Suplemento Semanal, 01/05/2020

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SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 5 DE ENERO DE 2020 NÚMERO 1296

LOS LIBROS TRISTES DE

AMOS OZ Alejandro García Abreu

Clarice Lispector y el fuego de la escritura Eve Gil

Joker, Don Quijote y otras posibilidades José A. Castro Urioste

Jean Portante: de la poesía al periodismo y viceversa José Ángel Leyva


LA JORNADA SEMANAL

Portada: Rosario Mateo Calderón

2 5 de enero de 2020 // Número 1296

LOS LIBROS TRISTES DE AMOS OZ Marcada de manera indeleble por el suicidio de su madre, trágico hecho sucedido cuando él no contaba siquiera con trece años de edad, la literatura de Amos Oz expresa, de principio a fin, una búsqueda que se sabe interminable: la de las posibles causas que orillaron a esa mujer, de vida interna inexpugnable, a clausurar voluntariamente su presencia en este mundo. Tierra de chacales, ¿De qué está hecha una manzana? y Una historia de amor y oscuridad, tres de los títulos mejor conocidos de este autor nacido en Jerusalén a finales de los años cuarenta del siglo xx, así como el resto de su obra, son al mismo tiempo manifestación de la fuerza impresionante con la que Oz –que significa, precisamente, “fuerza”– vivió el dolor y la desolación desde su muy temprana adolescencia, para convertirlos en un discurso sui generis donde, desde la muerte, se habla a favor de la belleza.

JEAN PORTANTE:

DE LA POESÍA AL PERIODISMO Y VICEVERSA Semblanza crítica de un poeta marcado y, acaso habría de añadirse, impulsado también por la diversidad de lenguas que lo forjan –italiano, alemán, francés, luxemburgués, español e inglés–, y que ejerce en su obra narrativa, poética y de traductor; eso lo convierte en extranjero en cada una pero, en cada una también, encuentra una patria, un origen.

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José Ángel Leyva ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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ean Portante es poeta, narrador, ensayista, traductor y un trotamundos insaciable. Es políglota y ejerce una escritura transversal que va del periodismo a diversos géneros literarios y a la poesía. Un discurso cuya respiración y estética se reconoce lo mismo en los versos que en los relatos, las preocupaciones existenciales e intelectuales emergen con semejante poder en las historias y en las imágenes, lo épico deviene lírico y lo lírico deriva en canto. Amin Maalouf, en Les identités meurtrières (Las identidades asesinas), afirma que en los migrantes y en los hijos de los migrantes no domina una identidad específica, una pertenencia exclusiva, pues ellos son la suma de todas las pertenencias e historias que los constituyen, y se irán agregando. La identidad del migrante no es, sostiene Maalouf, la predominancia de uno u otro rasgo cultural, sino la pluralidad en su conjunto: el pasado, el presente, el mañana. Si bien se reconoce en las huellas, también se revela en los vientos que las borran, en la marcha de sus deseos y sus nuevas expresiones. Su identidad está en el ser que suma y resta biografías. En Jean Portante la traducción es su identidad no sólo profesional y cotidiana, es también su poética, su lengua materna y el modo de comunicar esos límites de lo humano, o como refiere Antonio Gamoneda, de expresarse en el modo irregular del lenguaje, es decir, en la escritura y en el habla de la poesía. Portante suele señalar al italiano como lengua materna, como lengua de leche, oral, musical, al alemán y el francés como idiomas escolares y al luxemburgués como el habla de la calle, pero es el francés el que dicta y organiza su escritura en la resonancia de sus orígenes lingüísticos. A su memoria se agregó el español, en el que amó y soñó durante varios años en Cuba y continúa transitando de la Isla al continente por países hispanohablantes. El inglés habla también en su cabeza. Portante es, de algún modo, extranjero en todos sus idiomas, a la vez que en cada uno de ellos sentirá una patria, donde nace y renace, donde fija pertenencia y la abandona. Esa identidad múltiple y unitaria a la vez se la dio la poesía. La poesía puede ser una ballena, un cetáceo, por qué no, pero es ante todo un lenguaje en el que el poeta expresa su condición de migrante y de extrañeza, de residencia y mudanza continuas. Jean viaja con su Ítaca en la boca y en el pecho. Desde allí, desde esa conciencia, nos traduce la verdadera musicalidad del origen; desde la imposibilidad de convertir en palabras la vivencia profunda y turbulenta, sosegada y reveladora de los cambios: “Lo que se ve tiene sol en los ojos/ y


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de su boca sale un país que camina por el agua/… / Las estrellas lloran y sus lágrimas /antes de evaporarse forman ríos tristes” (“No se ve cuando la mañana”). En la poesía de Jean Portante, sobre todo en los poemas reunidos en La reinvención del olvido, publicado en México por La Otra, quizás su primer libro mexicano, no sé si latinoamericano, la imagen del gigante cetáceo es el territorio donde crecen los significados. Ese mundanal dominio que uno encuentra en su novela La memoria de la ballena –que dialoga en lo profundo con su poemario (Le travail de la baleine) El trabajo de la ballena–, publicada en su natal Luxemburgo, ambientada en Italia y escrita en francés en varias partes del mundo. Algo semejante sucede en su obra narrativa más reciente, Leonardo, donde dos realidades se reencuentran en el olvido de la guerra. Podemos constatar, en su trasiego de palabras, una genealogía de imágenes apegadas al olvido, más que a la memoria. El surco en la tierra puede no sólo ser sembrado sino transfigurado en estela de barquilla, en cauda de aeronave, y en todas podremos descubrir la semilla y el signo de otro tiempo, el brote, las ramas, los frutos de la espera. Ese vínculo entre las dimensiones terrestres y las marinas vuelven con mayor énfasis en obras recientemente publicadas como La reinvención de la sombra, La tristeza cósmica y Concepciones. Los tres replantean no un retorno al pasado ideal, al paraíso perdido, sino una revisitación luminosa y álgida con la patria y la lengua de sus antepasados, con sus pobrezas y su carencia de futuros. No es nostalgia ni arqueología en busca de antepasados ni de sitios, es sólo la melodía inaudita de

Jean Portante viaja con su Ítaca en la boca y en el pecho. Desde allí, desde esa conciencia, nos traduce la verdadera musicalidad del origen.

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las cosas que se hacen ver y sentir, que huelen la respiración de quien las nombra en el fondo del olvido. En la poesía de Jean no hay certezas, tampoco un tejido de dudas, hay determinaciones y convicciones de búsqueda, corazonadas y hallazgos semánticos, aprendizajes bien digeridos, con certeza de sus maestros involuntarios a los que ha traducido con fervor, y le han revelado secretos de cocina que él ha experimentado con su propia sazón. Su discurso literario en general se instala en los abismos del origen o de los orígenes y sus consecuencias. Insiste en la indagación de la fuentes reales o imaginarias, en la historia afectiva y en la historia con mayúsculas. Todo juega en su favor, desde los diálogos con su madre en el lecho de agonía, hundida en el coma, para reconfortar el alma ante la despedida del ser que lo trajo al mundo, de la madre lengua, de la madre oral, de la madre memoria. El nombre de la madre, Concepción, empuja el título de esas charlas de hospital, de esos Portanteos que dialogan con la luz desde las sombras, en esa oscuridad que refresca la memoria y enseña el camino. Ni su natal Luxemburgo ni la Francia donde radica le dieron otros idiomas, sino el pulmón con el que escribe la Reinvención de la sombra, para hacernos sentir con el lenguaje la fuerza telúrica, la destrucción sísmica en el Abruzzo, particularmente en San Demetrio, el pueblo de sus antepasados reducido a escombros. La tristeza cósmica sacude con violencia el estupor y la dolencia para dejarse llevar por el túnel de las sombras y abrirse hacia un horizonte oculto en un yo-nosotros, hacia un diario de olvidos que ya se sienten y se escuchan, se ven, se escriben l


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Joker, Don y otras Quijote posibilidades En medio de las ya tediosas sagas de películas de superhéroes, el filme de Todd Phillips aprovecha la historia de uno de esos cómics y lleva a su protagonista, Joker, a una dimensión muy diferente que propone varias lecturas posibles –como un paralelismo con Don Quijote–, todas sustentadas, entre otras cosas, por la espléndida actuación de Joaquin Phoenix.

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emanas atrás Martin Scorsese fue severamente crítico contra las cinematografía desarrollada por Marvel y por extensión a toda película de superhéroes. En parte su comentario y su preocupación también pueden ser comprendidos –y sin minimizar las opiniones de Scorsese que enfantizan lo estético–, por el carácter dominante a nivel global de este tipo de filmes. Si nos detenemos a reflexionar por un instante, este género es uno de los discursos de mayor consumo internacional (fenómeno difícilmente igualado en otras momentos de nuestra historia) y en parte podría explicarse a que las frustraciones de toda audiencia –de cualquier lugar del planeta– parecen subliminarse ante los superpoderes de personajes que, pese a todo y ante todo, triunfan y salvan el mundo. En cierto modo, Joker, dirigida por Todd Phillips, se inserta dentro de esta tradición (se desarrolla en ciudad Gótica, el protagonista es uno de los villanos clásicos de Batman, aparece el futuro Batman y se representa la trágica muerte de los padres del mismo). En cierto modo, y en gran medida, Joker construye un discurso que se aleja radicalmente de esta cinematografía dominante en las salas de cine de todo el mundo. Este mecanismo de inserción y manipulación (en el buen sentido de la palabra) de un discurso predominante de una época y, a partir de ello, la elaboración de nuevos significados, no es una novedad histórica. Tal vez, uno de

José A. Castro Urioste ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

los textos emblemáticos que emplea este mecanismo (además de las múltiples connotaciones que expresa propias de una obra de arte que trasciende su espacio y su tiempo) sea Don Quijote de la Mancha. Como bien sabemos, Don Quijote se inserta con un género predominante de la época, la novela de caballería y, a su vez, es una parodia del mismo. Tal vez pueda plantearse que el superhéroe de las películas de Marvel y dc Comics sea un caballero del siglo xxi, una versión actualizada del protagonista de aquellas novelas de la época de Cervantes. Tal vez las aventuras y los triunfos de esos caballeros capaces de destruir y doblegar a todo enemigo, sean similares, equivalentes y se proyecten en las epopeyas y victorias de todo superhéroe. También resulta tremendamente relevante que el protagonista de la novela de Cervantes y el de Joker (es decir, el signo principal en ambos discursos para construir una propuesta de significado diferente al de la tradiciones predominantes) sea un personaje caracterizado por una enfermedad mental. Parece ser que en ambos textos habría la necesidad de recurrir a la anormalidad para atacar la norma estética dominante de una determinada época. Así como Don Quijote es una parodia de la novela de caballería también en Joker se representan ciertas características que lo alejan del mundo de las películas de superhéroes. En estas últimas, la representación de la violencia es puro divertimento. Es una violencia que no se siente como tal, que no se vive como tal, incluyendo las escenas explícitamente sangrientas. En estos casos, la representación de la violencia es un

camino (y sin arriesgar demasiado afirmaría “el camino” en la cinematografía de superhéroes) para entretener a las audiencias de distantes y distintas formaciones culturales. En el caso de Joker, la representación de la violencia se siente y resulta perturbadora. Se siente y perturba cuando esa violencia afecta al protagonista y también cuando la explosión de locura se apodera de él desde el asesinato en el subterráneo a la escena final en la que camina dejando rastros de sangre en el piso. En ningún momento, en todo caso, esa violencia busca entretener a la audiencia global. También, y puede resultar obvio, los protagonistas de Marvel y dc Comics son héroes que pertenecen a un nuevo Olimpo. Están llenos de poderes y saberes, y pese a que puedan tener dudas o miedos o conflictos, siempre mantiene de manera intachable su deseo de proteger y salvar al mundo. En el caso de Joker, el progonista es un antihéroe. No sólo es endeble físicamente –característica explícita en la película– sino que encarna la destrucción. La crítica ha enfatizado dos aspectos de Joker: por un lado, la brillante interpretación de Joaquín Phoenix, quien aparece prácticamente en cada escena del filme; y por otro, a nivel estrictamente del contenido, se ha considerado que Joker es una crítica al olvido de una población marginal enajenada mentalmente. Junto a estas dos afirmaciones habría que agregar, en primer lugar, el delicado y minucioso trabajo de la iluminación en cada una de la escenas del film. Esta iluminación está caracterizada por el manejo, por cierto, de la oscuridad, en la medida en que Joker es una historia oscura. Una de las pocas escenas en que predomina la cla-


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Tres poemas Tribulaciones del donador de órganos Viví rápido. La maquinaria humana es frágil, comprendí tarde. Largas noches de cigarros, amores apócrifos y alcoholes colmaron mis días. Poco servirá de este cuerpo, abono para la tierra que nunca sembré, carroña que aún respira.

ridad es cuando el protagonista asesina a su propia madre, luego de enterarse de que ella es responsable de sus abusos durante su niñez. La claridad en la escena, aunque resulte arriesgado afirmarlo, puede expresar cierto efecto catártico en el personaje al cometer el crimen. Por otro lado, con toda nitidez Joker propone que el origen, desarrollo y explosión de la locura en actos de violencia proviene por el abuso ejercido por la sociedad en el individuo. Tal situación surge con la conducta de la madre en la infancia, en el trabajo (tanto por su jefe como por sus compañeros), en la calle misma (cuando en la primera secuencia el personaje es golpeado por unos jóvenes o posteriormente al ser atacado en el subterráneo), o en la respuesta violenta de un supuesto padre (el millonario Wayne). De modo tal que toda la sociedad es culpable del surgimiento de este personaje, y es la estructura violenta y abusadora de la sociedad la que genera a un sujeto desenfrenadamente violento que contraataca a dicha sociedad. También puede plantearse una lectura social en Joker lo cual, por su naturaleza, es inconcebible en toda película tradicional de superhéroes. En cierto modo, la arrogancia y el despotismo de las autoridades de ciudad Gótica –por ejemplo la del millonario Wayne– genera una protesta social. Esta protesta se conecta con la figura del Joker a partir del hecho que Wayne, despectiva y abusivamente, califica a la población como payasos. Si bien es cierto que la protesta posee un origen que puede concebirse como legítimo, ésta se transforma en un acto vandálico que destruye todo aspecto de la ciudad. Surgen aquí determinadas interrogantes que resultan inquietantes: ¿estaría proponiendo Joker que toda protesta social, de causa legítimas, debe plasmarse en actos vandálicos para ser debidamente escuchada y atendida? ¿El vandalismo que se representa en Joker invalida e ilegitima la protesta social? Quien sabe si Todd Phillps tenga respuestas a estas interrogantes. Al mismo tiempo, y dentro de esta línea de lectura, en determinado momento aquellos que se rebelan contra el orden establecido eligen y erigen como líder al Joker. En otras palabras, la protesta social asume como su líder a un sujeto caraceterizado por una enfermedad mental capaz de asesinar a cualquiera. Definitivamente, y este es un riesgo en Joker, esta elección de liderazgo descalifica el surgimiento de toda protesta social, haciéndola ver como un acto de locura l

Un bosque seco recuerda sus pájaros: este corazón no habrá de elevar otra vez los tejidos del deseo. Pulmones y páncreas desastrados, riñones pendiendo de un hilo, médula en insurgencia civil; contaminación y estertor hepático, vísceras en huelga de hambre. Poco servirá de mí, huésped de precipicios que vertió el líquido y quebró el vaso. Pero en las corneas habrá de continuar su danza la luz: esta mirada seguirá cabalgando por espejos donde mujeres extrañan lo invisible, por rincones donde los amigos cantan y podrá contemplar en dos ocasiones el mismo rostro de la muerte.

Apología del catador de granadas Después de años de estudio y dedicación, afirmo que el de la púnica granatum es el fruto en la faz de la tierra más relacionado con los designios del corazón. Su historia es venerable. Atravesó las distancias en barcos fenicios dejando aroma y sabiduría en la lengua de las civilizaciones mediterráneas. Se sabe, desde tiempos inmemorables, que su jugo limpia la garganta de vocablos oscuros como infección, caducidad, horca, callejón sin salida, insomnio, mal orgullo, desvarío y asfixia. Su cáscara, resistente a las inclemencias del clima, sirve para cicatrizar los efectos de las pésimas noticias en el ánimo de sus destinatarios. Quienes han tenido el fruto en las manos conocen el peso real de un ciento de latidos en pausa. Quienes han mordido su sustancia con los ojos

Francisco Fernando Meza* |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

cerrados retornan a los primeros labios que aceleraron la velocidad del deseo. Y en suma, cuando se le parte a la mitad, solo un necio, un hombre con mirada de muro, no podría apreciar que allí existe en reposo un charco de sangre devota.

Monólogo del Bebedor de Agua Soy bajo de estatura. Tras la ventanilla atiendo, con mi sello legalizo expedientes llenos de rencor y de tardanzas. ¿Alguna vez quise algo diferente? No lo sé. He olvidado tantas cosas. Bebo agua suficiente todas las jornadas: dos o tres litros diarios le garantizan salud a los riñones y a las células. Me han dicho que tuve ancestros marinos que recorrieron rutas de navegación hasta los lindes del horizonte. Evito, para no marearme, pensar mucho en ello. Bebo agua y aconsejo a mis colegas que hagan lo mismo. Bebo agua y evacúo una orina cristalina que emerge de la más profunda niñez de mi alma. Sospecho que mis colegas han olvidado mi nombre. Sin embargo saben que habito en la misma nómina que ellos. Me apodan El Bebedor de Agua y son usuales analogías y burlas donde se dice que en vez de corazón tengo una noria. Creo que no se equivocan, pero tampoco saben que aciertan. Es normal que la gente practique la inteligencia de forma involuntaria. Han sido muchos años de encorvar la espalda, por eso mi cuerpo parece un signo interrogante donde se desprende un rostro cuyos ojos recuerdan a peces muertos. Mis colegas me observan con extrañeza, como si fuera una claraboya en la cima de una montaña. Ahí va de nuevo al retrete, se dicen, rencorosos. Y yo me digo que tuve otro tiempo de fábula de fuentes. Ya camino a casa, mis ojos filtran las imágenes del mundo. Soy El Bebedor de Agua y mis riñones, dos botes salvavidas flotando en el deseo de las cosas que he olvidado l *Francisco Fernando Meza Sánchez (1979) ha publicado los poemarios Mar en sombra, La bitácora y un día más, Memoria de marzo y Cuaderno de las apariencias.


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CLARICE LISPECTOR Y EL FUEGO DE LA ESCRITURA

Eve Gil ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

Ilustración: Rosario Mateo Calderón

Semblanza de quien fuera tal vez la escritora brasileña por excelencia en el siglo pasado, que hizo del misterio “su premisa literaria y distintiva”, y que sin embargo a lo largo de su obra –Cerca del corazón salvaje, Felicidad clandestina, La hora de la estrella, La pasión según gh y Revelación de un mundo (compendio de sus crónicas periodísticas)–, transmitió de manera entrañable y a la vez severa la vida, sobre todo, de mujeres en las Antípodas de ella misma: las más marginadas o excluidas de la sociedad. Clarice Lispector nació en Chechelnyk, Ucrania, el 20 de diciembre de 1920 y murió en Río de Janeiro, el 9 de diciembre de 1977, a los cincuenta y seis años.

Nunca he visto nada más solitario que tener una idea original y nueva. No hay apoyo de nadie y uno apenas cree en sí mismo… Clarice Lispector

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onzalo Celorio me compartió una anécdota maravillosa: el autor favorito de Juan Rulfo, según le confió el propio autor de Pedro Páramo, no era, como se venía, y se sigue diciendo, William Faulkner, sino la brasileña Clarice Lispector. El dato me sacó de balance, aunque no debiera sorprenderme dados los temperamentos afines entre dos escritores silenciosos, enigmáticos, autoeclipsados como Rulfo y Lispector. “No soy del dominio público”, escribiría tajante la brasileña, en apariencia mucho más prolífica que Rulfo, forjadora de una obra a la que se caracteriza por una blindada intimidad… como si el misterio que nimbara la figura de Clarice fuera inherente a su escritura, cosa que ella confirma en sus crónicas periodísticas reunidas en Revelación de un mundo, donde casi nunca se refiere a sí misma como escritora: la actividad literaria es secundaria –complementaria, en el mejor de los casos– a otros aspectos de su vida como la maternidad, su vida doméstica y, principalmente, su fuerte conciencia social, que la llevó a denunciar innumerables injusticias cometidas por el gobierno brasileño contra ancianos, mujeres y estudiantes. Algunas de sus reflexiones en este sentido son absolutamente brillantes, escandalosamente francas (sí, ella que procuraba pasar inadvertida) y, por supuesto, polémicas. Mujer secreta, más que discreta, reveló sin embargo el más poderoso secreto de seducción femenina: la marca de su perfume, el Scandal de Lanvín, que se pasaba por los rubios cabellos. El secreto es algo construido a conciencia, para ofrendar pedacitos. Clarice Lispector se tituló como abogada de la Facultad de Derecho de la Universidad de Río de Janeiro, en 1939, de la que se sentía orgullosa, hasta que se impusieron prácticas discriminatorias como aplicar un difícil examen de admisión a los aspirantes. Un momento que no olvida es el


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de un considerable grupo de jóvenes de ambos sexos abrazándose entre sí, sin conocerse, al no encontrar su nombre en las listas de “agraciados”, y uniéndose a la repartición de abrazos para luego escribir una furibunda diatriba sobre aquella canallada. Clarice ejerció por un tiempo el ejercicio de su carrera, hasta casarse con el diplomático Maury Gurgel Valente (que nunca menciona por su nombre en sus crónicas), aunque hay quienes afirman que lo hizo porque invariablemente salía llorando de sus entrevistas en prisión con las mujeres a quienes defendía. Publicó su primera novela, Cerca del corazón salvaje, que empezó a escribir a los diecinueve años, universitaria aún. Su matrimonio con el diplomático, sin embargo, le permitió viajar y escribir páginas brillantes acerca de esos viajes. Su hijo menor, Paulo, nació en Berna, Suiza. No hay indicios de que su esposo se haya opuesto al libre ejercicio de su escritura, pero en medio de una estancia europea, en 1959, Clarice, sola, viajó a Río donde buscó independizarse a través del periodismo. Curiosamente, aunque habla poco del tema en sus crónicas, conocemos lo más íntimo de una mujer: su tierna relación con sus dos hijos varones, su tendencia a besarlos cuarenta veces a cada uno como buena madre de origen ruso. Episodios dolorosos de su adolescencia que dieron lugar a relatos como “Felicidad clandestina” (título, asimismo, de su tercer libro de cuentos, publicado en 1971); plantea una circunstancia que pudiera interpretarse como alegoría del despertar sexual de una adolescente, uno de sus temas más recurrentes. Si nos atenemos a una anécdota casi idéntica que aparece en su compilación de crónicas periodísticas, Revelación de un mundo, y al hecho de que la protagonista posee las mismas características físicas de la autora –alta, espigada y rubia– pudiéramos suponer que se trata de los pocos relatos autobiográficos de una mujer que hizo de la palabra misterio su premisa literaria y distintiva. La protagonista de “Felicidad clandestina” tiene una amiga envidiosa cuya única gracia consiste en ser hija del dueño de una librería. Esta chica sin nombre mantiene en vilo a la jovencita rubia con la falsa promesa de prestarle, ¡algún día!, un libro titulado El reinado de naricita, de Monteiro Lobato, autor brasileño para niños y de los favoritos de Clarice, junto con Dostoievsky y Hesse. Tras someterse a una cadena de humillaciones a manos de la hija gorda del librero, la protagonista es rescatada por la madre de la malvada que termina prestándole, indefinidamente –esto es: regalándole– el libro en discordia. La frase final, como toda frase que cierra un relato de Clarice, arranca al lector algo más que el aliento: “Ya no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante.”

La más brasileña de los brasileños CLARICE LISPECTOR, CUYA enigmática mirada encierra la semisonrisa de la Gioconda, es la más brasileña de los escritores brasileños no obstante haber nacido en Chechelnyk, Ucrania, el 20 de diciembre de 1920, y pertenecer a una ortodoxa familia judeo-rusa con la que emigró a Recife, Pernabumco, contando la futura escritora sólo dos años. A los catorce, tras la muerte de su madre que la dejó dolorosamente herida, Clarice y su padre emigraron a Río de Janeiro y la lectura se convirtió en su refugio a una pérdida que nunca consiguió superar. En alguna de sus crónicas –“Restos de carnaval”-, incluida también en Revelación… narra su infortunado debut en el tradicional carnaval donde le ilusionaba vestir

Clarice centró su interés en las mujeres que nada tenían, ni siquiera la ilusión de comprarse un labial; vamos: ni una dentadura postiza; las que padecían la marginación social en mayor o menor grado.

su disfraz de rosa, estrenar un lanzaperfume y arrojar confeti por tres días consecutivos, con tan mala suerte que su madre convaleciente empeoró, y ella tuvo que correr a comprarle la medicina, arruinándose, por los estrujones de la multitud que danzaba en las calles, el delicado disfraz de papel. La mayoría de los personajes de Lispector, sin embargo, son lo opuesta a ella, que pertenecía a una clase, digamos, algo más que pudiente; madre de dos niños inteligentísimos, ama de casa que no tenía reparos en emplear como sirvientas lo mismo a muchachitas semisalvajes que a señoras humildes de pomposo vocabulario que insistían en leer sus libros. Probablemente la más exacta antítesis de Clarice sea la conmovedora Macabea, protagonista de la novela publicada casi post mortem en 1977, La hora de la estrella (hecha película en 1985, dirigida por Suzana Amaral y actuada espléndidamente por Marcélia Cartaxio), una muchachita feúcha, tonta y analfabeta, con dudosos hábitos de higiene. Clarice, nos dice su devota secretaria Olga Borelli, no salía de su casa sin estar perfectamente acicalada, “el rímel negro, colocado

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con sutileza, aumentaba su oblicuidad y resaltaba el verde marítimo de sus ojos”, aunque la propia Clarice, en inusitado acto de generosidad para con sus lectoras –y algún lector curioso de los rituales de tocador de las damas– eleva sus propios secretos de belleza a rango de género literario. Cuando Clarice empezó a colaborar con el Jornal do Brasil, corría el año 1967 y acababa de sufrir el accidente que pudo terminar como el de Ingeborg Bachmann: se quedó dormida con un cigarro encendido y provocó un incendio que devoró gran parte de sus libros, lesionó su mano derecha –que estuvo a punto de perder– y la forzó a someterse a una serie de injertos de piel en una porción de su cuerpo, incluido el rostro. Debió resultarle devastador, aunque lo mencione como un incidente doméstico en alguno de sus escritos.

La pasión según Clarice DURANTE SIETE AÑOS, Clarice hizo las delicias de lectores y lectoras periodísticos, de 1967 a 1973, que la abrumaban con cartas casi siempre amorosas, hasta que un día, sin decir agua viene, su última colaboración le fue devuelta con una escueta carta donde se le despedìa sin explicación. Para entonces ya Clarice había trascendido las fronteras de América Latina y era la autora, entre otras, de la entrañable La pasión según gh, novela sencilla en apariencia, que sin embargo parece escrita por alguien versado en la reflexión del mundo y del dolor. La protagonista es un artista plástica, escultora al parecer, que llega a desvencijado departamento de su propiedad. Su inesperado encuentro con una cucaracha desata una profunda indagación en su propia naturaleza. Inevitables las reminiscencias kafkianas. La compenetración de la narradora con aquel insecto, al que llega a mirar a los ojos y con el que establece una peculiar intimidad, induce a preguntarse si asistiremos a otra metamorfosis literaria… y en efecto: la mujer no vuelve a ser la misma después de compartir su soledad con un insecto al que ha intentado matar y opta por dejar agonizante, como para conservar al último escucha que le queda. Tan atormentada como sosegada es una artista realizada, sola, que acarrea la cicatriz de un aborto como Clarice, la de una cesárea, y la sal de las lágrimas de un amante. La abrumadora soledad de gh poco tendría que ver con la casa por donde entraban y salían sirvientas, amigos suyos y de sus hijos, lectoras que acudían a obsequiarle pasteles y suéteres tejidos exclusivamente para ella, etcétera. Clarice, pues, centró su interés en las mujeres que nada tenían, ni siquiera la ilusión de comprarse un labial; vamos: ni una dentadura postiza; las que padecían la marginación social en mayor o menor grado –y ya sabemos que el catálogo de razones para marginar a una mujer es inabarcable–, y a través de ellas como personajes estableció una visión crítica del mundo al que pertenecía, esforzándose en sonreír dentro y fuera de sus muchas veces dolorosas líneas, o en medio de cenas diplomáticas. Probablemente haya sido la primera escritora latinoamericana que cobró conciencia del discurso misógino de sus contemporáneos y se dispuso a contrarrestarlo sin alharacas, con la sutileza del rasguño accidental, del “usted perdone”. Clarice murió de cáncer ovárico en Río de Janeiro, el 9 de diciembre de 1977, a los 56 años y al poco de publicar la que sería su última novela (y mi favorita), La hora de la estrella, junto a su inseparable Olga, quien se aferraba a la mano marcada por el fuego y la escritura. La que siempre escribió entre llamas l


LA JORNADA SEMANAL

8 5 de enero de 2020 // Número 1296

LOS LIBROS TRIST A los quince años –dos y medio después del suicidio de su madre– Amos Klausner (Jerusalén, 1939Tel Aviv, 2018) se integró a un kibutz en el interior de Israel, donde tomó el apellido Oz, que quiere decir “fuerza” en hebreo, recuerda Alberto Manguel en “Paciencia, dudas y compasión”. La literatura de Amos Oz quedó indeleblemente marcada por el acontecimiento. A lo largo de su corpus habla del temor a la muerte y de quienes deciden finalizar sus propias vidas.

Alejandro García Abreu ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

La presencia de la muerte y el suicidio materno “NO ES NADA nuevo: un hombre solitario, encorvado, si no vierte lágrimas ni toca el violín, ni le clava las uñas a los demás, con el paso de los años se va saturando y saturando hasta que no le queda más alternativa que la locura o el suicidio”, escribió Amos Oz en Tierra de chacales. Oz y su hija Fania Oz-Salzberger definieron el suicidio en Los judíos y las palabras: “Suicidas, sí. Individuos que perdieron la batalla por encontrar un sentido, sí.” Un descanso verdadero contiene “muchas complicaciones, cartas, tentativas de suicidio, gritos detrás del pajar por las noches”. En La caja negra se lee: “Acabo de escribir estas últimas líneas con una sonrisa. No esperes esta vez una nueva tentativa de suicidio, como las que en su momento te llevaron a una seca media sonrisa y a un ‘lavado de estómago’. Esta vez voy a introducir una pequeña variante. Premiaré la sorpresa con sorpresa./ Me detendré aquí. Te dejaré a oscuras. Ve y quédate de pie ante tu ventana. Abrázate los hombros. O yace despierto en el camastro de tu oficina entre los dos archivadores metálicos y espera hasta más allá de la desesperación una gracia en la que no crees, pero yo sí./ Ilana.” Conocer a una mujer contiene una amenaza: “mil veces le he dicho ya, Odelia, separémonos al menos por una temporada de prueba, y siempre empieza a amenazarme con que va a quemar la casa. O a suicidarse”.


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TES DE AMOS OZ “La conclusión se llama muerte”

Ilustración: Rosario Mateo Calderón

EL SUICIDIO SIEMPRE es una posibilidad: “Junto a la entrada de su casa, dentro de un coche blanco con las ventanillas cerradas, Fima vio a un hombre grande que estaba completamente doblado, con los brazos apoyados en el volante, la cabeza oculta entre los brazos, como adormilado. ¿Ataque al corazón? ¿Asesinato? ¿Atentado? ¿Suicidio? Fima se armó de valor y golpeó suavemente el cristal. Al instante se incorporó Uri Gefen”, cuestionó y reaccionó la protagonista en Fima. “La conclusión se llama muerte”, aseveró Oz en Quizás en otro lugar, su primera novela. Después dice sobre un individuo: “No es que él sea capaz de matar o de suicidarse.” Heidegger, escribió en Tocar el agua, tocar el viento, “quiere ver en el terror a la desexistencia y en la constante presencia de la muerte una nueva clave para descifrar el enigma de la relación entre tiempo, ser y conciencia”. Y afirmó en Judas: “Una o dos veces dijo que en Jerusalén le esperaba la muerte. Él temía a la muerte y temblaba ante la muerte.” La imposibilidad de hablar sobre la muerte ocurre entre padre e hija en el relato que da título al libro Entre amigos: “A veces hablaban de música, que les gustaba a los dos, y otras veces, en lugar de hablar, ponían un disco en el viejo gramófono y escuchaban a Schubert. De la muerte de la madre y del hermano de Edna no hablaban nunca. Tampoco de los recuerdos de infancia ni de los proyectos de futuro. Ambos acordaron tácitamente no tocar los sentimientos ni tocarse el uno al otro. Ni un ligero roce, ni una mano en el hombro, ni un dedo en el brazo. Al salir, decía Edna desde la puerta: ‘Adiós, papá. Acuérdate de ir al ambulatorio. Volveré mañana o pasado’. Y Nahum decía: ‘Sí. Ven. Y cuídate. Adiós’.” Y La colina del mal consejo contiene “embriaguez y desesperación. Lo descifro: es el sonido de la muerte”. En La historia comienza. Ensayos sobre literatura, Oz hizo un análisis de los fragmentos iniciales de algunas novelas y relatos de Gógol, Kafka, Chéjov, Carver, García Márquez, entre otros. En el texto sobre “El violín de Rothschild” de Chéjov planteó: “resume su vida entera en una serie de déficits y pérdidas. Lega su violín a Rothschild. Tras la muerte del fabricante de ataúdes, el judío saca de ese violín unas melodías indeciblemente tristes”. En Mi querido Mijael se anuncia la muerte de una mujer a través una esquela: “Sentí pena por su muerte. Por mí. Por las almas atormentadas.” El libro comienza así: “Escribo porque las personas a las que amaba han muerto.” El mismo mar contiene “Bettine le cuenta a Albert”, texto en el que ella se protege de la muerte: “Todos los viernes me traen a mis nietos, ella es Aries/ y él Capricornio, ella me llama Yaya Ti y a él le gusta/ tirarme del pelo. El viernes por la noche/ duermen siempre conmigo/ a ambos lados de mi cama. Yo los protejo/ de las pesadillas y el frío, y ellos me protegen/ de la soledad y la muerte.” Un joven escritor abatido piensa que nadie puede comprenderlo, salvo un autor quizá también desolado, y pondera la muerte voluntaria en

Versos de vida y muerte (novela): “Por un momento le pareció distinguir una silueta que lo esperaba sentada en las escaleras del centro cultural, tal vez era la silueta de Yuyal Dahán Dotán, el joven poeta abatido que al parecer aún no había perdido la esperanza y, encogido y tiritando, aguardaba a que el autor volviera, en mitad de la noche, se sentara a su lado en las escaleras y leyera al menos cuatro o cinco de sus poemas bajo la luz de la farola, y luego podrían entablar una conversación íntima entre los dos, incluso hasta el amanecer, una conversación emotiva, intelectual y artística completamente sincera entre un creador veterano y un creador joven que se debate aún al comienzo de su camino y soporta tanto sufrimiento y humillación que hasta ha pensado en el suicidio, y no hay nadie en todo el vasto mundo, salvo el autor, que pueda comprenderlo: porque sufrimientos así se describen con frecuencia en los libros del autor, que en efecto ya es famoso y célebre, pero yo que he leído sus libros también entre líneas sé muy bien que detrás del personaje público conocido se oculta un hombre tímido y solitario y quizá también triste. Como yo. De hecho, él y yo somos dos almas gemelas y por tanto sólo él puede comprenderme, o tal vez ayudarme aunque tampoco él me comprenda, ¿quién lo hará?” En Hasta la muerte, el personaje Shraga Unger disipa el temor: “En resumen, ahora, durante estas noches húmedas y asfixiantes de verano, me presento a mi muerte. No tengo ningún miedo. Pero, cómo decirlo, me da asco.” También genera una imagen marítima: “la balsa se está desintegrando: pronto moriré. Digo esto con absoluta calma, porque considero la muerte un asunto casi anecdótico, un acontecimiento casual […]. ¿Es que soy indiferente a mi propia muerte? No, no es una cuestión de indiferencia, sino de una especie de distancia.” Otro personaje, Liuba, le dice al narrador: “qué tristeza en todos los sitios y en todas las cosas. Y tú, Shraga, tú encima no estás nada bien. Y fumas y fumas sin parar”. Una historia de amor y oscuridad parte del suicidio. Amos Oz escribió: “Si mi madre hubiera leído los dos relatos de Hasta la muerte, ¿habría dicho unas palabras similares a las de su amiga Lilcnka Kalisch, ‘horror y espanto de algo que no tiene un lugar en el mundo’? Es difícil saberlo: un fino velo de melancolía soñadora, de emociones secretas y penas románticas cubría a aquellas chicas de buena familia de Rovno, como si sus vidas se hubieran pintado, entre las paredes de su instituto, con pinceles que conocían sólo tonalidades mórbidas y solemnes. Aunque a veces mi madre se rebelaba contra esos colores./ Algo del programa de aquel instituto en los años veinte, o tal vez una especie de profundo musgo romántico absorbido por el corazón de mi madre y sus amigas durante su juventud, una espesa niebla sentimental ruso-polaca, algo entre Chopin y Mickiewicz, entre las penas del joven Werther y Byron, algo en el terreno de las sombras entre lo sublime y lo tormentoso, la ensoñación y la soledad, engañosas luces de un pantano de ‘horror y espanto’ se burlaron de mi madre durante casi toda su vida y la


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VIENE DE LA PÁGINA 9/ LOS LIBROS TRISTES...

sedujeron hasta que la cautivaron y la llevaron al suicidio en el año 1952. Tenía treinta y nueve años cuando murió. Yo, doce y medio.”

Un inaudible grito de socorro OZ CONTINÚA: “DURANTE LAS semanas y meses posteriores a la muerte de mi madre no pensé ni por un momento en su dolor. Me negué a escuchar el inaudible grito de socorro que dejó tras ella y que probablemente estuvo siempre flotando en las habitaciones de la casa. No tuve ni una pizca de compasión. Tampoco nostalgia. Tampoco lloré la muerte de mi madre: estaba tan ofendido y tan furioso que no me quedaba sitio para ningún otro sentimiento. […] Me enfadé con ella por haberse ido sin despedirse, sin un abrazo, sin una explicación: ni al más completo desconocido, ni al cartero o un vendedor ambulante que llaman a la puerta era mi madre capaz de despedirlo sin ofrecerle un vaso de agua, una sonrisa, una breve disculpa, dos o tres palabras agradables. De niño jamás me dejaba solo en una tienda, en un patio ajeno o en un parque. […] ¿Cómo había podido?/ La odiaba.” La ira se disipó y la culpa se apoderó de su ser: “Al cabo de unas semanas la furia se decoloró. Y con la furia perdí una especie de escudo defensivo, una especie de capa de polvo que durante los primeros días me había protegido del trauma y del dolor. Desde ese momento estaba desnudo./ Cuanto menos odiaba a mi madre, más me aborrecía a mí mismo./ Aún no existía en mi corazón un hueco donde acoger el sufrimiento de mi madre, su soledad, la asfixia que la fue atrapando, el terror desesperado de las últimas noches de su vida. Seguía viviendo solamente mi tragedia, no la suya. Pero ya no estaba enfadado con ella sino que, por el contrario, me culpaba a mí mismo: si hubiera sido un niño mejor, más abnegado, si no hubiera dejado la ropa tirada por el suelo, si no la hubiese molestado e importunado, si hubiera hecho los deberes a su debido tiempo, si hubiera sacado la basura todas las tardes sin protestar, sin necesidad de que me riñeran, si no le hubiese amargado la vida ni hubiera hecho tanto ruido, si no hubiese olvidado apagar la luz, si no hubiese vuelto con la camisa rota, si no hubiese andado por la cocina con los zapatos llenos de barro.” Ahondó en la relación con su padre después de que su madre decidiera morir: “Desde la muerte de mi madre, y desde el nuevo matrimonio de mi padre un año después, él y yo hablábamos sólo de cuestiones urgentes relacionadas con la vida cotidiana. O de política. […] Sobre los tormentos de mi adolescencia, su nuevo matrimonio, sus sentimientos, mis sentimientos, los últimos días de vida de mi madre, su muerte y su ausencia, sobre todo eso no intercambiábamos ni una palabra. Nunca.” La relación con la familia materna no se retomó: “ellos lo consideraban culpable. Sus relaciones con otras mujeres, sospechaban las hermanas de mi madre de Tel Aviv, enturbiaron la vida de su hermana. Y también todas esas noches sentado a su escritorio, dándole la espalda y entregado a sus investigaciones y a sus fichas. A mi padre lo conmocionó esa acusación y le hirió hasta lo más profundo de su alma”. Oz prosiguió: “Unos tres meses después del suicidio de mi madre llegó el día de mi bar mitzvá: no hubo fiesta. Subí al púlpito de la sinagoga Tajkemoní el sábado por la mañana y balbucí el texto de la semana, eso fue todo.”

“Crecí en un mundo sin mujeres. La mujer que me trajo al mundo, a la que tanto amaba, que nos dejó cuando yo tenía doce años y medio, se fue alejando antes de suicidarse.”

En Una historia de amor y oscuridad llega la revelación literaria para poder tratar los temas más íntimos: el suicidio y la muerte: “El libro Winesburg, Ohio me hizo descubrir de pronto el mundo visto por Chéjov, aun antes de tener la ocasión de descubrir al propio Chéjov: se acabó el mundo visto por Dostoievsky, Kafka y Knut Hamsun, y también por Hemingway y Yigal Mossinson. Se acabaron las mujeres misteriosas sobre los puentes y los hombres con las solapas levantadas envueltos en el humo de las tabernas. Ese modesto libro fue para mí como la revolución de Copérnico al revés: Copérnico descubrió que nuestro mundo no era el centro del universo, como se había pensado hasta entonces, sino tan sólo un planeta más del Sistema Solar. Mientras que Sherwood Anderson me abrió los ojos para escribir acerca de lo que tenía a mi alrededor. Gracias a él comprendí de pronto que el mundo escrito no depende de Milán ni de Londres, sino que gira siempre alrededor de la mano que escribe en el lugar en el que escribe: donde tú estás, está el centro del universo.” Oz pensó en escenarios anhelados: “Mi madre decidió dormir esa noche vestida y, para asegurarse de que no volvería a despertarse y a pasar otra noche de tormento en la cocina, se sirvió un té del termo que le había dejado su hermana a la cabecera de la cama, esperó a que se enfriase un poco y, cuando se enfrió, se tomó con el té sus pastillas para dormir. Si hubiera estado allí a su lado […] habría procurado con todas mis fuerzas explicarle por qué no debía. Y si no hubiera conseguido explicárselo, habría hecho cualquier cosa por inspirarle compasión, para que se apiadase de su único hijo.” Percibía a la literatura como el único medio de expresión posible: “De mi madre no he hablado casi nunca en toda mi vida hasta ahora, hasta escribir estas páginas. Ni con mi padre, ni con mi mujer, ni con mis hijos ni con nadie. Tras la muerte de mi padre, tampoco hablé apenas de él. Como si hubiese sido un niño expósito.” En ¿De qué está hecha una manzana? Conversaciones con Shira Hadad, Amos Oz afirmó: “Crecí en un mundo sin mujeres. La mujer que me trajo al mundo, a la que tanto amaba, que nos dejó cuando yo tenía doce años y medio, se fue alejando antes de suicidarse.” Cuestionado sobre el miedo a la muerte por Shira Hadad, su editora en Israel, Oz respondió: “Me pidieron que hablase sobre la esperanza y la desilusión, sobre el suicidio, sobre el amor y la oscuridad. ¿Acaso me consideran un experto en amor, un experto en oscuridad y un experto en suicidio? Les hice una pregunta y me la hice a mí mismo, y también te la hago a ti ahora: ¿Por qué tenemos tanto miedo a la muerte? Unos un poco más, otros un poco menos, pero todos le tenemos miedo. El mundo ha existido durante miles de millones de años antes de nuestro nacimiento, sin nosotros, y seguirá existiendo durante miles de millones de años cuando nosotros ya no estemos, de nuevo sin nosotros. Somos un centelleo, una llamarada fugaz. En tal caso, dime, ¿por qué precisamente el abismo negro que hay tras la muerte nos asusta tanto? ¿Qué diferencia hay entre los abismos negros de antes y después de nuestra vida? Por supuesto, yo no tengo ninguna respuesta a esta pregunta, pero la propia pregunta me ayuda un poco cuando pienso en la muerte. Porque, de hecho, ya estuve allí, en el abismo negro de la total inexistencia, antes de nacer. Durante millones de años estuve allí, y no se estaba mal. ¿Por qué es tan malo volver a estar allí?” Yo formulo una pregunta que no logro responder: ¿cómo se puede escuchar un inaudible grito de socorro que vaticina el suicidio? l


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LA ARQUITECTURA COMO UNA FORMA DE LA BIOGRAFÍA De la tierra al cielo. Cinco arquitectos mexicanos, Elena Poniatowska, Seix Barral, México, 2019.

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inco entrevistas se reúnen en este libro a igual número de arquitectos mexicanos. Algunas resumen una larga serie de pláticas que la autora mantuvo durante años con sus amigos; es el caso de Luis Barragán, Diego Villaseñor y Francisco Martín del Campo; otras, al parecer, fueron realizadas ex profeso para este volumen: Teodoro González de León. Una es singular, porque el entrevistado la estructuró: Andrés Casillas. Los sujetos de la investigación de Poniatowska, esos seres humanos detrás de los arquitectos en quienes puso la mira, pertenecieron o pertenecen a generaciones diversas, poseen intereses y maneras de entender su trabajo distintos, así como un carácter bien definido. ¿Qué los emparenta además de ser arquitectos y ser los objetos del escrutinio de una de nuestras periodistas más destacadas? Ella dice en el prólogo que su libro: “pretende ser un homenaje a los creadores de muros, casas, edificios públicos y privados […], porque si algo une a los cinco –además de su devoción al arte– es el amor a México, a sus materiales, a sus paisajes, a sus necesidades físicas y emocionales”. Sin embargo, creo que los eligió también porque tenían algo que decir, no sólo a sus colegas sino a un público general, que a su vez está interesado en entenderlos. A Barragán se le metió hasta la médula. Él, con los brazos cruzados, sus trajes de franela gris perfecta y sus manos de dedos alargados, habló de las aportaciones de la arquitectura vernácula en los pueblos y ranchos de su infancia para, desde la elegancia y el silencio, universalizar lo local. Ella durante años percibió en sus labios “su erotismo velado”, su “espíritu franciscano suave y tenebroso”. Con González de León, Poniatowska mostró su frustración al reconocer que lo entrevistó “muy tarde en su vida (y en la mía)”. Así, ante el resultado previsible, ironizó: “me habló de las 10 vueltas diarias que le daba a su alberca techada, de cómo cuidaba su salud, del All Bran que desayunaba”. Por lo tanto, decidió balacearlo a pre-

Xavier Guzmán Urbiola |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

guntas hasta que él no pudo sino suplicarle: “ya, ya…, párale”. Me la imagino con su sonrisa y sus ojos chisporroteantes. Entonces le contestó con humor: “Falta poquito”, al tiempo que continuaba la refriega. De Villaseñor rescató su formación “contrastada” en la entonces Escuela de Arquitectura de la unam, con maestros como Félix Candela o José Luis Esquerra, frente a sus encuentros con Luis Barragán y Chucho Reyes. En estas pláticas, estos últimos lo sentenciaron o lo advirtieron: “no, pues ya te echaron a perder”. Por fortuna, explicó, tenía cerca a su padre, quien le dio admirables consejos sobre la fealdad de las obras de algunos de sus maestros y sobre temas de “construcción”. Martín del Campo es en apariencia el más joven de los incluidos en el libro. Un buen constructor y coordinador de un equipo eficientísimo en una empresa enorme de desarrolladores inmobiliarios; es el más técnico y el que más ha mirado al exterior. Ella lo conoció “de recién nacido”; él se explayó explicando cómo ha evolucionado y se ha perfeccionado el conocimiento que tenemos hoy de la mecánica de suelos y cómo los despachos de cálculo estructural mexicanos se han internacionalizado. Entrevistar a Casillas fue para Poniatowska una delicia y se nota. Con sus ochenta y cinco años es el más joven de los incluidos en el libro. Ella no lo interrumpió, sólo en contadas ocasiones, y lo dejó irse de largo como hilo de media. Él está psicoanalizado. Con una estructura clara narró a su entrevistadora el tránsito hilarante de un jovencito rebelde, atrevido e irresponsable, que al correr sus aventuras llegó a tocar el fondo de su alma, de su vida, de su estructura social, y solo, completamente solo y estando tan lejos como en Isfahán, Persia, cayó en una depresión grave. Ahí empezó a preguntarse: ¿qué hago aquí, de qué y de quién estoy huyendo? Esto, al dar un cambio a la entrevista, de la comedia al drama, hace que el lector pase de la diversión y sorpresa al asombro, tristeza y, por supuesto, al interés por seguir leyendo para descubrir cómo aquel joven inició el cambio de su mantra, o salvó su alma y, con ellas, su vida, para ponerse a proyectar y construir. En este libro no se hallarán análisis complejos de las obras de estos arquitectos, tampoco revelaciones sobre los distintos componentes de sus proyectos y edificaciones: contextuales, espaciales, estructurales, de habitabilidad, menos aún explicaciones técnicas. Sí, en cambio, un apartado fotográfico, “Fierros en el periférico”, de Graciela Iturbide, y un par de finos dibujos de Alberto Beltrán. Asimismo, una serie de ideas y/o teorías de los entrevistados y, puesto que los arquitectos en un noventa por ciento de los casos las exponen o escriben por dos razones (o son propagandísticas de lo que quieren hacer, o son justificatorias

Foto: notimex, Jorge Arciga

de lo que ya hicieron), aquí se descubrirán más reflexiones del segundo tipo que del primero. Esos arquitectos decidieron enfrentar a su entrevistadora en la arena en que se sienten más seguros: la arquitectura intuitiva, espiritual, del silencio y alejada, en apariencia, de las teorías (Barragán, Casillas); los grandes corporativos, edificios enormes y conjuntos mixtos (González de León y Martín del Campo); las elegantes palapas modernizadas de las playas mexicanas (Villaseñor). Ella, partera socrática (puesto que toda “obra artística es autobiográfica”, decía Barragán en palabras de Emilio Ambaz), ayudó a que cada uno ventilara su vida y la expusiera, así como los empujó a hablar de su trabajo y a explicarlo, no sólo a los arquitectos sino al común de los mortales, para con ello satisfacer nuestro interés y, por tanto, entender mejor su obra, pues muchos a diario la vivimos, padecemos y disfrutamos l


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MÁQUINAS, AMOR Y BIOÉTICA Máquinas como yo y gente como vosotros, Ian McEwan, Anagrama, España, 2019.

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Carlos Torres Tinajero |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

ómo acercarse a la novela de un Londres distópico en los años ochenta del siglo xx, cuando la creación de seres humanos sintéticos y la idea de inmortalidad ya son cotidianas? El talento de Ian McEwan, al plantearnos dilemas, se muestra en Máquinas como yo y gente como vosotros, donde Adán, un robot del científico inglés Alan Turing, le sirve para construir un triángulo amoroso —quizá medular en su narrativa— con el objetivo de desarrollar el carácter y las emociones de sus personajes. Más allá de que el triángulo amoroso defina la interacción social, McEwan lanza una pregunta: ¿qué nos hace humanos, si la tecnología, para efectos de esta entrega literaria, simula la vida? La trama revela las capacidades mentales y relacionales de Adán, quien interactúa con Charlie y Miranda, dos amigos, hasta tejer la tensión en la historia. ¿Adán deja de ser un robot al convivir, con una intención afectiva, con Miranda? La caracterización robótica cobra sentido por el fino retrato de época —política, social, cultural— de la cual se hace cargo McEwan. Se huía de la muerte y se pensaba reemplazar la noción de divinidad mediante un yo perfecto. Para nuestra sorpresa, esta obra anuncia el futuro: Adán es el prototipo del hombre sintético, inmortal. A pesar de la precisión en la manufactura —las facciones finas son la prueba—, ha de ser incómodo interactuar con un robot. Mucho más incómodo ha de ser que ese robot carezca de ética y modifique el curso de la relación —intelectual, emotiva y erótica— de Miranda y de Charlie, tensa por sus desacuerdos por la Guerra de las Malvinas —Argentina y Londres se disputaban las islas del Atlántico sur—, la recreación de todo el contexto histórico del libro. Además de los desacuerdos políticos, hay otro contrapunto. Lejos de la consolidación de pareja —el paso de la amistad al amor, titubeante en ocasiones, entre Miranda y Charlie—, mientras Miranda intimida con Adán, el trato con Charlie se enfría. Por si fuera poco el enfriamiento, Charlie experimenta un cambio psicológico: Adán, de

En nuestro próximo número

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA

batería recargable, tiene la habilidad de seducir a Miranda —con el mismo ímpetu de un humano—, hecho irrisorio para ella. A diferencia de Adán, Charlie tal vez sería capaz de conmoverla y de moverle fibras internas, no sólo en el plano sexual; ahí, juega un papel fundamental la complejidad de un personaje con sentimientos, pasado, acciones, decisiones y volición, al contrario de Adán; pero está aturdido por él. La acción dramática, en buena parte de la novela, se mueve a partir de la competencia entre Charlie y Adán por Miranda: el triángulo se convierte en un estímulo sexual, afectivo. Ese vínculo no nada más se transforma por la presencia de Adán; también por las características académicas de Miranda y de Charlie. Las convicciones ideológicas de Miranda se oponen a las de Charlie. Ambos defienden argumentos sólidos; a McEwan le ayudan, en el periodo de la Guerra de las Malvinas, para confrontarlos por sus principios y para agudizar la convivencia habitual. Hay un detalle en la relación triangular: gracias a la pugna de Charlie y de Adán, desleal por parte del último, McEwan enfrenta a un ser humano y a una máquina para ponerlos a un nivel equitativo, de manera desgarradora. Cara a cara, en medio de la lucha, se revela un brutal secreto en el pasado de Miranda para dar pie a la transformación radical de la interioridad de cada uno. Impresionante por las implicaciones psicológicas y por su composición, Máquinas como yo y gente como vosotros de Ian McEwan propone un dilema bioético. Una mirada a un Londres distópico, con grandes avances científicos, donde la interacción de los bípedos orgánicos, racionales, con las máquinas, es el catalizador de las acciones. Con este libro, el lector atestigua el trabajo de un novelista consagrado por su lucidez personal, única, al tramar historias para darle un cauce narrativo —satírico y conmovedor— a las relaciones humanas y a la vida l

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ELPREJUICIO,TATUAJE EN MÉXICO: CLANDESTINIDAD Y ACEPTACIÓN


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Artes visuales Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx

Los 2 mil 501 migrantes de Alejandro Santiago

Fotografías: Gretta Penélope Hernández

ENTRE 2004 Y 2006 participé en la realización de la serie de diez documentales sobre la plástica oaxaqueña contemporánea titulada Otro modo de ver, dirigida por Albino Álvarez. La curaduría de la serie integró una selección de los creadores más destacados de la región que se dieron a conocer a partir de los años ochenta, década en la que se originó el boom cultural propiciado por Francisco Toledo. Entre esos artistas se incluyó a Alejandro Santiago (1964-2013), un creador muy peculiar nacido en Teococuilco de Marcos Pérez, pequeña población enclavada en la Sierra Juárez. El documental dedicado a su trabajo de esos años se titula Los ausentes y registra el proceso de elaboración de un proyecto titánico al que dedicó los últimos años de su vida con pasión y vehemencia. Cuando comenzamos la filmación, el proyecto estaba en la primera fase de desarrollo y fuimos testigos de la voluntad inquebrantable que lo llevó a vencer toda suerte de obstáculos hasta concretar su sueño: la creación de 2 mil 501 figuras de barro de tamaño natural que representarían a los 2 mil 500 migrantes que salieron de su pueblo natal “al otro lado” en busca de mejores oportunidades; el documental evoca a los millones de mexicanos que a duras penas se ganan la vida en el país vecino, y a todos los demás que se siguen viendo obligados a partir. Constatamos el esfuerzo colosal que Alejandro hizo, siempre apoyado por su esposa Zoila, para conseguir el financiamiento de un proyecto tan desmesurado, complejo en todos los sentidos. Pero el artista siguió su voz interior y no se dio por vencido, ni aún cuando un torrencial aguacero inundó su taller en Santiago Suchiquiltongo, Etla, y destruyó más de trescientas piezas que esperaban su entrada al horno. Animado por sus propios ayudantes que ya habían hecho suyo

el reto, recomenzaron de cero. Alejandro pintaba de sol a sol, organizaba exposiciones e invertía todas sus ganancias en la producción de sus migrantes. En el documental vemos las manos ágiles de los trabajadores que aprendieron de Alejandro el oficio del modelado en arcilla y con una soltura increíble trabajaron cada pieza dotándola de rasgos estilísticos propios a través de texturas, engobes y colores para conferir a cada personaje una identidad individual. Después de mucho bregar, llegó el afortunado apoyo de la Fundación Rockefeller, con el cual adquirió un horno de alta temperatura donde finalmente podía “cocer” numerosas piezas a la vez. Contra viento y marea, su sueño se hizo realidad: en 2007, las 2 mil 501 figuras de barro viajaron a Monterrey a presentarse todas juntas por primera vez en el Fórum Internacional de las Culturas en el Parque Fundidora, megainstalación que tuvo un efecto sobrecogedor. A lo largo y ancho de una extensa planicie jardinada desfilaban los migrantes con sus rostros taciturnos y apesadumbrados, evocando a la multitud de hombres, mujeres y niños que tienen que dejar su terruño empujados por la pobreza extrema, con el miedo en las entrañas pero la frente en alto. El deseo de Alejandro fue que sus migrantes de barro viajaran por el mundo llevando su mensaje de denuncia y como un canto a la esperanza y a la solidaridad. Tras presentarse en varias ciudades de nuestro país y en el extranjero, han llegado al Colegio de San Ildefonso 501 piezas de este impactante conjunto escultórico. Los migrantes de Alejandro Santiago conmueven porque son metáfora de uno de los dilemas éticos más dolorosos de nuestro tiempo. La instalación tiene lugar dentro del marco de la celebración del 30

aniversario del Centro de Investigaciones Sobre América del Norte (Cisan) cuyo objetivo es promover el análisis del fenómeno migratorio. Para ahondar en el trabajo de Alejandro Santiago, se proyectan los documentales Los ausentes mencionado líneas arriba y Reencuentros: 2501 Migrantes, de Yolanda Cruz. Alejandro Santiago se nos adelantó muy pronto, a los cuarenta y nueve años de edad. Su legado es inconmensurable: un arte de vocación social que no deja a nadie indiferente l


Arte y pensamiento

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Biblioteca fantasma/ Eve Gil

Tomar la palabra/ Agustín Ramos

Tan roja como la sangre

Desde el lado oscuro: Primo Mendoza (ii de iii)

LA MEXICANA SANDRA Becerril es guionista, más reconocida en Hollywood que en México, y autora de novelas de terror que las editoriales mexicanas no valoran lo suficiente, como suele suceder con autores de lo que peyorativamente se califica como “subgéneros”, aunque los importados vendan como pan caliente. Becerril, sin embargo, cuenta con un público cautivo y atento, lo que hace de ella una autora de culto. Su más reciente novela, de precioso título, Tu cadáver en la nieve, se ha publicado en la novísima editorial de Coruña, España, Bunker Books s.l. Ganadora del i Certamen Auguste Dupin de Novela Negra y Denuncia Social, Becerril logra emular a Poe en la imperceptible fusión de su género de cabecera, que es el terror, con la novela policíaca. Además está la “denuncia social” implícita en la leyenda del concurso. Como buena cultora de un género que no puede permitir espacio al aliento, nos atrapa desde las primeras líneas: Maya, esposa de un actor de Hollywood de origen mexicano, que hace tiempo no tiene hueco en su agenda para ella, alcanza el primer orgasmo de su vida en brazos de su amante británico, al mismo tiempo que alguien apuñala en pleno corazón a su afamado cónyuge. Pese a ya no amar a Erik, con quien tiene una historia de doce años hasta cierto punto trágica, pues se casaron cuando ambos vivían todavía en México y él no imaginaba que llegaría tan alto, Maya, en nombre del amor que alguna vez la unió a ese hombre, está resuelta a encontrar al asesino o asesina y Benedict

se compromete a ayudarla en lo que promete ser una cacería en dos junglas: la de Hollywood y la de Chicago, ciudad de residencia de Maya y Erik, con el mayor índice de criminalidad en el mundo… y si las estadísticas que las autora nos presenta para demostrarlo no forman parte de la ficción, nos han engañado todo este tiempo afirmando que Ciudad Juárez era de lo peorcito. Para las leyes estadunidenses, incluidas las de Chicago, cuya mala fama va acompañada, claro, de la ineficacia de su fuerza policíaca, el primer sospechoso en un crimen de esta naturaleza es el cónyuge. Maya sale airosa de este primer obstáculo. Pero su primer error es no tener bien claro quiénes son “los buenos” y “los malos”. La única certeza que tiene sobre su esposo –aunque no le consta– es que se acuesta con la coactriz de su penúltima película, aunque ésta no tardará en ser hallada muerta también. Maya y Benedict comienzan a sumergirse cada vez más en lo que resulta ser una cloaca perfectamente oculta bajo kilos de oropel, glamur, champaña y perfumes caros, acompañados de extravagantes aliados –como Karely, la maquillista ninfómana que cada noche se cita con un desconocido distinto para tener relaciones sexuales, asegurando que le emociona la idea de que “esta vez resulte ser un psycho”–, pero que cada día les depara una sorpresa más aterradora que la anterior. “Cuando uno siente el miedo, cree que cualquier cosa podrá salvarlo de su demencia. Un cigarro, un desconocido, una pared, algunas palabras, la luz, la razón.” Estas palabras, que son las de Maya, quien funge como narradora, develan parcialmente el modus operandi de Sandra Becerril para lograr ese efecto de acorralamiento a través de la trama. No se trata sólo de encontrar a un asesino, sino de sacarle la vuelta a una red de enemigos que se esconden tras aquellas cosas que suelen brindarnos consuelo y, en ese sentido, Sandra Becerril logra una dinámica absolutamente coherente, pese a la locura y la extravagancia que surca la trama de principio a fin, y se nos revela como una incomparable relatora de escenas, por llamarlas de algún modo, chic gore, que ninguno de los escasos cultores del género en español ha logrado. Esta sui generis autora mexicana de apenas treinta y nueve años, es doctora Honoris causa por el Congreso Iberoamericano de la Educación en 2008 en Perú, y ha obtenido diversos premios a “Mejor guión de terror” y “Mejor película de terror” en festivales internacionales. Pese a esto, sus libros son muy difíciles de encontrar en las librerías de su país l

MÁS QUE PRÓLOGOS, la obra de los escritores del Sótano de los Olvidados tiene zaguanes porque su origen artístico es el lugar común de las vecindades, umbral de reunión, saludo y chisme. En uno de esos zaguanes titulado “Manifiesto malandrín” están los puntos sobre las íes del dinero que no tienen, de la paradoja de ser “ovejas negras” y “orgullo del barrio”, de su escritura “entendible para los diferentes barrios citadinos” y de la creación que los consagrados no reconocen como hija legítima. Refiriéndose en realidad a toda su bibliografía colectiva, “esfuerzo encabronado para publicar”, Los Olvidados declaran: “Los textos que componen este libro presentan la riqueza de posibilidades de crear, recrear e imaginar la realidad a partir de la nada... nos vale madre demostrar si lo que hacemos es artístico o no. Lo que hacemos es un intenso ejercicio…” Otro zaguán, titulado “A la salud crónica de Tepito”, señala los términos que conforman la parte oscura del barrio nómada, las raíces invisibles y sin fronteras de lo andado: “Calles que recorres y transmiten su inexpresable lado oculto; lugares, parques, esquinas donde te rascas la joroba existencial; frentes de casas, callejones, lugares sin pavimento, baldíos con bardas perforadas donde crece la hierba y viven animales fantásticos… Ahí uno siente la mirada de Dios y mira por la cerradura inundada de nostalgia cuando la ciudad se llueve, y es entonces cuando los verbos básicos te fluyen conjugados en pasado” (“Territorios”, de Primo Mendoza Hernández, que abre y da nombre al libro recién reeditado por El BeiSMan en Chicago). Los territorios son zaguanes ubicuos e imprescindibles donde la voz corre y el alma sobrevive. Ejemplo de zaguán y nomadismo del no menos nómada Alejandro Reyes Arias, “escribividor chiro del oriente citadino”, es “La promesa de Odorina”, cuento sobre una Penélope materna de arrabal bahiano que firmaría el mismísimo Jorge Amado: “Así, conversando en tan amena compañía, [Odorina] entraba a la catedral y se sentaba en el mismo banco de siempre, ni muy cerca ni muy lejos del altar. Desde ahí podía ver claramente la imponente imagen de San Salvador, parado allá arriba, tan lejos del mundo y de sus dolores, reluciendo más esplendoroso que nunca […] Al pasar frente a la iglesia de Nossa Senhora da Coinceição se persignaba, pero no entraba a rezar por el regreso de Prudencio pues no quería perder un minuto para llegar al puerto […] pues, como todos saben, es a Nuestra Señora de la Concepción y no a San Salvador, a quien hay que rezar por aquellos que parten al mar, porque ella es nada menos que Iemanjá, diosa de las aguas…” (Netamorfosis. Cuentos de Tepito y otros barrios marginados). El territorio cabe en un vaso insondable, en un cabaret de la frontera con eu o entre las cuerdas de un ring: “Uno, dos, tres…, cuatro, cinco, seis… Oigo desde un tiempo en el que me trato de despertar y estoy despierto. La luz es intensa en el centro y disminuye en círculos concéntricos de paulatina oscuridad” (arranque del cuento “Diez”, en Territorios). También en esos territorios abismales se desarrollan “El ídolo en ciernes” de Octavio Famoso Gómez; “La boxeadora”, de Leonor Martínez Salvador y “Ni chicles de mentolín”, de Alejandro López García, que nada le piden a “El Flecha” del colombiano David Sánchez Juliao. En Tijuana: “Un sax desgarra en sordina Kumbala, las sillas están respaldo con respaldo como muralla de vinil roja que ocultan ambas manos que se cosquillean morosas. La cabeza de El Pony. Juan Bautista de arrabal, yace sobre la mesa donde un vaso bautismal de resacas rueda impulsado por la nada incierta de un tiempo de ebrios. Elia se ladea y abre, llevando la mano de él sobre el ansia de sus muslos…” (“Kumbala”, en Territorios). Hablar de Primo es hablar de sus lugares y su gente, de su lenguaje de alma nómada que posee un territorio múltiple e infinito, y también único l (Continuará.)


Arte y pensamiento

LA JORNADA SEMANAL 5 de enero de 2020 // Número 1296

Bemol sostenido/ Alonso Arreola @LabAlonso

Cinexcusas/ Luis Tovar

Queridos Reyes Magos

Las antípodas del paraíso

MELCHOR, GASPAR, BALTASAR... Si todo ha salido según nuestro plan, ahora estamos en Cádiz, España, viendo cómo se pasean por el pueblo festivo y nocturno. Así es. Hemos decidido acercarnos a ustedes para intercambiar regalos con su caravana, pues son tiempos de vacas flacas. ¿Qué les vamos a dar por algo de mirra y especias raras? Libros, cómics y novelas gráficas que conseguimos en la última Feria del Libro de Guadalajara. Primero, y antes que nada, el más académico de todos: La música clásica de la India, de Jaime r. Pombo. Circunscrito al género llamado Raga Sangita en la tradición vocal e instrumental del norte, editado por Kairós en 2015, nos emociona de manera particular, porque conseguir material especializado sobre los misterios de este arte es muy difícil (y más en español). También nos alegra porque su ruta parece clara. Comienza considerando la relación entre el significado del sonido y la espiritualidad. Luego separa los elementos esenciales que constituyen su tradición: Raga (creación melódica); Tala (creación rítmica); Rasa y Samaya (emoción y contexto); Gharana (tradición); Dhrupad, Khayal y Thumri (géneros vocales); Tata, Susira y Avanaddha (géneros instrumentales). Por supuesto que cuenta con fotografías de todos los instrumentos, un glosario extenso y una bibliografía nutrida. Una maravilla que encantará al rey Gaspar. Girando ciento ochenta grados, les llevaremos El gran libro de los instrumentos musicales editado por Pronto para la maravillosa Edelvives. De grandísimo formato aunque delgado, presenta 130 instrumentos clasificados por familias. Del Olifante a la Zanfoña, pasando por el piano de cola o la guitarra, está profusamente ilustrado no sólo por los propios objetos sonoros que tañe, sopla o golpea la gente, sino por viñetas humorísticas en que divertidos personajes conviven con la música. Dedicado a los niños, podría gustarle más al joven rey Baltasar. Otro más es Avándaro, la historia jamás contada, de Luis Fernando. Producido por la editorial Resistencia y la

Secretaría de Cultura durante 2018, sorprende la combinación entre novela gráfica y material variopinto constituido por fotografías del festival, carteles, discos, periódicos y revistas, todo lo cual contribuye a una narración ligera y entretenida que consigue reflejar el espíritu de una época curiosa en México y el mundo. Lo más valioso es el contenido desmitificador, lleno de situaciones y anécdotas muy poco difundidas o de plano desconocidas. Esto podría interesar, sin duda, al grande y sabio rey Melchor. Los últimos cuatro gustarán a los tres. ¡Préstenselos! El curioso mundo de Nathan, escrito y dibujado por Jonathan Rosas, es un cómic simpático en el que un joven y su perrocíclope luchan contra cuervos malditos mientras mantienen su banda musical en un mundo que se está volviendo cuadrado. Selina y las Red Velvets, novela gráfica de Rodrigo r. Morales, es un trabajo de más largo aliento. En ella un cuarteto de punk femenino se ve involucrado en una trama vampiresca de relevancia global que se complementa con su ambición por ganar el concurso Battle Stage. Metal Life, Vulgar Display Of Comics, es la colección de tiras de Edgar Camacho en torno a la cotidianidad de un metalero con alma noble, mente estrecha y costumbres simples. Un volumen fino y de gran unidad estética que provoca numerosas sonrisas. El último libro que les ofrecemos hoy es Apocalyptic Girls, de Valerio Vega, a quien le bastaron dos Inktobers (Octubre 2016 y Octubre 2017) para crear un extenso álbum de heroínas postapocalípticas, así como su propia visión de algunos personajes famosos. En cada ilustración de 2017 hay un breve escrito contextual, así como la recomendación de una pieza musical. Aunque la variedad de personajes y géneros es enorme, Vega consigue dar en el blanco. Lo de 2016 no nos convenció de la misma forma. Pero la calidad se mantiene. En fin, queridos Reyes Magos, esto sin duda les hará más fácil su solitario viaje hacia la nada, tan llena de fantasías. Esperamos ahora nuestros regalos. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos l

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HAY IMÁGENES QUE de idílicas tienen lo mismo que de utópicas o, para decirlo con sinceridad y exactitud, lo mismo que de falsas. Piénsese en el mar: esas tres letras suelen suscitar cuadros en los que se combinan un oleaje amable, terso incluso; una planicie de arena suave, que se diría concebida exclusivamente para acariciar las plantas del caminante; un sol constante, que ya sea en su blanquísimo y luminoso cenit o en su crepúsculo violeta y rosa, en cada rayo habla de calor y vida. Así el habitual mar de la imaginación. Ahora piénsese en un faro y reconózcase que su evocación, más infrecuente que la de playas espléndidas y olas coronadas, tampoco escapa al deseo de romantizarlo todo: en tanto luz nocturna que sirve de guía para las embarcaciones, las ideas que del faro predominan son seguridad, vigilancia, prevención… susceptibles de caber en un concepto como “sensatez”, en este caso, la necesaria para una navegación nocturna –y lo mismo la ejercida entre una neblina densa– libre del riesgo de encallamiento o de naufragio. No para ahí la cosa pues, cuando se piensa en un farero, de inmediato acuden a la imaginación ideas de alejamiento, silencio y soledad, sólo que buenas y agradables, y son las que definen la vida de ese hombre al que se le atribuye la serenidad de espíritu indispensable para que ninguna de dichas condiciones parezca intransitable, ni siquiera incómoda, sino todo lo contrario: sabio casi por necesidad, ese farero idílico no está obligado a la lejanía sino que la consiguió, la quiere y la disfruta; nadie le ordena que se calle, sino que ha hecho de la ausencia de palabras refugio y fortaleza; tampoco es un desterrado, o tal vez sí, pero con su soledad pasa lo mismo que con su silencio: se trata de elecciones vitales, nunca de condenas. Tómense mar, faro y farero, pero pónganse muy lejos de la región meridional del mundo; mejor dicho, ubíquense tan al septentrión como sea dable. Nueva Inglaterra, en el Atlántico norte, servirá muy bien. Que la imaginación construya el escenario sin alejarse de la realidad: el oleaje, brutal, es empujado por un viento de constante ira y, como casi toda la violencia que de la ira emana, carece de sentido, como no sea golpear, golpear, golpear una ribera que ni así se ha convertido en bancos de arena de finísima tersura, pues lo que hay son piedras, piedras y más piedras, abruptas, llenas de aristas, como si la crueldad fuese vocación. El faro, por su parte, será sólo de soslayo eso que los paraísos imaginarios quieren, pues en efecto habrá de ser punto luminoso en la penumbra ciega, referencia para que los navíos eviten un colapso, pero precisamente en éste –el colapso-- consiste la espada de Damocles que se balancea sobre la cabeza ígnea del faro, y no sólo sobre él. Déjese de hacer un día la tarea y el faro se reduce a simple torre enmudecida, inútil junto al mar oscuro y violentado. Desde luego, evitar esa transmutación infame depende del farero, de tal modo que si éste no es el sabio solitario y alejado de las mundanas tentaciones que la imaginación construye sino, como es mucho más probable, un hombre formado de carne, hueso, historia previa, costumbres, juicios y prejuicios varios, inseguridad, envidias, generosidad impredecible y repentina, más todo aquello en que consiste la llamada condición humana; si el farero es ése, no se esperen bucolismos ni romanticismos trasnochados; estése prevenido, tanto como sea posible, contra la tormenta, que incluirá ráfagas de brisas homicidas, gaviotas agoreras, altas mareas alcohólicas circulando dentro de las venas, y que no parecerá querer terminar nunca. Finalmente, multiplíquelo por dos: que no sea un farero solamente, ni la tempestad una sola, ni solitario el monstruo interno, y añádase el toque final consistente en algo arriba, en la parte superior del faro, que quienes no son fareros, desde su ignorancia, llamarán locura l El faro, Robert Eggers, EU/Canadá, 2019. Reparto: Willem Defoe y Robert Pattinson.


LA JORNADA SEMANAL

16 5 de enero de 2020 // Número 1296

Alexander Naime Sánchez-Henkel

La música: eco de lo eterno y lo sagrado Nacido en India, a sus sesenta y cinco años de edad, Anindo Chatterjee es considerado uno de los mejores músicos del mundo, dotado de una habilidad para tocar melodías cristalinas con su tabla. Miembro de una familia humilde de músicos amateurs, Chatterjee es gente de montaña; vivió su infancia sin electricidad ni drenaje y Calcuta, la ciudad más cercana para estudiar música, estaba a horas de distancia. De visita en México y poco antes de viajar a Phoenix, donde ofrecería un recital de dos horas para mil personas, conversó en exclusiva para La Jornada Semanal.

Entrevista con Anindo Chatterjee ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

L

a tabla es el rey de los instrumentos de percusión. Consta de un par de tambores: uno pequeño de hierro llamado Dayan y otro más grande llamado Bayan. El Dayan se toca con los dedos y palma de la mano derecha, mientras que el Bayan se toca con los dedos, palma y muñeca de la mano izquierda. El Dayan es brillante y cristalino. El Bayan es resonante y produce un sonido basal. La tabla es el instrumento simple más sofisticado del mundo y su versatilidad permite tocar lo mismo como acompañamiento que como como solista. Anindo Chatterjee recuerda las actuaciones solistas de tres horas de duración de su gurú Pandit Prakash Ghosh en la década de 1980. “Siempre estuvieron llenas. Desde las 5 pm hasta las 9 am, recuerdo estar con mi familia escuchando música clásica afuera de los escenarios. Éramos miles escuchando a un solo músico tocar tabla.” Anindo es uno de los músicos más respetados en India, país que tiene una población de mil 300 millones de personas. Platicando con él, pienso que sus fans equivalen, quizás, a toda la población de México (129 millones). Y eso aun sería una minoría. “El ritmo es parte de cada cuerpo, de cada persona… la música puede no serlo. El ritmo me pertenece porque lo ejecuto en vivo, con mis manos,

pero la música no es mía, no me pertenece, es de mis antepasados y de quienes vienen. Yo sólo mantengo la música viva durante este momento.” La tabla se usa ampliamente en la música de India, Pakistán, Nepal, y Bangladesh –países que comprenden veinticinco por ciento de la población humana. ¿Qué tipo de música se toca en esos lugares? Para entender a veces es necesario comparar. La mayoría de la música tiene al menos tres elementos principales: melodía, ritmo y armonía. Debido a su naturaleza contemplativa y espiritual, la música clásica de India se centra en lo melódico. El ritmo da textura, sensualidad y propósito a la melodía. La armonía, en el sentido occidental, no es parte de esta música, y es importante no buscarla. En la música clásica occidental, las interpretaciones de la música del pasado (Bach, Mozart, Beethoven...) son más comunes y desplazan a la música clásica contemporánea (Graciela Agudelo, Phillip Glass, Arvo Part, Jóhann Jóhannsson). En Occidente se vincula el amor por el pasado a una aversión por el futuro. La adoración al pasado excluye al presente. El tipo de música clásica en India no es una adoración al pasado sino una intensificación del presente. “A mis sesenta y cinco años –confiesa Anindo con poca modestia –ya toqué, ya disfruté, ya transcendí. Ahora, lo que quiero es compartir lo que acumulé en esta vida con jóvenes, para que la música siga, porque es de todos.”

Los antiguos indios quedaron profundamente impresionados por el poder espiritual de la música, y para aquellos que lo toman en serio, la música clásica implica una devoción y un compromiso de muchas vidas. “Cuando conocí a mi gurú, Pandit Prakash Gosh”, dice Anindo, “yo tenía apenas seis años. Desde entonces sabía que me tomaría seis o nueve vidas alcanzar el nivel de su conocimiento musical.” ¿Seis o nueve vidas? Anindo cree en la reencarnación y, por ende, en la acumulación de conocimiento en el alma a través del tiempo. Está seguro de que en su vida pasada fue músico y que en la siguiente también lo será, y así acumulará vibras y almacenará conocimientos para poder anular el tiempo y alcanzar la divinidad a través de la música. Para Anindo, la tabla puede ser una actividad social o un pasatiempo individual, pero siempre que se toma en serio se vuelve una experiencia espiritual. La música que toca en su tabla es mucho más cercana a nuestro pulso interno, al tambor que llevamos dentro. Por ser tambor, los sonidos son básicos y mínimos; por ser básicos y mínimos, los sonidos son primitivos; por ser primitivos, los sonidos llegan de una forma peculiar, como sostener tu propio corazón en la mano. Ahí, en lo básico, en lo mínimo, la música –como la vive Anindo–, se vuelve “divina”: ritmos de lo frágil y temporal haciendo eco en lo sagrado y en lo eterno l


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