Juan Domingo argüelles, aDriana Bernal, El Fisgón, Helguera, HernánDez
La Escuela Vargas de Manejo (de historieta): Rius
■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 13 de agosto de 2017 ■ Núm. 1171 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
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El spleen salvaje de Eve Gil COMO UNA “ARTISTA DE LA DESTRUCCIÓN, INCLUIDA LA PROPIA” SE CARACTERIZA AQUÍ A ESTA ESCRITORA QUE LLEVA A SU LECTORES, Y ACASO A SÍ MISMA, AL FONDO DE LA MISERIA HUMANA EN SU POLÉMICA NOVELA ABORTAR EN LA ESCUELA, OBRA DE UNA SINCERIDAD SALVAJE PERO TAMBIÉN CONMOVEDORA. Rius, EL inVEntor dE GénEros Eduardo del Río, el bien conocido Rius, es uno de los contados autores que cumplieron más libros que años: alrededor de ciento treinta títulos, muchos de ellos emblemáticos y fundamentales para el conocimiento y la difusión masiva de numerosos temas, producidos por seis décadas, además de las conocidas y ya míticas revistas Los Supermachos, Los Agachados, La Garrapata, El Chahuiztle y El Chamuco y los Hijos del Averno, entre otras. El pasado martes 8 de agosto, el maestro Rius dejó de existir físicamente pero, como bien lo sabe cualquiera que conozca su obra, su presencia es de las que la muerte no podrá borrar nunca. Con una entrevista de Juan Domingo Argüelles, una semblanza de Adriana Bernal y los testimonios de el Fisgón, Helguera y Hernández, tres de sus más destacados colegas, le decimos hasta siempre a ese inventor de géneros conocido como Rius Frius.
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xponente única, hasta donde se sabe, de la post-noveau-roman, Kathy Acker, cuyo verdadero nombre era Karen Alexander, nació en Nueva York el 18 de abril de 1947. El “Acker” lo tomó de un frugal marido llamado Robert Acker. La “antisocial” y “antisemita” Kathy nació en el seno de una rica familia judía. Su padre se suicidó siendo ella una niña. De la pequeña Karen, ha dicho Kathy: “Mis padres eran monstruos para mí. Eran horribles. Y yo fui una buena niña que tuvo coraje para oponerse a ellos. Solían decirme qué debía hacer y cómo, así que sólo en mi habitación lograba sentirme libre: la escritura era lo único que me permitía hacer lo que quería sin que nadie me dijera cómo hacerlo.” Terminó integrándose a una pandilla punk y montando performances callejeros salpicados de sangre. Don Quijote y Aborto en la escuela son sus únicas novelas traducidas a nuestro idioma, así como una serie de relatos dispersos en antologías. Sobre Don Quijote, ha dicho que no existía una conciencia feminista en su escritura, aunque sí la intención de encontrar una voz como mujer. Reinterpretar la lectura de Don Quijote como mujer: “el asunto del plagio, para mí, tiene más que ver con la esquizofrenia y la identidad. La intención primera fue plagiar un texto que me resultó fascinante, pero poco a poco se impuso la necesidad de construir una identidad a partir del Quixote”, señala en entrevista con Ellen G . Friedman. Aborto en la escuela no podía haberse titulado de otro modo. Empiezo por preguntarme: ¿por qué Kathy escribe estas cosas? Descarto, de antemano, que buscara fama. De esta suposición descartada se origina la duda: era
poco probable que ningún editor, americano al menos, se atreviera a publicarle sus textos que van más allá de la transgresión. La escritura de Kathy Acker la expone como artista de la destrucción, incluida la propia. Su cuerpo fue un espacio más para una escritura que admitía incluso la explotación del dolor físico como medio de expresión. ¿Escribía Kathy para que la amaran? ¿O para sublimar su odio contra ella misma? Lo que presiento que perseguía Kathy, al menos al instante de escribir Aborto en la escuela, era la muerte. Una muerte vivida, detallada, que le permitiera ejecutar su último performance del dolor. Y me refiero al dolor del cáncer que haría necesaria la extirpación de sus pechos. Dudo, sin embargo, que su heroína, Janey, tenga algo que ver con ella. Finjamos al menos que creemos que no lo tiene. Después de todo, Kathy era una mujer madura al momento de escribir la aventura de Janey, no una niña de trece. No se nos ocurra, tampoco, suponer que Kathy se negaba a crecer, que permanecía atrapada en el cuerpo de una niña emputecida, violada y pandillera. La única certeza que podemos tener, por ahora, es que Janey también sufre de un cáncer que la matará antes de cumplir los quince. ¿Dolor moral? ¡Faltaba más!, alguien que escriba estas cosas difícilmente conocerá este tipo de dolor, mucho menos la “moral”. ¿Cómo, entonces, Janey se siente identificada nada menos que con Hester Prynne, heroína de La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne, campeona universal del dolor moral? Janey, la putilla de trece años, lee esta novela para distraerse del cautiverio en que la mantiene un tratante de blancas. Nunca lo dice tal cual, pero el inmenso dolor moral de Hester contribuye a paliar el dolor físico de Janey... y el de Kathy. ¿Qué sería, después de todo, un equivalente a Hester Prynne en nuestros tiempos?: una putilla de trece años para quien abortar es una rutina. La “abortitis” como equivalente de la maternidad ilegal en la puritana colonia inglesa del siglo xvii . Las dos palabras más frecuentadas en Aborto en la escuela son “amor” y “salvaje”. Casi siempre asociadas. Siempre malditas. Janey proclama sin pudor su necesidad de ser amada y protegida, y a continuación aclara que, para ella, su insoportable franqueza la pone del lado de los salvajes, es decir, los marginales: las putillas de 13 años, las adúlteras, las escritoras. En rigor, Janey no es un modelo de feminismo, pero su discurso, que muchos tildan de posfeminista, es feminista. Feminismos hay mu-
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Portada: Sangarabatense ilustre Foto de Irina Restrepo
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KatHy acKer Foto: La Quimera De Papel Librería Fuente: Facebook
chos, unos más subversivos que otros, y Kathy representa, a través de un cuerpo de niña violentado, la estéril persecución de la aceptación masculina que se extiende y ramifica a manera de cáncer por el cuerpo de Janey. Janey es una niña que nunca fue virgen, que nunca fue niña. Su tono es el de una mujer adulta desde que, al arrancar la historia, contando diez años, descubre que su padre, que también es su amante, se ha enamorado de una mujer adulta. Todo parece indicar que la niña está habituada a cohabitar sexualmente con el padre, desde antes de que muriera la madre, y por supuesto, aquel juega a placer con la hija, que es suya, sin que se insinúe por un instante que se trata de una circunstancia anómala. En el mundo de Kathy Acker, es común que las niñas sean juguetes sexuales de sus padres. Janey refiere de continuo el salvaje arte de soñar, pero es mucho más reservada respecto a esos sueños que respecto a sus abortos. Para ella, como sospecho que para Acker, cuanto le rodea tiene su origen en la enfer-
medad. El amor y la cultura, por ejemplo. Se tiene que estar muy enfermo para amar, para escribir. Escribir, de hecho, es El Síntoma. Y ahí está Janey, escribe y escribe. Escribiendo como lee, como coge: compulsivamente. Nunca ha dicho, sin embargo, que el sexo le sea placentero. El sexo es el medio a través del cual finge sentirse amada, aunque sea tratándose de su carcelero, el tratante de blancas, a quien escribe profusas cartas de amor y poemas. Janey aborta. Penelope Mowlard aborta. Judías (como Janey, como la propia Kathy antes de ser Acker), protestantes y católicas, abortan. Janey se las topa a menudo en la antesala de aquella habitación verde claro, y siempre que regresa se topa con neófitas que hacen de cuenta que están con el dentista. Cinco minutos, les dice Janey, diez años, consoladora, experimentada: es como cuando te cogen: te acuestas y te abres de piernas. Incluso te pueden anestesiar por solo 50 dólares. El tono de Janey al relatar su experiencia abortiva resulta ambivalente. Casi frívola. También indignada pues aborrece al médico que mata de 32 a 48 bebés por día, embolsándose entre mil 600 y 2 mil 400 dólares. Porque así es como Janey lo quiere perci-
bir: una matanza de bebés de la que ella es cómplice pasiva. Abortar, entonces, pareciera tener para Janey un significado múltiple: matar, matarse, matar al padre: matarlo todo. Pudiera encontrarse en la escena una alegoría de la guerra –todas esas muchachas muertas... bebés asesinados...–, aunque resulta difícil pensar que alguien con la apabullante franqueza de Acker, quien baña de obscenidades al presidente Carter, recurra a un símil para expresar algo. Aborto en la escuela no obedece al formato tradicional. Es una novela compuesta con poemas, anotaciones, dibujos, diálogos teatrales y un par de fabulas conmovedoras. Todo girando en torno a la desesperada búsqueda de identidad de Janey, condenada de antemano a no encontrarse. Es también un homenaje, como de hecho lo es la obra toda de Kathy, a sus más amados autores. Janey conoce a Jean Genet en Egipto. ¿Cómo ha llegado hasta allá la niña prostituida y enferma de cáncer? Poco importa: ya ha vivido en Mérida, Yucatán, y hasta en una suerte de basurero en Nueva York. A las Janeys se les encuentra en cualquier parte. A Genet también. Como Genet, Kathy se regodea en la miseria humana. La hace abrirse de piernas, nos la arroja a la cara y, lo mejor: no duda en participar de ella para decirnos qué se siente. El que la escritora se trasladara a Tijuana para recluirse en una clínica alternativa, donde se trató el salvaje cáncer de mama que se le diagnosticó en 1996, originó gran alboroto entre sus admiradores, que los tenía y tiene a montones por aquel rumbo. Que se retirara justo allí para morir, porque su aventura no podía tener otro desenlace, habría de convertirla en un icono de la cultura tijuanense y en una poderosa influencia para escritores y escritoras de la región. En todo momento la acompañaron y realiaron actividades para contribuir al coste de su tratamiento, algunos sin siquiera conocerla en persona. Gracias al tratamiento, se dice, pero sobre todo a su poderosa voluntad, la muerte demoró un poco más de lo esperado, pero finalmente la emboscó el 30 de noviembre de 1997, en una ciudad del norte de México
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Rius entrevista con Eduardo del río, rius Juan Domingo Argüelles
Rius, El último desayuno, acrílico sobre tela, 2007. Fuente: Museo del Estanquillo
el génesis según san garaBato El Fisgón
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n el principio era el caos, pero llegó Rius y la cosa empeoró. Y el primer día, Rius vio que la Luz era buena y se la ligó y creó los valles, los ríos, las montañas, San Garabato Cucuchan y el queso de tuna. El tercer día creó las plantas, las lechugas, las espinacas, los ejotes, las papayas, las piñas, los chayotes con crema, los nopales con epazote haciendo a medio mundo vegetariano (esta parte del génesis se llama “la panza es primero”). El cuarto día Rius creó a los animales, a las iguanas, a las lagartijas, a los sapos, a Luis Echeverría, a Rubén Figueroa padre e hijo, a Hank padre e hijo, a Roberto Madrazo (que sólo es hijo), a Roque Villanueva, a los Salinas, a Zedillo y otros empresarios (a la güera Rodríguez Alcaine no lo creó porque él ya estaba allí desde antes de que se separara la luz de las tinieblas). Y el quinto día, Rius creó al sistema político mexicano con todo y país; prueba de ello es que los políticos de hoy se parecen cada vez más a las caricaturas que hacía Rius de ellos en los sesenta. Al sexto día creó al hombre, a la mujer y así nacieron Calzonzin, doña m , Don Perpetuo del Rosal y los lectores de Los Supermachos. El séptimo día Rius se puso a descansar y nació la herejía. Entonces salió doña m y dijo: Rius no existe. Para sus lectores y admiradores, Rius sí existe: es un inventor de géneros. Creó el libro didáctico e hizo de la historieta política otro subgénero de la caricatura. Sus libros son además muy eficaces y lo más importante es que fue uno de los primeros caricaturistas en decir lo que creía y pensaba sin cinismo, lo que le ayudó a ampliar el margen de la libertad de expresión ayudando a que la prensa viera a la caricatura como un género importante de crítica. ¡Es un maestrazo!
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Los gobiernos son felices con súbditos ignorantes Rius
Con apenas un año de edad, Eduardo del Río García fue llevado por su familia a Ciudad de México en 1936. Huérfano de padre el mismo año de su nacimiento, fue internado en el Colegio Salesiano donde permaneció más de un lustro. Hasta el último de sus días radicó en Tepoztlán, Morelos. Caricaturista, historietista y escritor de divulgación popular, con un lenguaje ameno, divertido y crítico, tanto en la imagen gráfica como en la escritura, Eduardo del Río se convirtió en Rius y, a lo largo de más de seis décadas, publicó más de ciento treinta libros de los más diversos temas: historia, filosofía, religión, política, medicina popular, música, gastronomía, sexualidad, pintura, arte en general y un amplio etcétera. Entre algunos de sus títulos emblemáticos están: Cuba para principiantes, Pequeño Rius ilustrado, Marx para principiantes, Cristo de carne y hueso, La panza es primero, No consulte a su médico, El museo de Rius, ab Ché, Su majestad el Pri , Hitler para masoquistas, Los Panuchos, Guía incompleta del jazz, La iglesia y otros cuentos, Manual del perfecto ateo, Votas y te vas y ¿Sería católico Jesucristo? En las antípodas de la derecha y con un propósito pedagógico y didáctico o, mejor dicho, magisterial en el mejor sentido, Rius se propuso, desde un principio, contribuir a la educación y politización del mexicano, combatir la alienación y favorecer el espíritu crítico, por medio de estrategias nunca exentas de humor, pero también plenas de sátira y diatriba contra los poderes establecidos (político, eclesiástico, económico, etcétera). A decir del pensador Iván Illich, las historietas de Rius acompañaron, informaron y educaron, durante varios años, en la segunda mitad del siglo xx, al lector popular mexicano y a los estudiantes del nivel medio superior. En los años sesenta fundó y dirigió las revistas Los Supermachos y Los Agachados, que constituyen un hito en la historia de la crítica política en México; asimismo, fue fundador de la revista El Chamuco y los Hijos del Averno. Sus personajes habitan hoy el Museo del Estanquillo de Ciudad de México; un museo de lo auténticamente popular, creado a partir de las colecciones de Carlos Monsiváis. Colaboró en los principales diarios y revistas de México, y obtuvo premios nacionales e internacionales, entre ellos el Premio de Caricatura La Catrina, en 2004, que concede la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y que han obtenido también otros de sus destacados colegas, entre otros, Rogelio Naranjo, Fontanarrosa, Gabriel Vargas y Quino. El Fisgón, Te vamos a extrañar
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en Su TinTa
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HOMBRE DEDICADO A LA RARA PROFESIÓN DE HACER MONOS Y CON LA AúN MáS RARA CAPACIDAD DE BURLARSE DE SÍ MISMO, COMO CORRESPONDE A TODA INTELIGENCIA VERDADERAMENTE ATENTA AL MUNDO, Y ATEO POR GRACIA DE DIOS, SU OBRA ES IMPRESCINDIBLE PARA ENTENDER LA SOCIEDAD MExICANA DEL SIGLO xx. EL GRAN RIUS NO NOS HA DEJADO, SÓLO SE CAMBIÓ DE BARRIO.
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ntes que cualquier cosa, tu identidad: ¿Ateo, anticlerical o las dos cosas juntas? –Le tengo que agradecer a Dios que me volvió ateo, y a la Iglesia católica que me volvió anticlerical. Pero más que a esas dos instituciones nefastas, debo mi ateísmo a los libros. –Sin embargo, hay quienes dicen que los jóvenes son esclavos del narcotráfico y de las adicciones porque tienen pocos asideros trascendentes y poco en que creer: “no creen en la familia, que no tuvieron; no creen en la economía ni en la escuela, ni creen en Dios, porque no lo conocen”. ¿Qué respondes a esto, señor ateo? –Los que creen en dioses les echan la culpa de todo –lo bueno y lo malo– a esos fantasiosos seres. Yo conozco a varios amigos y amigas que se las truenan, o se recetan sus honguitos, dizque “para ver a Dios”. Otros lo hacen con fines distintos, como para acrecentar y disfrutar más del sexo o para descansar o echar un viajecito por mundos psicodélicos. Claro que los ateos también disfrutamos del derecho de ponernos hasta atrás con un buen mezcal o un pulquito, o de surtirnos un buen porro de vez en cuando. Y sospecho que lo mismo hacen muchos de los que sí creen en esos “divinos” seres. Finalmente, no hay que olvidar que el hombre hizo a Dios y no al revés. Y si quieren conocer las opiniones de muy insignes escritores ateos, los remito a mis dos libros de citas, aforismos y demás, Herejes, ateos y malpensados. –¿Cuándo, en dónde y de qué forma descubriste la lectura?
–Sólo al salir del Seminario Salesiano (donde hasta Verne y Salgari estaban prohibidos) pude empezar a leer de a de veras. Considero a la Funeraria Gayosso (donde trabajaba como telefonista encargado del conmutador) mi universidad y facultad de letras, porque junto a ella –en la avenida Hidalgo, detrás de Bellas Artes– se encontraba la famosa Librería Duarte, de libros de segunda mano, donde la amabilidad de Polo Duarte me permitió leer buenas cosas que él me sugería. Polo me daba chance de leer y cambiar un libro hasta tres veces, y todo por el mismo precio. Así conocí a los grandes de la literatura mexicana y universal. En su librería, además, funcionaba los sábados una especie de tertulia medio etílica donde se congregaban los entonces principiantes Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Juan Rulfo, Pepe de la Colina, etcétera. Esto fue entre 1952 y 1954. –¿Había libros en tu casa o antecedentes lectores? –Yo fui niño de vecindad y en mi casa, familia católica, no había nada que leer fuera de devocionarios. En el mejor de los casos, había algún número del Selecciones del Readers Digest y la revista del Pan , pues mi hermano mayor era panista. –¿Contribuyeron la escuela o algún profesor a facilitar tu hábito lector? –La primaria la hice en diversas escuelas. En cuarto de primaria estuve –becado– en el Bachillerato de Gelati 29 o Instituto Patria de los jesuitas. Al año siguiente pasé al internado salesiano en Huipulco, donde no había nada para leer, ni nos convocaban a la lectura.
Rius en la presentación de su libro Votas y te Vas, 20 de noviembre de 2006. En la imagen Helguera, Hernández, el autor y El Fisgón Foto: María Luisa Severiano/ La Jornada
Foto: Indira Restrepo
–¿Qué tipo de publicaciones populares influyeron en tu afición por la lectura? –Lo primero que leí fueron las historietas de ese tiempo, en especial Los Superlocos, de Gabriel Vargas, Rolando el Rabioso, El Pirata Negro (mi favorita, de futbol) y cosas así. Todo a escondidas, claro, porque no estaban consideradas como lecturas “decentes”. –¿Crees que el cómic o la historieta faciliten el camino de un lector hacia libros y lecturas sin imágenes? –Creo que mucha gente empezó a leer con el cómic; aunque muchos se quedaban en esa cultura. A mí me hubiera pasado lo mismo seguramente, pero en Gayosso (donde tenía mucho tiempo libre) pasé de la historieta a las revistas Vea, Vodevil, etcétera, y luego, como ya expliqué, a los libros recomendados por Polo Duarte. –¿Hubo amigos o compañeros que hayan reforzado tus intereses de lectura? –En la universidad Gayosso había una secretaria que era buena lectora e intercambiábamos libros. Besos no, por mi enorme timidez. –¿Qué encontraste en los libros de la escuela primaria? –Había unos libros de texto que se llamaban, creo, Lecturas, donde sacaban fragmentos de los clásicos españoles, pero muy ñoños, muy conservadores. A mí no me tocaron los libros de texto gratuitos. –¿En qué momento descubriste tu vocación narrativa a través de la historieta? –De Gayosso entré por chiripa a la revista Ja-Já, en 1954. Un cliente me vio haciendo dibujitos en la funeraria, y resultó ser el director del Ja-Já. Me dio su tarjeta y me dijo que si se me ocurrían algunos chistes, él me los publicaba. Así empecé, sin proponérmelo, mi carrera de bandido. Sólo diez años después, por otra chiripada, pasé a la historieta, y con Los Supermachos avancé algo en el manejo del lenguaje dizque literario. Al igual que en el cuento, en la historieta hay que contar una pequeña historia, y a eso me entregué. –¿Leer y escribir fueron para ti actividades simultáneas? –Claro. Yo seguí leyendo, no sólo novelas, sino otro tipo de libros. La lectura de Marx y compañía, influyó muchísimo en mi trabajo. John Steinbeck, Faulkner, Balzac, Stendhal y otros más por el estilo, me enseñaron un mundo que yo no me imaginaba, donde ricos y pobres convivían y se peleaban. –¿Crees que se necesite una disposición especial para ser lector del mismo modo que otros son futbolistas, boxeadores o toreros? sigue
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–No. Yo siento que puede haber buenos lectores en cualquier profesión, basta que los motiven a leer. No importa la condición social. Yo he tenido amigos pobres de solemnidad, que en un momento dado tuvieron acceso a los libros y se aficionaron a ellos. Y siguen leyendo.
Gabriel Vargas y Rius en 1999
la escuela Vargas De maneJo (De Historieta) Rius
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unque nací en Michoacán, desde los dos años de edad mi mamá cargó con todos sus bodoques (y sin papá, ya fallecido) para ponernos a vivir en las folclóricas vecindades del Centro Histórico de Ciudad de México. Ya cuando comencé a leer los anuncios de los camiones Mixcalco-Tacuba o algo así, mis hermanos mayores me dejaban leer las historietas de esos años, o sea de los años cuarenta. Recuerdo alborozado todavía El Pirata Negro, las historietas de Valdiosera, Los Supersabios, de Butze... y unas que me hacían reír con ganas, firmadas por un tal Gabriel Vargas que se llamaban Los Superlocos, donde el personaje central era un gordo, chaparro y bigotón llamado Filemón Metralla y Bomba, un mexicano dedicado a vivir sin trabajar, o a vivir haciendo trabajar a los demás. Uno de ellos era un escuincle lleno de lombrices, cuyas tripas hacían música por la acción hambrienta de las lombrices. Todo un personaje de historieta, claro. Había en ella otros personajes igualmente folclóricos y cómicos, como un gringo Nepomuceno Coca-Cola. (Por cierto, siempre le he querido preguntar a Varguitas de dónde sacó a un gringo que se llamara Nepomuceno...) Bueno. Esas historietas y la xew eran mi máximo acercamiento a la cultura. Había también las lecciones de catecismo en la chueca iglesia de Loreto, donde el atractivo era ver los cortos de Chaplin y tratar de verle las piernas a la catequista. Obvio decir que lo que más me gustaba era leer y admirar los dibujos de Los Superlocos, con perdón de Monsiváis, experto mexicano en Gabriel Vargas y La Familia Burrón. Ya dedicado a esta especie de profesión de hacer monos, soñaba con conocer al autor de mis historietas favoritas. Logré cumplir el sueño cuando nombraron al gordo Carreño Hijo Predilecto de Tehuacán, y nos invitó a varios caricaturistas a acompañarlo a pasar el trago que, acompañado con ron y otras marranillas, resultó soportable. Uno de los invitados fue Gabriel Vargas, de quien con mucha suerte y gusto me hice amigo desde entonces y a quien traté de hacerle confesar sus secretos para hacer la historieta. Varguitas me llegó a decir que en realidad él no tenía una fórmula para hacer su historieta. Se ponía a hacerla con lo primero que se le ocurría, y ya estuvo. No hacía libretos, y sólo cuando tuvo ayudantes hacía los diálogos detrás de la cartulina donde se iba a dibujar la historieta, diálogos que sus ayudantes ilustraban dejando el espacio en forma de globo para incluirlos más tarde, ya en tipografía. Ni siquiera trazaba los dibujos y sólo supervisaba el trabajo de los ayudantes. Decía que finalmente los muchachos dibujaban mejor que él... Claro, los primeros cien Burrones los dibujó él, y ya después sus ayudantes –que tuvo muchos– los copiaban. Pero siempre confesó su imposibilidad de hacer libretos. Esa negación a hacer libretos la compartí con Varguitas. Cuando hice historieta y cuando todavía me pongo a hacer algunas planas del pesado género, le hago como don Varguitas: me pongo a hacer la historieta con lo primero que se me ocurre y listo. Si algo le aprendí leyendo sus monos, fue la manera de hacer los diálogos. En eso, igual que Butze con sus Supersabios, Varguitas no ha tenido competencia. Sus otras virtudes, la modestia, el sentido del humor discreto y oportuno, la sensibilidad para captar el lenguaje popular y su ingenio para crear nuevas palabras, lo destacan como el gran historietista de nuestro país. Y finalmente comprobé que Gabriel Vargas no se parecía a don Filemón, pero sí a don Regino Burrón...
–¿La lectura y la escritura producen siempre mejores personas? –Pienso que la lectura puede mejorar mucho a una persona, porque la hace pensar y actuar en consecuencia. Claro, quienes se quedan leyendo a Corín Tellado o cosas por el estilo, pueden ser buenas personas, pero hasta ahí. Casi todos los buenos escritores son gente de izquierda o liberales (en el buen sentido) y aportan mucho en sus obras para alimentar el coco. Hay quien se queda en la Biblia y ahí sigue sin darse cuenta que hay otro mundo donde viajar. –¿Desmentirías la frase de Plinio: “No hay libro que sea malo”? –A don Plinio no le tocaron los bestsellers... ni las vidas de santos. –¿Para qué sirve leer? –Leer sirve para viajar, para echar a volar la imaginación, para llegarle a la masturbación (gulp), para adquirir un chorro de conocimientos, para evadirse de la realidad que a veces es muy canija, para divertirse y pasar un buen rato, para tener buenos argumentos para las discusiones; en fin, que sirve para mucho más de lo que uno cree. Añadiría que me gusta leer porque, además, es apasionante y terapéutico. –¿Cuál es, desde tu experiencia, la mejor manera de contagiar el gusto y la necesidad por la lectura? –Empezar a leer es difícil si no hay alguien que te hable bien de algún autor. Es algo que se espera que hagan los maestros en la primaria o secundaria, y de repente se encuentra uno con ellos y no siempre hay tal cosa. Introducir a alguien a la buena lectura, es una enorme satisfacción que se agiganta si se trata de muchachas que, por lo general, leen menos que los hombres, no sé por qué. –¿Crees que una mala película venza siempre a un buen libro? –Las buenas películas casi nunca salen de los buenos libros. Hay películas tan buenas, que le permiten a uno dejar el libro a un lado. Pero hasta ahora no he visto que un buen libro sirva de base para una película buena. Casi siempre se quedan en lo anecdótico o en la aventura y no nos permiten disfrutar el lenguaje y la esencia del libro. –¿Dirías que no hay cultura sin libros y, en este sentido, que no hay cultura si no se es lector? –Hay una cultura literaria, como hay una cultura musical, gastronómica o plástica, que pueden crecer muchísimo leyendo libros de música, gastronomía o artes plásticas. Mientras más campos se frecuenten, puede decirse (creo) que es más culta una persona. –¿Te resulta más aceptable o menos censurable una persona inmoral, deshonesta, egoísta, etcétera, por el hecho de ser lectora? –Todo es relativo, como diría Einstein. –¿Los libros cambian el curso de la historia? –Dicen por ahí que la historia la escriben los vencedores, de modo que no creo que un libro cambie la historia. Aunque sí puede cambiar a alguien que pueda cambiar la historia, como ha ocurrido un chingo de veces.
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–¿Cómo responderías las siguientes preguntas que Gabriel Zaid formula en su libro Los demasiados libros?: “¿Sirve realmente la poesía comprometida? ¿Daña realmente la literatura pornográfica?” –También me remito a don Einstein. En ambos casos es sumamente relativo. –Los suicidas wertherianos, de no leer el Werther, ¿no se hubieran suicidado? –Sepa. Nunca he leído ese libro. Pero si me decido a suicidarme, tendré que hacerlo. –La lectura de Marx, ¿produjo el 26 de julio en Cuba? La lectura de los Evangelios, ¿produjo el bombardeo de Hiroshima? –¡Ah, jijos! Creo que estas preguntas se las dejamos a Monsiváis. –¿Crees que hay realmente demasiados libros? –Si me pongo a contar los libros que me faltan por leer, sí: son demasiados y a lo mejor no acabo de leerlos antes de pasar al otro barrio. –¿Por qué escribes y narras la historia y la política a través de la historieta? –He encontrado que con la historieta y los libroscómic que hago se pueden decir muchas cosas impunemente. Pienso que la gente le tiene pánico a los libros llenos de letras y que, con la ayuda de materiales gráficos y con algo de humor, pueden –casi sin darse cuenta– iniciarse en la lectura y pasar a mejores libros. Mis historietas y libros cuentan todos con bibliografía.
–¿Cuál es el futuro de la historieta? –El futuro de la historieta depende mucho de los editores. Pero ha bajado muchísimo su consumo en todo el mundo, sobre todo como revista. En Europa se imprimen muchas historietas, pero en forma de libro. –¿Contribuye internet a la lectura? –No creo. O por lo menos en mi caso, internet no me ha ayudado o motivado a leer más y mejor. –¿Hiciste uso, en alguna etapa de tu vida, de las bibliotecas públicas? –Sólo últimamente, y aquí en Tepoztlán, he sacado mi credencial de lector de la biblioteca. Y he encontrado, curiosamente, que hay muy buen material para leer, pero, claro, debe uno tener idea de qué leer y en qué anaquel se puede encontrar. –¿Qué tipo de biblioteca personal has formado y por qué? –Por mi trabajo de divulgador de todos los temas, he tenido que hacerme de una pequeña biblioteca de consulta, donde predominan los temas religiosos, alimenticios, políticos, de historia, psicología y de otros. También cuento con una buena biblioteca de artes plásticas, de caricatura e historieta, de humorismo gráfico, etcétera. Y aparte, otra que ha crecido mucho, de cuentos y novelas, por tener ahora un poco más de tiempo para leer. Puedo mencionar, en riguroso desorden de todas clases, a los siguientes autores: Mario Benedetti, Paco Ignacio Taibo ii , Laura Restrepo, John Coetzee, Milan Kundera, Gabriel García Márquez, la
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Poniatowska (gran amiga), álvaro Mutis, Mario Vargas Llosa, José Saramago (mi favorito), Fernando del Paso, José Agustín, Juan Rulfo, Manuel Puig, António Lobo Antunes, Jesús Díaz, Joao Guimaraes Rosa, Graham Greene, Manuel Scorza, Sergio Ramírez, Philip Roth, Alfredo Bryce Echenique, Fernando Vallejo, Ricardo Garibay, María Luisa Puga, Rosa Montero, Isabel Allende (la de los primeros libros), Carmen Boullosa, William Saroyan, Zoé Valdés, Anatole France, John Steinbeck, Erskine Caldwell, José Donoso, Kurt Vonnegut, José Rubén Romero y ahí le paro o nunca acabo. Me refiero únicamente a los autores que conservo, porque, por otra parte, regalo muchos libros: algunos en cuanto los leo ya no me interesa demasiado conservarlos. –¿Un “buen” lector lee de todo? –Pues sí. Yo he tenido que leer de todo, por mi trabajo de divulgación, y eso que a lo mejor no soy un “buen” lector. –¿Cómo determinas tus lecturas? –Según el trabajo que estoy haciendo. –¿Crees que a los gobiernos les interesa realmente que la gente lea? –Obviamente, no. Los gobiernos son felices con súbditos ignorantes
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*Publicado en La Jornada Semanal, 23/ VIII/2009.
–¿Has sentido o sabido que tus libros hayan modificado, en algún momento, la existencia de otras personas? –Muchísima gente, para mi gloria, ha cambiado sus vidas leyéndome. Desde los comandantes sandinistas hasta el Sup zapatista, pasando por una runfla de guerrilleros, curas y estudiantes de bachillerato. Mucha gente se ha vuelto atea, vegetariana o rojilla ora sí que por mi culpa. Y eso me da muchísimo gusto, como comprenderás. Como que le ha dado sentido a mi vida. Hernández, Gracias, Rius
Rius, Autorretrato
el monero maestro José Hernández
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onocí a Rius desde que era yo muy chavo. Mi hermano mayor compraba sus historietas y las coleccionaba. Al revisarlas, me parecía imposible que una sola persona hiciera esas historietas cada ocho días; incluso, en aquella época se corría el rumor de que Rius no existía, que era el nombre de una empresa. Recuerdo que, de niño, para hacer mi tarea consultaba sus historietas. En 1994, año en que comencé a hacer caricatura política, tuve la oportunidad de colaborar en El Chahuiztle y ahí, dirigido por Rius, conocí también a Helguera y al Fisgón. De hecho, tuve mucha suerte porque sólo llevaba tres meses de haber iniciado mi labor y ya trabajaba con Rius. Creo que su mayor aportación al género ha sido definitivamente el libro-historieta, él es el creador. Incluso existe una colección para principiantes que le fusilaron y no le pagaron regalías. Revolucionó de tal modo tanto al libro como a la historieta, que al combinarlos se convirtieron en una mezcla didáctica.
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autor dE Más dE 130 libros, abEl QuEzada ya sE lo vaticinaba: “lo tuyo sErán las novElas dE Monitos”
Ilustración de Hernández
adriana Bernal duardo del Río Rius, es un monero sencillo, delgado, que camina con paso lento, muy derechito; del hombro le pende una mochila de piel y la sonrisa pocas veces se le desvanece. Fuma cigarrillos sin filtro, pequeños, y le gusta el café capuchino. Nació el 20 de junio de 1934 en Zamora, Michoacán. A la fecha, ha publicado 135 libros contando reimpresiones, reediciones y “los agotados”; se ha sobado el lomo como pocos para, a ojo de buen cubero, publicar casi tres libros por año que representan cerca de 40 mil dibujos. Sus historietas, las nuevas generaciones las conocimos en libro salvo El Chamuco (la última de sus historietas en revista), actualmente en circulación; a ésta le precedieron Los Supermachos, Los Agachados, La Garrapata y El Chahuiztle.
DoblE pERsonaliDaD
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l mundo literario lo conoce simplemente como Rius. Su familia lo sigue llamando Eduardo. De algún modo, vive nadando en un estero, pues am-
bos personajes están relacionados: “De mi trabajo he hecho mi vida y, a veces, le di más importancia a éste que a mi familia. A últimas fechas me ha pesado, sobre todo porque no disfruté a mis hijos lo suficiente, como a mi nueva niña, de seis años. Los otros dos murieron. De hecho, andan diciendo que por ahí tengo otros hijos pero no me consta.” Aunque no lo crean, fue seminarista: “No me considero un producto de educación familiar. Entré de interno al seminario a los nueve años; en ese momento dejé de tener una vida familiar: mi madre se volvió a casar y mis hermanos hicieron lo propio. Las relaciones con mi familia eran escasas. Era un demonial de tiempo el que se pasaba ahí. A los dieciséis años me expulsaron del seminario y, al otro día, ya trabajaba en una piquera del mercado de Tacuba.” En plena adolescencia no estaba tan sencilla la cosa. “En mi contra estaba haber sido educado por curas. Me recuerdo con un descontrol total; empecé a hacer vida de trabajador, regresando a casa hasta la noche, pues en esa época no estaban reconocidos los estudios del
seminario: salí de ahí con el único papel que entré, mis estudios hasta quinto de primaria. Me costó trabajo adaptarme a la sociedad, en el seminario nos enseñaron que las mujeres eran las hijas del demonio que nos hacían caer en pecado.” Dada su admiración al Maestro Vicente Rojo, decidió estudiar dibujo publicitario; incluso se inscribió en San Carlos: “Me dijeron que ahí podía estudiar, pero con tan mala suerte que me tocaron dos huelgas; sólo me quedé un mes. Me inscribí más tarde en una escuela particular de diseño publicitario y ahí lo que enseñaban era a hacer anuncios de Pepsi o Sabritas; no era diseño gráfico. En realidad, nunca pensé ser caricaturista.”
La caricatura, “una cHiripada”
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ius hizo de todo. Trabajó incluso, en la Agencia Gayosso de Avenida Hidalgo (hoy el teatro Hidalgo) y fue precisamente donde todo se transformó. Él, para pasar el rato, estaba haciendo monitos y “trataba de hacer el diseño para una revista cultural que se iba a llamar Píndaro; tenía la idea de que Píndaro era un cubista de la antigua Grecia y estaba buscando una forma de representarlo para un logotipo. Don Pancho Patiño, el director de la revista Ja, Já de Excélsior, llegó como cliente a la agencia pidiéndome el teléfono para hablar con su segundo frente y vio lo que dibujaba; al colgar, me dio su tarjeta diciéndome que si algún día se me ocurría algún chiste, se lo llevara y que me lo publicaba. Realmente el hecho de ser caricaturista es una chiripada.” Pero nada llega solo. De pronto, junto a la agencia había una librería de usado, La librería Duarte, la más famosa de su tiempo, “una especie de Ateneo de dos refugiados españoles que se dedicaban a buscar, a buen
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precio, los libros que les solicitaban sus clientes. Descubrí la obra de William Faulkner, de Catwell, de Hemingway; compraba una semana de libros y tenía derecho a otra semana gratis. Uno de los libros que conseguí ahí fue Todo en línea, de Saúl Springel, considerado como el padre de la caricatura moderna: el primero en hacer dibujos basados en pura línea, sin sombra, sin volumen, sin respetar la anatomía humana, lo que fue una revelación para todos aquellos que queríamos ser caricaturistas; cuando Pancho Patiño me pide cartones, recurro al libro éste y me pongo a calcar con el estilo de Springel”; además, como era gran lector y cliente, ahí conoció a Carlos Fuentes, Juan José Arreola, José de la Colina y Juan Rulfo, entre muchos otros. Corrían los cincuenta y Rius no estaba aún convencido de hacer caricatura política: “Yo era ignorante de todo eso; dos personas fueron clave: Renato Leduc, gran periodista de este país que manejaba el humor de una forma increíble y, en política, cuando comencé a trabajar en la revista Siempre!, pues José Pagés Llergo fue el único que, delante de nosotros, rompía las caricaturas y las tiraba a la basura; era un tirano increíble: nos insultaba y nos mentaba la madre pero nos aguantábamos porque nos publicaba y había libertad; Pagés encontró la fórmula de hacerse de grandes escritores de izquierda, derecha y centro y eso hacía interesante la revista.”
EL cartón dE Rius
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ius Frius es uno de esos garbanzos de a libra que, a pesar de sus detractores, su forma de decir le ha dado ya un lugar en la historia del periodismo moderno. ¿Cómo es que se logra ese estilo particular?:
“A mí me tocó un momento histórico en el que el máximo de crítica que se podía ejercer era directo contra los poderosos: contra los ministros, etcétera; pero sabía que eso no iba a servir de nada. Alguna vez quise hacer un cartón durísimo contra Echeverría pero éste no iba a cambiar su manera de pensar. Lo más adecuado, concluí, era hacer cartones dirigidos a la gente, a los lectores, para que ellos fueran adquiriendo cierta conciencia de lo que estaba pasando. Entre mis cartones hay muy pocos donde se pueda ver que hay una crítica directa contra algún gobernante.” De pronto, este monero se encontró con Marx, quien le explicó cada circunstancia a detalle y el porqué de las situaciones, lo que le permitió entender y comenzar a manejar el humor político de forma que pudiera, sencillamente, explicarse y explicarnos el mundo que nos rodea y, aunque no se ve como un educador, sus libros-historieta han hecho de sus lectores alumnos fieles a lo que he llamado Doctrina Rius: humor sigue
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Ilustración de Helguera
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en las frases, historia en dibujos y postura política clara en cada tema a desarrollar: “Lo que me ayudó fue el marxismo; el ser humano tiene cambios a lo largo de su vida. Cuando yo era joven estaba entusiasmado por cambiar al mundo. Pensaba, cuando caminaba por la calle, que toda la gente al ver mis cartones podía cambiar. Me metí al Partido Comunista para apresurar ese cambio y me sirvió muchísimo ser parte de él. Pero en esa época, en los años sesenta, setenta, como que estaba todavía en el ideal, bien esperanzado a que realmente pudiera haber cambios importantes en el país. Toda mi lucha, si así se le puede llamar a trabajar como bestia tantos años, era precisamente buscando un cambio. La adversidad no tiene nada que ver con la ilusión; lo que uno desea ahora es que ese gran engaño que fue el socialismo desaparezca para darle paso, si bien nos va, a otro socialismo pero con más sentido humano, sin represión, sin violencia, sin poder ni terror.”
a cargo de “Checo” Valdés y yo tenía dentro un suplemento que se llamaba Tío Rius. Fue un intento de hacer periodismo infantil, que es lo más difícil del mundo; mi malévola idea era comenzar a politizar a los niños dentro de ciertos parámetros que no fueran escandalizados. Quería explicarle las cosas de la vida al niño de la forma más simple. Cuando me llamaron de El Universal para que les hiciera el suplemento infantil (que ya estaba organizado) Mi mundo, traté de hacer lo que hacía la editorial argentina Quillet con El Quillet de los niños, ese era mi modelo de literatura infantil. Incluso hubo otro intento de hacer cosas para los niños, en Argentina, Los cuentos de Polidoro hasta que se me ocurrió hacer un número dedicado a los cincuenta años de la Unión Soviética; el pequeño detalle que ignoraba es que aquel suplemento lo pagaba la embajada de Estados Unidos.”
la Torre; un chorro. Algunos ahí andan, vegetando, otros se corrompieron. Pocos son los que llegaron a cuajar como buenos caricaturistas.”
La BiBLiotEca Rius
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on más de ciento treinta libros publicados, Rius prefiere dejar al público las opiniones, disgustos y preferencias. Sin embargo, comenta: “Es muy difícil escoger favoritos, porque todos los hijos son bonitos. En el aspecto político, quizá el libro que más influencia ha tenido mundial es el de Marx para principiantes, pues se ha traducido a más de veinte idiomas, casi todos pirateados y, en otro aspecto, el de 500 años fregados pero cristianos, porque los zapatistas lo utilizaron como libro de texto. Recetarius me gusta mucho porque lo considero muy provocador, buscando que la gente reaccione y diga ‘¿qué cosas me está proponiendo este loco?’ De Kama Nostra, me gusta que es un acercamiento al erotismo y una forma de educar; el libro de filosofía me costó muchos años de lecturas... Creo que es más fácil identificar los tres libros que no me gustan: La joven Alemania porque, afortunadamente, es el único libro que he hecho por encargo y me dio la impresión que los alemanes me habían tomado el pelo, que me enseñaron una Alemania que no existía; Su majestad el pri, porque es un libro que quedó muy incompleto, le faltó mucha base teórica y no profundicé y, por último, El Manual del dominó, que es pura vacilada.”
EL cartón Hoy día
A La tropa
M EL LiBro-HistoriEta
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onforme Rius fue afinando su estilo y adquiriendo mayor experiencia le parecía que el cartón editorial era insuficiente y que no expresaba todo lo que él quería decir. Estaba convencido de que podía dar un buen mensaje crítico, pero su objetivo era decirle a la gente qué estaba pasando. “No podía explicarle a la gente con un cartón o tres, la pugna chino-soviética. Necesitaba ponerla en antecedentes y explicarle el porqué. Eso era más fácil de explicar en la historieta crítica.” Los maestros y los amigos comenzaron a notar que las inquietudes de Rius cambiaban. “Abel Quezada me decía: tú empezaste haciendo caricatura muda y vas a terminar escribiendo novelas, porque tu evolución ha sido del humor mudo al cartón editorial (que tiene un mínimo de palabras), de la tira cómica (que ya tiene más frases) a la historieta (que ya son un chingo de palabras) y de ahí al libro. Lo tuyo serían novelas de monitos.”
La incursión En La HistoriEta infantiL
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ntecedente de diversos suplementos para niños y quizá padre intelectual de Uno dos tres por mí (suplemento infantil de este periódico), Rius creó una de las primeras historietas inteligentes para niños: “En el caso de Cucurucho, yo no la dirigía, estaba
uchos de los caricaturistas que hoy día publican pertenecieron a las tropas comandadas por Rius; él, como buen militante, no acepta el término “discípulo”: “Patricio, el Fisgón, Helguera, Hernández han estado muy cerca de mí, pero más que mis discípulos ellos se consideran admiradores, seguidores de mi trabajo. Apoyar a los jóvenes tiene su historia. Tuve la suerte de convivir mucho con Cadena m . y me explicó el descubrimiento de Los Picassos (un grupo de jóvenes cartonistas, cuyos trabajos acababan en el basurero); cuando tuve la oportunidad, después de que me llamara Nikito Nipongo cuando dirigía la revista Sucesos para que le hiciera el suplemento de humor que se llamaría después El Mitote Ilustrado comencé a publicar cartones de extranjeros porque no había dinero y poco a poco me fueron cayendo ahí. Antes de que se afianzara el proyecto de El Mitote... tuve la experiencia de La Gallina, una revista que hice con Miguel Gila, el cómico español. Ahí caían caricaturistas jóvenes, entre ellos Helioflores. A la siguiente generación ya les llevaba como diez años de ventaja (Naranjo, Helioflores, Magú), pero ya todos ellos me empezaron a ver, equivocadamente, como un modelo a seguir, aunque cada quien con su propio estilo. Por ejemplo, a Jis y Trino los descubrí cuando tenían quince años. Son casi mis ahijados y los empecé a publicar en Los Agachados en una sección dedicada a los jóvenes cartonistas. “Yo no traté de hacer escuela ni adoptar a una serie de alumnos que siguieran mi línea. Solitos se iban dando. Tuvimos la gran oportunidad de juntar a siete talentos, para hacer La Garrapata: Naranjo, Helioflores, Magú, Abel (finado) y Checo Valdés; ahí nacieron muchísimos talentos, entre ellos Rocha, Ramón, Fego de
nte la situación caótica que vive el país, los cartonistas “le dan vuelo a la hilacha”, les sobran temas y personajes, y encontrar el tema a tratar no es sencillo. ¿Qué va a pasar con los jóvenes? ¿Realmente se hace caricatura incisiva en el país? “Depende mucho de los editores, de los dueños del periódico y los directores; ello son los que deciden finalmente qué se va a hacer con un cartón y hasta dónde se va a censurar el trabajo del caricaturista. Ahora se está dando este fenómeno de que hay periódicos que ya no son de los empresarios: La Jornada es un ejemplo de ello y en El Universal se están publicando muy buenos cartones; es un extraño fenómeno donde el director entiende que la crítica tiene que manejarse en esa forma. Ya no le tienen tanto miedo a los caricaturistas, pero la mayoría de los periódicos siguen igual que hace cincuenta años, ven al caricaturista como un enemigo de sus inte reses y, a lo mejor, también los caricaturistas ya encontraron un modus vivendi muy cómodo y ya no les interesa, aun cuando vivan en la mediocridad.”
Las EspEranzas dE Rius FRius
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ius Frius, curador de pulques y doctor en Artes Parciales, está en la flor de la edad y aún tiene mucho por entregar, lo cual no sería posible si las metas no estuvieran estratégicamente planeadas: “Primero espero salir vivo de estos festejos y esperar tener un poco más de tiempo. Me quiero dedicar a pintar, a hacer grabado, a otro tipo de humor, no en libros sino por satisfacción personal, con más pretensiones de llegar al aspecto artístico del trabajo. Me da mucha envidia lo que han hecho en Inglaterra Tillman o Skar o Foulon o Steinberg, que dejaron de hacer cartoncitos para el periódico e iniciaron ya trabajos más en grande como carteles. Por ejemplo, Steinberg tiene el cartón famosísimo sobre Nueva York porque es una versión en caricatura de lo que es esa ciudad; estaba incluso en el Museo de Arte Moderno. También quiero convivir más con mi familia, porque luego uno la abandona mucho, y viajar... Quiero seguir viviendo.”
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*Publicado en La Jornada Semanal el 3/ x/2004.
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LEER
Jornada Semanal • Número 1171 • 13 de agosto de 2017
Siete poetas diferenciales de la lírica española en los años ochenta, Antonio Rodríguez Jiménez, Caudal Ediciones Hispanas, México, 2017.
HITOS DE CALIDAD Y REBELDÍA PEDRO RODRÍGUEZ PACHECO
P
ara hablar de este libro, hay que explicar primero que está basado en un movimiento crítico, ético y emancipador que, entre las décadas de los ochenta y noventa del pasado siglo significó la única propuesta de otro hacer, de un deshacer de quienes antepusieron el estar sobre el ser. Un grupo de escritores, entre los que me incluyo, se configuró contra toda tendencia reduccionista y propuso la originalidad del creador, la libertad intrínseca del creador, la diferenciación entre los unos y los otros antagónicos; por todo ello, cuando sólo se atendía a distintas formas de ejecutar el hecho poético, por tal distinción suficiente, sin exclusiones, aquel movimiento crítico fue reconocido con el nombre de la Diferencia y, poco después, con el de “las Poéticas de la diferencia”. En 1997 sale a la luz, en Córdoba, una antología imprescindible, Elogio de la Diferencia (Cajasur, Córdoba, 1997). Es una antología consultada y el encargado de editarla y presentar los poetas seleccionados, tras la consulta, es el periodista y escritor Antonio Rodríguez Jiménez. Aparece, como edición, en el mejor momento: ya se han producido los actos diferenciales de Madrid (Café Libertad); de Córdoba (Posada del Potro); Sevilla (Ateneo). Fueron actos de definición, de denuncia, de promoción de otras formas, de otro sentido y, sobre todo, otra sensibilidad a la hora de ejecutar y dar libertad y ámbito al hecho de la creatividad. Han pasado, para 2018, veinticinco años de nuestros actos iniciáticos. Y para tal conmemoración, Rodríguez Jiménez –genio y figura–, desde la editorial mexicana Caudal, da a la estampa un nuevo texto que, conmemorando la efemérides, es ejemplo de lealtad, fidelidad y consideración a los poetas que sin más armas que las derivadas de una dignísima consideración de la poesía, fueron origen de una proclama que significó origen, catarsis y emancipación en la aventura equinoccial de la Diferencia. Y tras tanto, tanta proscripción, tanta anulación, tanta deserción, casi veinticinco años después, de nuevo aquí, en Córdoba, se ha presentado Siete poetas diferenciales de la lírica española en la década de los ochenta, siete estudios sobre la obra poética de quienes en la citada década se significaron en algo tan fundamental como lo fue el carácter diferencial y suficiente de sus versos. El texto, en cuestión, consta de dos partes: el específico de los estudios de los poetas propuestos (Blanca Andréu, Antonio Enrique, Fernando de Villena,
Concha García, Alejandro López Andrada, José Lupiáñez y María Antonia Ortega) y una introducción, que a mi manera de entender y lo que fue aquel movimiento de opinión crítica, es lo más exacto, veraz, sustancial y esencial que se ha escrito sobre el tema. Una prosa diáfana, concisa, precisa y cabal es el soporte de la síntesis admirable que convierte al volumen en texto imprescindible para cualquiera que, sin prejuicios, quiera saber qué fue, qué significó –y qué significa– la tan traída como llevada Diferencia. Habla en la introducción Rodríguez Jiménez del estado de malestar y desasosiego que se instaló en el mundo literario como consecuencia de las hegemonías –sean de las terminologías que quieran dárselas– y, consecuentemente, la postergación y proscripción de aquellas escrituras que no tenían otra razón de ser que la de la personalidad y el carácter del que la ejecutaba. Ahora, el texto providencial de Rodríguez Jiménez vuelve a poner el reloj en tiempo cero. En la introducción del libro, su autor alude al ocaso de la Diferencia. Contra lo que pudiera parecer, las causas fueron endógenas, no exógenas, por mucho que éstas trataran de desvertebrar lo que las superaba en ética y honradez. Todos los males que presentíamos como consecuencia de una hegemonía absoluta, ya lo son. Basta seguir suplementos, revistas y periódicos para constatar que un género, como la poesía, galeón de proa de cualquier país que se considere culto, ha ido perdiendo terreno hasta desaparecer del interés lector de nuestros contemporáneos: demasiada experiencia sin experiencia, demasiado realismo sucio emporcado en su zafia expresión, demasiada nocilla para quienes desayunan el bocata de la estupidez, ese indefinirse –¡ahora– como no comprometidos cuando el compromiso –otra vez– vuelve a poner sus puestos de berzas, lánguidas y desfallecientes, según coyuntura ideológica. Sentimos vergüenza, sentimos que tan buenos propósitos se nos negaran y, ahora, con el texto de Rodríguez Jiménez, ¿cómo conformarnos, cómo no poner en cuestión tanta bastardía? Pero la Diferencia podría exclamar, como Calígula, en la última escena de Albert Camus: “Calígula a la Historia: No he muerto todavía.” No hemos muerto, pese a quien pese, y este texto oportunísimo así lo refrenda; el texto de Rodríguez Jiménez, el incansable poeta cordobés al que Córdoba sigue sin agradecerle ni compensarle que, gracias a los Cuadernos del Sur y a su incesante actividad cultural, puso a Córdoba en los cuernos de la luna y, gracias a él, fue faro de actualidad, de creatividad, de inteligencia. Por lo pronto, este libro me ha devuelto uno de los episodios más ilusionantes, emocionantes, de mi vida literaria, cuando nos esforzábamos por la libertad, la ecuanimidad y la equidad. La Diferencia existe, como tan brillantemente la ha plasmado en su libro, la que acaso, ha corrido la misma suerte que el urogallo de Bertolt Brecht: “El urogallo canta, canta y se delata, se delata y muere… pero canta.” •
En nuestro próximo número
Desde aquí leo. Miradas al cambiante mundo del libro, Tim Parks, Fondo de Cultura Económica, México, 2017.
Publicado originalmente en inglés en 2014 y ahora por primera vez en español traducido por Dennis Peña Torres, este libro de Parks, estadunidense de nacimiento avencindado en Italia desde hace más de tres décadas, es una verdadera delicia para cualquier persona interesada en eso que indica el subtítulo: el mundo del libro, del cual puede afirmarse que la condición de cambio que lo caracteriza no es sólo permanente sino vertiginosa y sorpresiva en ciertos aspectos, mientras que en otros resulta no únicamente previsible sino rigurosamente cíclica. Traductor al inglés de autores como Calasso, Tabucchi y Calvino, pero también de clásicos como Maquiavelo, Moravia y Leopardi, entre muchos otros, además de ser un excelente narrador Tim Parks es autor de un blog que forma parte de la prestigiada The New York Review on Books; es precisamente de las entradas de ese blog de donde proceden los textos que componen el presente volumen y que, como verá el lector desde algunos de los mismos títulos, literalmente no deja títere con cabeza respecto de los usos y costumbres –en eterno cambio, se insiste–, así como los vicios y las inercias –en terca permanencia, por cierto– que tradicionalmente acompañan no sólo al hecho concreto de la publicación, la difusión y la distribución libresca, sino a ese otro hecho anejo que es la propia escritura. Vayan a manera de muestra los siguientes: ¿El dinero nos hace escribir mejor?, En alabanza de la policía lingüística, ¿Por qué terminar de leer los libros?, ¿Importan los derechos de autor?, La opacidad de la nueva novela global, Literatura y burocracia, Escritores vueltos santos, Leer mal. Desde aquí leo es un libro que hay que leer.
La Jornada Semanal
@JornadaSemanal
visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/
ELMarcoOTRO GARCÍA MÁRQUEZ: PERIODISMO Y NARRATIVA BREVE Antonio Campos y Gustavo Ogarrio
ARTE Y PENSAMIENTO ........
13 de agosto de 2017 • Número 1171 • Jornada Semanal
Jair Cortés jair_cm@hotmail.com @jaircortes
Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Eau de Soir La lluvia era tersa, amplia, obstinada; obstinadísima, habría dicho Claudia, pero Claudia ya no estaba. Me había dejado dormido en la cama revuelta que encontré al despertar y que apenas, muy levemente –levísimamente, habría dicho Claudia– olía a sudor y a Eau de Soir. No que yo pueda distinguir unos perfumes de otros, pero sé que ése es el único que de veras le gusta; el que se pone cuando está contenta y más cuando está triste. La encontré en la cocina, llorosa, en bata; acababa de meter algo al horno. –¿Qué es hoy? –me preguntó. –Cuatro –contesté. Se sentó a la mesa, se echó atrás el cabello, se sonó con una servilleta de papel. Había un frasco cilíndrico, lleno de un líquido verde, muy claro. Apenas lo tocó, del fondo se alzó una espiral de asientos color sangre, turbia y voraz. –Otro año –dijo y, después de un silencio, gimiendo por dentro, mientras vagamente apuntaba hacia el frasco con un índice indeciso: –Los recuerdos... así vienen •
In memoriam
Jaime Avilés 1954-2017
bitácora bifronte Mirar atrás: los lugares y objetos que se quedan
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unque pensamos que las civilizaciones nómadas pertenecen al pasado, la migración es uno de los síntomas más evidentes de nuestro tiempo. Abandonar el lugar de origen en busca de sitios más seguros y estables se ha convertido, otra vez, en una forma de vida. La guerra que libramos en México, por ejemplo, nos acorrala cada día hasta que nos percatamos de que vivimos en ghettos bajo un toque de queda permanente. Huir, salvarse, autoexilio, son términos que usamos de manera cotidiana y que marcan el ritmo de nuestras emociones y experiencias. Cuando la violencia, la inseguridad, el desánimo y la ausencia absoluta de una idea de futuro son infranqueables, uno se pregunta si pronto cambiará nuestra suerte o si es hora ya de marcharse. Los que se han ido antes que nosotros nos recuerdan al Héroe que al partir “con los ojos llenos de lágrimas, volvía la cabeza para contemplar [sus palacios abandonados]. Y vio las puertas abiertas y los postigos sin candados; vacías las perchas, donde antes colgaban mantos y pieles, o donde solían posar los halcones y los azores mudados”. El fragmento, que pertenece al Poema del Cid, describe el instante en el que Ruy Díaz de Vivar debe irse obligado por el destierro ordenado por el rey Alfonso, quien a pesar de la lealtad del Cid, tomó la decisión motivado por las intrigas de sus enemigos. Casi mil años después, el joven teniente Giovani Drogo, protagonista de El desierto de los tártaros, de Dino Buzati, experimenta la misma desolación cuando se dirige a la fortaleza Bastiani para cumplir con sus ocupaciones militares: “Habían llegado a la cima de una subida. Drogo se volvió atrás a mirar la ciudad a contraluz: humos matutinos se alzaban de los tejados. Vio de lejos su casa. Reconoció la ventana de su cuarto. Probablemente los cristales estuvieran abiertos y las mujeres estuviesen ordenándolo. Desharían la cama, guardarían en un armario los objetos y después abrirían de par en par las persianas. Durante meses nadie entraría en él, excepto el paciente polvo y, en los días de sol, tenues fajas de luz.” La sencillez con la que se describen ambas escenas nos conmueve por profunda y verdadera: el ser también está en las cosas que habita, sea que se trate de palacios o de una modesta casa en una pequeña ciudad. Cuando alguien se va, orillado por las circunstancias, irremediablemente abandona no una geografía sino el sentido de esa geografía y, al irse, el universo que había inventado altera su orden en ese gesto, en ese movimiento que hace al mirar atrás, observando, quizá por última vez, las cosas y sitios que fueron sus cómplices y aliados, sintiendo cómo asoma el retoño de la nostalgia, esa huésped melancólica que habrá de hospedarse en su corazón, mientras camina hacia la luz de la palabra, única o última patria del peregrino •
Postdata Mijalis Katsarós
Mi testamento antes de ser leído –como se leyó– era un intacto y cálido caballo. Antes de ser leído no los herederos que esperaban sino los usurpadores pisotearon los campos. Mi testamento para ti y por ti fue sepultado años en los archivos por notarios burócratas astutos. Cambiaron frases importantes horas aplicados en él con miedo desaparecieron los lugares con los ríos el nuevo rumor del bosque mataron al viento– ahora ya entiendo qué perdí y quién es el que se ahoga. Y entonces tú ahí parado mudo con tantas renuncias a la voz al alimento al caballo a la casa parado espantosamente mudo como muerto: De nuevo una libertad lisiada te prometen.
Mijalis Katsarós nació en 1924, en Kyparissia, en el sur del Peloponeso y murió en 1998 en Atenas. Realizó estudios en una escuela técnica de aviación y durante la Guerra de Italia (1940-1941) sirvió como sargento de vuelo. Trabajó como jefe de prensa del Departamento de Propaganda del Ejército y al mismo tiempo como conductor de varios programas del Sistema Nacional de Radiodifusión de Atenas. Fue despedido por la dictadura de los coroneles (19671974) y entonces se dedicó a la pintura, la escultura y la cerámica. Solo, o con amigos y colegas, fundó y editó varias revistas literarias. Es autor de once libros de poesía, su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán, español y ruso, y varios compositores han puesto música a sus poemas. Véase La Jornada Semanal, núm. 935, 3/ ii /2013 Versión de Francisco Torres Córdova
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........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1171 • 13 de agosto de 2017
Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com
LA OTRA ESCENA
Fundaciones y refundaciones de Rocío Carrillo
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UEMAR LAS NAVES, estreno inminente en la programación del segundo semestre del inba en este 2017, es un punto de llegada y será un punto de partida en el quehacer poético teatral de Rocío Carrillo. Las naves llegan a un puerto donde los lenguajes escénicos se convocan para mostrar su temporalidad, sus posibilidades y cómo el quehacer de un autor es siempre un nosotros donde prácticamente todos los participantes cuentan con un espejo personal para mirarse en el tiempo que es el fluir de una Organización secreta teatral que hoy devela sus misterios en un montaje donde el actor lo es casi todo. El actor es incluso un objeto que está animado a través de una línea de tiempo en la que transcurre un flujo de imágenes donde episódicamente es un nosotros, así como la pieza extraordinaria de un mecanismo que no lo despoja de su Yo pero que lo coloca en un cuadro donde el acto de mirar consiste en ser visto desde la oquedad oscura del público. Cada quien reconocerá en cada actor la melodía secreta que lo sostiene y anima. Además de asistir a la aventura vital del acontecimiento escénico, he podido ver una y otra vez el registro en video del montaje con la opción de organizar una mirada, como si se tratara de una galería donde los significados pictóricos ofrecen la posibilidad de interpretar exhaustivamente las obsesiones hilvanadas sobre una tela de doble cara: una donde fluye implacable el tiempo, ocultándole al ojo los secretos y las obsesiones de Carrillo, y otra donde el tiempo se convierte en la eternidad plástica del cuadro que permite ver la escena
bajo la apuesta exegética de unas coordenadas bajo las que se han auscultado cuadros como La Medusa, de Gericault, tan simple y al mismo tiempo con tantas opciones periféricas al cuadro. Y así es, en mucho, este bordado fino de dos caras, insisto, donde hay una sustancia icónica que entra y sale de la tela y, así, entra y sale de la escena. Quemar las naves es una obra que tuve la oportunidad de ver varias veces. La he visto en video con la posibilidad de detener, regresar y ampliar el cuadro de la escena con los ojos de una lupa que desintegra, que va al detalle y desfigura. Desfigurar y reconfigurar es un ejercicio que admite este trabajo tan poliédrico y complejo, tan simple como un cuadro de Von Trier o de Greenaway. Son imágenes que en el registro electrónico pueden verse una y otra vez y continuar sorprendido. No sucede con frecuencia que una imagen resista su revisión en un horizonte mental como el que padecemos, donde las imágenes se agotan en el flashazo mismo de su aparición. Ojala y el espectador se atreva a regresar a este río donde cada vez que se bañe será siempre la primera. En Quemar las naves existen varios periplos, pero hay dos que me conmueven sobremanera y me producen una
gran admiración: en confluencia están dos flujos que se trenzan de un modo hasta cierto grado indistinguible, el de Margie Bermejo y el de Betsy Pecanins, que regresará cada noche a esta sala a quemar sus propias naves escénicas en esta ofrenda que le hizo al teatro y al capitán de esta Organización secreta teatral. El tiempo pasa y miro hacia atrás y lo que veo me trae de nuevo a 2017, a esta sala. Lo que veo es la llegada de una década, 1990 y las Estrategias fatales, que evocan gran parte de ese cine de poesía que se oponía a la prosa en Godard, en Pasolini, en el mundo prosaico y poético de Rohmer. Cine y teatro tan trenzados en evidencia de esa edad cuando todo se quiere refundar. Han pasado veintisiete años y la coherencia de entonces se conserva. Me recuerda la directora sus Labyrinthos de 2011 y Psique (2013-2017). Me alegra darme cuenta de que la paradoja que fecha al teatro contiene también su intemporalidad, su permanencia y algo de eso inolvidable que hace perseverante a lo clásico. La literatura, la plástica, la poesía y la música hasta aquí han sido la materia prima con la que intento explicar y entender lo que Quemar las naves hace que suceda al interior de sí misma, con nosotros y con el teatro mexicano. Intento trazar una guía conceptual de lo que está por verse en esta obra bisagra entre lo que fue y lo que se desea por venir. Aquí la invitación es la de empezar a deshacerse de la palabra escrita y la que se escucha para instalarse en la que se intuye, se presiente y tiende a aparecer como silencio, espera. Puedes empezar a creer que este es un teatro que prescinde de la palabra pero eso es sólo una apariencia, porque el edificio de la representación está sostenido en un fluir verbal que se traduce en acciones que no se detendrán sino hasta el final de la obra •
Quemar las naves
Alonso Arreola @LabAlonso
¡Aleluya! Regresa James Thierrée
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S NEURÓTICO. ES ARISCO. Es explosivo. Cuando menos se espera hace erupción y, poco antes de quemarnos con su enojo, se humilla en una espléndida sonrisa al tiempo que regala abrazos. Así es fuera y dentro del escenario. En ambos se le ve iluminado. Es James Thierrée, espíritu integrador y genio francés dedicado a producir belleza, felicidad onírica. Un hombre al que conocimos cuando vino a presentar un par de sus mejores trabajos escénicos y que, finalmente y por gracia de una curaduría acertada, regresa este 2017 en el marco del Festival Internacional Cervantino dedicado a Francia. Antes que nada y para terminar pronto con ello, citemos sus antecedentes familiares. Son impresionantes e insoslayables (aunque también empañan algo sus logros personales). James es bisnieto del dramaturgo y Premio Nobel Eugene O’Neill, de quien heredó una creatividad narrativa original, atemporal. Es nieto del legendario actor Charles Chaplin, de quien heredó enormes dotes histriónicas así como un sentido del humor basado en el silencio dinámico. Es hijo de los creadores de circo francés JeanBaptiste Thierrée y Victoria Chaplin, de quienes heredó el interés por un entretenimiento familiar diferente. Hablamos de un actor de cuarenta y tres años cuya rebeldía se disciplina militarmente rompiendo toda tradición. Un acróbata que toma nota tras bambalinas, ininterrumpidamente, sin trivializar el tiempo en pláticas de corredor. Un clown que perfecciona rutinas minuto a minuto y que tortura a los miembros de su compañía con repeticiones innumerables. Una mente pulsante, gobernadora de un cuerpo privilegiado, que dirige luces y movimientos escénicos con la claridad de un mago. No, no se trata de diferentes artistas especializados uno en la gimnasia, otro en el trapecio, otro en la actuación, otro en el
BEMOL SOSTENIDO monociclo, otro en la pantomima, otro en el violín... Es un solo performer que hace de todo y que, acompañado por brillantes intérpretes (Compagnie du Hanneton), ahora concibe y actúa una obra inspirada en otra obra (de los hermanos Grimm): La rana lo sabía. La primera vez que vino, en 2004, lo recibimos con su espectáculo The Junebug Symphony. Esa visita estuvo coronada por aires de escepticismo y de curiosidad. A unos llamaba la atención y causaba respeto que James fuera nieto de Chaplin, mientras que a otros –incluido él– la simple mención de su parentesco parecía un oportunismo flagrante. Pese a todo, su presentación cautivó tanto que, para la última función, muchos se agolparon en la puerta tratando de conseguir boletos, convencidos de que lo que sucedía en el escenario del Julio Castillo era mágico e irrepetible. La Asociación Nacional de Críticos de Teatro de México pensó lo mismo, por lo que le otorgó el reconocimiento de Mejor Obra Extranjera durante su premiación de 2005.
¿Las razones? Thierrée enmudece sus espectáculos, los universaliza infantilizando la comunicación del cuerpo. El francés hace circo, danza y concierto –teatro físico ha sido una de las definiciones más aceptadas– a lo largo no de historias sino de conceptos que arrojan viñetas de una belleza apabullante. Así sucedió también con La Veille Des Abysees, obra que se presentó hace doce años en el Teatro del Pedregal, allí donde el grupo de saltimbanquis volvió a triunfar por lo alto. Imagine el lector lo que sucede cuando un sillón cobra vida y se traga a quienes se posan en él; cuando una mano intenta desprenderse de su dueño o cuando un periódico se niega a convertirse en basura, adhiriéndose permanentemente a un cuerpo tras su encuentro ocasional. Imagine a un hombre volando para transformar la escenografía ante los ojos de la audiencia, a una mujer hermosa haciendo rutinas impensables con las clavas. Imagine que de noche el insomnio lo desvela sometiéndolo a una lógica rota, en la víspera de un abismo feliz. Lugar convertido en tiempo, el que alberga las creaciones de Thiérrée abre preguntas fundamentales que responderá la imaginación de una audiencia conmovida y petrificada. ¿Qué hacemos hablando de un espectáculo así en una columna musical? Nos permitimos la digresión porque las obras de Thierrée son, precisamente, música solidificada y puesta ante los ojos. Además, claro, porque contienen ambientes sonoros y composiciones variopintas valiosas (grabadas y en vivo) alrededor de las cuales actúan la cantante y actriz Ophélie Crispin, así como Thi-Mai Nguyen, Sam Dutertre, Hervé Lassince, Sonia Bel, Hadj Brahim y el propio James Thierrée. Dicho esto, anímese nuestra lectora, nuestro lector, y vaya al Auditorio del Estado de Guanajuato los próximos 27, 28 y 29 de octubre. No hay forma de que se arrepienta. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
ARTE Y PENSAMIENTO ........
13 de agosto de 2017 • Número 1171 • Jornada Semanal
Verónica Murguía
Ricardo Guzmán
M
E FUI DE VACACIONES. Me fui mucho, pero mucho, como decía Efraín Huerta. Tomé el dinero del fondo de desastres, pues decidí que mi cansancio, mi incapacidad para comprender mis problemas domésticos y mi nostalgia por el mar eran catástrofe suficiente. Entré en internet armada con mi nula experiencia digital, compré mi boleto y me enviaron el pase de abordar tres días después. Feliz, empaqué una maleta optimista (con diez libros) y reservé tres noches en un hotel cuyas fotos me hicieron concebir unas ilusiones indignas de un adulto mexicano. No soy muy exigente. Una vez, con mi amiga p ., estuvimos en un hotel tan horrendo que, cuando nos asomamos al baño, salimos a comprar agua oxige-
smartphone. Me resigné y me fui a un restorán, de los que hay miles, pues el hotel es del tamaño de la Unidad Independencia. Pedí una quesadilla con camarones y me fui a dormir. Previsiblemente, a las tres de la mañana me despertó un estruendo de chanclazos, risotadas y una que otra arcada. Sin sueño y emocionada por estar cerca del mar, me asomé a la playa para oír las olas y mirar el cielo. Atestigüé una escena rara: un grupo de empleados del hotel que con cuidado acomodaba a dos tipos lacios, lacios, en sendas sillas de ruedas. Luego supe que eran unos borrachos que había que resguardar de la marea. Los spring breakers comenzaban a beber después del desayuno y muchas chicas bajaban maquilladas a la alberca. A media tarde parecían versiones bronceadas de Alice Cooper, pero a esa hora a nadie le importaba nada. Todos se tomaban selfies de espaldas al mar. El concierge diurno resultó un mexicano amable, solidario y comprensivo, pero ni con la mejor voluntad me pudo cambiar a un cuarto donde hubiera teléfono. Me quedó un día y medio, así que me dediqué a leer: una mirada a la alberca me disuadió de nadar. Estaba llenísima de bebés y borrachos. Fui feliz. Comí sin fijarme en qué comía, dormí menos de lo que supuse, no me asoleé (el sol me hace lo que a los vampiros). Pero escuchaba el mar eterno y pensaba, influida por Lucrecio, que ese mismo mar, lejos en el tiempo y el espacio, llevó a los griegos a dar lata a las costas de Troya. Qué alegría •
H
ENRY DAVID THOREAU (1817-1862) y Edith Wharton (1862-1937), a pesar de sus bagajes personales antagónicos, coinciden en sus principales trabajos, Walden y Ethan Frome, respectivamente: el lugar donde el ensayo de Thoreau evoca una visión de la vida que transcendería por sus raíces en la ideología estadunidense, es el mismo escenario donde los personajes de Wharton luchan contra un destino despiadado: el bosque y su representación de una naturaleza que orienta a la humanidad, a veces por caminos complejos. Walden es un ensayo muy amplio sobre la necesidad del hombre de vivir conforme a las “leyes” de la naturaleza. Para escribirla, Henry vivió dos años, dos meses y dos días en ese bosque. Las reflexiones van desde aspectos de economía doméstica hasta la soledad como fuente de fortaleza y lo que ahora los vegetarianos, veganos y demás críticos de comer carne podrían ver como un adelanto en tales tendencias alimentarias. Incluso de la pesca dice que cuesta más de lo que se obtiene. “Prefiero el cielo natural que el de los consumidores de opio.” Aborrece el licor, el café y hasta el té: “¡Qué bajo caigo cuando me siento tentado por ellos!” Para él, el verdadero hombre sólo debe beber agua. Esta purificación del cuerpo sirve para limpiar la mente y sus alcances. “Quien avanza confiadamente en la dirección de sus sueños y vive la vida que ha imaginado, encontrará un éxito inesperado pronto.”“Nuevas, universales y más liberales leyes empezarán a establecerse a su alrededor y con él.” Su visión trascendentalista no se puede entender sin sus experiencias en la naturaleza. Pionero del senderismo recreativo y el piragüismo, llevaría esos paisajes de Estados Unidos a lo que ahora visualizaríamos como campos místicos. Esos mismos paisajes sirvieron a Wharton para plantear una novela corta que le debe mucho a Thoreau: las peripecias amorosas de Ethan Forme. Ethan vive en esa campiña desolada de la rural Nueva Inglaterra, donde con muy pocos recursos económicos ha tenido que cuidar hasta la muerte a sus padres y luego a Zeena, su esposa, hasta que comprende estar enamorado de la prima de ésta, que lo auxilia con las tareas domésticas y el cuidado de la esposa que siempre está enferma y es capaz de sufrir desmayos en los peores momentos y, como era de esperarse, gastar los mínimos ahorros de Ethan en medicinas y doctores. Las supuestas dolencias de la esposa la llevan de viaje. Ethan aprovecha su ausencia para tener un momento de inaudita intimidad con Mattie, pero sin contacto carnal: al cenar, él tiene la sensación de que podría tener una vida feliz al lado de la joven. Cuando la esposa regresa, le ordena a él despedirla (a pesar de ser huérfana) porque ha contratado a una mujer para que le ayude a no hacer nada más que cuidarse sus dolencias. En un
Henry David Thoreau
arranque amoroso, Ethan lleva a pasear en trineo a la joven, como le había prometido. Pero lo hacen casi de noche, cuando saben del peligro de chocar con un árbol a media bajada. Y, como si esa naturaleza siguiera los designios puritanos afines a Throeau, chocan con el tronco majestuoso, en parte en forma voluntaria, para huir de ese futuro negro para ambos: ella sin tener a dónde ir, él a vivir con una mujer que lo ha hecho profundamente infeliz y pobre. Pero sobreviven. Y terminan por vivir juntos los tres durante décadas, en la más terrible infelicidad. A pesar de la notable pluma de Wharton, claramente vigente y llena de referencias a la interioridad de los personajes y el análisis en varios planos por parte del narrador, ahora comunes en la pluma de muchos famosos, está emparentada con Walden en tanto que es la naturaleza la que decide los destinos, externos e internos, de esos personajes. Cuando Ethan recuerda cómo se casó con Zeena por gratitud (por haberle ayudado a cuidar a su madre), pero, mucho más, para evitar la soledad de vivir en la granja, el narrador acota que, tal vez, la vida de Ethan habría sido muy distinta si su madre hubiera muerto en verano y no en invierno: no habría temido enfrentar solo el invierno. Es la naturaleza determinista la que orilla a este solitario infeliz a elegir mal a la esposa y vaya que paga caro su error, como si haber querido tener más de lo debido fuera motivo de castigo. El bosque empata como fondo literario a estos dos relevantes escritores, para recordarnos que no importa la vida que llevemos (rígida, Thoreau; disipada, Wharton): hay algo más allá de nosotros que termina por ponernos en nuestro lugar, nos guste o no • Edith Wharton
PERTFILES
Thoreau y Wharton: el bosque en el centro
LAS RAYAS DE LA CEBRA
La playa
nada para limpiar la ducha. Perossido di idrogeno –estábamos en Italia. Nos terminamos el bote y el azulejo aún espumeaba apestosamente. Finalmente, abrimos la llave y la coladera, tapada, se rebosó y llenó todo con agua gris que olía a orines de gato. No nos inmutamos: era el hotel más barato de la ciudad: ¿qué esperábamos? Quizás por mi falta de exigencia –que disminuye conforme uno envejece– esta vez no presté atención a los comentarios de los huéspedes, incluidos en el sitio web. No quise creer a los que cuentan que no podían dormir porque los pasillos estaban llenos de borrachos que cantaban “Cielito Lindo”, que las sábanas estaban húmedas o que el guacamole era escaso, así que cuando me remojé los pies en el agua de una alberca de la que emanaba el aroma inconfundible de la cerveza y la papaya fermentadas, no tuve a quién reclamarle sino a mí misma. Pero el Caribe azul, la arena blanca, el sol y las palmeras deshechas por una enfermedad que se llama “amarillo letal” estaban allí y con eso bastó para que al menos varias horas al día se me olvidaran los spring breakers y una felicidad casi mística me hiciera sonreír como una boba. Iba sola, pues a mi marido le repugna la idea de andar en traje de baño. Me pareció bien, porque las veces que lo arrastré conmigo algo irradiaba el hombre, una emanación invisible que me desanimaba. Para decirlo con sencillez, el pobre se aburría como un ostión, el calor lo atosigaba y disimula pésimo. Esta vez el calor no me agobió en lo absoluto. Lo que sí me agobió es que cuando llegué al hotel y me dieron mi tarjeta para abrir la puerta, ésta no se abrió. Como si estuviera en el cajero automático ensayé todo: limpié la banda magnética, la deslicé con suavidad, con fuerza, lenta o rápidamente, empujé, jalé. Le di con el hombro y me acalambré el brazo. Cuando por fin me abrieron con ayuda de un desarmador, corrí al teléfono a pedir una Coca y un sándwich al room service, pero el teléfono estaba mudo. Era una pieza de utilería que no pesaba nada y que sonaba como si tuviera arena adentro. No servía, ni serviría durante los tres días que estuve allí. El concierge de la noche era un cubano que trató de compensarme y me regaló una semana de wifi gratis, aunque no llevaba laptop ni
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........ ARTE Y PENSAMIENTO O
Jornada Semanal • Número 1171 • 13 de agosto de 2017
Luis Tovar
Javier Sicilia
@luistovars
L
A EDITORIAL SUBURBANO EDICIONES (Miami, Florida), acaba de publicar un libro sobre uno de los más controvertidos poetas de España, Leopoldo María Panero o las máscaras del Tarot. Xalvador García, poeta morelense, es su autor. El ensayo es ejemplar no sólo por su estilo, sino por su penetración: García comienza por abrir su investigación con la entrevista que, poco antes de su muerte en 2014, le hizo en la Clínica Carlos i de Las Palmas, en la Gran Canaria, donde, después de pasar por varias instituciones mentales, el poeta español estaba recluido. La expresión de su locura sirve así a García como pórtico para, a través de las cartas del Tarot –de las que Panero era devoto– realizar una exploración no sólo de los temas de su obra, sino también de las máscaras detrás de la cuales se diluyó Panero. El poeta cuerdo le pregunta al loco y a través de esa inquisición
Leopoldo García Panero
nos lleva a una meditación sobre el quehacer de la poesía. Son muchos los temas y las reflexiones que García aborda en su libro, pero a mí el que más me inquieta es el del vínculo de la poesía con la locura. A despecho de García, a mí Leopoldo María Panero, al igual que sus dos hermanos, tan talentosos como él y su padre, me parece un imbécil. Su locura no es, como en Hölderlin, que concluye en el silencio, o como en Celan, que termina en el suicidio, el fruto de un encuentro con el abismo de un época que destruyó el sentido. Es, por el contrario, la consecuencia de un berrinche, la pataleta de un adolescente que decidió fugarse en el alcohol y la droga para castigar al padre. Pere Gimferrer, poeta de su generación, lo expresó acertadamente cuando dijo que el tema de su poesía –habría que agregar, el de su vida– “no es la destrucción de la adolescencia: es su triunfo, y con él la destrucción y la disgregación de la conciencia adulta”. Contra lo que podría pensarse, la rebelión de Leopoldo María Panero fue una afirmación del franquismo. Emberrinchado, al igual que sus hermanos contra un padre cuyo pecado fue haber traicionado su filiación comunista y servido a Franco, su entrega a la droga, al alcohol, a la pendencia y a la locura fue su manera de afirmar lo que querían combatir de él: la abyección y la muerte. Si fue un gran poeta, no lo fue, entonces, por su locura, mucho menos por la droga que, a diferencia de Michaux o de los beats, no usó como una manera de explorar los abismos de la conciencia, sino por su talento. Extraviado en ella, su genio poético le permitió mostrar la inexistencia del autor –su poesía, dice García al referirse a las intertextualidades de las que están repletos sus poemas, es “un diálogo con
otras obras y otros discursos”, un diálogo con el infinito río de la tradición–, y la expresión del desastre de una época de la que él fue su representante más atroz. Sus poemas, pese a su diálogo, no son, como fueron los de Hölderlin o los de Celan, la búsqueda desesperada por refundar el sentido, sino la expresión brutal de su ausencia. Queriendo destruir un orden autoritario –expresado, quizá, en los refinados versos de su padre– y volver, mediante el diálogo con la tradición, al origen, Leopoldo María terminó, sin embargo, por extraviarse utilizando, en su desesperación, el lenguaje en sus más crueles e inhumanas expresiones. Su poesía, al igual que su locura, fue así la exaltación de un mundo infantil que se negó a crecer y terminó por afirmar el horror del que quería huir. Semejante a Edipo, su intento de escape fue su ruina y su atroz anagnórisis. El libro de Xalvador García, que me permite estas reflexiones, sólo merece elogios. Con él, la obra y la vida de Leopoldo María Panero encontraron a su exégeta más audaz. Sólo un poeta de la cordura podía aproximarse con tal lucidez a los laberintos en los que la poesía decidió extraviarse y revelar así el mundo espantoso que tanto le repugnaba. “El dolor que sangra en sus versos –escribe García– nos habla de la derrota, de la desolación, de la amargura, de la tristeza y del ahogo […] es en este dolor donde nos reconocemos. Si un hombre muere, hemos muerto todos.” Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar, a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, refundar el ine y declarar nulas las elecciones del Estado de México y de Coahuila •
El argumentista ignorado
CASA SOSEGADA
Xalvador García y Leopoldo María Panero
A la memoria de Rius, chamuco mayor
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AS DOS CUARTETAS CENTRALES de “Historia conocida”, un poema de José Agustín Goytisolo, resumen a la perfección lo que más le importa decir a estas líneas:“Hace tiempo hubo un hombre entre nosotros,/ alegre, iluminado,/ que amó y vivió, cantaba hasta la muerte,/ libre como los pájaros.// ¡Qué bonito sería! Nace, escribe,/ muere desamparado./ Se estudian sus poemas, se le cita,/ y a otra cosa, muchachos.” Ese hombre “alegre, iluminado, que amó y vivió”, ha sido y será muchos: no mencionar nombre alguno le permitió a Goytisolo –mejor dicho, a nosotros, sus lectores– referirse a cualquier poeta, y por extensión a cualquier creador artístico de ésos
en los que, tan pronto se sabe que han muerto, se piensa, de los que se habla y a quienes se elogia, a veces desmesuradamente, como si el propósito de la sobrerreacción fuera olvidarse de ellos lo más rápidamente posible y, ya con la conciencia en paz, tranquilamente pasar “a otra cosa, muchachos”. No se trata de poemas en el caso de Rius, sino de más de un centenar de volúmenes, inclasificables si no es bajo el rubro genérico de libro-historieta, los que de acuerdo con la “Historia conocida” habrán de ser estudiados, citados y de inmediato cambiados por otro asunto. Empero, en el caso del creador de Los Agachados, El Chamuco y los Hijos del Averno y tantas otras publicaciones, felizmente puede afirmarse que mucho antes de su muerte ya se le estudiaba, se le citaba y, como sucede con pocos educadores –que a fin de cuentas es lo que Rius era–, de ninguna manera se le ha olvidado. Deben ser muy escasos los mexicanos que no hayan tenido en sus manos, así fuese al menos para hojearlo, alguno de los numerosísimos títulos publicados por Rius, y la memoria de cada quien le indicará los suyos: Manual del perfecto ateo, La trukulenta historia del kapitalismo, Marx para principiantes, La panza es primero, Cristo de carne y hueso, ABChé… Ciego o tacaño hasta la ignominia, hasta el día de hoy el cine mexicano ha soslayado casi por completo las posibilidades cinematográficas latentes en el universo de ficción creado y sostenido durante años por Rius. Sólo una vez, en Calzonzin inspector (1973), dirigida y protagonizada por Alfonso Arau, ha figurado en pantalla San Garabato, el mítico pueblo donde Calzonzin y Nopalzin representan la mexicanísima combinación de conciencia crítica –el primero– y algo demasiado parecido a la apatía o el conformismo –el segundo–; donde doña Eme encarna ella solita a la derecha católica intransigentemente retrógrada; donde don Perpetuo del Rosal es el símbolo insuperable del político en aquel entonces sólo priista y hoy pripanperredista más lo que se junte el
Calzonzin inspector
próximo 2018; donde don Lucas Estornino tiene la función de bisagra social entre los desposeídos, sobre todo de conocimientos, como Chon Prieto, Trastupijes, Arsenio y El Lechuzo, Fiacro Franco y muchos otros. Por lo demás, prácticamente cualquiera de las decenas y decenas de libros firmados por Rius, en los que aborda sobre todo temas sociales, religiosos, políticos y alimenticios, son tan fácilmente trasladables al formato documental cinematográfico, que uno se pregunta por qué a nadie se le ha ocurrido hasta ahora emprender esa tarea.
El cinE cElEbrado Hasta hace relativamente poco tiempo, las cadenas de exhibición cinematográfica llevaban a cabo lo que denominaban “mes del cine mexicano”, desde una perspectiva estrictamente mercadotécnica: no casualmente se trataba de septiembre, que según toda suerte de patrioteros es el “mes de la patria”, pero aquéllos lo hacían por razones económicas, ya que es uno de los meses de más bajo aforo en salas de cine. Con ese patriotismo convenenciero mataban dos pájaros de un tiro: lograban que la disminución en las ganancias no fuese tan pronunciada y, de paso, según ellos se lavaban la cara por los otros once meses del año maltratando e ignorando a la producción nacional. Este año la cosa se volvió oficial, pues resulta que el Senado de la República declaró que el 15 de agosto de cada año será festejado el “día nacional del cine mexicano”. La reacción fue la obvia: comenzando por las salas administradas por el gobierno, lo “celebrarán” exhibiendo cine mexicano preferentemente. Y entonces, como dijera Goytisolo acerca del poeta, pasará lo mismo con el cine mexicano: parafraseando, ese día “se exhiben y se miran sus películas, se le cita, y a otra cosa, muchachos”. El autogol es impecable, pues para lo único que sirven “el día de esto” y “el día de aquello” es para olvidar al otro día qué cosa se celebró el día anterior.
CINEXCUSAS
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13 de agosto de 2017 • Número 1171 • Jornada Semanal
Todo cartón político es un homenaje a Rius Antonio Helguera
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a caricatura política en México nació en el siglo xix siendo extremadamente combativa. Era una herramienta fundamental de la causa liberal. Los caricaturistas mexicanos de aquella época se jugaban la vida para poder hacer su trabajo. Es poco conocido, desafortunadamente, el caso de Jesús Martínez Carrión (nieto del Pípila, según consigna el propio Rius en su libro Un siglo de caricatura en México), extraordinario monero de El Hijo del Ahizote, El Colmillo Público y El Ahuizote Jacobino, quien por sus formidables dibujos contra Porfirio Díaz fue a dar a la cárcel de Belén, donde contrajo tifoidea y murió. Pero esa tradición combativa se apagó cuando nació el régimen posrevolucionario. Junto con la prensa que la albergaba, la caricatura se volvió totalmente complaciente con el poder y sólo era crítica cuando había que atacar a los enemigos políticos del prm - pnr - pri . Si bien hubo caricaturistas que alcanzaron fama por su gran talento, como el Chango Cabral, lo cierto es que su trabajo era más bien frívolo, sus temas eran el humor blanco o los personajes de la farándula. Los intentos por hacer caricatura política crítica e independiente fueron duramente reprimidos, como por ejemplo (y cito nuevamente el texto de Rius antes mencionado) la revista El Turco, de la que sólo apareció un ejemplar en 1931, época de Calles, y fue cerrada. Un caricaturista de nombre Inclán recibió, también por aquellos tiempos, una golpiza propinada por esbirros de Fidel Velázquez. Hoy, el cartón político ha recuperado su cariz crítico –en ciertos medios, al menos. Pero eso ha requerido años de pelea contra la censura y por la conquista de espacios con libertades amplias para los moneros. Fue Eduardo del Río, Rius, quien tomó la decisión de hacer de su trabajo un arma de combate ideológico, igual que nuestros maestros del siglo
xix . Esa decisión, junto con la de militar en el Partido Comunista, la tomó por allá de los años cincuenta, en p lena época de histeria macartista. No es difícil imaginar los problemas con que Rius se topó: censura y despidos de prácticamente todos los medios impresos de la época. Pero su tenacidad pudo más que la represión y si los periódicos y revistas no querían su trabajo, él creo su propia publicación: Los Supermachos, que a la postre se llamaría Los Agachados. Además, participó en La Garrapata, extraordinaria revista de humor político que hizo con los grandes Helioflores y Naranjo, en plena época de Díaz Ordaz. Fue en 1969 cuando lo secuestraron unos agentes (a uno de ellos lo reconocería años después como José Antonio Zorrilla, el asesino de Buendía), que lo pusieron en manos de un comando militar en las faldas del Nevado de Toluca. Ahí fue llevado hasta el borde de una fosa, que no se llegó a convertir en su tumba gracias a que el general Lázaro Cárdenas intercedió por él ante el presidente. Todas las caricaturas que actualmente se publican en México y en donde se hace escarnio del poder político, económico o eclesiástico, son, a quererlo o no, un homenaje al maestro Rius, puesto que quienes las ejecutamos podemos hacerlo gracias al camino que él abrió y que casi le cuesta la vida. Además, el trabajo que Rius ha hecho a lo largo de más de seis décadas, lejos de caducar, tiene gran vigencia hoy por hoy y, de hecho, debe ser un punto de referencia en una época en la que la ideología triunfante pregona esas tonterías del fin de la Historia y las ideologías; en una época en donde el humor político ha llegado a los medios electrónicos, pero en su forma más chabacana y tergiversada; en una época en la que dentro del propio gremio de moneros, muchos perdieron la brújula desde que se cayó el muro de Berlín •
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