17 de febrero de 2021
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LOS ACUERDOS DE SAN ANDRÉS
25 AÑOS Hermann Bellinghausen
Foto: Raúl Ortega
H 17 de febrero de 2021
II
ace 25 años, el pueblo de San Andrés Larráinzar -apellidado así en memoria de un gobernador y finquero cuya familia había poseído en parte esas tierras, pobladas de antiguo por los mayas tzotziles de los Altos de Chiapas- era escenario de un evento trascendental en la historia indígena de México: representantes de alto nivel del Estado mexicano y los comandantes indígenas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) firmaron el 16 de febrero de 1996 los Acuerdos de San Andrés. Por primera, y hasta ahora única vez, el Estado nacional se comprometía a promover, respetar y elevar a rango constitucional la autodeterminación de los pueblos originarios en cuestiones tan específicas como sus territorios, sus derechos culturales, su acceso y gestión de los medios de comunicación. Aunque era apenas la primera de cuatro “mesas” y los dos “puntos” programados para desahogar las demandas de los rebeldes indígenas, se sentía como la culminación de un proceso extraordinario: los diálogos de San Andrés, que con intensidad y dramatismo se venían desarrollando allí desde varios meses antes y se prolongarían hasta agosto de ese año. Pronto se vio que nada culminaba, cuando el gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León incumplió lo acordado, en la que sería su segunda traición al EZLN. La primera traición había ocurrido el 9 de febrero de 1995, cuando Zedillo jugó la carta de la guerra y militarizó en dos días los territorios de los zapatistas mientras fingía buscar un encuentro con la comandancia general rebelPor primera, y hasta de, usando como señuelo al entonces secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma Barragán, y a la subsecretaria Beatriz Paredes, enviados suahora única vez, yos a la selva Lacandona para reestablecer la comunicación con el Comité el Estado nacional Clandestino Revolucionario Indígena, Comandancia General (CCRI-CR) del EZLN. Los enviados de Zedillo quedaron en volver pronto con una se comprometía a respuesta a los planteamientos de los indígenas. En vez de ellos, envió promover, respetar al Ejército federal en la operación militar más vasta y masiva en un sólo territorio de nuestra historia moderna. y elevar a rango Zedillo había ordenado la captura del mando rebelde, lo que equivaconstitucional la lía a reiniciar la guerra, tras un año de tregua. El repliegue de las tropas insurgentes fue impecable al ocupar posiciones de montaña inaccesibles. autodeterminación de Las comunidades en resistencia experimentaron el acoso, la agresión y el los pueblos originarios robo de las tropas federales. Muchas debieron refugiarse en las cañadas y laderas. Y guardaron una vez más el secreto.
La necesidad del diálogo con los rebeldes
La operación fracasó en su intento de reactivar las hostilidades o descabezar al zapatismo, y para comienzos de marzo de 1995 Zedillo estaba empantanado. Al patear el table-
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III
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ro y ordenar la captura del subcomandante un destino accesible y típico. Más ingenuo Marcos, jefe militar y vocero de los rebeldes, había sido Moctezuma Barragán al figuLa clase política de el gobierno había renunciado a la interlocurarse el encuentro en Tziscao, a orillas de todos los partidos ción con el EZLN. Pronto le resultó indispenuno de los hermosos lagos de Montebello, sable tenerla. donde había realizado tareas sociales en se confrontó con los El 11 de marzo el Congreso emitió la su juventud. zapotecos, purépechas, Ley para el Dialogo, la Conciliación y la Paz Un factor recurrente era la subestiDigna en Chiapas, que crea la Comisión de mación que hacía el gobierno de los indígemixes, nahuas, concordia y pacificación (Cocopa) y recononas en general, y de los rebeldes zapatistas wixaritari, rarámuris, ce a la Comisión Nacional de Intermediación en particular. De sobresalto en sobresalto, (Conai) encabezada por Samuel Ruiz García, el gobierno se había tenido que tragar que mixtecos y mayas que obispo de San Cristóbal de Las Casas. el EZLN desplegara un centenar de asese dejaron venir. Los Tras un rocambolesco movimiento de sores que incluían intelectuales y dirigenpiezas en el tablero político nacional que a la tes indígenas de medio México, así como invisibles se habían fecha no ha sido revelado, para su sorpresa importantes académicos y religiosos provuelto visibles fuera del Zedillo recibió en Los Pinos la solución que gresistas. Lo que Zedillo ponía en chiquito proponían los zapatistas para salir del imtodo el tiempo rebasaba sus proyecciones. control institucional passe. De allí se tejió el pacto para un nuevo San Andrés era uno de los “tres o encuentro, en el ejido San Miguel, a las puercuatro municipios” a los que el anterior tas de la selva Lacandona, entre la comandancia indígena y los presidente, Carlos Salinas de Gortari, había circunscrito la inenviados personales del presidente, encabezados por el ilustre conformidad indígena tras el alzamiento zapatista el primero embajador Gustavo Iruegas, el 9 de abril siguiente. La reunión de enero de 1994. Y de pronto, se convirtió en un escenario sucedió en máxima tensión. ¿Qué tal si el gobierno detenía a nacional: la clase política de todos los partidos se confrontó los comandantes? ¿Qué tal si todo era inútil y alguna de las parcon los zapotecos, purépechas, mixes, nahuas, wixaritari, rarátes tenía que salir corriendo? muris, mixtecos y mayas que se dejaron venir. Los invisibles se Venturosamente, las partes lograron pactar una reunión habían vuelto visibles fuera del control institucional. formal y pública entre la representación rebelde y el gobierno Los verdaderos protagonistas federal. Este tomó la forma de los diálogos de San Andrés, inicia¿Cómo olvidar el susto mayúsculo que se llevaron el gobierno, dos el 18 de octubre de 1995, tras una serie de reuniones prepalos soldados, los servicios de inteligencia y la prensa en vísperas ratorias en dicha localidad y que habrían de culminar con la firdel inicio de las negociaciones para la agenda y el formato de las ma de los primeros acuerdos el 16 de febrero del año siguiente. mesas del diálogo, el 19 de abril de 1995? Una marea de bases La sorpresa indígena del siglo de apoyo zapatistas llegó a la montañosa escena de San Andrés La tarde del 16 de febrero de 1996 me tomaba un café de olla para acompañar a sus comandantes, y rodeó los tanques y vehíen uno de los pocos expendios abiertos en la cabecera de San Andrés (ya para entonces rebautizado por los autónomos zaFoto: Cuartoscuro patistas, no Larráinzar, sino Sacamch’en de los Pobres) con algunos asesores del EZLN que venían de “adentro”, y de pronto se me ocurrió decirles: “¿Se dan cuenta de que están a punto de cambiar la Constitución desde abajo?”. Y uno de ellos contestó: “No creas, da vértigo”. Así de lejos había llegado el proceso. El gobierno, los medios de comunicación nacionales e internacionales y la sociedad mayoritaria experimentaban la sorpresa indígena del siglo. Lo que se previó como como un encuentro político en un alejado rincón de la República, resultó en la participación en voz alta de más de veinte pueblos originarios del país con sus lenguas y ropajes, volviéndolo un diálogo nacional, algo no previsto ni deseado por el Ejecutivo. Encabezados por Marco Antonio Bernal, de pasado guerrillero, los enviados de Zedillo esperaban un paseo folclórico, pero cada que subían a San Andrés les tocaba un rough ride que terminaba por sentarlos. A hora y media de San Cristóbal de Las Casas, al principio la propuesta zapatista de crear condiciones para reunirse en San Andrés les había parecido
Foto: Guillermo Sologuren
culos militares que resguardaban la plaza. Una profusión de huipiles y rebozos tzotziles y tzeltales desafió con su presencia a las autoridades, que estuvieron a punto de cancelar la reunión. Para empezar, los indígenas vestían demasiado bonito (cinco mil según datos oficiales, quizás el doble en realidad), con esa vestimenta que a los funcionarios les pareció de gala y que en todo veían una emboscada, ignorando que así se visten del diario los mayas de las montañas de Chiapas. Acusaron a la diócesis de San Cristóbal y a “fuerzas oscuras” de financiar tan vistosos ropajes para un acarreo que de dónde había salido. Se negaban a admitir que los “tres o cuatro municipios” eran muchos más. Enfrentaban una nueva forma de hacer política de los pueblos originarios. Las comunidades se movilizaban para constituirse en multitud organizada. ¿De qué otro modo hubieran sido capaces de crear un ejército clandestino? Aquello era un drama nacional, con un reparto memorable. Lo indígena en el centro del debate. A los diálogos concurrieron los comandantes zapatistas, una comisión de legisladores del más alto nivel (la Cocopa), una comisión de mediación conformada por mexicanos admirables (Conai), y una representación presidencial compuesta en parte por ex militantes de la izquierda radical y guerrillera, reconvertidos en negociadores o espías del gobierno priísta. Estaban presentes altos mandos del Ejército federal, a cargo de general Tomás Ángeles Dahuahare (sobrino nieto del famoso Felipe Ángeles). Si se agregan los más de cien asesores convocados por el EZLN, se puede extraer una lista de nombres muy significativa: los comandantes Tacho, David y Zebedeo, el obispo Ruiz García, el doctor Pablo González Casanova, doña Concepción Calvillo de Nava, los poetas Juan Bañuelos y Oscar Oliva, y entre los asesores Margarita Nolasco, Alfredo López Austin, Antonio García de León, el jesuita Ricardo Robles, los zapotecos Aristarco Aquino y Aldo González, etc. Por el lado oficial, senadores, diputados, algún subsecretario, funcionarios de Chiapas, un despliegue variopinto de personal de inteligencia civil y militar que luego ni hablaban entre sí. Televisoras, periodistas nacionales e internacionales. Sin embargo, los verdaderos protagonistas eran otros. Nada más impresionante que la presencia callada y numerosa de los indígenas zapatistas, cientos, miles de ellos formando día y noche (bajo el sol y la lluvia helada) un “cinturón de paz” en torno a las instalaciones municipales donde se negociaba y pernoctaban sus comandantes. No sólo eso, también se interponían al cinturón militar, del cual separaba a los indígenas la Cruz Roja. Y adentro de los tres cinturones, los improvisados salones de sesión, los arcos de la biblioteca municipal que servían de proscenio ante la plaza llena, la famosa cancha de básquetbol de la escuela adyacente techada para la ocasión y convertida en auditorio para las plenarias.
En esa ensalada como de John Le Carré en el bosque de niebla, pocos repararon en el cerco de hombres y mujeres silenciosos, despiertos, de pie día y noche, resguardando con sus cuerpos las negociaciones
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IV
Pocas veces se han juntado tantos espías (además de los policías y militares se hablaba de la Mossad, la CIA, el servicio secreto francés). Varios periodistas también lo eran. Hasta los presuntos electricistas de la CFE operaban como orejas y cableaban a discreción las instalaciones. Como en los conciertos de rock, en la plaza central había un corralón para la prensa. Decenas de altas cámaras de televisión, un enjambre de fotógrafos y otro de reporteros y observadores autorizados, como el historiador Andrés Aubry, quien se regocijaba descifrando los signos de los modernos mayas.
El desenlace. Punto y seguido
En esa ensalada como de John Le Carré en el bosque de niebla, pocos repararon en el cerco de hombres y mujeres silenciosos, despiertos, de pie día y noche, resguardando con sus cuerpos las negociaciones. Constituían un ser con vida propia, que en los cambios de turno atravesaba ordenadamente el poblado, yendo y viniendo del mercado (nuevo y nunca inaugurado) en las afueras, convertido en albergue. Procedían de la selva, la zona norte, la frontera, los Altos. Hablaban tzotzil, chol, tojolabal, tzeltal, zoque, mam. Su presencia legitimaba a los comandantes y comandantas que discutían con el gobierno una auténtica reforma de Estado. Los civiles encarnaban las demandas de los sublevados chiapanecos, ahora nacionales. Una vez firmados los primeros acuerdos, pueblos originarios de todo México los encontraron favorables, aunque no siempre lo dijeran. El proceso duraría 14 meses en total (abril de 1996-agosto de 1996). No faltaron intentos de sabotaje, como que durante las sesiones ocurrieran graves agresiones armadas de los flamantes paramilitares en Tila y Sabanilla; comenzaban los desplazados y las masacres que caracterizarían el resto del sexenio zedillista. O que se minara mediáticamente, por instrucción presidencial, la mediación del obispo Ruiz García. O que los políticos se exasperaran con el “tiempo indígena” impuesto por los comandantes del EZLN. El desenlace de la primera firma fue anticlimático. Las partes rubricaron los acuerdos por separado. No hubo foto. Los mandos zapatistas, que cada noche informaban en los portales al terminar las sesiones, se negaron a posar en la misma mesa con los delegados oficiales. Tenían motivos para desconfiar. Pronto tendrían más, al retractarse el gobierno de su firma y convertir los acuerdos de San Andrés en guión y símbolo de las reivindicaciones indígenas no satisfechas, que un cuarto de siglo después siguen en pie. Foto: Cuartoscuro