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Actualidad Jorge G. León Zevallos

En el marco de la celebración del “Carnaval del Reencuentro 2023”, la Gerencia de Turismo, Cultura y Centro Histórico de la Municipalidad Provincial de Cajamarca, con acierto ha organizado la muestra pictórica “Carnaval del Reencuentro” del pintor cajamarquino, andino y universal, Joan Alfaro, en la Casona Espinach.

El acogedor ambiente multicolor permite rememorar el carnaval de ayer y el de hoy, así como sus grandes promotores y representantes. Entre serpentinas, música y coplas carnestolendas, la noche inaugural concedió la oportunidad de gozar del arte poético de un gran carnavalero, gran promotor cultural y turístico, refinado docente universitario, cajamarquino de corazón, Manuel Ibáñez Rosazza. Con el amor a esta Cajamarca y su folklore, el vate cantaba:

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El Carnaval abre las puertas, las aguas, los trajines, las cortinas y las censuras y la guitarra se despierta desempolvando entre polvos y colores sus sones después de meses,tiñiendo con coplas las casas, las gargantas, las esquinas, los capulíes y los picos de las botellas y la guitarra no se cansa ni se fatigan los dedos como abanicos libres, como comparsas rasgueadoras, mientras cae una lluvia de papel picado y música monótona sobre el arco iris que ha bajado del cielo cantando libre y largo mientras la vergüenza se arrebuja en su alforja por unos cuantos días.

I. EL PINTOR Y SU MUNDO

Una tarde de algo más de 20 años, en el monástico Conjunto Monumental de Belén, Pilar Hoyos estela y Sandra Armas Barrantes, entonces responsables de Comunicaciones, actividades culturales y de proyectos de apropiación social de patrimonio histórico, me solicitan una reunión para presentarme un conjunto de obras pictóricas de un joven pintor -con apariencia naif de adolescenteque, acompañado de su padre, solicitaban se les permitiera hacer una exposición de las pinturas de este novel artista. Desde entonces el arte ha unido nuestras vidas y nuestra amistad.

Cuando nos acercamos a la producción pictórica de Joan Alfaro podemos identificar:

En su matriz: la soledad cósmica. Allí se procesan mundos internos y entorno telúrico e histórico. “Para mí eso es lo más básico para el arte, la sensibilidad, con eso hago el arte”.

Joan es el zurdo pintor autodidacta, disidente y renuente con el status quo en la escuela, en el colegio, en el formalismo de la formación técnica de bellas artes, creador innato que conforme han pasado los años y nos han maravillado sus obras, hemos sido beneficiarios colectivos de inspiración, color, técnica, persistencia, trabajo y compromiso. Joan nos confiesa: “Desde que lo decidí me fui de frente al mundo del arte de manera autodidacta”. “Era persistente, pintaba y pintaba.”

En su paleta: no sólo encontramos colores, tiene su mundo y nuestro mundo (complejo, fascinante, a veces desestructurado, violento), el andino, el mestizo. “Cuando veo un cuadro, me traslada a los hechos vividos en mi entorno cercano y eso es intenso.”

En su tela, en el silencio de la noche o al amanecer multicolor del valle cajamarquino, plasma formas, mensajes, orden, color, mitos, gozo estético.

En su sonrisa, proclama la alegría de vivir y la esperanza de la fraternidad universal.

En su creación artística se engarzan la inspiración, los materiales y la técnica, pero también la música. Por eso sin duda, sus obras transmiten fuerza, energía, movimiento, dulzura plena. El artista nos revelará: “Es muy importante la música para hacer mis pinturas, me incentivo escuchándola, es como un puente, una gran aliada para alcanzar la concentración. La melodía de la canción crea figuras en mi mente, es completamente inspiradora. Algunos cuadros tienen nombre de canciones.”

Oportunamente podemos recoger los versos de Manuel Ibáñez Rosazza, “El colorao”, a quien recordamos acompañar las coplas del carnaval cajamarquino, con cucharas, sonantes y acompasadas, invitando a la presencia rítmica de la guitarra:

Guitarra sin ropaje, al hombro, a la espalda, a la mano, al techo del ropero, o en estuche, pero siempre luciendo tu figura inconfundible sin esconderte apenas en la epopeya grávida de tu forma moldeada en el paisaje de las cosas queridas en el lomaje de tu cuerpo visible al aire, altivo, sin venias, sin bisagras, sin dobleces. Guitarra pálida u oscura, guitarra marrón o colorada, torso acunando los arrullos metálicos, mástil sensible, curva onfaloidea, cadera modulante racimo de tañidos.

II. SU ARTE

Como toda reflexión o comentario alrededor de la obra de un pintor, es una tarea enmarañada porque es prácticamente imposible hallar documentos que, habiendo sido escritos por pintores, hagan referencia a su metodología.

La obra pictórica de Joan, que ya empieza a ser frondosa y siempre cautivante, es una expresión de intimidad profunda y realidad social. Desde la luminosidad e intensidad de sus colores nos afinca en nuestra realidad y nos eleva a mundos imaginarios.

Los colores, si, aquí podemos establecer un primer consenso: al admirar y dejarnos transportar por cada cuadro de Joan, la vivacidad y el ímpetu de sus colores es un elemento identitario de su producción.

El color es un generador de vivencias y significados: expresa estados de ánimo, da a conocer y señala nuestra identidad y nos permite diferenciarnos. Los colores nos ayudan a comunicar y hacer llegar nuestros mensajes por los ojos, y por lo tanto de manera más efectiva, veraz y eficaz.

El color, o los colores, nos abren a la experiencia estética. La experiencia estética es la vivencia del “abandono” del receptor ante la obra, por la pérdida de la conciencia de sí, por ese instante en que se sumerge en el objeto propuesto y olvida la realidad ajena a la propia obra. La experiencia estética es el total abandono de los sentidos ante los colores y las formas. Es el gozo de lo bello mediante emociones generadas por la luminosidad e irradiación de los colores. Joan mismo nos comparte su experiencia vital, su manejo de los colores y la exquisita técnica: “Tuve una época muy difícil por la muerte de mi hija. La pintura me sirvió como catarsis. Y después retomé el trabajo de otra manera. Hasta ahora mantengo el color fuerte, la minuciosidad en el detalle. Quizás he agudizado el trazo, lo he perfeccionado y es más delicado.”

Del dolor a la explosión del color. Los colores, Joan los plasma en ojos maravillosos, en mariposas atractivas y primorosas, en trajes de ensueño, en flores encantadoras y resplandecientes. En sus obras nos encontramos con la presencia de Amelié, y de la mujer, de los ojos claros, llorosos o vivaces, de la belleza de la naturaleza, y de la cosmovisión andina, mestiza y altiva, con sus mitos y magia.

Desde nuestra experiencia de espectadores sabemos bien que las expresiones artísticas generan vivencias estéticas que funcionan como vehículos que estimulan la acción de innovar y crear, despiertan el vínculo social y emocional y generan la comprensión de las ideas propias y ajenas. Al respecto Joan nos invita a comprender su arte: “… en el arte uno cuando tiene fe y haces cosas por instinto, como yo lo he hecho, creciendo emocionalmente con el arte. Eso me parece increíble, que yo haya reflejado mis emociones en los cuadros y que esas cosas que están sucediendo sean cosas positivas.”

Otra característica de la obra del “Zurdo autodidacta” es la fineza del detalle, de la filigrana de líneas y abanico cromático. Es el valor del detalle para comprender el conjunto. Más que sólo técnica es un mensaje vital sobre el valor de los detalles, de lo pequeño, de lo insignificante para darle sentido a nuestra existencia.

En los trabajos de Joan también hay un enfoque de integralidad cósmica. El entorno paisajístico no es un “marco”: es acercamiento a la mirada emocionada de nuestra diversidad ecológica, a la pluriculturalidad andina y cajamarquina.

III. SU PROPUESTA

En el arte de Joan, la honda vivencia estética se arropa, está nutrida de historia e identidad andina, mestiza, cajamarquina. Él mismo no duda en afirmar: “[es vital] estar en Cajamarca con mi familia, mi intimidad, mi energía, mi centro de inspiración. Nacen las ideas, voy dándoles forma.” “…mi trabajo refleja la relación sentimental que tengo con Cajamarca y el Perú.”

No son pocos los críticos de arte que adjudican o catalogan el conjunto de la producción pictórica de Joan como expresión innata del realismo mágico, donde la intimidad y la realidad histórica se funden. Personalmente me atrevería a considerar que estamos ante un alto representante de una propuesta pictórica donde la intimidad y la creatividad se entrelazan virtuosamente con lo andino - mestizo. Las palabras mismas de Joan lo confirman: “Estoy en busca de mi peculiaridad y creo que estoy más cerca con los años. Destaco siempre mis raíces pero al mismo tiempo los cuadros nacen de mi estado personal, Sin embargo, el indigenismo, que me parece una corriente pictórica potente, no ha representado a este tipo de pobladores mestizos del Ande. En mi caso, yo sí he resaltado esto.”

Es un arte surrealista, considerado como una actitud de vida, como una afirmación intensa de la libertad, la esperanza de una vida humana de plenitud, la utopía de una mente dueña de todas sus posibilidades. Y ese arte surrealista enraizado con nuestros orígenes, con rostros mestizos anónimos o con rostros como los de Imac Sumac y Túpac Amaru; figuras de nuestra historia andina que representan nuestra secular lucha por la libertad y el arte en su dimensión global a través del canto primoroso e insuperable. Pintura autobiográfica y social. Temática integral y compleja: intimidad y realidad social. Extraordinaria simbiosis de la imaginación y la realidad, cosmovisión y cultura andina. A propósito de su muestra denominada “Fantasía”, Joan considera: “… hice ‘Fantasía’, basado en el mestizaje y folclore cajamarquino. Me gusta inventar personajes, recree las historias de duendes y chamanes.” En otro momento, con una mirada integral de su propuesta pictórica Joan Alfaro sentenciará: “Siempre está el tema cultural y sentimental, va a la par cuando ejecuto mis pinturas, ya que al mismo tiempo reflejo cosas personales en los cuadros.”

En la propuesta de Joan, sin amagos ni mezquindad podemos reconocer dedicación y versatilidad. Por años ha explorado nuevas técnicas y procesos creativos: acuarela, óleo sobre lienzo, o acrílico, hasta tallado en madera; del trazo inicial, al bosquejo, al grabado o a la obra definitiva y las reproducciones certificadas. En cada una de sus producciones admiramos la fuerza del impacto visual de su obra, y no dejamos de reconocer las influencias de Gustav Klimt, Van Gogh y el indigenismo peruano.

Permítanme resaltar una dimensión muy personal de Joan y que engrandece su calidad humana y artística. Él fusiona de manera auténtica el mundo del arte con la solidaridad. No son pocos sus aportes a causas por los más desfavorecidos y sufrientes, su apoyo desinteresado a organizaciones de voluntariado; más aún, actualmente es Socio Honorario del Club de Leones Caxamarca Centenario.

IV. EPÍLOGO

Esta renovada muestra pictórica, de carácter temático, es una colorida invitación de Joan Alfaro a gozar del “Carnaval del reencuentro”.

Los cajamarquinos en estos meses de aguacero y granizo, de chicharrones y chicha, de serpentina, guitarra y coplas, sabemos bien que el carnaval es: catarsis – “nivelación social” – anomia.

Prestando las afirmaciones de Natalia Majluf en su última publicación, La invención del indio, a propósito de la producción pictórica de Francisco Laso, también podemos afirmar sobre la producción de Joan: “Sus pinturas no le pertenecen, tienen vida propia… [su obra] es una potencia de argumentos visuales.”

Y en estos momentos complejos y difíciles de nuestro país, cuando la polarización y fragmentación pretenden reducir nuestra realidad al blanco y negro, la obra de Joan nos lanza a la convicción que nuestra historia social es una explosión de colores, como expresión de la libertad humana, de la libertad del artista; como también el canto de la esperanza de la victoria de la alegría y la justicia social y ambiental.

En Joan la sencillez conquista la cima del arte. Gracias Joan, por tu Carnaval del reencuentro, carnaval de la alegría y el color, por tu amor a Cajamarca y a nuestra historia andina.

La irrupción de la inteligencia artificial, a lomos de quienes ansían horizontes empresariales en los que solo existan ingresos y de aquellos otros para los que la persona es apenas materialidad, constituye una seria amenaza.

No estamos ante el descubrimiento de la rueda o de la imprenta, que procuraron al hombre una ayuda extraordinaria para su vida o trabajo, sino ante algo concebido para desplazar por completo al ser humano. Para Lovelock, el futuro será el de fábricas en las que únicamente habrá un operario y un perro. El primero tendrá como tarea la de alimentar al can y este la de vigilar que aquel no toque ningún botón.

Lo más curioso de este asunto es que todo ha sido diseñado por su principal víctima. En lugar de ponerlo bajo su control, está dejando que le someta hasta convertirlo en pieza de museo, porque llegará un día en que habrá centros de interpretación en los que se exhibirá a individuos abordando sus cometidos habituales antes de la invasión algorítmica.

Esto recuerda bastante a la clonación de la oveja Dolly. Pero, a diferencia de ese controvertido hallazgo, el que nos ocupa no está suscitando demasiados debates ni reacciones legales en la mayoría de los países. Asistimos al fenómeno como algo que tiene que pasar por la natural evolución de las cosas, sin detenernos en el atolladero al que conduce, de colosales magnitudes en los más distintos ámbitos.

Asimov fue de los pocos que advirtió lo que se nos venía encima si no embridábamos estos avances y los sometíamos a unas reglas éticas mínimas. Sus elementales tres leyes de la robótica, alumbradas hace más de ochenta años, apuntaban a la raíz del problema. «Un robot no puede dañar a la humanidad o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daños», era la primera norma. «Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la primera ley», era la segunda. Y, en fin, «un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley». Por lo que estamos viendo, lo último parece discutible, dada la estúpida primacía que otorgamos a unos inventos que debieran servirnos para mejorar nuestra actividad pero nunca para acabar con ella.

En sus tres formidables conferencias en Princeton sobre la naturaleza humana, refundidas después en un magnífico ensayo, Roger Scruton sale al paso de esa tendencia suicida de devaluar al hombre para convertirlo en un mero producto de la biología o la genética, subrayando solo su condición animal. Detrás de esa concepción depreciadora está también el reconocimiento extendido de que la inteligencia humana es muy inferior a la artificial, motivo por el que debe cederle su espacio.

Quien así piensa olvida que nuestras facultades más elevadas, como la moral o las emociones interpersonales, no pueden explicarse ni desde una perspectiva etológica ni poniéndolas en contraste con las capacidades de un sistema informático. Ni somos primates ni criaturas inferiores a las máquinas, sino seres que conviven en libertad y se organizan mediante criterios morales después llevados al derecho, algo que ningún otro animal puede concebir ni ser sustituido tampoco por algoritmo alguno.

“Ni la ciencia ni la técnica tienen el monopolio del conocimiento, como sostiene Scruton. Aunque seamos complejos productos de ADN, somos mucho más que eso”.

Reímos, algo que no hace ningún otro animal ni aparato, y desarrollamos aptitudes imposibles de sustituirse por mecanismos artificiales, como la piedad, el amor, la pena, la responsabilidad, el sentido común, la admiración, el altruismo, la contemplación, la generosidad, el compromiso, el honor, el valor, la virtud, la alabanza, la culpabilidad, la belleza, la gratitud, el perdón, la bondad, la conciencia o el sufrimiento, entre un larguísimo etcétera. Y existen también sentimientos irreproducibles por artefactos o criaturas irracionales, como la envidia, la crítica, el odio, el resentimiento, el cinismo, el remordimiento o la indignación.

La degradación de la naturaleza humana que procura el reduccionismo biológico o genético, junto con los envites de aquellos que aventuran un mañana cibernético que nos esclavizará, deben hacernos reaccionar, si no queremos sucumbir a célebres distopías que corren el riesgo de hacerse pronto realidad.

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