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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 21 de junio de 2015 ■ Núm. 1059 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

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Fabrizio andreella

Pedro Páramo y sus astros, entrevista con Víctor Jiménez Ocho poetas argentinos • La venganza del idioma, r icardo b ada


21 de junio de 2015 • Número 1059 • Jornada Semanal

BAZAR DE ASOMBROS Hugo Gutiérrez Vega AVATARES DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA ( ii y última ) “El sujeto que creemos ser es, sobre todo, un conjunto de simples costumbres mentales”, afirma Fabrizio Andreella en el provocativo ensayo que da título a este número, en el que analiza las múltiples aristas del evanescente pero indispensable concepto de identidad, a la luz tanto de las construcciones teóricas que lo han acompañado a lo largo de la historia, como de un contexto contemporáneo que lo resignifica constantemente, incluso al grado de su desnaturalización: hoy en día, dice Andreella, “imitamos nuestros mitos para ser nosotros mismos”. Publicamos además una selección de ocho jóvenes poetas argentinos, un artículo de Ricardo Bada sobre el ejercicio de la traducción, un texto de José María Espinasa sobre los ochenta años de vida del editor Jorge Herralde, así como una entrevista con Víctor Jiménez, por su libro Pedro Páramo en 1954. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

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Portada: Figura decorativa que representa la pintura de Magritte, El hijo del hombre, © Fundación Magritte Herscovici C., 1964

Collage de Marga Peña

Juan Carlos I junto a elefante abatido

Carlos i hizo fama de dicharachero y campechano. Recorría las calles de Madrid en motocicleta y tuvo amoríos que lo hicieron popular y pintoresco, en fin, un borbón con todos sus encantos y sus debili­ dades. Más tarde, la casa real vio cómo se erosiona­ ba su prestigio por los escándalos de una de las infantas y su criminal consorte, las cacerías de ele­ fantes y otras barbaridades. Las acusaciones de corrupción y el despilfarro minaron al trono. El ac­ tual monarca lleva sobre los hombros la carga del desprestigio, pero todo indica que es más pruden­ te y sereno que su ya jubilado progenitor. A pesar de que la tradición monárquica es defendida por una ligera mayoría, los vientos republicanos se agitan con frecuencia y la modernidad está exigiendo que España forme una nueva República. Fuerza Nueva y otras agrupaciones abiertamen­ te franquistas han desaparecido. En su lugar se pre­ sentó un criptofranquismo ubicado en la filas del Partido Popular y, especialmente, en las figuras de Aznar y Rajoy. Los socialistas se fueron deterioran­ do poco a poco. La corrupción, la ineptitud y los muchos errores desprestigiaron el proyecto de Pa­ blo Iglesias, tan bien representado en los primeros tiempos de la transición por Felipe González y sus compañeros y más tarde desprestigiado por el mis­ mo González y sus cómplices. El debilucho señor Zapatero ya no pudo con el paquete y el Partido se fue desvaneciendo hasta llegar a la actual pérdida de setecientos mil votos que lo hunde en un abismo insondable. Tal vez pueda recuperar un poco de aliento buscando acuerdos con Podemos en algu­ nos de los ayuntamientos y de las autonomías

jornadasem@jornada.com.mx

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reo conocer bien la tierra de mi padre y de mi abuelo, que fue el último alcalde republi­ cano de nuestro pueblo pasiego. Sé que la mayoría sigue siendo conservadora y que hay algu­ nos que aún cultivan nostalgias miserables. Sin embargo, los culpables principales de la interrup­ ción fueron los frívolos y atrabiliarios socialistas. Muy grande es la responsabilidad de González, que en su juventud representó una firme esperanza de cambio que, poco a poco, se fue desvaneciendo y cayendo en la corrupción, la impunidad y la tor­ peza. Por otra parte, Aznar y Rajoy son absoluta­ mente impresentables, pues tienen en sus incan­ sables fauces toda la retórica de las “montañas nevadas, banderas al viento”, las camisas azules, el “Cara al sol” y las pompas fúnebres tradicionalis­ tas. Nunca me expliqué cómo el pueblo español siguió a esos fantasmones “de la navidad pasada”. Reconozco que tengo poco derecho a quejarme, ya que los mexicanos hemos aceptado sin chistar a toda clase de fantasmones del pasado y el presente. En las últimas elecciones, el pueblo español se hi­ zo presente de nuevo y manifestó su intención de cam­ biar el bipartidismo por un sistema político abierto a todas las corrientes del pensamiento. Ciudadanos y Podemos irrumpieron con fuerza en el panorama político. Son agrupaciones jóvenes. A ellas les toca regresar a sus ataúdes a los vampiros del pasado y clavarles la estaca en el corazón para que se desinte­ gren. La mayor parte de los miembros de estos parti­ dos son jóvenes. Tienen tiempo para corregir errores y corruptelas y para abrir las puertas de la esperanza. En los primeros años de la transición todo el mundo pensó que la solución era establecer una monarquía constitucional que garantizara las liber­ tades democráticas. El mismo Partido Comunista de Santiago Carrillo consideró que era necesario apoyar a la figura del rey y aceptó que dos de sus personalidades más notables, Rafael Alberti y la Pasionaria fueran nombrados senadores reales. Ambos se presentaron en el Congreso: la Pasionaria con su clásico vestido negro y Alberti con su deste­ llante camisa hawaiana. Después de la intentona golpista del zafio Tejero y de varios generales cóm­ plices, incluyendo a Armada, jefe de la Casa Militar del rey, la monarquía consolidó su prestigio. Juan

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VOZ INTERROGADA

21 de junio de 2015 • Número 1059 • Jornada Semanal

PedroPáramo

y susastros

entrevista con Víctor Jiménez Adriana Cortés Koloffon

LAS OBRAS DE JUAN RULFO, VENDIDAS EN LIBRERÍAS DE NOVENTA PAÍSES

El libro Pedro Páramo en 1954 ( unam / rm /Fundación Juan Rulfo) es fundamen-

tal para comprender el proceso de escritura de la novela de Rulfo y echar por tierra la supuesta coautoría, con diversos protagonistas. Durante ese año las revistas Las Letras Patrias, Universidad de México y Dintel publicaron adelantos de lo que todavía era un trabajo en curso. En el libro se reproducen facsímiles de tales fragmentos: “Una estrella junto a la luna”, “Los murmullos” y “Comala”, así como de las cuartillas del mecanuscrito correspondientes a esas versiones muy cercanas al que Rulfo terminó en agosto de 1954. Alberto Vital (director del Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam ), Jorge Zepeda y Víctor Jiménez (presidente la Fundación Juan Rulfo), autores de los tres ensayos incluidos en el libro y especialistas en la obra del escritor jalisciense, se aproximan desde distintos ángulos al impacto que tuvo en los estudios de su obra el conocimiento tanto de esas revistas

-¿A

qué atribuye la leyenda de la supuesta coautoría? –Algunos escritores quieren cobrarse lo que consideran una injusticia, dicen: “la suerte lo favoreció a él y no a mí”. Javier Marías, a quien cito en mi ensayo, describe con bastante precisión lo que sucede en el caso de escritores como Rulfo: “La envidia –afirma– es una forma de admiración oblicua.” –¿Qué podría haber tenido en mente Rulfo cuando piensa titular su novela aún en preparación Una estrella junto a la luna? –No lo sabemos. Quizá sería posible establecer una comparación con esa parte de la novela donde Juan Preciado llega a un lugar desconocido y empieza a sacar inferencias de que allí todos están muertos. En Comala ve: “Un cielo negro, lleno de estrellas. Y junto a la luna, la es trella más grande de todas.” La estrella junto a la luna podría tratarse de una alusión a Venus, pero alguna vez en la Enciclopedia gráfica del México antiguo, de Salvador Mateos Higuera leí sobre Xólotl y dije: ¡claro, la estrella junto a la luna no es Venus! Venus es importante en el mundo de la mitología griega. En la tradición azteca la vespertina nocturna es Xólotl y la matutina es Tlahuizcalpantecutli, el mismo astro, aunque con nombres diferentes. Baja al inframundo en la noche, ilumina a los muertos, vence a la muerte y amanece como astro de la mañana. Según la teogonía del México antiguo es la única que pueden ver los muertos, entonces pueden salir y caminar porque su luz los ilumina. Una interpretación de Pedro Páramo desde la perspectiva de los mitos y símbolos podría enriquecer su lectura. No es casualidad que Dorotea sea coja, “cuarraca”, y que la tiren al mismo hoyo donde estaba el cadáver de Juan Preciado, porque también en el México antiguo al morir alguien se mataba a su perro para arrojarlo a la misma tumba porque, al ser una manifestación de Xólotl, ya conocía el terreno del inframundo.

–olvidadas durante décadas– como del original mismo de Pedro Páramo. En “Una estrella junto a la luna”, según Jiménez, Rulfo ya tenía definido “el arribo de Preciado a un pueblo muerto”. Arquitecto de profesión, Jiménez coordinó con los coautores de Pedro Páramo en 1954, Tríptico para Juan Rulfo: poesía, fotografía, crítica, y con Zepeda, autor asimismo de La recepción inicial de Pedro Páramo (1955-1963), y Julio Moguel, Juan Rulfo: otras miradas.

–¿Qué leyó sobre Xólotl en la enciclopedia citada? –Xólotl adopta la forma de un perro que lleva en la cabeza “el ojo-estrella cercado por la oscuridad nocturna y un gran jade, símbolo de lo precioso, porque preciosa era la luz que el perro Xólotl, hecho visible como Estrella Vespertina, despedía en determinadas tardes en seguimiento del sol que descendía por el Occidente, para cumplir su misión de alumbrar tenuemente a los difuntos, que estaban bajo tierra en el Mictlán, Lugar de los Muertos”. Gracias a la luz de esta estrella los muertos pueden ver de nuevo el mundo y deambular por él. Quizá este sea el primer núcleo de la historia que Rulfo concibió y mencionaba en sus cartas a su novia Clara Aparicio en 1947. –¿Y el sol como símbolo? –En una entrevista que Rulfo dio a dos periodistas españoles hacia 1980 se refiere a la importancia de los

astros en su obra. Por ejemplo, cuando Abundio quiere matar a Pedro Páramo con un puñal, él levanta la vista y ve que atrás de Juan Preciado está el sol amaneciendo. En esa entrevista Rulfo habla también del papel del sol en la novela de Camus, El extranjero, donde Mersault pierde la razón estando en la playa bajo el peso de la luz solar –el sol del norte de África lo hace ofuscarse– y mata sin ningún sentido a un árabe. –¿En Tríptico para Juan Rulfo hay una versión que él hizo de las Elegías de Duino? –La hizo a partir del original alemán y de dos traducciones al español de Torrente Ballester y de Juan José Domenchina. El tema de la décima elegía es la ciudad de los muertos. José Gordon alguna vez dijo: “¡Cuánto le faltaba a la crítica para poder entender a Rulfo!” Hay otro texto de Rilke cuya traducción también estaba en la biblioteca de Rulfo, donde un muerto sale de su tumba para visitar la de su amada que está en el mismo cementerio. Es una imagen muy poderosa de muertos que tienen una relación entre ellos, además amorosa. –Respecto a la universalidad de Rulfo, ¿hay opiniones encontradas? –Su obra se vende en las librerías de noventa países en más de cincuenta idiomas. Cuando estuve en Japón en 2004, el traductor de Rulfo al japonés, Akira Sugiyama y Fumiaki Noya, profesor de literatura latinoamericana, me dijeron que Pedro Páramo puede llevarse muy bien al teatro Noh. Fukumi Nihira, quien estudió literatura en México, hizo un análisis de la relación entre ambas obras y me dijo: “El teatro Noh actúa bajo una convención: alguien que ha muerto se levanta y le platica al público que lo llevaron a su muerte.” Para los japoneses, Pedro Páramo es teatro Noh. Susan Sontag, Borges, el Premio Nobel Gao Xingian, opinan que Pedro Páramo es un clásico. Rulfo es universal


Lavenganzad

DE LA TRADUCCIÓN NO YA CO MO TRA

Ricardo Bada

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John F. Kennedy junto a un aútentico berlinés

Celan estuvo en la ciudad. Pero gracias al arte de birlibirloque del traductor, “Anhalter Trumm” [=la ruina de la estación de Anhalt] había pasado a convertirse en un “autostopista ramal de cable” (sea ello lo que fuere), y todos tan contentos..., con la posible excepción del pobre Celan, que aún deberá estar removiéndose en su tumba del cementerio de Thiais, en las afueras de París, en compañía de Severo Sarduy y Joseph Roth. Otro trujamán, sin la más mínima noción de la historia reciente de Alemania, tradujo como “Magnanimidad” el título de un poema de Heinrich Böll, “Mutlangen”, titulado así por el nombre del pueblito cercano a Stuttgart donde se celebraron unas famosas sentadas contra el estacionamiento en el país de misiles con ojivas atómicas. Claro: de “Mut” [=valor, coraje] y “langen” [=largo, dilatado]. Y se debió quedar tan orgulloso el hombre. Exactamente igual que el gringo que tradujese San Luis Potosí como St. Louis Assyes. Heinrich Böll, por cierto, es uno de los autores peor traducidos a nuestro idioma. En la primera versión que hubo al español de su bella y triste narración “Al terminar la guerra”, cuando el tren que trae de vuelta a los prisioneros entra en Alemania, se leía lo siguiente: “Octubre en el bajo [sic] Rin, las comitivas de la fiesta de san Martín, los hombres de Wech [sic], el carnaval de Brueghel, y, por todas partes, un olor intenso que, a veces, desaparecía”, siendo así que lo que Böll escribió es esto: “Oktober am Niederrhein, Martinszüge, Weckmänner, Breughelscher Karneval, und überall roch es, auch wenn es nicht danach roch, nach Printen.” La primera pregunta que un lector debe hacerse es quiénes serán esos “hombres de Wech” que le imprimen

La moraleja es que Kennedy, queriendo dejar a la posteridad una

uando el calendario señala el mes de junio, uno puede tener la seguridad de que el día 26 Berlín festejará el aniversario de una de sus fechas míticas: la visita de John F . Kennedy en 1963, justo cinco meses antes de su muerte, y su discurso ante el ayuntamiento de Schöneberg, cerrado con una frase dicha en alemán, “Ich bin ein Berliner” (Soy un berlinés): frase que por un olvido freudiano de la gramática, es –desde entonces– una seña de identidad de la ciudad. Y si postulo el olvido freudiano de la gramática es porque al referirnos a nosotros mismos no decimos, por ejemplo: “soy un poblano”, sino lisa y llanamente: “soy poblano”. Sólo cuando predicamos algún añadido a la condición gentilicia es cuando solemos emplear el artículo, por ejemplo: “Soy un regiomontano que no se apellida De la Garza [y/o] exiliado en el Defe.” Esto puede parecer una precisión bizantina, más bien propia del debate acerca del sexo de los ángeles, pero no lo es en el caso de la frase de Kennedy. Porque “ein Berliner” [=un berlinés] si no es dicho en tercera persona y refiriéndose de modo expreso a un individuo, designa muy otra cosa que una persona natural y/o vecina de la ciudad de Berlín. “Ein Berliner” es el nombre propio y archidefinitorio de un buñuelo dulce, casi esférico y azucarado, en cuyo interior el confitero insufla un grumo de mermelada. Y desde luego, en una pastelería, en un puesto de venta callejero, para pedirlo se hace preciso y obligatorio el empleo del artículo: “un” berlinés. La moraleja es que Kennedy, queriendo dejar a la posteridad una frase histórica, se autodefinió como un buñuelo de masa blanca y azucarada con relleno de mermelada. Nada más y nada menos. Porque los idiomas se vengan de quienes no los conocen. Y el alemán, en particular, es muy vengativo. Pensando en ello no tengo más remedio que recordar aquel lejano día que leí un poema de Paul Celan fechado el 23 de diciembre de 1967, uno de cuyos versos dice, sencillamente: “Anhalter Trumm”. Un verso conmovedor, luego sabrán por qué. Años después lo vi traducido al castellano de la siguiente manera: “autostopista ramal de cable”. Me quedé estupefacto, boquiabierto y patidifuso, como decían los cómics de mi infancia, mucho más al ver que el traductor añadía una larga nota a pie de página que reproduzco literalmente: “El término Anhalter significa autostopista, pero Celan juega con el significado del verbo anhalten (parar). El término Trumm pertenece al lenguaje de la minería. El ramal de cable es una parte de un transportador.” Así aclara (¿?) la nota a pie de página. Santo y bueno... si no fuese porque el verso original de Celan significa algo muy distinto; para decirlo más brutalmente, significa algo, lo que no es el caso con ese “autostopista ramal de cable”. Al terminar la segunda guerra mundial, en Berlín, cerca de lo que era el Checkpoint Charlie, quedó una ruina [Trumm] conservada con mucho cariño por los berlineses, casi como un exvoto monumental: es una parte de la fachada principal de una estación de ferrocarriles, la Anhalter Bahnhof, la terminal de los trenes provenientes de Sajonia Anhalt, uno de los Estados alemanes. Y esa había sido la estación donde llegó a Berlín, la primera vez que

frase histórica, se autodefinió como un buñuelo de masa blanca y azucarada con relleno de mermelada. Nada más y nada menos. carácter al ambiente otoñal bajorrenano. La respuesta es que no hay tales, porque los Weckmänner son unos muñecos de pan dulce que se encuentran en todas las panaderías de la zona cuando llega la época: sus ojos suelen ser dos pasas, y algunos de ellos hacen como si fumasen de unas pipas no comestibles, la gran preocupación de las mamás que les compran Weckmänner a sus críos. Y la segunda pregunta tiene que ver con el “olor intenso que, a veces, desaparecía”. ¿Un olor a qué?, querrá saber el lector. Y la respuesta es que el traductor no logró encontrar en ningún diccionario la palabra “Printen”, la golosina típica de la región bajorrenana en esos meses: la más famosa variedad se hace en Aquisgrán (Aachen en alemán), y decir “Aachener Printen” en este país es algo así como decir “turrón de Jijona” en España. Así pues, y resumiendo, la frase hubiera debido traducirse como sigue: “Octubre en el Bajo Rhin, procesiones de


delidioma

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AICIÓN SINO COMO ENGAÑO, AUTOENGAÑO, DISTRACCIÓN Y HASTA, PUEDE DECIRSE, ILUSIÓN PERCEPTUAL

Al disponerme a pasar en limpio muchos de los apuntes que llevo hechos sobre este tema de la venganza del idioma, se me ocurrió además pensar en cuál es la primera palabra alemana que conocemos y aprendemos los extranjeros. Suele darse por sentado que esa palabra es Kindergarten (pronunciado siempre a la inglesa: kindergarden) y que a lo largo de la existencia nos vamos aprovisionando de algunas otras resueltamente bélicas (búnker, pánzer, Blitzkrieg) o macabras (Gestapo, Führer) o políticas (Ostpolitik) o aparentemente políticas pero sólo futbolísticas: káiser. Pues el káiser por antonomasia no es un aristocrático Guillermo de mostachos enhiestos haciéndole competencia al pincho de su casco prusiano, sino el plebeyo Beckenbauer, un futbolista verdaderamente excepcional y cuyo talento para el balompié corre parejo con su discapacidad para la funesta manía de pensar. Lamento ser un aguafiestas pero, en contra de lo que se ha venido aceptando al respecto, creo que la primera palabra alemana que todos aprendemos, al menos en España, de una manera visual e inolvidable, es la palabra Apotheke.

La primera pregunta que un lector debe hacerse es quiénes serán esos ‘hombres de Wech’ que le imprimen carácter al ambiente otoñal bajorrenano. La respuesta es que no hay tales, porque los

San Martín, pancitos en forma de muñecos, carnaval de Brueghel, y por todas partes, aunque no se oliera, el olor a pan de especias.” ¡Mi reino por un cruasán! ¡Y para qué hablar de lo que han hecho con Heine en español, incluso escudándose tras el ciego aval de Borges! En verdad, Heine no ha tenido mucha fortuna en nuestro idioma, descontando su rastreable influencia en las Rimas, de Bécquer. Pero su propio vino, casi siempre, al ser vertido en nuestros odres, se convirtió en vinagre durante el trasvase, y en un caso concreto, para más inri , con el aval de un dizque gran amante de su obra. En el prólogo a Alemania, cuento de invierno, y otras poesías, y después de dedicarle a su autor todas las loas posibles, Borges perpetra estas palabras: “En este libro, que tengo la alegría de prologar, oímos en castellano la voz de Heine. La empresa es ardua, ya que el alemán y el castellano son tan distintos. A priori se diría que es imposible. Mi amigo Alfredo Bauer lo ha logrado. Su traducción es fiel al sentido y fiel a la forma. No pensamos, al recorrerla, en las equivalencias que proponen los diccionarios, pensamos que ha surgido en castellano, directamente.” Ay... las dos palabras claves de este prólogo son “mi amigo”. Porque ese juicio sobre la traducción de Alfredo Bauer es casi un insulto a Heine. Basta leer unos versos famosos del primer capítulo del libro (“Ein neues Lied, ein besseres Lied,/ O Freunde, will ich euch dichten:/ Wir wollen hier auf Erden schon Das Himmelreich errichten”) y contrastarlos con la versión panegirizada por Borges: “Un canto nuevo, un canto mejor,/ cantaré con vuestro permiso./ Queremos aquí en la Tierra ya/ construir el paraíso.” Hasta a Borges debería habérsele atragantado ese “permiso”, que es un vergonzoso ripio para rimar con “paraíso”. ¿Es posible que Borges haya tenido tan mal oído y pensara seriamente que así sonaría en nuestro idioma la poesía de Heine? Si uno echa por la borda todos los prejuicios en materia métrica, dadas las diferencias entre los dos idiomas, que hasta Borges reconoce como handicap, entonces podemos acercarnos casi con zoom al original: “A una canción nueva, una canción mejor,/ ¡oh amigos! le dedico mis desvelos./ Queremos ya aquí en la Tierra/ edificar el reino de los cielos.” Igual pasa con otra famosa cuarteta de la emotiva “Despedida de París” con que se inicia el libro (“Ich sehne mich nach Tabaksqualm,/ Hofräten und Nachtwächtern,/ Nach Plattdeutsch, Schwarzbrot, Grobheit sogar,/ Nach blonden Predigerstöchtern”), que en la traducción tan elogiada por Borges suena poco más o menos como un inventario contable (“Anhelo el humo tabacal,/ centinelas, profesores,/ pan negro, rudeza, dialecto hamburgués,/ rubias hijas de predicadores”); aparte de ¿qué habrá querido decir eso de “anhelo el humo tabacal”, y por qué el Plattdeutsch (“bajo alemán”, por contraste con el Hochdeutsch “alemán alto”, o culto) se convierte en dialecto hamburgués? Y pensar que esa cuarteta también podría sonar, en alejandrinos, bastante más a Heine: “Añoro el aire denso del humo de cigarros,/ a los guardias nocturnos y doctos profesores,/ el dialecto y el pan negro, la grosería incluso,/ y a las rubias hijas de los predicadores.”

Desde el día en que sabemos leer nos llama la atención encontrar esa palabra en los letreros de las farmacias de nuestras ciudades: esa palabra que tanto se aparta de sus equivalentes castellana, inglesa y francesa. Y sin necesidad de que nadie nos lo explique sabemos desde el vamos que Apotheke es alemana y significa farmacia. Lo que no deja de ser curioso si pensamos que la apoteca es el nombre original de la españolísima botica, que el boticario fue bautizado como apotecario, y que la etimología común de ambas palabras españolas y de la alemana es una latina, la cual a su vez, Corominas dixit!, procede del griego bizantino. Ahora bien, el idioma de Goethe es una tentación para los juegos de palabras, y un alemán que sea experto en ellos reduce a la categoría de meros crucigramistas a la Santísima Trinidad laica compuesta en nuestra lengua por el cubano Guillermo Cabrera Infante, el español Julian Ríos y el venezolano Darío Lancini, el autor de Oír a Darío, que es el único libro íntegramente escrito en palindromos en castellano. Así no es extraño que en los gloriosos tiempos de la Revolución de mayo, allá por el año ’68, hiciera su aparición en Alemania, en la occidental –ça va sans dire!–, un tipo de taberna alternativa, izquierdosa, ecologista… y que se llamaba aPo - tHeke : de aPo , las siglas alemanas de “Ausser-Parlamentarische Opposition”, es decir, “oposición extraparlamentaria”, y Theke, que no significa otra cosa más esotérica que “mostrador”. Aún quedan algunas de esas tabernas en Alemania, país tan conservador que se apega incluso a las reliquias de sus revoluciones. Desconfíen, los turistas que las vean, de esas Apotheke nostalgiosas del tiempo pasado y no siempre perdido: nadie les resolverá allí un problema de cefalea o de sinusitis, a no ser por la vía báquica... lo que tampoco está nada mal

Weckmänner son unos muñecos de pan dulce que se encuentran en todas las panaderías de la zona cuando llega la época.

Los Weckmänner y Heinrich Böll

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Ramas de luz

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Postal gallega

XVI

Agustín Caldaroni

Enrique Campos

(Buenos Aires, 1985)

(Buenos Aires, 1982)

Desorientado en calles conocidas, huele su pasado contra el suelo como si caminara delante de él. Agitado por miedos que creyó haber desterrado, hunde el hocico en los trazos húmedos de un asfalto anónimo. Caras llenas de un dolor que se le anticipa; rostros demacrados por la incertidumbre y la ignorancia que acumularon por años. Sin ser descubiertas, cien lágrimas metálicas ruedan sobre la arena para mostrar todas las estrellas que las componen. Un grito de auxilio. La luz de un brote mágico intenta en vano detenerlo en el tiempo. Se frena en los ojos profundos de una niña que busca un sapo entre las raíces de un gomero. La aventura termina en la memoria.

únicamente el plagio, sino una insisten-

Te perdí para no perderte rumbo al corazón de Santiago de Compostela: un serpentario de piedra abierto en laberintos místicos que olían a langosta hervida, a caldos de ostras, a culo de bestia marina; callejuelas que pedorreaban con voz de gaitas espectrales, y los martes de madrugada cruzaban las soledades de monjes putañeros y de yonquis. Soledad gallega: de piedra y herrumbre, de vino, cristiana, es tu atavío. Te espié mi amor, con tu pollera de vergel y tu andar caribe frente a la catedral. En los bares de aldea soñé tu manito de nene cebando un glorioso mate coronado de espuma esmeralda y los borrachos derredor se ríen felices como cerdos, anaranjados de cerveza cantan “Home solitario”. Te envolví en papel plateado, mezclé tu piel de moreno hachís con tabaco, fumé tus pesadillas de violentas noches de fandango, fumé tu mirada entre vulgar y santa que una cama lejana se entrega a otro. Las fondas turcas te sirvieron para mí en pan de trigo, queso fundido, jazmines y colibríes acuchillados. Una noche sin sueño te vi nadando desnuda en la fuente de la Alameda: el cabello revuelto, la piel se helaba azul, llorabas pececitos de piedra. El amor se me perdía entre tus sombras y la música que oía ya no era celta sino un tango mortecino. Hora de volver a casa.

te reutilización y la aplicación creativa

Es poeta y narrador. Fundador de la revista cultural Taenia Em-

de cada uno en la reconstrucción de

plumada de la ciudad de Buenos Aires. Tiene un poemario inédito

En estos tiempos en que nos toca vivir un sistema tan rápido que lentamente denigra la historia cultural y artística hacia su disolución, dando lugar a un único camino posible, el camino de lo lindo, de lo espontáneo, en resumidas cuentas: el camino del fast-food; en estos tiempos en donde incluso el sistema maestro ha encontrado una forma –espeluznante– de inmiscuirse en las creaciones humanas de buena fe, destacando “carteles” por “poemas” igualando “lo nuevo” a “lo bueno”, como editor, me veo en la tarea de nadar contra esa corriente perdida, me veo en la necesidad de nadar con el sol de la tarde a la espalda; por eso sujeto las ramas que brillan y que ondean en el agua a punto de ser devoradas por la corriente. Es mi eterna intención dar posibilidad; que esas ramas resistan conmigo para que dejemos definitivamente la corriente y echemos a nadar libremente. Estos ocho poetas de la región mesopotámica-rioplatense que he seleccionado con cierta severidad, responden a ellos mismos en la construcción del poema. Son auténticos oficiantes del poema, genuinos en el sentido de que expresan tras un elevado oficio de poeta. Álvaro Ojeda señala que la poesía consiste en saber robar adecuadamente a los grandes, con ello no está señalando

esos retazos. Siento que estos ocho poetas respetan esa noción y al hacerlo también se respetan a ellos mismos. F elipe Herrero

de próxima aparición.

Es poeta y cantautor. En poesía publicó los libros Las edades de un monstruo (2009), Uno y todos los posibles (2011) y El momento en su boca (2012).

MVDEO Horacio Cavallo (Montevideo, 1977)

Montevideo es esa puta triste a la que vuelvo siempre. Sometido a oscuros cafetines donde insiste en darme lo ganado por perdido. Un cielo de fregón descolorido nubla los ojos del que la desviste, y andando sin andar, el recorrido se vuelve circular. Cuando le asiste la mañana de enero lo olvidamos. Paseamos la pobreza en manga corta rodeados de jazmines y glicinias. Y en marzo, una vez más, por las esquinas, el sueño tropical se nos acorta, volviendo al viejo carro que arrastramos. Es poeta y narrador. En poesía publicó los libros El revés asombrado de la ocarina (Premio Anual de Literatura del MEC, 2006), Descendencia (2012), La mañana olvidada (2014) y en colaboración con Francisco Tomsich Sonetos a dos (Premio Fondos Concursables, 2008).


Ocho poetas argentinos

21 de junio de 2015 • Número 1059 • Jornada Semanal

Rasgo

Tatuar

Reclamo

Marina Coronel

Natalia Litvinova

Juliana Mandolesi

(Resistencia, Chaco, 1982)

(Gomel, Bielorrusia, 1986)

(Carcarañá, Santa Fe, 1990)

El cuerpo que soy me trae esa premura, calor que ocupa los baldíos en la porosidad de la siesta. Tengo el peso de una semilla roja. Tierra donde caben los ruidos y las cosas hechas para el agua.

Escribir es ir hacia la herida para curarla con veneno. Los dioses lamen poemas y escupen oraciones. Cuando no escribí encontré mi reflejo en el ojo ciego de un caballo. Mi madre no ve las frases que tatué en su vientre. Es poeta y traductora de poetas rusos. Reside desde los diez años de edad en Buenos Aires. Publicó, entre otros, Esteparia (2010), Balbuceo de la noche/Balbutiement de la nuit (2012), Grieta (2012), Todo ajeno (2013) y Rocío animal (2013). Varios de sus libros han sido reeditados en diferentes países.

Es poeta y tallerista. Participó en varias antologías de su país. Publicó los poemarios Bocas que no saben (2009) y Cartografía (2015).

Hélices Carolina Giollo

Poesía Eliana Naser (Montevideo, 1983)

Es tinta que cae de los ojos a una hoja que piensa. Un agua que empapa en el vacío. Lo que hace ser al mundo una palabra por decir. Publicó los poemarios Palabra por decir (1999) y Trapecios (2001).

(Buenos Aires, 1982)

mañanas de puro sol y un azul rugido. los árboles son uñas verdes, la esperanza silenciosa de un ciclo que no sabe detenerse, como el viento, susurrante, –y todavía frío todavía frío–, que sacude las almas de los primeros llegados, de los intrusos y de los advenedizos. las alas caen, secas, en el lecho de la calle empedrada –todavía hace frío–. quiero retener la memoria, la sensación en mi alma que gusta de las cuevas nocturnas casi como un disparo, como un cristal perpetuo o un rubí. Es poeta y profesora de educación secundaria. Desde 2013 organiza, junto a la poeta Gabriela Larralde, el ciclo de poesía itinerante Rumiar Buenos Aires. Publicó el poemario La resistencia de la luna (2015).

A Adolfo Mandolesi

Antigua memoria nos pone al frente, abuelo, Quizás nos acerca la brutalidad azul del mar que flagela las piedras. O el cimiento oscuro de un pensamiento abarrotado en mi inútil mantenerte vivo. No hay tregua ni sorpresa para estos ojos míos que no vieron los tuyos cerrarse más profundamente que en una tarde en que te permitías la inocente siesta. Yo no quiero ver tu imagen convertida en duro mármol. No tengo valor ni entereza ni sonrisa para darte, lágrima o humanidad para hacerte saber que no te permito morir. Tu voz viva aún crea el grueso eco en los pasillos de mi infancia. Me quedás, nono, así, en estas manos que un día te metiste a la boca en este océano que trae consigo tu antiguo nombre en pedazos Y en una piedra, íntima-oscura, que vela por esta nietita amnésica, tuya, que apenas si recuerda, en algún día distinto, que te fuiste, que ya no estás más con ella. Es poeta y narradora. Fue semifinalista del Concurso Internacional Dulce Primavera del Centro de Estudios Poéticos de Madrid. Publicó el poemario Maleza (2013).

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Las etéreas

fronteras de la

ADMITIR QUE EXISTIMOS SIMPLEMENTE COMO CONSECUENCIA DE UNA INVENCIÓN NOS ATERRORIZA

Fabrizio Andreella fabrizio108@yahoo.com

un gallinero donde no caben los dos gallos del individualismo moderno y del humanismo real? Las reflexiones que siguen surgieron de estas preguntas.

EL ESPACIO DE LA IDENTIDAD

Rene Magritte, The False Mirror, 1928 La primera persona me preocupa/ pero sé que no es mía:/ todos somos lo mismo/ todo es uno/ uno es todo,/ cada hombre/ es, al fin,/ todo este mundo/ y el mundo/ es un lugar/ desconocido.... Hugo Gutiérrez Vega, “Por favor, su currículum” Quizá no soy más que la ventana a través de la cual

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el mundo mira al mundo. Italo Calvino, Palomar

uede existir un verdadero humanismo en la actual sociedad del consumo espectacularizado? ¿El individua lismo, ya sea materialista o idealista, es un aspecto del humanismo o es su rival más astuto y funesto? ¿El humanismo es un baluarte que protege al hombre de modelos deshumanizantes, o una jaula que lo recluye en sus límites? ¿Acaso la identidad es

Todo lo que realmente importa se esconde al dividirse en dos ante los ojos del hombre. La dualidad siempre es la superficie que enmascara lo real y, al mismo tiempo, el sancta sanctorum de todos los secretos del mundo. En la vida social, el Otro nos permite contemplar nuestra imagen reflejada en él o sumergirnos en el misterio de la otredad, para tratar de entender lo real sin recluirnos dentro de las fronteras, a veces demasiado angostas, de la identidad personal. Es la otredad la que nos ha obligado a reflexionar sobre el espacio de la identidad. Filosofías y religiones han manejado el tema identitario en casi todos sus discursos. También la literatura y el arte han cosido algunos de sus mejores muñecos con los hilos colorados de la identidad. Y ni hablar de los pináculos húmedos con los cuales el psicoanálisis ha decorado el castillo de arena del individuo. Sin embargo, la identidad sigue siendo una interrogación incómoda sobre lo real, dado que cuando es abordada sin miedo y sin anteojeras, en lugar de proporcionar nociones abre un espacio vacío. Por eso todos los días nos inventamos a nosotros mismos utilizando lo que el mundo nos brinda o lo que en el mundo vamos buscando. Es exactamente lo que ha señalado Eric Hobsbawm, con referencia a grupos, instituciones, naciones y jerarquías en su libro esencial La invención de la tradición. Según el insigne historiador británico fallecido en 2012, las tradiciones inventadas son un conjunto de prácticas simbólicas y rituales que inculcan normas, comportamientos y maneras de pensar en continuidad con “un pasado histórico oportunamente seleccionado”. Son, a final de cuentas, instrumentos para enfrentar momentos de crisis o situaciones nuevas. El pasado como legitimización del presente y el presente como continuación del pasado. También la identidad fundada sobre el ego, con su plétora de rituales cotidianos y patrones simbólicos, a través de la repetitividad construye una continuidad entre pasado y presente. Cuando nos vemos como la manifestación de un ego, necesitamos reconocer que somos individuos con una historia que tiene un sentido. En eso resulta que no somos diferentes de las colectividades. ¿Será porque también la identidad personal es la ensambladura de unos cuantos fragmentos heterogéneos? Esta necesidad de un pasado congruente se refleja en la necesidad, para las colectividades como para los individuos, de un futuro racional y sugestivo. Y es por eso que adoramos nuestros fines como si fueran divinidades que pueden liberarnos de la infelicidad de nuestros medios. Entonces, el

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Rene Magritte, The Familiar Objects, 1928

futuro, para sostener la idea de progreso –su creación más hipnótica y, al mismo tiempo, más frágil– trata de dar al presente la única función de anticipación de lo que pasará. En este épico y aparente camino para alcanzar la redención, la felicidad, la revolución o la riqueza en el futuro, el individuo se torna una singular representación de la ansiedad, es decir, la suma de los deseos que lo acosan delante de él. Solamente la genialidad de Escher podía tratar de dibujar la ilusión óptica de esta identidad personal.

EL PRESENTE DESCONOCIDO Los mitómanos del pasado, de una extraordinaria y perdida Edad de Oro, son generalmente catastrofistas que en el futuro no ven más que escombros para poder alimentar su fe en un origen puro que se corrompe con el tiempo. Los mitómanos del futuro, de un constante y creciente avance hacia lo mejor, están, al contrario, inclinados a ver en el pasado solamente oscuridad y barbarie, un montón de desgracias que, entre más se regresa en el tiempo, más se vuelven intolerables. En un momento dado de la historia occidental, estas dos visiones del tiempo humano se alternaron en el papel de idea hegemónica que plasma el sentir colectivo. El mito de una antigüedad edénica hecha de hombres sabios y de dioses que se mezclan con la humanidad, ha sido suplantado por el mito de un futuro siempre más poderoso e inteligente, donde todo mundo tendrá riqueza y bienestar, o justicia y libertad. Hasta la crisis económica y ética a nivel planetario de los últimos años, este mito ha resistido todos los ataques externos y hoy se ha relajado solamente en el sentido común que, desafortunadamente, no es la plataforma de nuestras relaciones con la realidad en la sociedad del consumismo espectacularizado.

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creatividad siempre bien patrullado por los guardias del yo, es decir, por los conceptos y el conocimiento. Al final de cuentas, al mirarlo bien, el sujeto que creemos ser es, sobre todo, un conjunto de simples costumbres mentales. Si reconocemos esta necesidad artificial de unir existencia y una corporeidad a través de la individuación de un yo delimitado; si reconocemos el hecho de que esta condición es la de nuestra realidad cotidiana, entonces la definición de la identidad propia se torna un cuento interminable que, con su prolijidad, trata de esconder la falta de una verdadera trama. De todas formas, puesto que el hombre no puede tolerar no tener una identidad personal concreta, se persuade de haber simplemente olvidado el guión del cuento de sí mismo y sigue esbozándolo a grandes rasgos, mientras trata, incesante e inútilmente, de darle una estructura definitiva y convincente.

LAS COSTUMBRES COMO BRASIER DE LA IDENTIDAD

ntidad Sea como sea, quien paga la cuenta de esta polarización entre pasado y futuro es el presente, que no es ni la actualidad de los medios ni la instantaneidad del mundo virtual. Esta desertificación del presente –arrasado por las pandillas de la memoria que no permite al individuo experimentarse como novedad, y saqueado por las milicias del futuro que deportan cualquier realidad a los gulag del porvenir, de la posteridad –es una ventaja muy cómoda para la identidad fundada sobre el ego. En efecto, el presente verdadero es muy peligroso para el ego, porque revela la inconsistencia de los deseos y miedos que lo constituyen, y que moldean, en el bien y en el mal, al personaje que llevamos por el mundo presentándolo como el muy estimado señor o licenciado Yo. Ese intérprete de nuestras imaginaciones, ese actor que en las pláticas dice incesantemente “yo soy uno que…”, es el paraguas bajo el cual amontonamos pedazos de pasado y de futuro, de evocaciones y ambiciones que nada tienen que ver con la vida que experimentamos en el presente. Siempre tratamos de eludir lo real colocándolo en un más allá. Este es el mensaje sutil de Jesús cuando le preguntaba sobre cuándo vendría el reino de Dios, y contestó: “El reino de Dios no viene con señales visibles, ni dirá: ¡Mirad, aquí está! o: ¡Allí está! Porque he aquí, que el reino de Dios está dentro de vosotros.” (Lucas, 17, 20-21).

UNA LIBERTAD POSTIZA Y PATRULLADA Debido al concepto de identidad personal, que toma forma en un cuerpo, el individuo descubre su pequeñez Adentro de la infinidad. Por eso trata de registrar con los códigos de la racionalidad todo lo que ve y de cercar con los conceptos lo que la mente imagina. Sospecho que esta disciplinada y encerrada en los corrales donde todo

Figura decorativa que representa la pintura de Rene Magritte, El hijo del hombre, ©Fundación Magritte Herscovici C., 1964

asume la forma de una noción, puede nacer del horror que nos atrapa cuando la organización del pensamiento deja escapar por un instante la siguiente intuición: la existencia que se reconoce en un cuerpo y una mente necesita de la invención de la identidad personal para poder percibirse como real. Admitir que existimos simplemente como consecuencia de una invención nos aterroriza. De hecho, rechazamos a priori semejante hipótesis y nos encerramos en las certezas de los caminos trillados que dan vida a la figura tranquilizadora del sentido común. Es cierto que los más creativos –artistas, intelectuales, místicos y rebeldes ideológicos– siguen otros caminos, y, sin embargo, ellos también corren el riesgo de recluirse en el laberinto de su

El mar predilecto del archipiélago identitario es el de las cosas obvias y repetidas al grado de no tener ya ninguna necesidad de legitimarse. Es el mar donde la inconsistencia de la identidad logra ocultarse incluso de los más minuciosos mapas de la racionalidad. Aun así, algunas islas del archipiélago son detectables para el radar de la consciencia, pues un dolor extremadamente traumático o un fatal hechizo de amor pueden correr la cortina que esconde los hábitos mentales que más frecuentamos y así permitirnos verlos al desnudo. De repente, entonces, nos podemos dar cuenta de la inutilidad e irrealidad de los sueños que hemos seguido y de los temores que nos han perseguido. Nos podemos dar cuenta de que hemos sido curiosamente intolerantes con lo inevitable y resignados con lo evitable. Fieles a la imagen a la que creemos es conveniente parecernos, hemos encomendado a las costumbres, utilizadas como corsés y correas, la tarea de moldear nuestro perfil. Es así porque nos asusta la posibilidad de que algo en nosotros pueda liberarse del espejo identitario para explorar los terrenos más allá de su reflejo, donde según el ego, hic sunt dracones. La identidad es entonces la acumulación de rutinas y la pretensión de ensamblarlas en una forma.

EL YO COMO TÍTULO HONORÍFICO Conceptos, relaciones, significados, nombres: todo lo que la identidad inventa, encuentra o rastrea es lo que la define. Con una especie de animismo psíquico, sus creaciones son consideradas sus manifestaciones espontáneas y no lo que realmente son: camuflajes o escondrijos. En efecto, esas palabrillas con las que decoramos nuestra identidad –licenciado, director, ingeniero, abogado, presidente– no son nada más que píldoras para la autoestima o la arrogancia. Incluso el pronombre yo no es más que un título honorífico, un título continuamente ostentado en las conversaciones para aglutinar todos los elementos disonantes de nuestra personalidad. Resulta una imagen que oscila entre lo que queremos ser, lo que tememos que ser y lo que queremos que los demás piensen que somos. Además, con una orgullosa intención estética, a esa figura le atribuimos una personalidad estable e inequívoca. La identidad es entonces también la suma de los pensamientos sobre nosotros mismos que más utilizamos para describirnos. Esos pensamientos tienen su origen en sigue

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ENSAYO una maraña de acontecimientos cotidianos, genes hereditarios, recuerdos cristalizados, deseos temporales y aspiraciones reacias a la realidad del presente. Pensamientos que, por no aguantar su accidentalidad, se organizan en un archipiélago dando vida a una identidad con un nombre y una forma.

EL MOVIMIENTO DE LA ATENCIÓN La identidad tiene una forma, pero flotante y huidiza, porque surge de una base motriz oculta aún más flotante y huidiza: la atención. Por su naturaleza, la atención vaga incesantemente por el mundo con el único motivo de posarse momentáneamente sobre un objeto que la seduzca, hasta agotar su involucramiento y buscar en-

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más, una encrucijada de elementos heterogéneos que se entrelazan casualmente dentro de una subjetividad que los retiene.

EL POSIBLE APRIETO DE LA DUALIDAD Los primeros cercamientos (enclosures) que han convertido terrenos de dominio público en propiedades privadas no pertenecen a la historia económica, sino a la de de la psique. La empalizada que por primera vez delimitó y separó un territorio es la que está puesta entre el yo y el mundo. Muchas civilizaciones del pasado mantuvieron la cancilla abierta para las exigencias colectivas de la comunidad, que podía entrar en ese terreno cada vez que fuera necesario para restablecer el orden compartido.

territorios diferentes tiene consecuencias profundas sobre la percepción de uno mismo y del mundo, y si el precio a pagar no es tan alto como para asustar a quienes lleguen allí, entonces la identidad disfrutará de nuevos espacios para salir de la celda donde ejerce su papel de guardián de la dualidad y podrá interrogarse sobre su verdadera esencia. Lo que ya es innegable es que los confines entre blanco y negro hoy son más borrosos que nunca. Eso provoca en mucha gente angustias, rudos rechazos, sensaciones de anarquía y descomposición ética de la sociedad. Otros, al contrario, se electrizan y tratan de caminar como acróbatas en el alambre que separa las cosas. Los unos y los otros reaccionan con sus características personales al Zeitgeist. Lo que importa es que este deterioro de las líneas de la dualidad puede favorecer la exploración del yo. Así es porque la identidad que conocemos siempre está entre dos realidades o dos lecturas de la realidad, y pone en comunicación los opuestos creados por la dualidad. Yo y tú existen solamente si la identidad los reconoce como diferentes. De esta forma, la identidad señala que es real y necesaria. ¿Pero qué pasaría si la dualidad no fuera reconocida como la cimentación de lo real?

LAS VISITAS DE LAS IDENTIDADES

Rene Magritte, The Invention of Life, 1928

tonces el próximo objeto que la cautive. Ese objeto nuevo y atrayente permite a la atención seguir moviéndose. El movimiento es, para la atención, su esencia y su savia, su respiro y su alimento, su posibilidad de prosperar utilizando la energía psíquica del ego. El dinamismo forzado producido por la atención es lo que hoy se llama multitasking, para ennoblecer la agitación transformándola en acción. Con este movimiento perpetuo de la mente –que sigue tareas, deseos y miedos– los perfiles de lo real resultan borrosos y la identidad se contenta con ser una aproximación vacilante. El sistema económico del consumo espectacularizado, que se encarga de prometer a nuestros proyectos materiales y ambiciones inmateriales una realización futura, utiliza esta incertidumbre identitaria para fortalecerse y legitimar sus productos ante los ojos de los consumidores. De hecho, hoy la definición de la propia identidad es la adaptación de la imagen que nos representa a los modelos de identidad más publicitados y exitosos. Así se llega a este extravagante uroboro psicológico: imitamos nuestros mitos para ser nosotros mismos. Entonces, la identidad es la simple organización artificial de un magma indiferenciado e ilegible o, a lo

Sin embargo, con el paso del tiempo la cerca entre el yo y el mundo se ha reforzado y cerrado hasta tornarse una verdadera frontera, espesa, insuperable e invisible. Si la línea entre yo y mundo había nacido para permitir al sujeto tener los instrumentos adecuados para adentrarse en la realidad material, hoy en día, ensanchándose enormemente, se ha vuelto la sede misma de la identidad, un área videovigilada, no tanto por un ojo externo como por quien la ocupa. De aquella demarcación inicial descienden todas las otras, y las líneas que hoy separan al yo y tú, hombre y Dios, deseo y realidad, natural y artificial, espacio y psique, son los lugares donde vivimos tratando de encarnar y exhibir una identidad que sigue siendo desconocida. En ese espesa zona fronterizo se ha enraizado también la tendencia general a la hibridación, al emparejamiento de los opuestos, la mezcla entre visible e invisible, público y privado, distancia y cercanía. La misma mezcla sexual entre masculino y femenino, que pertenecía a los dioses, ha sido conquistada por el ser humano cuando la sexualidad ya no es el espacio misterioso donde la especie embruja sus ejemplares, sino la cuna de la omnipotencia individual. Si esta tendencia a cultivar el mestizaje de las experiencias y a establecerse en los límites que dividen

Si la identidad nació como falsa evidencia provocada por una demarcación arbitraria entre individuo y mundo, surge la duda sobre si la sílaba yo indique no tanto un sujeto como una simple intención. Al final de un largo sueño repleto de miedos y deseos, quizás se puede llegar a la rendición de aquel personaje que hemos creído ser. Mientras tanto, la identidad sigue siendo un fingimiento necesario. Y a pesar de ser una construcción evanescente, un mapa sin territorio, una trama sin inicio y sin fin, nos obliga a considerarla real para poder llegar a desenmascararla. Como sabe quien se acerca al invierno de la vida con la sabiduría de quien ha vivido todo lo que podía vivir en el bien y en el mal, no es posible llegar a una condición de plena satisfacción sin cruzar todas las identidades propias que, una vez sobrepasadas, se revelan como simplemente haber sido unos reconocimientos a los cuales nos gusta dar la dignidad de elecciones o decisiones. Aprender a acoger con tranquila indiferencia todas las diferentes identidades, claras y oscuras que en el curso de la vida nos visitan por un tiempo dado en la cueva del yo, es entonces la premisa necesaria para aspirar a liberarnos del yugo, férreo aunque ilusorio, de la identidad conceptual.

EL JUEGO DE LA NEGACIÓN “Mi nombre es Nadie.” Con este engaño, junto con la estratagema de ocultar su cuerpo debajo de un carnero, Ulises logra liberarse de Polifemo. Las astucias del vino y el valor para cegarlo no son suficientes. El nombre y la forma del héroe deben ser negados para que pueda huir del cíclope y de su despiadada voracidad. Ulises y Polifemo son dos figuras que, como todos los mitos de primera clase, pueden iluminar muchas situaciones. Aquí agrego una más. La relación entre el héroe y el cíclope es la relación entre el individuo y su mente, entre el verdadero yo y el pensamiento que quiere delimitarlo. Nos indica cómo la identidad (Ulises) puede liberarse del control de las nociones (Polifemo) y pasar por sus redes: con la ingeniosidad y la audacia, claro está, pero al final, sobre todo con la lúdica y alegre negación de sí mismo

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LEER

Jornada Semanal • Número 1059 • 21 de junio de 2015

Desandar, Ricardo Yáñez, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.

NO SOY FLAUTA, SOY EL AIRE

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ISMAEL LARES

i algo hay en la poética de Ricardo Yáñez (Guadalajara, 1948) es poesía. Aunque la anterior aseveración parece una obviedad es, más bien, una reiteración. Se sabe que no toda poética abreva en la poesía y no toda poesía implica una poética. Así, la palabra sólo se entiende en su sencillez, y esto, en el fondo, consiste en dotar de sentido a los placeres de la intuición. Desandar, que reúne la obra lírica de Yáñez a lo largo de cuarenta años, conlleva una doble exploración. Por un lado, tenemos la oportunidad de adentrarnos en la obra total del poeta jalisciense compuesta por doce libros. ¿Acaso hay mejor manera de abordar a un autor que en la suma de su propuesta? Por otro lado, surge la posibilidad de transitar, atender, comparar y valorar las etapas de su ejercicio. Aclaremos. Los poemas de Ricardo Yáñez no retroceden en ningún momento: desandan. El verbo transitivo que da título a la obra es producto de una poética basada en la compañía. Desandar nos muestra la facilidad que Yáñez tiene para componer canciones, me refiero aquí tanto al término coloquial como a la composición poética, que no por parecidas desembocan en un mismo significado. Así, uno encuentra en esta obra el trabajo lírico de quien atiende igualmente a las formas clásicas y a la sencillez, como a la riqueza de imágenes y figuras. El estilo que compone Desandar está constituido en gran medida por figuras de oposición (antítesis, el oxímoron, la paradoja). A su vez, abundan aliteraciones, paronomasias y reduplicaciones, por mencionar sólo algunos recursos estilísticos. Quiero detenerme en el primer libro que abre esta antología, titulado Ni lo que digo, pues en él se aprecia una constante reflexión sobre la divinidad. Resulta obvio, pero necesario, decir que dioses hay muchos; incluso en poesía se ha apuntado que a través de los poetas son los dioses quienes hablan, pero ningún dios tan curiosamente Dios como al que canta Ricardo Yáñez: Reía como quien todo lo sabe. Vivía como una flor. […] Era un alma de Dios… Es posible respirar a dios en esta flor.

Soslayemos a los dioses panteístas. Ricardo Yáñez se refiere, “naturalmente”, a la poesía. Pero también nos proporciona la posibilidad de entreabrir los párpados e iluminarnos. Su objeto no es otro que su voz, semejante a la de los dioses: Toda la historia se concentra en ella, es su medio, su fin y su principio. […]

recurrente para Yáñez, no sólo como hecho de la naturaleza, sino que, además, su relación con esta

figura es hasta cierto punto divina. La flor como hecho creativo, cuya connotación, a su vez, adapta divinila metáfora tanto a la feminidad como a la divini dad, es decir, la figura en tanto afirmación poética. Si reparamos en la forma, encontraremos en Desandar el obrador de un poeta seducido en su mayor parte por el soneto, la copla, la redondilla y la décima; así tenemos que la métrica y la rima son partes fundamentales del lirismo desenfadado y lúdico empleado por el jalisciense. No obstante, ajustarse al rigor de una forma no es lo propio de Yáñez, sino percibir lo que hay tras la construcción del poema, averiguando a base de sensibilidad lo que se difumina ante la vista para atender más la sonoridad: Ser sensible a la forma en que se desbarata toda música. Ser sensible a la música en que se desbarata toda forma.

Pero no por eso estrangula otras posibilidades de construcción poética. Yáñez es flexible a la hora de cantar, y como poeta conocedor de su oficio emplea el tipo de poesía más adecuado a su intuición. Por lo mismo, su registro es amplio. Su obra, así, traza un mapa poético que va del haikú al soneto, del soneto a la décima, del epigrama al versículo, del versículo al poema en prosa, etcétera. No es Yáñez alguien que se autolimite, sino todo lo contrario, explora a cabalidad su registro. En la t o t a l i d a d d e s u o b r a e s p o s i b l e a p re c i a r u n a doble sensibilidad tanto polisémica como rica en formas, muestra de un autor atento a captar las directrices de la geografía poética. Retomando la semántica amorosa, Yáñez recupera la imagen del “ciervo” – en ocasiones con su designación “venado”– a lo largo de su obra; de hecho, resultaría una omisión no relacionar, por lo menos desde la intertextualidad, esta proximidad tanto con el Amado que huyó como ciervo –de Juan de Yepes (San Juan de la Cruz)– en “Cántico Espiritual” como con la figura del ciervo herido –metáfora que incorpora Juana de Asbaje (sor Juana Inés de la Cruz) en “Sentimientos de Ausente”: “Había en su interior el sueño que guardan los palacios y la vigilia/ que despierta en la frente del que se ha visto herir a un ciervo luminoso.” En lo referente a su cercanía con otros autores, quizá alguno que otro lector advierta un encuentro con la poesía de Carlos Pellicer, sobre todo en las abundantes imágenes que atañen a la naturaleza. Sin embargo, los poemas reunidos en Desandar alcanzan mayor emotividad cuando connotan sentimientos, particularmente en dos sentidos, a decir: lo amoroso y lo divino. En este mismo tenor pudiera parecernos próximo a los poetas del medio siglo –Miguel Guardia, Jaime Sabines, Bonifaz Nuño, principalmente– en cuanto a su tratamiento poético, tanto estilística como temáticamente. No obstante, Ricardo Yáñez no repite lo que sabe sobre poesía “amorosa” y “conversacional”, sino que aprehende lo que repite; quizá por ello atina al evitar cualquier lamentación emparentada con la cursilería:

Leer a Ricardo Yáñez en voz alta acentúa, por así decirlo, la articulación rítmica entre decir y cantar; por eso pareciera que su propósito es encontrar poesía en su propia voz. Al respecto, pudieran ser dos sus vocaciones: cantar los fenómenos cotidianos y dialogar con su tiempo. El ritmo está en el origen de su poética. Yáñez entiende que la poesía es ante todo la conjunción de oído y mirada; intensidad y fe, que de ninguna manera corresponde a la presencia religiosa del misticismo: –Si he de vivir sin tu amor, ¿he de morir sin mi amor por ti? Hay un venir a ser que no es olvido y sin embargo olvida venir a ser.

Pienso aquí que la intención del poeta radica en cantar al otro. Su principal motivo no persigue innovaciones verbales, ya que se apoya en la métrica tradicional para enfatizar su inocencia, como lo hace un niño ante el mundo. A Ricardo Yáñez lo atrae la sencillez y la naturalidad, es ahí donde la transparencia se torna su discurso más profundo: El que no sepa cantar no por eso ha de callar, cante. Cante y aprenda de quienes saben. Y de su propia naturaleza.

Puntualizo. Si bien la obra de este autor es múltiple en cuanto sentido y profunda en tanto revelación, su interés estético convive más con las referencias populares que abundan en la parte folclórica de su poesía. Es por ello que Ricardo Yáñez pudiera coincidir con el poeta Francisco Hernández, ya que ambos no sólo pertenecen a la misma generación, sino que además estos dos poetas insertan la canción tradicional en su discurso: Ay, venado, venadito, venadito que agua bebes en el manantial solito, te pido que en sueños lleves...

Desandar también es un libro que contiene los versos de un artífice del silencio, respetuoso de la palabra, libre de petulancia. No convoca al silencio porque eso ya sería decir mucho; más bien está emparentado con la calma y la quietud. Y si otros poetas de su tiempo son recordados por su grandilocuencia, a él se le rememorará por perturbar escenarios: “Un mimo, en estos tiempos, ya habla mucho.” Ricardo Yáñez es un poeta prolífico, preocupado principalmente por el ser y la existencia; por la divinidad y el amor; por la palabra y la creación. Su desbordamiento poético es la plenitud, la limpieza pulida del verso, el deslumbramiento de quien canta y pronuncia y poetiza. Desandar es una obra de profundo vitalismo, propuesta que merece ser atendida más allá de una visión impresionista. Canción y vida son entidades que dialogan en esta antología que es experiencia en sí misma, súbita e irrepetible:

El descenso a la noche, he de decirte, me ha servido de algo: comprendí que el amor que nos hicimos nos hizo del amor.

De lo eterno me habla el tiempo como si de sí me hablara y yo le doy tiempo al tiempo de que se ponga esa cara •

En nuestro próximo número

CÓMO RESISTIR A LAS FUERZAS DEL OLVIDO John Berger


ARTE Y PENSAMIENTO ........

21 de junio de 2015 • Número 1059 • Jornada Semanal

Jair Cortés jair_cm@hotmail.com @jaircortes

Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Juan Me puse de pie, fui festivo, abrí los brazos, exclamé en voz más alta de lo que hacía falta: ¡Pasa, Juan, no te quedes allí! Pero Juan, mi amigo Juan, mi muy querido amigo Juan, no dio un paso. Juan era pintor. Tomaba su carcacha al amanecer y se iba al Ajusco, todos los días. El volcán era su tema único, su obsesión. De vez en cuando vendía algún cuadro. En esos días la vida se le había puesto difícil. Su mujer había perdido el trabajo. Tenían dos hijas, en prepa o en secundaria. Además de pintar, Juan traducía. Le conseguí una chamba en la revista; quincenas seguras. Juan puso sobre mi escritorio lo que traía en las manos: los papeles y los libros que yo le había dado hora y media antes: unas fotocopias, un bloc de papel rayado, tres o cuatro diccionarios. –No puedo –me dijo–; me ahogo. No quiero. Me falta el aire, el olor de los pinos, la montaña. Te lo agradezco, pero prefiero morirme de hambre. Lo vi dar media vuelta. No tuve nada que decirle •

bitácora bifronte Notas para una posible traducción de un poema de Ernest Hemingway La traducción literaria siempre ha sido una actividad polémica porque no ofrece una respuesta definitiva a la pregunta:“¿se puede traducir un texto literario?” Ezra Pound decía que de las tres cualidades de un poema, la melopea (su carácter musical) es imposible de traducir o trasladar de una lengua a otra. La fanopea (“proyección de imágenes sobre la imaginación visual”) puede ser traducida “casi, o completamente, intacta”, y cuando es lo bastante sólida ni siquiera el traductor puede destruirla. La logopea: “no se puede traducir; aunque la actitud mental que expresa puede pasar de un idioma a otro mediante la paráfrasis”. Esta breve, pero esclarecedora lección, hace más sencillo comprender qué regiones de la poesía podemos traducir; sin embargo, hay casos en los que el traductor se encuentra frente a un verdadero desafío, como en “[Blank verse]” de Ernest Hemingway. Poema de juventud,“[Blank verse]” fue publicado en 1916 y juega con el término “verso blanco” (aquel que conserva una métrica regular y que prescinde de la rima, en la poesía escrita en inglés casi siempre es un pentámetro yámbico). Aunque estamos frente a una boutade, no me parece ocioso intentar una traducción, ya que el texto no sólo es una rareza en la producción poética de Hemingway (quien publicó más de ochenta poemas), sino que irrumpe como una obra vanguardista, fiel a una voluntad de ruptura y provocación. El poema es un conjunto de ausencias contenidas por signos de puntuación en donde, curiosamente, no hay punto final: [Blank verse] “ ! : , , , ; ,

La poesía Algunos poetas ya lo saben, pero prefieren callarlo. O si lo dicen, nadie los escucha, porque cantan en árboles lejanos, ligeramente perdidos por la niebla. Pero lo saben, y no dejan de cantarlo. La poesía no está en la sintaxis, no hay que cavar ahí. No se alimenta de eso, aunque la arrastre a donde vaya, como se arrastran las heridas del pasado. No está siquiera en el poema, aunque el poema sea la piedra que la sostiene. La poesía tampoco está en el libro, aunque a veces no haga sino rondar sus márgenes, sin conseguir escabullirse hacia otros cielos. Tampoco en el nombre del autor, aunque ahora todo sea pasarela y vendimia. La poesía no está en ninguna parte pero lo envuelve todo, entra como el aire o el silencio en uno, cualquier mañana, a través del crepitar de hojas o el ahogo de lluvias, a través, incluso, de un poema. La poesía no hay que buscarla aquí o allí porque nadie la encuentra en esas grietas. No es algo que se busque. Hay que olvidarse de que uno es el poeta, nada más, para tenerla •

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Una posible traducción al español,“[Verso blanco]”, dejaría intacto al poema, agregando, por medio de una actitud casi adivinatoria, los signos de admiración que se utilizan en nuestro idioma al inicio de cada exclamación. Siguiendo los principios planteados por Pound, la traducción de “[Blank verse]” implicaría trasladar el silencio (y su exaltación) de una lengua a otra (melopea), la imagen de ausencia y vacío (fanopea), y el ánimo transgresor (logopea) contra una forma poética tradicional usada por poetas como Milton, Shakespeare, o Donne, entre muchos otros. En este peculiar poema (probable trampa para los críticos e interminable juego de especulaciones para los lectores), Hemingway hace que las palabras desaparezcan y “blanquea” la página, suprime la musicalidad y hace evidentes los signos de puntuación: vestigios de un poema que no se puede leer pero que, en un esfuerzo exegético, sí se puede comprender •

Una palabra Aristóteles Nikolaídis

La vez primera la encontré en Homero y desde entonces durante años en los textos la buscaba. Algunas veces asomaba disfrazada en abandonados cronistas o se ahogaba hundida en palabras compuestas. En lejanos dialectos del griego la volví a encontrar con el sentido un poco alterado y en laboratorios de química transformada en términos científicos: bárbaros labios la murmuran con acentos varios. ¡Ah sí, no murió sino que viajando a través de los siglos, enraizada en la profunda boca del Poeta se conservó con inesperadas ramas y hojas y flores ocultas una palabra que pronunciaron quizás –por vez primera– los labios de Apolo!

Aristóteles Nikolaídis (1922), originario de Mitilene (Lesbos), se graduó como médico en la Universidad de Atenas en 1948. Durante la ocupación alemana de Grecia (1941-1944) formó parte de la Resistencia como miembro del Frente Nacional de Liberación y, en la insurrección comunista de diciembre de 1944, participó en la guerrilla, hasta que fue detenido por el ejército británico y encarcelado durante cuatro meses. Como psiquiatra prestó sus servicios en varias clínicas y hospitales de Atenas, París, en algunas ciudades de Estados Unidos y, finalmente, Génova y de nuevo Atenas. Es autor de varias novelas y cuentos –algunos de ellos traducidos al francés y alemán–, de diez libros de poesía y traductor de t . s . Eliot al griego. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, alemán, sueco y húngaro. Véase La Jornada Semanal, núm. 891, 1/ iv /2012 Versión de Francisco Torres Córdova

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Jornada Semanal • Número 1059 • 21 de junio de 2015

........ ARTE Y PENSAMIENTO

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com @mquemain

LA OTRA ESCENA

Cartaphilus Teatro, 20 años de soñar despiertos

presan coherencia, legibilidad y rigor con lo que son sobre la escena, hay algo de abstracto en unas emociones sin motivo aparente en varios momentos de la obra, en cuyo transcurso los actores logran establecer un pacto de credibilidad con el público, que urde una historia para cada uno de esos seres que le apuestan todo al cuerpo y ahí establecen su mesa de operaciones sentimental, perceptiva. Como a muchos, me gusta que en el escenario pasen cosas, tal vez porque no estamos tan entrenados para vivirlas, como si fueran hechos, auténticas cadenas de emociones, sentimientos, preocupaciones que trenzan el sentimiento con las ideas que lo sostienen o lo provocan. Una de las posibles respuestas a ese diapasón emocional que se juega entre todos los que estamos encerrados ahí durante 100 minutos, se completa con una serie de pantallas de plasma donde transcurre una obra cargada de efectos visuales, sonoros y físicos (humo), con momentos de una plasticidad poética llena de sugerencias. También veremos a los actores que salieron del teatro para traer un conjunto de imágenes que conmueven y sorprenden: sus cuerpos desnudos, son testigos mudos entre grandes rocas y el agua que fluye entre ellas; es un paisaje sin edad en el que vivimos todos a la espera de encontrarnos. Son personajes que no renuncian a ceñirse a las coordenadas cartesianas, con las que se comunican con un público que busca explicaciones para todo lo que ve y oye; un tipo de público que está muy acostumbrado a contar lo que vio en los mismos términos con los que refiere un capítulo de telenovela. Una manera de luchar contra eso es la petición que se le hace, de leer el programa de mano para luego dejarlo o guardarlo y no se distraiga con ese mapa de lo que pasa en xv escenas; más que recordar, se trata de entender. Sábados, 19 horas en Tenis 88, Col. Country Club. Es obligado reservar, sólo hay veinte lugares •

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OVIMIENTOS OCULARES RÁPIDOS de 3 a 5 hz, idea y dirección de Luis Ibar, es la puesta en escena con la que Cartaphilus Teatro celebra sus veinte años como una compañía estable y una escuela de teatro (Foto Taller 7A) que funciona a partir de seminarios y talleres de diversas especialidades. Han montado un trabajo cuyo sentido profundo expresa lo que significa soñar despierto, o soñar a media res entre un sentido de la realidad, su testigo opresivo y el sueño como una tarea que conecta con lo corporal como función y como vínculo con un sujeto expuesto a su biografía y a la autobiografía de su deseo. Herederos de la más rica tradición que oficiaron entre nosotros desde los años setenta y ochenta Grotoswski y Eugenio Barba, lo que ponen en escena es una meditación organizada, profunda, cargada de ideas teatrales sobre el origen de las cosas, los sentimientos, la subjetividad y esa masa ígnea que nos habita y se llama colectividad. Se acogen a líneas teóricas y experiencias teatrales, porque los integrantes de esta compañía de apasionadas entregas vienen de una formación académica estricta que, sin embargo, han cuestionado y enriquecido con un trabajo práctico en la actuación, la dirección y esas materias que desarrollan el apetito intelectual: dramaturgia, cine, análisis de textos. Aquí hay un techo teórico-práctico que asimila la experiencia del contar. Para muchas personas, la carencia de un texto orientador representa una gran dificultad. Hay espectadores que necesitan saber de antemano qué deben sentir y entender en algunas escenas.

Aquí, parte de la dificultad consiste en crear identificaciones y empatía con la vida emocional que establece los vínculos escénicos que propone el director, y que cada actor trabaja profundamente para mantener el contacto consigo mismo y para religarse con los otros. Es de gran riesgo y belleza su cercanía con la danza; mucho de coreográfico está expresado en el conjunto que se mueve como si fuesen a emprender el vuelo hacia la danza. En la compañía, el poder expresivo y la fuerza corporal siempre están en juego, son una tensión que recuerda los límites sensibles entre los espacios coreográfico y dramatúrgico: coreografía dramatúrgica, dramaturgia coreográfica. Los cuerpos que circulan en el escenario rectangular de la compañía no representan, a pesar de su silencio y la calidad de su movimiento, personajes en un sentido estricto. La carga emocional aparece en relación con el espacio y las contigüidades simbólicas que Ibar ha trazado. Hay temas difíciles en la obra: las historias, los hechos, quiero decir, y el perfil de los personajes. Aunque todos ex-

Alonso Arreola @LabAlonso

Pero prefieren cantar en inglés

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L PRIMER POEMA QUE nos aprendimos en la infancia fue éste de Federico García Lorca:“Si muero, dejad el balcón abierto./ El niño come naranjas (desde mi balcón lo veo)./ El segador siega el trigo (desde mi balcón lo siento)./ Si muero, dejad el balcón abierto.” Es muy simple pero nos hizo descubrir nuestro idioma. Luego supimos otros de Becquer, Neruda, León Felipe, Sabines, Borges, Huidobro, Paz... Todos nos hechizaron a su manera, nos permitieron hallar sutilezas insospechadas entre los conceptos más duros del lenguaje. Dicho de forma burda: nos ayudaron a encontrar grises entre el blanco del amor y el negro del odio. En la adolescencia, como muchos de nuestros amigos, nos acercamos a músicas en inglés. Sin embargo, más que las palabras nos importaban los sonidos, la producción de una tímbrica nueva. Poco a poco fuimos traduciendo, entendiendo lo que balbuceábamos y el idioma vecino se convirtió en parte de nuestra vida. Ello no impidió que en los años ochenta el llamado “Rock en tu Idioma” surgiera como un puente entre países y épocas con mucho en común. España y Argentina salían de la dictadura y nos arrastraban a su introspección obligada. Con ellos creímos de nuevo en la lengua materna…, pero no duraría mucho. Así como en los sesenta y setenta los primeros grupos de rock de México cantaban en inglés, pasado el año 2000 hemos visto el incremento de prácticas que menosprecian al español. ¿Menosprecian? Sí. Cientos de veces hemos escuchado frases como: “es mucho más fácil escribir canciones en inglés que en español”, o, “las letras en inglés son más efectivas que las letras en español”, o, “me sale más natural escribir en inglés que en español”, o,“el inglés es el idioma del rock”. Sentencias que niegan al cancionero prodigioso de nuestra lengua.

BEMOL SOSTENIDO Dejando de lado a compositores mexicanos o mexicoamericanos anglófonos, sea por estar en la frontera con Estados Unidos o por antecedentes o entornos familiares específicos (Silent Lune), nos cuesta trabajo creer que en ciudades como el Distrito Federal o Guadalajara, más aún en Chiapas o Oaxaca, existan tantos músicos de rock, pop, hip hop y jazz escribiendo en inglés. Nos cuesta entenderlo porque sus vidas cotidianas suceden en otra estructura mental y cultural; porque vemos una rara urgencia de conectarse con tierras lejanas apelando a una globalización superficial, en lugar de mirar tierra adentro destacando rasgos de origen. Una vez más, eso no está pasando en España (Dorian, Vetusta Morla) o Argentina (Indios, Viva Elástico), sino en México (The Volture) o Guatemala (Easy Easy), países a los que el Sueño Americano les quita el sueño. Desde luego entendemos cuando una banda se asume como un acto de entretenimiento puro y apuesta al extranjero. Lo que nos hace ruido es que justo en el momento en que se

consolidan proyectos valiosos que se montan en localismos (Juan Cirerol) o lenguas prehispánicas (Sak Tzevul), sean tantas las bandas con talento y personalidad que prefieran al inglés. Pero bueno, cantar en el idioma propio tampoco garantiza nada si sucede con camisa de fuerza. Allí está el desatinado grupo Mexrrissey que tropicaliza el repertorio de Morrissey –exlíder de los Smiths y pionero del sonido Manchester– usufructuando melodías sobre interpretaciones chabacanas y arreglos “latinos” de escasos atributos. Pese a su intento de inocular el castellano a un grupo de piezas excepcionales escritas en inglés, se muestran incipientes por falta de herramientas léxicas y por una paupérrima conciencia lírica que niega verdades importantes: parafrasear o traducir letras ajenas también es componer. ¿Se les ha celebrado en el extranjero? Claro. Siempre habrá palmas para el mexican curious que, políticamente correcto y con pantalón de charro, busca alienarse humildemente. En fin. Tales cosas pensamos hace unos días, acodados en la barra del club Bajo Circuito (nuevo espacio para conciertos ubicado bajo el Circuito Interior en su cruce con el eje Juan Escutia, al borde de la colonia Condesa). Aquella noche escuchamos tres grupos de muy disímbola especie, género y calidad que se parecían en algo: todos cantaban en inglés. De pronto nos imaginamos como turistas decepcionados que, interesados en conocer algo de la música de México, recibían a cambio una nueva dosis de “globalidad”. Recordamos entonces lo visto en Cuba, Brasil, Mali, Japón, Turquía, España, Argentina, Inglaterra… países donde el idioma está conectado a la tierra y al pasado. Ojalá que nuestros músicos jóvenes se den cuenta pronto de que no es bueno huir; de que evolucionar no significa escapar del ser, por mal que estén las cosas alrededor. Buen domingo. Buena semana. Good sounds •


ARTE Y PENSAMIENTO ........

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Jorge Moch Verónica Murguía

Nostalgia ochentera

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L AÑO PASADO, en una feria de libros en Estados Unidos, conocí a dos editores del National Geographic. Fue una de esas pláticas de feria: con un café y galletas en las manos y entre dos presentaciones. Algo dijimos los tres sobre Robert Byron –el autor de The Road to Oxiana–, y sobre cuánto lo amamos. Entonces la conversación se encendió: subimos la voz, nos reímos de verdad. Éramos desconocidos, afines y habíamos bebido mucho café. Les conté de un artículo escrito para este mismo espacio en el que comparé a Byron con Bruce Chatwin, de cómo estos dos viajeros encontraron en Afganistán un paisaje severo y exigente, tribus de gente hermosa y grave. Les dije que todo eso lo escribí para hablar mal de la guerra y de George Bush. Les pareció bien. Al separarnos me dieron sus tarjetas y me pidieron que escribiera algo para ellos.“No viajo mucho. Apenas dentro de mi país”, les dije. Me respondieron que no importaba qué tan lejos se iba, sino cómo se veían las cosas. Me recomendaron la antología de escritos de viaje que iban a presentar, prologada por Paul Theroux. Dio la hora, se rompió la taza y cada quien se fue a su presentación. Tengo las tarjetas frente a mí ahora mismo. No me he atrevido a escribirles, ni siquiera para saludar. Padezco una especie de timidez que me paraliza. Cada vez que voy a dar un paso semejante, escucho una voz que me dice, como en la niñez: “No te luzcas.” Es una voz como de película de Cecil b . DeMille y todavía no puedo hacerme la sorda. Pero un don debo agradecerles a los dos amigos súbitos que hice en Estados Unidos, además de su generosa oferta: después de leer el libro de crónicas de viaje me seguí con antologías de ensayo de la misma editorial. Los mejores ensayos estadunidenses de 2014, 2013, 2012 y 2011. Estoy feliz y me siento muy acompañada, rodeada de ensayistas que tocan todos los temas posibles con talantes muy diferentes. Por ejemplo, leí la crónica de Kevin Sampsell acerca de su propósito de suicidarse y cómo, mientras pensaba en su decisión, se vio obligado a impedir que otra persona se tirara de un puente. Ese hecho lo impulsó a valorar la vida. En otro volumen, leí cómo Dudley Clendinen se despide del mundo y anuncia su decisión de suicidarse debido al avance de la esclerosis lateral amiotrófica que padece. Los dos, perfectos. He leído sobre la pobreza, la edad, el fracaso, la alegría, el amor, la enfermedad. Leí la crónica de Vanessa Veselka, quien escapó de un asesino serial y cuya historia fue convertida en un episodio de Criminal Minds; leí la sonriente historia de Richard Schmitt, un académico que fue cirquero y que abandonó a los Ringling Brothers y su trabajo de funámbulo por la universidad; otro, de un exmormón que contrasta la realidad con las ideas que tenemos de su Iglesia; uno más sobre el arte de disecar animales. He leído sobre surfear en las mañanas; la historia de un hombre al que se le muere la esposa en un viaje y otra sobre cómo es salir de la cárcel después de dieciséis años encerrado. Leí a Donald Hall, poeta laureado de Estados Unidos, y la descripción de sus días aho-

ra que tiene ochenta y siete años; a Zadie Smith, a Alice Munro. Abundan los ensayos sobre la guerra de Irak. Leí uno muy explícito sobre los ménages à trois y varios de personas que sobrevivieron al abuso sexual infantil, entre ellos el naturalista Barry Lopez, un autor que ha escrito libros bellísimos sobre los lobos y cuyo tono sereno al describir su experiencia me dejó hecha un mar de llanto. Una de las características que me ha cautivado en esta inmersión es la franqueza. Sospecho, y algún día trataré de confirmarlo, que el ensayo escrito en español adolece de una especie de rigidez que se nota en los pies… de página. Desde las primeras traducciones de Montaigne, hechas por Diego Cisneros y leí-

das por Quevedo y Lope de Vega todo parecía admirable y, al mismo tiempo, demasiado franco, personal, íntimo y desenvuelto. En nuestra tradición no abunda esta soltura, esa naturalidad. En este momento sólo me vienen a la mente dos ensayos así de sinceros, uno de Alberto Chimal, otro de Francisco González Crussí, dos escritores notables por su prosa y su inteligencia, que abordan el tema de la infancia con rigor y franqueza. Yo no puedo escribir así, y lo lamento mucho. Cada vez que quiero hacerlo me pasmo. De los cielos baja una voz que me ordena entre truenos y luces: “No te luzcas.” Y me estoy •

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Los frutos de Montaigne

ÉXICO SE HA VUELTO otro tan distinto al que conocimos que brinca la nostalgia y otorga vigencia al adagio tonto del tiempo pasado que fue mejor. A mí me da por extrañar los años, no muy lejanos, en que todavía creíamos estar a un paso de la modernidad; el progreso y el primer mundo eran todavía meta posible que albergaba infinitos cauces hacia la prosperidad y no un tinglado de estafas, escenografía discursiva que no se traga nadie con un dedo de frente. Hace treinta años México era el summum de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Muchas eran las cosas que parecían inmutables, cotidianas. Hacía su aparición la computadora, herramienta fascinante de propiedades increíbles, como jugar Space Invaders o almacenar, sin una sola hoja de papel, casi un libro entero

en un disco flexible… el rock era intocable a pesar del New Wave, atrás habían quedado esos bochornosos desfiguros de la música disco; el Challenger llevaría seres humanos hasta Plutón, el cine renovaba a Drácula y ofrecía divertidas aventuras en el futuro antes de que las películas se volvieran “franquicias”, que es una elegante manera de decir “se nos acabaron las ideas”. Mad Max sólo había uno, y Michael Jackson, aunque a muchos nos pareciera sobrevaluado como compositor y cantante, era un afroamericano excepcionalmente dotado para el baile. Lejos estaba de convertirse en una bruja blanca come niños. Los curas en México no eran sinónimo de pederastia y la mayor parte de la televisión, aunque aburrida y zalamera como siempre, mantenía una suerte de respetuosa relación con la audiencia y con el gobierno, que no era de su propiedad. Había una sola empresa televisiva y hacía el juego de palafrenero al gobierno pero también el contrapeso informativo con los medios gubernamentales, que los había. Los programas de humor hacían reír, inventaban chistes en lugar de refritearlos, aunque ya las telenovelas eran sinónimo de porquería. Había, sin embargo, programas de concursos de conocimientos. Estados Unidos era todavía un reino inexplorado y si podíamos visitarlo, sobre todo lejos de su frontera sur, se nos veía como seres exóticos, pintorescos. No éramos sinónimo de drogas y violencia, sino de mariachi, chile y desmadre. Los chamacos podíamos ir a ver a la novia en bici. Había tienditas en las esquinas de los barrios y las ciudades no estaban uniformadas de Oxxos. El narcotráfico campeaba casi como ahora, pero con cierto decoroso sigilo. Igual corrompía policías y políticos pero había una especie de código que mantenía los pleitos puertas adentro, y los barones de la droga no permitían que nadie se les saliera del huacal: si cualquier in-

feliz empezaba a vender drogas por su cuenta o, lo impensable, cerca de una escuela, era al día siguiente esa nota roja de la que era mejor no hablar mucho: con el tiro de gracia en una cuneta. El mercado interno de las drogas era marginal y no conocíamos la frase “una docena de cabezas aparecieron...” No había videos de degollinas ni de masacres. Había represión y guerra sucia, pero de alguna manera focalizada. La sombra vergonzosa de Tlatelolco mantenía a raya a los perros del sistema y a ningún mentecato arrebatado se le ocurría, o si se le ocurría reprimía el impulso, aventar soldados o granaderos a madrear o balear a una multitud que protestara por lo que fuera. Despreciábamos al presidente en turno por cabrón y por corrupto, pero por lo menos era capaz de articular ideas propias y hasta de dar muestras coruscantes de retórica. Y sabía manejarse con alguna dignidad en el extranjero, y tenía cultura general. No teníamos por presidentes analfabetas funcionales. Difícilmente se hacía ver el mandatario mexicano como un pelele de trasnacionales o extranjeros, y aunque tuviera su cuota de influencia, Estados Unidos tenía que recular constantemente en sus constantes intentos de injerencia. Éramos todavía y verdaderamente un país petrolero y con posibilidades reales de riqueza. Éramos dueños de nuestra agua, y de nuestro oro, y de nuestros bellos litorales. Decir “México” no evocaba un serpollar de desapariciones y ejecutados ni tantas extorsiones ni feminicidios ni secuestros como industria. Éramos mano de obra, no mafias imbatibles ni ejércitos de sicarios rompiéndole la crisma al país entero. Salvo ocasionales, perturbadores atentados, no morían candidatos ni periodistas a puñados. No había pueblos fantasmas. Ni miedo en un carnaval. Y entonces, llegó el neoliberalismo. Y todo se fue, para decirlo con esmero coloquial, a la chingada •

CABEZALCUBO

tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch


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........ ARTE Y PENSAMIENTO Luis Tovar @luistovars

Javier Sicilia

El arte (de pretender que) es arte La correspondencia poética del sueño-vigilia es la latencia del ser

Ernst Bloch

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OSÉ ÁNGEL VALENTE, ese poeta gallego interesado en la experiencia extrema del alma humana: la mística, en un espléndido ensayo de La piedra y el centro,“Sobre la operación de las palabras sustanciales”, dice algo fundamental: “La palabra poética desinstrumentaliza el lenguaje para hacerlo lugar de la manifestación.” La poesía, es decir, el lugar donde el decir poético se vuelve revelación, es el lugar que algunas tradiciones religiosas –particularmente la judeocristiana– llaman el Verbo creador; la palabra que está en el principio.

Esa palabra total e inicial, esa palabra matriz –“con la que todo fue hecho”, dice San Juan recordando los primeros versículos del Génesis–, y que se hace carne, es decir, manifestación y revelación; esa palabra que carece de significados, pero que, escribe Sholem, “está preñada de todas las significaciones”, es el lugar de lo poético, el sitio privilegiado y único donde p u e d e m a n i fe s t a r s e a l g o d e su inasible profundidad. Tal vez por eso la palabra poética parece oscura y carente de sentido en un mundo en el que el lenguaje, como los artefactos de la técnica moderna, se ha instrumentalizado tanto que se ha apartado de la palabra. La mejor analogía para comprender ese sitio de lo poético es el alba: el umbral “que –vuelvo a Valente– pertenece tanto a la luz que comienza como a la sombra que retrocede y cuyo retroceso –hueco, vaina, vacío– es la matriz de lo que en la luz se constituye”. En ese filo llamado alba, en esos “levantes de la aurora”, poetiza Juan de la Cruz, en ese sitio de lo que preaparece, y que la tradición del budismo zen llama Vacío; Jaques Maritain, el luminoso universo oscuro de la intuición, y Ernst Bloch,“el sueño-vigilia” está “lo que es pura y absoluta intensidad de la manifestación antes de entrar en el orden de las significaciones” (Valente). Allí el decir poético se articula y, por lo mismo, se presenta como ininteligibilidad instrumental, como un decir que al mismo tiempo que dice y nos lanza en su decir a una comprensión que está más allá de las significaciones, queda siempre como un balbuceo, como la luz del relámpago: un parpadeo de visión en las sombras. Allí, escribe Lezma Lima, que igual que Valente sabía de estas cosas, las palabras quedan suspendidas por “una aprehensión repentina que las va a destruir eléctr ic amente para sumergir las en un amanecer en el que ellas mismas no se reconozcan”. Nada más lejano, por lo mismo, a la instrumentalidad del lenguaje, es decir, a su reducción a una pura moneda de cambio sin significaciones profundas que caracteriza a nuestra época. El lugar de lo poético se encuentra así en un territorio, el de la contemplación y el silencio, amenazado, como los territorios zapatistas, por el utilitarismo y el ruido que antecede a la muerte. Es el lugar de un saber, seme-

jante al de los místicos, del no saber, del más allá de la ciencia, del entender incomprensiblemente, el lugar que la arquitectura románica llama “mandorla” –una figura geométrica, semejante a la vulva femenina, cuyo centro está vacío y que simboliza la creación, el sitio donde lo visible y lo invisible se acoplan–, el lugar donde la palabra que los estoicos llamaban logos spermatico y, los padres griegos,“Esperma de Dios”, abre lo oculto y le da carne, presencia, manifestación . El lugar que Juan de la Cruz describe en sus “Coplas sobre un éxtasis de alta contemplación”:“Entreme donde no supe/ y quedeme no sabiendo […] el espíritu dotado/ de un entender no entendiendo/ toda ciencia trascendiendo”; el mismo sitio que el propio José Ángel Valente evoca en su poema “Ritual de las aguas”: “Venías del subsueño./ No había imágenes de ti y nada/ podía ser representado./ Estabas/ en el calor o la humedad/ que sumergidos guarda en sí la tierra./ Antelatido cóncavo/ de lo que puede ser raíz o vuelo.// Umbilical tu negación oculta/ nos hacía vivir./ Por eso ahora/ los largos ríos del otoño arrastran/ hacia tu centro oscuro/ las amarillas sombras/ de todo lo visible.” Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado, a Mario Luna y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, boicotear las elecciones, y devolverle su programa a Carmen Aristegui •

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ABLO JATO ES EL director, guionista, cinefotógrafo –con la colaboración de Nadia Carro–, editor, autor de la música original y principal productor –en compañía de la misma Carro, Carlos Manuel Balderas, Jorge Velandia, Renato Millar y Óscar Nieva– del documental El espejo del arte (México, 2014). La participación de Jato en prácticamente todos los rubros de la producción hace de ésta, como es obvio, una cinta de autor, es decir, una en la cual el resultado que se ve en pantalla es, por un lado, responsabilidad principal –o casi absoluta– de la capacidad, el talento y el trabajo desplegado por una sola persona, y por otro lado es, también de manera obvia, la ejecución cinematográfica de una idea estrictamente personal, generada inicialmente sin el concurso de nadie más, a la que nada o muy poco le será incorporado en el proceso de elaboración. Tal parece ser la circunstancia específica que signa este documental y, en ese sentido, nada tendría de particular o digno de mención, como no fuese la naturalmente encomiable porfía de quien levanta y lleva a término un proyecto sin más apoyos evidentes que los proporcionados por un grupo ciertamente reducido de colaboradores y, por lo que puede deducirse, sin el concurso de financiamientos oficiales de ningún tipo sino con recursos propios. Si se habla aquí de las características de producción del filme es porque tienen una incidencia innegable sobre aquello de lo cual el propio filme versa, a nivel de forma pero, sobre todo, en cuanto al fondo. La intención primera y última del documental es, clara y declaradamente a partir de un texto que bien al principio aparece en pantalla, hacer “una investigación y una crítica” del medio artístico, entendiendo por esto último más bien un segmento específico del mismo, a saber, el mercado pictórico-escultórico-instalacionista-performativo contemporáneo. Como sin ser consciente de lo que en realidad está llevando a cabo, buena parte del filme tiene la función de aclarar –mejor dicho eliminar– este y varios otros sobreentendidos: los múltiples entrevistados, que por separado irán respondiendo las preguntas que el documentalista les va haciendo –las mismas para todos–, hablan acerca de lo que para ellos significa la palabra “arte”, sobre la posibilidad de fabricar artistas, la naturaleza decididamente mercadotécnica de galerías y otros centros de exposición plástica, las mafias que en torno a esta actividad se han creado, la preeminencia –inevitable, y que nadie quiere por cierto evitar– de una perspectiva dinerista en la marchantería “artística”, los engaños inherentes a esto último, etcétera. En otras palabras, los interlocutores del realizador se explayan en los tópicos de sus respectivas profesiones –hay

sobre todo galeristas, curadores y críticos de arte, así como un par de creadores–, e invariablemente acaban dándole de un modo u otro la razón al documentalista. Difícilmente un documental acerca de estos temas podía soslayar el célebre desplante neoyorquino de Marcel Duchamp, el epítome de la ironía y el absurdo del arte contemporáneo consistente en las famosas latas de italiana caca de artista, o la conocidamente miserable condición de vida de creadores que, ya muertos, volvieron millonarios a los tenedores de su obra. Soslayar tales hitos habría dejado notablemente cojo este libelo de Pablo Jato en contra de lo que, más que evidentemente, él considera un fraude palmario disfrazado de “arte” …mucho antes de haber hecho el documental, lo que es decir mucho antes de acercarse a los involucrados en el mercado –más que el espejo de su título– de la plástica tal como se desarrolla hoy en día. De hecho, Jato incorpora ese par de datos como punto de partida y, por decirlo así, los hace flotar todo el tiempo en el ambiente de su documental, de manera que la yuxtaposición de las respectivas respuestas que dan los entrevistados, la aclaración de los sobreentendidos iniciales y las “confesiones” más o menos culposas y/o cínicas de éste o aquél, redundan en prueba de tesis: aquello es arte o no lo es de acuerdo con la opinión de cada quien, si se vende bien o no se vende, todos hablan como si ellos sí supieran y tuvieran la razón y los demás no, y todos le ven la cara a todos y nadie sabe nada de cierto, salvo que las cosas son como son y no hay nada qué hacerle. Así entonces, El espejo del arte cumple bien con el personalísimo cometido de su realizador, pero deja la sensación de que pudo arribarse a algo más que la confirmación de ideas previas y tan firmemente instaladas en la mente, sin mayor abundamiento histórico ni estético ni plástico •

CINEXCUSAS

El lugar de lo poético

CASA SOSEGADA

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Jorge Herralde cumple ochenta años

CREACIÓN

Herralde

es funda

dor y dir ector de

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15 de marzo de 2015 • Número 1045 • Jornada Semanal

la editor

ial Anagr

ama

José María Espinasa

read c e u f e t n e i d epen d n i o l l e s e r b El céle en 1969 nagrama es una editorial indispensable para entender la cultura en español de los últimos cincuenta años, y a ella está ligado, para siempre, el nombre de su fundador y director Jorge Herralde. Es una de las figuras emblemáticas de ese movimiento, verdadera cascada de editores excepcionales que surgió en la Barcelona de fines de los sesenta, anunciando ya el final del franquismo. Hoy en día es en cierta forma el ú n i c o d e a q u e l l o s p ro y e c t o s – B a r r a l , S e i x Barral, Tusquets, Lumen, a los que hay que sumar los sellos catalanes– que conserva sus características originales y que, en el proceso de reestructuración del mercado editorial dictado por los grandes grupos, ha elegido una salida menos suicida que los otros: la fusión con la editorial italiana Feltrinelli, iniciada hace tres años, y que se concretará plenamente en 2017. Más allá de los anecdotarios, los reclamos por los claroscuros, la mala calidad en ciertos momentos de sus traducciones, no hay duda de que Anagrama reunió dos virtudes invaluables: el impulso de un modelo de gestión económica viable, adecuando ambición –mucha– con tamaño corporativo –mínimo, hasta parece humorístico llamarlo corporativo. Pero tal vez la mejor manera de calificarlo, con un término que provoca gestos en la mercadotecnia y escozor en la piel demasiado sensible de los editores industriales, sea su olfato literario. Agregaría, además, una estrategia y una fidelidad por sus autores que sólo se rompe por la chequera de editores más pudientes por arriba o, por abajo, la necesidad de dar un trato distinto a los autores, propio de editoriales más pequeñas. Voy a tratar de explicar esto de dos maneras. La primera, comentando los autores que Anagrama volvió asequibles –esenciales ya lo eran– para los lectores en español. Truman Capote, por ejemplo. El gran éxito de este autor, A sangre fría, una obra maestra y para muchos el inicio de la política de bestseller que hoy domina la industria editorial. La gran non fiction novel apareció antes de que naciera la editorial y Capote prácticamente dejó de escribir después de ella, pero Anagrama no adoptó al autor como el creador de un bestseller sino como uno de sus nombres insignia, creando en cierta manera su biblioteca

Capote. Trataba de contratar sus libros, pero si había editoriales con más fuerza económica que pujaban por ellos, esperaba a que pasara la fiebre, casi con la seguridad de que terminaría siendo de la casa. Y lo consiguió. Otro ejemplo similar, aunque menos mediático, es el de Patricia Higsmith. Gracias a sus ediciones, muchos lectores pudimos sumergirnos en la obra de la gran narradora estadunidense. Y cuando la editorial, sin dejar de ser independiente, ya tenía un tamaño suficiente para planear su catálogo en complicidad con otros sellos europeos similares, planeando compras de derechos conjuntas mostró un gran interés por la narrativa estadunidense posterior a los dos autores mencionados. Podría poner ejemplos similares en otras lenguas: Bernhard, en alemán; Tabucci, en italiano, por ejemplo, y generaciones posteriores mencionarían seguramente a Auster o a x . Si su colección de narrativa es notable, tanto en español como en traducciones, la de ensayo no lo es menos, y contribuyó a crear un tono de lectura, como se dice un tono muscular. A pensar el mundo narrativo como un mundo reflexivo. Supo Herralde claramente cuáles autores que apreciaba eran para su sello, y cuáles, que también podía apreciar, no lo eran. Supo también perfilar políticas de promoción que volvieron a ciertos autores verdaderos booms de ventas. El caso más célebre es, sin duda, Roberto Bolaño. Me resulta, sin embargo, más ejemplar, el de Ricardo Piglia, pues el escritor argentino fue reconocido por la crítica como un autor notable desde sus inicios en los setenta, pero es sólo hasta dos décadas después que Anagrama lo vuelve conocido en toda la lengua española, al sacarlo de la burbuja argentina y de los nunca muchos, o al menos nunca suficientes, enterados del asunto. La mención de estos dos autores permite también señalar que dentro de esos sellos surgidos en España al calor del boom fue uno de los que trató con más rigor y cuidado a los escritores latinoamericanos, sin caer en la euforia en los setenta y sin despreciarlos en los ochenta y noventa. Gracias a ello pensó con cuidado y tino, aunque no necesariamente en todos los casos con éxito, en las geografías hispanohablantes. En el caso de México, y sobre todo a través del autor

mexicano más “anagrama” de todos, Sergio Pitol, fue introduciendo con gotero a plumas nacionales. Los narradores mexicanos de la onda y posteriores fueron un hueso duro de roer para los editores españoles. Si Pitol fue un éxito allende nuestras fronteras, lo fue gracias a Anagrama, pues era , la editorial que lo publicaba en México, no habría podido darle esa proyección. No ocurrió lo mismo con los intentos de dar a conocer a Juan García Ponce o a Carlos Monsiváis, por ejemplo. Y ya de escritores como Severino Salazar, Ricardo Elizondo, Esther Seligson o Hugo Hiriart no hubo caso. Su calidad, para mi muy alta, no era del gusto ibérico. Pero Anagrama/ Herralde persistieron en su atención por México y terminaron por conseguir imponer algunos nombres: Margo Glantz, por ejemplo. Ya en los años noventa la brecha mexicana la abriría en Anagrama Juan Villoro, y por allí recuperaron espacio los escritores mexicanos. Cito indistintamente y sin ser exhaustivo: Sergio González Rodríguez, Guillermo Fadanelli, Álvaro Enrigue, Guadalupe Nettel y recientemente Luigi Amara. El caso más importante fue el de Daniel Sada, quien gracias a Anagrama conquistó un lugar importante entre los lectores del otro lado del océano. Las editoriales suelen estar ligadas a la personalidad de sus editores, y Herralde tiene una personalidad dominante, un carácter fuerte, no siempre fácil según dicen sus autores, pero con indudable olfato, como dije antes. Pero su personalidad no fue, al menos por como constituyó su catálogo y colecciones a lo largo de los cincuenta años recorridos, absolutista, y su registro es diverso, no prevaleció un gusto unidireccional. En aquellos años de su surgimiento también en México y en Argentina hubo un renacimiento editorial. Aquí, sellos como Joaquín Mortiz, Siglo xxi y era son un buen ejemplo. Recordar su ejemplo, aprender de su gestión y analizar sus errores y aciertos nos enseña mucho sobre la situación editorial actual, muy distinta. Querido y admirado Jorge Herralde: no te vas a ir en blanco en esta felicitación por tus ochenta años. Te tengo que reclamar tu poca atención por la poesía. Ya sé que no se vende, pero eso no te exime de culpa •

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