CENTENARIO DE
SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 8 DE JULIO DE 2018 NÚMERO 1218
ALÍ CHUMACERO HOMBRE DE LETRAS Juan Domingo Argüelles Xabier F. Coronado Javier Perucho El arte de leer en la cama Ricardo Bada Tom Sharpe y el nuevo sistema penal Ricardo Guzmán Wolffer
JORNADA SEMANAL
Foto: Cristina Rodríguez/ La Jornada
2 8 de julio de 2018 // Número 1218
ALÍ CHUMACERO, HOMBRE DE LETRAS Mañana, lunes 9 de julio, Alí Chumacero habría cumplido un siglo de vida, pero el nacido en 1918 en Acaponeta, Nayarit, dejó este mundo el 22 de octubre de 2010, no sin antes haber escrito una obra proverbialmente breve –apenas tres poemarios forman el núcleo de lo que al final se convirtió en un largo silencio– que sin embargo le bastó para ser reconocido como uno de nuestros indiscutibles poetas mayores. “Yo soy más que un escritor un tipógrafo, un hombre de libros, que hace y lee libros”, dijo de sí mismo quien entregara su vida entera al enriquecimiento de la Galaxia Gutenberg. Desde distintas perspectivas, los textos aquí reunidos honran la memoria de un hombre de letras imprescindible.
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DEL ARTE DE LEER EN LA CAMA Una encuesta sobre el uso de un mueble dentro de la habitación que congrega los objetos rituales de la noche.
Ricardo Bada ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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na amiga costarricense me sugirió desde Ontario que habría que escribir algo sobre “¿Qué tan importante es para usted una mesa de noche?”, y como yo no la tengo decidí hacer una encuesta entre 176 amigas urbi et interneti, garantizándoles el anonimato para sus respuestas. Helas aquí, mínimamente identificadas, sólo para que se vea el área geográfica cubierta. La primera me llegó desde Los Ángeles, una amiga colombiana: “Sin mesa de noche, dónde deja uno las gafas, las gotas para poder abrir los ojos por la mañana, el libro, la lámpara para leer. En el cajón van la libreta de apuntes, el lápiz, el cortauñeros, el humectante para los labios ¡y la linterna! La mesa de noche es indispensable.” Desde la misma Colonia donde vivo, una mamá joven, boliviana: “Tengo una mesita a cada lado de la cama. Una para las cosas de mi marido y otra para las mías. Tienen un cajoncito donde se pueden ocultar algunas cosas con las que no queremos que jueguen los chicos: binoculares, billetes coleccionados de los viajes, algunas fotos viejas. Sirven para apoyar desde una lamparita de noche hasta velas y/o todo objeto que utilicen las parejas en el momento del amor).” Desde Buenos Aires: “Siempre me llamó la atención que en portugués de Portugal (porque en Brasil lleva otro nombre) se llame a este mueble “criado mudo”. No tengo mesa de luz, pero me encantaría. Hace años que vengo inventándome reemplazos de la mesa de luz. Ahora tengo un cajón de madera precioso, forrado en tela, en el que guardo libros y cuadernos en uso. El tema es que siempre queda chico.” Desde El Escorial: “Pues para mí es importante para dejar allí durante todo el día el libro que leo en la cama (cuando lo cierro porque se me cierran los ojos, lo dejo caer al suelo). También para que esté el reloj, el mando a distancia del televisor, las gafas de lejos y de cerca, ¡¡¡el cenicero y el tabaco!!! (ahora que duermo sola me permito fumar en el dormitorio, no lo hacía desde hace treinta y un años).” Desde Managua, una amiga de los gatos: “Las mesas de noches hoy en día han cambiado
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Fuente: hdwallpaperim.com
mucho. Yo tengo dos que son muy artesanales y diferentes entre sí. En una que es rectangular, como una banca pequeña tengo mi laptop cuando trabajo en mi cuarto, lo hago en mi cama y uso esa mesa cuando termino de trabajar. En esta misma coloco mi celular y sé que está a la par de mi cama por cualquier emergencia. Además, uso un banco alto, de ésos que ocupan los guitarristas o en algunos bares, para tener mi libro de cabecera y mis lentes para ver tele.” También desde Managua: “Para mí es indispensable para dos cosas: Poner el o los libros que estoy leyendo, una lámpara y alguna medicina que necesite: gotas descongestionantes de las fosas nasales, por ejemplo. Conozco sí, un poema de un poeta nicaragüense, Roberto Cuadra, del grupo Generación Traicionada, caracterizados como rebeldes en su juventud de los años sesenta, que dice: “Mesita de Noche”: “En la mesita de noche, en el/ mantelito plástico,/ quedaron:// el vaso de agua/ el reloj/ despertador/ la botella con tragos// la almohada con mis/ atormentados/ sudores/ nocturnos// las trompadas/ y el amanecer que/ me vio salir/ para no volver.// Creo que así/ terminó todo.” Desde Sonora/México: “Mesa de noche, de luz, de polvo, sueños, recuerdos o buró. No importa el nombre que le demos. Yo tengo una por cada lado, y bien podría decirle que estoy por quitar ambas, que, junto a mis almohadas, sospecho hacen equipo para sabotear mi sueño, son cómplices del insomnio recurrente en cada madrugada. La situación actual de mi mesa del lado izquierdo es darle lugar a una cajita de música que hace años no abro, lo que guardé en ella ni siquiera lo extraño y la amistad de quien me la obsequió ni música necesita; fue un ángel de pisada muda que nunca supe si quería llegar o yo me fui; además, está la pila de libros por leer, y los primeros tres siempre son los títulos que, según mi ánimo, me arrullan y acompañan en la odisea de cada noche para conquistar el sueño. Del lado derecho están los que me arrancan un suspiro al cerrarlos, los que lamento su partida y se convierten en títulos de cabecera.” Desde Bogotá: “Para poner la lámpara, guardar el medicamento de la noche y/o de la
mañana, para poner el libro, para guardar lo que no tiene puesto y para adornar el lado de la cama. Eso es.” Y una vez más desde Bogotá, de una abuela primeriza: “¿Lo dices en serio? Lo más importante de la mesa de noche es que tenga cajones, para poder guardar allí todo tipo de cosas, sin que se vea desordenado. Desde los medicamentos más socorridos hasta linterna, navaja, cremas, y los libros que compiten con el preferido actual, que invariablemente va encima de la mesita, igual que un vaso y una jarra de agua. Para no hablar de una lámpara, que también puede ser de pie, o de otro tipo. Dile a tu amiga que lo mejor de lo mejor es cuando la mesa de noche tiene ruedas, como la que me mandé hacer este año.” [Le pregunto si no implementó también una gaveta para tener a su nietica siempre a la mano]. Desde Gerona, una amiga argentina: “Una mesa de noche es importante por lo obvio: sirve para apoyar el libro de turno, la luz que alumbra el libro, el Ventolin para la tos, un par de libros más por si el de turno aburre o cansa, la crema para las manos, un vaso de agua, un portarretratos con una foto familiar. Pero también para lo que se esconde detrás de lo obvio: el libro que acompaña la soledad de la noche; la luz que aleja la tristeza de la soledad de la noche; el Ventolin que alivia la tos pero que también devuelve a la infancia (cuando las manos maternas acercaban el artefacto); un par de libros más, imprescindibles, como dos columnas que sostienen un edificio, que forman parte de la historia de uno y a los que se puede recurrir como se acude a un amigo en busca de un consejo; la crema para las manos que acaricia, relaja, permite la reflexión en los dos minutos que dura el masaje de los dedos;
El libro que acompaña la soledad de la noche; la luz que aleja la tristeza de la soledad de la noche; el Ventolin que alivia la tos pero que también devuelve a la infancia (cuando las manos maternas acercaban el artefacto).
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un vaso de agua que calma la sed en medio de una pesadilla, mucho más si la pesadilla es sobre caer en un abismo; un portarretratos con una foto familiar que ayuda a pensar que nada está perdido, que todo vale la pena. Una mesa de noche es un salvavidas en medio del mar.” Desde Montevideo: “¡QUÉ BARBARIDAD! Cómo se puede vivir sin una mesa de noche –mi mamá siempre dijo: “mesa de luz”– junto a la cama? ¿Y dónde irían la veladora, la pila de libros, los cigarrillos, el agua, los lentes, ahora también el celular? Y en mi caso agrego la radio, el platito con la manzana –es lindísimo leer en la cama comiendo manzanas–, y por la mañana, la taza primera de café, la que de a poco va trayendo alguito de lucidez... Hombres.” Desde Heidelberg, una amiga mexicana: “La mesa de noche o buró, como decimos en México, es básica. El simple hecho de contener la lamparita para poder leer en la noche antes de dormir, la hace indispensable. Ya en una forma secundaria es buenísima para aventar el cambio (las monedas sueltas) que salen de los bolsillos después del día, para dejar el reloj, para alojar un despertador, para colocar el celular mientras se carga toda la noche, o para almacenar los libros o revistas que se leen en la cama. Como mujer, también debe tener un cajoncito debajo donde (yo al menos) guardo mi joyería, y cualquier cantidad de mugritas o accesorios para el cabello, o el aseo personal. Ah y no puedo olvidar que mi gato la aprecia mucho también, sobre todo en las altas horas de la madrugada donde le gusta posarse a observarme intensamente pretendiendo que despierte a darle de comer.” Desde Cáceres: “Mi mesilla de noche no es tal. Es la balda intermedia de una estantería metálica situada muy cerca del cabecero de la cama. No me gustan las mesillas. Prefiero que, si es posible, el mueble sirva de sostén a un buen número de historias; unas ya leídas y, por tanto, vividas, y otras aún por incorporar a mi imaginario personal. Además, en esa estantería guardo con devoción el costurero de madera que me regaló mi madre hace unos años; no porque yo tenga especial querencia al arte de la aguja y el dedal, sino porque ella sabe que tarde o temprano recurro a él y en sus cajones, además de botones y alfileres, también encuentro lo cálido y sabio de sus manos cortitas, suaves y acogedoras. Además conservo algún recuerdo de trabajos de amor perdidos; no sé muy bien por qué, pero ahí siguen, más cerca del corazón que de la cabeza.” Desde Ontario, la amiga tica que me dio la idea de hacer esta encuesta: “Mi mesa de noche me sirve también de día. Mi lugar preferido para leer es la cama, por eso no podría vivir sin mesa de noche. Una lamparilla al fondo, unos adornos para no olvidar. Una colina de libros esperando, el de arriba el que estoy leyendo, siempre con un marcalibros, no con la hoja doblada. Antes tenía un radio pequeño y viejo, el de papá, pero se lo regalé a mi hija. De la gaveta, muy revuelta, no te cuento nada más sino que guardo una botellita de aceite esencial de melissa para poner en la almohada unas gotas por la noche y soñar bonito.” Y desde Ataliva, en Santa Fe/Argentina: “En Ataliva le decimos ‘mesita de lú’ porque sirve pa apoyyar la lamparita pa leer en el catre. Y aura me quedo en la rama pa ver como me garantisás l’anonimato, a ver cuántas pibas de Ataliva tenés que responden tu encuesta.” l
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De la perfección al silencio: cien años de
ALÍ CHUMACERO Emoción e inteligencia se imbrican y entrelazan en la obra ceñida y rigurosa de este poeta nacido en Nayarit hace un siglo; antisolemne por convicción y naturaleza, y dueño de un gran sentido del humor y del silencio, consideraba que la poesía no debe ser “de ninguna manera una cosa inventada”.
Juan Domingo Argüelles ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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unto con José Gorostiza, de todos los poetas mexicanos el más concentrado, el menos desbocado y uno de los más intensos es Alí Chumacero, acerca del cual José Emilio Pacheco afirmaría (en su ensayo “Chumacero o hay demasiada luz en las tinieblas”) que, desde su primera composición publicada en 1940 (“Poema de amorosa raíz”), encarnó la paradoja, en nuestro ámbito, “de ser el más intelectual y el más antiintelectual”. Nacido en Acaponeta, Nayarit, el 9 de julio de 1918, y muerto en Ciudad de México en 2010, Chumacero buriló una obra breve, ceñida, en la que regaló a los lectores algunos de los poemas perfectos de la lírica mexicana del siglo XX, pues, como poeta, Alí Chumacero pertenece a ese siglo, en gran medida heredero, como él mismo lo reconoció tantas veces, de los Contemporáneos, sus maestros. Para Pacheco, “su aprendizaje en el silencio fue también su aprendizaje del silencio. En dieciocho años hizo lo que tenía que hacer, dijo cuanto tenía que decir, y desde entonces limitó su actividad poética a la no menos difícil e inventiva de lector”. No pocas veces se ha hecho el paralelismo de brevedad y silencio entre la obra narrativa de Juan Rulfo (1917-1986) y la poética de Chumacero. Tres libros componen la producción literaria de Rulfo: El Llano en llamas (1953), Pedro Páramo (1955) y El gallo de oro (1956); tres libros también integran la obra poética de Alí Chumacero: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1948) y Palabras en reposo (1956).
En ambos la obra no se mide por la cantidad de páginas, sino por la intensidad y la maestría en Chumacero, y por la genialidad en Rulfo. Dos veces entrevisté a Alí Chumacero: en febrero de 1992, cuando tenía setenta y cuatro años, y en septiembre de 2009, cuando había cumplido ya noventa y uno. (Moriría un año después: el 22 de octubre de 2010.) Ya era un gran escritor maduro cuando lo conocí a mediados de la década de los ochenta, y dos cosas que lo hicieron célebre, además de su maestría y su silencio poéticos, eran su sentido del humor y su ausencia absoluta de solemnidad. A propósito de ellas, Pacheco escribió que, en el trato diario, la conducta de Chumacero, fue siempre “una defensa contra la solemnidad de quienes se toman en serio a sí mismos y andan por el mundo proclamando que son poetas hasta cuando no escriben”. Pasión, rigor formal, autocrítica, cultura literaria, perfección y silencio caracterizan la obra de Chumacero. A Marco Antonio Campos, amigo suyo y uno de sus mayores estudiosos, le dijo: “La autocrítica, que en mí fue extrema, es en cierta forma la reversión de lo que he opinado sobre la obra ajena: mis juicios acerca de las otras obras se han revertido sobre aquello que en horas muy solitarias he decidido convertir en palabras.” Sin embargo, contra toda suposición obvia y contra toda lectura superficial, Chumacero no es un poeta intelectual en el sentido libresco, sino inteligentemente emotivo. En 1992 le pregunté: ¿Qué es lo que domina en tu poesía: la inteligen-
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Alí Chumacero en 1941 Fotos: Lola Álvarez Bravo
cia o la pasión? Y su respuesta no pudo ser más lógica para quienes nos hemos emocionado con poemas tan entrañables como “Poema de amorosa raíz”, “Elegía del marino”, “Monólogo del viudo”, “Alabanza secreta”, “La imprevista”, “La noche del suicida”, “Al monumento de un poeta”, “Salón de baile”, “El triunfo del sosiego”, “Losa del desconocido” y otros más que forman parte de lo que Octavio Paz denominó “una liturgia de los misterios cotidianos”. En aquella ocasión, el autor de Palabras en reposo me dijo: “Pienso que la poesía sin sentimiento, sin pasión, es endeble y más bien libresca. La poesía debe ser un arranque del ser, del sentimiento; del corazón, diríamos cursimente. Y no debe ser, de ninguna manera, una cosa inventada. No es un ajedrez, sino un juego de futbol: un juego en el que se pone todo; una forma de que el ser mismo se exprese. Para mí, la poesía arranca del sentimiento, de la sensibilidad, de la emoción, y se convierte en palabras a fin de que quien lea esas palabras pueda, a su manera, resucitar esa emoción que tuvo el poeta. Diríamos que la poesía es un punto de referencia, de comunicación, entre el poeta y el lector, con la idea de que éste logre recrear en sí mismo la emoción inicial que produjo esa poesía.” La afirmación, la certeza, el principio de que la poesía no debe ser nunca “cosa inventada”, fantasía, ficción, es lo que hace que este gran poeta intelectual y a la vez pasional que es Chumacero consiga hacer vivir en el lector una experiencia íntima y no un trozo de “literatura”. En la creación
literaria, como lo supo Verlaine y como lo reafirmó Chumacero, con excepción de la auténtica poesía, “todo lo demás es literatura”. Fruto de esta emoción es el arranque inolvidable del “Responso del peregrino” (“Yo, pecador, a orillas de tus ojos/ miro nacer la tempestad”), que cumple todas las expectativas de la pasión, lo mismo que cada uno de los versos del “Monólogo del viudo” que así inicia y nos transforma para siempre: “Abro la puerta, vuelvo a la misericordia/ de mi casa donde el rumor defiende/ la penumbra y el hijo que no fue/ sabe a naufragio, a ola o fervoroso lienzo/ que en ácidos estíos/ el rostro desvanece. Arcaico reposar/ de dioses muertos llena las estancias,/ y bajo el aire aspira la conciencia/ la ráfaga que ayer mi frente aún buscaba/ en el descenso turbio.” Y ni qué decir de la perfección de “Alabanza secreta”, “Salón de baile” y “Losa del desconocido”. Son poemas que hay que leer una y otra vez y que, en cada lectura, brindan su esencia de palabra precisa y profundo sacudimiento emocional. Pero no sólo es la emoción, es también la inteligencia que se cumple en el espíritu: “Inmóvil a la orilla del torrente,/ yo era el aprendiz de la violencia, el sorprendido/ olivo y el laurel mudable, porque a solas/ solía renacer cuando salía de aquel inmundo cuarto.” Pocas veces la poesía mexicana es más profunda y a la vez más sencilla, más elemental sin ser jamás superficial, como en la obra de Alí Chumacero. Pocas veces nos hace ver, como escribió Rosario Castellanos, “que la palabra tiene una virtud:/ si es exacta es letal/ como lo es un guante envenenado”. De “Salón de baile”: “Sudores y rumor desvían las imágenes,/ asedian la avidez frente al girar del vino que refleja/ la turba de mujeres cantando bajo el sótano. [...]/ Desde su estanque taciturno increpan los borrachos/ el bello acontecer de la ceniza, y luego entre las mesas/ la tiranía agolpa un muro de
Pasión, rigor formal, autocrítica, cultura literaria, perfección y silencio caracterizan la obra de Chumacero.
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puñales. [...]/ Cuando cede la música al fervor de la apariencia, grises/ como las sílabas que olvida el coro,/ casi predestinados se encaminan los rostros a lo eterno.” Quizá no haya dístico a la vez más enigmático y más sencillo en su cifra y en su significado que este barroco, elemental e inolvidable que abre la “Losa del desconocido”: “Cuando hayas terminado, mira este muro ardiente/ donde la bestia cumple su reposo.” En 1992, Chumacero me reiteró lo que ya había dicho otras tantas veces: “Dejé de escribir precisamente porque ya había dicho todo.” Y al preguntarle cómo juzgaba, pasado el tiempo (medio siglo), su obra poética, sentenció: Pienso que mi último libro, Palabras en reposo, va a quedar como un libro digno de aprecio en la literatura mexicana. Los dos libros juveniles no creo que sean reprochables; son textos muy vivos; todavía no tienen la concentración del último, pero en conjunto los tres se complementan. Creo que ayudan a dar una imagen de un escritor.
A los noventa y un años me habló del que consideraba su mejor poema (“Responso del peregrino”) y al que ya se había referido, extensamente, con Marco Antonio Campos, para el indispensable libro de éste, El poeta en un poema (1998). “Responso del peregrino” es, sin duda, su obra maestra. Próximo a morir, resumió su génesis e intención con admirable síntesis: Luego de la primera época a la que corresponden textos como “Poema de amorosa raíz”, empecé a hacer otro tipo de poesía, muy cercana a la de José Gorostiza; de ahí resultó el “Responso del peregrino”, el cual considero mi mejor poema; hecho entonces a mi novia que luego sería la madre de mis hijos. Es un poema que está dividido en tres partes que corresponden a tres momentos sucesivos de la creación poética. En la primera, hablo de la Virgen de Lourdes. Mi mujer, que ya murió, se llamaba Lourdes. Cuando escribí el poema, ella era mi novia, y el poema evoca a Lourdes confundiendo, y fundiendo, las dos personas: la Virgen de Lourdes y mi próxima esposa. Por eso escribo: “Elegida entre todas las mujeres,/ al ángelus te anuncias pastora de esplendores”, y luego digo: “Oh, cítara del alma, armónica al pesar,/ del luto hermana: aíslas en tu efigie/ el vértigo camino de Damasco/ y sobre el aire dejas la orla del perdón.” En la segunda parte hago un juego con la vida misma de los hombres casados con la mujer que aman, el nacimiento de los hijos y el paso de los años hasta llegar a la muerte. La muerte era, claro, la mía, en la idea de que ocurriría antes que la de Lourdes. El destino descifró mi misterio y me hizo sobrevivir, muchos años, a mi mujer, pero ahí se hace una evocación de lo que sería mi muerte y la presencia, al lado de mis restos, de los seres queridos. Finalmente, en la tercera parte hice una presentación de la posición de mi mujer, que era creyente en Dios, y la mía, que no es la de un ser muy creyente. Ahí se miran las dos posiciones, una frente a otra, pidiéndole yo a ella que rece por mí, que ruegue por este pecador, diciéndole que, en el fondo, soy un hombre bueno. Lo primero es absolutamente cierto y lo segundo a lo mejor también es verdad.
Nada habría que agregar después de esto. Pero si faltase algo por decir, únicamente sería que, en el centenario natal de Alí Chumacero, lo que celebramos son esas bondades del hombre, del poeta y de su poesía l
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6 8 de julio de 2018 // Número 1218
Se dice que una imagen vale más que mil palabras, pero cuando la imagen es sobre la persona y el carácter de un hombre de letras, más valen las palabras. Estas dos estampas así lo pintan de cuerpo entero.
ESTAMPAS DE
ALÍ CHUMACERO Javier Perucho ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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na mañana en su oficina del Ajusco. Muy temprano le llevé la reseña para que me diera el visto bueno. Le entregué el par de cuartillas obligadas –rigurosos tres mil caracteres– que la revista Azteca, boletín bibliográfico internacional del FCE, solicitaba a los comentaristas de las novedades editoriales de la casa del Ajusco, entonces ya instalados en sus novísimas oficinas. Tomó las dos cuartillas con sus manazas, enormes, delicadas, blanquísimas, las propias de un hombre con una estatura de uno noventa y ciento veinte kilos de peso, quien aún transpiraba los whiskeys de la velada nocturna. Las aireó frente a sí. Antes de comenzar a leerlas, tomó su pluma fuente –depositada sobre un escritorio ordenado por el caos, rebosante de hojas sueltas, Himalaya de galeras, libros, manuscritos, lupas, cuentahílos y un recipiente donde apilaba lápices, bicolores, plumas, abrecartas, tijeras, cutters–, ya empuñada, trazaba con delicadeza acentos, comas, eliminaba palabras, reemplazaba otras. —El título me parece apropiado –me decía– para tu reseña, pero no para el contenido del libro que comentas (El mundo de Odiseo, de Moses I. Finley). Me entregó las hojas con parsimonia, tal
como era su carácter con los amigos, discípulos y subordinados suyos. –Llévala a captura y que la publiquen en el siguiente número —me ordenó, y sin transición, me preguntó–, ¿ya le pagaron? –No, maestro –le respondí con recato. –Bueno, ahorita lo arreglo. Ese “ahorita”, entonces y para mí, pronunciado por Alí, quería decir en este momento estoy tomando el teléfono, le marco al contador y le exijo que le paguen ya. Cuando llegaba a mi escritorio, timbró el teléfono. Era el contador que, con voz neutra, me ordenaba que subiera a recoger mi cheque. Alí, además de poeta consagrado, sabio editor y crítico contumaz, era una autoridad moral en la casa del Fondo. Otro día en su casa de Juanacatlán. –Maestro, ¿me deja ver su Cristo? -¿Qué tanto chingados le ves? –muy aireado me preguntaba. –Nunca había visto uno enmascarado –le respondía. —Bueno, pasa, pero no toques nada. Caminé hacia la escalera, a la altura del primer
rellano, sobre la pared estaba empotrada la cruz del Cristo enmascarado. La máscara que envolvía su cabeza era de color plata. Sólo los ojos, azul marino, quedaban descubiertos. Mirándote. Al volver a la sala, me preguntaba, vaso en mano: –¿Ahora qué le viste a mi Cristo? –No tiene llagas, ni por su cuerpo escurre sangre –le contestaba, siempre con timidez para evitar sus explosiones de viejo cascarrabias. –Qué más quieres si ya está crucificado, colgando de la cruz, con ese martirio es suficiente. –¿Por qué lo tiene ahí? -En esta casa guardamos la apariencia de los ateos, pero leemos la Biblia con el fervor de los dominicos. De nuevo en su oficina. Un lunes al mediodía pasa caminando muy despistado por mi zona de trabajo. Trae en su mano derecha el número de Azteca recién salido de las prensas. Blandiendo el boletín, me reclama: –Atendiste la puntuación y la ortografía en la reseña, pero dejaste igual su título, ¿por qué no lo corregiste? Aunque siempre procuraba acatar sus observaciones, en esa ocasión me replegué a su instruc-
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Alí Chumacero en el FCE, 2003. Foto: Rogelio Cuéllar
ción pues no me parecía clara ni justa. –En sus indicaciones usted me dejó abierta la posibilidad de cambiarlo o conservarlo. Como autor de la reseña, consideré pertinente mantenerlo pues desde ahí empieza tanto la recensión como la crítica del libro, tal cual usted me lo ha comentado y solicitado en repetidas ocasiones. Me mira, mesa sus canas en una cabellera floreciente a pesar de sus años, azota el boletín contra su larga pierna, ataviada con un riguroso traje gris oscuro. No deja de mirarme cuando me recita con su voz de soprano enclaustrado en una caverna: –Muy bien. Acepto la iniciativa, pero me metiste un gol, cabrón. –Y sin transiciones, como era su costumbre, me pregunta–: Por cierto, ¿ya le pagaron? –Sí, maestro, muchísimas gracias. De nuevo en su casa. Sábado por la mañana. –Maestro, le traje las galeras para su aprobación. –Déjame verlas. Pasa y siéntate en la sala. -Con permiso. -¿Quieres ver de nuevo al Cristo? -No, maestro, hay demasiado dolor en esa cruz. -Acostúmbrate al dolor, todavía te falta mucho por vivir.
-No sé si podré pero lo intentaré. -Toma –me regresa las pruebas de imprenta–. El lunes las entregas, que capturen las correcciones y que manden los archivos a la imprenta. –Así lo haré, maestro. Antes de despedirme, miro sus manos, le pregunto: –¿Qué hace, por qué tiene las manos tan sucias? –Ah, estoy limpiando la máquina de escribir de Mariano Azuela. Algunos mezquinos amigos y mis méndigos enemigos me afirman que no es, pero yo sé que sí fue su máquina. –¿Cómo sabe que sí era? ¿Fue con la que tecleó Los de abajo? –Con ella escribió esa novela y otras más. Me lo dijo su sirvienta. Ella me la vendió. También me chismeó la rutina de trabajo de Marianito. Don Mariano trabajaba de noche, siempre de noche. Después de atender a sus pacientes, hacer la ronda con los amigos y barbear por las tardes a los políticos de la época. Ella me dijo que Azuela la compró en El Paso, Texas. Al regresar de su exilio, se la trajo con ella, bien embalada para que en el trayecto no se maltratara por el bamboleo del ferrocarril. Sólo a la sirvienta le permitía acercarse a su escritorio para sacudir la máquina, nunca para acomodar los papeles ni mucho menos los libros, nadie tenía permiso de hacerlo. Él era el único que metía mano en su escritorio. Ni a la esposa le permitía sacudirle el polvo acumulado. Seguramente el manuscrito texano de Los de abajo fue mecanografiado con esta vieja Olivetti. Y me la señala orgulloso, orondo de su propiedad atesorada. En realidad una reliquia, pero si el maestro no la conservara ya se hubiera perdido entre las inmundicias de la basura. La última vez que la vi conservaba sus teclas y estaba bien lubricada. La limpio de vez en vez –me dice–, pero nunca escribo en ella. Yo soy poeta y respeto el silencio de los difuntos. En las noches de insomnio me siento ante ella y me imagino las figuraciones de Marianito ante la creación de sus personajes y circunstancias: Demetrio Macías, su perro Palomo, la Colorada, las emboscadas de los insurgentes contra los federales. Una cosa me ha intrigado siempre. ¿Por qué no dotó a Macías y sus huestes de una doctrina, una ideología política que aprobara su sacrificio? En cambio, sólo los retrató como unos cuáqueros, meros ladrones de ganado y asaltantes de caminos, unos forajidos sin horizonte político. Te acuerdas, ¿verdad? –Del retrato de los personajes, la trama y los combates, sí, maestro, pero de la orfandad política que menciona no me había percatado. –Bueno, en su momento leerás la novela con otros ojos y un criterio que te permitirá destejer el entramado de la novela, sus implicaciones políticas y sus aportes a la novelística mexicana. ¿La tienes?, ¿no? El lunes me lo recuerdas para que te den un ejemplar de cortesía. Ahora vete a tu casa, que ya es hora de la comida. Me despido. Cuando me alejo escucho que murmura el retrato del sol que pespunta Azuela en Los de abajo: Cuando escaló la cumbre, el sol bañaba la altiplanicie en un lago de oro. Hacia la barranca se veían rocas enormes rebanadas; prominencias erizadas como fantásticas cabezas africanas; los pitahayos como dedos anquilosados de coloso; árboles tendidos hacia el fondo del abismo. Y en la aridez de las peñas y de las ramas secas, albeaban las frescas rosas de San Juan como una blanca ofrenda al astro que comenzaba a deslizar sus hilos de oro de roca en roca.
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Otro lunes. De vuelta a la oficina. Al regresar de mi hora de comida, sobre mi escritorio, alguien había dejado un sobre tamaño esquela, color manila, con la letra del poeta Chumacero. Cuando lo abrí, dentro venía un ejemplar de Los de abajo con una sencilla y pulcra nota manuscrita en tinta negra: “Verifica mi comentario.” Deniz en su tinta. Mientras diagramaban la revista Raíz de Tinta, me manda a recoger un texto con Gerardo Deniz. En un papel membretado con su nombre me anota la dirección y el teléfono del poeta. Me indica, cuando me lo da, que vaya a recogerlo cuando Deniz me lo indique. Acuerdo con el poeta Deniz hora y día para recoger el manuscrito –entonces todo se escribía a mano o a máquina. Llego a la casa de huéspedes donde residía, entre Insurgentes y San Antonio, El Greco, aún en servicio. Toco el timbre. Por el interfón, una voz de soprano pregunta quién es. Me presento y digo el propósito de mi visita. Esa voz pide que lo espere un momento. Cinco minutos después, un señor enorme abre la puerta, el de la voz. Me presento y le digo que vengo de parte de Alí. –Ah, ¿tú eres el enviado de Alí? –Así es. –Bueno, te mandó por este texto. A ti te lo entrego. Me lo saludas. –Yo se lo entrego apenas llegue al trabajo. –Muy bien, muchas gracias. Hasta luego. Deniz cierra la puerta y yo me encamino a Insurgentes para tomar un pesero que me acerque a San Ángel, y de ahí tomar otro a las oficinas del FCE en el Ajusco. Mientras acomodo mis tiliches sobre el escritorio, suena el teléfono. Es Alí. –¿Cómo te fue con el poeta? –Muy bien, maestro, le manda saludos y el texto. –¿Qué dice? –No lo sé, viene en sobre cerrado. –Súbelo. –Aquí tiene. Abre el sobre, saca los folios y los desdobla. Los pone frente a sus ojos y lee. Bisbisea cada renglón. Mientras avanza en su lectura, afirma con un movimiento de la cabeza. Termina de leer. Me los extiende. Leo en silencio el manuscrito, “Alí Chumacero”, de escasas dos cuartillas. Una elegía a la persona y obra de Alí. –Captura el texto –me ordena– y se lo entregas al editor de Raíz de Tinta –donde fue publicado en mayo de 1992–. En su penúltimo párrafo, Deniz solicita: Entre belladonas tipográficas —que él mismo difundía con esa soma propia de un académico portador de tifoideas– era un alivio que Alí Chumacero asomase por la puerta del cubículo ridículo de uno en uno, por aquel Fondo de Cultura Económica demasiado legendario, para ponderar con realismo pluscuamzhdanoviano: —Maestro… ¡mejor hubiéramos sido putas…! Lo cual da para pensar cuando menos durante media vida.
Así era Alí Chumacero. Así lo recuerdo por sus enseñanzas en la lectura y la escritura, su magisterio en la vida, por sus empeños en la crítica. Hubo otros episodios, unos de ira, otros remojados por interminables whiskeys, unos más, muchos más, de benevolencia con los trabajadores a su cargo l
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En la conferencia homenaje a Alí Chumacero, Centro Cultural Bella Época, 17 de junio de 2008. Foto: Yazmín Ortega Cortés/ La Jornada
Semblanza y recuento de la obra y la vida del autor de Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1947) y Palabras en reposo (1956), que bastaron para convertirlo en un referente en la poesía mexicana del siglo XX. Como editor, crítico y reseñista consumado, su obra está ligada a nombres como los de José Luis Martínez, Jorge González Durán, Fernando Benítez, Juan Rulfo y José Gorostiza, y a revistas y suplementos como Tierra Nueva, Letras de México, El Hijo Pródigo, México en la Cultura, La Cultura en México y Revista Mexicana de Cultura.
Xabier F. Coronado ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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La literatura es más amplia y trascendente de lo que la gente se sospecha. Antonio G. Barreda
s común que escritoras y escritores abarquen en su propia obra diversos géneros del frondoso árbol de la literatura. También hay autores que escalan una sola rama de ese árbol literario: poetas, narradores, dramaturgos o ensayistas que concentran su obra en el género afín a sus preferencias y aptitudes. A veces se da el caso de escritores que pese a recorrer diferentes ramas del árbol de las letras son encasillados en una de ellas. En la literatura mexicana tenemos el ejemplo del poeta Alí Chumacero (1918-2010), a quien siempre recordamos ubicado en una rama principal del tronco literario: la poesía. Sin embargo, su obra se extiende a otros géneros ya que publicó abundante crítica y ensayos sobre literatura y arte. El escritor nayarita también cultivaba el discurso, rama menos robusta y frondosa del árbol de las letras que subsiste suspendida en el aire, a merced del viento. Para completar una vida dedicada a la palabra escrita, trabajó durante más de seis décadas ejerciendo el oficio de hacer libros, los frutos del árbol literario.
Poesía, ensayo y discurso Sabemos que la prosa es el arma de la razón, mientras que la poesía es sólo un reflejo del incendio intuitivo. Esto indica que la prosa debe pervertirse con el fulgor de la poesía, y ésta ha de afirmarse en algunos engaños de la prosa. Alí Chumacero
PARA ALÍ CHUMACERO, LA literatura fue una innegable aptitud y un evidente destino. Ese “algo más” que Alfonso Reyes apuntaba como necesario para ser escritor, Chumacero lo reveló en su definitiva trilogía poética: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1947), Palabras en reposo (1956). Obra exigua para algunos, pero de calidad tan reconocida, que concedió a su autor certificación literaria para prevalecer como poeta y convertirse en referente de la literatura mexicana. Alí Chumacero fue bardo de madurez precoz y poesía de intenso fulgor estilista. Completó su obra en pocos años, algo que extrañó a muchos pero que él mismo explicaba sin ambages: “Es mejor dejar una línea perdurable que un grupo de libros que se tire al cesto de la basura.” A pesar de no publicar más libros de poemas después de 1956, Chumacero nunca dejó de hacer literatura. El poeta escribió numerosas reseñas y ensayos sobre el sentido de la poesía, la narrativa y el arte, publicados entre 1940 y 1973, en revistas y suplementos culturales donde participaba como redactor y editor. Una obra, que en su conjunto, constituye una guía razonada sobre literatura y arte, lecturas y autores. Una parte importante de esos textos está a disposición de los lectores en el volumen, Los momentos críticos, recopilado y catalogado por Miguel Ángel Flores en 1987. Todo comenzó en 1940 cuando tres jóvenes escritores de provincias, José Luis Martínez, Jorge González Durán y Alí Chumacero, con el apoyo del filósofo Leopoldo Zea, y el patrocinio de Mario de la Cueva, coordinador de Humanidades de la UNAM, gestaron y dieron a luz la revista Tierra Nueva. Los tres escritores, amigos en Guada-
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LAS OTRAS LITERATURAS DE
ALÍ CHUMACERO
lajara, se habían reagrupado en México donde pronto encajaron en la movida literaria capitalina. Al poco tiempo ya frecuentaban la tertulia del Café París, centro de reunión de artistas y escritores, donde alternaron con reconocidos autores que publicaban en revistas literarias de la época: Contemporáneos, Barandal, Taller poético, Taller y Letras de México. En Tierra Nueva, Alí Chumacero comienza a publicar su obra como poeta y como crítico literario. También se ocupa del formato y se interesa por la tipografía. El poeta desde muy joven es un compulsivo lector que ahora encuentra en la Biblioteca del Congreso –organizada en 1936 por Francisco Gamoneda en el convento de Santa Clara en la calle de Tacuba–, el sitio ideal donde saciarse, “excelente no sólo porque cerraba a las ocho de la noche, sino también porque tenía una repisa llena de novedades. Ahí comencé a leer a los escritores que no había podido conocer en Guadalajara: Novo, Pellicer, Villaurrutia y Owen”. La revista sobrevive hasta 1942, para Chumacero fueron dos años intensos que cimentaron su inclinación literaria. Antes de la desaparición de Tierra Nueva, Octavio G. Barreda invitó a Alí Chumacero a colaborar en la revista Letras de México, donde asiste a Ermilo Abreu en el trabajo editorial. En 1943, se unió al nuevo proyecto de Barreda, la revista El Hijo Pródigo; en ella hace reseñas y publica un ensayo sobre Ramón López Velarde, uno de sus poetas de referencia. Sobre esta época comentaba con ironía: “Me ligué mucho con Octavio Barreda, que hacía la revista, yo la manejé también, estuve en la imprenta, era el esclavo.” En estas tres relevantes publicaciones, donde convergen los Contemporáneos, la nueva generación de autores mexicanos y los escritores españoles exiliados, publica la primera parte de su obra crítica y poética. Cuando las revistas de Octavio Barreda dejaron de salir, Alí Chumacero se une a la estela de Fernando Benítez y, de 1947 a 1964, colabora en sus proyectos editoriales. Primero en El Nacional y la Revista Mexicana de Cultura, donde escribe fundamentalmente sobre poesía, escritores mexicanos, literatura francesa y española. Después lo secunda en su etapa de México en la Cultura, suplemento del periódico Novedades, donde Chumacero publica el grueso de su obra como crítico literario: decenas de reseñas en la sección “Panorama de los últimos libros” y ensayos sobre géneros y autores. La mayoría de los libros analizados eran publicaciones de la editorial argentina Losada y del Fondo de Cultura Económica (FCE) donde trabajaba.
Alí Chumacero en su casa de la colonia San Miguel Chapultepec, CDMX, 1971. Foto: Rogelio Cuéllar
En 1962 vuelve a acompañar a Fernando Benítez en un nuevo proyecto, el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre!, donde colabora hasta 1964. Durante los treinta años que dedica a la labor crítica, Alí Chumacero participó en otras publicaciones: la revista Universidad de México, entre 1946 y 1960, en una sección llamada “Por el mundo de los libros”; en 1961 colabora en la revista Nivel; y hasta 1964 en el suplemento cultural En las Artes, Letras y Ciencias, del periódico Ovaciones, que dirigían Enmanuel Carballo y Alfredo Leal Cortés, donde publicó decenas de artículos, el último con motivo del fallecimiento de Octavio Barreda. Posteriormente, de 1972 a 1974, colaboró en el suplemento cultural de El Universal. También escribió varios prólogos en libros y antologías del FCE.
Los ensayos de Alí Chumacero son, como él mismo apuntaba, de carácter periodístico, “lo que Guillermo de Torre ha llamado, crítica de urgencia, y que Azorín denominó, crítica de actualidad”. Cuando se releen conservan la frescura de una visión literaria lúcida y profunda que fue madurando con la experiencia. El poeta justificaba su pasión por la crítica con estas palabras: “No hay contradicción entre el poeta y el crítico: para escribir poesía se emplea la imaginación, y para escribir crítica se hace uso de la razón y el conocimiento.” La percepción que tenía sobre el ensayo literario, y su trabajo en este género, se resume en estas frases extraídas del discurso de presentación de su libro Los momentos críticos (20/IX/1987): “La crítica es una creación dentro de otra creación, / PASA A PÁGINA 10
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“No hay contradicción entre el poeta y el crítico: para escribir poesía se emplea la imaginación, y para escribir crítica se hace uso de la razón y el conocimiento.” un lenguaje sobre otro lenguaje. La crítica explica y enjuicia: explica desde el punto de vista del autor y enjuicia desde el punto de vista del crítico. Yo nunca fui más allá de la reseña, entre la crítica que explica y la que juzga, elegí desde un principio la primera.” No podemos dejar de lado su comentada reseña, “El Pedro Páramo de Juan Rulfo”, donde Alí Chumacero emitió un dictamen equivocado: “Mi falla con la novela de Rulfo, que ha causado cierta sonrisa, es que al final dije que el libro estaba muy bien pero que no estaban controlados los tiempos […] Pero, advertí, después de todo es la primera novela de Rulfo, ya se corregirá.” (“Entrevista con Mario Bojórquez”, 2006). Por su parte, Juan Rulfo explicaba: “En la Revista de la Universidad, el propio Alí Chumacero comentó que a Pedro Páramo le faltaba un núcleo al que concurrieran todas las escenas. Pensé que era algo injusto, pues lo primero que trabajé fue la estructura, y le dije a mi querido amigo Alí: ‘Eres el jefe de producción del Fondo y escribes que el libro no es bueno.’ Alí me contestó: ‘No te preocupes, de todos modos no se venderá ’.” (“Cómo escribí Pedro Páramo”, Domingo, abril, 1985) Otra falla sucedió en su análisis sobre Muerte sin fin, el poema de José Gorostiza. Chumacero nos lo cuenta con esa chispa de humor que le caracterizaba: “Me equivoqué de tal manera que cuando me encontré con Gorostiza me dio una palmadita y me dijo: ‘Me gusta mucho que mis amigos me digan qué quiso decir lo que escribí.’ Una forma burlesca y muy graciosa de decirme que lo que yo había expresado no tenía que ver nada con el poema.” (Bojórquez, 2006) Tal vez por estas experiencias, el poeta y ensayista hacía esta advertencia a quienes se dedican a la crítica literaria: “Si el crítico dicta cátedra ante los lectores advirtiéndoles que la verdad está de su parte, no debe olvidar que sus aseveraciones serán revisadas por otros críticos, y quizá resulte advertido de que sus reflexiones no fueron certeras.” (“Discurso presentación de Los momentos críticos”). En las últimas décadas de su vida, Alí Chumacero nos ha dejado un buen número de discursos pronunciados en los múltiples homenajes y premios recibidos, en presentaciones de libros y exposiciones de arte. En ese indefinido género del discurso, el poeta declamó textos de gran interés, cargados de estrofas poéticas y axiomas literarios. Sus discursos fueron recopilados por Jorge Asbun Bojalil en el volumen Alas de centella (UAM, 2008).
Tipografía y edición Yo soy más que un escritor, un tipógrafo, un hombre de libros, que hace y lee libros. Alí Chumacero
HAY OTRO ASPECTO RELACIONADO con la literatura en la vida de Alí Chumacero: su labor como editor. Empezó en revistas donde se desempeñaba como tipógrafo y asesor de publicaciones. En 1950 entró como corrector en el departamento técnico del FCE, cuando Arnaldo Orfilia era presidente y Joaquín Díez-Canedo gerente de la editorial. Junto a ellos participó en la edición de los libros de la serie Letras Mexicanas, donde se publicaron las obras de Alfonso Reyes, Mariano Azuela, Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia, entre otros autores. Hay quienes equiparan las obras de Alí Chumacero y Juan Rulfo pues comparten trascendencia y brevedad. Ambos son nacidos en 1918 y mantuvieron una larga amistad. Los dos disfrutan de una beca en el Centro Mexicano de Escritores y coinciden en el departamento de ediciones del Instituto Indigenista, donde trabajan durante un año. También tuvieron una relación de editor y escritor: Chumacero intervino en la edición de los dos libros de Rulfo, cuando el FCE publicó la obra del narrador jaliciense. A este respecto, se propagó un rumor que llegó a convertirse en leyenda literaria: se aseguraba que el poeta ayudó al narrador a organizar y retocar sus textos. Una afirmación desmentida por Alí Chumacero: “Se ha dicho que yo le corregí la novela. Eso es simplemente una graciosa estupidez. Yo no le corregí ni una coma a lo escrito por Juan Rulfo, absolutamente nada. Yo hice la edición como tipógrafo.” (“Entrevista con Leopoldo Lezama”). En 1959, Alí Chumacero es nombrado subgerente del departamento técnico del FCE y en 1962, cuando Díez-Canedo deja la editorial para fundar Joaquín Mortiz, ocupó su puesto como gerente de producción. Una faceta poco conocida de su trabajo es que fue redactor de solapas de los libros del Fondo, sus textos tienen un lenguaje preciso y sugestivo que inducen a la lectura de la obra. Alí Chumacero trabajó en el FCE hasta el final de su vida. En 2008 recordaba: “Desde muy joven trabajé en imprentas; aprendí de todo para formar libros, y ese oficio tan bonito es en el que sigo: corregir un libro, revisar una traducción, calcular un original, en fin, hacer todo el mecanismo de la estructura de un libro y de su hechura misma.” (“Entrevista con Moramay Herrera y Alberto Arriaga”). En resumen, la vida de Alí Chumacero fue de dedicación plena a la literatura: en la creatividad lírica, el ensayo literario, el discurso, y en el oficio de hacer libros dentro del engranaje editorial. También apoyó a jóvenes autores que acudían a él buscando opinión o asesoría. Hubo una constante en su vida que el poeta siempre resaltaba, su inclinación desde niño a la lectura. Para él, esa había sido la clave de su vínculo con la literatura: “De las lecturas surge el escritor como de la piedra, la estatua”. Los libros publicados, reseñados y leídos son los frutos del árbol de la literatura que el poeta, crítico y editor cosechó durante su larga vida. Todos ellos están actualmente a disposición de los lectores en la Biblioteca de México José Vasconcelos donde se encuentra la biblioteca personal de Alí Chumacero, integrada por 45 mil volúmenes que incluyen libros, folletos y publicaciones periódicas. “Más que un escritor soy un lector, de manera que he leído muchos libros y he escrito muy pocos. Esto se agradece. Cuántos lectores quisieran que unos escritores hubieran escrito menos y hubieran leído más libros.” l
Po Resulta interesante detenerse a leer lo que Alí Chumacero decía en sus discursos. En ellos reafirmó su querencia por el arte y la poesía, daba a conocer algún recuerdo o hacía un repaso general del camino recorrido. A medida que pasaban los años, se convirtieron en balances que expresan satisfacción por la vida elegida y consumada. Lo más interesante es que, entre las palabras y oraciones retóricas empleadas para manifestar lo que piensa o siente, el poeta declamaba frases de ritmo poético. De esta manera, en forma de ecos con cadencia lírica, Alí Chumacero dejó trazadas en el aire poemas no escritos que pueden plasmarse en versos y estrofas imaginadas. Muchas veces le preguntaron a Alí que cuándo iba a publicar otro libro de poesía. No se daban cuenta que el poeta seguía trazando poemas en el aire, publicados al viento.
XABIER F. CORONADO
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emas en el aire III
Sabía que cantar el paso del tiempo
La poesía desvanece el misterio de la desaparición.
es contemplar nuestra propia imagen
La misión de la poesía consiste
reflejada en un espejo cuyas aguas
en hurgar en lo más íntimo del hombre
provienen del dilatado caos de la emociones.
a fin de poner de manifiesto la esencia de su espíritu,
Ante el triunfo de lo efímero,
de dar a conocer la serie infinita de olas contradictorias
frente a lo que deja de ser a cada instante,
en que navega la conciencia.
la poesía delimita un área de salvación
(Discurso Doctor Honoris Causa, Universidad de Nayarit)
que nos rescata del amargo sentir que somos mortales entre los mortales. IV
Guardián del ámbito que su pluma dibujaba, Nezahualcóyotl depositó en ese espacio lírico la esencia de su espíritu y el aroma fervoroso de su alma.
El propósito de penetrar en la desatinada realidad
(Discurso entrega Premio Nezahualcóyotl)
se cumple con el deseo de percibir con gracia y buen humor esa realidad suspendida en la tradición de la monotonía. El arte que no habla por sí mismo,
II
que no despierta la imaginación ni mueve la inteligencia a descubrir lo invisible
Desde la juventud la magia de las sílabas contadas
a comunicarse con lo visible,
se insinúa, nos sigue, nos acosa.
con aquello que se desprende del impulso creador,
Es la indefinible acompañante que empieza a estar a
no merece la pena ser expuesto en términos lógicos.
nuestro lado,
El arte de verdad
cada vez más cerca, poco a poco más íntima,
sin que recurramos a juicios o razonamientos,
hasta finalmente sumarse a lo que somos,
se enciende ante nosotros
por lo menos, a lo que ambicionamos llegar a ser.
“como fuego que resplandece en el ojo del hombre”.
El artista lo sabe, lo presiente quien aspira a serlo. Desde los balbuceos de la conciencia a partir de los pasos imprecisos y de los logros de aquello que deriva de sentimientos y experiencias, se advierte cómo el fluir de la pluma condensa algo del proyecto que intentamos reflejar. Ahí se halla el punto de arranque, el comienzo del viaje que con decisión y perseverancia hemos de conducir hacia su término. (Discurso Doctor Honoris Causa Universidad de Nayarit)
(Discurso homenaje a Byron Gálvez)
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30 AÑOS DE POESÍA EN BLANCO MÓVIL
Del río que corre. Poesía en Blanco Móvil a través de 30 años Libros del Marqués, México, 2018. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Francesca Gargallo Celentani SI ASUMIMOS QUE la poesía es una expresión del pensamiento y las emociones que mejor representan el sentir de una época, la oportunidad de revisar los poemas que durante treinta años fueron escogidos por una revista de literatura como Blanco Móvil nos acerca al transcurrir de dos generaciones de intérpretes de su tiempo. Del río que corre. Poesía en Blanco Móvil a través de 30 años (Libros del Marqués, México, 2018) es definido “una granada” por Carmen Boullosa en el prólogo porque, como la fruta del paraíso coránico,
está compuesto por rubís, es decir, por joyas. Desde el poemaepístola “Refuerzos” de Juan José Gurrola a Juan Vicente Melo, publicado en el número 5 (diciembre de 1985), donde se formulan las preguntas más directas acerca de la vida que continúa, hasta “Taxonomías” (número 127, diciembre de 2014) donde Antonio Deltoro interpela la definición de Dolores Castro para cuestionar a los pálidos del ocio, los abúlicos que desfallecen en la palidez del deseo, en Blanco Móvil se ha articulado una historia de la poesía que es la historia de personas, países, posiciones estéticas y políticas. ¿Un condensado de emociones, un desplegado de fragmentos del mundo? “El poeta no duerme/ viaja por la cuerda del tiempo” sostenía en 1989 Francisco Hernández, un hombre que encarnó la dejadez extrema del refinamiento, el perfectamente vestido que nunca se baña ni tiene casa, el poeta de la palabra exacta que habla del abandono urbano en una pasión que todo mundo sabía ficticia. Francisco Hernández era el último de una estirpe, el pálido pregonero de la extrañeza del mundo que se transforma, que no deja asidero, que implica un cambio: no acaso escribía en el umbral del fin del mundo bipolar, cuando el olvido se apoderó de las esperanzas y desdibujó el porvenir. Floriano Martins le hizo eco con unas pérdidas preciosas, enojado y feliz de que con el feminismo la mujer también muera, musa que no se pertenece porque despierta los sueños húmedos del poeta, mientras Perla Schwartz bendecía a las amas de casa y sus tribulaciones consabidas y Minerva Margarita Villareal se despedía del amor como destino. Se ha escurrido el tiempo también sobre los poetas brasileños, entre las palabras de Paulo Leminki, el perro loco que sabía que el amor no es más que materia prima para la poesía; por debajo del boliviano Eduardo Mitre que insiste en creer que el nacido es apóstol. Y por los versos cubanos de Marilyn Bobes, delicada en conjurar su mala fama, de Reina María Rodríguez, próximas al viento de unas aspas cortantes en días de dudas, de Zoé Valdés que pronto se volvería famosa como narradora.
Libre de las obsesiones por los lugares consagrados, las ciudades capitales o por los grupos más visibles de poetas, el director de Blanco Móvil, Eduardo Mosches, ha mantenido la alerta por la poesía de lo imperceptible, los fuegos de las provincias, los colectivos cuestionados por la cultura políticamente correcta, los exilios de José Antonio Cuadra, columpiándose entre el amor a la patria y el deseo de ser extranjero, las metáforas del comején que encarna la mentira del futuro posible para Eliseo Diego, el grito chicano ahogado de Mario Uribe y la voz chicana que conmina a no titubear de Tino Villanueva. Durante treinta años Mosches ha sido el patriarca que protege a los suyos, el tío de todos los sobrinos, el defensor de una ética política que pasa por darle la palabra a quien debe defenderla y el amante que no duda de la importancia del arte poético como territorio no sólo de la rebelión y el consuelo, sino propiamente de la vida que vale la pena agotar. Ahí donde la voz se levanta para decir lo vital y las palabras construyen moradas improbables para la paz y las liberaciones de toda tristeza y opresión, Eduardo investiga, lee y publica mapeando el paso del tiempo, las amistades y las afinidades. Le duele el miedo al encuentro de la boca y el beso en la poesía de Mairym Cruz Bernal, reporta la plegaria del poeta viejo Hjalmar Flax deseoso de pagar el precio del consuelo, pero sobre todo reconoce el cambio de las expectativas utópicas cuando Frida Varinia vivisecciona el presente de principios del siglo xxi donde “todos somos violentos/todos somos adictos/ codependientes / con los mismos apellidos”. En efecto, “La noche mexicana a veces huele a sangre/o a sacrificio”, como recuerda Bernardo Ruiz, pero es debajo de sus puentes donde José Ángel Leyva recoge las luces de neón, las sombras de multitudes, el vaho de su voz. Con los trabajos de los amigos, los recuerdos de las amigas y las descripciones de los maestros, Blanco Móvil vence la resignación y el cansancio de los abúlicos recogiendo voces. Sí, haciendo que las voces nunca acaben.
En nuestro próximo número
LOS REINOS PARALELOS: NOVELA Y VIOLENCIA
EN EL MÉXICO CONTEMPORÁNEO
Gustavo Ogarrio
Arte y pensamiento
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Artes visuales Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx
Felipe Ehrenberg, un artista todo terreno EN LA GALERÍA METROPOLITANA de la UAM (Medellín 28, Col. Roma Nte.) se presenta hasta el 28 de julio la exposición ¡La última y nos vamos! Homenaje a Felipe Ehrenberg, como parte de la conmemoración de su primer aniversario luctuoso. Tuve el privilegio de recorrer la muestra en compañía de Santiago Espinosa de los Monteros, director de Artes Visuales y Escénicas de la UAM, quien fuera amigo cercano y profundo conocedor del trabajo del celebrado neólogo que, como queda patente en esta exhibición, se movió a sus anchas y como pocos en todos los terrenos de la creación: pintor, dibujante, performer, videoasta, instalador, actor de cine, poeta, crítico, editor y, más allá de todo eso, fue promotor cultural, activista social, y hasta Agregado Cultural en Brasil entre 2001 y 2006, actividad que después consideró con su infalible ironía “el performance más largo” de su historia. Esta exposición, curada por al artista visual Víctor Muñoz y la que fue compañera de Ehrenberg hasta el final de sus días, Lourdes Hernández, no pretende ser una retrospectiva, sino apenas una “probadita” por demás exquisita del vastísimo –diríase inabarcable– universo ehrenberguiano, y la oportunidad de ver su trabajo de los últimos años. La exposición da inicio con un pequeño autorretrato de Felipe realizado a lápiz sobre papel en 1955, cuando tenía doce años de edad; un “caramelo”, como bien señala Santiago Espinosa para referirse al dibujo sutil y delicado que contrasta con otros dos autorretratos de trazos expresivos, pintados con lápices de colores, ejercicios espontáneos que ya barruntan el prodigioso dibujante que fue. De esos años se muestran también
dos fotografías en las que vemos al hermoso adolescente desnudo jugando con barro, literalmente “con las manos en la masa”. De ahí, el recorrido lleva al visitante por distintos estadios de la creación del neólogo, guiados por textos de la autoría de Lourdes Hernández y citas del propio artista que arrojan luces sobre las variadas y complejas obras que proponen múltiples lecturas. En sus trabajos tempranos realizados en Londres predominan las intervenciones en fotografías, revistas u objetos que indistintamente arrojan comentarios críticos con el humor y mordacidad que caracterizan toda su creación, así como registros fotográfícos de sus acciones. De especial belleza sugestiva son las cinco piezas tituladas Concomitancias que reviven el arte postal que practicó ampliamente en los sesenta y setenta, estos últimos enviados en 2013 desde Brasil a México. Dentro de una vitrina que se antoja especialmente íntima, se presentan dos piezas singulares: una se titula Hecho a mano y consiste en un largo rollo de papel en el que alcanzamos a ver unas huellas impresas con sangre de su torso que resultaron de un performance que llevó a cabo en Los Ángeles en 1995. A su lado, un pequeño dibujo que garabateó en una carpeta la noche anterior a su muerte mientras disfrutaba en el televisor de la película Children of men, de Alfonso Cuarón. Llaman poderosamente la atención las piezas de la serie Factor
El senador
Rh que presentan un collage de imágenes que hacen alusión al meme con mensajes mordaces e incisivos de una feroz crítica político-social. Por primera vez se presentan juntos los veintiocho portentosos dibujos de la serie Dr. Jekyll y Mr. Hyde en los que deslumbra la finísima calidad dibujística. En un tono radicalmente opuesto, cautivan los dibujos de la serie Pas de deux, acompañados de un testimonio filmado en el que Felipe explica en un un perfecto portugués cómo concibió estas joyas que son la representación de los cuerpos desnudos y entrelazados de él mismo y de su modelo, plasmados in vivo en pleno acto erótico que él iba dibujando con una línea fluida y precisa. La belleza y sensualidad de estas piezas es sublime. Su última obra de gran aliento es el tríptico titulado Caminata. Tengo para mí que esta fue una meditación sobre la vida en su inminente premonición de la muerte. Vida y muerte, Eros y Tánatos, se abrazaron a lo largo de toda su creación. Y Felipe permanece vivo porque celebró la vida en su creación y siempre se rió de la muerte.
Concomitancias
Bitácora bifronte Ricardo Venegas
Creadores y política cultural EN DÍAS PASADOS personal de Cuauhtémoc Blanco, a cargo de la señora Margarita González Saravia, sostuvo una reunión (a puerta cerrada, pues al parecer sólo invitó a sus amistades) con creadores y promotores culturales, a la cual no asistió Blanco. En dicha reunión se dieron cita no sólo artistas e intelectuales, también estuvieron presentes funcionarios del gobierno de Graco Ramírez, buscando su reacomodo. Sobre este particular, ciudadanos y artistas realizaron la petición de que los funcionarios del nuevo gobierno, designados en cargos directivos, sean morelenses, por nacimiento o adopción, pero que demuestren tener una residencia de por lo menos diez años en la entidad y una probada aptitud para la responsabilidad que les sea asignada (currículum, trayectoria y méritos). “Si tuviéramos que
decirlo en pocas palabras diríamos que urge limpiar las instituciones. Se emplea a gente de otros estados y se desemplea a los morelenses.” En Morelos, como en otros estados, es preocupante la lista innumerable de irregularidades que la Secretaría de Cultura deja (decesos de creadores por falta de pago, plagios de proyectos por parte de funcionarios y amigos de éstos, opacidad en el manejo de los recursos, nepotismo…). Una parte de los estímulos a la creación ha sido repartida entre amigos, conformando capillas y clubes que acaparan los apoyos asignados a la creación. Es una pena que en su búsqueda de un reconocimiento local y efímero no hayan realizado aportes significativos. Sobre este tema, los que suscriben solicitan que a la hora de asignar los apoyos se revise la lista de los creadores beneficiados consecutivamente durante las gestiones de Marco Antonio Adame Castillo y de Graco Ramírez, a fin de que no sean los mismos nombres los que aparezcan y se otorguen de forma equitativa y transparente; entre un creador y un vividor hay un abismo de diferencias, acotan. “Ese pequeño grupo, repetimos, no representa a la comunidad artística de Morelos. Es un acto de corrupción que quienes tienen amigos en los jurados disfruten casi de manera consecutiva de los estímulos que son producto de los impuestos de los ciudadanos. Por
tratarse de dineros públicos se debe rendir cuentas a la ciudadanía.” El texto del manifiesto finaliza diciendo: “Queda en sus manos conformar un equipo incluyente en el que las mayorías trabajemos en beneficio de la producción artística y cultural del estado.” Sin duda, un tema de prioridad para el país.
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JORNADA SEMANAL 8 de julio de 2018 // Número 1218
Arte y pensamiento
Tomar la palabra Agustín Ramos
Por obra y gracia A Florencia Blancas y a Olga Sabido Ramos, con gratitud EN LAS ELECCIONES cada quien se portó como debía o como quiso. Con ello, por primera vez en la historia, pudo cumplirse en paz la voluntad mayoritaria. Sería apresurado medir el alcance futuro de este cumplimiento pero es más prolongado aún el pasado que circula en las venas de esta voluntad. Y todo sin romper un vidrio, al menos por parte de quienes ganaron. Porque lo resienta quien lo resienta y se arrepienta quien se arrepienta, unos ganaron de calle y otros perdieron hasta la identidad. Y así las cosas, los mapaches se transforman en ardillas y como buenas ardillas acumulan provisiones por si se acaba la era de dinosaurios gordos, pontífices sumos, chayotes y agandalles. Aquí no se está hablando de buenos ni de malos sino de lo único práctico incontestable tras una confrontación: vencedores y vencidos. Una mayoría histórica de votantes en México salió a ejercer su derecho y lo hizo como se le pegó la gana, pasándose por las chaparreras los consejos de quienes desde los tiempos de Porfirio Díaz han tenido la palabra y han ostentado la inteligencia, no por méritos propios sino merced a su empinarse ante el príncipe para agenciarse la tribuna, el altar, el trono y el dorado saber y cultivar.
Contra ellos y contra los amos de ellos, la gente-gente impulsó el principio de una aurora. Su acto no pasó por las palabras –actrices y actores saltaron esas trancas usufructuadas y antepuestas por quienes se califican a sí mismos de liberales, demócratas, modernos y cosmopolitas. Pasó sin permiso del boletín oficial que un memo sacristán quiere hacer pasar como arte y pensamiento. Pasó hablando los lenguajes de diario, las mortificaciones de siempre, la duda caótica de ser. Pasó sobre augurios guajiros y miedos mediáticos. La gente-gente, esa arrasadora mayoría, restituyó su dignidad al abuelo y al padre. Sin tanto hablar, parando oreja y subiendo antena, se hizo tapia y tejabán, cortina de lluvia. Estuvo en lo que estaba y fue yendo a lo que iba (hablo de la mayoría de la mayoría del sesenta y tres y tantos por ciento de votantes mexicanos). Voy y vuelvo, dijeron. Y dejaron de lado la inmundicia emitida desde el púlpito, a través del micrófono, en la magna cátedra de saliva y papel. Olvidaron o se
sobrepusieron a la intimidación que por una u otra vía los alcanzó y a la desmoralización de nueve décadas de garrote electoral, cañonazos de millones en efectivo y de balas orondas que comprobaban su impunidad ante instituciones acobardadas y venales. Voy y vuelvo, dijeron las madres y las madres de las madres y las madres de las madres. Y volvieron con su canasta llena de país, de un país vivo y dispuesto a hacer y deshacer por obra y gracia de su voluntad. ¿Triunfó la izquierda o la derecha? Ser de izquierda o de derecha sólo consiste en asumir modos de ver, pensar, sentir…, hasta completar un razonamiento casi total que conforma una ideología, una creencia, una cosmovisión. Digo “casi total” porque excluye la acción, la práctica viva de cada momento o de períodos históricos. La división coyuntural deriva finalmente en bueno y malo, bonito y feo, conveniente e inconveniente, altruista y egoísta, simpático y antipático, ejemplar y deplorable y, en la sima de la postverdad, lo correcto y lo incorrecto. Porque aquí se está hablando de política y esta división sólo parece útil para efectos políticos, efectos que aun con sus puntos, matices y franjas intermedias, lo encasillan a uno forzándolo a encasillar al otro. Por eso, para mayor exactitud en la acción política y en la valoración de ésta, más que la clasificación dual quizá sería preferible saborear a fondo el pan de cada día y analizar con rigor las barricadas que la historia levanta con puntualidad, imponiendo al individuo y a su colectividad una elección entre lo que quiere y puede o lo que por temor debe, entre permanencia u olvido, razonable obediencia o santa voluntad.
Biblioteca fantasma Eve Gil
Dodó en la bruma SE PRONUNCIA DODÓ, pero el pseudónimo del poeta chino Li Shizheng (Pekín, 1951) no tiene que ver con el dadaísmo, corriente con la que se le relaciona: es el nombre de una hija muerta a los cuatro años por causas no especificadas, posiblemente desnutrición. O hambre. Duo Duo vivió de principio a fin la llamada Revolución cultural de Mao que, entre otras cosas, se propuso anular toda influencia extranjera, muy especialmente la occidental. Enviado a un campo de reeducación en Baiyngdian, donde los intelectuales, en particular –y para el régimen “intelectual” era un poeta o un médico– debían trabajar bajo las órdenes del campesinado en labores que exigían el máximo esfuerzo físico. Fue una bendición que Duo Duo coincidiera con otros cuatro escritores –Gen Zi, Mang Ke, Bei Dao y uno que no se menciona, Gu Cheng, que asesinó con un hacha a su mujer para luego ahorcarse– y conformaran la llamada generación de Poetas brumosos. El libro Promesas. Poesía escogida, traducido por Ming Di y Sergio Eduardo Cruz (Valparaíso, México, 2016), recoge un par de poemas de aquella época, que debió representar toda una aventura escribir y, más, preservar, y en los que se alude a la ausencia de intimidad, el campo, el ejército, el color rojo, la anemia, la muerte y un disimulado anhelo de libertad, expresado con los términos más inofensivos: “y caminan lenta, gentilmente entre la lluvia,/ de la misma manera que un
paciente pela una naranja […] Empiezan a volverse felices/ y arden./ Déjalos ser. Déjalos [...]” "Cohabitando", 1976). Duo Duo es uno de los muchísimos intelectuales declarado conspirador por hablar sobre la represión de Tiananmen en 1989. Ofreció declaraciones para la BBC, pero ya con un vuelo reservado con fecha 4 de julio rumbo a Londres por el propio gobierno británico. Los especialistas han localizado en aquellos poemas “ingenuos” vínculos intertextuales con Marina Tsvetaieva y Sylvia Plath, lo que lleva a concluir que Duo Duo estaba familiarizado desde entonces con lo que Mao más corajudamente combatía. Más adelante, cuando su poesía adquiere cierto aliento ensayístico, escribirá varios homenajes para Borges, “Él no tiene vista, pero es todo lo que vemos”. En su único libro publicado en español hasta la fecha se advierte un largo salto temporal entre 1976 y 1986, así como un contenido político más explí-
Li Shizheng
cito, vinculado con aspectos familiares: “Él quería arreglar relojes/ como si hubiera tenido una premonición:/ que debía corregir un error/ que ya había sido corregido por el tiempo:/ y todos hemos caído/ en unos agujeros que se proclamaban ‘liberados” (“Mi tío”). Vivió también en Holanda y Canadá, pero a diferencia de la gran mayoría de los escritores chinos que se han visto forzados a emigrar, como el Nobel de Literatura 2000, Gao Xingjian, considerado francés por escribir en esa lengua, Duo Duo continúa escribiendo en su lengua materna. Otro detalle que lo diferencia es que se le peticionó regresar a China, en 2004, con su pasaporte holandés, para ser honrado por la joven generación de poetas. Su intención era regresar a Europa tras el homenaje, pero fue convencido para permanecer en territorio chino, en calidad de profesor de una pequeña universidad de la región de Hainan, conformada por diversas islas y donde se practican en libertad religiones como el budismo, el islamismo y el catolicismo. La preciosa visión de la diosa Guang Ying, misteriosamente parecida a las vírgenes renacentistas de nuestra cultura, debió cautivarlo. Eso, y el que uno de sus poetas adorados, Su Dongpo (1037-1101), fue exiliado justo en esa isla. Duo Duo, que ya gozaba de prestigio en Europa y parte de América, se convirtió en el primer poeta chino en obtener el Premio Internacional Neustdadt de Literatura, patrocinado por la Universidad de Oklahoma, en 2009. Estados Unidos es el país donde más se le ha estudiado, por lo que no debe extrañarnos que haya llegado con relativa facilidad hasta nosotros. Gregory B. Lee, su traductor oficial al inglés, escribió un libro donde se develan algunos misterios: China: década perdida.
Arte y pensamiento
JORNADA SEMANAL 8 de julio de 2018 // Número 1218
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Bemol sostenido Alonso Arreola
@LabAlonso
Muy estimada secretaria de cultura BIENVENIDA AL CARGO. Le contamos que hace unas semanas asistimos al debate organizado en la sala Roberto Cantoral para que representantes de los candidatos a la Presidencia –entre ellos usted– mostraran sus planes de cultura en caso de salir victoriosos. Aunque sabemos ya el nombre de nuestro nuevo presidente y el sentido general de su propuesta, pensamos que las ideas nacidas allí deben seguir en pie. Aquí algunas de ellas. Primero está la inaplazable separación de la secretaría de Hacienda de la de Cultura, pues ha sido terrible la manera como el gobierno utiliza a múltiples instituciones para fiscalizar y maltratar a los artistas. La curaduría y programación de eventos y espacios culturales ha llegado a laberintos insondables, pues se les exige el alta en padrones de proveedores de bienes y no de servicios, lo que golpea la naturaleza de su hacer. No se trata de evadir controles de calidad o impuestos, pero todo se ha agravado en un ambiente de desconfianza paralizante. Ejemplo: los propios burócratas interesados en contratar a los artistas les exigen inventar falsas licitaciones para “comprobar” que su proyecto es el “más barato”. Como nos dijera hace poco uno de ellos: “los artistas deben entender que para el procedimiento burocrático son iguales a proveedores de papel de baño”. Eso debe acabar.
Por otro lado, no hay una cultura de la Evaluación. Luego de que terminan festivales, ferias, ciclos y cualquier tipo de producción –pequeña, mediana o grande–, los responsables institucionales parecen darse vacaciones mentales para reiniciar una nueva planeación que soslaya graves despilfarros e incumplimiento de objetivos. Nos ha tocado vivirlo con delegaciones mexicanas en distintos países, así como en festivales internos (Cervantino, ferias del Libro…). Aunque muchos artistas llevan a cabo estas evaluaciones con sus propios equipos, al compartirlas parece que mordieran la mano que los alimenta y por ello prefieren entrar al juego de la simulación (con tal de no perder invitaciones ni prebendas). Eso debe acabar. Ello nos lleva al punto de la corrupción. Sí, la famosa palabra. Como es un hecho que el sector cultural siempre es golpeado con recortes presupuestales y no conviene auditar-agitar esas aguas de perfil rebelde, los intermediarios pagados, los compadrazgos y el nepo-
tismo están a la orden del día. Eso por no hablar de las jugarretas con bancos e instituciones que guardan dineros asignados por la Federación a diferentes plazos (30, 90, 120 días), generando intereses que desaparecen entre escritorios; o la costumbre cada vez más común de pagar actuaciones con dinero en efectivo, a la manera del narco. Eso debe acabar. Otro asunto abordado en la Cantoral fue el de la seguridad social para los artistas. Sí, hay que generar criterios y estructuras y la creación de incentivos fiscales para el desarrollo de mecenazgos en la iniciativa privada. En un mundo de fondeos colectivos online y en un país tan dinámico, esto es perentorio. Igualmente creemos esencial desarrollar en el sector público lo que estados como Jalisco han aprendido en torno a las industrias creativas y a la manera de sanear sus finanzas convirtiendo el asistencialismo artístico en una relojería sustentable, que compromete felizmente a las audiencias y que contribuye a una educación humanista. Esto independientemente de que se exija un presupuesto digno para la Secretaría de Cultura. Finalmente, el eterno asunto de la descentralización; algo relevante cuando el turismo y el boom gastronómico pervierten a las comunidades necesitadas, sobre todo indígenas. No podemos rendirnos ante los visitantes y su sacrosanto dólar. Hay que respetar a las culturas e involucrar artistas locales, impulsar escuelas de iniciación y fortalecer las normales de maestros, imprescindibles para la paz futura. En fin, estimada secretaria de cultura. Hay mucho más en el tintero, pero para esto alcanzó el espacio. La estaremos observando. Buen domingo. Buenos sonidos. Buena semana.
cierto es que muy pronto se convirtió en eso que ha sido desde su origen –al menos para los ojos externos–: nada más que la otorgadora anual del Premio Ariel. Diversas causas impidieron durante una temporada que el galardón fuese entregado, lo cual sumió a la Academia en un ostracismo difícil de romper; tanto, que aún es la fecha en que sigue pesándole, y esto último no sería mayor problema de cara al público masivo, al que poco o más bien nada se le pierde en la AMAAC –ni siquiera cuando vienen los Arieles, por desgracia–, pero sí es grave cuando la propia comunidad cinematográfica es la ignorante ora involuntaria, ora por sospechas y desdén más o menos justificados en otros tiempos, de lo que hace, pero sobre todo de lo que ha dejado de hacer esa Academia. Por todo lo anterior es saludable –en la doble acepción de la palabra– que con el presidente actual, el cineasta Ernesto Contreras, haya comenzado a suceder lo que la presidencia anterior de la Academia fue forjando: las puertas abiertas, la inclusión, el diálogo, en este caso, en primerísimo lugar consistente en la disposición para escuchar al otro y, más en específico, a quienes no formamos parte de la Academia pero sí de la comunidad cinematográfica. Con-
cretamente, hace poco el presidente de la AMAAC convocó a la crítica cinematográfica nacional a dialogar y aunque, como dijera un clásico, no estaban todos los que somos ni somos todos los que estábamos, aquello rindió frutos: puede avizorarse una apertura aún mayor y pudo constatarse el propósito de subsanar aquello que genera suspicacias arielescas, así como la intención de darle a la Academia una presencia, una relevancia y una capacidad de interlocución para interactuar e influir en sus pares institucionales a favor del cine mexicano. Si algo ha caracterizado el discurso académico desde hace décadas es la pugna por lograr eso justamente, mejores condiciones para la cinematografía nacional. La diferencia consiste en dos elementos sobre todo: la actitud de la Academia misma y, por una venturosa vez, en el entorno sociopolítico, que deberá traducirse en el ambiente cultural. De lo último habla más que bien algo que circula en redes: hay que preguntarle directamente y que responda sin ambages Alejandra Frausto Guerrero, quien será la próxima secretaria de Cultura –entidad de la que depende el IMCINE–, qué tan cierto es que se hará ley un aumento al 30 por ciento del tiempo mínimo de exhibición del cine nacional; que aumentará el tiempo mínimo de exhibición a dos semanas; que habrá incentivos fiscales para exhibidores que cumplan lo anterior, y que desde educación básica se incluirá una materia de apreciación de las artes.
Cinexcusas Luis Tovar
@Luistovars
Informe para una Academia SE TOMA EN PRÉSTAMO el encabezado del célebre texto en el que Frank Kafka, con la ironía finísima que lo caracteriza, le da voz a un miembro nuevo de la Academia que, entre reflexiones alusivas a su condición pasada y la presente –la previa de chimpancé, la actual de hombre–, en un momento dado suelta lo siguiente, para que la Academia entienda que son muchos los asuntos en los que, académicos o no, somos iguales todos: “…a todo el que anda por la tierra le cosquillea el talón: tanto al pequeño chimpancé como al gran Aquiles”. Más de una idea kafkiana –y olvídese aquí el sentido dado habitualmente al adjetivo– del Informe aplica bien para este informe, un millón de veces más modesto, dirigido a la institución que refiere así el comienzo de su historia: “Establecida para promover la difusión, la investigación, la preservación, el desarrollo y la defensa de las artes y ciencias cinematográficas, la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas AC (AMAAC) se constituyó el 3 de julio de 1946.” A sus setenta y dos años de edad recién cumplidos, la AMAAC ha sido un poco de todo: en sus comienzos, en plena época de cinematográficas vacas gordas, fue punto de convergencia y organización de un gremio cuyos componentes no acababan de entender que la defensa de sus intereses comunes se vería beneficiada por la entidad recién nacida, y quién sabe hasta qué punto habrá logrado en aquel entonces el propósito, pero lo
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JORNADA SEMANAL 8 de julio de 2018 // Número 1218
Ensayo Ricardo Guzmán
Tom Sharpe y el nuevo sistema penal Una novela inglesa, profundamente inteligente y sarcástica, sobre la policía y sus torpezas procesales, sirve de marco para esta severa reflexión sobre la reforma penal en México. ENTRE LA AMPLIA PRODUCCIÓN de Tom Sharpe (Inglaterra, 1928-2013), la novela más famosa es Wilt. Su éxito dio para cuatro secuelas, adaptaciones al cine, al teatro y al audiolibro. Este autor cómico encontró en el personaje del profesor Henry Wilt el mejor modo de burlarse de una sociedad británica, donde la sociedad esconde mucho sobre temas familiares, educativos y, sobre todo, policíacos.
La farsa como exposición La anécdota central del primer libro de Wilt es la desaparición temporal de la esposa de Wilt, por haber confiado en una pareja de estadunidenses intelectualoides, y cómo la policía intenta inculpar a Wilt. La maestría de Sharpe en lograr personajes y situaciones absurdos, pero verosímiles, es manifiesta. Henry Wilt sufre en su casa a la esposa más ingrata imaginable: abusiva, mandona, corta de inteligencia y de una fortaleza corporal comprobada por Wilt y cuantos le rodean. Wilt sufre en su trabajo de profesor a un alumnado ingrato, procaz y capaz de frustrarlo en sus intentos de hacer llegar la obra de Proust o Golding a los plomeros que van a cursar sus materias, pero también sufre a un profesorado donde los conceptos de empatía laboral, capacidad académica y organización escolar son tan inexistentes como en muchas de nuestras escuelas mexicanas. El tino de Sharpe se da tanto en las situaciones como en diálogos y personajes. La esposa, siempre en busca de algo que le dé un poco de emoción a su aburrida vida, ha pasado por todas las actividades imaginables, además de ser una esposa insoportable, y de tratar de adherirse a grupos de personas que le den un poco de estatus social. Así, cae con la ninfómana Sally y su sometido esposo Gaskell, quienes la llevan a una fiesta donde Wilt terminará borracho, rechazando las demandas sexuales de Sally y humillado por ésta al dejarlo en el piso del baño, desnudo y con una muñeca de plástico para recreo sexual. La esposa creerá a Sally que Wilt trató de tener relaciones sexuales con ella y lo deja para irse de paseo con los esposos, en el yate que Sally ha robado, para terminar encallados en
un paraje perdido. Para exorcizar sus enojos, Wilt tiene el tino de echar la muñeca inflable al agujero de la construcción junto a la escuela donde trabaja. Por error, los trabajadores echarán toneladas de hormigón en el maltrecho juguete sexual y todos supondrán que era una persona. Mediante extraños mecanismos de asociación, la policía terminará por suponer a Wilt el asesino de la esposa que no aparece por ningún lado. El largo tramo para que ella vuelva y se conozca la verdad se traduce en una burla sostenida sobre la policía y sus limitaciones conceptuales y operativas. Además de evidenciar un sistema escolar compuesto por burócratas e inadaptados, incapaces de ser una oferta escolar acorde a las necesidades sociales.
La policía y sus investigaciones A pesar de que Wilt habla con los investigadores para exponerles toda la verdad, ellos no le creen. Y conste que, a diferencia de los policías mexicanos que gustan de los interrogatorios “científicos” (golpes con directorio telefónico para no dejar huellas visibles), los policías de Sharpe son totalmente respetuosos de la integridad de Wilt. Claro, el detalle de tenerlo por una semana en interrogatorio, para no dejarlo dormir y ver si cae en contradicciones, se parece. Entonces Wilt comprende que los policías son más tontos y necios que sus alumnos regulares (plomeros, yeseros, etcétera) y se burla de los investigadores, llevándolos a confiscar miles de embutidos, a sacar el hormigón y a decirles cómo llevar la pesquisa. La incapacidad policíaca para comprender cuándo el detenido les dice verdad es proverbial: son tan autosuficientes que sospechan siempre del incul-
pado. Hacen competencias entre ellos para ver qué oficial puede hacer caer a Henry, pero terminan siendo ellos los sometidos. El poder del conocimiento y del diálogo que Wilt ha adquirido durante los años en que le han negado el ascenso como profesor, le sirven para lidiar con la policía. Al final, es un intelectual que domina a los funcionarios que nunca comprenden cuándo parar la línea de investigación: es la confrontación de una sociedad culta contra su policía (al revés de México). Wilt siente repudio por los intelectualoides que “se reían para oírse reír y exhibían una sensualidad que nada tenía que ver con los sentimientos ni siquiera con los instintos, que procedía de una imaginación mezquina y de una lujuria mimética” y esos falsos sabios son la correspondencia de una policía arrogante y abusiva. Los policías de Sharpe nos resultan cercanos por representar la estulticia gubernamental que más tememos: la que nos deja en indefensión ante los inmisericordes delincuentes. En lo aparentemente inevitable, Sharpe nos ofrece la risa para compensar.