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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 7 de agosto de 2016 ■ Núm. 1118 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Jiménez

José Alfredo

MigueL MiraMón

y los yanquis

Bernardo Bátiz De M ickey M ouse a DeaDpool: la banalización del bien y del mal

saúL renán León Hernández

o la voz de todos

Leandro areLLano, aLonso arreoLa y antonio VaLLe


Miguel Bernardo Bátiz V. El enorme compositor y cantante mexicano José Alfredo Jiménez no completó siquiera cinco décadas en este mundo raro: nacido en 1926, la cirrosis hepática se lo llevó en 1973. Su vida fue tan breve como extensas fueron desde un principio y siguen siendo su fama, su sensibilidad y, más que cualquier otra cosa, su capacidad para ser la voz de todos a través de la letra de sus canciones: “Caminos de Guanajuato”, “Ella”, “El rey”, “El jinete”, “Paloma querida”, “Si nos dejan”... la lista es tan interminable como el número de intérpretes que han acudido a esa fuente de originalidad absoluta que fue el oriundo de Dolores Hidalgo, quien este 2016 habría cumplido noventa años. Los textos de Arellano, Arreola y Valle festejan la memoria de quien expresara en canciones una de las vetas más profundas del alma colectiva nacional. Publicamos además un minucioso ensayo de Bernardo Bátiz sobre el decimonónico general mexicano Miguel Miramón y los yanquis,

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FUE EL PRESIDENTE MÁS JOVEN QUE HA TENIDO MÉXICO. LO FUSILARON EL 19 DE JUNIO DE 1867 EN EL CERRO DE LAS CAMPANAS.

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ocos hoy saben quién fue Miguel Miramón, las nuevas generaciones no han oído hablar de él y los adultos y personas de edad a quienes les pregunto por este personaje de nuestra historia, o no saben nada de su existencia o sólo recuerdan algún dato confuso; así lo he comprobado en una encuesta informal y doméstica, que sin método alguno hice un par de semanas atrás. En el mundo académico, entre profesores y estudiantes, algo más se le conoce, pero frecuentemente se le recuerda como a un mexicano frente al pelotón de fusilamiento, en el Cerro de las Campanas y en medio de otros dos condenados a muerte; a su izquierda Maximiliano de Habsburgo, pretendido emperador de México, y a su derecha Tomás Mejía, indígena otomí de la Sierra Gorda de Querétaro. La mayoría los identifica, a Max como un iluso que quiso ser emperador, y a los otros dos como traidores por haber apoyado a un extranjero que pretendió abolir la República y derogar su constitución. Los dos personajes que fusilaron con Miramón eran, como él, jóvenes; Miramón el de menos edad, apenas treinta y cinco años, a pesar de lo cual nadie le regateó el lugar de honor en el patíbulo. Le hubiera correspondido a Max, pero éste fue quien lo invitó a colocarse al centro; Mejía, enfermo y angustiado pero no cobarde, reconoció en silencio la primacía del que había sido el alma de la resistencia en el largo sitio de la Ciudad de Querétaro en el cual, con muy poco efectivos, cuatro mil hombres a lo sumo, soportaron un cerco y asalto de unos treinta mil soldados liberales. Pocos entre el público en general conocen los detalles ya añejos y olvidados de la vida de este personaje, pero cabe recordar que Miramón estuvo en el centro no sólo al ser fusilado, sino en los acontecimientos más importantes del país por casi diez años, desde la sublevación del Plan de Tacubaya, en diciembre de 1857, hasta su muerte en el cerro de las piedras que tañen en junio de 1867. Su vida fue vertiginosa y coincidió con una etapa de la historia mexicana más vertiginosa aún. Militar brillan-

te, un caballero a la vieja usanza, pero también un joven inexperto en política, un ingenuo que creyó en la imparcialidad y buena fe de las potencias extranjeras, después un hombre que adquirió experiencia cuando ya no le era útil, estuvo convencido de que luchaba por la patria y finalmente pensó que por ella iba a morir. Su época fue un torbellino de acontecimientos, de equívocos, de divisiones irreconciliables, de injerencias extranjeras, de actos fallidos. Las revueltas se sucedían unas a otras sin solución de continuidad, movidas desde las logias, atizadas por extranjeros, alimentadas lo mismo con el pasto seco de los fanatismos que con la leña de las ambiciones personales; algunos se movían por convicciones arraigadas –creo que era el caso de Miramón–, otros porque ahí les tocó estar y unos más, como Juárez, por un apego casi religioso a la Constitución de 1857, cuya promulgación fue la chispa que inició el incendio. Para los que triunfaron, los liberales, definir y deslindar lo que pasó fue relativamente fácil; al final de la contienda no sólo sobrevivieron, se hicieron del poder y desde ahí es dable con cierta comodidad, con algo o mucho de parcialidad, relatar lo que pasó, la forma en que pasó y también la forma en que a los triunfadores les hubiera gustado que pasara. Los conservadores perdieron la guerra. Los mejores estaban muertos para cuando se hizo la recapitulación de lo sucedido. A Lucas Alamán, el más lúcido de ellos, político, historiador y más que nada un estudioso de la economía –una novedad en aquel tiempo–, no le tocó ya participar en lo más álgido de la guerra, pues murió a los sesenta y un años en 1853, después de haber escrito mucho en defensa de sus ideas políticas y tratar de explicarse la historia en la cual le tocó vivir como testigo y actor. Los demás, los más jóvenes y aguerridos, Luis Gonzaga Osollo, Tomás Mejía, Ramón Méndez y el mismo Miramón, murieron durante la contienda o al finalizar ésta; pagaron con la vida su participación en el campo de los derrotados. La voz oficial definió como héroes a los liberales y como traidores a los conservadores. Ciertamente ha persistido una polémica, un debate sordo o abierto al respecto, que hoy no es tan importante. Durante el siglo xx , los gobiernos del partido oficial, además de adueñarse de los dineros y de los acontecimientos, decretaron desde el poder que ellos eran los herederos de los tres grandes movimientos históricos, los más importantes por los que México ha pasado. Somos –dijeron los priistas– herederos de los insurgentes de 1810, de los liberales de 1857 y de los revolucionarios de 1910 y 1917. La oposición tenía que conformarse con ser la prolon-

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Miramón

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y los yanquis

gación de los realistas, de los conservadores de la Guerra de Tres Años y de los porfiristas. Nadie, que yo sepa, se ha preguntado muy en serio qué pensaban los criollos y mestizos nacidos en México que siguieron a Calleja durante la Guerra de Independencia, o lo que movió a los promotores del Plan de Tacubaya. Pasado el tiempo, a los priistas, sin olvidar su pretensión de ser los dueños de todo, ya no les interesa mucho el pasado; la televisión les basta para adormecer a la gente y hacerla olvidar la historia. Por ello, cabe ahora hacer algunas reflexiones sin darle al debate histórico una importancia capital. Lo que debe hacernos pensar sucede en otros campos, como el petróleo, la educación, la justicia, pero para entender lo que pasa hoy es importante recordar y recuperar nuestra historia. Por mi parte, pienso que los mexicanos de hoy somos los herederos de todos los bandos y que debemos conocer nuestro pasado a cabalidad, tal como sucedió y no como lo reconstruyeron con interesados fines los gobernantes del siglo pasado, o como lo pretenden reconstruir quienes repiten el estribillo “somos los he-

rederos de todo lo que significa un avance”. No, no es así: somos los herederos de todo, bueno y malo. El claroscuro de la historia es nuestra historia y los juicios, aunque sean sobre los muertos, deben fundarse en hechos ciertos y hacer justicia implica oír a quienes juzgamos y penetrar la verdad hasta donde sea posible.

EL CABALLERO DEL INFORTUNIO: TRES EPISODIOS

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l caso de Miramón es muy especial y provocador, pues fue el rival derrotado de Juárez, el personaje con más renombre de nuestra historia; fue también Miramón el presidente más joven que ha tenido México: a los veinticinco años ocupó el Poder Ejecutivo como resultado del Plan de Tacubaya, durante varios años se le reconoció como el caudillo invencible de los conservadores, era el joven Macabeo, sobrenombre que se le asignó en recuerdo de los héroes de Israel que desafiaron al imperio romano. Este joven Macabeo, Miguel, “el caballero del infortunio”, como lo calificó su biógrafo Luis Islas García, al

final de su vida fue derrotado, acusado de traición, se defendió con denuedo, rebatió las acusaciones con argumentos sólidos, pero su buena estrella, que tanto lo protegió en otras ocasiones, al final no lo libró de la sentencia de muerte por fusilamiento. Hoy, apagados los odios de hace tanto tiempo, podemos recordar con objetividad, con espíritu sereno, tres episodios de su vida en los que tuvo enfrentamientos –reales o no– con los gringos, e imaginar qué pensó o sintió en esas coyunturas de su vida. Reconstruir los incidentes de este discutido mexicano, hacer hincapié en los encuentros que tuvo con nuestros vecinos del norte, que tan mal nos han tratado y tan abusivos han sido con nosotros, servirá quizás para cambiar lo tajante del juicio que se mantiene en su contra.

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rimer episodio : Miguel Miramón es un desta-

cado cadete del Colegio Militar, tiene apenas quince o dieciséis años, se distingue en gimnasia y táctica de infantería, estudia trigonometría, geografía y practica la dura disciplina militar; es un joven brillante que, como todos los de su tiempo, de pronto sigue

Fragmento del mural La historia de México, de Diego Rivera, 1931. Palacio Nacional de México

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ve cambiar su vida de alumno y es arrastrado por la guerra injusta que sufrió nuestro país. De seguro supo cómo, a pesar de las heroicas batallas de la Angostura y de Churubusco, esta última ya en el Valle de México, los estadunidenses iban ganando la guerra. De seguro, con sus compañeros, se inflamó de patriotismo. La historia registra que participó en los combates preliminares del 8 y el 11 de septiembre de 1847, y luego en el asalto final del día 13, por el que se perdió la posición del Castillo de Chapultepec, su colegio. Consta también en su hoja de servicio que Miramón “se manejó con la bizarría que lo hicieron los demás alumnos”, luchó como un soldado adulto, vio morir a algunos de sus compañeros y con los sobrevivientes fue durante varios meses prisionero de los invasores. Debió haber visto también con impotencia cómo en las laderas del cerro del Chapulín era aniquilado el batallón de San Blas y muerto su comandante, el coronel tlaxcalteca Felipe Santiago Xicoténcatl, quien se batió como los buenos. La heroica defensa de la posición de Chapultepec fue la última batalla importante antes de que los estadunidenses izaran la bandera “de las barras y las turbias estrellas” en el Palacio Nacional. Al joven cadete y a sus compañeros en prisión sólo llegarían noticias confusas de la reacción del pueblo capitalino que combatió en contra de los invasores. Supieron cómo los cargadores del mercado del Volador, los remeros del embarcadero de Roldán, los talabarteros y los zapateros, los aguadores y los sastres, en cuanto podían, desquitaban el honor nacional con sus afiladas herramientas de trabajo sobre los gringos que se aventuraban por las callejuelas de los barrios o con una lluvia de piedras desde las azoteas sobre las patrullas o los carros de abastecimiento. La prisión se prolongó nueve largos meses. Dura y nueva enseñanza para el adolescente fue escuchar las ásperas órdenes en inglés o en un mal español, muy posiblemente malos tratos y sin duda preocupación personal por la angustia producida a sus padres, el coronel Miramón ya viejo y su señora esposa. Podemos concluir que la escoleta de la prisión algo dejó de bueno en el joven prisionero; se afinó el instinto y la vocación militar, se acendró el patriotismo. Sufrir prisión como resultado de una guerra injusta debió dejar una marca indeleble en el carácter ardoroso, aguerrido y pleno de sueños patrióticos y de futuras hazañas.

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egundo episodio : Miramón ahora ya tiene vein-

tinueve años y para entonces ya es el general conservador invencible que ha recorrido la República, desde el Occidente hasta el Golfo de México, desde Zacatecas a Veracruz, cosechando triunfos resonantes; es hábil, sereno en la batalla, audaz hasta la temeridad y tiene a su enemigo encerrado en el puerto y ciudad de Veracruz; así sitiado, Juárez gobierna, expide leyes, firma nombramientos, revisa tratados y mantiene su sobrio apego al poder que finca en la legitimidad constitucional y que esgrime como arma ofensiva y defensiva; es sereno como su enemigo, espera los acontecimientos pero no está inmóvil, refuerza las defensas del puerto y recluta tropas, busca apoyos, sabe que está en peligro, pero también está convencido de que la legalidad está de su lado. El cerco se estrecha. Miramón cuenta con seis mil hombres y Juárez sólo defiende la plaza con cuatro mil, pero con tres veces más artillería que el sitiador; tiene además víveres, agua, pertrechos de guerra, el fuerte artillado de San Juan de Ulúa. Puede resistir un sitio, además, porque el mar le cubre las espaldas. Miramón sabe que un cerco incompleto no le dará la victoria y envía al contraalmirante Tomás Marín a La

Habana a comprar barcos para cerrar la retaguardia marítima de su oponente. Marín, experimentado marino al servicio de México desde la Guerra de la Independencia, adquirió dos buques, el primero fue bautizado con el nombre General Miramón y de inmediato abanderado mexicano, y el otro conservó su nombre, Marqués de La Habana; con ellos el contraalmirante Marín se dirige, no sin contratiempos, a cerrar el círculo en el único punto que le falta cubrir a Miramón. Lo que sucede después es que los gringos vuelven a aparecérsele ahora en el fondeadero de Antón Lizardo, lugar en el cual los barcos mexicanos, en aguas mexicanas, son apresados por buques de la armada estadunidense, el Indianola y el Wave, al mando del comandante Turner, quien obedece órdenes del embajador estadunidense ante el gobierno de Juárez, Robert H . MacLane, a quien el presidente liberal pudo haberle dicho, si entonces se hubiera usado la actual jerga de los políticos del sistema, “te debo una”. Para Miguel Miramón, el abordaje y el secuestro de los buques mexicanos y su tripulación apresada con la acusación de piratería y enviada a Nueva Orleans, significó la pérdida de la batalla crucial de la guerra entre liberales y conservadores; por segunda vez en su vida se topó con los yanquis y ese encuentro fue para él otro atropello, una injusticia y, en este caso, también una injerencia extranjera indebida y una afrenta a la soberanía nacional.

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ercer episodio: Han pasado ya veinte años de su primer encuentro con los yanquis en el Colegio Militar de Chapultepec y siete de la intervención estadunidense en el fondeadero de Antón Lizardo.

Miramón pensó que sí, que se volvía a encontrar con sus enemigos, los yanquis enemigos también de su patria.

Miramón ahora es quien se encuentra encerrado en una ciudad sitiada. Con Maximiliano y un pequeño ejército defiende la Ciudad de Querétaro de una fuerza que triplica a sus efectivos: treinta mil liberales rodean la levítica ciudad en la que el indeciso Maximiliano decidió refugiarse cuando los franceses lo abandonaron, y ahí resistir con un ejército ya formado por mexicanos. Miramón es el alma de la defensa de Querétaro. Militar inigualable, nunca pierde su fe en la victoria, resiste los ataques del enemigo, logra romper el sitio para que una parte del ejército conservador, encabezada por Leonardo Marqués, vaya a México a buscar refuerzos. El joven Macabeo acosa al enemigo con inesperadas y audaces salidas, bate a los liberales en los cerros que rodean la ciudad, los sitiadores le temen por su genio militar y por el valor de sus tropas, mantiene la lucha, la moral en alto con sus efímeras victorias y espera la llegada de los refuerzos que nunca aparecieron, puesto que Marqués fue derrotado por Porfirio Díaz en los llanos de San Lorenzo cerca de otro Calpulalpan, el de Tlaxcala. Encerrado en la pequeña ciudad de entonces, no descansa, no deja de tener iniciativas, de construir para petos, de fabricar cartuchos y balas de cañón, se aparece en todos los sitios y ni un momento pierde la esperanza de sacar adelante una victoria que se le escapa. Pero un día, en uno de los combates ya cerca del final, su fino oído educado para ello distingue estallidos de fusilería que vienen del campo contrario, diferentes a los que tiene ya bien conocidos. Sabía de la puntería legendaria de los norteños de Galeana al mando del recio general Mariano Escobedo, quien también en su momento se batió como soldado raso contra los invasores estadunidenses; sabía del valor de esos reclutas adiestrados en el campo y en la Sierra Madre como exploradores y cazadores, pero esa tarde o mañana o noche, el fuego salía, le parecía a Miramón, de armas diferentes. Es repetición, quizás de más calibre, de armas que no eran mexicanas, pensó el general. “Ya están los yanquis aquí”, le comentó a alguno, posiblemente al emperador o a su amigo el artillero Ramírez de Arellano o a Mejía. Eso le pareció, eso creyó. Ciertamente lucharon en el ejército liberal algunas decenas de mercenarios estadunidenses; era también cierto que las tropas mexicanas de refresco que al final de largo sitio se incorporaron, venían armadas con los fatídicos fusiles de repetición de dieciséis tiros, pero nada más. Miramón pensó que sí, que se volvía a encontrar con sus enemigos, los yanquis enemigos también de su patria. Creyó defender a México de ellos y el día en que cayó Querétaro, con una herida de bala en el rostro, que recibió en la madrugada en un combate casi cuerpo a cuerpo con dos soldados liberales, con esa creencia buscó un lugar donde curarse, luego fue hecho prisionero, juzgado por un consejo de guerra y nadie lo desengañó de su sospecha. Caballero del infortunio, como lo bautizó Islas García, campeón de México contra sus enemigos más implacables, como lo consideraron sus contemporáneos, Miguel Miramón se fue con su convicción más íntima de que peleaba con los yanquis y ahora, ideologías aparte, podemos reconocer al menos que fue una figura romántica, un personaje con un halo legendario, que tuvo convicciones hasta el último momento de su vida y luchó por ellas. Concha Lombardo, su esposa, lo amó demasiado, lo idealizó en sus cartas y en la voluminosa biografía que escribió. Ahora nosotros, los que creemos con Chesterton que la acción es mejor que la inacción, y que una vida activa y de aventuras es mejor que una vida quieta y opaca, podemos recordarlo como uno de los nuestros

Miguel Miramón vestido de general durante el reinado de Maximiliano, circa 1865. Fuente: wikiwand.com/ dominio público


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Chavela Vargas, intérprete y amiga entrañable de José Alfredo

CaminosdeGuanajuato Leandro Arellano

JOSÉ ALFREDO JIMÉNEZ, EL COPLERO NATURAL DE LAS REFLEXIONES FILOSÓFICAS.

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ay en las manifestaciones culturales de los pueblos dos tendencias diversas e igualmente poderosas que contribuyen a su propio desarrollo: la docta y la popular, y ninguna vive sin la otra. En todos los sectores de ambas expresiones, la cultura mexicana es vasta y rica; lo es tanto en su vertiente clásica como en la popular, y no la movamos. Hay ciertos puntos sobre los cuales la vida no necesita rectificación. La música popular mexicana del siglo xx fue –sigue siendo– formidable. Antes de mediar el siglo pasado y durante varias décadas casi no hubo país en el mundo en el cual no fuese escuchada y tarareada. Piezas como “Bésame mucho”, “La cucaracha”, “Perfidia” y varias más se adelantaron a los tiempos actuales, fueron precursoras de la llamada globalización en ese terreno. Durante una etapa, en las postrimerías del siglo pasado, los hados nos trasladaron a buena parte de los países asiáticos del Pacífico, en donde con satisfacción íbamos hallando que en restaurantes y hoteles casi siempre contaban con piano o algún grupo musical, en cuyos repertorios nunca faltaba la inclusión de varias piezas mexicanas. En Osaka y Kuala Lumpur, en Bali o Singapur, en Hong Kong y Manila siguen escuchándose reiteradamente “Bésame mucho”, “Cielito lindo”, “El reloj”, “Esta tarde vi llover”... Y en Centro y Sudamérica, las “rancheras” gozan de enorme arraigo. A Guanajuato no le han faltado plumas ni espadas, lo mismo que músicos y compositores: Enrique Diemecke, Héctor Quintanar, Ramón Montes de Oca, Juventino Rosas, entre los clásicos; María Greever, Jorge Negrete, Jesús Elizarrarás, Joaquín Pardavé, Pedro Vargas, José Alfredo Jiménez, entre los populares. José Alfredo Jiménez, gran poeta popular, compuso centenares de canciones, las más de ellas de gran hondura filosófica y poética. Tanto así que, por esos afanes regionalistas, al responder que proveníamos de Guanajuato, que nuestro origen se hallaba en esa provincia, era común escuchar, casi como réplica: ¡Ah, donde la vida no vale nada!

El compositor, nacido en Dolores Hidalgo en 1926 –cuando empezaba a asentarse la efervescencia revolucionaria–, creó canciones de gran popularidad sin contar siquiera, aseguran algunas fuentes, con educación musical. Joven aún se trasladó a Ciudad de México, donde se ocupó en varios oficios hasta que la emergente industria radiofónica le dio oportunidad de mostrar su capacidad. Forjadas con la inspiración espontánea del coplero nato y la habilidad del orfebre, sus variadas canciones abordan unos cuantos temas, profundos y recurrentes. El más socorrido es el de la pena amorosa, desde luego, que con naturalidad desahogaba entre mariachis y tequila. Hay también un tema menos reiterado, aunque más universal, referido a su visión de la vida. “Camino de Guanajuato” representa un homenaje amoroso al Estado del que provenía, pero constituye también una reflexión filosófica y una manifestación escéptica sobre la vida: “No vale nada la vida,/ la vida no vale nada,/ comienza siempre llorando/ y así llorando se acaba;/ por eso es que en este mundo/ la vida no vale nada. // Bonito León, Guanajuato,/su feria con su jugada,/ ahí se apuesta la vida/ y se respeta al que gana./ Allá en mi León, Guanajuato,/ la vida no vale nada.// Camino de Guanajuato/ que pasas por tanto pueblo:/ no pases por Salamanca/ que ahí me hiere el recuerdo,/ vete rodeando veredas,/ no pases porque me muero.// El cristo de tu montaña/ del Cerro del Cubilete:/ consuelo de los que sufren,/ adoración de la gente./ El Cristo de tu montaña/del Cerro del Cubilete.// Camino de Santa Rosa:/ la sierra de Guanajuato,/ ahí nomás tras lomita/ se ve Dolores Hidalgo;/ yo ahí me quedo, paisano,/ allí es mi pueblo adorado.” Amado Nervo ha escrito con razón, que “las ideas, como las cosas, no son autóctonas, primeras; todo nace de todo”. Pero las afinidades intelectuales o afectivas nos marcan el sendero de las influencias. Por ello, no es imposible que José Alfredo se haya topado y aprendido de un poeta coterráneo suyo, popular como pocos en el país entero, no sólo el concepto más importante de la primera estrofa de la canción –una de las más conocidas de su repertorio–, sino el tono mismo.

Antonio Plaza, poeta romántico del siglo xix , natural de Apaseo el Grande, había muerto sólo unas cuatro décadas antes del nacimiento de José Alfredo. Pero sus poemas –hasta la fecha– se siguen repitiendo y declamando con fervor en muchas partes, sobre todo entre contertulios y en cantinas, a las que era aficionado José Alfredo. El encendido escepticismo de la poesía de Plaza es una plegaria desencantada de la vida: “Es la existencia una ilusión mentida:/ la vida es nada, porque nada vale,/ y todo acaba al acabar la vida”, escribe Plaza en uno de sus poemas. En la primera estrofa José Alfredo engarza el concepto en una suerte de obertura, como el coplero natural que fue. La estrofa entera es, sin agitaciones, una manifestación descreída de la existencia: la vida no vale nada. De su dominio de la versificación y de los demás principios poéticos ha escrito hace poco Juan Domingo Argüelles, en este mismo suplemento. Sólo después de esa declaración, una reflexión escéptica y resignada, se adentra propiamente al “Camino de Guanajuato”. Antes todavía, en la siguiente estrofa aborda el asunto: “Allí –en León, Guanajuato– se apuesta la vida y se respeta al que gana.” Pero a partir de ese punto se dedica a alabar con ternura y nostalgia dos o tres sitios y un par de ciudades más, de un estado con cuarenta y seis municipios. La Enciclopedia de México le dedica a José Alfredo una entrada generosa pero no muy extensa. El abanico de sus intérpretes es incontable y va desde Jorge Negrete y Pedro Infante hasta Luis Miguel, pasando por Plácido Domingo, María Dolores Pradera, Chavela Vargas, Julio Iglesias, Joaquín Sabina y muchos otros. No cumplía aún cincuenta años José Alfredo cuando murió –el 23 de noviembre de 1973– en Ciudad de México. Su fama desbordaba ya las fronteras del país. Todas sus canciones poseen el sello inconfundible de su creador, el sello de una sensibilidad forjada entre las sierras y los valles semiáridos del Bajío, donde transcurrió su infancia. Cosas de la vida, su obra le ha valido la gratitud y el recuerdo constante de sucesivas generaciones, y no sólo de guanajuatenses


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7 de agosto de 2016 • Número 1118 • Jornada Semanal

Los 90 años de José Alfredo

Jiménez

Alonso Arreola

EL FRACASO FUE EL MAYOR DE SUS MIEDOS. POR SU AUTENTICIDAD, EN ALGUNOS PAÍSES DE SUDAMÉRICA LO CONSIDERAN UN SEMIDIÓS.

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e pronto, tras la segunda botella de Siete Leguas blanco, alguien suelta una frase estridente con dicción turbada: “José Alfredo Jiménez fue un chamán involuntario.” Fácil y efectista, la sentencia es rechazada de inmediato por el grupo de borrachos que han tenido a bien conjurarlo. La fiesta continúa cabalgando las canciones del de Guanajuato hasta que, muchas horas después y en la depresión de una resaca dolorosa, el enunciado resurge para obtener nuevas oportunidades. Beato mayor en las cantinas de México, sin duda el ungido cantautor cumple con más de un rasgo prodigioso. Chamán significa “el que sabe”. En distintas culturas se trata de un conductor de ceremonias curativas y ritos de iniciación –con o sin fuentes alucinógenas– cuyo poder, suponen algunos, modifica la percepción colectiva a través de consejos y visiones premonitorias. Desde luego, la semántica de su ser y actividades se modifica en cada época y espacio. En tal ambigüedad algo cuadra con quien este año cumpliría noventa años de vida porque, pese a sí mismo –incluso cantando “nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores”–, la obra de José Alfredo parece, efectivamente, cuna de una sabiduría involuntaria que intenta ser ejemplar. Claro, el cosmos que evoca en esta y otras celebraciones no proviene del intento mágico por generar un bienestar colectivo, sino de un egoísmo simple (“mi palabra es la ley”), de una singularidad introspectiva (“hasta dentro del fondo de mi alma”), de una autoinmolación que aprovecha y exacerba la mitología del macho para hacerla resonar en todos los hombres (“tengo mi pecho de acero”). Más allá y de alguna forma consensuada, podemos decir que cantando a José Alfredo las mujeres se vuelven hombres también, acaso para tolerar la absurda fatalidad del capricho viril, universalizada al son de “te vas porque yo quiero que

te vayas, a la hora que yo quiera te detengo […] porque quieras o no, yo soy tu dueño”. Desde luego, muchos de sus temas –sobre todo los que ocurren lejos de la cantina y el alcohol– son asexuados. Lo cierto es que en el egocentrismo de un guión donde los demás son seres secundarios, nuestro personaje –que en este caso se funde con la persona real– comunica su abismo, crea empatías con quienes tropiezan y se levantan para seguir dando tumbos en la caída eterna (“brindar por los mismos dolores”). Dicho esto y volviendo a un chamanismo charro, es verdad que rito y enseñanza aparecen en los conjuntos que reviven sus canciones, sean de mariachi, norteño o son. Y sí, el sitio ceremonial existe (preeminentemente la cantina). La ingesta transformadora también (y mejor si es con tequila). La disposición al cambio a través del convite, la resurrección… Hablamos de un faquir que cree en los poderes del ave Fénix; que en cada amanecer despierta más sabio aunque marcado por la falla y el error, cicatrizado por la espada inevitable (“la vida no vale nada, no vale nada la vida”), listo para volver al fondo. Conociendo su desplome cabe preguntarse: ¿qué hubiera sido de José Alfredo sin su desequilibrio alcohólico?

EN EL RINCÓN DE UNA CANTINA

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n su libro Educación y salud, a propósito de los significados de salud y enfermedad, el psiquiatra Rafael Velasco Fernández, uno de los mayores expertos en alcoholismo y adicciones de México, escribe: “La salud representa la fase de adaptación del organismo a su medio, lo cual vale para todo ser vivo, ya que sólo se puede sobrevivir y funcionar eficazmente si se logra un ajuste de las peculiaridades de una situación determinada […] La enfermedad representa, pues, una falla en la adaptación; un rompimiento en el intento del organismo por mantener el proceso biológico autorregulador que conserva el equilibrio del cuerpo con su medio interno y con su hábitat.” No hace falta decir en qué dirección nos lleva José Alfredo Jiménez, kamikaze poético en la canción popular latinoamericana (“Yo mi vida la vivo borracho”). Líneas adelante, el doctor Velasco observa los tres niveles que organizan al ser humano: el fisiológico, el psicológico y el social. Sin profundizar en ello y de manera superficial, presumimos hoy que la embriaguez enferma y perturba a su portador en cuerpo, mente y relaciones; que es un padecimiento –voluntario o hijo de la adicción– que reta al autocontrol. Partiendo de ello, si las cosas no funcionan del todo bien en la sobriedad siguiendo las convenciones comunes, ¿por qué no arriesgarse visitando el otro lado de la personalidad? (“Tómate esta botella conmigo”.) Lo saben los amantes de la bebida. Lo supo José Alfredo Jiménez y quienes tienen o han tenido una relación delicada con el alcohol: su beso líquido, suave, es el inicio de un paréntesis, de una grieta que atenta contra la pared del día cuestionando su rigor perverso. Para muchos, embriagarse es volver al mar amniótico en donde todo

está bien aunque todo esté mal. Es soltar las amarras del deseo para proyectar un espejismo, la evaluación fatua del plan boicoteado que aún debería lograrse. En ellos la borrachera es el retorno a un estado de bosquejo donde revive el anhelo; o según el caso, la ruina en que vive un melancólico olor a dinamita. Porque en ella la razón pierde altura, hace sentir el peso de su maquinaria quieta y la euforia toca fondo vencida por una tristeza magnética. En la gracia de su estado, el beodo se reconoce porque se desborda aligerando el lastre para su fuga inmóvil. Y claro, el sacrificio resulta mejor si sucede en compañía (“otra vez a brindar con extraños”), haciendo complicidad en la desmemoria (“quiero saber a qué sabe tu olvido”). Entonces el vidrio de los vasos corta el filtro del lenguaje y todos ofrecen sus heridas. Así lo predijo José Alfredo, muerto de cirrosis hepática en 1973, apenas con cuarenta y siete años de edad: “que se me acabe la vida frente a una copa de vino”. Divisa de esta filosofía, “Ella” es, factiblemente, la canción que más rasgos característicos suma: el amor perdido, la despedida, el despecho, la depresión, la geografía (“al estilo Jalisco”), la mención de los mariachis y, por supuesto, la cantina y la embriaguez. Sólo parecen faltar la violencia –descrita en “Sonaron cuatro balazos” y “Llegó borracho el borracho”– y la religiosidad que pone a seres supremos de testigos –en “La mano de Dios” y “Virgencita de Zapopan”. Escuchando “Ella” con atención hallamos que lo de José Alfredo no fue la instauración de un lugar onírico, sino la adictiva aproximación a esa dimensión “cerquita del infierno”. De allí que es en la borrachera cuando mejor se entiende su discurso; cuando más efectiva es la conexión con sus impulsos. Pero, ¿dónde y cómo comenzó todo?

CAMINOS DE GUANAJUATO

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acido en 1926, José Alfredo viajó de Guanajuato a Ciudad de México tras la muerte de su padre, siendo todavía un niño. Poco tiempo después tuvo que dejar la escuela para trabajar en la fallida tienda de abarrotes familiar. Luego fue futbolista (portero) de los clubes Oviedo y Marte, donde coincidió con el Cinco Copas, Antonio la Tota Carbajal. Después estuvo en el grupo Los Rebeldes, del dueño del restaurante La Sirena, donde era mesero. Allí estrenó sus primeras composiciones y conoció al cantautor Andrés Huesca, su vía para entrar en contacto con Miguel Aceves Mejía y el gran productor y arreglista Rubén Fuentes, uno de sus mayores aliados y traductores al lado del Mariachi Vargas de Tecalitlán, pues hay que recordar que José Alfredo no sabía escribir música ni tocar un instrumento (increíblemente partía de las letras y de silbar las melodías). “Ella” y “Yo” fueron sus primeros temas en grabarse (en la voz del propio Huesca, acompañado por Los Costeños). Finalmente, terminando los años cuarenta, José Alfredo llega a la xex y la xew para hacer sonar su propia voz y poner nervioso, según se dice, a Agustín Lara. También se cuenta que canciones como “Que te vaya bonito”, “El Rey” y “El último trago” fueron hechas en el


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Pedro Infante, autor de una de las mejores versiones de “Ella”, “Camino de Guanajuato”, y muchas otras

camerino del Teatro Blanquita, lo que ejemplifica su capacidad para inspirarse donde y cuando fuera. Hizo más de mil canciones. En las siguientes dos décadas, del cincuenta al setenta, José Alfredo llegaría a su esplendor. Apareció, entre otras, en películas como Ahí viene Martín Corona, Póquer de ases, Guitarras de medianoche, La feria de San Marcos, Caminos de Guanajuato y Escuela para solteras. Fue interpretado y grabado por Jorge Negrete, Pedro Infante, Los Panchos, Pedro Vargas, Antonio Aguilar, Chavela Vargas, Javier Solís y Lucha Villa (“Amanecí en tus brazos”), una de las muchas mujeres a las que compuso canciones: Irma Dorantes (“Muy despacito”, por pedido de Pedro Infante), Columba Domínguez (“Si nos dejan”), Lola Beltrán (“Qué bonito amor”), Irma Serrano (“No me amenaces”). Estuvo casado con la actriz Mary Medel y con Paloma Gálvez. Tuvo seis hijos en total. En sus últimos años se enamoró de Alicia Juárez, cantante con la que grabó en 1972, un año antes de morir. Desde entonces ha sido cantado por los artistas más disímbolos. De Enrique Bunbury a Plácido Domingo, pasando por Rocío Dúrcal, Vicente Fernández, El Tri, Maná, Luis Miguel, Alejandro Fernández, Aída Cuevas, Pepe Aguilar y Joaquín Sabina, entre muchos otros. Además, ha inspirado musicales (Si nos dejan), un museo (en su otrora casa de Dolores), discos, homenajes y exposiciones variopintas que trascienden fronteras (en países como Venezuela, Cuba y Colombia José Alfredo es un semidiós). ¿La causa? Una rareza: la autenticidad a rajatabla.

DE UN MUNDO RARO

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ascina quien nunca conoció el océano –aunque se autonombró el Siete Mares en una canción– por su capacidad para mostrar los bastidores, la tramoya de sus canciones, pues evitó las conjeturas pétreas. Siempre a flor de piel y cambiante, dinámico como el dolor y como el amor, juzgando y siendo juzgado, haciendo hipótesis y dudando, el autor cuenta

historias que iluminan las cuevas de la soledad (“mi amor sin tu amor no vale nada”), acaso el asunto que, junto al fracaso (“mi derrota la tengo sepultada”), fuera el mayor de sus miedos. En la cúspide de su honestidad lírica, José Alfredo acepta incluso embaucar con tal de no capitular ante maledicencias y ojos ajenos: “si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira: les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado”. (Apunte sugestivo, esta pieza la compuso luego de un viaje en carretera en el que vio un paisaje “extraterrestre”.) Ahora bien, la mentira de que hablamos vale para cuidar la vanidad, mas no para ocultar la sinceridad de sus orígenes, de los cuales estuvo orgulloso siempre: “Yo no tuve la desgracia de no ser hijo del pueblo, yo me cuento entre la gente que no tiene falsedad.” Otro momento curioso, compartido públicamente por uno de sus hijos y que deja ver la anomalía de sus fecundas perspectivas, ocurrió a finales de los sesenta en el Hollywood Bowl de Los Angeles, California, adonde acudió para presentarse junto a muchos artistas más. Entre ellos estaba el polémico rockero estadunidense Alice Cooper, a quien el mexicano valoró sobremanera. Tras ver la actuación, José Alfredo dijo que se había motivado para aprender más y mejorar la suya propia. Dicho sea de paso: para conocer las mejores reflexiones sobre su espíritu “raro” y las “virtudes del pesimismo” que enaltecen su trabajo, hay que acercarse al conocidísimo ensayo “Les diré que llegué de un mundo raro”, de Carlos Monsiváis, publicado como prólogo al cancionero de José Alfredo. Una pieza literaria maravillosa y esclarecedora en términos históricos y psicológicos en la que vale la pena reconocerse. Otro texto encomiable es el de Darío Jaramillo, quien acertadamente compara la pulcra letra de “El jinete” con los oficios de García Lorca y Juan del Enzina. Irremediablemente y como suele suceder al investigar a José Alfredo, Jaramillo cita profusamente a Monsiváis.

TU RECUERDO Y YO

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sí las cosas, cómo no comulgar con José Alfredo Jiménez en estos tiempos de ira, si su vida es ejemplo de la tragicomedia mexicana (del psicodrama que señala Monsiváis); si su epitafio (“La vida no vale nada”) reza a pie juntillas lo dicho por Octavio Paz en El laberinto de la soledad: “La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida.” Cómo no quererlo si su voz tañe las fibras de una memoria antigua, si sobrevive en y por las incongruencias que tanto inquietan a un presente sin futuro; si triunfa líricamente mezclando conceptos antagónicos, dejándolo todo en vilo: campo y ciudad, tristeza y alegría, amor y traición, religión y venganza, machismo y romanticismo. Cómo no celebrarlo a noventa años de nacido, si su inmensurable intuición lo convirtió en un escritor transparente, franco y sin engreimientos; en un compositor incansable; en un cantante conectado con la verdad interpretativa (a veces exagerada hasta lo teatral), con la vida sencilla y asequible –atribulada también– de quienes especialmente hoy habitan un México en llamas. Acaso sea su obra uno de los pocos territorios de diálogo y comunión reales; ese caballo que cruza la patria y ante el cual se conmueven por igual los políticos corruptos, los asesinos a sueldo, quienes enseñan y quienes aprenden, las turbas enfurecidas y los empresarios desconectados de la tierra. Cómo no aplaudir a José Alfredo Jiménez en este México de diferencias insoportables, cuando se retira públicamente diciendo: “He ganado dinero para comprar un mundo más bonito que el nuestro, pero todo lo aviento porque quiero morir como muere mi pueblo.” Incluso: cómo no odiarlo de vez en cuando, allá tras la montaña del cariño histórico, si su despedida en esa lápida del cementerio de Dolores Hidalgo deja huérfano al sentido, ahora con la enorme tarea de hacer que la vida sirva de algo, pese a que en la alborada, con una copa en la mano y bajo tantas balas, el relámpago de furia lo haga gritar que no, que la vida no vale nada


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José Al

Antonio Valle

LA POÉTICA DEL “COMPOSITOR NATURAL” HA ATRAVESADO AL PAÍS.

o la voz d

Jorge Negrete, uno de los mejores intérpretes del poeta de Dolores Hidalgo

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Jim

In memoriam Carlos Monsiváis

e pronto, mientras escuchaba el viejo LP comprendí que me sabía más canciones de José Alfredo Jiménez de las que yo mismo imaginaba. Una cadenita de recuerdos me asaltó, eran evocaciones que tenían que ver con las piezas que cantaron mis padres, con una serenata inolvidable que le llevaron a mi abuela y con las pasiones de cantina y amaneceres entre amigos y guitarras; tenían que ver, más allá del gusto por la cultura popular, con las netas que encontrábamos en algunas canciones de José Alfredo: verdades, situaciones, sentimientos o experiencias con claras resonancias de una poética romántica y de una filosofía vinculada a una especie de existencialismo a la mexicana que, a finales de los años setenta, experimentó el grupo de la bohemia con el que hacíamos política mientras tratábamos de ponernos al día culturalmente. Era tan fuerte la presencia de la música de José Alfredo, que aún recuerdo la ocasión en que una joven estudiante de la Facultad de Economía de la unam me preguntó si conocía “La vida no vale nada”. De inmediato le contesté cantando: “No vale nada la vida/ la vida no vale nada/ comienza siempre llorando/ y así llorando se acaba/ por eso es que en este mundo/ la vida no vale nada”… Vi cómo la chica sonreía mientras escuchaba aquellos versos de “Caminos de Guanajuato”, diciéndome que la canción era preciosa pero que ella estaba pensando en una pieza de Pablo Milanes que dice: “La vida no vale nada/ si no es para perecer/ porque otros puedan tener”/ lo que uno disfruta y ama.” Esa anécdota resume el espíritu de una época, de una izquierda universitaria que, más allá del entusiasmo que nos despertaba un idealismo con ribetes cristianos de justicia social o del nihilismo que destilaban las canciones de José Alfredo (más bien disimulando la verdadera pasión que nos provocaban el rock y el jazz), dejábamos que se entremezclara la tradición de ese tipo raro de cultura popular mexicana con las resonancias culturales de la Revolución cubana, reverberaciones que todavía no decaían en el “gusto” de unos muchachos ávidos por encontrar alguna lírica de la música en español que fuera mínimamente inteligente y sensible, más allá de la ingenuidad y la “fresez” comercial que inundaba la radio por aquellos días, radio que todavía estaba lejos de abrirse a las “cameratas rupestres”, a las rolas de Rodrigo González, al rock en español y a la experiencia inédita de Rock 101 en la década siguiente. Era tan oscuramente instintiva e intensa la influencia de José Alfredo, que todavía conservo los poemas de alguno de los muchachos de aquella bohemia que abrían con uno de los versos clásicos de José Alfredo:

“Amanecí otra vez entre tus brazos/ y en las dunas de tu espalda sólo estaba el mundo…”

CUÁNTAS LUCES DEJASTE ENCENDIDAS

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sta exclamación es la síntesis de un país que se ha visto atravesado por la poética de un compositor lírico, parrandero, mujeriego y autocompasivo. Luces, claroscuros y franca oscuridad que inevitablemente –y por una especie contradictoria de suerte y de fatalidad histórica– forman parte de la vida cultural, psicológica y afectiva de un país que, a estas alturas del siglo xxi , todavía no sabe cuántas luces, ni de qué naturaleza, dejó encendidas José Alfredo, luces emocionales para un país que todavía no sabe qué debe y qué no debe apagar –o pagar–, porque ha transcurrido más de medio siglo desde el día en José Alfredo Jiménez comenzó a calar hondo en la educación sentimental de una nación (provocando devastaciones anímicas), porque su efectividad lírica y musical ha trascendido el tiempo lo mismo que las estructuras y fronteras de clase, para instalarse en el imaginario y en el inconsciente colectivo de un país que, desde entonces, había dado ya “la media vuelta”, que había dejado que se fuera tras un sol inalcanzable una política cultural que hasta la década de los años cuarenta había encontrado identidad –y razón de ser– en el nacionalismo revolucionario. La paradoja de una figura y de una obra como la de José Alfredo reside en que tanto sus letras como sus melodías tienen como detonante y contexto al campo mexicano, el interior rural de un país que hasta ese momento nos representó, aunque eso sí, melodramáticamente, sólo salvado por la calidad plástica del muralismo mexicano, la belleza y profundidad de las obras de Silvestre Revueltas y de Pablo Moncayo, así como por el arte de la época de oro del cine mexicano. Justo entonces, mientras las inolvidables canciones de José Alfredo se instalaban en el “disco duro” de una nación, comienza a fraguarse la rebelión del movimiento estudiantil de 1968, que en el terreno de la plástica derivará en el movimiento de “La Ruptura” que, como decía José Luis Cuevas, buscaba trascender la frontera

Tomás Méndez, Agustín Lara y José Alfredo Jiménez

de nopal, planta esta última que simbolizaba perfectamente no sólo a una bandera y a un pasado mítico precolombino, sino especialmente al campo mexicano que, a estas alturas, había perdido todo su prestigio mítico como proveedor de las grandes épicas y simbología nacionales.

LES DIRÉ QUE LLEGUÉ DE UN MUNDO RARO

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n ese verso está el título de una extraordinaria canción de José Alfredo, que Carlos Monsiváis recuperó para titular el famoso ensayo sobre el famoso compositor, texto que publicó La Jornada en 1999, en el cual, al parafrasear el verso “Yo sé bien que estoy afuera”, la editorial señalaba con harta ironía que “por obra y gracia del neoliberalismo” había menos pueblo adentro y más afuera. Monsi decía que José Alfredo no pasaba de moda. En efecto, todo esto sucedía a finales del siglo pasado, cuando Luis Miguel ya había lanzado “La media vuelta” con su respectivo videoclip donde aparecían figuras emblemáticas de la época del cine de oro mexicano, como Katy Jurado muy venida a menos. Entonces Monsiváis señalaba que existía una “dimensión oculta” en la obra de José Alfredo, que lo había librado de sólo ser un “producto de una época”; en otras palabras, que se trataba de una obra y de una figura, más concretamente de la biografía de un artista (no se puede disociar ninguno de los elementos que integran la leyenda del trovador maldito, lúcido por el alcohol, enamorado y suicida) que haciendo recorridos transversales a lo largo y ancho del tiempo “real”, mítico y emocional, lo-

Arriba: José Alfre


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fredo

ménez

de todos

edo y Los Rebeldes en la XEL

graba dejar verdaderas huellas mnémicas, es decir, la “forma bajo la cual los acontecimientos (…) se inscriben en la memoria (…) acontecimientos eventualmente traumáticos que pueden subsistir en él” (http://www.tuanalista.com/Diccionario-Psicoanalisis/5607/Huella-mnemica. htm); huellas del génesis de una sociedad mexicana ávida de referentes culturales que le permitieran experimentar y reconocer una mínima identidad cultural en medio del desastre existencial que se avecinaría con la puesta en marcha del tLC . Las canciones atroces, mágicas, dulces y magníficas de José Alfredo Jiménez, no sólo han sabido sostener esa “dimensión oculta” –digamos en la memoria, o más profundamente en el inconsciente colectivo del país y de otras geografías en América Latina y en Europa– sino que lo han sacado a flote una y otra vez cuando parecía que esa figura y esa obra estaban destinadas –como casi todas– a desaparecer del mapa; por ejemplo, con los cambios tecnológicos, la moda y los gustos pop de las nuevas generaciones o, peor aún, con el “fin” de la historia que nos traería la postmodernidad, ya sea ese tipo de postmodernidad literaria y culta de tipo “borgeano” o la más brutal, vulgar, espectacular y falazmente hedonista que prevalece en el gusto (mercado) popular y en los consumidores de cultura de otras clases. De hecho, el mismo José Alfredo parece venir de un mundo raro (ya sea mexicano o borgeano) en donde, según dicen algunos blogs especializados, el compositor guanajuatense rara vez visitaba el campo mexicano, cosa que no demerita su enorme capacidad de evocación que al mismo tiempo revela una de las heridas sin fondo que lo acompañaron a lo largo de su vida; propensión que ilustra la anécdota que a Chavela Vargas le encantaba contar, cuando decía que el corrido Con Lucha Villa en el teatro Million Dollar de Los Ángeles California, EU

de “El caballo blanco” no lo hacían montados en un cuaco sino en un Ford blanco bastante deteriorado con el que se iban de parranda. Mundo raro de un compositor que desde los diez años vivió en Ciudad de México, acompañado por sus dos madres; la viuda, real y biológica, y la madre que fue su tía Refugio. Por esa razón su querido Guanajuato viene a representar algo así como el paraíso, la tierra perdida, prometida y sublimada en la que realizará su eterno retorno emocional y a la que le cantará con singular ardor. Esa es una de las extrañas luces que el poeta de las violentas noches mexicanas dejará encendidas para tratar de explicarnos una larga fascinación por el México profundo y pobre que no terminará ni con los fulgores del tLC , ni con la fallida restauración de la Plaza Garibaldi, ni con la desaparición física de la mayoría de sus grandes intérpretes, porque, como los relatos de Edgar Allan Poe, aunque oscuros y casi muertos, son temas que permanecen en estado latente a la espera de que alguien se enamore, se desilusione, tenga alguna iluminación o se emborrache para despertar en ese laberinto de la soledad, en esa sociedad de soledades de las que habla Octavio Paz; sociedad vacía en la que ha terminado por convertirse esa noción enigmática, ahora atrozmente violenta e insoportable, llamada México.

PARA QUE ME COMPARES HOY COMO SIEMPRE

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l hacer una mínima investigación sobre el compositor –preguntando a mis vecinos y a algunos conocidos si sabían algo de ese antihéroe–, invariablemente todos, incluidos los más jóvenes, lo tenían en mente, si no es que en la punta de la lengua, y por lo menos sabían tres o cuatro de sus versos clásicos. Como dice Monsiváis, “no hay modo de envejecer a José Alfredo”, más aún cuando las jóvenes generaciones lo han tomado como materia obligada de conocimiento y reconocimiento para el desarrollo de su formación sensible, imaginaria, literaria y musical. Por ejemplo estrellas como el citado Luis Miguel, que en 1994 era considerado el fenómeno musical y visual de la época (fenómeno que ahora padece una especie de decadencia escénica), en uno de sus exitosos discos de boleros interpretaba “La media vuelta”. Fue tan memorable aquella experiencia, que en 1995 lanzó El concierto, “el disco en vivo más exitoso de la historia”, que incluía la mencionada canción –de tintes levemensigue

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te mesoamericanos, que recuerda las aventuras de Quetzalcóatl en el cielo occidental del panteón precolombino–, a las que se sumaban temas clásicos como “Si nos dejan”, “Amanecí en tus brazos” y “El rey”. Dos años más tarde, Pedro Fernández grabaría otro tributo a José Alfredo, y en 2003 Sony International presentaría su Tributo a José Alfredo Jiménez xxx , en el que par ticipan artistas y grupos emblemáticos que desde la década de los setenta venían impulsando –a contracorriente y recuperando diversos elementos de la llamada música vernácula, especialmente el grupo Caifanes– el rock en español. Moderato, Saúl Hernández, El Fugitivo, Elefante, Aterciopelados, Panteón Rococó, Julieta Venegas, El Tri, Bunbury, Rabanes, Moenia, Joaquín Sabina, Jumbo, Ana Belén, Maná y Miguel Mateos fueron algunos de los compositores e intérpretes que participarían en esa curiosa celebración y reconocimiento al poder transgeneracional y transversal de las poéticas y melodías de José Alfredo. En general, para los escuchas de generaciones anteriores debe resultar un poco extraño y dulzón escuchar esas canciones, sobre todo después de escucharlo a él mismo o a sus grandes intérpretes como Pedro Infante, Jorge Negrete, Lucha Villa, Lola Beltrán o Amalia Mendoza, todos acompañados con el punch estridente del mariachi, el brillo de sus metales y la rítmica sostenida de sus cuerdas; sin embargo, en el disco mencionado Enrique Bunbury o Los Aterciopelados, por ejemplo, al interpretarlo en revoluciones más suaves y lentas permiten apreciar y saborear con mayor detenimiento la magnífica versificación del maestro. Cosa semejante había sido posible experimentar con Chavela Vargas, cuando más que cantar “hablaba, casi respiraba” algunas de sus canciones, o con Caetano Veloso, que en el filme Hable con ella, de Pedro Almodóvar, hizo una delicada interpretación de “Cucurrucucú paloma”, de Tomás Méndez, sosteniendo su voz prodigiosa con un chelo “insoportable”. En 2010, el mismo año en que Carlos Ann publica un álbum en el que colabora Juan Carlos Allende, guitarrista de Chavela Vargas, se percibe en el ambiente musical de América y Europa un eclecticismo en el que se fusionan y contrastan estilos disímbolos de clara impronta postmoderna, donde serán el rock, el breakbeat, la música surf y el folk ranchero los que acompañarán, en ese momento, a los versos clásicos del maestro. Carlos Ann y Mariona Aupí son los principales promotores del disco Brindando a José Alfredo Ji ménez, edición en la que además participan extraordinarios músicos como Andrés Calamaro, Enrique Bunbury y Tonino Carotone. Ya para 2015, el hijo menor de José Alfredo Jiménez produce el performance Así es mi padre en el Centro Cultural Roberto Cantoral. Este breve recorrido de leve sabor postmodernista comprueba que Monsi tenía razón cuando decía que la siguiente generación calificaría a José Alfredo muy altamente, ya que es “popular de demasiadas maneras”. En efecto, se trata del “héroe marginal en el centro de lo auténtico” y en él se reúne “el alcohol que flamea (…) muy masculino del fuego; y el alcohol de Poe (…) que sumerge y que da el olvido y la muerte (…) marcado por el signo muy femenino del agua.” (Gastón Bachelard, El psicoanálisis del fuego. París, 1965.) Todo esto, me parece, es una nueva imagen del viejo espejo humeante

El inabarcable corazón de J osé A lfredo

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s muy difícil, si no del todo imposible, afirmar con certeza absoluta la cifra de álbumes discográficos que durante su corta vida, pero sobre todo después de su muerte, literal-

mente se han hecho eco de los cientos de composiciones del hijo predilecto de Dolores, Hidalgo, en Guanajuato. Grabaciones originales en vinil, más adelante audiocasettes y poco después compact disc, lo mismo originales que piratas, ofrecen indistintamente Los 15 éxitos inolvidables, Mis 30 mejores canciones, o proponen La historia de El Rey, Las 100 clásicas, Los 20 grandes éxitos del Mexicanísimo... Lo mismo sucede con quienes lo han interpretado, y no se habla aquí solamente de cantores profesionales que han grabado una o varias canciones de José Alfredo, desde Pedro Infante, Jorge Negrete, Chavela Vargas y muchos otros míticos, hasta el oportunismo más o menos rendido, menos o más sincero de contemporáneos como Luis Miguel, Pedro Fernández y tantísimos otros. No se habla pues de ellos nada más, sino también y especialmente de los innumerables cantantes anónimos, profesionales, semiprofesionales, del todo aficionados o francamente espontáneos que han –que hemos– entonado, con o sin

Con Lola Beltrán en la XEQ

audiencia de por medio, alguna o muchas veces, una o muchas estrofas surgidas de la cabeza, o más precisamente del corazón, del inabarcable José Alfredo


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LEER

Jornada Semanal • Número 1118 • 7 de agosto de 2016

Ensayo y sonido, José Balza, El Estilete, Venezuela, 2015.

LA MÚSICA ES EL MUNDO OLLIN VELASCO

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odos los días tienen música. Unos más que otros, pero a final de cuentas es imposible imaginar la ausencia de este lenguaje universal en veinticuatro horas de la vida de un ser humano. José Balza es uno de los escritores venezolanos más prolíficos e importantes de la actualidad y defiende la idea de la omnipresencia del sonido en Ensayo y sonido, un libro para leerse con un acorde de fondo. Entregarse a las páginas de esta obra es parecido al deleite de una caja de chocolates confitados. El aspecto de cada uno atrae por razones distintas; no obstante, es sólo hasta hincarles el diente que se confirma la certeza de su origen común: el cacao. De forma similar, Balza reúne entre dos tapas veintitrés ensayos de variada temática que, sin lugar a dudas, van hermanados por el vibrante hilo conductor de la música. Quien se sumerja en sus páginas conocerá perfiles de músicos y compositores venezolanos clásicos (como Antonio Estévez o Alfredo Sadel), a partir de la reconstrucción de sus historias y entrevistas en lugares icónicos de Sudamérica, así como la cronología de géneros musicales predestinados por la cultura y la geografía de puntos específicos en el mapamundi. Esto se revela diáfanamente: “En su música un país guarda su personalidad, su espíritu, sus verdades sociales y ocultas, aunque al hacerlo acuda a estructuras y cánones mundiales a los cuales puede retomar o hacer estallar.” El autor tiene el tacto suficiente para dar cátedras de teoría, espolvoreadas en párrafos de alta costura. A pesar de que con frecuencia hay referentes remotos en tierras lejanas, el trasfondo de los episodios de éxito, creación y hasta decadencia de los personajes y etapas musicales en cuestión, logra que el desconocimiento se convierta en curiosidad y obligue a querer conocer más. Pero México también habita las páginas de Balza. Con la dosis de pasión, dolor e intensidad que ameritan, los pasos de Agustín Lara, Armando Manzanero, Los Panchos y hasta Paquita la del Barrio (concebida como la prueba fehaciente de que aún en el sentimiento más puro puede sonreír un puñal) se escuchan sobre el escenario edificado con los renglones del ensayista. Una vez que el texto lo haya atrapado, empezará a darse cuenta de que mucho de lo que

normalmente escucha es menos fortuito de lo que aparenta. Ensayo y sonido resulta revelador por esa razón: en la música tampoco hay casualidades. ¿Acaso creía que el sabor de los ritmos caribeños que baila era pegajoso de nacimiento, o que la tradición oral en pueblos olvidados era entonada a pleno pulmón sólo porque sí? ¿Pensaba usted que los boleros eran canto de cuna y cama porque sus autores e intérpretes eran de corazones insondables, o que el quejido destilado de Chavela Vargas siempre había sido igual de elocuente? Quédese cómodo y prepárese para más revelaciones. Cuando llegue el momento de que muchas certezas hagan sentido en su cabeza y su memoria, de seguro coincidirá con la tesis básica de Balza: la música no sólo es una parte del mundo, “la música es el mundo” • Risa y humor zurdo en Nuestra América, Francisco Amezcua, Ezequiel Maldonado López y Ricardo Melgar Bao, Grupo Académico La Feria/Ediciones Taller Abierto, México, 2016.

POLÍTICAS ESTÉTICAS EN AMÉRICA LATINA ORLANDO LIMA ROCHA

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bordar la risa, del chiste, las caricaturas y toda manifestación de humor que nos constituyen no sólo como parte de la vida cotidiana sino también, en diálogo con la cultura de izquierda, como vehículos de expresión y liberación política y social. Tal es el objetivo que comparten los ensayos de un grupo de tres latinoamericanistas que compilan en la obra Risa y humor zurdo en nuestra América. La obra en cuestión nos plantea, a partir de tres ensayos, la importancia que tiene pensar la “cultura de la risa” como dimensión que da sentido a la vida y elemento de disidencia política en la izquierda de nuestra América. Los vínculos con la cultura popular pasan necesariamente por la dimensión del humor y la risa como vehículos de diálogo y transformación social. Por ello el carnaval, el circo y la risa en la cultura política y popular mexicana y latinoamericana son ámbitos focales de reflexión. El ensayo de Francisco Amezcua estudia “Lo carnavalesco en Tin Tán”, entendiendo el carnaval con “un poder de convocatoria […] por su relación con el corazón humano, que se sabe libre y creador” cuya “ausencia de mensajes morales” lo tornan transgresor del orden establecido. La figura tintanesca, que “con su alegría manifiesta y desbordante, quema el mal humor”, manifiesta a un pachuco “con vocación latinoamericanista” enfocada en “darle vida a la cultura del pasado, alimentando así a la realidad y a la identidad y para que los jóvenes se percaten de las posibilida-

En nuestro próximo número

des de la resistencia cultural” a partir de una cultura cómico-popular. Cultura que Ezequiel Maldonado vislumbra en el Subcomandante Marcos y Don Durito. Su polémica política y humorística constituyen motivos de esta cultura de la risa, buscando así un “triunfo sobre el miedo” a partir de la resistencia política y mediática ante los embates de un sistema globalizante. Cierra Risa y humor zurdo en nuestra América con un balance de Ricardo Melgar sobre la disidencia estética del humor en la izquierda comunista latinoamericana. Problematizando su relación, casi condicionante, de la recreación del lenguaje y modos de expresión de la cultura popular es que afirma que “la propaganda comunista, como la cohesión de los colectivos militantes, tienen que ver con la gravitación de las prácticas lúdicas del humor”. En tal sentido rescata la figura del peruano José Carlos Mariátegui, cuyas reflexiones sobre Chaplin, el carnaval y el circo confluyeron en su interés de construir una “teoría del circo” como un modo de incluir las prácticas populares de esta cultura del humor en su función corrosiva del orden social y deslegitimadora del poder. Por todo ello es que si se quiere atender de un modo crítico y sobre todo creativo, que conjugue un caudal de conocimiento actual con problematizaciones frescas sobre las relaciones de la cultura popular y la cultura de izquierda latinoamericana y mexicana, es sin duda imprescindible la lectura de Risa y humor zurdo en nuestra América •

@JornadaSemanal

La Jornada Semanal

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LA FAMILIA: evolución histórica y desafíos contemporáneos Mario Campuzano


ARTE Y PENSAMIENTO ........

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Naief Yehya

Agustín Ramos

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O QUE MÁS RECUERDO de Niza es una avenida primorosa que desciende de la estación del tren a la playa de piedra bola donde pega el frío de la Costa Azul, bordeada por un malecón de hoteles y casinos que se ramifica, acantilado arriba, hacia un sitio arqueológico y hacia múltiples museos. A uno de esos museos, no al mejor, se accede por calles con nombres inmortales. Parker, Monk, Mingus… Niza…No está suficientemente comprobado que la matanza de Niza, como los tiroteos demenciales en “ciudades vacías del corazón”, sea obra de una conspiración ni de un ideólogo racista. En cambio, de los crímenes de Estado en

Tlatelolco y Ayotzinapa sí hay pruebas una de las recurrentes expresiones de odio y de nuestra capacidad de (auto) irrefutables. Un recuerdo más. Para subrayar que destrucción. El odio se puede definir de en México no había crisis de goberna- mil modos, pero en la entrevista con el bilidad sino de comunicación, Aurelio diario español que contribuyó a salvarNuño, por entonces nariz café oficial de nos del “peligro para México” en 2006, Sloterdijk dice: “La ira, la cólera, la inepn , dijo que no era fácil cambiar las llantas con el coche en marcha. Esa punta- dignación, han cobrado más fuerza. Lo da deriva de la metáfora del filósofo que pasa es que ahora no hay un banco vienés Otto Neurath, quien, al resignar- mundial de la ira. Ese papel lo jugó la se a participar en actividades públicas, izquierda desde el siglo xix , pero hoy dijo en 1932 que entraba a formar parte ya no es capaz de desempeñarlo. El isde una tripulación que debía “rehacer lamismo es únicamente un banco losu barco en alta mar”. Esta cita la para- cal de ira, sin alcance mundial. Ahora la fraseó Peter Sloterdijk en 2014: “a na- gente puede quedarse en casa con su die –dijo a un reportero– se le ocurriría cólera y meterla debajo de la almohada la idea de … rehacer un avión durante o del colchón, porque ya no hay nadie el vuelo a gran altura. Aunque [hay]… el que pueda sacar rendimiento político temor de que el avión, a bordo del cual de eso ni devolverle intereses.” la humanidad viaja a su futuro, haya Si asumimos autocríticamente esta salido antes de que los técnicos insta- otra descalificación de Sloterdijk, ya no laran el tren de aterrizaje.” basta ser izquierdista ni progre ni cazaUn chisme. Slavoj Zizek, filósofo es- causas de ocasión. Y en tanto comienloveno, opina que Sloterdijk es un “libe- cen a ponerse de acuerdo ante un café ral–conservador que ejerce de enfant los enfants terribles que pretenden terrible del pensamiento alemán con- hacer una revolución más durable, más temporáneo”. Esa descalificación, más profunda, menos corruptible que la del aplicable a los Juanpamucenos mexi- bolchevismo de 1917 o que la del camcanos, fue sólo un desquite. Porque pesinado mexicano de 1910, reposa Sloterdijk, de “imponente estatura, mi- fría e impecable bajo el colchón o “denrando siempre por encima de unas pe- tro del armario”, el arma del ciudadano queñas gafas y con un cabello albo- cero al que un coro trágico en una canrotado que corrobora esa imagen de ción de Sabina, pregunta y comenta: enfant terrible”, metió a Zizek en el "Ciudadano cero,/¿qué razón oscura/ te costal de la “izquierda fascista”… Pe- hizo salir/ del agujero?" Y nadie pretenda definir como funro más allá de dimes y diretes, Sloterdijk sostiene que la izquierda ha fun- damentalistas a quienes cada vez con cionado histór icamente como un más frecuencia salen a disparar indismecanismo de organización política criminadamente armas adquiridas al de la ira o, para ser más precisos, como amparo de una sagrada enmienda un banco de ira. La gente depositaba constitucional. Porque el terrorismo no allí sus frustraciones y, como en un ban- lo engendran francotiradores, veteraco, otros gestionaban ese capital para nos de guerra ni nadie de la turba que, devolverle los intereses en forma de según Michael Moore, elegirá a Donald autoestima para ellos y desprecio para Trump. El terrorismo lo engendra esa zona cerebral reptílica que nos manda sus enemigos. La ira, individual o colectiva, cae con el nombre de capitalismo. ¿O acaso como fruto podrido o inmaduro del no es terrorismo exterminar a la humaprincipio de autoridad y/o de la impo- nidad y a la naturaleza con inversiones tencia linchadora inducida directa o atroces, con políticas económicas antiindirectamente por la perversidad humanas y con guerras geoestratéde un “Estado malhechor ”. La ira es gicas de perfil invisible? • (Continuará.)

Peter Sloterdijk

El revelador hackeo de los demócratas ConvenCiones Una semana después del aquelarre caótico de furia, resentimiento y venganza que fue la Convención Republicana en Cleveland, donde fue coronado como candidato presidencial Donald Trump, la Convención Demócrata en Filadelfia se anunciaba como un espectáculo de unidad, orden, paz y amor, en donde Hillary Clinton recibiría la nominación con la resignación de Bernie Sanders. Sin embargo, el domingo 24, horas antes del inicio de la convención, Wikileaks publicó 19 mil 252 correos electrónicos de la cúpula del Partido Demócrata, entre los que había con-

versaciones donde se planeaban estrategias para hacer daño a la campaña de Bernie Sanders. Un ejemplo: Brad Marshall, el director de finanzas del partido, dio instrucciones para que alguien preguntara en público a Bernie si era ateo, con lo que esperaban hacer que perdiera votos entre los bautistas de Kentucky y West Virginia. Asimismo, exigieron a una comentarista del canal m s n b c (un canal donde de cualquier manera no pueden ocultar su desprecio y condescendencia hacia la campaña de Sanders) retractarse de sus comentarios críticos sobre el liderazgo del partido. Además, los correos estaban repletos de insultos y descalificaciones hacia el senador de Vermont y su equipo.

RenunCia Desde hacía meses, Sanders había acusado a la presidenta del partido, Debbie Wasserman Schultz, de jugar sucio y de favorecer la campaña de Clinton. Sus intentos por obligar al partido a reemplazarla habían fracasado, en gran medida porque los Clinton la protegían. Sin embargo, estos correos ofrecían evidencias contundentes de las estrategias y la corrupción usadas por el partido y llegaron en un momento en que Wasserman no podía evitar confrontar a cientos de delegados de Bernie furiosos e indignados. En su único intento de hablar con los delegados demócratas, fue abucheada y obligada a bajar del estrado. Después de tratar inútilmente de maniobrar para conservar su empleo y evadir el escándalo mediático, Wasserman se vio obligada a renunciar a su puesto.

Hackers El hecho de que la filtración haya tenido lugar precisamente en ese momento demuestra la intención de los responsables de afectar la Convención, incendiar las bases de seguidores de Bernie y fracturar al partido. A las pocas horas de que se diera la noticia de que operativos demócratas buscaban sabotear a Sanders, se anunció que el hackeo había sido obra de Guccifer 2.0 (el presunto heredero de Guccifer, el legendario hacker rumano). Pocas horas después se añadió que no se trataba de un hacker sino de dos ciberpiratas o grupos de ciberpiratas rusos, a los que los servicios de inteligencia han designado como Fancy Bear y Co-

zy Bear, quienes supuestamente han atacado numerosos blancos gubernamentales importantes, como la Casa Blanca y el Departamento de Estado de eu . Así, en vez de exponer a un partido disfuncional, se nos anunció una nueva Guerra fría.

La CoRtina de humo El Partido Demócrata trató de enterrar lo ocurrido señalando que se trataba de una conspiración rusa destinada a influenciar la elección estadunidense. Eso hubiera sido una curiosa paradoja para un país que ha intervenido en tantos procesos electorales en el mundo para imponer sus intereses y conveniencias. Algunos medios masivos señalaron que Putin había ordenado este golpe para ayudar a Donald Trump, quien tiene vínculos comerciales con Rusia (negocios de por lo menos 14 millones de dólares, según su propio hijo, y acuerdos relacionados con el concurso Miss Universo). Además, dado que Trump repite como un mantra que Putin dijo que era un genio (cuando en realidad dijo: “es un personaje muy colorido. Talentoso, sin duda… que desea llevar las relaciones con Rusia a otro nivel”), los demócratas aprovecharon para insinuar una complicidad entre el líder ruso y el magnate cubierto de spray bronceador color naranja. Con la irresponsabilidad e inconsecuencia que caracteriza a Trump, dio una conferencia de prensa en Florida el 27 de julio y dijo: “Rusia, si estás escuchando a ver si encuentras los 30 mil emails desaparecidos de Hillary.” Al hacer esto, Trump (el líder moral de populismo nativista) hizo un llamado público a una potencia extranjera para que interviniera en las elecciones. Podemos querer creer que su llamado fue irónico; sin embargo, hay poca ambigüedad en sus palabras. No hay duda de que, viniendo de otra persona, una declaración semejante llamaría poderosamente la atención del fbi . La campaña de Trump ha sido una serie de provocaciones y declaraciones estridentes, y es poco probable que incluso en esta ocasión sus fieles finalmente reconozcan al demagogo que los ha estafado. Pero este episodio no sólo pone en evidencia la esquizofrenia del histérico patriotismo del magnate de las bancarrotas, sino también el siniestro oportunismo belicoso de Hillary Clinton •

JORNADA VIRTUAL

¿Quién nos manda? (ii de iii)

TOMAR LA PALABRA

naief.yehya@gmail.com

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........ ARTE Y PENSAMIENTO

Jornada Semanal • Número 1118 • 7 de agosto de 2016

Alonso Arreola @LabAlonso

In memoriam Miguel Cervantes Díaz Lombardo Para Frederic Amat, Jaime Moreno Villarreal y David Torrez

C

ONOCÍ A MIGUEL CERVANTES (1973-2016) hace más de veinte años, a través de nuestro amigo Guillermo Tovar de Teresa. Desde ese primer encuentro, muchos temas de mutuo interés nos vincularon, forjándose una amistad nimbada por las pasiones estéticas que nos unieron como colegas y cómplices de proyectos. Su lamentable fallecimiento hace unas semanas nos deja un hueco irreparable y me incita a bosquejar esa insólita personalidad caleidoscópica que lo

convirtió en una figura fundamental en el medio cultural de las últimas cinco décadas en nuestro país. Su amplio y multivariado currículum –imposible de reproducir aquí– lo dice todo sobre sus invaluables contribuciones a la promoción del arte mexicano en nuestro país y en el extranjero. Miguel fue un niño precoz que tuvo el privilegio de “conocer” o, digamos, de “ver de cerca” a personalidades como Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco, entre las celebridades artísticas que frecuentaba su madre, la pintora Esperanza de Cervantes. El niño Miguel veía con arrobo a esos “gigantes” y siempre quiso ser pintor. Pero un secreto pudor –¿temor?– lo dominó siempre, y desde su temprana juventud eligió vincularse al medio cultural incursionando en diversos oficios que fue profesionalizando poco a poco hasta convertirse en uno de los más destacados curadores, museógrafos y promotores de arte en este país. A él debemos la producción de un sinfín de exposiciones hoy emblemáticas. En la década de los setenta fundó y dirigió la Galería Ponce, donde presentó a los más destacados artistas españoles y estadunidenses del momento, poco conocidos entonces en México. Formó parte del núcleo de artistas de la mal llamada Generación de la Ruptura –Manuel Felguérez, Fernando García Ponce, Lilia Carrillo, Alberto Gironella, Juan Soriano, Rodolfo Nieto, entre muchos otros– y estuvo siempre ligado a los escritores de la época –en especial a los del grupo de Octavio Paz y la revista Vuelta. Hay que decir que también tenía el don de escribir muy bien, aunque se resistió a hacerlo públicamente. Fue asesor del Museo Rufino Tamayo, del Centro Cultural de Arte Contemporáneo de Televisa ( ccac ), del Museo Amparo de Puebla, del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (marco), de la casa de subastas Christie's, cuando la dirigía Patricia Hernández. Menos conocida quizás es su labor de editor de libros de arte, pasión que compartió con el diseñador Ricardo Salas y que dio lugar a verdaderas joyas bibliográficas. Pero el pintor tímido y discreto vibraba en su interior y sólo en contadas ocaPapeles privados ii , iv , xv

siones lo dejó aflorar. Su indiviprimera exhibición indivi dual tuvo lugar en las GaleGale rías del Palacio de Bellas Artes, apadrinado por Juan desGarcía Ponce, quien lo des maducribió como “un fruto madu ro y acabado que no busca, sino que ha encontrado”. poRufino Tamayo elogió el po pinderoso colorido de sus pin geométrituras abstractas geométri cas. Once años más tarde presentó Una naturaleza muerta en la Galería de Arte Mexicano. Entre 1980 y 1989 se instaló en Nueva York, donde se relacionó con los expresionistas abstractos y entabló una cercana amistad con Robert Motherwell. En esos años se consolidó como artista plástico, pero en realidad nunca logró vencer el miedo de promoverse como tal. En 1985 exhibió de nuevo en la gam una serie de dibujos negros que marcaron un drástico cambio en su lenguaje pictórico que a partir de entonces transitó por muy diversos derroteros. Después de dieciséis años de silencio, Miguel se anima a Lópresentar en la Galería Ló pez Quiroga El viaje a Egipto, primer intento de plasto exmar pictóricamente la ex periencia estética y erótica que vivió intensamente a orillas del río Nilo, en Luxor, temdonde pasaba largas tem recienporadas. Su trabajo recien te, realizado a lo largo de cuanlos últimos tres años, cuan do ya libraba la batalla con contra el cáncer que terminó con su vida, se presentó el mes pasado en la exposición Papeles privados en esta misma galería. Tuve el privilegio de recorrerla con él el día anterior a su clausura. Fue su última salida, unos días antes de su partida. Estaba feliz de ver su poderosa serie de desnudos reunida en las dos salas de la galería. Me congratulo de haber tenido la oportunidad de expresarle personalmente cuánta emoción me generaron provocadoesos desnudos provocado res y elegantes, plasmados con una delicadeza y una fuerza expresiva arrebataarrebata doras. Una loa a la sensuasensua lidad carnal trastocada en erotismo poético. Estas bellísimas imágenes, realireali tremenzadas en óleo a la tremen tina sobre papel nepalés, pictórison su testamento pictóri co, el último capítulo de su autobiografía que revela el pulso de la pasión erótica que selló su vida •

ARTES VISUALES

Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx

La involución de los festivales

E

STAMOS EN PERÍODO OLÍMPICO. Sin proponérnoslo el tema que hoy nos ocupa se relaciona un poco con ello. El asunto surgió tras una conversación –que ya hemos sugerido en este espacio– a propósito de lo que actualmente sucede con los festivales de música, particularmente con los de rock y pop, cuando son dirigidos por quienes sólo se interesan en el dinero, convirtiéndolos en una experiencia calamitosa para sus asistentes. Aunque no se puede generalizar un juicio sobre el nivel de producción y la misión que poseen, es un hecho que las

motivaciones de numerosos festivales parecen desconectadas de lo que un día los originó. Buscando puntos de partida, encontramos que uno de los primeros certámenes culturales de que se tiene registro ocurría en Delfos, Grecia, alrededor de 600 ac. Su nacimiento tiene que ver con la leyenda de Pitón, hija de Gea (Tierra). Hablamos de la serpiente a la que Apolo dio muerte y que –dice el mito– fue enterrada en el Oráculo, espacio que quedaría a cargo de Pitonisa. Los llamados Juegos Píticos fueron establecidos para recordar aquella pelea. En ellos, durante una semana, se presentaban disciplinas físicas y carreras de carros (una suerte de miniolimpiadas), pero también eventos escénicos (musicales, dancísticos, dramáticos) y plásticos. Podríamos decir, entonces, que fue uno de los primeros festivales de concepto. Y discúlpenos el término. Lo explicaremos mejor. Desde que la humanidad empezó a plasmar su historia por escrito, las celebraciones musicales ligadas a la naturaleza y las religiones que se conocen han proliferado a lo largo y ancho del mundo. Pero el objetivo de un festejo cobijado por una idea artística/social va más allá. No sólo incluye actividades diversas alrededor de la música. Propone una reflexión sobre temas o estéticas particulares. Es algo distinto a la llana petición de favores a los dioses o a la Tierra. Claro, cuando a eso se le agregó la necesidad de romper con lo establecido en momentos particularmente delicados para algunas generaciones (verbigracia: el Verano del Amor ante la guerra de Vietnam), y cuando más tarde se abrió la posibilidad de un negocio millonario (con las giras de rock and roll de Alan Freed, padre de la payola moderna), su decadencia prorrumpió cual enfermedad crónica. Basta comparar a esos griegos de Delfos honrando a Pitón y Apolo, hace casi tres mil años, con quienes hace cincuenta organizaron Woodstock para propagar la paz y el amor, con quienes hoy producen el Hell and Heaven de Ciudad de México, por ejemplo, para

dar ganancias a promotores y patrocinadores –y a algunos grupos musicales– a costillas de un público que: a) paga precios exorbitantes, b) se conforma con servicios de comida, bebida e higiene caros e ineficientes, c) padece distancias insalvables entre sus ojos y el escenario, d) se conforma con una mala acústica, e) sufre caminatas absurdas de ingreso y salida, f ) no puede guarecerse del sol o la lluvia y, g), aun así, agradece la posibilidad de ver por unos minutos a conjuntos que no vendrían sin estar “paqueteados” con otros más. Juegos mecánicos, espacios para la venta de mercancía, edecanes y harta parafernalia extramusical completan un cuadro que entretiene/somete a nuevas generaciones de melómanos cuestionables, condicionando su relación con la música en vivo a las reglas de la oferta y la demanda. Digamos que es una extensión de los controles que ocurren en el mundo virtual. Además, echada a andar esta maquinaria, la inversión es demasiado valiosa para arriesgarla fomentando el desarrollo de escenas cotidianas en espacios medianos y pequeños, por lo que se perpetúa la fórmula en repeticiones cíclicas que permiten matar todos los pájaros de un tiro. El festival Vive Latino es un ejemplo de ello. En Estados Unidos pasa algo parecido con el sxsw , el Coachella y el Lollapalooza. Como sucede con tantas invenciones, enunciamos lo obvio: los festivales no son malos en sí. Hay casos como el Festival del Desierto en Mali, África; el Womad en Londres, Inglaterra; el Festival de Jazz de Montreal, en Canadá, y tantos más, que cambiaron positivamente el rostro de sus locaciones logrando una contribución invaluable para la promoción de buena música y valores de calidad intrínsecos, así como para la economía de la industria entera. Lo malo ha sido el actuar de empresarios y marcas lideradas por quienes no aman la cultura ni se ponen en el lugar de sus clientes potenciales, alentando la evaporación de un ambiente que, desde la Grecia antigua, intentaba mejorar la mente, el cuerpo y el espíritu de los hombres. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •

BEMOL SOSTENIDO

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ARTE Y PENSAMIENTO ........

7 de agosto de 2016 • Número 1118 • Jornada Semanal

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Jorge Moch Ana García Bergua

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch

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USCAS TUS FOTOS de la infancia y te das cuenta de que son pocas: un par de álbumes si acaso, en comparación con la maleta llena de fotos de la infancia de tus hijas, o peor aún, esas innumerables que le has tomado a tu incauto gato con el celular a últimas fechas de manera muy compulsiva para borrarlas después, cuando te das cuenta de que en todas sale igual. Es que es tan encantador, no lo puedes resistir, pero un gato es un gato. Antes las fotos eran cosa más ceremonial, se hablaba de atrapar el tiempo, de los momentos que la fotografía ayudaba a atesorar, y toda la publicidad de Kodak (¿existe todavía la Kodak?) que salía en la televisión

celebraba con cancioncitas la gran posibilidad de guardar, inmortalizar, congelar, detener esa corriente en perpetua fuga que tan arrugados nos deja. Uno las pegaba en bonitos álbumes que sacaba de vez en cuando para contemplarlas un tanto ceremoniosamente, como una visita obligada a un lugar cada vez más distante, aunque por épocas la lejanía del pasado se traiciona y se vuelve a acercar, si no en el tiempo, en las afinidades pasajeras con ésos que sucesivamente hemos sido. Y el caso es que son pocas las fotos de infancia en nuestro caso, por no provenir de una familia buena con los aparatos (esos objetos tan llenos de botones, cuyas descomposturas eran la fuente de toda clase de extrañamientos y preocupaciones), y por eso las imágenes que quedan de las primeras épocas de nuestra vida responden a momentos señalados, son incluso imágenes muy determinadas, congeladas en una memoria que juzga: esa foto de adolescencia donde me veía tan gorda, esa de infancia donde hice bizco y me rasqué la nariz, la que nos tomaron en el estudio de fotografía para mandarla a España, la de la escuela con un montón de chamacos difíciles de reconocer en nuestras actuales versiones aseñoradas, ésa donde estábamos tan felices pero que salió borrosa –por algo sería–, la de los vestidos a gogó que nos cosieron iguales a mi hermana y a mí, etcétera. Son fotos con nombre, fotos como lugares a los que se regresa, como hace uno con las de los hijos, fotos de cumpleaños, nacimientos e incluso bodas de primos que vivían lejos. Y muchas fotos de mirada seria y pelo recién cepillado para las consecutivas credenciales. Son raras las fotos que imprimes ahora, tan fácil es tomarlas y dejarlas ahí, durmiendo en el disco duro de cualquier computadora, de cualquier celular que un buen día se descompone con todo y la historia de los dos o tres años que te siguió en tus trayectos hasta que la obsolescencia programada te

obligó a cambiarlo por otro: miles de imágenes de reuniones, comidas, visitas, paseos, paisajes íntimos, urbanos o exteriores, los hijos, los abuelos, los amigos, las presentaciones, el perro y el gato en gestos, posturas y lugares (bueno, el gato no tanto) diferentes, cuyo almacenaje en un lugar más seguro fuiste posponiendo en medio de tanto bregar. Si no somos fotógrafos profesionales, nuestras fotos del celular parecen estar también destinadas a la obsolescencia o a la banda sinfín que lo devora todo en el Facebook, Twitter y similares: ¿se oscurecerán, devoradas por la pantalla que va dejando atrás todo lo anterior, nos borraremos con ellas, programadamente obsoletos? Quizá ya no hacemos álbumes de fotos porque nuestras vidas se han convertido en uno: cristalizaciones minuto a minuto de cada pequeño suceso. Dicen que vivimos muy rápido ahora, pero quizá hacemos menos, pues todo se documenta, se fotografía, se pone a disposición del público, como esos viajeros antiguos que cargaban con cuadernillos donde anotaban todo lo que veían y cada noche lo consignaban minuciosamente en un diario. Si las fotos pegadas en el álbum con esquinas de cartón detenían alguna parte de vida que la memoria dejaría atrás, el afán moderno de fotografiarlo todo es una especie de vida en 24 cuadros por segundo. Y de todos esos cuadros, ¿cuál escoger?, ¿cuál borrar para siempre, cuál señala mejor este o aquel instante para que lo recuerde y le encuentre quizá alguna categorización? Mi ojo medio ciego y muy poco avezado en asuntos técnicos no distingue bien y entonces, cuando me acuerdo, guardo todo lo que puedo –incluidas muchas fotos del gato que siempre es a fin de cuentas un gato–, pero la relación con esas fotos no es la misma, no es la de las fotos con nombre propio que guardo de la infancia. Es una especie de vida al margen, la vida de las fotos, que sigue su propio curso misterioso •

H

ASTA HACE RELATIVAMENTE POCO, yo no conocía a Chumel Torres. Sabía de él que es un videoblogger que con su canal de You Tube El pulso de la República, adquirió notoriedad con sus comentarios sobre la actualidad sociopolítica de México a partir de la intensa campaña presidencial de 2012. Sabía que es un cuate creativo pero no me gustó su estilo, quizás, para decirlo con eufemismos, demasiado coloquial para mi gusto. Sus videos gustan a muchas personas (tiene montones de seguidores en las redes) y hasta allí todo muy bien. Pero encuentro inexplicable que hbo México apueste por un programa dos veces por semana de casi una hora

de duración en que el señor Chumel Torres encarna una suerte de Jimmy Fallon, Bill Maher o John Oliver, aunque adoleciendo de la mayor parte de la artillería de ingenio, genuina insolencia y ganitas de chingar al poder que son marca de agua de los presentadores mencionados y que son famosos por su habilidad para ridiculizar a los poderosos. Últimamente se dan vuelo con Donald Trump, por ejemplo. Pero el señor Torres está muy lejos de esas tablas. Intenta, eso sí, resultar chistoso y tiene algunas ocurrencias rescatables, pero francamente, a pesar de la locución accidentada, de los gritos y berridos, de los disfraces y no pocas vulgaridades a cuadro… no levanta. Porque le falta algo que resulta primordial en todo el que pretende caricaturizar al poder: autenticidad. Y sobre todo una intocada capacidad de mofa ante el poderoso, y mientras más poderoso, mejor. Pero en México es tradición –el temor quizá la más lógica explicación, porque hablar de políticos mexicanos es hablar de corrupción, prepotencia, impunidad, negocios turbios, a menudo violentos y una cauda de lindezas que ya conocemos hasta la náusea, desde la posesión ilícita de cuantiosas fortunas y mansiones hasta el involucramiento desatado en industrias criminales como el secuestro, el narcotráfico o la trata– que los comediantes en la televisión no se atrevan mucho con el poder. En los programas humorísticos –o que pretenden ser humorísticos– de las principales televisoras comerciales de México, la comedia política es algo que se maneja con pinzas. Por el maridaje entre gobierno y televisoras ya resulta complicado por no decir imposible que un comediante de la tele se burle, digamos, de Norberto Rivera, del secretario de Gobernación o del mismo presidente de la República. Y si lo llegan a hacer, es de manera suave, leve y con sutiles demostraciones de arrepentimiento. Con miedo, pues. Y ese miedo, que en otros países como Estados Unidos o Inglaterra no existe, es precisa-

mente el óbice para que una comedia política televisada en México sea eso precisamente, y no una mal disfrazada andanada de adulación. Me viene a la memoria el bodrio aquel de El privilegio de mandar y yo también me vomito. Pero volviendo al señor Torres y su espacio en hbo , no entiendo las razones por las que un canal que ha venido apostando a producciones cada vez de mejor calidad –por ejemplo, la tercera temporada de Señor Ávila, con Tony Dalton como protagonista, pinta un poco mejor que las dos temporadas anteriores (aunque todavía falta que alguien le pida al director, Fernando Rovzar, que por lo que más quiera deje de abusar de los encuadres en cámara lenta), decide lanzar un programa con alguien como Chumel Torres como presentador ancla. El problema es que Torres, igual que hacen los empleados de empresas como Televisa y t v Azteca, es decir, entregadas a cantar loas al gobierno siempre, no es parejo en el tratamiento que da a políticos y a opositores. De hecho, Chumel saltó a la fama por cierto tuit contra Andrés Manuel López Obrador particularmente cutre, que en su momento celebró Gabriel Quadri, el excandidato del partido Nueva Alianza ligado a Elba Esther Gordillo. Quadri, por cierto, ya ha estado como invitado para entrevista en los espacios del señor Torres. Y la duda surge: ¿hubiera tenido el mismo éxito Chumel Torres, tendría hoy un programa de televisión en hbo si aquel tuit – que era un insulto, una vulgaridad– en que pedía a amlo que “dejara de mamar tantísima verga”, se lo hubiera dirigido a Enrique Peña Nieto? Si hbo quiere de veras revolucionar la televisión y sacudir conciencias por medio del humor está muy bien. Pero acudir a los mismos usos y costumbres de la televisión mexicana y pretender que se hace algo novedoso es incauto. Y una buena comedia política es perfectamente factible y es algo deseable y sano. Pero parece que en México nomás no podemos romper la perniciosa barrera del miedo •

CABEZALCUBO

El pernicioso efecto Chumel

PASO A RETIRARME

Fotos


........ ARTE Y PENSAMIENTO O

Jornada Semanal • Número 1118 • 7 de agosto de 2016

Luis Tovar

Juan Domingo Argüelles

Twitter: @luistovars

G

ABRIEL ZAID, ATENTO LECTOR de la realidad y uno de los mayores conocedores de la historia cultural, publicó una lista de hitos universales en su reciente libro Cronología del progreso (Debate, México, 2016). “Progreso es toda innovación favorable a la vida humana”, define Zaid, y más allá del progreso material y tecnológico, que el poeta y ensayista analiza lúcidamente en este libro, está también la conciencia moral que también progresa. “Hay hechos capitales (como la bomba atómica) que no pueden ser vistos como progresos”, acota. ¿Se puede hablar de “progreso” en la poesía? Sí. Y también de estancamiento y retroceso. Al igual que en cualquier otro ámbito de la creación humana.

En la cultura y en el arte hay hitos William Blake; las Baladas líricas (1798), (no confundir con mitos) sin los cuales de Wordsworth y Coleridge; Hojas de no podríamos entender nuestro ser y hierba (1855), de Whitman; Las flores estar en el mundo. Desde la invención del mal (1857), de Baudelaire; “ The de la lira, en el 2400 ac hasta la publi- snake” (1862), de Emily Dickinson; las cación de Blanco, de Octavio Paz, en Iluminaciones (1874), de Rimbaud; 1966, Zaid nos guía por la historia del las Poesías (1887), de Mallarmé; los Alavance cultural e identifica los aconte- coholes (1913), de Apollinaire; Platero y cimientos que obraron en el progreso yo (1914), de Juan Ramón Jiménez; El poético. Destacar los que correspon- cementerio marino (1920), de Paul Vaden a la cultura poética, muy especial- léry;“The Second Coming” (1920), de w . mente, es una forma de invitar a leer b.. Yeats; Tierra baldía (1922), de t. s. Eliot; este libro indispensable e inspirador. Trilce (1922), de César Vallejo; Anábasis Por ejemplo, la invención del autor, (1924), de Saint-John Perse; Personae en el 2285 ac, cuando la princesa y poe- (1926), de Ezra Pound; Romancero gitisa acadia Enheduanna firma sus him- tano (1928), de García Lorca; Residencia nos en Ur. De la era anterior a Cristo son en la tierra (1935), de Pablo Neruda, y también la invención de la poesía amo- Otro tiempo (1940), de w. h. Auden. rosa (1500) y la invención de la rima Gabriel Zaid sentencia que intentar (1000) en las canciones chinas. Asimis- una cronología del progreso es hacer mo, la composición oral de la Ilíada y la un listado discutible: “En primer lugar, Odisea (800), el “Himno a Afrodita” (600), por la interpretación. En segundo lude Safo, los Upanishad (500), el Cantar de gar, porque muchas innovaciones son los Cantares (350), el Ramayana (250), tan graduales que no es fácil determide Valmiki, los Poemas (60), de Catulo, nar cuál es el grado decisivo”. Pero, sea las Geórgicas (29), de Virgilio, y las Odas como fuere, en la cronología del progre(23), de Horacio. so, en medio de acontecimientos cienPertenecientes a nuestra era son las tíficos, tecnológicos y culturales; en Sátiras, de Juvenal, que datan del año medio de descubrimientos e invencio100; las Rubaiyat (1079), de Omar Ja- nes que han cambiado la historia y el yam; la invención del soneto (1240) por destino de muchos seres humanos, esGiacomo da Lentini; La divina comedia tán los de la cultura y el arte y, dentro (1304), de Dante; el Cancionero (1470), de éstos, los de la creación literaria de Petrarca; Romeo y Julieta (1595) y donde un espacio muy significativo lo Hamlet (1600), de Shakespeare; las Sole- ocupan la cultura poética en general dades (1613), de Góngora, y el insupera- y la poesía en particular. ble soneto “Amor constante más allá de Lo que Gabriel Zaid ha hecho en esla muerte” (1625), de Quevedo. No pasa te libro es ofrecernos muchísimas sepor alto Gabriel Zaid la poesía dramáti- ñales del progreso humano dentro del ca de los Siglos de Oro español, con cual la poesía ha participado de manera Fuenteovejuna (1614), de Lope de Ve- decisiva, tan decisiva como cuando, en ga; La verdad sospechosa (1624), de Juan 1914, “Pessoa inventa poetas y crea su Ruiz de Alarcón, y La vida es sueño (1635), obra”, o cuando, en 1939,“los poemas de de Pedro Calderón de la Barca. Ana Ajmátova circulan en samizdat”. HiOtros hitos de la cultura poética en tos así determinaron muchas cosas en la era cristiana son, para Zaid, El paraíso la cronología del progreso poético. Coperdido (1667), de John Milton; Sendas mo otras tantas veces, de la manera más de Oku (1694), de Matsuo Basho; Matri- lúcida, Gabriel Zaid nos ayuda a commonio del cielo y del infierno (1793), de prender el alto valor de la cultura •

Puercos en el cine (i de ii)

“E

s una visión muy romántica de un granjero que no quiere vivir en Estados Unidos y cruza la frontera buscando en México otra realidad”: esta es una de las muchas definiciones que el actor, realizador, (co)guionista y (co)productor Diego Luna ha ofrecido al hablar de Mr. Pig (2016), su cuarto largometraje y a la vez su tercero de ficción como director, después del documental j.c. Chávez (2007), Abel (2010) y César Chávez (2014). Habida cuenta del evidente picaporte mediático del que goza, desde que Mr. Pig fue estrenada en el más reciente Festival Sundance y en México en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara celebrado en marzo reciente, Luna se ha multiplicado declarativamente como lo hizo con sus anteriores

no en calidad de intérprete sino de rea- creador la insistencia en sus obsesiones lizador, y ha insistido sobre todo en un personales: trátese de la disciplina que aspecto: según él mismo, su primer y su se quiera, artista que se respete no sabe más reciente largo de ficción compar- hacer casi nada más que eso, vale deten el tema de fondo –la búsqueda y el cir, la revisitación incesante de aquereencuentro con la figura del padre–, y llo que lo obsede, a lo que le busca tal la diferencia estriba en que el último vez ya no un sentido pero sí cuando posee un grado más alto de “madurez”, menos una nueva arista desde la cual debería entenderse que en términos de asirlo, si es mucha la fortuna, con firmeeficiencia cinematográfica para empe- za mayor que otrora. Es lo que, confesazar, pero sobre todo en cuanto a com- damente, ha hecho Luna con su Señor plejidad narrativa, calado psicológico, Cerdo: bordar una vez más sobre la tela alcances de perspectiva –cultural, ge- filial, con énfasis en los delgados hilos neracional, etecé– y grado de penetra- del ajuste de cuentas puede que áspero, ción emocional. puede que melancólico, entre padres e Muy probablemente Luna no se ha hijos después de la ausencia, la ruptura, hecho cargo cabal de los riesgos implí- el desencuentro y el desconocimiento citos en la sobreexposición mediática, mutuo. A lograrlo le ayudan Danny Gloel primero de los cuales consiste en una ver en el papel del viejo, alcohólico y repetitividad que muy rápido pasa de enfermo porcicultor al que Luna mal potencial a verificada: se acaba por de- llama granjero, Maya Rudolph en el pacir muchas veces lo mismo y casi del pel de la hija ya madura de aquél, y un mismo modo, afectando con ello y de cerdo llamado Howard en el filme. A no manera muy peculiar al propósito de la lograrlo colaboran el propio Diego Luinsistencia, ya que lejos de generar na y su coguionista Augusto Mendoza expectativa ésta va menguando poco a puesto que, para volver a la cita inicial, poco hasta quedar, si hay suerte, más o es claro que confundieron visión romenos al mismo nivel que tuvo en un mántica con trama complaciente, que principio. los conflictos desperdigados a lo largo Lo anterior debe ser una de las cau- de esta road movie en el fondo no son sas, pero no la única ni la primera, para tales porque se sabe perfectamente, que taquilleramente hablando Mr. Pig desde el arranque mismo de la película haya sido un claro fiasco el fin de sema- –y aquí de nuevo el efecto pernicioso de na de su estreno comercial, y no sería tanto hablar anticipadamente de algo, raro que dicha frustración monetaria le matándole toda posibilidad de sorprehaya generado a Luna uno que otro sen- sa–, que el trío protagonista habrá de timiento de ésos que llaman “encontra- llegar a donde quiere y que habrá un dos” si se considera que, otra vez en sus equivalente según esto feliz o conmopropias palabras, mientras el realizador vedor o al menos sensiblero, de la epifaestá convencido de que Mr. Pig “no es nía, en este caso con el postrer perdón una película para los críticos sino pa- lleno de amor entre la hija y el padre. ra el público”, este último parece conSi como en tiempos idos fuese mevencido, como lo pone de manifiesto nester la rúbrica de una moraleja, quila multitudinaria ausencia que se cons- zás ésta sería: si filmas para ti mismo, tata en las salas, que la película tampo- no te quejes cuando lo que hagas no co es para él. le guste a los demás, ya sean críticos o gente normal • ¿entonCes paRa quién fiLmas? (Continuará.) Sería más que absurdo reprocharle a un

Escena de Mr. Pig

CINEXCUSAS

Gabriel Zaid y el progreso en la poesía

JORNADA DE POESÍA

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ENSAYO

7 de agosto de 2016 • Número 1118 • Jornada Semanal

De Mickey Mouse a Deadpool: la banalización del bien y del mal

Saúl Renán León Hernández

E

n su homenaje biológico a Mickey Mouse (1986) Stephen Jay Gould recordó que el Mickey original creado cerca de la Gran Depresión de 1929 era un individuo revoltoso que exhibía una veta de crueldad. Pasada la crisis, Mickey mejoró volviéndose un ratón pacífico y honesto que, al pasar al cine, fue tomado por los espectadores estadunidenses como símbolo del bienestar moral de la nación. A este cambio de conducta sobrevino una evolución corporal darwiniana pero en sentido inverso: pasó de adulto a niño. Los dibujantes de Disney aumentaron el tamaño relativo de la cabeza y de los ojos y abovedaron el cráneo para que las proporciones corporales del revoltoso y sádico Mickey se transformaran en las de un tierno bebé de nuestra especie. Este rejuvenecimiento progresivo es un fenómeno evolutivo llamado neotenia y funcionó para despertar el instinto materno en los admiradores del ratón humanizado. A poco más de ochenta años de Mickey, en la red abundan las opiniones de los seguidores de la película Deadpool (2016): excelente, divertida, romántica, una bocanada de aire fresco para el cine de acción con enfoque de comedia. Rhett Reese y Paul Wernick, dicen, se apegan a la esencia del Deadpool original creado por Rob Liefeld y Fabian Nicieza: la de un mercenario violento psíquicamente desquiciado, un bocazas que destila con desparpajo su ácido humor negro. ¿Qué broma habrá causado tanta admiración en sus seguidores? ¿Será la del diálogo en el que Deadpool y su futura novia “bromean” en competir sobre quién sufrió más maltrato y abuso sexual siendo niños? El personaje surgió de una infancia de abandono paterno y de maltrato por una madre alcohólica y negligente (Liefeld: 1991). Para sobrellevar la vida se convirtió en un mercenario violento y bromista. Ryan Reynolds declaró que haber interpretado a Deadpoll le sirvió para filtrar el dolor por la muerte de su padre a través de la comedia. Habría que preguntarle a Reynolds si cree que bromear sobre el maltrato infantil es un filtro del dolor. Suponiendo que Rob Liefeld sea un genio, digamos como Enrique Serna en

su Genealogía de la soberbia intelectual: “Si el humor de un genio intolerante puede hacernos reír a carcajadas de víctimas indefensas, Platón y todos los moralistas que vinieron después quizá tenían algo de razón al temer su poder corruptor.” Si consideramos que a partir de la década de los noventa proliferaron en el mundo artículos científicos que relacionaban la violencia con fallas genéticas específicas más el maltrato en la infancia, entonces el diálogo de marras no resulta una broma aislada en el contexto del filme, tanto menos porque continúa con otro diálogo crucial en el que el villano le dice al futuro antihéroe: “Tenemos que hacerte sufrir. Si tienes suerte tus genes mutantes se activarán y se manifestarán de forma espectacular. Si no, tendremos que seguir haciéndote daño de distintas formas, cada vez más dolorosas, hasta que al final mutes o mueras.” Ante el dolor persistente infligido por el villano, el antihéroe muta y se transforma en un ser horrible pero rebosante de habilidades suprahumanas para ejercer la violencia. Para exculparse del dilema moral, el villano agresor aclara que él es parte de una industria de la transformación (siendo él mismo un individuo transformado a través de la violencia, con la consecuencia sociópata de que se vuelve inmune al dolor y a la empatía) y que los sujetos que ellos transforman pueden ser usados (por quien quiera y pueda comprarlos) como eficaces mercenarios para matar a seres humanos incómodos o indeseables para los compradores, ya sea por motivos religiosos, políticos, económicos o simplemente personales. Lo cual se puntualiza con una precisión rayana en el cinismo o en la resignación irónica del “¿qué quieren?, así es la vida, ¿no?” Con Deadpool ya no se trata del enfoque de la causalidad genética que podría conducir a las prácticas de control de la violencia por la eugenesia, el tratamiento individualizado o la eutanasia como se planteaba en las décadas de los ochenta y noventa. El discurso del villano constituye la apología tanto de la violencia mercenaria como la institucionalizada cuyo origen, desde su enfoque, no puede ser otro que el de la selección de los

genes más aptos para adaptarse violentamente a la violencia estructural y sistémica que recursivamente se pretende “natural”. Tampoco se trata de que los niños nos resulten agradables sino de bromear sobre su maltrato y que ello nos haga reír a carcajadas. No obstante, para no espinarse, escritores y productores se pusieron el huarache confesando lo evidente desde el reparto: “una película de imbéciles producida por patanes”. El discurso cinematográfico de la Marvel-DisneyFox reproduce fielmente los análisis de Lacan, Kernberg y Hugo Bleichmar respecto a la transferencia negativa en el psicoanálisis de los sujetos con trastorno narcisista de la personalidad: uno de los múltiples efectos del maltrato infantil que se ha convertido en una verdadera pandemia en nuestro tiempo. Lo que mueve al sujeto afectado por el trastorno narcisista es el odio y sobre todo la envidia que se producen en las relaciones de desapego, agresión y violencia fundamentalmente por la madre que lo debería cuidar y proporcionarle los medios básicos para la sobrevivencia y el gozo placentero de la vida. La relación amorosa de Deadpool es un recurso tramposo que juega con el concepto romántico del poder redentor del amor pero que en el contexto del filme no hace sino reafirmar el narcisismo del antihéroe: ella lo querrá siempre, no importa qué tan horrible haya quedado. Después de todo él es superpoderoso y de extremada violencia reactiva. En conclusión, la película de marras es el mensajero y el mensaje: como están las cosas en el mundo, contra toda violencia únicamente nos queda responder con más violencia, ¿no? Claro, la idea es refinarla trastornando a los trastornables. Los medios no necesariamente generan violencia, pero algunos contribuyen a volverla legítima para reforzar el statu quo, dijo James d . Halloran. Algunos medios son, a fin de cuentas, instrumentos de la violencia estructural y sistémica por más que traten de hacerse los chistosos al banalizar tanto el bien como el mal. Después se hacen los sorprendidos y no comprenden por qué periódicamente aparece un desquiciado con un rifle de asalto y… •

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