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La luminosa tradición teatral de Estela Leñero
LA DERROTA LUMINOSA. Las anarquistas y la libertad de expresión, de Estela Leñero, es el triunfo definitivo de un conjunto de mujeres que tras bambalinas lo hicieron posible y es resultado de un empuje grupuscular, más común en nuestro Occidente de lo que se pensaba, gracias a las maniobras de un patriarcado que tiende su cortina de humo sobre la humanidad de lo colectivo, sobre todo lo que empujan las mujeres politizadas con esa singularidad que, sin obedecer a los lugares comunes, tiene un común denominador de resistencia e insurgencia.
Así lo permite vislumbrar la imaginación de Juliana Faesler, quien se ha encargado del montaje, puesta en escena, lectura, todo a la vez y mucho más, de esta obra que recoge múltiples momentos del teatro de Estela Leñero, como si la directora se hubiera propuesto antologar visualmente las propuestas literarias de la dramaturga.
Desde el inicio de su vida como escritora, la imaginación de Estela Leñero está marcada por un profundo sentido de la justicia, la política, el periodismo, la historia y las huellas perdurables que la vida social le imprime a la vida cotidiana de los personajes ordinarios. En esas búsquedas iniciales, la preocupación sobre el destino y la vida social de las mujeres está presente sin consignas; mujeres obreras, activistas, artistas, revolucionarias. Ahora traza un retrato conmovedor de las periodistas.
Es una obra que permite entender cómo fluyen los ríos subterráneos de esas periodistas actuales (Amapolas, Periodistas de a pie, Lado B), que tampoco trabajan con consignas para distinguir en exclusiva las cuestiones de género; son una práctica auténtica y un ejercicio feminista del periodismo que no puede ser reclamado en exclusiva por ninguna corriente feminista, tanto para quienes piensan que hay un solo feminismo como para quienes sostienen que el feminismo es legión.
Es esa manera de ver lo femenino, sin los lentes del teórico, tampoco del activista ni de la periodista –que lo es–, sino de la artista, la escritora que logra sembrar incertidumbre e introducir lo inacabado y desobediente de los seres humanos, puesto bajo la lupa con la propuesta historiográfica con este texto que, si bien pudiera ser conmemorativo, no tiene ese tufillo oficialista (que ensalza igual a Villa que a Zapata).
Es el retrato metafórico de un periodismo independiente que no es tarde para reconocer oficialmente, se le agradezca su existencia y se le proteja legalmente, porque es el periodismo de la credibilidad opuesto al del conflicto de interés, el cual impide a la mayoría de los medios un periodismo del lado de la sociedad.
La lectura de Juliana Faesler es magistral. Si bien Estela Leñero ha tenido lectoras verdaderamente sensibles, inteligentes y creativas, el trabajo que hizo Faesler con esta obra es de una gran vitalidad. Un montaje (en coproducción con La Máquina de Teatro) apoyado con un elenco de actores/lectores del más alto nivel interpretativo, con un entusiasmo y alegría que vienen del texto, muy conectado con nuestro presente sangriento para el periodismo.
La belleza, profundidad y acierto del montaje de Juliana Faesler consiste en que es capaz de dotar al elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro, entre actores muy jóvenes y otros muy experimentados, una conversación, un diálogo que los iguala, transfigura sus sexos, sus edades y su experiencia escénica. Es una lectura vigorosa, plástica, plena de giros, de guiños y hallazgos que, me imagino, logró de la mano de los actores y éstos, entre las muchas maravillas que hacen de la mano de la directora, se mueven entre la anécdota, lo simbólico y lo expresamente plástico entendido como irrupciones de la belleza sobre la escena. Es una de las más bellas lecturas casi sin atril de los últimos años l