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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 14 de septiembre de 2014 ■ Núm. 1019 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

AdolfoBioyCasares Bioy cumple cien años Harold alvarado T enorio y GusTavo oGarrio

Entrevista con Mario lavisTa, Paula M ónaco F eliPe Dos filmes sobre el golpe de Estado chileno, Marco anTonio caMPos Carta a Descartes, Fabrizio andreella


14 de septiembre de 2014 • Número 1019 • Jornada Semanal

bazar de asombros NOTAS SOBRE LA HISTORIA DE LA PRENSA (i de iv) Parece imposible –y no falta quien afirme que también sería innecesario– desligar el nombre y la imagen de Adolfo Bioy Casares de aquella otra, inmensa, a la que el autor de La invención de Morel voluntariamente ligó su vida desde que Victoria Ocampo los presentó: Jorge Luis Borges. Empero, la célebre asociación literaria y vital de estos dos argentinos rezuma cierto desdén para el autor de La trama celeste, sobre todo basado en un desconocimiento de su espléndida obra narrativa. Los textos de Alvarado Tenorio y Ogarrio abordan, en conjunto, esas dos caras de la moneda que a Bioy Casares, hoy centenario, le tocó en suerte jugar. Publicamos además una entrevista con Mario Lavista, el más destacado compositor mexicano contemporáneo, a cinco décadas de haber iniciado su prolífica e intensa carrera profesional, así como un ensayo sobre dos filmes que abordan el golpe de Estado chileno de 1973, del cual el pasado 11 de septiembre se cumplieron cuarenta y un años. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

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on el desarrollo de la sociedad industrial, la información adquirió un carácter masivo. En las etapas históricas anteriores el libro impreso y las hojas volantes de circulación redu­ cida lograron, gracias al perfeccionamiento de los sistemas postales y del comercio, llevar noticias a un público compuesto casi exclusivamente por los miembros de la clase dominante. En nuestro tiem­ po, la información es una necesidad cotidiana, una exigencia impuesta por el vertiginoso crecimien­ to de las actividades humanas. Poseer informa­ ción oportuna y suficiente de lo que sucede en el mundo es una obligación que el hombre de la so­ ciedad mercantil tiene para con la realidad, y un mecanismo de defensa que le permite planear sus actividades futuras y evadir los golpes de sus com­ petidores. La sociedad mercantil y el poder polí­ tico se alimentan con las noticias del día, que pro­ p o rci o n a n i n f o r m a ci o n e s e i n f l u ye n d e u n a manera determinante en el proceso de elab oración de los datos que llegarán al público y ser vi­ rán para darle la conformación mental deseada por la ideolo­ gía dominante. To d o i n d i c a q u e e l hombre moderno, perdido por un aparato que le entre­ ga todas las mañanas, junto al vaso del jugo de naranja, un conjunto de noticias, fotografías y artículos de opinión que le permiten ver cómo amaneció la cara del mundo, está más cerca que sus antepasados de la realidad total del ser huma­ no. Y sin embargo no es así. Nunca como en nues­ tro tiempo las apariencias habían sido tan en­ gañosas. El lector de las numerosas y variadas informaciones rara vez se da cuenta que detrás de su rito cotidiano se ocultan las manipulaciones de la clase dominante, que f ijan las dosis que les permitirán alcanzar un control cada día más sutil sobre las posibles reacciones que los distin­ tos públicos tienen, respecto de los estímulos

Hugo Gutiérrez Vega

creados por la información. De esta manera, el hombre contemporáneo es alejado del conoci­ miento de la realidad y limitado hasta el extremo de que sus posibilidades de pensamiento original son abolidas y su concepción del mundo circula, de modo casi exclusivo, a través de los estereoti­ pos. La posibilidad de una personal forma de en­ tender al mundo es reemplazada por los pre juicios sutilmente reforzados por los medios masivos, especialmente los electrónicos. El aparato orienta la atención de sus lectores hacia determinados temas y los aparta de los que pueden promover la organización de grupos so­ ciales víctimas de la explotación. Su función, co­ mo afirma Mattelart, es desorganizadora, y por lo tanto tiende a neutralizar la acción de las clases dominadas y a afianzar el mundo de valores de la clase dominante. En la sociedad capitalista, la in­ formación busca que el hombre acepte las carac­ terísticas propias de un mundo re­ gido por las leyes mercantiles de la sociedad de consumo. Para lograrlo no vacila en difundir el programa que ha conver­ tido el amor en una tran­ sacción comercial, el arte en una actividad suje­ ta a las leyes de la ofer­ ta y la demanda, y a las religiones en de­ fensoras de un orden social injusto y antihumano. Este programa hace que el aislamiento del hombre, paradójicamente rodeado de noticias de todo lo que pasa en el mundo, sea cada día más grande. En la selva actual, la actividad humana está regida por las leyes de la competencia y los medios se encargan de fomentar el espíritu com­ petitivo que nos aisla de los demás deshumani­ zándonos, convir tiéndonos en bestias de una voracidad inagotable

(Continuará.) jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: Inmortal Ilustración de Sergio Bordón

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Cabriolas Carlos Martín Briceño Para Beatriz Espejo

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e parecen repugnantes y sucios; dice que está cansada de limpiar las heces que dejan caer desde los abanicos de techo y de oírlos durante la madrugada. Es realmente tonta mi mujer; debería estar contenta: gracias a ellos no me he ido de la casa. Ayer, durante la cena, Ofelia hizo un berrinche mayúsculo. Un pequeño excremento blanquecino en el borde de su taza de café con leche desató su histeria. Aporreó las manos sobre el cristal que recubre la mesa: –¡Estoy hasta la madre de esos bichos asquerosos! No hice caso. Me esforcé por no sonreír y me limité a engullir, sin levantar la vista del plato, un bocado del delicioso omelette de espinacas que ella me había preparado para celebrar nuestro aniversario. Lo que me hizo alzar la vista la primera vez que los descubrí fue su vivacidad. Comprendí vagamente su propósito oculto: suplir la falta de lenguaje con agudos chasquidos, establecer un diálogo hipnótico. Esas pupilas, sobre todo, llamaron fuertemente mi atención: verdes e inescrutables canicas rodeadas de un cartílago rosa y suave. De sólo pensar que podría reflejarme en ellas, un escozor atravesó mi cuerpo. Comencé por identificarlos: manchas, cicatrices, tamaño, color. De esta forma supe que eran cinco los minúsculos saurios que habitaban las alturas de mi casa. Tres en el área de la cocina y un par en el estudio. La piel de los primeros era oscura. Tenían los vientres hinchados –supongo que de tanta mosca– y acostumbraban salir de sus escondrijos durante la mañana. Los otros, esbeltos y transparentes, solían esperar que apareciera durante la noche frente a la computadora para dar inicio a sus juegos. Fue este dúo lo que me sedujo: había en ellos algo casi humano y, a diferencia del trío de la cocina, no escapaban al sentirme. Por el contrario, parecía llenarles de júbilo. Contorsionistas de las alturas, cada noche urdían nuevas cabriolas. Tal era su delicadeza que una ráfaga de envidia y fascinación por su forma de vida comenzó a gestarse en mi cerebro. Una noche decidí utilizar una escalera para verlos de cerca. Ofelia no sospechaba el motivo de mis frecuentes vigilias, creía que las exigencias de la editorial eran cada vez mayores –y ciertamente lo eran, aunque me tenían sin cuidado. A eso de las diez, antes de retirarse a la cama, mientras traducía comme amande a la attente de la première morsure… vino al estudio: –Pobre de ti, mira la hora que es. Ni siquiera ganas lo suficiente para vivir como Dios manda. ¿Hasta cuándo piensas continuar con ese trabajo de mierda? Nada dije. Continué absorto en mi tarea sin levantar la vista del teclado hasta oír el portazo que indicaba su partida. Apenas vieron mi figura ascender, corrieron a refugiarse detrás de la reproducción del Chat noir, de Toulouse-Lautrec que tanto le gustaba a Ofelia. Ansioso, hice un alto en el tercer peldaño. Sabía que de un momento a otro iban a salir; sudaba y las sienes me latían con fuerza. A los pocos minutos, uno de ellos comenzó a acercarse, arrastrando su vientre sobre la rugosidad de la pared, zigzagueando con ayuda de sus delicadas manitas de cuatro dedos hasta que se detuvo y fijó sus pupilas verdeazules en las mías. Entonces, en la profundidad esmeralda de aquellas medias lunas, descubrí la entrada a un crepúsculo silente, a un abismo de calma. Era inútil sustraerse a su terrible luz, al influjo de su fulgor y al llamado de aquella inteligencia superior, ajena a cuanto yo conocía. Quise apartarme, pero el vértigo me lo impidió y, en ese instante, sentí un golpe de sol en los ojos. Ahora sé que esto tenía que ocurrir. Después de todo, yo propicié el encuentro. Y no me arrepiento. He aprendido, entre otras cosas, a disfrutar de esta libertad en las alturas y a enriquecer la variedad de mis chasquidos. La noche de ayer fue para retozar; corrimos un buen rato hasta yacer uno encima del otro. Así permanecimos quietos, muy quietos, como petrificados, mirando a Ofelia


El defensor

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Foto: José Carlo González/ La Jornada

entrevista con Mario Lavista Paula Mónaco Felipe Mario Lavista es erudito y memorioso. Recuerda historias alrededor de la música, que es su mundo. Se le considera el más destacado compositor mexicano contemporáneo. Tiene setenta y un años de edad; se sentó por primera vez ante un piano a los ocho y está cumpliendo cinco décadas de carrera profesional.

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ómo ha sido el camino? ¿Cómo se siente cuando mira hacia atrás? –Lo que me pasa es que sigo sintiendo la misma inseguridad que hace cincuenta años al enfrentarme a un papel pautado. Como la composición es de alguna manera una aventura del espíritu, un ejercicio de la imaginación, pues no hay nada escrito a priori. Entonces, cuando me enfrento a una página en blanco realmente estoy tan perdido como hace treinta o cuarenta años, comenzando de cero. Soy consciente de que tengo un mejor oficio y es útil, pero lo otro, la inspiración, sigue siendo un misterio. Es probable que en algún momento ya no exista y se vaya, porque ha habido casos. Sin embargo, al igual que niños prodigios hay viejos prodigios. Los admiro.

eléctricas en simultáneo, no tocadas de manera tradicional sino de forma diferente. También poníamos radios en onda corta, que produce una serie de alturas y vibraciones fantásticas, y teníamos percusiones no solamente occidentales sino de otras culturas. Hacíamos una mezcla de instrumentos de diferente procedencia. Eso, olvídese de que era interesante, era muy divertido. Luego utilicé elementos sonoros que no son instrumentos. Por ejemplo, compuse una obra escrita como un texto, instrucciones para relojes despertadores, y programaba las horas en las que deberían sonar las alarmas. Me acuerdo que el estreno fue en un festival de música nueva; pusimos toda la instalación y durante días se estaba oyendo. De repente se oía la alarma a tal hora, 30 segundos después otra, después los tic-tac... –¿Por qué lo hacía? ¿Por diversión, por romper con formas tradicionales, por curiosidad? –Me interesaba que cualquier cosa que suene podría ser música. Esa obra de los relojes fue maravillosa porque fue realmente un escándalo. Muchos estudiantes sacaban pancartas que decían “Viva Bach”, “Viva Hendel” mientras estábamos en el escenario, toda una serie de gentes poniendo las alarmas. Muchos no lo aceptaban. –¿Cambió mucho su forma de trabajar en estos cincuenta años? –Sí, cómo no. Me fui a estudiar a París, a Colonia, y me empapé de la vanguardia musical que estaba en los fantásticos años sesenta. Era arte conceptual con una clara influencia de la filosofía y la estética de John Cage, el gran artista estadunidense. Formé el grupo Quanta con la idea de que el proceso compositivo y el proceso interpretativo se llevasen a cabo simultáneamente, es decir, en tiempo real. Componer una obra mientras se tocaba. Hice varias composiciones con esa tendencia. Cuando Cage cumplió sesenta y cuatro años compuse una obra que se llama Jaula para cualquier número de pianistas y piano preparado; la partitura es gráfica y la hice como un regalo para Cage. En esa época tendía uno a darle más importancia a la concepción, a la idea de la obra que a la realización misma. Muchas veces eran más importantes los fundamentos estéticos o filosóficos que el resultado mismo. A ese movimiento vanguardista lo dejé entre otras razones porque tendía a repetirme mucho en mis propias ideas y me hacía falta una renovación.

Fue de los primeros en probar la música electrónica. Sus conciertos, recuerdan muchos, eran experimentos divertidos en los años setenta. Fundó un grupo de improvisación llamado Quanta.

–Explique un poco más por qué dejó esa línea –En esa época se empleaban muchísimo las partituras gráficas. Se inventaban símbolos, signos, y al tener una partitura muy abierta se le daba mucha importancia al intérprete como co-creador. El compositor dejaba abierta la posibilidad para que el intérprete decidiera por ejemplo las alturas, los ritmos, de qué manera va a tocar el violín o el oboe. El intérprete podía cambiar la obra cada vez que se enfrentaba a la partitura. Ya no me convencía, definitivamente. Quería escribir música mucho más rigurosa.

–¿Qué recuerda de esa época? –Muchas cosas. Por ejemplo, tratamos de unir elementos sonoros muy disímiles. Con los instrumentos de [Julián] Carrillo, los pianos y las arpas, utilizábamos guitarras

En 1998 fue elegido miembro de El Colegio Nacional, institución que reúne a los científicos, intelectuales y artistas más destacados de México. En su discurso de ingreso habló de ampliar las fronteras musicales y considerar al ruido.

–¿Quiere ser un viejo prodigio? –Imagínese qué maravilla sería llegar a los ochenta, ochenta y cinco, y tener energía para escribir otra ópera, por ejemplo. Me parecería fantástico. Espero seguir haciéndolo.

–¿Por qué defiende tanto al ruido? –Lo que pasa es que en el siglo xx los instrumentos de percusión y los grupos de percusión encuentran su lugar, es algo nuevo. Quizás la primera obra que se escribió únicamente para percusiones sea la de un cubano, Amadeo Roldán, unas intenciones rítmicas en 1930, 1931. Es la primera vez que realmente se juntan instrumentos de percusión para hacer música y hay resultados fantásticos. El ruido ya forma parte del panorama de la música, nadie lo puede negar. Me parece además que ahí se amplía la oferta sonora. Ahora casi todo puede ser música. –Entonces ¿qué es música y qué no? –Es una cuestión muy difícil de definir. A mí no me corresponde, a quien le corresponde es al tiempo, el juez absoluto que hace que las cosas sobrevivan o se gasten. Nunca me ha preocupado saber si algo es o no es música, simplemente oigo. Intuitivamente me parece que es música y no tengo ningún juicio a priori. Por ejemplo, hace poco oí una obra sorprendente de Stockhausen que era un homenaje a Pierre Boulez. Simplemente consistía en unas piedras que se golpeaban, nada más, una o dos piedras, y era extraordinario porque tenía un ritmo muy interesante y sonoridad diferente. –¿Sería música lo que provoca algo en el ser humano, sea o no con instrumentos tradicionales? –Sí. Y hay que hacerle caso a esa inspiración pero también hay que organizar la intuición musical, hay que darle una estructura, porque en última instancia lo que el músico hace es darle al mundo una forma. Lo mismo en otras artes: una novela y una pintura tienen una forma, no solamente son una terapia de grupo, es una cosa mucho más consciente. La inspiración, que quién sabe de dónde venga, tiene que ser armada, formada, estructurada. Si no, el resultado es una cosa informe y eso ¿a quién le interesa? –¿Usted puede expresarse mejor con el lenguaje verbal o con la música? –Con la música. Pienso en términos de música y lo que quiero expresar lo hago a través de la música, no tengo la menor capacidad para escribir un poema. Pero ahí se plantea un problema muy serio: ¿qué quiere decir la música? ¿qué dice la música? Dice en sus propios términos, tiene un sentido inmanente. Si usted me preguntara qué quiso decir Chopin con su primer Nocturno, creo que la respuesta correcta sería que me sentara al piano, tocara el primer Nocturno y dijera: “Esto que acaba de usted escuchar es lo que quiso decir Chopin.” Todo lo demás son metáforas. Eso que siente o no siente, eso es lo que quiero decir. A sus dieciséis años lo rechazaron en el Conservatorio Nacional con el argumento de que ya era muy grande para estudiar. “Ni me escucharon tocar. Fue uno de los días más terribles de mi vida.” Lo salvó Rosa Covarrubias. Le presentó a Carlos Chávez (1899-1978), entonces uno de los más destacados compositores y artistas del país. “Yo me voy a encargar de usted”, le dijo, y guió personalmente su formación musical. –¿Qué música escucha usted? –Desde niño me fascinó la música clásica pero también oigo otros tipos. Mi amigo Nicolás Echevarría, el cineasta, es un gran conocedor de jazz y me ha educado; entonces,


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Foto: El Colegio Nacional Fuente: youtube.com

del ruido con un placer infinito puedo escuchar a Billie Holiday o a Miles Davis. Y también oigo cierta música de rock porque siempre me gustó el rock de los sesenta, fundamentalmente en inglés. Me encantan los Rolling Stones, que me parecen unos musicazos; Keith Richards, el que tiene cara de fascineroso y drogadicto, es un guitarrista realmente excepcional, un gran gran músico. Me gustan los Beatles, como a todo el mundo, y la música del Caribe, la música guapachosa me parece fantástica. Uno de los grandes autores de música para bailar es Pérez Prado, sin lugar a dudas. ¡Pero grande! Yo lo pongo al nivel de Tchaikovsky, porque fue un orquestador de primerísima, fue capaz de crear su propio sonido de orquesta. Cuando uno escucha la orquesta sabe que es de él, el color es Pé-rez-Pra-do. Es extraordinario. –¿Qué le pasa si se topa ahora con un radio encendido y aparecen cumbias, narcocorridos o una canción comercial? ¿qué hace? ¿Lo apaga? –Sí, la verdad no estoy muy al tanto de todo eso porque el azar no me ha deparado buena música. Cuando prendo el radio a veces escucho a una cantante que me gusta mucho, Norah Jones, pero junto aparece una cosa tan mala que no me dan ganas ni de saber quién es. Arbitrariamente, apago mi radio. Creo que en esta época priva la música comercial, de consumo. Es una música que dura muy poco tiempo porque se trata de hacer negocio, no hay otra razón. Se crea una cantautora; se le mete todo el dinero a través de una compañía de discos, Televisa o tV Azteca; y se vuelve famosa en un día. Todo el mundo compra sus discos, luego desaparece y viene otro que se va a llamar “x”. –Y eso, la mercantilización, ¿acarrea riesgos para la música? –Eso no tiene nada que ver con la música ni con el arte ni con la estética. Tiene que ver con cuestiones de mercado y de dinero, nada más. Claro, dentro de todo ese mundo de la música popular hay gente de primerísima, le

acabo de nombrar a Norah Jones, una cantante muy fina, pero también hay otras que son infumables como Filippa Giordano, que es el colmo. ¿La conoce? Ha venido mucho al Auditorio Nacional... O Charlotte Church, una inglesa, ¡Dios mío de mi vida! Y hay una violinista, Vanessa-Mae, una inglesa oriental que toca muy bien pero en una minifalda que le llega acá (señala la cintura). Es fantástica, guapísima, y las multitudes la alaban. Toca muy bien pero con un pésimo gusto; de repente toca Vivaldi ¡con swing! O ¿qué le parecen los tres tenores? [Luciano Pavarotti, José Carreras y Plácido Domingo]. Es mercadotecnia, no es un fenómeno musical interesante a pesar de que los que cantan son muy buenos. Las obras de Mario Lavista están casi siempre ligadas a la literatura. A veces incluyen partes vocales y otras son puramente instrumentales, pero en la música remiten a sus autores predilectos, como Xavier Villaurrutia, Octavio Paz y Luis Cernuda. También compone para cine, generalmente junto a Nicolás Echavarría, y ha hecho ejercicios para pintura. Su tiempo se divide entre componer; cumplir con las actividades académicas que le exige El Colegio Nacional; dictar clases en el Conservatorio y editar la revista Pauta, especializada en teoría, que dirige desde 1980. Muchas tareas que apenas alcanzan para acercar la música contemporánea a los oyentes. El distanciamiento, explica, radica en que “como son lenguajes muy diferentes, el oyente se está enfrentando a algo muy difícil. Se necesita atención y oír mucho este tipo de música”. –El 14 de junio le otorgaron el premio de la Sociedad General de Autores y Editores de España, la sgae . Es muy importante porque se considera el mayor reconocimiento para autores vivos de Iberoamérica y es la primera vez que lo obtiene un mexicano. Leí que el gobierno no lo ha felicitado, ¿es cierto? –Yo no he recibido nada. De Los Pinos, jamás. Recibí una felicitación muy cordial de María Cristina García

Pienso en términos de música y lo que quiero expresar lo hago a través de la música, no tengo la menor capacidad para escribir un poema. Cepeda, que es la directora de Bellas Artes y de Tere Franco, directora del Museo de Antropología, pero de otras instancias no. Porque... yo creo que en Los Pinos está bien que reciban a los futbolistas aunque hayan perdido. Es una cosa rarísima. ¿Por qué, si perdieron, los reciben? En fin. –¿Cómo ve la educación musical en México? –Es mejor que la educación en las primarias o en las secundarias oficiales, ahí es un desastre. En música hay muy buenos maestros, hay maestros de canto extraordinarios y en el caso de la composición una continuidad de muchos años. Desde el siglo pasado, en los años veinte y treinta, cuando Chávez fundó un primer taller de composición en donde estaban Blas Galindo, Moncayo, etcétera. –¿Hay infraestructura suficiente para un país de 120 millones de habitantes? –Para nada. El gobierno es muy tacaño en subvenciones a la ciencia y al arte; muy, muy tacaño. Es una pena que en el Conservatorio Nacional de Música –una institución que va a cumplir 150 años de existencia– no exista una biblioteca de música ni un taller de laudería, que no tengamos los mejores instrumentos. ¿Por qué? Porque el presupuesto que da el gobierno, es decir la Secretaría de Educación, no alcanza para poner una gran biblioteca. El dinero se va para otro lado; para diputados, senadores, partidos políticos, etcétera. Sí hay carencias. Doy clases en el Conservatorio y este año lo dediqué a Stravinsky. El ochenta por ciento de las partituras las llevé yo porque el Conservatorio no tiene la obra de Stravinsky y la debería tener como también la de Chávez, la de Revueltas, la de Manuel m . Ponce. Ahí debería haber no solamente partituras, sino las grabaciones de todo. La ciencia y las artes definitivamente no han sido prioritarias para ningún gobierno mexicano. No solamente para el de hoy, para ninguno. Esa es mi experiencia después de cuarenta y cuatro años como maestro


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Marco Antonio Campos

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l 11 de septiembre se cumplirá un aniversario más del golpe de Estado en Chile que derrumbó por cosa de diecisiete años las instituciones democráticas y cambió la historia de aquel país y de algún modo la historia de América Latina. En cine, salvo los excepcionales documentales de Patricio Guzmán, La batalla de Chile y Salvador Allende, los dos filmes mayores fueron hechos por no chilenos: Desaparecido (1982), más conocido por su título en inglés Missing, del griego-francés Constantin Costa-Gavras y El clavel negro (2008), del sueco Ulf Hultberg. Ambos filmes son tan tensos y a la vez tan rápidos que no se piensa ni siquiera en el estilo. He visto Machuca (2004), del cineasta chileno Andrés Wood, pero me parece que peca, al contrario de las películas antes citadas, de morosidad en las escenas; sin embargo, tiene la virtud de mostrar el abismo agresivo entre las clases sociales y la carestía que afectaba a casi todos los sectores de la sociedad antes del golpe, provocada al final por la huelga de los transportistas. Como está sobradamente probado, la Cia , junto con las fuerzas armadas, las trasnacionales estadunidenses, los grandes empresarios chilenos, la Democracia Cristiana y el diario El Mercurio, se unieron en la tarea de desestabilización, que concluyó con el golpe del 11 de septiembre. Costa-Gavras es uno de los grandes directores de cine político del siglo que nos dejó; en los cuatro filmes que conozco (Zeta, Estado de sitio, Desaparecido y Amén), para hacer una historia de índole política, basada en hechos reales, se vale magníficamente del thriller y tiene casi todo el tiempo al espectador en estado de alerta o angustia continua. En esos filmes policíaco-políticos se parte de un caso particular para mostrar en su conjunto la realidad dramática de un país: un asesinato de un opositor griego en 1963 (Zeta), o lo que se cree un opositor (Missing), o el secuestro y asesinato en Uruguay por parte de los Tupamaros de un inescrupuloso espía estadunidense –Dan Mitrione– (Estado de sitio), o la recuperación fílmica de un miembro de la Gestapo, Kurt Gerstein, creador del gas zyklon b , que servía en la segunda guerra mundial para el gaseamiento en las cámaras de los campos de concentración, pero quien, al confirmar que el gas se utilizaba para el exterminio de judíos, horrorizado de sí mismo y del gobierno nazi, trata de darlo a conocer al mundo, pero, o no lo oyen o no quieren oírlo o no le creen lo que dice (Amén). Quizá el paradigmático caso del joven periodista estadunidense Charles Horman (1942-1973) hubiera sido una anécdota aislada, un muerto más, si por un lado, como se expone en Missing, su padre, el empresario Ed Horman (Jack Lemmon) y su esposa Joyce, en el filme, Beth. (Sissy Spacek), con alguna ayuda de la periodista del New York Times, Kate Newman (Janice Rule), no hubieran tocado todas las puertas posibles en Santiago, las estadunidenses y las chilenas, hasta encontrar la verdad aciaga. Un añadido: la actuación de Jack Lemmon y Sissy Spacek es tan impecablemente emotiva que no se nota una falla en todas sus reacciones. En Missing nunca se dice la palabra Chile, pero se mencionan nombres reales como el balneario Viña (Viña del

Sissy Spacek y Jack Lemmon en una escena de la película Missing, dirigida por Constantin Costa-Gavras

Mar) y la capital Santiago. Aparece un par de veces en la oficina del embajador la foto del expresidente Richard Nixon y el general Augusto Lutz, director del Servicio de Inteligencia Militar, es el coronel Lutz en el filme. Mentira, tergiversación, simulación y ambigüedades son consustanciales a la política, pero se agigantan en las dictaduras de cualquier color. Costa-Gavras hilvana los hallazgos que hacen Ed Horman y Joyce-Beth sobre el destino final de Charles, pese a las múltiples resistencias y tretas de la embajada estadunidense que acaba haciendo al final una mala farsa: cómo Charles Horman fue sacado de su casa por los militares el 16 de septiembre y llevado enseguida al Estadio Nacional; la tortura y la decisión de su eliminación por el coronel Lutz, con el consentimiento de Hugo Berrías, subdirector, y un oficial estadunidense no identificado; la ejecución y el entierro de Charles en un muro del estadio. El cuerpo sólo será enviado a Estados Unidos siete meses después, cuando era imposible la autopsia. ¿Por qué motivo fue ultimado? Una, por escribir para un pequeño periódico de izquierda chileno (Fin), o lo que más bien consideraban los militares chilenos y la embajada estadunidense de izquierda, pero sobre todo haber estado aislado por mera contingencia en Viña del Mar el 11 de septiembre y los días posteriores, dado que estuvieron cortadas carreteras y líneas telefónicas, y advertir la abundante presencia de personal de la marina estadunidense en el hotel donde se quedaba y anotar en un cuaderno todo lo que veía y preguntaba a oficiales de su país –a un oficial de la Marina (Andrew Babcock) y al jefe del Military Group (Sean Patrick)– sobre el involucramiento.

“Sabía demasiado”, concluyó Lutz, y el miembro de la embajada estadunidense aprobó su ejecución. Lo que Ed Horman pudo ser informado desde el día de su llegada, tardaría un mes en enterarse por las duplicidades y ambigüedades de los miembros de la embajada, encabezados por (pongo sus nombres reales) el embajador Nathaniel Davis y el cónsul Frederick Purdy (en el filme Phil Puman). Al comunicarle Nathaniel Davis la eliminación de su hijo, le argumenta indirectamente con el fin de justificar el acto, que la embajada estaba para proteger los intereses de Estados Unidos y que en Chile había más de 3 mil empresas de su país (como si el joven las hubiera puesto en peligro). Aun el oficial de mayor rango de la embajada, el siniestro Ray Tower, al despedirse Horman –es la clave–, le dice que su hijo era “un poco fisgón”, o de otra manera, metía las narices donde no debía. Gran admirador de la política de su país y del american way of life, que menospreciaba a su hijo Charles por idealista y por escribir novelas que nadie publicaría, al comprobar la cínica e inescrupulosa participación estadunidense, cambia totalmente la percepción: su hijo no era un inútil y su país asistía política y policíacamente a los asesinos. En la escena final, en el aeropuerto, cuando se prepara para regresar a Estados Unidos, Ed Horman, quien aún cree firmemente en el sistema judicial que existe en su país, promete al cónsul y a Ray Tower –que lo acompañan–, que demandará y meterá a la cárcel a los miembros responsables de la embajada, principiando por ellos y el embajador Nathaniel Davis, y –lo decidiría ya en eu – al secretario de Estado Henry a . Kissinger. Horman presentó once acusaciones. Sin embargo, tres años des-


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el golpe de

Estado chileno

Michael Nyqvist en una escena de la película El clavel negro, del sueco Ulf Hultberg

pués su demanda por complicidad y negligencia en el asesinato de su hijo fue desestimada y el caso mandado a archivo como secreto de Estado; en fin, comprobó que su país podía ser tan poco creíble en sus leyes como cualquier república bananera que se respete de serlo. Pero Ed Horman conoció al menos una justicia poética: Nixon renunció menos de un año después por el caso Watergate, y nunca se levantó políticamente, pese al indulto de Gerald Ford; un joven escritor de treinta y dos años llamado Thomas Hauser, basándose en buena medida en las versiones de Ed Horman y Joyce, la viuda de Charles, publicó en 1978 un exitoso thriller político (The Execution of Charles Horman: an American Sacrifice), y sobre el libro, Costa-Gavras, realizó en 1981 una película que evidenció mundialmente, no sólo la participación de Estados Unidos en el golpe chileno, sino el consentimiento de la embajada para ultimar a su hijo. Sin embargo, no falta la píldora envenenada que debió tragarse (que debimos tragarnos millones): Henry Kissinger, ideador y principal apoyo estadunidense entre 1969 y 1977 de las dictaduras sudamericanas y de la Operación Cóndor, la trasnacional del terror de los militares sudamericanos, a quien con razón el escritor estadunidense Gore Vidal designó “el mayor criminal que anda(ba) libre por el planeta”, aún fue llamado por Bush, Cheney y Powell en 2003, para asesorarlos en la guerra ilegal contra Irak, es decir, a una nueva tarea de aniquilación masiva. Para satisfacción de la gran mayoría de los conservadores estadunidenses y latinoamericanos, Kissinger morirá tranquilo en su cama después de los noventa años.

El clavEl nEgro Hubo embajadas que después del golpe del 11 de septiembre de 1973 (escasísimas) se portaron a la altura de las circunstancias; ninguna de las europeas como la sueca, gracias a la valentía y la tenacidad del Harald Edelstam, y ninguna en América Latina como la mexicana, gracias a Gonzalo Martínez Corbalá, apoyado por el expresidente Echeverría –que, por más que recuerdo, la única gran medalla de oro que tuvo en su sexenio fue la acogida que ofreció a los exilios chileno, argentino y uruguayo. En El clavel negro se combinan realidad y ficción, y la parte de ficción es la menos afortunada. En lo que se apega a la

realidad, vemos el ir y venir del embajador Edelstam –en el filo de la navaja– para defender y arrimar el hombro a perseguidos en casas, en iglesias, en la embajada cubana, y sobre todo en barrios miseria y en el Estadio Nacional, donde se torturó y ejecutó sin descanso a chilenos y a extranjeros simpatizantes de la Unidad Popular. Por demás, el verdadero Harold Edelstam, en una breve y sustanciosa entrevista hecha poco después de su expulsión de Chile en diciembre de 1973 –la cual se encuentra como apéndice en la cinta–, responde al entrevistador que el compromiso de un embajador, cuando hay un régimen que va contra el pueblo, no se encuentra asistiendo a los cocktail-parties y codeándose con la alta sociedad, sino en contacto con la gente, los sindicatos y la oposición. Alguna vez, por convencer al oficial Ricardo Fuentes –en la vida real su cargo fue mayor y su nombre Mario Lavanderos. Tenía treinta y siete años; en Chile es una figura ya reivindicada– para que dejara salir del Estadio Nacional, y por ende del país, a cincuenta y cuatro uruguayos bajo custodia sueca, le costó la muerte inmediata al oficial del ejército. Todo militar que no se plegara a la máquina de muerte del pinochetismo o hubiera manifestado simpatías por el gobierno de Allende, era asesinado. En el filme, Edelstam llega a Santiago la semana previa al golpe (en realidad llegó desde 1972); desde 1941, en su labor de diplomático le tocó estar regularmente en lugares donde se vivían situaciones extremas –Berlín, Oslo, Varsovia, Jakarta y Guatemala–, y salvó miles de vidas. En Chile, entre septiembre y diciembre de 1973, lo hizo también, pese a la desaprobación feroz de los altos miembros de la cancillería sueca que lo detestaban, principalmente el ministro Sverker Aström, pero pudo hacer su labor gracias al apoyo diario del primer ministro Olof Palme, quien, sin embargo, luego de su regreso a Suecia lo relegaría. En diciembre la junta militar lo expulsa de Chile declarándolo persona non grata; como hombre de bien tomó el hecho como una distinción y bajó en el aeropuerto de Estocolmo el 10 de diciembre de 1973 envuelto en una bandera chilena, ante el aplauso de los recién exiliados. El embajador Edelstam fue en su juventud y madurez un hombre bien parecido y tuvo fama de mujeriego. A Chile llega a los sesenta años. En El clavel negro hay una historia de amor de Edelstam con una joven activista, Consuelo Fuentes (Kate del Castillo), hija del militar Ricardo Fuentes (Daniel Giménez Cacho), quien le ayuda a liberar a los cincuenta y cuatro uruguayos. Hay también el encuentro con otra mujer, que es en la cinta la secretaria privada de Salvador Allende, llamada Ana Domínguez (Lumi Cavazos), que resulta a la postre la hija de una cantante de ópera casada, de quien Edelstam fue amante en el Berlín nazi de 1941, y la cual denuncia el escondite de su marido, quien es asesinado. Ambas historias, ajenas a la realidad, dan a la cinta un desilusionante sentimentalismo, lo cual fue quizá uno de los principales motivos por los que Eric Edelstam, hijo del embajador, considerara al filme –del que leyó sólo el guión– como una “falsificación histórica”. Haciendo a un lado esto, que es una hollywoodesca concesión al espectador medio, en su esencia es un admirable thriller policíaco-político que reivindica con gran justicia a una figura olvidada y le devuelve una dimensión a la vez heroica y humana. Edelstam salvó mil 300 vidas y su labor, directa o indirecta, en muy amplia medida, es la causa de que en Suecia vivan en hoy día más de 48 mil chilenos y descendientes de chilenos. Para cerrar, me gustaría hacerlo con una opinión que el verdadero embajador Edelstam dijo en la entrevista puesta al final del filme sobre su actuación en Chile: “Cuando hay una situación de vida o muerte, no puedes negociar, no tienes tiempo para ser diplomático. Debes comportarte como un ser humano y actuar según tu responsabilidad. Y pienso que valió la pena el precio.”

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AdolfoBioyCas cump

Foto: elblogdelpetitcolon.com.ar

Harold Alvarado Tenorio

A

La invención de Morel (1940) debe Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 1914-1999) buena parte de su prestigio. Es una suerte de diario llevado por un fugitivo “venezolano” que, evadiendo la persecución policial, encuentra refugio en una isla, aparentemente desierta, en medio del océano. Pronto descubre unos extraños edificios (un museo de tres pisos con una torre, donde hay una biblioteca; una capilla oblonga y una piscina de piedra sin pulir) habitados por gentes que ignoran su presencia y, bajo inusuales circunstancias, parecen tomar parte en un ritual de intrigas y convencionales rutinas sociales. El prófugo se enamora de una de esas figuras pero finalmente descubre, luego de un peregrinaje donde ve el fenómeno fantástico de dos soles y dos lunas, que no son seres humanos sino imágenes proyectadas por la compleja máquina de Morel que, regulada por la marea, suministra energía a los motores para producir fluido eléctrico y crea las figuras. La máquina tiene tres partes: la primera registra, la segunda graba y la tercera proyecta. Las personas desaparecen al desconectarse el aparato. También descubre que Morel ha construido una suerte de paraíso circular donde las acciones y los gestos de las figuras se repiten con la inexorable periodicidad de los cambios lunares. Pero antes de llegar a esta conclusión, la imaginación del protagonista se puebla de sospechas y conjeturas que consigna en el diario que leemos tras su muerte. Todo ello provee de suspenso y de una peculiar atmósfera surrealista a la historia. Esta novela fue durante la vida de Borges uno de los hitos latinoamericanos de la literatura llamada de ciencia ficción. El tema de la inmortalidad está en su origen. La

fascinación de Bioy Casares por los espejos y el recuerdo de La isla del Dr. Moreau, de H . g . Wells, y El castillo en los Cárpatos, de Julio Verne, donde un científico crea “homunculi” y usa técnicas especiales para reproducir figuras humanas, son otras de sus arqueologías. Bioy pasó su infancia entre la estancia de su padre en la provincia de Buenos Aires y la mansión de la familia en la capital. Durante los estudios de bachillerato se interesó por las matemáticas pero nunca abandonó su interés por la literatura. Terminó su primera obra en 1928, un cuento fantástico y policial, y al año siguiente publicó su primer libro de cuentos. Fue para ese entonces cuando descubrió la novela española del siglo xix , la Biblia, la Comedia, de Dante, el Ulises, de Joyce y los clásicos argentinos, las novelas desechables y las tiras cómicas. Como la mayoría de los jóvenes de clase alta de su tiempo, se inscribió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, pero al no encontrar éxito alguno en sus estudios se cambió a Filosofía y Letras, pero no llevó a término carrera universitaria alguna y prefirió administrar la estancia de su padre. En 1932, gracias a los buenos oficios de Victoria Ocampo, conoció a Jorge Luis Borges, iniciando así una de las amistades y alianzas literarias más ventajosas del siglo.

Borges logró convencer a Bioy de que la actividad literaria excluye a las otras. Crearon una casa editorial y fracasaron. Durante estos años Bioy leyó con avidez bajo la tutela de Borges a todos aquellos autores que este último consideró, entre otros, los más importantes para el desarrollo de una personalidad literaria: Johnson, Gibbon, De Quincey, Butler, Stevenson, Kipling, Wells, Conrad, Proust, Hawthorne, James y Kafka. Bioy rechazó siempre sus primeros libros pues para él su carrera literaria comenzó con La invención de Morel, que ganó el Premio Municipal y fue inmediatamente traducida al italiano y al francés en una época donde los libros latinoamericanos eran raramente tenidos en cuenta en Europa. Ese mismo año publicó junto con Borges y Silvina la prestigiosa Antología de la literatura fantástica y harían aparición H . Bustos Domecq, autor de Seis problemas para Don Isidro Parodi (1942) y Dos fantasías memorables (1946), y b . Suárez Lynch, autor de Un modelo para la muerte (1946). En 1945 publicó Plan de evasión y aceptó codirigir con Borges una colección de novelas policíacas inglesas. Al año siguiente Silvina y Bioy entregaron al público una novela detectivesca, Los que aman, odian, y en 1948 uno de los libros de cuentos de Bioy que mejor suerte ha tenido, La trama celeste, en el cual el propio autor dice haber encontrado por vez primera su real voz de narrador. Bioy publicó una media docena de novelas y otros tantos libros de cuentos, pero es quizás en un libro póstumo, titulado meramente Borges, donde descansará su eternidad.

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Bioy rechazó siempre sus primeros libros pues para él su carrera literaria comenzó con La invención de Morel


Como Se Sabe Jorge LuiS borgeS murió en Ginebra el 14 de Junio de 1986. Veinte años después, una editorial argentina puso en circulación un obeso volumen de mil 700 páginas, cuyo autor gastó los dos últimos años de su vida en la puesta a punto del quizás mejor retrato íntimo de uno de los más grandes hombres que haya existido jamás. Un ciego de Buenos Aires, la ciudad eterna como el agua y el aire. El chisme da cuerpo a todo el volumen. Bioy no se cansa de anotar que Borges viene a cenar, dejando por sentado que comía prácticamente de su bolsillo. Es asombroso certificar la incansable voluntad de Bioy por no dejar pasar detalle de lo que Borges le cuenta, le comenta, le trasmite en llamadas telefónicas, sobre el extenso círculo de amistades del rico heredero de La Martona, la más grande procesadora de lácteos de Buenos Aires a mediados del siglo pasado. Un círculo de amistades que presidía otra rica heredera, su cuñada Victoria Ocampo, otra de las argentinas más celebres, no por su belleza sino por su inteligencia y sus contribuciones a la literatura de nuestra lengua, directora de la revista y la editorial Sur, amiga de Ortega y Gasset, Neruda, Lorca, Tagore, Camus, etcétera. Adolfo Bioy Casares hace del chisme la cicuta que va envenenado la lectura de sus recuerdos de Borges. Ni la amistad, ni la prudencia o el respeto a las damas e iguales impiden que, con pasmosa ingenuidad y propósito, Bioy vaya registrando la frase ingeniosa o hiriente, la parcialidad de juicio, la tozudez contra quien se malquiere o se odia, la misoginia, el racismo, los complejos de superioridad argentinos, el antiperonismo, el anticomunismo y el escepticismo tanto suyo como de Borges, a medida que van creando una obra hecha de mutilaciones, modificaciones, suplantaciones y falacias cuyo propósito es la creación, tanto en carne como espíritu –de eso es testimonio este libro–, de una fábrica inmortal de palabras. Porque nadie se salva en este extenso escrutinio y saqueo del mundo, donde Borges y Bioy = Biorges, diseccionan pasajes, examinan estrofas y rimas de un verso, impugnan locuciones, festejan sonoridades, ríen de la aspereza y la ausencia de buen gusto de un autor, o rescriben poemas por el mero gusto de ejercer el oficio que mejor conocen: escribir. El Fausto, de Goethe: “¿No te parece –dice Borges–, es el mayor bluff de la literatura?”. Shakespeare es “the divine amateur”, siempre usa el “mot injuste”; el surrealismo, “contrariamente a otras ideologías invasoras de lo literario, el catolicismo y el comunismo, prescinde del propósito de lograr obras legibles”; los poemas de Alejandra Pizarnik son “absurdas cacografías”; a Ezra Pound “lo consideran el il miglior fabbro, pero nadie lo lee”; “Thomas Mann era un idiota”; “Le dieron el Premio Nobel a Juan Ramón Jiménez… Primero Gabriela Mistral, ahora Juan Ramón. Son mejores para inventar la dinamita, que para dar premios… Gabriela Mistral no ha escrito un poema bastante bueno… Los premios no ayudan, en la posteridad a nadie…”; “¿Qué puede saber de nada un bruto como Hegel?”; (Oliverio Girando) “su obra no es nada”… “Fue un peronista inmundo”; “Neruda gusta porque a veces es cursi sin asco”; “Lorca escribió poemas horribles”; “Ya me habían dicho que los músicos no tenían oído. Piazzolla no sabe leer los versos”; “Sábato también desaparecerá, sin dejar rastro, después de la muerte”; “Si comparás la muerte de

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Sócrates y la de Cristo no hay duda de que Sócrates era el más grande de los dos. Sócrates era un caballero y Cristo un político que buscaba la compasión.” Y si el chisme es el hueso, la maledicencia es la medula que amarra esta amistad y la hace compadrazgo. Si Borges es un facón de hielo, Bioy es la perfidia misma y ambos son tóxicos y mortíferos. Bioy, entre líneas, va dejando sentado que Borges tiene una puritana antipatía por los temas amorosos y la incomodidad que siente ante las alusiones literarias a la vida sexual, justificando muchas veces que lo erótico es inferior a lo épico. Pero la cúspide de las insidias se alcanza cuando hacen referencia a las mujeres que les han interesado sentimentalmente. De Haydee Lange, la bella pelirroja libertina que fue una de sus (de JLb ) pasiones de madurez, quien lo dejó por Oliverio Girondo y, con la complicidad de Lorca, hizo el amor una noche en una terraza con Neruda, dice que“vive idiotizada por el alcohol”; Estela Canto, a quien dedicó El Aleph y le regaló el manuscrito que luego ella vendería en una subasta pública, y que escribiera un libro sobre su relación con Borges, la considera “este pilar de la rectitud”; Silvina Bullrich es una “gorda raviolera del barrio de Flóres”; Susana Soca, una mecenas uruguaya, es “una opa”, y otro tanto de colores locales por las rivalidades y envidias entre las bellas y elegantísimas para Susana Bombal, Carmen Gándara, las hermanas Grondona, Wally Zenner, Marta Mosquera, Esther Zemboráin de Torres (con quien vino a Colombia por vez primera) o Pipina Dile y Elvira de Alvear, a quien en su postrer locura y pobreza, Borges visita infaltable cada fin de año. Capítulo aparte merece el primer matrimonio de Borges, cuando a los sesenta y ocho años decide casarse, ante la posible desaparición de su madre, con una vieja novia de juventud: Elsa Astete, viuda de Albarracín, un ser de otro mundo, menos del borgiano. “Pongo mi destino en manos de una desconocida”, dice Borges. “No se parece a las que él nos tiene acostumbrados –confía doña Leonor Acevedo a Bioy. Y más adelante los celos de Elsa con sus amigos, sus viajes, sus homenajes, mientras el viejo y ciego poeta cada vez más rico va comprándole vestidos, abrigos de piel, apartamentos o zapatos de segunda mano. Al final, por supuesto, llega el turno a María Kodama, con quien casó por poder cuarenta y cinco días antes de morir. Bioy guarda la más estricta prudencia sobre ella, quizás para no ofender la memoria de su amigo y maestro. Bioy Casares confesó que para él la vida y la literatura eran la misma cosa, que adeudaba tanto a los libros como a su intensa existencia. Su novela predilecta fue Dormir al sol. Creyó, además, que el cuento terminará derrotando a la novela pues puede tener todas las virtudes de la novela sin sus defectos, principalmente, su extensión. De ahí que quizás sean sus cuentos de la vida sentimental de los machos y las hembras de la clase alta argentina de mediados del siglo pasado lo mejor de su obra narrativa. Guirnalda con amores (1959) y El héroe de las mujeres (1978) reúne una buena parte de ellos, contados

ENSAYO

Bioy Casares confesó que para él la vida y la literatura eran la misma cosa, que adeudaba tanto a los libros como a su intensa existencia.

Ilustraciones de Sergio Bordón

sares ple cien años

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a partir de esa técnica recreada por el noveau roman de ofrecer al lector la sensación de una conversación privada entre quien lee y quien narra, partiendo sin duda de experiencias reales, nada ficcionadas. El macho de Bioy devela sus miserias, pero sigue oculto entre los clisés del lenguaje, mientras las hembras son heroicas en su extensa frivolidad. Bisoños románticos, asustadizos y fatuos que comprueban cada noche su fracaso con “ellas”, para quienes la vida es una gran diversión y nada saben de la muerte ni la fealdad o el envejecimiento. El 14 de Junio de 1986, un desconocido, en un quiosco de periódicos, cerca de La Biela, reveló a Bioy que Borges había muerto. “Seguí mi camino –anota Bioy–. Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges.” Antes de morir, apunta, alguien grabó a Borges cantando tangos: “Dicen que en esa grabación Borges ríe con la risa de siempre.” El círculo del cielo mide mi gloria, las bibliotecas de Oriente se disputan mis versos, los emires me buscan para llenarme de oro la boca, los ángeles ya saben de memoria mi último zéjel. Mis instrumentos de trabajo son la humillación y la angustia, ojalá yo hubiera nacido muerto. Abulcásim el Hadramí


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Las edades narrativas de

BioyCasares Gustavo Ogarrio

El joven Bioy. Fuente: internet

Para Raúl Mejía, quien desde hace más de diez años viene imaginando prodigiosamente este texto que no me atrevía a escribir por vergüenza.

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l referirse a la “recuperación” de esa prodigiosa aventura de tres días con sus noches en el carnaval de 1927 en Buenos Aires por parte de Emilio Gauna, personaje de la novela El sueño de los héroes (1954), de Adolfo Bioy Casares, Enrique Anderson Imbert utiliza una metáfora crítica poco afortunada: “La novela va por dos niveles, como una niña traviesa que camina con un pie en el cordón de la acera y con el otro en la calzada.” Para Anderson Imbert, estos “dos niveles” de la novela son paralelos y no están articulados por esa voluntad de duplicar lo que se vivió, que es al mismo tiempo el eje narrativo de lo que se va a contar. Afirma el narrador-testigo sobre Gauna y su obsesión por duplicar la experiencia del carnaval del ‘27, es decir, sobre su ofuscación por “obtener” y “perder” esos tres días borrosos y memorables mediante un intento de repetición en el carnaval de 1930: “Lo que Gauna entrevió al final de la tercera noche llegó a ser para él como un ansiado objeto mágico, obtenido y perdido en una prodigiosa aventura. Indagar esa experiencia, recuperarla, fue en los años inmediatos la conversada tarea que tanto lo desacreditó ante sus amigos.” El punto de partida de la narración en esta novela de Bioy Casares es precisamente esta bisagra conflictiva entre pasado y presente, no su simple duplicidad en dos niveles como caminos paralelos; más bien cierta precipitación trágica con la que Gauna buscaba repetir en el ‘30 la “primera y misteriosa” culminación de su vida grabada en las tres noches del carnaval del ‘27. A pesar de reconocer la fuerza de un relato cuyas figuras narrativas (la imposibilidad de duplicar la experiencia heroica de Gauna y su pandilla, la dimensión mítica y clásica de la aventura, el sórdido y trágico juego de espejos carnavalescos y su relación con el destino y el “sueño” bizarro de estos héroes improbables) están marcadas por lo fantástico (“el viaje de Gauna por los barrios de Buenos Aires relampaguea fantásticamente como el de Jasón y los argonautas: éstos son los héroes con los que Gauna ha soñado”), Anderson Imbert interpreta la modulación del habla imberbe de los personajes como un “descuido” estilístico del autor: “El estilo es descuidado como en una charla, pero con sonrisas y guiños irónicos.” Anderson Imbert no ha sido el único que ha desdeñado el estilo de la narrativa de corte fantástico que surgió en América Latina en la segunda mitad del siglo xx , además de que también despreció a narradores cargados de “subjetividad” como Juan Carlos Onetti; su reconstrucción histórica de la literatura hispanoamericana se inscribe en una larga polémica en contra de ese tronco de posibilida-

des de la narración que constituyen la novela de aventuras o de peripecias, la literatura fantástica, la ciencia ficción y el relato policíaco. Esta polémica de larga duración en la crítica literaria hispanoamericana ya se advertía también en el célebre prólogo que Jorge Luis Borges escribió para La invención de Morel (1940), una de las obras maestras de Bioy Casares. Borges señalaba que, desde 1822, Stevenson “anotó que los lectores británicos desdeñaban un poco las peripecias y opinaban que era muy hábil redactar una novela sin argumento o con argumento infinitesimal, atrofiado”. Borges alude también a José Ortega y Gasset como otro de los precursores de este menosprecio por la narrativa de aventuras, para finalmente sellar su alianza con Bioy Casares mediante la afirmación de un disenso compartido y el traslado “a nuestras tierras y a nuestro idioma (de) un género nuevo”. O quizás de varios géneros literarios enlazados artísticamente bajo la noción “literatura fantástica”. La “perfección” de La invención de Morel, defendida desde la posición estética de Borges contra el realismo narrativo y la novela psicológica, no ha sido suficiente para afirmar también la autonomía artística de su autor, Adolfo Bioy Casares, no sólo en lo que se refiere a su estrecha relación autoral con el mismo Borges sino también en su ubicación crítica en el mapa de la literatura latinoamericana del siglo xx . Sus procedimientos artísticos, el punto de vista de sus narradores o las variaciones en el uso de los géneros literarios, muchas veces simplificados bajo el rótulo de “literatura fantástica”, apenas son la puerta de entrada para leer una obra sumamente heterogénea en sus estrategias narrativas, como lo afirma José Miguel Oviedo: “En verdad, tales membretes (‘literatura fantástica’, ‘novela policíaca’ o ‘ciencia ficción’) no son inexactos, sino insuficientes porque el autor excede los marcos de esas fórmulas que él utiliza irónicamente para algo distinto de lo habitual.”

La poética narrativa de Bioy casares: Las tres edades deL caLamar En la introducción de las obras escogidas de Adolfo Bioy Casares, que aparecen bajo el título La invención y la trama, Marcelo Pichón Riviére divide la obra del escritor argentino en tres edades narrativas: “En su juventud Bioy Casares se deja dominar por el inventor; en su madurez, por el narrador; en su vejez, por el escritor satírico.” A la edad de la invención pertenece la novela La invención de Morel, una obra que se asume tan definitiva y emblemáticamente fantástica que muchas veces se pasa por alto la riqueza creciente de su irónica clave artística, ya que el narrador es un perseguido que quiere dejar un testimonio escrito de su acorralamiento en una isla: “Escribo Fuente: byricardomarcenaro.blogspot


14 de septiembre de 2014 • Número 1019 • Jornada Semanal Boda de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, 1940 Testigos: Jorge Luis Borges, Enrique Drago Mitre y Oscar Pardo

“En su juventud Bioy Casares se deja dominar por el inventor; en su madurez,

esto para dejar testimonio del adverso milagro. Si en pocos días no muero ahogado, o luchando por mi libertad, espero escribir la Defensa ante sobrevivientes y un Elogio de Malthus. Atacaré, en esas páginas, a los agotadores de las selvas y de los desiertos; demostraré que el mundo, con el perfeccionamiento de los policías, de los documentos, del periodismo, de la radiotelefonía, de las aduanas, hace irreparable cualquier error de la justicia, es un infierno unánime para los perseguidos.” Sin embargo, conforme se complica su “relación” con las imágenes que llegan a la isla y su condición de espectador que mira a los “intrusos” a “todas horas” sin ser visto, el prófugo va modificando la naturaleza de su testimonio: “Siento con desagrado que este papel se transforma en testamento.” Una lectura deslumbrada por las posibilidades metafísicas que se advierten en las imágenes como invención acaso ha disminuido la importancia del narrador en la novela. La historia de amor improbable entre el prófugo que llega a la isla en la que posteriormente surgen las imágenes de Morel, Faustine y otros “intrusos”, es también el hilo narrativo en la perspectiva de la historia: la novela está contada en la primera persona del singular, desde el yo del prófugo; este punto de vista hace más imperiosa y dramática la imposibilidad de su amor por Faustine, la joven de aspecto gitano que todas las tardes mira el sol. Además, esta perspectiva narrativa del prófugo también unifica las referencias intelectuales del mundo narrado y las dos líneas problemáticas de la novela, según Francisco Javier Rodríguez Barranco: “el sentimiento trágico de eternidad” y el “desdoblamiento metafísico de la realidad”. Quizás como le ha sucedido en muchas ocasiones al mismo Borges, La invención de Morel también ha sido analizada más como un documento de perplejidades filosóficas que como una novela que narrativamente enuncia ciertas aporías de índole metafísica como la eternidad, la inmortalidad y sus imposibilidades. Además, la lectura puramente filosófica de La invención de Morel deja de lado el problema de ese contrapunteo entre las afirmaciones documentales y testimoniales del prófugo, y las notas a pie de página que aparecen como notas del editor. Por ejemplo, cuando el narrador-prófugo especula que la isla a la que ha llegado “se llama Villings y que pertenece al archipiélago de Las Ellice”; la nota del editor irrumpe con todo su poder de sistemática e irónica erudición crítica: “Lo dudo. Habla de una colina y de árboles de diversas clases. Las islas Ellice –o de las lagunas– son bajas y no tienen más árboles que los cocoteros arraigados en el polvo del coral. (n . del e .)”. Poca atención se ha prestado al hecho de que el narrador-prófugo de La invención de Morel está inscrito en una resonancia cultural que pertenece tanto a Europa como a América Latina: la figura del náufrago, del prófugo que llega a una isla, a un “Nuevo Mundo” sórdido en el que los “otros” se le aparecen como puras imágenes que hacen evidente la tragedia de ser demasiado real; la imposibilidad de que el alma del prófugo habite el mundo de las imágenes en el que “vive” Faustine: “Mi alma no ha pasado,

por el narrador; en su

vejez, por el escritor satírico.”

aún, a la imagen; si no, yo habría muerto, habría dejado de ver (tal vez) a Faustine, para estar con ella en una visión que nadie recogerá.” La posible “inmortalidad” de las imágenes tanto de Faustine como del prófugo, también como posible consumación de la historia de amor, se presenta al final de la novela con un acento trágico definitivo. En un cuento que pertenece ya a la edad satírica de la narrativa de Bioy Casares, “El lado de la sombra” (1962), otra vez el punto de partida es un hecho de navegación narrado también en primera persona del singular: “Tan acostumbrado estaba a los crujidos de la navegación, que al despertar de la siesta oí el silencio del buque.” El narrador baja del buque para internarse en una isla que le recuerda “factorías donde nunca estuve, parajes de novelas de Conrad”. Al bajar del barco, el narrador cruza al “lado de la sombra” que se va volviendo absurdo al encontrar a su viejo amigo Veblen, quien le cuenta su tormentosa y también imprecisa historia de amor con Leda, una visión también improbable que vuelve a plantear narrativamente el problema de la duplicidad: “Los azares del viaje me revelaban, quizá, que había varios ejemplares de una misma cara, perdidos por el mundo.” En “El calamar opta por su tinta”, Bioy Casares lleva esta narrativa satírica a una conjugación de géneros literarios

que se antoja imposible. Un falso relato de costumbres, una crónica de pueblo, escrita también en primera persona por un “docente” y “periodista” de la comunidad en la que va a ocurrir un hecho inverosímil, pero también casi incomprobable: un ser de otro mundo cuya figura jamás es vista por ese “nosotros” prejuiciado y murmurador del pueblo, una sociedad que pone al límite su capacidad de acción y especulación y que nunca se atreve a entrar al corralón de don Juan Camargo para descubrir al extraterrestre. Un cuento modulado por el acento discreto y estratégico de un relato de ciencia ficción que culmina satíricamente como una moraleja, con su falso e irónico poder moralizante: “Cuántas Américas y Terranovas infinitas perdimos esta noche”, exclama el narrador del cuento al final. Se podría decir que las edades narrativas de Bioy Casares, la primera como invención y la última, satírica, también guardan cierta unidad gracias a ese movimiento de narradores en primera persona del singular; un yo que organiza tanto la perspectiva del relato como esa perplejidad metafísica de la identidad y las trágicas imposibilidades de la eternidad y la inmortalidad.

Bioy casares y Borges: La inevitaBLe poLémica de una amistad autoraL Quiero sólo indicar otro problema que presenta la lectura contemporánea de la obra de Bioy Casares: la necesidad de marcar su autonomía artística para identificar plenamente sus relaciones autorales respecto a Borges. El mismo Bioy Casares asumía con sarcasmo algo lastimoso esta situación después de la muerte de Borges: “Ya no está Borges y Ernesto Sabato es un gran escritor de obra mediocre, ¿a quién admirar, a quién dar los premios? A Bioy, por supuesto.” José Miguel Oviedo afirma que, en España y antes de que se le concediera el Premio Cervantes (1990), a Bioy Casares “solía vérsele como un mero discípulo de Borges y dentro de las categorías ya establecidas como ‘literatura fantástica’”. También se ha interpretado esta amistad literaria como la formación de un tercer autor: “Biorges”, como le gustaba decir a Emir Rodríguez Monegal. Sin embargo, por la cantidad y calidad de los textos y compilaciones en coautoría, por la polémica desatada con la publicación de los extensos diarios (1931- 1989) de Bioy Casares que llevan como eje al mismo Borges (considerados como meros chismes criollos y como ominosas relaciones de conspiraciones literarias), la teoría del tercer autor va perdiendo fuerza para asumir este “vasto campo de experimentación literaria” (Oviedo dixit) en los términos dialógicos que plantea Rodríguez Barranco: “Borges y Bioy coinciden en el sustrato melancólico que anima sus textos, pero existe también un diálogo entre dos autores que compartieron tantas empresas de índole estético, como creadores conjuntos, como editores, como antologistas; pero que sobre todo dejaron en sus respectivas obras los apuntes fundamentales de lo que fue su comunicación”.

en nuestro próximo número:

¿Quién le teme a Sigmund Freud? (a 75 años de su muerte) Antonio Valle

Las Crónicas francesas, de Alfonso Reyes

La Jornada semanal @Jornadasemanal jsemanal@jornada.com.mx

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ARTE Y PENSAMIENTO ........

14 de septiembre de 2014 • Número 1019 • Jornada Semanal

Jair Cortés jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes

MENTIRAS TRANSPARENTES Oscuridad Debe haberse ido la luz, pensó mientras se levantaba del sillón y se esforzaba por ver esa ciudad que tan bien conocía. Pero la noche estaba rabiosamente oscura. Nada alcanzaba a distinguir. No había luna ni estrellas ni el vago resplandor que siempre cobija las ciudades. Las farolas estaban apagadas. Imaginaba las siluetas de los edificios allí donde sabía que estaban, pero en realidad no las veía. No había ninguna ventana iluminada. Creyó escuchar un camión, un automóvil, pero si acaso habían pasado lo habían hecho sin luces. A tientas, arrastrando los pies, con los ojos inútil y desesperadamente abiertos, llegó a la ventana. Sintió que algo lo esperaba allá afuera. Algo que no alcanzaba a precisar. Apoyó la mano en el marco. Creyó que, tal vez si deslizaba hacia un lado la hoja de cristal, podría ver algo. Apenas hubo una rendija sintió como entraba, más oscura que la más oscura noche, incontenible, la oscuridad total. Entonces comprendió •

Rogelio Guedea AL VUELO Jotquéis Mi mujer me dice, desde la cocina: los niños van a desayunar jotquéis, ¿qué vas a querer tú? Deberías cambiar aunque sea un día y comer jotquéis. Tienen todos los nutrientes. Mira: y me enseña el interior del tazón donde revuelve harina, huevo, leche. Nunca quieres jotquéis, siempre huevo, frijoles, tu mentado chile verde, tu queso duro, seguro tus tortillas rancias ya. No sales de lo mismo. Cambia un poco. Mira: me acerco y vuelvo a ver el interior del tazón donde revuelve harina, huevo, leche. Está bien, le digo, dame jotquéis, le doy la espalda y vuelvo, convencido, a mi oficina. Diez segundos después en la oficina, mi mujer: ¿de veras vas a querer jotquéis? Sí. No te creo. De verdad que sí. Pues no te creo, nunca quieres jotquéis. Ahora sí quiero jotquéis. Pues no te creo. Deja que termine con los niños y te hago tu mugroso huevo, ándale. Está bien, le digo, pero que conste que esta vez sí quería jotquéis. Cuentos a mí, dice mi mujer, y vuelve, refunfuñando, a la cocina •

BITÁCORA BIFRONTE

Felipe Garrido

Bailando en Odesa, de Ilyá Kamínsky

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ientras que la memoria reconstruye un mundo perdido, la poesía le da sentido a ese conjunto de recuerdos y los ordena de tal manera que de la experiencia emerge un nuevo continente: el de la palabra. En esa tierra fecundada por la nostalgia y el deseo de erigir nuevos mundos es que florece el deslumbrante libro Bailando en Odesa (Valparaíso Ediciones, México, 2014), de Ilyá Kamínsky (nacido en Odessa, Unión Soviética, hoy Ucrania, en 1977). Este libro, traducido del inglés al español por g.a. Chaves, es un movimiento migratorio: “Salimos de Odesa con tanta prisa que dejamos olvidada fuera de nuestro edificio una maleta llena de diccionarios en inglés. Vine a América sin un diccionario, pero algunas palabras permanecieron:/ Olvido: un animal de luz. Un pequeño barco encuentra viento y largas velas.” La danza del lenguaje poético también pasa de la infancia a la conciencia de la muerte y de ahí a la única resurrección posible, la revelación poética, como en el poema “Oración del autor”: “Si he de hablar por los muertos, tendré que abandonar este animal que es mi cuerpo,/ deberé escribir una y otra vez el mismo poema, porque una página vacía es la bandera blanca de su rendición./ Si he de hablar por ellos, deberé caminar sobre el filo de mí mismo, deberé vivir como un ciego/ que corre por los cuartos/ sin tocar los muebles.” La poesía de Kamínsky está en constante movimiento, salta, baila entre un idioma y otro, entre la realidad y la ensoñación:“Hasta dormir es orar, Señor,/ yo he de alabar tu locura, y/ en un idioma no mío, hablaré/ de la música que nos despierta, la música en que nos movemos.” Despedirse de los otros para encontrarse a sí mismo es una de las premisas que encontramos en Bailando en Odesa, un libro ritual que marca su propio ritmo, primitivo, porque construye una mitología personal compuesta a partir de relaciones familiares (consanguíneas y literarias) que incluyen a la madre, una tía, un maestro, Paul Celan y Josef Brodsky, entre otros, por igual. g.a. Chaves dice que Bailando en Odesa “ha generado una constante ola de comentarios y reseñas entusiastas, y entre los elogios más recurrentes se ha enfatizado la exuberante imaginación del autor, quien ha sido capaz de unir dos géneros en apariencia incompatibles: la poesía moderna y algo sugestivamente cercano a los cuentos de hadas”. Ilyá Kamínsky (quien ha merecido diversos reconocimientos en Estados Unidos, donde radica desde los dieciséis años) es un poeta de voz madura y poderosa: “En mis venas/ largas sílabas tensan sus cuerdas”, nos dice a manera de manifiesto. El lector está frente a un extraordinario poeta cuya vitalidad se nutre por la energía de dos reinos que danzan magistralmente por medio de la poesía: el de la memoria y el de la imaginación •

El espejo Miltos Sajtouris Al girar mi espejo al cielo apareció una luna consumida a medias por las rojas hormigas del fuego y una cabeza a su lado también encendida en una lluvia ardiente brillaba la cabeza resplandecía el fuego la envolvía y la hacía carbón y murmuraba: –Los árboles se queman se van como el cabello desaparece el ángel con las alas chamuscadas y el dolor perro con la pata rota se queda se queda.

Miltos Sajtouris (1919 – 2005) también parte de la Primera Generación de Postguerra, estudió leyes pero desde 1940 dejó de ejercer. Su trabajo se caracteriza por el rechazo del lenguaje “poético” y por la búsqueda de la mayor condensación posible. En el contexto de pesimismo de su generación, Dimitris Armaos afirma que “la poesía de pesadilla, y austera hasta el máximo adelgazamiento, de Miltos Sajtouris (1919) va más allá (La olvidada, 1945; Con el rostro en la pared, 1952; Los espectros, 1958) y, desde cierto punto de vista, es la única que llevó el expresionismo a las letras griegas modernas.” (La Jornada Semanal, núm. 365, marzo 3, 2002). En 1956 recibió el Premio Jóvenes Poetas Europeos otorgado por Radio y Televisión Italiana; en 1962 el Segundo Premio Estatal de Poesía y en 1987 el Primer Premio Estatal de Poesía • Véase La Jornada Semanal, núm. 855, 24/ vii /2011. Versión de Francisco Torres Córdova

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........ ARTE Y PENSAMIENTO

Jornada Semanal • Número 1019 • 14 de septiembre de 2014

Alonso Arreola

Miguel Ángel Quemain

Fortunas y penurias del teatro infantil iberoamericano

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N LA BISAGRA DE agosto y septiembre ocurrieron varias actividades de gran trascendencia cultural y académica que no tuvieron el mismo registro en la prensa cultural nacional. Para empezar, las del supersecretario Chuayfett que sí son cubiertas en el orden de lo político, aunque difícilmente se aprovecha su sesgo cultural. Una de ellas fue el Festival Iberoamericano de Teatro Infantil y Juvenil que tuvo como marco (esa palabra precisa y de oropel para los políticos) las Conferencias Iberoamericanas de Ministros de Educación y de Autoridades de Cultura. La atención de la prensa cultural fue muy escasa, a pesar de que el secretario de Educación, el presidente de Conaculta y la directora del inba inauguraron este festival tan esperan-

zador para los grupos de teatro independientes, no sólo de México sino de Iberoamérica, por las posibilidad d e conocimiento e intercambio que representa el hecho de conocerse y verificar presencialmente las afinidades. Rafael Tovar puso el acento en la necesidad de que las autoridades faciliten “la circulación de bienes y servicios culturales y encuentren nuevas formas de conservación y difusión a través de nuevas tecnologías”, tan necesarias para compartir procesos teatrales, aunque sabemos que eso puede estar muy lejos ya que todavía no pueden hacer lo propio en el terreno del libro. Aquí parece que Rafael Tovar tiene muy clara una idea a la que sus subalternos no terminan de darle enter. Pero el libro por lo menos preocupa más que el teatro; por eso muchos jóvenes empresarios tratan por varios medios de encontrarle la clave del negocio virtual al teatro y ponerlo en línea (claro que con costo), como parte de una red de servicios más comerciales que culturales. En esta ocasión tuvimos una muestra más que representativa, significativa por el alcance geográfico que implicó movilizar a veinte compañías nacionales e iberoamericanas de calidad diversa, aunque muchas de ellas sólo conocían su pequeño público local. Hay que reconocer, mejor dicho, festejar, que sea un creador y difusor como Ramiro Osorio quien esté al frente de ese programa. No es extraño que un gestor como él no se arredre con un proyecto semejante, dado que toda su vida ha propuesto la creación de públicos y el respeto a los existentes como una norma de conducta primordial en el trabajo de gestión. Tal vez sea él uno de los mayores conocedores de la situación latinoamericana y, al mismo tiempo, de las herramientas de cooperación internacional gubernamental y no gubernamental que pueden favorecer la difusión y el intercambio de

experiencias (estancias, intercambios, festivales, talleres, exposiciones, en fin). Vale la pena revisar los nueve objetivos que propone el programa teatral, porque algunos de ellos nos harían falta en algunas áreas rectoras de la actividad escénica. Comparto la liga porque la simple enumeración sustituiría esta nota (http://www.oei.es/teatro/index.php). Por lo menos hay que mencionar que se dieron cita cerca de trescientos especialistas y que se tiene garantizada la participación de compañías de los países miembros todo lo cual se puede consultar en la página de inicio de la oei. Claro que hay periódicos que siempre consignan estas actividades y se agradece, pero no hay que dejar de observar que lo hacen porque sus páginas son como una especie de almacén que tienen que vaciar y llenar todos los días, donde caben toda clase de boletines y comunicados a los que “les dan la vuelta” jóvenes universitarios becarios. No sé si difundirían el teatro si se vieran obligados a ser más selectivos por falta de espacio. Valdría la pena que un día quienes nos dedicamos a comentar el trabajo escénico hiciéramos un recuento autocrítico del número de obras infantiles comentadas en relación con el teatro para adultos, muchas veces muy, pero muy pueril. En este múltiple encuentro coincidieron: la 7ª Feria del Libro Teatral (dedicada al teatro para niños y jóvenes, donde Jaime Chabaud es una pieza primordial), la iii Reunión de la Red de Teatros Iberoamericana, el i Congreso Iberoamericano de Teatro Infantil y Juvenil, con mesas de discusión y ponencias magistrales que ni la prensa ni ellos mismos a través de sus páginas oficiales difunden. Queda el recurso primario de poner la grabadora y respaldar. Es necesario compartir la información y discutir en ámbitos menos endogámicos. La prensa cultural tendría que ser un espacio natural si estuviera menos adormecida con la promoción comercial •

Imaginemos que un tal Luca conoce a Silvestre Revueltas

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MAGINEMOS QUE SE LLAMA Luca. Imaginemos que tiene veinticinco años y que es italiano. Imaginemos más. Nació en Verona pero vive en Roma como diseñador industrial. Toma clases de piano desde hace once meses. No quiere ser profesional sino tocar en casa y para los amigos. Su música favorita es el jazz aunque admira a numerosos compositores clásicos. Hace unos días su amigo Joächim, ingeniero de sonido alemán, le dijo que el 12 de septiembre (sí, antes de ayer) en la Sala Santa Cecilia del Auditorio Parco della Musica donde trabaja los viernes, podría escuchar a la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México, dirigida por Jan Latham-Koenig. Eso llenó de curiosidad a Luca, pues hace mucho tiempo que busca sonidos nuevos. Se organizó para ir pasara lo que pasara, incluso en solitario si su novia salía de viaje por trabajo. Imaginemos. Es verdad que en su país hay grandes conjuntos orquestales, pero la idea de presenciar en directo una aproximación latinoamericana a Sofía Gubaidulina lo emocionó sobremanera cuando revisó el programa por internet. Se trataba de ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo? para flauta y clarinete (estrenada en México la semana pasada). Conoció la música de la compositora tártara luego de un viaje en tren a Rusia, imaginemos, mientras leía Cuatro Cuartetos de t . s . Eliot. Alguien le dijo que ella los había musicalizado y que sus atrevimientos eran polémicos en la vanguardia de Europa del Este. Eso fue suficiente para que buscara sus discos al llegar a Moscú. No se decepcionó. Claro que a Luca también le interesó lo que harían los músicos mexicanos con las Danzas polovetsianas de El Príncipe Igor, de Borodin, con la Suite no. 2 de El sombrero de tres picos, de De Falla y, por supuesto, con Adiós Nonino para saxofón y Homenaje a Lieja para flauta y guitarra, de Piazzolla. Lo que nunca calculó, imaginemos, fue su conmoción al escuchar el Homenaje a Federico García Lorca del único autor desconocido para él: Silvestre Revueltas. Hoy, cuarenta y ocho horas después del concierto, Luca sigue conmovido. (En Roma ya es de noche. Para usted, lectora, lector, no todavía, lo que carece de importancia debido a la singularidad del Tiempo.) ¡Cómo es posible que alguien se atreviera a semejante mezcla de géneros, sonoridades y ritmos en 1936!, se pregunta Luca paseando por la Vía dei Condotti bajo una lluvia ligera. Imaginemos. Algo parecido le sucederá a la señora Dominica Molinaro en el Teatro dal Verme de Milán hoy mismo, domingo 14; al geógrafo Tulio Calabrese en el Teatro Ebe Stignani en el Festival Emilia Romaña de Imola el próximo martes 16; al cocinero Marco Bianco en el Teatro Kursaal durante las Semanas Musicales de Merano el jueves 18 y, finalmente, a la niña prodigio (shhh, sus padres aún desconocen sus capacidades) Lucía Gobbo en el Auditorio Oscar Niemeyer cuando la Ofunam culmine su giro italiano en el Festival de Ravello el sábado 20. Mientras tanto, paso a paso, Luca trata de recordar cómo la orquesta comenzó el Homenaje a García Lorca con un largo lamento en la trompeta para, abruptamente (“la palabra se queda corta”, así le dijo a su meSilvestre Revueltas

lómano padre por teléfono), explotar con una suerte de ostinatos rayanos en lo ridículo, en la belleza intrínseca del juego, en el eco de una patria que a base de trombón y tuba deja conocer sus contradicciones y carácter festivo, rural. Siendo justos, empero, Luca recuerda eso, pero no fue la introducción ni tampoco la tercera y última parte de la pieza (“El son”) la que cambió su vida. Fue durante la zona intermedia, el “Duelo”, cuando tomó tres decisiones impulsadas, tal vez, por el grito del gong tras los dolorosos llantos del aliento sobre los arpegios de piano. Primera decisión de Luca: visitaría México en cuanto pudiera. Segunda decisión de Luca: investigaría más sobre este poeta español muerto en la Guerra civil y, sí, sobre Silvestre Revueltas. Tercera decisión de Luca: aprendería español. Tipo persistente, aún no lo sabe pero esos derroteros ocasionarán que en 2016 llegue a nuestro país para, entre otras cosas, conocer a Silvia (hoy novia de Manuel), la futura madre de sus hijos. Asimismo, en ese viaje conocerá las obras de José, Fermín y Rosaura Revueltas, hermanos de Silvestre, y comenzará una relación ambivalente con el tequila y el mariachi. Pero esa es otra historia. Hoy sólo imaginamos posibilidades gracias a que un grupo de músicos mexicanos recorre Italia llevando lo que otro soñó gobernado por la inspiración. Porque todo es posible cuando los gobiernos trabajan en pos del arte en lugar de sobajar símbolos como el Zócalo de Ciudad de México al nivel de estacionamiento para la más rampante y asquerosa ignorancia. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •

BEMOL SOSTENIDO

@LabAlonso

quemainmx@gmail.com

LA OTRA ESCENA

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ARTE Y PENSAMIENTO ........

14 de septiembre de 2014 • Número 1019 • Jornada Semanal

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Jorge Moch

Verónica Murguía

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NA DE LAS CUALIDADES que me parecen más atractivas en los interlocutores que la vida me pone en suerte, es que sepan describir. Quizás porque padezco el vicio incorregible de la curiosidad. Si yo hubiera acompañado a Adán y a Eva en el Paraíso nos hubieran expulsado antes por andarle preguntado a los arcángeles acerca de la facha de Luzbel cuando era el consentido y qué tanto había cambiado después de la Caída. Cuando me cuentan algo, generalmente pido que me digan desde “agarró y dijo”. Si hubo una ruptura quiero saber dónde fue. Si ocurrió en un restaurante, necesito imaginarme qué comieron y qué traían puesto. Quiero imaginarlo todo. Las excepciones son lo violento y lo despiadado. Eso lo intuyo y lo vislumbro sin necesidad de que nadie me dé señales. Por eso amo los libros: de niña, cuando leía a Emilio Salgari, me quedaba horas imaginando las ollas de mariscos fermentados que los dayakos, esos guerreros decapitadores, devoraban mientras acechaban en las riberas del río a que pasara el Mariana, piloteado por Yáñez, el marino más flemático del universo. La escena, sin las eficaces descripciones, podría suceder en Xochimilco. La estofa de lo que me mantenía con los ojos abiertos en las noches eran las vívidas imágenes de lo extraño. Describir bien es uno de los logros más altos de los buenos escritores, sean poetas o prosistas. Por eso me impacientan quienes elogian los libros porque no se detienen en las descripciones. El otro día estaba oyendo la radio y un locutor ensalzaba fervorosamente un libro porque: 1) estaba “facilito”, 2) no tenía muchas descripciones y 3) se te iba rápido. Más que elogiar un libro parecía que estaba ensalzando una endodoncia especialmente indolora. No estoy de acuerdo. No ignoro que hay un pacto tácito entre el lector y el autor que prohíbe al autor defender su trabajo. Es como si el lector fuera una bella damisela victoriana y el autor el pretendiente: hay que cortejarla con chocolates, pulseras y flores. En ningún momento imponerle una descripción o lenguaje “difícil”. Pues tendré que romper el pacto un minuto: pedirle una gracia a la damisela. Y si no le gusta, que se niegue, que saque su cajita de sales de amoníaco (una pequeña caja china de laca negra, con un ideograma rojo en la tapa) y aspire: “Señorita –si no necesita la descripción es porque, quizás, lo que usted quiere es un libro genérico, con personajes estereotipados y ya conoce el mundo en el que se va a desarrollar.” Ella se colocaría la mano blanca sobre el pecho. –Es que las descripciones me aburren –respondería. –Pero entonces, ¿cómo vamos a hacer para que usted “vea” lo que tengo en la cabeza? ¿Ese mundo que tanto trabajo me ha costado construir? –preguntaré hipotéticamente y con energía mientras me atuso el bigote, encerado, para más señas. Un bigote en el que hay canas, aunque no demasiadas y que recorto con cuidado para que no se manche con sopa de frijol. –¡Señor! Sepa usted que me importa un rábano su mundo. No

me venga a aburrir con sus descripciones. Ya voy en el capítulo tres y no pasa nada. Es usted un pesado. –Señorita, le voy a explicar –responderé después de beber un sorbo de brandy–: yo creo que usted está bajo la influencia del cine de acción. Si no sabe quiénes son los buenos, los malos y cuál es el problema en los primeros cinco minutos de lectura, se impacienta. –Es verdad. Lo acepto –dirá y volverá el rostro a la ventana. La luz grisácea de la tarde dibujará su perfil contra el vidrio por el que corren diminutos arroyos de lluvia. Es un perfil melancólico que contrasta con la energía con la que me manda al diablo–. Lo acepto pero no quiero cambiar y le pido que se vaya. Lo único que me permite decir antes de darme con la puerta en las narices es: –Señorita, está usted en su derecho. No vuelva a leer mis descripciones, ni las de los otros escritores que la aburren. Pero, por favor, deje de decir que el libro es malo por eso. Describir no es un defecto cuando se hace bien. –Señor mío –dirá antes de cerrar con estrépito–, yo digo lo que se me da la gana y usted váyase mucho, pero mucho… Y me regresaré al librero a leer relatos y poemas llenos de descripciones de paisajes, rostros, trajes, zapatos, animales reales o inventados, comida, peinados, rituales, espadas, enfermedades. Del pasado y el futuro. Me espera el mundo. Otros lo han descrito para que yo lo imagine •

Pirotecnia

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EMOS, PORQUE POR APATÍA o miedo lo convertimos en asunto de compartidas culpas, permitido que los mezquinos intereses empresariales y de grupo, que el viejo rencor de consorcios y gobiernos extranjeros que desde 1938 mastican la tirria de lo que consideran deuda, preparen, presurosos, un saqueo inminente. Hemos permitido que el pragmatismo monetarista se sobreponga al más elemental sentido común o a cualquier postulado que pondere más lo humano que lo económico. Mudamos en los hechos las riendas del destino nacional de ese que llamamos Palacio a oficinas lujosas en Wall Street o Las Lomas. Dejamos que le ganaran las ambiciones a las necesidades y que prevaleciera sobre apremios viejos, de urgencia nacional, el criterio mezquino por antonomasia de unos pocos dueños

de demasiadas cosas, de los medios masivos de comunicación por ejemplo, desde los que se modela una realidad falsificada en noticieros y telenovelas y foros subrepticios, cuidadosamente diseñados para la manipulación del ideario colectivo de gruesos sectores sociales carentes de información, cultura y por ello agudezas de discernimiento. Hemos permitido que el dinero que amasan algunos envenene gente, pueblos, campo, ríos y mares. Y allí, en el epicentro de toda esa fenomenología del gato por liebre, un hombrecito empoderado sin méritos ondeará una bandera y recitará de dientes para afuera consignas y vivas de amoroso patrioterismo que son un dardo socarrón al memorial de los millones de mexicanos que desde el final de la colonia española en México hasta el día de hoy obsequiaron con rabia o miedo, felices o acongojados, trabajos, dolores y la vida misma en pos de algún destino menos injusto, menos infestado de parásitos, menos entregado a la corrupción, el amiguismo, el derecho de pernada, el arribismo, la represión, el nepotismo… un México en que el mérito personal y el esfuerzo y el talento y la creatividad bien empleados tuvieran fines ulteriores, pacíficos, compartidos, y no solamente encumbrar a unos cuantos o acumular riquezas repartidas en bancos, paraísos fiscales y cajas fuertes. Un país en que simplemente nos pareciera importante respetar a los demás y usar por ejemplo un uniforme fuera una responsabilidad enorme, agotadora, y no un salvoconducto para cometer tanto crimen impune. Hemos permitido que toda una clase social, la clase política, la que habita en la cúpula, se recicle, se preste nombres o herede el puesto público a su progenie –ayer diputado, hoy senador, mañana gobernador y el hijo alcalde– y siga habitando por encima de todos y de la ley misma. Nos hemos dejado desgobernar por delincuentes. Hemos llega-

do a aplaudir la presencia del inescrupuloso cuando entra al restaurante o lo vemos inesperadamente en una calle, en el aeropuerto o en un centro comercial. Nos faltan agallas y seguimos depositando en otros nuestras ilusiones vanas. Nos obligamos, sumisos, a creer en la voluntad de un presidente para el que “mover a México” no es llevarlo al rescate esencial de sus propios valores, ni hacerlo consciente de sus propias, mal disimuladas deudas históricas, ni hacerlo accesible y transparente para sus habitantes, sino comercialmente atractivo para el mundo empresarial y de alguna manera valioso o deseable… para inversionistas extranjeros, aunque sea cosa sabida que esos inversionistas en lo que menos se interesan es precisamente en el contingente humano de un país: les interesa solamente ese caudal de recursos que deberían ser nuestro patrimonio. Nuestro, no suyo. Patria, no índice bursátil. Pero nada cambiará si no cambia el paradigma. Si seguimos teniendo presidentes educados en el privilegio y la distinción de castas, la nación seguirá pasando a segundo término. Si los gobernantes mexicanos siguen dejando el puesto público para ocupar luego sitios preponderantes en el entramado de la riqueza, sillones ejecutivos y un trato diferenciado del que recibe el ciudadano común, México seguirá siendo un modelo económico, una plataforma de inversión, un socio estratégico de alguien o la escenografía propicia para el montaje que simule bienestar o justicia, y no el suelo al que debimos aprender a amar y defender hasta con la vida propia. Y cualquier celebración de la marioneta en turno no tendrá más valor que el efímero destello de la pirotecnia o del gritito, tratando de disimular el miedo en un balcón a pesar de estar rodeado de fieros guardaespaldas y tener francotiradores protegiéndole en los cuatro puntos cardinales: “¡Viva México!”. Viva •

CABEZALCUBO

Alabanza de la descripción

LAS RAYAS DE LA CEBRA

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch


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Jornada Semanal • Número 1019 • 14 de septiembre de 2014

Javier Sicilia

Luis Tovar

La desmemoria de la velocidad

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UIZÁ MUCHAS DE LAS enfermedades humanas sean en un sentido símbolos de las enfermedades sociales de una época. A veces, frente al cáncer, que es la proliferación desmesurada y sin control de las células, pienso en el crecimiento de las urbes que terminan por destruir el cuerpo social. Hay, así, en el cáncer, como en el hacinamiento urbano, en la conurbación y en la noción de desarrollo, que hace parte de las políticas económicas, una desmemoria del equilibrio y de la proporción, una especie de locura del crecimiento que nos precipita en la muerte. Pero, tal vez, la enfermedad que mejor representa a nuestra época sea el Alzheimer: el olvido de ser. No sé –nadie lo sabe– si allí, semejante al olvido de la función del crecimiento en el cáncer, la desmemoria –la pérdida del pasado y, en consecuencia del presente y del futuro–, sea provocada por un proceso de altísima velocidad de las neuronas que, a causa de ella, mueren rápidamente. En todo caso, es la velocidad que nos impone la tecnología la que precipita el Alzheimer social. Alguna vez Charles Péguy –lo cité en algún otro artículo– asombrado a principios del siglo xx por la velocidad de la prensa, exclamaba: “Nada es más viejo que el periódico de ayer.” En el lapso de un siglo habría que rehacer la sentencia de Péguy y decir que nada es más viejo que el Twitter de hace 2 minutos. En el orden de la información, la velocidad no sólo desplaza el ayer, sino que, al someter todo al instante, nos sumerge en el caos en donde todo, como en los programas de revista o en el extremoso democratismo de internet, se iguala. El horror de la muerte puede, en un segundo, ser desplazado y, en consecuencia, puesto al mismo nivel que el último escándalo sentimental de una actriz de moda y la más reciente ocurrencia política. Alterada así la percepción, todo y a la vez nada importa. Si todo es importante nada en el fondo lo es. Vivimos así, semejantes a los enfermos de Alzheimer, en un presente sin orientación ni sentido, es decir, en un presente que, despojado de sus coordenadas temporales, es caos. Por ejemplo, las tumbas de los cementerios ,que guardan la memoria de los muertos, ceden paso al olvido de la cremación cuyas cenizas se esparcen en el viento o se hacinan en las catacumbas de los nichos de las iglesias. Los hechos históricos duermen en las bibliotecas que ya pocos consultan o en el espacio inmaterial de internet. La política, como lo escribió Tomás Calvillo, “ha perdido su lugar en el selfy de los gobernantes prisioneros de su propia imagen” y de los flujos e intereses del gran capital. Los territorios de los pueblos y sus memorias se han convertido en recursos explotables para los flujos sin fin del capital. Nada permanece porque la memoria y el lugar se extraviaron en el ritmo desmesurado de la velocidad y el espacio. De allí quizá la inhumanidad de nuestro tiempo que se expresa en el desprecio por la vida y el dolor de los otros reducidos a meras cifras estadísticas, a meros datos en el acontecer de una trama de espectáculos efímeros y carentes de significación.

Contra el Alzheimer social, el único antídoto que conozco es la detención y el recogimiento, donde el recuerdo –cuya hermosa etimología es “volver al corazón”– nos hace recuperar nuestra humanidad, el nosotros en el presente de uno. Un hermoso poema de Borges, “Elegía” –no sólo un lamento por lo que se perdió, sino un traer al presente lo que otros nos dejaron para darnos sentido y futuro– lo dice con una multiplicidad de resonancias: “Sin que nadie lo sepa, ni el espejo,/ ha llorado unas lágrimas humanas./ No puede sospechar que conmemora/ todas las cosas que merecen lágrimas:/ la hermosura de Helena, que no ha visto,/ el río irreparable de los años,/ la mano de Jesús en el madero/ de Roma, las cenizas de Cartago,/ el ruiseñor del húngaro y del persa,/ la breve dicha y la ansiedad que aguarda,/ de marfil y de música Virgilio,/ que cantó los trabajos de la espada,/ las configuraciones de las nubes/ de cada nuevo y singular ocaso/ y la mañana que será la tarde./ Del otro lado de la puerta un hombre/ hecho de soledad, de amor, de tiempo,/ acaba de llorar en Buenos Aires/ todas las cosas.”

La parcialidad biográfica

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HOVINISTA Y, POR LO tanto, bizantina, fue de principio a fin la discusión acerca de si era o no válido –acertado, pertinente, conveniente, etecé– que Cantinflas fuese interpretado por algún actor no nacido en México. Al final, el asunto lo zanjó admirablemente el español Óscar Jaenada, cuyo encarnamiento es, en términos generales, irreprochable y no sólo eso: cumplidos con eficiencia el obligado parecido físico y la apropiación gestual de su representado histriónicamente, lo más destacado del trabajo de Jaenada resultó ser aquello en lo que el chovinisterío abrigaba sus mayores miedos: la voz y el acento o, dicho con la necesaria precisión al tratarse de quien se trata, el particularísimo estilo léxico del personaje que Mario Moreno elevara, en su primera época, a la categoría de auténtico icono (paréntesis ortográ-

fico, hoy que tan inapropiadamente se ha puesto de moda esta última palabra: a menos que el hablante sea griego,“icono” NO lleva acento), para luego no sólo dejar caer sino arrastrar a dicho personaje-símbolo hasta simas tan inmerecidas como lamentables. Como sea, es muy probable que la recreación de dicho léxico, aparejado por supuesto a los bien conocidos ritmo oral y entonación del mimo, tampoco pudieron significarle a Jaenada ningún desafío insuperable debido a una poderosa razón: en rigor, léxico y oralidad estricta y reconociblemente cantinflescos no abundan en la cinta dirigida por Sebastián del Amo, titulada sencillamente Cantinflas, con lo cual por otro lado se prescindió, con gran acierto, de florituras innecesarias al tratarse, como se trata, de un filme biográfico.

Prescindir ≠ escamotear

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas y a todos los zapatistas y atenquenses presos, hacer justicia a las víctimas de la violencia y juzgar a gobernadores y funcionarios criminales • Dibujo de Juan Puga

Si el desempeño de Jaenada, lo mismo que el del muy numeroso elenco que compone el cuerpo actoral de la cinta, son meritorios –excepción hecha de un Luis Gerardo Méndez terriblemente lejos de Shilinsky–, no lo es la mayor parte de las decisiones guionísticas, éstas a cargo de Edui Tijerina, ni un enorme número de las correspondientes a dirección, pues la cinta entera resulta ser algo así como un largo –y, en vista de la producción a todo lujo, también costoso– ejercicio de prescindencia: Del Amo y Tijerina eligieron contar solamente la mitad de una historia archiconocida, es decir, la vida y obra de Mario Moreno, es decir de Cantinflas. Hablando exclusivamente en términos de precisión y exigencias de género, obrar así vale como franco escamoteo; y lo siguiente podrá quizá sonar como un pleonasmo pero no hay tal, porque no es lo mismo contar media historia que contar una historia a medias, que es lo que sucede con este Cantinflas: se privilegió

la exposición de la vida de Mario Moreno fuera de los escenarios, en disfavor de su desempeño profesional desde las carpas hasta su encumbramiento cinematográfico, con lo que no sólo se prescindió de la festejada riqueza verbal cantinflesca a favor de un cuerpo de diálogos pronunciables por cualquier personaje de cualquier país de habla hispana –y hasta de cualquier época, pues no suena exhaustiva o acaso siquiera existente una investigación al respecto–, sino se cometió también algo igualmente deplorable: quizá conscientes de que lo de Cantinflas fue un meridiano y muy ejemplar proceso de ascenso y caída, lo mismo personal que profesional, y ambos acusadísimos, guionista y director detienen todo en el punto, por lo visto para ellos culminante, de un Cantinflas levantando el Globo de Oro que le dieron por La vuelta al mundo en ochenta días. Ni más ni menos que en el punto de ruptura definitivo, de no retorno, al que Mario Moreno sometió a su mítico personaje y, por supuesto, a sí mismo como actor, convertidos ambos desde entonces, y en cada siguiente película de manera más triste, en desfiguradas caricaturas de quienes habían sido en sus inicios. No es verdad que toda biopic –como también son llamadas este tipo de cintas– esté obligada al ditirambo, la pleitesía irreflexiva o la celebración acrítica; tan es así, que incluso en este Cantinflas hay, por momentos, uno que otro atisbo que disuena del concierto aplaudidor, pero no alcanzan a matizar la obvia intención de fondo: hacer un elogio a pesar de todo. El problema es doble: haber elegido para rematar la trama algo de lo peor en la historia de Cantinflas, yéndose con la finta triste de que se trata de un premio importante, y que ese “todo” a pesar del cual se hace el largo elogio consiste, en este caso, en nada menos que media vida y media trayectoria del biografiado •

CINEXCUSAS

twitter: @luistovars

CASA SOSEGADA

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ENSAYO Excelentísimo señor Descartes:

U

sted es considerado el fundador de la filosofía moderna, responsabilidad que tiene que llevar por su exaltación de la razón y del método analítico. Así dicen los bien informados. Le escribo desde una época que sí ha hecho de la razón científica una fe que nos guía, pero la sorpresa es que nos ha llevado a situaciones muy irracionales, insensatas y trágicas. Por ejemplo: en la Edad Media, las guerras se hacían de una forma más razonable, los soldados se mataban entre sí desde el amanecer al crepúsculo y descansaban en invierno y por la noche, mientras que hoy nos hemos especializado en matanzas científicas de civiles indefensos, incluso en el anochecer, y mejor aún si están agrupados en escuelas, hospitales o templos. El sueño de la razón produce monstruos, indicó Goya, y creo que usted estará de acuerdo con él. Yo también, eminentísimo Maestro. Sin embargo, tengo que decirle que la razón despierta no es mucho mejor que la que está dormida, cuando sirve como criada en las casas de banqueros ávidos, políticos corruptos, fanáticos religiosos, empresarios sin escrúpulos y periodistas vasallos, no de la verdad sino del éxito de las noticias. Mi intención es referirle cuál ha sido el destino histórico de su pensamiento. La afirmación cogito ergo sum (pienso, por lo tanto existo) se ha tornado, en la frontera del mundo accesible, en el nec plus ultra de la modernidad y de la identidad íntima. Usted tenía razón, pero creo que el día en que usted tuvo esa intuición sobre la relación entre ser y pensar, la excitación por ese descubrimiento le hizo confundir las cosas y “existo, por lo tanto pienso” se transformó en “pienso, por l o t a n t o e x i s t o ” . E s e p e q u e ñ o descuido nos ha costado un poco de complicaciones y sufrimientos interiores. Además, la filosofía ya no es ciencia del ser sino doctrina del conocimiento. Orgullo de l o s i n t e l e c t u a l e s , c l a ro e s t á , porque brinda cuantiosa dignidad y valor a la única cosa que saben hacer: pensar. Observada desde la perspectiva del siglo xxi , la afirmación “pienso, por lo tanto existo” aparece como una ilusión y una celda más que como conquista. Es la admisión de la incapacidad del hombre de ser sin traducir la existencia en un concepto. Es cierto que usted ha sido fundamental para el nacimiento del pensamiento descarnado que gobierna el mundo encarnado. Sin embargo, Leon Battista Alberti fue el hombre que por

14 de septiembre de 2014 • Número 1019 • Jornada Semanal

primera vez encerró lo real en un código que lo sistematiza: la perspectiva. Fue él quien le permitió a usted elaborar su filosofía, porque creó la mirada necesaria para ella. Con la definición de la perspectiva, Alberti determinó el sujeto que espía la realidad quedándose fuera de l a e s c e n a y d e n t ro d e s u c u e r p o . A d e m á s , declaró y plasmó la distancia entre el ojo del pensamiento y el cuerpo del mundo. Esta mirada que contempla la realidad desde afuera fue lo que dio vida al recorrido que usted profundizó afirmando la definitiva separación entre cuerpo y mente. Usted ha hecho una morrocotuda écfrasis de la obra de Alberti, es decir, ha traducido a lo verbal y a lo conceptual la mirada de la perspectiva, esa mirada que divide la imagen del mundo de quien lo observa. Hoy en día, gloriosísimo Maestro, toda expresión artística parece ser una écfrasis al revés, un gran envasador de nociones y palabras molidas para que se moldeen en imágenes, y ahora su eslogan filosófico sería más bien video ergo sum. Después del fallecimiento de su res extensa, maestrísimo Maestro, el mundo ha reducido la realidad a lo que el pensamiento puede alcanzar. Hemos encerrado la existencia en lo pensable. Así, los hombres han tenido la placentera sensación de ser libres de una trascendencia enajenante, o sea de ser finalmente los señores de sus vidas, vidas que anteriormente parecían ser los pasatiempos de Dios.

Cartas imposibles

Carta a Descartes Fabrizio Andreella

Gracias a usted, entonces, actuamos como d u e ñ o s d e n u e s t ro d e s t i n o . S i n e m b a rg o , casi nunca somos dueños del destino de nuestras ideas. Perdóneme, ilustrísimo Maestro, no se irrite por lo que he dicho (le tengo pavor al enojo racionalista científico). Yo sé que usted nunca puso en discusión la autoridad y la existencia del Todopoderoso. Lo que pasa es que algo no se fue por el rumbo correcto y la razón a menudo se ha vuelto un paradójico instrumento de la locura humana. No hablo solamente de los homúnculos con mucho poder que, en los últimos cien años, han utilizado con método científico todos los instrumentos que tenían al alcance para exterminar la dignidad del género humano. Hablo también de los que, más cobardemente, siguen haciendo lo mismo hoy, escondiéndose detrás de los movimientos financieros. Todos hemos creído (de acuerdo, no todos pero sí muchos) en la posibilidad de realizar un mundo mejor con la razón y la ciencia que usted ha ennoblecido, y sin embargo, a pesar de que hemos hecho muchas cosas buenas, tenemos también un mundo científicamente cruel, expertamente cínico, tecnológicamente devastador. La bestialidad humana, que también usted ha conocido, ahora puede ser mucho más sanguinaria gracias al desarrollo de la ciencia tecnológica, a la obra de limpieza del vocabulario bélico (los muertos civiles son “daños colaterales”) y al control de los medios masivos. No sé si usted se ha dado cuenta de lo que le voy a comentar ahora, porque desconozco el funcionamiento del Más Allá. En 1819, sus connacionales se dieron cuenta de que en el ataúd de usted faltaba el cráneo. Fue un sueco, un tal Israel Hanstrom el que, en 1666, cuando trasladaron sus cartesianos restos, se adueñó de esa reliquia, tal vez esperando asimilar la inteligencia q u e a h í había albergado. No quiero entrar en detalles que podrían ser desagradab l e s para usted; valga el resultado de esa macabra desaventura: su cabeza se encuentra en el Musée de l’Homme de París y el cuerpo en la Iglesia de SaintGermain des Près. La filosofía cartesiana inyectó en el pensamiento laico un dualismo que habría sido mejor dejar a las sectas religiosas: la contraposición entre cuerpo y mente. Creo, entonces, que fue la religiosísima ley del contrapaso la que se encargó del destino de sus restos mortales. Reciba usted mis más sinceras consideraciones • Ilustración de Juan Puga

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