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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 20 de agosto de 2017 ■ Núm. 1172 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

El otro

García

Márquez periodismo y narrativa breve Marco antonio caMpos y Gustavo oGarrio El río narrativo de Juan José Saer, Luis Guillermo Ibarra Libros y librerías, José María Espinasa


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Dos poemas Lukasz Czarnecki

Ida y vuelta EL otro GarCía MárquEz: pErIodIsMo y narratIva brEvE La universalmente reconocida importancia que tiene la novela Cien años de soledad, que en este 2017 cumplió su primer medio siglo, ha

Ola del mar, la escucho en la arena no tengo nada que decirle infierno – una palabra infinito – un punto.

tenido como consecuencia que muchos nuevos lectores ignoren, en buena parte y en ciertos casos del todo, el resto de la obra de Gabriel García Márquez, quien el pasado mes de abril habría cumplido noventa años de edad. Al Nobel de Literatura colombiano se le sigue leyendo en todo el mundo, pero sobre todo su obra

Rinoceronte Triste caminante con un solo cuerno. Quisiera escribir sobre lo que sientes.

novelística, soslayando así que fue también un cuentista y periodista sobresaliente. Del periodismo narrativo del autor de Relato de un náufrago y Cuando era feliz e indocumentado habla Gustavo Ogarrio, mientras Marco Antonio Campos lo hace acerca del poder

¿Costumbres? ¿Tiempo libre? ¿Comida favorita? ¿Amigos?

político en la narrativa breve

Tú con un solo cuerno

garciamarquiana, incluida en los

desafías tempestades,

volúmenes Ojos de perro azul, Los funerales de la mamá grande, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada y

vientos enemigos. Quisiera tener tu cuerno, de polvo afrodisíaco.

Doce cuentos peregrinos. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

*Nacido en Ostroda, Polonia, el 12 de abril de 1980, Lukasz Czarnecki hizo su doctorado en ciencias políticas y sociales en la Universidad Nacional Autónoma de México y el doctorado en sociología en la Universidad de Estrasburgo. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Escribe poesía porque con ella expresa lo que no se expresa en otros géneros.

Directora General: C armen L ira S aade , Director: L uiS T ovar , E d ic i ón : F ranCiSCo T orreS C órdova y r iCardo y áñez . Coordinador de arte y diseño: F ranCiSCo G arCía n orieGa , Formación: m arGa P eña , Diseño de Columnas: J uan G abrieL P uGa , Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a L e J a n d r o P av ó n , Publicidad: e va v a r G a S y r u b é n H i n o J o S a , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx

Portada: Esta rosa no se marchita Foto: AP Photo/ Eduardo Verdugo

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.


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Luis Guillermo Ibarra

El río narrativo de

Juan JoSé Saer A RAÍZ DE LOS OCHENTA AÑOS DEL NACIMIENTO DEL AUTOR DE NADIE, NADA NUNCA, LA PESQUISA Y GLOSA, ENTRE OTRAS, SE RECUPERAN AQUÍ ALGUNOS ASPECTOS QUE HICIERON DE SU OBRA ENSAYÍSTICA Y NARRATIVA UNA DE LAS MÁS IMPORTANTES DE LATINOAMÉRICA EN EL SIGLO XX.

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l pasado 28 de junio se cumplieron ochenta años del nacimiento de Juan José Saer (1937-2005). El fluir narrativo de su obra, esa imagen enigmática en cada uno de sus libros, es el río que, para bien, no cesa de llegar hasta nosotros. Un río cambiante y complejo, “sin orillas”, en constante provocación, listo para adentrarse en las aguas turbias de la polémica y la crítica. Saer hizo suyo el desdén a los lugares comunes del arte de la palabra y el aplauso fácil que dictaba el mercado, hacia los nacionalismos y todo tipo de etiquetas. El lector de Jorge Luis Borges, Juan L . Ortiz, Quevedo y Macedonio Fernández, el cómplice de Ricardo Piglia, afirmaría en una ocasión: “Los verdaderos creadores representan a su época sólo contradiciéndola.” El escritor argentino, nacido en la provincia de Santa Fe, parecía cifrarlo todo en conquistar la complejidad. Quiso descubrir este rasgo en escritores que le apasionaban y expresarlo, además, en su obra narrativa. De Sarmiento resaltó “esa hospitalidad a lo antagónico” de lo que nació su literatura; su coincidencia con Charles Fourier, para ver en la civilización “el último avatar del oscurantismo”. Mientras que en la obra de Roberto Arlt descubría “ese moralismo intenso” que “se expresa a través de su desmesura”. Sus puntos de vista sobre la novela no dejaron de girar también en ese sentido. Contrario a las ideas de André Gide, Saer atribuía a escritores como Kafka, Joyce, Musil, Faulkner, una capacidad creativa para “rechazar lo habitualmente considerado como novelístico y novelesco”. El género de la novela debía “abrirle paso a formas imprevisibles que carecen todavía de nombre” en la “la espesa selva virgen de lo real”. A pesar de sus críticas al realismo social, la obra de Saer sigue siendo un fuerte testimonio de su tiempo. Sabía que la compenetración de la palabra con la realidad no era sólo un vaciado a moldes artísticos. Era necesaria la creación original de un objeto literario con nuevas formas de expresión, “asumir la experiencia del mundo en toda su complejidad, con sus indeterminaciones y oscuridades, y tratar de forjar, partir de esa complejidad, formas que la atestigüen y la representen”. Es así como en su obra adquirían fuerza el azar, la nebulosidad de la realidad, el sendero de la incertidumbre. En la novela Nadie, nada, nunca (1980) leemos: “el viaje infinito no era ahora más que una yuxtaposición indefinida de cosas de las que no me era posible percibir más que unas pocas a la vez –y no había secuela alguna a esa percepción como no fuese en la memoria engañosa. De esa tierra desnuda y calcinada no saqué otra elección”. En la perspectiva que abre su narración por medio de un pasaje que contempla la duda de los hechos representados, no dejan de latir las referencias a la dictadura militar argentina. En esta novela se desprende un presente “arduo y sombrío”, en el cual se ha sustituido, según las palabras del propio

Saer, “la violencia sumaria por una presión insidiosa y monótona que impregna el aire y la materia de los días”. Es indudable que, al construir una voz propia, el escritor establecía un poderoso dialogo con la tradición argentina, esa que se forjó “en la incertidumbre, en la violencia y bajo la amenaza del caos” y que “en muchos casos hizo de ellos su materia”. Basta con sólo mencionar la novela policial La pesquisa (1994), aquella horrorosa historia de un hombre que asesina ancianas en la ciudad de París, para darnos cuenta de su relación con este rasgo de la tradición argentina relacionado con la historia de Occidente. Aunque renegó del nacionalismo, jamás dejó de adentrarse en esos terrenos y realizar una visión crítica y original de ciertos autores argentinos. Según sus propias palabras, “la nación cambia geográficamente, histórica, demográfica, políticamente, y sería absurdo pretender, como lo hace la abstracción totalitaria, que es eterna, una e indivisible”. No dejó de ver en Borges, Gombrowicz y Macedonio Fernández a escritores en los que no cabía ningún tipo de enclaustramiento. Esa exacta condición de la literatura, en su estado más puro, creciendo desde los márgenes, lo llevó a afirmar que “toda literatura viviente de la Argentina de este siglo es letra muerta para la cultura oficial”. Saer, habitante de París desde 1968, no dejó de identificar a una buena cantidad de creadores de su país al lado de los territorios errantes: “los más grandes escritores argentinos son exiliados, aún si jamás salieron de su lugar natal”. Al buscar el centro narrativo de la obra de Saer volvemos siempre al punto de partida de su caudal imaginativo, desde el que se despliegan páginas y más páginas, fragmentos de historias que parecen tocar un infinito. Ese movimiento se extiende hacia adelante; sin embargo, es con los brazos de estas historias, las pausas, las bifurcaciones de ese cauce, con lo que se logra una mayor complejidad al interior de su obra. La mejor muestra de este periplo narrativo la encontramos en su novela Glosa (1986). La armonía del movimiento y la interrupción de ese movimiento están fincadas en la historia de la caminata y el diálogo que sostiene el personaje de Leto y el Matemático durante un recorrido de veintiún cuadras. El proceso de su escritura fue otro de sus temas. En diversos pasajes mostró una poética de sus ideas narrativas en constante movimiento. En El limonero real (1974) visualizamos: “el filo de la proa corta despacio el agua que parece estar formada por dos capaz de materia, textura, y hasta dirección diferentes: una capa tensa cristalina, una película rígida extendida sobre la superficie, inmóvil, y debajo de una turbulenta e informe más de agua marrón en movimiento espúreo y perpetuo”. En esos constantes puntos antitéticos y de complejidad se movió su obra, “tan rigurosa y secreta” como la existencia de los muertos en sus páginas, como la enigmática clandestinidad de la vida de sus personajes, envueltos en ese río narrativo que no cesa de llegar hasta nosotros


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El poder político en la na Marco Antonio Campos UNO DE LOS EJES FUNDAMENTALES EN EL TRAMADO DE LA OBRA DEL NOVELISTA COLOMBIANO SIN DUDA ES EL PODER POLÍTICO. DESENTRAÑAR SU MISTERIO Y SU SOLEDAD, Y SU INVISIBILIDAD, SE AGREGA Y AFIRMA EN ESTE CUIDADOSO ENSAYO, FUE UNA DE SUS PREOCUPACIONES ESENCIALES. AQUÍ SE PASA REVISTA A LOS PERSONAJES CREADOS POR EL NARRADOR MÁS CÉLEBRE DEL SIGLO XX, QUE OSTENTARON, DETENTARON Y PADECIERON EL PODER, EN RESONANCIA Y CONTEXTO DE LOS AVATARES POLÍTICOS DE LATINOAMÉRICA. A la memoria de Víctor Manuel Cárdenas

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abriel García Márquez publicó a lo largo de su vida tres libros de cuentos, o cuatro, si tomamos en cuenta los relatos juveniles que se publicaron por primera vez en una edición pirata argentina (Ojos de perro azul) 1, pero que a la larga incorporaría a sus obras completas. Los otros fueron: Los funerales de la mamá grande (1962), quizá el mejor de todos, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada (1968) y Doce cuentos peregrinos (1992). Publicó asimismo seis novelas cortas: La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1958, en revista, 1961, en libro), La mala hora (1962), Crónica de una muerte anunciada (1981), Del amor y otros demonios (1994) y Memorias de mis putas tristes (2004), una adaptación caribeña de una novela de Kawabata. Para el tema que nos ocupa nos interesan principalmente los cuentos y las tres primeras novelas breves, sin dejar de asociar con las otras y con sus novelas de largo hálito. Los acontecimientos de los cuentos y las novelas cortas acaecen en Macondo 2 o en pueblos caribeños de los que no menciona el nombre, pero todos se parecen mucho entre sí. En sus Memorias 3, García Márquez hace este apunte significativo: “Más tarde, cuando empecé a leer a Faulkner, también los pueblos de sus novelas me parecían iguales a los nuestros.” Yo me permitiría añadir que los personajes y hechos que suceden en los pueblos de las novelas y cuentos de García Márquez, tomándole la frase, “me parecían iguales a los nuestros”, o al menos, muy parecidos, y no sólo en el sureste mexicano. Una virtud mayor del colombiano es que a los personajes más simples o pobres suele darles una dimensión entrañablemente humana, o de otro lado, insólita o mágica. En esos cuentos y novelas breves (protagonizados por alcaldes asesinos –militares o no–, comerciantes enriquecidos a la mala, ancianas encerradas a piedra y lodo, ladrones por hambre, un dentista liberal, el dueño del billar, párrocos centenarios o pobrísimos, el propietario del cine que vive aterrado ante el dedo admonitorio del párroco censor, esposas que en el apego conyugal protegen y cuidan la casa de maridos desbalagados, prostitutas de desahogo, agoreras que viven más (en) el futuro que el presente, carpinteros de prodigio, el gringo despilfarrador no necesariamente estúpido, el veterano inservible de las guerras civiles, viejos que tienen la ocurrencia de aparecerse alguna vez en un jardín


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Márquez como ángeles, bellos ahogados que perturban un pueblo costeño), ya estaba todo el orbe garciamarquesiano que culminaría soberbiamente en Cien años de soledad… Los centros de esparcimiento de los varones en el pueblo son el billar, la gallera, el cine y el prostíbulo. Una de las columnas centrales que sostienen la casa literaria garciamarquesiana, aun en el ejercicio del periodismo, es el poder. La política, salvo sus debidas excepciones, es el arte de hacer el mal pareciendo que se hace el bien, y a quien se dedica a ella, de manera inevitable lo envilece y corrompe. Como escribía en una carta famosa el historiador Lord Acton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”, si bien él lo extendía también al poder religioso, empresarial, financiero y sindical. El poder político en la obra de García Márquez escasamente tiene bondades, salvo cuando se aspira a tenerlo o los ideales se hallan en flor; una vez que se tiene, cuando se le toma el gusto, el alma se deforma y el hombre puede convertirse en un monstruo. El ejercicio del mal puede provenir de un alcalde, un senador, un gobernador, un presidente de la república, y claro, de un déspota, personificado ante todo por el ultradecrépito viejo de su soporífera novela El otoño del patriarca. En sus novelas –le contestó a Plinio Apuleyo Mendoza– lo que le atrajo hasta la fascinación fue tratar de explicarse, por un lado, el misterio del poder, y del otro, la soledad del poder. El misterio estaría prácticamente presente en su narrativa donde se halle un hombre con un mínimo o un máximo del ejercicio del dominio político. La soledad del poder la personifican ante todo el coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad, el ancianísimo tirano de El otoño del patriarca y Simón Bolívar en El general en su laberinto, quien la vive en intensidad luego de renunciar a la Presidencia y caer en el despeñadero de variada índole los últimos meses de su vida, precipitándose en una tristísima orfandad política, pero teniendo o conservando todavía el último resplandor de autoridad, el último “halo mágico” que da el poder, cuando vive –padece– una “agonía trágica”, como la llamó el crítico rumano Paul Alexandre Georgescu. Aun a esto habríamos que añadir una tercera, que quizá sea derivada del misterio: la invisibilidad del poder. Es el caso, por ejemplo, de El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora y, sobre todo, de Cien años de soledad, en donde se siente el peso, pero no sabemos dónde están ni quiénes son esos políticos conservadores que gobiernan cruelmente desde una ciudad lluviosa y fría de la cordillera andina, situada a 2 mil 600 metros de altura, y contra quienes, por ejemplo, el co-

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García

rrativa breve de

Gabriel García Márquez en las oficinas de Prensa Latina, Bogotá, 1959. Fotos tomadas del libro Gabo periodista

El podEr político En la obra dE García MárquEz EscasaMEntE tiEnE bondadEs , salvo cuando sE aspira a tEnErlo o los idEalEs sE hallan En flor ; una vEz quE sE

tiEnE , cuando sE lE toMa El Gusto , El alMa sE dEforMa y El hoMbrE

puEdE con vErtirsE En un Monstruo . ronel liberal Aureliano Buendía emprende treinta y dos guerras civiles. Esos mismos que mandan matar a sus diecisiete hijos de un disparo en la frente, cuando ante la brutalidad criminal, luego del Tratado de Neerlandia, pronuncia el coronel apenas una indignada frase de rebelión, pero que ante los hechos, ante la fatiga de la edad, era inofensiva.

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gual que en buen número de sus cuentos, en las tres primeras novelas breves, la autoridad ejecutiva, inmediata y visible, es el alcalde, pero en La hojarasca y en El coronel no tiene que le escriba aparece de sesgo; en La mala hora, en cambio, es protagonista impositivo4. En La hojarasca, no de derecho pero de hecho, el poder lo representa la compañía bananera, cuyos directivos no se ven pero inciden y determinan la vida en Macondo. Cuando la compañía se va, sólo deja en el pueblo la hojarasca: desempleo, pobreza, estrago. “To-

do lo había traído la hojarasca” y todo lo bueno –si lo hubo– se lo llevó. El alcalde apenas aparece en las páginas y sólo para darle al coronel5 el permiso para que el médico, a quien odiaba todo el pueblo, fuese sin violencia enterrado. En El coronel no tiene que le escriba se menciona de paso el contubernio para el saqueo –“el pacto patriótico”– entre el alcalde y el rico del pueblo, don Sabas, a quien sólo le importa la plata, y es capaz de hacer cualquier cosa para allegarse más, aun aceptar el crimen o la expulsión del pueblo de miembros del propio partido. No obstante, ambos personajes no se explicarían sin el estado de sitio que ahoga al país desde diez años atrás. No está dicho pero se sobreentiende sin dificultades que se vive bajo una dictadura, por ejemplo, cuando se habla del toque de queda, o cuando se refiere que no hay esperanzas para unas prontas elecciones, o cuando el médico comenta con el coronel sobre los periódicos que le llegan: “Es difícil leer entre líneas lo que permite la censura.” Pero esa dictadura en el país no se ve; está encarnada criminalmente en el breve horizonte municipal en el alcalde que, como en otras narraciones, es un teniente. De los representantes de la dictadura en el centro del país, por ejemplo, el propio déspota o los ministros, no sabemos quiénes son. Los jóvenes opositores en el pueblo, entre quienes se contaba el hijo del coronel, reparten hojas clandestinas pero no sabemos quiénes las hacen o quiénes las mandan desde otras partes. El coronel espera desde quince años atrás una carta donde le confirmen su pensión de veterano de guerra, pero la carta no llega, y no sabemos quién o quiénes, en esa burocracia de pesadilla, debe mandársela. Algo aún más sigue

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país va a haber vainas”, dice el peluquero Guardiola al juez Arcadio. Y añade líneas más adelante. “Esto ya no lo para nadie.” O como dice hacia el final el tendero Benjamín a la madre pobrísima del joven asesinado: “En este tiempo la justicia no se hace con papeles: se hace a tiros.” Desde que llegó el teniente-alcalde la mala hora en el pueblo fueron todas las horas. Escrita en 1962, tres años antes había triunfado la guerrilla en Cuba. En Colombia, desde 1948, luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, empezaron las guerrillas, y con ellos los fermentos de lo que serían los movimientos de las FarC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el eLn (Ejército de Liberación Nacional), que en 1964 fundarían sus movimientos.

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E Gabriel García Márquez (segundo por la derecha) en la redacción de El Nacional, Barranquilla, Colombia, 1953

triste: el coronel tiene el antecedente de sus compañeros en la guerra civil que murieron sin que les llegara el correo de la confirmación de la pensión. Nunca sabrá si eso ocurre por morosidad burocrática o porque se la roban desde la ciudad nublada y fría del Centro. Debajo o entre la historia del coronel, que espera a sus setenta y cinco años la noticia alentadora para salir de una vida de pobreza al límite con su mujer, corre la historia de la (frágil) resistencia política contra la asfixiante dictadura. Nada sugiere más al gobierno despiadado bajo el que viven en el pueblo que, cuando al principio de la novela su mujer y él asisten a un entierro, que es todo un acontecimiento, y lo es, porque como opina el coronel con magnífico humor negro, “es el primer muerto de muerte natural que tenemos en muchos años”. En La mala hora el poder absoluto lo tiene el alcalde; el párroco Ángel, el juez Arcadio y los ricos (don Sabas, Chepe Montiel) o carecen realmente de poder o son cómplices. A veces los toma en cuenta pero no tienen poder de decisión. El padre, un hombre pobrísimo, es de hecho una figura decorativa; su función es sólo para calificar las películas según su moralidad, que los pobladores vivan como católicos, buscar dar consejos en algunos momentos al alcalde para refundar la moral y que en su iglesia no proliferen los ratones. Al final se da cuenta que todo el bien que quiso hacer sólo fue levantar una estatua en honor a la nada. Pero ¿cómo se hizo el alcalde del poder en los años del terror? Luego de una visita del juez que le pide inútilmente un salvoconducto para transitar en las calles durante el estado de sitio, trata de dormir: Estaba desvelado en pleno día, empantanado en un pueblo que seguía siendo impenetrable y ajeno, muchos años después que él se hiciera cargo de su destino. La madrugada en que desembarcó furtivamente con una vieja maleta de cartón amarrada con cuerdas y la orden de someter al pueblo a cualquier precio, fue él quien conoció el terror. Su único asidero era una carta para un oscuro partidario del gobierno que había de encontrar al día siguiente sentado en calzoncillos a la puerta de una piladora de arroz. Con sus indicaciones, y la entraña implacable de tres asesinos a sueldo que lo acompañaban, la tarea había sido cumplida.

Ni Vitela, el juez anterior al juez Arcadio, se escapó de ser acribillado. Cometió la infidencia en una borrachera de que haría respetar el sufragio.

“caMbió El GobiErno, proMEtió paz y Garantías, y al principio todo El Mundo lE crEyó. pEro los funcionarios siGuiEron siEndo los MisMos.” En La mala hora el asunto fundamental es la historia de los pasquines difamatorios contra hombres y mujeres del pueblo –salvo excepciones–, que mantienen en alerta a todas y a todos y que llega a causar asesinatos o que gente se vaya del pueblo, pero debajo o entre la historia de los pasquines corre la política como un pasado de crímenes. Un pasaje de la novela es ilustrativo de la enérgica capacidad de decisión que tuvo el alcalde en los años del terror. Una madrugada unos policías iban a entrar a casa del doctor Giraldo, no se sabe si a matarlo o a aprehenderlo, y el alcalde ordena: “Ahí no. Ése no se mete en nada.” Es decir, una señal de él era la vida o la muerte. En complicidad con don Sabas y Chepe Montiel, el alcalde en los tiempos de persecución, se hizo de bienes que compraron a precios de bisutería. Era un tiempo que parecía tener sólo tres destinos para los opositores: la tumba, la cárcel o el destierro. Pasado el estado de sitio, el alcalde quiere ser más justo (hasta donde puede) y que el pueblo sea un lugar decente; sin embargo, a los moradores del pueblo les parece que todo sigue igual, entre otras cosas, porque no hay elecciones. “Cambió el gobierno, prometió paz y garantías, y al principio todo el mundo le creyó. Pero los funcionarios siguieron siendo los mismos.” No sólo seguía igual, sino llegó a ser más infame y execrable: muy pronto el alcalde vuelve a caer en la arbitrariedad, la rapiña, el asesinato... En algún momento descubre que no sólo son los pasquines con los que los moradores se divierten malévolamente para acabar con la honra de los pobladores: como en su anterior novela (El coronel no tiene quien le escriba), empiezan a circular también hojas clandestinas, que el lector deducirá que son llamados a la población a la rebeldía y a irse al monte para combatir el mal gobierno. El centro de conspiración, donde principalmente se pasan de mano en mano las hojas, como en El coronel no tiene que le escriba, es la gallera: allí mataron al hijo del veterano coronel; de allí sacaron en La mala hora a Pepe Amador, un joven opositor, para torturarlo y matarlo. En realidad el estado de sitio –se comprende– nunca se fue. La muerte de Pepe Amador es la gota que colma el vaso. “En este

n Cien años de soledad de principio, en el nacimiento de Macondo, que simbólicamente es la génesis del planeta, el poder no lo tiene nadie, o si se quiere, hay un régimen de usos y costumbres, en el que sobresale el primer José Arcadio Buendía por fuerza de su voluntad. Vendrían después sucesivos alcaldes, sin orden preciso, unos mejores que otros, y en la Guerra de los Mil Días, unos serían conservadores, otros liberales. Luego de la firma de la paz con el Tratado de Neerlandia se describe la irrisoria situación política: “Las autoridades locales eran alcaldes sin iniciativas, jueces decorativos, escogidos entre los pacíficos y cansados conservadores de Macondo. ‘Este es un régimen de pobres diablos –comentaba el coronel Aureliano Buendía cuando veía pasar a los policías descalzos armados de bolillos de palo–. Hicimos tantas guerras, y todo para que nos pintaran las casas de azul’.” Cuando llegó la compañía bananera, sin embargo, fueron sustituidos por forasteros autoritarios, que el señor Brown se llevó a vivir dentro del gallinero electrificado, es decir al área de apartheid que tenían los gringos dentro del propio pueblo, para que gozaran, según explicó, de la dignidad que correspondía a su investidura, y no padecieran el calor y los mosquitos y las incontables incomodidades y privaciones en Macondo. Los antiguos policías fueron reemplazados por sicarios con machetes. Encerrado en el taller, el coronel Aureliano Buendía pensaba en estos cambios, y por primera vez en sus callados años de soledad lo atormentó la definida certidumbre de que había sido “un error no proseguir la guerra hasta sus últimas consecuencias”. Luego de la partida de la compañía bananera, que dejó hecho pedazos el pueblo, las autoridades de Macondo se van haciendo lejanas o se difuminan en la novela.

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o de muy diversa manera, el poder aparece en sus cuentos. Por ejemplo, en “Un día de estos”, el primero de Los funerales de la mamá grande, está magníficamente dibujado en una imagen: cuando el dentista, al momento de sacarle al alcalde una muela sin anestesia, “sin rencor, más bien con una amarga ternura”, le dice: “Aquí nos paga veinte muertos teniente.” En ese momento se nos revela en su dimensión exacta con quién trata y de quién se trata6. En el cuento “Muerte constante más allá del amor” (quizá el mejor del libro de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada), el senador Onésimo Sánchez, a quien “le faltaban seis meses y once días para morirse”, un deudor le envía a su hija virgen, una muchacha bellísima, la muchacha más bella que el senador haya conocido, y se la ofrece por el dinero que le debe. Se lleva a cabo la transacción y el único lamento del senador es no haber seguido encerrado con la


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muchacha por más tiempo del que le tocó vivir. En el soneto de Quevedo, que da título al cuento, el poeta español imagina que después de su muerte será “polvo, mas polvo enamorado”; el senador Onésimo Sánchez es cuerpo terrenal enamorado hasta el último de sus días. Me doy por creer que en sus años de lozanía a García Márquez le hubiera gustado una muerte felizmente sexual igual o parecida a la de su protagonista. Como han dicho Maquiavelo y sus descendientes teóricos, la esencia del poder es tenerlo y mantenerlo. En uno de los Doce cuentos peregrinos, “Buen viaje, señor presidente” (el cual es quizá un desprendimiento de El otoño del patriarca –fue escrito en 1979–), versa sobre un expresidente caribeño que va a curarse paradójicamente a la helada Ginebra, donde enfermo y pobre pasa unos meses hasta que casi se recupera. Paradójicamente pobre digo, porque las fortunas de los hombres del gran poder latinoamericano han acabado por décadas en las cuentas suizas. Paradójicamente también porque un matrimonio más pobre que el expresidente ambiguamente pobre y en la extrema soledad del poder es el que le mitiga los meses de precariedad durante su estadía. Un día el expresidente regresa al Caribe, específicamente a La Martinica, donde mora su amigo el poeta Aimé Césaire 7, pero aún no puede regresar a su país. Es casi una máxima que no hay político que haya conocido y perdido el poder que no espere o sueñe volver a tenerlo. Es una ingenuidad creerles en el desempleo su falso desdén por el poder, y menos, que quieran definitivamente prescindir de él. Cuando se presenta la oportunidad, al político le da por creer, o los partidarios se lo hacen creer, que la patria lo necesita y que aún es útil para “aportar su experiencia”. El expresidente acaba por creerlo y vuelve a las andadas.

amor” 8. En las respectivas novelas, la periodista evidencia instantes definitorios en los casos de Aureliano Buendía, el Patriarca y Simón Bolívar. El amor, sentencia, les quedaba grande. En un régimen de cualquier índole se habla desde las cúpulas del poder –nacional, estatal o municipalmente– de respeto a las instituciones y de estado de derecho, pero García Márquez dibuja soberbiamente que quienes deberían hacer valer las leyes son los primeros en violarlas o torcerlas, eso sí, reiterando de continuo, en mejor o peor simulación, que se cumplen a cabalidad y nadie está por encima de ellas. El ejercicio de la política y de la abogacía se asientan en la verdad jurídica, pero son ellos quienes perfeccionan más en la práctica el arte de la mentira. Salvo excepciones, no hay un personaje poderoso que, de una manera u otra, no se hunda en un lodazal delictivo. En eso, las narraciones del aracataqueño son un retrato, o si se quiere, una metáfora, de la política latinoamericana: injusticias, brutalidad criminal, arbitrariedades cotidianas, abuso de autoridad, pozos sin fondo de corrupción… Después de la publicación de Cien años de soledad, García Márquez conoció y trató a numerosos presidentes, sobre todo colombianos y mexicanos, de vario y variado color ideológico, y de algunos fue muy amigo. De los colombianos, liberales y conservadores, desde Alfonso López Michelsen (1974-1982), de hecho fue próximo a todos. Baste pensar, de otros países, en Omar Torrijos, François Miterrand, Bill Clinton, Carlos Andrés

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Pérez, Ricardo Lagos y, sobre todo, Fidel Castro. Esta proximidad con los poderosos fue algo común al grupo del boom (Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa). Quizá quienes trataron más a los presidentes fueron García Márquez y Vargas Llosa, pero Vargas Llosa tuvo mayor cercanía con los conservadores o ultraconservadores, algunos impresentables. Contra todo, no hay nada que muestre o pruebe que García Márquez buscara en ese trato un interés o un beneficio personales, ni mucho menos un puesto ministerial. Un último y claro ejemplo de esa fascinación fue su insistencia para que el entonces rey de España, Juan Carlos ii , asistiera a la celebración de sus ochenta años a Cartagena de Indias. Parecía en él sólo el gusto de convivir con los poderosos, sentir la inmediata aura del poder y, muy probablemente, la oportunidad de conocer sus caracteres, y en determinados casos, como el de Fidel Castro, interceder por perseguidos (que el chileno Jorge Edwards, quien lo trató a menudo en la Barcelona de los años setenta, y quien no simpatizaba con el régimen cubano, escribió que a fin de cuentas no fueron muchos 9). Del lado de los presidentes, sobre todo latinoamericanos, reunirse con él significaba el ornato de tener como amigo próximo o como excelente conocido al narrador latinoamericano más célebre del siglo xx y de lo que iba del xxi . En cuestión de imagen, en mi opinión, ganaron mucho más con la amistad o con el trato los presidentes que García Márquez

Gabriel García Márquez dirigiendo un taller para editores en la sede de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena de Indias, Colombia, 1998

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n un notable artículo de 1991, la periodista colombiana Patricia Lara observaba que la fascinación del poder en García Márquez “le ha permitido descifrar su misterio, retratarlo, desmenuzarlo, engrandecerlo y ridiculizarlo”. A las dos atracciones que tenía por el misterio y la soledad del poder, y a la que añadimos nosotros la invisibilidad, Patricia Lara adiciona muy bien que “hay básicamente dos características comunes en todos sus personajes poderosos, las cuales tienen que corresponder necesariamente a características comunes a quienes se dejan atrapar por el vicio de la felicidad falsa del poder: la pérdida del sentido de la realidad y la incapacidad para el

NotAS 1. Son nueve cuentos publicados entre 1947 y 1955, es decir, entre sus veinte y sus veintiocho años, uno más mediano que otro, los cuales ocurren en espacios muy cerrados. Una de las preocupaciones centrales que los caracterizan es el muro invisible –el momento del tránsito– que existe entre la vida y la muerte; otra sería el doble y los desdoblamientos. Entre todo ese desecho narrativo hay un cuento espléndido, “La mujer que llegaba a las seis”, sobre una prostituta que ha asesinado a un cliente, el cual anticipa por varias vías la gran narrativa garciamarquesiana. Para evitar la circulación clandestina, García Márquez incorporó el libro como propio en sus obras completas. 2. En sus memorias cuenta que Macondo era el nombre de una finca bananera. Estaba a diez minutos en tren de Aracataca. Se le quedó hondamente grabado en el recuerdo y el cuerpo por su sonoridad. 3. Vivir para contarla. 4. En una novela corta posterior, Crónica de una muerte anunciada, se nos informa que el alcalde, el coronel Lázaro Aponte, lleva once años como autoridad civil. Apenas si aparece en el curso de la narración. Una, para decir que creyó tener razones de que Santiago Nasar ya no corría ningún peligro de que los gemelos Pablo y Pedro Vicario lo fueran a matar para vengar en él al supuesto desvirgador de su hermana; la segunda es que en los primeros días, luego del asesinato, cuando tenía a los gemelos Vicario en la cárcel, no sabía qué hacer con ellos; la otra mención al alcalde es indirecta y es una información que da el cura Carmen Amador en su retiro de Calafell al sujeto narrador (García Márquez). El cura tuvo que hacer la autopsia de

Santiago Nasar en ausencia del médico: “Fue como si hubiéramos vuelto a matarlo después de muerto. Pero era una orden del alcalde, y las órdenes de aquel bárbaro, por estúpidas que fueran, había que cumplirlas.” 5. Hay una obsesión de García Márquez por los coroneles como protagonistas esenciales en novelas. Dos no tienen nombre (La hojarasca y El coronel no tiene quien la escriba); el otro es una mención de paso en sus primeros libros, y eje definitivo de Cien años de soledad: el coronel Aureliano Buendía. En esas menciones, en la guerra y en la firma de paz, hay ya un tinte legendario. Una curiosidad: el abuelo materno, Nicolás Ricardo Márquez Mejía, del que decía García Márquez que era quien más lo había influido, tuvo grado de coronel, y aparece aún en Cien años de soledad, llamándose –quizá por eufonía verbal– Gerineldo Márquez, y es el hombre de más confianza en la guerra y en la paz de Aureliano Buendía. En la paz es el pretendiente obstinado y sin esperanza de la seca y severa Amaranta. 6. En La mala hora hay una variación del cuento. En un pasaje, por medio del cura, el alcalde hace que lo reciba el dentista. Las posiciones ideológicas son las mismas, pero los hechos criminales que los enfrentaron son algo que ya fue. 7. Varios de los cuentos peregrinos son pretexto para que amigos o maestros sean asimismo personajes: el propio Aimé Césaire, Cesare Zavattini, Pablo Neruda y Miguel Otero Silva. 8. Gabriel García Márquez, testimonios y ensayos sobre su obra. Compilación de Juan Gustavo Cobo Borda, I, pp. 15-19. Siglo del hombre editores, Bogotá, 1992) 9. Lecturas Dominicales, El Tiempo, Diciembre 12, 1982.


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Nuestro hombre en Ginebra:

García

Már

y el perio

LA FASCINANTE PLUMA DEL GRAN GABO YA SE MANIFESTABA, CON CERTEZA, PRECISIÓN E IMAGINACIÓN EN LOS CIENTOS DE PÁGINAS QUE ESCRIBIÓ COMO REPORTERO Y SOBRE TODO COMO CORRESPONSAL EN GINEBRA DEL PERIÓDICO COLOMBIANO EL ESPECTADOR DE 1948 A 1960. SUS NOTAS, CRÓNICAS Y ENTREVISTAS SON EJEMPLO DEL MEJOR PERIODISMO NARRATIVO.

A Marta y Xavier

EN EL CoMIENzo fuE Lo INSóLIto, LA VIoLENCIA y uN ESpANtApáJAroS CruCIfICAdo

¿Q

ué es el periodismo para el joven Gabriel García Márquez que se inicia como redactor en mayo de 1948 en Cartagena de Indias? Quizás es el comienzo de la formación de un estilo periodístico y narrativo cuyas perturbaciones estéticas ya eran motivo de reescrituras de notas informativas que no cumplían con la calidad artística que el joven periodista exigía de sí mismo; las primeras articulaciones entre realidad y ficción, entre invención periodística y ejercicios de estilo disfrazados de columnas, notas y crónicas. La lectura cruzada, por ejemplo, de ciertos textos periodísticos de 1950 y 1951 con su primera novela, La hojarasca, permite fijar también las primeras relaciones entre el periodismo absolutamente narrativo de García Márquez y sus cuentos y novelas; una relación siempre sinuosa, nunca mecánica, en la que es difícil establecer terminantemente los límites entre la información y la ficción; entre los cuentos en los que García Márquez ensaya cierta perspectiva narrativa y las columnas o crónicas en las que se identifican las historias insólitas que reclaman un trabajo de verosimilitud, como la “noticia” de “cuatro alumbramientos dobles”, en mayo de 1948, cuatro nacimientos de gemelos en Cartagena y que seguramente afectarían “la estructura de la economía nacional”; o la posibilidad de que, a partir del descubrimiento de un antiguo pergamino, el cine haya sido inventado por antiguos chinos, ocho mil años antes (Textos costeños. Obra periodística i, 1948-1952). En todo caso, García Márquez escribe periodismo desde muy joven con una amplia conciencia de los poderes de la ficción en la vida cotidiana de los lectores, como un auténtico y prolijo contador de historias que lejos de acentuar el origen culto de lo escrito, más bien parece que con un tono casi oral se permite articular figuras como la de los “niños campesinos” que se asombran ante signos de modernización como el helicópte-

ro, rememorando el mismo narrador-periodista las historias de Las mil y una noches. El 9 de junio de 1948 es asesinado el candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán y su muerte desata una respuesta popular enfurecida que se va a conocer como el “Bogotazo”. Es el inicio de una violencia de larga duración en Colombia y el contexto en el que García Márquez comenzará a escribir en diarios desde diferentes ángulos narrativos y periodísticos: desde la columna “La Jirafa” hasta cuentos invernales, pasando por la redacción de notas anónimas e imposibles, muchas veces difíciles de identificar con su autoría. Sin embargo, el escritor colombiano en plena formación ya se permite ensayar en su columna ciertas evocaciones narrativas: “Crucificado en mitad de la tarde está el espantapájaros. Tiene apenas la edad de una cosecha, pero su cercanía huele a frutas y a eternidad. El gesto duro, inexpresivo, ha caído desde su altura. Una serena luminosidad lo habita por dentro transfigurándolo. Los pájaros, jubilosos, han venido a rodearlo, a disfrutar de su vecindad.” Esta descripción del espantapájaros crucificado es también parte de una “conversación” con otro columnista, su “vecino” de página, Héctor Rojas Erazo, que había escrito un día antes sobre la decadencia de los fantasmas. Lo notable de este breve texto es su voluntad ya manifiesta de relato; García Márquez lo cierra con un desenlace en el que se resuelve el contrapunto entre el espantapájaros y los fantasmas, ya que, si los hombres han dejado de considerar como reales a los fantasmas, los pájaros afirman la “realidad” del crucificado de tronco y paja: “No lo rebajan (los pájaros) sino que lo enaltecen. Lo rodean, lo frutecen de trinos, lo desnudan de su pintoresca y ridícula indumentaria, para que su armadura tenga la oportunidad de volver a ser árbol.” La vida periodística inicial de Gabriel García Márquez está consignada en sus cientos de notas que desde 1948 hasta 1960 conforman el primer corpus del periodista de tiempo completo que se inicia en el Caribe colombiano y que culmina con el viaje a Europa, anunciado con bombo y platillo por su diario de entonces, El Espectador, y el regreso a América (Obra periodística iii . De Europa y América ,1955-1960). Son cinco tomos de obra periodística que llegan hasta 1995. Tres libros complementan la matriz periodística de un Gar-

cía Márquez en el que la crónica, la entrevista transformada en testimonio en primera persona y el reportaje, ya se expresan como altamente novelizados: “Relato de un náufrago” (catorce entregas publicadas en 1955 en El Espectador y editadas como libro en 1970), “La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile” (1986) y “Noticias de un secuestro” (1996). Sin embargo, este periodismo siempre narrativo, quizás un poco más ensayístico después de 1960, es de alguna manera inseparable de la obra de ficción: el análisis y la comprensión de sus cruces, de sus modos de convivir y de potenciarse el uno al otro, es también una fascinante manera de acercarse a un clásico que exige recomenzar desde otro ángulo su lectura, su pertinencia artística y periodística como una posible lección para el presente.

NuEStro hoMbrE EN EuropA tAMbIéN ESCrIbE CuENtoS y NoVELAS

C

on bombo y platillo, el diario El Espectador de Colombia anuncia el miércoles 13 de julio de 1955, en su primera página, el envío de un corresponsal a Ginebra, Suiza. Este redactor tiene la misión de cubrir la llamada conferencia de los Cuatro Grandes. El popular enviado tiene veintiocho años de edad y es ya una de las figuras más importantes del periodismo y la literatura en Colombia. Su nombre es Gabriel García Márquez. A los dos días, el periódico colombiano publica otra nota relacionada con la travesía de su enviado: “Hoy viaja García Márquez a París.” Lo que sería una corresponsalía breve en Europa se trasformó en una estancia prolongada para el escritor de Cien años de soledad, ya que la dictadura de Rojas Pinilla comienza su acoso a la prensa y el mismo diario de El Espectador es obligado a cerrar. “La intención de viajar a Europa era un viejo sueño de García Márquez, del que aparecen señales en la producción periodística de Barranquilla. El periodismo fue el pretexto para emprender la travesía del océano”, afirma Jaques Gilard, el más importante estudioso de la obra periodística de García Márquez y a quien debemos su compilación. Europa representa para el escritor colombiano la oportunidad de medir el alcance del mundo que lleva dentro, el de la comarca oral colombiana, y que


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Gustavo ogarrio

rquez

odismo narrativo se va a transformar en el punto de partida para la formación de Macondo. “Desde un principio García Márquez mide las cosas con un parangón estrictamente colombiano. Ginebra le parece ser una ciudad comparable con Manizales”, sostiene el mismo Gilard. El hombre enviado a Ginebra comenzará su propia conquista e invención del Viejo Mundo y, sobre todo, otro capítulo de la relación entrañable entre periodismo y ficción, entre esas noticias delirantes que también le gustaba contar desde Europa, entre cumbias y butifarras. Uno de los escritores que, según el mismo García Márquez, le enseñó a narrar el Caribe fue el inglés Graham Green: “Él me enseñó una manera de ver el Caribe. Me enseñó a lograr que hiciera calor en los libros… Green era un maestro para dar un ambiente o una situación con un solo trazo. ¿Qué tal ésta?: ‘Tal vez la tierra sea el infierno de otros planetas’.” En su novela Nuestro hombre en La Habana, Green narra la transformación obligada de un vendedor de aspiradoras en espía, en los años previos a la Revolución cubana. James Wormold se incorpora forzadamente al servicio secreto británico en La Habana y su actividad de espionaje termina por inventar informes, planos y situaciones. Es muy probable que García Márquez haya tenido un comportamiento similar en Europa, casi paródico, al de Jim Wormold en La Habana: un periodista que cumple con sus responsabilidades informativas, pero que al mismo tiempo se va inventando parte de estos mismos relatos periodísticos, al tiempo que amplía obsesivamente los márgenes de trabajo para el escritor de cuentos y novelas. Así lo consigna el mismo Gilard: “Las simplifi caciones y exageraciones a las que siempre había recurrido se hacen más perceptibles y más divertidas precisamente en el momento en el que se ve obligado a informar sobre Europa.” Exageración, dramatización, el uso narrativo de datos y anécdotas aparentemente extravagantes, serán algunas de las constantes de estos textos periodísticos que son, ante todo, narraciones. A pesar de que muchos de ellos se presentan hasta deshilvanados o resueltos mediante “chistes fáciles”, según Gilard, ciertos “reportajes falsos” de esta época “pueden figurar dignamente entre los más perfectos relatos escritos por García Márquez”. La conquista de Europa por parte de García Márquez está también inspirada por la misma actividad

Foto: Rodrigo García

que Graham Green llevaba a cabo para escribir sus novelas: confrontar el mundo propio con lugares lejanos, desafiantes, con otros mundos que afirmaban la universalidad de la propia región en la que se había nacido; una especie de contra-conquista narrativa y periodística. Así lo veía García Márquez en uno de sus textos sobre el novelista inglés: “No me ha sorprendido, en último término porque, de un modo consciente o inconsciente, Graham Green fue siempre a buscar sus fuentes de inspiración en lugares distantes y arriesgados.” La mirada fugaz de un narrador que no porta ese culto letrado por una civilización europea en plena decadencia en la postguerra; la contemplación de esos “otros” a través del ojo del periodista, del espía, del corresponsal de guerra y hasta del turista de veranos que terminan con un mes de anticipación en la “vieja y empobrecida Europa”. Esta resonancia de una Europa “conquistada” por García Márquez –cuyo espacio narrado periodísticamente se transfiere al relato de ficción mediante figuras sorprendentes e insólitas– se puede leer en el cuento “Me alquilo para soñar”, de 1980. El narrador, que es marcadamente autobiográfico, evoca la figura de Frau Frida, una “mujer inolvidable” de trayectoria extravagante y cuyo misterio radica en “contar los sueños en ayunas, que es la hora que conservan más puras sus virtudes premonitorias”. El contrapunteo espacial entre América y Europa marca la trayectoria del relato y de su temporalidad: de la muerte de Frau Frida en La Habana a la remembranza del momento en el que el narrador la conoce en los “crueles inviernos” de Viena y un segundo encuentro en Barcelona: “Fue el día en que Pablo Neruda pisó tierra española por primera vez desde la Guerra civil.” El narrador entrecruza elementos históricos y autobiográficos en una ficción que es siempre una evocación, que está hecha con el tejido de recuer-

dos que el mismo narrador tiene de esa colombiana insólita que lleva en el índice derecho un anillo en “forma de serpiente y ojos de esmeralda”. “Viena era todavía una ciudad imperial”, una ciudad estratégica entre los dos mundos que dejó la segunda guerra mundial y que sirve como punto de partida de la remembranza de un relato que recorre Europa y las Américas a través de los sueños alquilados de Frau Frida y de la memoria narrada de más de trece años del narrador, cuyo relato culmina con una ironía sobre el mismo Borges –cuando un somnoliento Neruda afirma que ha soñado que Frau Frida soñaba con él: “Eso es de Borges”, responde el mismo García Márquez narrador– y la tentación paradójica que se le presenta a este narrador de escribir un cuento “sobre ella”: un cuento dentro del cuento. Este redactor colombiano enviado inicialmente a Ginebra ha cumplido con su objetivo secreto: registrar la decadencia del Viejo Mundo mediante su propio sistema comparativo en el que, como un Colón invertido de contra-conquista algo delirante, establece un intrépido juego de espejos entre Colombia y Europa; esto para finalmente transformarse en cuentista y novelista con la “ayuda” siempre de su propia mirada insólita de periodista narrativo. Es precisamente en este “enorme bosque” que para García Márquez es la Viena de la postguerra, a pesar de la “hospitalidad y el espíritu de los vieneses”, que el escritor colombiano expresa, en noviembre de 1955, una de sus murmuraciones irónicas sobre la Vieja Europa y que se narra como un golpe de conciencia, casi como una epifanía: “En aquel enorme salón llenó de humo, bailando cumbias con espermas encendidas y comiendo butifarras, me pareció que no había valido la pena atravesar el océano Atlántico para volver a las fiestas de San Roque, en Barranquilla. Sólo faltaba el negro Adán. Lo demás es literatura barata.”


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Signos junto al camino, Ivo Andric, traducción de Dubravka Sužnjevi, Editorial Sexto Piso/Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 2016.

Todo transcurre adentro Elena Méndez

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vo Andri (Dolac, 1892-Belgrado, 1975) es el más célebre escritor serbio y el más traducido entre los balcánicos. Mereció el Nobel de Literatura en 1961, “por la fuerza épica con la que ha reflejado temas y descrito destinos humanos de la historia de su país”. Su obra más popular es la novela Un puente sobre el Drina, un clásico de la literatura balcánica moderna. Publicada en 1945, abarca cuatro siglos de historia y se sitúa en la ciudad de Visegrad, atravesada por el puente Mehmed Pasa Sokolovic, construido encima del río Drina, cuya ubicación es estratégica, pues sirve de frontera entre Bosnia-Herzegovina y Serbia. Signos junto al camino es una suerte de memorias, o diarios, de Andric. Esta traducción, la única disponible en el mundo, fue impecablemente realizada por la belgradense Dubravka Sužnjevi, quien a su vez es la traductora oficial del afamado serbio Goran Petrovi, prologuista del volumen. Andric es descrito así por Petrovic: “fue doctor en Historia pero como escritor mayormente trataba los destinos de gente pequeña, aquella que la ciencia histórica por lo general omite. Hay que agregar que fue diplomático pero en la época de la Segunda Guerra Mundial rechazó firmar muy ‘antidiplomáticamente’ la declaración de colaboración con el invasor alemán. Hay que agregar que como ganador del Premio Nobel de Literatura ganó fama mundial, pero siempre rehuyó a la gloria. Hay que agregar que no hablaba mucho, más bien callaba, para poder narrar”. Andri posee una enorme capacidad de introspección, cualidad que hace afirmar a Petrovi que, aquí, “todo transcurre adentro. Y desde adentro”. S i g n o s … s e c o m p o n e d e c u a t ro a p a r t a d o s : “Imágenes, escenas, estados de ánimo”, “Desasosiegos seculares”, “Para el escritor” e “Insomnio”. En ellos, uno se topa con la seductora prosa de alguien observador, tierno, lúcido, agudo, de palpable bonhomía, en constante itinerancia. Pesimista, casi existencialista, ante la futilidad de la vida y, sin embargo, proclive al asombro, a quedar absorto ante la belleza de un paisaje o de un rostro femenino. Su afán confesional semeja la desnudez más pura: queda vulnerable, expuesto ante los lectores. Aun cuando hace más de cuarenta años trascendió, uno lo siente cerca y quisiera abrazarlo, decirle que no está solo, que ha tenido esas mismas pesadillas, esos mismos presagios. Fragmentario, aforístico, elabora retratos, despliega panoramas, esparce gérmenes de historias. Reflexiona acerca de la idiosincrasia de diversos lugares donde le toca estar, llámense Alemania, España o la propia Bosnia. Sobre los alemanes, dice: “Un alemán promedio –digo ‘promedio’, porque está claro que también ahí es posible todo tipo de excepciones– no recibe la hospitalidad como un obsequio y un deber, sino que la aprovecha y la ve como una debilidad de usted.” Respecto a los españoles,

comenta: “Les gusta la música, parecen estar locos por ella, pero su exagerada expansividad no les permite escucharla con calma, sino que tienen que tomar parte en ella. En realidad, ellos necesitan la música para no tener que hablar.” Y de los bosnios afirma: “Aun en nuestra época los bosnios aceptan, sobre todo si son católicos, muchas ideas que tienen su origen directo en el Medievo.” Hombre que vivió a caballo entre dos siglos y atestiguó las dos guerras mundiales, que fue quedándose solo, no es extraño que medite obsesivamente acerca de la muerte. Así, valiéndose de pensamientos propios o incluso de terceros, aborda el tema: “Hablando de un buen amigo nuestro que había fallecido tres años atrás, alguien se queja: –¡Cuán rápido olvidamos a los que mueren, aun cuando fueron tan cercanos y queridos durante la vida! – Todos estamos olvidados aun durante la vida, sólo que esto se ve claramente apenas cuando morimos –dice m . Todos nos quedamos callados.” Posteriormente, declara: “Lo que denominamos ‘la reflexión sobre la muerte’ en los escritores está muy lejos de la reflexión y todavía más de la muerte. Son tan sólo nuestros sentimientos de incomodidad y miedo ante la idea de la muerte, expresados con palabras. El verdadero pensamiento sobre la muerte no encuentra palabras.” El apartado titulado “Para el escritor” resultará un gran gozo para quien comparta el oficio. Es inevitable sentirse identificado: “A decir verdad, siempre he deseado una cosa más que cualquier otra: poder

describir todo lo que veo y saber expresar todo lo que siento”. “Sólo habría que escribir cosas puras y grandes”. “Lo trágico de la belleza consiste en que no puede no existir, pero tampoco puede durar y mantenerse”. “Cuando yo sufro, sin vivir, mi obra vive y crece alimentándose de mi sufrimiento como si fuera un suelo fértil”. “Cuando leemos libros de buenos escritores, ante nosotros ocurren milagros […] estamos conectados con otra gente mediante múltiples vínculos secretos que ni siquiera intuimos, pero se nos revelan por medio de ‘nuestro’ escritor”. “El trabajo del escritor es tal que mientras escribe siempre navega a contracorriente.” “De aquello que jamás hubo ni jamás será, los escritores hábiles hacen los cuentos más bellos sobre lo que sí es.” Acaso el párrafo más digno de enmarcarse sea éste: “El escritor debe ser callado como su libro, que descansa en una repisa. Él debe obligar a la gente a que lea sus libros si quiere saber algo de su personalidad. Y después, debe dejarlos estafados y decepcionados porque no supieron nada de lo que quisieron saber. Ese debe ser su castigo por su insana curiosidad.” Al terminar de leer Signos junto al camino, quedan resonando estas palabras: “Estaré en todas partes donde haya canto, viviré en cada melodía, en los caminos, en el trabajo y en los hogares humanos.”  Función monstruo, Dán Lee, Edición de autor, México, 2017.

DÁN LEE Y LA LUCHA LITERARIA RICARDO GUZMÁN WOLFFER

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uien viera los forros del compendio de cuentos Función monstruo, de Dán Lee pensaría todo, menos que se trata del ganador del Premio Nacional de Cuento Rafael Ramírez Heredia 2009. Y es que el tema luchístico como fondo literario se usa poco ante el extraño pensamiento de que no hay material para escribir con seriedad. Pero, así como las geniales viñetas de los forros logran sorprender por mezclar plantillas viejas de luchadores aplicándose llaves, con viñetas claramente contemporáneas en diseño e intención, los cuentos de Lee hacen otro tanto. El quehacer literario de Dán no es nuevo. Editor y colaborador de muchas publicaciones virtuales e impresas, su manejo de la pluma es fluido. Logra juntar el lenguaje callejero con la estructura narrativa para plantear un conflicto y luego cerrar con eficaces vueltas de tuerca. Y no por usar temáticas especializadas en el pancracio nacional deja de lograr su cometido. El machismo que disfraza la homosexualidad más escondida; la fantasía como vehículo para enfrentar y resolver problemas infantiles; la aceptación de la realidad más cruel para anteponerla a la admiración infantil por el ídolo más que caído; la traición entre amigos, derivada de la infidelidad de la mujer de uno de ellos, con su consecuente castigo y redención; y mucho más aparece en estos relatos que tocan a los participantes de todo el abanico luchístico.


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Los personajes de Función monstruo son los luchadores, los aficionados primerizos, los réferis, los fanáticos del deporte, los niños que viven los personajes que se apoderan del cine y el imaginario nacional y hasta los cronistas televisivos: los personajes forman un fresco en el que se mezclan los actores de este deporte hecho tradición nacional y no sólo asumido como factor cultural sino también expuesto como parte de un turismo que amplía horizontes, tanto para captar a los extranjeros que ven a la lucha libre como una extraña manifestación de estos mexican curios capaces de morir sin mostrar el rostro entre las cuerdas de un cuadrilátero, como para ampliar el espectro social de los espectadores nacionales. Así, narra la primera visita de unos jóvenes a la Arena México: el nudo literario tiene que ver con la interacción entre público y luchadores. El primer encuentro puede ser memorable, narra Dán, pero no por lo que sucede en el ring, sino por la forma en que se pelean los novios ante la vista del cuerpo esculpido del luchador que le gusta a ella y que a él lo confronta con sus amigos, divertidos de ver cómo ese fisicoculturista le resulta irresistible a la mujer. A este planteamiento bien desarrollado y resuelto se mezcla la voz de los cronistas deportivos. Así como cada expresión artística tiene su lenguaje, también cada deporte tiene su peculiar narrativa televisiva: es importante que no se confundan los comunicadores, para dar mayor sentido de pertenencia al espectador. Al final del cuento, tras el conflicto de los novios y demás público, los comentaristas platican entre sí, fuera de los micrófonos, cómo la lucha libre es un espectáculo ante todo y cómo por eso mismo no habría que tomárselo tan en serio, si el asunto es ir a divertirse; no como los novios que se han peleado por culpa de un luchador al que ella no volverá a ver. Lee resuelve en una narración tres puntos fundamentales de la lucha. Otro aspecto resuelto en sus lucha cuentos es la figura del luchador como macho violento. Tanto evidencia la parte sensible de los luchadores con la afición que lo reconoce en cualquier situación para manifestarle admiración (en una presentación, Lee hizo llorar al Villano iii al leer el cuento alusivo a cómo perdió la máscara este gladiador), pero también deja ver que esos machos muy machos (que podrían tener cualquier profesión, representan al género y no sólo a los deportistas en cuestión) lloran por una mujer porque lamentan no poder asumir públicamente esa homosexualidad que esconden… Hasta que los descubre la propia familia. Si evidenciar la preferencia sexual es complicado en cualquier contexto, más acertado resulta el autor al exponerlo en este deporte donde los luchadores, incluso los “exóticos” con ademanes afeminados (unos actuados y otros para mostrarse orgullosamente gays), deben defender su lugar en la cartelera, y más al añadirle el incesto. Un sumario de cuentos que evidencian a un escritor con capacidad para escribir de cualquier tema, pero que, para beneplácito de los lectores, ha escogido a los actores del pancracio nacional 

Cuaderno Alzhéimer, Juan Gerardo Sampedro, Ediciones B, México, 2107.

La tenue retribución de la memoria Isaac Gasca Mata

Lo único que realmente poseemos los seres humanos, lo único que no debiera caducar, ni acotarse ni mitigarse, es la memoria. La memoria es un ejercicio de los actos cotidianos, de las ideas sublimes y de las evocaciones. ¿Pero qué pasa con todos aquéllos que por padecer una inexorable enfermedad pierden los valiosos vestigios de su memoria? ¿Qué ocurre con la gente que, sin percatarse del abismo, paulatinamente olvida sus recuerdos? ¿Qué sucede con quienes sus efemérides personales se borran, se pierden, desaparecen como si el mismo tiempo las arrancara de su mente? Esas son las reflexiones que Juan Gerardo Sampedro propone en su novela Cuaderno Alzhéimer. Alonso Peralta, el protagonista de esta ficción, es un viejo periodista de nota roja que empieza a sufrir los estragos degenerativos del olvido. Su mente, otrora hábil para describir literariamente los hechos más sanguinarios, ahora es incapaz de recordar lo que hizo el día anterior o el lugar donde vive. Sus constantes desvaríos le ganan la antipatía de su nuera y provocan angustia a su hijo, sumiendo al viejo en una atmósfera de incomprensión y absoluto desamparo. La novela inicia con la visita de Alonso Peralta al consultorio del neurólogo y criminalista j. Galindo. En la sala de espera el añoso reportero es asediado por la cara de una mujer llamada Marcia quien, según él, es una asesina serial que terminó con la vida de al menos tres hombres durante la década de 1970. Uno de los primeros síntomas del síndrome de Alzheimer es la superposición arbitraria de los recuerdos. Por lo tanto, ofuscado por una transposición de lo real con lo imaginario, Peralta reconoce a Marcia, una peligrosa criminal, e insiste en denunciarla, a pesar de que nadie puede verla, nadie la recuerda ni tiene certeza de su existencia. La necesidad de resolver el caso se torna impetuosa, a tal grado que durante sus escasos momentos de lucidez Alonso Peralta invierte su ingenio en esclarecer los hechos que ocurrieron cuarenta años atrás. El periodista está convencido que el doctor j. Galindo es un cómplice de la asesina, pues supone que intervino quirúrgicamente su rostro para cambiarle la identidad y, con ello, otorgarle impunidad. Juan Gerardo Sampedro cautiva a sus lectores con una historia lenta, pausada, nostálgica, en la que los recuerdos difusos se resignan a morir y en su último resplandor develan un oscuro delito que se creía olvidado. Paradójicamente, el Cuaderno Alzhéimer abre un archivo pendiente del que seguramente disfrutaremos la secuela.

En nuestro próximo número

En los últimos años la novela de detectives en México ha tenido un impulso auspiciado por nuevas y empoderadas plumas. Las obras de Hilario Peña Malasuerte en Tijuana (2009), Juan Tres Dieciséis (2014); La pandilla cósmica (2005) de Sergio González Rodríguez y la edición reciente de México Noir (2016), compilación de cuentos negros a cargo de Iván Farías, son valiosos ejemplos del prestigio de este tipo de textos. La transgresora Pulp Fiction, anglicismo que se refiere a los relatos pletóricos de situaciones de violencia desmedida, lenguaje procaz y crimen, regresó para quedarse, debido quizá al alto índice de abusos, injusticia e ilegalidad que impera en nuestro país. Cuaderno Alzhéimer coincide con esta línea literaria: en su afán por describir las peripecias de un hombre maduro en el ocaso de sus facultades mentales, desata en los lectores una turbamulta de curiosas obsesiones. Sabemos que un personaje como Marcia Galván es un archivo muerto que vive en la invención del personaje central. Al terminar de leer la novela, el mundo se abre como una bolsa negra para mostrar lo que retiene la débil imaginación de un exreportero de nota roja diagnosticado con principios de Azhéimer pero que se resiste, pese a todo, a perderla 

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ÓSCAR OLIVA: 80 años de búsqueda incesante José Ángel Leyva


Leer Por breve herida, Margo Glantz, Sexto Piso/Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2016.

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A la manera de Pascal Quignard ELENA MÉNDEZ

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l leer Por breve herida, de Margo Glantz (Ciudad de México, 1930), uno descubre que ella pertenece a la estirpe de quignardeanos mexicanos entre los que se encuentran también José Emilio Pacheco, Federico Campbell y Pablo Espinosa. El argumento parecería muy simple: Margo –quien se llama a sí misma “La Escritora” o “La Protagonista”– acude incontables veces a atender su dentadura. En medio de sus eternas esperas, lee libros relacionados de uno u otro modo con el tema. Pero lo complejo, aquí, no es sólo la estructura, sino las imbricadas relaciones que teje entre el puñado de obsesiones, de manías, de leitmotifs que pueblan esta novela-ensayo, realizada mediante fragmentos que no descartan el autoplagio, la digresión, la ironía y la intertextualidad. Explica así su amor por lo fragmentario, tan característico de su admirado –y no sé qué tan conscientemente imitado- Pascal Quignard: “Trabajar con la fragmentación permite que el lector reconstru ya el texto y le dé unidad, entreverada, diluida y a la vez fuertemente sugerida. Cada uno de los textos funciona individualmente por cuenta propia y puede separarse del conjunto y sin embargo conservar su propia autonomía [...] a veces la fragmentación es tal que llega a convertirse en pulverización.” Eso ocurre en Por breve herida. Y es para bien. Así como una novedosa técnica dental permite que injertar hueso pulverizado regenere el hueso original, así la fragmentación literaria y su consiguiente pulverización regeneran su sentido, su esencia. Logran que esta obra sea múltiples obras a la vez. Fascinada con los procesos del cuerpo y enterada de detalles que aparentemente sólo conciernen a los especialistas, realiza una profunda introspección, casi casi una disección, de todo lo que pasa por su

mente mientras –o después, o antes– es intervenida en su dentadura, la cual siempre ha sido muy delicada. Margo habla de las fauces animales, sobre todo las de los perros, cuya ferocidad intimida a sus enemigos, aunque también a sus amos. Asimismo, menciona a autores, celebridades y personajes ficticios con dentadura mellada o cuyos dientes acabaron como reliquia, como Ramsés ii , Santa Teresa de Ludwig de Baviera, George Washington, Thomas de Quincey, Miguel de Cervantes, Vincent Van Gogh, Graham Greene, Jan Potocki, Roberto Bolaño, Martin Amis, las Gorgonas, Don Quijote, la Berenice de Edgar Allan Poe, Hanno y Thomas Buddenbrook, de Thomas Mann… Autora entrañable, tanto por íntima como por hablar de/desde las entrañas, revela sus innumerables fijaciones, las reliquias que guarda como si fuesen de un santo: un collar de marfil que le obsequió su madre antes de morir, así como los cabellos de ésta, cuidadosamente resguardados en una media que usaba. Dialoga con otras artes, en especial la música, la pintura y la cinematografía. Respecto a la pintura, es imprescindible destacar que la portada está ilustrada por un retrato realizado por Francis Bacon, donde aparece una mujer cuyo rostro es una serie de rasgos borroneados, grotescos, cuyo cuerpo adopta una pose similar a la de la Maja desnuda de Goya. Bacon es un artista constantemente citado por Glantz; de él, le obsesiona “la serie de más de cuarenta variaciones del retrato que pintara Velázquez del papa Inocencio x ”. Se maravilla ante el horror de sus pinturas, donde suelen aparecer bocas semejantes a fauces estremecidas, así como las de quienes acuden a atenderse problemas dentales. Así como los especialistas tienden puentes en la boca de Margo, ella, a su vez, tiende puentes literarios con su mente y su mano. Tal como hiciera David Markson en Vanishing Point, quien realizó una “novela sui generis” en la que “investigaba las cosas más cotidianas y absurdas que aparentemente a nadie le interesaban de la vida de los escritores y sus personajes favoritos, incluyéndose a sí mismo”, ella concreta su “ejemplo extremo de procrastinac i ó n memorable”, escrito durante dieciséis años, período de perpetua construcción/desconstrucción tanto espiritual como corpórea. Como académica de la lengua se regodea en las palabras, incluso en ésas que uno desconoce o en las que no suele reflexionar y que para ella son hermosas, como los términos que designan los huesos humanos: “el calcáneo, el húmero, la rótula, el peroné, el astrágalo, la escápula o la clavícula, nombres esdrújulos dignos de un poema; se parecen

a los que usaba Sor Juana Inés de la Cruz en el Primero Sueño”. Mujer de rituales, de fetiches, amante de verse bien, describe los zapatos verdes que acostumbra llevar a sus consultas dentales, su radiante labial rojo, su necesidad de arreglarse el cabello tras finalizar tan arduos procesos. Todo conduce a lo mismo: a su afán por la belleza, a sus recuerdos de infancia, a inventariar e inventariarse, a viajar a través de las letras, ya sea que se desplace o no físicamente, en un alarde digno de wanderlust (manía ambulatoria). Cabe abundar sobre su ya citado afán por la belleza: “Siempre he tenido problemas con mi aspecto, me parece que tengo un perfil demasiado fuerte –¿el de un emperador romano?– y me sigo encorvando. Tuve un cuerpo precioso, no era fea pero creía que era fea. Mi apariencia personal siempre me hizo fijarme en la de los otros, sobre todo en la de las mujeres. […] Por eso le dedico un libro a la belleza levemente cinematográfica de mi madre, una mujer muy bella, muy elegante, tenía muy buen gusto para vestirse, muy coqueta, además, era la época de las grandes artistas del cine de los años treinta o cuarenta[…] todas tenían una especie de allure, un garbo que yo anhelaba tener.” Joseph Conrad afirmaba que “cada una de sus novelas le había costado un diente”. A Margo esta obra le costó varios, no sólo en el sentido metafórico. El lector sabrá valorar su colmillo literario, hincarle el diente a este volumen con sumo regocijo; devorarlo, en suma n


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TOMAR LA PALABRA agustín ramos

ARTES VISUALES germaine gómez haro

JOSÉ LUIS CUEVAS, IN MEMORIAM

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Para Mariana, Ximena y María José

ace unos días visité la exposición José Luis Cuevas y su colección, a 25 años, inaugurada en el museo que lleva su nombre tres días después del fallecimiento del artista el pasado 3 de julio. La exposición que Cuevas no alcanzó a ver conmemora los veinticinco años de este museo con una muestra panorámica de su quehacer artístico y una selección de la colección de arte latinoamericano que, junto con su esposa Bertha Riestra, reunió a lo largo de muchos años con amor y dedicación. Ambas colecciones integran el acervo de mil 860 piezas que la familia Cuevas donó al pueblo mexicano y que el inba resguarda en este recinto. La exposición consta de un centenar de piezas divididas en tres grupos temáticos. La primera sala está dedicada a los retratos de José Luis y de Bertha realizados en diferentes momentos por artistas tan diversos como Siqueiros, Roberto Montenegro, Raúl Anguiano, Juan Soriano, Arturo Rivera, Jazzamoart, Leonel Góngora, Vlady, entre otros. La selección de la colección de arte latinoamericano y mexicano es representativa de la mirada y el gusto del artista por el trabajo de sus colegas de diversas generaciones y nacionalidades. En este museo se han presentado numerosas exhibiciones dedicadas a artistas latinoamericanos y sería interesante plantear para este recinto una vocación definida en torno a la promoción del arte de Centro y Sudamérica, aprovechando precisamente este acervo. Desde mi punto de vista, el Museo Cuevas ha sufrido un descalabro en los últimos años con exposiciones de un nivel muy desigual y sería oportuno que el inba replanteara su destino bajo la dirección de algún profesional con más visión, experiencia y audacia que su actual directora, Beatriz del Carmen Bazán, viuda del pintor. También es necesario que se haga un registro del material documental que se conserva en el museo y del cual –según he sido informada– no existe un inventario. La muestra del trabajo de Cuevas da cuenta de la variedad de técnicas gráficas que dominó como pocos y presenta algunos de sus magníficos dibujos de diferentes períodos. Hay dos grabados de 1947 en los que el artista anotó que fueron sus primeras incursiones en este medio, realizados en el taller de Lola Cueto. Desafortunadamente no hay piezas de los años cincuenta que nos permitan seguir el desarrollo de su trabajo temprano, pero sí se percibe que en la década de los sesenta ya cuenta con obras maestras. Al recorrer el museo, y sobre todo, al encontrarme frente al altar que ahora está dedicado a su memoria, me entristeció no haber visto a José Luis en los últimos años. Mis hermanas y yo tuvimos el privilegio de contar con la amistad de los Cuevas, frecuentamos y quisimos mucho a Bertha –quien nos apodó “las niñas Lamm”– y conservo recuerdos entraña-

Sin título

HASTA SIEMPRE

S

La caja china

bles de ambos; fuimos partícipes de sus generosas y fascinantes tertulias en la famosa casa de Galeana en San Ángel donde compartimos muchos momentos inolvidables, algún Año Nuevo en Ixtapa, Zihuatanejo, y las comidas de su cumpleaños que año con año festejaba junto con Raúl Anguiano. Estuvimos cerca de ellos en la enfermedad de Bertha y compartimos con él el dolor de su pérdida. Lo procuramos en su viudez cuando lloraba por todos lados porque se

Justine y el marqués

sentía devastado y no sabía estar solo, y ya con su nueva esposa viajamos a La Habana en 2004 para presentar la carpeta de grabados Fantasmas del Centro Histórico, editada por nuestro amigo mutuo Ramón Carballo y para la cual me invitó a escribir el texto de presentación. Pero poco a poco lo fui perdiendo de vista, como la mayoría de sus amigos de antaño. Homero Aridjis lo dijo muy bien en el Homenaje en Bellas Artes: su aislamiento en los últimos años es un misterio. Me resultó increíble que dejara de ver a sus tres hijas que eran su adoración y de las cuales se enorgullecía por su inteligencia y talento. Cuando Ximena denunció el estado de descuido en el que lo encontró después de no verlo en mucho tiempo, me solidaricé con ellas. Ahora me apena profundamente que padre e hijas no se hayan podido reconciliar, que no haya podido festejar el éxito de María José y Ximena en su documental Bellas de noche, a todas luces inspirado en él, y que no haya estado cerca de sus nietos Alexis (artista visual) y Axel (cineasta) para celebrar que heredaron de él sus dos grandes pasiones: la creación artística y el cine. Quienes no lo vimos más lo recordaremos como el amigo generoso que fue, el gran personaje que se inventó y el extraordinario dibujante que deja un legado fundamental en la historia del arte mexicano. Descanse en paz, el inolvidable Cuevas n

iempre te vi contento; tranquilo nunca, pero sí calmado. Nos presentó Paloma Villegas, mi colega de asignatura en la uam Xochimilco, la tarde en que nos reunimos en casa de ella, cerca de Viveros, para presentar la novela Guerra en el paraíso, de Carlos Montemayor, en el Centro de Investigaciones Históricas de los Movimientos Armados de la colonia Avante. El tiempo estaba encima pero tenías pendiente un artículo para la sección cultural de El Financiero y volaste hasta el teléfono. Te me figurabas un coloso por lo que escribías. Es puro nervio, te definió Paloma con su exactitud de poeta y novelista. Luego callamos para divertirnos con tu improvisación y con lo que argumentabas ante las objeciones de quien te tomaba el dictado; dedujimos que faltaban algunas líneas para completar el espacio de tu colaboración. Pues escríbelas a tu libre albedrío, dijiste y colgaste para volver con nosotros a sintonizarte con nuestra risa como si hubieras oído el mismo chiste. Sabía que fuiste de los participantes más chiros del taller de narrativa de Monterroso y –de lejos– uno de los mejores pasajeros del Zeppelin antológico preparado por Donoso Pareja (Zeppelin compartido, Punto de Partida, unam , 1975); que habías trabajado para Crucero, el vespertino del periódico El Día, y desde 1979 tus crónicas de la epopeya sandinista te habían convertido para mí en Michelet, Reed, Wallraff, Kapuscinski, Karl Kraus. Un ejemplo: “La bala que mató esta mañana al periodista estadunidense Bill Steward de la transnacional informativa abc News de Nueva York, penetró en la nuca del hombre que había sido obligado a tenderse en el barro, salió por el pómulo izquierdo, rebotó en las piedras de la ciudad devastada por los aviones y estalló, automáticamente, en las manos de pólvora de la dictadura.” Después del alzamiento del ezln fuiste, acompañado de Julio tu hijo, a dar una conferencia sobre crónica a periodistas de Pachuca. Les recomendaste dejarse guiar por el instinto, tratar de ver lo que está fuera de la escena central –lo que nadie atiende– y confesaste que tu fervor por Joyce te había llevado a Dublín. Al terminar la charla, compartiste tus vivencias en los albores de la rebelión en Chiapas, tal como las narrarías en tu novela Adiós cara de trapo. Habías cenado en el restaurante de El Chalet donde te ibas a alojar con tu crío –de no más de siete años–, que daba cabezadas cada vez más frecuentes contra tu codo izquierdo. Recordaste cómo el azar y la voluntad de estar en el momento justo te llevaron allá y del lapso en que estuviste parapetado compartiendo con el ejército el pánico ante el inminente ataque de los zapatistas. Julio, que para entonces dormía suavecito en tus brazos, despertó sobresaltado y protestó: ¿No que le ibas a los zapatistas? Le dedicaste una caricia y una sonrisa tranquilizadora. En el plantón de 2006 el campamento de Hidalgo, el mejor y más organizado, estaba hasta delante, junto al templete de los discursos. De modo que te podía ver diario o casi diario. Tú, Jesusa, Liliana y no recuerdo quién más, la hicieron, muy bien, de maestros de aquella ceremonia maratónica contra el fraude electoral. Ellas arengaban a la gente, otros le bailaban, cantaban y tocaban y tú la entretenías con chistes como ese de Pancho Villa cuando un dorado le informa que las tropas están evacuando Piedras Negras. Ah, chingá –dice el general–, ¿pos qué comieron? Después de cuatro años de guiños y otras brevedades a distancia comimos juntos por el rumbo de La Conchita. Comenzamos a las dos y terminamos en la noche como placa de tráiler. A ti, de nueva cuenta, te faltaba cumplir un compromiso laboral. Yendo a la Plaza Centenario encontramos la miscelánea donde te diste tiempo para comprar la anforita que dejaste a mi cargo. Mientras entrabas en un café internet. Saliste cuando apenas iba en el segundo trago. Habías vuelto de una alegría ajena a tu intranquilo estar contento, y eso que acababan de darte “una lana”. ¿Por la traducción al italiano de Manicomios del poder. Corrupción y violencia psiquiátrica en México, publicada en español tres años antes por Random House Mondadori? En respuesta paraste el taxi que nos llevó al aeropuerto y llegando propusiste que nos siguiéramos de filo… a Guadalajara. Me acaban de dar una lana, repetiste… Habías concebido un proyecto y querías realizarlo con quienes ahora seguirán allá, continuándote siempre… Hasta siempre, pues n


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PASO A RETIRARME ana garcía bergua

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PARTIDAS, CONVERSACIONES Y MUDANZAS

curre que uno está de visita en una casa, muy a gusto, y de repente se da cuenta de que es tarde. Entonces se apena un poco de invadir por tanto tiempo espacio ajeno o recuerda algún pendiente y se levanta y dice que pasa a retirarse. Si la reunión ha estado muy buena, los amigos acompañan a los amigos al quicio de la puerta y la conversación prosigue, de manera más sabrosa aún que cuando estaban en la sala, bien sentados, con las copas en la mano y un agradable soporcillo pesando en los párpados. En el umbral, al abrigo del portón y con la frescura de la noche, entre la prisa y la promesa, suelen decirse las cosas más reveladoras, las que lo dejan a uno pensando toda la semana. ¿Por qué me habrá dicho eso de que unos aullidos no lo dejan dormir últimamente?, le preguntará el marido a la mujer, ya en la cama, o ¿por qué hasta entonces mencionó a tu primo y no antes? E infinitas elucubraciones les seguirán a esas palabras. Pero sobre todo, planes y futuras remembranzas. Qué gran amigo es, qué rica cena. ¿No lo viste más flaco que antes, estará bien?, ¿no te encantó eso que nos dijo de los romanos y el chiste del león y el pollo? Buenísimo. El asunto es que esa conversación al garete, entre el techo y las estrellas, dejará siempre más preguntas que respuestas, es por sí misma otra reunión, si cabe a veces más larga. José de la Colina contaba de aquel amigo al que acompañaba a su casa en la noche. Iban platicando muy a gusto, tan a gusto que a la hora de llegar al destino, ya no querían despedirse, entonces el otro acompañaba a Pepe a su propio domicilio, pero la conversación no había terminado, de modo que pasaban la noche caminando de una casa a otra, hasta que el cansancio zanjaba el final. Algo de pre-

mura, de sensación de ligereza y simultánea importancia, tiene esa conversación previa a separarse, una conversación que se da en el reino de lo provisional, en el territorio neutro de la libertad absoluta. Se da también, por ejemplo, entre las amigas que hacen piyamada y se platican confidencias de cama a cama hasta que el sueño las va venciendo, pues dormirse es asimismo una manera de irse a otra parte. Esta charla puede convertirse en algo serio y derivar en algo que imponga sentarse de nuevo, o enloquecer a tal punto de que sea la conversación más divertida y memorable de mucho tiempo. Hablar al aire, sin compromiso, hablar con doble y triple filo, o sin él. Hablar caminando y observando el paisaje, escuchando lo que surge de más adentro. Por eso titulé mi columna “Paso a retirarme”, hace ya más de quince años, cuando, por cierto, me acababa de mudar de casa. Así, en todos estos años mi intención ha sido mantener con los lectores esa conversación en el quicio de las cosas, un poco al aire, al garete, entre la lite-

ratura, la crónica de la vida diaria y las noticias de los periódicos que son un país apar te. Una conversación sin aparente compromiso mayor, pero que por alguna razón se recuerde. La prueba de que sí, algo queda, me la han dado los lectores que tengo la alegría de encontrar en diferentes ciudades del país, cuando voy a dar un curso o presentar un libro en una feria. Lectores de la columna a los que siempre agradeceré nuestra conversación y a los que espero volver a encontrar en otros espacios, entre el aire y el resguardo de un umbral. Porque ahora sí, al parecer tenemos que despedirnos, justo cuando, de nuevo, me estoy mudando de casa. La nueva casa tiene un poco más de espacio, o está mejor distribuida (hay versiones), pero ya no les podré contar de nuestros avatares como pensaba hacer, especialmente las aventuras del gato y la hormona felina, o el problema del exceso de libros que no encuentran lugar. Ni hablar, estas son las primeras palabras escritas en el nuevo espacio con el que me voy familiarizando, las últimas de esta columna en La Jornada Semanal. Mi mayor agradecimiento a dos personas que ya no nos acompañan: al muy querido y siempre recordado Carlos García-Tort, quien me invitó a colaborar en este suplemento, y al gran Hugo Gutiérrez Vega, que generosamente me recibió en él durante tantos años. Va también mi abrazo de agradecimiento a Luis Tovar y sobre todo a Francisco Torres Córdova que recibió mis columnas puntualmente cada quince días y me tuvo paciencia con los retrasos. Mi cariño a los colegas colaboradores y sobre todo a los amabilísimos lectores. Nos vemos en otros espacios; por lo pronto, ahora sí, paso a retirarme n

BIBLIOTECA FANTASMA Eve Gil

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xiliado en Francia desde 1985, el poeta marroquí Abdellatif Laabi (Fez, 1942) ha hecho del ejercicio poético algo más que bellas palabras. La suya no es poesía para leerse en paz. No ocasión ni lugar de remanso, sino grito de guerra, incluso cuando menciona al inefable “amor”. Esencia misma de la pasión, no puede estarse quieta. Sin embargo, no me atrevería a equipararla con un arma, no una que mate, al menos. Su poesía funciona como una piedra que al golpearte la cabeza aclara las ideas, afina los sentidos, endereza el espíritu… más allá de ser catártico para el propio poeta. Como señala en estos versos de su poema “La vida”: “no he callado nada del horror/ he hecho lo que he podido”. Desde muy joven, siendo profesor de francés –lengua en la que escribe y en la que se imparte la educación superior en Marruecos– fundó la revista literaria Soufflés en 1966, que habría de convertirse en escaparate para los creadores marroquíes, no sólo escritores, también cineastas y pintores. Por desgracia, dicha publicación llegó, y con trabajos, a su sexto año de vida, sucumbiendo a las balas de la censura. La poesía de Laabi, desde sus nada tímidos pininos, ha sido ideologizada,“subversiva”…aunque raras veces una poesía de estas características ofrece belleza en garantía: “ Los bárbaros/ nuestros semejantes/ Siempre han escupido sobre las maravillas/ meado sobre los libros/ cortado las cabezas sabias/ esparcido sal/ sobre las ruinas de Sodoma…” Laabi fue también cofundador y miembro activo del movimiento opositor Ila i-Aman, organización comunista marroquí, de orientación marxista leninista, muy activa en las décadas de los setenta y ochenta. Pertenecer a este movimiento era un acto suicida en vista de que, al ser escisión del Partido de la Liberación y el Socialismo, desco-

EL DURO OFICIO DEL RETORNO nocía al islam como religión de Estado, y al rey de Marruecos como líder religioso. Este movimiento sufrió una represión brutal por parte de Hassan ii, y Laabi se convirtió en un superviviente tras la aniquilación del noventa por ciento de los militantes de Ila i -Aman. Laabi mismo fue objeto de tortura y condenado a diez años de prisión por “delitos de opinión”. Permaneció encarcelado entre 1972 y 1980. Lo peor de estar preso, ha dicho, no era la ausencia de libertad, sino “estar en la realidad”. Posteriormente se vio forzado a emigrar a Francia, junto con su amigo y colaborador Abraham Sefarty. Como él mismo ha dicho: fue la poesía la que lo puso en la cárcel, pero también su máxima liberadora. Radica en París desde 1985 y es miembro de la Academia Mallarmé desde 1988. Acérrimo defensor de autores perseguidos, del estilo de Salman Rushdie. Ha incursionado en la novela, aunque en español sólo ha sido

Abdellatif Laabi

traducido en su faceta poética, la más extensa y representativa de su trayectoria. Ha grabado también un disco donde musicaliza algunos de sus poemas a ritmo de jazz. Obtuvo el Premio Goncourt de Poesía en 2009. Se reconoce “bakuniano”, políticamente hablando, pero por una razón poética: la del ruso Mijail Bakunin es una de las más hermosas definiciones de “libertad” que conoce. En la poesía de Laabi existe un constante diálogo con el lector. Habla directo a los ojos de alguien sentado frente a él, no para procurarse desahogo, sino para desafiar al interlocutor a rebatir sus conceptos. Se advierte una gran necesidad de convertirse en otros, de multiplicarse, de mirar desde perspectivas distintas –incluyendo la de sus enemigos ideológicos– aunque sin dejar de ser un Yo integrado en un Nosotros: “Más indignos son los adeptos/ de una poesía inmaculada/ que no sólo se callan/o se andan con rodeos/ sino que además les encantaría/ amordazarte/ en la primera ocasión que tengan.” A la fecha, Laabi se conduele de lo apartado que está Marruecos de una verdadera democracia; del nulo sentido de patriotismo –o concepto de tal– manifestado por sus gobernantes, pues, ¿es que acaso el verdadero patriotismo no es aquel que se esfuerza por instituir las herramientas del pensamiento libre y la responsabilidad del ciudadano? En aquel país, colorida flor en medio de El Sahara, los ciudadanos tienen la boca demasiado seca por la sed de democracia. “Afortunadamente la historia de un pueblo no sólo está detrás suyo, sino también delante.” Valparaíso México recién ha publicado una magnífica antología de este autor, Desde la otra orilla, que reúne poemas del 1992 al 2012, seleccionados por Mario Bojórquez y Ali Calderón, y con la impecable traducción de Laura Casielles n


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BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola

JULIÓN NO TIENE LA CULPA

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l otro día nos topamos con Pedro Infante. Se salió de la televisión desde una de sus peores y más musicales películas: Los hijos de María Morales. Al igual que muchos mexicanos, imaginamos su filmografía como un rompecabezas gigante que permite reconocer escenas, cuadros o gestos familiares pero dentro de una pangea que se transforma lentamente. Anacrónico irremediable, este poderoso símbolo nos hizo pensar en el término cicerone. ¿Lo recuerda, lectora, lector? Se refiere, entre otras cosas, a esa suerte de guía –turístico las más de las veces– que nos lleva de la mano por un recorrido específico. Es así que su papel en la pantalla guarda una responsabilidad mayor a la del simple cantante o ejecutante (¿qué tanto lo sabría?). Es un intérprete que funge como traductor y narrador entre el autor de canciones y sus audiencias (incluso y sobre todo las futuras o geográficamente lejanas), a diferencia de quien simplemente hace vibrar las cuerdas, tendones y músculos del cuerpo. Él imprime a la obra su sello personal y su estilo, convenciendo, persuadiendo y conmoviendo sin teorías intermedias, como quien señala valles y montañas de un “pueblo mágico”. De esos histriones cada vez hay menos en las músicas “educadas”, en buena medida por la ambición que propulsa las grabaciones y los conciertos actuales, así como por la corrosiva transformación de la carne en data. Y es que los músicos bien preparados aspiran a éxitos globales con públicos ajenos a su entorno original, mientras que los más populares –que no los mejores– ganan el terreno que pisan en la realidad concreta. Una realidad que, finalmente, pertenece a todos. Es ahí donde Pedro Infante, José Alfredo, Negrete y muchos de quienes los siguieron en la inercia charra –como

tantos otros del soundtrack popular variopinto– brillan intensamente. No importa si cantan bien o terriblemente mal, si la poesía habita o no los versos que cabalgan. De Rigo Tovar a los Tigres del Norte pasando por Juanga o Chico Che, muchos descifran la lírica desde sí mismos, sin actuar. Vaya, hasta entertainers como el polémico Julión Álvarez comprenden (ni siquiera lo dilucidan, creemos) que cantar no es articular una pieza entre la partitura y el aire sino darle cabida, precisamente, en la realidad que tantos buenos artistas sonoros han soslayado. Allí lo que nos hizo pensar Pedro Infante desde la pantalla chica, tan carismático y tan estereotipo, pues en los discos que se nos acercan semanalmente buscando eco pocas veces identificamos esa… ¿naturalidad? Es así como a los músicos mexicanos de pop, rock, jazz y clásico también les concierne que lo más escuchado y cantado aquí sean pésimos exponentes de la música de banda (no todos), el ranchero (no todos) y el reggaetón (prácticamente todos), triunfantes porque no pretenden ser más de lo que son y porque ante el abandono de la academia, el menosprecio de la observación experta, el apoyo de medios avariciosos y la falta de buena educación, se vuelven cotidianamente estridentes y pueden torcer con descaro su lírica y ejecución. En ellos hay una identificación horizontal que no presupone diferencias intelectuales ni físicas. Sus intérpretes se ven, hablan y cantan como lo haría cualquier persona. Dicho esto, a Pedrito y a Julión –guardadas las enormes proporciones y sin hacer comparaciones más que en este aspecto– nunca los veremos como seres engreídos que ascienden sobre la muchedumbre pedestre. Son la plebe y así se comportan. En el caso de Infante, sea con su humor chabacano en piezas como “El papalotito” o

con un romanticismo pastel entonando “Amorcito corazón”, el triunfo se halla, además, en el papel complementario de la música. Si abandonado, estará en la cantina balbuceando melodías; si feliz, por las calles echando gallo; si pleitero, a caballo improvisando duelos… Aspectos que pulió en la pantalla grande con ese estilo que alarga notas finales de cada frase, que bromea con las pausas, que prefiere el murmullo al grito y el terciopelo al cuero. Así las cosas, Julión podrá tener la culpa de algunas cosas –tal vez graves– pero no de ser escuchado y celebrado. La carencia, la desigualdad, la falta de compromiso de quienes más tienen, el miedo de la clase media, la corrupción sistémica, todos esos elementos sí son responsables de que su cable se conecte a la entraña colectiva participando en el contorno cultural. En eso supera a muchos de los más finos jazzistas o más rebeldes rockeros de nuestro tiempo, desafortunadamente. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos n

CINEXCUSAS Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

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In memoriam Eugenio Polgovsky

quella semana a principios de octubre de 2004, cuando se celebraba apenas por segunda ocasión, tenía lugar algo que –como vendrían a confirmarlo las siguientes ediciones– caracterizaría al Festival Internacional de Cine de Morelia: los escalones de cantera que conducen a las puertas del Cinépolis Centro, en la capital michoacana, se erigían como el mismísimo corazón del festival. El ir y venir de los cinéfilos, más numerosos conforme avanzaban las horas del día y las fechas del festival, atestaba los escasos siete u ocho escalones de personas con boleto, sin boleto, buscando boleto para esta o aquella función, quizá a punto de comenzar. Entre esa muchedumbre pululante y su rumor, uno más entre cientos que pronto serían miles, estaba Eugenio Polgovsky. Apenas se movía de lugar, nada más lo suficiente para aproximarse a quienes iban ascendiendo los escalones para invitar a los recién llegados, como un anfitrión súbito, a ver el documental Trópico de Cáncer, cuya proyección no tardaría sino unos minutos en dar inicio. Invitarlos, obsequiarles un fláyer del filme, darles las gracias y rápido dirigirse al siguiente y al siguiente: así estuvo Eugenio, con un atisbo de sonrisa, presta la palabra, hasta poco después de pasado el momento en el que Trópico… se exhibiría. De lo que este ponepuntos habría de enterarse poco después y para su maravilla, es que aquel hombre en las escaleras del cine no era ningún publirrelacionista o promotor de distribuidora cinematográfica, sino el director del documental, y no sólo eso, sino su productor –tanto como el Centro de Capacitación Cinematográfica, escuela de la cual Eugenio estaba próximo a egresar–, así como guionista, cinefotógrafo y editor. En menos de una hora, con ése que venía a ser su primer trabajo largo documental, Polgovsky dejaba bien

LA CLARIDAD DE EUGENIO

claro cuál sería su postura y su nivel en el género: Trópico de Cáncer era (es) una película bien contada, fuerte, cruda y al mismo tiempo provista de una mirada cálida y cercana pero sin dar pauta para sentimentalismo alguno, acerca de la difícil sobrevivencia familiar en medio del desierto en San Luis Potosí. Quedaba clara, simultáneamente, la importancia de lo que Eugenio tuviera a bien generar en cine a partir de ese momento. Era igualmente claro que ese hombre de pocas y clarísimas palabras, surgido de la autodidaxia fotográfica practicada en Europa, Estados Unidos y México, a la que sumó su paso por el ccc y la experiencia que le habían dejado sus dos primeras obras –Adiós Marina, en 2001, y El color de su sombra, en 2003, tenía mucho, mucho más que decir.

Ver de nueVo Wroclaw, Polonia, 2014. Al cuarto o quinto día, después de ver tanto cine en otros idiomas en un festival celebrado en

un país donde sólo algunos mascullan inglés y casi nadie ni una sola palabra de español, nada más natural que decantarse por ver una película en la lengua que uno habla. Borgeanamente, quisieron el azar o las precisas leyes que la película en cuestión fuese Mitote (2012), tercer largometraje documental realizado por Polgovsky, y quiso Fortuna que el propio Eugenio estuviese en la sala presentando su trabajo y explicándole al público, antes y después de la función, ciertos detalles temáticos: qué era y qué representaba el Sindicato Mexicano de Electricistas, qué significado tenía la celebración del bicentenario de la Independencia mexicana en el contexto contemporáneo, qué simboliza el Zócalo de Ciudad de México, de qué manera los connacionales en su mayoría ven en el futbol una suerte de nueva religión… Y mientras un enfático Eugenio explayaba sus convicciones, Uno lo recordaba diez años atrás, en las escaleras de aquel cine moreliano, exactamente igual de convencido, de vigoroso, de echado pa’lante… Para entonces ya había filmado Los herederos (2008), acaso el más conocido y celebrado de sus trabajos, gracias al cual obtuvo los Arieles por edición y mejor largometraje documental, en el que profundiza su mirada al campo mexicano y, en particular, a la situación de la infancia en esos páramos que el tlc asoló y aún sigue asolando. También había salido ya de sus manos el cortometraje Salto de vida (2012), del que a su vez emanaría Resurrección, apenas en 2016, en los que aborda la contaminación del agua en casos concretos. De repente, Uno se entera de que el pasado 11 de agosto, en Inglaterra, Eugenio ha dejado de mirar, de crear, de invitar y de documentar. Ignora la causa de su muerte pero, aunque más tarde la conozca, Uno espera ver de nuevo a Eugenio en las escaleras de algún cine o hablándole a una audiencia muy atenta n


ENSAYO

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libros y librerías:

la

otra mirada

E

José María Espinasa

sta expresión sirve para señalar una mirada extra –se le da “otra mirada” a una prueba de imprenta, por ejemplo– pero también para designar una mirada distinta. Este último uso es el que se le da en el encuentro Otra mirada que este año se llevó a cabo por tercera vez, anteriormente se hizo en Zaragoza y en Guadalajara, por el Centro de Formación de la Cooperación Española (cfce ) en Antigua, Guatemala, el tercero organizado por la Librería Cálamo de Zaragoza, España, una de las mejores librerías independientes de la península ibérica. Antigua es una hermosa ciudad en un país de contradicciones sociales extremas y el cfce un activo organismo en un hermoso edificio en el que se dieron cita editores, libreros, distribuidores y todo tipo de profesionales del libro. Este tipo de encuentros, que en México son frecuentes, desde los ya legendarios organizados en París en 2001 por Sergio Ávalos, y en Granada, por Deborah Chenilllo y Eduardo Vázquez Martín en 2003, mismos que llevaron aquí a la creación de la aeim (Asociación de Editores Independientes de México). Desde entonces la realidad de las editoriales independientes en español ha cambiado mucho –crecimiento en número, cambios de paradigma del modelo, profesionalización de los sellos– y a la vez no han cambiado nada –sordera y ceguera de las librerías y los distribuidores, simplemente franco desprecio a los sellos independientes, políticas de apoyo del Estado erradas. El encuentro en Guatemala tiene características novedosas y en cierta forma esperanzadoras. La primera, el hecho de ser organizado por una librería, o mejor dicho, por dos, pues Cálamo contó en Guatemala con la ayuda y complicidad vocacional de la librería Shopos, de la cual hablaré después. Las librerías son el sector menos evolucionado del mercado libero y en México han tenido desde hace unos quince años una política suicida con su desprecio a los sellos independientes y, al revés de los editores, no se ha vivido un movimiento de librerías independientes que los acompañe. El problema más agudo se presenta justamente en México con el dominio de cadenas estatales y privadas. Así que lo que han hecho Cálamo y Shopos es alentador. No lo es tanto que el nutrido público que asistió al encuentro, por el que se pagaba y se recibía diploma, no mostró el menor interés en los sellos independientes de México, Argentina o España que no tuvieran diseños muy vistosos y autores muy conocidos. Otra vez la poesía resultó el rubro menos atendido por los canales de distribución, incluso a pesar de que en Guatemala hay sellos que realizan un trabajo notable, como Catafixia Editorial y Proyecto Editorial Los Zopilotes, o Alas de Barrilete. En fin, parece una situación muy difícil de cambiar. Volvamos al asunto de las librerías. En México hubo un momento en que parecía que el panorama librero podía cambiar, el ejemplo de la librería Pegaso en Ciudad de México, dirigida por Ana María Jaramillo, hoy directora de Ediciones Sin Nombre, y otros como Profética en Puebla (su

director, José Luis Escalera, asistió al encuentro, así como César Medina de la librería Luis Cardoza y Aragón en Guatemala y Ana Ballesta de La casa de las palabras, entre los mexicanos) hacían concebir esperanzas, incluso la todopoderosa cadena Gandhi empezó a modificar sus políticas. Cuando Pegaso cambió de dirección y de rumbo en 2000 y terminó cerrando, casi todo se vino abajo. Mauricio Achar murió en 2004 y allí también se detuvieron los cambios y hoy es una cadena absolutamente mercantil. La experiencia la aprovecharon algunas, muy pocas, librerías del Estado –la Rosario Castellanos, la Elena Garro– y actualmente el panorama es desolador: pocas librerías, limitada oferta editorial, incompetencia administrativa y constante cartera vencida. Igualmente la distribución se ha vuelto un páramo que ejerce una bastante nociva actitud selectiva en nombre de la facturación masiva. Intentar convencer a los libreros de que entre vender mil ejemplares de un título o un ejemplar de mil títulos, la segunda opción es mejor negocio pues lo que se pierde en operación se gana con creces en diversidad de compradores y de público asistente a la librería, parece ya inútil. Es más esperanzador el que despunten algunos intentos de librerías independientes o que se incorpore el libro a establecimientos de otro tipo, desde galerías hasta espacios alternativos. Habrá, lamentablemente, un momento en que no exista ya punto de retorno y la librería como lugar de privilegio del contacto entre el lector y el autor desparezca en aras de las grandes superficies y las cadenas, sacrificadas en el altar de la rentabilidad. Otro punto que se toca con frecuencia, aunque no se ha desarrollado adecuadamente, es el de las experiencias colaborativas. Editoriales que comparten derechos y preprensa en sus distintos países, incluso –si encuentran cómo superar las trabas administrativas de cada región– intercambian ejemplares en busca de una mayor circulación. Sin embargo, parece evidente que las características físicas del libro como mercancía –mucho volumen y peso, lenta rotación– hacen poco viable que los libros viajen a través de las fronteras. Cuando lo hacen es un sistema de goteo. El futuro son las ediciones específicas para cada país y región. También es un impedimento el precio: en Guatemala los libros mexicanos duplican y hasta triplican su precio. Por eso es una grata sorpresa visitar la librería Shopos, dirigida por Philippe Hunziker, coorganizadora del encuentro, una de las mejores en Hispanoamérica: bonita, bien surtida, con lógica en sus mesas de novedades y en sus secciones, bien atendida, con oferta variada, y que destaca más aún en un país tan golpeado por la violencia, la intolerancia y el narco, como Guatemala. Ahora que en nuestro país se habla tanto del vecino centroamericano como refugio de delincuentes, vale la pena también hablar de ese lado más luminoso n


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