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■ Suplemento Cultural de La Jornada
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■ Domingo 9 de octubre de 2016 ■ Núm. 1127
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■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
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Dos centenarios españoles:
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Camilo osé ela antonio Buero ValleJo
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BueRo Vallejo y el teatro como realismo simbólico, XaBieR F. coRonado • Miguel gutiéRRez: un peruano en los reinos del tiempo y la memoria, luis guilleRMo iBaRRa
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octaVio Paz y el misterio de la vocación
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De la pared urbana al muro de Facebook
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Luis Guillermo Ibarra
Miguel Gu Es verdad que Camilo José Cela mantuvo posturas y actitudes
un peruano en los reinos de
“ante las que no podemos sentir sino vergüenza ajena”, pero también lo es que el Premio Nobel de Literatura 1989 y Premio
EL PASADO 13 DE JULIO, POCO ANTES DE CUMPLIR 76 AÑOS, MURIÓ EL POLÉMICO ESCRITOR PERUANO, AUTOR DEL ENSAYO LA GENERACIÓN DEL 50. UN MUNDO DIVIDIDO Y LAS NOVELAS UNA PASIÓN LATINA Y LA MONUMENTAL LA VIOLENCIA DEL TIEMPO, ENTRE OTRAS OBRAS.
Cervantes 1995 es autor de una vasta e insoslayable obra literaria que figura entre lo mejor que España ha generado en las décadas más recientes. Muchísimo menos conocido pero igualmente fundamental para las letras hispánicas fue el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, autor de una treintena de obras, entre ellas Historia de una escalera, La funda ción y Las trampas del azar, reconocido entre muchos otros premios con el Cervantes en 1986 y el Nacional de las Letras Españolas en 1996, cuatro años antes de su muerte. Con los textos de Ricardo Bada y Xabier F . Coronado celebramos el centenario de dos autores disímbolos en sus posturas pero reunidos por el tiempo y el contexto.
Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
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uera del Perú, Miguel Gutiérrez resulta un escritor casi desconocido. Incluso en su país natal hay un sector de intelectuales que siente incomodidad ante su nombre y prefiere reservarse comentarios ante cualquier alusión a su obra y sus ideas. Por suerte, son más los escritores de las nuevas generaciones y los agradecidos lectores de la región andina para quienes las ideas radicales de Gutiérrez, las apologías en el pasado hacia personajes como Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, sus errores y aciertos en la espinosa rueda de la política, no han sido motivo para menguar el aprecio y la admiración a una obra de relevancia incalculable en la literatura latinoamericana. Con el tiempo se ha entendido que no se puede tirar por la borda todo ese periplo de ideas y andanzas de Gutiérrez, y que cercar de una manera purista el análisis de su obra sería verla desde una perspectiva sesgada e incompleta. Estos elementos que conforman la personalidad del escritor sugieren una biografía rica en vivencias, de una sinceridad y una cabalidad moral que está muy por encima de los entreguismos fáciles y las hipocresías de algunos que han desdeñado, sin ningún sustento, su obra. Su percepción intensa de la vertiginosa historia de Perú, repleta de violencia, corrupción y contradicciones, de giros en sus proyecciones económicas y políticas, al igual que la de muchos de nuestros países latinoamericanos, le permitió organizar una materia viva que tocaría, con el paso del tiempo, las más altas cimas del arte de novelar, al implicar “al individuo, a la sociedad, a la historia”, “al mundo humano en todas sus facetas”. Nacido en Piura en 1940, Gutiérrez tuvo tiempo de revisar muchas de sus posturas. Si bien les arrancó sus gestos de rebelión, jamás las despojó de la pasión necesaria de ese ejercicio crítico y urgente para un país aprisionado en las ruinas de su violencia y su corrupción. Creyente, en un principio, del hoy tan devaluado ejer-
cicio sartreano de la literatura de compromiso, matizó poco a poco las exigencias del arte literario, considerando siempre esa necesidad de penetrar en la realidad social e histórica que le tocaba vivir a cada escritor. Gutiérrez siempre reconoció, sin ningún titubeo, que el género de la novela era el que brindaba de manera completa esta posibilidad. Con el descubrimiento de Crimen y castigo, de Dostoievski y Los perros hambrientos, de Ciro Alegría a los trece años, cambia su vida. Descubre que su vocación será el antiguo ejercicio de contar historias. La novela se convierte en “una especie de interrogación del mundo”. Para efectos de disociación entre el mundo de las ideas y los canales de la ficción novelesca, Miguel Gutiérrez explicaría tiempo después: “las ideologías te ofrecen certezas finales y nosotros no tenemos certezas definitivas”, mientras que la novela plantea “incertidumbres entre los seres humanos”. El camino de Miguel Gutiérrez, como el de muchos escritores de su generación, finca sus raíces en una fuerte formación y creencia en las ideas marxistas. A propósito de esa época y el contexto con respecto a las ideas que se desarrollaron, vale decir también que en los años sesenta, la producción editorial en el Perú era limitada. Los que se quedaron en el país, la mayoría de los escritores que no tuvieron la posibilidad de echar mano del sueño de los escenarios europeos, como lo harían Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique, redoblan su ejercicio imaginativo y creativo para llevar a cabo proyectos literarios y culturales en su propia tierra. Desde los márgenes profundizan en las problemáticas sociales del país y del mundo; para ellos no hay provincias descartadas para interpretar y describir las nuevas condiciones y contrariedades de la vida contemporánea, sobre todo de Latinoamérica. La senda a seguir por Miguel Gutiérrez la demarcan estas condiciones. Del lado de las batallas, al lado los perdedores y de las geografías de los desheredados de la
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Portada: Dos de cien Collage digital de Marga Peña
Directora General: C armen L ira S aade , Director: H ugo g utiérrez V ega (†) , Jefe de Redacción: L uiS t oVar , Edición: F ranCiSCo t orreS C ó r d o Va , a L e y d a a g u i r r e r o d r í g u e z y r i C a r d o y á ñ e z . Coordinador de ar te y diseño: F r a n C i S C o g a r C í a n o r i e g a , Diseño de portada y dossier: m arga P eña , Diseño de Columnas: J uan g abrieL P uga , Relaciones públicas: V eróniCa S iLVa ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a Le Jandro P aVón , Publicidad: e Va V argaS y r ubén H inoJoSa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
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tiérrez:
el tiempo y la memoria Fuente: leeporgusto.com
tierra, proclamará la libertad como un ejercicio constante. Gutiérrez, junto a Augusto Higa, creador de breves y memorables novelas como Gaijin, Oswaldo Reynoso, Antonio Gálvez Ronceros y Roberto Reyes, funda en 1966 el Grupo Narración. Junto a ellos conjunta fuerzas para perseguir estos objetivos de lucha. Desde la presentación de su tesis de licenciatura, Estructura e ideología en Todas las sangres, con la que concluye sus estudios de letras en la Universidad Mayor de San Marcos en 1967, y la publicación de su primera novela El viejo saurio se retira, dos años después, bosqueja sus visión crítica y literaria que con el paso del tiempo irá madurando. Gracias a la interacción generacional quedarán marcas imborrables en la obra de Gutiérrez. A pesar de la separación del grupo, ocurrida en la década siguiente, y de los caminos diversos que siguió cada uno de sus integrantes, jamás abandona los elementos esenciales de una propuesta estética y social en la literatura. La principal propuesta del Grupo Narración, la de elaborar una literatura “esplendida técnicamente y decidida ideológicamente”, la ejercita hasta los planos expresivos más extremos del lenguaje literario. La espera, la experiencia del tiempo y de ese lector infatigable que daba la impresión de haberlo leído todo, son los mejores aliados del escritor. La mayor parte de su obra llega en el camino de la madurez. Casi dos décadas después de su primera novela, publica el valioso ensayo La generación del 50. Un mundo di vidido (1988) y la novela Hombres de caminos (1989), en la cual bosqueja ya una parte de la genealogía familia de los Villar. Entrada la última década del siglo xx , este hombre rebelde y de ideas radicales sorprende al mundo literario con La violencia del tiempo (1991). Después de diez años de agotador trabajo, Miguel Gutiérrez se exhibe como un creyente de las épicas de gran aliento. En una época vapuleada ya por el imperio de la imagen y de la inmediatez, tiene la osadía de publicar una novela de mil 42 páginas. Partidario de la tradición, pero sobre todo de una nueva lectura de la tradición, no descarta para su novela las modalidades más variadas del lenguaje y las estructuras formales más opuestas. El brillo y el brío del arcaísmo decimonónico van de la mano de las exploraciones del inconsciente, del monólogo interior y de otras sugerentes fórmulas vanguardistas de la novela.
En la La violencia del tiempo, Miguel Gutiérrez no sólo vuelca todas sus relampagueantes obsesiones ideológicas, históricas y estéticas: con esa obra se convierte en el sorprendente doctrinario, pero a la par en el libre e imaginativo narrador de una nueva visión del mestizaje y los mitos en Latinoamérica. Al filo de la novela total y la novela abierta y fragmentada, se escuchan las resonancias de la muerte, las genealogías del pasado remoto y del presente de una región que se expande en un profundo diálogo de ideas y
El camino de Miguel Gutiérrez, como el de muchos escritores de su generación, finca sus raíces en una fuerte formación y creencia en las ideas marxistas.
divergencias a lo largo de Perú, Latinoamérica y Europa. Por eso mismo no puede dejar de ubicarse La vio lencia del tiempo como una relevante reflexión sobre la historia y la memoria. Gutiérrez no se olvida en ningún momento del efecto que ha tenido el archivo en la producción de la narrativa latinoamericana –como bien lo muestra Roberto González Echevarría en su libro Mito y archivo–, efecto que ha construido una tradición ya imborrable. Dentro de esas historias genealógicas de la novela surgen por doquier los silencios que vuelven a escucharse, el archivo y los cuadernos que otorgan vida a las huellas enterradas del pasado, el “reino del tiempo” en el que “primaba la divergencia” y una “discordia perpetua”. Otras novelas, como Confesiones de Tamara Fiol (2009) y Una pasión latina (2011), y ensayos como Ce lebración de la novela (2006), dieron cuenta también de su inagotable capacidad literaria. El pasado 13 de julio, con tres cuartos de un siglo de vida recorridos, murió el polémico escritor Miguel Gutiérrez, creador de una obra que nunca dejó de explorar los reinos del tiempo y la memoria
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La belleza y la música
Colina del hombre
Juan Domingo Argüelles
David Noria I En la colina del Pnyx no hay por qué correr, aunque Zeus llueva o el Pireo se agite.
La belleza En esta vida breve y transitoria no se puede pasar como si la belleza no existiera. Lo dijo, según dicen, un poeta menor, que es todo cuanto dijo, para siempre, y luego se murió. Entre tanta viscosa repugnancia, la belleza que arroba y resplandece es lo más parecido a lo divino. Gózala y agradece. Es un don, simplemente. Nadie puede decir que la merece.
Al atardecer en la Pnyx cumplirán con su deber aunque Zeus llueva o el Pireo se agite. Ciudadanos: el poeta, el pescador, jornalero o rico señor, el que los campos labora en el sol, un orador.
Para mi hijo Juan, en medio de la música Maldito sea yo, que no sé tocar ningún instrumento. Carlos Edmundo de Ory
Déjala que vibre, siéntela en todo el cuerpo y en toda la extensión de lo que te hace humano. Nada se le compara: ni el color ni el volumen, e incluso son muy pobres las pálidas palabras para alcanzar la gracia del son del corazón. No hay nada más humano que la música, nada más sobrehumano
El mármol se confunde con el suelo. La blanca disciplina, el verdor agrio nos acogen otra vez tras largos siglos. Incansable blanco, incansable olivo. II
La música
Escuchamos la música, pero también la vemos, la palpamos, la sentimos materia en su hondo palpitar, en su íntimo ser que a veces es sereno y otras veces un éxtasis de arrebato y pasión.
Hemos venido a decidir en este día: asambleas de seriedad, régimen viril. Seducimos con el cuerpo y la palabra. Las voces son aladas entre amistad y repulsión.
que la música: en ella se concentra lo humano y lo divino: lo que trasciende y va más allá de lo humano. Schopenhauer no se equivocó: “Puede acabarse el mundo, pero nunca la música”. Déjala que vibre, percíbela infinita con todos tus sentidos. Podemos prescindir de todo lo demás, pero no de la música. Déjala que vibre, déjala, nada más: sucede como es, existe porque existe, incluso a tu pesar, es decir pese a ti: pese al rapeo infame y al sordo reguetón.
A esta colina del hombre sólo se puede llegar a pie. III Aquí está permitido ser humanos y hablar entre nosotros, o cantar; si hay quien miente aunque pidamos verdad –nada se oculta a nuestros juzgados– hay castigo a la impiedad. Forjamos nuestro hado. Ateniense, tenías roca mas, ¿a qué sirve la roca sin idea? Concreto, tu mundo fue velozmente realizada idea, como si hubieras sabido el matiz fugaz, el precipitado recorrido de los sueños de las sombras. Así, el trecho de una vida –extrañamente corto– debía bastarte para obrarlo todo, para lograr o destruirlo todo. IV Voltea al oriente, descubre el templo y reza: Atenea, “protectora de los muchachos, ella nos defienda y nos ampare, ella nos guíe, ella nos fatigue y nos repose”. Pnyx, Atenas
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9 de octubre de 2016 • Número 1127 • Jornada Semanal
Octavio
Paz
y el misterio de la vocación José María Espinasa Foto: Carla Zarebska
EL LIBRO DE ÁNGEL ALBERTO ADAME HABLA DEL ESCRITOR, POETA, ENSAYISTA Y DIPLOMÁTICO AUTOR DE EL LABERINTO DE LA SOLEDAD.
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ntre los varios libros que el centenario de Paz ofreció a los lectores revisando la obra del gran escritor, uno reciente es curioso, un tanto anómalo y realmente muy interesante: El misterio de una vocación (Aguilar, México, 2016). Su autor, Ángel Gilberto Adame, abogado de formación y notario de profesión, nos ofrece una sucinta pero acuciosa investigación sobre algunos puntos de la biografía de Octavio Paz. No se trata de un libro de crítica literaria y sus afanes están lejos de ser exhaustivos, pero en cambio sí se quiere preciso y concluyente con relación a ciertos puntos a veces conflictivos –como el divorcio con Elena Garro o la renuncia o puesta a disposición en 1968 de su cargo de embajador en India. El título me hizo pensar, cuando lo adquirí, en que se ocuparía de los años juveniles de Octavio Paz, en la década de los treinta, y aunque no se limita a esas fechas sí es ese período el más novedoso en su enfoque, secamente documental: nada que no tenga un documento que lo pruebe se consigna. A mí me gusta mucho más la posición reflexiva e interpretativa, aunque –y en el caso de Paz es frecuente– se comentan con frecuencia atropellos en contra del más obvio sentido común. Uno de los puntos que está lejos de ser agotado es el despertar vocacional de Paz y las relaciones con su generación en aquellos lejanos años de la postrevolución mexicana. Aun sabiendo que el tema es inagotable, pienso que la relación con los Contemporáneos aún tiene mucha tela de donde cortar y que la primera época como editor de revistas –de Barandal a El Hijo Pródigo– es otro tema que da para mucho. Es precisamente en relación con esto último que el libro de Adame es inapreciable: de sus páginas se puede partir para una análisis más detallado de lo que significó ese período para Paz, y de cómo vivió la relación con sus estrictos contemporáneos, en la reconstrucción de una generación que se fragmentó y a la que ahora la crítica empieza a tratar de reconstruir. Sus amistades juveniles, su nacimiento a la escritura, las desgracias familiares, el amor con Elena Garro son, por más que se defienda la autonomía de la obra respecto a la biografía, seminales en la formación del carácter de un escritor que, visto en retrospectiva y en el marco
de aquellos años marcados por el nacionalismo y con la sombra de la violencia aún presente, hoy se nos presenta como casi un milagro. Para los biógrafos del poeta es evidente que el momento medular para ese milagro es su viaje a España, donde traba conocimiento de lo mejor de la cultura, no sólo de habla española sino del mundo, a la vez que amplía su perspectiva y su ambición como creador. México no terminará de agradecerle la manera en que abrió, primero desde lejos –casi treinta años fuera del país con regresos intermitentes– y luego ya entre nosotros, el horizonte reflexivo y creador de una nación fácilmente susceptible a la comodidad de la autosuficiencia provinciana. Ese es otro tema de reflexión: qué pasó entre él y el exilio español después de que se acaba El Hijo Pró digo, ya que la relación, fundamental como mencioné, si bien nunca se rompe sí se enfría. Adame, como en una foto de familia, nos retrata a los amigos de Barandal, a sus compañeros de la preparatoria, nos describe documentalmente su paso por la Universidad, sus escarceos con la política, las relaciones familiares. Dos momentos son notables: la reconstrucción de la figura de José Juan Bosch, el amigo anarquista que, al suponerlo
muerto, le llevó a escribir “Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón”, anécdota que había tomado casi visos de leyenda y que Adame baja a la prosaica realidad. Ni modo, ese es el trabajo del biógrafo. El otro capítulo importante, aunque breve, es el dedicado a Rafael Vega Albela, amigo suicida en la juventud de Paz y cuya influencia parece ser muy impor tante en él. A través de los pocos poemas que se conocen de Vega Albela, y con un tipo de reflexión no documental sino literaria, deberíamos hacer un esfuerzo por recuperar el tono y la atmósfera en que nace la vocación de Paz. Los trabajos sobre Revueltas y Huerta que se han realizado son importantes, pero no bastan, habría que ir a autores menos conocidos –Neftalí Beltrán, Alberto Quintero Álvarez, Margarita Michelena– pero con los cuales Paz, tal vez, sentía más empatía. Eso es a lo que incita la notable foto que se reproduce en la portada del libro: ubicar a Paz en medio de un grupo, no para rebajar su condición excepcional sino para entenderla mejor. Esa condición profesional de Albela –la de notario– le da unas armas particulares para construir su libro: no juzga, deja constancia. La interpretación es siempre un segundo paso y sabe que, si lo da sin haber dado el primero, se cae. Por eso es probable que la zona de oscuridad que rodea en parte a la década de los años treinta con relación a Octavio Paz –a pesar de los esfuerzos de Enrico María Santi, Guillermo Sheridan, Enrique Krauze y Christopher Domínguez Michael en iluminarlo, probablemente por tratarse de segundos pasos– se tenga que “alumbrar” y no iluminar, dado que el propio Paz parecía poco interesado en ella. Así, El misterio de la vocación es un tipo de libro que parece estar compuesto de notas a pie, o al margen, de escolios. El notario registra sociedades eventuales, “escribe escrituras” de propiedad. Avala a su tomar nota la paciencia y el cuidado, la fundación del archivo. No aspira, sino en segundo término, a crear funciones simbólicas; su trabajo, si se me permite estirar el juego lingüístico, propone bases legales a la legitimidad, legitimidad que sin embargo antecede a la legalidad. El trabajo de Ángel Gilberto Adame está llamado a ocupar un lugar importante en la bibliografía sobre nuestro gran poeta
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VOZ INTERROGADA
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Veinte años de rebeldía operística Fuente: prackcervantino.blogspot.mx
entrevista con Amelia Sierra Blanca Villeda García
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melia Sierra (Ciudad de México, 1971) cumple veinte años como cantante de ópera, pero también ha realizado una intensa labor docente, tanto en la Escuela Superior de Música como en el Conservatorio de Celaya. Pedirle que hable de su historia con la música es como exigirle una pieza difícil pero hecha a la medida de su voz. En la secundaria República de Bolivia, de Azcapotzalco, el profesor de música Pastor Cardoso hizo las pruebas para entrar al coro. Amelia fue la única que cantó “Las mañanitas” con voz impostada. “Tú eres contralto. Siéntate ahí, estás en el coro”, le dijo. Amelia recuerda con emoción: “Ese día nació mi voz.” El coro mixto grabó un disco, ganó un concurso y se presentó en Bellas Artes cuando Amelia tenía once años. Después pasó por el gubernamental Coro de la Juventud, del Crea, y tuvo presentaciones, pero le molestaba “estar cantándole al presidente y a su comitiva”. Luego entró al coro del CCH Naucalpan, dirigido por Guillermo de Mendía, quien la colocó primero entre las sopranos y después la clasi ficó como mezzosoprano. Ella no podía creerlo. El maestro Cardoso le había explicado que las mezzosoprano son voces de terciopelo que acarician como violoncellos: “Yo jamás pensé que sería eso”, recuerda. De Mendía la preparó para el examen de la Escuela Nacional de Música, pero fue rechazada porque tenía “voz de cancionera”. Había descubierto el Canto Nuevo y quería interpretar como Mercedes Sosa. Pero no se rindió. Por eso se identifica con los estudiantes rechazados: “Deberían tener derecho a una educación pública con calidad como a mí me tocó. Es mi lucha como maestra.” Además, Cardoso le dejó otra enseñanza: “La ópera nació en Florencia como un movimiento revolucionario. Claudio Monteverdi juntó a poetas, arquitectos y otros artistas; se inspiraron en el teatro griego y armaron la estructura de solistas, coro y orquesta como una reunión de todas las artes. Monteverdi quería que en
toda Italia hubiera teatros al aire libre para que el pueblo escuchara. De este acto de rebeldía nació la ópera.”
–¿Y ese director te explicó cómo hacerlo? Cuando un director te pida algo, debe decirte cómo. Tú no eres una mezzosoprano. ¿Cuántas voces hay como la tuya en México? LA FUERZA DEL DESTINO –Muchas. –No creo que en México ni en el mundo haya tres omo ganó varios concursos y obtuvo excelencomo tú. tes críticas desde su juventud, Amelia Sierra “Sus palabras me dieron mucha seguridad –comencreó expectativas de éxito internacional: ta Sierra–. Estuve ocho días en su curso, terminamos un “La gente siempre esperó que yo me fuera del país, viernes y el sábado hacíamos un concierto. Me pregunpero empecé a dar clases y me costó mucho trabajo tó sobre mis planes y le conté que iba de vacaciones a dejar a los alumnos. He pasado mucho tiempo tratanVenecia, donde tenía un amigo pianista.” do de descifrar la técnica para poderla enseñar. Ramón La respuesta de Cossotto: “Qué pianista ni qué nada; Vargas quiso apoyarme; también Joan Dornemann, la ven a mi casa el lunes.” Y le dio clases una semana más: gran coach del Metropolitan; pero yo no alcanzaba “Cantábamos todos los días la Santuzza, de La forza del a entender el alcance de las cosas. El miedo mayor fue destino, hasta que aprendí el mecanismo. Sus palabras la falta de dinero.” me dieron seguridad, dirección y empecé a entender Con dedicación mejoró su reconocido talento y en más la pedagogía y la voz.” 2011 dio un trascendente paso: “Hice el cambio a mezAun así, Sierra continúa su carrera en México: “Hay zosoprano. Me llevó quince años aprender el repertogente que sale del país y otros nos quedamos. Y hay días que parecen más difíciles, pero yo he aprendido que son nuevas experiencias y que un día voy a cantarlas. Si no tuviera historia no podría cantar nada.” El 19 de junio, cuando la policía federal reprimió a los maestros en Nochixtlán, Oaxaca, Amelia Sierra iba a participar en la celebración del centésimo natalicio de Carlos Jiménez Mabarak (1916-1994) al cantar en su ópera Misa de 6, que se grabaría por primera vez. Comprende la dimensión social del hecho, pero confiesa que le afectó en lo artístico porque ya se había adentrado en el personaje. De todas formas, uno de sus mayores éxitos de este año es el homenaje que le rindió el estado de Oaxaca el pasado 12 de agosto por sus veinte años de trayectoria. “En el 97 llevamos ópera a Oaxaca, después de cincuenta y tantos años. PosteriorFuente: YouTube mente Patricia Martínez empezó a hacer un festival y yo iba a cantar. Después me dijo que si podía llevar La bohéme, donde yo hacía Mimí. Le rio de soprano y en sólo tres tuve que aprenderme pedí a Bellas Artes la producción, la montamos aquí y el de mezzo soprano. Me fui a Italia para estudiar con la presentamos allá. Después llevamos más óperas. HaFiorenza Cosotto, la mezzosoprano favorita de Kace unos ocho años el maestro Javier García Vigil, que rajan, que fue la Santuzza de todos los tiempos en la dirigía la orquesta sinfónica de allá, me invitó a hacer Cavalleria Rusticana.” un concierto y dijo que Oaxaca le debía mucho a AmeEse encuentro fue capital. Cossotto le dijo: lia Sierra. Me conmovió mucho. –Tú eres una soprano. “Estoy agradecida por estos veinte años de profe–Sí, maestra. Sólo quiero pasar al repertorio porque sión y porque soy una sobreviviente de mí misma. He me lo recomendaron en México. aprendido la pedagogía y sigo feliz trepada en el esce–¿Y quién te recomendó pasar a mezzosoprano? nario. Mi amor es la docencia y mi amante es el escenaA través del tiempo tu voz va sufriendo cambios, se va rio. Cada que hago una ópera es como si estuviera de ajustando porque es un instrumento vivo. luna de miel con mi amante, siéndole infiel al aula. Me –Mis agudos empezaron a estar diferentes y un disiento con esa energía, como volver a nacer.” rector me dijo que no giraba.
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Alessandra Galimberti
De la pared urbana al muro de Facebook:
Facebook de Espacio Zapata
cambio y permanencia en la difusión cultural LA RIQUEZA DE LA VIDA VIRTUAL, A VECES CONTRASTA CON LA REALIDAD.
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ientras uno camina plácidamente por las calles de Oaxaca, puede fácilmente ir tomando el pulso de la vida cultural de la ciudad a partir de todos los carteles que, pegados en las paredes, anuncian los eventos pasados, presentes y por venir. De este modo se entera uno, por ejemplo, de la recopilación de leyendas zapotecas, recién presentadas en la Biblioteca Andrés Menesterosa; de la proyección de Dunas, de Jodorowsky en la cantina Garibaldi, a la vuelta de La Parisina donde se curte la historia cotidiana de las madres oaxaqueñas; del maestro Raúl Herrera que inaugura una exposición de lienzos en tinta china en la galería Arte de Oaxaca; de Mare, la rapera, que cantará en el zócalo en apoyo a los maestros; del ya tradicional martes de poesía desde hace quince años en La Nueva Babel; del Museo de Filatelia donde se presentará Mono Blanco; del taller de serigrafía popular en el Espacio Zapata (puerto de entrada y salida de los stencileros combativos); de Amparanoia que, de gira mexicana, ofreció una tocada íntima en Tutuma (antes de que el municipio llegara y lo clausurara); del coloquio sobre comunalidad, identidad y autonomía en la Jícara; del Instituto de Artes Gráficas que mostrará más de cuatrocientas piezas de la colección del gran Carlos Monsiváis; de las clases de malabares a las cinco de la tarde en la ExEstación del Ferrocarril y, en la noche, el toquín de la banda Re-mixes con músicos balcánicos y el newyorkino Steven Brown; de la última coreografía de la bailarina Laura Vera en el Teatro Juárez o de la plática sobre el maguey y el mezcal en el Cuish, en pleno corazón del arrabal. Así, día tras día, los diferentes espacios de cultura (grandes y chicos, consolidados y emergentes, privados, públicos e independientes) promueven sus actividades por medio de carteles impresos en papel, a color o en blanco y negro, tamaño tabloide, con diseños gráficos variopintos, y fijados a las paredes con cinta
canela o transparente. Se los ve en diferentes puntos clave, tales como las esquinas de gran tránsito peatonal, como puede ser el cruce de Morelos y García Vigil, ahí donde se ubica la Bamby, panadería de toda la vida (conchas, corbatas, trenzas, banderillas, besos y chilindrinas), antecesora de los recientes expendios chics de pan francés (croissant y pain au chocolat). Se pueden ver también en el lado externo de negocios particulares e instituciones varias, como la ya desvencijada puerta de madera del Instituto de Humanidades de la uabJo , en la principal arteria urbana. Se los encuentra igualmente en el interior de recintos y establecimientos, en lugares signados específicamente para ello: al fondo del iago, donde están los baños, paso inminente de todos; al pie de la escalera que conduce a la sección de libros en La Proveedora Escolar, negocio fundado en 1949 por el profesor Ventura López Sánchez o, incluso, en ciertas cafeterías que, temprano en la mañana, se ven abarrotadas por los urgidos del primer café del día. La totalidad de estos carteles pegados aquí y allá dotan a la ciudad de una fisionomía socioestética particular. A la vez, el mismo acto de pegarlos (separar el que se va a fijar del gran paquete enrollado bajo el brazo, desplegarlo, voltearlo, acomodarle los pedazos de cinta cortada previamente con los dientes, ubicar un hueco disponible, colocarlo, deslizarle encima la palma de la mano para que adhiera perfectamente, quedarse frente a él unos segundos en contemplación antes de recoger bártulos y seguir camino hasta la siguiente parada) constituye en sí un ritual que confirma a quien lo realiza su pertenencia activa a la urbe: no solamente como un eslabón indispensable dentro de la cadena del proceso cultural, sino también como sujeto que se apropia del espacio público o semipúblico y contribuye a la constante mutación del paisaje urbano. Sin embargo, el auge de las redes sociales virtuales está modificando paulatinamente estas prácticas de promoción e intervención cultural. Muchos, especial-
mente los promotores carentes de recursos, se van replegando, supliendo la calle por la computadora, y la pared –la de cal, cantera, adobe o pintura– por el muro de Facebook. Los carteles de papel en la vía pública van consiguientemente disminuyendo de manera progresiva. O, mejor dicho, filtrándose, en tanto permanecen y prevalen los afiches de las instituciones culturales que sí cuentan con la holgura económica suficiente para diseñar, imprimir, pegar y pagar. Menos costosas, más rápidas, con la posibilidad de interactuar con los seguidores a través del “me gusta”, “comentario” o “compartir”, las innovaciones tecnológicas están abriendo sin lugar a dudas una gran veta de opciones y oportunidades de difusión y visibilización a la par que, cómo no, de trampas y espejismos. El antropólogo Carlos Reynoso afirma al respecto que, a pesar de la aparente democratización del progreso, éste no construye las bases de una sociedad igualitaria. Todo lo contrario. ¿Será? Por lo pronto, todos (gestores independientes, creadores, grandes instituciones privadas, instancias públicas y espacios alternativos) cuentan hoy en día con sus propias páginas de facebook que alimentan constantemente con sus respectivas ofertas culturales, traduciéndose ello en una rica vida cultural virtual: creación y consolidación de múltiples y entrecruzadas comunidades de interés y circulación e intercambio (mañana, tarde y noche) de información e invitaciones a conciertos, talleres, exposiciones y demás. Empero, paradójicamente, sucede luego que cuando uno acude físicamente al lugar del evento, en vez de las treinta y siete o cincuenta y dos o sesenta y cinco personas que clickearon “me gusta”, hay sólo seis o diez o quince, a no ser que la actividad tenga lugar en el claustro del portentoso y dominico Exconvento de San Pablo –recuperado, restaurado y operado por la Fundación Harp Helú– donde siempre, siempre, hay aforo lleno…
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Ricardo Bada
Cela
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“CAMBIARON LA CARA Y EL TALANTE” DE LA LITERATURA ESPAÑOLA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX.
n este año se cumplen los centenarios de un poeta, un prosista y un dramaturgo espa ñoles que le cambiaron la cara y el talante a la literatura de su país tras el sangriento paréntesis de la Guerra civil. Fueron ellos, respectivamente, Blas de Otero (15/ iii /1916), Camilo José Cela (11/V /1916) y Antonio Buero Vallejo (27/ix /1916). No me considero capacitado para hablar de Blas de Otero, no tengo uñas para esa guitarra, pese a que adoro su poesía y nunca se me olvida un poema suyo que tiene bastante más carga política de lo que parece a simple vista: “Por el cielo pasa/ un avión a reacción,/ ¡qué cabrón!” Pero sí puedo contar algunas cosas de los otros dos.
LOS OFICIOS DE CAMILO
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i amistad con Camilo José Cela, como muchas otras de las que he hecho a lo largo de la vida, comenzó por medio de unas cartas. Le escribí desde Colonia/Alemania, desde la Radio Deutsche Welle, donde me desempeñaba como redactor, a su dirección de la Real Academia de la Lengua, consultándole sobre si podíamos usar una palabra que no figuraba en el dignísimo diccionario de la misma. La respuesta, que no se hizo esperar, ni es apta para menores, resolvió nuestra duda. A partir de entonces, aún más que antes, no me ha preocupado nunca usar palabras no registradas en los cementerios del idioma: me basta con que expresen lo que quiero decir y conque todo el que me escucha o me lee, entienda lo que quise decir. Años después, en ocasión de su primera visita a Alemania, lo conocí personalmente y, al muy poco tiempo, en otra visita que hizo a este país, el entonces embajador de España me pidió que me desempeñara como acompañante de Cela durante su estadía en Bonn y Colonia. De manera que durante tres días fuimos y vinimos de aquí para allá, compartiendo almuerzos, cenas, paseos y largas, larguísimas conversaciones que fraguaron una amistad sin sombras. Una amistad de la que yo fui el único beneficiario, porque Camilo me trató siempre con una generosidad y un afecto insólitos, que nunca supe cómo reciprocarle. Buena prueba de esa generosidad y ese afecto es el ejemplar artesanal de un libro suyo que me envió dedicado, un libro cien por ciento hecho a mano e ilustrado a todo color con unos dibujos de Pablo Picasso. Y sépase que si lo llamo Camilo, a secas, sé que puedo llamarlo así porque así me lo exigió, igual que me
impuso el tuteo que yo, por respeto, estuve negándole al principio. Siendo ya Premio Nobel, en 1990, en San Lorenzo de El Escorial, durante los cursos de verano de la Universidad Complutense, me descubrió asistiendo a unas conferencias acerca del castellano en Estados Unidos, e ipso facto me secuestró (no encuentro otra palabra) hasta su mesa del comedor principal y el círculo de sus amigos más íntimos. Tres años más tarde, Camilo extremó su deferencia hacia mí hasta el punto de dedicarme un artículo muy divertido, con esa prosa suya que es uno de los pocos lujos que se ha permitido el idioma castellano en el siglo xx . Hablaba allí de los Ricardos que le resultaban conocidos, Ricardo Corazón de León, Ricardo Wagner y el legendario arquero del mejor seleccionado de futbol de todos los tiempos, Ricardo Zamora, para terminar refiriéndose a su amigo Ricardo Bada, quien lo había representado en Hamburgo, en una ceremonia donde la tertulia literaria El Butacón lo distinguió con la Copa de la Amistad. Por mi parte, también yo le rendí un homenaje poco habitual, que fue resumir en uno solo, como si se tratase de uno nuevo, titulado Vagabundo al servicio de España, sus cinco libros de viajes por el país. Una tierra, la suya, que recorrió casi íntegramente a pie y escribiendo y publicando sus impresiones de andariego impenitente, legándonos entre ellas un clásico del idioma, su magistral Viaje a la Alcarria. Y ya que estamos en ello y acabo de decir que esa prosa suya es uno de los pocos lujos que se ha permitido el idioma castellano en el siglo xx , me gustaría redondear estos recuerdos con la mención de La familia de Pascual Duarte, Pabellón de re poso, La colmena, Mrs. Caldwell habla con su hi jo, San Camilo 1936, Ma zurca para dos muertos y Cristo versus Arizona. Se trata de novelas de una vitalidad nunca vista hasta enton-
ces en la anémica narrativa española de la postguerra, pero además demuestran que Camilo jamás se encasilló en un solo género, sus registros abarcan toda la gama de la narrativa de su siglo. Y en una prosa incomparable, dicho sea en el sentido más literal de la palabra. No quiero ni puedo, naturalmente, cerrar los ojos ante la evidencia de que en el pasado de Camilo existieron capítulos que no hablan nada bien acerca de su persona y de su carácter, y páginas publicadas ante las que no podemos sentir sino vergüenza ajena. No hablo tanto de su dedicación al menester de la censura, que en España lo ejerció incluso un poeta de los menos sospechosos en lo moral: Gustavo Adolfo Bécquer. Hablo, claro está, de su ofrecimiento, en carta autógrafa, para actuar como delator. Hablo, claro está, de su contubernio con el dictador venezolano Pérez Jiménez, embolsándose una sustanciosa cantidad de dólares a cambio de escribir una novela ambientada en aquel país: La catira. Por todo ello y por su irreductible arrogancia, no demostrando jamás un arrepentimiento, Camilo fue una persona muy discutida, controver tida y desdeñada. Le reprochaban una malsonancia, una vulgaridad y una avidez que eran como sus señas de identidad exteriores, sin advertir que eran al mismo tiempo las que permitían distinguirlo de tanta ñoñería, tanta corrección y tanto esnobismo rastacuero que son actualmente las marcas más visibles de una profesión vendida con armas y bagajes al Estado protector y a la industria editorial. De ninguno de estos dos peligros necesitó salvarse Camilo. Cuando aparecieron ya se había aupado por encima del resto de la trib u , e j e rc i e n d o s u i n a l i e n a b l e derecho a continuar por su cuenta y riesgo la picaresca del Siglo de Oro. Y al llamarlo pícaro le estoy rindiendo nuevamente homenaje: Camilo fue el lazarillo de Tormes que sacó a la literatura española de las tinieblas del franquismo. Ese fue su oficio y es por ello quizás que uno de sus mejores libros se titula así: Oficio de tinieblas. Camilo José Cela, en su viaje a la Alcarria
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Dos centenarios españoles:
y Buero Vallejo LA LUZ DE BUERO VALLEJO ENTRE LAS SOMBRAS
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l 10 de febrero de 1949, en el Teatro Morosco de Nueva York, se estrenó La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Allí llegó a las tablas, por primera vez, Willy Loman. Inolvidable, para todos los amantes del teatro, la acotación escénica inicial: “Willy Loman, el viajante, entra por la derecha con dos grandes maletas de muestras.” Comienza en ese momento una tragedia que quienes la hayan vivido alguna vez, desde la platea, nunca la olvidarán: es una de esas obras que se quedan grabadas para siempre en el recuerdo, pirograbadas por el ascua de la más alta inspiración dramática. Ocho meses y cuatro días más tarde, el 14 de octubre de ese mismo año 1949, en el Teatro Español de Madrid sube al escenario, también por primera vez, Historia de una escalera, la obra galardonada (por un descuido de la censura) con el primer premio Lope de Vega discernido después de la Guerra civil. El estreno reviste caracteres de apoteosis. No es para menos. Su autor es Antonio Buero Vallejo, un republicano español con una prístina vocación de pintor, compañero de prisión de Miguel Hernández, condenado a muerte y escapado a duras penas del pelotón de fusilamiento. Se trata del primer derrotado de la contienda fratricida que triunfa en la España de Franco. Historia de una escalera no alcanzó nunca la resonancia universal de La muerte de un viajante. El drama albergado en sus diálogos y en sus movimientos escénicos es un drama de todos los días donde no se plantea aquello de que “No hay más que un problema filosóficamente serio: es el suicidio”, la frase lapidaria con que Albert Camus inicia su Mito de Sísifo, publicado seis años antes de que se estrenasen las obras de Miller y Buero Vallejo. El viajante, Willy Loman, termina suicidándose: los personajes de esa corrala madrileña de Historia de una escalera terminan sobreviviéndose. Y sin embargo asimismo inolvidable, para todos los amantes del teatro, la última acotación de la obra de Buero: Carmina y Fernando, los hijos de los protagonistas, “se contemplan extasiados, próximos a besarse. Los padres se miran [...] largamente. Sus miradas, cargadas de una infinita melancolía, se cruzan sobre el hueco de la escalera sin rozar el grupo ilusionado de los hijos.” Mi pasotismo frente a la dizque actualidad, mi rechazo del surfeo en internet, hicieron que me enterase muy tarde de la muerte de Antonio Buero Vallejo, por
el semanario Brecha editado en Montevideo y que me llegó a Colonia, en Alemania, al menos una semana después de su aparición. Rememoré leyendo la noticia al hombre afable y honesto con quien mantuve alguna correspondencia en los años setenta, a quien conocí personalmente la noche del 19 de marzo de 1984 –una noche para mí también inolvidable– en ese mismo Teatro Español de Madrid testigo de su primer clamoroso triunfo, y a quien visitamos en su casa de la calle General Díaz Porlier en noviembre de 1996, atendiéndonos con una cordialidad exquisita y generosa. Como a Cela, tampoco le faltaron detractores a Buero Vallejo en vida, ni siquiera después de la consagración que supuso el Premio Cervantes: algún ataque artero, innoble, he tenido ocasión de leer en páginas que se precian de ser ecuánimes, y de plumas que posan de izquierdas de toda la vida. Deles Dios mal galardón. ¿Qué era lo que se le reprochaba? Se le reprochaba su “posibilismo”. Como si decir tantas cosas –todas las cosas que quería y que a fin de cuentas sí que supo decirnos– fuese “posible” en la inferiocre España de Franco. Una España donde los paradigmas teatrales, hasta la aparición de Buero, pasaban por las coordenadas de José María Pemán, el primer ministro de Cultura (¿qué cultura?) que tuvo el dictador, ese mismo Pemán que dejó escrito a propósito de la felonía franquista: “No hay negocio mejor que la Cruzada” (sic: en el Poema de la bestia y el ángel, de 1938). Y desde luego no lo dijo cínicamente, sino en el sentido jesuítico: no olvidemos que Ignacio de Loyola se adelantó un par de siglos a monseñor Escrivá de Balaguer. En 1982 llevó a cabo Buero una límpida versión de El pato silvestre, de Ibsen, y en el prólogo que escribió para ella dejó dicho a sus detractores: “Para los primeros discrepantes, este drama grandioso equivalía a una retractación. El implacable develador de mentiras individuales y sociales reconocía la positividad del engaño consolador; el altivo individualista ‘enemigo del pueblo’ mostraba al fin el fondo reaccionario de su cansancio. No advirtieron la sutil trampa del drama: la aparente desautorización de la verdad, deducible de la muy cierta desautorización del idealista extremoso, neurótico y débil que es en la obra su campeón, refuerzan, lejos de anularlo, el hecho de que Ibsen –él sí– continúa siendo campeón de la verdad.” Ahora y aquí debe ser medianamente claro que un corpus dramático como el de Antonio Buero Vallejo, en el que se catalogan los títulos Historia de una escalera, En la ardiente oscuridad, La tejedora de sueños, Madru gada, Hoy es fiesta, Las cartas boca abajo, Un soñador
Antonio Buero Vallejo
¿Qué era lo que se le reprochaba? Se le reprochaba su “posibilismo”. Como si decir tantas cosas –todas las cosas que quería y que a fin de cuentas sí que supo decirnos– fuese “posible” en la inferiocre España de Franco.
para un pueblo, Las Meninas, El concierto de San Ovidio y El sueño de la razón, lo convierten sin duda en el más necesario y, sobre todo, el más luminoso de todos los dramaturgos españoles en la segunda mitad de ese siglo de las sombras, amén de ser en su conjunto algo que bien puede parangonarse con la obra teatral de don Ramón María del Valle-Inclán y de Federico García Lorca. Por cierto que a ellos dos los logró reunir, de manera insuperable y bien documentada, en su discurso de recepción, de 1972, en la Real Academia de la Lengua Española. En esa ocasión, y al concluir, hizo ingresar en ella, como miembro de número de la misma, y con carácter póstumo, al creador de La casa de Bernarda Alba. Repito que todavía era sólo 1972: aún vivía (y seguía matando) el lorquicida
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Via corporis, Pura López Colomé, radiografías de Guillermo Arreola, Fondo de Cultura Económica, México, 2016.
Bajo las palmas, muestra de poesía, Mario Calderón, Francisco Ramírez Santacruz y Víctor Toledo (coordinadores), Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/ Afínita Editorial/Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, México, 2015.
Con este volumen, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla celebra su cincuenta aniversario; coordinado por Calderón, Ramírez Santacruz y Toledo, reúne a once profesores y dieciocho estudiantes que han dejado huella en la BUAP: José Pascual Buxó, Renato Prada Oropeza, Vicente Carrera Álvarez, Mario Calderón, Ricardo Echavarri, Gerardo Lino, Ricardo Escartín Navarro, Víctor Toledo, Juan Carlos Canales Fernández, Mario Viveros, Roberto Martínez Garcilazo, Jorge Márquez, Alejandro Palma Castro, Ricardo Venegas, Guillermo Carrera, Álvaro Solís, J.A. Sánchez, Víctor García Vázquez, Jair Cortés, Anel Nochebuena, Jorge Andrés Pérez, Rubén Márquez Máximo, Alí Calderón, Lorena Ventura, Gerardo de la Rosa, Miguel Ángel Martínez Barradas, Gustavo Osorio, Jazmín Carrasco Hernández y César Bringas. En el prólogo del volumen se explica: “Bajo las palmas recuerda el título de un poema paradigmático del poblano Manuel M. Flores. (…) La poesía en Puebla ha pasado por cuatro momentos culminantes: el primero sucedió en 1490 cuando Tecayehuatzin organizó en Huejotzingo un encuentro de poetas y tlamatinimes en donde se llegó a la conclusión de que lo único que trasciende de un pueblo es la poesía y el pensamiento que produce, el segundo se remonta a 1874, cuando el Hospital del Estado publica el poemario Pasionarias de Manuel M. Flores, el mejor poeta del Romanticismo mexicano; el tercero es seguramente la publicación del Manifiesto Estridentista en Puebla, el 1 de enero de 1923, y, el cuarto, por la efervescencia poética que se vive actualmente en Puebla, se cumple, quizá, en este momento, pues además de los poetas incluidos en este libro existen varios profesores, estudiantes y egresados que frecuentemente publican poemas y que se encuentran próximos a publicar su primer poemario. (…) Hoy, el conjunto de miembros de este Cuerpo Académico, emprendemos este trabajo con la seguridad de que este libro será un medio para conocer la subjetividad, el pensamiento y la sensibilidad de Puebla de los últimos 35 años.” •
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Crónicas de la conciencia. Placer, convivencia y finitud, Gustavo Santillán, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, 2015.
ARTISTAS EN COMUNIÓN
TRES VITALES TRAYECTOS
RICARDO GUZMÁN WOLFFER
OLLIN VELASCO
n equilibrio pintura y poesía: ante los textos de López, las pinturas de Guillermo Arreola. No es un ejercicio extraño el hermanar a un pintor y un poeta para lograr una obra donde se compenetren sus productos, lo peculiar es lograr una correlación donde no sea uno de mayor peso que el otro. Ante las pinturas se van presentando versos de métrica libre. Pinturas abstractas, algunas apenas figurativas, de colores contrastados que impactan el inconsciente del espectador y permiten muchas interpretaciones, innumerables sensaciones. Este tipo de obras imponen al lector-espectador la posibilidad de buscar específica reciprocidad en cada texto enfrentado a una pintura. Si la mayoría de los poemas son apenas narrativos: se decantan hacia figuras poéticas insertadas en textos mayores que de nuevo dan pie a la impresión poética, ya en círculos concéntricos, ya en desarrollos verticales; entonces, establecer la emergencia del fenómeno gráfico como si precediera el texto, o viceversa, permite un disfrute ampliado de este libro, donde el cuidado editorial impide hacer a un lado los poemas o las pinturas y limitarse a disfrutar lo restante. Algunas pinturas de Arreola sugieren formas humanas, especialmente del torso, pero sin señas particulares: no hay rostros ni expresiones corporales, sólo llamativos llamados al despertar del inconsciente y su imaginación magnificada por pinceladas fuertes, anchos acrílicos sobre placas radiográficas. También hay paisajes inexistentes. Ante lo abstracto, es inevitable que el ojo vea lo que quiere ver: en el trabajo que acompaña al poema “Fuego extinto de Santelmo”, partido ente rojo con luces amarillas en un fondo de azul oscuro, el necio vigía podría encontrar seres lovecraftianos o quizá sólo sea una composición sugerente para poder escribir unas líneas en ese poema: “¿Duelen los pulmones/ al estar chocando entre sí/ y contra mí?/ Dos masas rojas, incandescentes/ continentes que a gritos piden el deshielo./ Sólo que aún no pasa nada,/ falta mucho para que las eras se coloquen/ cada una en su lugar,/ para que haya mapamundi,/ y al fin reine/ ¿qué?” Igual sucede con “Sombra descuartizada”, donde se encuentran un sugerente trazo que podría identificarse como un rostro vacío, y un fragmento, eficaz incluso descontextualizado: “Inerme/ te encontrabas,/ perdida toda esperanza./ Tras la entretela oscura,/ tu infancia, esa sí inalterable,/ pequeña momia conservada/ a la perfección.” Una disfrutable obra conjunta, donde se comprueba que la concepción artística no es abarcable en una sola expresión y que la apreciación conjunta de productos valiosos incrementa el alcance del resultado •
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asi todo ser humano ha hecho algo indebido alguna vez; ha tenido alguna pérdida emocional importante y ha visitado una plaza pública. Aún con lo aleatorias que pueden parecer las tres situaciones, prácticamente todo mundo ha pasado por ellas. ¿Qué tan plenamente vive cada persona esas experiencias? Crónicas de la conciencia. Placer, convivencia y finitud es un compendio de historias urbanas ambientadas en la capital mexicana, que permiten comprender lo poco que suele repararse en lo que acontece alrededor, hasta que eso que ocurre provoca un cambio en la vida. Gustavo Santillán, historiador por la unam , poeta, ensayista y autor de esta obra, hunde las manos en su pasado y esparce su contenido en poco más de cien páginas que destilan honestidad. P o c a s v e c e s s e d e j a n a p re c i a r t a n de cerca letras que no temen voltear al pasado para verse de cuerpo completo. En este libro, tres textos le son suficientes al autor para tomar por los hombros a su lector, sacudirle la cotidianidad, hacerlo leer hasta el punto final y enseñarle a aprehender momentos y razones internas escondidas, en vez de vivir y andar por el mundo pisándole los talones a la costumbre. En la primera crónica se ponen reflectores sobre las penumbras de los cuartos oscuros gay de la capital mexicana. Estos espacios del placer, desenfreno y clandestinidad por antonomasia, son dibujados desde la fidelidad de la experiencia propia, lo íntimo de las razones y la cercanía de los cuerpos y el peligro. Algo que distingue la obra es que supera lo meramente sensorial y refleja el panorama en que se encuentran incrustadas sus escenas, al tiempo que la pluma que les da vida habla de forma elegante de su propia naturaleza. Así, los cuartos oscuros se retratan como los rincones anónimos en donde las anatomías se devoran unas a otras, sin reglamento; pero al mismo tiempo aparecen como espacios de reconforte colectivo, de caricias mutuas ante dolores compartidos. Un segundo texto hace reflexionar sobre la forma en que los mexicanos han entendido, construido y se han apropiado de los espacios públicos que los rodean. Desde distintas perspectivas se hace memoria hasta de concepciones precolombinas sobre el uso y significado de estos lugares simbólicos, y la manera en que devinieron en las grandes plazas y centros comerciales de hoy día. Por último, Santillán hace la cronología de una muerte en vida. En la parte final del libro narra su proceso interno más doloroso, y que quizá pueda ser el de muchos más: la pérdida de la madre. Desde los
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inicios de una enfermedad, pasando por agonías insoportables, soledades que se viven aún con un mundo de compañía alrededor y el irremediable cumplimiento de plazos sobre los que no se tiene control en absoluto, la anécdota trasciende el nombre y apellidos que la firman. El lector, que no está exento de eventualmente volverse uno de los protagonistas, vive (o revive) un drama de estas dimensiones por medio de líneas tan llenas de significado que ameritan ser leídas más de una vez para hacerlas propias. A estas alturas el lector puede preguntarse si el texto tiene un hilo conductor claro, y la respuesta es no. Empero, a estas alturas también podría cuestionarse sobre si es posible encontrarle alguno a partir de una lectura estrictamente personal, y entonces la respuesta es sí, porque sea lo que sea que saque en conclusión al arribar a la última página, llegará al mismo lugar al que llegan quienes se dan cuenta que han pasado gran parte de sus años mirando, sin observar con cautela lo realmente importante. Crónicas de la conciencia logra transportar al lector a un paréntesis en medio de la oscuridad; lo situará en las coordenadas ideales para darse cuenta, como dice el propio Santillán, de que “las rutinas de la realidad y los hábitos de la imaginación conforman una vida cotidiana plena de quehaceres pero carente de sentido”, que vale la pena encarar aunque parezca inmoral o superflua, antes de decidir qué hacer con ella •
Trump. Ensayo sobre la imbecilidad, Aaron James, Malpaso Ediciones, España, 2016.
EL IMBÉCIL PAYASO BOBO ORLANDO ORTIZ
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o es lo mismo ver los toros desde la barrera que desde la arena. No sé si es refrán o lo estoy inventando, pero vino a mi cabeza a propósito de la visita de Donald Trump a nuestro país, invitado por el presidente Enrique Peña Nieto (el motivo de la invitación y el protocolo seguido es un misterio que deberá añadirse a la colección de “misterios sin resolver” de Jaime Maussán) en días pasados. Hace algunos meses, cuando Donald Trump saltó al cuadrilátero político para contender por la candidatura del Partido Republicano de su país, no fueron pocos los que soltaron la carcajada, aquí y allá, y expresaron que seguramente era una puntada más de ese payaso estadunidense. Aquí cabe perfectamente el epígrafe del libro que reseñamos, palabras atribuidas a p . t . Barnum, creador del que llegó a ser el circo más grandioso en el mundo: “Cuanto mayor sea la patraña, más gustará al público.” Y con las carcajadas abundaron las opiniones de si duraría una semana o un mes su actitud, pues lo más probable era que no llegara a las primarias. A medida que pasaron los días, y las semanas, las carcajadas
fueron convirtiéndose en expresiones de perplejidad. ¡El payaso lo estaba consiguiendo! Avanzaba con paso firme hacia las primarias, a pesar de que en las alturas de su partido había cuadros que se oponían a que fuera candidato. Ignoro si, como se menciona en la contraportada del libro, hay un “floreciente campo de los estudios imbecilológicos”, pero si no existe, ya es hora de que en la filosofía o la politología surja esa especialidad, pues a últimas fechas son muchos los imbéciles que gobiernan en este mundo. El ensayo de Aaron James aporta bastante para entender lo ocurrido en el caso Trump, ubicando la causa en su persona, pero también y sobre todo en el momento histórico que atraviesa el capitalismo, y la actitud que asumen al respecto nuestros políticos, gobernantes y capitalistas. En cuanto a la personalidad de Trump, lo ubica de entrada como payaso-bobo, además de imbécil; esto provoca empatía en un público (léase sociedad) cansado de la situación que nos ha tocado vivir aquí, allá y en muchas otros países: desigual reparto de la riqueza, polarización, desempleo, inexistencia (o reducción o abrogación) de la seguridad social, corrupción, impunidad, inseguridad, desaparición de los valores, cinismo político y burocrático, violencia, armamentismo, etcétera. La gente está harta de todo eso y quiere un cambio, pero no ven que puedan realizarlo los mismos que nos llevaron a ese desastre. La aparición de un personaje como Trump, que no es político profesional sino un millonario exitoso (así dicen, aunque sus fracasos financieros hayan sido considerables) y “claridoso”, podría ser, piensan, la tablita salvadora. No ven que precisamente los trumpes son los que han llevado el capitalismo a la situación en que estamos. James hace un agudo análisis de Trump, primero, en el que no lo baja de payaso-bobo e imbécil, lo que puede precipitar a su país en un abismo insospechado, si quienes lo apoyan no se dan cuenta de eso. En los siguientes capítulos desmenuza la situación y no vacila en presagiar a Trump como un déspota en potencia y dictador apocalíptico si llega al poder. El libro es muy interesante a la vez que intimidatorio y hace pensar en la semejanza de Trump con Hitler y Mussolini (esto lo digo yo, no James), que también dieron risa al principio y después, con el apoyo de una clase media e inconformes en general, llegaron al poder y nos llevaron a la segunda guerra mundial. Ojalá los votantes estadunidenses lo piensen bien antes de votar. Nuestros políticos deberían leerlo, si aun tienen un poco de preocupación por el país y no por sus respectivos partidos •
Máscara de obsidiana, Marcial Fernández, Ficticia, México, 2016.
Sin duda, lo que salva del naufragio definitivo a esta incursión del narrador y cronista taurino en los territorios minadísimos del thriller, es su decisión de contarlo todo en clave de humor, entre más negro más eficiente: desde los nombres de sus protagonistas, claras mofas a ese nacionalismo ramplón del que otros tanto se enorgullecen, hasta las derivaciones narrativas a las que conduce la trama principal –también vinculadas por cierto a esas ansias de algunos por reivindicar raíces precolombinas como quien blasonea purezas y perfecciones sin fin–, la pesquisa periodística que es la columna vertebral de esta novela, lo mismo que los avatares por los que son hechos pasar sus personajes principales, moverían a risa involuntaria y a chacoteo aunque el autor no lo hubiera querido así. En otras palabras, si esta Máscara de obsidiana hubiese sido escrita “en serio”, habría desembocado en una chapuza indigna del autor, entre otros, de Balas de salva.
La Jornada Semanal
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En nuestro próximo número
ELENA GARRO EN SU SIGLO
ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Jair Cortés jair_cm@hotmail.com @jaircortes
Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Santa Sfumata Para Ángeles y José
Todo es incierto en torno a la dulce Sfumata. Aun el sitio donde un día fue venerada o a donde, según otras fuentes, siguen acudiendo fieles que no recuerdan qué favores le quieren solicitar. Corre, sin embargo, una historia que logró urdir un hagiógrafo con retazos de cosas que se dicen y a veces se escriben; una historia que muchos creen. Un día, en tiempos muy remotos, cuando despuntaba el siglo iii, hubo una ciudad en las playas del Mar Rojo donde una comunidad de cristianos quedó sitiada por enemigos que buscaban hacerlos abjurar. Pardeaba una tarde cuando Sfumata se presentó entre los fieles. “Era una sombra, era un reflejo, era como el polvo que el viento no deja reposar –dice el autor–, o como un destello deslumbrante”, porque llevaba en las manos una estrella. Sfumata comenzó a caminar y todos la siguieron; pasaron por entre la tropa que los asediaba sin que nadie los notara, y adelante fundaron otra ciudad •
Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com @rogelioguedea
AL VUELO El camión de la basura En ellos pienso: en los que trabajan recolectando la basura. No en el chofer del camión, que va casi a vuelta de rueda, sino en los que van recogiendo las bolsas o las cajas de basura de las banquetas. Con ellos padezco: mientras los veo recoger las bolsas que he dejado recargadas en el poste de luz. Qué trabajo más agotador, y más miserable. El hombre que recogió mis bolsas de basura es delgado, se le ven incluso los huesos de la cara. La lluvia se le confunde con el sudor, denso y agrio. Recoge mis bolsas de basura, las arroja al compartimento y luego corre a recoger las del vecino, después las del otro vecino, casa por casa, agotadoramente. Me acerco a la ventana para observarlo, a lo lejos, de espaldas a mí: ¿cuánto debe ganar ese pobre? Lo que sea, así sea mucho, no compensa su labor: qué miseria es todo lo que pueda dársele, qué poco es comparado con la inclemencia del duro sol. El hombre de piel seca, su vida entera envuelta en desperdicios, se pierde en la esquina del jardín, pues el camión recolector giró a la izquierda, y no parece detenerse •
bitácora bifronte Óscar Coyoli: paisajista del alma
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uando hemos perdido algo y se asoma el retoño de la nostalgia, una bruma desciende sobre nosotros (a un mismo tiempo dulce e hiriente); de pronto, entre esas nubladas zonas del alma, comenzamos a escuchar, a lo lejos, una voz que canta lo perdido, una voz que se aproxima lenta, y nos seduce por la ternura y angustia que provoca. Acompañada por el sonido de diversos instrumentos como el acordeón, el violín, el piano, la guitarra y una batería, la voz asciende, en espirales, in crescendo, hasta que la soledad encuentra un sentido, porque aquello que ya no está nos ha sido devuelto a través de la música. Esa voz, ese desgarrar el aire con melódicos lamentos, pertenece a Óscar Coyoli, un joven músico nacido en Ciudad de México en 1983, autor de tres discos (Una tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte, Bemót y El mar valiente), en los que podemos escuchar un complejo proyecto que comprende la construcción de atmósferas de índole reflexiva y contemplativa que desembocan en territorios tempestuosos, claroscuros del alma, solitarias presencias citadinas o nocturnos y marítimos escenarios que la memoria evoca. Las canciones de Óscar Coyoli son piezas redondas, letras con una gran carga poética, como en “Valenta”, una de las canciones más hermosas de su repertorio:“Son mis brazos los que agitan mares/ mares de inefable añoranza/ que en marea arrastran mil matanzas/ y en sosiego sólo remembranzas/ Para que si los cuerpos solos floten/ A la deriva y quien quiera recordar/ Son los cuerpos los que traen el oleaje/ apacibles sin tormentos ni desastres/ ahogados por mi mano y mis palabras/ y en agresiva vida por mi alma/ Para que si los restos de nostalgia floten/ a la vida y quien quiera recordar/ Para que al fin mis brazos puedan recordar/ Para que al fin mis brazos en sosiego puedan hundir/ Para que al fin mis brazos en la calma puedan caer.” Su música dialoga con otras artes como la literatura (con la obra de Marguerite Duras), la pintura (con obras de Paul Klee, Georges Seurat y William Blake) y con la misma música (Radiohead, y los géneros musicales como el folk y el noise). En sus presentaciones en vivo, Óscar Coyoli (cuyo apellido significa en náhuatl “cascabel”) y los talentosos músicos que lo acompañan, logran que la música se torne viva, orgánica, de tal modo que la improvisación es parte esencial de la forma en la que su autor entiende la música: como la respiración que alimenta las emociones y deriva en un sentimiento de comunión que comparte el público que lo escucha. Cuando canta, el idioma abandona, por momentos, su significado para reinventarse, explorando nuevas posibilidades sonoras; así, su expresiva voz está en un punto intermedio entre el canto y el llanto. Músico de altos vuelos espirituales, Óscar Coyoli nos entrega canciones que son paisajes del alma, piezas que van de la ternura a la violencia, del susurro al grito, de la calma a la locura •
La voz y el tiempo Takis Sinópoulos
¡Ioanna! gritaron en medio de la noche. ¡Ioanna! Ahí estaban Pedro y Gerásimo. Y Yannis, el alto, el del río. Se estremeció Ioanna, tenía miedo. La besaban uno después del otro. Se iba por la mañana. Quién sabe si volvería. Pasaron los días, pasaron los años. No dejó de soplar el viento. Afuera gritaron de nuevo ¡Ioanna! Como si la voz pudiera resucitar a los muertos.
Takis Sinópoulos (1917-1981). En 1934 inició estudios de medicina que debido a la guerra con Italia y la Ocupación no terminó sino hasta 1944. Como médico militar estuvo en el frente en Macedonia y posteriormente fue liberado del servicio en 1949. Participó en varios festivales interna cionales de poesía y fue invitado al simposio de escritores griegos y españoles de la Resistencia, en Barcelona, en 1979. Pintor aficionado, editor y conductor de programas de radio sobre poesía griega contemporánea, fue miembro del comité de Democracia Panhelénica y, tras la caída de la dictadura de los coroneles (1967-1974), miembro fundador de Nuevos Poderes Políticos, una organización de tendencia social-demócrata. Escribió quince libros de poesía y ha sido traducido al inglés, italiano, alemán y ruso. Véase La Jornada Semanal, núm.1039, 1/ ii /2015 Versión de Francisco Torres Córdova
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........ ARTE Y PENSAMIENTO O
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Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com
LA OTRA ESCENA
Claustrofobia, una lectura del innombrable encierro
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LAUSTROFOBIA ES EL TEMA que sostiene cinco obras de cinco autores que presenta Teatro en circuito, una modalidad que no es un microteatro sino un teatro breve, a cargo de Este Lado del Teatro y El Círculo Teatral, la institución que alberga esta propuesta que se realiza todos los miércoles en dos recorridos que se inician a las 20:00 y 20:30 horas, respectivamente, para celebrar la dramaturgia de cinco escritores que se someten a la lectura de un número semejante de directores que les devuelven el sentido animado y vital de sus palabras. La indagación temática no deja de ser inquietante en un contexto nacional donde la claustrofobia es detonada por un desequilibrio psíquico que explota bajo condiciones extremas de una mente frágil por diversas situaciones particulares, la mayoría de las veces sin un rastro objetivo. Aunque aquí es evidente que no se trata únicamente de esas manifestaciones de angustia que se traducen en un terror sin nombre. Hay algo de ontológico, de existencial, que no sólo tiene que ver con la reubicación aterradora de los afectos. Está relacionada más con una idea muy creativa que desarrolló el psicoanalista inglés Donald Meltzer y que se asocia con una alienación más profunda, la cual consiste en estar atrapado en un claustrum materno (por su poder fundacional, primario), una especie figurativa de útero, que impone unas fronteras infranqueables a la imaginación, la creatividad y la libertad. Es una especie de sarcófago que nos oprime con las manos al pecho e inmoviliza el resto del cuerpo. Tenemos muchos motivos para sentirnos atrapados y asfixiados en el México que vivimos: por un gobierno que oprime más cada día, con una moneda frágil que reduce las posibilidades personales de expansión, con la violencia
Estela Leñero
y la inseguridad que encuentran mayor certeza en las falsas seguridades de la inmovilidad y el miedo. La fobia de la que tratan estas obras está más cerca de ese mundo del claustrum que de esa paranoia narcisista que se resiste a mirar de frente el propio miedo, y que se alienó paradójicamente en esa escapatoria que resultó asfixiante. Los directores que marcan el punto de mayor exigencia son Víctor Carpinteiro (Permanencia no voluntaria, de Vicente Ferrer) y Marta Luna (El último baile, de Eréndira Márquez), con dos puestas equidistantes vinculadas por el humor, la exigencia actoral y una crítica implacable a las condiciones sociales que hacen irrespirable la vida. Todo este trabajo celebra una década del Taller de creación que coordina Estela Leñero. Es el espacio más ambicioso en su género porque la escritora concibe el hecho literario como parte de un proceso que va de la creación, la discusión, la crítica y la publicación, hasta todo el he-
cho escénico que precisamente culmina en la puesta en escena. Pocos espacios creadores tienen esa complicidad y empatía con sus participantes, quienes muchas veces se conciben a sí mismos como diletantes y a su trabajo creador como un hobbie que aligera las horas laborales y/o domésticas. Me parece que una de las cosas que la tallerista inculca en primer lugar es que los participantes de su taller se reconozcan como creadores. No es un taller de bordado para matar las tardes. Es un espacio riguroso con el que no cuentan las universidades, porque enseñar a crear es proponer el descubrimiento de los recursos de la imaginación. No se trata de un aprendizaje en sentido estricto, sino de un viaje conjunto en el que se descubre al otro y el que se deja traducir por la crítica y los comentarios del grupo, del maestro ejemplar. Hace ya algunos años el esfuerzo se concretó en la edición y presentación de los hallazgos bajo la forma de un libro, luego a través de lecturas dramatizadas, y cada vez crece su complejidad. Hay que decir que esto es posible gracias a la complicidad generosa de El Círculo Teatral, cuya concepción incluye la enseñanza, el rigor de un teatro experimental, académico y también para públicos más amplios que buscan entretenimiento. Este proyecto, que ahora tiene la posibilidad de extenderse hasta diciembre, está sostenido asimismo por la humildad de profesionales que aceptan compartir su experiencia y la cartelera con artistas que se inician y que no pueden ser considerados amateurs de ningún modo. Están sobre la escena con sus nombres, que todavía son una forma de lo anónimo, pero esta oportunidad ya los pone ante el juicio de la crítica y del público. Sería injusto no detallar las puestas una a una en una próxima entrega •
Ricardo Guzmán Wolffer GALERÍA
La muerte de José José
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A MUERTE DE JOSÉ José sucederá tarde, muy entrada la noche. Eso creemos. La gente de México amanecerá haciendo sus cosas (trabajando o robando, que no hay más) y se irá enterando de que el Príncipe de la Canción partió de madrugada. Propios y extraños comentarán el rayo donde les caiga. Los más enterados explicarán a los jóvenes quién era ese señor. Medios y “redes sociales” alimentarán la bola de nieve. Su nombre se mantendrá por días en el ojo del huracán. Sus detractores guardarán silencio. Sus seguidores se harán devotos. Sus devotos se volverán fanáticos. Sus colegas se dirán amigos íntimos. Sus amigos íntimos se dirán hermanos. Su familia se volverá una institución administrativa y dará entrevistas contradictorias. Se hablará de herencias y legados. Todos lamentarán el suceso, por unas horas escucharán sus más conocidas canciones y, cumplido el rito, seguirán adelante con la orfandad renovada. Del presidente de la República al regidor municipal, políticos, directivos de instancias culturales y demás burócratas se subirán al tren que mejor traslade sus intereses y volveremos a escuchar:“Nadie llenará ese vacío.” Quienes hacemos música –quienes escribimos sobre ella– nos detendremos a observar los rasgos culturales de una carrera consolidada en los años de Raúl Velasco, Echeverría y López Portillo. Con el afán de ser “justos” pensaremos en los valores intrínsecos de su estancia más allá de aquel contexto. En fin. La muerte de José José llegará para repetir el mito del ídolo caído y… claro, no faltará el imbécil que lance:“No tuvo la suerte de morir a tiempo.” Porque así es. Tratándose de música muchos argumentan que “sucumbir en el momento justo” garantiza entrar
con el pie derecho a la Eternidad. Dicen, también, que extinguir la llama creativa en la cima del éxito impide el descenso en la repetición o el anacronismo. Los ejemplos sobran. Deportistas, políticos, científicos… Hombres y mujeres conocidos que dijeron adiós tempranamente por nihilismo, accidente, enfermedad o suicidio pero cuya inercia provocó un vacío atractivo, un final incumplido que los volvió estatuas rotas, adoradas piedras, seres nutritivos para la recreación del imaginario colectivo. Tales cosas pensábamos la otra noche cuando, perdidos en la discusión intitulada “¿Quiénes han sido los más grandes intérpretes masculinos de la balada urbana?”, hasta los más exigentes amigos coincidieron en un nombre doble: José José. Bastó entonces poner en el estéreo su participación en el Segundo Festival de la Canción Latina 1970 (antecesor del oti) al son de “El triste”, para quedar demolidos, otra vez. Allí imaginamos su muerte –adelantándonos por mucho, ojalá–, pues siendo como es nuestro país (verbigracia: lo de Juan Gabriel), será hasta ese día cuando se revalore a un excepcional cantante (¡qué afinación y prolongación de notas!, ¡qué vibratos!) cuya bio-
grafía quedó vulgarmente expuesta para escrutinios ajenos al prodigioso instante de la interpretación. Algunos datos: José Rómulo Sosa Ortiz es hijo de José Sosa Esquivel, tenor de ópera cuyo debut sucedió en el Palacio de Bellas Artes en 1950. Su madre fue la concertista de piano Margarita Ortiz. Sus hermanos son el contratenor y pianista Héctor Sosa y el historiador musical José Octavio Sosa. Sumando su nombre al del padre fallecido, José José nace profesionalmente entre 1969-1970 tras el espaldarazo de Rubén Fuentes y Armando Manzanero. Su ascenso se consolida gracias a “La nave del olvido” (Dino Ramos). Antes de ello, empero, José José vive de cantar jazz y bossa nova mientras toca el bajo con su trío Los peg en distintos clubes nocturnos. Es allí donde forma su temperamento tragicrooner. Es allí donde paga derecho de piso y comienza a relacionarse con sus demonios. Ya luego vendrán los 100 millones de copias vendidas, los treinta y tantos discos en estudio, los innumerables reconocimientos, su cíclico descenso al abismo. La telenovela. Escuchando al fondo “Lo pasado, pasado”, piense nuestra lectora, nuestro lector, la importancia de un joven José José introduciendo la técnica del canto clásico en la balada popular (era barítono vestido de tenor), exhibiendo que contar penurias no es fruto inequívoco de la estridencia ranchera sino de los más antiguos laberintos sentimentales. Imagínelo cantando “Seré” en 1984, augurando lo que finalmente sucedería: “Un día llegará que ya, de tanto que canté… de tanto, mi voz ya no será mi voz, mi canto no será mi canto. Seré quien todo lo dio por triunfar dejando su vida al pasar, hecha pedazos.” Imagínelo en su casa, hoy, pensando en seguir adelante. Imagínelo y abrácelo en su mente antes de que llegue la noche. Se lo merece. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
ARTE Y PENSAMIENTO ........
9 de octubre de 2016 • Número 1127 • Jornada Semanal
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tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch
Las canas de Mary
Cruzar por Liverpool
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ACE UNOS MESES LEÍ el amenísimo y sesudo spqr, una historia de Roma, escrito por Mary Beard; un grueso volumen que trata de separar la materia histórica de la mítica en los orígenes de Roma. En este libro Beard, una clasicista de primera línea, informa al lector sobre las posibles razones por las que una pequeña ciudad del Lacio se transfiguró en uno de los imperios más vastos y poderosos de la Historia. Quedé tan encantada con el libro, que quise saber más de la autora. Busqué en Google y con lo que hallé se me olvidaron Roma, Cicerón y Calígula, pues lo primero con lo que me tropecé en mi búsqueda fue con una bronca –de un solo lado– protagonizada por un señor intolerable llamado a. a. Gill y Mary Beard. a. a. Gill es
el crítico de televisión del Sunday Times y escribe sobre comida para Vanity Fair. También ha insultado a un montón de gente por escrito y en persona; mató a un babuino porque “quería sentir lo que era matar a alguien”, y escribió un libro sobre su alcoholismo, titulado Sírveme. Este libro es muy inferior a spqr, se los aseguro. a . a . Gill, en su columna, escribió que Mary Beard era demasiado fea para aparecer en televisión porque 1) tiene dientes grandes y amarillos, 2) no se pinta el pelo y 3) su atuendo era un desastre. Él, en cambio, parece que se bolea la cabeza con pintura de zapatos; tiene dientes normales (sospecho que son coronas) y se viste como un señor con dinero. Es un vanidoso y posa mucho en las fotos, pone cara de guapo. El nivel de crueldad que exhibió contra Mary Beard me causó una impresión muy desagradable. Mi irritación aumentó cuando, en mi pesquisa, descubrí que no es la primera vez que Beard se enfrenta a trolls en la red que la critican por su aspecto. Ella, considerada por la revista Prospect una de las personas más inteligentes del mundo, ha decidido contactar a sus hostigadores uno por uno para tratar de entender el porqué de sus insultos. La mayor parte de ellos ahora la defienden. Con Gill la paciencia le llegó al límite. Sin embargo, sólo señaló que éste no tuvo educación universitaria y que a eso, quizás, se deba el poco ingenio, la escasa claridad y la pésima argumentación de sus escritos. Yo no sería tan generosa. Un señor que mata a un mandril para ver qué se siente, que durante años se refirió a su tercera mujer sólo como The Blonde (la rubia), extasiado porque había logrado ligarse a una modelo, y que disfruta siendo cruel, no me parece que pueda enmendarse yendo a la universidad. Tendría que reencarnar: primero en un babuino, para reparar su asesinato, y después en un hom-
bre sensible que, además, diera la vida por los animales. Pero yo, caray, no creo en la reencarnación. Ni él, quien presume de ser cristiano. Un cristiano que desconoce el segundo mandamiento. Y en eso andaba yo pensando cuando Alicia Keys, la cantante, decidió hacer pública su decisión de no volver a usar maquillaje. Otra tormenta, ésta más extraña que la de Mary Beard, porque aquí fueron otras mujeres las que se pusieron a regañar e insultar. ¿Por qué? Porque, según ellas, Alicia Keys se siente moralmente superior a quienes no quieren salir a la calle sin rímel. He visto las fotos que originaron la decisión de Keys y leí el ensayo en el que la argumenta. Nunca habla de superioridad moral. Es, evidentemente, una belleza a la que no le hace falta nada para ser deslumbrante. Si yo me le pareciera, tampoco usaría maquillaje. Cada vez que una mujer famosa decide hacer pública una determinación de este tipo, se arma. Si Amanda Palmer presume de que no se rasura las piernas, no falta el macho que la insulte. En cambio, cada vez que Kim Kardashian se hace más grandes los pechos, las nalgas, los labios o cualquiera de las zonas de su extraña anatomía, nadie dice ni pío. Kardashian tiene, además y de forma incomprensible, millones de seguidores en internet, aunque carece de discurso. Se ha hecho una cara cuya expresión no representa emociones humanas conocidas, repetida en una mise en abyme de vértigo. Y encima la cabecita, coronando un cuerpo que parece salido de un cómic. Tiene un libro, me informé, pero está compuesto en su totalidad de selfies. Mary Beard y Alicia Keys saben algo que yo ignoro y deseo aprender porque es una clave para la libertad: cómo vivir dentro de uno mismo sin miedos extras. Kim Kardashian, en cambio, encarna lo que temo: el vacío. Es la mujer perfecta para a. a. Gill •
LAS RAYAS DE LA CEBRA
Verónica Murguía
a.a.
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I ESTÁS EN UN CENTRO comercial y quieres ir de un extremo a otro ni se te ocurra cruzar por la tienda departamental Liverpool, la del elusivo multimillonario Max Michel Subberville, sobre todo si eres de piel morena, porque te pueden confundir con un ladrón. Eso es lo que sucede en un video que vi hace poco aunque según parece se trata de un episodio registrado en 2014, en una sucursal de Liverpool en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. En el video que ha circulado en las redes sociales e internet, y según las crónicas de quienes subieron el video a las redes sociales, se puede ver a un hombre que está siendo arrastrado en el suelo por guardias de seguridad, que intentan echarlo de la tienda. El hombre se aferra a una niña, su hija, y ambos gritan cuando son arrastrados por uno de los pasillos, entre otros clientes y mercancía. Una los proveedores, sus agentes o empleamujer, a ratos fuera de cuadro, también dos se limitarán, bajo su responsabiligrita y llora; es la presunta pareja del dad, a poner sin demora al presunto hombre y madre de la criatura. La filma- infractor a disposición de la autoridad ción la hace otro presunto cliente que competente.” Liverpool dice atender a la clase es testigo del hecho. Se escuchan reclamos de quien filma y de otros clientes media mexicana pero su rango de prediciéndoles a los guardias que lo dejen cios desmiente eso. Su publicidad, caen paz. El hombre es finalmente rodea- si toda televisiva, suele ser enfática en do por más guardias y es echado de la aspectos o tópicos publicitarios que se tienda. En un arrebato de comprensi- antojan terriblemente elitistas, por deble rabia, pide que lo dejen “echarse cir lo menos, con claros indicios de claun tirito” con alguno de los que los ja- sismo que lleva implícito ese sempiterlonearon a él y a su niña. Allí se termina no racismo que aqueja históricamente la filmación. Hace poco leí también la a la sociedad mexicana, tan dilecta con relación de hechos de un cliente, tam- sus atavismos como se pudo comprobién de piel morena, quejándose de bar hace poco con esas marchas de la que el personal de seguridad de otra homofobia en las que se pudo ver sucursal de la misma empresa lo estuvo siguiendo todo el tiempo que estuvo recorriendo la tienda, llegando al momento en que, enojado, decidió irse a comprar a otro lado. Es cierto que las tiendas departamentales sufren robo hormiga y es lógico, y deseable, que implementen mecanismos de seguridad. Pero con demasiada facilidad esos dispositivos se pueden convertir en un abuso y hasta en un ilícito. Varias firmas en México se arrogan privilegios indebidos y aún sancionados por las leyes mexicanas, como Costco o The Home Depot y esas nefastas, ilegales imposiciones de revisión de mercancía a la salida de los clientes que ya pagaron por ella y es desde un punto de vista legal Max Michel Subberville y jurídico, su propiedad y no puede ser sujeto de revisión ni por la tienda hasta absurdos neonazis mexicas beni por una autoridad si no es con la or- rreando un sieg heil más texcocano den de un juez. A menos, claro, de que que teutón. El video de marras (https://youtu. se trate de un robo en flagrancia. Y ese es precisamente el argumento ende- be/LSOZclMi_I) pasó en realidad casi ble del empresariado, como en este desapercibido y desde luego que no caso del video de Liverpool. Un comu- se vio en la televisión abierta (que es nicado de la tienda intentó justificar la anunciante bien pagado de la tienda agresión y la humillación a que su per- del señor Michel Subberville). Pero sursonal sometió a ese señor, aduciendo ge la incómoda duda de qué hubiera que se trataba de alguien que estaba pasado si en lugar de un hombre hurobando. Lo curioso es que si están tan milde de piel morena, se hubiera trataseguros de ello, no lo consignaran tal do de uno rubio, con ropa fina. O una que reza la Ley Federal de Protección señora de aspecto más elegante. Hual Consumidor en su artículo 10º que biera sido un escándalo, estoy seguro, a la letra estipula claramente que: y habría habido hasta una indemniza“Queda prohibido a cualquier provee- ción para los agraviados. Pero el anónimo hombre del vidor de bienes o servicios llevar a cabo acciones que atenten contra la liber- deo, su mujer y su hija, se tuvieron tad o seguridad o integridad persona- que tragar el coraje y la humillación. les de los consumidores bajo pretex- Yo por lo pronto no vuelvo a comprar to de registro o averiguación. En el nada en Liverpool. Ni vuelvo a entrar a caso de que alguien sea sorprendido su tienda mugrosa. Ni siquiera para cruzar • en la comisión flagrante de un delito,
Gill y Mary Beard
CABEZALCUBO
Jorge Moch
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........ ARTE Y PENSAMIENTO O
Jornada Semanal • Número 1127 • 9 de octubre de 2016
Luis Tovar
El género Almada
“¿
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EN EL NOMBRE de qué?”, Giorgio Agamben nos recuerda que en todas las tradiciones, las palabras decisivas, las palabras que tenían el poder de concitar al pueblo y sacudir su existencia histórica para hacerlo asumir una nueva tarea, es decir, las palabras del poeta, siempre se pronunciaron en nombre de los dioses o de Dios.“En la Biblia, no sólo Moisés, sino todos los profetas, y Jesús mismo, hablan en nombre de Dios. En ese nombre se edificaron las catedrales góticas y se pintaron los frescos de la Capilla Sixtina, y por amor a ese nombre se escribieron la Divina Comedia y la Ética, de Spinoza”. Tal vez el último poeta que habló en nombre de Dios fue Hölderlin. Después de él, el poeta habla desde un vacío que
lo ha encerrado en lenguajes cada vez más privados y lejanos al pueblo. Quien lo vio con una horrenda claridad fue Paul Celan, particularmente en su poema “Mandorla”. Utilizo la versión de José Ángel Valente:“En la almendra –¿Qué hay en la almendra?/ La Nada./ La Nada está en la almendra./Allí está, está./ En la Nada –¿quién está? El Rey./ Allí está el Rey, el Rey./ Allí está, está.// Bucle de judío, no llegarás al gris.// Y tu ojo –¿dónde está tu ojo?/ Tu ojo está frente a la almendra./ Tu ojo frente a la Nada está./ Apoya al Rey./ Así está, allí está.// Bucle de hombre, no llegarás al gris./ Vacía almendra, azul real.” La mandorla italiana, la almendra, no es sólo uno de los símbolos más antiguos de la de la creación, asociado con el sexo femenino, está también en los tímpanos de las iglesias románicas atestado de la presencia de Cristo resucitado, el Rey del que habla el poema de Celan. Esa presencia, en nombre de la cual el poeta de Occidente hablaba, quedó vacía no sólo por la interpretación racionalista y la erosión que el lenguaje ha ido sufriendo sometido a la tecnología de los medios de comunicación, sino por la inhumanidad política que, contaminada de oscuridad y mentira, adquirió una de sus más siniestras expresiones en la Alemania nazi. Sólo ante el vacío de donde emana la palabra que viene del más allá, el poeta está confrontado con un nombre ausente, vacío, balbuciendo un lenguaje que, como el de Celan, no alcanza a refundar la palabra de Dios, cuya ausencia amenaza con mutilar no sólo al judío, sino al hombre todo. Si el sentido se ha perdido, si el poeta ya no puede hablar en nombre de Dios en el que, según la tradición judeocristiana, el sentido de la existencia orienta la vida de los seres humanos, entonces el mundo está abandonado a la violencia donde lo salvaje, el lugar en el que la palabra no se ha proferido, se expresa, como hoy nos sucede, con el amargo sabor de la anomia y del aniquilamiento. En esa nada, sin embargo, está, como en el origen del lenguaje, la posibilidad de que el poeta vuelva a recuperar el nombre –“Pero donde está el peligro/ crece también lo que salva”, escribió Hölderlin en su poema “Patmos” tal vez pensando en las palabras de San Pablo: “Pero allí donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rm . 5:20). Es allí, en ese espacio vacío que expresa plásticamente la mandorla
–lo cóncavo, lo hueco, el vacío, la nada–, “donde precisamente por tal razón–dice Valente– puede producirse [de nuevo] la cópula de lo visible y lo invisible”, y el Rey, apoyado por el poeta, puede volver a hablar en la palabra misma del poeta y refundar la vida del pueblo. Esa era –en el balbuceo de su lenguaje, que Primo Levi comparó con los estertores de un agonizante– la esperanza y la búsqueda de Celan, el poeta más consciente del reto que el poeta tiene en un mundo donde el nombre y su significados se perdieron. “Los poemas –escribió en su discurso ‘El Meridiano’–están en camino de dirigirse a algo. ¿Hacia qué? Hacia un lugar abierto que invocar, que ocupar, hacia un tú invocable, hacia una realidad que invocar.” El poeta puede hablar o callar a partir de esa conciencia de la nada. Sólo el poeta, dice Agamben, que intenta “nombrar el desierto que crece en la ausencia del nombre recuperará –tal vez– la palabra.” Sólo el que ha callado largo tiempo en el nombre que ha quedado vacío, tiene “acceso a la política, a la poesía por venir”. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, boicotear las elecciones, devolverle su programa a Carmen Aristegui y abrir las fosas de Jojutla •
CASA SOSEGADA
El poeta y el vacío
E NECESITARÍA TENER el esnobismo y la petulancia de alguien como Nicolás Alvarado –hoy en eclipse mediáticamente hablando, luego del insufrible racismo dizque culteranista que lo pintó de cuerpo entero– para negar o regatearle a Mario Almada, muerto la noche del pasado martes 4 de octubre, su más que bien ganada condición de icono de la cultura popular. Y se necesitaría la torpeza del supradicho exdirector de t vunam para confundir gustos personales con capacidad para darse cuenta del sitio que cada persona y cosa ocupa en un espectro cultural tan polifacético y vasto como el mexicano, que va de la sensibilidad exquisita de alguien como el arquitecto Teodoro González de León, por mencionar
Mario Almada
a otro grande recién ido, al sonsonete urbano que ya es parte del paisaje y todos los días pregona:“se compran… colchones… tambores… refrigeradores… estufas… lavadoras… microondas… o algo de fierro viejo que vendaaaaa…”
Un hombre de fiar Además de Jorge Ayala Blanco, Roberto Fiesco y Julián Hernández, deben ser contados quienes han visto completa la dilatadísima filmografía del originario de Huatabampo, Sonora, nacido el 7 de enero de 1922. Pueden ser más, pero al menos un par de fuentes especializadas consignan ¡223 películas! en su haber, en las que indistintamente fue actor, director, guionista o productor. En términos cuantitativos, ese solo hecho convertiría al hermano de Fernando –quien se le adelantó lo mismo en haber elegido al cine como medio de vida que a la hora de morir– en el cineasta mexicano más prolífico de todos los tiempos, y debería bastar para que a nadie le cupiera duda de su relevancia. Rey absoluto en un contexto cinematográfico en aquel entonces distorsionado por la excesiva intervención estatal, que sobre todo en la década de los años setenta del siglo pasado desdeñó por sistema cualquier cosa que oliera a cine popular, Almada se despachó en grande: habiendo comenzado su carrera actoral en 1965, hasta finales de los setenta participó en cuarenta y ocho producciones, incluyendo El tunco Maclovio (1970) y La viuda negra (1977), filmes que, sobre todo este último, caminaban sobre rieles muy alejados del género preferido por Almada, que él denominaba simplemente “de acción” pero que, vista en perspectiva su trayectoria, bien podría ser considerado un género en sí mismo: el género Almada. Más de una vez rodó hasta cinco películas en un solo año, por ejemplo en 1976, cuando hizo Peor que las fieras, El hombre, La india –que no pertenece al género Almada y, a diferencia de las otras, no tuvo el éxito que sus hacedo-
res esperaban–, Los desarraigados y Longitud de guerra, y más adelante tuvo años de auténtica fiebre fílmica como lo demuestra 1990, cuando intervino en veinte cintas, auténtica friolera para cualquier cineasta de cualquier país. Muchísimos espectadores lo recordarán sobre todo en el papel de Eduardo Lobo, es decir el protagonista de El fiscal de hierro, saga que comenzó en 1989 y continuó al año siguiente con El fiscal de hierro 2: La venganza de Ramona, El fiscal de hierro 3 (1992) y El fiscal de hierro 4 (1995). Eso sí, mucho antes de encarnar a Lobo, Almada ya había consolidado su icónica imagen de justiciero impertérrito en un norte mexicano agreste no sólo en cuestión de clima y paisaje, sino especialmente por el carácter de sus pobladores o, mejor dicho, por los habitantes de sus filmes: comenzando por él mismo, su cine es un dilatado concierto de miradas que matan, silencios que se rompen sólo cuando es estrictamente necesario, mínimos gestos definitivos, muchísima bala y una peculiar atmósfera de cosa predestinada, de que la vida es como es y hay que entrarle venga lo que venga, en una suerte de extrañísimo budismo avant la lettre y vuelto de revés, en donde lo más importante no es la contemplación sino la acción: incesante, colectiva, siempre de vida o muerte. Cincuenta y un años de trayectoria fílmica –déjense aquí de lado sus incursiones en la televisión, ese rey Midas al revés que sabe volver miasma todo lo que toca–, más de doscientas películas y, sobre todo, el sitio muchas veces central en un imaginario popular que el propio cineasta se encargó de alimentar, hicieron de Mario Almada una estrella cinematográfica en el más amplio sentido del concepto. Queda su trabajo en la memoria individual y colectiva de un país que, como quizá lo entendiera sin necesidad alguna de teorizar, siempre requerirá la figura de un héroe así: justo hasta lo intratable y siempre de una pieza o, en cuatro simples palabras, un hombre de fiar •
CINEXCUSAS
@luistovars
Javier Sicilia
ENSAYO
14 de agosto de 2016 • Número 1119 • Jornada Semanal
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La cuestión de la realidad es el mayor deber del dramaturgo. Pero tiene justamente que hacerse cuestión de ella, pues no está resuelta. Buero Vallejo
Collage de Juan Gabriel Puga
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a tradición teatral española tiene una riqueza y variedad evidentes: desde los dramas calderonianos y las obras de Lope de Vega, los sainetes y piezas históricas o costumbristas, hasta los autores de la generación del ‘98. En el siglo pasado, el dramaturgo Jacinto Benavente fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura y durante la ii República, el teatro llegaba a todos los rincones de España llevado por el grupo La Barraca. Al comienzo de la Guerra civil, el asesinato del poeta García Lorca fue un hecho traumático para la literatura española, Lorca era el último gran dramaturgo español y, a partir de entonces, sus obras se hicieron universales. El teatro es el género literario que mejor refleja la realidad histórica que vive un país; el período de postguerra en España facilitó la propagación de un teatro condicionado, trivial y de escasa calidad. La dictadura promovía una cultura asentada en un nacionalismo tradicionalista, que se mantenía aislada de toda influencia exterior. El único teatro español que en esa época podía ser considerado como tal se publicaba en el extranjero, escrito por autores que vivían en el exilio, como Alejandro Casona, Rafael Alberti o Max Aub. Este panorama desolador comenzó a cambiar en 1949, cuando se concede el Premio Lope de Vega a la obra Historia de una escalera, escrita por un dramaturgo que procedía del bando republicano y había estado encarcelado durante años: Antonio Buero Vallejo. La presentación de la pieza premiada en el Teatro Español de Madrid supuso un éxito de público sin precedentes. Una obra importante, con calidad de literatura dramática, que abrió un nuevo período para el teatro español durante la dictadura franquista. Buero Vallejo, que escribiría a lo largo de las siguientes décadas una treintena de obras teatrales, se iba a convertir en el dramaturgo español más importante de la segunda mitad de siglo. Antonio Buero Vallejo (1916-2000) fue de niño, según sus propias palabras, “lector impenitente, emocionado inquiridor de razones y sentidos; interesado por formarme una visión correcta de toda realidad”. Atraído por el dibujo y la pintura estudia en la Academia de Bellas Artes de Madrid, donde le sorprende el levantamiento militar contra el gobierno de la República. Durante la contienda lucha en el bando republicano y en 1939 es detenido y condenado a muerte, pena conmutada posteriormente por treinta años de prisión. En la cárcel fue compañero del poeta Miguel Hernández –a quien hizo un retrato que fue muy difundido– y durante esos años se dedicó a realizar “un trabajo político nunca interrumpido, no dejé, sin embargo, de dibujar retratos y de leer cuanto pude. Como Gorki, podría decir que esos años y lugares fueron también, en buena medida, ‘mis universidades’”. En marzo de 1946 fue puesto en libertad condicional y comenzó a escribir teatro. Tras su éxito como dramaturgo con Historia de una escalera, que fue representada en Ciudad de México en 1950, su actividad profesional se decanta por
la literatura dejando en segundo plano la pintura. Publica numerosas obras, entre ellas: En la ardiente oscuridad (1950); El concierto de San Ovidio (1962); El tragaluz (1967); La fundación (1974); Lázaro en el laberinto (1986) y Música cercana (1989). También escribió dramas históricos dedicados a personajes del arte y la literatura: Las meninas (1960) a Velázquez; El sueño de la razón (1970) a Goya; La detonación (1977) a Mariano José de Larra. Además publicó ensayos sobre teatro (“Lorca hoy”; “A propósito de Brecht”; “Neorrealismo y teatro”, etcétera), y en 1993 se edita Libro de estampas, volumen que recoge una selección de dibujos y textos inéditos. Buero Vallejo fue el primer dramaturgo en obtener el Premio Cervantes de Literatura (1986). El drama como símbolo El escritor debe convertirse en parte de la conciencia de su sociedad.
Buero Vallejo
Se puede decir que Buero Vallejo, junto con Miguel Mihura y Alfonso Sastre, fueron los autores que renovaron el teatro español de la postguerra. Sastre sostuvo con Buero Vallejo una polé-
Nacido en 1916 y muerto en 2000, el autor español fue el primer dramaturgo en obtener el Premio Cervantes de Literatura en 1986.
Antonio Buero Vallejo:
el teatro como realismo simbólico Xabier F. Coronado
mica sobre la postura de los dramaturgos y los fines del teatro durante la dictadura. Buero mantenía que era necesario burlar la censura para publicar y representar (posibilismo); mientras que Sastre planteaba realizar un teatro más hostil con el régimen. En cualquier caso, la escena española comenzaba a expresarse de manera diferente gracias a un nuevo planteamiento que ofrecía al espectador una dramaturgia realista y moderna. Buero se entregó a la búsqueda de otros cauces de expresión con el objetivo de realizar “un teatro que tuviera por un lado determinados significados y por otro ciertas preocupaciones formales”. Los dramas de Buero Vallejo encajan en la estructura del realismo: veraz en ambiente y personajes, lenguaje acorde y temáticas sociales. Pero en muchas obras utiliza los elementos teatrales con un valor simbólico que trasciende el carácter realista. El mismo escritor rechazaba ser clasificado como autor realista y definía su obra como “realismo simbólico”. Sus personajes manifiestan una doble condición de individuos e integrantes de una colectividad ante las situaciones de denuncia social que se plantean. Un teatro fuerte e inquietante, arriesgado y comprometido, que analiza la condición humana, revela las injusticias que someten al individuo y preconiza la búsqueda de la verdad para llegar a ser libres: “La preocupación principal del autor, la que quiere trasladar al público, es la de desenmascarar la mentira, sobre todo cuando ésta proviene de unas estructuras que, mediante la opresión y el terror, impiden al hombre vivir en la verdad.” Aunque, para poder buscar la verdad hay que estar preparados, pues a veces preferimos refugiarnos en una realidad falsa para no tener que afrontarla. En las obras de Buero Vallejo, el espectador vive la catarsis profunda que se produce cuando la realidad se impone sobre la ilusión creada. Esta temática nunca deja de plantear dudas porque sólo es posible llegar a respuestas parciales que, a su vez, se trasforman en nuevas preguntas. El autor, al saber que sus conclusiones no pueden ser absolutas, nos propone la única solución posible: “duda cuanto quieras, pero no dejes de actuar”; y se fortalece confirmando sus certezas: “Se escribe porque se espera, pese a toda duda, creo y espero en el hombre, como espero y creo en otras cosas: en la verdad, en la belleza, en la rectitud, en la libertad” •