■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 4 de septiembre de 2016 ■ Núm. 1122 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
Juan
Gabriel
o el vértigo sentimental de la cultura popular
Gustavo Ogarrio
La última gira: crónica y testimonio
Andrea Tirado Juan Gabriel y El arte de la fuga Antonio Valle Innumerable J uan G abriel Antonio Soria
El alquimista Francisco Segovia Para Lilly Heinz y Sandra Pani
Fenómeno social, figura icónica de la cultura de masas, inesperado factor de unidad nacional capaz de pasar por encima de filias, fobias y condiciones sociales, mito y leyenda: “eso y muchas cosas más”, para decirlo con la letra de una de sus canciones, es el compositor y cantante Juan Gabriel, fallecido el pasado domingo 28 de agosto, a quien sólo la sordera o un esnobismo ciego y mezquino podría regatearle ser uno de los cinco puntales insoslayables de la música popular mexicana, junto con José Alfredo Jiménez, Agustín Lara, Chava Flores y Francisco Gabilondo Soler Cri-Crí. Más que dedicado a su memoria, el presente número es una revisión somera de las múltiples facetas de cultura colectiva, así como mediáticas, sociológicas, estéticas e idiosincrásicas que explican la relevancia de este verdadero hijo del pueblo que, como atinadamente dijera Carlos Monsiváis, gracias a su talento y su sensibilidad se convirtió en uno de los más grandes ídolos populares de México.
Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
No fue nunca el oro por el oro sino el oro por lo que enseña a hacer a los brazos los pensamientos y los ojos ... Porque nos hacía templar una llama más intensa... Ni la plata por la plata misma sino por ver cómo recogía en su paño los polvos del ocaso sin adueñarse de él dejándolo esfumarse en su horizonte... Oro y plata al principio porque eran la luz del sol en el cenit y su reflejo tendido en un estanque el mundo material y el impalpable la Obra y el Arte... La nobleza del metal para aprender de bulto que a fin de cuentas todo es ritmo: el golpe del martillo sobre el yunque los pasos en celada por la noche la línea que se corta o se entrelaza la oración el canto el improperio... que todo tiene su compás... Cosas elementales al principio sí... Después la urdimbre compleja en que se traman: élitros vértebras quijadas el polvillo del carbón y las tensas nervaduras de la hoja –pero también la urdimbre de la otra hoja: ésa que iluminan la luz del carboncillo la tinta y la acuarela– las leves alas que hacen levitar a las libélulas y las alas con que vuelan las semillas de la acacia las espinas de flores y de peces las vértebras que unen el tronco la columna –con la rama el brazo la mano la hoja– con la yema –la yema de los dedos... el giro imperceptible del gozne que articula al cielo del cielo con el cielo del agua la voz y la palabra y el sentido... Oro y plata al principio en fin para aprender que no existe una cosa que no pueda ser metáfora de otra y que no hay nada que palpite en el tiempo sin cambiar de forma de nombre de misterio... sin trasmutarse... Que todo es aprender a entrar a ritmo...
Directora General: C armen L ira S aade , Director: H ugo g utiérrez V ega (†) , Jefe de Redacción: L uiS t oVar , Edición: F ranCiSCo t orreS C ó r d o Va , a L e y d a a g u i r r e r o d r í g u e z y r i C a r d o y á ñ e z . Coordinador de ar te y diseño: F r a n C i S C o g a r C í a n o r i e g a , Diseño de portada y dossier: m arga P eña , Diseño de Columnas: J uan g abrieL P uga , Relaciones públicas: V eróniCa S iLVa ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a Le Jandro P aVón , Publicidad: e Va V argaS y r ubén H inoJoSa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx
Portada: El Divo de Parácuaro Foto: ©Andrés Hernández/ MEDIOS Y MEDIA
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Carlos Martínez Assad
Pedro II:
Pedro II, alrededor de los 22 años, circa 1848. Foto: Dominio público/ www.wikiwand.com
un emperador culto en Medio Oriente
LOS VIAJEROS
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n el siglo xix proliferaron los viajeros que hicieron de la ruta del Medio Oriente la más preciada. Se trataba de quienes poseían recursos familiares que les permitían emprender largos viajes a tierras que requerían apoyos y servicios varios que debían pagar. La ruta fue abierta por la excursión napoleónica a Egipto en 1798. El orientalismo se convirtió en algo que los intelectuales, aventureros e incluso turistas debían descubrir. El interés es muy antiguo pero su despertar lo hizo algo socialmente extendido, primero entre los europeos y luego entre los americanos. Destacan entre los más famosos Gérard de Nerval y Alphonse de Lamartine, y pronto se sumaron los americanos dispuestos también a dejar constancia escrita de sus experiencias; entre ellos está el estadunidense Mark Twain. Es singular el caso del emperador de Brasil, Don Pedro ii quien, atraído por la fiebre orientalista del siglo xix , emprendió dos largos viajes por esa lejana región. Hijo de don Pedro i , el emperador liberal que consiguió para su país la independencia de Portugal, tan apasionado de la política como del amor resultó entrañable para los brasileños y los portugueses como emperador de ambos países. En historia se dice lo difícil que es ubicar a tal o cual personaje, con Don Pedro ii no hay ambigüedad porque fue ante todo intelectual, una persona sencilla pero capaz de hablar diecisiete lenguas fluidamente, entre ellas el árabe, el hebreo y el griego. Así, leyó la Biblia y el Corán; además escribía constantemente en francés, sabía chino, y por supuesto portugués y español. Además, seguro de su reinado luego de las luchas entre conservadores y liberales que al final provocaron la caída de su padre, cosechó tiempos de paz
como para viajar dejando el país en manos de su hija la princesa Isabel, aunque el asunto causó polémica porque Brasil acababa de salir de la guerra con Paraguay. El soberbio libro, producto de una tan grande como profunda investigación de Roberto Khatlab1, insiste en la sencillez del emperador y en su disponibilidad para convivir en su viaje con jeques, rabinos, judíos, cristianos y musulmanes. Resultaba poco común alguien como él que de inmediato establecía contacto con los locales por ser políglota. Pero, además, cuando se presentaba con su nombre propio de Pedro Alcántara, su apellido paterno que la realeza usa escasamente, y hablando árabe, los nativos lo consideraban uno de los suyos. Su interés, sin embargo, se diferenciaba del de otros viajeros porque no estaba tan marcado por lo religioso. Al principio su intención fue sobre todo turística y quizás más por el conocimiento de las civi lizaciones y sus aspectos culturales, siguiendo lo divulgado por los franceses luego de su expedición a Egipto. Sin embargo, a lo largo de sus cuadernos y considerando no tanto lo escrito en su primer viaje en 1871 sino en el segundo en 1876, va aflorando su necesidad de acercarse a lo religioso, incluso a lo espiritual, como quedará explícito en su visita a Tierra Santa. Viajó sin demasiada pompa, insistió en que no se trataba de un viaje oficial, fue acompañado apenas por quince personas entre empresarios, hacendados e intelectuales aunque en sus cuadernos no quedan claras las actividades del conjunto y más bien sus referencias son personales, salvo al mencionar al grupo que por momentos acompañaba a la emperatriz Teresa Cristina. Pese a todo, su cometido oficial no era fácil de descartar ya que el Imperio Otomano, cuyo dominio se extendía por toda la región, estaba muy interesado en la relación con el Imperio de Brasil.
Khatlab cuenta que el diario del viaje del emperador suma 5 mil páginas en 44 cuadernos y 2 mil 210 documentos, cartas, fotografías, libros de visita, contratos e incluso paisajes y mapas dibujados por él, dejando “Un detallado panorama histórico, cultural, arqueológico, botánico, etnográfico, antropológico, lingüístico, religioso, geográfico, sociológico e incluso emocional”. Todo el acervo se encuentra en el Museo Imperial de Petrópolis y en 2010 la uneSCo le otorgó registro como Memoria del Mundo. sigue
Partió en la primera ocasión en el buque inglés Douro, iba preparado por su acervo como egiptólogo por lo que había leído y coleccionado desde hacía tiempo.
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VIAJE A EGIPTO
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l primer viaje del emperador fue del 25 de mayo de 1871 al 30 de mayo del año siguiente, concentrándose exclusivamente en Egipto, un país que le fascinó y del cual dejaría más información que muchos viajeros. El segundo tuvo lugar entre el 26 de marzo de 1876 y el 25 de septiembre de 1877, por lo tanto tuvo mayor duración, entre otras razones porque visitó América del Norte, parte de Europa y estuvo cincuenta y siete días en África del Norte y Medio Oriente. Partió en la primera ocasión en el buque inglés Douro, iba preparado por su acervo como egiptólogo por lo que había leído y coleccionado desde hacía tiempo, en particular desde la Exposición Universal de París en 1867. Ya había nacido en él su afán de coleccionista y el deseo de traducir algunos jeroglíficos. Desde 1875, cuenta el autor, el emperador inició el estudio del árabe y todavía lo profundizó después de los viajes en 1886 con el profesor alemán de lenguas orientales Christian Seybold. En su país tenía contacto con empresarios árabes y comerciantes con quienes practicaba el árabe. Simpatizaba con el Corán y leía algunos libros sobre la región, entre ellos los de Ernest Renan. En su viaje, don Pedro llegó a Lisboa el 12 de junio de 1871, país de gran significado para la familia imperial, donde tuvo amplias consideraciones por las autoridades. Igual le sucedió en Francia donde el presidente Adolfo Thiers advirtió la importancia de su presencia por la intermediación de su ministro Joseph Gobineau, su amigo personal. La reina Victoria y el príncipe de Gales tuvieron gran deferencia con el visitante en Inglaterra. En Coburgo, Alemania, fue recibido con honras al visitar la tumba de su hija Leopoldina, recientemente fallecida de tifoidea. Después de pasar por Italia, llegó a Egipto. Fue a la búsqueda de conocimientos científicos, y su interés provocó que en el segundo viaje insistiera ante las autoridades en la conservación de los monumentos artísticos de los faraones, lo cual resultó en la paradoja de que el kedive Ismael, la máxima autoridad otomana en Egipto con quien mantuvo contacto en sus dos viajes, le regalara el sarcófago con el cuerpo del cantor Sha-amun-em-su del templo de Amon. La presencia de don Pedro no resultaba extraña si desde 1868 en Alejandría se estableció un consulado brasileño y los connacionales (quizás de origen árabe) habían construido la Iglesia de San Pedro, la única de América por aquella región. Don Pedro llegó a Alejandría y en seguida comenzó su visita por los vestigios que en sus lecturas le habían llamado la atención siguiendo de cerca los escritos de la Descripción de Egipto sobre la expedición de Napoleón de 1798 a 1801 y los escritos del egiptólogo Auguste Ferdinand Mariette. De allí siguió por el tren que puso a su disposición el kediveal para llegar a Suez por el canal recién inaugurado, para pasar por Ismailia, Port Said, hasta llegar al Cairo, trayecto en el que el emperador nunca reposó, interesado como estaba en conocerlo todo. Allí se encontró con el ministro francés Gobineau, quien describió la ciudad: “…tiene miles de calles, muchas mezquitas y grandes edificios , una ciudad florida con bosques de árboles y jardines. Ahora alegre, ahora triste, ahora majestuosa como se piensa ordinariamente, ausente cualquier simetría, pero en ese gran espacio lleno de arte, lleno de vida, de libertad y con tanta belleza…[…] y no creo que pueda encontrar en el mundo un lugar donde la vida sea más dulce que en el Cairo”.
El emperador fue deslumbrado en su visita a la mezquita de Mohamed Ali, el nombre del soldado albanés que fue designado pachá de Egipto y que modernizó el país
entre 1805 y 1845. Su gran minarete de 80 metros de altura y su cúpula que alcanza 50, con más de 20 metros de diámetro lo impresionaron. Y el autor no puede dejar de mencionar el reloj que está allí donado por el rey francés Luis Felipe i en 1846, diez años después de elevarse el obelisco de Luxor en la plaza de la Concordia en París; ese era el desproporcionado intercambio de regalos. A él, como consta en el segundo viaje, el de 1876, el gobernador de Egipto le firmó un documento en árabe permitiéndole visitas difíciles de realizar, porque en esos años los musulmanes tenían muchas reservas con los abusos de los turistas occidentales que comenzaban a proliferar. A los cuarenta y cinco años el emperador subió a Gizeh, la más alta de las pirámides. Con lujo de detalles describió su ascenso por ese enigmático monumento con 2.6 millones de bloques de diferente tonelaje. Visitó la esfinge, el monumento tallado en la roca de 20 metros de altura y siguió en su visita a Ménfis, Sakkarah y la Biblioteca del Cairo como el más interesado en conocer los secretos de esa civilización que admiraba tanto. Estuvo en una escuela árabe y observó como, los niños se balanceaban con la lectura del Corán. Volvió a Alejandría para emprender su viaje de regreso a Brasil, sin dejar de interrogar y de observar todo aquello que le parecía fascinante como el más profundo de los conocedores.
VIAJE A TIERRA SANTA
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ese a los cambios emprendidos por la princesa Isabel en Brasil, el emperador se encontró dispuesto a viajar de nuevo y el 26 de mayo de 1876, el emperador Pedro ii se embarcó en compañía de la emperatriz y una pequeña comitiva en el barco británico Hevelius. Esta vez le tomaría 18 meses y su periplo sería más largo, comenzando por Nueva York y otros lugares de Estados Unidos. El presidente Ulises Grant lo recibió en Washington, festejando el centenario de la Independencia de ese país con la feria que se inauguró en Filadelfia. Allí se encontró con Alexandre Graham Bell y se maravilló con su invento del teléfono que de in-
mediato aprovechó para Brasil, convirtiéndose en el segundo país en tenerlo luego de Estados Unidos. Tocó varios países de Europa y en Rusia asistió al Tercer Congreso de Orientalistas realizado en San Petesburgo donde don Pedro y su esposa fueron calificados como “unos de los monarcas más cultos de nuestro tiempo”.(p.121) Se encontró con el príncipe Constantino de Rusia, con los reyes de Dinamarca y de Grecia, con intelectuales egiptólogos tan reconocidos como el mismo Mariette, Karl Brugsch y Charles Gaillardot. Luego partió para Ucrania y Constantinopla, llegando a su destino el 1 de octubre de 1876 en pleno Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes. Esta vez llegó por Beirut en el buque Águila Imperial y fue la primera ciudad de Oriente visitada, en cuyo puerto fondeaban navíos de vapor de gran dimensión debido a sus aguas profundas. Se alojó en el Hotel Belle Vue con una vista espectacular, como lo anunciaba su nombre. El diario Thamarat al-Funnun fue un aliado importante para divulgar sus actividades e incluso ofrecer información sobre Brasil a sus lectores. Visitó el Colegio de Notre Dame de Nazareth en dos ocasiones y tradujo del árabe al portugués un escrito de las alumnas en su honor: “Oh¡ Rey, Glorioso, Majestuoso y Grandioso, que per ma nece pleno de gracia. Después de rogar a Dios para conservar su existencia, salvándolo de todos los peligros y por las victorias de Su Majestad, que Dios de Eternidad y guarde siempre en todos los tiempos… El interés suscitado por su visita era espontáneo y don Pedro insistía en que su visita no era oficial sino turística. El mutasarrif o gobernador de Monte Líbano durante la visita del emperador era Rustum Paxá, un italiano católico, y el patriarca de la Iglesia maronita era Bulos Mass´ad (1854-1890) con quien intercambió regalos. Desde allí viajó a Baalbek en el valle de la Bekaa en Siria, a lomo de caballo, con la finalidad de llegar a Damasco. El emperador en sus escritos trasluce todo el conocimiento adquirido sobre esas portentosas ruinas del pasado, observando y describiendo sin prisas los templos de Baco, de Venus y de Júpiter, haciendo alarde de su conocimiento de la historia y de la presencia de griegos y romanos. Se refirió también a los exce-
Pedro II (sentado a la derecha) en las Cataratas del Niágara, 1876. Foto: Dominio público/ www.wikiwand.com
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Auguste Mariette (a la izquierda) y Pedro II (sentado, extrema derecha) con otros durante la visita del emperador a la necrópolis de Giza a finales de 1871. Foto: Dominio público/ www.wikiwand.com
lentes vinos por los que se conocía la antigua Fenicia. Viajó a caballo siete días para llegar a Damasco, y de inmediato se dirigió a la mezquita de los omeyas Jami´a el Amavi, impresionado por su arquitectura, mencionó cómo fue encontrado el cuerpo de san Juan Bautista –el profeta Yaya– para los musulmanes, depositado allí cuando el sitio era una basílica cristiana. Al salir, encontró muy cerca el Mausoleo de Saladino, el adversario de los cruzados a los que derrotó en la batalla de Hattin y reconquistó Jerusalén para los musulmanes en 1187, lo que dio lugar a la Tercera cruzada. Siguió en su viaje a Palestina para encontrarse de frente con el emblemático Monte Hermón. Por Beirut atravesó Monte Líbano y Siria para llegar a las márgenes del Jordán y, como lo indica Roberto Khatlab inicia su peregrinación como cristiano, dando un giro a su viaje previo a Medio Oriente quizás influido por los nombres bíblicos: Mar de Galilea, Cafarnaum, Monte Tabor, Nazaret. Y en este último lugar, don Pedro relata: “Atravesamos la ciudad orando por algunos instantes en la Iglesia de la Natividad…” deteniéndose en la llamada fuente de la Virgen. El emperador se conmovió por estar allí y recibir manifestaciones de afecto. Visita Samaria, Nablus y, el 26 de noviembre de ese año de 1876 ,ve por fin Jerusalén. Luego de pasar la noche en el Monte de los Olivos, entró en la ciudad por lo que llamó una gran puerta –seguramente la de Damasco– e inmediatamente acudió a rezar a la iglesia del Santo Sepulcro. Inspirado, el emperador dice haber traducido del hebreo el salmo 122 que según él, “experimenta el sentimiento de quienes llegan a Jerusalén”, aunque fue escrito en arameo. Luego, la expedición se dirigió hacia
Jericó, Betania y el Mar Muerto, para regresar a Jerusalén. Entonces su experiencia resultó más profunda y realizó una observación más precisa. Más interesado en los trazos del cristianismo, se acercó de nuevo para hacer una visita profunda a la Basílica del Santo Sepulcro a donde llegó desde la capilla del Calvario, mencionó la piedra rosada donde Cristo fue ungido y el sepulcro “muy simple” a donde se entra por una puerta “baja” y “estrecha”. Luego descendió las veintisiete gradas para acceder a la capilla de Santa Elena. Su periplo como cristiano culminó cuando el 2 de diciembre celebró sus cincuenta y un años, confesándose y comulgando en el recinto que resguarda el Santo Sepulcro. Don Pedro fue y vino por Jerusalén durante varios días, regresó hacia los lugares emblemáticos del judaísmo y del islam, para definirlos mejor que en sus primeros encuentros. Se refiere con más precisión al Muro de los Lamentos al ver “judíos que rezaban volteando hacia una muralla”. También, más informado volvió hacia la explanada de las mezquitas y no solamente visitó la que hizo construir el califa Omar, sino la de ElAksah, haciendo referencia a pasajes de su historia. Concluyó, ya conocedor del significado de Jerusalén que “…por su posición muy elevada, domina casi toda la Tierra Santa y produce un efecto sorprendente desde cualquier lado por el que se le aproxime”. Don Pedro y su comitiva dejaron la ciudad el 5 de diciembre y dijo adiós al sitio que le permitió recordar a Alejandro Magno, a David y Goliat, a Salomón, a Heráclito, a Godofredo de Beaudoin, según su diario y las cartas escritas a su amigo Joseph Gobineau y a su amiga la condesa de
Barral, con quien mantuvo tan estrecha amistad como comunicación. Su regreso a Egipto estuvo muy marcado por lo que pareció más asunto de Estado, entrando esta vez por Port Said y dando rienda suelta a una visita guiada por el orientalismo al tratar de cubrir todos los sitios arqueológicos: conocidos de Karnak, el Valle de los Reyes, el templo de la faraona Hathshepsut, Edfu, Koum Ombo, Asuán, Isla Elefantina, Fila, hasta a Abu Simbel. Allí su relato es revelador porque estaba en su emplazamiento original (antes de ser reubicado para crear la presa de Asuán) para admirar los colosos de Ramsés y Nefertari de más de setenta metros de altura. Después, continuó su viaje hasta llegar a la Nubia Sudanesa. Regresó a Río de Janeiro el 14 de octubre de 1879. Demostró ser un viajero culto, poliglota, interesado en la educación y en las religiones. Se conmovió con el pasado faraónico, habló con respeto de los judíos y se descubrió más cristiano de lo que él mismo pensó. Admiró los poblados y las ciudades, recreó la historia y citó a los filósofos y escritores de la Antigüedad. Demostró ser un viajero de los que con más interés se acercaron a esas tierras y descubrirlo se debe al gran trabajo realizado por Roberto Khatlab que leyó cartas, juntó documentos, visitó bibliotecas y leyó todo lo relacionado con el emperador de Brasil, Pedro ii, el emperador tropical que fue a los orígenes
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Roberto Khatlab, As viagens de D. Pedro ii. Oriente Médio e África do Norte, 1871 e 1876, Benvirá, Sao Paulo, 2015, p. 21. Las citas textuales son traducciones de mi autoría del portugués al español. 1
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Juan Gabriel y El arte de la fuga Antonio Valle “GRACIAS A LA MÚSICA NO SOY UN DESGRACIADO”
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I 8 de agosto, 2016. Navegando por la web. No, yo no me resignaré, no… Todavía no comienzan las fiestas patrias y México se entera de la noticia fúnebre, de la sorpresa al desconsuelo y de ahí a la rabia. El héroe de mil batallas sufrió un infarto. Ahora que la tele dejó de tener la última palabra los tweets y las frases lapidarias de Facebook dicen que sería mejor que desaparecieran otros personajes públicos en lugar de Juan Gabriel. Desde esa tarde dominical las redes sociales se saturan con imágenes y frases ingeniosas, mientras el legendario artista popular se desliza por el imaginario mitológico en pleno arte de la fuga. II 1970. Plaza de Garibaldi. Pero qué necesidad… Cuenta la leyenda que cierta noche un provincianito Adán Luna, mientras escuchaba al rey, no tenía la más remota idea de que estaba a punto de recibir un encargo singular: hacer canciones y acompañar a un país herido. No fue Agustín Lara (aunque el Flaco de Oro era un maestro de la composición no estaba en la misma tesitura musical, histórica y antropológica), tampoco fueron Pedro Infante, Jorge Negrete ni Javier Solís (ellos eran intérpretes de la canción vernácula): quien le estaba encargando de verdad semejante compromiso era el mismito José Alfredo, el “hijo del pueblo” que siguió siendo el rey en un país de machos que se desmoronaba ante el embate de los movimientos de liberación femenina y gay. A diferencia de Salvador Novo y su provocadora inteligencia, Juan Gabriel se movía con discreción, no contaba con “el apoyo mitológico de la bohemia”, pero gracias a su talento y simpatía se instala en el imaginario colectivo de un país al que le urge una trasformación cultural y política.
III Circa 1971. Estudios de televisión. No tengo dinero, ni nada que dar (excepto raudales de simpatía). Un joven extremadamente delgado, tratando de llenar un gran traje limonado y barato, se enfrenta a la cámara con una paradójica mezcla de timidez que lo impulsa a la osadía. Sabe que lo están viendo miles de mexicanos. No es el típico baladista, ni el actor de telenovela, es una imagen distinta a la del arquetipo histriónico del macho mexicano. El chaval canta con la misma voz inconfundible que durante cuatro décadas se volverá –literalmente– entrañable para las audiencias de radio y tele, de palenque y rockola, de cumpleaños y día de las madres. No hace mucho, en las calles de Ciudad de México cientos de muchachos como él caían
o eran perseguidos por las “fuerzas del orden”. ¿A qué se debe que un régimen autoritario permita la aparición de este núbil sensible en los hogares mexicanos donde todavía programan películas de Libertad Lamarque y don Andrés Soler?
encantaría presumir.” Mientras escribo, esclarecido por las ideas de El arte de la fuga, intento pasar el trago amargo que me provocan las escenas callejeras de dolor por Juanga. Menos mal que Tovar y de Teresa ha dicho que le harán un homenaje en Bellas Artes.
IV 1971. Festival de Rock y Ruedas, Avándaro, Estado de México. Después de una mentada de madre descomunal que todo mundo escucha por la radio, el gobierno
VI Circa 1950. Parácuaro, Michoacán. Morirá el palomo. El niño Alberto Aguilera se fuga con su madre por Tierra Caliente, huida que culminará en la frontera norte. No hacía mucho que el padre de este avatar de “Al-
Raúl Velasco y Pedro Vargas entrevistan a Juan Gabriel
prohíbe las reuniones en la que los muchachos pretendan celebrar su juventud a ritmo de rocanrol. Mientras en la tele siguen apareciendo Angélica María, César Costa y Alberto Vázquez cantando baladas, en la pantalla grande Rocío Dúrcal flecha a Enrique Guzmán en la cinta Acompáñame. Al parecer, Juan Gabriel registra parte de esa historia para desatarla de manera distinta años después. V 30 de agosto de 2016. En El arte de la fuga me entero del afecto que Sergio Pitol le profesa a un Carlos Monsiváis que en su columna “La caja idiota” analiza lo que sucede en la tV a finales de los cincuenta, época en la que la mayoría de intelectuales desprecian ese medio donde se decide gran parte de la cultura popular en México. Doscientas páginas después, en un ensayo titulado “Borola contra el mundo”, Sergio Pitol nos revela que teme hacer la siguiente confesión: “Mi deuda con Gabriel Vargas (autor de La familia Burrón) es inmensa. Mi sentido de la parodia, mis juegos con el absurdo me vienen de él y no de Gogol o Gombrowitz, como me
bertico Limonta” había sido internado en La Castañeda, historia de locura de la que ya no sabremos nunca el final. Aunque Alberto es todavía una criatura, la cultura regional lo acompañará toda la vida, lo mismo que la imagen de Gabriel, su padre, de quien tomará su nombre. El nombre del padre, combinación de palabras que un psicoanálisis no pasaría por alto para descubrir la fuerza psíquica que poseerá el benjamín de la familia Aguilera Valadez. Justo en ese año inician las primeras transmisiones de la tele mexicana. VII Circa 1885. El sabio mexicano Joaquín García Icazbalceta definió al folclor como “la expresión de los sentimientos del pueblo en forma de leyendas o cuentos, par ticularmente en coplas o cantarcillos anónimos, llenos de gracia y a menudo notables por la exactitud o profundidad del pensamiento”. VIII Circa 1955. Ciudad Juárez, Chihuahua. Tarde o temprano estaremos juntos para seguir amándonos.
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Victoria, la madre del niño Alberto, trabajadora doméstica en situación de pobreza extrema, deja a su hijo en un orfanato. A propósito de la palabra orfanato, existe una interpretación etimológica que la vincula con Orfeo, personaje quien al morir su amada Eurídice, gracias a su lira y a su poesía, logra persuadir a Cancerbero, guardián del inframundo, para que lo deje llegar hasta el más profundo de los antros y traer de regreso a su amada. Al fallar en ese cometido, ya sin razón alguna para vivir, el héroe se dedica a vagar por el mundo tocando la lira. Algunas tradiciones griegas indican que durante esta etapa Orfeo inventó las relaciones amorosas con los hombres. El inframundo de Orfeo es equiparable al inconsciente; la muerte de Victoria, la madre de Juan Gabriel, provocará la creación de uno de los himnos más eficaces jamás creados por compositor alguno; se trata del réquiem “Amor eterno”. Juan Gabriel
Con la cantante española Rocío Dúrcal en la década de los ochenta
A diferencia de Salvador Novo y su agudeza intelectual, Juan Gabriel pone en acción una serie de recursos musicales y escénicos con los que conectan fácilmente miles de fans. En la primera etapa son muchachas las que integran los nutridos clubes a los que pronto se sumarán mujeres de todas las edades. Poco a poco jóvenes y hombres se animarán a declarar su gusto por el cantautor. ¿Cuál es el secreto de ese muchacho que no oculta su origen popular? “No tengo dinero” es una canción emblemática que, además de algunas ideas naive, aborda la situación económica miserablemente endémica que padecen los jóvenes (de la unam o el iPn ; no es el caso de Nicolás, por supuesto), no sólo la de los muchachos que sobreviven como pueden al comenzar la década de los setenta, sino de las generaciones que las seguirán. Alma joven es el disco con el que un joven Juan Gabriel casi sin querer “desafía” a una sociedad patriarcal, a una sociedad ávida de bienes materiales… contrapunto del melodrama de un país representado por ese mini Estado autoritario que todavía es la familia de las clases medias y populares en México. XI Navegando por la web. El arte de la fuga (en alemán: Die kunst der fuge) es una obra musical compuesta por J .S . Bach, se trata de una serie de técnicas del contrapunto, composición musical que evalúa la relación entre dos o más voces independientes, polifonía que tiene la finalidad de obtener un equilibrio armónico. Veamos: Tweet de Consuelo Sáizar: “Juan Gabriel, como Novo, como Monsiváis fueron ‘marginales en el centro’. Con su talen-
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to lograron dibujar un espejo en el que nos reflejamos.” Tweet del caifán Saúl Hernández: “Vivió intensamente, disfrutó su vida, logró sus sueños y nos dejó todo su ser. Se fue cantando y bailando, un final feliz. Adiós maestro, gracias por darnos tu vida.” Líneas de una nota perio dística de Nicolás Alvarado: “me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada.” Tweet de Luis Tovar: “¿Y qué pensará este mequetrefe del lema Por mi raza hablará el espíritu?” Yo escribo en mi página de Facebook: “los poetas (malitos, no malditos) a los que a veces leen, además de sus familias, los miembros de sus postmodernas y herméticas cofradías, comenzaron a su frir porque Juan Gabriel es tendencia nacional y global en las redes sociales. Gloria para el compositor que durante varias noches convirtió a Bellas Artes en el Noa-Noa.” En un acto inusual y sorpresivo, el presidente Barack Obama reacciona tras la muerte del cantautor: “su espíritu perdurará en el tiempo con sus canciones.” XII El arte de la fuga es el arte de la riqueza de los géneros musicales, de la diversidad en las preferencias amorosas y culturales; es el contrapunto con el que Juan Gabriel atravesó por algunos de los periodos más oscuros para el desarrollo de la cultura gay en México, actitud que sostuvo con un bajo perfil durante el ascenso de ese movimiento a finales de los setenta, ascenso que coincide con la apertura política iniciada por el régimen y durante el posterior reflujo del movimiento gay ante la epidemia del vih/sida. XIII Juan Gabriel dice: “Tengo raíces musicales en Michoacán, mezcladas con el turbulento escándalo que hay en Juárez donde se amalgama música de todas partes. Fusionando los ritmos estadunidenses con los mexicanos he tenido la base para crear mi propio estilo musical. Rock, twist, hustle y el funky entre otros géneros…”
De izquierda a derecha: Armando Manzanero, Roberto Cantoral, Tomás Méndez, Juan Gabriel, Alfonso García y Ramiro Hernández en 1983
solía decir que era un chiquillo viejo, porque “aprendí muchas cosas por adelantado”. El filósofo y estibador de Río de la Plata, Antonio Porchia, escribió este aforismo: “Mi padre, al irse, le regaló medio siglo a mi niñez.” IX Febrero de 2012, La Jornada. El cantautor dice: “Creo en [la música] con toda mi devoción, pues gracias a ella no soy un desgraciado [...] Es intangible, como lo es Dios.” “La música es una manera de comunicarme con los míos [...] el amor lo aprendí de mis amigos gay, en Juárez.” X 2016. Navegando por la web. Con Nicolás Alvarado ya de plano me duele la cabeza de la risa. Sólo a un intelectual tan “exquisito” como inconsciente se le ocurre decir tonterías racistas sobre Juan Gabriel en pleno duelo popular de semejantes dimensiones (especialmente cuando eres director de la televisión universitaria cuyo lema es: Por mi raza hablará el espíritu). Pero volvamos a los máximos exponentes de la cultura gay en México (con la que Alvarado dice ser simpatizante).
X IV Navegando por la web. Simone de Beauvoir dice: “a los varones se les regatea la ternura que se les brinda a las niñas… la madre les niega los besos y abrazos que prodiga a sus hermanas, no se les halaga por sus esfuerzos de seducción… no se les protege contra la angustia de la soledad porque ‘los hombres no tienen miedo’, debido a esas frustraciones experimentan desde muy temprano el desamparo… se les dice: ‘un hombre no pide besos’, ‘un hombre no se mira en el espejo’, ‘un hombre no llora’.” A diferencia de Novo y su calidad de “miembro marginal de la alta sociedad”, Juan Gabriel, a quien no le gusta aparecer tanto en la televisión, a principios de los años setenta llegó a ser la viva imagen de Pepe el Toro perdido en Ciudad de México; duerme en la calle y en la Villa de Guadalupe, es llevado a la cárcel acusado de un robo que no cometió mientras componía canciones de protesta. Para El México que se nos fue, Juan Gabriel compuso estos versos: “hablan con tal pesimismo/ de que ahí viene otra revolución/ ahora en vez de mirarse ellos mismos/ …miran la televisión.”“A México se le conoce por su historia, por su arte, no se le conoce por Televisa.” “Son ingratos, eso sí… yo les llevo ventaja porque fui el primero de aventarme la puntada de decir que yo los veté a ellos.” XV 1999. Xalapa. Sergio Pitol, autor de El arte de la fuga, nació en Potrero, Veracruz en 1933. Fue huérfano desde los cuatro años y las siguientes son las líneas finales de su libro: “…hay que pensar que si bien es cierto que vivimos tiempos crueles, también es cierto que estamos en tiempos de prodigios.”
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Gustavo Ogarrio
Juan
Gabriel LE CANTÓ A LA SOCIEDAD DE MASAS, A LA PATRIA SIN ALMA. MÁS DE MIL 800 CANCIONES SON DE SU AUTORÍA. HA VENDIDO 100 MILLONES DE DISCOS.
o el vértigo
Concierto de Juan Gabriel donde presentó su gira Bicentenario. Foto: © MEDIOS Y MEDIA
LOS HERALDOS CANTADOS QUE NOS MANDA LA VIDA Y MUERTE DE JUAN GABRIEL
L
a muerte es el mensaje de los tiempos que terminan: Juan Gabriel deja de existir la mañana candente del domingo 28 de agosto de 2016, a la edad de sesenta y seis años, y este hecho es, como ninguno en los últimos años, de una intensidad popular y mediática insólita, y al mismo tiempo desata una batalla por nombrar a través de su figura lo que fue “el siglo xx mexicano”. Los titulares de los diarios y la abundancia de epitafios mediáticos se inscriben en el espíritu de otorgarle un significado a toda una época a través de las canciones de Juan Gabriel; además, sirven para el intento extraviado de sellar algo del significado de su vida como uno de los más grandes ídolos de masas y cuya multiplicación será imposible ante las nuevas condiciones materiales de producción capitalista de los significados emocionales: “Amor eterno”, “Muere Juan Gabriel, el Divo de Juárez”, “Caray”, “Fue un placer conocerte”, “¡Ha muerto!”, “El divo se fue”… No hay encabezado ni síntesis informativa ni suma biográfica ni telenovela ramplonamente melodramática ni serie de televisión de objetivos dramáticos irreales, en su vocación de biografía sentimental, ni película cuasi teológica con título de canción, en donde quepa una vida tan prolífica en su contribución a esa dialéctica entre cultura popular y cultura de masas. Se dice que más de mil 800 canciones son de su autoría, con más de 100 millones de discos vendidos; más de 35 álbumes y otro tanto de recopilaciones de éxitos y dúos, entre ellos el más célebre con la cantante española Rocío Dúrcal; conciertos memorables que duraban de tres a seis horas y que amplían el aura mítica de un Juan Gabriel plenamente compenetrado con su papel de cantor inalcanzable de los sentimientos de su pueblo; éxtasis íntimo y multitudinario.
Pero Juan Gabriel también es el hijo legítimo y algo desobediente de la cultura del nacionalismo revolucionario y, al decir esto, hay que pensar inmediatamente en que su imagen escapa a las interpretaciones simples de los fenómenos de masas. No se sabe qué fue primero, si Juan Gabriel es uno de motores culturales del proceso formativo de la Unidad Nacional que sostuvo en su versión amable al Estado benefactor, que también modeló lo que tenía que ser la Gran Familia mexicana y que no aceptaba subversiones culturales y parentescos “desviados” que no pudiera devorar para transformar su naturaleza disidente, o si el imperativo de la Unidad Nacional llevado autoritariamente a los grandes medios de comunicación masiva dio origen a la transformación luciferina de Alberto Aguilera en Juan Gabriel. Aun así, el Divo de Juárez se aleja conscientemente del canon de héroes mediáticos que ejercen su poder acumulado de pendencieros, jugadores y golpeadores “simbólicos” de mujeres abnegadas. Juanga ofrece en sacrificio al mundo del espectáculo un perfil amable y frágil desde su condición de muchacho provinciano, de origen humilde, que conquista a las urbes cosmopolitas de Ciudad Juárez, Ciudad de México, al país entero, al “mundo de habla hispana” y más allá. Alberto Aguilera Valadez, el nombre previo a la puesta en escena, en esta narrativa de la superación personal que ya es final feliz con redención televisiva, es despreciado por sus padres y hermanos, su peregrinaje por el orfanato y la prisión lo llevan a los pies de la indulgencia del espectáculo en su siempre atento radar ante los talentos emanados del pueblo, en su versión de sociedad benefactora: la cantante Enriqueta Jiménez, la Prieta Linda, conoce a Alberto Aguilera en la prisión de Lecumberri y lo ayuda a transformarse en Juan Gabriel para que firme un contrato con la disquera rCa en 1971. Homosexualidad, balada romántica, nueva canción ranchera: una triada “espiritual” que sin recriminarse
mutuamente su imposible articulación convive en las canciones de Juan Gabriel a fuerza de mantener en la superficie la heteronormatividad en las letras y dejar el paso libre al carnaval de gestos, baile y teatralidad gay que no necesita autonombrarse para transmitir su desafío. Juan Gabriel reta a la exigencia patriarcal de ocultar absolutamente su homosexualidad y le entrega al régimen de sexualidad machín una murmuración festiva cuya ambigüedad lo eleva al Olimpo de las deidades que no ceden ante el morbo desenfrenado y discriminatorio de la televisión: “lo que se ve no se juzga”, le espeta elegantemente a la pregunta insidiosa de si “¿Juan Gabriel es gay?” Para identificar la modulación histórica del vértigo sentimental de las canciones de Juan Gabriel y del performance permanente que combina emociones desbordadas con la confesión sentimental como culminación del amor y del sufrimiento, es necesario proponer una mínima periodización de una obra que es autobiografía siempre indirecta, testimonio cantado de la vida de los demás. Juan Gabriel nace al mundo del espectáculo en los años setenta del siglo xx como el muchacho que ya es el arquetipo de un novio sensible y bien portado de todas las muchachas de la nación. Carlos Monsiváis describe así este arco de tiempo artístico de Juan Gabriel, que va de 1971 a 1981: “El compositor Juan Gabriel no cree en la durabilidad del cantante Juan Gabriel. Él fuerza la garganta, trata sin piedad a sus cuerdas vocales, azuza el alma a fuerza de decibeles... Juan Gabriel es y no es joven... Su confianza es inamovible: todos lo conocen, y aplausos y silbidos son parte de la docilidad casi instintiva que sigue y memoriza sus éxitos.” En los años ochenta comienza la particular canonización de Juan Gabriel en el paisaje de un país que también se resquebraja política y socialmente: culmina “exitosamente” el proceso de actualización de la canción ranchera al combinarla con la balada romántica y con la urbanización de la figura del mariachi;
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el Palacio de Bellas Artes abre sus puertas para que la cultura moribunda del nacionalismo mexicano devore festivamente a Juan Gabriel y le asigne un lugar en el futuro panteón de los grandes ídolos del siglo xx mexicano; después del primer concierto en Bellas Artes de 1990, viene la decadencia paulatina y de una dignidad a prueba de rupturas epistemológicas, de desatinos políticos del mismo Juan Gabriel, para consolidar un repertorio “clásico” que ya es memoria popular que se canta a la menor provocación. Los símbolos del romanticismo contemporáneo son débiles si se les aísla de su campo de posibilidades mediáticas, de su teatralidad de masas y de su matriz popular: el amor imposible mil veces acosado por letras que se repiten sin repetirse del todo, un sistema de venganzas patriarcales que van desde suaves amenazas que implican el despecho y el rencor eterno, hasta crímenes pasionales que se cantan y atenúan porque son tomados como simples catarsis de cantina o como confesiones vocalizadas que no trascenderán el ámbito de una semiótica que es también un puro round emocional de sombra, que transfiere toda su violencia enunciada a los terrenos del simbolismo desarmado. En Juan Gabriel este veredicto romántico no se cumple del todo. Además, al construir con los años y las déca-
nura del amante siempre rendido ante las tragedias que van a redimir a quien hace suyas estas canciones. “He venido a pedirte perdón” va de lo sencillo a lo complejo en su camino inevitable como mensaje de amor. Pedir perdón para bendecirte en tu destino sin mí: “que nunca llores que nunca sufras así”, como sufre el pueblo o la sociedad de masas, en los rincones de esta patria sin alma. “Hasta que te conocí”: esta canción se inscribe en la lista de los grandes himnos populares que plantean al amor como el rompimiento de un estado de gracia infantilizado (“eso me enseñó Mamá, eso y muchas cosas más”), impoluto, edénico, previo a los desgarramientos del mismo amor como sinónimo de batallas siempre perdidas. Este tema se encuentra a la altura de ese otro gran arrebato lírico vuelto épica popular que es “Un mundo raro”, de José Alfredo Jiménez, o de esa tragedia infantil y contenida por la solidaridad de los que no son así: “La muñeca fea”, de Francisco Gabilondo Soler, Cri Cri. “Yo era muy feliz, yo vivía muy bien… Hasta que te conocí”: el dolor aparece acompañado por las guitarras, la entrada triunfal del sufrimiento, la felicidad fugaz y raquítica que por esto mismo se agiganta con el recuerdo… el destino cuasi trágico que divulga su calvario: “porque ahora pienso en ti más que ayer, mu-
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ponle fecha al regreso, “dime cuando tú vas a volver”. “Siempre en mi mente”: o el canto hipnótico o casi religioso del amor laico que no puede olvidar sus raíces de convento. Se oyen las campanas de la iglesia del sufrimiento. La repetición exhaustiva del título se conjuga con lo elemental: “cómo quieres tú que te olvide si estás tú, siempre tú, tú, tú, siempre en mi mente… Pienso en ti, amor, cada instante”. La celda del amor que se devora a sí mismo por dentro, el olvido que no llega, la pregunta dramática que nos iguala a todas y todos: ¿cómo se olvida?
EPITAFIO AL PIE DEL ÍDOLO MÁS GRANDE QUE SE NOS FUE
Y
entonces, bajo los volcanes sagrados, en un domingo espléndido con guisos mitológicos y bebidas alucinógenas en la mesa, llegó el mensajero de las oscuridades a comunicar que el último de los magníficos había muerto: ese Dios inusual que cantaba desde el dolor cuasitrágico y desde el amor como religión laica, desde la alegría candorosa que presume su pobreza primera para complementarla con el eterno retorno del abandono que ya es amor imposible. Esta deidad, que se movía ya al final como un Elvis mexicano
sentimental de la cultura popular Con Carlos Monsiváis. Foto: Fabrizio León/ La Jornada
das una personalidad blindada en su intimidad personalísima y al asimilar a su manera los giros culturales de tres generaciones, al comenzar el siglo xxi, Juan Gabriel logra retornar de la cultura de masas que lo lanza inicialmente al estrellato para alojarse definitivamente en la cultura popular de la cual partió; esto para desde ahí intentar todo lo que le ofrece el mundo de la música como mercancía global: reconocimientos al por mayor, dúos inverosímiles, covers injustificables o, al menos, de dudosa pertinencia y ejecución, teatralidad en el escenario que por momentos rebasa al compositor siempre activo.
CRÓNICA SENTIMENTAL DE UN PLAYLIST INSUFICIENTE, PARCIAL, IDEOLÓGICO Y PENDENCIERO
“S
e me olvidó otra vez”: tema de una transparencia atroz en sus objetivos declarativos y cuyo fraseo es registro del habla de todos los días que se vuelve popular por la insistencia en museificar y sacralizar el espacio amatorio, la ciudad y la “misma gente”, para de paso congelar en una foto la decepción que también es duelo nostálgico por lo que se fue: “Probablemente ya/ de mí te has olvidado/ y sin embargo yo/ te seguiré esperando./ No me he querido ir/ para ver si algún día/ que tú quieras volver/ me encuentres todavía./ Por eso aún estoy/ en el lugar de siempre/ en la misma ciudad/ y con la misma gente./ Para que tú al volver/ no encuentres nada extraño/ y sea como ayer/ y nunca más dejarnos…” “He venido a pedirte perdón”: si hay algo que se puede considerar como trascendental en la lírica de Juan Gabriel es su sencillez desbordada, una aparente facilidad para combinar sentimientos tremendistas en letras cuya complejidad descansa también en el tono sentimental con el que se cantan, el énfasis vocal que grita pero que también se modula con la extrema ter-
cho más…”. El final que es todos lo finales de los amores contrariados que se canta hasta terminar bailando la borrachera del amor sentimental como iniciación, siempre al pie de la idealización del primer amor, casi siempre el más desgraciado. “El Noa Noa”: candidez festiva cuyo inicio es casi country,, de resonancias campiranas, con su imaginario nocturno de un “lugar” en la frontera que asume su condición de centro del mundo, el encantamiento ceniciento de “bailar toda la noche”. Ciudad Juárez y su muchacho romántico, tímido y vapuleado por la vida, que escribe una canción en la que graba en decadencia amable, entambién su utopía inmefebrecido de sí mismo, se diata de príncipe candoextinguía en su última mañaroso en la inmensidad eróna de domingo californiano. tica de la pista de baile. La Sobre su pueblo cursi y melodracanción transforma los lugares mático empezarían a caer las últimas comunes gracias a que se cantan profecías de los Ídolos Más Grandes y de sin pretensiones épicas: “Este es un Con Elena Poniatowska Juan Gabriel, el que moría, sólo quedaría su lugar de ambiente donde todo es diferenvoz amplificada, sus millones de copias de discos vente.” El peso de la noche fronteriza se expresa también didas y sus billones de reproducciones en el todavía con sencillez para anunciar lo esencial con un breve más vasto mundo de internet, repartidas por el univerjuego de palabras: “¿Quieres bailar esta noche? Vamos so de alta definición; todas estas canciones tan bellas al Noa Noa, Noa Noa, Noa Noa, Noa vamos a bailar.” diseminadas por los siglos de los siglos en el Metro, en “Querida”: otra de las cimas de la producción de la montaña, en la cantina, en las comidas familiares, Juan Gabriel; ahí está el amante herido murmurando en el cilindrero de la Plaza Principal, en el último de los el infierno de “cada momento” que es soledad, amor rincones de esta patria desmembrada, tan sólo para herido con rasgos monumentales. La canción avanza acompañarla, con esa candidez estupefacta de sus lecon devoción orquestal. Es melódica cuando anuncia tras de amores también sagrados y de olvidos que dula explosión de luz del amor que sufre y que muere en ran más que la eternidad misma, en su último descenso “esta soledad”; su remate de trompetas casi angelicaa los infiernos. Y todos hablarán de esto y cantarán “El les acompaña en marchas nupciales al amante fractuNoa Noa” hasta el final de los tiempos... rado cuyo mensaje es contundentemente ingenuo:
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LLAMADO RESPETUOSAMENTE “EL SEÑOR” POR SU ENORME EQUIPO DE TRABAJO, JUAN GABRIEL CERRÓ EN LOS ÁNGELES, EL PASADO 26 DE AGOSTO, UNA TRAYECTORIA DE MÁS DE 8 MIL CONCIERTOS. LA AUTORA ERA PARTE DEL EQUIPO QUE ACOMPAÑABA AL CANTAUTOR EN LA GIRA QUE EL DIVO DE JUÁREZ REALIZABA AL MOMENTO DE SU DECESO.
Felicidades a todas las personas que están orgullosas de ser lo que son. Juan Gabriel A mis compañeros de emociones y de escenarios.
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omingo 28 de agosto de 2016, El Paso, Texas: alrededor de las 3 de la tarde regresamos al hotel para comenzar a alistarnos, pero una noticia cambiaría nuestros planes: se cancelaba el concierto. Desconcertados, esperamos obedientes a que nos dieran más información; sin embargo, el poder de las redes sociales impide guardar cualquier secreto. Así, poco a poco, entre rumor y rumor, se anunciaba que había fallecido. No lo podíamos creer, no lo queríamos creer. Finalmente, llegó la confirmación oficial: ya no habría más conciertos. “El señor”, como le llamaba su equipo de trabajo tras bambalinas y en el escenario, había fallecido. A partir de entonces se mencionaría insistentemente su nombre oficial: Alberto Aguilera Valadez, pero para
todo mundo, era un hecho que Juan Gabriel –Juanga– nos había dejado. Nadie sabía cómo reaccionar, nadie sabía qué decir, simplemente estábamos ahí, físicamente presentes pero mentalmente evadidos, en una suerte de presencia-ausencia. ¿Qué seguía? En ese momento, la mayoría de nosotros rememoró el concierto que había ofrecido dos días antes en Los Ángeles, el cual se había convertido ya en nuestro último show. Un compañero mencionó: “No puedo creer que ya no bailaré ‘El Noa Noa”; en ese momento fue cuando comenzó a “caerme el veinte”. Me di cuenta de que, como bien decía Juan Gabriel, “el tiempo no perdona”: por más que se planifique el futuro, la realidad es ineludible. Incontables son las personas que han escrito (y escribirán ahora) sobre Alberto Aguilera Valadez. Estas líneas pretenden compartir otra faceta suya, la de nosotros, su equipo, el que se refería a él como “el señor Juan Gabriel” o bien “el señor”; no como un distanciamiento entre él y nosotros, sino como muestra del inmenso respeto que nos inspiraba. Respeto fundado en el profesionalismo que construyó en torno a su persona y obra, el cual se manifestaba en sus conciertos.
Dentro de su equipo cada quien convivió de distinta manera con él: desde los que llevaban más de veinte años trabajando a su lado hasta los que tenían escasos meses pero identificados con su música, su trabajo y con su comprometida participación en cada show. A pesar de los distintos niveles de convivencia, las opiniones son unánimes en cuanto a los rasgos distintivos del cantautor. Alberto Aguilera era, ante todo, un gran ser humano, un verdadero filántropo que daba sin esperar nada a cambio. Múltiples testimonios destacan al gran padre, amigo y jefe que fue; otros mencionan su aspecto enigmático. El Divo de Juárez no se expresaba explícitamente, según algunos: hablaba poética o metafóricamente. Así, Alberto Aguilera, a manera del I Ching, era como un libro que se tenía que interpretar, que no dejaba imperturbable a su lector/interlocutor, pues éste seguiría reflexionando sobre el sentido de las palabras pronunciadas. Mi testimonio nace de la inefable magia que creaba Juan Gabriel en su escenario, así como del gran agradecimiento que siento por haber formado parte de su equipo. Mi experiencia comenzó hace poco más de un año; durante ese tiempo fui testigo de la entrega total
Juan Gabriel realizando una presentación durante su gira Bienvenidos al Noa Noa, en California, Estados Unidos, 11 de septiembre de 2015. Foto: Xinhua/Armando Arorizo/Prensa Internacional/ZUMAPRESS
La última gira de Juan gabrieL: crónica y testimonio Andrea Tirado
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de Juan Gabriel ante su público. No siendo neófita en este ambiente, puedo asegurar que nunca había presenciado una entrega tan sincera y tan devota de un artista a su público. Si algo caracterizaba a Juan Gabriel era su amor por sus fans. Dicho amor se traducía en conciertos únicos de más de tres horas de duración, en una hora o más de complacencias, y/o en obsequiar sesenta minutos adicionales de deleite musical luego del popular “¡otra!, ¡otra!” Después de su primer concierto en Bellas Artes en 1990, Enrique Patrón resalta dichas peculiaridades: “Le gusta improvisar y depende cómo esté el público le va agregando cosas.” Eso siguió sucediendo, nada era previsible, nada estaba preestablecido, al contrario, siempre atento a lo que el público pedía de él. Esto tuvo como resultado que para nosotros nunca hubiera dos conciertos iguales, cada uno fue único y particular, porque cada uno tuvo su parte de creatividad improvisada. Eso mismo sucedió en la ciudad de Los Ángeles, en ese concierto que, sin darnos cuenta, se convertiría en nuestra última convivencia con “El señor”. Los Ángeles era la penúltima ciudad de lo que constituiría la primera parte de la gira, compuesta por San Diego, Sacramento, Los Ángeles y El Paso.
(quien siempre aparecía hacia el final de la canción), había decidido adelantar su entrada; sin embargo, no encontré señales de que así fuera. Ese acto provocó en mí una alegría inverosímil: aquel público nos aclamaba a nosotros. En ese preciso momento se formó una comunidad/identidad mexicana, y me atrevería incluso a decir: identidad hispanoamericana. Ese fue el ambiente imperante en los tres últimos conciertos que dio antes de que su corazón dejara de latir. De ese sentimiento saqué por conclusión que Juan Gabriel, en tanto que icono cultural, construye una identidad nacional, hispanoamericana, la cual muchas veces tiene
EL ÚLTIMO CONCIERTO
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isar un escenario es siempre una experiencia enorgullecedora, y más aún cuando se trata de un escenario extranjero. Sabíamos que, en cierta forma, llevábamos una parte de México, representábamos a nuestro país en el extranjero, al ser Juan Gabriel uno de los máximos representantes de la cultura popular mexicana de por lo menos dos generaciones. Por lo tanto, esos primeros conciertos significaban poner en alto el nombre de México, gracias al equipo reunido por Juan Gabriel. Así, nuestro equipo-familia, integrado por: staff, producción, músicos, coristas, mariachi, bailarines... comenzaba la gira. El primer concierto en San Diego me produjo escalofríos. El show comenzaba con la canción “Méx i co es todo”, la cual es un homenaje a la diversidad característica de nuestro país: “El mundo sabe que este México/ es único, que es mágico y fantástico/ y también sabe que este México/ es músico, que es rítmico y romántico […]/ que es unigénito, exótico, turístico y muy plácido.” Así cantan los coristas al mismo tiempo que los bailarines preparan el escenario para la entrada de Juan Gabriel. Además de promover la diversidad de México, la canción inicia con la repetición de la frase: “tú eres yo”; frase que exhorta a reconocerse en el Otro; a suprimir las diferencias que surgen, cada vez más, entre los individuos; a alentar una fraternidad entre los seres humanos. Los escalofríos fueron producidos por la ovación del público. Inmediatamente pensé que Juan Gabriel
Cartel de la última gira de Juan Gabriel
mayor eco en el extranjero. El espectador puede, por lo tanto, identificarse en ese Otro, o bien reconocer, como ya lo anticipa la canción, que “tú eres yo”. En el concierto de Los Ángeles, esa última noche, el Mariachi de Mi Tierra se vistió de un elegante traje azul rey; los músicos de blanco; las coristas estrenaron vestidos azules; la banda argentina Jerok un traje gris y los bailarines tuvieron distintos cambios de vestuario. Todos nos reunimos para despedir –sin saberlo al Divo. Juan Gabriel, engalanado con pantalón negro y camisa azul, se preparó para entregarse nuevamente al público que lo aclamaba. Durante las dos horas y media que duró el concierto, el Divo hizo nuevamente prueba de la humildad y humanidad que lo distinguían. Cedió su puesto en más de una ocasión para que los coristas cantaran solos, algunos músicos se destacaran, el Pachuco luciera su coreografía, el dúo de Zona Prieta cantara, el mariachi hiciera vibrar el foro y los bailarines ejecutaran acrobacias y coreografías. Juan Gabriel cantó, brindó, bailó
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y nos contagió a todos de esa energía única que lo particularizaba al hacerlo todo “con el corazón”, ningún acto a medias. Esa noche, Juan Gabriel había tocado la fibra del sentimentalismo más profundo de todos nosotros, equipo y público por igual. Finalmente, el concierto llegó a su fin con el habitual desfile de agradecimiento. Juan Gabriel, fijo en un punto del escenario, se dispone a vernos por última vez. Todos los que conformamos su equipo recorrimos el escenario hasta llegar a su altura, y antes de tomar la pasarela que nos llevaría a la salida, el Divo, siempre atento a todo su equipo, nos dedica, a cada quien, una mirada. En ese momento, parecía que ya no era el Juan Gabriel de los escenarios, ni Alberto Aguilera quien nos miraba, sino “El señor”, encabezando a su equipo de trabajo, consciente de que todos estábamos ahí por él y para él. Esa noche su mirada fue distinta, fue más pronunciada que de costumbre, quizá como si él mismo, sintiéndose tan pleno y satisfecho, hubiera anticipado su desvanecimiento. Esa fue la última vez que lo vi. Juan Gabriel, feliz y agradecido, se despediría emotivamente de su público y de su escenario por última vez ese 26 de agosto. Alberto Aguilera Valadez/Juan Gabriel es parte de la idiosincrasia de México, de lo mexicano. Su tremenda capacidad de hacer converger los sentimientos y emociones de los mexicanos en las letras y música de sus canciones, hizo que pasara por encima de estratificaciones económicas, educativas, culturales o sociales. Eso es lo que caracteriza la obra, el legado, de Juan Gabriel: la unanimidad que concita el conocimiento nacional de sus canciones, su presencia y su personalidad, incluso más allá de nuestras fronteras. Parafraseando a José Alfredo Jiménez: ¿Quién no conoce alguna canción de Juan Gabriel, quién no exige su canción? El talento y la capacidad de comunicar de Juan Gabriel aportó al habla popular frases que condensan sabiduría, así como un claro reflejo de la idiosincrasia mexicana: “se me olvidó otra vez”, pero sobre todo tocó la fibra más sensible del mexicano y del latino en general, con “Amor eterno”. Así, reunió todos los elementos para convertirse en un icono cultural, en un referente de la identidad nacional mexicana, con la cual muchas otras nacionalidades hispanoamericanas también se identifican. La letra del conocido “Noa Noa”, con la cual finalizó el concierto de Los Ángeles, cobra ahora mayor sentido: “No te tomes tú la vida tan en serio/ de una forma u otra de ella vivos/ nunca vamos a salir/ vive, baila, canta y goza/ que la vida es muy hermosa/ y en el mundo hay tantas cosas/ que te ponen muy feliz.” Juan Gabriel vivió, bailó, cantó y gozó, y con su música nos pide no sentirnos solos ni tristes, porque “hemos venido al mundo a ser felices”. Así, su partida es sólo el comienzo de su inmortalidad
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en nuestro próximo número:
Ellas tiEnEn la palabra:
nuevas narradoras y ensayistas mexicanas
La Jornada Semanal @JornadaSemanal jsemanal@jornada.com.mx
ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Naief Yehya
Agustín Ramos
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UANDO LE COMENTÉ QUE Reynol acababa de irse a vivir a Alemania con su esposa, Vicente Leñero dijo conocerlo de cuando fue a dar un taller de composición dramática a Monterrey. –Era el mejor pero los demás no lo comprendían y Reynol se retraía –palabras más, palabras menos. Ese aprecio por la calidad literaria de Reynol Pérez Vázquez, la reiteró Leñero no sólo en subsiguientes pláticas ante nuestros americanos y su nube de humo de cigarro, sino también en dos textos que aportan dos claves para captar la di-
mensión de la “poética verbal y visual y escénica” de Reynol. Una clave se expresa en cuatro citas en forma de preocupación por parte de Vicente Leñero: a) una “constante de las obras, apela a una poética escénica que los directores de nuestro país –históricamente hablando– nunca han sabido encarnar”… b) “Leyendo este libro que se cumple en su escritura, disfrutando estas obras que amplían toda experiencia literaria posible, uno quisiera invoc a r e l s u rg i m i e nto d e u n d i re c to r escénico capaz de entender y comulgar con los tonos, las atmósferas y la poética de Pérez Vázquez; capaz, sobre todo, de hacer posible la construcción de montajes a la altura de una dramaturgia mexicana definitivamente importante.” (“Una poética de la imaginación, La dramaturgia de Reynol Pérez Vázquez“, presentación de El tren nuestro de cada día [Nueve obras de teatro], editado por la uanl en 2000). Las otras dos citas corresponden a la presentación de la tetralogía Por encima de la vida, que apareció este año en Ediciones El Milagro (”Memorias de Agualeguas”). Ahí, al hablar de la “hazaña narrativa” de Reynol, Vicente Leñero apunta c): “Es difícil prever el resultado, aunque algunas piezas ya han sido montadas –no las presencié, por desgracia. Se requiere de un trabajo actoral meticuloso…” Y d) en cuanto a la asombrosa “precisión de Reynol para acotar escrupulosamente su narrativa teatral… Se antoja de pronto una tarea inútil, porque cada posible director exigiría o se tomaría sus propias libertades de acuerdo con su lectura escénica”. La otra clave tiene que ver con la literatura y los géneros. En una entrevista reciente, David Huerta habló de la poesía como el género literario (el único, el distintivo). Ya en el primer prólogo, Leñero reconocía la hermandad e incluso la filiación del teatro de Reynol con el de Elena Garro, la que rompió los esquemas del realismo al incluir desdoblamientos, sueños y recuerdos con que “nuestra imaginación juega”, aun-
que considera que él “da un paso más, se atreve más, se adelanta, se aventura con genio e ingenio por los laberintos de una poética de la imaginación”. Así, también, lo iguala con Rulfo, ”no por lo que hace a la literalidad de la sintaxis, sino a la convicción… de que el realismo objetivo de nuestro ámbito rural se recoge mejor, se retrata, se profundiza, cuando el autor lo impregna con la magia verificable de ese mundo campesino…” Por supuesto, quizá no sea del todo vano enfatizar que estas dos no son las únicas influencias y/o empatías que identifica el prologuista Leñero en las nueve obras que integran El tren nuestro de cada día, obras de las cuales sólo una, Aullidos, se desarrolla en el campo. El bostezo azul es un juego de espejos más transformantes que deformantes, Paisaje con columpio y Ausencia con gato son laberínticos y eternos retornos de relaciones y situaciones fraternas, Ralph es un western, las adaptaciones de La vitamina que llegó de América y Mocasín constituyen sátiras a ciertas cotidianidades urbanas, Ana y el hombre es una representación tan transparente como la más sedosa de las infidelidades... urbanas. En la presentación segunda, y póstuma, Leñero reitera sus observaciones, eleva los calificativos y coloca al lector del libro Por encima de la vida ante el desafío de reconocer la estatura artística no de la dramaturgia sino de la gran literatura de Reynol Pérez Vázquez. El libro lo conforman cuatro obras con un solo tema/escenario llamado Agualeguas, como el pueblo donde Reynol vivió hasta los dieciocho años… Bordando al respecto, Leñero formula ese desafío en forma de un enigma elogioso… “a pesar de que la voluntad de Reynol parece orientada a la representación teatral, su dramaturgia ofrece la posibilidad de ser apreciada como un conjunto de cuentos cerrados, perfectos en su trazo, que en la suma total conformarían una novela de inevitable título: Agualeguas.” ¿Teatro o narrativa? • (Continuará.)
Y he aquí: Sueños de un mundo conectado, de Werner Herzog De la cueva al ciberespacio Hace cinco años, Werner Herzog lanzó otro de sus fabulosos documentales, esta vez en 3d, que trataba sobre pinturas rupestres: Caves of Forgotten Dreams (Cuevas de sueños olvidados). Las imágenes de caballos, leones, bisontes y osos, al lado de impresiones de las manos de sus autores prehistóricos, son monumentales obras de arte con más de 32 mil años de edad, pero también eran un valioso sistema de comunicación, creación e información. Herzog está de regreso con un nuevo documental, Lo and Behold: Reveries of a Connected World, sobre otro sistema de comunicación, información y creación: internet, desde sus orígenes, el 29 de octubre de 1969, cuando se transmitió el primer mensaje desde un inocuo salón de la Universidad de California, Los Ángeles (que ha sido reconstruido como un santuario y que probablemente en el futuro será objeto de peregrinaciones y culto), hasta el día de hoy. Herzog emplea su característico estilo de narración en off y una serie de entrevistas a expertos, algunos optimistas y otros desesperanzados sobre el futuro de la red digital. En su trabajo documental Herzog se deja guiar siempre por la curiosidad, por un deseo implacable de entender y descubrir, y su asombro permite que se revelen las personalidades de sus entrevistados y se muestre la humanidad de los individuos más peculiares.
un munDo funDaDo en la confianza Herzog describe la impredecible trayectoria de un invento que ha revolucionado al mundo y nos ha transformado como especie, y toca una enorme variedad de aspectos en un vertiginoso paseo en diez partes por las promesas y peligros del ciberespacio, por los laberintos de la adicción al mundo digital y los incontables peligros del ciberhackeo, el ciberbullying e incluso las erupciones solares que podrían interrumpir las comunicaciones con consecuencias catastróficas. Internet fue diseñado por una comunidad cuyos miembros dependían de la confianza mutua, por tanto nadie pensó entonces en la seguridad ni pudo imaginar que legiones de criminales se dedicarían a explotar las deficiencias del sistema para robar, extorsionar y humillar a los cibernautas.
control y obsesión Herzog entrevista a Leonard Kleinrock, quien estuvo presente en el nacimiento de internet; a Danny Hillis, quien recuerda un tiempo en que se podía elaborar una lista de todos los cibernautas en un pequeño directorio impreso, y a Sebastian Thrun, quien asegura que en el futuro todos los autos se manejarán solos e incluso aquellos que aún no se hayan fabricado aprenderán de los errores y accidentes de todos los demás coches en la carretera. Este caso es interesante porque pone en evidencia un ejemplo muy concreto del impacto
Vicente Leñero
que tendrá en nuestras vidas la inteligencia artificial y el llamado internet de las cosas, cuando la red no sólo se limite a la información sino a controlar objetos físicos. Asimismo, Herzog habla con Adrien Treuille, quien cuenta cómo un grupo de usuarios ayudaron a resolver un complejo problema molecular relacionado con la cura de una enfermedad, tratándolo como si fuera un juego multiusuarios en línea. También habló con Kevin Mitnick, quien hace años fue el hacker más famoso y perseguido del mund o. J u nto co n las celebridades, el director entrevista a numerosos desconocidos, incluyendo a personas que padecen una extraña condición, una especie de alergia al futuro, que les obliga a vivir en sitios remotos, lejos de cualquier señal electromagnética, y que sirven como contrapunto a una humanidad obsesionada y capturada por la red y los sueños que produce. Si la información que se transmite en un solo día por internet se almacenara en cds y se pusieran uno encima del otro, en una sola pila, ésta llegaría hasta Marte y de regreso. Esta comparación resulta paradójica ya que uno de los entrevistados es el multimillonario empresario Elon Musk, director general de la empresa de autos eléctricos Tesla y de Space x , una compañía que entre otros objetivos busca la conquista de Marte. Musk es un producto de internet y probablemente cambiará de manera definitiva a nuestra especie por su capacidad de soñar y valerse de la red para cumplir sueños aparentemente imposibles.
sueños La pregunta que Herzog hace es “¿Puede internet comenzar a soñarse a sí misma? La premisa es inquietante y nadie puede responderla con certeza. ¿Qué puede querer decir que una cosa que combina sistemas de telecomunicación, servidores, millones de computadoras y dispositivos adquiera repentinamente conciencia?¿Será posible que esta red, que nadie soñó nunca, despierte un día de su sueño y súbitamente dejemos de ser la especie dominante de este planeta? ¿O bien, algún cataclismo podrá sepultar durante milenios a este prodigioso sistema de información y entretenimiento en una oscura cueva real o virtual? •
JORNADA VIRTUAL
Un Ulises con distinto itinerario (i de ii)
TOMAR LA PALABRA
naief.yehya@gmail.com
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........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1122 • 4 de septiembre de 2016
Alonso Arreola @LabAlonso
El museo de arte de Denver (i de ii)
E
N UN RECIENTE VIAJE a Colorado visité el Museo de Arte de Denver (dam), institución que goza de muy alto prestigio en Estados Unidos y poca difusión en nuestro país. Es uno de los museos más relevantes en la vasta región que abarca desde Chicago hasta la costa oeste, y cuenta con unas 70 mil obras divididas en diversas colecciones que incluyen arte asiático, europeo, africano, de Oceanía, de los indios americanos, moderno y contemporáneo estadunidense, así como fotografía, diseño y arquitectura. Junto con el acervo del oeste de Estados Unidos, las colecciones de arte prehispánico y colonial de América Latina son las más relevantes, y esta última es considerada la más importante en el país.
La fundación del museo se remonta a 1893 y tuvo varias sedes hasta que en 1949 se estableció en el predio actual. En 1971 se inauguró el edificio proyectado por el célebre arquitecto modernista milanés Gio Ponti; por esos años se fueron consolidando las diferentes colecciones y se estableció el Departamento del Nuevo Mundo a través del cual el curador paraguayo Robert Stroessner consiguió reunir las colecciones prehispánica y colonial con una visión enciclopédica. En 2006 el museo creció potencialmente con el nuevo edificio creado por David Libeskind, el polémico y renombrado arquitecto estadunidense de origen judeopolaco, autor del Museo Judío en Berlín, la ampliación del Victoria and Albert en Londres, y el plan de reconstrucción de la Zona Cero en Nueva York. El nuevo edificio del dam es realmente un proyecto espectacular que se ha convertido en punto de referencia por su atractivo y original diseño de bloques geométricos recubiertos de paneles de titanio, inspirado en los picos de las imponentes Montañas Rocallosas que circundan la ciudad. Tuve el privilegio de ser recibida en el dam por el curador de la Colección de Arte Colonial, el venezolano Jorge Rivas Pérez, quien gentilmente me guió por la exposición temporal titulada Gliteratti. Retratos y joyería de América Latina colonial. El término “gliteratti” se usa comúnmente para referirse a las “celebridades”, y en el contexto de esta exhibición nos habla de los retratos de personajes de la 1 época colonial que aparecen aderezados con joyas portentosas a la usanza de aquellos tiempos; el guión curatorial establece un diálogo entre las representaciones pictóricas y las soberbias piezas de joyería antigua que forman parte de la colección. A través de los retratos de damas y caballeros, santas y miembros del alto clero, el visitante puede apreciar claramente la importancia que tuvo la joyería en la sociedad novohispana, y admirar exquisitas piezas de oro y piedras preciosas, como cruces, collares, aretes, broches, hebillas, botones, tiaras y coronas, chatelaines (la “versión antigua de las navajas suizas” que los señores colgaban de sus cinturones), medallas y condecoraciones, joyas finísimas creadas con las gemas, perlas y corales oriundos del Nuevo Mundo. Una de las obras maestras de la colección es el retrato de Santa Catalina de Alejandría del pintor flamenco Diego de Borgraf (16181686), quien llegó a Puebla con el obispo Juan de Palafox. Con extrema minucia detalla Borgraf las suntuosas telas y brocados de la vestimenta de la santa y salta a la vista la delicadeza de sus aretes, broches, collar y diadema, similares a los objetos preciosos que aparecen en la muestra. La colección colonial del dam incluye escultura –estofados, marfiles, alabastros– mobiliario, platería, una importante selección de escudos de monjas, parafernalia religiosa, enconchados, rarezas de tradición indígena como sus tres obras de arte plumario, piezas de barniz de pas2 to, y un Cristo de pasta de maíz, entre muchos otros tesoros. El acervo prehispánico cuenta con una espléndida selección de arte maya y bellísimas obras en jade, principalmente de Costa Rica que es el núcleo más rico en la colección, pero se puede decir que están presentes todas las culturas más representativas de la antigüedad precolombina desde México hasta Brasil. Una mención muy especial merece la pareja de filántropos Jan y Frederick r . Mayer, los grandes benefactores de este museo, quienes legaron sus ricas colecciones y han sido en gran parte los responsables del crecimiento de esta institución, seguidos por otros generosos mecenas que son el ejemplo de la cultura filantrópica que es de admirar en Estados Unidos y que en nuestro país todavía tiene mucho camino por andar • 1. Cruz 2. Sta. Catalina de Alejandría 3. Museo de Arte de Denver
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ARTES VISUALES
Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx
Esperpéntico y luminoso Juan Gabriel
“Y
O SOY DE UN PUEBLITO que es muy bonito, como quizás no hay dos.” Esta es la frase llana que Juan Gabriel lanza como apertura de su concierto de 2013 en el Palacio de Bellas Artes, celebración por cuarenta años de trayectoria. Al tiempo que la pantalla de fondo muestra artesanías de Parácuaro, su tierra natal, el cantante grita: “¡viva Michoacán!” Ello ocurre sobre un arreglo coral tan grandilocuente como el saco y la corbata platinados que porta con brillo. La imagen entera nos resulta peculiar. Parece anuncio turístico. “Sí, ‘Mi pueblito’ es una canción fea”, pensamos al tiempo que sonreímos, “pero es Juan Gabriel”. Ya se sabe: entre
uno que otro desatino aparecerán éxitos encomiables por diferentes razones. Despedimos entonces al juez que normalmente determina gustos y disgustos en la cabeza y, pensando en los esperpentos de Ramón del ValleInclán (esos “rasgos grotescos, sometiendo a una elaboración muy personal el lenguaje coloquial y desgarrado”), soltamos a media voz mientras avanza el video:“Juanga se cuece aparte.” Disfrazada de palenque por unas horas, la sala principal del adusto edificio porfiriano salva las divisiones de un México que se pacifica momentáneamente con la música de sus ídolos. Artistas, políticos, académicos y melómanos comunes se mueven en las butacas que pronto abandonarán para bailar. El entusiasmo crece, sí, pero en el fondo todos saben –adentro y afuera del recinto– que la de Juan Gabriel es también una farsa (que no mentira), una singularidad cultural que aprendimos a respetar como a las palabras que amplían y dan contraste valioso al discurso de sociedades en movimiento (“lo que se ve no se juzga”, “qué necesidad”). Se impone decir además, contra la estulticia etiquetadora, que Juan Gabriel no fue José Alfredo ni Pedro Infante. El Divo de Juárez tiene un valor específico por encima del terremoto superficial que los medios configuran con la muerte. Su existencia es más dinámica y revolucionaria que la de muchos cantautores populares, inicialmente, por supervivencia ante la intolerancia de conservadores híbridos. Por ellos es que Alberto Aguilera puede verse como un personaje que se fuga en sentido contrario,“implotando” en el caldo donde flotan los ingredientes para cocinar antihéroes de leyenda. A saber: origen humilde, tragedia paterna, abandono y reivindicación del amor materno, encarcelamiento, perseverancia, superación personal, extravagancia, ambigüedad sexual, religiosidad independiente, relación cuestionable con la política, riqueza, enfermedad y hasta evasión fiscal. Todo ello, empero, no podría haber germinado sin el catalizador de su talento incuestionable para escribir numerosas letras, músicas e interpretaciones de gran originalidad. Del migrante expulsado que lo venera al empresario inmóvil que lo ve como placer culpable, y de ellos a quienes lo disfrutan con o sin análisis sesudos desde escalones intermedios, Juan Gabriel tuvo un pausado florecimiento público que reclamó y conquistó espacios para mostrarse entero hasta bien entrada la edad adulta, cuando
parece reconciliarse con el espejo, sintonizarse con su éxito, y se convierte en referencia insoslayable, útil más allá del entretenimiento. Hablando de éxito, señalamos algunas de las muchas causas puntuales. Juan Gabriel hizo del llanto y la súplica actuados –que no fingidos– la más rica fuente de su interpretación vocal (baste recordar su mano con la mítica copa desbordante). A ello hay que sumar el reclamo, el despecho o la frase dulce y amorosa que se rompe en melodías de alta tesitura a medio camino entre la feminidad y la virilidad, allí donde intercambian rehenes las posiciones maniqueas. Rasgo en evolución, su vestuario fue armadura, primera barrera desde la cual bromeaba con delicada autoridad. En sus versos el mensaje siempre se manifiesta simple, incluso aniñado (“que tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca”), y pocas veces intenta trascendencia sin la música (“Te pareces tanto a mí que no puedes engañarme”). Su eficacia depende de la pirotecnia, del acierto compositivo y arreglístico (casi siempre a cargo de Eduardo Magallanes), y sobre todo de una intuición melódica que construye características fieles a su estética estrafalaria. ¿Ejemplo? La triple repetición de palabras o frases en el momento preciso, efectivas por una relojería que conocía la calle. Reproduzca en su cabeza nuestra lectora, nuestro lector, las metrallas de: “Dime cuándo tú, dime cuándo tú, dime cuándo tú vas a volver”; o “Noche tras noche, caray, noche tras noche, caray, noche tras noche”; o “Abrázame fuerte, muy fuerte, más fuerte que nunca”. Muerte anticipada, ésta deja a la obra de Alberto Aguilera en un sitio valioso del repertorio hispano y a la persona de Juan Gabriel en un apartado único de la colorida novela mexicana. Celebremos que ambas nos hayan visitado y que se queden resonando “Luna tras Luna”. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
BEMOL SOSTENIDO
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
4 de septiembre de 2016 • Número 1122 • Jornada Semanal
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Jorge Moch Ana García Bergua
tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch
S
UBIÓ CONMIGO EN EL vuelo a Tamaulipas, no la vi hasta que me pidió que la ayudara a encontrar su asiento, mostrándome el pase de abordar. Pensé que no sabía leer, se me hizo raro, tan claro decía ahí 4 d , junto al mío. Era muy jovencita, morena, vestía de negro, la cabeza peinada con una cola de caballo y cubierta con una gorra de beisbolista que nunca se quitó. Después me pidió una pluma y escribió un número en un papel. Durante el vuelo estuvo muy nerviosa, pues nunca había volado, me dijo. Le enseñé a abrocharse el cinturón, la ayudé y tranquilicé en lo que pude. Ella no platicaba mucho y más bien se concentró en mirar pasmada
Río Bravo
por la ventana. Sólo comentó un poco desilusionada que el avión se parecía mucho al autobús. La verdad es que fue un vuelo bellísimo, despegamos muy de madrugada; el avión perseguía hacia el norte un amanecer muy largo entre las nubes. Yo trataba de dormir, pues me había parado a las cuatro de la mañana para llegar temprano a Tamaulipas, aprovechar el día. A veces abría un ojo para ver el sol que se demoraba entre relámpagos naranja y rojo. Nos trajeron uno de esos resúmenes alimenticios que ahora llaman desayuno en los aviones, me lo comí y seguí durmiendo. Ella seguía mirando por la ventana; a veces, ansiosa, consultaba algo en su celular. Yo iba a Nuevo Laredo, a participar en el Festival de la Palabra, un esfuerzo de la administración que está por salir para llevar la lectura a distintas ciudades de Tamaulipas, tanto a los espacios establecidos para ella como a los barrios populares, donde se trata de rescatar a los jóvenes y niños de la delincuencia llevándoles talleres artísticos, espacios para jugar y hacer deporte, entre otras actividades. Me tocaría estar en esta ciudad de frontera junto con el poeta y ensayista veracruzano José Homero. Cuando por fin aterrizamos, hizo una llamada. Soy Ana, fue lo único que dijo, y quién sabe qué le respondieron. Después me preguntó si salían taxis del aeropuerto. Le dije que sí, de todos los aeropuertos salen taxis. ¿Usted va a tomar uno?, ¿puedo tomarlo con usted? Me dio pena por ella, le contesté la verdad, que venían a buscarme, pero que no se preocupara, seguro había taxis. ¿Vas a un lugar que conoces? No sé por qué se lo pregunte así. Me mostró una dirección garrapateada en un trozo de papel. Y se me salió preguntarle más, en voz baja: ¿Vas a cruzar? Me miró que sí. Cuídate mucho, por favor, le dije, cuidado con esas redes (así me salió, redes), hay gente que no es buena, ten mucho
cuidado, insistí, mientras el estómago se me achicaba. Antes de salir de la zona de pasajeros del aeropuerto, nos detuvieron unos oficiales que, la verdad, parecen estadunidenses. Nos pidieron una identificación. Saqué mi credencial del ine y me dijeron que pasara. Me seguí de largo, me atonté, crucé el portón de cristal. Después volteé a ver si venía para auxiliarla con los taxis, pero no salía. Siguió sin salir, de hecho nunca salió. Mientras tanto vinieron a recogerme para llevarme al hotel. Esa tarde, José Homero y yo dábamos una charla en la Biblioteca Octavio Paz. Me pregunté si la regresaron, quizá es guatemalteca, nunca lo supe. Pero sigo preguntándome qué habrá sido de ella, cuál sería su destino, por cuál puerta que no fuera al infierno había cruzado. Quizá fue mejor que no alcanzara a tomar ese taxi, llegar a ese lugar donde quién sabe quién la esperaría con la promesa de cruzar el río. O quizá sería peor regresar. En Nuevo Laredo, José Homero y yo no sólo conversamos ante el público con el director de la hermosa y nueva Biblioteca Octavio Paz, sino que fuimos al parque de barrio de la Colonia San Mauricio a platicar con padres, niños y maestros sobre la importancia de la palabra escrita, la narrativa, la poesía y el ensayo. En el origen de la telenovela que ven por la tarde, les decía Homero, hay un escritor que se sentó a componer una historia. Fue una charla sencilla, al aire libre y al tú por tú, con gente muy cariñosa y ávida de cambiar de vida, cambiar la vida. Yo no dejaba de pensar en Ana, mi tocaya, mi compañera en el avión, ¿cómo saber lo que siguió de su historia? Durante la mañana pasaba un buen rato viendo el paisaje de Nuevo Laredo desde la ventana de mi habitación, el sol a plomo, al fondo el río Bravo con la ilusión del otro lado tan a la mano. Ciudades de frontera con su población tan móvil, la vida tan difícil de quienes viven a un lado el espejismo y tan lejos aún del territorio de las palabras •
E
N MÉXICO PARECE QUE resulta muy difícil romper ciertas inercias de la corrupción. Una de las que ya adquiere por mérito propio el adjetivo de “histórica” es la resultante del amasiato entre las principales televisoras privadas, las que de hecho conforman ese monopolio de medios electrónicos con dos cabezas al que llamamos duopolio televisivo, Televisa y tv Azteca, pero sobre todo es llamativa la relación de codependencia presupuestal (tú me defiendes pese a todo, incluyendo evidencias, y hablas bien de mí y yo te pago generosamente) que mantiene desde que el medio se instaló en este país como Telesistema, es decir, lo que co-
nocemos hoy como Televisa, el imperio Azcárraga que también llegó a incluir en sus directorios a prominentes nombres de la sucia política mexicana, como la familia Alemán. Durante décadas, Televisa ha operado con sesgo siempre a favor del poder en turno. No debemos olvidar jamás la bofetada al sufrimiento de miles de mexicanos que supuso aquella terrible frase de Jacobo Zabludowsky el 3 de octubre de 1968, cuando pasando por alto la horrenda masacre de estudiantes de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco la noche anterior, afirmó campechano:“Hoy amaneció soleado.” Esa es la verdadera Televisa, por más que anuncie falsos golpes de timón como hiciera hace poco Emilio Azcárraga Jean. Aunque declarada priista por su propietario –padre del hoy presidente del consejo de administración del emporio– y refrendado ese priismo rancio en incontables ocasiones, cada que por ejemplo se fustiga en sus programas a opositores políticos, activistas sociales y hasta a otros periodistas que por su lenguaje crítico le resultan incómodos al régimen, la verdad es que la televisora siempre ha buscado estar en buenos términos con el poder político, cualquiera que sea su bandera y cueste lo que cueste. Al parecer la única bandera ideológica que seduce a la televisora es la que tenga color de dinero. En realidad, las más grandes televisoras privadas mexicanas enfrentan tiempos ya no tan fáciles como antaño. Por un lado está, desde luego, una ferocísima competencia por las audiencias desde plataformas de video y televisión que nacieron con internet, como Netflix, que le está pegando durísimo tanto a la televisión abierta como a la de paga en términos de nichos de mercado y penetración de nuevas audiencias. No son pocos los anunciantes que están destinando parte de lo que eran sus ministraciones publicitarias en televisión a medios alternativos como Internet y las redes sociales, amén de que la televisión en México para contratación
de espacios publicitarios es ridículamente cara, pero de veras, de manera absurda, si se la compara con televisoras privadas de otros países. La diferencia es gigantesca. Pero sobre todo lo que al parecer pesa más que la piedra de Sísifo en el ánimo del imperio Azcárraga es el terrible descrédito de las televisoras en una buena parte de la teleaudiencia mexicana, que ya estamos hasta el cepillo de sus programas basura, de sus presuntos noticieros diseñados para tergiversar, ocultar o manipular información en aras de una agenda política que suele ser además contraria y lesiva a los intereses colectivos de la población, y de su promoción constante de la estulticia y la vulgaridad más cutre como expresiones de la cultura popular. Televisa y tv Azteca bien saben que a muchos mexicanos ya nos tienen hasta la madre con sus porquerías. Así que, fiel a su costumbre de simular en lugar de hacer verdaderos cambios, Televisa ha estado anunciando grandes modificaciones, dicen, tanto de contenido como de estilo de su barra programática. Patrañas. Sacar de su espacio a López Dóriga, sin duda uno de los comentaristas de noticias más comprometidos en años recientes con el régimen, no obedeció más que a una reacción por un escándalo lamentable que hacía insostenible la presencia del periodista en pantalla. Denise Maerker se antojaba una buena opción, porque a pesar de ser parte de la misma línea, doña Denise suele ser más inquisitiva que otros de sus colegas de esa casa, pero viendo el arranque de su nuevo espacio, pudimos constatar que no, que no hay cambios sustanciales, que se sigue protegiendo al papanatas que además resultó plagiario, que se omite lo urgente y se manosea la información como siempre, a favor de los poderosos y en detrimento de los derechos y posesiones de los más jodidos. Para los que Emilio Azcárraga dijo una vez que era para quienes él hacía televisión de “entretenimiento”. Y todo sigue igual. O peor •
CABEZALCUBO
Inercia
PASO A RETIRARME
Ana
........ ARTE Y PENSAMIENTO O
Jornada Semanal • Número 1122 • 4 de septiembre de 2016
Luis Tovar
Juan Domingo Argüelles
Twitter: @luistovars
S
ILVINA OCAMPO (1903-1993) fue mejor cuentista que poetisa. Seguramente por esto, cuando tradujo, de manera literal, los Poemas, de Emily Dickinson (Tusquets, 1985), no les hizo mucha justicia. Su literalidad apaga la hondura y la música originales que otros traductores, menos fieles pero más poéticos, revelan y comparten, especialmente porque, cuando traducen, también producen poesía. Aunque Borges elogió las traducciones que su amiga y compatriota hizo de los poemas de Dickinson, no hay que dejarse impresionar... ni siquiera por Borges. La amistad suele traicionar la objetividad. Escribió en el prólogo:“Silvina Ocampo es, fuera de duda, la máxima poeta argentina; la cadencia, la entonación, la pudo-
rosa complejidad de Emily Dickinson aguardan al lector de estas páginas, en una suerte de venturosa transmigración.” Fue un excesivo cumplido, pues no puede estar “fuera de duda” la calificación de “máxima poeta argentina” cuando se tiene en la baraja a Olga Orozco (19201999) y a Alejandra Pizarnik (1936-1972). Y, justamente la cadencia, la entonación y la pudorosa complejidad de Emily Dickinson, así como su misteriosa profundidad, a la par emotiva e inteligente, es todo eso que uno echa de menos en las traducciones literales que Ocampo hizo de Dickinson. Pongo como ejemplo el célebre poema 1263 (númeEmily Dickinson ro fijado en la edición de la obra completa de Dickinson estableci- y nueve sílabas se pierde y, además, da por Thomas h . Johnson). Ésta es la los versos sexto y séptimo tienen en versión original en inglés: “There is no esta versión al español una rima consoFrigate like a Book/ To take us Lands nante (“peaje” con “carruaje”) que afea away/ Nor any Coursers like a Page/ Of la blanca música del poema. Cordero, en cambio, elige una métriprancing Poetry–/ This Travers may the poorest take/ Without oppress of Toll–/ ca regular. En su traducción, todos los How frugal is the Charriot/ That bears versos son octosílabos. Conserva la múthe Human soul.”Y así traduce el poema sica leve y alada de la poesía de DickinSilvina Ocampo: “No hay fragata como son, y le da un remate al poema con una un libro/ para llevarnos a tierras leja- rima asonante en los versos sexto y ocnas/ ni corceles como una página/ de tavo (“paga” y “humana”) que hacen burbujeante poesía / esta travesía el justicia a los sonidos finales en inglés, más pobre puede hacer/ sin la opresión para nada idénticos, en el poema oridel peaje–/ cuán frugal es el carruaje/ ginal: Toll y soul. Los cuatro últimos versos de este poema inolvidable sueque lleva el alma humana.” La siguiente es la traducción de Ser- nan mal en la traducción de Ocampo gio Cordero, tomada de su libro El púr- con 14-8-8-7 sílabas respectivamente. pura ñu: Versiones de poesía 1985-2015 En cambio, en la traducción de Cordero, (Cuadernos de la Revista Literaria Efí- la métrica octosilábica y la rima asomera, Monterrey, 2015):“No hay fragata nante en dos de los versos hacen que como un libro/ que nos lleve a lejanías,/ el poema se fije en la emoción... y en ni corcel de altivo trote/ como la hoja la memoria: “Viaje que el más pobre tode poesía./ Viaje que el más pobre to- ma/ sin obligación de paga,/ cuán fruma/ sin obligación de paga,/ ¡cuán fru- gal es el carruaje/ portador del alma gal es el carruaje/ portador del alma humana.” Las traducciones literarias son un humana.” A la versión de Silvina Ocampo le alimento indispensable para quienes faltan, precisamente, la cadencia y la no leemos con fina destreza en otro entonación que validó su amigo Bor- idioma que no sea el español, teniénges; y carece también de profundi- donos que acompañar de diccionarios dad evocadora. Pero, además, traiciona bilingües. Por ello es tan importante la literalidad en el verso “Of prancing que el arte de la traducción consiga enPoetry”: literalmente: “de encabritada tregarnos la esencia del original. Espepoesía”, referida obviamente a los “cor- cialmente en poesía. En el caso de la celes” del verso que le antecede. Tradu- traducción poética, sostiene Sergio cir prancing como “burbujeante” no es Cordero:“Es importante además que el exacto ni muy poético. Además, Ocam- traductor no sólo se limite a entender po vierte este poema en las más diver- el texto, debe sentirlo para que pueda sas métricas: hay lo mismo versos de realmente hacer un buen trabajo.” Su traducción de este poema de Dicsiete sílabas que de ocho, nueve, diez, once y catorce inclusive. La armonía ori- kinson es un buen ejemplo de lo que ginal del juego de versos de siete, ocho afirma •
Mejor conocido como i
N
O LE COSTABA el menor esfuerzo recordarlo: era rojo, no debía medir más de quince por veinte centímetros de frente y unos diez de profundidad, tenía un asa abatible, un dial circular para cambiar las estaciones –todas de Amplitud Modulada, fm no tenía y no importaba, pues apenas había dos o tres estaciones en esa frecuencia–, otro más pequeño para controlar el volumen y encender o apagar, y una sola bocina porque era monoaural. Funcionaba con dos pilas de las gordas, su papá lo había comprado quizá en abonos en la mueblería Dos Naciones o en El Siglo Lunar, y la marca era seguramente Majestic, National o Magnavox, pues todo sucedía a principios de los años setenta, es decir en tiempos previos al primer aluvión electrodoméstico que después invadió al país de Sonys, Panasonics y Hitachis. Era el rey indiscutible en la recámara de sus hermanas pero todos los días, y sin importar si la puerta de aquella habitación había quedado abierta o cerrada, de dos a tres o de tres a cuatro extendía su imperio a la casa entera, inundándola con frases que iban a grabársele para siempre: “voy por la calle, de la mano, caminando con mi amor…”; “…es una costumbre que tenía en mi pueblo para decir me gustas y que eres muy guapa”; “mis lágrimas no miras, la lluvia las confunde, y aunque yo estoy llorando por mí no te preocupes…”;“…por eso aún estoy en el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente”. ii
Debió ser el azar, pero fue a él a quien le correspondió acompañar a su hermana mayor al cine para ver una película que definitivamente no quería ver, pero que ella definitivamente no pensaba perderse: Nobleza ranchera, el título, le sonaba ridículo, y para entonces había acumulado la suficiente cantidad de homofobia burlona –seguían siendo los en el fondo muy conservadores y reaccionarios años setenta– como para pensar por encima del hombro en el protagonista, con términos despectivos que en aquel entonces nadie calificaba de incorrectos, seguramente de tan utilizados: el maricón, el amanerado, el jotito ése que ahora cantaba “te propongo matrimonio, te propongo que conmigo seas feliz” o “te acordarás de aquellas noches, te acordarás que nuestro amor no fue reproches…”, era el protagonista inverosímilmente hetero que vivía un amor contrariado de ficción. La cinta fue mala, tanto, que olvidó prácticamente la totalidad de la trama tan pronto abandonaron la sala. O quién sabe, quizá su opinión se basó en el hecho de haber ido a regañadientes. Muchos años después entendería que aquella fue la primera, pero no la última vez, que el prejuicio le contaminara el juicio, y que no le sucedía sólo a él.
Escena de Nobleza ranchera
Otra cosa que posteriormente iba a comprender es que aquella película borrosa en su memoria no era sino la continuación de una costumbre –que, como bien se sabe, es más fuerte que el amor– ya en sus postrimerías: tratar de convertir en ídolo cinematográfico a la celebridad cantora. Los dioses de ese Olimpo, cómo ignorarlo, eran Infante, Negrete, y en medida mucho menor Javier Solís, pero ya habían transcurrido muchos años y los relevos no llegaban y los que llegaban eran, para decirlo con una frase de aquellos tiempos, más malos que la carne de puerco: ahí estaba para demostrarlo un Vicente Fernández tan incapaz de actuar como un saco colgado del perchero, sin embargo de lo cual hizo una película tras otra en los setenta y hasta bien entrados los ochenta. Tarde vio, y no en pantalla grande sino por televisión, Es mi vida, en la que un joven realmente muy joven –la edad, sí, pero sobre todo la mirada, el gesto como de permanente ingenuidad, candoroso en grado extremo–, preso en Lecumberri, cantaba algo así como “ya no me encuentro solo, tampoco triste como hace poco, mi guitarra me ha dado la alegría, me ha dado todo”. Curioso, por decir lo menos, cantar una letra así en un lugar así en un tiempo así, donde Pepe el Toro en la ficción, Pepe Revueltas en la realidad y El apando en ambas. Algo debía tener ese cantautor –como ya se les llamaba cuando él vio la película y algo como Es mi vida resultaba en anacronismo puro– que, igualmente incapaz de actuar como tantos otros colegas suyos, no obstante conseguía lo que aquellos nunca: conectar, verbo de compleja definición en el terreno cinematográfico. iii
Muchos años después pensaba en estas cosas, precisamente el día que transmitirían el último capítulo de una serie llamada Hasta que te conocí, con que la televisión le ganó la partida al cine en materia de volver ficción –o de contribuir al mito y la leyenda, como se quiera ver– la vida y obra de Alberto Aguilera Valadez, mejor conocido como •
CINEXCUSAS
No hay fragata como un libro (traducir poesía)
JORNADA DE POESÍA
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Innumerable Juan Gabriel
ENSAYO
4 de septiembre de 2016 • Número 1122 • Jornada Semanal
Antonio Soria
L
a Noticia –así, con mayúscula– comenzó a circular hacia el mediodía del pasado domingo: mientras se hallaba en California, Estados Unidos, al comienzo de una gira que lo llevaría a más de veinte ciudades, Juan Gabriel moría víctima de un infarto. De inmediato, una cascada de cifras, algunas contradictorias, comenzó a inundar todos –tal cual, todos– los espacios noticiosos mexicanos, así como las redes cibernéticas: bautizado con el nombre de Alberto Aguilera Valadez, Juan Gabriel fue el menor de diez hermanos; nació el 7 de enero de 1950, de modo que murió a la edad relativamente temprana de sesenta y seis años. Bajo el título Alma joven, en 1971, es decir cuando apenas tenía veintiún años de edad, apareció el primero de sus sesenta y dos discos –algunos medios dijeron, con ambigüedad, “más de treinta”–, el último de los cuales será póstumo y se supone que llevará por título Juan Gabriel vestido de etiqueta. Así, el autor de “Amor eterno” tuvo una trayectoria profesional de cuarenta y cinco años, y de tomar como certera la cifra de sesenta y dos álbumes discográficos, éstos aparecieron a razón de más de uno por año; pero si la cantidad exacta fuese la treintena que afirman algunos, de cualquier modo su fecundidad sería notable: un elepé cada año y medio durante casi medio siglo. Más notable es la diferencia en lo que se refiere a las canciones por él compuestas: indistintamente se habla seiscientas, de mil, mil 500 o 2 mil piezas, si bien alguien tan autorizado como puede ser Jorge Ávila Téllez, gerente de catálogo de la compañía disquera con la que Juan Gabriel tenía contrato hasta la actualidad, sostiene que “a lo más fueron unas ochocientas”. Lo cierto, en todo caso, es que se trata del autor con más letras registradas en este país, según lo confirma la Sociedad de Autores y Compositores de México. El mismo Ávila Téllez informa que durante los primeros treinta años de carrera musical, el autor de “Querida” vendió más de 30 millones de discos, que es decir 10 millones por década, un millón anual, 83 mil 333 mensuales o 2 mil 739
copias diarias, todo eso, se insiste, ininterrumpidamente a lo largo de tres décadas. No aclara el gerente de Sony Music a qué ámbito se refieren dichas cifras, pero se ha dicho que alrededor del mundo Juan Gabriel lleva vendidas más de 100 millones de copias –que naturalmente habrán de incrementarse de manera intensa a partir del pasado 28 de este mes–, lo cual no suena de ningún modo descabellado si se toman en cuenta, por ejemplo, los 8 millones de copias que alcanzó el álbum Recuerdos ii, que es el más exitoso de todos. Otra cifra quizá imposible de verificar es la de cantantes profesionales que han interpretado al menos una canción compuesta por el más ilustre de los juarenses –que, como bien se sabe, no nació en Ciudad Juárez–: la galería es larguísima, comienza por nombres rutilantes como los de Lola Beltrán, Lucha Villa y Queta Jiménez La Prieta Linda, sigue con celebridades como Rocío Dúrcal, José José y Angélica María, hasta alcanzar generaciones bastante posteriores y contemporáneas como los grupos La Maldita Vecindad y Jaguares. Otra vez indistintamente, se habla de doscientos, cuatrocientos y hasta ochocientos intérpretes, a los que debe agregarse la cantidad inconocible de cantantes profesionales, semiprofesionales, líricos y espontáneos –nada más estos últimos serían millones– que, como sucede con José Alfredo Jiménez, han recurrido al repertorio juangabrielesco exactamente como quien echa mano de algo que le pertenece.
Cifras aparte Desde una perspectiva meramente cuantitativa, todo lo anterior explica bien la tremenda repercusión alcanzada por La Noticia; por sólo referir una de las redes sociales, en cuestión de horas las menciones a Juan Gabriel rebasaron los dos millones tan sólo en Twitter. Al día siguiente, absolutamente todos los diarios –incluidos los de perfil deportivo y los de nota roja– dedicaron la de ocho columnas al autor de “Siempre en mi mente” y destinaron buena parte de sus interiores a pormenorizar lo que hasta el momento se sabía
de la muerte del Divo de Juárez, así como incontables detalles de su vida y obra. Con toda seguridad las exequias de Juan Gabriel –que tal vez ya hayan tenido lugar cuando estas líneas sean publicadas–, tendrán dimensiones mayores a las que en su momento tuvieron las de María Félix, y semejantes a las de Cantinflas y Pedro Infante, para mencionar a los más altos iconos de la cultura mexicana de masas, y serán una prueba más de la importancia, pero sobre todo del afecto colectivo, que alcanzó en vida el autor de “Se me olvidó otra vez”. Pero más allá de las cifras, o sin soslayarlas pero no en virtud de ellas, con toda seguridad lo más notable ha sido la unanimidad absoluta convocada por Juan Gabriel, y aquí se habla por supuesto de los millones que de inmediato se hicieron un condolido eco de su muerte, pero también de quienes inmediatamente sintieron como una obligación personal decir públicamente algo acerca de él, así fuera deplorar la situación entera porque “no es para tanto”, a ellos no les dice nada la celebridad sin Televisa ni t v Azteca alcanzada por el autor de “Costumbres”, y más bien los incordiaba su filia priista o su condición de "joto" y "naco", como clasistamente dijo el director de TVUnam Nicolás Alvarado. Los primeros saben o intuyen lo siguiente, pero a los segundos habría que aclarárselo: independientemente de sus preferencias de todo orden –sexuales, para comenzar con lo que tanto lo fastidiaron siempre, políticas o de cualquier otra naturaleza–, Juan Gabriel era el último vivo de los cinco pilares de la música popular mexicana más importante de todos los tiempos, y a los exquisitos esnobistas que hoy rabian al ver un duelo de dimensiones nacionales, y puede que incluso más, les queda de tarea averiguar –o reconocer– quiénes son los otros cuatro. Como dijera el anónimo autor que en Twitter firma bajo el nombre @refresco : “Renegar de los iconos que configuran el imaginario colectivo no los hará más cultos, sólo más ciegos a los fenómenos de la cultura popular.” •
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