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Tekhne Iatriké
José Gabriel Ávila-Rivera *
Del Pleistoceno al trasplante fecal
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Tratando de imaginar que el desarrollo del hombre tuvo como espectacular periodo de progreso al Paleolítico, palabra que proviene de dos vocablos griegos que significan “viejo” y “piedra”, resulta que este largo periodo de nuestra historia se inserta dentro del Pleistoceno, que también deriva del griego y que significa “lo más reciente”.
El primer, digamos “representante” de esta era fue el Homo habilis, que literalmente se puede entender como “hombre hábil”, pues se le vincula con la elaboración de instrumentos utilizando materiales que se encontraban en el entorno, sobresaliendo en una forma particularmente notable, la piedra. Fue nómada, es decir que no se instaló en un solo lugar, dependiendo del hallazgo de alimentos, teniendo que haber prosperado en función de adaptaciones inimaginables, que desde el punto de vista alimenticio seguramente incluyó el llegar a ser carnívoro oportunista; es decir, carroñero.
Para algunas personas, el consumo de carne tiene grandes desventajas para la salud y en términos ambientales, es extremadamente costoso desde muchos puntos de vista. No solamente contribuye a la tala de bosques para favorecer la generación de praderas que brinden pastizales que alimenten a los bovinos. También provoca erosión y un inconmensurable consumo de agua que se acentúa por una contaminación acuática imposible de valorar en su real dimensión, dentro de muchos otros factores, como la contribución al fenómeno de cambio climático, pérdida de biodiversidad, maltrato animal, desestabilización de comunidades y por supuesto, injusticia social.
Tratando de ser puntual en mis apreciaciones, aceptando mi supina ignorancia en términos paleontológicos y antropológicos, considerando que estamos en riesgo de perecer como especie y buscando desesperadamente ser optimista, ante un panorama particularmente desolador, me encuentro con contrastes que pueden motivar cualquier variedad de estados de ánimo e interrogantes que motivan ideas que, en su realidad, parecieran disparatadas.
Escribo lo anterior en el mes de marzo del año 2021. El 18 de febrero, la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por las siglas en inglés de National Aeronautics and Space Administration), logró posicionar en la superficie de Marte al robot explorador Perseverance que, además de buscar evidencias de vida en ese planeta, recogerá muestras de materiales para que después sean traídas a la Tierra. Dentro de muchas hazañas tecnológicas que se irán mostrando, a medida que el tiempo pase, resalta la utilización de un helicóptero que, en la atmósfera mucho más ligera que en nuestro planeta, hará vuelos de reconocimiento, enviando imágenes de una calidad que sobrepasa lo sorprendente. Del mismo modo, un brazo robótico dirigido desde los laboratorios de la NASA, tiene un componente llamado SHERLOC y otro llamado PIXL que, por medio de espectrómetros, ultravioleta y de rayos x, harán un escáner que identificará si en algún momento hubo algún fenómeno biológico, previa fotografía de alta resolución, con una cámara llamada WATSON.
El éxito del aterrizaje es resultado de una tecnología impresionante, que no solamente se dio en un lugar preciso y en un momento exacto. Personalmente lo valoro como algo superlativo; sin embargo, también es de llamar la atención que es Estados Unidos, el país con mayor número de casos provocados por el coronavirus SARS-CoV-2, en términos absolutos, hasta este momento (mediados de marzo), con más de 29,6 millones de contagios y por encima de los 538 mil fallecimientos. La pregunta obligada me sacude hasta en lo más íntimo, pues en este momento, el Covid-19 está doblegando a este país ubicado entre los tres más poderosos del mundo.
Volviendo al tiempo del Pleistoceno y el periodo Neolítico, si bien las distintas especies del género Homo ya están extintas, las necesidades de adaptación a condiciones ambientales de una variabilidad extraordinaria, conducen a una serie de razonamientos que nos llevan a terrenos de imaginaciones infinitas. No se sabe qué condicionó que nuestra especie desarrollara en una forma tan notable, el cerebro. Al parecer, existe una relación inversamente proporcional del tamaño del tubo digestivo y grado de encefalización. Si la principal fuente de proteínas puede ser brindada a través del consumo de carne o carroña, no parecería descabellado suponer que la naturaleza evolutiva obligara a la creación de utensilios que facilitaran la cacería, o la ruptura de huesos, para poder comer la médula o tuétano, aprovechando que otros animales ya hubiesen sacrificado una buena parte de la energía, a través del proceso digestivo de plantas o semillas.
Para nosotros, resulta inimaginable consumir carne podrida. La repugnancia del olor es insoportable y literalmente nauseabunda. Lo mismo sucede con nuestras heces fecales, que desechamos en una forma tan dinámica como efectiva, en una serie de procesos que no la integran a la naturaleza, generando transformaciones de contaminación invisible pero gradualmente muy nocivos. Repudiamos el estiércol, que en un momento representa una fuente de abono que brindarán nutrientes y condiciones microbianas óptimas para las plantas. Por supuesto, es inconcebible que nos alimentemos de nuestros desechos; pero tampoco podemos menospreciar a los microbios que, dentro de su pequeñez, contribuyen en una forma determinante al equilibrio ecológico.
El desarrollo de antibióticos nos ha planteado una opción de lucha contra las bacterias que nos son nocivas, sin considerar que es más el beneficio que nos producen que los perjuicios. En una conducta absurda, buscamos adaptarnos a un ambiente literalmente estéril cuando nos encontramos en un momento crucial, requiriendo procesos adaptativos que nos ponen a prueba como especie predestinada a perecer por nuestras conductas absurdas. Tan es así que, aunque parezca increíble, dentro de la terapéutica para contrarrestar los efectos de una bacteria conocida como Clostridioides difficile (antes Clostridium difficile), se ha planteado un tratamiento que a todo mundo deja estupefacto. Nuestro intestino grueso alberga cantidades de microbios que nos ayudan en una forma particularmente efectiva, en el complejo proceso digestivo y de eliminación de sustancias no útiles. La administración de antibióticos puede destruir a más bacterias que nos ayudan, dejando sobrevivir a seres que son extremadamente destructivos. Este desequilibrio microbiano puede derivar en una enfermedad conocida como Colitis pseudomembranosa, que de no resolverse es mortal. Una de las particularidades de este padecimiento es que, provocado por la presencia de bacterias resistentes a antibióticos, puede llegar el momento en el que no exista un medicamento que lo resuelva. Aunque parezca increíble, la búsqueda de alcanzar el equilibrio microbiológico del intestino grueso, ha planteado el trasplante de heces, de modo que, en un restablecimiento de la competencia microbiana, pueda lograrse una solución en este grave problema de salud.
Uno de mis libros favoritos es el Palinuro de México, escrito por Fernando del Paso Morante (1935-2018). En una especie de discurso humorístico, la primera vez que leí el siguiente fragmento, me reí mucho más allá del esbozo de una sonrisa… le dio tal cantidad de diarrea, pero tal cantidad, que hubo necesidad de ponerle una transfusión de caca. Si Fernando del paso viviera, asombrado vería que este humor negro iba a constituirse en una realidad tan patente como delirante. Y es que dentro del avance tecnológico que nos llena de sobrecogimiento, existen realidades extremadamente dolorosas que nos ubican, con razones particularmente angustiantes, en seres de naturaleza infrahumana o incluso infraanimal, término que acabo de inventar.
Como atinadamente lo expresó el evolucionista Thomas Henry Huxley (1825-1895), en un debate con un obispo inglés que se llamó Samuel Wilberforce (1805-1873), cuando el religioso le preguntó: —“Dígame, usted prefiere descender del mono por parte de madre o de padre”; obteniendo como genial respuesta de Huxley: —“Antes prefiero ser familia de un simio que de un hombre como el propio obispo, que utiliza tan vilmente sus habilidades oratorias para tratar de destruir, mediante una muestra de autoridad, una discusión libre, sobre lo que es o no verdad”.
* jgar.med@gmail.com
La prehistoria constituye un puente entre la historia humana y las ciencias naturales de la zoología, la paleontología y la geología. En consecuencia, el progreso de los historiadores puede ser el equivalente de la evolución de los zoólogos.
Épsilon
Jaime Cid
Vere Gordon Childe (1892-1957) Arqueólogo
Reseña (incompleta) de libros
Alberto Cordero *
Ensayo sobre la ceguera **
** Saramago, José
(1995). Ensayo sobre la ceguera. Alfaguara,
traducción de Basilio Losada.
Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palabra de la caja de velocidades, un bloqueo de frenos, un fallo en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticamente el claxon. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar al automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve la cabeza, hacia un lado, hacia otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logró abrir la puerta, Estoy ciego.
Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hombre parecen sanos, el iris se presenta nítido, luminoso, la esclerótica blanca, compacta como porcelana. Los párpados muy abiertos, la piel de la cara crispada, las cejas repentinamente revueltas, todo eso que cualquiera puede comprobar, son trastornos de la angustia. En un movimiento rápido, lo que estaba a la vista desapareció tras los puños cerrados del hombre, como si aún quisiera retener en el interior del cerebro la última imagen recogida, una luz roja, redonda, en un semáforo. Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación mientras le ayudaban a salir del coche, y las lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes los ojos que él decía que estaban muertos. Llamen a la policía, gritaban, saquen eso de ahí. El ciego imploraba, solo quería que lo acompañaran hasta la puerta de la casa donde vivía, la llave está ahí, en su sitio, podemos aparcarlo en la acera. No es necesario, intervino una tercera voz, yo conduciré el coche y llevo a este señor a casa. No veo, no veo, murmuraba el hombre llorando.
Entraron con dificultad en el estrecho ascensor, En qué piso vive, En el tercero, no puede usted imaginarse qué agradecido le estoy, Nada, hombre, nada, hoy por ti mañana por mí, sí, tiene razón, mañana por ti. Con los brazos hacia delante, tanteando, pasó hacia el corredor, luego se volvió cautelosamente, orientando la cara en la dirección en que pensaba que estaría el otro, Cómo podré agradecérselo, dijo.
Suspiró aliviado al oír el ruido del ascensor bajando. Con un gesto maquinal, sin recordar el estado en que se hallaba, abrió la mirilla de la puerta y observó hacia el exterior. Al otro lado era como si hubiera un muro blanco.
Vaya, has despertado al fin, dormilonazo, dijo su esposa sonriendo. Se hizo un silencio, y él dijo, Estoy ciego, no te veo. La mujer se enfadó, Déjate de bromas estúpidas, hay cosas con las que no se debe bromear, Ojalá fuese una broma, la verdad es que estoy realmente ciego, no veo nada, Por favor, no me asustes, mírame, estoy aquí, la luz está encendida, Sé que estás ahí te oigo, te toco, supongo que has encendido la luz, pero estoy ciego. Ella rompió a llorar, se agarró a él, No es verdad, dime que no es verdad. La mujer se sentó a su lado, lo abrazó mucho, lo besó con cuidado en la frente, en la cara, suavemente en los ojos, Verás eso pasará. Lo primero que hay que hacer es llamar al médico, a un oculista, voy a buscar uno en el listín, uno que tenga consulta por aquí. Dónde has dejado el coche, y súbitamente, Pero tú así como estás no podías conducir, o ya estabas en casa cuando, No, fue en la calle, cuando estaba parado en un semáforo, alguien me hizo el favor de traerme, el coche se quedó ahí, en la calle de al lado, Bueno, entonces bajaremos, me esperas en la puerta y yo voy a buscarlo, dónde has dejado las llaves, No lo sé, él no me las devolvió.
Cuando la mujer se levantó, el médico, que ya se sabía ciego, se fingió dormido. Sintió el beso que ella le dio en la frente, muy suave, como si no quisiera despertarlo de lo que creía un sueño profundo, quizá había pensado, Pobrecillo, se acostó tarde, estudiando aquel extraordinario caso del infeliz hombre ciego. Ahora comprendía el miedo de sus pacientes cuando le decían, Doctor, me parece que estoy perdiendo la vista. Se levantó con cuidado, entró en el cuarto de baño, orinó. Luego se volvió hacia donde sabía que estaba el espejo, solo extendió las manos hasta tocar el vidrio, sabía que su imagen estaba allí, mirándolo, la imagen lo veía a él, él no veía la imagen. Oyó que la mujer entraba en el cuarto, y le dijo creo que tengo algo en la vista. Déjame ver pidió, le examinó los ojos con atención, No veo nada, la frase estaba evidentemente cambiada, no correspondía al papel de la mujer, era él quien tenía que pronunciarla, pero la dijo sencillamente, así, No veo, y añadió, Supongo que el enfermo de ayer me ha contagiado su mal.
La comisión actuó con rapidez y eficacia. Antes de que anocheciera ya habían sido recogidos todos los ciegos de que había noticia, y también cierto número de posibles contagiados, al menos aquellos a quienes fue posible identificar y localizar en una rápida operación de rastreo ejercida sobre todo en los medios familiares y profesionales de los afectados por la pérdida de visión. Los primeros en ser trasladados al manicomio desocupado fueron el médico y su mujer. Había soldados de vigilancia. Se abrió el portón para que los ciegos pasaran, y luego fue encerrado de inmediato. Sirviendo de pasamanos, una gruesa cuerda iba del portón de entrada a la puerta principal del edificio. Sigan un poco hacia la derecha, ahí hay una cuerda, agárrenla y síganla siempre hacia adelante, hasta los escalones, los escalones son seis, advirtió un sargento.
Los otros llegaron juntos. Los habían recogido en sus casas, uno tras otro, el del automóvil fue el primero, el ladrón que lo robó, la chica de las gafas oscuras, el niño estrábico, ése no, a ése lo fueron a buscar al hospital al que su madre lo había llevado. La madre no venía con él, no había tenido la astucia de la mujer del médico, decir que estaba ciega sin estarlo, es una mujer sencilla, incapaz de mentir ni siquiera en su beneficio. Entraron en la sala tropezando, tanteando el aire, aquí no había cuerda que los guiase, tendrían que ir aprendiendo a costa de su dolor, el niño lloraba, llamaba a su madre, y era la chica de las gafas oscuras la que intentaba sosegarlo, Ya viene, ya viene, le decía, y como llevaba las gafas oscuras, tanto podía estar ciega como no, los otros movían los ojos a un lado y a otro y nada veían. La mujer del médico acercó la boca al oído del marido y susurró, Han entrado cuatro, una mujer, dos hombres y un niño. Qué aspecto tienen los hombres, preguntó el médico en voz baja, ella los fue describiendo, y él, A ese no lo conozco, el otro, por lo que dices, tiene todo el aire de ser el ciego que fue a la consulta, El pequeño tiene estrabismo, y la mujer que lleva gafas de sol parece bonita.
* acordero@fcfm.buap.mx