■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 10 de agosto de 2014 ■ Núm. 1014 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
La plateada voz de George Trakl Borges y el bullying: influencias literarias gisèle Freund, el retrato del siglo JotaMario arBeláez y la fe nadaísta
Marco antonio caMpos Poemas de trakl, Francisco Hernández y Juan Manuel roca
10 de agosto de 2014 • Número 1014 • Jornada Semanal
bazar de asombros UN VISTAZO A LOS CINCUENTA (ii y última )
D La vida de Georg Trakl fue brevísima – exactamente veintisiete años y nueve meses–, y más breve aún el lapso transcurrido entre la publicación de su primer poema, en 1908, cuando el austríaco tenía veintiuno de edad, y su muerte, en 1914. En contraste, la influencia de su poesía ha sido inmensa y no ha disminuido a lo largo de todo el siglo transcurrido desde entonces. Los poemas del colombiano Juan Manuel Roca y del mexicano Francisco Hernández, así como el ensayo y la traducción de Marco Antonio Campos que publicamos aquí, son claro ejemplo de esa presencia constante. Completan el número un artículo sobre el nadaísta colombiano Jotamario Arbeláez, un ensayo sobre Jorge Luis Borges y la posible influencia del bullying en su visión del mundo, así como una semblanza de la célebre fotógrafa alemana Gisèle Freund.
Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
on Andrés Zaplana debe ser considerado como pionero de las campañas a favor de la lectura. Su librería de San Juan de Letrán era gigantesca y sus promociones de libros a precios especiales eran constantes. Basta una anécdota para calibrar el temple moral de este hombre que amaba los libros y apoyaba a los lectores: una mañana, después de desayunar en el café La Blanca, entré a la librería e inicié mi periplo en la sección de libros en barata. Los precios oscilaban entre los 3 y los 25 pesos. Compré El misterio Frontenak, de Mauriac, Juan Azul; de Giono, algunos tomos de la novela Río de Duhamel, El diario de Luis Salavín. Hice mis cuentas y como podía comprar otros dos, tomé una novela de Martín Santos y tres historias cortas de Henry Camus James, entre ellas la inclasificable, gótica, poética y nunca psicológica Otra vuelta de tuerca. Don Andrés estaba en la caja, acompañado de dos ayudantes. Coloqué mis libros y la cajera empezó a hacer cuentas. Me percaté de que me había pasado de mi presupuesto original y de que me faltaban veinticinco pesos. Don Andrés se dio cuenta de que retiraba prudentemente dos libros y me preguntó las razones de mi arrepentimiento. Le dije que no me alcanzaba y que había hecho mal los cálculos. El benemérito librero colocó los dos libros junto a los ya registrados, sacó de su bolsillo los veinticinco pesos y me dijo: “Este es un regalo de la liNahui Ollin. Foto: Edward Weston brería.” Pagué y, cuando estaba a punto de salir, me alcanzó don Andrés, chaparrito y entusiasta, y me dijo que en lo sucesivo tomara en cuenta que, como todos sus clientes, era un lector especial. Muchas veces volví a la librería de Zaplana, pero siempre procuré hacer bien las cuentas, pues era necesario apoyar a aquel hombre que amaba tanto a los libros y respetaba a los lectores. Salí a la calle con mi carga preciosa y me metí al Cine landia para ver una serie de noticieros antiguos. En uno de ellos se daba la noticia de la invasión a Polonia y en otro había algunas vistas de la toma de posesión de Miguel Alemán. Comí, como un verdadero náufrago en la Peña Montañesa. El menú era amplísimo y te llevaban a la mesa la sopera para que te sirvieras lo que
Hugo Gutiérrez Vega te diera en gana. Había caracoles, cocido montañés (ahora se diría cántabro), sardinas asadas y, para tomar el café con leche, unos sobaos (pastelitos de mantequilla fidedigna y un pedacito de quesada, la cumbre de la pastelería santanderina). Caminé por la Alameda para hacer la digestión y vi a lo lejos una asamblea de gatos jubilosos que rodeaban a una mujer alta y tremendamente gorda que les repartía comida. Me acerqué y la dama me dirigió una mirada verde y apacible. Fue entonces cuando me di cuenta de que era lo que quedaba de Carmen Mondragón, la que en vida había sido la gloriosamente hermosa Nauhi Ollin, pintora, modelo, viajera, pionera de las libertades femeninas y amante del Dr. Atl. Me hice el disimulado y me senté a verla y a repasar en la memoria algunos momentos de su historia sorprendente. Caminando por la calle del Órgano (“pasa, güero, tengo radio”, voceaban las sexoservidoras, en su mayor parte gorditas y ya con sus añitos encima) me dirigí hacia el Tívoli. Pagué mi boleto, le di los subrepticios tres pesos al boletero y me senté a esperar el inicio de la función. En la puerta había un gran retrato de la bailarina y stripteaser Brenda Conde, que así se anunciaba: “Brenda Conde, la que nada esconde.” Fue, como todas las noches a esa edad, memorable. La imponente Brenda, a petición de un público interesado en cuestiones capilares, terminó su baile con un desnudo total deslumbrante; Harapos, el cómico de la enorme melena, albureó con el público y terminó la función con un baile folclórico y varios gritos patrióticos. Continué por San Juan de Letrán. Caía una ligera lluvia, pero las rondas nocturnas no se inmutaban y llenaban la calle con risas y jolgorio. En Arcos de Belén doblé hacia la izquierda y, a los pocos pasos, entré al viejo edificio de apartamentos donde vivía mi tío Miguel. Subí los seis tramos de escalera cargando el Vea con sus muslos de color sepia, el Ja-Já y los libros de ese apóstol que me alegro recordar, don Andrés Zaplana
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Portada: Una visión refractada Collage de Marga Peña
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JotamarioArbeláez y la fe nadaísta
José Ángel Leyva
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ativo de Cali, hijo de sastre, heredero directo y albacea del nadaísmo concebido por Gonzalo Arango, Jotamario es aún creyente de la irreverencia y el doble sentido, según su coetáneo y camarada Jaime Jaramillo Escobar, o X504, autor de un utilísimo Método rápido y fácil para ser poeta, en dos tomos, además de una obra reconocida en su Antioquia natal y Colombia entera. En su poema “Jotamario de Cali” lo describe: “Entre los nadaístas, Jotamario es el cuento de nunca acabar./ Gonzalo Arango lo quería más que a sus mujeres,/ Y mucho más que a sí mismo, pues varias veces arriesgó su vida por la de él.” En la Casa de Poesía Silva, María Mercedes Carranza llamó a los poetas locales y foráneos a su oficina para que compartieran un whisky, y en un momento dado anunció: “El poeta Jotamario Arbeláez”. En el quicio de la puerta apareció un hombre de barba recortada, gorra marinera y abrigo de capitán de barco. Sonriente hasta las orejas hizo un saludo general a los presentes y a mí me propinaba tremendo abrazo como si nos hubiésemos dejado de ver por mucho tiempo, pero era la primera vez que nos identificábamos. Se sentó en la primera fila muy atento para escuchar la lectura de poemas; desde la mesa no pude evitar un juicio: sus botas lilas desentonaban con el atuendo marinero. En 2002 apareció en México su primer libro, Paños menores, publicado por Alforja (2006) y premiado en la Venezuela de Hugo Chávez con el Internacional de Poesía Víctor Valera Mora en 2008, dotado de cien mil dólares. Por supuesto, las reacciones en su país no fueron menores que los paños y hubo quienes intentaron revocar el dictamen. El fallo fue inapelable. Gonzalo Arango publicó su manifiesto nadaísta en 1958 y comenzó a reclutar jóvenes para su causa entre Cali y Medellín, con la idea de que el movimiento representaba “un estado del espíritu revolucionario que excede toda clase de previsiones y posibilidades”. Colombia no podía quedar al margen del espíritu que embriagaba a los jóvenes de los años sesenta con la Revolución cubana de por medio, la generación beat, el hippismo y otros movimientos vanguardistas que brotaron en América Latina como El Techo de la Ballena en Venezuela o los Tzantzicos (reductores de cabeza) en Ecuador, Los Brujos de Buenos Aires y las revistas mexicanas El Corno Emplumado y Pájaro Cascabel, además del ya extinto grupo La Espiga Amotinada.
De izquierda a derecha: Darío Lemos, Juan Gustavo Cobo Borda, Eduardo Escobar, Juan Manuel Roca y Jotamario Arbeláez
Jotamario evoca a su maestro como un Enviado, una persona con poderes sobrenaturales. “Su mirada era incandescente y su voz cautivadora al hacer sus prédicas al margen de una lógica cartesiana. Sus conferencias eran tan convincentes en sus críticas contra la burguesía que los ricachos nos invitaban a sus casas y nos ofrecían licores, nos permitían fumar marihuana y coquetear con sus mujeres y sus hijas. La izquierda ortodoxa nos criticaba y afirmaba que éramos los bufones de la burguesía. Gonzalo no quería cambiar el mundo, deseaba terminar de desintegrarlo. Lo que más irritaba a la sociedad antioqueña era nuestra negación de Dios y del trabajo. Pero no tanto el ateísmo como el llamado a la holganza, porque allí, en la meca industrial de Colombia, el trabajo es religión.” En su más reciente visita a México se declaró devoto de la Virgen de Guadalupe, visitó la Basílica y llevó consigo imágenes del símbolo más venerado por los mexicanos. Luego publicó una crónica en la que da fe del milagro concedido por la Virgen de salvar a su hermana de un cáncer terminal. Este custodio del nadaísmo contaba en Monterrey que al escribir el prólogo al libro Olea jes de la sangre –cartas de Gonzalo Arango a su madre y a sus dos hermanas monjas– el autor trataba de tranquilizar a su familia afirmando que el nadaísmo era un azote contra los escribas y fariseos de la Iglesia, falsa oficina de Cristo en la tierra. “Este nuevo Evangelio de la oscuridad pretendía desmoronar la falsa moral y la hipocresía.” Por eso se hacía llamar a sí mismo profeta y monjes a sus colegas y discípulos. En el fondo de esas cartas, afirma Jotamario, hay una larva religiosa alimentada por un espíritu crístico. Quizás por ello abdicó del nadaísmo en 1971, luego de conocer a su segunda mujer Ángela Mary Hickie, Angelita, de origen inglés –la primera fue una gringa a la que llamaba Rosa Girasol, Rosemary Smith–, afirmando que el nadaísmo había sido un error, un camino equivocado que conducía a los jóvenes por el desfiladero. En 1976, días antes de morir el Profeta, los nadaístas se reunieron por casualidad en Bogotá. Fue una tertulia
Jotamario Arbeláez junto con Gonzalo Arango
de reconciliación en la que estuvieron presentes Amílcar Osorio, Eduardo Escobar, Jaime Jaramillo, Elmo Valencia, Darío Lemos, Arango y Angelita. Jotamario le pidió autorización a Gonzalo para publicar, como prontuario del aniversario luctuoso de su padre, una carta de despedida que le había enviado a su progenitor y de la cual guardaba una copia. El 25 de septiembre, cuando se celebraba en Cali la misa en memoria de su padre, llegó hasta la iglesia un tío para darle la noticia: su amigo Gonzalo Arango acababa de morir en la carretera a Tunja. Jotamario recordó que le había suplicado al viejo sastre, en su lecho de agonía, que dentro de un año exacto le hiciera una señal desde el más allá. La respuesta fue que no jodiera con vainas espiritistas porque podía perturbar su reposo. De inmediato entendió que la muerte de Gonzalo Arango, en la que no hubo un golpe sólido, apenas un impacto de aire en la cabeza, era la señal paterna o de un espíritu colérico. Ya antes, otra casualidad fatídica le había causado desasosiego. En 1960, los nadaístas cometieron el sacrilegio de entrar a una iglesia para escupir en el cáliz y pisar las hostias. Tiempo después, a Darío Lemos le fue amputado un pie. Jotamario preguntó al mutilado anticristo si la gangrena había surgido en la misma extremidad que aplastó la oblea. Lemos contestó: “Sí, pero ¿es tan infeccioso lo sagrado? Con tantas señales divinas, Jotamario se declara ateo, nadaísta y guadalupano
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Saúl Renán León Hernández
A mi querido amigo Leopoldo Flores Romo
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ecordar mis primeros años escolares no me produce ningún placer por haber sido víctima de unos verdaderos aprendices de matones, declaró Borges en Ensayo autobiográfico (1899-1970). Al sentirse “toreado” y viviendo en la pesadilla de un laberinto sin salida, no debió ser difícil para el pequeño Borges asociar el bullying con la imagen del Minotauro. Así lo expresaría a propósito del edificio descrito en un grabado: “Mi vista no era óptima, y yo era muy miope, pero pensaba que si me ayudaba una lupa podría ver un minotauro adentro. Era, además, un símbolo de perplejidad, un símbolo del estar perdido en la vida; creo que todos, alguna vez, nos hemos sentido perdidos, y el símbolo de eso yo lo veía en el laberinto (Roberto Alifano. Conversaciones con Borges, Madrid, Debate, 1986). Por otra parte, la merma en la autoestima como efecto del bullying a largo plazo resalta en el mismo Ensayo...: “Durante toda mi juventud pensé que el hecho de ser amado por mi familia equivalía a una injusticia. No me sentía digno de ningún amor en especial, y recuerdo que mis cumpleaños me llenaban de vergüenza, porque todo el mundo me colmaba de regalos y yo pensaba que no había hecho nada para merecerlos, que era una especie de impostor. Alrededor de los treinta años logré superar esa sensación.” “La casa de Asterión” y “El Sur” revelan con claridad la obsesión por comunicar a los demás el estado de perplejidad que le produjo el bullying, estado que creía no comunicable por el arte de la escritura. Pero cuando aclaró que para escribir “La casa de Asterión”, se inspiró en El Minotauro de George F. Watts, estaba reconociendo que aquella pintura le había comunicado algo que él había estado intentando hacer a través de la escritura. Todo indica que el pequeño Borges pertenecía a un grupo denominado “víctima provocadora” y que, por un lado, no sin cierta dosis de soberbia, se sabía intelectualmente superior a sus compañeros de clases pero, por otro lado, también un cobarde físico. Como dijera en “La forma de la espada”: “Para mostrar que le era indiferente ser un cobarde físico, magnificaba su soberbia mental.” Sin embargo, ser un cobarde físico magnificaba también el temor a la plebe que lo hostigaba. La insistencia en la descripción de sus orígenes (abuelos militares con tendencias al heroísmo) y haber sido hijo de padres cultos y refinados, está sintetizado en La casa de Asterión: “Sé que me acusan de soberbia […]. Algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe […] No en vano fue una reina mi madre, no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.” El final es revelador, ya que el relato manifiesto de Teseo, “¿Creerás que el Minotauro apenas se defendió?”, tiene el significado simbólico del individuo hostigado que rara vez se defiende y cuyo sufrimiento, en algunos casos, los conduce a defenestrarse a través del suicidio. El Borges-Minotauro está encerrado e intrigado por el “otro” que lo busca constantemente y al que él busca con similar insistencia hasta decir: “Ojalá fuera éste el último día de la espera” (“El laberinto”). Ahora sabemos sin duda alguna que el niño víctima de bullying vive diariamente este suplicio “del último día de la espera”, entrampado en el laberinto de una patología de la creencia o de “la ausencia de los demás” como la llamó Pierre Janet, el psiquiatra
influencias que antes fui” (“El laberinto”). Pero, en “Edipo y el enigma”, revela el proceso de maduración en el que “piadosamente Dios nos depara sucesión y olvido para que no nos aniquile la ingente forma de lo que somos, lo que seremos y lo que hemos sido.” Sucesión y olvido equivalen a perdón, tanto del “otro yo” como a “los otros”, pero también a la reconciliación con lo que realmente somos. Mas a esto se llega necesariamente cuando se comprende que el laberinto del misterio de la vida no tiene sentido ni solución y, en todo caso, el laberinto es tan inmenso que abarca al universo entero y de eso ningún mortal es culpable, tanto menos si: “En el centro puntual de la maraña/hay otro prisionero, Dios, la Araña.” (Jonathan Edwards: 1703-1758). El Borges adulto comprende que víctima y victimario son George Frederic Watts, El Minotauro, 1885 parte de la maraña y es porque, como diría Fromm en la misma línea de Foucault, el carcelero que vigila al de Roussel. [Foucault. Raymund Roussel, 1963; Enfermedad mental y personalidad, 1984]. Soñarse en un laberinto es prisionero termina construyendo su propia prisión. símbolo de estar ante problemas difíciles de manejar como si no tuvieran salida, aunque no se esté realmente e n eL PróLogo de Artificios (1944) escribió: “De “El Sur”, prisionero. Borges subraya la idea: “Es verdad que no salgo acaso mi mejor cuento, básteme prevenir que es posible de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo leerlo como directa narración de hechos novelescos y número es infinito) están abiertas día y noche a los homtambién de otro modo.” Leámoslo entonces de ese otro bres y también a los animales […] Otra especie ridícula es modo. En “El Sur”, Borges-Dahlmann se confronta con su que yo, Asterión, soy prisionero. ¿Repetiré que no hay una yo a nivel profundo: “En eso días Juan Dahlmann minupuerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura?” Es deciosamente se odió; odió su identidad, sus necesidades cir, sentirse entrampado (sin puerta, sin llave y sin cerracorporales, su humillación, la barba que le erizaba la cadura), esperando quién lo rescate del sufrimiento. Y, cierra.”; pero el meollo del relato es precisamente que el trautamente, cuando uno observa El Minotauro, de George F . ma físico que condujo a Borges al sanatorio le hizo reWatts, esa es la primera impresión que genera; además de memorar el bullying y en el relato resurge la figura del una viva sensación de lástima por el pobre monstruo en toro y el viaje al pasado: En el campo desaforado, a veces su soledad y a la espera del rescate, véase si no. no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasa eL minotauro de borgeS simboliza al humano que se siendo y no solo al Sur. [Las cursivas son mías]. En las circunste un extraño que constantemente busca al “otro” y a “los tancias narradas, viajar al pasado representa una regreotros” para comprenderlos en su bestialidad de “aprendi sión. Luego no es casual que el libro que Dahlmann va ces de matones”. Por eso escribió: “He olvidado los hombres leyendo sea Las mil y una noches pues constituye el sím-
rges
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Sur” diciendo: “Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.” Y tal vez por lo mismo, ante la pregunta de qué se llevaría de este mundo al morir, Borges contestó: los momentos de arrojo que tuve en la vida.
Y el bullying:
bolo de la demora, de la postergación, de que algo no llegue a ocurrir, pero cuya circularidad convierte en obsesión aquello que precisamente se desea olvidar. Pero Las mil y una noches no pueden evitar lo inevitable. Mientras Dahlmann cenaba, unos compadritos desde otra mesa le lanzan migas de pan (obviamente son el sustituto de las bolitas de papel en las clases). Dahlmann, perplejo, intenta tapar la realidad abriendo el volumen de Las mil y una noches, pero las bolitas lanzadas por los aprendices de matones siguieron cayéndole encima. Dahlmann intenta justificar su miedo diciéndose que “sería un disparate que él, un convaleciente, se dejara arrastrar por desconocidos a una pelea confusa.” El hombre muy viejo “oscuro, chico y reseco” que mira en el suelo al entrar al almacén, simboliza al padre Jorge Guillermo y es quien, casi al final del cuento, le lanza la daga para que acepte el duelo. Finalmente el padre, convertido en el duro gaucho que el hijo deseaba hubiese sido, va al rescate del triste y agobiado Minotauro incapaz de defenderse por sí mismo. La expresión “Vamos saliendo” que le dijo el compadrito, es la clásica de lo que en México decíamos de niños para empezar una pelea después de clases. Al final “El Sur” destila liberación, una ruptura contra el miedo, contra la cobardía y contra la muerte.
C abe entender Por qué Borges consideró “El Sur” su mejor cuento. Es quizá la más honda confesión de la cura auto-analítica contra las secuelas del bullying. Ya antes había intentado escribir algo parecido (en “Hombres pelearon”), pero no le gustó. Tuvo que sucederle un trauma más fuerte que el bullying para poder enfrentarlo y superarlo. Por eso termina “El
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Ante la pregunta de qué se llevaría de este mundo
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al morir, Borges contestó: los momentos de arrojo que tuve en la vida.
asociados al bullying y que tiene relación directa con la prueba de iniciación. Casos emblemáticos, por extremos, fueron Borges y Kafka. A diferencia de Kakfa que sufrió una pésima relación con la figura paterna que, dicho literalmente en Carta al padre, lo mantuvo en un estado de estupor y sufrimiento que creía irreversible a menos que todo pudiera ser cambiado, Borges fue sobreprotegido. Así, mientras Kafka reflejó la angustia de ser “detenido” en su desarrollo (lo cual, Fromm en El lenguaje olvidado, subraya al analizar El Proceso); Borges, en cambio, reflejó la angustia de la iniciación en las relaciones interpersonales anudadas por el bullying. En su estupor y dolor irreversibles, las grandes interrogantes del pequeño Kafka pudieron haber sido: ¿Qué hice para merecer este sufrimiento? ¿Soy inocente o culpable? Lo cual es palpable en El pro ceso. Pero también para justificar el injustificable rechazo, acaso pensaría Kafka: ¿Tendré que ser como un absurdo y monstruoso escarabajo? En Borges, la relación con el padre se inscribió en el otro extremo y, víctima propicia, el bullying lo hizo sentir como un Minotauro en su laberinto y a la espera de ser rescatado del terrible sufrimiento. En Kafka el enfrentamiento edípico contra el padre fue prematuro e irresuelto, contra un padre que lo menos que deseaba era que el hijo se dedicara a la literatura; mientras que en Borges el enfrentamiento edípico nunca sucedió del todo pues, de hecho, se plegó siempre a la voluntad de un padre que deseaba que el hijo fuese el escritor que el padre no había logrado ser. No es descabellado inferir que la muerte del padre desencadenó el accidente en Borges (Dahlmann) y ambos propiciaron el tardío enfrentamiento edípico cuya resolución supuso la superación consciente de los efectos del bullying que prácticamente habían permanecido como productos subterráneos de un trauma no resuelto que, en los reiterados intentos de superación, será sublimado a través de la obra literaria, mucho más allá de su posible alcance terapéutico.
F inaLmente : ante una Común patología de las creencias o de “ausencia de los demás”, el Gregorio Samsa de Kafka bien pudo ser el Asterión de Borges y viceversa; todo depende del origen y la forma de solución del trauma, por eso la literatura laberíntica siempre cierra, mientras la metamorfosis permanece abierta: una resuelve el trauma, la otra no. La obra laberíntica cierra y toma postura; por ello, Borges, en cada uno de sus cuentos y poemas intentó dejarnos una redonda impresión moral, no obstante que él mismo se declaró no moralista. Sin embargo, el mejor Borges fue aquel que en Los conjurados, nos quiso llamar la atención sobre el hermoso deber que tenemos de imaginar que hay un laberinto y un hilo que quizá nunca encontremos, pero que vale la pena seguir buscándolo. Yo por mi parte, a despecho de Christopher Domínguez y de Alan Pauls, me quedo con este último Borges
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Pedro Requejo, Minotauro, San Lorenzo de El Escorial, España
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ColoniaTovar, Venezuela
Leandro Arellano
E
l mundo no se queda quieto. Hubo que manejar hacia el noreste, una hora y media más o menos, la primera vez que salíamos de Caracas, sitiada por marchas y barricadas las semanas previas. Una visita corta, de un solo día, insuficiente para el verdadero conocimiento. Partir temprano había sido una advertencia reiterada para evadir el tráfico y las trancas, como les llaman acá. Los suburbios de todas las ciudades tienen mucho en común y difícilmente permanecen en la memoria, a menos que... La vegetación y la temperatura mudan lentamente, conforme progresa nuestro ascenso. La topografía gravosa se aliviana con el verde del paisaje. Bien andado el camino hacemos alto en un descanso de la carretera para aflojar el espíritu y dar de beber a la mascota. En los márgenes, los lugareños empiezan a tender puestos de vegetales y algunos viajeros madrugadores montan a sus hijos pequeños en caballos de alquiler. Baja un rumor desde los montes. El contraste resulta asombroso, a pesar de que viajamos advertidos. Desde cierta distancia se observan mejor los contornos, acostumbrados como estamos a la arquitectura ecléctica y desordenada que prevalece en Latinoamérica, de la que Venezuela no es excepción. La cola de autos hace lento el arribo, pero ya son visibles los primeros rasgos locales. En la ladera de la montaña verde reposan mirando al cielo intenso varios chalets similares a los de los villorrios austríacos o bávaros. El poblado se asienta alrededor del valle montañoso y sólo el centro de la pequeña ciudad se ordena en manzanas y bloques sitiados por callejuelas. El contingente partió de Baden el 18 de diciembre de 1842 en busca de la Utopía: 391 personas, 240 hombres y 151 mujeres para mayor precisión. Desembarcaron en La Guaira el 31 de marzo de 1843 y el 8 de abril llegaron al Palmar de Tuy: ese día es considerado como la fundación de la Colonia Tovar, nombre del donador de los terrenos. Las migraciones han sido recurrentes desde los primeros atisbos de la historia humana, bien que hay épocas en las que parecen reconcentrarse. En ese entonces gobernaba Venezuela el general José Antonio Páez, cuando sus políticas de atracción de forasteros tentaron a aquel grupo de alemanes con la promesa de “casas, ganado, bestias y siembras ya listas para trabajar”. Como en toda migración, las promesas de la utopía se quedaron cortas, menos la verdad de la tierra. Fueron a asentarse en las
Iglesia de San Martín de Tours
faldas de aquella cadena montañosa, una sierra privilegiada por el cielo que, por un momento, nos recordó la luminosidad de cierto alto valle metafísico. El de acá es un valle espléndido y sereno, enclavado entre las montañas que se extienden hacia los andes venezolanos. El aire fresco disipa la angustia de los días acumulados. La orografía es muy accidentada, pero siguen aquí multiplicados los descendientes de aquellos pioneros, dando características muy particulares a este poblado que se ubica en el trópico, no alejado del mar Caribe y a mil 880 metros de altitud, con un clima promedio anual de 16.8° centígrados. El clima, más fresco que templado. El viaje lo hemos realizado en plena Semana Santa, época de calor, pero es la primera vez que hemos echado mano de un pulóver en Venezuela. La Colonia Tovar es un paraje sitiado por la neblina y de tarde, mientras volvíamos a Caracas, con el sol todavía en plenitud, la neblina nos impidió ver el camino un largo tramo. Estacionamos la camioneta y nos echamos a andar, único modo de conocer de cerca los lugares. La arquitectura alemana luce por todas partes. Es temprano pero empieza a llenarse de turistas y todos los comercios han abierto. Hoteles, restaurantes y comercios poseen sin excepción nombres alemanes: Hotel Freiburg, Restaurante Baden Baden, Parador Holstein. En la Charcutería Viena nos avituallamos de varios tipos de salchichas y de quesos, pero además ofrecen chamorros, jamones y encurtidos. Topamos también una tienda donde se venden abrigos y chaquetas, igual que mantas de lana. El poblado se sostiene en buena parte del turismo, pero son exitosos agricultores. Son grandes productores de vegetales, de carne, queso y de la mejor cerveza que hemos calado hasta ahora y la primera que se produjo en Venezuela: Tovar, como el nombre del poblado, para ahuyentar toda duda. Nos surtimos de fresas, duraznos y hierbas de olor que ellos cultivan, así como de un chicharrón muy cercano al nuestro. Al mediodía el poblado se anega de paseantes, gente que sube y baja por las callejas angostas y menudas, esquivando la marea de automóviles, tan cotizados en la mentalidad venezolana.
La iglesia de San Martín de Tours, en el centro de la ciudad, es una copia de la de Endingen en Alemania, de donde partieron los fundadores. El nombre del poblado, que según el censo de 2011 acoge a 14 mil 672 habitantes, proviene de Manuel Felipe Tovar, quien donó las tierras donde se asentaron los colonos. Juntando datos aquí y allá sabemos que es la capital del municipio de Tovar, en el estado de Aragua. Los inmigrantes que la fundaron provenían del Kaiserstahl, una zona montañosa vinícola del entonces Estado independiente de Baden. Dependientas y patrones son rubios y de ojos claros. Amables y sonrientes, ellas visten con gallardía trajes típicos centroeuropeos, pero en obediencia al arraigo portan colorete marcado en labios y mejillas. Es gente que parece vivir el presente sin acordarse de ayer o de mañana. Tienen talleres artesanales de cerámica, fábricas de embutidos, galletas, dulces, conservas... Ingresamos al restaurante del Hotel Frankfurt, temprano todavía, pero ya hay algunas mesas ocupadas. Las camareras aún tienden las mesas, mas nos acogen apresuradas con cerveza local y una sonrisa. El menú se compone de platillos alemanes y centroeuropeos. La especialidad es el chucrut, un chamorro al más puro estilo germano, con papas hervidas y col agria. Habrá que volver en el invierno para tentar el frío que se adueña del poblado. Igual y la magia provoca que alguna nevada ilumine aún más el paisaje. ¿Será que la vida puede ser mejor? De aquí uno se va con esa vaga sensación
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A Georg Trakl Francisco Hernández
Es la nieve, sobre tus hombros encogidos.
mientras tu madre modelaba su vestido de novia.
Del lado izquierdo, negra.
De metros bajo tierra, como una sacudida,
Del lado derecho, púrpura.
apareció la furia de tu padre.
Esferas de hielo al fin,
Grietas en los muros. Fracturas en los dedos.
te golpean con vocablos incomprensibles,
Ovejas balando sus inútiles sacrificios:
ya de centro plomizo.
alud, laúd, apotheke, modus operandi.
Poeta en oración bajo un puente colgante:
Sobredosis de cocaína. ¿Cómo atrapar sin remolinos
lo preciso de la embriaguez resulta
a esa estrella fugaz?
aceite hirviente o laguna mental.
Silabario mudo, lengua reseca, puños agonizantes.
¿Y tu adorada Grete, con su mirada roja?
Fue imposible salvarte. Dio comienzo
Duro desde niña su sañudo lenguaje,
tu viaje por el aire viciado.
sus juegos de arrogancia.
Tus veintisiete años resplandecían,
Se salvó de tu genio con sus mejillas de manzana,
trigo reciente de la aurora.
también se hizo de un arma de fuego entre sus piernas. Grete ya te esperaba con sus labios abiertos Párpados, podredumbre, pájaros, serpientes:
y se besaron como sólo se besan
jeroglíficos hacia futuras representaciones.
los amantes de la misma sangre,
¿Y el limbo de la guerra?
aquellos inventores de los espasmos del infierno.
¿Cómo lo sella una cabeza hueca?
El cielo bajó a ser bendecido
Heridos se desangran por los pasillos del hospital,
por la superficie del agua.
ahí donde juraste no volver a mentir.
El Salzach despertó entre la espuma
Pero la nieve insiste, las enfermeras huyen
de sus corrientes invisibles
y aparece la sala de tu casa:
y el Ángel Blanco mojó en él sus pies desnudos,
con Grete recorrías el teclado del piano,
además de tu poesía hecha polvo.
G
La plateada voz de
eorgeTrakl
1
L
A CIUDAD: Invitado por la Berchtoldvilla, la casa de pintores, por mediación del poeta Christoph Janacs, para hacer ambos una lectura, volví a Salzburgo luego de más de dieciocho años. Junio en Austria está lleno de sol. En el centro histórico, infestado de comercios y restaurantes, se observa algo triste y decadente. El turismo se da la mano con la miseria: en casi cada esquina acampa un mendigo. Ya no es, quizá ha dejado de ser para siempre, “la ciudad silenciosa”. El 3 de noviembre de este año se cumple el centenario de la muerte de Georg Trakl en Cracovia, Polonia, a causa de una sobredosis de cocaína, cuatro meses y días después del inicio de la primera guerra mundial. Tenía apenas veintisiete años. Desde el 20 enero empezaron las actividades conmemorativas y terminarán el 12 de diciembre: develación del busto, conferencias, lecturas de sus poemas, exposiciones, filmes, puestas en escena teatrales, conciertos…
2 LA CASA: En la fachada de la casa subsiste la placa que recuerda que allí nació el poeta Georg Trakl (1887-1914). En el muro frontal del patio hay otra placa con el poema “Die Schöne Stadt” (“La bella ciudad”), que es acaso el más alto homenaje que hizo Trakl al Salzburgo en que nació. Se encuentra asimismo en un ángulo del patio un busto de bronce de Hans Pacher, basado en una famosa foto de 1914, que se develó el 20 de enero, donde en el rostro de Trakl se ven ya las marcas del principio de la locura y de su paso por el infierno, pero el cual es muy inferior en su parecido e intensidad al que Joseph Humplick hizo en 1926 y que se halla en el cuarto de los documentos de la casa. Al lado derecho del patio se miran, pendiendo de una ligera cuerda, tres máscaras negras de rasgos estremecedores que parecen a punto de precipitarse sobre el pozo profundo y vacío. Subo. La familia Trakl moraba en el primer piso. Antes, a la casa natal, situada en Waagplatz 3, podía entrarse sin necesidad de cita o visita guiada. Ahora sólo se ofrece una visita a las dos de la tarde; pero sólo yo entro. En el cuaderno de visitas veré después que las visitas son esporádicas, entre ellas, la del poeta peruano Mario Pera. Hay dos cuartos en la casa dedicados a Trakl. En uno, en una mesa en el centro, detras de los vidrios, pueden verse piezas recordatorias y documentos que son pequeños trozos que hablan de instantes de una vida de quien nació con la estrella rota. Se hallan entre otros: el retrato de “la hermana favorita”, Grete o Gretl, a la verdad poco agraciada, en cuyo rostro ya se advierte el uso, o más bien el abuso de las
Marco Antonio Campos 3
drogas, que experimentó también con el hermano; un ejemplar de Madame Bovary, que tiene tres líneas escritas con su letra, la cual parece mínimas estalactitas, y que contiene una dedicatoria a Grete; manuscritos de poemas (“Die Sonne”, “El sol” y “An meinem Schwestern”, “A mi hermana”); el diploma de su título de farmacéutico expedido por la Universidad de Viena del 21 de julio de 1910; los retratos de sus padres, Tobias Trakl (1837-1910), con una mirada de hombre bueno, y María Halik, con rostro de rasgos severos; la primera edición de 1913 de su libro de poemas inicial (Gedichte), que dan ganas de tomarlo y hojearlo; la primera edición del libro sobre Trakl de su amigo Erhard Buschbeck, publicado pocos años luego de su muerte… En una pared cuelga la pintura de su autorretrato con cara de desquiciado, el cual hizo luego de ver pintar varias horas a Oskar Kokoschka. En el cuarto contiguo está en libreros mucho de lo que se ha escrito sobre Trakl y traducido de él.
La Farmacia del Ángel * Juan Manuel Roca Se iba por un sueño. En silencio, descalzos los pies, pasos de musgo, recorría parajes blancos cubiertos por el fino talco de los muertos. De regreso del sueño, qué premonitorio el nombre del lugar donde se encuentra: La Farmacia del Ángel, la farmacia en la que un hombre solitario –desalado, negro ángel de luz– fue aprendiz de largos viajes. Rumor de bosques, rumor de aguas se adherían como escarcha a su silencio. * Farmacia donde Georg Trakl se habituó al cloroformo
LA FARMACIA: Todos los días cruzo el río que corta en dos la ciudad, tomo un café en el Wein and Co., y subo la calle Linzer. Desde la primera vez quedé estupefacto. La farmacia (Zum Weissen Engel), donde Trakl trabajó de adolescente y donde empezó a experimentar con el cloroformo, se mudó al inmueble de junto. Ya no está en el número 7 sino en el 5 y se llama sólo Engel. En donde se erguía Zum Weissen Engel, en el número 7, hoy se halla una tienda de la cadena de bolsas y cinturones femeninos Liebeskind. Siento como un ahogo en el pecho, como si borraran un trozo de la vida de Trakl, y que el poema, que escribí sobre él en 1996 frente a la farmacia, se desdibujara tras los árboles. Permanecen en la fachada el gran medallón de piedra con el rostro del ángel y el poema “Im Dunkel”, que ya estaban antes. También, abajo de la vidriera, los dos primeros versos de “Helian”, su poema preferido: “En las solitarias horas del espíritu/ es hermoso ir con el sol.” En una de las visitas me acompaña Christoph Janacs. Me hace notar dos cosas en el inmueble de la antigua farmacia donde en verdad laboró Trakl: la primera, que enterradas en el suelo hay tres suertes de pequeñas piezas circulares en bronce, donde se lee, en cada una, el nombre de los miembros de la familia judía Löwy, padres e hijo, deportados en 1942 desde Theresienstadt y desaparecida en Auschwitz. Ni un mínimo de perdón o de autocrítica. Los austríacos históricamente, sobre todo en lo que se refiere a la segunda guerra mundial, con rara maestría utilizan un lenguaje impersonal. Como si quisieran hacer a un lado que fueron, con los nazis alemanes, el Deutsches Volk, el pueblo alemán. Lo segundo que Janacs señala es que depar tamentos de la casa donde se hallaba la farmacia trakliana pertenecen a asociaciones de estudiantes de ultraderecha: Corps-Frankonia-Bünn zu Salzburg y Burschenschaft Germania Salzburg. Janacs hace el apunte de que en las reuniones, menos importante que la discusión política, es la competencia entre los jóvenes para ver quién toma más cervezas. Subo hasta la iglesia de San Sebastián. Desde antiguo he creído que Trakl se inspiró en el santo que se halla en la iglesia, para crear el que es acaso su poema más hermosamente nostálgico (“Sebastián en el sueño”). La iglesia es de un barroco admirablemente sencillo. El altar se divide en tres partes: abajo hay una cruz, en medio la Virgen con el niño, y en lo alto la figura de San Sebastián. Salgo. Miro en la fachada la conmovedora imagen en piedra de San Sebastián herido por tres flechas y un par de ángeles niños, quienes, en su tristeza, uno trata de sacarle la flecha del muslo, y el otro lo cura de una pantorrilla. Y me vienen a la memoria los versos finales de su poema que dio título al libro: “Oh qué leve/ se destruye el jardín en el pardo silencio del otoño,/ aroma y melancolía del viejo saúco,/ cuando en la sombra de Sebastián se apagó la plateada voz del ángel.” Como se apagó hace un siglo la plateada voz de Georg Trakl, cuya poesía, aún en vida del poeta, encomió Karl Kraus, der Hohepriester, y en la cual Ludwig Wittgenstein advirtió la alta llama del genio
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10 de agosto de 2014 • Número 1014 • Jornada Semanal
Sebastián en el sueño
Georg Trakl
a Adolf Loos
I Madre llevaba al niñito bajo la blanca luna, a la sombra del nogal, antiguo saúco, ebrio del jugo de adormidera, el lamento del tordo; y silencioso se inclinaba con piedad sobre ella un rostro barbudo leve en la oscuridad de la ventana; y viejas herramientas de los ancestros yacían herrumbrándose; amor y fantasía otoñal. Oscuro así el día del año, infancia triste, cuando el niño descendió con ligereza hacia frescas aguas, plateados peces, quietud y rostro; cuando, pétreo, él se arrojó ante furiosos corceles, en noche gris su estrella vino sobre él; o cuando él, de la glacial mano de la madre, iba al anochecer por el panteón otoñal de San Pedro, un tierno cadáver yacía callado en la oscuridad de la cripta, y aquel alzó los párpados fríos hacia él. Pero él era un pequeño pájaro en el ramaje desnudo, largamente la campana en la noche de noviembre, el silencio del padre, cuando él, en el sueño, bajó la crepuscular escalera de caracol.
2 Paz del alma. Solitario anochecer de invierno, las oscuras formas del los pastores en el antiguo estanque; niñito en la cabaña de paja; oh qué suave se hundió el rostro en la fiebre negra. Sagrada noche. O cuando él, de la áspera mano del padre, subía silenciosamente el sombrío monte del Calvario, y en nichos de roca crepusculares pasaba la figura azul del hombre a través de su leyenda, la sangre corría púrpura de la herida bajo el corazón, oh qué tenue se alzó la cruz en el alma oscura.
Amor; cuando la nieve se fundía en oscuros rincones, una brisa azul se enredó alegre en el viejo saúco, en la sombreada bóveda del nogal; y al niño se le apareció leve su róseo ángel. Alegría; cuando en cuartos frescos sonó una sonata de anochecer, en pardas vigas una mariposa azul rompió la crisálida. Oh la cercanía de la muerte. En el muro de piedra se inclinó una cabeza amarilla, callando el niño, cuando la luna inclinaba en aquel marzo.
3 Rósea campana de Pascua en el sepulcro abovedado de la noche y las plateadas voces de las estrellas, que en estremecimientos caiga de la frente del que duerme una sombría locura. Oh qué silencioso un paseo a lo largo del río azul meditando en lo olvidado, cuando en el verde ramaje el tordo llamó a una criatura extraña en el crepúsculo. O cuando de la mano huesuda del viejo él iba al anochecer ante los muros derruidos de la ciudad y aquél llevaba un róseo niñito en negro abrigo, a la sombra del nogal surgió el espíritu del Mal. A tientas sobre los verdes peldaños del verano. Oh qué leve se destruye el jardín en el pardo silencio del otoño, aroma y melancolía del viejo saúco, cuando en la sombra de Sebastián se apagó la plateada voz del ángel. VerSión de marCo antonio CamPoS
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LEER
10 de agosto de 2014 • Número 1014 • Jornada Semanal
Canadá, Richard Ford, Anagrama, Barcelona, 2013.
Apócrifos. Contra los dominantes, “ismos” dominantes Julián Serna Arango, Ediciones Sin nombre/ Universidad Tecnológica de Pereira, México, 2013.
Dice así, en la nota al dorso de este volumen, el querido colega y colaborador José María Espinasa: que “sus aforismos [los de Serna] se inscriben en un tiempo fechado, dejan de aspirar a ser verdades eternas para ser más verdad en la medida de sus circunstancias”, pero que eso no lleva al autor “a renunciar a formular un pensamiento que profundice en la realidad y la vida”. Añade una observación clave: “El subtítulo incluso se puede leer como una redundancia: ¿hay “ismos” que no sean dominantes? [...] Los ismos deben aceptar su condición anómala y enfermiza desde el principio.” Surgidos de la mente de Serna, doctor en Filosofía y autor de al menos una decena de títulos, quien lea los trescientos setenta y un aforismos que conforman este ligero y no contradictoriamente denso volumen, advertirá cuánta razón tiene ese gran editor que es Espinasa, y para muestra van en prenda unos cuantos botones: “Los instintos son de todos, la lógica de nadie, las emociones de cada uno.” “¿El progreso? Un más allá más acá.” “La velocidad nos hace perder el tiempo más rápido.” “No hay certeza que vacune contra la desmesura de pensar.” “Democracia capitalista (o capitalismo democrático) es un oxímoron.” “El crecimiento es la ideología del mercado. De allí la ausencia de pensadores y la abundancia de expertos.” “El zapping es la libertad posmoderna.” “Las religiones apuestan por la inmortalidad, cuando han fracasado en el intento de construir el reino de Dios en el hombre o siquiera en el mundo.” “Pensar es gratis. De allí que no lo promocione la publicidad.” “No hay más identidad que la inercia de lo que un día fuimos y ya no somos.”
N
Pasajes de Proteo, Fernando Zalamea, Siglo xxi Editores, México, 2013.
EL ARTE DE LA ANTICIPACIÓN
LATINOAMÉRICA COMO PROYECTIVA
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
RICARDO GUZMÁN WOLFFER
o suele ser una buena idea anunciar el final de un libro, decir pronto cosas que pasarán más tarde. Sobre todo, si estos acontecimientos están cargados de intensidad. La tensión dramática dentro de las novelas suele dosificarse a lo largo de cada una de sus páginas. Es la forma más confiable para conseguir que los lectores lleguen hasta el final. Hemos sido testigos, una y otra vez, de la broma consistente en contarle la revelación máxima de una obra de ficción a alguien que está a punto de iniciar su lectura. No sólo es una broma de mal gusto por sí misma sino porque su eficacia consiste en despojar de toda la posible tensión dramática a la obra en turno. A cualquiera le puede parecer una pésima idea revelar el final. No es el caso de Richard Ford (Mississippi, 1944). Basta leer las primeras líneas de Canadá para darse cuenta de casi todo: “Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después.” Sólo eso, dos frases. Dos frases con las que se puede sintetizar lo que alresucede dentro de una novela de alre dedor de quinientas páginas. Es cierto, el inicio es por demás sugerente. Cualquier lector querría saber a qué se refiere el personaje al hablar del atraco, mucho más de los asesinatos. Bastan esas pocas pala palabras para despertar el temperamen temperamento especulativo de cualquiera. Es un enorme riesgo, sobre todo porque, una vez que se optó por atrapar la atención del lector en el primer momento, luego se debe mantener. Incluso en contra de lo que dicho lector ha imaginado. La historia que cuenta Ford no es excepcional. Ni siquiera es mucho más de lo que se sabe tras el inicio. Dell Parsons cuenta, a cuatro décadas de distancia, los acontecimientos que se dieron cuando él tenía quince años y una idea muy diferente de la vida: un atraco, un par de asesinatos. Sólo eso. ¿En dónde radica entonces la genialidad de Ford? En el desarrollo de los personajes. De uno nada más. De ese Dell Parsons o, mejor, de esos Dell Parsons. Porque esta novela es un claro ejemplo de cómo se desdoblan un personaje y el narrador que este mismo encarna. No es el mismo Dell quien vive las cosas que quien las cuenta. Hay toda una vida entre ellos. Una vida que se ha desarrollado a partir de esos acontecimientos aciagos. Richard Ford no sólo ha sido capaz de adentrarse en lo más profundo de la psicología de un personaje. También ha recreado con maestría una época que suena, incluso, caduca. A la par, permite que tanto el narrador como el personaje descubran verdades fundamentales dentro de sus propias existencias. Y es justo eso lo que le da sentido a la novela: la facilidad con la que el lector, tan lejano del contexto y las circunstancias del personaje, consigue identificarse con él. Es como si Dell le estuviera diciendo al oído: me pasó a mí, pero bien podrías haber sido tú el involucrado, porque en la vida, muchas de las cosas que suceden, no dependen del protagonista •
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l estudio de Latinoamérica a nivel cultural es complejo por la diversidad que se da a nivel creativo en cada país, incluso por épocas. Con una mirada que empata lo micro con lo macro, la transversalidad y la simultaneidad: el conjunto y el detalle, Zalamea imprime una voz particular en este ensayo que, a pesar de establecer los propios límites desde el prefacio, capta a un conjunto de creadores para buscar el sustrato común. Podría decirse que faltaron otros, pero el ensayo obedece a la visión del autor, de ahí que baste fijar la senda para gozar con su tránsito como lector. El autor distingue entre creadores y ensayistas. Mencionar a Alfonso Reyes en la segunda categoría obliga a la lectura, pues aunque Reyes es conocido como ensayista, su obra literaria no pide nada a otros autores señalados por Zalamea. Empero, es verdad que en el contexto latinoamericano son pocas las figuras que crean (o recrean) esa voz colectiva en sus obras y que, al mismo tiempo, toman conciencia de los alcances de su quehacer. Destaca el autor la lucha, claramente aceptada por Borges y otros autores, entre lo regional (a veces tan local como un barrio o un vocablo de cierto pueblo) y ese bloque europeo al que solía tenerse como referente. De ahí la necesidad de la “identidad latinoamericana”, que puede iniciarse con el hecho compartido de muchos desgobiernos que unen a la región, donde los rezagos de la Colonia son retomados por esos políticos codiciosos que dan pie común a la memoria para identificar y retomar mestizajes de ideas y razas (más como parte de un proceso social desigual, que como etnia regional), en un entorno a veces naturalmente salvaje, a veces humanamente rapaz, sobre los que debe elevarse la “expresión americana”. La dificultad del análisis entre lo atomizado y lo global es salvado por Zalamea, quien destaca una particularidad de la creación surcontinental: la convivencia, en aparente lucha conceptual, de los valores naturales, originarios, con la cultura occidental impulsada desde fuera de cada región. Lezama Lima es citado y analizado por Zalamea. Se le retoma por su vigencia. Las apreciaciones de Lezama sirven para enfrentar las “ausencias posibles”. La literatura y la plástica se mezclan en este análisis conjunto que busca encontrar el fondo común: por momentos, en el ensayo sólo es esa cotidianidad agresiva y violenta. Lo precisa al emparentar a José Luis Cuevas con Carpentier, al establecer el primero cómo la realidad brutal es su aliciente creativo. Y eso que toma referencias de hace varias décadas, antes de que la “guerra contra el narcotráfico” inaugurara en México una interminable procesión de imágenes impensables en aquellos lejanos, por su contexto, años sesenta y setenta. En esa búsqueda de lo inmediato, lo onírico termina por aparecer: Tamayo con sus óleos mágicos, mitad sueño, es apuntado por Zalamea para advertir esa derivación que en algún momento es ineludible: la necesidad de negarse a una realidad que, por inasible, no deja de taladrar a los que la viven con desesperanza. Un libro que invita a múltiples aproximaciones a la identidad regional •
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Jornada Semanal • Número 1014 • 10 de agosto de 2014
La entrega, Hermann Bellinghausen, uacm . México, 2010
Tres cuartas partes, José Ángel Leyva, Mantis Editores, México, 2012.
TRES CUARTAS PARTES DEL POETA
UNA DENUNCIA Y UN BANQUETE
RICARDO VENEGAS
JUAN PUGA
P
oeta, ensayista, editor, periodista, alguna vez médico, explorador y cazador de los poetas y su trabajo mediante el género de la entrevista, miembro fundador y codirector de la extinta Alforja (revista de la Fraternidad Universal de los Poetas) y ahora director de La Otra, José Ángel Leyva (1958, Durango, Dgo.) es un bardo con múltiples registros. Como aquellos poetas que han realizado un largo viaje para llegar a esa voz que se fue conformando con la arena del desierto y las aguas del mar, José Angel Leyva despliega en estas Tres cuartas partes su propia bitácora de caminante. Se trata de uno de los autores más prolíficos de la generación de los cincuenta, grupo de poetas que se ha caracterizado por la dispersión, por sus lecturas de diversas tradiciones, por estar en contra de los regímenes autoritarios, pero también por sus aportes y contribuciones generosas a las humanidades y al mapa de la poesía mexicana. Como el título lo indica –no es sencillo nombrar lo que a la postre nos nombra–, tres cuartas partes, la cuasi completud, el agua que somos y el que fuimos, la vida ya vivida y la porción que cerrará el círculo, nos conducen a una travesía poética que se hermana con la meditación, con el poeta de visión que mira el más allá de la experiencia estética, el paso del tiempo, de la existencia misma que se define en el golpe de dados del poema. Se trata de un autor que ya no está en la fase de la experimenexperimen tación, sino en la punta del iceberg de su expresión. Somos agua, pero también arena: “El tiempo pudre la forma de raíz en otros pasos/ No hay religión ni fe en las larvas que devoran/ Vivir es caducar hasta extinguirse.” La poesía es ese puente en el que convergen el poeta y el hombre, de ahí la evocación: “El Sena no es mi río ni París mi corazón/ Estoy aquí de paso por la tierra/ Un puente es uno más entre los días/ No toco el agua con la mano/ se van mis huesos y enseres por la orilla/ Las manos de papá se alargan en el fondo/ Bajo el puente sus uñas en blanco/ parecen imágenes de cine.” Los viajes, la infancia que no termina, los países y los sitios memorables, el credo de la luz y de la sombra, las mujeres que se miran a sí mismas, los bosques del poema y el asombro se reúnen en un volumen de latidos: “El corazón se sorprende/ a veces de sus ruidos/ y se queda mudo/ completamente sordo.” Para encontrar a Leyva hay que leerlo definitivamente •
Fuera de lugar lugar, Pablo Brescia, Literatura-Difusión Cultural unam, México, 2013.
A
este volumen de Herman Bellinghausen, bien se le podría llamar un collage literario, construido a base de relatos aparentemente disociados, que suceden durante estancias en recónditos lugares, que nos hacen evocar la provincia y extrañar muy poco a la civilización. Parajes desolados, ciudades alejadas de la mano de Dios cobran vida gracias a la fuerza descriptiva del autor. Lo mismo sucede con personajes oscuros, grises y decadentes que, a través de la pluma de Bellinghausen, revelan un fondo a veces patético, a veces glorioso y a veces heroico. Hasta los olvidados viajes en ferrocarril con todas sus peripecias y aquel encanto que envuelve cada momento desde que es abordado, cobran nueva vida al ser evocados con todo su detalle dramático, gozoso y penoso. La entrega nos descubre un mundo velado a la información, en el que Herman nos describe una realidad sospechada pero nunca confirmada donde juegan papeles estelares y secundarios, narcotraficantes, pederastas, tratantes de blancas y demás especímenes de la seudo sociedad, así como científicos, investigadores, exploradores y luchadores sociales anónimos. Sus escenarios varían; desde mansiones habitadas por millonarios retirados, hasta bungalows, hoteles de paso y posadas pueblerinas. De los mares y sus alrededores a la espesa jungla llena de misterios; de las grandes ciudades a los pueblos rabones; de la compañía de guapas y sensuales mujeres, a la complicidad con la enigmática Voltaire, solterona otoñal, siempre dispuesta a cooperar y desmitificar. Resulta impresionante su evocación de Severo Amador, grabador, pintor y escultor quién murió en el manicomnio de La Castañeda y cuyas obras las consumió el fuego. Entretenida y apasionante, esta obra nos atrapa con situaciones de acción, drama y suspenso, como una expedición a lo más intrínseco de la selva, las devastaciones de las hormigas y el descubrimiento de parajes jamás explorados. Concebida posiblemente como una labor de denuncia, las pesquisas e investigaciones aquí descritas, devienen en un magnífico banquete de situaciones y aventuras, salpicadas de un humor a veces sarcástico pero siempre oportuno y revelador de nuestra pequeñez ante el mundo, y pertinente como atenuante a lo comprometedor de las situaciones y predicamentos descritos en esta obra •
Nacido hace cuatro décadas, un lustro y un año, el bonaerense Brescia es al menos dos cosas de manera innegable: la primera, una especie de nómada, tanto por sí mismo como editorialmente, y la segunda, uno de esos cada vez más escasos cuentistas, diría la clásica fórmula, de pura cepa: a finales de los años noventa pasados publicó, aquí en México, La apariencia de las cosas, y el año anterior hizo lo propio en Perú con la primera edición de este otro cuentario, que hoy Literatura de la unam recupera al republicarlo. Con estos dos volúmenes le ha bastado, como habrá de constarle al lector, para mostrar la calidad de su cuentística pluma. Los doce cuentos aquí reunidos, que se dividen en dos flancos –Lugar y Fuera, en ese orden–, variopintos temática y estilísticamente hablando, constatan también el estupendo estado de salud del género en lengua española y, más específicamente, en Latinoamérica.
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SERGIO GALINDO: entre el delirio y la belleza Édgar Aguilar
Leer en la voz materna
Un vuelo en Playas Tijuana
ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Naief Yehya
Ricardo Guzmán Wolffer
naief.yehya@gmail.com
ARA LOS AZTECAS, EL Paraíso Terrenal se encontraba en Xicalanco, territorio tabascruzano donde floreció la cultura Olmeca. Las buenas noticias trascienden; cuando los españoles se enteraron de la posibilidad de acceder al Edén sin pasar por las penosas exigencias que en esa época imponían la religión y sus reyes católicos, armaron sus carabelas para cruzar el Atlántico y se establecieron como dueños indiscutibles. Pero faltaba un grado para que este paraíso fuera perfecto: ¿quién les iba a servir el cafecito endulzado a los nuevos administradores? Fueron entonces a la Madre Áfri-
GALERÍA
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Marcadores de la atrocidad El de Brasil fue probablemente el mejor Mundial de la historia: muchos goles, sorpresas, actos de justicia kármica, equipos chicos jugando como gigantes, grandes equipos disminuidos hasta la caricatura, récords rotos y algunos partidos fabulosos. Este Mundial fue más discutido y compartido que ningún otro en internet y las redes sociales. Comentarios, artículos, chistes y memes circulaban a velocidades asombrosas. Sin embargo, la conversación futbolera en tiempo real en twitter, en particular a partir de las semifinales, adquirió un aura demencial y seriamente perturbadora, ya que los tuits que competían por la atención de los cibernautas se alternaban entre el fut y la guerra, y se daba una auténtica competencia de marcadores: unos hablaban de goles y jugadas en los estadios, otros de misiles, destrucción y muerte. Esta es una de las caras inquietantes de la banalización de la atrocidad que ofrece la mediósfera.
¿suicidio y/o estrategia?
ca para invitar a sus habitantes a gozar del Edén, sin advertirles que iban a quedarse cortando caña hasta el final de sus días. De la mezcla de esas tres razas primordiales, india, española y africana (con salpicones berberiscos y gitanos), surgió la cultura jarocha, acuñada a lo largo de quinientos años. Esa cultura variopinta se apropió de la aristocrática Versada del Siglo de Oro y, primordialmente analfabeta, la utilizó como memoria estética y expresión popular: los grandes cantores y las grandes hazañas se han conservado y transmitido en una métrica llamada Décima, que consta de diez versos octosílabos como el conocido “hombres necios que acusáis”. Los inspirados poetas sotaventinos y los músicos jarochos se han expresado, por centurias, en ese troquel. Pero, a la par, han acuñado una versada sin paralelo: el son de “La bamba”: esta melodía caribeña tiene la cualidad de compartir su esencia campirana y festiva con la métrica budista del haikú. El haikú proviene, como todos los grandes ramales de la poesía, de las expresiones populares. En el Japón medieval, donde convivían cantos y melodías, el gran poeta contemplativo Matsuo Basho depuró una de esas versiones; apartando su variable cómica y chocarrera estableció la métrica para una poesía novedosa, mesurada y mística: el haikú. Esta fórmula se aclimató en nuestro hemisferio desde los trabajos de Tablada, y se ha convertido en una herramienta sensible para muchos escritores; baste recordar a Octavio Paz: Troncos de paja: Por las rendijas entran Budas e insectos. En nuestro idioma, en la convención aceptada la métrica del haikú mantiene una conformación de diecisiete sílabas, repartidas en tres líneas: cinco para la primera, siete para la segunda y cinco para el remate. ¿De qué manera misteriosa esta medida se estableció en la versada del popular son de “La bamba”? Revisemos,
remarcando el silabeo: Para subir al cielo (7) Se necesita (5) Una escalera grande (7) Y otra chiquita (5) Lo que nos deja una especie de haikai, versión menor y festiva; retirando el primer renglón obtenemos un haikú redondo: Se necesita Una escalera grande Y otra chiquita. Lo mejor de esta melodía, quizá equiparable a los cantares antiguos de Japón, es su eficacia como herramienta creativa; basta acompañar nuestro nuevo haikú con la melodía caribeña para comprobar lo adecuado de la métrica. Rivas, poeta de alta mar, nos previene que la similitud prosódica se extiende en una corriente estética por toda la humanidad; esta manera expresiva del sotavento no es una aclimatación, sino otro de los milagros del imaginario colectivo. En cambio, el pintor Pepe Maya sugiere que aquellos primordiales expedicionarios, ancestrísimos nuestros que cruzaron el estrecho de Behring, ya portaban en sus genes la estética que después se convertiría en haikú; por ello los jarochos, herederos lejanos, se encuentran muy cómodos en esta versada y la mantienen a toda voz. (Claro, estirpe marisquera, su versada está llena de sabores y de carnavales, muy aparte de la mística apacible de Oriente.) Los genetistas ya trabajan activamente para desglosar cuál elemento en la cadena de los aminoácidos es la depositaria de las virtudes estéticas de los jarochos. Mientras realizan su labor y logran despejar esa tremenda incógnita, ya con esta me despido, cantándoles un haikú: Ya me retiro No me llores, Gitana, Por ti suspiro •
Parte de la prensa occidental considera que los cohetes palestinos en contra de Israel son una táctica fallida y absurda, más simbólica que estratégica, que sólo sirve para poner en evidencia la superioridad tecnológica israelí y acaso como método para forzar a la opinión pública internacional a sentir compasión por las víctimas. De los cientos de cohetes lanzados, sólo un puñado han penetrado el domo de hierro, han causado daños mínimos y hasta ahora sólo un muerto y un herido. Mientras tanto, el bombardeo israelí, cuando esto se escribe, ha cobrado más de doscientas vidas, miles de heridos y la destrucción de casas, mezquitas, hospitales, sistemas de tratamiento de agua, escuelas, plantas de luz y toda clase de edificios. Hamas estaba en crisis, forzados a una reconciliación con la Autoridad Palestina, perdiendo a sus principales aliados en la región e incluso el apoyo de muchos que han optado por sumarse a la campaña Boicot, Liquidación y Sanciones ( bds por sus siglas en inglés), una herramienta política y económica para ejercer presión política sobre Israel y terminar con la ocupación y colonización de tierra palestina.
Motivos
blo, por tanto, las pérdidas humanas son parte inevitable. No hay separación posible entre población y militancia, ambos están acorralados por las vallas, el océano y la frontera con el Egipto del nuevo tirano Abdel Fatah al Sisi. Por eso han optado por confrontar el domo de hierro, no tanto esperando que sea un fiasco, sino más bien confiando en que no lo sea. El bombardeo es un insistente mensaje en sí mismo. Si bien hay un mínimo riesgo de provocar daño real, Gaza desafía así a Tel Aviv e impone una solución. Hamas se ve a sí mismo como el David del mito judío, o quizás simplemente están inspirados con los triunfos de Costa Rica, al esperar conquistar negociaciones favorables que relajen el control israelí de los territorios, o bien provocar una invasión que sería altamente costosa para Israel y con la cual esperan, con optimismo demente, humillar al gigante.
ojos del Mundo La matanza de Gaza dista mucho de ser la única atrocidad que debería ocupar nuestra atención, pero su poder de atracción radica en la desproporción de la respuesta israelí, en el poder avasallador del 4° ejército más grande del mundo usado para aplanar edificios, en la hipocresía de un bombardeo supuestamente preciso y la absurda noción de que el ejército advierte a sus víctimas por teléfono, mensajes de texto o con un mortero contra el techo de las casas o construcciones que están por ser destruidas (anuncios que a veces se dan 50 segundos antes del bombardeo). Estos gestos presuntamente humanitarios tienen una connotación sórdida y cruel que no escapa a la mayoría de los observadores.
Si los cohetes palestinos son una estrategia fracasada, la respuesta israelí ha Muerte en la playa sido también una campaña inútil, una El miércoles 9 de julio, alrededor de masacre sin beneficios, un desafío a la una docena de palestinos veían el paropinión pública internacional que nin- tido Holanda vs. Argentina en el peguna propaganda o hasbará podrá queño restaurante de playa Fun Time ocultar. Israel asegura que el objetivo Beach Café. Nadie esperaba que un es imponer el silencio y desarmar a Ha- misil israelí cayera ahí durante el juemas y, al mismo tiempo, utilizar la go, supuestamente dirigido a un teamenaza de los cohetes palestinos rrorista aficionado al fut. Se recupecomo justificación para extender su raron ocho cadáveres. En twitter esta política colonialista en Cisjordania, noticia desplazó las descripciones de dividir a los palestinos y debilitar la la ineficacia de Messi y fue reemplaposible alianza entre la olp y Hamas. zada por alguien que se burlaba de los Para Hamas esta es una guerra del pue- “clavados de Robben” •
JORNADA VIRTUAL
Bombas y goles: de Brasil a Gaza (ii y última)
"La bamba" y el haikú
........ ARTE Y PENSAMIENTO
Germaine Gómez Haro
Alonso Arreola @LabAlonso
germaine@pegaso.net
Pintura victoriana en la colección Pérez Simón
Del womad 2014 y los 25 años de Real World
E
P
L MAGNATE Y EMPRESARIO mexicano originario de Asturias, Juan Antonio Pérez Simón, ha reunido a lo largo de treinta de años una de las colecciones de arte más importantes del mundo, que abarca de los siglos xv al xxi. Quizás el núcleo fundamental de su colección de más de mil 500 piezas sea el corpus de unas ochenta pinturas británicas de la era de la reina Victoria (1837-1901) y de su hijo Eduardo vii (1901-1910), período artístico conocido como victoriano y que se desarrolló en esas latitudes entre 1860 y 1914. Esta época coincide con la expansión del imperio británico y la revolución industrial que generaron importantes cambios sociales y económicos. En ese contexto surgen los llamados Aesthetic Movement y Classical Revival, movimientos culturales estrechamente ligados con la literatura y con la música y que fueron objeto de una gran polémica debido a que rompían los esquemas en un medio social caracterizado por el puritanismo y la rigidez. El trabajo de los artistas que se atrevieron a desafiar los cánones moralizantes de la época tuvo un éxito limitado en su momento, cayó en el olvido a partir de la primera guerra mundial y fue injustamente despreciado por la crítica y el coleccionismo hasta bien entrado el siglo xx . Hoy en día se reconoce a Pérez Simón como uno de los primeros coleccionistas extranjeros de tiempos recientes que se interesó por el rescate de estos pintores y se dice que su colección, compuesta por obras de aproximadamente ochenta artistas victorianos, es la más importante fuera del Reino Unido. Hace unos meses se inauguró en el espléndido Museo Jacquemart-André en París, y posteriormente en el Chiostro Bramante de Roma, la muestra que he tenido la oportunidad de visitar en el ThyssenBornemisza de Madrid titulada en este recinto Alma-Tadema y la pintura victoriana en la colección Pérez Simón. La exposición está estructurada en torno al gran pintor Lawrence Alma-Tadema (Países Bajos, 1836-Wiesbaden, Alemania,1912), quien jugó un papel determinante en la vida artística londinense y es figura central en la colección Pérez Simón con dieciocho piezas magistrales. Esta exhibición articula un diálogo entre Alma-Tadema y una pléyade de artistas de su generación, unos más conocidos que otros, quienes se desarrollaron en torno al Aesthetic Movement, cuyo eje central fue la fascinación por la antigüedad grecorromana –y en algunos casos, la Edad Media– pero, sobre todo, impusieron el culto a la belleza femenina. La mujer es la protagonista de lienzos sublimes en los que aparece indistintamente como musa, diosa, heroína, femme fatale, misteriosa hechicera o simplemente la amante que despierta el deseo y la voluptuosidad en enigmáticas escenas nimbadas de melancolía y nostalgia. Hay que imaginar que en una sociedad tan cerrada como fue la victoriana, el desnudo como género artístico estaba
prácticamente vetado por ser considerado vulgar y de mal gusto. Aún así, hubo artistas que desafiaron el puritanismo imperante y se lanzaron a la creación de imágenes femeninas de un erotismo y una sensualidad asombrosos. Se sabe que inclusive hubo censura y muchas de estas pinturas nunca fueron exhibidas públicamente en su momento, y que fueron realizadas por encargo de algunos marchantes visionarios que las colocaban directamente en colecciones privadas. La extravagante pintura Las rosas de Heliogábalo, de Alma-Tadema, es la piedra clave del guión museográfico y constituye, a mi parecer, una de las obras más bellas e impactantes de este peculiar movimiento. Está inspirada en una escena de la vida del emperador sirio, un joven cruel y depravado que se divertía sometiendo a sus cortesanos a actos sádicos en sus bacanales. En esta pintura vemos a Heliogábalo presidiendo la mesa del banquete con el rostro deformado por la perversión, mientras disfruta de una literal y exuberante tormenta de pétalos de rosas que cae sobre los cortesanos cubriéndolos hasta ahogarlos. Por si fuera poco el derroche decadentista, en la sala del museo se respira el aroma a rosas. Otros artistas, como Edward BurneJones, John William Godward, Frederic Leighton, Albert Joseph Moore, entre muchos otros, reflejan su pasión por el mundo antiguo en escenas preciosistas en las que la mujer como figura ideal es objeto de deseo velado, y su sensualidad se vislumbra tras los finos pliegues de túnicas vaporosas que dejan entrever sus siluetas carnales. La pintura victoriana apuesta por la perfección técnica y consigue la exaltación de los sentidos •
Las rosas de Heliogábalo; Arriba: Muchachas griegas recogiendo guijarros a la orilla del mar
ARA COMENZAR, CONFESAREMOS QUE se nos quemó la tortilla en el aceite. No somos diestros en la cocina. En nuestra defensa diremos, empero, que se trataba de una de esas tortillas de color amarillo intenso, grandes y delgadas, que a primera instancia no se sabe si son de trigo o de maíz. También a nuestro favor diremos que los chiles no eran poblanos ni guajillos, sino una curiosa combinación de pimientos y ajíes indios que debíamos hacer funcionar en un pastel azteca. Porque sí, de eso se trataba la primera actividad que nos propusieron en el womad (Mundo de Música, Artes y Baile) de Inglaterra: cocinar un plato típico y
preparar un coctel con características mexicanas en el escenario Taste of the World. Esta pesadilla que nos atormentó por semanas, a la hora pactada se convirtió en un momento bello y simbólico, reflejo de su filosofía integrista. Gracias a las cocineras de apoyo, a la inteligencia de nuestro anfitrión y la eficiencia de los técnicos de audio, sucedió lo imposible: en sesenta minutos compartimos música, conversamos sobre comida mexicana con cientos de personas y, sí, preparamos el mentado pastel con todo y un diablito hecho a base de tequila, chile, sal de gusano, jengibre, miel, pepino y cerveza. Luego hubo tiempo para comer y beber, para hacer sugerencias a los interesados en viajar a nuestro país y hasta para saludar a Peter Gabriel, leyenda del rock británico (exGenesis) y fundador de este mítico festival, quien de pronto apareció caminando solitario entre los árboles.
sí en los escenarios. A diferencia de los festivales que se desarrollan en otras latitudes, los radios de comunicación guardan silencio y los principales responsables del organigrama atienden personalmente a los músicos, aboliendo esa estructura plena de asistentes que termina por replicar los sistemas burocráticos de un gobierno obeso que propicia clases y procesos kafkianos. Por el contrario, en el womad las cosas transcurren con un temperamento extremadamente relajado pero que no se rinde a la informalidad. Más de cien grupos provenientes de cuarenta países subrayan así el espíritu con el que, en otro momento de la industria, se fundó una disquera que dio cabida a voces de cinco continentes bajo la premisa de respetar, precisamente, su voz verdadera y cotidiana. Es así como Sinead O’Connor, Youssou N’Dour, Manu Dibango, Alice Russell, Goran Bre-
Lo interesante aquí, lectora, lector del día domingo, sin embargo, no es la anécdota personal sino haber conocido el funcionamiento interno de una de las más respetadas y admiradas organizaciones en el mundo de la música. Nos referimos al equipo de producción del festival womad , pero también al del sello discográfico que lo alimenta, Real World, y que este 2014 cumple veinticinco años de su fundación a manos, también, de Peter Gabriel. Hablamos de un grupo de personas cuya humildad, sensibilidad, capacidad y recursos de comunicación son difíciles de imaginar en un mundo que, precisamente, se ha alejado de su realidad más cordial para sucumbir ante poderosos brotes de racismo y divisionismo. Así pues, nada tras las bambalinas del womad hace sospechar que afuera, entre las carpas circenses donde se bebe, come, acampa y suceden conciertos y conferencias, haya tantos miles de personas que pagaron 160 libras por cuatro días de entretenimiento (unos 3 mil 680 pesos). Allí todo transcurre en calma y de manera fluida, con la confianza de que se respetarán horarios y se dará lo mejor de
govic Wedding And Funeral Band, Bassekou Kouyate, Les Ambassadeurs y el Septeto Santiaguero, entre muchos más, sonaron para felicidad de la gente que gusta del baile y la diversión, pero también de quien está interesado en cambiar las leyes del mejor postor. Gente que sueña en que los niños jueguen libremente en las calles, en que los ancianos conversen tranquilamente en las aceras, en que las mujeres bailen sin prejuicios religiosos, en que los hombres trabajen dignamente. Impulsada por estas ideas, del inmortal álbum Passion (banda sonora para La última tentación de Cristo), de Peter Gabriel (1989) al Tincian de 9Bach (2014), Real World llega a cinco lustros con un catálogo de más de doscientos títulos que han resistido las vicisitudes de la economía global y la desaparición de artistas como el estadunidense Bobby Womack (quien actuaría en el escenario principal del womad este año y cuya muerte tomó por sorpresa a todos). Por ello, acercarse a sus actividades, aunque sea a distancia y a través de la computadora, siempre dará algo de luz real entre tinieblas. Buen domingo. Buenos sonidos. Buenas esperanzas •
BEMOL SOSTENIDO
Jornada Semanal • Número 1014 • 10 de agosto de 2014
ARTES VISUALES
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
10 de agosto de 2014 • Número 1014 • Jornada Semanal
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Jorge Moch
Ana García Bergua
C
UÁNTAS CARRETERAS HE CRUZADO en las últimas semanas, o más bien, cuántas veces he andado por la misma carretera, primero serpenteante, luego prodigiosamente recta, a Veracruz: una carretera con cafecitos salvadores. En la carretera no sólo se dilata el espacio, también el tiempo parece detenerse: postergamos nuestras urgencias y nuestros horarios, sometidos a la línea que se dibuja en el paisaje con sus reglas, sus sorpresas y cuadros de nubes a cielo abierto. La carretera es como un caballo que nos lleva al galope sobre su lomo curvado y nos lanza lejos, con un chicotazo en el aire.
Fueron los estadunidenses quienes descubrieron la libertad de la carretera como tema cinematográfico y literario, ese no estar en ningún lado, ese vivir en perpetuo movimiento, e inventaron el road movie, todo un género en el que los protagonistas por lo general huyen de algo por carretera y encuentran en el camino alguna verdad sobre sí mismos. Desde Nacidos para perder, hasta Thelma y Louise , una parte de Mad Max o Alicia en las ciudades, de Wim Wenders, en tantas películas en las que el viaje no es el destino sino el trayecto, la carretera, ésa que se sigue kilómetro a kilómetro, es la verdadera protagonista. Y por supuesto, la novela de Jack Kerouac On the road con sus personajes que caminan por las carreteras gringas. ¿Inventarían los beatniks el tema de la carretera? Desde luego que no, pues antes de la carretera existió el polvoso camino, y para constatarlo basta con evocar tan sólo a Don Quijote y a Jacques, el de Diderot. Incluso “Bola de sebo” de Maupassant tendría su parte de “narración en un carruaje” y, por supuesto, Madame Bovary en el célebre episodio de Emma y Léon. Pero la carretera nació con los automóviles, que surgieron o más bien esplendieron –y me temo que ahora han hecho metástasis –con el señor Ford. Yo no tuve una infancia de carreteras, pues mis padres no manejaban; salía con padres ajenos o en autobús, y deseaba que se repitiera en mi vida aquella escena del cómic Charlie Brown en la que Carlitos y Lino hablaban de la seguridad que siente un niño al viajar dormido en el asiento trasero del auto a mitad de la noche, mientras sus padres conversan en la parte de adelante, de camino hacia algún lado. Procuramos darles ese pequeño paraíso a nuestras hijas, no sé si se logró. Que el sol te abra los ojos y una voz te diga: ya llegamos. Amo las flores rosas que se plantan a los lados de la carretera, como nubes, y amo los paisajes y las montañas, la sensación de que está cerca el mar y muy
pronto llegaremos, cuando sentimos el calor pegajoso y el olor a sal y aventamos lejos el suéter. Amo cruzar pueblos desconocidos, ser una especie de testigo de una película afuera de las ventanillas, en el auto o en el autobús. Quizá por eso, también, la carretera es tan cinematográfica: por la ventanilla vamos viendo la cinta del paisaje, las ciudades lejanas y los pueblos que a veces alcanzamos a cruzar, las cúpulas amarillas de las iglesias como una tentación soleada, las vacas que uno debe anunciar a los niños: mira, Juanito, una vaca, un burro, unos borregos o unos guajolotes. Un paisaje que camina en sentido inverso a nuestra marcha, un largo adiós. La carretera es una película y al igual que en las películas, no siempre sabemos el final. El tren, qué ilusión, se acabó en México y es una desgracia: en los trenes los pasajeros caminan y pueden conversar, lo cual es su gran gracia, libertad adentro de la libertad, movimiento adentro del movimiento. La carretera también es una pesadilla cuando la ciudad se traslada a sus carriles, la invadimos con nuestros autos y entonces decide empezar desde mucho antes de llegar a sus límites: ya estamos en un embotellamiento, ya estamos en la ciudad, y los autos, que no saben ni pueden hacer otra cosa que moverse o no moverse, se transforman en feos edificios de chatarra, en casas provisionales, como en el magistral cuento de Cortázar “La autopista del sur” (escribí sin querer “La autopista del ser” y lo dejo porque me gustó: ser también resulta vertiginoso). En realidad, basta con una pequeña aglomeración de humanos para que el camino o la carretera dejen de serlo. Y por el contrario, también basta con detener el coche un momento, bajarse en medio de una llanura, de unas montañas, de un pastizal, sentir el aire que golpea y el sol que abrasa, el susurro de los demás autos que pasan como golpes rápidos y darse cuenta de que la carretera es nuestra dueña •
Silencio es luto
E
L ASESINATO DE UN periodista es abominable en cualquier lugar del mundo. Que eso suceda en México es una vez más demostración de que la represión está dirigida desde el poder que otorga luego impunidad. Que además la agresión sea para un promotor de radio comunitaria refleja un rancio, ancestral casi, desprecio de corte racista, el más odioso recurso del clasismo, esa tara maldita, esa retorcida manera en que alguien que es víctima por su cultura o sus convicciones políticas, color de piel o nivel socioeconómico del desprecio de ciertos estratos sociales se arroga a su vez la presunción de superioridad igualmente
ridícula, estúpida, para flagelar a otros que considera inferiores. Esta columna lo ha repetido hasta el hartazgo y lo seguirá haciendo: todos somos el naco de alguien. El asesinato de un periodista, de un locutor de radio comunitaria es por antonomasia el asesinato de un activista social. Y cualquiera sabe que en el México rural el activismo social suele pisarle el callo a los más pedestres intereses caciquiles en pesos y centavos. Un activista social suele estorbarle el negocio a algún infeliz hijo de la chingada que se cree superior en su entorno, casi siempre de pobreza extrema y de ignorancia aprovechable para el oportunismo logrero, ese con que se construyen y reciclan caciques, munícipes, diputadillos y funcionarios menores de toda laya, la fauna del sistema. Las radios comunitarias suelen ser focos de resistencia a esos intereses mezquinos que anteponen la voracidad de un individuo o los negocios de un clan familiar al bienestar público de su comunidad y ello, hay que subrayarlo, es algo cotidiano en congregaciones apartadas, donde la marginación social es la supervivencia diaria y donde precisamente la radio comunitaria es muchas veces no solamente el vehículo de cohesión social de resistencia y convocatoria, sino simplemente el único medio de comunicación disponible en sitios donde a veces ni siquiera las señales de televisión abierta llegan. Que la intentona de silenciar una radio comunitaria resulte en el asesinato de un niño de doce años es crimen de lesa humanidad (y posiblemente crimen de Estado, ordenado por algún cobarde detrás de su escritorio). Eso pasó hace unos días en el Estado de México, allí donde su dizque gobernador, Eruviel Ávila, se empeña en negar que hay violencia: un comando armado atacó en Luvianos las instalaciones de Radio Calentana 98.1 fm , que fundó y dirige el padre del niño asesinado, Indalecio Benítez. Benítez y su familia corrieron a buscar refugio en una zona militar cercana, pero les fue negado el auxilio hasta ya dema-
siado tarde, y un renglón escueto resume la pesadilla y la tragedia nacidas en el odio primero y la cruel indiferencia después: el niño murió en los brazos paternos. Qué mierda de gente, qué mierda de funcionarios, qué mierda de país. Un país donde las radios comunitarias, como queda consignado en múltiples denuncias, han sufrido recrudecidos hostigamientos, represión, amordazamiento, agresiones y trampas, legales y extrajudiciales, sobre todo a partir de la ascensión fatal al poder del tartufo Calderón, pero como vemos siguen vigentes con el tartufo Peña. Hostigamientos, agresiones y asesinatos que ejecutan cacicazgos locales por consigna y para beneplácito de poderes fácticos que van desde empresarios voraces del ámbito local o la misma Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión ( cirt ) y las cabezas de la hidra televisiva, como t v Azteca de Ricardo Salinas. La emisora comunitaria La Voladora Radio, ubicada en el municipio de Amecameca, también en el Edomex; Zaachila Radio, Radio Calenda o Radio Totopo por su activismo contra empresas gaseras como Fenosa; Radio Bemba, Radio Nnandía, la emisora Tierra y Libertad como ahora la radio comunitaria de Luvianos son los objetivos de campañas de represión nacidas en la arrogancia y el desprecio de unos pocos funcionarios y empresarios voraces a los que sus comunidades les importan un pepino y a las que en cambio, al estar informadas y comunicadas entre sí, se las considera enemigas. Sólo un imbécil avaro –el asesinato del pequeño hijo de Indalecio se atribuye a grupos criminales que operan en Michoacán, Guerrero y el Estado de México– puede suponer que una radio comunitaria debe callar para perpetuar saqueos. Pero el silencio no será nunca la respuesta ideal para las comunidades rurales o marginadas. Y alguien, ojalá que muy pronto, se lo hará saber porque un pueblo rauco no es necesariamente agachón ni sumiso •
CABEZALCUBO
Carretera
PASO A RETIRARME
tumbaburros@yahoo.com Twitter:@JorgeMoch
Jornada Semanal • Número 1014 • 10 de agosto de 2014
........ ARTE Y PENSAMIENTO
Juan Domingo Argüelles
A DECIR DE HERMANN Hesse (1887-1962): “Un hacha es un hacha y con ella se puede cortar leña o también cabezas. Pero un barómetro o un reloj sirven para otros fines y, cuando con ellos se pretende cortar leña o cabezas, se rompen sin que nadie saque provecho.” Explicaba esto porque durante la guerra se convirtió a los artistas, poetas e intelectuales en soldados y peones. Y añadía: “Ahora se pretende ‘politizarlos’ y convertirlos en órganos del desarrollo actual. Es como si se quisiera utilizar un barómetro para clavar clavos.” Enfáticamente advertía que el mundo no va a progresar con mayor rapidez porque convirtamos a poetas en demagogos y a filósofos en ministros.“Progresará –sostenía– allí donde el hombre hace aquello para lo que está allí, lo que su modo de ser exige de él, lo que, por tanto, hará bien y a su gusto.” Para Hesse la poesía era, en efecto, un barómetro para saber el grado cultural de una sociedad, de un pueblo, de un individuo. Una sociedad antipoética, un pueblo antipoético, un individuo antipoético aceptan más fácilmente a Hitler que a Picasso. Pero el poeta tampoco es un dios (ni pequeño ni grande): es un ser humano que sublima sus sentidos para tratar de comprenderse a sí mismo, y que a veces lo consigue a tal grado que, en esa comprensión íntima también se reflejan (y se comprenden) los demás. Es sintomático que en la primera página de Demian: Historia de la juventud de Emil Sinclair, el protagonista exprese: “Los poetas, cuando escriben novelas, acostumbran a actuar como si fueran Dios y pudieran dominar totalmente cualquier historia humana, comprendiéndola y exponiéndola como si Dios se la contase a sí mismo, sin velos, esencial en todo momento. Yo no soy capaz de hacerlo, como tampoco los poetas lo son. Sin embargo, mi historia me importa más que a cualquier poeta la suya, pues es la mía propia, y además es la historia de un hombre: no la de un ser inventado, posible, ideal o no existente, sino de la de un hombre real, único y vivo.” Como buen lector de poesía y como poeta que supo a tiempo que su mayor talento estaba en la prosa, Hesse sabe dotar a su narrativa de un espíritu poético extraordinario, y sabe más verdades sobre la poesía que muchos poetas. Por ejemplo, sabe que “la poesía no sirve a fines, excepto inconscientemente y en el sentido de que todo lo vivo se presta un servicio mutuo”; por ello, “el destino de las poesías didácticas es fracasar tanto más como poesías, cuanto más se preocupan por la enseñanza que pretenden comunicar”. En cuanto a la “explicación” didáctica o puramente académica de la poesía, Hesse también tenía este punto muy claro: “Con-
tentarse con arrancarle a un poema o a una narración los pensamientos, la tendencia, lo educativo o lo constructivo que contiene, es conformarse con poco y equivale a perder el secreto del arte, lo real y verdadero.” Cuántos estudiosos y críticos de poesía jamás han sentido una emoción a la hora de la lectura y de aplicar una determinada hermenéutica; cuántos lectores comunes, en cambio, se emocionan y comprenden lo que hay en un poema, sin más herramienta que su sensibilidad y su inteligencia. ¿Por qué? Porque, como bien lo dice Hesse,“en el momento en que una obra poética tropieza con un lector inteligente, surge de inmediato algo nuevo y vivo: la peculiaridad y el mundo imaginativo del poeta se entrelazan y mezclan con el carácter y el mundo de asociaciones del lector”. Tratándose de “racionalizadores” y “esquematizadores” del poema, stos “profesionales” todo lo vuelven un asunto de didácticas al uso. Y esto sin olvidar que la poesía es un ejercicio que conjunta la emoción y la razón, pues tratándose de la cursilería o la sensiblería (una manifestación arcaica o primaria del sentimiento), Hesse hace notar que “escribir versos ‘salidos totalmente del corazón’ es una falsa ilusión, es algo que no existe. Necesítase la forma, el lenguaje, los versos, la elección de las palabras, y todo esto no tiene lugar en ‘el sentimiento’, sino en la razón. En la lírica de los grandes maestros, desde Píndaro hasta Rilke, no hay nada escrito ‘exclusivamente con el corazón’. Con el corazón se escriben en caso de apuro cartas o folletines, pero no versos”. Finalmente, para Hesse, la función del poeta “es ante todo la de recordar, la de no olvidar, la de conservar en la palabra lo pasajero y conjurar lo pasado”. Y es obvio que el poeta trabaja con palabras, pero también es claro que los poemas, en general, no tratan de las palabras sino de la vida. Es por ello que “hacer versos malos depara mucho más felicidad que leer los más bellos”. El ejercicio poético, el hacer, el obrar está, por naturaleza, en el espíritu esencial del ser humano, más allá de sus logros •
@luistovars
JORNADA DE POESÍA
Más de Hermann Hesse y la poesía
Luis Tovar No consigo...
S
I EN ALGO HA sido eficiente y hasta un tanto pródigo el cine mexicano de los últimos tiempos es en abordar, interpretar, desarrollar y exponer, desde una buena cantidad de flancos, lo que sumariamente –aunque al usar lo que a continuación viene entrecomillado no se abarca el cien por ciento del asunto– suele denominarse “problemática juvenil”. Empero, es preciso ponerle al concepto un segundo apellido, en este caso,“contemporánea”, puesto que si bien es posible identificar constantes en dicha problemática, sin importar la época de la que se esté hablando –entre muchas otras están la difícil comunicación exogeneracio-
nal y los ritos de iniciación sexual, por mencionar sólo dos de las constantes más acusadas–, también es claro que hay aspectos puntuales que siempre emanan de manera directa de algo que, por más ambiguo que pueda ser en términos de frontera cronológica, debe ser llamado “época”. Ejemplos, como sabe Todomundo, sobreabundan: las preocupaciones; los intereses; los gustos aplicados a una larga serie de objetos y hechos; la visión que tienen de sí mismos y de su rol social, de quienes fueron (fuimos, kimosavi) jóvenes en la década de los años ochenta del siglo pasado, por decir una cualquiera, lucen absolutamente ajenos a lo que debieron ser –como consta en diarios, libros, discos, películas, etecé– para quienes carecían de todo hilo de plata en los años sesenta; pero también de los que fueron chavos en los setenta o los noventa... y a su vez, todos parecerían por completo ajenos a los jóvenes de principios del siglo xx o los de este inicio del siglo xxi. A todo lo anterior añádase la localía: jamás será lo mismo ser joven, hoy, digamos en Atizapán de Zaragoza, Estado de México, que en el Quartier Latin de París, en el sector Seis de Bogotá o en el barrio berlinés de Danzig. ¿Obvio? Así pareciera, pero no hay que olvidar lo que se dijo líneas arriba: por diversa que pueda ser una serie de factores entre los que sobresalen contexto social y familiar, nivel socioeconómico, educación formal e informal, hay asuntos que no varían, que a cualquier joven de cualquier época y cualquier lugar del planeta –se piensa aquí específicamente en Occidente, cuyos alcances, influencia y preponderancia son innegables– le toca enfrentar.
cóMo es el cóMo Vaya la abundante pormenorización para evitar las generalizaciones, que además de inútiles aquí como en prácticamente cualquier cosa, acabarían incluso ocultando detrás de un velo aquello que se busca entender: ¿cómo es que algo tan parecido, tan invariable en su parte más profunda, puede
ser tan distinto al mismo tiempo?; ¿cómo conviene interpretar, desde un punto de vista totalmente ajeno, una realidad que teniendo un punto de partida común tiene uno de llegada tan diverso? En otras palabras, y teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿cómo cabría asimilar el comportamiento de un personaje como la diecisieteañera Isabelle, protagonista de Joven y bella (Jeune et Jolie, Francois Ozon, Francia, 2013), quien, sin presiones económicas que la hayan orillado ni coerción alguna de un tercero, pero tampoco por placer –hablando estrictamente desde una perspectiva fisiológica–; ni por presión endogeneracional en virtud de la cual ella hiciera lo que hace “para demostrar” o ser aceptada; ni por aquello que otras generaciones habrían llamado “rebeldía”; ni por ausencia de otros intereses o carencia de modelos socioculturales, o debilidad de un soporte emocional familiar... por nada específico o evidente, en pocas palabras, pero cómo entender que a Isabelle le dé por prostituirse, que parezca darle lo mismo haberlo hecho que seguirlo haciendo que ya no hacerlo más? ¿Cómo entender a esta adolescente tan en las antípodas de los retratados en Las horas muertas, Club sándwich, Voy a explotar y Después de Lucía, por mencionar sólo el primer puñado que viene a la memoria, de las arriba mencionadas películas mexicanas recientes que abordan la infinita problemática juvenil contemporánea? Será, tal vez, cosa de ir acuñando neologismos, porque no parece alcanzar con los que aquí surgen de inmediato: vacío, tedio, apatía, (pseudo)nihilismo... O tal vez será cosa de apelar a las constantes y verificar que a Isabelle, estudiante de literatura en la Sorbona que se prostituye porque sí, que robinsonea rimbaudescamente pero sin que parezca importarle ni siquiera eso, le pasa más o menos lo mismo que decían unos jóvenes en los años sesenta que hoy tienen más de sesenta años: no consigue satisfacción, aunque lo intente y lo intente •
CINEXCUSAS
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Collage de Juan Puga
10 de agosto de 2014 • Número 1013 • Jornada Semanal
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André Malraux, Henri Matisse, Frida Kahlo, Simone de Beauvior, Anouk Aimée, Eva Perón; Colette, Jean Cocteau, Virginia Woolf, Gisèle, Walter Benjamin, Jean Paul Sartre, James Joyce
o es fácil retratar a la gente. El cuidado por esa máscara que cultiva cada rostro no tiene límites. La imagen se cuida, se pule, se talla a lo largo de los años. Y sin embargo el aura de una persona está siempre al alcance en ese invento que día a día se perfecciona pero que, selfies más o menos, sigue siendo el arte de capturar el presente para perpetuarlo. La fotografía puede quemar, alumbrar, ridiculizar o mitificar. Si la técnica juega un papel decisivo, no lo es menos el arte de captar la imagen deseada con el obturador. Una exposición de retratos y escenas fotográficas realizadas por Gisèle Freund en la Academia de las Artes de Berlín, es una buena muestra de su singular talento. Gisèle Freund nació en 1908 en el barrio de Schöneberg, enfrente del edificio donde vivía Albert Einstein. Ninguna de las viviendas existe ya, la guerra las redujo a escombros, pero sus fotos, testimonio de su vida y sus viajes a través del siglo xx , a uno y otro lado del Atlántico, de París a Buenos Aires y de Chile hasta México, regresan a Alemania. Porque Gisela, que afrancesó su nombre por Gisèle en el exilio, fue una de las primeras mujeres reporteras de prensa en los años treinta, cuando se vio obligada a abandonar Berlín, donde vivían sus padres, y Frankfurt, donde estudiaba sociología. Su padre, Julius Freund, un apasionado coleccionista de pintura, le había regalado su primera cámara Leica cuando cumplió veinte años. Aunque ella no quería ser fotógrafa sino escritora. Con veinticinco años emigra a París y ahí se encuentra en el centro del mundo. Se abre paso fotografiando escenas con su cámara, y poco después encuentra la forma de mantenerse haciendo retratos. Comienza retratando a hombres de negocios. Hasta que el azar la lleva a vincularse con la crema y nata de la intelectualidad del siglo. En 1935 conoce a varios escritores al participar del Congreso de Intelectuales por la defensa de la cultura en París. Entonces, la editorial Gallimard le solicita un retrato de su joven autor André Malraux. La fotógrafa cita a Malraux en su departamento, pero como la luz no es buena, lo fotografía en el balcón con el cabello al viento y un cigarrillo en los labios, al más puro estilo Jean Paul Belmondo, cuando el actor apenas había nacido. Ese retrato de Malraux pronto ilustra su libro premiado con el Goncourt, y aunque la joven Freund no percibe honorarios muy importantes, descubre su camino.
Le siguen retratos de Anna Seghers, Paul Nizan, André Gide. De James Joyce relajado y en familia, con sus dedos enjoyados. De Vladimir Nabokov y André Breton. A Virginia Woolf, que detesta que la fotografíen, logra arrancarle una sonrisa entre perpleja y sorprendida, jugando con su perro. Bernard Shaw se indigna porque lo retrata con la barba recortada. Freund no sólo se dedica a los contrastes del blanco y negro, de la luz y las sombras, sino que es pionera en experimentar con los matices de la fotografía en color, recién descubierta. En la Biblioteca Nacional, donde acude diariamente para trabajar su tesis sobre la fotografía, entabla relación con Walter Benjamin, su vecino berlinés que le dobla en edad, emigrado por la persecución nazi. Benjamin, que también investiga en la Biblioteca, se convierte pronto en el amigo admirado que le gana todas las partidas de ajedrez y en el objeto de lujo de su cámara. Todos los retratos del filósofo se exponen por primera vez en la Academia de las Artes: Walter Benjamin leyendo, o en la naturaleza florida en Pontigny sosteniendo una flor entre sus dedos como si se tratara de una pipa. Y ese retrato, icono de la melancolía, con la cabeza levemente inclinada, sostenida por su mano, con un gesto reflexivo. También se exhiben las cartas
El retrato del siglo Gisèle Freund (1908-2000) Esther Andradi
que intercambian en ese período intenso de persecución e incertidumbre. Aunque Freund proviene de una familia con recursos, pronto las fronteras nacionales se cierran y ya no es posible recibir ayuda paterna. A su hermano en Londres tampoco le va mejor. "¿Es usted judía?" La interroga un oficial poniendo a prueba su capacidad de improvisación. "¿Cuándo vio usted una judía que se llame Gisela?" Responde ella con absoluta frialdad. Sin embargo, en Francia los controles se hacen cada vez más estrictos, los refugiados de origen judío son confinados en campos de trabajo y hay que resguardarse o huir. La fotógrafa escapa a esa amenaza a través de un matrimonio convenido. Pero Benjamin es arrestado. Los amigos de París se deshacen en solidaridad para lograr su liberación. Lo consiguen. La correspondencia entre Freund y Benjamin en esos meses prueba los esfuerzos que se hacen para ayudarlo. Ella lo alienta, que todo va a ir mejor. "No te preocupes" –le dice el entonces joven Stéphane Hessel a Walter Benjamin, el amigo de su padre, a su paso por Marsella–. La guerra ya está por terminar... Estamos a principios de 1940, apenas comienza la pesadilla que va a destruir Europa con horrores inimaginables. Benjamin ya no los vería. Se iba a quitar la vida semanas más tarde en Portbou. El cerco del terror se estrecha. Tres mujeres son clave para la salvación de Freund en este mundo de límites cada vez más borrosos. Adrianne Monnier y Sylvia Beach, cuyas librerías en la rue de l´Odeon en París son el punto de encuentro de los intelectuales de la época. Y la argentina Victoria Ocampo, activista cultural, traductora, gestora de puentes entre los mundos, directora de la revista Sur, que le ofrece todas las posibilidades para que atraviese el Atlántico y comience su periplo desde Buenos Aires hasta México. Retratos de Evita Perón en Argentina, del poeta Pablo Neruda en Chile, de Frida Kahlo y Diego Rivera en México, escenas de la vida de la casa de Coyoacán. En los años cincuenta, a su regreso a Europa, Freund seguirá capturando el aura de los elegidos en sus fotografías. Sartre en el balcón, Simone de Beauvoir con su tenida china, Breton con su colección de arte mexicano, Malraux con varias décadas más. “Ninguna pose y nunca la misma foto‘‘ es su lema. Y lo cumplió •