimiento. Todo empezó cuando estaba sentada frente a mi espejo, arreglándome para viajar a Portoviejo esa noche. El terremoto en pocos segundos tiró todas mis cosas al piso. Los ruidos de los objetos cayendo parecía interminable. Agarrada de mi esposo solo rezaba y lloraba para no morir allí. Cuando todo terminó, pensaba en lo duro que me había tocado vivir, pero al salir de ese edificio me di cuenta que lo que yo había vivido no era nada comparado con lo que había afuera: casas destruidas, postes y cables caídos, caos, personas llorando, desorientadas, tratando de asimilar lo que había pasando. Pero lo más duro llegó después. Traté de buscar a mis sobrinos que vivían ​en otro sector, me intrigaba su estado, quería saber que efectivamente estaban bien. Las llamadas no entraban y la ciudad estaba en penumbras. Tratando de buscar una vía por donde llegar hasta Los Geranios, donde ellos vivían, caímos a una zanja producto del terremoto, esto impidió que llegáramos a ese lugar. Luego, poco a poco fui recibiendo noticias de que mis hermanos, padres y sobrinos estaban bien. Pero uno de los nuestros no daba señales. Se trataba de mi cuñado, Fabián Barreto, - 101 -


quien trabajaba en Todo en Papelería, que funcionaba en el Felipe Navarrete, en el centro de Tarqui. Pasadas las 19:00 todo el mundo hablaba del colapso de ese edificio y de las imágenes desgarradoras que allí se vivían. Al acudir allá, supe que solo un milagro sacaría con vida de allí al padre de mis sobrinos. Lamentablemente ese milagro nunca ocurrió. Desde aquel sábado mi familia amanecía y anochecía afuera del edificio, esperando que los socorristas gritaran su nombre, pero no fue hasta la noche del martes 19 de abril que pudieron reconocer el cuerpo inerte, con las huellas de haber pasado cuatros días aplastado por los escombros. Esos días no pude parar de llorar, se me partía el alma imaginar la vida de mis sobrinos de dos y cuatros años, sin su papá. Ese es otro cuadro que me entristecía y que aún lo hace, porque hasta ahora ellos luchan por superar ese duro momento, que sé que los marcó para siempre. Hay días en los que se nos hace un nudo en la garganta cuando el más pequeño de mis sobrinos dice frases como: «¿Por qué mi papá Fabián se fue al cielo?», «mi papá Fabián nos quería mucho, solo quisiera que regrese a darme un abrazo» o «¿si nos caen las paredes a nosotros también morimos cómo mi papá?». Aquel día entendí que la vida no es nuestra, que solo es prestada y que es real, que debes disfrutar cada minuto, como si fuera el último.

Valeria Mendoza

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Olvidar y sanar Es triste recordar estos duros momentos que vivimos. Soy de Manta, vivo en La Paz. Tenía cinco días de internada en el hospital del IESS, por problemas de miomas en el útero. Recuerdo que había terminado la hora de visita y mi hermana me ayudaba a bañarme, porque como me tenían con suero, por los dolores, necesitaba ayuda. Me quedé lista para el cambio de turno, estaba acostada, escuchando música cristiana, cuando empecé a sentir que la tierra se movía. Mi compañera de sala era una chica que estaba embarazada y estaba internada por principios de parto prematuro. Yo dije «amiga, temblor», y desesperada me tiré al piso, quise meterme debajo de la cama, pero no pude. Lo único que pude hacer fue cubrirme la cabeza y orar, pidiéndole a Dios misericordia. Sentí que era el fin del mundo, todo se caía, las paredes, el techo, la gente gritaba, fue algo espeluznante, recordé la película Terremoto: la falla de San Andrés, que días antes la había visto, pensé que me iba a quedar así, atrapada bajo los escombros. ¡Qué horror fue lo que vivimos! Nos pudimos levantar de entre los escombros, nos arrancamos las vías del suero y empezamos a gritar, a pedir ayuda. Bajamos por las escaleras de emergencia y como pudimos abrimos la puerta, porque estaba atascada. Había muchos escombros, mi compañera aplastó un poco su barriga, porque por donde salimos era un espacio muy estrecho. Estábamos llenas de polvo, cemento, mojadas y hasta con sangre. No habíamos cerrado las mangueras de las vías y alguien nos dijo: «Señoras, están sangrando». Abajo todo era caos. Vimos personas muertas, heridas. Logré comunicarme con mi familia y les pedí que me fueran a buscar, no quería estar ahí, lloraba por mis hijos, por mi familia entera. Los minutos eran eternos, al fin llegaron, nos fuimos a Cielito Lindo, donde un familiar de mi yerno. - 103 -


Ese día nadie durmió. Las réplicas se encargaron de mantenernos en vela. Con la llegada de sol, también llegó la claridad de lo que había ocurrido, pudimos palpar todo el desastre. Tuve la terrible noticia de que mi prima Lupita se quedó atrapada bajo los escombros, la pudieron rescatar a los tres días, ya estaba muerta e irreconocible. Aún nos duele su partida repentina, pero esos son los designios de la vida y la voluntad de Dios. Hoy agradezco a Dios por permitirme estar aún junto a mi familia, ver crecer a mis nietos y ver felices a mis hijos. Es una nueva oportunidad, quizá para olvidar y sanar.

Magdalena Magaly Cedeño Flores

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Canoa era nuestro destino Quedaban tan solo dos semanas para que iniciaran las clases, así que junto a mi hija, mis sobrinos y mis primos, decidimos hacer un viaje para despedir las vacaciones. El lugar sería Canoa. Llegamos el mismo sábado 16, a las 17:30. Nos hospedamos en el hotel Canoa Beach, un lugar hermoso. Lo primero que hicimos fue dejar las maletas en el dormitorio y salimos a bañarnos a la piscina. Para las 18:30 ya estábamos con hambre. Mi prima Martha pregunta: «¿Comemos aquí o en el pueblo?», yo le dije que en el pueblo, porque no conocía Canoa. Cogimos la camioneta y nos fuimos con nuestros hijos. Llegamos enseguida al restaurante (uno de los primeros que quedan entrando al malecón), pedimos la carta y vimos que un foco se prendía y se apagaba, en instantes empezó a moverse todo, luego salimos corriendo de ahí, sentí que la tierra me mandaba de un lado a otro, no me podía parar. Estábamos en media calle, tiradas en el piso, mis primos habían buscado un lugar para poder apoyarse. Ese momento sentí que era nuestro último día; estaba tan bloqueada, tan desconcertada, tan desesperada, que nada me calmaba. Paró. Salimos volando con la camioneta. Al querernos ir de Canoa nos dimos cuenta que no había salida alguna, la carretera estaba cubierta por la montaña que se había venido abajo, no nos quedó otra opción que retornar al pueblo con desesperación y buscar un sitio alto, porque la gente decía que habría tsunami. Canoa quedó deshecha. Tengo muy claros los recuerdos, es como si hubiera sido ayer. Nosotros estuvimos en una parte alta toda la madrugada, donde lo único que se visualizaba era a las estrellas y hacia abajo, las luciérnagas, ¡por millones! Con mis primos les hablábamos a los bebés, les decíamos que si nosotros no podíamos más, - 105 -


por cualquier motivo, ellos corrieran hasta lo más alto. Sufríamos por ellos, si hubiéramos estado entre adultos, hubiera sido distinto, pero estábamos con nuestros pequeños, la preocupación era doble. Amanecimos en esa parte alta sin combustible. Pasamos muchas horas pidiendo combustible, nadie nos quería regalar, entendimos que lo guardaban para ellos. Con un poco de gasolina decidimos salir del lugar, tenía que ser por la playa, era eso o quedarnos en Canoa. Después de pensarlo detenidamente, nos lanzamos. Fuimos por la orilla mientras orábamos para que no sucediera nada, de un momento a otro mi primo dice: «Saben, no hay nada de combustible, no sé cómo estamos yendo, no hay nada». Luego llegamos a Brucelas, un pueblo antes de San Vicente, ya nos sentíamos mejor, ahí encontramos combustible y retornamos a Manta. Después de ese día no volvimos a dormir tranquilas, durante dos meses, dormíamos vestidas, hasta con tenis puestos, por cualquier cosa, la ropa la teníamos en un bolso en la entrada de la casa, agua, atunes, etc., por si acaso tendríamos que salir corriendo. Me hice fan de la página del Instituto Geofísico del Ecuador, y creo que no fui la única que terminó revisando la página a cada momento, hasta ahora lo hago, solo para saber por dónde está temblando la tierra.

Cynthia Elizabeth Vinces Estrella

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La muerte tocó algunas puertas Un día tan normal se convirtió en pesadilla, todo empezó a temblar y el mundo cayó de rodillas. Fueron segundos eternos, se escuchaban gritos desgarradores. Todo quedó en tinieblas y la esperanza de vivir se desvanecía en cientos de rincones. Padres aferrados a sus hijos con la voz algo quebrantada, susurraban a sus oídos lo mucho que los amaban. Unos no pudieron hacerlo, en el viento quedaron sus palabras muchos sueños se desvanecieron y al amanecer el panorama desgarrador nos golpeaba. Y entonces palpamos la realidad, nuestras noches se hicieron largas muchos con temor a la oscuridad otros a no poder ver la mañana. Cómo calmar a alguien que sintió que la muerte lo asechaba. Que por 50 segundos le recordó que de este mundo no nos llevamos nada. La piel se me eriza al recordar tan nefasto día, aún me parece escuchar las voces de la melancolía.

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Esas que retumban en tus oídos y dejan huellas en tu alma. Esas que yo no lo olvido porque aún no encuentro calma.

Y es aquí donde nace la fe. Y es aquí donde crece la esperanza. La ciudad se derrumbó, pero jamás perdió su añoranza.

Vanessa Chacho Yoza

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Unidos en un solo abrazo Y fue así como sentimos que no volveríamos a ver la luz del día: Estábamos con mi mamá y mis hijos en el parque infantil del Paseo Shopping de Portoviejo, teníamos planeado ir a al cine o a las «ruedas», que se encontraban cerca de la iglesia La Merced. Yo estaba algo disgustada con mi madre porque ella no se sentía con ánimo de esperar para entrar al cine ni de ir a las «ruedas». Eran las 18:20 cuando apresuré a mi madre que se encontraba conversando con una amiga en el parque, mientras mis hijos jugaban en el columpio. Le dije que al menos nos diéramos una vueltita en las «ruedas» y de ahí nos íbamos a la casa. Subimos al taxi con ganas de ir a las «ruedas» (menos mi madre), pero el taxista dijo que aquel lugar estaba algo desolado porque regularmente el movimiento empezaba tipo 20:00, así que mi madre con una sonrisa en sus labios dijo: «Ya ves Angie, te dije que mejor la próxima semana». Sin más palabras llegamos a casa, mi madre se ubicó en el mueble y yo en la silla del comedor junto a mis hijos, que se alistaban para hacer una plana de su nombre completo. Una de las cuatro sillas del comedor estaba desocupada, esta empezó a moverse (pensé que lo estaba imaginando) hasta que mi hija de ocho años dijo: «Mami, la casa está temblando». Instantáneamente miré a mi madre, en tono bajo susurré: «Mami, temblor». Agarré fuerte la mano de mis hijos y nos volvimos un solo cuerpo. Sentí cómo sus corazones se aceleraban desesperadamente mientras gritaban: «No me quiero morir, mamita», «me voy a portar bien», yo solo atiné a decirles que nada iba a suceder. Los brazos de mi madre nos envolvieron y con la voz quebrantada rezamos el Padre Nuestro, al mismo instante que la oscuridad nos quitaba la esperanza de vivir y caímos de rodilla sin tan siquiera poder movernos. - 109 -


Es indescriptible la sensación que sentimos aquel día, llegamos a pensar que el fin del mundo había llegado. El miedo se apoderó de todos. Pero aún así, la mayoría de padres hacían un esfuerzo para calmar el llanto de los niños que aún temblaban. Nadie pudo cerrar los ojos aquel día nefasto, en que la vida nos dio una lección: aquí solo estamos de paso, nadie tiene la vida comprada y los segundos muchas veces pueden convertirse en horas cuando de salvar la vida se trata.

Familia Yoza

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El perro se quedó en Pedernales El día del 16 de abril viajé a Pedernales con mi perro, llegamos como a las 15:30, donde una abuela y una tía, quienes viven en la parte céntrica de este cantón. Viajé en las furgonetas que se encontraban en el hotel Boulevard, de Manta. Cerca de las 18:30 tenía previsto salir de la casa de mi abuela hacia la terminal de Pedernales para comprar el pasaje de retorno, una tía quiso acompañarme, pero me dijo que primero merendáramos. Siendo las 18:50 hubo un movimiento sísmico en la cual algunas personas se alarmaron y otras personas regresaron a sus casas, ya que cerca de donde mi abuela está la cancha municipal. A las 18:58 me encontraba con mi tía y con una señora con discapacidad auditiva en la planta baja, mi primo de once años y mi abuela se encontraban arriba. La tierra comenzó a moverse suavemente, luego vino la descarga. Los tres nos sujetamos de una columna de la casa en la parte baja, viendo cómo se desplomaba parte de los edificios, hasta que se fue la luz. Una vez pasado el percance, subimos, mi abuela y mi primo estaban abrazados junto al mueble, gracias a Dios no les pasó nada. Lamentos, gritos de auxilio, niños llorando, animales corriendo, olor a gas doméstico, todo eso invadió el ambiente. Caminamos hasta el cementerio de Pedernales por precaución de un tsunami. Después de dos horas de haber pasado el terremoto, junto a mi abuela caminamos por los alrededores del centro de Pedernales, donde pude ver edificios completamente destruidos, casas comerciales que estaban siendo saqueadas, personas rescatadas… La imagen más penosa que pude ver, fue la de una joven madre abrazando a una niña, estaba como protegiéndola, el edificio se derrumbó, ellas estaban en el portal de lo fue una farmacia, ambas sin vida. En esa misma noche algunas personas ya velaban a sus seres - 111 -


queridos que habían fallecido, una excavadora se encontraba por el hotel Pedernales, moviendo escombros y sacando víctimas mortales. Mi familia y yo nos refugiamos en la cancha municipal, después de la media noche comenzó hacer frío y a llover, fue una noche eterna. Al siguiente día regresamos a la casa de mi abuela y nos percatamos que cerca de donde nos encontrábamos, cayeron paredes de ladrillos y ventanas de hierro, pero gracias a Dios ninguna cayó encima de nosotros. Al medio día comenzaron a enterrar a las víctimas y a su vez comenzó a llegar la ayuda necesaria. Cerca de donde vive mi abuela había una sala de billar en la planta baja de un edificio de tres pisos, la cual siempre estaba llena, aquella noche el edificio sepultó a varias personas, siendo la labor de rescate más difícil, pues ninguno sobrevivió. Sentíamos alegría por los que rescataban con vida y tristeza por los que salían sin signos vitales, estos eran llevados al estadio de Pedernales, para que sus familias los reconozcan para su cristiana sepultura. El domingo en la noche llegaron mis padres a Pedernales para constatar que los familiares de mi mamá estaban a salvo y para que yo regrese a Manta. Nos fuimos el martes, la familia de Pedernales no quiso venir a Manta, decidieron quedarse en su hogar. Mi abuela quiso que mi perro se quedara junto a ella.

Xavier Soledispa

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2012 Fue un minuto interminable. Ese día estuve en lo que después conoceríamos como la «zona cero», pasamos ahí toda la mañana, gracias a Dios no estuvimos ahí en horas de la tarde. Fui con mi mujer y mi hija a comprar los útiles escolares, al terminar regresamos a casa. Después me fui a jugar fútbol con un grupo de amigos, como todos los sábados. Regresamos al barrio Jocay después de haber jugado, eso fue como a las 18:00, yo vivo en la ciudadela Divino Niño. La mayoría de mis amigos son del Jocay, así que nos quedamos comentando el partido y refrescándonos con unas bielas. Yo andaba con mi moto sin luces, así que prometí irme antes de que oscurezca. Me despedí de mis amigos y en ese momento tuve una llamada de mi esposa, me dijo: «Stalin, temblor», le dije que se calmara, pensando que era un temblor normal, cuando comenzó a temblar más fuerte le dije a mi mujer que cogiera a nuestra hija y que se pongan en un lugar seguro, fue lo último que hablamos, ahí se perdió la señal. A mí me mataba la angustia y la desesperación por regresar a casa. Encendí la moto, y me arriesgué a andar sin luces para poder llegar a mi casa. Tuve que esquivar ladrillos, paredes, cables, postes de luz, entonces me di cuenta de la gravedad del terremoto. Al salir a la 4 de Noviembre vi a una estampida de personas corriendo y saltando por encima de los carros, pues había demasiado tráfico, yo esquivaba a toda esa gente con mi moto, parecía imágenes de la película 2012, pensé que estaba viviendo escenas similares y me sentía un protagonista más, con la diferencia de que esto era real y mi vida corría peligro. Como pude logré salir de esa congestión, pero más adelante habían cerrado la vía por un edificio caído, justo por el sector de la Coca-Cola. Pude haberme accidentado, manejaba desesperado, no sabía nada de mi mujer y pensaba lo peor. Después de - 113 -


unos 45 minutos de recorrido pude llegar a casa y ver que mi familia se encontraba con bien. En esos momentos miré al cielo y agradecí a Dios por haberme cuidado y por proteger a mi familia, en especial a mi adorada hija. A dos años del terremoto no puedo olvidarme de ese día, creo que jamás se me borrarán de la mente esas imágenes, tuve la suerte de permanecer vivo, siempre estaré agradecido por esa bendición.

Stalin Orley Pilozo Lucio

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Ciudad envuelta en un triste blues No puedo iniciar este testimonio sin contar lo que pasó días antes del terremoto. Yo vivía en la ciudad de Guayaquil y como suele suceder en ciertas relaciones donde la pasión acierta más que la razón, donde las dudas hacen grieta de lo que se llama hogar, a veces no queda más que irse, dejando de paso uno de los trabajos más completos que he tenido, ser maestra; sin embargo, llenándome de valor y aunque un poco rota, decidí regresar un día viernes a la ciudad de Manta. Mis padres, quienes nunca han cuestionado más allá de las típicas preguntas, me aceptaron otra vez en su hogar, con el detalle que ya había pasado más de diez años lejos de mi familia y volver al nido, lo sabía de antemano, no iba a ser nada fácil. Es así que dejando de lado ciertos planes me planteé en la idea de que era mejor estar cerca de ellos. Y llegó el sábado, eran las 9:00, y un poco para quitar la pesadumbre, el estrés y hasta la nostalgia, decidimos ir a la playa El Murciélago acompañados de nuestro fiel perro, Osito. Podría decir que fue uno de los pocos días en el que he sentido la tranquilidad que solo las olas del mar pueden provocar, no había mucha gente y entre fotos y juegos con el perro, nos divertimos olvidando la angustia. Hicimos planes esenciales, mis oídos estaban siendo discipulados por mi Santa Madre. El clima de ese día era fenomenal, un sol brillante, el mejor de los climas para mí, que de una u otra forma necesitaba exactamente eso, quemar un poco las heridas y servirlas como ofrenda al Dios Sol. Fueron pasando las horas, decidimos irnos a la casa, bañarnos, alimentarnos, mientras de fondo escuchaba un poco de Madonna que trivializaba mi estado de ánimo. Cerca de la 19:00, nos sentamos a conversar con mis padres en el portal de mi casa, que es el agujero a otra dimensión, hablamos de cuando éramos niños, de todo lo que se pudo hacer y no se hizo, un poco la nostalgia nos estaba invadiendo, mientras Queen - 115 -


ahora era el invitado en escena para augurar algo que no había visto nuestra generación. Fue así, que mientras mis padres y yo conversábamos y mi hermana se bañaba, sucedió lo que para todos fueron los segundos más largos, el cielo abierto, la peluquería de al frente tambaleándose, gente corriendo, niños llorando, la obscuridad que nos asusta en las películas de terror, un ruido que me cegó, mientras mi hermana gritaba sin saber qué hacer ni teniendo la mínima idea de qué era exactamente lo que estaba ocurriendo, fue así como llegué hasta donde ella, la saqué del cuarto mientras la incertidumbre y el vértigo reinaba dentro de la casa, tropezando mis pies con estatuillas caídas, libros por doquier y agua el piso, no pensé en nada más que mi hermana salga ilesa. Los minutos siguientes fueron los más confusos, sin electricidad, más la gente corriendo por todos lados, nos apresuramos a ir a la cancha donde la gente lloraba, sintiéndose otro temblor más, aumentando el dolor. Personas que tenían celular tratando de «informar» qué era lo que exactamente estaba ocurriendo, pero todos sin una idea real de lo que pasaba. Ya siendo las 20:00, mi familia y yo seguíamos en la cancha, cuando un grupo de personas pronosticaban lo peor: ahora habría un tsunami. Siendo yo de personalidad tan lógica, situación que en ese momento se había perdido, haciendo caso a mis impulsos, porque sí, había un aroma tan fuerte a mar, que por un momento imaginé que eso podía pasar, traumándome con pensamientos que en ese momento no parecían absurdos, era el miedo a morir, sumado a mi tragedia amorosa. Todo era tan extraño, empezó a llover, así que era necesario regresar a la casa; sacamos los colchones y nos sumergidos en el portal junto a Osito, con un ojo abierto y el otro cerrado tratamos de conciliar el sueño, pero era imposible, no teníamos información de nada. El reloj marcó las 6:00, decidimos dar una vuelta por toda la ciudadela y nos dimos cuenta recién lo que la oscuridad nos - 116 -


había ocultado y lo que el brillante sol nos mostraba: casas caídas, edificios derrumbados y la gente llorando. Ese día no salimos de la casa y cuando hablo de casa me refiero al portal, nadie se atrevía a entrar por más de cinco minutos, pensando en una posible réplica. Al día siguiente, siendo muy temprano, pasó el canillita dejando en evidencia la ansiedad de nuestros vecinos cuando no se tiene información, todos compraron el periódico local y sumergidos en el dolor, leyendo todos a un solo tono que lo que había ocurrido era un terremoto de gran magnitud, que Manabí y Esmeraldas eran sido los más perjudicados. No pude más con el dolor que ya de por sí lo venía sintiendo y lloré, mientras el Osito sumergido en quien sabe qué mundo, mordisqueaba un pedazo de tapa.

Tatiana Mendoza Armijos

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Canción de cuna Era un día normal y bonito. Llegábamos de visitar a mi hermana y venía con nosotros mi sobrinita de once años. Juntos habíamos ido a dar una vuelta con mi esposo y mis hijos: mi niña de un año cinco meses y mi niño de cinco años. Llegamos a la casa ubicada en la calle 106, a los lados de la cooperativa Jaime Chávez, Tarqui, antes de subir a nuestro departamento, que era en el segundo y último piso, pasamos comprando por la panadería unos yoyitos. Me esposo me dijo que suba, mientras él guardaba el carro. Y así fue. De pronto comenzó a temblar la casa, no le di importancia al principio, les dije a mis niños que se quedaran tranquilos, pero luego vi que el movimiento se intensificó, no podía sostener nada, así que alejo a los chicos de la tele, veo a mi pequeña, que estaba en la cama, llorando desconsoladamente, decido movilizar a todos a esa esquina, y ahí fue donde empezó el horror. Ubiqué a mis niños debajo de mi tórax, cubriéndolos lo más que podía, a mi sobrina la ubiqué a un costado. Ella rezaba, decía alguna oración que por la bulla no podía distinguir. Todos lloraban, todos gritaban, mi esposo no subía, estaba a punto de darme un colapso nervioso. Tenía miedo, pero tenía que ser fuerte por ellos, así que le pedí a Dios que nos proteja y pensé que quizá debía cantarles una canción: «Saco una manito la hago bailar, la cierro, la abro y la vuelvo a entrar». Eso los tranquilizó, aunque mi canto era un grito desesperado. Logré distraerlos un poquito, yo solo cantaba y cerraba los ojos, cuando los abría, veía y sentía como la fuerza nos levantaba, pues estábamos arrodillados, estaba pensando seriamente meter a los niños debajo de la cuna, pero en ese momento dejó de temblar. «Ya mi amores, tranquilos, ya pasó», les dije; enseguida traté de salir para echar un vistazo. Todo estaba en el piso, escuché que mi esposo me llamaba, le respondí, la puerta - 118 -


se había atascado, él me dijo que al escuchar mi voz le regresó el alma al cuerpo. Tumbó la puerta y salimos todos a la calle. Ya estando en la calle veo la magnitud del desastre y me echo a llorar, desconsolada, a mi esposo casi lo entierra una pared, tuvo que hacer una maniobra con el carro para poder esquivarla. Luego nos dirigimos a la Clínica Manta, donde trabajaba mi mamá como auxiliar de enfermería, ella estaba en el último piso, fui a buscarla pero me tranquilicé cuando me dijeron que ya se había ido. Nos dirigimos a la casa de mi hermano y ahí pasamos la noche, una noche de llanto, miedo e incluso, una noche sin saber si habría esperanza. Al día siguiente fuimos a la casa y cuando vimos que estaba bastante afectada supimos que ya no teníamos hogar. Con miedo fuimos a rescatar algunas pertenencias, vi en ese rincón donde nos refugiamos los yoyitos que compramos esa noche, los niños no se los comieron. Me dolió mucho que la casa se haya afectado, pues recién habíamos cumplido un año de haber construido el departamento. Me sentía desamparada. Estuve tres días deprimida por haber perdido mi pequeño hogar, pero luego me puse a ver vídeos en internet y noticias de gente que había perdido a sus seres queridos, incluso niños. Y fue en ese momento que me di cuenta que era dichosa, había tenido suerte. Aún no tengo un lugar donde vivir, vivo en la casa de mi hermano (2017), pero con la fe en Dios pronto tendré mi casita, pues ya estoy haciendo los trámites para su construcción. Algo que siempre recordaré es que fueron tres cosas que nos salvaron: aquel rincón donde estaba mi bebé, la oración de mi sobrina que en medio del terror ella me enseñaba y me transmitía fe y esa canción infantil, que de alguna manera pudo calmar el llanto de los niños.

María Quijije Ortega - 119 -


Los juegos del tiempo Ese 16 de abril me preparé para ir a la ULEAM, por motivos de asistir a la Escuela de Liderazgo en Administración. Realizamos un taller muy entretenido, incluso construimos la torre más alta con fideos y malvaviscos. Hablamos de las buenas bases, de las estructuras, y demás temas similares. Salimos a las 13:00. Fuimos a la calle 13 a arreglar un teléfono de una amiga, estuvimos allí hasta más o menos las 15:40, luego nos fuimos caminando con una amiga hasta el terminal. Estuvimos dando vueltas, a las 17:30 regresé a casa. Estaba esperando un pedido de unas hamburguesas a domicilio, que con mi novio habíamos solicitado, le dije que iba donde mi mamá a Sí Vivienda, al sector Urbirríos, porque había un baile por la posesión del nuevo presidente. Dijo que me acompañaría. El tiempo se fue de prisa, llegó como a las 18:40. En ese momento me encontraba en Altamira, en la casa de mi abuela. Ella estaba cocinando y se sentó a desgranar fréjol. Llamé el taxi para ir a Sí Vivienda, me puse frente al espejo para peinarme, mientras el taxi llegaba. En ese momento mi abuela nos advirtió de que había temblor. Salimos de la casa como pudimos, la prioridad era la abuela, todos ayudamos a sacarla. Mi abuela preguntaba por mi madre, quien tiene discapacidad visual, yo en cambio pensaba en mi papá, estaba en Tarqui, justo en el Felipe Navarrete. Intentamos llamar a mi mamá y fue en vano. Estábamos realmente asustados. Mi mascota no aparecía, no conseguía comunicarme con mi padre, tampoco con mi madre, una pared cayó en nuestro patio, fueron los minutos más largos de mi vida, hasta que mi papá llegó a casa, en ese momento nos fundimos en un abrazo. Él nos dijo que ya habían cerrado el local, pero estaban en Tarqui esperando a mi hermana que estaba en Todo en Papelería. Primero fuimos a buscar a mi mamá, la encontramos con vida, - 120 -


pero asustada. Estando allá, mi papá nos contó la historia que vivió en el Navarrete: estaban laborando normalmente, en el local de mi hermano suelen cerrar a las 19:00, pero ese día mi hermano llegó con mi hermana, la cual iba comprar detalles para la fiesta de mi sobrina, que era al día siguiente. Ellos llegaron como a las 18:00 y mi hermano dio la orden de cerrar. Mi papá le dijo que aún era temprano, pero mi hermano decidió que ya debían irse. Cerca de las 18:30 mi hermano manda a ver a mi hermana, que aún estaba comprando. Ella recibió una llamada de la mamá, quien venía de Pedernales y le informaba que estaba llegando a Manta. Ese fue el motivo por el cual mi hermana salió del local. Ya en el carro, cuando iban por Almacenes Tía, la tierra comenzó a temblar. Las cosas pasan por algo. Los tiempos juegan con el destino, si nos hubiéramos movido unos minutos más o unos minutos menos, otra hubiera sido esta historia.

Alexi María Arroba Párraga

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Jocay, tierra y llanto I ¡Te desahucio en esta noche de soledades! Me declaro insurgente contra ti y contra todas las religiones que has auspiciado.

Abrazando mi maldita perpetua soledad, este desamparo laberíntico que retumba entre el tímpano y el talento, en el desvarío del desentendimiento que parece locura colectiva que magulla y se traga los cuerpos inmóviles, inanimados, exánimes, muertos, que en los abominables dolores de parto la tierra abortó para nuestro espanto, cuerpos mitigados en la cobriza piel de Manabí y del Jocay milenario.

¿Padre, por qué nos has abandonado? ¿Por qué nos castigas sin cribarnos? Sin preguntar siquiera quiénes somos

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nos sacaste de nuestros cuartos entre escombros caminando, cargados de llantos y gritos ahogados aplastando a los que quedaron atrapados, nos hemos convertimos, Padre, en tus hijos bienaventurados. Reunidos en las calles de todos los barrios aprendiendo obligados a ser solidarios, ahora podemos decir que exceptuando, la dueña de la tienda, el boticario, los acaparadores, los comerciantes, los industriales y el dueño del banco, los demás estamos a tu lado, el desastre nos volvió proudhonianos, de Marx nos estamos acordando. II La noche apenas empieza está joven y está tierna llegó con estertores de tierra, para abofetearnos en nuestras nimiedades para recordarnos nuestras íngrimas miserias para arrancarnos de nuestras intimidades, - 123 -


cuarenta y dos segundos interminables de alucinaciones, desatinos y temores, de nuestro trabajo, los frutos desgajaron, lo guardado y lo heredado lo legítimo y lo robado. Cayó la humilde endeble casa del mísero arrendatario, también los edificios colapsaron, la tierra reparte equitativamente, nos entrega un dolor igualitario se acabaron las locas vanidades creadoras de castas sociales. III La noche se hace vieja huérfana de estrellas, la brisa del mar se fue a otro lado, los niños y las madres lloran, las madres sin hijos los hijos sin madres. Un niño pobre corre a paso necio a paso lento, va por el camino de los que el camino perdieron, - 124 -


su cuerpo casi desnudo la anatomía triangular está exponiendo, tiene las formas de Down, el desgraciado secreto. Su mirada tierna nos busca, nos rechaza con miedo, sus manos evitan la desnudez que insulta la filosofía de los que creyeron en el génesis perfecto. Pobre, necio, corre a paso lento, busca algún camino lo acompaña un perro, quién aprenderá de quién no lo sabremos, solo sé que huye de este encierro, libertad persigue a paso lento, los niños griegos la encontraban, ni bien iban naciendo. IV La piel se recoge en pliegues arrugados y los dedos se alargan buscando el cielo queriendo resolver la tragedia dibujando trazos imperfectos. - 125 -


Yo, me siento menos desgraciado porque te tengo a mi lado resumen y mensaje de mi sangre ¡Que me quede sin manos si son para causarte daño! No te brindaré en holocausto a nadie. No me importa los que murieron más allá del barrio, en las otras calles, el terremoto me quitó el ropaje civilizado de los maquillajes ahora mi egoísmo es vital, animal, la necesidad hace al salvaje. Debo prepararme para cuando lleguen los mensajes no sea que mi mala suerte sea tan grande que la bella, etérea y hermosa Tiqué, la divina ciega gracia me castigue y me trague. V El sopor toma formas de droga nos coloca en el limbo entre el sueño y el alba, la tierra nuevamente nos habla nos despierta furiosa y nos devuelve cuerpos fantasmales, errantes - 126 -


al circular peregrinaje por las calles, maltratados funámbulos saltimbanquis, confundidos y mezclados entre velas y rezos, todos serios y con rostros graves, leyendo, casi murmurando, el miserere obligado, distraídos, escuchando el leve sonido lejano de un pasillo ecuatoriano. ¿Padre, por qué nos has abandonado? ¿Por qué no estás en nuestro barrio? No perdonamos que tu mano haya tocado con su furia mortificadora y destructora todas estas coordenadas de la pobreza donde no hay confort ni riqueza. Mañana estaremos esperando, casi babeando, lleguen las ayudas, las vituallas, las fotos, mañana habrá una avalancha de flashes, regalaremos instantáneas del desastre, alegres recibiremos los rescates ojalá salven el osito de peluche de la niña que atrapada agoniza entre ladrillos, cal y canto. Que de tanto convivir con el dolor y la sangre - 127 -


exhibidos en las vitrinas de los medios sociales hemos perdido sensibilidad en el dolor de la carne, somos nuevos profetas accidentales, escribiendo metáforas deslucidas que justifiquen el horror del terror, de los ataques del hombre o el de los embates naturales, no nos avergüenza ser cobardes vivir alineados en el orden que los tiranos manden, en las civilizadas filas del hambre. VI Pasa otro día y las carpas nos esperan, lo malo será que nos acostumbremos a tantas comodidades, a vivir de desconocidos donantes que pronto se hastiarán de nosotros aunque ellos crean que el envío compra indulgencias. Nosotros que ahora llenos estamos, repletos estamos de miedo. Miedo de haber nacido para morir balbuceando caminando perdiendo los pasos entre la gente que no va a ningún lado. - 128 -


Miedo de ir a la iglesia que derrumbaron rescatar el cristo crucificado y crear un templo para adorarlo. Miedo de ir a la escuela para recordar, para olvidar el aprender torturándonos. Miedo de descubrir el amor, en estas grandes casas de plástico como antes, intentando ser amantes. Miedo de ti de él, de aquellos, de ustedes, implacables jueces de los pecados ajenos. Miedo del pasado del hoy y del mañana, sin matices, sin colores. Miedo del pan que tanto falta, de la ropa desteñida en los cuerpos trashumantes. Miedo de sobrevivir apuñalando los instantes que nos asesinan cada día de estos malditos días fatales. VII Y sin embargo ¿por qué extrañarnos? - 129 -


Si para nosotros todos los días fueron iguales, nunca tuvimos esos días especiales de los que disfrutan algunos mortales. Con el terremoto mudó el cabrestante y la pobreza cambió de escenario, los tramoyistas las paredes trasladaron los actores practicamos la misma obra en carpas blancas, azules o rojas, nuestros cuerpos cholos y montuvios se acomodan para las nuevas funciones de la rutinaria obra del mismo “variety” espectáculo. La miseria, el dolor y la tragedia dan extraordinarias locaciones, entre cascotes, vidrios y fragmentos hay lugar para encontrar poesía y pintar cuadros. En estos lugares en los que desde siempre la necesidad nos acuesta niños imberbes para despertarnos hombres, nuestros hijos salen a laborar en las calles. Hoy, José Salomón, vecino de carpa, aprendió a ser hombre, debe trabajar el 16 de abril se quedó sin padre. - 130 -


Una sonrisa pequeña le regaló a su madre su sonrisa me dio pena porque llegó en silencio, se le escapó inocente, no sé cómo pudo reír quien debió llorar en silencio, pues nueve años tiene y ya conocerá recovecos. Su escuela será la plaza las calles su infierno, ¿cómo podrá vivir chiquillo sin pasado? ¿cómo podrá crecer esperanza sin futuro? su presente es deambular con la sonrisa en silencio, cajón bajo el brazo, tintes, betunes y trapos, pequeñín de rostro moteado, ante ti la vergüenza no debe tener horarios, monumento ambulante de país atrasado, de pueblos insensibles, de gobiernos olvidados. Su sonrisa me da pena porque llega en silencio, el silencio cómplice y cruel de cobardes acostumbrados. VIII Tres lunas llenas pasaron, el compadre Ariosto sacó la spondylus, - 131 -


convocó a la gente con sonidos sagrados él dijo que debíamos alegrar al Sol, que estábamos en el solsticio de verano. Preparamos comida y las guitarras sonaron, esa noche la luna amansó al mar y entretuvo a la tierra para que bailáramos, somos gente sencilla, gente simple que de IQ poco entiende ni importa, somos un pueblo que salimos del mar y al mar inevitablemente regresamos, cada vez que zarpamos nos besamos y abrazamos, a veces en silencio, porque todos sabemos que allá mar adentro, nuestras pangas no son más que hojas agitadas por las sempiternas olas, nuestros abuelos sus redes lanzaban donde el mar termina besando la playa, nadie pasaba hambre, pescado sobraba, un día llegaron, muelles y barcos, extraños y ajenos, con ellos arribó la peste del progreso que impusieron nuevas modas y normas, fábricas y edificios por doquier se instalaron mercaron con nuestra tierra y las que no compraron - 132 -


los municipales se las regalaron. Aprendimos a vivir contaminados los ríos sirvieron de ductos y de cloaca el océano, de la Abya Yala fuimos singular preciada joya, desde Puná hasta Pedernales, el Jocay precolombino extendía sus dominios, ahora somos “cholos” agostados a la espera del pan con vendaje, hemos juntado las manos para pedir perdón tal como el conquistador enseñó a nuestros padres. IX La fiesta empezó, consiguieron petardos, guirnaldas, cajas-parlantes, un micrófono y pronto se armó el baile. Carmita, la adolescente vecinita, se vistió de brillos y colores creímos para nosotros, pero luego llegó un carro cuatro por cuatro, se nos fue la Carmita, la perdimos, le tocó hacerse mujercita para ganar el pan de cada día, - 133 -


en un rincón de su carpa, abandonada con lágrimas en los ojos de cera debió quedar su pequeña muñeca. Ella regresará al alba sonrojada ahíta de alcohol, descuerada y puesta la ropa, sus cicatrices aumentarán cada noche y cada vez que la diversión oportuna la disfrace para que sea modelo, amante y reina de un desconocido cualquiera. Esta noche es de pecados capitales, el alcohol, la promiscuidad y las drogas nos dan licencias privilegiadas, aunque pasados los días por más que nos oculten u ocultemos nos enteraremos de lo que hicimos y de lo que hicieron, ¿Ese era el plan, el destino por ti dispuesto? Entonces tendrás a los asesinos desgarrando sus presas, al adúltero confeso sonriendo idiota sus proezas, al incestuoso junto a la niña - 134 -


con sus manos tapándole los senos, al ladrón cavando huecos para enterrar los huesos. Los violadores amparados en el género, dirán que así mismo es, que así mismo fue, en todos los tiempos. X Son las cinco con treinta en la mañana, casi todos están en sus carpas, borrachos, dormidos o somnolientos, imperturbables no sintieron el movimiento de otra réplica, gracias a Dios, me libré de las súplicas, quejidos, lamentos y del triste gimoteo de las angustiadas mojigatas beatas que intentan con plegarias retacear sus pasos para el debut en el averno. Las luces anuncian la llegada de Carmita que entre risas y acomodos de falda celebra el final de su propedéutica noche fálica, aunque no atine cómo llegar a la puerta de la flamante emergente no-casa. El sol se abusa y enseñorea - 135 -


saca todo su poder y la mañana llega, el polvo parece neblina, las paredes caen, las estructuras caen, los desaparecidos son parte de la mampostería. Pareciera que la parroquia se acabó, los escombros se llevan la memoria, cientos de cintas rojas adornan la zona y nos acordonan, el campamento es una aldea que se asemeja a un presidio, no es libre el que puede andar sino el que tiene un camino. XI El mar, a lo lejos, nos ignora, Tarqui se refleja en las sombras de los recuerdos de los muertos que nos recordarán lo que fuimos y lo que fueron. La spondylus afónica no sonó ni sonará como en las antiguas fiestas tribales de la aurora. - 136 -


Pateando tarros, mirada al piso, José Salomón, ha madrugado, betunes, tintes y trapos, necesita que una vez más Dios le dé su ayuda, ya que Él nunca se la ha negado. Deberá esquivar al pobre niño que camina y que se junta a su lado.

A mí me partió un rayo que entró por el temporal y ahí se ha quedado, un A.C.V. lo han nombrado un ictus por andar blasfemando, recién lo estoy estrenando. Debemos esperar, dicen que todo pasa, Esa es nuestra única esperanza. ¿Padre, por qué me has abandonado? Fernando Flor Fonseca Manta-2016

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Bomberos y canes en acción Cuando escuchamos el grado de intensidad de un terremoto, la característica y el país donde se ha producido, ya nos podemos hacer una idea de cómo va ser de grande el trabajo. Siempre recibimos mensajes sobre los desastres que hay en el mundo y siempre y cuando podamos nos movilizamos para ayudar, es así como vinimos a Ecuador, al ver la magnitud del evento y la ayuda que se necesitaba. Llegamos desde España el 18 de abril, esa misma noche empezamos a descargar nuestro material de trabajo. Cuando comenzamos a recorrer la ciudad pensábamos que no había sido muy afectada, pero claro, aún no llegábamos a la «zona cero». Nos asignaron una zona de Tarqui, donde estaban los hoteles. No vinimos solos, trajimos a cuatro perritos de España, con los cuales descartamos en muchas zonas la posibilidad de sobrevivientes. Nuestros perros son muy importantes, los criamos desde cachorros, hasta cuando ya tienen una edad madura. Son perros operativos, la mejor herramienta que tenemos, además de los otros equipos. Al momento de la catástrofe estuvimos siete días en Ecuador, al octavo nos marchamos. Nos dividimos en diferentes áreas como coordinación, subordinación, área logística, de intervención y el área de unidad canina. Nuestros caninos no tuvieron tiempo de aclimatarse, pues hay que cuidar de ellos, la temperatura de un país a otro varía, además del viaje en avión, es un cuidado especial el que merecen. Recuerdo que esos días en Manta hacía muchísimo calor. Hicimos además evaluaciones en diversas comunidades, hospitales, prestamos apoyo en hospitales, toda esa información la detallamos día a día por medio de un informe, luego redactamos un informe general de nuestros servicios acá. Siempre que nosotros nos desplazamos a cualquier lugar don- 138 -


de ha ocurrido una catástrofe, lo hacemos con la esperanza de encontrar a alguien con vida, es lo que nos reconforta después de tantos años de labor, en esta ocasión no llegamos a rescatar a nadie, pero hicimos un trabajo muy importante, el cual fue descartar vida de las zonas que iban quedando despejadas, pues a continuación habría que quitar el material pesado. En todo este tiempo de trabajo nos sorprendió la actitud que tiene la población ecuatoriana en general, a penas llegamos ya nos estaban ofreciendo de sus comidas de la poca que tenían, nosotros siempre traemos nuestros alimentos hasta para doce días, es decir, no necesitábamos más comida. Pero las personas llegaban con platos de comidas calientes, bebidas y más. Nos quedamos muy sorprendidos, porque no había debilidad, la gente cocinaba y tenía fuerzas de darnos aliento, de apoyarnos, de hacernos sentir que estaban agradecidos. Eso nos lleno mucho al ver que a pesar de que perdieron sus casas o familiares sus ganas de seguir adelante nunca las perdieron, al contrario, estaban con más fuerzas. A nuestro campamento llegaban equipos de veterinarios que se ponían a nuestra disposición, nos traían alimentos para los perros, quienes se ganaron el afecto de todos. Nos fuimos todos con una impresión increíble de los ecuatorianos porque nos recibieron con los brazos abiertos, se portaron muy bien con nosotros. Tenían una actitud positiva desde el punto de vista de querer levantarse cuanto antes. La operatividad en la ciudad estuvo bastante bien organizada, el alcalde trabajó con mucha serenidad y afrontó todas y cada una de las situaciones que se iban presentando de forma ordenada, desde el punto de vista de asignación de tareas. Y no lo decimos por hablar bien de nadie, hemos estado en muchísimos países donde han pasado catástrofes similares y cuando comenzamos a asistir a las reuniones que se mantenían con el COE, yo pensaba «vaya película que se te monta aquí», precisamente porque había un buen liderazgo, probablemente hubo muchas cosas que se pudieron hacer mejor, como siempre ocurre, pero en términos generales se hizo un buen trabajo, - 139 -


hicimos todos un buen trabajo. Se suele volver a Ecuador por algunas evaluaciones, pero también nos hemos desplazado a formar a compañeros que estuvieron con nosotros en intervenciones reales durante esos días, es así como hemos dado cursos en Portoviejo y Manta, es una forma también de ayudar, compartir nuestros conocimientos sobre cómo actuar ante una eventualidad así. Creamos un lazo de amistad con instituciones públicas y privadas, quienes nos brindaron su apoyo donde todos los días nos movilizamos. Evidentemente no conocíamos a los bomberos de Manta antes del terremoto, pero no nos cabe la menor duda que tras el terremoto algo dentro de ellos cambió para siempre, percibimos mucha disciplina y deseamos lo mejor para su institución. Llegar a los dos años a Manta y ver cómo ha avanzado eso nos hace pensar que es una ciudad ordenada y con ganas de progresar. Nuestro agradecimiento igual al Hotel Oro Verde Manta y todas las instituciones que nos brindaron su apoyo, todas esas personas, tanto ciudadanos, voluntarios y autoridades, lograron que Manta se levantara. Antonio Nogales, César Sánchez y Luis Felipe Sadez, miembros de Bomberos Unidos sin Fronteras (BUSF).

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Instinto de salvación Como de costumbre, los sábados de tarde hago deportes; luego, al llegar a casa tomo una ducha. Eran aproximadamente las 19:00 cuando salí del baño y empezó el brusco remezón, la incertidumbre se apoderó de mí, estaba solo en la planta alta, mientras escuchaba, entre el traqueteo de las ventanas y los artefactos que caían, que mi esposa e hija gritaban desesperadas. Justo acababan de estacionar el vehículo al frente de mi domicilio, lo primero que atiné a hacer fue bajar en busca de ellas, pero no alcancé, me quedé atrapado en la escalera, todo se oscureció, «hasta aquí llegué», pensé. Mi instinto de protección y salvación natural hizo que buscara un lugar seguro y lo primero que encontré fue la escalera, pensando que allí me salvaría, me agarré fuertemente del pasamanos para no golpearme con las paredes ante tremendo sacudón. Sentí que todo se desmoronaba, luego de interminables segundos de incertidumbre, la tierra dejó de moverse, para entonces mi mujer e hija habían logrado abrir la puerta principal. Como un saltimbanqui sorteaba los objetos y vidrios esparcidos por el suelo, más por instinto logré llegar afuera de mi casa, todo era tinieblas, veía cómo los vecinos aterrados se abrazaban bajo el manto de la luna, igual yo con mi familia. Una vez afuera pregunté sobre el paradero de mi hijo, el cual se unió en ese momento a los abrazos, justo él también había llegado con dos primos. En ese instante, mi hija, avergonzada, me hace notar que solo tenía una prenda interior de vestir, ya con la ayuda de las luces de los celulares entramos con nerviosismo y precaución, logrando ir hasta la ropa que necesitábamos. Se nos ocurrió recoger enseres y otras cosas para buscar un lugar donde protegernos, porque por todas partes las personas decían que salieran de los hogares, que había que buscar un espacio seguro. Así emprendimos el periplo sin saber dónde ir - 141 -


ni qué hacer, el tráfico estaba colapsado. Al llegar a la altura de la urbanización El Conde, ya no había paso, las calles estaban hundidas y vehículos atascados, decidimos quedarnos estacionados a la altura de una iglesia cuya cruz estaba en el suelo. En ese momento me acordé de mis hermanos y demás familiares y empecé a tratar de contactarlos por teléfono, pero me fue imposible, ya la radio anunciaba que el epicentro había afectado al centro de Tarqui, a Pedernales y Esmeraldas, sentíamos que la tierra se seguía moviendo. Esa una sensación perenne. Ya un poco más calmados, a media noche regresamos a casa, sacamos colchones y tratamos de descansar al pie del portal y otros en los vehículos, fue un desvelo prolongado, imposible de conciliar hasta que amaneció y ya trasnochados nos preparamos para salir a ver qué pasó con el resto de la familia y qué pasó con nuestra ciudad. El resto queda para un siguiente capítulo de una crónica jamás prevista, gracias a que estamos vivos para contarlo.

Dr. Leonardo Moreira Delgado

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El portal de los sábados Parroquia Tarqui: 18:30, estaba con mi familia afuera de mi casa, como todos los sábados, reunidos en familia. Es una tradición permanecer en el portal, conversando sobre la semana o simplemente tomando aire, haciéndonos compañía. Ese día no se cocinaba, así que fuimos a comprar comida rápida. Regresamos, seguimos conversamos, después de un rato toda la gente del barrio comenzó a correr porque la tierra se movía, luego comenzó a temblar muy fuerte. Había una fiesta infantil cerca, los niños gritaban, todos salían corriendo, todo el barrio se convirtió en un caos. Al siguiente día, sin haber podido dormir, pude ver las consecuencias del terremoto de 7,8 que sacudió a las costas manabitas, vi toda mi parroquia Tarqui destruida, la iglesia destruida, hoteles caídos y casas colapsadas con personas adentro todavía, familias atrapadas en su propio hogar. Quién iba a pensar que ese día nos cambiaría la vida a todos los ecuatorianos. Quisiera agradecer a todas las personas que hicieron donaciones, a los rescatistas por arriesgar sus vidas para salvar otras, pero sobre todo, quisiera decirles a las personas que perdieron a sus seres queridos, que no están solos, que todos sentimos su pena, para todos significa el mismo dolor. ¡El mantense es sinónimo de lucha! ¡Manta se levanta!

Xavier Vera

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Una carta al capitán Carta dirigida a mi abuelo materno, Gonzalo Ochoa, él falleció en el 2013 en Manta, siempre tenía a la ciudad de Manta en su memoria. Mi querido capitán: Pensar en escribirte es recordar a la ciudad maravillosa que siempre ha sido Manta, es volver a vivir mi niñez y mi adolescencia, sentir el calor de su gente y su lucha diaria para sacar adelante a su familia, así como tú lo hiciste, abuelito, muchos años atrás cuando fuiste obrero en Ales. Hoy es la primera vez que escribo lo que vivimos aquel día del terremoto, ese 16 de abril. Y precisamente quería compartirlo contigo. Ese sábado me levanté temprano (rutina que empecé tres meses atrás desde que me convertí en mamá por primera vez), estaba de visita en la casa de mis padres, cerca de la Base Militar de Manta. En la mañana jugamos con la bebé, compartimos momentos lindos con la familia. El día transcurrió hasta llegar a las seis y media, mi papá fue a dejar a unos familiares que viven en el barrio Jocay. Mi mamá y yo fuimos a bañar a la bebé. En casa solo nos quedamos las tres. Fuimos al segundo piso, y mientras yo preparaba el agua y la tina para bañar a Sayén, mi mami y ella jugaban en otro cuarto. Así dieron las 18:58, la hora que cambió la vida de muchos. Mamá gritaba diciéndome que había temblor. A ese primer movimiento no le presté mucha atención. Después, mantener la calma fue imposible. Nos buscamos en la oscuridad y nos tratamos de proteger. Mamá imploraba, lloraba, gritaba, yo me quedé en shock y solo recuerdo repetir una y otra vez la frase: «Ya va a pasar», y mientras lo hacía pensaba que pronto se podía caer la casa. Regresé a ver a mi hija y ella tenía sus pequeños ojos abiertos y pestañaba, nunca lloró.

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Lo más pronto posible salimos de la casa y esperamos hasta que mi papá llegara para reunirnos con toda la familia en el barrio Cristo Rey. A mis 30 años recuerdo a esa noche como la noche más larga de mi vida. La gente corriendo en la calle con sus familiares, cargando en brazos a sus hijos, a sus adultos mayores, todos buscando un lugar seguro. Fue la primera vez que me sentí tan indefensa, tan vulnerable, esa noche, con mi hija en brazos, solo deseaba que pronto amaneciera, que salga el primer rayo de sol. No sabíamos la magnitud de todo hasta que amaneció y pudimos palpar el escenario tan devastador en el que nos encontrábamos. Esa es la historia de ese día, abuelito, mi historia. Gracias a Dios hoy puedo contarla y puedo ver crecer a mi Sayán, que por cierto está inmensa, es una niña sana y feliz. Te amamos mucho y te recordamos siempre. Sé que donde estés tú también quieres lo mejor para esta ciudad y para cada mantense. Un abrazo mi capitán.

Gabriela Jaramillo Ochoa

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Testigo del grito Grito. La bruma del grito ahogándolo todo, reptando frente a nosotros, en un espejismo atragantado de nombres, formas y espacios. Un grito terrorífico, intensificado desde el rictus de los cuerpos que van, huyen, desorientados en la noche. Un grito rabioso y perturbado que con los minutos engorda mórbidamente. Un grito que va adhiriendo llanto. Un grito que arrincona por la búsqueda de otros. El grito, cual parásito, se hospedó en mi esposa, mis hijos, mi madre, mi hermano. Una larva que desarrolló increíblemente, ensordeciendo desde la humedad de los ojos cada instante posterior. Nunca antes logró tanto poder en mi familia. Un grito nocturno, de sombras murmurantes, de espectros que se alimentan de un aura nacra que eriza los recovecos del sosiego. En ese grito, en su torbellino imparable, vi las calles desprendidas de su asfalto, hogares erigiéndose palacios de ruina, contemplé, cautivo del horror, la danza frenética de un fragmento de ciudad. Grito sin edad. Grito cicatriz. Una marca lleva su nombre, un signo con sangre envuelto en pistas fúnebres que duelen. En esta hecatombe lo primero que hice, fue recorrer el mapa de mis queridos, ir por cada uno de ellos y apaciguarlos. Ser el consuelo que retenía la intromisión del espanto. Ciudad del grito. Parroquia del grito. Barrio del grito. Oscuridad arañada por las luces aceleradas de los autos. Todos son la bala en busca de un cuerpo al cual yacer. Viajo en una, y cada rostro, tras el volante, calca la misma arruga de una historia trágica. Ausencia descubierta, ausencia impuesta, ausencia decapitando la esperanza del mañana. Pero hay algo en el grito, en su volumen ininterrumpido, omnipresente, imperante desde edificios, oficinas, hogares, que lo - 146 -


vuelve indestructible: su alianza, su pacto de rumba terrenal, donde el miedo aparece, renovado con las horas, en cada esquina. Una descripción manchada de sangre, el escombro resumiendo un acabose instantáneo. Grito voraz, de caldera con nombres y recuerdos que crujen al unísono. Porque después de las 18:58 el grito generó un coro de renovación permanente. Un grito-aullido, un grito-alarma, un grito-anuncio de que nuevas formas, en la oscuridad, ya no latían. De que la edad, condición económica y credo no importaban, porque el arrebatamiento no fue excluyente. Y también, atosigado por el grito, lloré desde adentro, en un mal ejercicio de seudo seguridad, de una tranquilidad impuesta para no derrumbar a los míos. Pensando que mi hijo, antes de la hora cero, veía televisión, un aparato eléctrico grande que minutos más tarde se estrellaría en el lugar aún tibio dejado por él; que mi madre y hermano, en el suelo abrazados del susto, pudieron estar bajos las paredes derrumbadas a pocos metros de ellos; que mi esposa y mi hija, abrazadas en la casa de mi suegra, pudieron estar entre las víctimas compradores de útiles escolares, como la vecina y sus hijos. El grito-carcajada miraba complaciente. Hoy el grito solo vive en mis pesadillas. Sonríe en su malevolencia. Salta en su perturbada glotonería. Amenaza con volver, agrandarse, conducirse al límite de su intensidad. Atacar en el caos, aliarse al miedo. Hoy el grito me susurra que siempre será un mal momento para regresar. Alexis Cuzme

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El tiempo que unió a un país Días atrás, con mi amiga de viaje, habíamos planificado irnos de tour, nuestra próxima parada sería Baños. El día de partida sería domingo 17 de abril, irónicamente dijimos que nos lanzaríamos de un puente y si las sogas se arrancaban, sería lo mejor, moriríamos sin sufrir, todo en son de broma. Como sabíamos que nuestra estadía sería de tres días, decidimos emprender y vender ceviches a domicilio, estaba todo planificado nuestra meta vender 120 ceviches. Llegó el gran día, 16 de abril, nos quedamos de encontrar a las 5:00. Ese día hubo muchísimo sol. Alrededor de las 8:00 empezamos el recorrido por algunos barrios por el Perpetuo Socorro, una gran entrega realizamos en Tarqui, incluso en edificios que hoy no existen. Terminamos a las 17:00, ya solo queríamos irnos a Baños. Volví a casa y mi padre me pidió que lo acompañara a Tarqui, compraríamos materiales para una maqueta, fuimos a Todo Papelería, estaba muy lleno por el inicio a clases, agarré todos los materiales y opté por una facturación exprés, pagué y salimos del centro comercial, nos dirigimos hacia un puesto de venta de pollos faenados que tenía mi padre en el callejón 114. Mi padre charlaba con sus amigos comerciantes, yo estaba trabajando en la maqueta, oscurecía y los dueños de locales cerraban sus puertas, eran alrededor de las 18:40. Sentí el primer temblor, no los quise alarmar, pero dejé de hacer la maqueta, el movimiento iba en aumento y se prolongaba, fue en ese momento que comenzó la odisea, la tierra vibró tan ferozmente que las ondas se sintieron, todos nos prendimos de lo que pudimos. Las personas se tiraban al piso y otras eran embestidas por la fuerza del terremoto, muchos rezaban y oraban, los gritos eran desgarradores, de un momento a otro todo quedó en tinieblas, - 148 -


la luz se fue, los cables se arrancaron y los postes colapsaron causando cortocircuito, se levantó una nube de polvo producto de los edificios que cayeron. Mientras sucedía todo eso, pensé en muchas cosas, mi padre entró en crisis nerviosa, se preguntaba si eso era real. Nos tocó caminar, nos armamos de valor, pero por dentro quería llorar. A medida que íbamos avanzando, se podía notar la destrucción, la desesperación el dolor en carne propia, nos fuimos por el Jocay, noté cómo un poste había caído en un carro destruyéndolo por completo, una casa de dos pisos se había colapsado, la sangre corría por las calles al igual que el agua. Nadie estaba preparado para tal suceso.

Mientras caminábamos, intenté contactarme con mi madre que estaba en Jaramijó junto a mi hermana, también traté de llamar a mi otra hermana que estaba en ese entonces embarazada de siete meses, nadie contestaba, era una verdadera odisea. Parecía que nunca llegaríamos a la casa. Llegamos bien y por suerte ya todos estaban ahí, esperándonos. La casa aparentemente estaba bien, pero se había caído un arco que adornada la cocina. En dos horas ya todos estábamos unidos. Al día siguiente decidimos ir a Tarqui, todavía se podía pasar para ver lo que estaba ocurriendo: Tarqui estaba destruido, había sangre por todas partes y familias buscando a sus seres queridos bajo esas edificaciones. Las pocas despensas abiertas estaban abarrotadas de personas que querían comprar alimentos, porque sabían que la ciudad carecía de víveres, en tan grave situación, los precios de los productos básicos se elevaron. La ayuda internacional llegó, vecinos de todos los barrios se organizaron para la distribución de los alimentos que iban llegando. Hoy en día muchas familias lloran la triste, dolorosa e injus- 149 -


ta pérdida de sus seres queridos, junto con ellos se fueron las edificaciones que un día formaron parte de la historia de esta ciudad.

Eddy Jossue Solórzano Mendoza

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Un rescate, una mano, una vida Hablar del 16 de abril es como esa película de terror que en nuestra infancia nos causaba pánico. Aquel sábado me levanté con las ganas de siempre de poder prestar mi ayuda, ya que soy miembro del Benemérito Cuerpo de Bomberos de nuestra ciudad, como todo sábado se presumía una guardia movida, ya que por ser fin de semana la ciudad es más agitada y por ende, suceden más emergencias. Una vez de estar en la estación, hubo un par de salidas en la unidades de emergencia y conatos de incendios. Normal para un sábado. A las 16:00 nos preparamos para realizar prácticas contra incendios, esta actividad siempre la hacíamos en nuestra estación que queda en la parroquia Eloy Alfaro. Nos equipamos, nos preparamos y así transcurrió la tarde. A las 18:30 nos prestábamos para ingresar nuevamente y continuar con la práctica. En ese momento empezó a temblar, lo tomamos con calma y cuando pensábamos que pasaría, lo peor comenzó. Las paredes de nuestra estación colapsaron, había gritos desgarradores, casas derrumbándose, estábamos aturdidos. Quise comunicarme con mi esposa y familia pero fue imposible. Como bombero pasas todo el tiempo entrenándote para cuando alguna emergencia desafié tus conocimientos, pero saben algo, nadie estaba preparado paro lo que nos tocó vivir. Bastó un minuto para salir hacia la parte frontal de la estación, todo estaba oscuro. A nuestra estación llegaban personas a pedir auxilio, había personas con fracturas, sangrando y no nos dábamos abasto para atender a todos, en la estación éramos cinco, pacientes eran cientos. Lo peor no lo imaginábamos, lo peor estaba por venir. De inmediato llegó la alarma de que un edificio diagonal al - 151 -


sector de la Coca-Cola había colapsado y se encontraban personas en su interior, de manera inmediata Adrián Cedeño, Cristian Lucas, Juan Vélez, Stalin García y yo, avanzamos hasta ese lugar. Al llegar al lugar comenzamos a observar la gravedad de la situación, tal vez sin esperanzas de que pueda existir alguien vivo debajo de un edificio de tres pisos con cuatro losas de concreto puro. Los escombros ocupaban la mitad de la calle, en ese momento comenzaron las tareas más difíciles de esta profesión, fue un trabajo duro. Iniciamos la búsqueda pidiendo alguna señal de vida. Al principio fue difícil por la cantidad de personas aglomeradas. El protocolo indica que hay que hacer silencio total. Entonces dijimos: «Si se encuentra alguien con vida, grite o realice un sonido», repetimos la frase muchas veces, después de unos 20 minutos escuchamos a lo lejos un sonido débil. Si se trataba de una persona viva, significaba que teníamos que hacer todo lo posible para poder rescatarla con vida. Con las pocas herramientas que contábamos logramos cavar una especie de túnel donde no cabía más que uno de nosotros, nos fuimos metiendo uno a uno para ir despejando los escombros. De esa forma logramos observar y escuchar por primera vez a la víctima, pudimos notar que se trataba de un señor de aproximadamente 50 años de edad, él nos dijo que no tenía heridas, pero que era imposible moverse, se encontraba atrapado entre las losas. Él estaba desesperado, pensó que moriría. Nosotros seguimos cavando, hasta que por fin logramos llegar a él, hicimos un primer agujero donde cabía su mano, ese fue el primer contacto que hicimos con él, quien estiró su mano y sin verme me agarró fuerte, muy fuerte, como nunca nadie lo había hecho. Era la fuerza de la esperanza. Recuerdo que me dijo: «No me suelte, no me deje, no quiero morir aquí», le dije que haríamos hasta lo imposible para sacarlo. No tienen idea de lo que sentí. Estábamos concentrados en cavar y cavar, entre réplicas y la oscuridad que nos azotaba, logramos sacar al señor a eso de las 23:00. Al valorar su salud y ver que no tenía ninguna herida, él se levantó. Con lágrimas - 152 -


en los ojos observó el lugar de donde lo habíamos sacado. Se volvió a nosotros y nos abrazó, lloró y luego llamó a sus familiares. Después de un rato ya no lo volví a ver hasta después de dos meses, logré conseguir el contacto de la esposa y pude preguntarle el estado de él, me dijo que estaban bien y que siempre estarían agradecidos por haberle salvado la vida. De aquella noche y de aquel rescate aún conservo la camiseta que usé ese día, además de cicatrices, producto de las laceraciones al ingresar por el agujero de rescate. Todo valió la pena.

John Alejandro Loor García

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De regreso al hogar Cuando empezó el movimiento yo estaba en la terraza. Me dirigí lo más rápido que pude al segundo piso, donde estaba mi familia. Juntos logramos bajar entre la oscuridad y sorteando los pasos, pues la luz se había ido. Mi abuela estaba muy nerviosa, mi familia con ganas de llorar, había polvo por todos lados, yo temblaba. Por suerte mi casa no se cayó ni las de mis vecinos. Decidimos irnos a Urbirríos, por la alerta del tsunami, mi padre, mi hermano y unos tíos decidieron quedarse cuidando la casa. No queríamos irnos, pero tuvimos que hacerlo, nos dolió mucho dejar a nuestra casa vacía. En la calle, todos buscaban refugio. Todos caminaban desorientados. Amanecimos con la noticia de decenas de edificios caídos. La alerta de tsunami continuó durante todo el día, desconocíamos cuándo se podría producir uno, cuándo no. La desinformación nos llevó a cometer muchos errores. Unas primas de mi madre estaban desaparecidas, ellas trabajaban en el Felipe Navarrete, nos enteramos que fallecieron al instante. Nos tomó mucho tiempo regresar al hogar, regresar el alma también al hogar, pues el cuerpo siempre estuvo con miedo y sintiendo que debía salir corriendo, que todo movimiento era una amenaza. Yo le agradezco a Dios por habernos protegido, gracias a eso puedo contar mi historia, ahora solo nos queda superar ese mal momento y seguir adelante. Con estima y mucho afecto,

David Stalin Flores Chávez - 154 -


Cerca del cerro, lejos de todo Lo material reducido a polvo es inevitable, no evita esto que perdure el legado como en las grandes civilizaciones antiguas, como la cultura Manteño–Huancavilca. El tiempo lo resuelve todo pero ¿quién puede contra la naturaleza? El ser humano, la especie dominante. Y en un guiño, esta, nos retrocede años. Tres guayacos trabajando en la fábrica más afectada de Manabí en esa hora cero, evento que nos cambió la perspectiva de la vida, cuando nuestras individualidades fueron abrazadas por las manos cálidas de una familia que nos recibía como propios. Uno se encontraba trabajando en el preciso momento cuando a las 18:58, habiendo pasado ya la hora de la merienda, el nuevo edificio antisísmico empezaba a bailar más de lo acostumbrado como usualmente lo hace cuando los filtros hacen su descarga, hasta el sacudón más fuerte con el que se perdió la visibilidad al cortarse el flujo de energía y oyendo las bases del viejo edificio contiguo crujir, como al romperse los huesos de un gigante derrotado. Las cinco personas que se encontraban en el edificio nuevo vieron desplomarse tres pisos de más de 20 años de producción. Ecos de historias, de camaradería, envidias y sacrificio, que encierra el lugar de cualquier trabajo, perdieron su geografía para alojarse en un plano cercano a los sueños, mas no sepultaron voces, pues el personal que laboraba en ese edificio lo hizo hasta finalizar el primer turno, a las 15:00, sino 30 personas hubieran terminado bajo los escombros, dejándonos un dolor del que no nos recuperaríamos los cercanos. El segundo, siendo soltero y ahorrando lo más para terminar de pagar su casa en su ciudad natal, alquilaba un cuarto pequeño de un solo ambiente, una ratonera, en el barrio Jocay; forzadamente intentaba dormir para trabajar en el tercer turno. El vaso del agua se cayó y el televisor pequeño sobre una refri de hotel prestada, se vino abajo, en una casa que literalmente - 155 -


estaba siendo tragada por la tierra, pues se estaba hundiendo hacia el lado izquierdo donde se asentaba el departamento de una casa de dos plantas. Alcanzando a ponerse pantalón y botas, fue hacia la planta pero ya el personal había salido, entonces hizo de taxi en su vehículo para los que no tenían movilización. Por mi parte aprovechaba el día, pues mi novia se encontraba trabajando en Quito hace un año atrás y los fines de semana viajaba su encanto hasta mi departamento, también visitaba a su familia. Siendo amigable el sol poniente, aún amparaba a quienes disfrutaban en los comedores de la playa El Murciélago. Habíamos llegado hace poco y esperábamos la comida. Mientras tomábamos la primera cerveza comenzó lo que para mí, en mi escepticismo, era un temblor más. La histeria colectiva, hizo que todos saliéramos corriendo con dificultad, pues el piso se volvió sinuoso, tratando de escapar del tsunami que se formaba en la cabeza de todos. Yo más me fijaba que los postes danzantes no cayeran encima de nosotros, mientras Yuly me arrastraba. Escuché llantas de carros frenando a raya, la gente se había precipitado desde la playa, escapando despavorida hasta la cima donde se ubica la Flavio Reyes, sin ver mayor daño. Llamamos a nuestros padres, en Playas, donde estaban los míos, no se sintió mucho; y en Montecristi, donde estaban mis suegros, tampoco hubo daño, pero sí mucho susto. El tamaño del desastre llegó con retraso a mis ojos, al caminar por la avenida 23 y ver el hotel cercano con la fachada destruida y los vidrios rotos, hasta llegar finalmente al edificio de departamentos donde alquilaba. La gente que allí vivía se encontraba en estado de shock, pues se trata de una edificación de cuatro pisos más una terraza. Poder contar cómo vieron las cosas caer y sobrevivir a un edificio que se sacude como animal molesto, es circunstancial. La gente comenzaba a rumorear sobre Tarqui. Complicados en encontrar cómo movilizarnos, un amigo lle- 156 -


gó a las 22:00 para llevarnos a la casa de la familia de Yuly. El manto polvoso de la noche cubría entonces otra ciudad, el skyline de Tarqui había cambiado quizá para siempre. En Montecristi me quedé tres meses, cerca del cerro y lejos de todo, en una casita con techo de zinc, donde se dormía hasta en la sala, paradójicamente junto a la gran casa, de mi suegra también, que no sufrió un rasguño, pero viendo lo sucedido y por los temblores continuos, no se veía tan loco no ocupar la edificación hasta la evaluación respectiva. Johnny al tener a su mujer embarazada y con las réplicas a diario, vio que era mejor opción que viva con su madre en Guayaquil, por lo pronto, acogió a Pedro quien tuvo que sacar sus pertenencias porque con cada temblor el departamento pareciera que se hundía más. En casa humilde hay abundancia de pan. Y de hecho, tres acostumbrados a comer pan, lo cambiamos por plátano, yuca y todo lo delicioso que hubo. Los días posteriores al volver al trabajo, mis compañeros me venían a recoger y compartíamos un desayuno comunal con la hermosa familia que me recibió. Solíamos traer víveres que conseguíamos, algunos nos fueron dotados por la empresa, alimentos que en las manos sabias de una madre alcanzaba hasta para algún vecino que asomara. Padres, hermano, tía y Sofía, la pequeña de la casa, en el desayuno y el almuerzo nos enterábamos de pocas buenas nuevas y actualizábamos las historias que asomaban, fijándose así el recuerdo a color, en el mismo cordel donde guindan las postales más macabras. No estuve en los lugares donde la esperanza era arrastrada por el hedor de la descomposición, donde el concreto masticaba al igual hierro, carne y sesos. Lejos de las personas que cerraron las puertas. Me tocó fácil, experimentando la gracia de la supervivencia, al estilo de las películas cristianas, cuando te azota la realidad cruda de verte de pie junto a aquellos que fundieron sus orillas con la estela de la muerte. - 157 -


A dos años, el luto no les alcanza la vida para guardarlo a quienes lo padecieron. A dos años, a muchos la suerte salvó su vida pero sepultó su medio de subsistirla. Otros tantos vieron oportunidades al abrirse los comercios que se centraban en una sola zona. A dos años, al ir por cigarrillos, al decir Nuevo Tarqui, hacemos memoria del anterior y único Tarqui, sin saber en qué terminará este desdoblamiento emocional mientras esta zona sigue sin asomar. A dos años, Pedro tiene su casa y Johnny tiene a su hijo; ambos volvieron a Guayaquil. A dos años, yo menos turista que mis compañeros, con mi novia ya radicada de vuelta en su ciudad, hemos vuelto a vivir en un piso de la casa grande de mi suegra y me asombro del arraigo de vivir cerca del cerro y lejos de todo.

Xavier Soto

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El ángel de la capilla de Santa Marianita Recordar es vivir. Y yo a veces no quiero la vida, porque mientras esté viva recordaré por siempre el 16 de abril de 2016. Ese día, a las 18:58, perdió la vida un ser maravilloso y especial como lo fue mi hijo Patricio Fernando Chávez Guanoluisa, un estudiante de ingeniería civil, dedicado y responsable, quien se encontraba ese día reunido con un grupo de jóvenes, coordinando ayuda para los damnificados de Calderón. Según lo que escuché después, él prácticamente estaba ya a salvo, pero al ver que sus amigos estaban aún dentro de la capilla, regresó para ayudarlos, cayéndole encima una pared. Pienso en su corazón, en lo que llevó a regresarse para ayudar, esto me llena de orgullo, pero más de dolor, pues lo he perdido para siempre. Creo que ningún otro ser humano hubiera expuesto su vida como lo hizo él. Solo un ser especial, como lo era mi hijo, amante de la vida, sensible noble y humilde, pudo arriesgar su vida para ayudar a los demás. Lo más difícil para nosotros, sus padres, es recordar cuando lo vimos caído en medio de ladrillos y del cemento. Qué duro fue verlo en ese instante, sin saber qué hacer, con la desesperación a flor de piel, pidiendo ayuda. Todos alrededor querían estar a buen recaudo, sin embargo alguien se apiadó de nosotros y nos ayudó a llevar a mi hijo al hospital. La atención fue una odisea. Nadie podía ayudarnos, todos estaban ocupados, no había médicos ni energía eléctrica, nada que nos favoreciera y poder salvar la vida de mi Patricio. Salí corriendo en busca de una camilla, empujándola, como pude, ingresamos a una clínica, le supliqué al médico que salve su vida, él me dijo que ya era demasiado tarde, él había muerto. En ese momento pedí a mi Dios morir por él, mi hijo se había ido y con el dolor más inmenso que unos padres pueden sentir, pedimos ayuda para traerlo a casa, sin poder velarlo como se - 159 -


merece. Hoy, aún con la herida sangrando, por primera vez escribo estas letras, una historia que nunca fue contada en la prensa. Muchos aún ignoran que en la capilla Santa Marianita de la calle 16 y avenida 18, murió un joven llamado Patricio Fernando Chávez Guanoluisa, que dio su vida por salvar a otros. Esperamos que a pesar del tiempo se lo recuerde como lo que él fue, un joven noble, humilde, sencillo y honesto, que dio su vida como algún momento Dios la dio por nosotros. El 16 de abril es una fecha para recordar a los que hoy ya no están con nosotros y agradecer al creador por los que aún vivimos en este mundo sin saber cuál será nuestro destino. Por Siempre y para siempre mi amor eterno a mi hijo, Patricio.

Patricia Guanoluisa

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Los designios del tiempo Antes: Soy de Chone, ese día me encontraba en Manta recibiendo el último módulo de una maestría de gestión ambiental. A las 18:15 salimos del aula del CEPIRCI de la ULEAM, porque una compañera movió un cable sin querer e hizo que se desconectara la computadora, la misma que ya no quiso encender más, fue como un aviso de Dios, como si algo fuera a ocurrir. Inmediatamente la tutora dio por terminada la clase. A la hora fatídica de aquel día, llegaba con un compañero de maestría a casa de mis suegros, ubicada en la calle 8 y avenida 25; me encontré con un concuñado, el mismo que se dirigió a la puerta entrada, pero inmediatamente asustado se regresó hacia donde yo me encontraba en el automóvil, diciendo «temblor». Yo no le creí y me bajé del carro, ahí empecé a sentir la fuerza de la tierra. Durante: Con mi concuñado nos agarramos de la mano y parados en media calle miramos hacia todos lados evitando que no cayera nada sobre nosotros. Pensé que era el fin del mundo, los segundos se hicieron eternos. Las casas parecían que se nos venían encima, el piso se movía como olas, caían pedazos de ladrillos, ventanas de vidrio de las casas, los postes de luz y cables se meneaban como hamacas, no sabíamos a ciencia cierta lo que pasaba. Mi concuñado en medio temblor me dijo que iba a ver a su familia, la misma que se encontraba en un tercer piso; yo no lo dejé ir, más bien le dije que esperara que pasara todo, parecía que nunca iba a dejar de temblar, pero finalmente terminó. Después: Inmediatamente mi concuñado se fue a la casa a buscar a su - 161 -


familia, mi compañero había corrido una cuadra más adelante hasta la avenida 7, yo me subí al carro y avancé hasta donde mi compañero para ponernos a buen recaudo. Todo era una locura, la gente salía desesperada de las casas, llorando y en pánico. Los carros circulaban a toda velocidad, se oscureció de inmediato y comencé a llamar por celular a mi esposa, la misma que venía viajando con mis hijos, suegra y un cuñado de Chone a Manta. No tenía señal, luego llamé a mis padres, quienes también viven en Manta, en la Urbanización San José, pero tampoco pude comunicarme con ellos. Al rato apareció mi concuñado para decirme que la familia estaba bien y nos dirigimos a la avenida 26, donde hay un terreno baldío y grande. Me entró una llamada al celular, era mi papá, ellos estaban bien. Seguí llamando a mi esposa pero no contestaba, me imaginé lo peor, luego opté por enviar un mensaje de texto, el mismo que me respondió diciéndome que estaban en Rocafuerte, sanos y salvos, pero no podían avanzar porque el puente El Ceibal estaba dañado, le dije que dieran la vuelta y indiqué la vía por donde podían venirse. Muchas imágenes de horror y tristeza vimos durante las siguientes horas. A las 23:00 llegó mi esposa con los niños, estaban bien. En ese momento comenzamos a hablar, a contarnos cómo lo habíamos vivido, nuestros miedos y nuestras esperanzas de que todo iba a estar mejor. Galo Leonardo Cobeña Zambrano

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Volver a empezar El 16A yo estaba en el hotel Las Rocas, estábamos cambiando de turno, todos cansados por que ese sábado era la sabatina en Montecristi y teníamos de huéspedes a los escoltas del Presidente y a periodistas de Oromar Televisión, debíamos servir la cena, en la caja faltaban 2,70 dólares. Esa fue la razón por la que no pude ir a descansar, caso contrario estaría muerta, pues yo vivía en el segundo piso: el primer y segundo piso colapsaron en su totalidad. Quince minutos antes del terremoto, un niño como de seis años bajó a pedir un batido, se lo preparé, él quiso subir con su batido y su tostada, lo acompañé hasta el ascensor. Me quedé mirando hasta cerciorarme que llegara al quinto piso. En ese momento la tierra empezó a temblar, mi esposo salía del restaurant con una gran sonrisa, diciendo «calma, calma», es solo un temblor. Traté de salir. Escuché cómo bajaba desde la terraza, explotó el transformador de luz y los aires caían encima de los carros que estaban parqueados en la puerta. Las paredes también comenzaron a caer. Yo me preguntaba si el niño logró salir o se quedó encerrado en el ascensor. Como pude entré y empecé a ayudar a salir a mis huéspedes y me di cuenta que el niño gracias a Dios estaba bien. Marilyn, mi recepcionista, llevó a su casa a los huéspedes, mi esposo y yo nos quedamos, no pasó mucho hasta que empezaron a saquear el edificio. Esa noche me robaron todo, el dinero, el celular, todo menos las ganas de trabajar de salir adelante, de aportar, para que Manta nuevamente se levante. Ayuda de un crédito nunca llegó. Comenzamos desde cero. Sacamos algunas cosas del hotel que todavía podían servirnos para volver a empezar, como bases, colchones, licuadoras. Arrendamos otro hotel de propiedad de la Dra. Elena Espinosa en la avenida 24 y calle 17 y ahí nos encontramos trabajando - 163 -


agradecidos con Dios y con Manta por una nueva oportunidad. Ahora nos llamamos Manta Real.

Ing. Â RocĂ­o Lagos A.

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Entre el pasamanos, la cisterna y el fútbol El pasamanos del que tantas veces se quejó mi madre le salvó la vida. Como ironía del destino o capítulo de una tragicomedia, ese pasamanos que nunca fue estéticamente atractivo para los estándares de mi mamá, formó un triángulo encima de ella y le otorgó una nueva oportunidad de vida el día del terremoto. Mi casa era de dos pisos, para tener acceso a la segunda planta era necesario usar las escaleras externas, donde se encontraba el pasamanos. Mi mamá recuerda que antes de subir unos cuantos escalones, se había tomado el último poco de agua de su termo, ya que regresaba de un partido de baloncesto y estaba sedienta. Al ver que el temblor era tan fuerte decidió retroceder y se puso en posición fetal a la espera de lo que pudiera pasar. Simultáneamente, según ella, un ruido estruendoso se escuchaba. Era como si la casa cobrara vida y fuera despojándose ensordecedoramente de su ropa. Poco a poco cayeron los ladrillos y el hormigón. Mi madre solo esperaba, en posición fetal, que todo terminara. Ella quedó atrapada entre ruinas, mientras yo caminaba por las calles convulsionadas de Manta. El terremoto me encontró lejos de mi familia y a minutos de jugar fulbito. Diez a cero era el marcador del partido previo al que me tocaría enfrentar con mi equipo en la cancha de los Aerotécnicos. Miraba el marcador con asombro y con expectativa del próximo encuentro que sería a las 19:00. Jugaríamos fulbito en el campeonato femenino. Horas antes vi en casa a Diana, mi hermana mayor, quien me dijo que «como nunca», el sofá de la sala, de la segunda planta, le resultó acogedor para descansar toda la tarde. Ella había llegado de un viaje del exterior y estaba agotada. Aquello era - 165 -


poco común, porque a partir de que nuestros padres decidieron arreglar la planta baja para ella y para mí, Diana se la pasaba descansando abajo en su cuarto. Sobre todos los días después de sus guardias como doctora. «¿Te toca jugar?», preguntó. Con la emoción que me provoca el fútbol le dije: «Sí, ¿me vas a ver?». Ella asintió con la cabeza, afirmando su asistencia. Por lo general los sábados de tarde mi familia hace deportes, papá se va al fútbol, mamá al baloncesto y a veces Luisa, Diana o yo la acompañamos. En ese día fue Luisa, la menor de la familia; es decir, en casa solo quedaba Diana. Mientras tanto, en la cancha el primer partido concluía, así que me dispuse a mirar el hermoso atardecer inclinándome hacia una baranda y al mismo tiempo conversaba con dos amigas. De repente la tierra comenzó a temblar y con ello alcancé a ver cómo todas las jugadoras se arrodillaron en el centro de la cancha, di dos pasos atrás. Una de mis amigas, con las que antes conversaba, comenzó a llorar desgarradoramente por su hijo, quien la esperaba en casa. La alcancé a sostener para calmarla, el remezón hizo que mis rodillas se rasparan. Por mi cabeza pasaban imágenes de supervivencia, de aquellas que uno solo mira en las películas. Pensaba en mi familia que, de acuerdo a mis cálculos, estarían en ese momento llegando a casa y en Diana, que se suponía vendría a verme jugar. Culminados esos eternos 50 segundos, la gente comenzó a correr y yo pensaba en salir y llegar a mi hogar. Una chica que tenía una camioneta doble cabina nos llevó a mi amiga a mí hasta el redondel más cercano, luego comenzamos a caminar. Durante el trayecto nuestros cerebros grabaron el ajetreo de los militares que corrían y se movilizaban a todos lados. Nuestros pasos iban en dirección al barrio Altagracia, donde estaría el hijo de ella. Caminábamos como autómatas, máquinas mo- 166 -


tivadas por la preocupación de saber cómo estarían nuestros seres queridos. A mitad del camino nos interceptaron los familiares de mi amiga, quienes tenían al niño a salvo. Luego de una hora, que se prolonga en mi memoria como una eternidad y tras varios intentos fallidos de llamar a mi mamá y a mi hermana Diana, pude comunicarme con ellas. Al otro lado de la línea estaba Diana, quien con una voz segura y firme me dijo: «Estamos bien, mi mamá está algo golpeada, estamos bien. La casa está un poquito virada». Al escuchar eso me tranquilicé, le dije que estaba tratando de ir, pero no tenía movilización y que un amigo policía me llevaría allá. Al llegar al barrio, a los vecinos se les notaba la tristeza. Busqué a mi familia entre ese mar de miradas y vi a mi hermana observando nuestra casa. «Hola», le dije. Entonces vi que la casa ya no era de dos plantas, era de una, y estaba inclinada hacía la loma que baja al colegio Tarqui. Pregunté por mi mamá y me señalaron el terreno baldío que quedaba frente a la casa. La vi a ella en una silla, estaba muy adolorida y con varias gasas que los vecinos le habían dado a Diana para que la curara. Es que ahí, en casa, la historia fue dura y a los pocos minutos de mi llegada, escuché la versión de boca de mi papá: Diana estaba en casa sola, pasadas la tarde ella decidió bajar a su cuarto para cambiarse de ropa e ir a mi encuentro deportivo. Mi padre había llegado a casa y estacionó su auto en el garaje, subió a ducharse pensando que estaba solo en casa. Diana, sin embargo, lo había escuchado llegar y enseguida decidió meterse a la ducha. A los pocos segundos Diana se percata de que no había agua en la ducha, por lo que debería enchufar la cisterna que se encontraba en la planta alta de la casa. Dispuesta a enchufar la bomba de agua, Diana sube al segundo piso. En ese instante, como piezas de una gran historia final, que hizo que todos los miembros de mi familia estén vivos, llega mi mamá con Luisa (mi hermana menor) y estacionan la - 167 -


camioneta en el garaje. Luisa se baja, sube las escaleras de la segunda planta y por la sala se encuentra con Diana. Hasta ese entonces mi papá seguía pensando que él estaba solo. Comienza el remezón y mis hermanas se miran, la mayor le dice a Luisa «tranquila», y la pone atrás de ella para protegerla, al escuchar que el ruido de las cosas cayéndose se intensificaba. Cuando el movimiento se incrementó, la pared donde estaba apoyada Luisa se cae y ella grita, en ese momento mi papá la escucha, entonces sabe que no está solo, ellas están dentro de casa. La pared que se acababa de caer daba al cuarto de mis padres, donde mi papá se sostenía entre un muro que dividía al baño con el ropero. Él logró tomarlas del brazo y protegerlas con el cuerpo a la espera que cese el terremoto. Todo temblaba y ellos se volvieron uno para protegerse mutuamente. Finalizado el movimiento, mi papá se apresura a tratar de buscar la salida, pero la puerta estaba como sellada por alguna fuerza física producto del terremoto. Mis hermanas notan que un barrote de la parte frontal de la casa ya no estaba, mi papá asoma la cabeza y mira a los vecinos quienes se afanan en ayudar. Pasan una tabla y crean una especie de resbaladera entre la casa y el cerco, por ahí fueron rescatados ellos. Mientras eso sucedía, mamá solo gritaba «estoy bien, estoy bien». Cuando ella escucha que todos lograron salir, mi mamá pide ayuda, les dice que se encuentra atrapada. Entre los vecinos abrieron la puerta del garaje y luego de retirar varios escombros la sacaron. Al siguiente día recorrí de lejos toda la vivienda, tomé algunas fotografías y me estacioné a fijarme en el estrecho espacio donde había quedado mi mamá atrapada, justo ahí estaba la pared que le cayó encima y estaba manchada de sangre. - 168 -


Se perdió la casa que con mucho esfuerzo ellos habían construido, pero hay vida en mi familia. Ciertas veces analizas lo que pudo haber pasado. ¿Qué hubiera estado haciendo yo si no me hubiera tocado jugar?, la respuesta era fácil: por ser sábado, habría estado durmiendo en mi cama, la misma que quedó aplastada totalmente por la planta alta. ¿Qué hubiera pasado si mi hermana Diana hubiera tenido agua en la ducha?, lo más seguro era que muriera debajo de tantos escombros. ¿Qué fuera de mi mamá?, si al obrero que hizo el grotesco pasamanos, no se le hubiera ocurrido construir algo así. Las secuelas quedan y hay momentos, cuando uno menos quiere, donde el pensamiento se traslada a ese día, eso me lleva a apretar fuertemente los párpados para pensar en que ya pasó y hay que seguir. Somos una de estas tantas familias que está reconstruyéndose. En este mes de abril de 2017, el terreno de nuestra nueva casa nos regaló una sandía, creo que sinónimo de buenas nuevas. Gabriela Lourdes Vélez Bermello

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Pensé que era el fin del mundo Mi nombre es Evelyn y aquel 16 de abril de 2016 viví el momento más complicado y difícil de mi vida. Todo empezó con un día muy ocupado, pues al día siguiente era el cumpleaños de mi pequeña sobrina, la cual cumplía un añito. Yo estaba planeando todo para su cumpleaños, ese día tenía que viajar a Portoviejo a retirar cosas para el festejo. Era un día muy soleado y ajetreado, ya que en la tarde me tocaba trabajar animando una fiesta infantil, y por ende, para no estar tan cansada, mi mamá me pedía que fuera en la noche a retirar las cosas de la fiesta, me insistió mucho, pero decidí hacerlo en el día, caso contrario no estaría hoy contando lo vivido, ya que por el lugar donde estuve, ahora es considerado la «zona cero» de Portoviejo. A las 16:00 me encontraba arreglándome para ir a trabajar en el local mi tía, donde sería la fiesta, ubicado en la avenida 24, todo fluía normal, el local estaba lleno de niños, listos y felices. El tiempo avanzaba y llegaba la hora de cantar el «feliz cumpleaños», yo estaba en el centro la pista cuando sentí un remezón, del cual parece nadie se había percatado, por un momento pensé que era idea mía y continúe con el show. Luego de un ratito volví a sentir otro remezón, pero este ya no paraba, la gente se alarmó, los niños lloraban, yo me ubiqué a un lado, arrodillada, con mucho miedo, pensando que era el fin del mundo, en ese momento solo pensé en mi familia en especial mi pequeña sobrina, la cual no sabía nada, porque señal no había, tampoco luz. Después me reuní con parte de mi familia que se encontraba en el local, preocupados, pues no sabíamos qué realmente sucedía, no nos imaginábamos que se trataba de un terremoto de tal magnitud.

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Luego de habernos reunido con mi familia, cerramos el local y nos dirigimos por la vía Circunvalación, salimos muy asustados, ya que una persona pasó diciéndonos que había alerta de tsunami, en ese momento el miedo en mí se multiplicó, aún más sin poder saber qué pasaba con mi mamá y hermanos, los cuales no se encontraban junto a mí. La vía Circunvalación estaba totalmente ajetreada, pues el tráfico era impresionante, todo mundo quería estar fuera de la ciudad, los carros pitaban, la gente gritaba estresada y preocupada, queriendo estar a salvo. Junto a mi familia pudimos pasar todo el tráfico que había y llegar hasta la urbanización Ciudad Jardín, donde gracias a Dios nos reencontramos con la otra parte de mi familia, ahí estaban todos, me sentí más tranquila, pero el miedo no cesaba. La noche pasó, las réplicas no nos dejaban en paz, en una más fuertes otras más suaves, pero no paraban. La noche desapareció de prisa, amanecimos el domingo 17 de abril en aquella cancha, junto a otras familias. Junto a mi familia tomamos el carro y nos fuimos hacia la ciudad para ver qué pasaba y a la vez fuimos a nuestras casas, para recoger lo que más pudiéramos, ya que no queríamos quedarnos allí por mucho tiempo. Llegamos a la ciudad y el primer lugar donde pasamos fue por la playa de Tarqui, ¡qué momento para más doloroso! Tener que ver hoteles, hostales y casas destruidas, junto a gente llorando alrededor de ellos, ya que al parecer sus familiares y amigos estaban dentro de esos escombros, fue lo más duro. Aquel día la ciudad se volvió gris, fue una tensión que no quisiera recordar ni sentir, pues la ciudad había muerto en ese momento, es que realmente nunca nos hubiéramos imaginado el alcance de aquel terremoto. Es muy complicado recordar el 16 de abril, un día donde nadie, absolutamente nadie podrá olvidar, pueden pasar meses y - 171 -


aĂąos, pero el temor siempre estarĂĄ presente.

Evelyn A.

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Una mujer de guerra Fue un día muy atareado, lo único que quería era llegar a casa y descansar en unión de mis tres hijos. Ese día estuvimos en Tarqui como de costumbre, haciendo las compras de fin de semana. Había demasiado personas, fue una tarde bastante dura. Dejamos las compras en casa y fuimos a donde mi madre, ahí construíamos una vivienda. Ese día los maestros albañiles trabajaban en las paredes de cemento y en la ubicación de los bloques. A eso de las 18:30 con mis hijos, suegra y cuñada, fuimos a visitar nuestro nuevo hogar, con la finalidad de ver cómo iban los trabajos. Hacía mucho calor ese día, nos quedamos afuera. Cuando comenzó a temblar la tierra, mi suegra no sabía si correr o llorar, mis niñas salieron despavoridas para refugiarse en nuestros brazos. Comencé a llamar a mi madre, pero no tuve respuesta, tan solo minutos antes lo había visto y estaba bien. En un intento respondió mi hermana y me dijo que mi madre se había desmayado, a mi suegra casi le da un infarto, mi cuñada se quedó atrapada entre los escombros de las paredes del baño, desnuda, por lo que se estaba bañando durante el terremoto, por suerte había ropa tendida en el patio. Todo se volvió un caos. La casa pequeña que estábamos construyendo se vino abajo, pero en ese momento no nos importó, subimos a la loma de la 20 de Mayo a esperar noticias de cómo estaban nuestros familiares en el resto del país. Todo el esfuerzo, lo invertido, los sueños de nuestro nuevo hogar, tuvieron que esperar un poco, tuvieron que detenerse. Me di ánimos a mí misma y supe que tarde o temprano las cosas mejorarían, «si esto es la guerra uno debe luchar, luchar y no desmayar», me dije. Recuerdo que fue suficiente con que todos estuviéramos bien, sanos y salvos, lo demás no importaba. - 173 -


Después del susto solo esperamos lo que el señor quiera. Lo digo yo, una mujer de guerra.

Irene Gabriela Plaza Cedeño

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Manos amigas A continuación, con mucho dolor, voy a narrar los momentos que vivimos mi hijo, mi hermanita (una niña con síndrome de Down) y yo, el 16 de abril de 2016. Todos nos encontrábamos en la sala viendo televisión, minutos antes mi hermana Mónica fue por su muñeca al cuarto. Cuando empezó el temblor le dije a mi hijo que fuera por su hermana, él se levantó, yo apagué el televisor, recogí las llaves y fui en su búsqueda para salir de la casa. Mi casa tenía losa en la parte del frente, hacia atrás, los cuartos estaban cubiertos con zinc. Tuve miedo que el hostal Mayita 2 nos cayera encima, porque tenía seis pisos, mi casa era de dos. Y efectivamente fue lo que pasó: mis hijos quedaron atrapados en la mitad de la casa, en la peor parte del zinc, donde les cayó bloques y pedazos del hotel que se nos venía encima. A mi hijo le cayó un bloque en la cabeza, se desmayó; mi hermanita gritaba de dolor, se encontraba aplastada entre los escombros que el hotel que caían en nuestra vivienda. Fueron segundos terribles, yo quedé atrapada en la parte frontal, no podía moverme. Vi caer el hotel, vi cómo los fierros se doblaban y bajaban abruptamente, una nube de polvo nos invadía y los gritos de mi hermanita me desesperaban, entonces comencé a gritar: «Hay poder en el nombre de Jesús», fuerte, como tratando de que Dios me escuchara. En ese momento tomé fuerzas y fui hasta donde estaban ellos. Levanté fierros, ladrillos, pedazos de escombros, los saqué de ahí y salimos a la sala. El hotel se caía, era la muerte a la que teníamos a nuestro lado, solo recuerdo que abracé a mi hijo y a mi hermana, pensé que estaba preparada para lo que sea que ocurriera.

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Cerré los ojos y viajé por un túnel, sentía paz, tranquilidad, alejándome de este mundo para siempre. Pensaba que era imposible salir con vida, a escasos 50 centímetros de nuestra pared, el hotel se desplomaba, íbamos a quedar aplastados irremediablemente, sin salvación. Estaba en trance o no sé, estaba yéndome hacia algún lugar, cuando de pronto sentí que caí de golpe, en ese momento la tierra dejó de temblar. Bajé inmediatamente, quise abrir la puerta pero estaba atascada, miré a los lados y vi que había un hueco en una pared del hotel, me metí por ahí, arrastrándome llegué hasta afuera, pero estaba en el segundo piso, así que tuve que lanzarme a la calle para poder abrir la puerta de mi casa. Tenía miedo, pero también había adrenalina. Retiré los escombros que habían atascado la puerta y saqué a los niños. Yo pedía ayuda los empleados de Almacenes Tía, estaban como hipnotizados, no se movían, pero no hizo falta, pude sola con esa batalla y lo único que pensé fue en correr. Fui hasta el hospital, mi hijo estaba lastimado, tenía la cabeza rota, mi brazo estaba herido: una plancha de losa me había caído encima. En el hospital pasé tres días, siempre estuve junto a los niños. Vimos a decenas de heridos y también vimos a muchas familias llorar por sus muertos. Estuvimos sin comer hasta el lunes, cuando las damas del Club de Leones se hicieron presentes con agua y comida. El pastor de una iglesia evangélica me dijo que pasara en un albergue que habían hecho para las personas damnificadas y así fui a dar allá. Recibimos ayuda de los militares, comida, agua y ropa. Por lo menos estábamos seguros. Mi hermanita, producto del terremoto, quedó sin poder caminar. En el hospital Rodríguez Zambrano nos dijeron que la niña no iba a caminar porque tenía fisuradas las caderas, me recomendaron un tratamiento y me mandaron a comprar medicinas. Yo no tenía dinero, así que acudí al Patronato Municipal, para ver si por medio de la señora Ana María podía recibir ayuda. Ahí me brindaron la ayuda necesaria: una silla de ruedas, medicina, comida y además me sustentó por más de - 176 -


dos meses enviándome al albergue de la iglesia comida todos los días. Estoy muy agradecida, mi hermanita estuvo en rehabilitación durante ocho meses, sin pagar un solo centavo, pasé mucho tiempo con mi pequeña, ese fue el motivo por el que me ausenté de mi casa, a la cual terminaron demoliendo con todas mis cosas en ella, dieron por hecho que ya todo estaba destruido. Me dejaron sin nada. Sin embargo, del Gobierno recibí el bono de alquiler y el de alimentación, al menos tuve techo y comida. Tengo que seguir adelante, a pesar de todo el dolor que nunca se borrará de nuestros corazones, porque nos robo la estabilidad de nuestras vidas, las ilusiones y las ganas de vivir. Ahora sé que el mañana no existe, solo hay un presente y ese presente es hoy.

Con cariño, Alicia Pruss Quevedo, Jorge Mendoza Pruss y Mónica Pruss Quevedo

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Juntos hasta el final Hoy, lunes 16 de mayo del año 2016, siendo exactamente las 18:56, cojo esta pluma y este papel, para contar lo que exactamente presencié el día que marcó la vida de muchas personas en mi país y muy particularmente en mi bella Manta, donde muchos amigos y conciudadanos hermanos perdieron la vida. Donde muchas casas y edificios sucumbieron a la fuerza de la naturaleza, pérdidas materiales solo eso fue, pero como ser humano y católico, tuve la suerte de estar en ese momento con una gran mujer como lo es la Sra. Aura Delgado, a la cual tengo la dicha de conocerla desde joven. En la noche teníamos que asistir a un cumpleaños. Me predisponía a levantarme cuando el edificio comenzó a temblar. Entonces le dije: «Aura, dame la mano para ponernos debajo de algún marco», pero solo rozamos nuestros dedos, yo logré pararme debajo de un marco, pero Aura cayó lejos de mí. Miré con espanto cómo el edificio se movía, vi mucho polvo, se había caído el edificio de mi cuñado Klever Delgado. Aura cayó sentada, tenía la mirada perdida, pensé en lo peor, tuve que llegar arrastrándome hacia donde estaba ella, porque caminando era imposible. Comencé a darle bofetadas y le pedía que no se durmiera porque podría ser fatal. Pudimos bajar las escaleras alumbrándonos con la linterna del celular, que afortunadamente lo tenía en mi bolsillo. Aparentemente el edificio no tenía nada, pero llevé a tres amigos ingenieros para que hicieran evaluaciones, por separado y todos coincidieron en que tenía serios y severos daños. Gracias a Dios el edificio no se cayó, pero igual había que derribarlo. Qué pena, qué dolor el esfuerzo de Aura, toda su vida de trabajo, todo lo que había logrado para su vejez se fue en 48 segundos. Se desboronó. Sin embargo ella siempre mantuvo la calma, dimos las gracias al Señor por tenernos con vida y le - 178 -


pedimos que si en algo como ser humano hemos fallado, nos perdone, nos ayude a cambiar, a ser mejores. Lo único que quisiera pedir, es que Aura siempre esté rodeada de amor, de cariño, ella es una buena mujer, gran persona y una excelente madre. Cuando me la presentaron, llegué a conocerla muy bien, en una de nuestras conversaciones le dije que iba a estar con ella siempre, en las buenas y en las malas. Y se lo estoy demostrando. No me he separado de ella ni un solo instante, tampoco quiero hacerlo. Al terminar de escribir esta historia hubo otra réplica. Rápidamente pensé en mi Aura, justo estaba escribiendo sobre ella. La fui a despertar, se puso una manta y juntos salimos a la calle.

Roberto Estuardo Mero Barcia

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Cumpleaños de Axel Era un día soleado, con mucho movimiento, en dos semanas iniciaban las clases y había que aprovechar las ofertas. Era el cumpleaños sorpresa de Axel (ocho años), mi mami Rosy lo llevó al Paseo Shopping, mientras alistábamos los últimos detalles de su fiesta de cumpleaños. Ya estábamos reunidos todos: los primitos, mis hermanos y mis cuñadas. Eran las 18:45 cuando llegó el cumpleañero, quedó impactado de la bonita sorpresa, en ese momento decidimos tomarnos las fotos, todo era alegría, dulces, comida, rápidamente tomamos las fotos, buscamos un fósforo para encender la vela, íbamos a cantarle el cumpleaños y de repente empezó a moverse la tierra. Tratamos de salir poco a poco, cuando salimos empezó la pesadilla, el movimiento fue aterrador, los gritos, llantos, desesperación, aún los tengo grabados en mi memoria, mi hijo Mathias (un año) y mi mami Rosy no alcanzaron salir de la casa, la angustia fue más intensa. De pronto se fue la luz, el movimiento era más fuerte, Axel no paraba de gritar y llorar, él y todos estábamos viviendo una pesadilla que no terminaba. Yo me imaginé que era el fin del mundo y solo estaba esperando que la tierra nos tragara. La gente salía desesperada porque decían que podría haber tsunami, nos encontrábamos en un sitio cerca al mar, salimos a un lugar seguro, pero antes de eso teníamos que ir a ver a mis suegros, estaban en Tarqui. Afuera todo era irreconocible, todo estaba tirado en el piso, árboles, cables, coches, la gente salía corriendo, había heridos por doquier. Cuando llegamos a Tarqui fue terrible, a la camioneta de mi suegro le había caído una pared, las casas estaban dañadas, con polvo, era un lugar irreconocible, rápidamente salimos del lugar. Tratamos de ir a Sí Vivienda, fue un viaje largo. Los días pa- 180 -


saron sin luz, sin agua, sin comida, una semana diferente, en esos días solo queríamos estar unidos en familia, porque las réplicas eran constantes y el miedo estaba presente. Gracias a Dios recibimos ayuda de nuestros familiares, de la empresa donde yo laboro, Intcomex, y de la empresa donde labora mi esposo, Easynet. Fue muy emotivo y esperanzador, ver el aprecio de familiares y amigos, fue un gesto de no olvidar. El terremoto nos cambió la vida. Atesorar cada minuto con nuestra familia ahora es lo esencial. Perdimos cosas materiales y quedan atrás los buenos y no tan buenos recuerdos de Tarqui.

María Johana Flores Morán

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El iluso Yo fui de los ilusos que creyó que no había que darle tanta importancia al terremoto. No digo esto porque tenga nervios de acero, nada más alejado de la realidad. Me asusté como todos, pero después de los 48 segundos de terror y cuando mi cuerpo dejó de temblar, dije que no teníamos que dejarnos llevar por la desesperación. Que era verdad que la tierra se había remecido como nunca, pero debíamos guardar la calma y no darle importancia a las rumores apocalípticos que corrieron minutos después de la tragedia. Contaban que una parte de Tarqui había desaparecido, que la clínica Manta era una pila de escombros, que había decenas de personas atrapadas en sus casas y que había muchos muertos. Todo aquello me pareció exagerado. Mi casa no estaba destruida, tampoco la de los vecinos, por lo que la histeria era una mala consejera en la ciudad. Eso pensé esa noche. Pobre de mí, me di contra los dientes cuando comprobé que sí era verdad lo que se contaba sobre la destrucción y las víctimas. La realidad fue demoledora. Después escribí algunas historias sobre las víctimas del 16 de abril y un corto texto donde el protagonista soy yo y que resume como fueron mis días posterremoto: Ya casi no siento los temblores Otra réplica. Van más de 1600. Desde el trabajo llamas a tu mujer y haces la pregunta más común desde el 16 de abril: «¿La niña y usted se encuentran bien?», «bien», responde. El alma te regresa al cuerpo. Y luego la segunda: «¿Cómo está la casa?».

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Y vuelve a decir que bien, que no ha sufrido ningún daño. Le recomiendas a tu pareja que tenga cuidado y que apenas puedas estarás con ellas. Es mediodía y encuentras a un indigente durmiendo en la vereda. Está boca abajo y no le molesta el ruido de los carros, tal vez ni sintió la réplica. Tienes ganas de despertarlo y que te explique cómo ha sido su vida desde el 16 de abril. Te arrepientes. Hay que dejarlo que duerma tranquilo, porque es de los pocos que pueden hacerlo. Afortunado. Al día siguiente te le acercas a otro indigente, al que hace algunos años le hiciste un reportaje. Le preguntas que hizo cuando sintió el 7,8. Él no tiene ganas de hablar esta vez. Solo dice un par de cosas: «No es bueno tener miedo. Es bueno decir aleluya y ya casi no siento los temblores». Por un momento quieres ser él.

Freddy Solórzano

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El día más feliz de mi vida Mi doctor me programó la cesaría para el sábado 16 de abril, a las 10:45. Mi hija nació sin problemas, todo iba bien. Al medio día subieron a mi habitación y me dijeron que no podía hablar ni pararme hasta después de 24 horas, como es normal en este tipo de operaciones. Estábamos en el cuarto mi esposo, mi hija de ocho años y mi bebé que tenía horas de nacida. A las 18:45 sentí como si me movieran la cama, nos quedamos mirando, hasta el momento que comenzó a temblar más. Mi esposo alcanzó a coger a la bebé que estaba en la cunita y me abrazó fuerte hasta que todo pasó. El cuarto quedó en tinieblas, todo lleno de polvo, yo me senté, hablé, grité, me arranqué el suero, todo lo que se suponía que no tenía que hacer. Mi esposo salió a pedir ayuda porque la bebé no se movía, se había quedado sin respiración, por la desesperación nuestra de abrazarla. Las enfermeras llegaron, nos ayudaron, le pidieron a mi familia que bajara, me dijeron que yo podía quedarme con una de ellas en la habitación, pero yo no quise, yo les dije que sí podía bajar, no sentía dolor, pero estaba débil. Yo solo quería que mi bebé estuviera bien. De la clínica nos dijeron que no podían hacer nada para ayudarnos, nos fuimos al hospital de la FAE, pero no nos recibieron porque supuestamente había alerta de tsunami. Decidimos quedarnos afuera de la iglesia La Dolorosa. Después de unas horas comenzó a llover. Yo me sentía mareada. Al final nos pudimos comunicar con mi mamá, quien nos dijo que en la casa de ella no había pasado nada, que tratemos de llegar, nos tomó una hora debido al caos en la ciudad. Lo que pensábamos que sería la noche más hermosa de nuestras vidas, se convirtió en la noche más difícil de nuestras vidas, se escapaba de nuestras manos, el caos estaba por todos - 184 -


lados. Yo tenía que recibir atención médica, pero no podía ser atendida porque había otras prioridades en la ciudad. En eso estábamos, hasta que encontré a una amiga enfermera, quien me pudo brindar ayuda. Nosotros no fuimos a Montecristi como los demás que huían por miedo del tsunami, nosotros decidimos ir a casa y que sea lo que Dios quiera. Mi niña nació en un día que muchas personas murieron, pero para mí fue un día especial. Cada 16 de abril muchos recuerdan las muertes y las pérdidas que tuvieron, yo solo recuerdo lo feliz que fui al ver que mi pequeña nació sana y que pudimos mantenerla a buen recaudo durante las siguientes horas. Nathali Álava

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Mi bandera son los animales Tomándose la luz tenue de la tarde, ha entrado la noche señalando que es el tiempo de repartir comida a mis animales que esperan ansiosos y atentos. Sin tener idea de los designios del universo, se siente un movimiento lento y oscilante que detiene los sentidos y los agudiza, al notar que se hace fuerte y empuja mi cuerpo hacia la pared, trato de abrir puertas y ventanas para que mis felinos salgan, trato de correr para proteger al resto de gatitos de la fuerza de la naturaleza, pero esta me empuja y quedo de rodillas en el césped mirando cómo se mecían los árboles con el temor y el viento helado, solo alcanzo a decir: «Perdona madre tierra, perdón y clemencia». Esperando lo peor, alcanzo a sintonizar noticias en radio y tv, pero parece que el tiempo se ha detenido y las comunicaciones no responden. A las 23:30 logro contactar al guardia de mi suite, en un edificio en Manta. Su voz entrecortada y temblorosa, me cuenta que las paredes cayeron y que él alcanzó a salir a la calle, siente confusión y temor por lo que pudo haber pasado, ellos no lo saben porque están en la oscuridad y solo alcanzan a escuchar sirenas, gritos, estruendos y sienten el aire pesado. Me pasa al teléfono a un vecino, solo alcanzo a decirles que procuren cuidarse y protegerse. Él no habla, se quiebra. Han transcurrido 60 horas de presenciar todo el daño, la tragedia, el dolor y angustia, salgo a buscar comida. Estoy en Quito y es imposible el viaje, me siento impotente al pensar en todos mis animalitos que se encuentran allá, con todo el temor, desalojados, desamparados, sin comida ni agua, sin orientación. Al mes de la tragedia pude viajar y pisar mi tierra, sentirla, tocarla y besarla, con la poca fuerza de mi espíritu que arrastra lágrimas contenidas y con el débil corazón para abrazar a todos mis conocidos, y más allá de mis pérdidas, emprendo el viaje para ver a mis animales. - 186 -


En Tarqui, sin poder cruzar las barreras de la Policía y militares, pero con mi ánimo íntegro, logro internarme por sus caminos y veredas aún con escombros. Hay miedo, angustia, abandono. Mi mente regresa a la realidad gracias a un maullido leve, a mis espaldas encuentro una gatita tricolor hambrienta, le dejo una funda de balanceado, esperando que se mantenga con vida hasta que yo pueda regresar. Hasta el día de hoy la batalla permanece, toda mi fuerza, mi ayuda hacia los animales se desvanece, se esfuma, ante tanta necesidad; a veces mi conciencia se estremece por todo lo que hay que hacer. Claro que también hay gente generosa, incansable, gente linda que impulsa e inspiran a continuar trabajando por esos seres sin voz. Gracias a todas las manos, a todas las almas, a toda la compasión y solidaridad que acompañaron esos días de necesidad, saludamos y respetamos a todos los seres humanos y animales caídos. Sabremos levantarnos y honrarlos en esta preciosa tierra. Todo el valor y toda la paz liberadora para ustedes.

Con todo mi amor, Marcela Segovia Segovia

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Una voz Un temblor, un remezón fuerte, la luz que tambalea y se apaga. Luego el caos, los gritos. ¿Dónde está mi mamá, mi hijo, mi nieto, mi esposo, mi novia? Llamadas que alivian. Silencios de muerte. Nadie será el mismo desde entonces. El tiempo se habrá dividido en dos: antes y después del terremoto. Cuente su historia, me han pedido. Y yo no quiero hablar de mí, sino de los otros. De mi madre que me abrazó. De las víctimas que nos dolieron a todos. De los que resistieron entre los escombros para luego ver la luz, milagros en medio de la desesperanza. De Bryan, que dijo «tranquilos, que ya pasa», para apagar el miedo de sus compañeros y al que se le vino encima la losa de la recepción del hotel Miami en el que trabajaba. Gran muchacho era. Un joven que merecía vivir. Te recuerdo Bryan. Esta es tu historia, la de la niña que dibujó un pájaro a punto de alzar vuelo para ubicarlo bajo la sombra de una cruz, puesta sobre los escombros del hotel, marcada con tu nombre. Eres el símbolo de esta tragedia. En la historia de esa cruz y de ese pájaro dibujado en una cartulina podría resumirse la tragedia. La vida es así, me digo: «caer y levantar», un pájaro a punto de levantar el vuelo posado sobre un montón de escombros. Estamos llenos de cicatrices, de recuerdos, de nuestros muertos. Pero sobre todo de resiliencia: nos hacemos fuertes en la tragedia, más humanos, nos quitamos las máscaras. Empezamos de nuevo, nadie vive entre los escombros, al contrario los limpia para construir nuevamente. Es la esencia de la humanidad.

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Como mis compaĂąeros periodistas que se sacudieron de encima la tristeza y el miedo para salir a la calle a contar historias que dieran voz y luces a una ciudad ensombrecida, asustada. De ellos, que dejaron a sus familias en casa para narrar lo sucedido, es esta historia. De los bomberos que se enfrentaron cara a cara con la muerte. De ellos, a los que la comunidad suele olvidar cuando lo peor ha pasado, es esta historia. AquĂ­ estĂĄ su voz.

Ignacio Loor

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La gata lo supo Tenía un poco más de un año de haber llegado a Manta, para radicarme por asuntos de trabajo. Me sentía contenta porque iba a estar cerca de mi familia y sobre todo de mi madre, quien tenía un problema de salud que le impedía caminar. El 16A desde sus primeras horas no fue un día usual, era un día de esos en que uno no se quiere levantar y no sé por qué razón sentía mucha inquietud y angustia. Aquel día estuve como siempre con mi madre Elena y mi inseparable gatita. Cerca del mediodía llamé a mi sobrina, Alejandra, para que nos acompañara en el almuerzo, pero ella no podía ir hasta la tarde, porque era el único día que disponía para hacer compras en Tarqui y efectivamente ella llegó cerca de las 17:30. Unos cinco minutos antes de que llegara Alejandra, mi mamá me dijo había notado un comportamiento extraño en la gata, que saltaba de un lugar a otro sin control, yo la acaricié y la tranquilicé, dándole masajes en su cabecita. Ese fue el último contacto que tuve con ella. Estábamos conversando en el comedor y eran casi las 18:15 cuando Alejandra terminó de servirse un ceviche, en ese momento mi madre nos pide que la llevemos a su habitación, había estado mucho tiempo sentada en su silla de ruedas y se le notaba cierto cansancio. Alejandra iba a estar con nosotras hasta las 19:00, pues a esa hora llamaría un taxi para que la lleve a su casa. Unos 10 minutos antes del terremoto, sentí un impulso muy fuerte y me dirigí a mi habitación hacia el altar del Divino Niño para ver si ahí estaban, como de costumbre, las velas y los fósforos. Recuerdo que me persigné, enseguida busqué el sitio donde estaban las llaves del departamento y del automóvil. Volví al comedor y al momento sentimos el primer movimien- 190 -


to, yo dije ya pasará, pero enseguida vino el otro temblor. Mi sobrina se levantó a ver a mi mami que ya estaba acostada. En el trayecto mi sobrina cayó deslizándose como una baraja, quedó debajo de la cama, no sé de qué forma logró salir de ahí. Lo único que pude hacer fue agarrarme del marco de la puerta de la habitación. Las puertas de los anaqueles de la cocina se abrían y se cerraban mientras caían vasos, copas, tazas, platos, adornos; lo mismo sucedía con los alimentos y recipientes que había en la refrigeradora. Los libros también caían de los estantes. Mi gata corría asustada de un lado a otro, desde ese día he pensado que quizá eran los mismos movimientos a los que mi madre se había referido antes. Aún agarrada al marco de la puerta y asustada, noté que el departamento simulaba los movimientos de una acordeón y daba la impresión de que las paredes podían chocarse entre sí. Fue ahí cuando ya estábamos sin luz, cuando pensé que sería nuestro fin, pero la fe y las incesantes oraciones de mi madre me dieron fortaleza. «Aplaca tu ira Señor. Ten misericordia», decía. Así se dieron los 48 segundos del terremoto que parecía interminable. De pronto, el silencio que reinaba en el sector se convirtió en una avalancha de gritos de nombres y de ayuda, carros que circulaban a toda velocidad, todo cambió en segundos y nos encontramos ante una absoluta oscuridad. Me sentí impotente, surgieron en mí muchas interrogantes pero no había tiempo para pensar. Recordé el lugar donde momentos antes había visto las velas y las llaves, prendí una vela y divisé la silla de ruedas de mi mami, en el asiento había restos de algunas cosas quebradas y polvo, limpié con mis manos los escombros y llevé a la habitación a mi madre. En medio de la oscuridad no sabíamos las condiciones en que se encontraba el edificio, nosotros estábamos en la planta baja. Si en un día normal era complicado llevar a mi mami hasta el vehículo, en ese momento fue más difícil aún, pero aún ante - 191 -


las adversidades logramos salir. Ya en el vehículo organizamos nuestras ideas: rápidamente entré al departamento por la medicina de mi mami, recogí algo de ropa, agua, lo estrictamente necesario, tenía miedo a una réplica. Fui en busca de la gata, pero ya no estaba. Vivíamos cerca de la playa y entre las pocas personas que encontramos, coincidía el temor al tsunami, nadie sabía nada, fue así que decidimos ir a la casa de Alejandra, cerca de Montecristi. Al llegar al redondel de la ciudadela Los Eléctricos, el escenario era igual al que vemos en las películas de ficción, cuando las personas comienzan a evacuar por la alerta de un desastre. Un patrullero nos guió al albergue del barrio Santa Martha, para llegar a este lugar seguimos por un camino donde se observaba destrucción, tuberías rotas que provocaban fuga de agua, llantos, familias enteras pidiendo ayuda, patrulleros, ambulancias y motobombas que pedían abrir paso. Ya en el parque de Santa Martha unos jóvenes nos ayudaron consiguiendo combustible, quienes estuvimos allí no nos conocíamos, pero había un valor muy grande en común: la solidaridad. Entre todos comentábamos lo ocurrido. Las noticias a través de las pocas emisoras nos daban a conocer que nuestra provincia estaba destruida, la desesperación por saber de algún familiar, amigo o vecino era notoria pero era difícil comunicarse, todos queríamos que el amanecer llegara. De a poco pasó el tiempo, en la madrugada una réplica muy fuerte nos hizo estremecer nuevamente, gracias a Dios llegó la mañana, estábamos con vida y eso era todo lo que necesitábamos. Las pérdidas materiales se recuperan con esfuerzo y trabajo. Mi madre, a sus 88 años, decía que nunca había pasado por una situación similar, lo ocurrido afectó a su salud de manera considerable. Busqué a mi mascota durante meses sin ningún resultado. Los días posteriores no fueron fáciles, aún se siente el dolor de - 192 -


quienes pasamos esta dura vivencia. Mi querida Elena falleció dos meses después; no me canso de orar por quienes partieron al llamado del Señor, por las familias que perdieron todo, por los niños que se quedaron solos, por quienes emocionalmente aún no encuentran consuelo, por los enfermos; pero también quiero agradecer a Dios y al Divino Niño por ese llamado que me hizo y que me permitió prepararme para ese difícil momento, por tanta mano solidaria que apoyó con gran corazón a todas las zonas afectadas, a los rescatistas que colaboraron y que hicieron un arduo trabajo para el cual no todos estamos preparados, por los familiares y amigos que estuvieron presentes a pesar de la distancia. Que Dios les bendiga.

Julia Garay Vera Residente en Manta desde noviembre de 2015 Docente de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí

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Mi tristeza convertida en un sueño Hace casi un año, mi vida cambió por completo quedándome sola, ya que el terrible terremoto me quitó a los tesoros más preciados que me dio la vida, a mis dos pequeños ángeles. Mi pequeño Robert, de apenas en ese entonces ocho añitos y mi pequeña Shaynna, de seis. Y junto a ellos mi esposo, Roberth, quienes fueron llamados al reino de nuestro señor Dios. El 16 de abril de 2016, a las 18:58, mi esposo y yo estábamos hablando por teléfono. Le pregunté por mis pequeños angelitos, me dijo que se encontraban jugando, escuché sus risas, seguimos hablando, de pronto él gritó «negrita, negrita, temblor, temblor», era un grito desgarrador, le alcancé a decir «Roberth, los niños» y sus últimas palabras fueron «Bobby y Shanna». No supe más ya que la comunicación se cortó. Luego de esto me sentí tan desesperada tratando de llamarle pero todo era inútil, luego recibí una llamada de larga distancia, era uno de mis cuñados dándome una mala noticia: la casa donde vivíamos se derrumbó, yo grité. Me encontraba con mi madre, quien estaba delicada de salud. Me peguntó qué pasaba, le dije que nada. Ella me preguntó qué ocurría con mis hijos y Roberth, le dije que no pasaba nada. Traté de ser fuerte delante de ella, al salir del cuarto grité y quise lanzarme de un tercer piso, pero algo me dijo «no lo hagas, tu familia está viva», mi desesperación aumentaba ya que no pude regresar ese mismo día. Mi vida después del 16A no ha sido fácil, pasaba enferma, incluso hasta con psiquiatras. Me hicieron entrevistas, todos querían escuchar mi historia, yo siempre respondía con debilidad y cierta resistencia, no podía creer que eso me estaba pasando, que esa era mi realidad: una mujer que se quedó sola, que perdió a toda su familia y que ahora no sabía por dónde empezar. Tampoco tenía ganas, intenté quitare la vida. No tenía motivos para seguir, no tenía sueños ni aspiraciones para - 194 -


luchar. Mi fe a Dios y cogerme de su mano me dio fuerza y fortaleza para continuar y hacer realidad un gran sueño que tenía con mi familia, el cual era montar nuestro local de fiesta, el cual se llama «Mundo de fiesta». Ese era el sueño de mis amores, lo hice en honor a ellos. Ahora es un sueño cumplido, una realidad. Yo le digo aquellas personas que perdieron a sus seres queridos, que tengan fe, que nos volveremos a reencontrar con cada uno de ellos y seremos muy felices en esa otra vida que habrá con la resurrección. Es lo que yo pienso. Esta es mi bandera al levantarme día a día: algún día los volveré a ver y estaremos juntos nuevamente. Muchos se han de preguntar por qué yo estoy viva, pues me encontraba en Guayaquil cuidando a mi madre, a quien también perdí a los dos meses del terremoto.

Lilia Largacha León

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Un encuentro que nunca se dio Vivo en la avenida 17 entre las calles 13 y 14, en un tercer piso, con mi esposo, mis dos niños: el mayor de ocho y el menor de seis, en aquel tiempo, mi hermano y nuestra perrita. Ese día a mi esposo le tocaba trabajar en la noche y a mi hermano también. Mis niños se estaban bañando y yo preparaba la comida. Estaba chateando con mi esposo cuando comenzó a temblar. Fui corriendo al baño por los niños, pero no nos pudimos mover de ahí. Sentíamos que la casa se caía. Mis hijos lloraban, gritaban, era desesperante. En ese momento se cayó el lavamanos sobre nuestros pies. Cuando al fin paró, encendí la luz del teléfono porque no sabía si había huecos en el piso, mis niños estaban desnudos, los senté en el mueble, fui al cuarto por ropa, los vestí y bajamos. Al rato regresé por más ropa y por mi perrita. Encontré a mi hermano llorando, porque pensaba que la casa se había caído. Él se vino corriendo desde el Jocay hasta la calle 13. Como comenzaron a decir que venía el tsunami, él me dijo que nos fuéramos a Las Cumbres, donde una amiga, nadie nos quería llevar, el camino fue de terror, casas caídas, personas heridas, sangrando, gente atrapada que gritaba dentro de sus casas. Mi hijo mayor estaba sangrando mucho, yo también sangraba. Llegamos a Miraflores y en una casa pedimos agua para lavarles los pies a los niños, luego fuimos a la loma de la escuela Jorge Washington, la cual estaba llena de otras familias que había evacuado, hasta entonces no sabíamos nada de mi esposo. Cuando al fin logramos comunicarnos con él, nos dijo que estaba en la vía Rocafuerte, no lo dejaban salir del trabajo, le dijeron que tenía que quedarse, pero él no hizo caso, prime- 196 -


ro estábamos nosotros, así que a las 23:00 ya estábamos todos unidos. Esa noche la pasamos en la escuela Monte de Sión. Al día siguiente, muy temprano, fuimos hacia el centro. Sentí mucho dolor al ver cómo había quedado nuestra ciudad, con el pasar de los días me enteré que en el Felipe Navarrete había muerto una querida amiga del colegio, Paola Pico. Nosotras teníamos previsto hacer un reencuentro el día domingo 17 de abril.

Lorena Soledispa

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Así viví el 16A Nadie se imaginaba que el calendario, al cerrar la tarde y como parte de la transición, la noche recibiría un evento sísmico de magnitud 7,8 en la escala de Richter. Muchos pensábamos que era un movimiento telúrico conocido como temblor, uno de esos tantos que habitualmente se dan, eso creímos algunos. Sin embargo con el pasar las horas ya teníamos información a través de redes sociales, llamadas telefónicas, medios de comunicación radiales y televisivos, entre otros. Se trataba de un terremoto. Terremoto que marcaría nuestras vidas a través de imágenes imborrables, al ver edificios caídos, casas destruidas, puentes caídos, postes de alumbrado público en el piso con toda esa telaraña de cables y edificios que literalmente estaban hundidos. Toda una escena de horror, comparadas mentalmente con las imágenes de guerras que aún se vive en el Medio Oriente. Pero lo más doloroso del evento sísmico, fue la desaparición de personas y el número de muertos, víctimas del terremoto. En lo personal descansaba y de repente di un salto inesperado que me condujo, como parte del mecanismo de supervivencia, desde la cama a la escalera, y desde ahí bajar tres pisos de prisa y, en ese momento, la reacción ante el acontecimiento sísmico: un terremoto que marcaría a muchas familias. Uno de mis hijos se encontraba en el centro comercial Paseo Shopping de la ciudad de Manta, él no tenía la idea de lo que estaba viviendo; el cielo raso se vino abajo dejando una secuela de polvo dispersado por todo el ambiente, era algo indescriptible. Logró salir del lugar para dirigirse a casa, ubicada en el barrio Las Acacias; en el trayecto se encontró con las vías colapsadas con escombros de todo tipo. Llegó como pudo a casa y ante la presencia de él, los abrazos de la familia no cesaron; - 198 -


más aún al contar con la presencia de la mamá de los Guevara, es decir, mi madre. Sin embargo, hubo la necesidad de albergarnos en casa de un hermano ubicada en un sector alto, donde la posibilidad de un eventual tsunami no nos pudiera afectar. No obstante las réplicas atemorizaban a cada uno de los miembros de la familia que estábamos bajo el mismo techo. Hoy a un año del 16A, de a poco vamos recuperando los espacios físicos que habíamos dejado; así como también vamos recuperando la confianza y poniendo empeño para levantarnos como todo un buen manabita de estirpe, que a través del esfuerzo y trabajo, demuestra que con la bendición de Dios, estamos para contarlo.

Carlos Guevara Mendoza

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En el lugar equivocado Marcaban las 18:30 en mi celular, lo sé, porque lo tenía cargando junto a mí, mientras navegaba como de costumbre por mi mundo superficial; no me decidía aún si empezaba a arreglarme para acudir a la fiesta hawaiana, que por el cumpleaños de un buen amigo mío, en Santa Marianita se iba a celebrar. Los minutos transcurrían y ya empezaba a escuchar a mis tres hermanos en el comedor disponiéndose a merendar, cuando de repente sucedió lo que nunca nos imaginaríamos ni en nuestros peores sueños. La tierra se estremecía, casi rugía, se podía escuchar cómo vidrios, platos, adornos y hasta pedazos de paredes caían, convirtiendo la atmosfera en un cuento de terror; el fuerte remezón con que el suelo se sacudía hizo que yo cayera una y otra vez a la cama, de donde no podía levantarme. Cuando al fin llegué al comedor donde estaba mi familia, el movimiento se detuvo, la tierra dejó de temblar, dicen que solo fueron 48 segundos, para mí fue una eternidad. Con celular en mano, como el objeto más valioso que poseía, bajamos todas las escaleras lo más pronto posible y cruzamos la calle para acomodarnos en la acera de un terreno baldío que había al frente de nuestra casa, resguardándonos de los edificios cercanos. Mis tres hermanos y yo estábamos bien, muy asustados, pero a salvo, hasta ese entonces sentíamos la tranquilidad que solo la ignorancia de los hechos te puede regalar. Mi celular fue el santo salvador, la única que lo llevaba consigo era yo, lo que nos ayudó a comunicarnos con familiares fuera de la ciudad y del país. Hasta ese instante estábamos todos bien, «que no se preocuparan», les dijimos, pero lo que nunca nos imaginamos es que nuestra temporal calma se iba a ver opacada por el dolor de la tragedia. Había pasado varios minutos de incertidumbre cuando a lo - 200 -


lejos y entre la oscuridad, pude reconocer la voz de mi sobrino Wilson que se acercaba apresurado y agitado preguntando, casi gritando, si todos estábamos bien; aún con optimismo le dije que se quedara tranquilo, que estábamos a salvo, pero sin yo terminar la frase, casi interrumpiéndome, y con la voz quebrada, nos dijo: «Mi ñaña Ali está muerta, la casa de mi ñaño Iván se cayó». Recibí la noticia y me quedé en shock por unos segundos, cuando al fin pude reaccionar me eché a llorar desconsoladamente en los brazos de mi hermano mayor. La casa de mi hermano estaba muy cercana a la mía, por lo cual decidimos ir todos para allá a conocer los detalles. La calle estaba muy oscura, las sirenas de las ambulancias y carros de bomberos iban y venían, mientras yo, alumbrando con la linterna del celular, iba marcando la ruta. Caminamos esquivando obstáculos, cables, postes de alumbrado eléctrico que estaban caídos, trozos de cemento de casas, etc. Antes de llegar, encontré a mi sobrina y sus dos nenas llorando compulsivamente, estaban bien, pero la tragedia había tocado muy cerca, nos abrazamos y seguimos llorando. Al llegar a nuestro destino, se abría la peor escena que pudimos haber visto: la casa de mi hermano partida en dos, toda la parte de al frente se había desplomado, paredes, columnas y pisos habían caído sobre su auto estacionado, dejándolo totalmente aplastado, y justo allí, entre dos columnas torcidas, cubierta con una cortina de sala, yacía el cuerpo inerte de mi querida ñaña Ali. Unos paramédicos habían comprobado su deceso minutos antes y se marcharon alegando que sus prioridades eran los heridos. Ella estuvo varias horas en el pavimento ante la falta de un vehículo que nos ayudara a transportarla a casa, mientras la tierra seguía temblando esporádicamente y amenazando con hacer caer lo que aún se mantenía en pie. Mi sobrina y sus nenas se salvaron de milagro porque ellas estaban en la parte posterior de la casa, al momento de la trage- 201 -


dia. Mi otro sobrino de igual manera. Solo mi ñaña Ali estuvo ese día en el lugar equivocado. Mi hermano, que en esos días había viajado con su esposa y otro sobrino a EE.UU., retornó rápidamente a Ecuador, le aguardaban tiempos muy difíciles y un sinnúmero de problemas, lo esperaban sus hijos y sus nietas, también una tía que más que tía fue como hermana para él. Tenía que darle el último adiós. 13 meses después de haber sepultado a papá y 25 meses después de enterrar a mamá, llorábamos otra vez en un funeral.

Erika Pico Zea

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Mi triste 16A Dado que el viernes 15 de abril me reintegraba al trabajo después de mi licencia por maternidad, dos días antes salí de compras con mamá. Quería unas zapatillas súper cómodas, justamente para que no me dolieran los pies al momento de trabajar, encontré unas hermosas, pero muy caras. Nos divertimos comprando con el bebé de dos meses y tres semanas de nacido, más un hermano que también nos acompañó. Fuimos al Paseo Shopping. Ya en la euforia de las compras terminamos comprando unos zapatos deportivos y unos casuales de taco medio para estrenarlos el sábado 16 de noche, en el Salón del Reino. «Después de nueve meses sin usar tacos vamos a ver cómo me va», pensé. El jueves 14 de abril fue mi aniversario de matrimonio. Hice un almuerzo especial, compartimos y conversamos de lo preparada y feliz que me encontraba por iniciar a trabajar y a la vez, lo triste que me sentía por dejar a mi pequeño. Viernes 15: en la entrada de la puerta busco a mis compañeros más cercanos, hasta que vi a Karina Villa, con su copete y sus nuevos rayitos en ese cabello largo y bonito. Karina me recibió con una ensalada de frutas luego de marcar la entrada, algunos me dieron la bienvenida. Darwin, entre bromas me dijo que ni parecía que hubiera tenido un hijo. La señora Miriam en cambio dijo: «Has quedado papelito»; Nubia me abrazó y bromeó diciendo que por fin había llegado alguien que sí trabaja. Muy contenta ingresé nuevamente a mis labores el 16, un sábado pesado por la cantidad de personas que había, yo sólo quería que sea mediodía para salir a dar de lactar. Transcurrieron las horas y pude ver a mi pequeño Josué, almorcé y él también tomó su alimento, le di un besito y regresé a trabajar. Yo le dije a mi bebé que él es un «hombrecito muy fuerte» y que aguante hasta que llegue de nuevo. - 203 -


Faltaba poco para salir y estaba buscando al supervisor para que me diera permiso para ir al Velboni para alcanzar a comprar una escoba. Eran las 18:45 y nada que lo veía, ese día fue raro, ya que casi no vi a nadie de mis compañeros. Estaba facturando cuando vi que el lápiz se movía, luego la vitrina y dije «temblor». Estaba con una impulsadora llamada Gabriela, le dije saliéramos «porque la percha de atrás es vidrio y nos puede caer encima». En ese momento vi que nadie hacía nada y corrí hasta donde estaba Nubia, juntas corrimos hasta las escaleras, ahí comenzó el remezón más fuerte, tuvimos que regresar ya que las escaleras se hundían. Llegamos hasta la puerta y pude visualizar cómo todos corrían y se abrazaban, se escuchaban gritos. Yo le gritaba a Nubia para que fuera hasta donde yo estaba, pero nunca me alcanzó y se abrazó con otra compañera. Mientras todo se caía me quedé en una esquina y cerré los ojos. Cuando los abrí vi al carro de la basura afuera, luces de motos y carros, oí la alarma del Banco del Pichincha. Aún no entendía porque podía ver lo que ocurría afuera, cuando intenté moverme fue que me di cuenta que había quedado colgado del edificio, mis compañeros habían sido aplastados con la losa o partidos por la mitad. Cuando las personas comenzaron a alumbrar con linternas, vi que mis piernas estaban aplastadas con la enrollable, no podía salir, al fondo, escuchaba a Nubia llorar. Al lado mío estaba Verónica Trujillo, me decía que no podía respirar. A mí derecha estaba Luis, con una pierna herida y colgando del edificio. Al fondo Daniel nos pedía que lo jalemos de la camisa. Llantos, gemidos y gritos se iban escuchando con menos frecuencia, las horas transcurrían y la desesperación aumentaba. La señora Verónica murió. Todos comenzaron a morir, no se podía respirar bien y del tercer piso caía sangre. El recate lo veía lejos. Domingo de madrugada comienzan a llegar los rescatistas. Entre ellos conversaban que mi rescate era riesgoso porque todo podía colapsar al quitarla puerta que tenía encima de mí. Procedieron a cortar los hierros, aún así no podían; tuvieron que sacar a cinco compañeros muertos que estaban alrededor - 204 -


de mí para hacer espacio. Vi a Darwin, Daniel y a la señora Verónica, todos muertos; yo les decía a los rescatistas que busquen a Nubia. Cortando la puerta y los hierros se quemó mi pierna izquierda y salí con mi pierna derecha fracturada, mi brazo izquierdo quebrado en dos partes y mis caderas y pelvis también fracturadas. En el hospital me trasladaron a Guayaquil donde pasé tres meses hospitalizada sin ver a mi pequeño, nada duele más que haber perdido mi maternidad con mi primer y único hijo; del golpe se me abrió la cesárea, es muy poco probable que pueda volver a concebir otro bebé. En el hospital recibí desde oxígeno, ya que no podía respirar por mí sola, hasta diálisis. Tengo dieciséis operaciones en todo mi cuerpo. Un año de terapias diarias para levantarme de la silla de ruedas. Ninguna herida dolorosa se compara con el dolor de salir del hospital y que tu pequeño no te reconozca como mamá, tener esa sensación de dar el pecho y ver que no puedes. Las medicinas y diálisis acabaron con mi leche. Aún peor es esperar ver a un bebé de dos meses y tres semanas (edad que tenía cuando lo vi por última vez), cuando ahora ya tenía seis meses. Ni siquiera lo podía reconocer. Al principio creí que me lo habían cambiado, luego comprendí que el bebé creció y quizá sus facciones cambiaron. Estaba aturdida. Mi recuperación fue difícil, muy difícil. Aprendí a aceptar que algunas personas ya no están y que hay que seguir adelante, sin embargo eso no es suficiente para olvidar lo que ocurrió, así pasen mil años. Solo me queda mi esperanza del paraíso.

Fabiola Cedeño - 205 -


Sobrevivimos A nosotros nos dieron por muertos. No se imaginaban que dos personas de la tercera edad pudieran sobrevivir a semejante suceso, sobre todo porque la casa donde vivíamos se cayó. Desde entonces solo he tenido un propósito en lo que resta de vida: que hagan justicia. Ambos somos ambateños. Por motivos de salud de mi esposa, nos recomendaron vivir en la costa por el clima del mar y el trato de la gente manabita. Decidí comprar una casa en el cantón San Vicente, Manabí, entre las calles Manabí y Abdón Calderón, en el barrio 24 de Diciembre. Vivía en el segundo piso, el 16 de abril, antes de las 19:00, estuve sirviéndole el café a mi esposa Gladys Solís, de 78 años, quien padece de pérdida de memoria. Sentí el primer remezón y le pedí a ella que tenga calma, a pocos segundos ocurrió el segundo, no tuvimos tiempo de nada, quedamos atrapados por la destrucción total de la casa. La losa de la terraza se nos vino encima. Los vecinos nos creían muertos. Al cabo de dos horas, bajo los escombros, reaccioné y comencé a gritar «auxilio», desesperado hice toda la bulla que podía, le dije a mi esposa que pronto vendrían nuestros hijos a rescatarnos y que ellos nos sacarían de ahí. La losa nos estaba presionando, entonces los vecinos del barrio se dieron cuenta que todavía estábamos con vida. Con la ayuda de ellos lograron romper la losa y nos sacaron ilesos. Es una historia de no creer. La casa que compré había estado hipotecada, lista para remate a quien pague totalmente el valor pactado, no cumplieron en darme las escrituras de la compra que realicé en noviembre de 2015, la cual a los cincos meses se destruyó por el terremoto. Me quejé ante las autoridades, quienes me dijeron que había sido estafado. - 206 -


Me quedé sin carro, casa, dinero y sin ninguna ayuda. Soy ambateño de nacimiento, pero me siento manabita. Vivo agradecido por los favores recibidos de quienes nos salvaron la vida. He perdido mucho, pero estoy seguro que ese día también gané, gané solidaridad de la gente manabita. ¡Viva Manabí!

Alfredo E. Pazmiño Gavilanes

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La despedida Ese día, como todos los sábados, me dirigía a la capilla Santa Marianita junto a mi novio, Patricio. Ese día fui más temprano porque tenía que ir hablar sobre la catequesis, sobre el nivel iba a dar. A las 17:00 mi novio me mandó un mensaje diciéndome que ya iba a la capilla, porque justo a esa hora comienza el grupo juvenil. Ese día llegó la responsable de nuestro grupo, pero ella se sentía mal de salud, así que se retiró y nos con el otro responsable del grupo. Eran las 17:30 y no había muchas personas. Mi novio empezó a llamar a los chicos del grupo, se me hizo raro porque a él no le gustaba presionar a las personas que vengan a las reuniones. Sin embargo lo dejé. De a poco fueron llegando. Antes de las 19:00 le dije que ya nos fuéramos, él me dijo que no, que nos quedáramos un rato más. Cuando inició el terremoto algunos sugirieron que nos metiéramos debajo de la mesa, yo me quedé sentada sin saber qué hacer. Escuché que mi novio me llamaba, me dijo «Suley, Suley, ven acá». Él estaba ayudando a evacuar a otras personas. Al escuchar su llamado intenté acercarme a él pero no pude, porque la puerta de salida de la capilla se colapsó. Después se cayó una pared, los ladrillos nos cayeron encima. Reaccioné a los minutos, pero no escuchaba a mi novio, me preocupé. Cogí mi celular, prendí la linterna y empecé a buscarlo. Lo encontré entre las piedras, lo llamaba pero no respondía. Me acerqué a su pecho y sentí que estaba respirando. No sabía qué hacer para ayudarlo. Decidí ir hacia su casa, en el camino me encontré a su papá, quien ya venía corriendo hacia la capilla. Alguien decidió llevarlo por fin hasta un centro de salud. Yo no pude acompañarlo porque no entraba en el auto. Llegaron los hermanos de mi novio y nos quedamos en la capilla. Luego llegó mi tío a buscarme, salí corriendo hacia él, lo abracé y lloramos juntos. - 208 -


Yo quería ir al hospital, pero mi tío me dijo que fuéramos a la casa primero. Me llevó hasta donde mi mamá. Yo solo decía «Patricio, Patricio» y mi mamá me decía «tranquilízate y cuéntame bien que no te entiendo», pero no sabía decir más que el nombre de mi novio. Me di cuenta que mi casa también estaba destruida. Me revisaron la cabeza y dijeron que tenían que cogerme un punto. Yo estaba desesperada, solo quería estar con mi novio. Le rogué a mi papá que me llevara al hospital, él me dijo que Patricio iba a estar bien, que primero debían coserme la herida. Llegamos, pero había muchas personas heridas de gravedad, mi herida no era prioridad. Pedí saldo y llamé al número de mi novio, me respondió una prima de él y le pregunté cómo estaba Patricio, le dije que era su novia, ella me respondió: «Mija, Patricio está muerto». En ese momento me lancé al suelo y grité muchas veces el nombre de él. Estaba destrozada, incontrolable, le pedí a mi papá que me llevara con él, pero él insistió en que debía calmarme primero. Me llevó a la casa nuevamente, llegué a abrazar a mi mamá y a contarle lo sucedido, les pedí que fuéramos a su casa. Cuando llegué, lo vi en el piso, sin vida, no pude contenerme y me lancé encima de él, lo abracé y lo besé por última vez. Yo le decía «Negro», de cariño. En ese momento supe que mi «Negro» se había ido. Esa era la despedida. Alguien con conocimientos básicos en enfermería coció mi cabeza. Las siguientes horas fueron horribles. No dejaba de revisar sus fotos en mi celular, le había hecho un vídeo por su cumpleaños, que sería en unos días más. Después llegó la noticia que debía demoler mi casa. Fue un año bastante duro. Nuestra relación duró cinco años y tres meses. Él era mi compañero, teníamos planes, promesas. Con la ayuda de mi familia he podido salir adelante. El 16A me dejó sin mi compañero de por vida y sin casa. - 209 -


Desde ese día mi vida cambió por completo, no ha sido fácil escribir mi historia.

Suley Alexandra Flores Chávez

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Lo que no vi, pero sí viví Una hora antes del terremoto decidí salir con mi hijo Carlos hasta el centro, a una lavandería y a un cyber que quedaba en la calle 13. Sin embargo terminamos en el barrio La Dolorosa, pues al pasar por ese lugar vimos un cyber y mi hijo me dijo que nos detuviéramos, que ahí tenía a una amiga. El lugar estaba cubierto con rejas y cerradura eléctrica, el local quedaba al fondo. Una vez adentro, mi hijo me dejó utilizando la computadora y salió a la lavandería, no demoró ni 10 minutos, cuando regresó, se sentó a mi lado. En ese preciso momento había enviado un correo a Quito a un abogado, quien supuestamente estaba a cargo de arreglarnos los fondos de reservas que el Gobierno no nos pagó desde el 2009, sentí un movimiento y me incorporé asustada porque le tengo pavor a los temblores. Mi hijo me calmaba y las personas que estaban allí, entre ellas, dos niños, quisieron salir pero en eso se fue la luz y no encontraban las llaves para abrir la puerta de reja. Ahí empezó la locura. Nosotros estábamos al fondo y los otros, no recuerdo cuántos, estaban afuera. Mi hijo, que sí alcanzó a ver todo lo que sucedía afuera, se recostó en el umbral de la puerta y me abrazó muy fuerte mientras sentía como si el piso fuera taladrado. Una señora gritaba diciendo que no se quería morir. Yo decía en silencio «por favor, por favor, por favor». Solo quería que dejara de temblar, nunca estuve consciente de que el edificio podía caer y podíamos quedar atrapados. Cuando al fin dejó de temblar encontraron las llaves y pudimos salir del lugar. Gracias a Dios no nos pasó nada, tampoco a mi familia. Estaba a tal límite de desesperación que preferí no salir para no ver nada de lo que afuera ocurría. Yo no hubiera soportado ver tanto espanto, no lo habría resistido, por eso estoy segura, - 211 -


como a muchos les sucedió, que Dios simplemente procuró protegernos a su manera. No tengo imágenes desastrosas en mi memoria. Aquí estoy dando fiel testimonio lo que no vi, pero sí viví. Aquel edificio donde nos encontrábamos en lo posterior fue demolido.

Dolores Enriqueta Castillo Figueroa

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Nuestro hogar convertido en polvo En el terremoto perdí a tres familiares. Tengo 16 años y soy de Manta. Fui criada por mi abuela, siempre viví con ella. En el patio trasero mis padres habían construido una casa, donde vivían con mis hermanos, las dos casas siempre estuvieron conectadas, pues éramos una sola familia. La vivienda de mi abuela era de dos pisos, esta colapsó en el momento del terremoto. Estábamos a pocos minutos de merendar, cuando la tierra empezó a moverse. En ese momento mi tía abre la puerta, yo me dirijo hacia allá con mi perro, Max. En un cuarto se encontraba mi bisabuela, mi abuela, mi tía y mi primo de dos años. Al ingresar a la casa todo comenzó a moverse más fuerte, colapsando la vivienda y matando a mi abuela, a mi tía y a mi primito. A mí me lograron sacar por las escaleras. Me cogieron siete puntos en la cabeza. La escalera se cayó y eso sirvió como arco, ese es el motivo por el cual estoy todavía con vida. Entre los escombros también estaba mi abuelo. Yo fui la primera en salir. Una mano se me había quedado afuera y comencé a hacer señales y dije que cerca de mí estaba mi abuelo. Sacaron a mi abuelo, mientras escuchábamos al niño llorar. No había mucha gente alrededor, no podían con el peso de la losa, hasta que llegaron los vecinos y brindaron ayuda. El segundo piso estaba por colapsar. A las cuatro horas logran sacar a mi bisabuela, con vida. Ella me entregó un peluche, el cual pertenecía a mi primito y me dijo que él estaba llorando. Cuando sacaron al niño ya estaba inconsciente, no tenía signos vitales. Una enferma trató de darle primeros auxilios pero no pudo hacer nada. Mi tía estaba hinchada, botaba sangre y mi abuela muy grave. Fuimos hasta el hospital en una camioneta.

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Cinco doctores, cuatro ayudantes, todos tratando de salvar la vida de nuestros seres queridos. Me entregan en brazos a mi primo muerto. Yo tomo la mano de mi tía, le digo que no me deje, que la necesito, que es más que una tía. Al rato nos informan que no pudieron salvarla. Me cocieron la cabeza en ese momento. Yo estaba como ida. No entendía por qué mis familiares no pudieron salvarse. Vivíamos en el barrio El Porvenir 1, por la parte de atrás del colegio Tarqui. Ese era nuestro hogar, por el terremoto tuvimos que migrar hacia otro barrio: Urbirríos. La vida transcurre aparentemente normal, ellos habitan en nuestros corazones.

Mayddeth Gabriela Delgado Mero

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El sonido del dolor Fue uno de los días más inusuales por la manera tan radiante y calurosa con la que salió el alba. Ese día mi expectativa era quedarme en casa, a las 10:00 mi mamá me llamó por teléfono para ir a Portoviejo. Tenía la intención de comprar mochilas escolares para mis hijos, llegamos a toda la zona comercial, específicamente a Súper Éxito. Cuando me dirigía a subir las escaleras noté un desgano, como un presentimiento lleno de tristeza, y decidí bajar rápido y salir corriendo de ahí, pues para esto se había ido la energía eléctrica en esa cuadra. No me sentía cómoda y le dije a mi mamá que quería regresar a mi casa, pues tenía que cocinar, los planes cambiaron: nos fuimos a Lodana a comprar plantitas para sembrar árboles de mango en una finca de ella. Regresamos a Manta. Decidimos almorzar en un restaurante que quedaba de camino en la vía Portoviejo-Montecristi. Demoramos casi una hora. Recibí una llamada de mi esposo para que llegara rápido a casa, porque tenía hambre y no había almorzado. En un momento nos desviamos a Los Bajos para dejar las plantas que queríamos sembrar en la finca y nos demoramos media hora más. Después de ese tiempo llego a mi casa y mi esposo ya me estaba esperando para hacer las compras que comúnmente hacemos, mi intención era salir a comprar los útiles escolares a Todo en Papelería, pero él se opuso porque hacía mucho calor y sol, entonces decidimos ir al Paseo Shopping, a Payless, para comprar zapatos escolares. Pero nos mantuvimos ocupados en otras actividades. Terminamos nuevamente en Los Bajos, con mi madre, ahí quemamos monte, pasamos el rato, conversa- 215 -


mos y después de una hora salimos. De regreso a Manta fuimos a casa a cambiarnos de ropa para ahora sí ir por los zapatos. A las 18:45 llegamos al Shopping, no había estacionamiento y el sol aún no se ocultaba, encontramos un estacionamiento a la salida del centro comercial. Nos dispusimos a entrar. Cuando llegué a la puerta de la perfumería se sintió el primer remezón, un silencio total y un murmullo salía del suelo, decidí quedarme un segundo parada. Ahí empezó el terremoto. Me quedé estática, observaba la desesperación, gritos y llanto de las personas. Sabía que tenía que llegar al carro pero me puse bastante nerviosa, dejé caer mi celular y terminé también en el suelo. Los vidrios se reventaban, yo solo quería proteger a mi hija. En ese momento llega mi esposo, me levantó y fuimos juntos hacia el carro. Al salir de ahí vi lo más horroroso de mi vida: la casa del frente estaba virada, el colegio Pedro Balda destruido. Nos fuimos por la parte detrás del Shopping y vi con horror lo que había sucedido. Sentí un gran alivio cuando vi que mi casa estaba bien. Pero a la vez estaba desesperada por tener noticias de mi familia. Salimos en el carro para recoger a los que pudiéramos, así fue como recogimos a mi cuñado, a su esposa embarazada y a las primas de ella. Nos fuimos a Montecristi, a Ciudad Alfaro, y ahí comenzamos a informarnos mejor sobre lo que había pasado. A la media noche nos reunimos con mis suegros y cuñados en mi casa. Decidimos quedarnos para abrazarnos y llorar por el terror que habíamos vivido. Los sonidos más horribles de mi vida, los escuché esa noche, era el sonido del dolor colectivo.

Mayra Quijije

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Odisea en el hospital Ese día tenía a mi madre Dídima Vinces hospitalizada en el cuarto piso del IESS. A mí me tocaba ir a reemplazar a una hermana que se encontraba cuidando a mi madre, tenía que entrar a las 18:00, pero me adelanté y fui más temprano, sin merendar, porque pensaba hacerlo en las afueras del hospital. A las 18:30 llegué hasta el ascensor del cuarto piso con destino a bajar a comprar los alimentos, pero pensé esperar un poco más y bajar después. Cuando regresé a la habitación para seguir cuidando a mi madre, me senté a su lado y la abracé, estaba bien delicada de salud. En ese momento se empezó a mover el edificio, pensábamos que era un pequeño temblor pero seguía subiendo su intensidad. Abracé más a mi madre mientras le decía que se tranquilizara, que todo iba a pasar. Se escucharon unas explosiones y se cortó la electricidad. Las camillas se movían circularmente, los familiares que cuidaban a sus pacientes los abandonaron y se fueron. Las cerámicas de las paredes se desprendían, el cielo raso se caía por pedazos encima de nosotros, los vidrios de las ventanas se rompían. Yo pensaba que el edificio se caería. Lo que hice fue correr para buscar una silla de ruedas, porque yo sabía en qué lugar del pasillo se encontraban, y a pedir ayuda, pero los doctores y enfermeras ya no se encontraban. Regresé al cuarto en total oscuridad, cogí a mi madre y la puse en la silla de ruedas queriendo desconectarle el suero y oxígeno, pero no sabía cómo hacerlo, hasta que apareció una enfermera, fue como un ángel. Le pedí de favor que me ayudara, con la linterna de su teléfono alumbró y desconectó a mi madre. Así como ella apareció, desapareció, no la volví a ver más. Saqué a mi madre de la habitación y corrí hasta las escaleras pero estaban bloqueadas por las paredes caídas, lo cual me di- 217 -


ficultaba para poder bajar. Entonces corrí hasta las escaleras de emergencia, las cuales también estaban colapsadas con paredes caídas y muchos escombros en las gradas. Todo el mundo quería bajar y no se podía, hasta que subieron unos rescatistas. Yo les pedía ayuda llorando, pero había muchas personas heridas, no podían ayudarnos a todos. No me quedó otra opción que agarrar la silla de ruedas de los costados y bajarla con dificultad, cuando llegué al tercer piso me sentía ya sin fuerzas. Vi que las paredes se habían caído hacia la parte interior de la habitación de ese piso, aplastando a los pacientes. Ellos también pedían ayuda. En ese momento llegaron dos rescatistas y me ayudaron a bajar a mi madre hasta el primer piso, pero con la condición de que regresara a ayudar a otros pacientes. Y así lo hicimos. Luego tuve que regresar donde mi madre porque estaba sola. Era desesperante, se escuchaba a las ambulancias pasar, gritos de las personas pidiendo ayuda, llantos de enfermos atrapados y de los familiares que tenían la esperanza de encontrarlos con vida. No había comunicación. Mi teléfono estaba descargado, no sabía qué hacer, pero una señora que estaba a lado mío, ensangrentada con su pecho desgarrado, amablemente me prestó su teléfono para hacer una llamada. Por suerte salió la llamada, hablé con mi hija y le pedí que nos recogieran en las afueras del hospital. Ellos llegaron y solo con gritando nuestros nombres nos pudieron encontrar.

José Aurelio Cevallos

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Cambiándonos de ciudad Yo vivía en Los Esteros, en la calle 118 y avenida 103, quizá esta no sea la mejor historia, pero cambió nuestras vidas en segundos. A esa hora mi esposa se disponía a calentarnos algo de comida que había sobrado del almuerzo. Yo estaba en la sala con dos de mis tres bebés: uno de dos añitos y el mayor de diez años. Mi otro hijo estaba en el último cuarto. El departamento estaba dividido de esta manera: primero la sala, en medio la cocina, ahí seguía un baño y luego los tres cuartos. Mi bebé de seis años, discapacitado, se encontraba viendo la televisión en esos momentos. De repente siento que se mueve el edificio, y como en otras ocasiones cuando ha habido temblor, nos quedamos tranquilos esperando que pase. Esta vez no fue así. Tomé a mis dos hijos y le pedí a mi esposa que fuera por el tercero. Abrí la puerta del segundo piso y comenzamos a bajar. Estábamos sin zapato, yo andaba en pantaloneta, mis hijos estaban con ropa de andar. Ya faltando poco para llegar al primer piso se fue la luz, en ese momento escuché que todo se comenzó a caer. Mi esposa venía atrás. Rodamos por las escaleras y me puse a orar y a esperar lo peor. Mi hijo, el mayor, quería salir corriendo pero no solté su mano porque los carros circulaban como locos. Mi esposa estaba ensangrentada, pero fue la mejor decisión que pudimos tomar, pues cuando regresamos al departamento, como a las cuatro horas, vimos que las paredes se habían derrumbado. Estando abajo vimos a decenas de personas corriendo diciendo que se nos venía el mar. Nosotros, descalzos, sin saber qué hacer, optamos por avanzar unas cinco cuadras. Por la desesperación, a cuanto carro que pasaba yo le pedía a sus ocupantes que se llevaran a mi esposa o al menos a mis hijos, que los pusieran a buen recaudo. - 219 -


Quizá eso fue irresponsable, pero en esos momentos solo quería que ellos estuvieran bien. Yo pedía que se llevaran a mis hijos, que al menos ellos se salvaran, pero nadie nos hacía caso, todos buscaban lo mismo: huir para mantenerse a salvo. Por el caos, un camión se detuvo cerca, le pedí al chofer que nos llevara donde él iba, no queríamos estar cerca del mar. El chofer no respondió nada, igual nos subimos al balde. Llegamos hasta El Prado. Caminamos como 50 minutos hasta que fuimos a dar a La Pradera. Huimos de Los Esteros sin pensar en las consecuencias. Era la histeria colectiva, no sé, tampoco hubo tiempo de pensar. Caminando llegamos hasta Santa Clara, a la casa de mis padres. A las 23:00 regresé a Los Esteros con la intención de buscar ropa. Los ladrones ya habían visitado mi casa, todo estaba en completa oscuridad, no me quedó de otra que sacar algo de ropa y comenzar de nuevo. Al siguiente día improvisamos un albergue en el colegio Emilio Bowen Roggiero y nos quedamos hasta que cada familia fue tomando otros rumbos. Unos se fueron a los albergues oficiales, otros donde sus familiares. Como no teníamos dónde acudir, decidimos que nos acogiera una abuela de mi esposa que vive en Guayaquil, y hasta el día e hoy estamos radicados en esta ciudad.

Orlando Bladimir Rodríguez Peñafiel

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El juego del elefante Se sacudió el gran elefante y papá gritó «nos fuimos», yo le creí. Por los gritos supe en qué lugar de la casa el miedo los había tomado a cada uno. Dejé a su suerte un computador en cual trabajaba, corrí y encontré a mamá en la sala, al vaivén de un armario. Contra su resistencia la alejé a un lugar más seguro, volví por mi hermana, quien estaba agarrada a un árbol en el patio. Diviso a papá y le advierto que se aleje de un horno de parrilla, le digo que es mejor salir. Un hermano justo llegaba y nos reunimos todos afuera. Nos vemos las caras y descubrimos que estamos bien. Una peregrinación de familias invaden las calles junto a un coro de llanto. Estamos a la luz de la luna. Empezamos a contactar a nuestras familias, dos de las decenas de llamadas fueron respondidas. ¿Y el resto qué? ¿Qué era de ellos?, pensaba en lo peor, otros en cambio se aferraban a la esperanza. Una hermana había sido ingresada al hospital dos días antes con riesgo de aborto, era su primera ilusión después de intentarlo por varios años, nos consumía la desazón. Mi cuñado salió hacia el hospital en moto sin mayor reparo. Minutos después nos llamó contándonos que estaba todo bien. Mientras tanto el gran elefante seguía sacudiéndose, esta vez con menos entusiasmo, era su juego favorito hacer que todo tiemble. De pronto la palabra «ola» se regó entre todos y familias enteras subían a cualquier medio de trasporte huyendo de un supuesto tsunami. Buscaban las montañas o algún lugar alto. Nuestro barrio de a poco quedó desolado. En cada cuadra quedaba una o dos familias. Encontré una radio de papá y escuché reportes de lo que estaba pasando. También me informé por vecinos que llegaban de sus trabajos, ellos describían escenas de horror a su paso por el centro de la ciudad. Por reiteradas veces llamamos a nuestras familias, amigos y nos enteramos de las condiciones en que estaban. A una tía se le había derrumbado la casa y la abuela fue golpeada con - 221 -


un ladrillo, la cual fue llevada de urgencia a otra ciudad. Antes de intentar dormir, llenamos nuestros estómagos con lo que no estaba malogrado. Dormimos en camas improvisadas turnándonos el sueño, pues una pared se había caído y todo estaba en el suelo. Al día siguiente retornaron las familias a sus casas, pero se marcharían nuevamente al escuchar una y otra vez la amenaza de la «ola». Pocos entendíamos que era una falsa alarma, pero cómo llevarles la contraria, cada cual se manejaba dominado por sus miedos. Desde ese primer día empezamos a visitar a nuestros parientes cercanos y amigos. A unos los encontrábamos enfermos de los nervios, con sus viviendas destruidas en parte o en su totalidad, sin embargo no todos podíamos contar historias piadosas, la ciudad se enlutaba a un ritmo acelerado. Los medios de comunicación los enumeraba en una gran lista negra. Humanitarios de diferentes países llegaron a prestar sus contingencias a una ciudad golpeada. En los días posteriores escaseó el agua. En algunos lugares se concentraba toda la comida, a la cual pocos tenían acceso, entonces empezamos a economizar, compartíamos lo que teníamos. Cuando la realidad empeoró por la escasez de alimentos, salimos a hacer grandes filas para adquirir agua y demás víveres. Por el barrio empezaron a llegar camiones repartiendo agua y otros insumos. Mientras todo aquello sucedía, el gran elefante no paraba de movernos el suelo, hubo que acostumbrarse a sentirlo. Desde ese dieciséis de abril la abuela y otros parientes temen pisar las tierras de Manta, esta también es otra forma de irse.

Jairo Barreiro Vélez - 222 -


Un arcoíris en Portoviejo Les escribo desde Argentina para contarles mi historia del 16A. Me llamo Carolina, nací en la ciudad Mar del Plata, una ciudad costera de la provincia de Buenos Aires, Argentina. En el 2015 conocí a mi novio en Manta, él también argentino. Por cuestiones laborales nos fuimos a vivir a Portoviejo. Una ciudad muy linda. Un clima bien cálido, gente amable, estábamos pasando un momento hermoso. Yo conociendo la ciudad y adaptándome a ella. Recuerdo ese sábado soleado. De mucho calor. Fue distinto. Ese día jugaba Liga Universitaria de Portoviejo (mi novio jugaba ahí), pero junto a las mujeres de los otros chicos argentinos decidimos no ir al estadio en esa ocasión, ya que siempre asistimos a los partidos. Ese sábado nos quedamos en nuestros hogares para verlo por la tele. Se acercaba la hora del partido y decidí preparar mate (bebida típica argentina). Pero de pronto empecé a sentir una sensación extraña, algo estaba pasando, algo que jamás en mi vida había sentido. Salí al patio, miré el cielo y vi un arcoíris gigante, pero algo pasaba, no entendía qué era, mi cuerpo se llenó de miedos y por mi mente pasaron muchas imágenes. Lo primero que hice fue ponerme bajo el marco de la puerta, tengo que agradecer que la estructura de la casa donde viví se mantuvo intacta. Pero el movimiento no terminaba, era eterno y de pronto todo se oscureció. En ese momento algo me impulsó a salir a la calle. Jamás en la vida imaginé la fuerza que podía tener la naturaleza. Te supera totalmente, se te va todo de las manos y es ella la que manda. El aliento me regresó cuando me encontré con mi novio Federico y las demás familias argentinas. Fue una noche eterna. Los comentarios que se escuchaban no eran nada alentadores. - 223 -


Gritos y escombros por todos lados. Gente lastimada, caos por donde se mire, era una película de terror y nosotros éramos los protagonistas. Al salir el sol la cosa se puso peor, tomamos noción de la gravedad de lo que había ocurrido, la destrucción, las víctimas, un dolor en el alma enorme. Y sobre todo agradecer la oportunidad que nos dio el universo de seguir en pie y con vida. Este día me dejó una marca enorme en mi alma y corazón. Poder contar esta historia sin duda nos convierte en afortunados, después de tan grande tragedia. Gente que perdió a su familia, hogares y todo lo que trabajaron tantos años para conseguir. Días después de lo ocurrido disidimos regresar a Argentina. Necesitábamos abrazar a nuestras familias, mostrarles que verdaderamente estábamos bien, la preocupación fue enorme, estando lejos todo se vuelve más grande y la necesidad de estar con los nuestros es en todo lo que uno piensa. Quiero agradecer al pueblo de Portoviejo y de todo Ecuador porque junto a mi novio, Federico Tutsi, nos recibieron y trataron como si estuviéramos en nuestra patria. Y sin duda un gran abrazo a las familias Fabbiani, Escott y Romero que fueron y serán nuestros hermanos por siempre.

Saludos y un fuerte abrazo, Carolina de Agra

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Dolor en el barrio Miraflores Yo estaba en uno de mis lugares favoritos: Santa Marianita, una playa espectacular con una vista maravillosa, cielo azul, radiante y un sol en todo su magníficamente atardecer, creo que es más bello que he visto. Cuando de repente te sientes tan insignificante y vulnerable en esta vida, porque la naturaleza muestra su fuerza y su inclemencia. Estaba impaciente de que dejara de temblar para regresar a la ciudad en busca de mi familia. Las escenas eran de película, las personas se habían volcado a las calles, seguimos avanzando hasta llegar a Tarqui, las calles estaban irreconocibles. Me sentí afortunada ya que no tuve pérdidas de familiares en ese día en que nos cambió la vida, sin embargo sí viví momentos donde mi corazón latía más rápido de lo normal, a la medida que mis ojos veían la destrucción de mi ciudad, de mi parroquia y de mi barrio, el cual estaba lleno de recuerdos y de buenos vecinos, de los cuales muchos perdieron sus casas y otros sus vidas. Llegué desesperada con la incertidumbre de no saber qué encontrar al llegar a mi casa, ubicada en el barrio Miraflores. Lo primero que hice fue ir a buscar a mi mamá. Me encontré con la imagen del hotel Lun Fun destrozado, en el suelo, las casas de mi barrio afectadas y mis vecinos desesperados, corriendo por todas partes. Llegar a casa y encontrar a mi familia con vida fue una verdadera bendición.

Monserrate Macías

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Perdiéndolo todo Yo vivía en una casa de tres pisos en el barrio Miraflores con toda mi familia: tíos, abuelos, padres y hermana. Mis abuelos y mis tíos vivían en el segundo piso, mis padres y yo en el tercero. Aquel día por la tarde, mis padres habían salido de compras para organizar una pequeña fiesta que haríamos el domingo, porque mi hermana estaba de cumpleaños en esa misma semana y se lo iban a celebrar el domingo. En el momento que ellos se fueron, mis primos habían llegado de visita y me quedé jugando con ellos como hasta las 16:00, de ahí bajaron al segundo piso para ver qué hacían mis abuelos. Yo me quedé arriba con mi hermana, luego vino de visita una prima, ella primero se quedó un rato en el segundo piso y luego subió al tercero para jugar con mi hermana. Mis padres llegaron con las compras, les ayudé a subirlas, luego salieron nuevamente porque hacían falta algunas cosas. La tarde se fue rápido. Esperaba que mi hermana terminara de bañarse cuando comenzó a temblar. Todos gritaban, mi hermana estaba en el baño pidiendo auxilio, fui corriendo para buscarla pero en el trayecto me caí. Cuando me levanté ya la casa se había caído. No entiendo cómo no quedé aplastado ni herido, me puse a buscar a mi hermana hasta que la encontré. Yo pensaba que ella se había muerto pero gracias a Dios seguía viva. La saqué de los escombros y ella llena de lágrimas me preguntaba por qué eso nos había pasado a nosotros. Yo le dije que no sabía, que se calme, me puse a buscar a mi prima pero no la encontré. En eso escucho a mi tía, pedía que la sacaran de ahí, estaba aplastada entre una columna y no se podía mover. Comencé a gritar desesperadamente, pedía que me ayudaran, las personas pasaban y no hacían nada. Hasta que llegó un primo de mi papá y me ayudó a sacar a mi tía. Luego llegaron mis padres y al encontrar que la casa ya no estaba ellos se pusieron - 226 -


de rodillas a llorar. Un vecino se acercó y le dijo a mi papá que dejara de llorar, que nosotros estábamos con vida. También encontraron a mi prima con vida. La casa se había convertido en una loma de escombros. No quedaba absolutamente nada. Lloraba inconsolablemente porque no sabía dónde estaban mis abuelos y mis primos. Ante la alerta de tsunami mi mamá nos mandó con un tío a Bellavista. Ella se quedó con mi papá y otros familiares buscando entre los escombros al resto de la familia. Fue imposible, al siguiente día mis abuelitos, mi tío y mis dos primitos habían muerto. Aún tengo presente ese terrible y fatal desastre en la que murió parte de mi familia, me siento muy triste pues mi hermana y yo nos criamos junto a mis abuelitos. Los extraño mucho, estoy vivo, no sé por qué, a veces regresan las pesadillas de aquel día.

Bryan Pachay

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Mirando hacia el mar Aquel día necesitábamos comprar algunas cositas para nuestro hogar, así que nos dirigimos a Tarqui. Eran aproximadamente las 16:00. Nuestros hijos de diez, nueve y tres años, los dejamos con mi cuñado que justamente llegó ese día. Desde nuestra casa hasta Tarqui el bus se tarda cuarenta minutos en llegar. Entre un local y otro, se nos hizo muy tarde. No recuerdo bien la hora exacta, pero antes del terremoto pensábamos entrar al Felipe Navarrete para comprar unos portarretratos, pero al ver la cantidad de gente que había adentro, le dije a mi esposo que mejor regresáramos al siguiente día. Decidimos mejor ir al chifa que quedaba en la esquina y comprar un chaulafán para llevar a casa. Antes de que la tierra comience a temblar, ya estábamos en nuestro hogar. Empecé a mostrar a mis hijos lo que les había traído cuando de repente sentimos un movimiento leve, cuando inició el terremoto nos abrazamos y tratamos de avanzar hasta la puerta. Le pedí a mi esposo que fuera por mi hija que se encontraba durmiendo en el cuarto. Vimos en el cielo unas luces inmensas, pensamos que era el fin del mundo. Pudimos bajar y verificar que el resto de la familia se encontraba bien. El miedo, el terror nos invadía. Nos preguntábamos qué era lo que había pasado, comenzamos a llorar, a orar. En una llamada telefónica, mi padrastro le dijo a mi madre que la tierra se había partido en dos, que no podía pasar, que iba a tratar de buscar otro camino para llegar a casa. Mi hermana estaba desesperada porque quería saber de su hijo, quien se encontraba en el Jocay, con la suegra de mi hermana. Gracias a una radio nos enteramos de los muertos, heridos, que Tarqui estaba destruido y la angustia nos invadió nuevamente, ya que en Tarqui teníamos familiares, por desgracia fallecieron algunos, pero en ese momento no lo sabíamos. - 228 -


Los que pudieron salir, comenzaron a llegar sin zapatos, en bata, sin camiseta, venían caminando desde Tarqui, porque no había carro que los trajera. Nos abrazamos, lloramos, nunca habíamos pasado por esto, era un miedo inmenso que teníamos que se volviera a repetir. Los niños no comieron, lloraban. Dormimos fuera de casa, junto a los demás vecinos. Luego amaneció. Mi madre, mi esposo, mi padrastro y yo, nos dirigimos a comprar víveres. Mi mamá dijo que quería saber de su prima Paquita Orlando, dueña del hotel Panorama Inn. Llegamos al lugar y mi madre se encontró con el hotel derrumbado. Ella se desvaneció, lloraba, gritaba quería saber de su familiar. Los rescatistas nos dijeron que nos fuéramos, porque interrumpíamos el rescate. De lejos mi madre alcanzó a ver a su prima, se abrazaron y ella le contó que su hija y la nieta quedaron enterradas entre los escombros del hotel. Nos fuimos con el corazón en las manos, terriblemente afectadas por lo que acabábamos de ver. Al regreso iniciaron los rumores del tsunami. Fuimos hasta la terraza para ver lo que sucedía, porque de ahí se veía el mar. No vimos nada anormal, la angustia el caos se desató. Muchos acudían a la playa para observar si era cierto. Dormimos todos juntos durante dos meses. Aún hoy tengo miedo dormir sola, temo que algún día aquello se vuelva a repetir. Es todo lo que les puedo contar sobre mi historia, fue suerte decidir no entrar ese día al Felipe Navarrete.

Iliana Andrea Olmedo Toala

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Sepan que yo los extraño Esa mañana me dirigí a trabajar como todos los días al almacén de repuestos Alcemi, como era sábado solo trabajé hasta la 13:00. Mi hija menor había cumplido 12 años y yo le dije que le celebraría su cumpleaños el día domingo, su regalo se lo daría el sábado, ya que cobraba quincena. Al salir del trabajo me dirigí a comprar en celular, cuando llegué a casa se lo entregué como regalo cumpleaños. Ella era feliz. Yo vivía en el barrio Miraflores, en la calle 9 de Octubre, diagonal a la Federación de Artesanos Profesionales de Manta. Vivía en una casa de tres pisos, nosotros vivíamos en el último. Antes de ir a mi departamento, siempre pasaba por el segundo piso saludando a mis padres, ahí también vivía mi hermano mayor de 46 años, sus dos hijos de seis y ocho años y mi hermana soltera de 44 años. A la hora del terrible terremoto yo me encontraba en Tarqui, haciendo compras para la fiesta. Estaba en la esquina del almacén Magri cuando empezó a temblar. Todos se arrodillaron y comenzaron a rezar. Me acordé de mis hijos y comencé a correr como loca hacia el puente que queda por la Policía de Tarqui, no sabía qué hacer, luego miré hacia atrás y mi esposo aún seguía estacionado queriendo salir con su moto. Regresé nuevamente hasta salir de aquel lugar con él, nos dirigimos a casa porque pensaba en que mi mamá estaba preocupada por mí y mis hijos, peo al llegar encontré todo lleno de escombros. Me limpiaba los ojos para ver si era cierto lo que estaba viendo. Me puse como loca. Mi esposo se arrodilló y se puso a llorar. Pensé que los había perdido, pensé estaban entre esos escombros. Luego, unos vecinos nos dijeron que al otro lado de los escombros estaban saliendo mis hijos. Vi a mi hija entre los escombros y mi esposo corrió para ayudarle, mi hijo apareció también por otro lado pidiendo ayuda, porque mi hermana se - 230 -


había quedado atrapada y no la podían sacar. Una sobrina que estaba de visita también estaba atrapada entre los escombros, en las mismas circunstancias se encontraba una sobrinita que también estaba de visita. Con la ayuda de los vecinos todos ellos fueron rescataron con vida. Entre los escombros estaban todavía mis padres, mi hermano y dos sobrinos pequeños. Transcurrió la noche y ellos no dieron señales de vida. Al día siguiente yo ya no tenía aliento para gritar sus nombres, con la esperanza de que alguno de ellos me pudiera escuchar. Subida entre los escombros permanecí muchas horas buscando el resto de mi familia. Todo fue inútil, llegaron bomberos de Guayaquil y ellos me dijeron que no me podían ayudar porque ahí ya no había vida. Me fui a recorrer las calles hasta que encontré una camioneta del GIR. Les pedí de favor que me ayudaran a sacar a mi familia, ellos accedieron y con su ayuda pudimos sacar los cuerpos ya sin vida. Esto fue como a las 10:00 del domingo 17 de abril. Encontraron a mi hermano abrazando a sus dos hijos, luego sacaron a mi mamá y de último a mi papá. Ese cuadro fue desgarrador. Frecuentemente tengo esa imagen en mi cabeza. Aún no entiendo por qué Dios se llevó a mi familia, a la vez me siento agradecida porque mis hijos no murieron ese día. Todos estaban entre el segundo y tercer piso, del segundo piso solo mi hermana pudo salir con vida. Paula Cleotide Alonzo Ávila (mamá), Pedro Serafín Alvia Lucas (papá), Pedro Dionicio Alvia Alonzo (hermano) y mis sobrinos, Anthony y Steven Alvia Aguayo, sepan que siempre son recordamos. Sepan que yo los extraño.

Juana Isabel Alvia Alonzo

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El propósito Todos los sábados normalmente mi esposo y yo acostumbrábamos a trabajar y dejábamos a la abuela y a nuestros dos hijos en casa de una tía, en Tarqui. Aquel sábado fue diferente desde que empezó, pues como nunca me levanté tarde y retrasé nuestra rutina. Por esa razón mi esposo se molestó conmigo y decidí no salir de casa y quedarme con mis hijos. Él sí se fue junto a su abuela a Tarqui. Recuerdo que ese día los perros ladraban mucho en nuestro sector y mi cachorra, Lucky, estaba muy inquieta y llorona. Llegó la tarde y mi esposo no llegaba. Le escribí por whatsapp para preguntarle si venía a almorzar y me dijo que llegaría después de las 18:00. Yo aún enojada le dije que no demorara porque tenía que salir. Ya siendo las 18:30 mi hija menor me pide que vaya a la tienda a comprar maduro, porque quería que le preparara «gato encerrado». Le dije que iría, pero tenía el celular en la mano mientras leía unos mensajes. Dejé el celular en la mesa y ya lista para irme y dejar con llave la puerta sonó el celular, y mi hijo, quien salía recién de bañarse, me dijo que me estaban escribiendo. Yo me quedé entre la disyuntiva de irme o atender el teléfono. Pero me entró la curiosidad de saber quién era y me entretuve unos 15 minutos más. Como vi que ya estaba anocheciendo y mi hija y yo aún no nos habíamos bañado, preferí decirle a mi hija que nos bañáramos y que después iríamos a comprar las dos. Estando las dos en el baño empieza a moverse todo. Mi hijo corrió hacia nosotras aterrado por el temblor. Salimos como pudimos. No alcancé a coger ni una toalla y en ese momento la energía se fue. El movimiento nos lanzó al piso entre la mesa del comedor y los muebles. Aquellos segundos fueron los más horribles y eternos, pues oír a mis hijos llorando y gritando, preguntando qué era lo que estaba pasando me llenó de estremecimiento. Yo tampoco sabía qué ocurría. - 232 -


Traté de mantenerme calmada agarrándolos fuerte y cubriendo sus cabecitas. Me sentía triste porque estaba sola, sin mi esposo. Comencé a pedirle a Dios, pero mientras oraba, escuchaba cómo la furia de la naturaleza tiraba nuestras cosas al suelo. La pared de un tercer piso de la casa del vecino cayó encima de otra casa. Esos ladrillos golpearon mis paredes, pero no las tumbaron. Las paredes de mi patio cayeron y unas vigas en casa se cuartearon. No salimos lastimados. Cuando todo pasó lo primero que hicimos fue buscar ropa y salir de la casa hacia el parqueadero. Allí esperamos a mi esposo, quien llamó para decir que él estaba bien y para asegurarse de que estuviéramos con vida. Él dijo que pronto iría por nosotros, que primero iría a rescatar a la abuela y la tía que estaban frente a Importadora Alcemi. Ya cuando todos estuvimos juntos, lloramos, nos abrazamos, agradecimos por estar bien y buscamos un lugar seguro por el redondel de Colorado. Llamamos a nuestras familias para poder saber de ellos, aunque era muy difícil contactarse. Allí permanecimos hasta la mañana siguiente, cuando recién pudimos regresar a casa para ver cuál había sido el daño. Ver tanto caos, tanta muerte, tanto llanto y desesperación, nos hizo reconocer que a veces gastamos el tiempo en banalidades. Guardar rencores no es bueno, menos pelearse con nuestras parejas por cosas sin sentido. Ese día, ese enojo, ese disgusto, pudo haber sido nuestra despedida. Tenemos una nueva oportunidad de ser mejores personas, de perdonarnos y perdonar, de cumplir nuestro propósito en esta vida, porque todos tenemos uno. ¿Usted ya sabe cuál es el suyo?

María Mercedes Aldaz Quiroz

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«Pegasos», caballeros del aire Memorias del escuadrón de transporte mediano No. 1112 «Pegasos», equipo de vuelo casa c-295m. Ante los hechos acontecidos durante el terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter en Ecuador, teniendo mayor afectación en las provincias de Manabí y Esmeraldas, el 16 de abril de 2016, en el cual se evidenció la vulnerabilidad de la Infraestructura Aeronáutica por la violenta ocurrencia de este hecho, que destruyó la Torre de Control y parte de sus sistemas de iluminación de pista del Aeropuerto Internacional Eloy Alfaro de Manta, y ante la necesidad de apoyo inmediato en horas de la noche de ese fatídico sábado 16 de abril de 2016, la Fuerza Aérea Ecuatoriana y sus aviones de transporte a través del Ala de Transporte Nº 11, inmediatamente abrieron sus alas al llamado del pueblo. Minutos después del sismo, empezaron los mensajes y llamadas indicando que debíamos activar la cadena de llamadas y recogida de francos inmediatamente. La mayoría de pilotos estábamos en Quito, por un evento de integración con nuestras familias que tuvimos el día sábado 16 de abril en la mañana y tarde. En aquella época estaba de oficial de Operaciones encargado y recibí la disposición del Comandante de Escuadrón, que dos tripulaciones tenían que trasladarse a Latacunga inmediatamente, para luego volar a Manta llevando rescatistas, que al parecer el asunto en Manta estaba complicado y que necesitan urgentemente trasladar al personal militar de apoyo. Para esto también activaron de inmediato las tripulaciones de alerta del Escuadrón de Transporte pesado No. 1111 avión Boeing 727-200, que fue el que despegó en horas de la madrugada (02:00) del domingo 17 de abril de 2016, en vista que tenía mayor capacidad de carga para trasladar 150 pasajeros (personal de Rescate de Fuerzas Especiales de nuestro Ejército Ecuatoriano de la Brigada Patria) en un solo vuelo desde La- 234 -


tacunga a Manta. Esto fue realizado con el fin de atender en principio las primeras necesidades que se generaban por vía aérea desde el aeropuerto de Latacunga hacia la ciudad de Manta, cabe mencionar que no se contaba con las ayudas aeronáuticas necesarias en Manta, en lo que se refiere a ATC (Control de Aproximación), iluminación de luces de plataformas, taxi-way, etc., que incrementaron el riesgo de la operación aérea, pero que la Fuerza Aérea por su condición de «Fuerza», se encuentra entrenada para enfrentar estos retos inesperados con seguridad. Desde aquel momento inició sus operaciones aéreas sin cesar hasta la finalización de la emergencia. A las 5:00 del día domingo 17 de abril de 2016, despegó desde Latacunga el Fae 1031 C-295M de nuestro Escuadrón, hacia Tababela (Quito), para transportar a Manta. El resto de tripulaciones que estábamos en Quito, porque teníamos un avión en Manta disponible y es nuestra base de operación. Cuando llegamos a la terminal de Aviación General en Tababela, lugar donde se realizaron las operaciones de transporte aéreo, estaba lleno de personas entre militares, policías, ECU 911 rescatistas, reporteros y camarógrafos de Ecuavisa, Teleamazonas, Gama TV, etc., que nos pedían ser trasladados a Manta. Se empezó a atender todos los requerimientos con las aeronaves dando prioridades a rescatistas, militares, policías y en cada vuelo íbamos embarcando a dos o tres reporteros de prensa y así empezó nuestro trabajo desde ese momento. Se creó un puente aéreo con Aeronaves de Transporte con los aviones Boeing 727-200 y Casa C-295M principalmente desde Quito, Guayaquil y Latacunga hacia Manta y Esmeraldas, ciudades mayormente afectadas por este desastre natural, nuestro Escuadrón de Transporte No. 1112 transportó 5.331 pasajeros (militares, policías, bomberos, rescatistas, autoridades, evacuados, voluntarios, etc.), carga 234.666 Kg, de ayuda humanitaria, víveres, agua, carpas, etc., se transportó 68 heridos en evacuaciones aeromédicas, con un total de 200:10 horas de vuelo con altos estándares de seguridad y sobre todo con nues- 235 -


tro factor humano de nuestro Escuadrón, que demostró de esta manera el amor a su pueblo y el compromiso con su gente. A los dos días de la tragedia empezó a llegar la ayuda humanitaria del extranjero hasta Quito y Guayaquil inicialmente, la misma que era por toneladas y nuestros aviones ya no daban abasto para el trasladado inmediato, así que se activó el sistema de Cooperación de Fuerzas Aéreas (SICOFA) y a la semana empezaron a llegar aeronaves de Transporte de carga y pasajeros como la FAP (Fuerza Aérea del Perú) con un avión Spartan y tres helicópteros MI-17, la FAB (Fuerza Aérea Brasilera) con un Casa C-295M, la FAA (Fuerza Aérea Argentina) con un avión C-130 y la FAU (Fuerza Aérea Uruguaya) con un avión C-130, sus tripulaciones y aeronaves se presentaron y se pusieron a órdenes de la Fuerza Aérea Ecuatoriana y permanecieron cerca de 15 a 20 días en Ecuador ayudando día y noche en el transporte de carga y pasajeros desde Guayaquil, Quito y Latacunga hacia Manta y Esmeraldas. Realmente este gesto de cooperación hay que resaltarlo, porque estos países hermanos acudieron a este llamado y pusieron todo su apoyo y cooperación cuando nuestro país y nuestra Fuerza Aérea más lo necesitaba para cumplir con su misión, pilotos amigos y caballeros del aire que nos cobijaron con su bandera en cada uno de sus vuelos en ayuda a nuestro pueblo. El Escuadrón de Transporte No. 1112, el personal de pilotos y técnicos, trabajamos sin parar las 24 horas del día, por cerca de 45 días consecutivos, nos dividimos en grupos con jornadas de 12 horas de tiempo de servicio en vuelo, pues teníamos un avión disponible para vuelo de un total de tres aviones Casa C-295M, dos aviones se encontraban en mantenimiento programado y estábamos disponibles cuatro tripulaciones completas, lo que permitía tener un rotación de dos tripulaciones por avión en ese momento y dos tripulaciones de refuerzo en caso de que sea necesario un reemplazo por algún piloto que se sienta en malas condiciones para el vuelo, nuestro avión contó y cuenta con capacidad para transportar 70 pasajeros, 5 toneladas de carga y 24 camillas para heridos. - 236 -


Nuestros vuelos todos los días eran diferentes y obedecían a una planificación de nuestro comando de operaciones aéreas COAD, en el que teníamos que realizar cambios de configuración inmediatos de acuerdo a la disposición de operación que se nos daba en Manta por parte de nuestro comandante de Escuadrón, dependiendo cómo se encontraba la última configuración usada y había que reemplazar camillas de acuerdo a la cantidad de heridos que los médicos de la Clínica del Ala de Combate No. 23 de FAE nos entregaban aptos para ser transportados vía aérea hacia Quito o Guayaquil, el promedio oscilaba entre 12 a 15 heridos por vuelo y realizábamos de 6 a 8 vuelos diarios. Tuvimos una experiencia especial en vuelo transportando una termocuna con un bebé hacia la ciudad de Quito (Tababela), la cual en la mitad del vuelo informaron los médicos a la tripulación menor, que se les acabó el oxígeno de la misma, a lo cual la tripulación menor sin dudar y con autorización del Comandante de Nave, cogieron la botella de oxígeno portátil que tenemos a bordo del avión, rompieron las conexiones y adaptaron rápidamente una manguera para poder abastecer de oxígeno a la termocuna y poder salvar al bebé, lo cual funcionó y llegó a Quito sin novedad. Nuestro personal de Oficiales Técnicos y Aerotécnicos, que nos daban soporte en tierra en Manta, se dividieron en dos grupos de igual forma, unos se desplazaron del hangar, hacia una hangareta que nos dotaron en la plataforma militar norte, con todo su módulo logístico de primer escalón, para solventar cualquier requerimiento de mantenimiento de nuestro avión en la línea de vuelo día y noche, nos daban alimentación (Raciones C) y agua, el otro grupo que se encontraba en el hangar de mantenimiento, prestaron su contingente para la emergencia haciendo lo que mejor saben hacer, cumpliendo y terminando las tareas de mantenimiento que retenían un segundo avión en tierra y con todo su esfuerzo y dedicación pusieron a volar al segundo avión en menos de cuatro días desde ocurrida la tragedia. - 237 -


Los pilotos y técnicos del Casa C-295M, nos sentíamos tan útiles y comprometidos de ayudar a la población todo el tiempo, pero nos motivaba aún más los detalles que podíamos observar y la predisposición de nuestra sociedad ecuatoriana, en especial a altas horas de la noche y madrugada, cuando aterrizábamos en Tababela y teníamos que transportar toneladas de ayuda humanitaria hacia Manta y grupos de jóvenes universitarios, amigos, gente voluntaria hombres y mujeres de la ciudad de Quito, nos esperaban en la plataforma de Aviación General en el aeropuerto de Tababela, con banderas del Ecuador, nos aplaudían, nos saludaban nos daban fuerzas para seguir volando, nos daban café caliente y nos colaboraban para subir la carga, hacían cadena desde las bodegas y hangares de Petroecuador y desde las bodegas inflables que existían como centros de acopio de la carga hacia el avión. En ese frío de la capital, nos esperaban para el siguiente vuelo que nos tomaba casi tres horas en ir a Manta, bajar la carga y retornar a Tababela para el siguiente vuelo, había gente que quería que les llevemos a Manta para ayudar nos decían, pero les indicábamos que en Manta no iban a soportar ni un día, ya que no había luz, agua ni nada para comer, comprar, ni hospedarse y que la tierra seguía temblando y era riesgoso ir para allá. Mas valioso era su aporto generoso para las personas que realmente lo necesitaban. Todos y cada uno de los miembros del Escuadrón No. 1112 pusieron y continúan poniendo el mejor de sus esfuerzos para cumplir con la misión del Ala de Transportes No. 11 que para este tipo de eventos se vuelve imprescindible para la nación, el trabajo que se realizó especialmente las primeras dos semanas posterior de la tragedia fue en condiciones muy duras las 24 horas del día, los siete días de la semana en condiciones incluso sin comida, pero nada de esto fue un obstáculo para cumplir la misión que algún día juramos cumplir. Es necesario recalcar en estas líneas un agradecimiento fraterno de parte de todo el personal militar que conforman el Escuadrón No. 1112 al señor Carlos Gurrea Muñoz, asesor - 238 -


técnico de la compañía AIRBUS MILITARY, quien colaboró incansablemente en el trabajo de mantenimiento que puso al segundo avión disponible para volar y que gestionó con su empresa en Sevilla-España, los repuestos necesarios para el avión que los necesitaba de manera urgente y sin costo para el país. El Escuadrón de Transporte Casa C-295M voló en ayuda a nuestra población manabita y mantense durante esta emergencia del 16 de abril de 2016 y nos sentimos orgullosos de haber participado directamente en el Transporte Aéreo de muchas familias evacuadas, heridos que volvieron a tener la esperanza de seguir viviendo y de haber transportado ayuda humanitaria para nuestra gente que necesitaba para subsistir. Nuestras alas no solo transportaron pasajeros, heridos o carga; transportaron esperanza, transportaron fe y sobre todo fuerza para reponerse a esta dura prueba que puso Dios a nuestro país. ¡Manta se levanta!

Capitán Jaime Arroyo Gómez

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Un rescate de película Luego de jugar fútbol con amigos, regresé a mi domicilio ubicado en la calle 16 y avenida 22, una casa de cinco pisos ubicada en el centro de Manta. Recuerdo que me duché y me fui a descansar. Estaba en la cama cuando comenzó a temblar. Enseguida me levanté y avancé hacia la terraza, mientras las cosas a mi alrededor caían, cuando llegué a la puerta observé que no había electricidad y aún los edificios sonaban producto de la sacudida. Mi perro, que estaba acostado al lado mío, salió corriendo. Una vecina que alquilaba en el segundo piso me llamó, así que bajé para ver si estaba bien. A las 21:30 llegó un amigo en su camioneta, de inmediato fuimos a Los Esteros y a El Paraíso. Al recorrer la ciudad por la vía Puerto-Aeropuerto, era aterrador mirar hacia Tarqui, pues era visible que algunos edificios se habían derrumbado y algunos estaban inclinados. Al llegar a El Paraíso y observar que nuestras familias estaban bien, nos movilizamos donde mi novia, que en ese entonces vivía en La Paz. Al llegar la mamá me comunicó que policías y agentes de tránsito fueron a pedir ayuda, a buscar moradores que sirvieran de voluntarios para sacar a las personas que estaban atrapadas en Tarqui y que irían al Hotel Umiña. Al movilizarnos y llegar a dicho lugar observé a mi novia ayudando a quitar escombros, desenterrando a personas heridas, inmediatamente nos unimos a la ayuda. Al subir en los restos del edificio, arriba me encontré con unas cinco personas, entre ellos, un agente de tránsito, que decía que había gente atrapada con vida abajo, pero que no se podían meter porque el espacio para ingresar era aproximadamente de 80 centímetros. Me ofrecí a entrar. No tenía que pensarlo dos veces. Me amarré un cabo y con linterna en mano ingresé al hueco, más o menos unos tres metros hacia abajo. Observé a cuatro personas - 240 -


atrapadas con vida entre los escombros, entre ellos Benjamín, un niño de cinco años, que estaba abrazado a su mamá, la cual estaba muerta. Más abajo una señora lloraba pidiendo ayuda, ya que estaba con sus dos hijos de brazos y se les dificultaba respirar. Procedí a sacar a una chica de aproximadamente 27 años, a la cual la amarré de la cintura y di la orden para que jalaran el cabo. Salimos. El siguiente fue un chico de aproximadamente 15 años, el cual tenía una luxación en el hombro y fractura en la pierna a la altura del glúteo, procedí a amarrarlo de la cintura y llevé hacia arriba, en ese momento empezó a temblar todo, fue una fuerte réplica, a afuera me decían que saliera, que estaba cediendo el edificio y podía aplastarme. Pero pudimos salir con vida. Él fue el segundo en rescatar. Continúe bajando y escuché a Ruth, una chica de 20 años que me pedía que sacara a sus padres, que ellos estaban atrás de ella, al decirme eso alumbré hacia esa dirección y vi el rostro de la madre, tenía el cabello largo y estaba lleno de polvo de cemento. Estaba muerta. Le dije que la iba a sacar, pero que primero iría por Benjamín y así fue, bajé unos cuatro o cinco metros y llegué hasta donde estaba el niño. Créanme, no soy religioso, pero diría fue un milagro: el niño tenía una varilla de metro y medio que le entraba por la manga de la camiseta y salía por la cintura sin afectar ningún órgano. Su madre no corrió la misma suerte, ella lo tenía en sus brazos pero estaba sin vida. Lo saqué los escombros, le pregunté si le dolía algo y me dijo que no, pero que tenía mucha sed. Le di un poco agua. Desde arriba escuché que me decían: «Leonardo, dile a Benjamín que se despida de la mamá», aún recuerdo esas palabras, estuvieron presentes con las imágenes de aquella escena cada siguiente noche. Creo que lo estarán por el resto de mi vida. Benjamín abrazó a su mamá y de inmediato se desmayó, lo llevé hacia mi pecho y empecé a arrastrarme de espaldas para subir lo más pronto posible. Agarré una chompa de cuero que - 241 -


me habían lanzado y lo cubrí de tal manera que al jalarlo no recibiera cortes en su cuerpo, por los materiales que estaban alrededor. En ese momento tuvimos otra réplica y más fuerte que las anteriores, pero aún faltaba Ruth. Al llegar donde estaba ella, observé que su pie derecho estaba atrapado entre los escombros y ella trataba de zafarse con el pie izquierdo, pero era imposible. Ambos intentamos sacar su pie, pero desde mi posición no podía hacer mucho, ya que no podía hacer mucha fuerza acostado. Pedí una linterna más grande y una gata hidráulica, porque necesitaba subir la pared para así sacar el pie de Ruth, de pronto una réplica nos volvió a sacudir mientras ella tomaba mi mano, llorando y pidiendo que no la dejará sola, que no quería morir, la agarré más fuerte y le dije que ambos íbamos a salir con vida, que no estaba sola, fue un momento en el cual hubo un lazo que me dio las fuerzas para no rendirme. Al conseguir la gata y lanzarla hacia donde yo me encontraba, empecé a tratar de subir la pared que estaba haciendo presión al pie de Ruth, luego de una hora aproximadamente empezó a ceder el pie y milímetro a milímetro se movía hasta que por fin pudo salir. Volví a repetir el procedimiento anterior y la amarré del pecho. Al dar la señal nos subieron. Empecé a alumbrar a mi alrededor y traté de comunicarme con la señora que estaba atrapada en un cuarto con sus bebés, pero no respondió. Hoy solo me quedan los recuerdos. Quisiera saber de Ruth, Benjamín y de las otras dos personas que rescatamos. Cualquier información me sería útil. Quisiera volverlos a ver.

Tito Leonardo Troya

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La visita a Manabí que nunca olvidaré En octubre de 2015 estaba viendo pasajes para viajar a Ecuador. Precisamente para el 15 de abril de 2016 había un descuento, no estaba segura si debía comprar o no, para esto llamé a mi esposo, Hernán, y le pregunté qué le parecía la idea de viajar en esa fecha para visitar a nuestros familiares. Me dijo que yo decida. También le pregunté a mi hija Cindy y me dijo lo mismo, además que ella quería ir, pero el 15 no podía, sino el 22, cuando terminara las clases en la universidad. Yo no quería que viaje sola, así que llamé a otra amiga en Ecuador para comentarle sobre mi idea de viajar, ella me dijo: «Véngase, no deje para otro día lo que puede hacer hoy». Y así lo hice. Compré mis pasajes y esperé siete meses con emoción mi viaje, quería ver a mi mamá. El 15 de abril salimos a las 15:00 de Toronto, Canadá. Llegamos a Guayaquil a la media noche y a Manta al siguiente día antes del amanecer. Hacía un calor insoportable. Mi madre me dijo que en los últimos días la tierra estaba muy caliente, pero que sábado se sentía mucho más el calor. Sentí que el aire no circulaba, pero la felicidad de estar allá me distrajo de cualquier molestia. Pasamos todo el día conversando con mis familiares. Traté de dormir pero el calor no me dejaba, en eso estaba hasta que mi amiga llama y me dice que tiene una fiesta de bienvenida en un restaurante de la playa El Murciélago, me dijo que me iba a pasar recogiendo a las 18:30, le dije que estaba bien. Después le volví a llamar y le dije que se retrasara un poco, porque mi esposo estaba cansado, quedamos de salir a las 20:00. A las 18:40 recibí la visita de mi sobrino y su familia. Fui a la sala a conversar con ellos, mi esposo fue a bañarse y mi mamá estaba en su dormitorio. Estábamos en el segundo piso de la casa, ahí nos cogió el terremoto. Fui hasta la ventana y vi luces cielo, no sé qué era, pero luego me acordé que mi mamá estaba - 243 -


en el dormitorio y mi esposo en el baño. Fui por ellos. Procedimos a bajar pero la puerta se había quedado trancada. Fui horrible, al final logramos bajar. Mi sobrino fue a buscar a su mamá, hermana y suegra, luego vino por nosotros. Como a una hora después nos llevó a Montecristi, porque solo se escuchaba decir que venía un tsunami. Todos huían a Montecristi. Agradecía estar cerca de mi madre, pues ella tiene 83 años y mi hermano recién tenía 20 días de ser operado, por lo que no podía caminar. No quiero ni imaginar qué hubiera sido de ellos si yo no estaba ahí en ese momento. Estuvimos en Montecristi varias horas esperando que pase todo, mis hijos en Toronto se enteraron estaba asustados, me pude comunicar con ellos como a las 21:00. Regresamos a Manta, a la ciudadela La Aurora a casa de mi sobrino, ahí nos establecimos diez personas y cuatro niños. Dormíamos con las puertas abiertas, cada réplica era una alerta. El domingo nos alertaron de que veía una ola, de la desesperación nos metimos los catorce en un auto de cinco pasajeros. Logramos llegar a una estación de gasolina en Colorado, porque ya estábamos sin gasolina. Ahí estuvimos por lago rato haciendo fila para poder recargar el vehículo. Comencé a llorar desesperadamente, estaba impactada por la cantidad de gente desesperada. Mi esposo Hernán me consolaba. Decidimos ir a Santa Ana, a casa de una tía, pasar por Portoviejo fue igual de doloroso, pudimos ver a personas sin vida, las cuales iban siendo retiradas de los escombros. Me quedé varios días en Manabí, junto a mi familia, superando los estragos de aquella tragedia. Para nosotros fue una experiencia inolvidable, se quedará en nosotros para siempre. Hoy al escribir estas letras recuerdo con tristeza todos los momentos vividos ese día, pero pienso que Dios me puso en el momento preciso en Manabí por algún motivo.

Lorena Loor - 244 -


Los rostros de la solidaridad El sábado 16 de abril, a las 18:58, un terremoto de 7,8 de magnitud en la escala Richter cambió las operaciones del Hotel Oro Verde Manta, convirtiéndonos en la sede del Comité de Operaciones Emergentes (COE), el único hotel de la ciudad que no cerró sus puertas. Esa misma noche, ante la necesidad de la instalación de un puesto de mando, el Hotel Oro Verde Manta pone sus instalaciones y recursos a disposición del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas y la Armada del Ecuador, donde se centró la planificación, organización y conducción de todas las operaciones de las zonas afectadas por el terremoto. Brindamos techo y alimento a más de 120 rescatistas que vinieron de Hungría, México, Chile, España, Venezuela, Perú, Bolivia, etc., a salvar vidas de los escombros.
 Las embajadas de Colombia, Venezuela y España hicieron del hotel su casa, recopilando desde nuestras instalaciones información y entregando ayuda a sus compatriotas.

 Nuestro hotel siempre estuvo brindando una ayuda continua e inmediata, entregamos a los damnificados enseres para tener una mayor comodidad en sus refugios, kits de alimentos, ropas y vituallas.
 Comprometidos con la reactivación de nuestra ciudad, donamos al Gobierno Autónomo Descentralizado de Manta $100.000, los cuales fueron empleados en obras de reconstrucción para beneficiar a la ciudadanía, que luego de un año aún sienten en sus corazones la tristeza por la tragedia vivida.
 Cuando ha pasado dos años de la tragedia, podemos analizar tranquilamente cómo fue nuestra reacción como empresa privada y como seres humanos ante el irreparable 16A, sobre cómo enfrentamos la tragedia y cómo fuimos de utilidad con los diferentes grupos de apoyo y los rescatistas de diferentes - 245 -


países que llegaron a socorrer a las decenas de personas atrapadas. Una triste realidad de asimilar actualmente, es que muchas vidas se perdieron, todos perdimos a alguien durante este terremoto, creo en calidad de gerente hice lo que estuve a mi alcance, siempre hay que tomar en cuenta que se puede hacer más, aunque se haya hecho el mejor esfuerzo. Me siento contento debido a que hicimos una ardua tarea, ojalá no se repita una tragedia como esta, pero si llegara a ocurrir alguna situación similar, estamos preparados para dar mucho más. Hoy nos queda la experiencia que dimos nuestro apoyo incondicional por nuestra gente. Parte de nuestros ideales están ligados con el compromiso de apoyar y aportar siempre a nuestra ciudad. La impresión que tengo de cómo reaccionaron las autoridades ante esta tragedia, es que hicieron un buen trabajo en las semanas posteriores, pues nadie estaba preparado para un desastre natural, aún así durante varias semanas observamos en nuestras instalaciones a las brigadas de rescate, a los militares, a la Policía, a la Marina, a la FAE, bomberos, a las autoridades locales y provinciales, esmerándose en ayudar y aportar. Considerablemente el balance luego de un año es positivo, y lo manifiestan así varios organismos internacionales, quienes ratifican que el trabajo realizado en Manta fue algo que no han observado en otros lugares. Me gustaría señalar que el Hotel Oro Verde es el único hotel en Manta que cuenta con una brigada de emergencia, la cual tiene dos años de formación y continuamente todos sus miembros se capacitan. El 1 de marzo los Bomberos Unidos (BUSF) provenientes de España, quienes participaron en las operaciones de rescate después del terremoto del 16 de abril, realizaron una donación de trajes completos contra incendios, a la brigada de emergencia del Hotel Oro Verde Manta. Mi agradecimiento a los bomberos de la ciudad por aportar a esta labor, ya que ellos serán los encargados de capacitar a - 246 -


nuestra unidad de emergencia para cualquier eventualidad futura. AsĂ­ es como trabaja una ciudad que siempre permanece unida.

Ricardo Ferri

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Un héroe en la ciudad Relataré mi historia del día del terremoto: estaba acostado en la cama en el regazo embriagador de mi novia, viendo vídeos en YouTube. Qué coincidencia, lo que veía era «Hola, soy German» y en ese capítulo estaban hablando sobre los terremotos en Chile. Cuando fue el primer movimiento mi novia dijo «temblor» y me percaté que los cuadros comenzaron a moverse. Corrimos hasta el patio, los postes tambaleaban, escuché caer una pared pero no la vi, porque justo se fue la luz, mientras mi novia y yo nos abrazábamos para apaciguar el miedo. Pensé que la tierra se abriría y que iríamos al infierno. Vi mi casa de dos pisos cómo se tambaleaba. Mi mamá y mi papá fallecieron hace aproximadamente cuatro años y esa casa me recordó tanto a ellos porque su madera resistió, no se cayó. La pared que se había caído era del cerramiento del patio de atrás. Cuando dejó de temblar me puse una camiseta y salí corriendo a la calle para ver si las casas de los vecinos estaban bien. Las casas parecían enamorados fugaces que se daban los últimos besos furtivos y brevísimos al doblar, como cuellos de jirafas, sus sorprendidas estructuras, hasta morir en el suelo. Recordé a mis hermanas, quienes viven en el antiguo gimnasio Manos Unidas, esa construcción es de tres pisos, así que me fui corriendo hacia allá. Mi novia me acompañó. En el camino vi cómo los carros andaban a toda velocidad. «Algo raro ha pasado», me dije, la calle estaba llena de harina y recogía toda huella que quedara sobre su calzada. Las paredes de los silos construidos en ese sector, habían caído y seguramente la harina había sido esparcida a su alrededor. Así, esta calle que conduce al aeropuerto de la ciudad, parecía una pintura de Goya, tenebrosa, blanca-gris. Me parece ver en - 248 -


ella el rostro de mi madre muerta, solo unos días antes que también falleciera mi padre, diciéndome: «Camina hijo, todavía debes hacer algo en la tierra». Y es que, mi vida, inexplicablemente, siempre ha estado relacionado con la muerte: vivo al lado de la sala de velaciones «Parques del Recuerdo», vivo alrededor de un luto interminable, entre lágrimas y abrazos fúnebres, tal vez por eso, en mi encuentro con mis hermanas de la 4 de Noviembre, estuvo de algún modo relacionado a ese momento supremo. Cuando llegué donde mis hermanas comprobé que todas estaban bien. Ellas se encontraban subidas en el carro y se dirigían a mi casa, pues mi madre, en vida nos había dicho que si algún día pasaba algo fueran a su casa porque era segura. Ella vivió el terremoto anterior, sabía de lo que hablaba. Mi hermana mayor, Vanessa, me dijo: «Aquí al lado se escucha un pedido de auxilio, es la vecina Maritza, se le ha caído la casa y ella está adentro». Sin medir consecuencias me metí al edificio de cuatro pisos, del cual ya no quedaba nada, que estaba ubicado en la 4 de Noviembre, al lado de Hielo Polar. La señora había quedado en un cuarto del tercer piso, pedía que la auxiliaran, antes de que se desplomara el pequeño espacio que la albergaba. El grito era desesperante. Antes de subir le dije que se calmara, para poder acceder con cuidado. Todo estaba en ruinas. Ella se encontraba sola. Estaba inclinado, las baldosas se rompieron y todo crujía. Subí con zapatillas, pero luego tuve que quitármelas, porque me resbalaba. Yo sentía que la estructura iba cediendo. Cuando llegué hasta ella, le pedí que me pasara las tablas de la cama para poderla cruzar, pero no alcanzaron, porque la separación entre losa y losa era amplia. Decidí brincar hasta donde estaba ella. Yo trataba de hacerle bromas para que se tranquilizara, le decía que me prestara unos zapatos para no resbalarme, así fueran de tacos, le dije eso para que se riera, pero no lo conseguí, ella realmente estaba asustada. Una vez que ya estaba conmigo, comencé a estudiar el camino - 249 -


por el que ingresé para poder salir, pero las réplicas hicieron caer las estructuras, tuve que improvisar otra salida. Al día siguiente fui con Maritza para ver el edificio caído. ¡No lo podíamos creer! El día del rescate ella me agradeció, pero cuando nos reunimos en el edificio de donde la había sacado con vida, me dio un abrazo muy fuerte. Ella ahora vive en Quito, parece ser que quedó bastante afectada por lo que había pasado. La verdad no sé cómo lo hice. Pero sabía que era ágil debido a mi afición al deporte. Fui campeón internacional de taekwondo y soy profesor de esta disciplina. Practico también kick boxing y enseño defensa personal. En cuanto a mí, siento que estoy listo para emprender en cualquier acto de solidaridad humana aquí o en cualquier parte del mundo no obstante, «nada se puede hacer ante la breve fragilidad de la vida y la contundencia de la muerte». Mi historia es real. Les adjunto el link de una entrevista que me realizaron en El Telégrafo: http://www.eltelegrafo.com.ec/ noticias/ecuador/3/bryan-no-midio-el-peligro-y-rescato-a-unamujer-en-una-casa-desplomada Yo siempre he querido ser importante para alguien, luego de la muerte de mis padres he querido servir y he pensado en ser rescatista del Cuerpo de Bomberos, pero creo que por la edad que tengo no me lo permiten. Alguna vez también quise pertenecer al Grupo de Intervención y Rescate (GIR). Dos de mis tantos sueños pendientes.

Bryan Intriago Valdivieso

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Tragedia en La Dolorosa El sábado 16 me marcó para siempre porque perdí a mi hija y a mis tres nietos. Mi familia y yo vivíamos en el edificio 802, en la avenida 21, entre calles 8 y 9, del barrio La Dolorosa. El edificio era de seis pisos, con terraza, que también tenía losa. En cada piso vivían mis hijos con sus familias. Esa tarde salí con mi hija Andrea por última vez, hicimos compras. La acompañé hasta las 16:30 de la tarde y le dije que me dejara en el gabinete y que no viniera a buscarme porque yo regresaría caminando. Al llegar al edificio pasé primero por el segundo piso, donde vivía mi hija menor con sus dos niñas pequeñas. Le había llegado visita, era la esposa del primo de mi yerno con sus hijas de tres años y tres meses de edad. Dialogamos unos minutos y subí a mi piso, que era el quinto. Estando a punto de abrir mi departamento escucho abrir con fuerza la puerta del cuarto piso y a voz de mi hija Andrea diciéndome: «Mamá, baja que hay temblor». Como al principio fue suave, yo le respondí que no iba a bajar, pero mi hija y mi nieta Ahitana sí bajaron. Esa fue la última vez que las vi. En un segundo empezó el terror, yo me quedé parada en la puerta sin poderla abrir, escuchando que adentro todo se caía. La escalera se movía y no podía estar en pie; entré en pánico y traté de bajar las escaleras. En el séptimo escalón había un descanso, ahí sentí que el edificio colapsó. La sensación que tuve fue la de un ascensor al bajar, fue como si la tierra hubiera absorbido el edificio. Caí con escombros por todos lados, solo podía mover la mano derecha, ya que el resto de mi cuerpo estaba atrapado. Mi piso y la terraza no colapsaron, pero descendieron hasta quedar al nivel de la calle, inmediatamente comencé a pedir - 251 -


auxilio, le pedí a Dios que me ayudara, que no quería morir ahí, mientras escuchaba a mi hijo que llamaba a sus hijos, Nayia y Matthew. Al escucharlo supe que estaba con vida. En el transcurso de media hora los vecinos pudieron rescatarme. Me pusieron en el balde de una camioneta y desde ahí pude ver lo que había sido mi casa. Me invadió la tristeza y la desolación al darme cuenta que toda mi familia había muerto, porque los cuatro primeros pisos estaban totalmente aplastados losa sobre losa. Enseguida me llevaron a una clínica. A las 4:00 mi yerno llegó a la clínica preguntando por mí, ahí escuché la voz de mi nieta Donnet; cuando la vi me alegré, me llené de esperanza y aún más cuando supe que Morenita también había sido rescatada, pero que estaba lastimada y se encontraba en el hospital. Mi hija Yuley también estaba por salir de los escombros. De mi familia, el día del terremoto ocho personas estuvieron atrapadas, cuatro nos salvamos y cuatro murieron, también fallecieron tres personas más que estaban de visita: un total de siete fallecidos. Morenita fue la más afectada, a sus tres añitos sufrió mucho ya que su estado de salud era crítico, estando al borde de la muerte, pero gracias a Dios fue recuperándose y actualmente recibe terapias para ayudar a recuperar la movilidad de sus deditos; en ella quedan cicatrices en ambos bracitos, cuello y cabeza. Mi hija Andrea y mis nietos Matthew y Nayia murieron enseguida. Ahitana, mi nieta, estuvo viva por muchas horas, pero no pudo ser rescatada hasta el lunes 18 de abril a las 17:00. Cuando su cuerpo llegó a la capilla del Parque del Recuerdo, recuerdo que abrí la tapa de su féretro y pude ver su hermoso rostro y su cabello largo, lleno de tierra y piedras. Verla fue muy doloroso. Después del sepelio de mis seres queridos viajé a Guayaquil por el estado de salud de Morenita, ya que estaba muy grave, quedándome en casa de unos amigos de mi hija. Al siguiente día fui internada porque tenía fractura de clavícula y una fisura en un hueso de mi pierna, además de mis heridas, por lo cual fui operada.

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Tuve que usar silla de ruedas por dos meses. En los meses que estuve en Guayaquil, viví los momentos más difíciles al no poder visitar las tumbas de mi hija y mis niños. Ya ha pasado un año y he aprendido a vivir con el dolor de ese vacío tan grande que dejaron mis seres queridos. Nadie podrá reemplazarlos, los llevaré en mi alma, hasta el último día de mi vida.

Neiban Zambrano

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16 de abril, el infierno que subió de las entrañas de la tierra El sábado 16 de abril amaneció soleado, como suelen amanecer los días del verano mantense. Tarqui despertó como siempre, muy por la mañana, con el movimiento típico de los vendedores informales que convertían a la parroquia en un verdadero «hormiguero», debido al ir y venir de la gente que se movía frenéticamente, visitando los locales en busca de útiles escolares, propios de la época de inicio de clases. El día transcurría con total normalidad, sin imaginar siquiera que en las profundidades de la tierra estaba naciendo una «gigantesca serpiente» que esperaba oculta y agazapada las sombras de la noche, para salir a la superficie y sembrar el terror. Para todos era un sábado normal como cualquier otro y para el suscrito, también, salvo un viaje que tenía que realizar a las 18:00 a la ciudad de Portoviejo, para celebrar con la familia el cumpleaños atrasado de mi madre, en casa de mi hermano. Sobre las 17:00 se cerraron las puertas del negocio familiar para empezar los preparativos para el viaje, una hora después salimos rumbo a la capital, mi esposa, mi hija, y Letty, el otro miembro de la familia. En casa solamente quedaron las mascotas, mis «guardianes»: Mía y Pitufo. Salimos una hora antes del fatídico momento, llegamos sobre las 18:40, a esa hora, la noche con su manto negro ya cubría la capital manabita, mientras el carbón se prendía para el asado en el patio de la casa de mi hermano Miguel Ángel, los niños jugaban y cada quien se entretenía como podía, los minutos avanzaban mientras esperábamos la hora del asado, mismo que nunca llegó, pues antes que el reloj diera las 19:00, lo que empezó como un movimiento telúrico suave, se convirtió en - 254 -


una bestia que emergió de las entrañas de la tierra y levantó «olas» a su paso, el terror colectivo se apoderó de todos nosotros, nos quedamos anclados en el interior de la casa, sin poder dar un paso, peor salir al patio, (estábamos en la planta baja), producto de la fuerza del movimiento, afuera, los vehículos parecían frágiles embarcaciones que se bamboleaban en un mar enfurecido. Fue un minuto eterno. Y después no hubo calma, las histeria se hizo colectiva en todo el condominio, en tinieblas buscamos con qué alumbrarnos, las luces de los vehículos sirvieron para eso y para escuchar a las radioemisoras, narrando como un partido de fútbol los horrores que se vivieron en Manta y Portoviejo, las ciudades de Manabí que resultaron más afectadas. Con dificultad las comunicaciones se fueron restableciendo, llamamos a Manta para preguntar a los vecinos qué había pasado, las noticias eran desalentadoras, sobre la avenida 107, casi todas las construcciones estaban en el piso y las que no, a punto de caer, mi casa, gracias a Dios, soportó el remezón y allí esta, herida aún, pero de pie. La noche se hizo eterna, nadie durmió, todos permanecimos en vigilia por si se le ocurría volver a la «bestia», los daños eran incalculables, el número de víctimas mortales subía de manera alarmante, especialmente en Tarqui, en el edificio Navarrete, que fue donde cayeron el mayor número de víctimas. Al día siguiente, sobre las 9:00 emprendimos el regreso a Manta, el espectáculo en la vía era dantesco, gente clamando por ayuda, comida y agua, llegar a Manta resultó poco menos que una odisea y hasta nuestra casa, peor aún. Me imaginé encontrar a mis «guardianes» infartados, pero gracias a Dios estaban vivos, aunque muy asustados pero felices de vernos. La tarea fue recoger algo de ropa y salir de la zona que era prácticamente intransitable. Los gritos y el llanto de la gente eran desgarradores, «la bestia que subió de las entrañas de la tierra» produjo daños irreparables, en lo físico, en lo material y más aún en lo humano, - 255 -


porque quienes no perdimos familia o bienes, perdimos los recuerdos y dos años después, estos nos traicionan al pasar por un solar vacío, donde antes hubo un hotel, una casa o un negocio y darnos cuenta que hemos perdido la memoria. La vida nos dio una segunda oportunidad y aquí estamos, viviendo hasta que Dios quiera.

Juan Bosco Coppiano



Índice Laura García Solórzano Las compras que no hice......................................................................19 Nidia Bravo Sin un rasguño.......................................................................................22 Jana Solórzano La visita...................................................................................................24 César Valarezo Un amanecer diferente..........................................................................26 Katherine Bravo Sánchez Los peores gritos....................................................................................28 Arianita Mendoza Volveré a pintarle las uñas....................................................................30 Andreé Patricio Zambrano Mejía La luna a través de la ventana..............................................................32 Carlos Alberto Parrales Álvarez Predicción...............................................................................................34 Marcelo Del Valle Velásquez La lección de mis hijas..........................................................................36 Ana Lucía Zambrano El mandil de la solidaridad .................................................................37 Roberto Ferrín La llegada del Titán...............................................................................39 Leiberg Santos G. Palermo y el 16A....................................................................................40 Camila Vera Chiluiza Alerta equivocada..................................................................................43 Vanessa Vinces 8,0 grados Richter de fuerza y voluntad.............................................45 Vanessa Elizabeth Mero Quijije Una noche diferente en la catequesis..................................................47 Patricio Lovato Construir con el enemigo.....................................................................51 Jen Steeven Pin Vivas Segunda oportunidad...........................................................................53 Zuleyka Maribel Mendoza Álava Un disfraz de bendición.......................................................................55 Karla Silvana Pinargote Sánchez La palabra desconocida........................................................................57


Angie Valeria Calvopiña García El carro recolector de la suerte............................................................59 Roxana Yomaira Moreira Cantos Una tarde de playa para no olvidar ....................................................61 Luiggi Arévalo Cedeño Soledispa La casa de cuatro pisos..........................................................................64 Yisela Alexandra Barreto Pico Quise verlo por última vez...................................................................65 Beatriz Quijije El día en que todos perdimos.........................................................67 Bolívar Henry Navarrete Chilán Un rayo de luz........................................................................................69 Diana Zavala El sacudón de nuestras vidas...............................................................73 Águeda Marilú Guaranda Mendoza Escapé de la muerte...............................................................................76 Jorge Zambrano Manta se puso de pie.............................................................................77 Mauro Misael Molina Navarrete Algo cambia, la vida no vuelve a ser la misma................................79 Jahaira Basurto La historia de «Los bonitos»................................................................83 Nathaly Sánchez Camacho Un caballero de brillante armadura....................................................88 Genny Elena Holguín Delgado Una gran mamá.....................................................................................91 Bárbara Almeida Macías Visita inesperada...................................................................................93 Alberto Borja Héroes de capa roja...............................................................................96 Laura Barriga de Guerrero La compañía de Luciana.....................................................................100 Antonio Cedeño Una larga jornada................................................................................102 Valeria Mendoza Las vacaciones más amargas..............................................................107 Magdalena Magaly Cedeño Flores Olvidar y sanar.....................................................................................109 Cynthia Elizabeth Vinces Estrella Canoa era nuestro destino..................................................................111


Vanessa Chacho Yoza La muerte tocó algunas puertas.........................................................113 Familia Yoza Unidos en un solo abrazo...................................................................115 Xavier Soledispa El perro se quedó en Pedernales........................................................117 Stalin Orley Pilozo Lucio 2012.......................................................................................................119 Tatiana Mendoza Armijos Ciudad envuelta en un triste blues....................................................121 María Quijije Ortega Canción de cuna..................................................................................124 Alexi María Arroba Párraga Los juegos del tiempo.........................................................................126 Fernando Flor Fonseca Jocay, tierra y llanto.............................................................................128 Antonio Nogales, César Sánchez y Luis Felipe Sadez Bomberos y canes en acción..............................................................144 Dr. Leonardo Moreira Delgado Instinto de salvación...........................................................................147 Xavier Vera El portal de los sábados......................................................................149 Gabriela Jaramillo Ochoa Una carta al capitán.............................................................................150 Alexis Cuzme Testigo del grito...................................................................................152 Eddy Jossue Solórzano Mendoza El tiempo que unió a un país.............................................................154 John Alejandro Loor García Un rescate, una mano, una vida........................................................157 David Stalin Flores Chávez De regreso al hogar.............................................................................160 Xavier Soto Cerca del cerro, lejos de todo.............................................................161 Patricia Guanoluisa El ángel de la capilla de Santa Marianita..........................................165 Galo Leonardo Cobeña Zambrano Los designios del tiempo....................................................................167 Rocío Lagos A. Volver a empezar.................................................................................169


Gabriela Lourdes Vélez Bermello Entre el pasamanos, la cisterna y el fútbol.......................................171 Evelyn A. Pensé que era el fin del mundo..........................................................176 Irene Gabriela Plaza Cedeño Una mujer de guerra...........................................................................179 Alicia Pruss Quevedo Manos amigas......................................................................................181 Roberto Estuardo Mero Barcia Juntos hasta el final..............................................................................184 María Johana Flores Morán Cumpleaños de Axel...........................................................................186 Freddy Solórzano El iluso..................................................................................................188 Nathali Álava El día más feliz de mi vida..................................................................190 Marcela Segovia Segovia Mi bandera son los animales.............................................................192 Ignacio Loor Una voz.................................................................................................194 Julia Garay Vera La gata lo supo.....................................................................................196 Lilia Largacha León Mi tristeza convertida en un sueño..................................................200 Lorena Soledispa Un encuentro que nunca se dio.........................................................202 Carlos Guevara Mendoza Así viví el 16A......................................................................................204 Erika Pico Zea En el lugar equivocado........................................................................206 Fabiola Cedeño Mi triste 16A........................................................................................209 Alfredo E. Pazmiño Gavilanes Sobrevivimos........................................................................................212 Suley Alexandra Flores Chávez La despedida........................................................................................214 Dolores Enriqueta Castillo Figueroa Lo que no vi, pero sí viví....................................................................217 Mayddeth Gabriela Delgado Mero Nuestro hogar convertido en polvo..................................................219


Mayra Quijije El sonido del dolor..............................................................................221 José Aurelio Cevallos Odisea en el hospital ..........................................................................223 Orlando Bladimir Rodríguez Peñafiel Cambiándonos de ciudad...................................................................225 Jairo Barreiro Vélez El juego del elefante.............................................................................227 Carolina de Agra Un arcoíris en Portoviejo....................................................................229 Monserrate Macías Dolor en el barrio Miraflores.............................................................231 Bryan Pachay Perdiéndolo todo.................................................................................232 Iliana Andrea Olmedo Toala Mirando hacia el mar..........................................................................234 Juana Isabel Álvia Alonzo Sepan que yo los extraño....................................................................236 María Mercedes Aldaz Quiroz El propósito..........................................................................................238 Jaime Arroyo Gómez «Pegasos», caballeros del aire......................................................240 Tito Leonardo Troya Un rescate de película.........................................................................246 Lorena Loor La visita a Manabí que nunca olvidaré.............................................249 Ricardo Ferri Los rostros de la solidaridad..............................................................251 Bryan Intriago Valdivieso Un héroe en la ciudad.........................................................................254 Neiban Zambrano Tragedia en La Dolorosa.....................................................................257 Juan Bosco Coppiano 16 de abril, el infierno que subió de las entrañas de la tierra.........260


Liberar emociones, escribir en el recuerdo de todos el nombre de un ser querido, dejar ir el dolor; describir su lado de una historia impactante, real y absolutamente sobrecogedora; o cuales quiera que fueran las razones para contarnos sus vivencias, lo cierto es que narracio-nes nos llegaron por todas las formas posibles. Algunas fueron el simple desahogo de ir hasta donde estábamos y decirnos lo que pasó, era repartir el dolor y la añoran-za, para mitigar el uno y magnificar la otra. Muchos sin nunca antes haber escrito una historia, sin saber hacerlo, con el solo deseo de sacarlo de sus mentes, de sus pechos a punto de reventar, dio como resultado este copilado de historias íntimas con una tremenda carga emocional, todas hablaban del terremoto de aquel 16 de abril de 2016. Aún sin fotografías podemos imaginar sus rostros, ¿dónde estuvo? ¿qué sintió? ¿qué padeció?, y en cada emoción expresada, con cada estremecimiento, nos hacen partícipes de sus vivencias, un rompecabezas de situaciones y sensaciones diversas, agrupadas, son un solo testimonio del día en que se nos derrumbó la vida, nos atrapó el silencio y la obscuridad, pero nos levantó el espíritu perseverante de todo un pueblo. Alcaldía de Manta


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