Suplemento Semanal

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SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 2 DE DICIEMBRE DE 2018 NÚMERO 1239

Silfos de “La Tempestad” Patti Smith

PATTI SMITH Eve Gil

Fernando del Paso in memoriam

O LA DEVOCIÓN POR EL ARTE

Juan Domingo Argüelles y José Ángel Leyva

Tres poemas de Fernando del Paso


LA JORNADA SEMANAL

Street art del muralista Shepard Fairey, Miami, Florida

2 2 de diciembre de 2018 // Número 1239

PATTI SMITH O LA DEVOCIÓN POR EL ARTE Compositora, cantante, actriz, fotógrafa, dibujante, lectora voraz, poeta y narradora, la estadunidense Patti Smith ha dedicado la mayor parte de sus poco más de siete décadas de vida a desarrollar una intensa y amorosa devoción por el arte en todas sus manifestaciones. Celebramos la vitalidad inagotable de esta creadora polifacética con sendos textos de Eve Gil y Vanessa Téllez, así como un fragmento de M Train, el más reciente libro autoficcional publicado por quien, además de pertenecer al Salón de la Fama del Rock, ha sido distinguida, entre muchos otros reconocimientos, con la Orden de las Artes y las Letras de Francia.

||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova y Ricardo Yáñez COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN DE DOSSIER: Marga Peña FORMACIÓN DE COLUMNAS: Juan Gabriel Puga RETOQUE DIGITAL: Felipe Carrasco y Jesús Díaz PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520.

FERNANDO DEL Aquí se presenta la faceta de poeta de un gran novelista cuya obra y trayectoria es vasta y conocida, pero que también buscó a su modo en las palabras del poema verdades de la vida y de sí mismo: seguramente encontró algunas que le dieron sentido a su vida y a su muerte, pues sabía, como su “Caracol”, que escribir es cosa de volver siempre a las andadas.

||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor.Títulos y subtítulos de la redacción

Juan Domingo Argüelles ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

F

ernando del Paso se definió como esclavo del lenguaje y, a la vez, como amo y señor de sus palabras. Expresó: “Si la escritura es o no un instrumento eficaz de revelación del mundo es cosa que no me interesa; es el instrumento que yo poseo y, para mí, el hecho de buscar la verdad, en la forma en que lo hago, le da más sentido a mi vida que el imposible encuentro con esa revelación que, por final, sólo le daría sentido a mi muerte.” Y concluyó: “Lo que busco es otra serie de verdades a través de la escritura.” Habiéndose iniciado como poeta, en 1958, con sus Sonetos de lo diario, en la célebre colección Cuadernos del Unicornio, publicados por Juan José Arreola, Del Paso irrumpió después como uno de los grandes novelistas de la lengua española, pero no abandonó nunca el género poético en el que le gustaba expresar lo cotidiano, jugar con el idioma y maravillarse y maravillarnos con los significados a veces insólitos y otras simplemente inadvertidos del oficio de vivir. Treinta años después de su librito Sonetos de lo diario, publicó De la a a la z por un poeta (1988), al cual siguieron otros libros de versos lo mismo para niños que para el público general: Paleta de diez colores (1990), Sonetos del amor y de lo diario (1997), Castillos en el aire (2002), Encuentra en cada cara lo que tiene de rara (2002), PoeMar (2004), Ripios y adivinanzas del mar (2004), Maricastaña y el ángel (2005) y ¡Hay naranjas y hay limones!: pregones, refranes y adivinanzas en verso (2007). Hace ocho años, en noviembre de 2010, lo llamé por teléfono y le pedí que nos honrara en ibero, Revista de la Universidad Iberoamericana con algún inédito suyo. Lo hizo, amable y afablemente, y me envió, por fax (él usaba todavía el fax), cuatro poemas de un libro en preparación


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Tres poemas Fernando del Paso

La rosa La rosa se deshoja con el viento,

POETA

PASO

Fernando del Paso en entrevista con La Jornada, 6 de noviembre de 2006. Foto: Marco Peláez/ La Jornada

que incluso anunció, pero no llegó a publicar: Poemas para estar solo. Esos cuatro poemas son “La rosa”, “Revuelo culinario”, “El caracol” y el que da título a ese libro que sigue inédito. Estos poemas aparecieron en el número 11 de ibero, correspondiente a diciembre de 2010-enero de 2011, anunciados en la portada con el título “Poesía inédita de Fernando del Paso”. De ese libro publicó otros tres poemas (“Inopia”, “Cuestión de identidad” y “Cuando murió mi madre”), año y medio después: en el número 5 de la revista Nueva Era (mayo de 2012), con el desacierto editorial del crédito tan disminuido que únicamente aparece con pequeño puntaje en una ficha curricular en la página 112. De no ser por el índice de dicha revista, no sabríamos bien a bien que esos tres poemas son de Fernando del Paso. Cuando le fue concedido el nombramiento de Maestro Emérito de la Universidad de Guadalajara, en noviembre de 2005, se menciona, en el informe de justificación ante el Consejo General Universitario, que el poema “Revuelo culinario” se publicó por vez primera “en la edición número uno de la revista literaria tapatía Última”. Amo y señor de sus palabras y, a la vez, esclavo del lenguaje, Del Paso es un orfebre en cada uno de sus poemas. La sencillez que consigue es producto de un trabajo paciente y esmerado. La belleza, la delicadeza y el humor se nos aparecen a cada momento en sus versos que son otra vertiente de su pródiga fantasía y de su profunda comprensión de la existencia. He aquí los cuatro poemas de ese libro anunciado y aún inédito, Poemas para estar solo, que publicamos en ibero en 2010 l

se hace cenizas, la rosa, con el sol. La rosa se pudre con la lluvia y en la tierra entierra, la rosa, su esplendor.

Revuelo culinario Bullen las madrigueras de la cocina: rubias manzanas navegan, planetarias, en el azul cuajado de la mañana, y encarna la pimienta el alma de una abeja malvada. Se caen, de las cebollas, las túnicas que predican la pureza del llanto, e ilustres espadas de apio, de verde alcurnia, se ahogan en la sangre mariana. Las nueces, encarceladas, agonizan de perfidia íntima.

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Poemas para estar solo II

I

III

Ha sido tan larga la espera.

Esta no es la vida de un perro.

Tu belleza es impronunciable.

Y tú que llegaste sólo para herirme.

Es el peregrinar de un peregrino.

También lo es tu crueldad.

Los paisajes no me conocen: Yo te tenía una corona de siemprevivas

son de aire,

Si derramas tu belleza en las miasmas,

y una caricia tan larga como el año.

y habitan en la espuma de las nubes.

o bañas tu crueldad con el arcoíris,

Llueve dentro de mí:

da lo mismo:

Pero no te hagas ilusiones:

y si mis labios están secos,

ninguna de las dos pueden ser

sigo siendo nada

mi alma está empapada de fantasmas.

en ningún poema.

y aun así no soy transparente. Mírame,

El camino debió haber comenzado hace

y verás que ya me ha besado la

mucho,

oscuridad.

pronunciadas

muchísimo tiempo, y apenas estoy dando mis primeros pasos. No hay huellas de mi nada en la nada.

PALINUR

¿un médico sin mañana? Entre la Medicina y la Literatura hay mucha historia y muchas historias, muchas obras y muchos autores: esta es una reflexión sobre ese vínculo cristalizado en una gran novela que obtuvo el Premio Novela México 1975 y vio su primera edición en 1977, cuando su autor, que no era médico, “desacartonó” a un joven médico y así tal vez lo llevó a las letras.

José Ángel Leyva ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

El motivo de este artículo es el Premio Novela México 1975 y vio su primera edición en 1977.

P

alinuro y Fernando del Paso, su creador, nacieron en el exDistrito Federal, hoy Ciudad de México. Palinuro perdió la vida en 1968 a manos del orgulloso y valiente Ejército Nacional, que más de una vez ha cubierto sus armas de gloria con sangre de estudiantes. Fernando del Paso falleció siendo un octogenario y colorido Premio Cervantes que no bajó la guardia ni su indignación ante la desaparición de los 43 normalistas o ante el régimen político al que vio caer, al menos en las elecciones. Un día, digamos de diciembre de 1980, la escritora durangueña Beatriz Quiñones puso en las manos de un inquieto estudiante de medicina un armatoste de 647 páginas. “Toma –le dijo– para que te desacartones y aprendas medicina o cómo curar las letras. Palinuro de México.” Esa noche estaba eufórica porque la acompañaba un viejo líder comunista que era su nuevo y transitorio amante, de quien decía le excitaba su llantito de perro. El muchacho, que soñaba también con una sociedad más justa y pergeñaba poemas y artículos literarios, igno-

raba que estaba por abrir su caja de Pandora y su delirio. Palinuro desplegó sin rubores todas las fantasías literarias y eróticas, sus potencias líricas y asociativas, sus ardores intelectuales y, como en todo joven, sus inconformidades. Cuando el estudiante pasó la última página, la del colofón, con un dejo de tristeza y de vacío porque sólo quedaba la relectura, se preguntó: ¿qué tipo de médico hubiese sido Palinuro de haber sobrevivido al destino marcado por Fernando del Paso o Gustavo Díaz Ordaz? Porque, como afirmara el poeta Alí Chumacero, en este país todos los presidentes de la República han sido autores o cómplices de crímenes. Palinuro había ganado el Premio Novela México 1975 y vio su primera edición en 1977. El lector de dicha novela se tituló, pero al poco tiempo abandonó la carrera de médico por las letras. Se enteró de que Fernando del Paso nunca fue alumno de la Facultad de Medicina y que Palinuro, quizás como su tío Esteban, quien soñó con ejercer el oficio de Hipócrates desde que sobreviviera en las trincheras y los hospitales del imperio Austrohúngaro, nunca asistió a una clase de medicina. El tío fue un teórico y un memorioso de la ciencia médica a partir de su trabajo como vendedor de productos farma-


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El caracol IV

V

Te dejaste morir cada día

La melancolía no es una flor.

El caracol se engaña:

cada minuto de tu vida,

No debería ser una flor.

pone su cara en su cola,

y no te diste cuenta.

Y sin embargo, sus pétalos te

y no pasa nada.

cubrieron, Y yo que te arranqué de raíces

uno a uno,

Entonces, el caracol se espanta,

de tu casa de sueños,

y se te pegaron a la piel,

y se le cae la baba.

y no supe ponerte una casa

y la volvieron la piel de la tristeza.

con los pies en la tierra.

En el caracol del sol, en el caracol de tierra,

Y tú no te diste cuenta.

en el caracol del mar, en el caracol del viento:

Ahora, que estás cubierta de otra tierra,

allí está mi casa.

ya estás muerta, y todavía no te das cuenta.

El caracol siempre, pero siempre, vuelve a las andadas.

RO, céuticos. Ambos hicieron un descubrimiento poco singular: “Ya no hay romanticismo en la medicina.” El joven tránsfuga comprendió tarde el gesto de su amiga Beatriz Quiñones. Palinuro traía consigo, como los ángeles caídos, su propio mensaje trasgresor. No sólo era el personaje mitológico de la Eneida, el piloto de la barca de Eneas: era también la antítesis suicida de Manuel Acuña y su doliente “Ante un cadáver”. Palinuro venía a ser el muerto que encamina, el que define el rumbo, el nahual, y ese Yo otro que dialoga con su voz y con su imagen. Palinuro no es un suicida sino un rebelde, un Dionisos disfrazado de Apolo que revienta la asepsia de la literatura médica con su discurso transgresor. Hace desfilar todos los horrores de laboratorio, todos los animales sacrificados y sometidos a crueles experimentos para encontrar respuestas a la enfermedad, el dolor y la caducidad humana. Y cómo no, por allí pasan los médicos de esa historia experimental, como el doctor Claude Bernard, padre de la fisiología moderna, el envidioso doctor Freud, al menos en la mirada de su examigo Jung, Paracelso, Servet, y hasta el Zenon de Opus Nigrum, de Margarita Yourcenar, que sin ser mencionado está en el espíritu del libro.

Una obra narrativa forjada con lo mejor de la literatura, desde el Tristram Shandi, Ulises, Las mil y una noches, El Barón de Münchhausen, Gargantúa y Pantagruel, Alicia en el país de la maravillas, y hasta el espíritu de El Bosco y Brueghel. Campea sobre todo un afán simultáneo de ruptura y tradición, de irreverencia popular y de aires de refinamiento, de cosmopolitismo y provincianismo. Palinuro es un carnaval, cierto, pero una fiesta que acaba en tragedia, una borrachera de erudición que culmina en la pérdida, si no de la razón, sí de la vida y, al mismo tiempo, en ese drama, en esa masa de presencias y de ausencias, el humor que nos pone a salvo una vez más de la demencia. Sí, hay algunos que optamos por el camino de Palinuro y de Del Paso, y dejamos atrás la medicina para internarnos en su espacio imaginario, como Hermann Bellinghausen y Alejandro del Valle, en México, y figuras tales como Mijaíl Bulgákov, Kobo Abe, Arthur Schnitzler y André Breton. Pero hubo quienes lograron vivir en amasiato con la medicina y la literatura, como Antón Chéjov, William Carlos Williams, Mariano Azuela, Elías Nandino, Enrique González Martínez y Francisco González-Crussi, entre otros. No fue el caso de Palinuro de México ni de Fernando del Paso, que

nos dan una lección magistral del cuerpo humano y sus remedios, que abren sin miramientos ese aparato biológico y lo desconstruyen, lo exhiben bajo el microscopio de la alegría y el erotismo; lo colocan, al margen de lo moral, en el foco de la imaginación y del conocimiento. Pero ninguno de los dos pudo evitar la repugnancia ante el espectáculo de la necropsia. Optaron por la idealización, afantasmaron el relato en ese cuadrante de la ciudad de la Plaza Santo Domingo, donde en 1955 egresó la última generación de médicos que, tal vez, aún creían en la frase hipocrática: “Curar el dolor es obra divina.” Como Cervantes, quien advirtió en el prólogo del Quijote, medio en broma medio en serio, sobre la trascendencia de su novela en un lejano porvenir, también Del Paso hizo responder a Palinuro, ante la pregunta de su alter ego Palinuro: “Simondor. Y así como hubo en la antigüedad un Rufus de Efeso y un Jenócrates de Afrodisia, también un día yo seré tan famoso que las generaciones venideras vincularán mi nombre con mi país de origen y me llamarán Palinuro de México.” Hace cincuenta años murió Palinuro en la masacre de Tlatelolco, y hace unos días apenas comenzó a revivir en la memoria literaria su creador, Fernando del Paso l


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SILFOS DE

Este es un fragmento de M Train, editado en México por Debolsillo en 2018, traducción de Aurora Echeverría Pérez.

Patti Smith ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

D

e regreso pasé por Los Ángeles y me quedé unos días en Venice Beach, que está cerca del aeropuerto. Sentada sobre las rocas, contemplé el mar escuchando música entrecruzada, reggae discordante con su revolucionario sentido de la armonía procedente de distintos radiocasetes. Tomé unos tacos de pescado y un café en el café Collage, a una mañana al oeste del paseo marítimo de Venice. No me molesté en cambiarme de ropa. Enrollé el bajo de los pantalones y metí los pies en el agua. Estaba fría, pero el tacto de la sal en la piel era agradable. No me vi con fuerzas para abrir la maleta ni el ordenador, de modo que viví con lo que llevaba en una bolsa de algodón negro. Dormí con el ruido de las olas y pasé mucho rato leyendo periódicos desechados. Después de tomarme un último café en el Collage me dirigí al aeropuerto, donde descubrí que mis maletas se habían quedado en el hotel. Subí al avión con sólo el pasaporte, una pluma blanca, un cepillo de dientes, un tubo de viaje de pasta dentífrica salina Weleda y una libreta mediana. Desprovista de libros que leer y de entretenimiento a bordo de las cinco horas de vuelo, me sentí atrapada. Hojeé la revista de la compañía aérea en la que aparecían los diez mejores refugios de esquí del país, y a continuación me dediqué a rodear con un círculo todos los lugares del mapa a doble página de Europa y Escandinavia en los que había estado. En la libreta tenía tres mil yenes y cuatro fotos. Dejé las fotos encima de la mesa: una era de Jesse, mi hija, de pie delante del café Hugo de la Place des Vosges; dos eran tomas desechadas del incensario de la tumba de Akutagawa, y la cuarta, la lápida de la poeta Sylvia Plath bajo la nieve.

Intenté escribir algo sobre Jesse pero no pude. Su rostro tiene ecos del de su padre y del orgulloso palacio donde habitan los fantasmas de nuestra vieja vida. Me guardé las otras fotos en el bolsillo y me concentré en la lápida de Sylvia bajo la nieve. No era buena, sino más bien el resultado de una especie de penitencia infernal. Decidí escribir sobre ella. Escribí para tener algo que leer. Se me ocurrió que estaba en racha de suicidios. Dazai, Akutagawa, Plath. Uno ahogado, otro por sobredosis de barbitúricos, y la tercera por intoxicación con monóxido de carbono; tres dedos del olvido, venciéndolo todo. Sylvia Plath se quitó la vida en la cocina de su piso de Londres el 11 de febrero de 1963. Tenía treinta años. Era uno de los inviernos más fríos que se recordaban en Inglaterra. Nevaba desde el día de San Esteban y en las canaletas del tejado la nieve alcanzaba cierta altura. El Támesis estaba congelado y las ovejas estaban hambrientas en los altos páramos. Su marido, el poeta Ted Hughes, la había abandonado. Sus hijos pequeños estaban a salvo en la cama. Sylvia metió la cabeza en el horno. Sólo cabe estremecerse ante tan abrumadora desolación. El temporizador avanzaba. Quedaban unos pocos minutos, todavía había la posibilidad de vivir, de apagar el gas. Me pregunté qué pasó en esos instantes por su cabeza: sus hijos, el embrión de un poema, la imagen de su marido mujeriego untando mantequilla en una tostada con otra mujer. Me pregunté qué fue del horno. Quizá el siguiente inquilino se encontró con una cocina impecable, un gran relicario para la última reflexión de una poeta con un mechón de cabello castaño claro atrapado en un gozne metálico. En el avión hacía un calor insufrible, pero los pasajeros pedían mantas. Sentí el principio de una jaqueca sorda y opresiva. Cerré los ojos y busqué una imagen del ejemplar de Ariel que me regalaron cuando tenía veinte años. Ariel se convirtió entonces en mi libro de cabecera, me sentí atraída por una poeta con una melena digna de un anuncio de champú y por la incisiva capacidad de observación de una cirujana que se arranca su propio corazón. Con poco esfuerzo llegué a ver claramente mi Ariel. Delgado y rencuadernado con tela negra gastada, se abría en mi mente por la guarda color crema en la que estaba mi firma juvenil. Pasé las páginas, repasé la forma de cada poema. Concentrada en los primeros versos, unas fuerzas impías proyectaron en el rabillo de mis ojos múltiples imágenes de un sobre blanco que frustraron mis esfuerzos por leerlos. Esta inquietante aparición me produjo una punzada, pues conocía bien ese sobre. En él había guardado unas fotos de la tumba de la poeta a la luz otoñal del norte de Inglaterra. Para hacerlas había viajado de Londres a Leeds cruzando la campiña de las Brontë hasta Hebden Bridge y el antiguo pueblo de Heptonstall, en Yorkshire. No


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“LA TEMPESTAD” llevé flores; me sentí particularmente empujada a sacar la foto. Llevaba un solo paquete de carretes de Polaroid, pero no necesitaba más. La luz era tan bonita que disparé con absoluta confianza, siete veces para ser exacto. Todas las fotos salieron bien, pero cinco eran perfectas. Me quedé tan satisfecha que le pedí a un amable irlandés que viajaba solo que me sacara una foto en el césped que había detrás de la tumba. En la foto se me veía mayor pero tenía la misma luz que tan satisfecha me había

Me dirigí al oeste, a un campo adyacente que había al otro lado de Back Lane, y localicé rápidamente la tumba. –He vuelto, Sylvia – susurré, como si ella hubiera estado esperándome.

dejado. En realidad sentí una euforia que no había experimentado en bastante tiempo, la euforia que proviene de la fácil consecución de una meta desafiante. Sin embargo, me limité a rezar una oración absorta y no dejé mi pluma en el cubo colocado junto a su lápida, como había hecho un sinfín de personas. Sólo llevaba encima mi pluma favorita, una pequeña Montbanc blanca, y no quise desprenderme de ella. Sin saber por qué, me creí eximida de ese ritual, una desobediencia que pensé que ella entendería pero que después lamentaré. Durante el largo trayecto en coche hasta la estación de ferrocarril miré las fotografías y después las metí en un sobre. En las horas que siguieron las miré varias veces más. Sin embargo, unos días después en el mismo viaje, el sobre desapareció. Desolada, repasé todos mis movimientos pero no lo encontré. Sencillamente se había desvanecido. Lloré la pérdida, agravada por el recuerdo de la euforia que había experimentado al tomar las fotos en un momento de extraña falta de alegría. A principios de febrero me encontraba de nuevo en Londres. Tomé un tren con destino a Leeds, donde me esperaba un chofer para conducirme de nuevo a Heptonstall. Esta vez yo llevaba muchos carretes y había limpiado mi cámara Land 250 y alisado cuidadosamente el interior del fuelle medio dañado. Ascendimos una colina serpenteante y el chofer aparcó delante de las lúgubres ruinas del cementerio de la antigua iglesia de Santo Tomás Becket. Me dirigí al oeste, a un campo adyacente que había al otro lado de Back Lane, y localicé rápidamente la tumba. –He vuelto, Sylvia –susurré, como si ella hubiera estado esperándome. No había contado con encontrar tal cantidad de nieve. Reflejaba el cielo color tiza ya plagado de manchas turbias. No iba a resultar fácil para una cámara tan poco sofisticada como la mía. Había demasiada luz o demasiado poca. Al cabo de media hora tenía los dedos de las manos congeladas y se estaba levantando el viento, pero, obstinada, continué haciendo fotos. Con la esperanza de que volviera a salir el sol, disparé irracionalmente hasta que acabé el carrete. Ninguna de las fotos era buena. Estaba aterida de frío, pero no podía soportar la idea de irme. Era un lugar desolado y solitario en invierno. ¿Por qué la había enterrado allí su marido? ¿Por qué no en Nueva Inglaterra, junto al mar, donde ella había nacido, donde los viernes cargados de sal se arremolinarían sobre el plath cincelado en piedra procedente de su tierra natal? Me entraron unas ganas incontrolables de orinar y me imaginé dejando caer un riachuelo; una pequeña parte de mí quería que ella sintiera ese calor humano. Vida, Sylvia. Vida.

Página anterior: La última imagen de Smith por Robert Mapplethorpe antes de que se retirara de la vida pública, San Francisco, 1979. Foto: facebook de Patti Smith. Abajo: Patti y su máquina de escribir en 1976. Foto: Lynn Goldsmith/ facebook.

El cubo lleno de plumas había desaparecido. Quizá lo habían retirado durante el invierno. Hurgué en mis bolsillos y saqué un pequeño cuaderno de espiral, una cinta violeta y un calcetín de hilo escocés con una abeja bordada cerca del borde. Rodeé el cuaderno y el calcetín con la cinta y los puse junto a la lápida. La última luz de día se desvaneció mientras yo regresaba con dificultad a la pesada verja. Cuando me acercaba al coche salió el sol, y con fuerza. Me volví en el preciso instante en que una voz susurraba: –No te vuelvas. No te vuelvas. Era como si la esposa de Lot, una columna de sal, se hubiera caído al suelo cubierto de nieve e irradiara un calor prolongado que lo fundía todo a su paso. El calor atraía la vida, hacía salir matas de hierbas y una lenta procesión de almas. Sylvia, con su jersey color crema y una falda recta, protegiéndose los ojos del sol malicioso, caminando hacia el gran retorno. A principios de la primavera visité por tercera vez la tumba de Sylvia Plath con mi hermana Linda. Ella tenía ganas de viajar por la campiña de las Brontë y lo hicimos juntas. Tras seguir los pasos de las hermanas, subimos la colina siguiendo los míos. Linda disfrutó de los campos llenos de maleza, las flores silvestres y las ruinas góticas. Yo me quedé sentada en silencio junto a la tumba, consciente de que allí se respiraba una paz poco común. Los peregrinos españoles que recorren el camino de Santiago van de un monasterio a otro coleccionando pequeñas medallas que cuelgan de su rosario como prueba de sus pasos. Yo tenía infinidad de polaroids y cada una de ellas señalaba los míos, a veces las esparcía como cartas de tarot o tarjetas de beisbol de un imaginario equipo celestial. Ahora tengo una de la tumba de Sylvia en primavera. Es muy bonita pero le falta la titilante calidad de la luz de las que perdí. Nada se puede duplicar realmente. Ni un amor, ni una joya, ni un solo verso l


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PATTI

O LA DEVOCIÓN POR EL ART Imagen esencial de la famosa rockera nacida el 30 de diciembre de 1946, también fotógrafa y dibujante, poeta y narradora, viajera incansable y personaje peculiar y ampliamente reconocido. En su libro Éramos unos niños, describe con intensidad y desenfado su vida con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, “uno de los artistas visuales más transgresores de los años setenta”.

Eve Gil |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

Izquierda: Patty Smith en la galeria Kurimanzutto, CDMX, 1 de septiembre de 2017. Foto: José Antonio López/ La Jornada. Abajo: Con su familia en 1987. Con Robert Mapplethorpe, en la escalera de incendios de su apartamento neoyorquino. Con Bob Dylan en 1975. Fotos: facebook de Patti Smith.


TE

¿Qué es un artista?

E

n su curioso relato “Devoción” (incluido en el libro del mismo título), concebido y escrito a vuelapluma durante un viaje en tren por Francia, tras hospedarse en la que fuera casa de Albert Camus, en Lourmarin, una inspirada Patti Smith, la de ahora que acarrea un pañuelo bordado de hilo con nomeolvides, obsequio de su hija Jesse, encarna al Arte en una patinadora adolescente que ejecuta osadas piruetas alrededor de una fuente ruinosa, y embruja a un curioso que habrá de convertirse, simultáneamente, en descubridor, mecenas, amante…. y en la figura paterna que es preciso asesinar para liberarse de ataduras emocionales. Este relato atemporal y de talante fantástico surge tras una profunda relectura de Simone Weil, la visión de una antigua tumba sin nombre donde está inscrita la palabra dévouement y el deslumbramiento que le produce la participación de una patinadora rusa en un campeonato transmitido por televisión. Todo cuanto imagina tiene fondo musical, “la música de mi imaginación”: Mientras duermo, el genio se combina, se regenera. La cara decidida y con forma de corazón de Simone se funde con la cara de la joven patinadora artística rusa. El pelo oscuro y corto, los ojos oscuros que penetran cielos aún más oscuros. Trepo por el lateral de un volcán rallado en el cielo, con el calor que emana del pozo de devoción que es el corazón femenino.

Pero la experiencia general que transmite la narrativa de la rockera y escritora pudiera resumirse de la siguiente manera: el artista empieza

por crear un mundo personal y congruente, y termina haciéndolo accesible y acogedor para otros. Aunque uno tiene la imagen de Patti Smith como miembro de la realeza del rock, lo cierto es que en sus libros autobiográficos –“autoficcionales”– su existencia transcurre como la de cualquier mortal, sin muchedumbres de fanáticos acechándola –a menos que, por modestia, omita tales episodios–, con tiempo suficiente para derrochar sus talentos, obteniendo reconocimiento también como fotógrafa y dibujante. Invariablemente su prosa irá acompañada de imágenes capturadas con su Polaroid del ’67, inseparable compañera… hasta que en el aeropuerto de Newart Liberty, en Alemania, un guardia de seguridad la desentrañe en busca de “cuerpos extraños”.

Patti y Robert en el Hotel Chelsea Antes siquiera de considerar la posibilidad

de ser cantante y liderar una banda –una chica al frente de una banda compuesta por varones–, encontró a un compañero excepcional, el fotógrafo Robert Mapplethorpe, que empezó siendo su mejor amigo y nunca dejó de serlo cuando pasaron a convertirse en pareja sentimental y, posteriormente, al reconocer él su homosexualidad. Hijo de católicos practicantes, casi fanáticos, Mapplethorpe (1946-1989) terminó siendo uno de los artistas visuales más transgresores de los años setenta. Aunque sus intereses eran tan variados como los de Patti, la faceta que le dio fama y fortuna fue la de “pornógrafo”…. Entrecomillo, pues

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Patti Smith en 1977

SMITH

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su apuesta era demostrar que puede hacerse arte partiendo de escenas hardcore, algunas brutales. Perseguía ante todo el realismo: retratar el ejercicio de la sexualidad humana con descarnada franqueza, más allá de la provocación de subversivos como Warhol, o del soft porn de las películas de explotación, y no en pocas ocasiones recurrió a sus propios genitales para elaborar asombrosos collages. Vale la pena destacar que, al margen de ser de los muy pocos fotógrafos de pornografía que ameritó ser expuesto en recintos más que respetables, Mapplethorpe era, ante todo, un fotógrafo excepcional. Le debemos los mejores retratos de Patti Smith empleados tanto para las portadas de sus libros como para las carátulas de sus discos, como el legendario Horses. Éramos unos niños, donde Patti narra su vida al lado de Mapplethorpe, es, entre todos sus libros, el que ameritaría ser nombrado “novela”, aunque haya obtenido el National Book Award 2011 en la categoría “No ficción”. Es, ante todo, una autobiografía de juventud, aunque la autora no acapare el rol protagónico pues Robert es parte inherente a su persona y su formación. Nacida en el North Side de Chicago, el 30 de diciembre de 1946, Patricia Lee Smith se crio en el seno de una familia católica y armoniosa y tuvo una infancia feliz y campirana, descubriendo sus primeros libros y ensayando sus primeros relatos durante las convalecencias de enfermedades amigables propias de la infancia. A los diecisiete años, explorando con un amigo que no llegaba a novio, la futura artista quedó encinta. Los padres se solidarizaron con ella y la enviaron lejos de habladurías. Patti sería protegida por un matrimonio bien avenido, y su hijo depositado en manos confiables, pero lo más notable es que fue precisamente durante aquel trance que descubrió su vocación artística, si bien pasarían varios años para darle forma a esas inquietudes, manifiestas casi siempre en versos. Iluminada por Rimbaud, la muchachita flaca invertiría sus últimos centavos en un pasaje rumbo a Nueva York, donde llevaría vida de homeless durante buen rato, antes de lograr su primer empleo como cajera en una librería donde conocerá al personaje más trascendente de su vida, Robert Mappplethorpe, quien no sólo la rescata de un momento embarazoso, sino además se le manifiesta como un alma gemela: “Vivíamos a base de pan duro y latas de estofado de buey. No teníamos dinero para ir a ninguna parte, ni televisor, teléfono ni radio. Pero teníamos nuestro tocadiscos y lo preparábamos para que el disco que habíamos elegido sonara mientras dormíamos.” / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA


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La odisea narrada por Patti; la de ella y Robert persiguiendo un sueño que ninguno tiene muy claro y sin embargo los acecha a la vuelta de cualquier esquina, los lleva directo al legendario Hotel Chelsea, donde se codean con otros artistas homeless, alguno de los cuales llegarían a ser muy famosos, o lo eran ya, como Janis Joplin… y es justo allí donde ese sueño común empieza a cobrar impulso. El talento y el carisma que juntos irradian, mezclado con aquel aire famélico que dista de ser pose; las ropas adquiridas en bazares de segunda y sus apariencias tan peculiares, Robert, bello como un ángel; Patti, andrógina, confundida a menudo con otro muchachito hermoso; esas miradas de una claridad propia de los que no llevan prisa, les acarrea no sólo amigos, también admiradores, incluso mecenas. Imposible imaginar que Robert escandalizará al mundo entero y se convertiría en el dios de Andy Warhol, y que Patti, en contraparte, actuará acorde con su educación católica, casándose por la iglesia con el también músico Fred Sonic Smith (“para no perder el apellido”) y concibiendo un hijo y una hija que la llevarían a contemplar la idea de retirarse… se apartó de los escenarios, de hecho, durante casi quince años, hasta que el corazón de Fred falló súbitamente el 4 de noviembre de 1994.

que forman parte no sólo de la colección de él sino de la obra artística de la propia Patti, quien no para de escribir canciones, poemas y narraciones durante su retiro. Su sola actitud; su pensamiento, sus sueños, son fácilmente traducibles al arte. La separación definitiva sobrevendrá cuando Robert sucumbe a la “epidemia” de los ochenta –el sida–, el 9 de marzo de 1989, y hasta el último aliento, Patti estará cogida de su mano. Tocada en cierta medida por la viudez, Patti ve partir a Fred cinco años después, como si su delgadez se fusionara con la de Robert en el éter. Es difícil imaginar a Patti llorando. Riendo no, pese a su renuencia a mostrar los dientes. Intuyo que se escondió para llorar intensamente a sus muertos durante no más de una semana y a continuación buscó a viejos amigos para retomar su carrera musical, empezando por Michael Stripe, vocalista de r.e.m. y Bob Dylan, quien ni tardo ni perezoso la incorporó a su gira internacional de finales de 1995. La recepción del público le hizo descubrir que jamás había abandonado los escenarios, que su alma había permanecido ahí todo este tiempo. El

El café de Patti El éxito llega simultáneamente para Patti y

Robert, y en medio de la vorágine, tras muchos años de tierna complicidad, sus caminos se bifurcan sin dejar de estar uno en la vida del otro. Ella le permite capturar momentos inimaginables en la existencia de una cantante de punk rock; su cotidianidad como madre, esposa y ama de casa

PATTI SMITH Vanessa Téllez ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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acida en Chicago hace poco menos de setenta y dos años, Patti Smith es una de las más reconocidas cantantes de la escena mundial. Otros detalles no menos interesantes ilustran su nombre; por ejemplo, su fascinación por la novela 2666 de Roberto Bolaño, que la ha traído en un par de ocasiones a Ciudad de México para leer Hecatombe, centenar de versos que escribió en 2014 y dedicó precisamente a la memoria literaria de Bolaño, o simple y llanamente, la pasión con la que cuenta episodios memorables de su vida en una suerte de diario titulado m Train. Publicada no muy recientemente, pero sí insistente en la reimpresión, m Train inicia con una frase que para quien desee escribir o ya lo esté haciendo no resultará indiferente: “No es tan fácil escribir sobre nada.” Esta línea, aparentemente trágica en su creación, no es sino un gancho que Smith identifica como la ávida lectora que es. Lo sabe: una vez anunciada la tragedia, no habrá

suicidio de Kurt Cobain en 1996 la afectó mucho porque realmente lo admiraba, aunque declaró sentirse mucho más enojada que triste. De esos sentimientos encontrados surge la canción “About a Boy”, incluida en su primer disco desde 1988, Gone Again. En su disco de 2011, Outside society, incluye una peculiar versión de “Smells Like Teen Spirit”, con su inconfundible voz de contralto que, sin alcanzar altas notas, resulta tremendamente expresiva y emotiva. Aunque ha recreado canciones de Tears for Fears, los Rolling Stones y los Beatles, entre otros, tanto sus covers como sus propias canciones están sustentadas en asuntos muy concretos que, a través de su voz, vibrando en consonancia con el dolor de otros, cobran un nuevo sentido y el poder de cimbrar a los más indiferentes. En lo personal, prefiero a la Patti Smith escritora; la de la cabellera abundante, aunque plateada; la adolescente de pecho plano de setenta y un años. Ha consagrado los años más recientes a viajar incansablemente –“vagabundear” sería un término más apropiado– a viajar ligero únicamente con lo indispensable: cámara, libreta, pluma y (lo primordial) un libro, para estampar sus experiencias y nostalgias en una serie de extraordinarios libros inclasificables, cruza de diario, crónica de viajes, relato y ensayo. Se adapta con inaudita facilidad –y sin costos para su salud– a cualquier circunstancia o clima, como si fueran las cafeterías que frecuenta… y cada cafetería, advierte el lector, es en sí mismo un lugar apartado del mundo. Un país colonizado por esta clienta eternamente acompañada de libros, que siempre solicita un café negro y panecillos de avena como acompañamiento para su escritura larga y sin tregua l En 1976. Foto: Judy Linn/ facebook de Patti Smith

y el tour de la memoria modo de parar al lector en el camino que el autor abre ante él. La primera frase es también el final, es el éxtasis de quien se sabe compañero de viaje de una mujer que ha recorrido kilómetros de mundo empujada solamente por el aplauso, ese único combustible de quien es artista. m Train es una mezcla curiosa de diarios, memorias, supersticiones y café, mucho café. Smith ha demostrado varios talentos evidentes en el escenario; por consiguiente, no parece extraño que la prosa que ya trabaja musicalmente no le sea ajena desde otro mood. Sobre el escritorio Smith también irradia música. Es justo cuando calla y observa que regala algo igualmente necesario, una asombrosa capacidad de introspección. Todo transcurre aparentemente desde la espontaneidad. Hay incluso frases sobre el libro que revelan la aparente necesidad de Smith por escapar constantemente del caos que dejaron ciertos años y ciertos nombres; lo anterior se revela en anotaciones que deambulan entre la nostalgia y algo muy cercano al dolor. El lector puede percibir una juventud tardía en quien, a pesar de la edad, busca reiteradamente con la repetición de las situaciones perpetuar algo más que una fotografía.

Smith viaja, visita cafeterías, pide el mismo pan tostado con aceite de oliva, lee y arrastra consigo, calle tras calle, una libreta donde anotará y borrará lo que más tarde dará forma a otra clase de belleza que surge desde el silencio. Su afán epistolar desnuda sus apetitos, casi todos. Por un lado conocemos a la autonombrada detective que sintoniza puntualmente programas del tipo “La Ley y el orden”; por el otro, a una mujer que se asombra por la simplicidad que significa levantar una piedra del suelo, o aquella que encuentra en la búsqueda de cementerios un motivo para salir de la cama una helada tarde de invierno. Sin embargo, contrariamente a lo que pudiera pensarse leído lo anterior, Smith no escribe para sus admiradores, que incluso pudieran a identificar fechas y conciertos. Por el contrario, el público lector de Smith es tan amplio como su mano sepa capaz de guiar y conectar una experiencia con otra. Si bien el tono es confesional, la lectura sobresalta por su capacidad narrativa y evidencia, a su vez, a una escritora empeñada en perfeccionar el trabajo literario que la ocupa. En ese sentido, si algo ha hecho Smith además de vivir intensamente, es leer, leer bastante l


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VIGENCIA DE JUAN DE MAIRENA Por ahora, Antonio Deltoro, Ediciones Sin Nombre, México, 2018.

José María Espinasa ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

EL GRAN POETA español Antonio Machado dio a sus lectores, en los años treinta del siglo pasado, una gran sorpresa, con la creación de Abel Martín y Juan de Mairena, heterónimos singulares y contrastantes con el tono clásico que el propio Machado había instaurado décadas antes con sus Campos de Castilla y sus Soledades. De golpe, el estandarte lírico de la generación del ’98 se volvía un poeta de vanguardia que rebasaba a sus discípulos del ’27, y se situó desde entonces como uno de los faros que ilumina la lírica en nuestro idioma y adquirió para siempre la imagen de un poeta joven. En México, uno de los grandes lectores del autor de Los complementarios es Antonio Deltoro.

La poesía de Toni (como le decimos sus amigos) está en un registro poco frecuente hoy: el de la tranquilidad más sabia que inteligente que Machado o Mairena instauran como actitud ante el mundo. Como sabemos, la poesía de Machado tuvo, a partir de la musicalización que hizo Juan Manuel Serrat de algunos textos suyos, una proyección más allá de los lectores de poesía, siempre minoritarios. La condición paradójica en él es singular: ese poeta que dejará este mundo ligero de equipaje y que tiñe su escritura de modestia y humildad es, a la vez, uno de los escritores que ha hecho más autorretratos líricos. Sabemos el trágico final de su vida, cuando huye a Francia en 1939 para escapar de las tropas franquistas, y evitar así ser detenido y probablemente fusilado, a pesar de su inmenso prestigio, pues su labor en pro de la República y su gobierno legítimo, así como su trabajo en la ya legendaria revista Hora de España, lo hacían un blanco evidente para el rencor de los alzados. En Colliure, ya en Francia, y sumido en la miseria –se cuenta que él y su hermano se turnaban el único traje que tenían para poder salir a la calle-, encuentra la muerte apenas unos días después de cruzar la frontera. Y se erige, como Lorca, en símbolo de la lucha por la libertad. Con Juan de Mairena, Machado descubre un humor fantástico y fascinante, pleno de gracia juvenil pero no exento de la melancolía de la vejez, y se afirma en la necesidad que tiene el poeta de oír el habla de la calle, la sabiduría del arroyo. Y sabe también y asume, la puesta en duda de toda certeza y evita sustituir una por otra cualquiera, edificando la razón de la incertidumbre. Algo similar hace Antonio Deltoro en su libro recién aparecido Por ahora, compuesto de máximas, aforismos, greguerías, anotaciones al paso, reflexiones vitales e íntimas. Un libro al que se puede calificar, en el mejor sentido, de radiante. Esa palabra se suele usar para describir a alguien que trae una luz interior evidente, y resulta muy pertinente para calificar este libro. Hace más de un año le dije, con un dejo cariñoso de reproche, a Antonio Deltoro, a quien me encontré en la Fundación para las Letras Mexicanas,

donde se encargaba de la tutoría de poesía, que nunca me había dado un libro suyo para publicar, y me sorprendió su respuesta: acabo de terminar uno que te voy a mandar de inmediato. Llegó justo a tiempo para que Ediciones Sin Nombre pudiera presentarlo al proyecto de coedición de la Dirección de Publicaciones de la Secretaría de Cultura federal, y que hoy vea la luz pública. Es un libro singular que se presenta como bisagra articuladora entre la poesía en verso de Deltoro y su labor ensayística y refleja esa lectura tan actual de Juan de Mairena. En sus ensayos él hace evidente su progenie: poetas como Octavio Paz o como Eliseo Diego, y hace también evidente su interés por el oficio de escritor, por la carpintería de los versos. El libro en el que reúne sus ensayos, publicado en 2012, se llama con intención evidente: Favores recibidos. Poco después de que entregó el original del libro para su edición tuvo un accidente que le ha traído fuertes problemas de salud de los que está en recuperación. No pudo, como le gustaba, seguir el proceso de publicación. Hoy que el libro es ya una realidad su aparición representa en cierta manera una manera de decirle: gracias por los favores recibidos de su poesía y de su amistad. Machado, al contrario de la impronta que pone Rimbaud a la poesía, es más poeta entre más edad tiene. Y la madurez conquista la transparencia. En su cauda, José Moreno Villa termina escribiendo hermosas canciones infantiles y José Bergamín décimas que pueden servir de arrullo a los hombres inquietos. Hay un horizonte de la poesía que siempre desemboca en la canción de cuna. Deltoro está en esa línea. Por añadidura, Por ahora se suma a esa heterodoxa y aún no bien consolidada tradición de escritura fragmentaria en México, que corre paralela al microrrelato, esa tan necesaria brevedad inteligente en estos tiempos. Pero Deltoro nos enseña algo muy de Machado: el verdadero vértigo no está en la rapidez y la aceleración sino en la demora, pues sólo la mesura puede ser realmente desmesura. Machado, Abel Martín y Juan de Mairena siguen presentes gracias a libros como Por ahora 

En nuestro próximo número

(1941-2018): BERNARDO BERTOLUCCI

Todo por el cine


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Leer

LA REVOLUCIÓN PARALELA Señor de las máscaras, Pedro Paunero, Ediciones Camelot América S.R.L., México, 2018.

Ricardo Guzmán Wolffer ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

CUANDO PENSÁBAMOS QUE los textos ficticios sobre la Revolución mexicana estaban agotados, Paunero llega con esta obra de ciencia ficción, también etiquetada como steam punk o Mexican Weird Western, donde Villa y sus seguidores libran batallas contra los Huertistas usando armas y robots basados en máquinas de vapor. El periodista gringo John Pain está en el norte de México buscando a Ambrose Bierce, célebre autor de horror y misterio. Durante su búsqueda se topará con las bandas en guerra y con varios personajes notables: la comandanta Valentina, a bordo de su corcel mecánico que echa vapor; espías alemanes y, sobre todo, seres malvados que bien podrían haber salido en los cuentos de h. p. Lovecraft, derivados de los textos del citado Bierce, que roban almas, cuerpos, ideas y la cordura de quienes se cruzan con ellos. Todo aderezado con mitos dionisiacos, entre otros.

LO ÚNICO Y LO DIVERSO: VOCES DE LA POESÍA EN PORTUGAL Y EN MÉXICO Mujeres poetas. Voces de Portugal y México, Sandra Santos y Tania Jasso (coordinadoras), Ediciones Eternos Malabares. dglab / camoes , México, 2018.

Blanca Luz Pulido ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

ANTE UN PROYECTO como éste, que reúne a tantas y tan diversas voces de mujeres poetas de Portugal y de México, es difícil encontrar palabras que expresen las sorpresas que el lector encontrará al abrir el libro en cualquiera de sus páginas: lo que sí puedo afirmar con certeza es que se trata del primer proyecto editorial que reúne

Es un texto extraño (weird) y, más que revolucionario, nos recuerda las películas de Sergio Leone (western), claro, aderezado con robots que tienen letras móviles en la boca o que son engañados por el propio Pain con sofismas para lograr, por ejemplo, que Huerta sea aplastado por el robot que se considera como la personificación “del mal” y que por eso mata a ese otro representante “del mal”. Animales fantásticos y demonios invisibles, que podrían anidar en la mitología regional del norte, llevan a un final sorprendente y a replantearnos la necesidad de clasificar las obras literarias. Aquí, por ejemplo, luego de un viaje alucinógeno resulta que la verdadera batalla es por las armas que recibe Huerta, lo que se traduciría en un reacomodo de la geopolítica mundial, pues de seguir vendiendo armas Alemania a México podrían ser aliados. Lo cual, a punto de comenzar la primera guerra mundial, resultaba una dificultad para el proyecto de nación que los gringos tenían para México. De ahí a la invasión de Villa a Columbus hay apenas un paso. Bajo la mirada novedosa de Paunero, Villa se modifica: deja de ser el bárbaro presentado en muchas historias y se convierte en un moderno usuario de la tecnología de vapor y un sentimental garañón que llora en la boda de Pain. Las poblaciones del norte resultan un peculiar campo de batalla donde conviven lo fantástico y lo entonces

moderno, con armas ficticias y robots, además de armas antiguas, como los espejos ustorios usados en la antigua Roma, todo lo cual no impide a los indígenas tornarse en semidioses combativos que determinarán el rumbo de los enfrentamientos, al igual que la raza salvaje de los perritos chihuahueños que cavan hoyos en los campos de batalla. Señor de las máscaras es una novela fresca que sorprende por los cambios temáticos y que logra modernizar en lo ficticio ese conflicto armado que suele mirarse como monolítico. Un libro que divierte, sin importar las clasificaciones, si el lector está dispuesto a ser sorprendido reiteradamente. Un exitoso inicio para el Mexican Weird Western 

a treinta y un poetas de ambos países, quince portuguesas y dieciséis mexicanas, que además incluye la publicación bilingüe de todos los poemas. El lector puede asomarse a una muestra de lo que se escribe actualmente por mujeres en estos países, de diversas generaciones, ya que del lado de Portugal abarca desde autoras nacidas en la década de los cuarenta, como Maria Azenha e Yvette Kace Centeno, hasta poetas nacidas en los ochenta y noventa, como Andreia c. Farias, Tatiana Faia, Elisabete Marques y Sandra Santos. “Para mi sed/ no hay agua que alcance”, dice la espléndida Maria Teresa Horta, poeta muy poco traducida en nuestro país. Y Ana Luísa Amaral, otra gran poeta, habla en “El exceso más perfecto”, aquí incluido, del deseo de lograr “un poema de respiración tensa y sin pudor”. Respecto a la selección de poetas mexicanas en la presente antología, su abanico de edades también es amplio, desde algunas nacidas en la prolífíca, poéticamente hablando, década de los cincuentas, como Ethel Krauze, Tedi López Mills y Marisa Trejo Sirvent, hasta autoras nacidas en los setenta y los ochenta, entre ellas, Amaranta Caballero Prado, Tania Jasso Blancas, Sara Uribe y Paula Abramo. No diré que son voces femeninas, porque la poesía va más allá del género de quien escribe, pero sí que en muchos poemas puede notarse la inquietud, la necesidad de preguntar, de repensar la identidad y el papel que la sociedad y el arte han querido atribuir a las mujeres y que, desde hace décadas, se encuentra en permanente

cambio y cuestionamiento. Elisabete Marques, una de las autoras portuguesas incluidas, escribe: “Hay diferentes modos de inventar/ la fiebre.” Todas estas autoras, de uno y de otro lado del oceáno entre los dos países, han inventado su propia fiebre de palabras, su propia poesía. Este libro abre una ventana hacia la diversidad y la pluralidad de la escritura, y al hacerlo nos da la alegría de ver compartiendo páginas a voces muy diversas, surgidas de tradiciones y países histórica y geográficamente apartados. Esfuerzos editoriales como éste pueden hacer, sin embargo, que esa distancia empiece a hacerse menos densa. Este venturoso 2018, con el movimiento de cercanía en muchos niveles que ha despertado entre las lenguas portuguesa y española, con motivo de que Portugal es el país invitado a la fil de Guadalajara, está fortaleciendo vínculos que ya existían, de manera menos evidente pero continua y progresiva, entre los dos idiomas y las dos literaturas. Mujeres poetas. Voces de Portugal y México es una prueba fehaciente de ello 


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Las rayas de la cebra Verónica Murguía

El espejismo de nuestra generosidad para Dilia Ramírez ME TEMO QUE uno de los males más arraigados en México es el racismo. Ya sé, ya sé, aquí siempre hay quien se indigna, “¿Racismo en México? Noooo, aquí nos caen muy bien los negritos.” Ya estuvo suave. Que no hay racismo, admitámoslo, es un mito que se ha disipado en los últimos años. Tan irreal como la llevada y traída “hospitalidad mexicana”, que en muchas partes del país sólo se ofrece si eres blanco, rico, o lo pareces. Los pocos afromexicanos o personas de raza negra que viven en México podrían albergar opiniones más realistas. Por ejemplo, lo que los futbolistas negros tienen que oír en los estadios mexicanos cada vez que desaprovechan un pase, basta y sobra. México es un país racista: enfurecerse cada vez que alguien lo señala sólo demuestra que somos, además de racistas, incapaces de mantener un diálogo mínimamente civilizado con los demás. Uno de los escasos motivos por los que me gustaba recordar la historia reciente de México era la actitud de los mexicanos ante los refugiados españoles, argentinos, chilenos y uruguayos que llegaron, como hoy la caravana de migrantes, huyendo de la violen-

cia y la represión. Se les abrieron las puertas. Pero nosotros no somos como fueron nuestros abuelos o nuestros padres. Hasta lo más íntimo se ha deteriorado. Si los tijuanenses no se sienten capaces de dar la mano, llevar una botella de agua o una gorra a los migrantes, nadie los juzgará. Pero tener la energía para escribir una pancarta e ir a insultar a pobres de solemnidad que vienen a pie, dejando todo atrás, sin nada, eso es ser un racista y un xenófobo cobarde. Hay niños indefensos en la caravana. El racismo ensucia la mayor parte de nuestros mexicanísimos intercambios; le llena la boca a quienes insultan con las palabras naco, chairo, chayote, indio, gato, etcétera; les agiganta el ego, les da el valor que les falta en la vida para tener caridad, para no dejarse engañar, para imaginar el sufrimiento ajeno. Y, ay, en los últimos días se ha manifestado vigorosamente en Tijuana, en la conducta de quienes injuriaron y agredieron a los migrantes. Miro las fotos, leo los tweets, las declaraciones del inepto Juan Manuel Gastélum y me muero de vergüenza. ¡Qué abundancia de insultos, de mediocres juegos de palabras (los

derechos humanos son para humanos derechos, dice el señor Gastélum, con poco ingenio y menos ética), qué argumentos sin pies ni cabeza, qué baratas imitaciones de Trump! Nashielli Ramírez, presidenta de la cndh, ha dicho que no hay ni una denuncia por robo o cualquier delito levantada en contra de los migrantes. ¿De dónde saca Gastélum sus argumentos? Del saco de mentiras de donde los políticos corruptos toman las viejas estrategias para distraer a la opinión pública: fabrico un chivo expiatorio, en este caso los migrantes, caliento los ánimos, facilito la gresca y alejo la atención de mi muy mal gobierno, fingiendo que estoy muy alarmado por esos pobres que llegan huyendo de la violencia. Es que vienen “con cánticos”. Hay tijuanenses que lo ayudan, que dicen que una cosa son los “asesinatos de cada día”, mismos que han aumentado desde que el señor Gastélum llegó al puesto, y otra cosa “esos migrantes”, a quienes calumnian con el mismo lenguaje confuso que usa Trump contra los mexicanos. Hay católicos, como un señor que envió una carta denostando a Carlos Puig, diciendo que “los están manipulando con esos valores” (los valores cristianos, asumo) y que no tiene por qué aguantar esa “invasión”. A ese señor yo le pediría que regresara a leer los Evangelios para que se diera cuenta de que es su obligación no agredir a esas personas y que, si de veras es cristiano, debe ir a darles un pan y agua, por lo menos. El señor Gastélum debería acompañarlo. Dice la Biblia “¿Te sientas tú para juzgarme conforme a la ley y violas la ley ordenando que me golpeen?” (Hechos de los apóstoles, 23:3) 

La otra escena Miguel Ángel Quemain

quemainmx@gmail.com

La luciérnaga poética de Silvia Peláez LAS CONMEMORACIONES del Movimiento del ’68 actualizaron varias visiones que destacados dramaturgos y directores mexicanos pusieron en escena. Había comentado que entre ellos está Flavio Gonzalez Mello, con Olimpia, y David Psalmón, con la puesta en escena de Auxilio, abordó el tema a partir del episodio de la poeta uruguaya Alcira Soust. El argumento se inspira en un hecho real, bajo una interpretación libérrima: el encierro forzado –durante la ocupación de la unam por el ejército– de la poeta uruguaya Alcira Soust Scaffo durante trece días en los baños de la Facultad de Filosofía y Letras. Dice Psalmón que crear un “espectáculo” sobre esta época, cruzando las miradas francesas y mexicanas, va mucho más allá de un homenaje (necesario) a las víctimas de Tlatelolco: “Nuestra intención es la de insuflar una necesaria reflexión, una mirada crítica pero también esperanzadora sobre estos acontecimientos, a través de la estimulación de la creación colectiva, el pensamiento crítico, el arte vivo y la poesía activa.” Director de Teatrosinparedes, francamente interesante y polémico, Psalmón se hace preguntas clave, como ésta: ¿En qué cambió esta época nuestras vidas y nuestras perspectivas, y qué queda de ella hoy en día?

Hay que decir que Alcira Soust vuelve a la vida resucitada por el reanimado y sobrevalorado Roberto Bolaño, quien –también hay que señalar– fue mezquinamente borrado junto con sus amigos contemporáneos por una especie de conjura “bienpensante” que supo hacerle creer a una gran parte del México lector que no había más literatura que la que hacía y leía un grupo de escritores poderosamente acomodados y prácticamente dueños de las instituciones culturales emergentes y en consolidación después del Movimiento del ’68. En ese marco aparece Luciérnaga, otro proyecto de conmemoración universitaria, fundamentalmente musical, pero que tiene la virtud de contar con un libreto breve, altamente poético y sugerente escénicamente, de Silvia Peláez, una probada dramaturga, ahora distinguida con la beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Luciérnaga, ópera de cámara para soprano, actor, ensamble y multimedia, surge de la coincidencia entre Silvia Peláez y Gabriela Ortiz por el interés en el personaje de Alcira Soust. En la documentación sobre la ópera se explica que ambas habían leído Amuleto, novela de Roberto Bolaño y se “fascinaron” con el personaje. Cuando decidieron colaborar en la creación de una ópera, Silvia Peláez “descartó la posibilidad de trabajar a partir de Bolaño, pues tratándose de un personaje real prefirió acercarse a fuentes originales y documentales, entrevistando a poetas que conocieron a Alcira en el ’68. Trabajó el libreto desde tres ejes: la historia real del ’68, la metáfora y la palabra dramática y poética, yuxtaponiendo imágenes para crear un mundo onírico y doloroso, político y poético”.

Luciérnaga

Hizo bien, pues lo que finalmente logró fue un libreto altamente poético, representable desde prácticamente cualquier espacio mental donde exista una experiencia de aislamiento y de indagación de la identidad. Su capacidad de enfrentarse a la oscuridad, al silencio y al espejo recuerdan las exploraciones de Lars Von Trier, por su desnudez y su sentido de la teatralidad sobre la escena, con todo y que lo suyo es sobre todo la dramaturgia. Desde la postura de lo femenino hubiera sido fácil para Peláez compadecerse de “la poeta”, pero lo que hizo fue compadecerse de todos los hombres, aunque la representación escénica sea una entidad femenina. Nuestra madre nos mira, somos nuestra madre en esos compromisos existenciales donde se juega la vida, pero también somos la parentalidad que nos permite sobrevivir y crear una dualidad dialógica como la que logra la dramaturga en el corazón mismo de ese monumento sonoro lleno de complejidad, modernidad y contemporaneidad que consigue Gabriela Ortiz en una puesta en escena que, para nuestra fortuna, puede consultarse y descargarse de la plataforma digital de tvunam 


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Prosaísmos Orlando Ortiz

Sub Terra, de Baldomero Lillo BALDOMERO LILLO (1867-1923) es un escritor chileno que merece más atención de la que le han prestado los dedicados al estudio de las letras en nuestra Hispanoamérica. Nació en una región minera por excelencia pero no fue minero, tampoco empleado de las compañías mineras; no obstante, los cuentos que integran este volumen titulado Sub Terra son una disección desesperante de la vida de los mineros, de los que trabajan extrayendo el carbón de socavones que no sólo perforan las entrañas del suelo, pues hay minas cuyas galerías se adentran en el mar, duplicando los riesgos del trabajo. Apunté el hecho de que no fue trabajador de las minas directamente porque sorprende la sensibilidad que muestra y la eficacia y fuerza con la que nos transmite la vida de esos hombres, y también la de sus familias, esposas, hijos, e incluso los animales condenados a la tarea de mover carretillas y vagones en el interior de las galerías. Lo admirable, también, es que a pesar de vivir en una época en la que el “realismo socialista” hacía de las suyas, Lillo muestra un distanciamiento saludable ideológicamente, mas no exento de mostrar (¿denunciar?) la explotación y las injusticias sufridas por los mineros y sus familias. Sus cuentos muestran un talento sobresaliente, una intuición narrativa que sorprende y una increíble capacidad para contarnos sus historia, pues si

bien era un ávido lector de grandes maestros de la narrativa y realizó estudios, nunca hizo una carrera de letras que le hubiera permitido conocer técnicas narrativas que utiliza con fortuna en sus relatos. No obstante, su habilidad para entrar en el alma de sus personajes es notable, pues lo hace de manera tal que nos lleva al desgarramiento de esas criaturas miserables y a la vez, en ocasiones, heroicas. Intensidad, concentración y fuerza dramática son los pilares en los que se apoyan los textos de Baldomero Lillo. Su apego a expresiones criollas y costumbres locales le valió que fuera menospreciado, pues el modernismo de expresiones finas y rebuscadas campeaba en nuestra América, y a él se aunaba la lectura de novelas francesas y rusas, al grado de que, en opinión de algunos estudiosos, los personajes y la atmósfera de numerosas novelas chilenas daban la impresión de estar ocurriendo en alguna aldea de Tolstói, Turguéniev, Dickens o Maupassant. Lillo, no obstante, supo mantener sus convicciones y lograr

Mineros

cierta notoriedad como autor de relatos proletarios, criollistas con tintes naturalistas pero de calidad tal que con su cuento “Juan Fariñas” obtuvo el primer premio de la Revista Católica. Posteriormente siguió publicando cuentos en revistas y periódicos. La primera selección de estos cuentos apareció con el título que da nombre a esta columna: Sub Terra. Una de estas historias, “La compuerta número 12” aparece en numerosa antologías y hay quienes lo consideran el mejor de sus cuentos. Sin embargo, al conocer el resto de los que integran el volumen, me pregunto si tal aseveración no es producto del desconocimiento, pues tengo la impresión de que todos ellos son de igual calibre que el mencionado. En 1898, enfermo de tuberculosis, Lillo se trasladó a Santiago en busca de mejores condiciones de trabajo y consiguió un modesto puesto como empleado en la universidad. En 1919, tempranamente jubilado, escribió a un amigo solicitándole un préstamo para liquidar una deuda de mil pesos que lo había agobiado a lo largo de tres años. Su jubilación era miserable, sólo 125 pesos mensuales. “He querido ganar algo con la pluma pero —escribió en la carta— me he estrellado con la mezquindad de los directores de revistas que como el de Zig-Zag me da $30 por un cuento que me ha costado quince días de trabajo.” La fuerza de sus narraciones es tal que en algún momento surgió la “leyenda”, o la idea, si se prefiere, de que influyeron para lograr que fuera reformada la legislación minera en Lota y Coronel, regiones en las que transcurren las historias de Sub Terra. No desparecieron la explotación y la injusticia, pero menguaron algo, se dice 

Monólogos compartidos Francisco Torres Córdova

Plegaria del viejo pepenador YA MÁS PARA ALLÁ no hay. Esta orilla se acaba de aquel lado y de este lado atrás es sólo camino de regreso a la ciudad que levanta su espalda a la distancia y luego ya se sigue de largo por su rumbo el mundo. Esa humareda que sale delante de la choza de lámina y viejos bloques de hormigón, a la derecha de los matorrales secos, es de las que cortan los labios y encajan en la lengua un sabor amargo que también se agarra a las encías y arde en el pecho, y no hay tos que se lo saque a uno, tampoco olvido que lo arranque del recuerdo. Ahí se queda ya y se suma desde adentro al hedor que se endurece en estos aires, brisas pesadas y podridas que se estancan en la piel y corrompen el agua del aliento. Algo siempre arde despacio por ahí, en las grietas del suelo carcomido o en un hueco entre las capas que agrega inexorable a su horizonte la inmundicia. Hay noches que una llamarada truena en el silencio sus venenos. Se asustan y ladran los perros. Relumbran sus colmillos en el filo de las sombras; se encienden los ojos de las ratas en

el centro. De este lado, acá donde uno puede al menos no morirse todavía, en las tardes o mañanas pero nunca a pleno sol, ando yo con un paño atado a la cabeza, una gorra o un sombrero de alas rotas y caídas que me halle, y un costal, un bote o una manta para hacer el bulto, a veces con guantes y camisa y otras no en los tantos años sesenta que ya fueron. Era niño si lo fui cuando empecé, y subo y bajo desde entonces las lomas que dilata el bordo. En los enjambres de moscas y el color de las espumas leo sus vetas y mareas, los desechos nuevos que llegan de los hechos consumados de la vida, y separo las bolsas grandes de las chicas y me asomo y hurgo en cada una. Arrastro, jalo, rasgo, empujo y rasco con los dedos, a veces con un gancho, un pico, una pala y otras no, inclinado o de rodillas, a gatas casi siempre, a ver si sí o si no me quiere lo que quiero, si me encuentra lo que busco y si me deja o se deja y saco el día de la zanja en la que está. He tenido años de cartón y vidrio; otros de latas y papel, o de telas y metales, maderas, muebles cojos o torcidos, ladrillos y cascajos, todos con sus modos de mercado y riesgo cargados a las manos, la cintura y los pulmones. Con las lluvias pulsa el lodo sus ponzoñas; en los calores el viento levanta sus tiznes y polvos de excremento y perros muertos. Van y vienen las palomas, los zopilotes y las garzas, pero nada ni nadie se salva de venir a dar

aquí lo suyo que se fue. De todo y todos hay si se mira bien el vertedero y sus ramales. De tu casa viene y de tu calle y tu vecino; de las sobras de tu mesa si la tienes y si no; de tus joyas y el cianuro de su industria; de tus fiestas, tus velorios y bautizos los vasos de unicel y los listones, las coronas marchitas y pañales; de tus amores y amoríos y deseos satisfechos se amasan uno a uno los vestigios y se hacen remolinos que se hunden en las lunas negras de los charcos. De las pilas de tus juegos y la antigua infancia de tus hijos; de la espiral azul en una hoja rasgada de cuaderno; de una foto en un álbum perdido de familia si la hubo; de tus males, tus secretos o desahucios en frascos o jeringas; de partes de tu cuerpo envueltas en gasas o vendajes encostrados, y de tu cuerpo abandonado a su muerte entera sin descanso, y de la mía cada día y lo mío que aquí dejo, todo viene y se ancla al fondo de este cielo abierto sin remedio. Así me tropiezo contigo. De lo que no te sirve me sirvo; de lo que tiras me recojo y me enderezo. Como están y son las cosas ya lo ves, a mis años te lo digo ten en cuenta: el ansia incontenible que muerde en esas cosas desborda barrancas, cañadas, sumideros y pozos, y quebranta mares y detiene ríos, o viene a dar aquí, y en una de esas vueltas que dan de pronto las fortunas, tal vez entonces una tarde desasida tú pepenes por sus hoyos mi camisa… 


Arte y pensamiento

LA JORNADA SEMANAL 2 de diciembre de 2018 // Número 1239

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Bemol sostenido Alonso Arreola @LabAlonso

Portugal en la fil de Guadalajara, más allá del fado y la melancolía CUMPLAMOS CON LA obligación de citar un nombre para llegar con rapidez a donde deseamos: Amalia Rodrigues. Se le conoce como la Reina del fado. Es la responsable de que esta música –el fado– se volviera reflejo internacional del temperamento portugués. Hablamos de un género portuario y suave que tiene en la pobreza de barrio y en las aguas del mar su materia prima. Muerta en 1999, esta cantante y actriz es la más exitosa en la historia de Portugal. Pero hay más voces luego de ella. Listo. Escribamos entonces el nombre de tres escritores desaparecidos e ineludibles, antes de llegar a donde deseamos: Luis de Camoes, Fernando Pessoa y José Saramago. El primero encamina a la literatura portuguesa hacia el barroco a finales de la Edad Media, perfilando un nacionalismo condimentado con viajes exóticos, amores oscuros y pobreza fatal. El segundo es el poeta más reconocido del país lusitano. Poderoso y centrífugo gracias a sus muchos heterónimos, la creatividad de Pessoa hizo cumbre con poemas entrañables (“Gato jugando en la calle como si fuera en la cama, tu suerte estoy envidiando porque ni suerte se llama”). El tercero fue un Premio Nobel bien amado en México, país

al que se vinculó especialmente a partir del movimiento zapatista de los años noventa. Tiene libros memorables como, precisamente, aquel dedicado a Pessoa: El año de la muerte de Ricardo Reis. Pero hay más plumas luego de ellos. Listo. Finalmente, y antes de llegar al verdadero punto de partida de nuestra columna, lectora, lector, subrayemos un concepto insoslayable para la cultura y el temperamento portugueses: saudade. Como seguramente ha escuchado, se trata de un término en el que se funden la melancolía, el deseo, la tristeza, la esperanza, la resignación y otros sentimientos que se arrebatan la voz dentro del pecho. Hablamos de la argamasa con que se unen, justamente, la música y la poesía portuguesas desde principios del siglo xix. Algunos lo ven como una resiliencia con inercia mediterránea ligada a los avatares del océano durante las conquistas africanas. Siendo eso y otras cosas, pisando el puerto de Lisboa al atardecer también aparecen muchas sensaciones más. Listo. Ahora sí, digámoslo: este domingo termina la Feria del Libro de Guadalajara cuyo país invitado fue, precisamente, Portugal. Por ello varios de sus mejores actores, bailarines y músicos llegaron a los escenarios del Conjunto de Artes Escénicas (cae), exhibiendo ecos pasados

Amalia Rodrigues

pero también futuros posibles. Verbigracia: el guitarrista José Manuel Neto, el coreógrafo Paulo Ribeiro, el compositor Luís Tinoco, el dramaturgo Tiago Rodrigues, la fadista Teresa Salgueiro (sí, la de Madredeus) y, muy especialmente, el cantante Ricardo Ribeiro junto al intérprete de ud y compositor Rabih Abou-Khalil. Ellos dos presentaron Toada de Portalegre en la Sala Plácido Domingo, el pasado domingo 25 de noviembre. Hablamos de un poema de José Régio llevado al fado pero con agregados libaneses. Un muy afortunado encuentro en el que suenan antiguas tradiciones pero desde una perspectiva contemporánea difícil de explicar. De bello timbre, la voz de Ribeiro bailó con el ud de Rabih mientras la Orquesta Filarmónica de Jalisco los elevaba formidablemente. A ellos se sumaron el percusionista estadunidense Jarrod Cagwin y el director Jan Wierzba. Un concierto generoso que en la sala principal del cae alcanzó profundas intimidades. Hubo otros artistas lusitanos en el Foro fil (Ana Bacalhau, Gil Do Carmo, Camané, Sara Tavares, Luís Represas), justo donde hoy termina la feria a manos de Katia Guerreiro y el mariachi Los Tapatíos. Hablamos de la reunión de una de las mayores representantes del fado actual con tres voces de la música folclórica y el rock mexicanos: Paloma del Río, Ugo Rodríguez (Azul Violeta) y Pascual Reyes (San Pascualito Rey). Esto parece recomendable por la trayectoria de Guerreiro y por la energía que nuestros connacionales aporten a este “choque de melancolías”. Una cantará con serenidad, otros desde la estridencia… ¿qué sucederá entre el azul del sueño y el rojo amoratado? Veremos. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos 

Cinexcusas Luis Tovar

@luistovars

La reinvención EN UN PAÍS que, como el nuestro, es reinventado en términos mucho más que simbólicos cada seis años, los cambios de gobierno generan una cantidad de expectativas cuya lejanía de la objetividad y la mesura las vuelven inalcanzables de origen. En consecuencia, sexenio tras sexenio la frustración ha sido el primer –y cuántas veces el único– resultado visible. Empero, lo que México vive desde ayer, sábado 1 de diciembre, y en buena medida a partir del domingo 1 de julio, no es sólo un cambio de gobierno sino de régimen, y más allá de consideraciones teórico-políticas que permitan entender la diferencia entre gobierno y régimen, cualquier mexicano promedio puede advertirla en el clima social que ha imperado los últimos cinco meses –por cierto, sin que la preferencia política de cada quien afecte la percepción–: para decirlo rápido y fácil, si el cambio acaecido esta vez fuese de gobierno solamente, no habríamos pasado por las turbulencias mediáticas, políticas, ciudadanas y hasta económicas en las cuales ha venido asomando la cabeza una resistencia al cambio que se ha ganado a pulso el apelativo “reacción”, que en eso y nada más consiste, por citar sólo un ejemplo, la reciente negativa de los partidos políticos minoritarios en el Congreso a retirar el fuero, figura jurídica garante de impunidad para quienes, como la gran mayoría de altos y medianos funcionarios del régimen oficialmente fenecido ayer –y ojalá que de verdad y para siempre–, medraron al cobijo de una corrupción rampante y descarada.

Dichas turbulencias tienen que ver con esa suerte de “hasta aquí creció la milpa” implícito en la asunción al poder de alguien que, con todas las reservas y matices que se le quiera poner, lleva muchos años pugnando porque el país sea conducido por una vía diferente –cuando menos en lo sustancial– a la marcada por el más puro y duro neoliberalismo, doctrina económicopolítica que es la causante única y directa del actual estado de las cosas, a saber: brutal empobrecimiento colectivo, criminal concentración de la riqueza, la citada plaga de corrupción, conversión de gobiernos endémicamente débiles en simples gerencias obsecuentes, perversión y rebase institucional a manos de la llamada delincuencia organizada y, como funesta consecuencia, la totalidad del territorio nacional vuelto campo de batalla, fosa y cementerio, con cientos de miles de muertos, desaparecidos, desplazados…

Un trabajo colosal No le llamamos así quizá por simple y comprensible negación de una realidad que apabulla, como si negarla tuviera la virtud de desaparecerla, pero la que ha vivido México al menos en los últimos doce años es una total y absoluta tragedia, cuya dimensión presente se conoce y comprende más bien de manera incompleta, y cuya dimensión futura es aún incalculable en términos de qué y cuánto hace falta para frenarla y revertir sus efectos. El primer paso consiste en reconocer que esta es nuestra realidad; el segundo, en sumarse al trabajo colosal que debemos emprender para transformarla. Es aquí donde la cultura entra en escena: aunque no sea ese su propósito explícito, las artes en particular y todas las manifestaciones del espíritu en general poseen la capacidad de transformar, ya que no la realidad misma, sí dos elementos fundamentales de ella: la percepción y la postura con la que se le enfrenta. Por si hiciera falta mencionarlo, no se habla aquí de arte panfletario, ideológicamente inducido, ni de cualquier otra tergiversación de la esencia del cometido cultural, sino de algo más bien inherente a todas las expresiones del arte: su condición de espejo fiel, de vaso comunicante abierto, receptor y difusor del clima espiritual tanto de quienes generan como de quienes reciben esas manifestaciones del cuerpo colectivo llamado nación. Esa es la tarea del cine; no de ahora, sino desde siempre, pero en función de la oportunidad y el deseo –y es de esperarse que también la capacidad– de reinventarnos una vez más, cabe esperar que nuestra comunidad cinematográfica esté a la altura 


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LA JORNADA SEMANAL 2 de diciembre de 2018 // Número 1239

Ensayo Vilma Fuentes

Carmen Parra y El penacho del Amazonas

P

intora del vuelo, el viento, los ángeles, el aire, Carmen Parra busca una quimera: pintar lo invisible. Sus pinceles exhalan el soplo que infunde al alma la gracia de ver lo etéreo. Lo invisible escapa sin duda a la percepción ordinaria de la vista, pero puede ser percibido con otros sentidos. No vemos el viento, pero sentimos sus efectos cuando nos roza el rostro o hace temblar las hojas de los árboles. Y es este temblor lo que capta la pintura del artista. Durante un instante de epifanía, aparecen el vuelo, el viento, los ángeles, el aire. Parpadean las alas de la mariposa monarca, del quetzal sagrado, de un águila, del arcángel San Miguel. El viento anima las velas de carabelas y galeones volando sobre las olas del mar, “Ce toit tranquille où marchent les colombes,/ Entre les pins palpite, entre les tombes…” (“El cementerio marino”, Paul Valéry). Lo etéreo toma cuerpo cuando la luz se hace. De la pintura de Carmen Parra surgen las figuras de lo invisible, plasmadas en sus telas vibrantes, donde late el tictac de la naturaleza viva. Pero Carmen no se limita a pintar. Protege el medio ambiente para conservar la vida de la mariposa monarca, resucita un cuadro destruido de Caravaggio en Palermo, anima la escultura de Paulina Bonaparte en Venus Victrix de Canova, retrata un águila que la mira pintarla y asiente a los trazos de sus pinceles, reproduce en sus cuadros la Catedral de México o la Torre Eiffel. La preocupan las especies en vías de extinción y escucha el canto de los delfines cuando se aísla en La Querencia, a la sombra de una palapa, frente a la inmensidad del océano Pacífico. Aunque no deja de asombrarme, Carmen Parra no me sorprende cuando me comunica uno de sus últimos proyectos: “El espíritu de Río”. A iniciativa suya, la idea parece simple: devolver al Museo Nacional de Brasil, incendiado el pasado 2 de septiembre, El Penacho del Amazonas. Esta bella pieza etnográfica fue un regalo para México, destinado a exhibirse en el Museo Nacional de las Culturas de Ciudad de México. Este gesto de solidaridad obedece a una convicción expresada por Carmen Parra y otros intelectuales mexicanos: la necesidad y urgencia de mantener viva la memoria cultural de las naciones, columna espiritual y

alma del pueblo, en armonía con la naturaleza, si se pretende vivir en una sociedad más justa y libre. El incendio del museo brasileño ocurre justo dos siglos después de haber sido fundado por Juan vi, rey de Portugal. De un acervo de más de veinte millones de piezas, sólo pudo salvarse un diez por ciento de ellas. Devolver El penacho del Amazonas al museo, administrado por la Universidad Federal de Río de Janeiro, es también una manera de reforzar la amistad y lo lazos culturales entre Brasil y México. Esta pieza etnográfica fue un regalo a Luis Donaldo Colosio, entonces secretario del Desarrollo Social, cuando encabezó la delegación mexicana durante la Cumbre del Medio Ambiente realizada en Río de Janeiro, en junio de 1992. Ya hace veinticinco años, Colosio se refería a un desarrollo equitativo y durable que garantice el uso racional de los recursos de la tierra, la única que tenemos. A su regreso a México, Colosio visitó una exposición de Carmen Parra sobre la naturaleza y su conservación, y decidió que El penacho del Amazonas debía estar en manos de esta artista, tanto por considerársela en México “pintora de la naturaleza” como por su cercanía con Brasil, donde residió algunas temporadas y presentó las exposiciones: La morte de la bicicleta, Mariposa Monarca y Barroco. La artista prefirió entregar el penacho al Museo Nacional de las Culturas, de cuyo patronato es parte, donde quedó integrado a sus colecciones. Asesinado en marzo de 1993, Luis Donaldo Colosio inspira ahora el “Espíritu de Río” que rinde homenaje a su memoria, ligada al pueblo brasileño, me escribe Carmen, al lado de dos fotos de El Penacho del Amazonas. A diferencia de las plumas de quetzal que forman el penacho de Moctezuma, el penacho del Amazonas es de plumas de papagayo. Un ave que habla. Palabras sin sentido o, acaso, con un sentido oculto. Papageno, el hombre-pájaro o pajarero, personaje de La flauta mágica, ópera iniciática de Mozart, es la encarnación humana del papagayo. Papageno, servidor de la Reina de la Noche, acompaña al príncipe Tamino a rescatar a Pamina. Para salvarla, pasan varias pruebas de iniciación. Una de ellas es la del silencio. Ni miedo ni amor deben arrancarles una palabra. Desde luego, Papageno es incapaz de callar. Canta acompañado de la flauta mágica y campanillas. El oráculo calla mientras no llega el momento de la revelación. Sus palabras misteriosas son interpretadas sólo por iniciados. Papageno habla y canta. Se le perdona porque es un “hombre primitivo, que se contenta con el sueño, la comida y la bebida”. Iniciados, Tamino y Papageno triunfan de la noche y las tinieblas con el día y la luz. El penacho del Amazonas podrá insuflar de nuevo al oráculo el espíritu de Río  El penacho del Amazonas


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