RUBEM ALVES Y GUSTAVO GUTIÉRREZ: DE LA
50 AÑOS
TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN
SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA SÁBADO 15 DE SEPTIEMBRE DE 2018 NÚMERO 1228
Leopoldo Cervantes-Ortiz
Cristianismo: ¿opio o liberación? Rubem Alves
Memorial del viento, de Carlos Payán: adiós a la clandestinidad Eduardo Vázquez Martín/ Vilma Fuentes
LA JORNADA SEMANAL
2 15 de septiembre de 2018 // Número 1228
Street Art en la ciudad de Panamá
Crónica Roberto Garza
50 AÑOS DE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN Hace medio siglo, el teólogo protestante de origen brasileño Rubem Alves y el sacerdote católico peruano Gustavo Gutiérrez fundaron la Teología de la Liberación, corriente cristiana teórica y práctica conocida también como la “opción preferencial por los pobres”. Orientada sin ambages hacia la defensa y el trabajo en favor de las causas sociales más urgentes, sobre todo en América Latina, quienes abrazaron esta vertiente del cristianismo ha sufrido no pocas estigmatizaciones e incluso persecución y crimen en su contra. El ensayo de Leopoldo Cervantes-Ortiz reivindica, desde el análisis sociohistórico, la importancia de este movimiento que surge del pensamiento religioso y lo trasciende.
ARTEMISA o la alienación parental Crónica de un severo y no tan raro desencuentro marital, amenazas e insultos demandas y agotadores juicios, entre dos adultos y en detrimento de una niña que no la debe y sí la teme ya desde su infancia turbulenta y lo que en consecuencia se genere.
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A
rtemisa llegó a este mundo el 24 de marzo de 2012. El ginecólogo la sustrajo del vientre materno vía cesaría en el quirófano de un hospital del norte de Mérida, Yucatán, y se la entregó en las manos al papá gritándole “¡felicidades!” Una hermosa dragona de agua de inmensos ojos azules nació en el corazón del Mayab. Al cabo de siete meses, en el otoño de ese mismo año, cuando el calendario maya anunciaba irónicamente el fin de un ciclo (baktún) el 21 de diciembre, los padres de Artemisa tuvieron un espantoso desencuentro, producto de un conflicto tan inocuo como profundo que alcanzó niveles insospechados de violencia verbal, emocional y psicológica de ambas partes. Dos adultos con evidentes problemas psicológicos –ella con un trastorno histriónico de la personalidad y él en plena depresión postdivorcio–, que se quieren y a la vez atacan con toda su fuerza. Sí, la de los padres de Artemisa fue una relación pasional que se encendió tan rápido como una cajetilla de cerillos y terminó a los dos años entre gritos e insultos mutuos. Total, una familia más se desmembró a punta de mentadas de madre y de la manera más incivilizada que se puedan imaginar. La madre de Artemisa, fría y calculadora, se organizó con sus hermanas y salió de ese infierno a finales de noviembre de 2012 con todo lo que pudo llevarse de la casa, incluida la pequeña Artemisa.
Fuente: www.careleader.org
Una cálida noche del verano de 2011, en un pequeño departamento de la colonia Mixcoac en Ciudad de México, una pareja de enamorados tiene relaciones sexuales. Cuando él está a punto del orgasmo, ella le pide que no se salga y que termine adentro. “Hoy acaban mis días fértiles, no creo que pase nada,” dice ella en pleno clímax. “Pase lo que pase voy a estar contigo,” le responde él mirándola fijamente a los ojos pero con la seguridad de un perro asustado. Semanas después, ella comenta que no ha menstruado y compran una
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Fuente: www.divorceforce.com
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*** prueba de embarazo. Da positivo. La noticia los golpea de diferente manera. Una mezcla de felicidad con susto los sacude. Él entra en pánico y plantea la posibilidad de abortar. Tiene meses de haberse divorciado y dos hijos que mantener. Lo conversan y deciden afrontar juntos la situación y formar una familia. Acuerdan que, de ser niña, su hija se llamará Artemisa y también que vivirán cerca de la playa. Dos meses después, él se va de avanzada con todas sus chunches a Mérida a trabajar como escribano para el gobierno estatal. Se adapta rápido al cambio y en diciembre, cuando la madre de Artemisa tiene seis meses de embarazo, va por ella a Ciudad de México y juntos se lanzan en auto hasta la capital de Yucatán y se instalan en una casa en el vecino municipio de Cholul.
*** Tras la rUpTUra de noviembre de 2012, los padres de Artemisa, cada uno por su parte, regresaron a Ciudad de México. Vía correo electrónico y mensajes de texto, el padre pidió en reiteradas ocasiones a la madre que llegaran a un acuerdo para pagarle una pensión mensual y establecer un régimen de convivencia con su hija. La madre no respondió. Era claro que buscaba hacerle daño al impedirle ver a su hija. En febrero de 2013, el padre, desesperado por no poder ver a su hija, insistió marcando obsesivamente al celular de la madre pero ella, en lugar de tomar la llamada y dialogar, se sintió amenazada y movió sus influencias en la Procuraduría General de la República (era amiga de un subprocurador, nada más) y lanzó una brutal ofensiva judicial (y extrajudicial) en contra del padre de Artemisa, acusándolo, entre otras cosas, de violencia psicológica. El papá de la niña, periodista de profesión, denunció públicamente el influyentismo de la madre y la falta de ética con la que estaba actuando la pgr, institución que, al verse balconeada en los medios, de inmediato reculó y retiró las tres demandas que afrontaba el padre. Ante ese nivel de conflicto, la probabilidad de que padre e hija se reencontraran se hizo añicos. La comunicación entre los progenitores se rompió
por completo. Meses después, el 5 de septiembre de 2013, el padre recibió un par de demandas civiles con las cuales la madre pretendía quitarle la custodia y la patria potestad de Artemisa.
*** lUego de caTorce meses sin ver a su hija, en una audiencia pública celebrada en febrero de 2014, la juez encargada del caso pidió a la madre que presentara a Artemisa ante el padre para ver personalmente la reacción de la niña. El padre no la veía desde noviembre de 2012, cuando Artemisa tenía siete meses de nacida. “Hola, Artemisa, soy papá.” Artemisa vio a su padre y sonrió. Él la cargo, abrazó y jugó un rato con ella ante el rostro desencajado de la madre. La juez, que desde septiembre de 2013 había fijado una pensión alimenticia, determinó que Artemisa y su padre se verían en un centro de convivencias cuatro días a la semana. La madre estalló de rabia. Desde la separación, jamás le comentó a Artemisa sobre la existencia de su padre. Lo mató en el sentido figurado. Nunca le mostró una foto, menos un video; vaya, ni siquiera le dijo que tenía un padre. La intención de la madre con las demandas era cobrar la pensión y quitarle la custodia y la patria potestad al padre para que nunca pudiera ver a su hija. Pero sus planes de alienación parental se vinieron abajo cuando la juez estableció el régimen de convivencias. Artemisa, dictó la juez, tiene el derecho a convivir con sus dos progenitores. La madre hizo todo lo que pudo para que el juzgado cancelara las convivencias, incluso cambió de abogado, pero la juez en todo momento veló por el bien superior de la menor. El conflicto legal terminó en noviembre de 2014, cuando la juez recibió los resultados de los estudios psiquiátricos que ordenó a ambos padres. De acuerdo con el Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez, la madre de Artemisa padece de un trastorno histriónico de la personalidad, hecho que pone en riesgo el sano desarrollo de Artemisa. Ante los resultados del examen psiquiátrico y la posibilidad de perder la custodia, la madre no tuvo más opción que retirar las demandas y buscar la firma de un convenio con el padre.
han pasado casi cUaTro años desde la firma del convenio que establece el monto de la pensión y la frecuencia de las convivencias y la madre de Artemisa ha continuado desde entonces con su política de alienación parental. Cancela convivencias cuando le viene en gana, las suspende durante las vacaciones escolares, excluye al padre de las actividades cotidianas y educativas de la niña e incluso se ha negado a decirle al padre en dónde vive su hija. La dirección que presentó ante el juzgado es la de la abuela de Artemisa y el padre la tiene que recoger ahí las veces que la madre decide que habrá convivencia. He aquí un ejemplo en apariencia trivial pero que ilustra muy bien la manera de actuar de la madre: el verano pasado, el padre de Artemisa acudió a la ceremonia de fin de curso de su hija y aprovechó para presentarse con la directora del colegio para solicitarle que por favor lo incluyeran en la lista de padres que reciben información vía correo electrónico, así como en el chat de padres de familia. “Sólo quiero estar al tanto de las actividades escolares de mi hija,” explicó el padre. La directora tomó sus datos y le aseguró que así lo haría, pero pasaron los meses y nada. La directora del colegio (un Montessori) decidió excluir al padre de estas listas por solicitud directa de la madre, quien resultó ser amiga de aquélla. Cuando el padre le habló por teléfono a la directora para saber por qué estaba siendo excluido, recibió la siguiente respuesta: “Vamos a evaluar tu petición y en una semana, si es que acaso hay algo que decirte, te informamos.” Pasó la semana y nada. Este es tan sólo un ejemplo de las diversas acciones alienantes que promueve cotidianamente la madre de Artemisa. Acciones frecuentes, llevadas a cabo en el día a día, que mantienen a Artemisa lejos de su padre. Los niños y las niñas tienen el derecho a convivir con y a ser amados por sus dos progenitores, estén juntos, separados o divorciados. Artemisa, como muchos otros infantes, no goza plenamente de ese derecho fundamental; por el contrario, vive en un entorno familiar donde la figura paterna no existe o es un monstruo invisible al que la niña tal vez terminará odiando. Y eso tiene nombre y apellido: alienación parental l
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CARLOS PAYÁN: Ú
Carlos Payán en entrevista en nuestras instalaciones. Foto: José Carlo González/ La Jornada
ltimas noticias: el periodista, militante de izquierdas y luchador por las libertades públicas de México, ha tomado el camino de la poesía; con Lejanías (2016) y Memorial del viento (2018), Carlos Payán Velver da paso a una voz hasta hora desconocida en su brega por la vida: la que se expresa a través del verso. ¿Se trata de una conversión? ¿Es acaso el testimonio del guerrero que reposa? No me lo creo, más bien parece ser que, como en el caso del soldado Garcilaso de la Vega, le ha ganado a sus batallas públicas tiempo para la poesía, como dice el de Toledo: …hurté de tiempo aquesta breve suma, tomando ora la espada, ora la pluma.
Lejanías (2016) y Memorial del viento (2018), son el motivo de este texto sobre el director fundador de este diario, un incansable periodista de proverbial lucidez, destilado erotismo y sutil melancolía.
AquestA breve sumA de Lejanías y Memorial
del viento (coeditados por el colectivo Tequio en la serie Hojas del huerto y diseñados con exquisita sencillez por Azul Morris) da fe, como en el caso de Garcilaso, de la profunda sensibilidad de un inquebrantable guerrero que resiste el cerco siempre presente de la muerte. Se trata de quien deja sosegada la armadura, para voltear a ver el hecho deslumbrante del paisaje, para tocar la piel del milagro femenino convertido en cuerpo, para encarar el diálogo íntimo con el paso de los días. El poeta Carlos Payán abre esta suma poética con un haikú, forma a la que recurrirá de manera reiterada a lo largo de estas páginas (y me refiero siempre a ambos libros porque me parece que son inseparables, el resultado de un mismo acto creativo, dos hijos concebidos en un mismo impulso, gestados en el mismo vientre y nacidos uno tras otro en el mismo y prolongado parto): Encontré su nombre entre las piedras. Supe entonces que había llegado.
¿QUién es esa presencia? ¿Es el amor o es
Eduardo Vázquez Martín ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
la muerte? ¿Quién se anuncia de esa manera entre las piedras? ¿Las piedras de dónde? Esta impronta de origen oriental hace que el poeta recurra frecuentemente a pintar el paisaje y observar el paso del tiempo en él, sobre todo el que va del otoño hacia el invierno. Cuenta y canta, pero hace además otra cosa el poeta: intenta aproximarse a la naturaleza misteriosa del mundo, porque el paisaje es para el poeta lo que el texto sagrado para el místico, el recinto inagotable de un enigma que no es posible traducir ni explicar del todo. Por eso el poeta Payán opta por desvestir el enigma y no pretende su disección; opta por desnudarlo con palabras claras, porque un enigma desnudo revela su belleza sin perder jamás su naturaleza oscura.
En un instante trastocaste todo. Bastó el abrazo en medio de la gente. Tocado por tus ojos adiviné tu piel.
payán, como JUan de la Cruz, Teresa Ávila o Sor Juana Inés, es también un poeta erótico que encuentra el enigma en la superficie misma del mundo que ama, porque con Óscar Wilde sabe que no hay nada más profundo que la piel. Por eso se atreve a hablar de la rosa, de la rosa transfigurada, la rosa mística, laberinto eterno de metáforas, pero su Rosa, “es la que/ bajaba la escalera/ oliendo toda a ella”; su Rosa es Náutica, y sabe llevarlo a navegar “por los mares del ensueño/ y las tierras secretas del deseo”. La Rosa de Payán confirma lo que decía Rainer María Rilke: que una rosa es todas las rosas, que es un ser y un vocablo a un tiempo universal e irreemplazable, donde el amor y el deseo siempre se preguntan, como hacía el poeta chileno Gonzalo Rojas, “a quién amo cuando te amo”: “¿Que nos quedó/ de ese sitio de ese encuentro? (se pregunta el poeta)// “Solo la vida./La que ese día,/ juntos,/ perdimos”, y escribirá más tarde: “Trémula rosa/ cuyo esplendor/ el tiempo asedia”. Hasta aquí he estado sobrevolando Lejanías, que es al mismo tiempo una definición frente al territorio y un lugar que habitar, una casa, pero que quizá también sea una definición del tiempo de un poeta que cierta altura de la vida reconoce existir en Lejanías. En Memorial del tiempo no cambia de lugar, se reconoce ahí mismo con estos versos: En el bosque brumoso deambula el viejo fauno, sus ojos van cargados de una vieja tristura, de una añoranza de otros tiempos.
pero el vieJo faUno convoca de nuevo a las
melíades, a “las ninfas de los fresnos/ que alegres y perturbadoras/ danzan entre la bruma…”; se trata del viejo guerrero que sólo sabe rendirse ante la belleza. Es Carlos Payán un poeta estoico, su llanto no es quejumbroso, es de una transparente dignidad adolorida. Su decisión de acercarse a vivir muy cerca del Mediterráneo –ese mar que para Carlos Fuentes cruza el Caribe y rompe sus olas en América, en el Golfo de México, en las costas de Veracruz y Tabasco, donde vino a dar al mundo Payán–, le regala al poeta su rica tradición literaria y mitológica, y lo convierte en Odiseo; el viejo fauno observa el mar embravecido, “sus turbulencias/ y sus espumosas olas,” y siente la presencia de la muerte y ante su majestad decide “volver a navegar” porque,
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ADIÓS A LA CLANDESTINIDAD POÉTICA
como los antiguos marinos que cita el poeta lusitano Fernando Pessoa, Payán sabe que vivir no es necesario, que lo que se precisa es navegar. Es la necesidad del viaje, es asistir al llamado de las batallas de la vida de lo que se trata, y no de permanecer aquí para aferrarse a una vida insulsa y confortable. Por eso ama, por eso la poesía de Carlos Payán canta la travesía del amante, un ser que sin el objeto de su amor es un desierto: Estoy desolado, herido de ti, muriéndome de ti, solo, solitario, mendicante de tu piel, hambriento de ti. Desolado.
¿es carlos payán Un poeta de último momento? Lo dudo, su poesía revela un habitar de siempre el mundo de lo poético, y eso explica
la profundidad de su obra pública como periodista y militante –porque la poesía, aunque se comparta, es siempre íntima–; eso explica que una y otra vez se haya colocado tan lejos de la banalidad, del oportunismo y tan cerca de la carne de la historia que son los seres humanos, su dolor y su esperanza. Pero también la experiencia de Payán es la del poeta que por el apremio ético de la palabra se sacude la esclerosis del dogma, la beata repetición de la consigna, el bovino sometimiento al comité central o al líder máximo. Los comunistas de mediados del siglo pasado ejercieron el arte de la clandestinidad. Quizá eso ha sido todos estos años Carlos Payán: un poeta clandestino. De ello da cuenta el poema “Por la tierra de Enedino”, con el que cierra Memorial del viento, publicado originalmente en los años sesenta del siglo pasado en el periódico comunista La Voz de México, bajo el nombre de Juan Rodríguez. Extraordinario poema militante dedicado a un campesino asesinado, a un defen-
Carlos Payán durante la presentación del poemario Memorial del viento, en la Casa Refugio Citlaltépetl, por Blanche Pietrich, Eduardo Vázquez y Gisela González, el 14 de julio de 2018. Foto: José Antonio López/ La Jornada
sor de la tierra, “la misma tierra”, repetirá Payán, por la que antes cayeron Zapata y Jaramillo. En este poema, los versos del poeta identifican al campesino y a la tierra como un mismo ser indisoluble, por eso Enedino muere “lleno de raíces”, con “la boca entre la tierra”, “entierrado tierradado desenterrado/ tierraquitado”. No se trata de denunciar ni de pontificar, este poema no busca prosélitos, únicamente da testimonio de lo que nuestra tierra es: un ejido de maíz y sangre campesina. Pero el poema de Enedino nos revela otra cosa, una que celebramos hoy los camaradas de Carlos Payán: que el poeta ha dejado finalmente la clandestinidad y vive entre nosotros l
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MEMORIAL DEL VIENTO de CARLOS PAYÁN: ideogramas de la inminencia
Acercamiento entrañable a un libro de poemas que dan cuenta de una voz atenta a la incesante inminencia del mundo desde el asombro cotidiano, bajo el principio de “un mínimo de palabras, un máximo de significado”.
Vilma Fuentes |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
“E
s un poeta clandestino”, me murmuró Carlos Félix con su vozarrón estentóreo cuando nos encontramos con Carlos Payán en la cafetería de Filosofía y Letras, hacia fines de los sesenta. El calificativo de clandestino no podía sino evocar de inmediato el de público. Entre lo secreto y lo divulgado, acaso no hay paralelismos. Sin embargo, coexisten los poetas prohibidos, condenados por malditos, y los poetas alabados por la crítica oficial de las ideologías en boga, notables del establishment, diplomáticos. Cierto, entre estos últimos hay también un Neruda, un Saint-John Perse, un Claudel. Entre los otros, Villon, Rimbaud, Baudelaire o Jorge Cuesta. Dos caminos separados, cuyos rumbos se alejan al avanzar por ellos. En apariencia, una primera lectura de Memorial del viento, de Carlos Payán, plaquette de poemas fuera de comercio, no da impresión alguna de clandestinidad, como no sea por el corto tiraje de 200 ejemplares. Los poemas recopilados obedecen a una economía estricta del lenguaje: mínimo de palabras, máximo de significado. Principio exigido por Ezra Pound en su ABC of Reading, cuando el significante, señala Roland Barthes, se carga de todos sus significados. La
claridad de la escritura es nítida, construida en términos simples con el lenguaje cotidiano, ése que posee y manifiesta el espíritu de la lengua. Pero, bajo esa claridad, se transparentan otras imágenes, escondidas por la misma evidencia de las palabras, donde se refugian las frases obsesionantes del pensamiento íntimo. El de la inminencia donde vivimos. Destino adivinado en la intimidad de la palabra clandestino. El poeta ve un pequeño pájaro en un parpadeo, apenas un fugitivo encuentro de miradas, y el pajarito desaparece sin dejar a los ojos del poeta mirar su vuelo: Un diminuto pájaro aparece suspendido y sorprendido en el aire. Encuentra mis ojos azorados durante un pequeño instante de eternidad y antes de iniciar el vuelo, desaparece.
en esTe breve poema, Payán presenta dos imágenes, un ideograma. Arriba, la imagen del pajarito suspendido y sorprendido que lo mira. Suspendido en el tiempo del aire inmóvil. Sorprendido de ser, de estar un instante para siempre eterno. El asombro de ser cantado en el Poema de Parménides. Abajo, la imagen de su ausencia. El viento que barre con todo ha pasado. Tiempo de la incesante espera de la cita fatídica, misterio de la desaparición. Ideograma de la inminencia. Existencia oculta de la muerte bajo la vida. La bruma y la melancolía asedian al poeta. Reminiscencia del Apollinaire que dice: Una tarde de media bruma en Londres/ vi venir a mi encuentro un truhán que se parecía a mi amor…, cuando Payán escribe: Cuando la tarde acaba/ y todo es silencio/ menos la bruma… La ausencia es una presencia constante en la poesía de Carlos. Desaparición de la mujer amada. Viudez del amante abandonado, el inconsolable, el desolado. Invocación de la amada, evocación de Nerval: “Yo soy el tenebroso, el viudo, el desolado…/ Mi sola estrella está muerta/ y mi luto constelado porta el sol negro de la melancolía…”, con los versos de
Carlos Payán, director fundador de La Jornada, en nuestras instalaciones. Foto: José Carlo González/ La Jornada
Payán: “Estoy desolado/ herido de ti,/ muriéndome de ti,/ solo, solitario,/ mendicante de tu piel/ hambriento de ti./ Desolado.” Acaso cuando de la nave avista el puerto de su destino, al borde de la inminencia, los años se alzan como oráculos de los augurios de una nueva vida fuera del tiempo que pasa, como expresa en los versos de un soneto: “Obscura soledad que el tiempo ahonda/ cuando los años caen como presagios/ y acaso quedan solo los resabios/ de una llama…/ sin encontrar más nada que certezas/ del tiempo que acabó, que ya no dura.” Durante una plática de sobremesa, en el desaparecido restaurante parisiense A la mexicaine de Yuriria Iturriaga, Carlos confió a Jacques y a mí: “Yo no soy un hombre triste, sólo melancólico”. Cierto, Payán es una persona sonriente, con una melancolía atravesada por el humor. En El Manteado describe, no sin ironía, los preparativos para cocinar un pavo: “Antes, colgar el pavo por las patas,/ someter la cabeza entre las piernas.../ Luego la guillotina y el ritual/ de la disección y el deshuesamiento…/ ¡Adiós, asesina de pavos!.../ ponle la sal de tus lágrimas/ y los laureles arrugados de tu cara…” Inminencia que reanima lo inanimado: las esculturas cobran vida gracias a la palabra del poeta. Doble vuelta de tuerca de la metáfora, silencio sonoro al aproximar la Puerta de Brandenburgo: “Sabrás que vas llegando/ si escuchas a lo lejos/ el fuerte resoplar de los caballos,/ el golpe de sus cascos/ sobre las baldosas,/ el rechinar de los ejes del carruaje.” Memorial del viento fue concebido en Lejanías, Bajos Pirineos, y enviado a una imprenta en México cuando “llegó a nuestra vida un cachorro Bernés de la Montaña que venía agonizando. Se pudo salvar, y ya grita y ladra reclamando su lugar en el universo”. “Dejad hablar al viento/ ése es el Paraíso”, concluye el esquema del último Canto de Ezra Pound l
LA JORNADA SEMANAL 15 de septiembre de 2018 // Número 1228
Dos poemas Alain Derbez
retrAto hAblAdo (2012-2018)
Banal, envanecido, bananero Faro sin luz ni mar mas farolero En apañar se empeña en ser primero Lo ajeno enajenado al fin y entero Histriónica la historia del ratero Que añoraba el aplauso lisonjero Y crédulo creía imperecedero El gobierno de su despeñadero ¿Conoces el país? Por un alero ¿Sabes con qué se nutre? Un salero ¿Qué función tiene un libro? Ir al librero ¿Qué quieres al final? Respeto al fuero ¿La crítica social? Es un puchero ¿Qué te interesa más? Pues el dinero.
son más pero sumé 43 Uno, dos, tres cuatro, cinco, seis, siete Ocho, nueve, diez, once, doce, trece Catorce, quince, “¡corre, huye, vete!” Dieciséis…”¡Jálele cabrón ni rece!” ¡Toma! ¡Perdí la cuenta! ¡Escuincle ojete! Veintiuno, veintidós, ¿contaste a ése? ¡Monta también a aquél! ¿A qué se mete? ¡Dizque venía al futbol!...¡No me parece! Ya diles que se apuren: tengo fiesta ¡Y tú! ¡Acaba la cuenta de una vez! ¿Alguien quiere entonarse? ¡Ora! ¡Presta! ¿Qué? ¿Vamos a esperarnos todo el mes! ¡Teniente a este pendejo me lo arresta! “Son más pero sumé cuarenta y tres”.
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LA JORNADA SEMANAL
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Rubem Alves y Gustavo Gutiérrez:
50 AÑOS DE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN Tanto el mesianismo humanista como el humanismo mesiánico se hallan dominados por el amor y la visión de la liberación humana. La liberación humana, sin embargo, todavía no es histórica, no puede ser encontrada en el presente como realidad. Existe ahora como proyecto de la voluntad.
R
Rubem Alves, Cristianismo: ¿opio o liberación? (1968, 1973)
ecientemente, el sacerdote dominico peruano Gustavo Gutiérrez arribó a los noventa años de edad, con lo que nuevamente volvió a discutirse la relevancia actual de la Teología de la Liberación que él, junto con otros pensadores, inició en la segunda mitad de los años sesenta del siglo pasado. Una vez más, desde los más diversos sectores del cristianismo, especialmente el católico, se está discutiendo apasionadamente si esta manera de expresar la fe en Jesús de Nazaret está viva todavía o si su tiempo de influencia (y eventual eficacia) quedó definitivamente en el pasado, como tanto insisten sus detractores. Quienes piensan dife-
Repaso histórico, motivos y antecendentes de una de las corrientes de pensamiento teológico y social que mayor influencia ha ejercido en el mundo cristiano los últimos cincuenta años, y en el que los estudios y la reflexión de los teólogos Gustavo Gutiérrez y Rubem Alves son referentes insoslayables. En México, en la vertiente católica, Luis del Valle y Miguel Concha son autores notables.
Arriba: Gustavo Gutiérrez, teólogo, ilustración de Jesús Díaz Hernández. Página siguiente: Ernesto Cardenal confiesa que fue reprendido en persona por Juan Pablo II en la visita pastoral que éste hizo a Nicaragua en marzo de 1983, por lo que fue suspendido a divinis por su compromiso con los sandinistas de Nicaragua. Fuente: www.lastampa.it
Leopoldo Cervantes-Ortiz ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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rente subrayan el hecho de que si bien esta teología no fue universalmente aceptada por las iglesias latinoamericanas, en donde dejó mayor huella y sigue presente es en el lenguaje religioso y espiritual que inevitablemente refleja la nueva manera de expresión de la fe “en diálogo con las realidades sociopolíticas” que introdujo en los ambientes cristianos. Lejos ya del agrio debate entre quienes le atribuían una excesiva utilización del pensamiento marxista y quienes la negaban, en prácticamente todos los sectores teológicos se percibe una asimilación profunda de sus postulados más visibles. Tampoco han faltado quienes la critican todavía como una escuela de pensamiento que permitió a muchos de sus exponentes ubicarse en los espacios académicos y hacer carrera para mantenerse materialmente. Siempre que se recuerdan los entretelones de los inicios de esta corriente se menciona la ii Conferencia Episcopal Latinoamericana (celam) en Medellín, Colombia, en agosto y septiembre de 1968, apenas un año después del asesinato de Ernesto Che Guevara, en Bolivia, como la fecha crucial en ese sentido. Algunos incluyen también lo realizado por el sacerdote guerrillero colombiano Camilo Torres (compañero de estudios de Gutiérrez y muerto en 1966), como un antecedente innegable. Sin negar la importancia de esa conferencia, en la que participaron varios forjadores de esta nueva teología, lo cierto es que desde varios años atrás se estaba gestando a partir de diversos movimientos, publicaciones y acciones concretas que se llevaron a cabo dentro y fuera del catolicismo. La predominancia de la visión e interpretación católica en este campo ha hecho que se olvide sistemáticamente que, desde el espectro protestante latinoamericano de origen misionero (las llamadas “iglesias históricas”) hubo varios filones relevantes, como el impulso que dio el Consejo Mundial de Iglesias (cmi) a los estudios y proyectos sobre Iglesia y Sociedad. El movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina (isal) fue un resultado muy notable de esa iniciativa ecuménica.
Antecedentes y trayectorias oTros esTUdiosos han llamado la atención al
hecho de que un episodio de la teología noratlántica, bastante soslayado en ocasiones, jugó un papel importante en la conformación del tejido ideológico y doctrinal que desembocaría en el desarrollo de esta teología. Me refiero a la corriente del “evangelio social”, representada por Walter Rauschenbusch, un pastor bautista estadunidense que a principios del siglo xx publicó varias obras importantes, entre ellas, A Theology for the Social Gospel (Una teología para el evangelio social, 1917). Saturnino Rodríguez, autor del importante volumen Pasado y presente de la teología de la liberación (1992), ha reconstruido la trayectoria vital del teólogo peruano a fin de explicar el surgimiento de su reflexión teológica. Luego de sus años en Francia y Bélgica (1951-1959), donde conoció a grandes profesores como Henri de Lubac, Yves Congar, Marie Dominique Chenu y Edward Schillebeeckx (además de que fue compañero de Camilo Torres), se orientó hacia un análisis social que desembocaría en la crítica del desarrollismo. Su énfasis en la pobreza (muy criticado en su momento) le hizo escribir en 1982: “Se cree en Dios a partir de una situación histórica determinada; el creyente forma parte de un
tejido cultural y social ... luego, se intenta pensar esa fe. La pregunta primera no es hablar de Dios en un mundo adulto, sino la de cómo decirle al pobre y oprimido que Dios le ama.” Y en 1997 afirmó: “Podemos igualmente hacer del pobre una especie de ídolo. Esto sucede cuando lo idealizamos considerándolo siempre bueno, generoso, profundamente religioso, pensando que todo lo que viene de él es verdadero y en cierto modo sagrado.” (¿Dónde dormirán los pobres?) Algo similar a lo realizado por Rodríguez se podría hacer con Rubem Alves (nacido en 1933), quien, como Gutiérrez e incluso antes que él (el libro clásico de Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas, apareció hasta 1971), comenzó a articular una reflexión teológica muy distinta a la que se aprendía a elaborar en la inmensa mayoría de seminarios evangélicos del continente. Porque Alves fue alumno directo del teólogo estadunidense Richard Shaull y testigo presencial de las grandes movilizaciones de estudiantes cristianos durante los años cincuenta, otro de los grandes antecedentes de la Teología de la Liberación latinoamericana. Doctorado en Princeton, precisamente a mediados de 1968 bajo la dirección de Shaull, planteó en su tesis el concepto de “liberación” como consecuencia de un intenso análisis de las teologías de Karl Barth, Rudolf Bultmann y Jürgen Moltmann, a las que criticó por su escasa pertinencia para la acción sociopolítica en América Latina. Lamentablemente, el editor de su tesis en inglés modificó el título por A theology of human hope (Una teología de la esperanza humana). En ella se trataba (en palabras de Enrique Dussel) “de hacer un diálogo entre el humanismo mesiánico marxista y el mesianismo humanista del cristianismo. Era completamente original y novedoso. Continuaba la línea de la teología de la revolución presbiteriana de Richard Shaull, un querido amigo, pero se abría a un nuevo horizonte” (“Rubén Alves (1934-2014): El humanismo mesiánico y el mesianismo humanista”, La Jornada, 21 de julio de 2014). Su trabajo y reflexión fueron objeto de estudio, muy pronto, de una tesis doctoral del jesuita mexicano Roberto Oliveros, en la Universidad Gregoriana de Roma, titulada La humanización como creación y esperanza. Antropología teológica de Rubem Alves (1978). Aun cuando trabajaban en líneas muy cercanas sin tener contacto entre sí, Alves y Gutiérrez se encontraron en una
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consulta sobre desarrollo que patrocinaron el cmi y Sodepax (Comité sobre Sociedad, Desarrollo y Paz), un organismo mixto, en Cartigny, Suiza, en noviembre de 1969. Al advertir que sus presentaciones eran muy parecidas, optaron por hacer una conferencia conjunta. Esa consulta la mencionó Gutiérrez en una entrevista de 2008, aunque sin nombrar a Alves, pero representó la conjunción de perspectivas que ambos siguieron desarrollando. Más tarde, como resultado de una visita a Estados Unidos, dio a conocer un libro junto con Shaull: Liberation and change (Liberación y cambio, 1977); la sección que redactó fue: “Libertad y salvación: un problema político”.
Assmann, Gera, Scannone, Concha y varios más oTros aUTores noTables de la primera etapa de
la Teología de la Liberación fueron, en el ámbito católico, los brasileños Hugo Assmann (fallecido en 2008) y Leonardo Boff, el uruguayo Juan Luis Segundo (fallecido en 1996), los argentinos Lucio Gera (1924-2012), Juan Carlos Scannone (precursor de la “teología del pueblo”, a la que perteneció el entonces obispo Jorge Bergoglio) y Enrique Dussel, y los mexicanos Luis del Valle y Miguel Concha. En la vertiente protestante hay que mencionar a José Míguez Bonino, Emilio Castro, Julio de Santa Ana, Luis Rivera Pagán, Beatriz Melano, Jorge Pixley y Elsa Tamez. La confluencia ecuménica de este pensamiento permitió su desarrollo hasta convertirse en un filón relevante de la filosofía de la liberación, que se anunció desde varios trabajos pioneros de Leopoldo Zea y que, posteriormente, han sistematizado estudiosos como el propio Dussel y Horacio Cerutti Goldberg. En la gran recopilación sobre el pensamiento latinoamericano (América Latina en sus ideas, 1986) se incluye un magnífico resumen de esta teología elaborado por el puertorriqueño Samuel Silva Gotay, discípulo de Zea. Para entonces, ya se había ganado un lugar en el panorama cultural del subcontinente. Finalmente, la evolución de ambos teólogos siguió una ruta similar: Alves, desde principios de los años ochenta se orientó hacia un lenguaje poético (teopoética) que le hizo escribir cosas como la siguiente: “¿Y el lugar de la teología? Forma parte de esta sinfonía de gemidos: habla sobre Dios, que es la confesión de una nostalgia infinita, que brota de este cuerpo tan bueno y amigo, que puede sonreír, acariciar, plantar, tocar flauta, hacer el amor, entregarse como holocausto por aquellos a quienes ama y también hacer teología. Teología: poesía del cuerpo, sobre esperanzas y nostalgias, pronunciadas como una oración” (La teología como juego, 1981) Gutiérrez, por su parte, luego de producir una sólida obra y de acercarse al trabajo literario de José María Arguedas, ingresó a la Academia Peruana de la Lengua en 1995. Suyas son estas palabras: “La poesía es el mejor lenguaje del amor. Y Dios es amor. El mejor lenguaje para hablar de Dios es la poesía. Un lenguaje profundo que ve el mundo y ve la relación con el otro desde una dimensión y una hondura que el concepto no ofrece. Aunque no escribamos poesía, la teología misma debe ser siempre una carta de amor a Dios, a la Iglesia y al pueblo que servimos” (“Cuarenta años de la teología de la liberación. Entrevista con Gustavo Gutiérrez”, La Jornada Semanal, 14 de septiembre de 2008) l
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CRISTIANISMO: ¿OPIO O LIBERACIÓN? Este texto es un fragmento de la tesis doctoral del teólogo de la liberación brasileño Rubem Alves, publicada originalmente hace 45 años.
Rubem Alves |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
S
i la acción es la comadrona del futuro, entonces la actividad humana puede añadir lo nuevo al mundo. En realidad, puede ser un acto de creación. La gracia de Dios, en lugar de hacer superflua o imposible la creatividad humana, es la política que la hace posible y necesaria. Esto es así porque en el contexto de la política de la liberación humana el hombre encuentra a un Dios que está abierto, a un Dios que todavía no ha llegado, a un Dios que está determinado y socorrido por la actividad humana. Dios necesita al hombre para la creación de su futuro. “Si Dios no necesitara al hombre, si el hombre fuera simplemente dependiente y nada más, la vida del hombre en el mundo no tendría significado. El mundo no es un deporte divino, es un destino divino” (Milton Friedmann, Martin Buber). La creación del nuevo futuro es pues parte del pacto mutuo de fidelidad a la liberación del hombre que une a Dios y al hombre. Así como la comunidad de fe aprehendió la libertad de Dios tomándola de la actividad que hacía posible la libertad y la vida, así la libertad del hombre tiene que ser una praxis, una actividad que haga diferente al mundo. La libertad del hombre, entonces, no es sólo una dimensión de su subjetividad; es poder para transformar al mundo, para crear un nuevo futuro.
La actividad creadora del hombre es pues el instrumento a través del cual vuelve a crear y a recuperar a la naturaleza. Antes de ser penetrada por la libertad del hombre, la naturaleza era una “cosa” unida al hombre en el mundo impersonal de los contactos y que servía a los amos como instrumento para dominar. La naturaleza o estaba alienada y era impersonal, o era hostil y agresiva. La creatividad humana, no obstante, puede darle una nueva cara. La creatividad es la actividad a través de la cual lo existencial, la pasión y las esperanzas del hombre, se exteriorizan en el objeto que está siendo creado. El hombre crea al mundo a su propia imagen. El hombre es incluso capaz de tener comunión —y no mero contacto— con este mundo porque éste no es ya un hecho bruto, sino un mundo fecundado y transformado por el sudor y la creatividad del hombre. Este mundo, consecuentemente, se convierte en el espejo en el cual puede ver el hombre los reflejos de sí mismo y de su prójimo. Con ello, la naturaleza es humanizada, es historizada. A través de la creatividad del hombre hay esperanza para la tierra y ésta puede ser trasformada en un hogar y en un lugar de recuperación para la humanidad. Pero no es solamente la naturaleza la que es vuelta a crear mediante la actividad del hombre. El mismo hombre se vuelve distinto en el proceso. Su acción consiste en crear un nuevo futuro, expresar su amor para un nuevo mañana. El nuevo mañana, sin embargo, sólo puede ser construido desde el hoy. Es imposible la eficacia en la creación de lo nuevo si la acción no toma como punto de partida las posibilidades concretas que le ofrece el presente. El amor para el nuevo mañana y la exigencia de eficacia demanda la permanente apertura del hombre a su mundo presente. El hombre recuerda su experiencia pasada. Prueba su mundo. Relaciona su memoria y sus experimentos con la necesidad de acción en su ahora. Hace elecciones, corre riesgos, se equivoca, se bate en retirada, reorganiza su acción y, con ella, a sí mismo. En y a través de esta acción
Mural en el barrio latino de Balmy Alley, Mission, CA
de efectos recíprocos con la historia el hombre cambia y se hace diferente. Se abre y se orienta hacia el futuro tanto como el contexto histórico dentro del cual se encuentra. Descubre que no es una mónada sino un horizonte, un experimento. La negación y la esperanza y, consecuentemente, la acción que éstas informan no pueden ser definidas a priori puesto que son extraídas de y son una respuesta a la interpretación del hombre sobre lo que se necesita para hacer humano al mundo, desde y en su concreto contexto histórico. […] Hemos dicho que la libertad para el futuro significa liberación del futuro como posibilidad amenazadora. Esta libertad, empero, sólo se hace carne cuando la entendemos en el contexto de esta posibilidad de crear una nueva tierra. Cuando la esperanza informa la acción del hombre, el hombre se introduce a sí mismo en el mundo como poder. El hombre quiere vencer, mediante su negación, lo que le hace sufrir, y crear un nuevo mañana de acuerdo con la esperanza extraída de la negación. En todas las relaciones de poder, sin embargo, hay envuelto un riesgo. Oponerse a una realidad dada como poder, equivale a ser resistido por ella a través del poder. Entonces descubre el hombre que el mundo no está simplemente ahí, tan pasivo como una pieza de mármol a la que se prepara para darle una forma nueva. El mundo reacciona a causa de los poderes políticos implicados en su forma presente. El mundo resiste al hombre. Se vuelve amenazador. El hombre, por tanto, corre conscientemente el riesgo de ser derrotado. El hombre corre el riesgo de morir. No obstante, debido a que la esperanza que alimenta en el sentido de que a través del riesgo que él corre el mundo podrá aceptar la posibilidad de la muerte por amor al mundo l
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SEÑALES DESDE EL MÁS ALLÁ LITERARIO El favor de la sirena, Denis Johnson, Penguin Random House, España, 2018.
Federico Hernández ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
“ES EVIDENTE PARA usted que mientras escribo esto no he muerto. Pero puede que sí cuando lo lea”: con estas palabras de su libro póstumo, El favor de la sirena, Denis Johnson hace un guiño a sus lectores desde el más allá literario. Que un escritor que debutó a los diecinueve años con un libro de poemas, autor del aún deslumbrante libro de relatos Hijo de Jesús —una piedra angular de la narrativa estadunidense de fin de siglo—, se haya mantenido en activo hasta el final de su vida a pesar del cáncer, es de reconocerse. Que su última obra esté a la altura de sus mejores trabajos merece nada menos que una ovación. El favor de la sirena es el epílogo de una aventura literaria que, desde Ángeles derrotados, el debut narrativo de Johnson, sorprendió con su visión distorsionada del mundo a través de una voz expresionista, vibrante, por momentos brutal, y un humor negro que estremece la prosa como una corriente eléctrica. En su obra, el sentido y la palabra confluyen en un lenguaje sin adornos, pero impregnado de fosforescencia poética y sinceridad frente a lo humano. Desde el arranque, el libro póstumo de Johnson obtiene lo que cabe esperar de la última obra de un maestro, una muestra de experiencia acumulada. Los fragmentos que integran el primer relato, que da título al volumen, emulan los solos de guitarra de Eric Clapton y Jimi Hendrix, a quienes Johnson contaba entre sus influencias. Cada episodio genera la potencia necesaria para impulsarse, la melodía que despega, a menudo para venirse abajo en llamas. Un hombre adinerado se pasa de copas y descuelga una obra de arte de la pared de su casa para echarla al fuego de la chimenea. En medio de la llamada que recibe de su exesposa que se está muriendo, el narrador se pregunta con cuál de sus exesposas está hablando. Mantener el ritmo después de esta portentosa introducción debió ser un reto. El segundo texto abre el abanico de registros, conservando la cohesión del libro, pero la fuerza inicial se diluye. En “El Starlight de Idaho”, un drogadicto en rehabilitación escribe cartas desesperadas, estridentes, algunas conmovedoras, otras más bien caricaturescas, en las que relata su estadía en un centro de desintoxicación. El voltaje vuelve a escalar en el tercer relato. “Bob El Estrangulador” es el compañero de celda de un joven condenado a cuarenta y un días de cárcel por altera-
ción del orden público y vandalismo. Malviajes con lsd, una delirante regresión a la prehistoria y la macabra profecía de Bob El Estrangulador, son vueltas de tuerca que llevan, a través de destellos de imaginería poética —”Parecía estar posicionado en el portal, bañado en recuerdos prehistóricos”— hasta el asombro en el párrafo final. Johnson no se empeña en reconstruir las experiencias de los reclusos: introduce al lector en el cerebro perturbado del narrador, en sus visiones insólitas para que, por sí mismo, como a través de un prisma que mezcla horror y psicodelia, el lector experimente el mundo pavoroso que anida en sus recuerdos. En medio de la permanente crisis de abuso de drogas que vive Estados Unidos, Johnson ha tenido el acierto de retratar con gentileza a los adictos. En vez de repugnancia, uno siente simpatía por los junkies que habitan sus historias. Son personas que tomaron muy malas decisiones, pero en parte también han visto malogradas sus vidas por su contexto político y social. Al dotar de creencias mágico-religiosas a sus drogadictos —uno de ellos de hecho tiene la sensación de ser Jesucristo tentado por el Diablo—, el autor parece yuxtaponer la crisis de la fe y el abuso de drogas en una sintonía que tal vez nadie ha querido ver con la debida atención. En un mundo sin magia, los alucinógenos proveen a los desesperados, a los que siempre pierden, de experiencias místicas, epifanías oscuras, revelaciones, vaticinios fatídicos y quizá ninguna redención. En “Triunfo sobre la muerte”, un relato que empieza con la revelación telefónica de una muerte fortuita y mantiene hasta el final un tono de necrología, es inevitable preguntarse cuál podría ser el tal “triunfo” entre tantas defunciones. Será acaso que no se sabe si Darcy, el veterano escritor de Texas que cohabita con fantasmas en su finca, sigue vivo o se encuentra, ya, en una etapa del Libro tibetano de los muertos. Una teoría sobre el asesinato y suplantación de personalidad de Elvis Presley funciona como gatillo tragicómico en manos de un poeta metido a detective en “Doppelgänger, poltergeist”, el último relato. Formidable crescendo de humor negro, manías literarias y conjuras demoníacas, que pone punto final a la obra que nos deja Denis Johnson, un paisaje de claroscuros sobre el que, recordando una legendaria escena de Hijo de Jesús, la noche se cierne despacio, el cielo se enturbia, el silencio se expande y sólo queda el aliento •
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las palabras y los narcos Los cárteles no existen, Oswaldo Zavala, Malpaso, México, 2018.
Felipe Medina González ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
EN SU IMPRESCINDIBLE ensayo Lecturas de los de abajo (1980), José Joaquín Blanco cuestiona el dogma académico y los discursos que contaminan la producción y la recepción acrítica de la literatura. Concluye que “a través de [Los de abajo] se lee otra cosa: el tema monopólico desde la interpretación impuesta y a través de la forma convencional” y que “la novela de la revolución mexicana nunca existió [...], es una política oficial que no tenemos por qué acatar en el terreno novelístico”. Blanco, en su momento, nos abrió los ojos al denunciar un discurso oficial revestido de corriente literaria. Con Los cárteles no existen, Zavala hace una operación similar al relacionar el origen de lo que llamamos narcocultura con las doctrinas de seguridad nacional de Estados Unidos y México.
Es un reto para los críticos valorar las obras de su tiempo, y puede volverse más laborioso para quienes están en la academia. Es difícil discernir, entre la mar de manifestaciones literarias, los textos valiosos. Esta dificultad estriba, entre otras cosas, en la falta de parámetros o valores que se adecuen al fenómeno literario actual y que permitan calibrarlo. Se necesita lo que algunos llaman olfato. En su breve lección de crítica, Apolo o la crítica de la literatura, después de dar algunas directrices, Alfonso Reyes sentencia: “la gracia es la gracia”. Al pensar en el olfato crítico lo asociamos con un instinto, con algo que no se enseña, con una “gracia”. Sin embargo, libros de crítica integral como el del juarense recuerdan que los rigores del método son fructíferos y nobles. En el horizonte de los estudios culturales, Zavala analiza e interpreta la narrativa en torno al narcotráfico en México, examinando su nivel de interiorización del discurso oficial o su habilidad para cuestionarlo. Al hablar de narrativa empleamos el término en un sentido amplísimo: novelas, piezas teatrales, crónicas periodísticas, ensayos, series, películas, instalaciones, performance, fotografías, artículos de opinión, incluso declaraciones de funcionarios y criminales a la luz de arrestos, reformas y crímenes. A lo largo de los quince ensayos incluidos en el volumen desfilan pensadores como el politólogo alemán Carl Schmitt, los sociólogos mexicanos Luis Astorga y Fernando Escalante Monzalvo, los filósofos Zizek, Foucault y Agamben, por hablar de los más reiterados. Afortunadamente, no estamos ante la apropiación salvaje de categorías que ni siquiera son comprendidas por el crítico, sino ante alguien que, debido a la familiaridad que sólo se obtiene tras años de estudio, las maneja con simpleza y perfecta pertinencia. En su novela 1984, Orwell imaginó al poder estableciendo un lenguaje que le permitía controlar el pensamiento de los hablantes. La “neolengua” de Orwell era uno de los pilares del régimen totalitario. Zavala argumenta que esa forma de control prevalece en la manera como nos explicamos al narco y emprende una genealogía de este diccionario con el que los medios y la literatura en múltiples formas de representación tratan de hacer presente nuestra realidad. Así, en el campo novelístico Zavala sostiene que estas producciones “ofrecen una caricatura descontextualizada del narco que minimiza, o incluso borra, sus elementos más complejos y de mayor interés literario”. Refiriéndose a la crónica periodística mexicana afirma:
“la crónica sobre el narco de las últimas dos décadas se aleja de la tradición crítica que confrontó históricamente al periodismo con el poder oficial en México”. En cuanto a la televisión y el cine agrega: “la serie de televisión Narcos [...] y el largometraje Sicario [...], son productos culturales protagonizados por agentes estadunidenses que naturalizan el tráfico de drogas como una emergencia de seguridad nacional exterior que amenaza la integridad interior de la sociedad civil norteamericana [sic]”. Adicionalmente, el autor dedica ensayos enfocados a narradores consolidados como Daniel Sada, Juan Villoro, Roberto Bolaño y Charles Bowden. Es preciso subrayar que la lectura del autor no se agota en lo meramente cultural sino que aborda el tema del securitarismo en México. Lo anterior llevó al ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y miembro de El Colegio Nacional, José Ramón Cossío, a tuitear: “Recomiendo la lectura del libro Los cárteles no existen, de Oswaldo Zavala (Malpaso, 2018). Plantea un valioso contrapunto a la narrativa estándar del narco y el modo como se le está enfrentando.” Los ensayos gozarán, para nuestra desgracia, de una prolongada actualidad: mientras se discute la Ley de Seguridad Interior, el destino del cisen, la estrategia de seguridad del gobierno entrante y la legalización de la marihuana; mientras se sigan vendiendo narconovelas como pan caliente y los cines continúen proyectando representaciones holliwoodescas de nuestra realidad convulsa; mientras sigamos viendo en los noticiarios, leyendo en los periódicos y escuchando en la radio ese problema ineludible del narco y la violencia, de las autoridades y la impunidad •
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La Semanal
EN NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO
JUAN JOSÉ ARREOLA:
un siglo en la palabra
Arte y pensamiento
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Artes visuales Germaine Gómez Haro
germainegh@casalamm.com.mx
Nahui Olin: entre la melancolía y el arrebato LA EXPOSICIÓN DE la pintora Carmen Mondragón Valseca, mejor conocida como Nahui Olin, en el Museo Nacional de Arte (munal) ha dado mucho de qué hablar. En la entrega anterior de esta columna (3/ix/18) se esbozó el contexto histórico y artístico en el que este singular y controvertido personaje inició su quehacer plástico y literario. El objetivo de la curaduría del historiador del arte Mariano Meza en esta exposición, cuyo concepto original estuvo a cargo del investigador Tomás Zurián, ha sido desmantelar la noción de una pintura a menudo tildada de naïf y decorativa, y mostrar una faceta poco conocida de la artista: su interés y profundo conocimiento de la ciencia, la astronomía, la física y la teosofía latente de manera velada a lo largo de todo su quehacer artístico. La variedad de temas que Nahui abordó –retra-
Nahui 9
tos y autorretratos cargados de un erotismo salvaje; circos, corridas de toros, paisajes, fiestas populares, salones de baile, etcétera– ha sido en ocasiones sujeta a una lectura meramente superficial, pero las investigaciones recientes que se plantean en esta muestra ofrecen otra perspectiva para apreciar sus pinturas. A diferencia de lo que algunos críticos han apuntado, Nahui Olin no puede ser considerada naïf pues conocía perfectamente los cánones de la pintura académica y eligió deliberadamente transgredirlos. Se palpa en sus obras el eco de las vanguardias de la época –el primitivismo, el fauvismo, inclusive el estridentismo– en cuyas fuentes abrevó para crear un estilo personal basado en el desarrollo de una teoría del color propia. Otro punto crucial que destaca la exhibición es la importancia de su creación literaria, para mostrar que en su obra pintura y literatura son un binomio indisoluble. Para comprenderla cabalmente no basta recorrer su producción plástica, hay que leer sus libros en los que revela sus tribulaciones filosóficas y existenciales, así como sus incursiones en el pensamiento científico de la época. El núcleo de la exhibición titulado Nahui Olin: la ciencia como utopía moderna da cuenta de ello. Uno de los focos de interés de Nahui fue el relacionado con la óptica, a partir de la teoría de la perspectiva curvilínea que por esos años planteó el pintor Luis g. Serrano, y cuyo método la artista plasmó en pinturas como las plazas de toros y El paisajista Carlos Landi en la Concha de San Sebastián. En un texto revelador en el catálogo de la muestra, Mariano Meza cavila sobre la relación de la pintora con la ciencia y comenta a propósito del poema “Electricidad Éter”: “Nahui Olin emplea el concepto de la electricidad para hacer una metáfora del papel del artista como un medio para llegar a algo más grande e imperecedero”, y agrega: “La energía representada en las obras plásticas de Nahui Olin fue adquiriendo nuevos matices hasta transformarse en un erotismo donde la energía eléctrica es plasmada a partir de la pasión carnal y de la sexualidad.” Nahui Olin pintó el erotismo que experimentó a través de su cuerpo, pero más aún, se sirvió de éste como medio creativo para desarrollar una complicidad con los pintores y fotógrafos para quienes posó. Los numerosos retratos fotográficos espléndidamente museografiados que integran la muestra –en su mayoría desnudos de autores tan variados como Edward Weston (de quien se presentan varias
El paisajista Carlos Landi en la Concha de San Sebastián
obras inéditas), Antonio Garduño, Martín Ortíz, Librado García Smarth, Elguero, Ocón, Clarence Sinclair Bull, entre otros– invitan al espectador a ver más allá de la imagen de una modelo excepcionalmente bella con una silueta exuberante que es la misma personificación del erotismo, y captar que la artista utilizó su cuerpo como un medio per se para realizar un acto creativo en complicidad con el fotógrafo. Así lo expresa para La Jornada Semanal Adriana Malvido, autora de la obra biográfica recién reeditada Nahui Olin. La mujer del Sol: “Ella crea sobre sí misma, es su lienzo, es su papel. Nahui Olin es una artista total,” La vida y la obra de la mujer de mirada infinita siguen siendo un pozo insondable, un laberinto de misterios •
Desnudo en Nautla
Bitácora bifronte Jair Cortés
jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes
“El pez”, de Elizabeth Bishop: perdonar la vida EN UN POEMA TITULADO “El pez”, Elizabeth Bishop (eu, 1911-1979) escribe acerca del momento en que un pescador experimenta una revelación frente a su presa: “Pesqué un enorme pez, lo mantuve/ junto a la embarcación, fuera del agua,/ a medias, con mi anzuelo/ enganchado en su boca. No luchó,/ no había opuesto ninguna resistencia./ Hoscamente pendía con su peso/ demolido y horrible y venerable […]” Más adelante, el poema se torna inquietante porque, mientras el pescador se demora en ciertos detalles del pez (“Su parda piel
estaba en ciertas partes/ descascarada como papel-tapiz, tenía formas/ como rosas en pleno florecimiento, pero/ tiznadas y diluidas por la vejez […]”) éste comienza a padecer la agonía de estar fuera del agua (“Mientras sus branquias respiraban/ el oxígeno atroz –aterradoras agallas,/ sanas, tersas de sangre,/ capaces de cortar brutalmente”). Después, disecciona con la imaginación a su presa, y examina detenida y tranquilamente los ojos del sufriente animal, hasta que se percata de los restos de otras batallas libradas ferozmente: “[…] Entonces vi/ que de su labio inferior/ –si eso puede llamarse labio–/ húmedo, torvo, en forma de arma,/ colgaban cinco viejos sedales, o tal vez cuatro y un alambre/ con el sistema giratorio aún atado,/ y sus cinco grandes anzuelos/ firmemente clavados en su boca./ Un sedal verde, hilachas a su término,/ donde el pez lo rompió;/ dos sedales más gruesos/ un esbelto hilo negro, rizado/ por forcejeos y sacudimientos/ de cuando se libró y pudo
escapar./ Como medallas de raídos listones/ oscilantes, cinco pelos,/ barbas de la sabiduría,/ brotaban/ de su mandíbula doliente […] Yo miraba y miraba/ y la victoria llenó/ la embarcación de alquiler,/ desde el fondo junto a la quilla/ donde el petróleo desplegaba un arcoíris/ en torno del motor comido de óxido […] Y dejé que el pez escapara.” “El pez” es un poema que habla de la crueldad, aterradoramente común, que ejercemos contra las demás especies que habitan el planeta. El hombre (quien, en este caso, no mata para subsistir) libera al pez no porque respete la vida, sino porque reverencia el hecho de estar frente a un ser que ha sobrevivido a otros hombres. El pescador, en su gesto de aparente conciencia (al otorgarle el indulto al pez) deja claro que venera la violencia por encima de la armonía: el pez simboliza la vida y el hombre la muerte que, en su “generosidad”, cree que puede perdonar a la vida misma •
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Arte y pensamiento
Tomar la palabra Agustín Ramos
La Genara (ii y última)
LA GENARA VIVE un tiempo propio, exclusivo de los personajes y de sus lectores. Esa temporalidad novelística respira los rasgos sobresalientes de la obra literaria completa de la autora –no de manera repetitiva sino diferenciados, especificados, exigidos tanto por esta novela como por cualquier otro poema o narración–, de modo que La Genara sirve para señalar algunos de sus recursos –estructurales, temáticos, retóricos– que expandidos al máximo por una potencia creativa derivan naturalmente en la artista multidisciplinaria que es Rosina Conde. Novela por entregas, La Genara transcurre en poco más de dos años, sucede mediante cartas, telegramas, faxes y e-mails y ocupa una metrópoli y la provincia pero, ojo, este último espacio se halla en la frontera norte. El carteo medular es de las hermanas Genara, que vive en Tijuana, y Luisa la mayor, habitante de La Ciudad y de otras zonas. En el resto intervienen, con dosificación de chef, otros personajes tan sólidos como las hermanas, los padres de éstas, sus amores y amistades y Cuquita, línea demarcatoria y chiste familiar. En ese microcosmos de precisión metalúrgica y gracia bailarina los mensajes se suceden ágiles y directos, culinariamente administrados, remisos o urgentes como comunicados bélicos que son, para avanzar en las peripecias amorosas con sus complicaciones morales, en los misterios y en los balbuceos existenciales, con iluminaciones e incertidumbres.
–¿Por qué todo te sale bien, Rosina? Porque lo que no me sale bien mejor no lo hago, dice, y echa otra risotada sobre el frío de la tarde pachuqueña. Al terminar algo lo lee y si no la convence lo deja. ¿En la papelera? “Pues sí, porque si no me convence a mí, ¿cómo espero que le guste a los demás?” Eso en las lides literarias, no con tu voz, ¿qué haces ahora con esa voz cantante? Dedos toscos alisan la cabellera rubia y un tic aparece, casi imperceptible, como cambio de luces de gris plomo a verde oscuro… A los dieciocho años, recién llegada a México, Rosina entró a la primera clase de Teoría literaria cargando a su bebé de meses. El maestro Huberto Batis dijo “¿No llora?” Ella respondió con idéntica neutralidad: “Si llora me salgo.” Ni la Genara ni Luisa están lejos de esa Rosina de dieciocho ni de su Tijuana adoptiva, sin embargo los procedimientos artísticos y su actitud vital interpusie-
Rosina Conde
ron la distancia suficiente para que La Genara pasara a propiedad, primero pero no solamente, de quienes recibieron los capítulos periódicos de la primera versión, hombres y mujeres que leyendo se leían. La escritora adoptó y acató lealmente la técnica epistolar y el método folletinesco, formas imperecederas que dejan a la imaginación del lector las escenas y los contextos pertinentes, formas idóneas para su acrobacia de verter en costumbrismo las intimidades de una generación particular que impactó las entregas semanales, moldeando, a su modo, un mundo donde lo adulto consolidado en materia y orden demarca lo juvenil esbozado a golpes de prueba y error, de vitalidad y caídas. Para 1989, año de la edición en libro de La Genara, la autora había alcanzado el virtuosismo y la autenticidad plenas. Su enérgica disponibilidad, su rebelde entrega al mundo y su compromiso con la vida, más la experiencia laboral de guionista, correctora, traductora; más su fertilidad literaria, más unas cuantas costuras e ingredientes invisibles, consumaron la novela. La riqueza de registros, el grosor de sus significaciones estaban dados desde la concepción. Por tanto el fenómeno de la recepción tijuanense de La Genara no había sido sólo gracia y casualidad. El frío de Pachuca, donde ella “presentara” la tercera edición de esta novela, escarba la piel, apretemos el paso. Al llegar al estacionamiento del Polideportivo universitario, encuentro a la científica social Elvira Carballido y voy a presentarla, pero en cuanto ella oye el nombre de Rosina la abraza y exclama “Yo soy una Genara.” •
Biblioteca fantasma Eve Gil
La culpa DESDE NIÑA, Emma Flint comenzó a rastrear historias de mujeres poco convencionales. No es una teórica feminista; tampoco planeaba hacer algo concreto con sus hallazgos. La historia de la rutilante Ruth Malone, protagonista de Muertes pequeñas, se gestaba en su mente desde la curiosidad de la infancia, concretándose en 2017, cuando Emma, quien, por cierto, oculta el año de su nacimiento, rasgo de coquetería que la emparenta un poco con su personaje, era ya una mujer madura. Pese a ser inglesa, nacida en Newcastle, Emma ambienta su primera novela en la Nueva York de mediados de la década de los sesenta, época en que tuvo lugar el asesinato de dos niños del que se culpó a la madre, Alice Crimmins, que al igual que Malone era pelirroja, guapa y divorciada, combinación que, por default, la colocó en la mira de la policía. Este caso inspiró una novela previa, Were Are The Children?, de Mary Higgins Clark, pero Muertes pequeñas (Malpaso, España, 2018, traducción de Beatriz Galán Echevarría), le otorga un matiz mucho más rico. La certeza de la culpabilidad de Ruth es tal, que el tiempo que debería emplear en seguir la pista de los posibles asesinos, la policía lo consagra a seguirla y vigilarla, encontrando sospechosos cada uno de sus actos que, fuera de contexto, serían simples y cotidianos. Muertes pequeñas, catalogada como “novela negra”, fue elegida entre las diez mejores del género en 2017 por The Guardian, The Wall Street Journal y The Irish
Times, pero se trata, más bien, de una novela psicológica y un análisis crítico y devastador de una sociedad regida por estereotipos de orden misógino. Mucho antes del asesinato de los niños, Ruth Malone, de veintiséisaños, era objeto de curiosidad y envidia; no se parece en nada al resto de las madres de familia de su comunidad: es una camarera joven y hermosa, impecablemente maquillada, que regresa a su hogar a altas horas de la noche. Su exmarido, Frank, en cambio, es un “buenazo”, aunque no dure en los empleos y contribuya de manera muy irregular a la manutención de los niños. Su única verdadera amiga es “la solterona” Gina, que tiene toda la libertad para acompañarla en sus correrías nocturnas. En efecto, Ruth tiene varios “novios”, bebe y fuma con escasa moderación… pero la forma en que se dirige a sus hijos… los piensa, los abraza, huele sus cabellos… en especial cuando la obligan a mirar las fotografías de sus cadáveres, desgarra el corazón.
Emma Flint
Pete Wornicke, incipiente periodista de un diario local, es de los primeros en escribir sobre “la espectacular pelirroja” sospechosa de haber asesinado a sus hijos. Termina tan obsesionado con ella como el inspector a cargo, Devlin, que no concibe que otras manos que no sean aquellas, de perfecta manicura, hayan ahogado a esas criaturitas. Pero Pete logra ver más allá de la sensualidad –y sexualidad– de la única sospechosa, y concluye que ella no pudo haber matado a los niños. No existe una sola prueba en su contra, sólo conjeturas maliciosas. Gina es la única que ha presenciado la interacción entre Ruth y sus hijos, y asegura al periodista que nunca ha conocido madre más dedicada y responsable. Que la vieron comprando ropa nueva al día siguiente del hallazgo del cadáver de la niña, cuando todavía no encontraban el del niño; que no le han visto derramar una sola lágrima, que no luce lo suficientemente compungida…. Ruth está moralmente destrozada, pero decidida a librar una batalla contra aquellos que la persiguen y la señalan. Ni siquiera el abogado defensor que pone a su disposición uno de sus amantes –a quien Pete cuenta entre los sospechosos, que nadie investiga– la convence de dejar de ser quien es para conmover a un jurado compuesto exclusivamente por hombres. Ruth ha perdido ya lo que más ama en el mundo. De ninguna manera permitirá que le arrebaten lo único que le queda: ella misma. Una lectura feminista de la obra arrojaría muchas más dudas, por ejemplo: ¿es que acaso las mujeres que se salen de la norma están condenadas a reivindicar a la mujer de Lot, abordando un taxi que las lleve a quién sabe dónde, sin mirar atrás? •
Arte y pensamiento
LA JORNADA SEMANAL 15 de septiembre de 2018 // Número 1228
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Galería Antonio Valle acelerador para emprender la fuga entre las palmeras sacudidas por la borrasca. Incluso cuando la pintura se hundió en una textura del papel –que a él le pareció tan honda como una fractura de tiempo– mantuvo suave y firme el pulso en la gran caída. Ahora, después de infinitas prácticas al fin había perdido el yo –o gracias a la íntima destreza de ensoñar– y aspiró desde la cumbre el olor de la tormenta marina. Acaso como él ya no estaba ahí –y por eso aquel territorio le parecía perfecto– intuía que –vestida de azul y con su lozanía inmortal– la pequeña dama del este lo esperaría al otro lado de la montaña; entonces él deseó escucharla cantando nuevamente su poema. A pesar del pánico, y de que se reducía la distancia entre los dos vehículos (ahora los asesinos corrían en línea paralela asomando sus violentas máscaras sin rostro), la mujer se deslizaba entre las palmeras salvajes con una destreza extraordinaria. Estaba segura de que llegaría al puente antes que los cobradores. Dejó que el trazo azul de la pintura siguiera su curso natural, como el flujo del río, que a la distancia le pareció que descendía muy lento en su camino hacia la playa. Antes de que los cobradores dispararan, la mujer ya estaba librando el paso cuando, de pronto, escuchó el estruendo de las aguas arrasando todo; entonces saltaron por el puente. Sumergido en el haz de colores del crepúsculo, por un momento el hombre saboreó la desconocida música de aquella lengua (Peteï pyhare ñasaindy pöräme)* y en el último trazo, antes de hundirse en el río que fluía hacia la pequeña boca de mar, supo que ese día, como siempre, lo estaría esperando la inmortal dama del este.
Acuarela zen Tenaz esplendor: frente a la lluvia, erguido templo de luz. Sendas de Oku, Matsuo Basho
AUNQUE NO RECORDABA cómo llegó hasta ahí, el hombre estaba seguro de haber contemplado aquel paisaje cientos -o tal vez miles- de veces. Ahora, cuando para seguir con vida sólo le bastaba con respirar, intentaría tocar el corazón de aquella vista con unos cuantos trazos. Entornó los ojos y se fundió en el crepúsculo donde flotaba una diminuta boca azul entre la niebla. Una vez que reconoció aquella imagen –él sabía que era la breve evocación de una antigua cortesana que conoció en la adolescencia–, con un movimiento de tinta en forma de zigzag regresó por el pequeño vehículo al sendero. Un nubarrón compacto, como una luna oscura y líquida, apareció sobre la montaña donde huía una parvada; entonces se dispuso a terminar la pintura antes de que se precipitara la tormenta. Por la angustia, la mujer le tarareaba una canción al hombre que seguía sangrando. Después de conducir algunas horas bajo la lluvia, cuando él parecía perder de nuevo la conciencia, ella hizo a un lado los recuerdos de Ypacaraí, y siguió conduciendo por el lodazal con las luces apagadas. Pronto iba a anochecer, cuando una pequeña luz roja se deslizó a través de la tormenta, saltó por el retrovisor y se incrustó en sus ojos. Los cobradores rodaban otra vez sobre sus huellas. La mujer hundió el
*Una noche tibia nos conocimos
Cinexcusas Luis Tovar @luistovars
Intolerancias varias DEBIDO A MÚLTIPLES complicaciones, lo mismo técnicas que financieras, tardó más de una década en ser terminada; los poco menos de 104 millones de pesos invertidos en ella la colocan como la película mexicana más costosa de todos los tiempos; habida cuenta de que la semana de su estreno le reportó ingresos en taquilla un pelo por debajo de los 10 millones de pesos, inferiores al diez por ciento de lo que costó –con poco menos de 204 mil espectadores–, es muy posible que no recupere la inversión involucrada… y por si fuera poco, el largometraje animado Ana y Bruno, de Carlos Carrera, está siendo víctima de una particular –y particularmente espinosa– variante de la intolerancia: oculta bajo una pregunta de apariencia neutral –¿es o no es una película para niños?–, dicha (in)disposición intelectual puede recibir en este caso particular más de un nombre, o incluso varios a la vez y no excluyentes, pues aquí asoma sus testas desapacibles la hidra de eso que muchos llaman “corrección política”. De suyo imposible alcanzar consenso absoluto acerca de “lo que está bien”, “lo adecuado”, “lo normal” y similares fórmulas verbales de un facilismo urobórico y autofágico, desde que Ana y Bruno fue estrenada ha suscitado un debate más bien agrio cuyo tema de fondo estriba en dictaminar qué es “correcto” y qué es “incorrecto” mostrarle a un ser humano que no ha superado la etapa infantil. Se sobreentiende que “infantil” es empleado aquí en términos biológicos, aunque
precisamente el debate desatado provoca serias dudas en cuanto a una equívoca, y definitivamente perniciosa, permanencia de lo infantil –conocida como infantilismo o puerilismo– en buena cantidad de seres humanos cuya biología los alejó de aquella etapa hace buen tiempo, y que no por casualidad son los padres de los infantes biológicos que no percibieron, es decir unos y otros, de manera positiva a la película. Aclarado el punto de que la Dirección de Radio, Televisión y Cinematografía (rtc), organismo encargado de clasificar lo que se exhibe en cines, dio a Ana y Bruno la letra a “para todo público” y no aa “para todo público […] que sean comprensibles para menores de siete años”, habría que averiguar, cosa impracticable, cuál es la edad de todos y cada uno de los niños que, según expresiones vertidas sobre todo en redes sociales, lloraron, se espantaron y “prefirieron” no terminar de ver la cinta –las comillas, desde luego, enfatizan el hecho de que tal “preferencia” de seguro no fue suya sino de sus padres.
Ana y Bruno
El problema no es Ana (ni Bruno) Es imposible descartar a los irresponsables padres de menores de siete años que llevaron a sus hijos a ver algo –aquí sí, pero sólo aquí– inapropiado, padres en quienes quizá radica todo el entuerto, y por lo tanto en quienes exclusivamente debería recaer la “culpa” de que sus vástagos hayan sido expuestos a algo que desaprueban. Empero, y este sí es asunto mayor, el auténtico problema está en otro lado: la cerrada y escandalizada negativa paterna a que sus hijos entren en contacto con temas tales como la locura, el duelo por un ser perdido, la depresión y otros estados emocionales; que lo hagan desde la perspectiva de una niña –es decir, sin las deformaciones del paternalismo–; que no obstante el consabido formato dramático según el cual es indispensable la catarsis de un final directamente luminoso o al menos esperanzador, el filme consista sobre todo en la exposición de pesares y dificultades… Apenas hace falta mencionarlo, pero la infancia de este país está permanentemente expuesta a horrores muchísimas veces más crudos y más inmanejables de los que la cinta expone, y no se habla aquí de noticieros sino de las fuentes de información y de entretenimiento no sólo asequibles para ese público, sino vistas como algo positivo, incluso encomiable o, en todo caso, “normal”. Basta asomarse a cualquier catálogo audiovisual infantil disponible para concluir que la actitud escandalizada contra Ana y Bruno de ninguna manera obedece a su contenido, sino al prejuicio, la pereza mental y el neopuritanismo evasor de realidades. Por lo demás, la película es redonda en todos sentidos.
16 LA JORNADA SEMANAL
15 de septiembre de 2018 // Número 1228
Cuento Guillermo Samperio
Ilustración de Juan Gabriel Puga
U
Huevos de avestruz*
na mañana, al levantarme en extremo temprano, me observé ante el espejo del baño y me di cuenta de que mi nariz se había arrugado en extremo y entonces ya no me gustó y me pareció una nariz floja que no deseaba despertarse o que tenía ganas de morirse antes que yo, lo cual no le permitiría desde luego; entonces, decidí cortarla con mi vieja navaja de peluquero, de cuando iba a que me rasuraran a la barbería. Sólo de imaginar que se llamaban barberías y que en su entrada había un poste chaparro y gordo con franjas rojas, azules y blancas, a veces con luz interna, me dan ganas de llorar, pero cada modernidad cambia a la anterior y es inevitable; alguna vez llevé la cantidad de modernidades que habían existido desde los Hititas, pasando por los Romanos, pero ya perdí la cuenta porque han avanzado cada vez más rápido. Así que corté esa nariz negligente y me dirigí a la tienda de narices, como las que hay en cada zona de esta modernidad y comprarme una no tan nueva porque en rigor me vería ridículo con una nariz de veinte años: con toda mi cara de setenta años y una nariz veinteañera tendría un promedio de cuarenta y cinco años, por lo que tal vez me podría conseguir una novia de esa edad y me contradije, comprándomela de tal edad, es decir de veinticinco años, pero no tan respingada. Salí de la naricería caminando orondo y flemático como sesenta años atrás me había recomendado mi abuelo materno que caminara; llegué a la esquina, me recargué en un poste cuadrado como los que se han puesto de moda. Saqué mi cajetilla de cigarros Faquir, extraje uno y lo encendí; ahhh, cómo me gusta este aroma a loción Hamellin. Llevaba, no sé, unas siete fumadas cuando vi venir a una mujer de cabello
muy rubio de unos cuarenta y cinco años y descubrí que veía, en exclusiva, mi nariz y, a mi vez, yo le vi la suya, y supe que era una modelo Nefertiti. Me sonrió, le sonreí, nos sonreímos, seguimos riéndonos hasta llegar a las carcajadas y nos detuvimos una en el otro y nos abrazamos para no caernos debido a tales carcajadas, las cuales se nos suspendieron de pronto, pero ya estábamos abrazados y su boca casi junto a la mía y no tuvimos otra opción que empezar a besarnos, abrazarnos, acariciarnos el cuerpo; yo le metí las manos bajo el brasiere y ella en la bragueta. Empezó a oscurecer y como estábamos a dos cuadras del Hotel Canapín, de inmediato caminamos lo más rápido que podíamos pues a los setenta años no se puede andar tan veloz. Acabo de despertar y, sin esperarlo, Ruth entró a nuestra recámara con una charola, ya que hemos adoptado la costumbre de desayunar en nuestra cama y todavía no termino de comprender cómo a los setenta y cinco años seguimos dale que dale. Deben ser esas vitaminas que Ruth consigue porque hoy en día hay un promedio de tres mil quinientas cincuenta y diez mil vitaminas para esto y lo otro y lo de más allá y prefiero no preguntar. Me encanta la casa que compramos con un lago que tiene apariencia de cabaña. Mmm, estos huevos de ornitorrinco le salen deliciosos, aunque tengan apariencia de…
*Inédito hasta hoy, este cuento forma parte de Si me cortara un dedo, libro que Guillóm –como lo llamaban sus bienquerientes– concluyó en su totalidad y tenía planeado publicar en fecha no determinada.