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Quizás no sería lejos de la verdad decir que el más llamativo de los poemas de Javier Heraud es aquel llamado Palabra de guerrillero, que comienza así:
Porque mi patria es hermosa como una espada en el aire, y más grande ahora y aun más hermosa todavía, yo hablo y la defiendo con mi vida.
Pero se ha dicho que otro poema era aún más significativo en su obra poética, y se refiere a su toma de armas en la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional del Perú (ELN), rubricada con su propia muerte, el 15 de mayo de 1963.
Antes de ingresar en la guerrilla, Javier Heraud había pertenecido al Movimiento Social Progresista, pero renunció en 1962, porque dijo que no es suficiente llamarse revolucionario para serlo. Luego diría: De ahora en adelante, me enrumbaré por la ruta definitiva donde brilla esplendorosa el alba de la humanidad; es el destino momentáneo de América. Además, escribe a su madre desde La Habana, donde se encontró enamorado de Cuba y de la revolución de Fidel Castro: Todo es hermoso, vivo ahora en un país libre, y tú en un país explotado.
A principios de 1963, Javier Heraud, ya guerrillero del ELN, ingresó en el Perú desde
Bolivia. En la noche del 14 de mayo, en Puerto Maldonado, junto con otros seis compañeros tuvieron un enfrentamiento con miembros de la Guardia Republicana mientras eran trasladados a la comisaría bajo custodia. En medio del caos, Javier y uno de sus compañeros lograron huir y en la madrugada del 15 de mayo, cuando intentaban continuar su huida navegando por el río Madre de Dios, se encontraron nuevamente con los agentes del orden y en este nuevo enfrentamiento diecinueve balas “Dum-Dum” acabaron con la vida del joven poeta. Así se rubricó este poema de acción, que fue más profundo que uno escrito con palabras, aunque la poesía escrita por Javier Heraud también cumple con lo que dice el libro de los Hebreos en el Nuevo Testamento de la Biblia con respecto a la palabra del poeta inicial del universo, Dios, el Creador: En efecto, la Palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo. Penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, sondeando los huesos y los tuétanos para probar los deseos y los sentimientos más íntimos. De veras, las palabras escritas por Javier Heraud son sumamente penetrantes, brotan de un corazón muy sensible aunque él, en su propia persona, se fue más allá que las palabras escritas, e iba hasta su entrega personal como guerrillero.
Cuando rubrica su poesía con su muerte, Javier Heraud tiene apenas 21 años y se puede preguntar ¿quién de veras era este joven poeta-guerrillero que murió en la selva peruana? Había nacido en el seno de una familia de clase media-alta de Miraflores en Lima. Tuvo una educación formal primero en el Colegio de los Sagrados Corazones de Belén y luego en el Colegio Markham. Sumamente inteligente, fue un profesor a los 16 años y luego se matriculó en la Católica y en la Universidad de San Marcos.
Mientras estaba rodeado del confort y el bienestar de una familia miraflorina, Javier estaba inquieto. Vivía su juventud durante los años del gobierno del general Manuel Odría. En aquel entonces, el Perú era un país de profundas desigualdades, y fue el momento en la historia nacional cuando se iniciaba la gran migración de los habitantes de la sierra a las ciudades de la costa, y así en las afueras de Lima comenzaban a aparecer las barriadas, o pueblos jóvenes, que eran una manifestación de la extrema pobreza, vinculada con la injusticia, la opresión, la falta de trabajo y la falta de oportunidad para vivir una vida digna. Javier soñaba con un país donde todos, sin excepción podrían vivir felices en una patria como aquella descrita por Abraham Lincoln en su famoso discurso en el cementerio de Gettysburg en 1863: en que el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra.
El sentimiento de Javier Heraud con respecto al Perú fue de un patriotismo profundo, telúrico, expresado en el poema Solo, donde leemos:
En las montañas o el mar sentirme solo, aire, viento, árbol, cosecha estéril. Sonrisa, rostro, cielo y silencio, en el Sur, o en el Este, o en el nacimiento de un nuevo río.
Y también lo encontramos en El Deseo:
Quisiera descansar todo un año y volver mis ojos al mar… Levantarme, sentarme, recostarme en las vertientes o en las orillas…
En la década de los sesenta, al mismo tiempo que había en el Perú una desigualdad social profunda y un sistema político incapaz de ofrecer soluciones, había también una minoría cultural vinculada con el Existencialismo Europeo, simbolizado en el cine por el neorrealismo italiano con películas como la famosa Ladrones de bicicleta. Esta visión angustiada se encuentra en la narrativa peruana con obras como Los gallinazos sin plumas, escrita por Julio Ramón Ribeyro en 1955. Además, no faltaba poesía peruana que reconocía la deprimente situación social. Por ejemplo, Alejandro Romualdo publicó Poesía concreta en 1952. Su poema A otra cosa hace pensar en la filosofía existencialista de Jean Paul Sarte y Albert Camus:
Basta ya la agonía. Ya no me importa la soledad, la angustia ni la nada. estoy harto de escombros y de sombras.
Uno siente aquí que no estamos muy lejos de lo que dijo Sarte: El infierno son los otros. Ahora bien, si el Existencialismo Europeo era sumamente triste y coincidía con una situación social deprimente en el Perú, existía también la otra cara de la moneda. Precisamente ya, a fines del siglo XIX, se podía encontrar aquí en Latinoamérica una visión totalmente distinta, positiva, a pesar de la pesadumbre socio-política, en la voz de José Martí, el gran poeta cubano. Él escribió en Yo soy un hombre sincero: sus arcos.
Este poema es de todos los sentimientos; el poeta llora, se ríe, abraza, besa, y para él: los árboles cantan con mi corazón de pájaro, los ríos cantan con mis brazos.
Yo vengo de todas partes, y hacia todas partes voy: arte soy entre las artes, en los montes, monte soy. Yo sé los nombres extraños de las yerbas y de las flores, y de mortales engaños, y de sublimes dolores. Yo he visto en la noche oscura llover sobre mi cabeza los rayos de lumbre puro de la divina belleza.
Este poema, que es bastante largo, hace pensar en lo que Javier Heraud escribió en El Río. También es largo, pero veamos algo de él:
Yo soy un río, voy bajando por las piedras anchas, voy bajando por las rocas duras, por el sendero dibujado por el viento…