Saberes y Ciencias, número 108: El Pleistoceno en Puebla

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marzo · 2021

Tékhne Iatriké José Gabriel Ávila-Rivera *

Del Pleistoceno al trasplante fecal

T

ratando de imaginar que el desarrollo del hombre tuvo como espectacular periodo de progreso al Paleolítico, palabra que proviene de dos vocablos griegos que significan “viejo” y “piedra”, resulta que este largo periodo de nuestra historia se inserta dentro del Pleistoceno, que también deriva del griego y que significa “lo más reciente”. El primer, digamos “representante” de esta era fue el Homo habilis, que literalmente se puede entender como “hombre hábil”, pues se le vincula con la elaboración de instrumentos utilizando materiales que se encontraban en el entorno, sobresaliendo en una forma particularmente notable, la piedra. Fue nómada, es decir que no se instaló en un solo lugar, dependiendo del hallazgo de alimentos, teniendo que haber prosperado en función de adaptaciones inimaginables, que desde el punto de vista alimenticio seguramente incluyó el llegar a ser carnívoro oportunista; es decir, carroñero. Para algunas personas, el consumo de carne tiene grandes desventajas para la salud y en términos ambientales, es extremadamente costoso desde muchos puntos de vista. No solamente contribuye a la tala de bosques para favorecer la generación de praderas que brinden pastizales que alimenten a los bovinos. También provoca erosión y un inconmensurable consumo de agua que se acentúa por una contaminación acuática imposible de valorar en su real dimensión, dentro de muchos otros factores, como la contribución al fenómeno de cambio climático, pérdida de biodiversidad, maltrato animal, desestabilización de comunidades y por supuesto, injusticia social. Tratando de ser puntual en mis apreciaciones, aceptando mi supina ignorancia en términos paleontológicos y antropológicos, considerando que estamos en riesgo de perecer como especie y buscando desesperadamente ser optimista, ante un panorama particularmente desolador, me encuentro con contrastes que pueden motivar cualquier variedad de estados de ánimo e interrogantes que motivan ideas que, en su realidad, parecieran disparatadas. Escribo lo anterior en el mes de marzo del año 2021. El 18 de febrero, la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por las siglas en inglés de National Aeronautics and Space Administration), logró posicionar en la superficie de Marte al robot explorador Perseverance que, además de buscar evidencias de vida en ese planeta, recogerá muestras de materiales para que después sean traídas a la Tierra. Dentro de muchas hazañas tecnológicas que se irán mostrando, a medida que el tiempo pase, resalta la utilización de un helicóptero que, en la atmósfera mucho más ligera que en nuestro planeta, hará vuelos de reconocimiento, enviando imágenes de una calidad que sobrepasa lo sorprendente. Del mismo modo, un brazo robótico dirigido desde los laboratorios de la NASA, tiene un componente llamado SHERLOC y otro llamado PIXL que, por medio de espectrómetros, ultravioleta y de rayos x, harán un escáner que identificará si en algún momento hubo algún fenómeno biológico, previa fotografía de alta resolución, con una cámara llamada WATSON. El éxito del aterrizaje es resultado de una tecnología impresionante, que no solamente se dio en un lugar preciso y en un momento exacto. Personalmente lo valoro como algo superlativo; sin embargo, también es de llamar la atención que es Estados Unidos, el país con mayor número de casos provocados por el coronavirus SARS-CoV-2, en términos absolutos, hasta este momento (mediados de marzo), con más de 29,6 millones de contagios y por encima de los 538 mil fallecimientos. La pregunta obligada me sacude hasta en lo más íntimo, pues en este momento, el Covid-19 está doblegando a este país ubicado entre los tres más poderosos del mundo. Volviendo al tiempo del Pleistoceno y el periodo Neolítico, si bien las distintas especies del género Homo ya están extintas, las necesidades de adaptación a condiciones ambientales de una variabilidad extraordinaria, conducen a una serie de razonamientos que nos llevan a terrenos de imaginaciones infinitas. No se sabe qué condicionó que nuestra especie desarrollara en una forma tan notable, el cerebro. Al parecer, existe una relación inversamente proporcional del tamaño del tubo digestivo y grado de encefalización. Si la principal fuente de proteínas puede ser brindada a través del consumo de carne o carroña, no parecería descabellado suponer que la naturaleza evolutiva obligara a la creación de utensilios que facilitaran la cacería, o la ruptura de huesos, para poder comer la médula o tuétano, aprovechando que otros animales ya hubiesen sacrificado una buena parte de la energía, a través del proceso digestivo de plantas o semillas. Para nosotros, resulta inimaginable consumir carne podrida. La repugnancia del olor es insoportable y literalmente nauseabunda. Lo mismo sucede con nuestras heces fecales, que desechamos en una forma tan dinámica como

efectiva, en una serie de procesos que no la integran a la naturaleza, generando transformaciones de contaminación invisible pero gradualmente muy nocivos. Repudiamos el estiércol, que en un momento representa una fuente de abono que brindarán nutrientes y condiciones microbianas óptimas para las plantas. Por supuesto, es inconcebible que nos alimentemos de nuestros desechos; pero tampoco podemos menospreciar a los microbios que, dentro de su pequeñez, contribuyen en una forma determinante al equilibrio ecológico. El desarrollo de antibióticos nos ha planteado una opción de lucha contra las bacterias que nos son nocivas, sin considerar que es más el beneficio que nos producen que los perjuicios. En una conducta absurda, buscamos adaptarnos a un ambiente literalmente estéril cuando nos encontramos en un momento crucial, requiriendo procesos adaptativos que nos ponen a prueba como especie predestinada a perecer por nuestras conductas absurdas. Tan es así que, aunque parezca increíble, dentro de la terapéutica para contrarrestar los efectos de una bacteria conocida como Clostridioides difficile (antes Clostridium difficile), se ha planteado un tratamiento que a todo mundo deja estupefacto. Nuestro intestino grueso alberga cantidades de microbios que nos ayudan en una forma particularmente efectiva, en el complejo proceso digestivo y de eliminación de sustancias no útiles. La administración de antibióticos puede destruir a más bacterias que nos ayudan, dejando sobrevivir a seres que son extremadamente destructivos. Este desequilibrio microbiano puede derivar en una enfermedad conocida como Colitis pseudomembranosa, que de no resolverse es mortal. Una de las particularidades de este padecimiento es que, provocado por la presencia de bacterias resistentes a antibióticos, puede llegar el momento en el que no exista un medicamento que lo resuelva. Aunque parezca increíble, la búsqueda de alcanzar el equilibrio microbiológico del intestino grueso, ha planteado el trasplante de heces, de modo que, en un restablecimiento de la competencia microbiana, pueda lograrse una solución en este grave problema de salud. Uno de mis libros favoritos es el Palinuro de México, escrito por Fernando del Paso Morante (1935-2018). En una especie de discurso humorístico, la primera vez que leí el siguiente fragmento, me reí mucho más allá del esbozo de una sonrisa… le dio tal cantidad de diarrea, pero tal cantidad, que hubo necesidad de ponerle una transfusión de caca. Si Fernando del paso viviera, asombrado vería que este humor negro iba a constituirse en una realidad tan patente como delirante. Y es que dentro del avance tecnológico que nos llena de sobrecogimiento, existen realidades extremadamente dolorosas que nos ubican, con razones particularmente angustiantes, en seres de naturaleza infrahumana o incluso infraanimal, término que acabo de inventar. Como atinadamente lo expresó el evolucionista Thomas Henry Huxley (1825-1895), en un debate con un obispo inglés que se llamó Samuel Wilberforce (1805-1873), cuando el religioso le preguntó: —“Dígame, usted prefiere descender del mono por parte de madre o de padre”; obteniendo como genial respuesta de Huxley: —“Antes prefiero ser familia de un simio que de un hombre como el propio obispo, que utiliza tan vilmente sus habilidades oratorias para tratar de destruir, mediante una muestra de autoridad, una discusión libre, sobre lo que es o no verdad”. * jgar.med@gmail.com

Épsilon La prehistoria constituye un puente entre la historia humana y las ciencias naturales de la zoología, la paleontología y la geología. En consecuencia, el progreso de los historiadores puede ser el equivalente de la evolución de los zoólogos. Vere Gordon Childe (1892-1957) Arqueólogo

Jaime Cid


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