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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 14 de diciembre de 2014 ■ Núm. 1032 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
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AlejAndro PescAdor
Entrevista con norA strejilevich • Después de la MuestrA de cine
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14 de diciembre de 2014 • Número 1032 • Jornada Semanal
BAZAR DE ASOMBROS ARDOR GUERRERO
E “Tao Lin pertenece a la estirpe de Jean Genet, el santo defensor de la libertad individual”, y guarda “un cierto parentesco literario” con dos de los más importantes autores del movimiento beatnik: Jack Kerouac y William Burroughs. Así lo afirma Alejandro Pescador en el artículo donde habla de Tao Lin, nacido en Estados Unidos y autor de la novela Taipei, una de las más sonadas revelaciones literarias recientes. A caballo entre la ficción literaria y la experiencia personal, y también entre las dos aguas culturales que significan Oriente y Occidente, Taipei es un retrato fiel y, por lo tanto, duro y crudo de la realidad contemporánea. Completan el número la semblanza de los poetas Antony Phelps, Horacio Benavides y Xavier Oquendo, así como una entrevista con Nora Strejilevich, víctima de la dictadura argentina en los años setenta y autora de la novela testimonial Una sola muerte numerosa.
Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
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Portada: Sustancias y esencia Ilustración de Marga Peña
studié la primaria, la secundaria y la prepa ratoria en el Instituto de Ciencias, colegio que dirigían los jesuitas en Guadalajara, la ciudad capital del talante reaccionario y la madre cruel y generosa de todas las cristiadas habidas y por haber. Los jesuitas de aquella época esta ban todavía muy cerca del militarismo loyoliano y varios eran de origen español y, de alguna ma nera, habían participado del lado de los nacio nales en el levantamiento del espadón y sus se cuaces. Por esta razón manejaban en sus clases y en los actos culturales la retórica de la Falange, los recursos oratorios de José Antonio Primo de Rivera y las fanfarronadas de Onésimo Redondo, el líder de las nefastas j o ns . Recuerdo al padre Or tiz de Montellano, pariente del poeta de los Contemporáneos, que fue el autor de la letra be licosa y sangrienta del Himno del Colegio. La mú sica era la del himno de la infantería española. Cantábamos este esperpento todos los viernes y nos reíamos por lo bajo de su beligerancia y de sus ripios. Todavía hace algunos años, Claudio Favier y este bazarista recordaban, en la dehesa de extremadura, los versos más feroces del himno: “Nuestro anhelo es tu grandeza, / que seas noble y fuerte, / y por verte querida y honrada/ conten tos tus hijos/ irán a la muerte. / Si al caer en lucha fiera/ ven flotar victoriosa la bandera, / ante esa visión postrera / orgullosos morirán.” El himno nacional tiene también su cuota de hemoglobina y su homenaje al guerrero inmortal de Zempoala que no era otro más que don Antonio López de Santa Anna. Por otra par te, en las iglesias de la ciudad se seguían cantando los himnos cristeros: “Que viva mi cristo, / que viva mi rey/, que impere triunfante/ por siempre su ley. / Viva Cristo Rey. / Viva Cristo Rey.” La biblioteca del colegio estaba llena de ha giofragías falangistas y cristeras. Tengo muy pre sente la siniestramente cursi novela del rosáceo Rafael Pérez y Pérez. Se titulaba Dos Españas y su
Hugo Gutiérrez Vega argumento mucho tenía de Televisa y poco de pro sodia : un joven rubio y de ojos azules, miembro de una organización juvenil católica, se iba a la guerra para pelear al lado del caudillo enano que acababa de recibir la bendición del jurásico Ar zobispo de Toledo. El jerarca no sólo había ben decido a los asesinos, sino a sus armas. La escena de la lluvia de agua bendita sobre los cañones y las ametralladoras no tenía desperdicio. El joven aprendió a pilotear un avión, alemán p or su puesto, e hizo estragos en la aviación republi cana. Terminada la contienda regresó a su pueblo valenciano, fue recibido como héroe, lo atiborra ron de paella y de melones, se casó con su férrea mente casta noviecita y un crepúsculo medi terráneo inauguró sus años de santa y comedida felicidad. La novelística cristera era muy pare cida. Héctor, escrita con seudónimo por el canó nigo Ramírez de la catedral de Durango, otorga ba la santidad anticipada a un joven de buena familia que se fue a pelear a la cristiada. Entre tantos santos y santas era difícil explicarse los aspectos más violentos y crueles de las dos cris tiadas y de la “cruzada nacional”. En el caso de México, sólo las novelas de Gua dalupe de Anda, Los cristeros y Los bragados y el texto de Jesús Goytortúa, Pensativa, entregaban un testimonio claro y objetivo de las guerras fra tricidas. Tengo en la memoria a dos jesuitas cuya acti tud contrastaba con la posición oficial de la Com pañía, Por f irio Miranda y Pablo Latapí. Ambos pioneros de la Teología de la Liberación. Gracias a ellos brillaba en la oscuridad conservadora una pequeña luz de racionalidad, de libertad y de jus ticia. El resto de la vida académica ostentaba las manchas de una retórica tan cruel como los he chos que provocaba
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Foto: www.laopinioncoruna
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Narrar pararesistir Esther Andradi
¿Cómo contar la desaparición? ¿La propia y la de una generación? ¿Cómo escribir que de un día para otro ya no se verá al hermano ni a la novia del hermano ni a los primos ni a los tíos ni a los amigos, y que una misma está en esa telaraña, secuestrada en un lugar sin nombre ni tiempo ni señales? Nora Strejilevich,
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entrevista con Nora Strejilevich
-¿C
uándo sentiste la necesidad de testimoniar lo que te sucedió como si fuera una novela que no es ficción? –Jorge Semprún –sobreviviente de Buchenwald durante el nazismo– preguntaba: “¿Cómo contar una historia poco creíble, cómo suscitar la imaginación de lo inimaginable si no es elaborando, trabajando la realidad, poniéndola en perspectiva?” Y concluía que la verdad esencial de la experiencia sólo es transmisible mediante la escritura literaria. A mí me pasó eso. Por eso María Malusardi dijo, a raíz de mi libro, que cuando el dolor insiste, la escritura reinventa su oficio y se empecina en la memoria como valor estético complejo enclavado en una ética. Sentí la necesidad de testimoniar así desde el día en que me senté a contar lo que me había atravesado (mi secuestro y liberación, la desaparición de mi hermano, de su novia, de mis dos primos hermanos y de tantos amigos); al intentar un relato ordenado, con comienzo, medio y final, surgía un texto que no revelaba la dimensión del horror. Tuve que retorcer las palabras y alterar la puntuación y fragmentar la escritura para que mi decir se acercara a lo vivido.
El terror se ejerce en una sociedad que está educada para soportarlo.
expone. Me importaba el montaje de todos estos elementos para que el lector los uniera en su imaginación.
–¿Y el humor? ¿De qué manera se articula la memoria del dolor con el humor? –El humor y la ironía nos permiten distanciarnos del sufrimiento. Muchas de las escenas vividas en los campos, tan increíbles y absurdas, se prestan –a mi juicio– para el humor –aunque sea humor negro. Este humor nos permite sobreponernos a la victimización: si me río de mi victimario ya no soy su víctima. Todo depende de qué me ría y cómo.
argentina, tenía veinticinco años y era una egresada de la carrera de Filosofía y Letras que soñaba con dedicar toda su vida a la enseñanza cuando, en 1977, un comando paramilitar la arrastró desde su departamento de Buenos Aires a un campo clandestino de detención denominado Club Atlético. Liberada más tarde, se exilió en Canadá, donde se doctoró en Literatura Latinoamericana, y desde entonces escribe. Escribe como una forma de la sobrevivencia al horror; reconstruye con su voz el relato de quienes ya no pueden testimoniar; rearma la historia familiar, pero también la de una generación desgarrada, y la de una sociedad que debe hacer memoria para no repetir. Su novela Una sola muerte numerosa, premiada y publicada por primera vez en Estados Unidos, ya lleva varias ediciones en Argentina. Ahora acaba de ser traducida al alemán y presentada en Berlín.
–En tu ensayo Una genealogía testimonial escribes que “el cuerpo nada olvida”. ¿La literatura testimonial es capaz de traducir la memoria del cuerpo al len guaje escrito? –El cuerpo, en realidad, olvida el dolor. Pero la huella del dolor queda inscrita en ese misterio que llamamos inconsciente. No toda literatura, testimonial o de ficción, logra traducir esa dimensión, pero algunas lo logran. El lector determina en qué caso el intento de traducción es efectivo. –La prosa poética, el recorte periodístico, el testi monio, la ironía, el humor negro, la incorporación de rimas infantiles, canciones patrióticas, letras de tango... ¿cómo te conectaste con diferentes géneros para narrar el horror? –Para mí esta experiencia límite no podía contarse como otras, requería un trabajo de figuración que usara otras estrategias. Inventé una textura que incorporaba hilachas de nuestro universo cultural, porque fue ese universo el secuestrado y amordazado por la dictadura: las canciones infantiles, filtradas por la atrocidad, la subrayaban e indicaban que el terror se ejerce en una sociedad que está educada para soportarlo. Los juegos infantiles (como ese que dice “cuando te mueras te vas al infierno”) también revelaban que nuestra educación está filtrada por la amenaza y el terror. Las citas de libros me ayudaban a situar la experiencia, porque no quería explicar nada. Las declaraciones para el Nunca más le daban legitimidad a mi palabra y a la vez mostraban sus limitaciones: ese estilo escueto, oficial, no lograba pronunciar lo que la literatura que acompaña a esas citas
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–La literatura como sanación, el arte como medicina... ¿Narrar cura al autor? ¿Y al lector? –Narrar es un fármaco que calma. No cura pero alivia. No sana pero ayuda a comprender, a sobrellevar y, sobre todo, a resistir. No es la única manera de hacerlo, pero el arte siempre busca darle forma al dolor. A veces el dolor de-forma, pero eso también se logra mediante la estética. Quizá hace falta la literatura, en estos casos, para que lo invivible resulte transmisible. –¿Puedes comentar el papel de la literatura en los juicios por crímenes del terrorismo de Estado que se están desarrollando en los últimos años en Argen tina? ¿En qué medida fue cambiando la actitud de la sociedad argentina frente a los crímenes de la dictadura a casi cuatro décadas de su comienzo? –El Estado argentino, a partir de 2003, reconoce públicamente su responsabilidad en el terrorismo de Estado e impulsa juicios públicos que continúan hasta el día de hoy y marcan un antes y un después en el imaginario social. Esto no significa que todos los ciudadanos admitan que hubo un genocidio, ni siquiera que sepan que estos juicios son históricos. Pero el relato de los testigos se va filtrando, la justicia va dejando sus marcas. La literatura a veces participa en los juicios, de distintas formas: hay testimonios literarios con base en los cuales se le formulan preguntas a los testigos, y en alguno que otro Juicio de la Verdad (juicios no destinados al castigo que se hacían en los noventa) se leyeron fragmentos literarios que relatan lo dicho, en otro lenguaje, por las víctimas. Los lenguajes confluyen para nombrar eso que nunca debió haber sucedido
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Diego Rivera, La piñata, 1953
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Lasposadas Leandro Arellano
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e la niñez proviene una de las más gratas evocaciones, la época de Navidad y del Año Nuevo, así como la vertiginosa emoción de la etapa que las precedía: las posadas. Las celebraciones abarcaban –aún lo hacen– casi todo el mes, iniciándose con motivo de las festividades de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre. Aparecían primero y se instalaban a un costado del jardín principal las Atracciones Arroyo, los juegos mecánicos que comprendían el carrusel de caballitos, la ola, la rueda de la fortuna y las sillas voladoras. Con los años se agregaron otras diversiones. En otros puntos de la plaza y de los portales se instalaban puestos de entretenimiento, rifas, juegos, la lotería. Se apostaban al comenzar el mes y no levantaban sus arreos sino hasta trascurridas las festividades de la Virgen de Guadalupe, las que tienen lugar en el barrio de La Villita, en los suburbios del pueblo, prolongándose hasta mediados de diciembre. Enseguida daban comienzo las posadas, esa fiesta religiosa en la que se funden la devoción y el esparcimiento. Es una de las más agradables tradiciones heredadas del México colonial, que no ha cedido a los zarpazos ni a las rudezas de la historia. La marquesa Calderón de la Barca las cita en sus Cartas, y en Memorias de mis tiempos Guillermo Prieto se refiere a las fiestas decembrinas sin describirlas “porque llenarían tomos enteros”. En memoria del peregrinaje de María y José a su salida de Nazaret, ya sabemos, las posadas son festividades populares de carácter pío que se celebran en México y Centroamérica, del 16 al 24 de diciembre. La tradición señala que, en 1578, fray Diego de Soria obtuvo del papa Sixto V la bula que autorizaba la celebración en el Virreinato de la Nueva España de unas misas llamadas de aguinaldo, que se realizarían en los atrios de las iglesias. Junto con las misas se representaban escenas de la Navidad y luego de las mismas se realizaban festejos con luces de bengala, cohetes, piñatas y villancicos. Más adelante, aunque no dejó de tener lugar en las iglesias,la celebración pasó a tomar más fuerza en los barrios y en
casas particulares, y la música religiosa fue sustituida por el canto popular, igual que éste ha sido reemplazado en la actualidad por la fiesta y el baile. El caso es que en el pueblo se organizaban a partir del curato de la iglesia principal para todos los niños y niñas que quisieran participar, y consistían en la procesión por calles diferentes, donde con devoto bullicio se rezaba el rosario y en el turno de cada misterio cantábamos con vigor el Ora pro nobis. Durante la procesión portábamos velas y encendíamos varitas luminosas. Al final de la procesión, del rosario y la entonación de villancicos, recibía cada uno de los participantes un aguinaldo, consistente en una bolsita de papel de estraza que contenía cacahuates, una mandarina, colaciones, una caña de azúcar y alguna otra cosa. Nadie, por más terrible, difícil o atormentada que haya sido su niñez, puede no conservar en la memoria algunos recuerdos deliciosos, momentos de armonía y dicha imborrables. Las mandarinas permanecen en el recuerdo como una fruta infaltable de aquellos días, igual que los cacahuates. Ya adolescentes, acudíamos a las posadas que se organizaban dentro del curato de la parroquia. Allí, al rosario y la petición de la posada se añadía una celebración gozosa y entretenida: la partición de las piñatas, igual que otros juegos sanos y vitales. ¿No es la acción la gran fiesta del ser humano? Y por humilde que fuese, en cada hogar se tendía un Nacimiento, la representación del pesebre en el que nació Jesucristo, adornado con cualquier variedad de motivos y elementos. Se le escenifica con figuras de personas, animales y paisajes. La invención del Nacimiento de las Navidades mexicanas –que se practica también en España y casi en toda Hispanoamérica y se llama en otros países Pesebre o Belén– se atribuye a San Francisco de Asís y se remonta al año 1223. Se tiende el 16 de diciembre y se levanta en distintas fechas: en enero, con la llegada de los Santos Reyes, o con la Candelaria, el 2 de febrero. En vez del Nacimiento ha
ganado terreno el levantamiento del Árbol de Navidad, que no es una extranjerización, sino la celebración cristiana de la misma Navidad por los protestantes. No cabe una incursión en los dominios de la cena de Navidad en este texto, pues demandaría un espacio considerable; excepto anotar que, sea cual fuere la justificación o el pretexto, convoca usualmente a reunión familiar, lo que no es poco. Las costumbres evolucionan y la gente atribuye hoy exagerada importancia a los regalos de Navidad, bien que la costumbre es antigua. Las posadas anunciaban, además, el camino a otros ceremoniales. Las horas y los días marchan sin pausa ni reposo, sin dar respiro al tiempo ni a la especie humana. Son nuestros hábitos los que mutan y se acomodan a nuevas circunstancias y necesidades. Y por más conciencia que tengamos de los designios de la fatalidad, conservamos siempre un margen de expectativa. ¿No es la felicidad, también, un ejercicio de la voluntad? Quien más, quien menos, casi todos albergamos una esperanza. “La esperanza, asustada, se refugia en los niños/ y en los tontos/ y en nosotros, los que todavía, por la gracia del verbo, somos desgraciados”, escribió Jaime Sabines. Siendo la fragilidad parte inseparable de la condición humana, la esperanza no sólo significa una apuesta en los afanes cotidianos, sino también una fuente de la felicidad, un gran consuelo aunque no sea más que como desahogo. Dialéctica de nuestro ser, meditar está en nuestro destino, imaginar el porvenir es parte de la condición humana. Aunque el tiempo es circular y sólo una forma de parcelar el espacio, siempre esperamos un mañana mejor. “Los hombres mantienen, aunque sea sólo por coraje y desafío, una fe innata en que deben llegar, siempre, tiempos mejores”, nos confía Onetti. Así como la intuición y las fábulas forman parte del mismo tejido sordo e indiscernible, la imaginación y la fe se adelantan al porvenir. El Año Nuevo representaba –todavía lo hace– la ventana abierta a un futuro que está allá adelante, siempre por venir
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Trespoetas:
14 de diciembre de 2014 • Número 1032 • Jornada Semanal
Antony Phelps, Horacio Benavides y Xavier Oquendo Marco Antonio Campos 1
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ujer América. Vale la pena leer –vivir– la poesía del haitiano-quebequense Anthony Phelps hasta hacerla nuestra. Su lírica me recuerda la de otro gran antillano de Guadalupe, SaintJohn Perse, por la intensidad terrenal y el vuelo lírico del verso, y asimismo la de otro excepcional quebequense, Gatien Lapointe, en el sentido de que ambos son poetas que cantan la Otra América, la América Latina, en la que los quebequenses son, como ellos mismos se designan, los latinos del norte. Phelps da alas rápidas a las imágenes y hay en buena parte de su poesía una ardiente erotización del lenguaje, una sensualidad que toca vivamente todas las cosas. Es todo lo contrario de esa poesía del lenguaje o tediosamente intelectual que desde hace mucho tiempo abunda en Francia, en alguna poesía rioplatense y en poetas mexicanos con una retórica menor o vacía. Phelps sabe huir del lugar común y la frase hecha. Hablando de los temas de su poesía, Octavio Paz decía: “El tiempo es el mundo y la mujer es el mundo”; tengo la impresión de que Phelps a su vez diría: “La tierra es el mundo y la mujer es América.” Femme Amérique. La mujer se integra a América y América es una mujer. Quizá podríamos sintetizar diciendo de Phelps, del poeta y el hombre, que es un gran haitiano, un gran quebequense, pero sobre todo un americano total. Anthony Phelps ganó la edición 2014 del premio quebequense y mexicano Jaime Sabines-Gatien Lapointe por su libro Mujer América, que en México publicó Mantis Editores. 2 La serena hierba. Pequeños cuadros o miniaturas espléndidas trazadas con un finísimo pincel, los poemas del poeta colombiano Horacio Benavides me recuerdan maravillas japonesas. En este bello y vasto libro, La serena hierba, Benavides no es el niño que mira con asombro la vida diaria, sino una suerte de sabio que con esmero estudia a las gentes del pueblo y del valle, sus labores y jornadas, las fieras en movimiento, los animales del cam-
quien le cuesta trabajo “el lugar donde ubicarse”. Piel de náufrago es un libro donde hallamos con frecuencia asombros y encantamientos, tristezas y ternuras, timidez y aprensiones, dolores y olvidos. El ritmo de los versos parece como olas que llegan con suavidad a la arena de la playa o como el roce de las alas de los pájaros en los follajes. Si un elemento aparece más en la poesía de Oquendo es el agua, “irreductiblemente el agua”, que toma proteicamente numerosas formas: mar, delta, río oculto, ojo de manantial, los ojos de la mujer, música de tango que se ahoga… En una parte de su obra, Oquendo es un viajero en el presente y el pasado, o puntualizando más, el autor sabe combinar muy bien pasajes bíblicos y momentos del siglo xVi con el hoy frágil, de manera que dos o más historias corren entre o debajo del poema, sobre todo en las piezas breves que a veces son punzantes epigramas. No deja de sorprenderme cómo el autor inicia y cierra de manera impecable un buen número de poemas, y los vuelve, para decirlo con una definición de Juan José Arreola, objetos orbiculares. Especialmente atractivos, hondamente conmovedores, son los poemas en que se superponen personajes y relatos bíblicos con amigos y momentos de su adolescencia y primera juventud, amigos que, para mayor énfasis, llama los bíblicos. Instantes que se vuelven instantáneas y parecen como fotografías a las que el tiempo descorrió el Anthony Phelps, Horacio Benavides y Xavier Oquendo. Fuente: Facebook color. Los personajes, los bíblicos y evangélicos Abramos y lo viviéramos. Desde la primera vez que leí su poeham, Moisés, Jonás y Pedro, habrían podido vivir, hasta sía, me pareció tocada por el ángel. un ayer no lejano, en Ambato o en Quito, y que para llenar Con este libro Benavides ganó el Premio Nacional de el vacío de una vida a la que no le encontraban orientación Poesía de Colombia 2013. ni fin, solían reunirse en los cafés, ponerse borracheras de órdago los fines de semana, ir tras de las muchachas como 3 a la Tierra Prometida y subir al monte para dejar grabada “la parábola de viento”. Pero la fiesta –toda fiesta– inePiel de náufrago: Escrito con palabras del corazón, hay en vitablemente termina, y ya pasado el tiempo, sólo quedan esta breve antología del ecuatoriano Xavier Oquendo, los recuerdos de esos días de fulgores opacos que conoalgo del orbe mágico de la infancia lleno de destellos y cen mejor que nadie los hombres solos. juegos, la nostalgia triste por una adolescencia que se He aquí un libro de un poeta que no ha olvidado al hubiera querido menos difícil, donde las muchachas en niño encantado. He aquí un libro melancólicamente flor eran el resplandor fugitivo, y la vida del adulto a hermoso po, los animales domésticos, las aves que puntean el aire, las flores que no olvidan el color, la insectiada, en fin, un mundo elemental que ama con ternura, y al cual, a base de imágenes y metáforas de una sencillez honda, de giros repentinos, de pequeñas sorpresas, lo dibuja con una delicadeza que nos conmueve. En sus bellos poemas de amor, la mujer se halla en la plenitud de su luz o en el llamado del vacío. Hay asimismo aquí destellos anacreónticos por las muchachas leves, el recuerdo triste por el padre y la madre idos y el gusto esencial por los alimentos terrestres. Al nombrar con gran belleza el breve mundo que lo rodea, Horacio Benavides lo encarnó para que lo viéra-
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14 de diciembre de 2014 • Número 1032 •
Sergei Isupov, El miedo tiene grandes ojos, 2013
Bestiario Adolfo Echeverría mas y otros brebajes de leyenda–, frecuentemente se sedimenta en bebidas más bien comunes y corrientes (el caso más acreditado es el de la tisana en la que Proust remojó su célebre magdalena). Dependiendo de la magnitud de la toma, quien ingiere una cierta cantidad del Grifo experimenta en su espíritu la manifestación de recuerdos y evocaciones en una escala de importancia que va de lo insignificante y ordinario a lo sobrecogedor y sublime. Lo que este sujeto no sabe es que, a pesar de su supuesta verosimilitud, todos y cada uno de los pormenores inscritos en su intoxicada retentiva son, en estricto rigor, falsos. Se cree que, en algunas de sus encarnaciones, el Grifo memorioso es plenamente reconocible a la vista. No obstante, quien se ha topado con él tiende a olvidar cualquier rasgo relativo a su fisonomía. Sobra decir que nadie recuerda el origen de su nombre.
LA ESFINGE DE LA PUERTA CERRADA Los especialistas aún se preguntan si esta singular anomalía psíquica es producida por una simple aunque funesta ilusión óptica, o si, más bien, resulta del trastorno de algunas funciones cognitivas, acaso las más frágiles y susceptibles de la mente. El hecho es que, para quien es blanco de los embates de esta patología, la realidad entera se reduce, opresiva y claustrofóbica, a una sombría habitación de ambiente enrarecido, cuya puerta se halla, para colmo, irremediablemente cerrada. Por lo general, el efecto secundario que se experimenta motiva la indudable certeza de que
LA ARPÍA DE LOS ESPEJOS LA HIDRA DE LA DUDA
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abita las capas más externas y aparentes del azogue de algunos espejos (se ignora el porqué de su preferencia por las antiguas lunas venecianas). Como un dardo ungido con la más letal ponzoña, su mirada no perdona. A quien, excediendo los límites de una ecuánime y razonable vanidad, se mira en esos ojos de mercurio que se ocultan tras el reflejo de una imagen inofensiva por ser harto conocida, continuamente le sobrevienen prolongados períodos de insomnio, la disminución progresiva del apetito y –en más ocasiones de las que pudiera creerse– una melancólica inanición sin esperanza.
EL MINOTAURO DE SÍ MISMO Para el Dr. Tirso Lara Gallardo, con toda indiscreción
Hay un Minotauro de sí mismo hibernando en las catacumbas del alma de cada cual. Resguardado en lo más tortuoso del ser, desde el principio de nuestros días sueña un sueño libre de la más mínima conmoción. Por fortuna, nuestro Minotauro casi nunca saldrá de su letargo. No obstante, si alguna vez este monstruo llegara a abrir los ojos, las consecuencias pueden ser catastróficas, ya que todo aquel que se convierte en el teatro de su despertar tiende a volverse –espontáneamente y sin la menor resistencia–, en su propio y más temible enemigo. Los efectos de este hecho son ciertamente impredecibles aunque, más temprano que tarde, arrojen pronósticos fatales. Pues, ¿cómo escapar de uno mismo?, ¿cómo salir airoso en una contienda semejante sin sufrir, a la vez, los embates de una derrota desastrosa?
EL GRIFO MEMORIOSO Como las aguas de un Leteo subvertido y desnaturalizado, el Grifo memorioso se bebe. Aunque prefiere los líquidos insignes y de por sí consagrados –bálsamos, filtros, póci-
En contra de lo que comúnmente se piensa, la Hidra de la duda no prolifera en el seno de entidades débiles o enfermizas; antes bien, para realizarse hasta el máximo de sus aptitudes, requiere de una complexión moralmente sólida que la acoja. Y es que el arma preferida de esta Hidra no es el escepticismo categórico ni la irrevocable dubitación, sino la sospecha lancinante con la que va socavando, flemática, pero seguramente y hasta su agotamiento, el ánimo de quien la padece. Como en el caso de algunas enfermedades crónicas o congénitas, no existe aún el tratamiento que pueda liberarnos de raíz y enteramente del mal que nos provoca la Hidra. Sin embargo, no todo está perdido, pues, con una estrategia terapéutica firme y decidida, las turbaciones que ésta nos inflige no sólo pueden neutralizarse sino, incluso, llegan a ser orientadas en beneficio propio. Es bien conocido aquel filósofo francés que empezó por poner en tela de juicio todas y cada una de sus certidumbres, y acabó nada menos demostrando, de manera indubitable, la existencia de Dios.
EL BASILISCO DE LA DESESPERANZA Se le relaciona con la familia de los engendros intangibles. Sus capturas predilectas se encuentran entre los satisfechos y optimistas a ultranza. Los acecha silenciosamente durante aquella promisoria juventud, plena de alentadores proyectos y esperanzas sólidamente fundadas, hasta que el día menos pensado –aunque, es cierto, a veces prefiere los cumpleaños, los aniversarios luctuosos, las vísperas de Año Nuevo–, cruelmente arremete contra sus víctimas asestándoles una fuerte dosis de realismo (o sea, esa aguda lucidez que raya con el desencanto), revelándoles entonces la inutilidad de sus esfuerzos y lo absurdo de sus desproporcionadas expectativas.
Sergei Isupov, Fe y esperanza, 2013
o adentro EL CERBERO DE LA IDEA FIJA No hay romanticismo ni garbo filantrópico ni la persecución de una utopía redentora en las motivaciones o los designios de quienes han escuchado la voz del Cerbero de la idea fija; tampoco es que su sensibilidad poética se abrume con el bordado de un verso de incuestionable perfección, o que su juicio se absorba en el discernimiento de las leyes del movimiento perpetuo, ni que su voluntad busque a toda costa erradicar el hambre o la injusticia de la Tierra. Por el contrario, esta raza de mártires nimios –aunque de propensiones no menos solemnes y pomposas que las
de ciertos campeones mitológicos– tiene que lidiar con la inhabilidad para deshacerse de otra clase de obsesiones: la corrección del nudo de su corbata, la perdurable soltería de la hija mayor, los eternos tres kilos de sobrepeso o el ansiado resultado del sorteo de la lotería, la semana que entra.
LA ESCILA DE LA IMPACIENCIA Lo extraordinario es que la Escila de la impaciencia opera serena y mansamente, haciendo gala –se diría– de un derroche de parsimonia. Espía a su presa año tras año, con una discreción y un sigilo encomiables, cuidándose de insinuar la menor emboscada. No obstante, cuando finalmente se lanza al ataque, es implacable. Desprevenida, indefensa, su presa capitulará en un abrir y cerrar de ojos. A partir de ese instante, en cada acción que lleve a cabo, sentirá cómo la influencia de la Escila la precipita –brusca, irrefrenablemente– en una caída libre al interior de un abismo sin fondo.
EL CINOCÉFALO DE LA VERDAD Admitamos, de entrada, que la ciencia aún desconoce su modus operandi; pero digamos, al punto, lo que resulta fehaciente para el examen especulativo: todo aquel que se rinde ante el poder de persuasión del Cinocéfalo de la verdad queda inhabilitado para enunciar una mentira, por nimia o trivial que ésta pueda resultar. En
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¿Cómo salir airoso en una contienda semejante sin sufrir, a la vez, los embates de una derrota desastrosa?
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la humanidad ha extraviado para siempre la llave que abre –en particular– la cerradura de esa puerta. (Algunos entendidos aseguran que existe una vinculación entre esta dolencia y otra no menos inquietante: la de la Anfisbena del callejón sin salida.)
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Sergei Isupov, Lift: Monkey, 2011
primera instancia, esta inédita condición parecería augurar un claro progreso moral para quien la experimenta; pero lo cierto es que, investigados con más esmero, algunos casos específicos desmienten las presuntas bondades de las promesas iniciales. Sobresalen, por su sostenida repetición, esos eventos coyunturales en que alguien –condenado por la ineptitud instrumental para mentir– se ve compelido a divulgar una verdad cuyas calamitosas secuelas habrían podido ser higiénicamente sorteadas gracias al auxilio de la mentira piadosa o al próvido fingimiento. Si no, piense usted en el camarada de la lucha subversiva reconvertido en soplón, o la madre que confiesa públicamente la manifiesta y concluyente fealdad del hijo, o en esos amantes que, impasibles y sin preámbulos, asestan su devastadora y conclusiva sentencia: “Lo que pasa es que ya no te quiero.”
LA SALAMANDRA MÁNTICA El número de los aquejados por este mal parece incrementarse a marcha de gigante, a juzgar por la variedad y frecuencia con que el estudioso del fenómeno detecta la sintomatología derivada de los aciagos trastornos que genera la Salamandra mántica. Entre los exempla más curiosos de los muchos que nos ofrecen los desdichados que sobrellevan este padecimiento, se encuentran aquellos que creen vaticinar el futuro de las personas dilucidando los mensajes contenidos en las manchas de los asientos del café en el interior de una tacita; o quienes afirman determinar su perfil caracterológico según la lectura de la posición de los astros en el momento de su nacimiento; sin olvidarnos de apuntar el caso de los que prometen inferir, en las líneas de la mano, con cuánta desgracia o fortuna habrán de vivir sus días ciertos infelices o bienaventurados. Como prueba de un grado superior y casi desesperado en el incremento de la afección aquí descrita, se destaca la condición de virtual desahucio de aquellos que suelen aceptar ciegamente los agüeros y predicciones que profieren los sujetos arriba mencionados
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Matt J. Carbone, Tao Lin Sticker, licencia: CC BY 2.0
vender lo robado. La crónica-cuento-guión teatral “Shoplifting from American Apparel” de Tao Lin ya posee en esencia la mirada humorística de situaciones complicadas. Por ejemplo, en una celda de detención preventiva dos presuntos delincuentes discuten a su manera: “(El hispano) gritó al caucásico calvo: –Nunca vas a volver a participar en el sindicato. –¿El sindicato? –preguntó el caucásico calvo–. ¿De qué carajos estás hablando? He sido narcotraficante todo el tiempo.”
Para Alfonso Perabeles, alguna vez colaborador de Piedra Rodante
ao Lin1 (Estados Unidos, 1983) tiene un cierto parentesco literario con William Burroughs y Jack Kerouac. También hay un débil eco de Jean Genet, en especial un profundo sentido de libertad personal, pero también una amplia cultura de las drogas que hubiera sorprendido a Aldous Huxley. En Taipei, la más reciente novela de Tao Lin, prevalece un espíritu deportivo que tal vez guarde algún grado de parentesco con Kerouac, aunque concentrado en sus realidades internas y un poco menos en el viaje por la geografía: Kerouac y Tao Lin, uno en On the Road y otro en Taipei 2, viajan física e internamente, aunque la intoxicación del viaje interno en Tao Lin es una verdadera revolución/intoxicación permanente. Taipei es una novela de Nueva York y otras ciudades, incluida la capital de Taiwán, por supuesto, y de paso y a la distancia también México, con personajes jóvenes en busca de sí mismos a través de la literatura, la música, el arte, las drogas, la vida en línea, la videograbación, pero no tanto en el sexo: la cópula y sus variaciones ya no representan un asunto de vida o muerte como lo fue para los románticos. El amor es un ingrediente más, pero no la miga del pastel. Paul: “No pienso que esa cosa sea tan importante para mí: el sexo.” Los narcóticos en cambio marcan las horas. La intoxicación con una miríada de drogas es el cimiento de la historia. Los personajes comparten estas drogas tan pronto se las allegan. Las combinan según la disponibilidad y a menudo pasan todo el día y la noche intoxicados. El propósito de consumir drogas no es expandir la conciencia, sino sentirse bien: “El universo en su totalidad era un mensaje para sí mismo: no sentirse mal.” Pese a esta aseveración, Paul, el protagonista principal y obvio alter ego de Tao Lin, trasluce una sensación de estar perdido en el mundo y en sí mismo al grado que su novia Michelle lo deja por sentirse ignorada por él. Esta relación semeja un desencuentro de adolescentes en relaciones que se quieren profundas y parecen superficiales o viceversa, aunque las drogas abren una nueva dimensión y una mayor complicidad en las relaciones de pareja. Al cabo de un tiempo pareciera que el afán dominante de ella termina por desfondar la relación: “Michelle fue la última persona que lo afectó tan devastadoramente: cero productividad; ni siquiera podía escuchar música.” Paul deja de escuchar su música: Nirvana, Natalie Imbruglia, Smashing Pumpkins, PS Eliot (desaparecida banda de pop punk). De la lectura de Taipei no queda clara la línea que distingue al narrador del protagonista principal ni tampoco del autor. En algún momento Paul sugiere a su amigo Daniel entrar subrepticiamente a robar en una tienda y luego
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El n o la
Taipei es una novela de Nueva York y otras ciudades, incluida la capital de Taiwán, por supuesto, y de paso y a la distancia también México, con personajes jóvenes en busca de sí mismos a través de la literatura, la música, el arte, las drogas
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T
Alejandro Pescador
Taipei también parece erosionar la línea divisoria entre la ficción literaria y la experiencia de Tao Lin. Taipei podría sugerir entonces una novela autobiográfica. Los paralelos abundan y las similitudes más. Los padres de Paul regresan a Taiwán después de vivir treinta años en Estados Unidos, aunque Paul, nacido en dicho país, parece ver Taiwán y a su propia familia con los ojos de alguien que percibe la realidad a partir de la riqueza de su propia imaginación. El paisaje interno se impone al paisaje externo. Y en un eco de On the Road, Charles, amigo de Paul, viaja a México a encontrarse a sí mismo. Dirían los Beatles en “Everybody’s Got Something To Hide Except Me And My Monkey”: “Your inside is out and your outside is in.” Contra lo que pudiera imaginarse por el combustible narcótico que mueve a los protagonistas, la escritura de Tao Lin no vuela en piloto automático, sino a través de una calculada expresión estilística de breves exabruptos poéticos. Tao Lin pertenece a la estirpe de Jean Genet, el santo defensor de la libertad individual, inesperado Odiseo contra el Polifemo de la discriminación y la intolerancia, pero no tiene el tono militante de Genet, sino más bien la pausada plática de la intoxicación y la sensación lúdica del viaje digital. Paul y sus amigos viven en línea o al menos interactúan en buena medida a través de medios digitales de cuarta generación. Entienden el mundo y a sí mismos en el lenguaje de teléfonos y computadoras móviles: “No tiene idea alguna sino después de tres a veinte segundos, como si abriera un archivo digital.” El título de la obra tal vez sea la principal referencia familiar de Paul, el único vínculo con una realidad que lo contradice y por lo tanto lo cuestiona. Paul no sabe leer caracteres chinos y tampoco habla con fluidez el mandarín; además tiene acento gringo. El hecho de que sus padres hayan vuelto a Taiwán podría interpretarse como una decisión que, luego de treinta años en Estados Unidos, obedece al llamado de Taipei donde están enterradas las raíces de su identidad, algo que Paul sólo percibe
como al pasar, pues su identidad está fragmentada. Paul tiene una relación beligerante con su madre. Su padre también radica ahora en Taipei, pero aparece en un segundo plano, sin mayor relieve en el curso de la vida de Paul. La madre cuestiona a su hijo por el consumo cotidiano de drogas, pero la reacción de Paul se torna beligerante como sucede por lo regular con los adictos o con los alcohólicos. No cuestionan sus adicciones cuando todavía tienen tiempo, sino en un punto de ruptura cuando por fin lo deciden. En todas las fiestas y sesiones de consumo de drogas en las que participa Paul, el personaje puede mostrarse incoherente, pero el narrador nunca. Al tener una percepción de la realidad alterada por las drogas, Paul arriesga por momentos su propia vida. Cuando Paul se asoma al vacío desde la azotea de un edificio, su amiga Laura lo
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aleja del peligro: en su intoxicación parecía correr el riesgo de querer suicidarse, pero como él mismo dice: “Como la urgencia de matarme no es en realidad tan fuerte como para suicidarme, el Mundo vale la pena de vivirse.” Los alucinógenos (LSd , psilocibina) ya no son sagrados, como escribió Fernando Benítez en sus libros canónicos; ahora son drogas recreativas para Paul y sus amigos. Las drogas también desconectan a Paul de sus proyectos literarios, pero son su fuente. Tampoco el consumir drogas constituye un problema. Dice Paul: “No había un ‘problema con las drogas’ ni siquiera ‘drogas’, a menos de que en algún momento alguien pensara o considerara al mismo tiempo drogas y problemas”; o bien: “Las drogas no son buenas ni malas.” En Toronto, donde presenta su último libro, Paul encuentra cómo conseguir éxtasis y psilocibina en redes sociales. En contraste con los impulsos de toxicómano del perso-
naje, el narrador es impecable y hasta conservador en su prosa; prácticamente no usa slang ni tampoco el vocabulario cambiante y defensivo de los adictos con sus episodios de paranoia. La prosa de Tao Lin es en extremo pulcra y cuidadosa. Tao Lin se muestra dueño de una gran solvencia narrativa, creador de personajes redondos y virtudes de provocador, aunque las opiniones parecen no ser coincidentes en cuanto a Paul, su alter ego. En una de las presentaciones de su último libro, un miembro del público espeta a Paul que sus libros previos eran una mierda. A la mitad de la novela el protagonista encuentra el clavo que saca el otro clavo. Paul y Erin, una pareja casi perfecta, a su manera, se lanzan al vacío metafórico: “Cuando estamos drogados somos normales”, al grado que ahítos de drogas se casan en una capilla de oropel en Las Vegas. La luna de miel la pasan con los padres de Paul en Taipei, donde la madre de Paul intenta otra vez conven-
nuevo Ta
iluminación fnal
cer a su hijo de que deje las drogas. Bueno, la nueva pareja descarta abstenerse de las drogas; al contrario, se las ingenia para volver el asunto más interesante y al parecer inédito en la literatura: Erin lame cocaína de los testículos de Paul: ya no hay líneas, sino ovoides. No obstante estos despliegues de creatividad epidérmica, ambos se mantienen conectados a la red todo el tiempo. Paul, por ejemplo, descubre el nuevo Taipei en Wikipedia. Sus lecturas también parecen provenir de un sitio en línea: Paul lee The Face of Another, de Kobo Abe; Erin lee The Woman in the Dunes del mismo autor japonés. Se encuentran cerca uno del otro, pero por momentos no están juntos ni se comunican entre sí. Paul sobre Erin: “Decidimos no hablarnos, lo cual es en sí mismo comunicación.” Paul se abstiene del alcohol pero asume el consumo de drogas como una segunda naturaleza: “Drogarme me anima a mantenerme sano, incrementa la productividad y me parece bueno.” Paul y Erin drogados recorren las calles de Taipei, pero él escribe cuando amaina el efecto narcótico, no como Henri Michaux que escribe bajo el efecto de la mezcalina cuya intoxicación hace miserable, perdón, su escritura y la experiencia misma de la mezcalina. Tao Lin posee una buena dosis de ingenio: en un McDonald’s de Taipei Erin y Paul tienen un diálogo de pasón que pudiera aparecer en alguna novela de Parménides García Saldaña, muy al estilo de la novela de la onda que se produjo en el México en últimas décadas del siglo xx . Hay similitud porque también hay un sentido del humor (negro), giro inexistente en Burroughs, Huxley o Michaux cuando se trata de drogas: “–¿Para qué hay una separación entre los dientes? –Para que se llenen con los residuos de carne con la que hacen las hamburguesas. –Y si pagas más te puede tocar en suerte comerte un diente de niño. –Sí, en Canadá (Saskatchewan) hacen eso.”
Todo en Paul es un torbellino, un caleidoscopio incesante, poco memorable: “Paul se da cuenta […] que se disparaba hacia adelante […] para alejarse de donde estaba: dentro de sí mismo.” Paul, tras sobredosis de diferentes alucinógenos, una cierta cantidad de psilocibina es su última dosis, se levanta después de varios días de catatonia. Resurge de sus cenizas, como ave fénix de las adicciones, y se siente agradecido por estar vivo, como si fuera dado de alta en algún hospital para almas perdidas. Las puertas de la percepción que, según algunos, pueden abrir las drogas, en especial los alucinógenos, permiten a Paul encontrar una pequeña verdad: quiere vivir y ya ha dejado de ser el tipo joven que pudiera enmarcarse en el molde de uno de los mejores ensayos de William Hazlitt: On the Feeling of Immortality in Youth, donde escribió: “Ningún hombre joven piensa que algún día va morir. Era un dicho de mi hermano y por cierto un muy buen dicho. Hay un sentimiento de eternidad en la juventud que nos permite justificar todo. Ser joven es como ser uno de los Inmortales.”
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Notas: 1. En chino el nombre del autor es 林 韬, es decir Lin Tao; este tao es un carácter diferente al del Tao o 道 usado en el taoísmo. 2. Tao Lin, Taipei, Vintage Books (Random House), Nueva York, junio de 2013, 248 pp. Entre sus otras obras deben mencionarse las novelas Richard Yates y Eeeee Eee Eeee, su novela corta Shoplifting from American Apparel, la colección de cuentos Bed y dos poemarios: cognitive-behavioral therapy y you are a little bit happier than i am. Tao Lin es fundador y editor de Muumuu House.
Foto: Noah Kalina, reproducción bajo licencia CC BY 2.0
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Después de la Muestra Carlos Bonfil
también a la administración vertical, y a cuenta gotas, de estímulos culturales por parte del Estado. La programación fílmica de calidad que las autoridades se muestran hoy reacias o incapaces de ofrecer satisfactoriamente a un público masivo, éste se las procura por medios muy diversos que van desde las descargas por la red hasta un comercio informal que se transforma así en una insospechada red de divulgación paralela de las ofertas audiovisuales más novedosas. Las concesiones del viejo paternalismo oficial las remplaza hoy ventajosamente un tácito pacto de estímulos artísticos revigorizados, difundidos y compartidos por una sociedad civil en la que los cinéfilos no dependen ya para ver cine de calidad del capricho o la buena voluntad de las burocracias culturales en turno. Esta nueva realidad señala que un evento como la Muestra Internacional de Cine, un ritual que ahora se
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Muchas cosas han cambiado desde entonces, de modo especial el paisaje de una modernidad tecnológica que con la irrupción de internet y las redes sociales ha vuelto obsoleta y totalmente inoperante a la censura y también a la
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n México existen más de ochenta festivales de cine, la mayoría muy pequeños y distribuidos azarosamente en el interior del país. El fenómeno es singular y sorprende a más de un observador extranjero. Su proliferación se explica no sólo por la inquietud e incesante actividad de los promotores culturales, sino también por la necesidad de romper con el centralismo político que mantiene a Ciudad de México como la capital de las mudanzas e intercambios culturales y artísticos, y de la toma de decisiones políticas. Considérese tan sólo lo que tradicionalmente ha sido en el país la distribución y exhibición de cine. Las cifras son elocuentes: setenta y ocho por ciento del público mexicano no asiste al cine, en parte por razones de poder adquisitivo y también por dificultades de ubicación geográfica (cientos de poblaciones en el país no cuentan siquiera con una sala cinematográfica). De esta manera, cuando se habla de un incremento en la frecuentación a las salas de cine se alude a un fenómeno predominantemente urbano, concentrado en un puñado de ciudades grandes, y a una población en su mayoría de clase media. La ausencia casi total en diversas regiones del país de una oferta fílmica ajena a las rutinarias fórmulas de entretenimiento masivo, ha propiciado la multiplicación de festivales que de manera valiosa pero aún insuficiente compensan por esa carencia endémica de estímulos culturales para amplios sectores de la población. En el caso de la Muestra Internacional de Cine sucede algo parecido al fenómeno de la proliferación de festivales regionales. Desde sus primeras ediciones, cuando el evento se conocía como Reseña Mundial de Cine, lo que se intentaba con la organización de una pasarela anual de cintas de calidad en principio indiscutible, películas de autor avaladas por los festivales de cine extranjeros más reconocidos, era compensar parcialmente por la raquítica dieta de cine de calidad a la que tenían derecho los espectadores locales. La cita anual en funciones especiales, promovidas casi como ceremonias de gala, simbolizaba el triunfo puntual y provisorio del cinéfilo sobre una censura siempre acechante o sobre la falta de imaginación o audacia de la cartelera comercial. La Muestra era así un oasis, una tierra prometida; en rigor, la dádiva anual de los funcionarios culturales de esos primeros tiempos que así justificaban un resto del año marcado por la mediocridad. Muchas cosas han cambiado desde entonces, de modo especial el paisaje de una modernidad tecnológica que con la irrupción de internet y las redes sociales ha vuelto obsoleta y totalmente inoperante a la censura y
administración vertical, y a cuenta gotas, de estímulos culturales por parte del Estado
Cartel promocional de Ninfomanía, de Lars von Trier
realiza dos veces al año, se vea obligado a diversificar su propuesta de origen, replanteársela incluso, y en todo acaso adaptarla lo mejor posible a las necesidades de una nueva generación de espectadores que, aun colmando las salas donde se proyecta, exige todavía más de ella. No basta atenerse al esquema tradicional de una Muestra como puente de pre-estrenos prestigiosos que las distribuidoras exhibirán poco después en las salas de arte de las dos grandes cadenas exhibidoras, Cinépolis y Cinemex, y en el circuito cultural al que pertenece la Cineteca Nacional. Tampoco basta con limitarse a integrar la selección de dicha Muestra con películas premiadas en diversos festivales de cine como criterio indiscutible y aval máximo de su calidad. En otras épocas, cabe repetirlo, esa opción parecía ser la única o en todo caso la más atractiva. Actualmente el acceso cada vez más inmediato a cintas de calidad a través de la red electrónica, del comercio informal y los espacios alternativos de exhibición, exige de las instituciones culturales dinámicas de promoción fílmica menos rutinarias y más novedosas. No es un azar que una parte significativa de la prensa nacional haya dejado de cubrir la Muestra Internacional de Cine como solía hacerlo en épocas recientes. Además del evidente desdén de algunas redacciones de diarios hacia la actualidad cultural, existe la percepción de que dicho evento ha dejado de ser noticia, excepto cuando proyecta cintas controvertidas como Ninfomanía, del danés Lars von Trier. Lo que alguna vez fue un evento excepcional y atendible por todos los medios, se ha trivializado paulatinamente por el hecho de que la propia Cineteca garantiza hoy, a lo largo del año, una programación de calidad que incluye cada uno de los títulos que la Muestra ofrece como novedad o en calidad de pre-estreno. El atractivo anzuelo de otros tiempos es una fórmula con claros signos de agotamiento. El espectador que no pudo llegar a tiempo a la Cineteca o a otros circuitos paralelos para apreciar cintas notables como Leviathan, Sueño de invierno, Ida, Güeros, Tan negro como el carbón, Mommy, Fuerza mayor, Adiós al lenguaje, Mapa a las estrellas, Dos días, una noche o Cenizas del pasado, sólo debe esperar unos días o semanas para verlas con mayor comodidad en la misma Cineteca o en el circuito comercial. A eso ha quedado hoy reducida la novedad original del evento. Es necesaria una renovación radical del mismo o su sustitución por algo más sugestivo y trascendente, posiblemente un competitivo Festival Internacional de Cine de Ciudad de México que complete y enriquezca todavía más el paisaje de la cinefilia en el país
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LEER
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Zonas de disturbio. Espectros del México indígena en la modernidad, Mariana Botey, Siglo xxi, México, 2014.
LO INDÍGENA COMO EXPLICACIÓN
H
RICARDO GUZMÁN WOLFFER
ablar de la concepción sobre lo indígena representa, en México, establecer la propia identidad: en un país donde la colonia económica y cultural parece no haberse ido (¿de dónde se sostiene la economía nacional si no de productos dirigidos al extranjero, con mínima distribución al interior de la riqueza generada?, ¿qué cultura vive la mayoría de los mexicanos, cuáles son los valores que detentamos?), el peso de la historia y su asimilación resultan un tema intemporal que afecta al usuario y a la nación. Entre la fundada queja nacional sobre desapariciones y abusos, sale del discurso general la identidad de esos 43 ausentes que, para bien o para mal, han opacado a las decenas de miles que dejó el calderonismo y que en el actual gobierno no hay visos de que se aclaren esas muertes. Se apartan del análisis la condición rural y social de los desaparecidos. Baste recordar la pugna sobre los restos de Cuauhtémoc que, se argumentó, estaban en el pueblo de Ichcateopan (Ixcateopan) de Guerrero, y que llevó a la amplia investigación de Eulalia Guzmán a partir de 1949, misma que fuera contrapunteada por Alfonso Caso, Manuel Gamio y otros: tal momento histórico es analizado por Botey. Cabe su cita, pues Ixcateopan está a una hora de Iguala: el factor mesiánico, estudiado con detalle, nos recuerda los factores culturales, incluso inconscientes, que permean en una región donde la historia de lucha no ha cejado en siglos. Más aún, ¿hasta dónde la historia del pueblo chontal de la región de Guerrero vive en el imaginario de los ahora buscadores de familiares desaparecidos? Un texto como el de Botey da luz sobre cómo el indígena es visto y manejado. En muchos aspectos, no sólo las comunidades indígenas, también otras reciben el mismo trato por parte del Estado y de los grupos en el poder: el análisis de la historia da luz sobre hechos contemporáneos que, en el discurso oficial, salen de contexto para simplificar su silencio. Destacan en la obra los comentarios sobre autores señeros en otras disciplinas. A Georges Bataille no se le recuerda como historiador de lo mexicano, pero t i e n e u n e st u di o sob re l a f i g u r a me si á n i ca de Cuauhtémoc que sorprende por su concepción sobre los “miserables” aztecas y choca con los defensores del indigenismo como identidad nacional. Antonin Artaud es citado y analizado. Se retoma a Octavio Paz para establecer la perspectiva histórica de los aztecas.
La “necropolítica” de Achille Membe, que plantea la soberanía como un problema de “destrucción material de cuerpos y poblaciones humanas”, toma una presencia que nadie analiza en público, pues el necropoder es una realidad que se autogenera cíclicamente. Un libro notable para recordar nuestros orígenes y la importancia sobre su estudio constante; para establecer la actual posición de la historia como disciplina para comprender los hechos que vivimos •
Santo y seña. Relevos literarios sobre el enmascarado de plata, Mara Romero y Miguel Ángel Avilés (compiladores), Instituto Sudcaliforniano de Cultura/Conaculta, México, 2014.
DESDE LA ESQUINA DEL MITO ANTONIO SORIA
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n materia de mitos, especialmente cuando se trata de los que tienen una impronta popular, suele precisarse una lenta y prolongada sedimentación de los diversos elementos que lo conforman; entre los fundamentales, apúntense los hechos concretos –cuando los hay–, así como los emanados de la fabulación –que conforme pasa el tiempo van volviéndose mayoría que abruma–, mismos que constituyen toda materia mítica: ya se trate de un acontecimiento, un sitio o un personaje, real o imaginario –entendidos como sujeto central del mito–, por lo regular su eficacia en tanto mito responde a una generalización espacial y una prolongación temporal; es decir, requiere a la vez de una masificación y de una durabilidad, y éstas, por su parte, son el resultado de la combinación espontánea de una verdad más o menos constatable con una serie de “verdades” cuyo valor no está en función de la Verdad con mayúscula sino, en el mejor de los casos, con la verosimilitud o congruencia que guarden respecto del referido sujeto central. Desde luego, también es indispensable que éste posea un elevado valor de representación simbólica, así como una gran capacidad especular: mito en el que nadie pueda reflejarse, por identificación o por contraste, no es mito. Pero al respecto de las condiciones necesarias para la construcción del mito hay excepciones, y el Santo es una de ellas: pocas veces como en el caso del Enmascarado de Plata puede hablarse de un mito automático, y naturalmente hay que dar por descontado el factor simbólico y representativo, como le consta a cualquiera que, en su calidad de ciudadano mexicano contemporáneo, se enfrente al célebre icono: incluso si para alguien en particular no alcanzara la condición mítica, le resultará imposible no saber cuál es su nombre, qué era y lo que hacía ese personaje popular/popularizado, en ese orden, por el pancracio, el cine, las historietas, la televisión y, finalmente, la literatura, si bien a lo largo de dicho trayecto tuvo lugar, desde el mismo principio, un fe-
nómeno de popularización oral inmediato, diríase automático, que fue precisamente el que dio pie a la multiplicación mediática, eficaz aprovechadora de cualquier cosa que le resulte funcional para sus muy particulares cometidos y que, como es bien evidente, hizo del Santo la excepción arriba referida. Los poemas, cuentos, crónicas y ensayos contenidos en este volumen son, digámoslo en consonancia con el tema, una llave luchadora más en el ring donde el Santo, a la manera del Cid –aunque por supuesto guardadas las necesarias distancias–, sigue ganando las dos de tres caídas sin límite de tiempo, y venciendo a vampiros, momias, hombres lobo y maleantes eternamente sin pistola. Treinta autores, preponderantemente originarios del norte del país, decidieron ponerse las mallas y la capa, pero sobre todo la máscara plateada y hacer estos relevos literarios, unos más felices que otros, alguno acaso mero aprovechamiento de la oportunidad, pero sin que el Santo le significara mucho realmente, pero la mayoría honestos –así lo deja sentir la lectura– en su contribución al mito •
La Jornada Semanal
@JornadaSemanal
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En nuestro próximo número
MÉXICO HOY: necropolítica e identidad Ricardo Guzmán Wolffer Entrevista con Hernán Lara Zavala
De nuevo Operación Masacre jsemanal@jornada.com.mx
ARTE Y PENSAMIENTO ........
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GALERÍA
JORNADA VIRTUAL
Ingrid Suckaer
Naief Yehya naief.yehya@gmail.com
Erotismo sagrado en la obra de Reynaldo Velásquez
Cinismo, privacía y la obsolescencia del trabajo humano
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Desparpajo y miopía
E PROFUNDO REALISMO Y afín al arte renacentista, Reynaldo Velásquez, quien trabaja sus esculturas con pleno dominio estético y conceptual, reconoce en su obra la influencia de Michelangelo Buonarroti. En sus tallas imantadas de gran misticismo, musicalidad y decisión, Velásquez aborda el desnudo masculino con alusión a su preferencia sexual,“pero también porque es un tema poco explorado en las artes, como consecuencia, de que al ser humano le duele la desnudez”, asegura. La obra de Reynaldo Velázquez remite a lo sagrado como fundamento, a la búsqueda de purificación reflejada en el anhelo de excelencia. En sus esculturas se halla la pureza de intención que sólo aquellos seres que han forjado una espiritualidad particular pueden revelar. Con movimiento indefinido tendiente a la disolución, en los cuerpos esculpidos en madera, la autenticidad creadora del artista transmite el espí-
En un tiempo en que hemos renunciado en gran medida a nuestra privacía a cambio de la comodidad y gratificación instantánea que nos ofrece la web en forma de consumo, información y comunicación, hemos aceptado más o menos conscientemente que corremos riesgos cotidianos, desde el molesto troleo y la recolección de datos de aseguradoras, agencias de publicidad y otros, hasta la vigilancia de instituciones policíacas, el robo de identidad y el acecho criminal en línea. Sin embargo, en las redes sociales se ha popularizado entre los usuarios una actitud desenfadada que consiste en expresar algo parecido a una resignación gozosa por el hecho de que la información, gustos, hábitos y confesiones que postean en sus muros y páginas sean capturados, clasificados y empleados con fines estadísticos y de mercadotecnia, así como almacenados y quizás manipulados por autoridades. Para ellos, sus posteos son irrelevantes y desechables, creen en la lógica del “quien nada debe nada teme”, como si ese fuera el problema. Este curioso ejercicio de automenosprecio y exhibición gozosa no es tanto un desafío a los ojos humanos y de las máquinas que nos vigilan (o no) en el ciberespacio, sino que en realidad es una reacción en contra de aquellos a quienes consideran ingenuos defensores de la privacía (una lucha que asumen perdida) y crédulos de las teorías conspiratorias.
ritu de la inmanencia que insufló vida en las piezas. Plenas de ambigüedad acrecentada, éstas parecieran volverse hacia la fuente que les otorgó la belleza serena que violenta el interior de quienes se adentran en ellas •
Arriba der: Enlace; izq. Cabeza de bautista; Abajo: Yacente
afanosos proveeDores De conteniDo Ahora bien, esta postura en principio no cuestiona que todos somos objeto de vigilancia constante (¿cómo hacerlo después de las revelaciones de Chelsea Manning, Edward Snowden y Glenn Greenwald, entre otros?). El problema es que este cinismo no sólo pone en entredicho el valor de la información personal, sino también devalúa de entrada el ingenio y potencial creativo individual que pudiera expresarse en la red. Así, imaginan que quienes nos vigilan son tecnócratas ociosos, voyeuristas imbéciles o simples recolectores de basura. Parecen ignorar que las más grandes fortunas de nuestro tiempo se han creado a partir del control, sistematización y acopio de información. La razón por la cual empresas como Facebook o Instagram están valuadas en cientos o miles de millones de dólares, no es que produzcan enormes ganancias ni que cuenten con fabulosos activos, sino que tienen millones de usuarios dispuestos a producir comentarios, fotos, vínculos y confesiones de todo tipo sin pedir nada a cambio: un tesoro para anunciantes y mercaderes. Todos formamos parte de esta masa de “proveedores voluntarios de contenido” al compartir compulsivamente información y de paso enriquecer a Mark Zuckerberg, Sergei Brin, Larry Page, Kevin Systrom y Mike Krieger. Ahora, esto sería acepta-
ble si recibiéramos algo a cambio. Alguien dirá que el privilegio de usar Facebook o Tumblr es suficiente recompensa, pero esa visión a corto plazo es una patética renuncia a nuestros derechos y un pobre entendimiento del potencial de la tecnología. La ilusión de que lo gratuito en internet es realmente regalado ha resultado muy perjudicial y nos ha hecho perder de vista que los costos simplemente se han ocultado y desplazado. Pero aún más siniestro es que estamos contribuyendo a un futuro en el que la subsistencia de las clases medias será poco viable.
¿Un mUnDo feliz para el Big Brother? Nos encontramos en la transición hacia una sociedad donde todo estará mediado por software. Se habla continuamente de que las bases de datos van volviéndose más útiles e incluso indispensables en numerosos campos, se menciona menos que el valor de nuestra aportación a ellas cada día es más insignificante. Esta tendencia se extenderá a más y más dominios de la producción haciendo el trabajo humano obsoleto o redundante. La ley de Moore no es una ley física, sino una afortunada conjetura que propone que cada dos años el número de transistores en un circuito integrado se duplica y con esto la capacidad de cómputo se incrementa de manera geométrica y en casos incluso exponencial. Para Jaron Lanier, el pionero de la realidad virtual y autor del libro Who Owns the Future?, esta ley es el dogma fundador de Silicon Valley. No solamente las computadoras hoy en día son millones de veces superiores a las de hace cuatro décadas, sino que cada día hay más maravillas tecnológicas a precios accesibles, cuando no gratis. Pero en una economía donde las cosas se abaratan de manera increíble, la mano de obra, los sueldos decentes y la seguridad social parecen lujos injustificables. Es casi imposible imaginar lo que sucederá en las próximas décadas, pero de no cambiar el rumbo es claro que avanzamos, o bien hacia un capitalismo carroñero madmaxiano, o a una feroz resaca seudosocialista antidemocrática. Simplemente parece que no hay escape a los arquetipos creados por Huxley y Orwell •
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BEMOL SOSTENIDO
ARTES VISUALES Germaine Gómez Haro
Alonso Arreola
germainegh@pegaso.net
@LabAlonso
50 aniversario del Museo Diego Rivera-Anahuacalli ( ii y última)
In memoriam Julio Díaz
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N LA COLUMNA ANTERIOR (núm.1030, domingo 30 de noviembre) se reseñó el 50 aniversario del Museo Diego Rivera-Anahuacalli, en cuyo marco de conmemoración se presenta actualmente la exposición El hombre en la encrucijada. El mural de Diego Rivera en el Centro Rockefeller, muestra documental que reconstruye la historia de la realización de este mural y su controvertida destrucción antes de su terminación en 1933. Mucho tiempo se sostuvo que la razón que movió al magnate John d. Rockefeller Jr. a rechazar el mural era la presencia de la figura de Lenin, que el pintor incluyó sin su aprobación y posteriormente se negó a suprimirla. Sin embargo, investigaciones recientes han
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A IDEA PARA HOY era hablar sobre el sobresaliente trabajo del baterista mexicano Antonio Sánchez en la banda sonora de la película Birdman, última de Alejandro González Iñárritu. Pero no esperábamos que a punto de sentarnos a escribir nos sorprendiera la muerte de otro baterista entrañable, mexicano también, importante en nuestro rock. Hablamos de Julio Díaz, miembro de Santa Sabina, La Maldita Vecindad y tantos proyectos más. Así las cosas, lectora, lector, le recomendamos ir al cine a encontrarse con los muchos aciertos de Sánchez e Iñárritu en ese guión tan polirrítmico y metatextual… pero cambiaremos de dirección
arrojado una serie de datos que evidencian que la relación del artista con su mecenas no fue desde el inicio miel sobre hojuelas. Diego Rivera dejó a su muerte instrucciones precisas para que no se permitiera que el acervo documental saliera de sus museos, por lo que la exposición está conformada por facsimilares de obras, fotografías y documentos originales –muchos de ellos inéditos– que reconstruyen la historia a través de una narración museográfica muy bien lograda a partir de interpretaciones recientes de un grupo colegiado de investigadores. Estos documentos permiten al visitante contextualizar el período en el que Rivera trabajó en diferentes proyectos en Estados Unidos y constatar la celebridad con la que ya contaba entonces. Rivera sentía una fascinación por los avances científicos, tecnológicos e industriales que comenzaban a manifestarse tras la Gran Depresión. La creación del Centro Rockefeller fue en su momento la piedra de toque en la reconstrucción del proyecto económico en Nueva York, dando empleo a cerca de 40 mil personas en la edificación de catorce edificios que se convertirían en centro comercial, cultural, económico y financiero; asimismo, se planteó un proyecto de arte para decorar todos los espacios públicos en el que fueron invitados artistas de renombre internacional. Rivera captó la importancia de participar en lo que habría de ser el axis mundi del capitalismo, y pese a su ideología comunista se obstinó en participar en él. Contrató a la promotora cultural Frances Flynn Payne como gestora para conseguir la comisión de un mural en el lobby del rca Building. A través de ella, Rive-
bruscamente, como homenaje a otro gran músico y amigo. Porque sí. Todos queríamos tocar con Julio Díaz. Nomás de verlo tras la batería se despertaban las ganas de colgarte el instrumento y salir al tinglado. Nos sentimos mal al decirlo hoy, cuando han pasado casi dos semanas de su inesperado y muy prematuro deceso en Aguascalientes. Nos sentimos mal porque no le dijimos suficientes veces, más allá del brindis en camerinos o fiestas, cuánto admirábamos sus ideas musicales. Nos sentimos mal porque nos invitó un par de veces a colaborar en sus discos y no logramos encontrar el momento para coincidir. Nos sentimos mal, sobre todo, porque era una suerte de duende cuyo sentido del humor unificaba el ambiente con la risa privilegiada de los leves, de los que flotan. Cuánto trabajo costaba entender que alguien así de menudo y delgado pudiera pegarle a los tambores durante tanto rato. Cuánto sorprendían su originalidad y refinamiento, incluso cuando tomaba las tablas gobernado por Baco. La base rítmica que durante años formó con Poncho Figueroa (bajista) en la Santa Sabina ha sido de las más solventes de nuestro rock. Ejecutantes comprometidos con los mecanismos más diminutos del tiempo, hay que escucharlos en vivo alrededor de piezas como “Ojalá fuera tu voz ”, “M irrota” o “La garra” para balancear el peso histórico de Rita Guerrero, voz igualmente extinta. Claro que Julio también sabía de potencia. Allí están sus últimas asistencias a La Maldita Vecindad, con quienes giró por muchos lados; o sus participaciones en los proyectos de Fratta, otro que sabe de buen gusto y que supo combinar sus cultos bajeos con la privilegiada clarividencia de Julio. Y es que por ahí va la cosa. Lo de este baterista no tiene que ver con la intelectualización de su oficio ni con laberintos filosóficos en torno a ninguna estética. Lo suyo era el juego de la anticipación, el eco inmaculado que conecta la batería con el comportamiento antiguo de las
Diego Rivera, El hombre en la encrucijada
ra había conocido a Abby Aldrich Rockefeller, quien le profesaba una gran admiración y fue la pieza clave para que su marido accediera a contratar al muralista. El estudio reciente de estos documentos revela la tensión que existió entre Rivera y los contratistas desde el inicio. Cinco años antes, Rivera había caricaturizado a Rockefeller Senior en una escena satírica en los murales de la sep donde criticaba abiertamente al capitalismo, detalle que probablemente no pasó por alto la poderosa familia, como tampoco habrán ignorado su postura socialista y su personalidad subversiva y contradictoria; aún así, probablemente por su posicionamiento en el mercado internacional, fue invitado a realizar unos mosaicos, propuesta que rechazó hasta conseguir el espacio que deseaba para su mural en el edificio más importante del centro. Y así comenzó el duelo entre Rivera y los contratistas, del que el artista salió en primera instancia vencedor: se empeñó en pintar su mural al fresco, lo consiguió; se estipuló que el cromatismo habría de ceñirse a una gama en blanco, negro y gris, y utilizó el color; ya en el proceso de realización se desvió de la composición originalmente aprobada, incorporando escenas de índole político que confrontaban el capitalismo y el socialismo, y aún así logró pintar tres cuartas partes de la obra. La gota que derramó el vaso fue la inclusión del retrato de Lenin que, desde luego, no aparecía en el boceto preliminar. La provocación llegó al límite. En la exhibición se muestra la correspondencia entre Rivera, Rockefeller y los arquitectos que intentaban una negociación a la que el artista se negó a acceder. El contrato fue cancelado y el mural destruido, desatando un escándalo mediático a favor y en contra. Poco después, Rivera reconstruyó la composición satanizada en su mural del Palacio de Bellas Artes, esta vez sin censura: en ella aparecen en primer plano Lenin, Marx, Engels, Trostsky y otros líderes comunistas, mientras que Rockefeller enarbola la imagen de la decadencia capitalista. A fin de cuentas, Rivera se salió con la suya •
cavernas. Era un tipo primitivamente sofisticado. A ello hay que sumar, por supuesto, la mucha música que había escuchado, digerido y metamorfoseado en su esqueleto. Algunos de los mejores ejemplos de su personalidad se hallan, además del repertorio de la Santa Sabina, justo al lado de Fratta. Con él encontró la zona media entre el pop estricto y la libertad de fraseo, lo que le permitió centellear en forma diferente. Si nos ponemos técnicos, podemos decir que uno de sus cuños eran los redobles atresillados que aterrizaban en silencio o en tarola, mas no en bombo (lo común), así como la acentuación en el llamado up beat, esto es, la parte superior del tiempo, la que no está a tierra (down beat). Al escucharlo presenciábamos las sombras de las canciones. Era de ésos que preferían las grietas, de los que hacen cantar al contratiempo (también llamado hi hat: dos platillos que chocan gracias a un pedal). Sobre él conseguía figuras sutiles y veloces que condimentaban, espolvoreaban inteligencia sobre el ritmo. Hidrocálido de nacimiento, allá en “Aguas” también lo vimos tocando con Kenny y los Eléctricos (de hecho coincidimos en la grabación del disco Sicodelia de la tapatía, en el año 2005) y supimos de sus andanzas con el álbum y banda Díaz de Julio, con Elevador, con Chicle Bomba o acompañando al extraordinario conjunto El Azote. Incluso aplaudimos su ingreso al grupo de soporte de Timbiriche a finales de los dosmiles, pues el reconocimiento a su talento superaba géneros para ofrecerle un sustento digno, lo que se ha hecho imposible para los músicos del under mexicano. Dicho todo esto, descanse pues en su Coda final el admirado Julio Díaz. Ha llegado el momento de poner los discos donde grabó, de buscar los videos donde quedó su impronta y de ponerle atención a su hijo, Julio Díaz Jr., quien también se expresa en la batería de maneras notables. Que suenen los redobles y comience la marcha. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
ARTE Y PENSAMIENTO ........
14 de diciembre de 2014 • Número 1032 • Jornada Semanal
PASO A RETIRARME
CABEZALCUBO Ana García Bergua
Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch
Hojas de papel volando
Enredos de las redes (i de ii) #YaMeCansé
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UÉ GUSTO PODER LEER, reunidos, los cuentos de Elena Poniatowska, en estas Hojas de papel volando ( era ), título que nos hace pensar en el confeti de las fiestas populares y el “Son de la negra”, pero también en los papeles picados de Día de Muertos, en las banderas de papel verdes, rojas y amarillas de Machado. Los cuentos de Elena son un vaivén, papeles al viento que revolotean por Ciudad de México y la entraña viva que hemos sido desde hace tantos años sus habitantes. Recorren nuestra Babilonia en los distintos tiempos, calles y colonias donde vive gente muy distinta, de clases muy distintas, y no sólo distintas sino lejanísimas. Y también podemos ver qué
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mundos opuestos y trágicamente paralelos coexisten en una misma casa, los aires variados que hilvanan al vuelo los clientes de una tlapalería o el sonido de lloroso saxofón de un hombre que se enamora de una actriz de la pantalla. Mundos perdidos e infinitos que Elena Poniatowska atrapa como el globero a sus globos, por el hilito de la narrativa sagaz que ya se sabe todos los trucos, y los pasea, brillantes, dolorosos, gordos de vida, ante nuestros asombrados ojos. Pero no son estas Hojas de papel volando la crónica de esta ciudad. La crónica, por supuesto, se escapa siempre en la obra de Elena, a quien Octavio Paz llamó “el pájaro de la literatura mexicana”, expresión precisa y exacta de este vaivén del periodismo a la ficción, de la entrevista a la prosa, del testimonio a la crónica, a la novela, al cuento. Pero probablemente en estos cuentos breves, concentrados y fragantes está la Elena Poniatowska más íntima, el rescoldo de sus grandes novelas y sus grandes reportajes que ha pulido como pequeños zafiros en estas piezas alegres y tristes y paseadoras, cuyos personajes, ante todo, son entrañables. Yo me quedé prendada de Esperanza, la recamarera “infinitamente malquerida” que conoce las distintas caras del amor a través de las llamadas equivocadas que sin falta contesta en “Esperanza, número equivocado”. También me encanta Esmeralda Loyden en “De noche vienes”, la enfermera que tenía cinco esposos y a todos los atendía muy bien, con la misma limpidez con que le responde al juez que la interroga sin entender nada. Y me conmueven terriblemente Mónica, Rosa e Hilaria en “El limbo”, ese cuento que narra una tragedia silenciosa en nuestra ciudad de señoras y niñas y sirvientas que se embarazan y no lo pueden decir, y lo tienen que esconder o parirlo o matarlo en su triste habitación sin que nadie lo sepa o lo quiera ver, como si sus vidas fueran virtuales. Esas mujeres que se llaman Hilaria, Rufina, Lupe, víctimas de la locura de sus amas solas o escandalizadas. Un personaje muy impor tante en estos cuentos es el tiempo. Algunos de sus personajes son fantasmas, como la protagonista de “Estado de sitio” que pasea por una ciudad igual de fantasmal en busca de los rostros y el reconocimiento humano. En “El inventario”, los muebles que atesora la tía Veronique son una historia muda de los antiguos
social y política, o para el caso también artística y cultural, deportiva o de espectáculos. Las redes sociales han tomado esa estafeta de la responsabilidad de informar a la sociedad, que por complicidad y servilismo con el poder político, los medios masivos han convertido en sinónimo de negligencia, sobre todo las televisoras. Es por medio de las redes sociales como se han propagado cientos de testimonios audiovisuales, cuestionamientos y confrontaciones a funcionarios, como el mismo presidente de la República, el procurador general o el secretario de Gobernación, que nunca hubieran sido transmitidos en televisión abierta en México. Televisa y tv Azteca editan las rechiflas y las mentadas de madre, o calculan en “siete mil” una marcha de decenas de miles, para minimizarla, reducirla en implícito desprecio para quienes protestamos contra sus alecuijes del desgobierno. O simplemente omiten la información incómoda mientras subrayan desmanes de un puñado de vándalos para, otra vez y cada que pueden, mancillar la imagen de un movimiento intransigente pero pacífico que exige además lo antes impensable en las dimensiones actuales que atiborran marchas multitudinarias que se multiplican en decenas de ciudades y allende las fronteras para reflejarse de inmediato u originarse en las redes sociales, los grandes foros de convocatoria pública a esos actos verdaderamente masivos: que renuncie ese que se dice presidente de México por inepto. Las redes, a diferencia de los medios tradicionales y ahora conservadores, proyectan en su mayor parte los sucesos como brotan. Sin maquillaje. Las redes además han acunado un número creciente de medios alternativos –portal e s, fo r o s d e d i s c u s i ó n , blogs y agencias informativas– que por los canales tradicionales hubieran sido bloqueadas en su tránsito al público, además de que establecen un vínculo global, palpitante e inmediato con el exterior. Las redes rompieron, en suma, el cerco informativo. Una frase inoportuna de un funcionario arrogante como el procurador Murillo Karam se convierte de pronto en nom de guerre de un movimiento social de rechazo al gobierno. Es extraño, digo, porque hace una bicoca de años, cinco o seis, la mayoría de quienes ahora hacemos uso cotidiano de las redes sociales
esplendores familiares, pero también de su contraparte de exilios, muertes y separaciones.“De Gaulle en México” recupera la historia del capitán condecorado por De Gaulle por su brillante actuación en la segunda guerra mundial, cuando hace cola en el Palacio de Minería para saludar al viejo general de visita en México. También de otro tiempo es Pancho, el ferrocarrilero que se refugia del tiempo, la vejez y la soledad en las entrañas de fierro de su máquina en “Métase mi Prieta, entre el durmiente y el silbatazo”. Y también en este libro hay mucho amor. Amores obsesivos como el del hombre en el cine, pero también amores plenos por hombres admirables y no pocas veces distantes, como en “La jornada”, cuya protagonista escoge al único hombre que se impone con sus palabras, o el de “Canto Quinto” o “La hija del filósofo”, donde juegan el hombre y su importancia. No así en “La ruptura”, historia de una maestra y un tigre que se convierte en gato. Amores fuertes, eróticos, dolorosos y llenos de alegría también, amor filial como en el entrañable “El rayo verde”, evocación de la madre y la promesa de la felicidad. En estos días tan terribles que estamos viviendo, en los que nos faltan 43 y muchos más, son un recordatorio de lo que hemos sido, el México mestizo, antiguo y moderno, tan agridulce, del que provienen una vitalidad y una riqueza humana enormes y conmovedoras, pero también las injusticias más dolorosas y, a veces, el odio más feroz •
S EXTRAÑO TODO ESTE fenómeno vertiginoso de las redes sociales. Irrumpieron en la sociedad como una especie de juego, de novedad que hacía simultánea la comunicación alternativa y futurista, ajena a las vías ya tradicionales e incorporadas a los mecanismos de la modernidad como el teléfono y poniendo fuera de combate otros, como el telégrafo o el correo mismo que sucumbieron trucando papel por algoritmos. Facebook, Twitter y sus sucedáneos, herederos o similares, han cambiado radicalmente tanto la forma en que nos comunicamos los usuarios como la forma en que abrevamos información periodística de relevancia no teníamos idea de qué cosa es un hashtag, y mucho menos pensábamos que su vigencia de días o semanas en un tablero de tendencias de opinión en internet, como el de Twitter, tuviera poca o ninguna importancia ( Twitter, basado en San Francisco, California, hizo su aparición en internet en julio de 2006). Pero en medio de esta verdadera guerra civil mediática que ya vivimos en México de un vasto sector de la sociedad enfrentado al estamento gubernamental y su cara partidista, el priísmo, sostener a fuerza de voluntad colectiva una etiqueta de menciones como el hashtag #YaMeCansé, que hace alusión directa y sin escalas a que muchos, muchísimos mexicanos ya estamos hartos de la podredumbre, la corrupción y la violencia que parecen ser la insignia del priísmo y sus socios y cómplices (incluyendo a buena parte de la delincuencia organizada) es una suma de toda clase de tribus urbanas y políticas, una amalgama inmensa, verdaderamente colectiva, sin jefes ni operadores que logren, aunque lleguen a tenerla, imponer su propia agenda política. La reacción –com o h e c h o a l a m e d i d a e l a d j e t i vo “reaccionario”– no se hace esperar con la torpeza característica del autoritarismo: operadores pagados que a escondidas, ocultos al escrutinio público pero ni duda cabe que fondeados con dinero público, operan en las redes para contener o reducir, tal que granaderos cibernéticos, las inocultables y caudalosas expresiones de enojo popular. Ellos “tiran” el #YaMeCansé (que como caso inédito se mantuvo vigente en primer lugar en Twitter por semanas enteras) y ya brotó el #YaMeCansé2. Y a ver de veras quién se cansa primero • (Continuará.)
Ilustración de Juan Puga
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Jornada Semanal • Número 1032 • 14 de diciembre de 2014
CINEXCUSAS
PROSAÍSMOS Orlando Ortiz
Luis Tovar Twitter: @luistovars
La cuadratura del círculo
La salvaje violencia
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RAÍZ DEL “DECÁLOGO DE Peña Nieto”, como se ha dado en llamar al plan de diez puntos por la justicia que dio a conocer el Ejecutivo el 27 de noviembre, se levantaron comentarios y críticas a diestra y siniestra; una ristra de juicios que llega a nuestros días y seguirá dando material para todos y todo. A mí me remitió casi de inmediato a la polémica y lucha entre centralistas y federalistas que se dio después de la consumación de la Guerra de Independencia. Porque el planteamiento de que la federación pueda intervenir en los municipios para desaparecer a sus autoridades y cuerpo policíaco, si se sabe que
está intervenido por el crimen organizado, es un arma de dos filos y devela (o puede revelar) una actitud centralista que puede devenir en dictadura. De cada uno de los “diez mandamientos” podría hacerse algún comentario, pero me llama la atención que se obvie la cuestión de la justicia. Muchos son los que señalan la ausencia de lo relativo a la corrupción y la impunidad. Esta separación, creo, no debería hacerse, pues desde mi punto de vista la impunidad es lo que propicia y estimula la corrupción. No se tocó para nada al Poder Judicial, núcleo muy importante si quiere alcanzarse la justicia. Esto ya se señalaba desde el siglo antepasado, que el sometimiento del Poder Judicial al Ejecutivo era la raíz de muchos de los males del país. ¿En esta ocasión se le encontrará la cuadratura al círculo? La cosa es complicada, porque suponiendo que se lograra alcanzar ese objetivo de “la justicia es igual para todos”, se puede suponer que no quedarían exentos de ser juzgados, en su caso, los jueces y los agentes del Ministerio público venales, mismos que han sido objeto de suspicacias en muchas ocasiones. Pero, en tal caso, ¿quién los juzgaría? ¿Otro colega? El sospechosismo (como dijo “aquél”) brincaría de inmediato, y más todavía si el convicto o juzgado “resultara” inocente y quedara en libertad. Lo cual no es raro, pues sucede con frecuencia y con peces grandes del narco o de la delincuencia organizada. En tal caso tendríamos que sacar del rincón donde quedó arrumbada y quitarle las telarañas a eso que se llamaba “Jurado Popular”, al que se recurría cuando un empleado federal cometía un delito; los así juzgados fueron siempre (o casi) carteros que habían extraído dos o tres billetes de alguna carta, recurso utilizado por quienes ignoraban la existencia del servicio de giros postales, desconfiaban de él, o necesitaban enviar el dinero a un pariente analfabeto que seguramente no sabría qué hacer al recibir el giro.
Que yo recuerde, nunca un funcionario de alto nivel pasó por ese trance. Ahora, suponiendo que esa fuera la vía para juzgar a jueces y Ministerios Públicos corruptos, la indignación popular es tal que no me extrañaría que se demandara el establecimiento de la pena de muerte, linchamiento o lapidación. Esto sería demasiado, sin embargo debe quedar claro que en la base de la inconformidad e indignación está la actual impunidad que prevalece cuando se trata de castigar a jerarcas y funcionarios corruptos, entre los cuales hay algunos que presumiblemente deberían ser quienes se encargaran de punir a los infractores de la ley. El peligro del “terror” estilo Revolución francesa sería mucho. La figura del Jurado Popular se establece desde 1880 en el Código de Procedimientos Penales, con el nombre de “jurado de responsabilidad”; y ya en el México independiente, a poco de consumada la guerra, en diciembre de 1821, se ratifica su validez. A partir de esa fecha, con cambios de matices a veces, la figura prevaleció, y en la Constitución de 1917 se votó por unanimidad el proyecto del artículo 111 que, según José Ovalle Favela,“establece que los delitos oficiales cometidos por los funcionarios públicos” siempre deben ser juzgados por un Jurado Popular. Entre los matices que mencionaba más arriba, está que a veces se le ubicó como delito civil y a veces como delito criminal. La pregunta es inevitable: ¿por qué no se ha utilizado el artículo 111 en los muchos casos en los que se debería de haber enarbolado? Porque el artículo mencionado sigue vigente (hasta donde yo sé), pero en 1979 se le hizo una modificación, que no cambió la redacción al artículo, pero sí le quitó el filo. Esta reforma estaba en contradicción total con el espíritu de la ley original, pero se hizo a un lado ese pequeño detalle. De esta manera quedó abierto el camino hacia la impunidad de las instancias judiciales. ¿Los legisladores lo habrán hecho inocentemente o con todas las agravantes? •
AY MÁS, DE VARIAS nacionalidades, pero un antecedente mexicano que de inmediato viene a la memoria después de ver el filme argentino Relatos salvajes (Damián Szifrón, 2014) es Historias violentas (Daniel González Dueñas, Diego López, Carlos García Agraz, Gerardo Pardo y Víctor Saca, 1985). Quien las haya visto estará de acuerdo: más allá de que en la mexicana a cada uno de los cinco cineastas le correspondió dirigir una historia, mientras la argentina fue escrita y dirigida por un solo realizador, Relatos salvajes está compuesta, al igual que aquélla, por un conjunto de historias que no obstante ser autónomas en el plano de la anécdota, y en buena medida independientes en términos formales unas de otras, guardan una relación de coherencia interna. Por lo demás, ambos filmes se sirven de un adjetivo muy explícito para dejar clara su intención temática: violentas, en el caso de la mexicana; salvajes, en el de la argentina. Aunque muy probablemente no haya sido esa la intención de fondo de quienes las han llevado a la pantalla, ambas películas pueden ser vistas como sendos conjuntos de brevísimas estampas-estudios sociológicos de clase, necesariamente simplificados, que en ciertos casos llegan incluso a cierto nivel de esquematización. Empero, esto último no representa por fuerza insuficiencia o defecto, si se toma en cuenta el que debería ser –y que, vistas las cintas, de hecho es– el trasunto más profundo de historias y relatos, mismo que es expuesto más que suficientemente: la exhibición de la naturaleza humana cuando las circunstancias de vida, de carácter, de situación o, mejor aún, todo esto junto, orillan a uno o más individuos al ejercicio de la irracionalidad en su vertiente tanática, destructiva. Violenta, dicen los directores mexicanos; salvaje, alega el argentino. Sociología de clases, pues, porque con independencia de la similitud obvia –la agresividad humana enderezada contra un semejante–, en las once historias en total aquí contadas la mayor constante, presente en un buen número de ellas, es la confrontación entre individuos que pertenecen a clases sociales diferentes. Así sucede, entre otros ejemplos citados por el azar de la memoria, cuando el propietario de un automóvil es muerto a manos de un grupo de vecinos pudientes que no pueden dormir a causa de la estridente alarma del vehículo (en Historias violentas), y también cuando, al pasar, el conductor de un lujoso coche le espeta al de un auto muy desvencijado un comentario clasista ofensivo, con resultados fatales para ambos.
Relatos salvajes
QUe haBlen los pUños –y los cUchillos, y las Balas… Establecer que los seres humanos somos naturalmente violentos y potencialmente criminales no es la intención de los filmes: no se necesita una película para convencer a nadie de algo tan evidente. La búsqueda, más bien, estriba en dos aspectos interrelacionados: qué puede suscitar el advenimiento, aparentemente repentino, de la volición tanática, pero sobre todo por qué pareciera que el mundo contemporáneo es un inmejorable escenario, o más aún, cada vez más acusadamente un perfecto caldo de cultivo para la resolución de los conflictos por la vía de la aniquilación de quien los encarna, que es decir, jamás por medio de la neutralización de las causas y mucho menos a través de la conciliación entre las partes de un conflicto, cualquiera que éste sea. Desde esta perspectiva, los Relatos salvajes de Szifrón cumplen cabalmente una función simbólica, en tanto llevan al extremo último –la muerte de al menos un personaje en cada historia, salvo en la última, quizá a manera de tenue luz al final del túnel– cierta tesis actual que bien puede sintetizarse en esta frase popular: “¿Y para qué hablar si podemos agarrarnos a chingadazos?” De confrontaciones a partir de la clase socioeconómica a la que cada uno pertenece, así como de aniquilación de los antagonistas, tristemente sabemos, mucho más de lo que quisiéramos, mexicanos y argentinos: el todavía reciente y no del todo superado tiempo infernal del neoliberalismo salvaje en Argentina, por un lado, así como el impune –y quién sabe si alguna vez sujeto de revisión y de justicia– presente desaparecido, desollado, sanguinolento y calcinado del México de hoy, tienen un reflejo no directo sino metafórico, arquetípico, en todos casos eficaz, en cintas como éstas. Es notable, por cierto, que treinta años de distancia entre una y otra no establezcan diferencias sustanciales; será tal vez porque para el salvajismo y la violencia no hay progreso ni civilización que valgan •
ENSAYO
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harlot encuentra al Füher en el espejo mientras filma El gran dictador. Aunque no es lo mismo la sombra de mi bigote recortado de vagabundo que la mosca posada sobre el labio del criminal, al paso rápido de un diario de Berlín o de Nueva York podrán confundirnos. Fue el pequeño bigote el que me decidió, al momento de hacer el humilde papel de barbero judío, a trocarlo por el rol del gran asesino. El filme me obligó a salir de mi mudez en la pantalla: “La avaricia ha envenenado el alma de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio.” “Lo siento. No quiero ser emperador. No es lo mío. No quiero gobernar o conquistar a nadie”... Mientras ensayo en la trasescena, el oscuro pintor de brocha gorda, el espantajo sonámbulo, planea invadir a Rusia con sus logias de llanto. Yo lo veo en el espejo del camerino a punto de regar por la Europa crispada y ruinosa, por la pérfida madrastra, la sombra de la gran podredumbre. Veo el estentóreo paso de ganso de la muerte, a los soldados adiestrados por el imperativo mandato del olvido, batallones de muertos haciendo su lamentable simulacro. Oigo disparos en la noche emboscada en pleno día, la voz del miedo y el odio que trabaja levantando presidios, oigo la voz de la obediencia regando su sembrado de muertos. Llevo unas horas enfundado en el traje del gran dictador y me fatiga calzar su máscara de macabra opereta. Si todo fuera tan fácil como cubrir el espejo con mi estrujado saco de vagabundo, si lo fuera como poner la palabra fin en un guión de una película...
Encuentro de Mackie el Navajas con Pedro, un matón de esquina El 28 de febrero de 2013 a las 11 en punto de la noche, Mackie y Pedro Navajas se tropiezan e intercambian recetas para esconder un puñal. Un parroquiano regresa a casa, tararea un tango de lunas muertas o el triste adiós a Lili Marlén. Al doblar una esquina, ¡zas!: Mackie el Navajas, como quien ejecuta un paso de ballet, le enseña cómo aligerar a alguien de su pesado equipaje. Es diestro en ayudar a pasar a un parroquiano al otro mundo, como algunos ayudan a un ciego a cruzar la calle. Sabe cómo liberarlo del peso de unos peniques en la bolsa, del puñado de monedas que le impide a las almas emigrar. Pedro sonríe, deja ver en su boca una esquirla de oro que titila como un candil de socavón y acaricia en la pequeña noche del bolsillo de su revólver. Una rata encandilada al paso de una ambulancia se desliza entre jeringas desechadas y periódicos de ayer. La lejanía, ¡ah!, la huidiza lejanía desciende de un barco en el viejo muelle de los olvidos y el silencio se pasea en la cubierta de un velero sin capitán. En la penumbra de un pequeño teatro, Bertolt Brecht sigue la acción desde un cartel descolorido, y la noche, la asmática noche, se enfunda en un gabán. Panamá, febrero 28 de 2013
Posible encuentro de Lousie Michel y Jean Arthur Rimbaud en la Comuna Es posible que el encuentro entre Lousie Michel y Jean Arthur Rimbaud se haya dado en un umbral de la Comuna. Si la historia no lo permitió, merece ser escrita de nuevo. Digamos que ocurrió de la siguiente manera: Michel, la impaciente anarquista, tropezó con un hombre que huía del futuro, de una comarca salvaje que acostumbraba a visitar tras vadear las fronteras movedizas de su infancia. Ella venía del exilio Desplegando una bandera En un palo de escoba, Una bandera negra En recuerdo de sus muertos. Dicen que la escoba la heredó de una vieja hechicera y que la usó en los estrados para barrer vestigios de la oscura noche medieval. El poeta conservaba su sombra intacta, aún tenía sus dos piernas tragaleguas y un paladar que seguía encontrando amarga la belleza. Venía cargado de frutos robados al viejo guardián del Paraíso. Los dos intercambiaron recetas contra el hambre y los exilios, la impaciencia y el presidio. Sus palabras obedecían a sus gestos, arropados bajo el sol rojo y negro de las barricadas.
s o n u lg
A entros u c en Juan Manuel Roca
Ella venía del exilio Desplegando una bandera En un palo de escoba, Una bandera negra En recuerdo de sus muertos. Lousie Michel defendió a las prostitutas en la cárcel, mujeres de lengua suelta y corpiños apretados que para Rimbaud eran la higiene de la raza. Un posadero llamado Fourier les sirvió una sopa espesa, humeante como las calles de París: “Buen apetito”, susurró el posadero, “el futuro está servido” •