■ Directora General: Carmen Lira Saade
■ Núm. 1120
■ Domingo 21 de agosto de 2016
■ Suplemento Cultural de La Jornada
■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
Samuel
Beckett
o la lucidez del absurdo Xabier F. Coronado
Lengua, juego y transgresión en S amuel B eckett
Miguel Ángel Quemain Sergio Pitol, el difusor
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Alfonso Domínguez, un pintor mexicano de Montparnasse
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Más allá de cero:
un desafío fílmico a la historia José Ramón Otero Roko BREVE Y CONTUNDENTE, BEYOND ZERO 1914-1918, DEL ESTADUNIDENSE BILL MORRISON, DENUNCIA LA PROPAGANDA BÉLICA DE TODOS LOS TIEMPOS. En cierta ocasión el enorme filólogo, ensayista, traductor, novelista, y dramaturgo irlandés Samuel Beckett resumió así su niñez: “Yo tenía escaso talento para la felicidad.” Considerado uno de los autores fundamentales del siglo xx literario a nivel mundial, el autor de las novelas Murphy, Watt, Mercier y Camier, así como de las piezas teatrales Final de partida, La última cinta y la muy célebre Esperando a Godot, entre muchas otras obras, nació hace un siglo y una década en Dublín y murió en París en 1989. Máximo representante del sentimiento del absurdo de la condición humana, el inagotable Beckett es abordado por Miguel Ángel Quemain desde una perspectiva psicoanalítica y por Xabier Coronado desde la importancia de su inmensa obra literaria. Completa el número un par de artículos sobre Sergio Pitol y otro acerca del pintor mexicano Alfonso Domínguez.
Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
E
l cine estadunidense ha cultivado con la suficiente profundidad sólo una de las tradiciones de la izquierda emancipadora, que es la del pacifismo o, mejor dicho, la que dicta que el uso legítimo de la fuerza se circunscribe al lado de los oprimidos. En esa tradición se construyen algunas libertades civiles, limitando el poder del Estado, y de sus actuales propietarios, aunque, por norma, la cosa no comienza a solventarse hasta que los atropellos se elevan a una opinión pública concienciada de que las guerras no debe ganarlas esa minoría que casi siempre fue más fuerte que el común de los mortales. Bill Morrison, probablemente el cineasta experimental de mayor relevancia del siglo nuevo, propuso en 2014 un filme que aunaba dos de las escasas narrativas en la cinematografía estadunidense de las que, a priori, hay alguna posibilidad de que puedan ser hoy de interés para nosotros: la política y la estética, en sus versiones de vanguardia tanto una como la otra, aunque la primera tiende a no ir más allá de la denuncia del Poder de los que detentan el Poder ahora, sin avenirse a proponer otros diferentes, que sirvan a otros distintos, y que por fin lo posean. Beyond Zero 1914-1918, cinta sin diálogos, editada por Icarus Films en el país que es vecino de todos los países del mundo, con una duración de unos cuarenta minutos y banda sonora original del Kronos Quartet (la música en las películas de Morrison acompaña cada instante del metraje y en ella consiste el cincuenta por ciento de la percepción que nos habita) es un desafío, no sólo a la memoria fílmica sino a la Historia entendida como los procesos políticos que dan forma a los conflictos bélicos, las industrias pujantes o la legendaria obediencia de las masas a sus opresores monumentales. Una memoria del found footage alrededor de la primera guerra. De su propaganda. De su orden invertido. Y que se revela de nuevo, o se subleva, para explicar las diferencias entre clases y la sumisión, de la mayoría, a los intereses de la menos numerosa de esas clases. El celuloide, como materia sujeta a la devastación física e intelectual del tiempo, es más lo real, y menos lo filmado, cuanto más lejos de su primitivo contexto se encuentra. El cuadro ya no es el cuadro, sino un ente parte de otro que fue y del que queda una fracción, que es un elemento inédito. El nitrato de celulosa parece incinerarse en dos o tres de cada dieciocho fotogramas, y muta entonces de versión a recuerdo. Los espectadores, para los que se filmaron las imágenes, murieron hace mucho, y ahora somos nosotros los que las pensamos sin que ellos nos opongan resistencia. Ya no hay composición, ni reflejo, ni discurso primario. Ese cine revivido es un metal al que vamos a dar forma observándolo
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Directora General: C armen L ira S aade , Director: H ugo g utiérrez V ega (†) , Jefe de Redacción: L uiS t oVar , Edición: F ranCiSCo t orreS C ó r d o Va , a L e y d a a g u i r r e r o d r í g u e z y r i C a r d o y á ñ e z . Coordinador de ar te y diseño: F r a n C i S C o g a r C í a n o r i e g a , Diseño de portada y dossier: m arga P eña , Diseño de Columnas: J uan g abrieL P uga , Relaciones públicas: V eróniCa S iLVa ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a Le Jandro P aVón , Publicidad: e Va V argaS y r ubén H inoJoSa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx
Portada: Analizando a Samuel Collage digital de Marga Peña
La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
Ilustración de Roxanna Velandria
21 de agosto de 2016 • Número 1120 • Jornada Semanal
Un helicóptero en el baño Fabrizio Lorusso
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olver de unas vacaciones en otro país siempre es placentero, sobre todo si se trata de tu país de origen y visitas a la familia, por ejemplo. Chilangolandia, sin embargo, es como una segunda casa, un hogar decididamente ajeno pero fuertemente amado que, a la vez, reserva sorpresas y sustos. Donde no había nada, de repente surgen tiendas y edificios mastodónticos, o brotan, como honguitos alucinógenos, centros comerciales alucinantes como Oasis, de Coyoacán, que se nos regaló a los vecinos en 2015, precedido por ridículas medidas de compensación, como el arreglo de (algunas) banquetas y de changarritos a la salida del Metro. Es decir, algo que debería ser normal y ordinario, como mantener la infraestructura. El inútil Oasis, que sólo es un oasis y un reparo del tráfico que él mismo ha causado, se sitúa en la avenida Miguel Ángel de Quevedo, es decir, en la zona más densamente poblada de shopping malls de Ciudad de México. La jungla vial en Avenida Universidad, utilizada como terminal camionera de muchas rutas y como conexión para acceder al “oasis”, junto al ruido imperante, ha empeorado la calidad de vida de decenas de miles de personas en pocas semanas. Además, el flujo de carros, que avanzan a vuelta de rueda todo el día animados por desesperanzas consumistas, provoca niveles de contaminación aérea y visual indescriptibles, lo cual va en sentido totalmente contrario a las medidas del “doble hoy no circula” adoptadas por tres meses en la capital. Por un lado, queremos aire “limpio”, o por lo menos no inmediatamente mortífero, pero, por el otro, no hay planes de vialidad, se dejan en las avenidas miles de camiones sin un paradero digno y se construyen plazas absurdas portadoras de tráfico, desidias y esmog. Pero esta vez, en 2016, el regalo de las autoridades y del capital privado va más allá del bien y del mal para rozar los umbrales de lo impensable. ¿Por qué no construimos un lindo helipuerto en Avenida Universidad, a ladito de la unam y de Oasis y en el medio de
una selva de unidades habitacionales y condominios? El helipuerto de Copilco, alias “Monstruo de Copilco” o “Helipuerco”, ya fue concluido; se construyó en el lapso de unas vacaciones. De regreso, apapachado por el sueño, me dirijo hacia la ducha, pero antes me asomo por la ventanita cuadrada del baño, en el cuarto piso de uno de los edificios que rodean al nuevo Monstruo. Aparece. Observo, con el corazón constreñido, una plataforma circular enorme para el aterrizaje de helicópteros, colocada sobre el viejo palacio de la exmueblería de los Hermanos Vázquez: un monumento al kitsch y al despilfarro a sólo unos cuantos metros de la ventanita. Unos trabajadores, que se parecen a los inimitables voladores de Papantla por la falta de seguridad y protección con la que deben laborar, pueden verme y hasta saludar. La desproporción se ha apoderado de los sueños del hombre y su monumento está en frente de mí, en lo que será el helipuerto de Cadena 3, con sus seis foros de tV y doce canales de radio. Las antenas transmisoras, con sus ondas electromagnéticas, van a enfermar el panorama y a la gente. El ruido y la contaminación de los helicópteros se cernirán diariamente sobre las cabezas inermes de miles de personas. A lado de los trabajadores destaca una cruz con flores, visible en lo alto hacia el cielo, para recordar a uno o más compañeros fallecidos durante la realización de la obra. Es un panorama triste, indignante, que se reproduce igual en muchas otras obras y edificaciones. Se muere fácil, trabajando en la construcción de las nuevas pirámides, gracias a las cuales unos pocos “picudos” –como los llama uno de los albañiles del flamante helipuerto sideral– podrán volar desde las 4 de la mañana hasta la noche sobre nuestras cabezas, poniendo en riesgo la vida y la seguridad de miles de personas y la tranquilidad de otras tantas. Son más de 25 mil los ciudadanos afectados directamente por el naciente Monstruo copilquense. Mi mente vuela, el sueño me domina y las imágenes oníricas se pueblan de hélices y motores rugientes. La
pesadilla sigue, veo a estrellas de reggaetón y a austeros directivos de tV con sus familias plastificadas, que aterrizan sobre el trolebús de la ruta a Taxqueña, aquí abajo en la avenida. Amenazan al chofer y no pagan los cuatro pesos debidos. Y luego de nuevo suben estruendosamente con su helicopter hasta llegar al baño de mi vecina y desembarcar. Bajan los de la radio, en cadena, al baño, invaden la unidad con sus vientos, nos amenazan con avionazos y miradas tipo espionaje. El espacio público se torna cada vez más privado, privativo y exclusivo. El goce de pocos ricos voladores, armados de micrófono satelital y antena interestelar, vale más que el humilde bienestar de las masas populares que habitan los alrededores. Me despierto sudando, mi córnea trae impresa todavía la figura de un disco volador extraterrestre. Este sueño terrible, inspirado quizás en mis lecturas de Philip k. Dick, finalmente no es tan surreal. Es un hecho que habrá que denunciar y contrastar.
PESADILLA DE HÉLICES Y DRONES
“E
l temor de que una aeronave se estrelle en su propiedad es latente, pues aún recuerdan cuando hace unos años un helicóptero que despegó de un edificio ubicado en Montes Urales cayó en un restaurante de los alrededores. Son varios los accidentes reportados por helicópteros desplomados sobre la ciudad, incluido el de octubre de 2011 frente a Viveros de Coyoacán”, reporta una petición lanzada en la web de Change.Org por el Comité de No al Helipuerto en Copilco, que pueden seguir en Facebook. Además, se lee en el documento: “La Semarnat ha establecido un límite máximo de 55 dB entre las 6:00 y las 22:00 y de 50 dB de las 22:00 a las 6:00 horas en zonas residenciales; un avión produce 150 dB, a los 120 inicia el umbral del dolor y afecta nuestra salud.” Duelen los oídos al leerlo. La gentrificación de los barrios y el menosprecio de la calidad de la vida de las mayorías son en México un triste déjà vu. Copilco vive ahora su pesadilla de hélices y drones
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Tomado de la página de Facebook: No al helipuerto en Copilco
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21 de agosto de 2016 • Número 1120 • Jornada Semanal
Ricardo Guzmán Wolffer
Sergio Pit
ADEMÁS DE SU OBRA NARRATIVA, POR LA QUE OBTUVO EL PREMIO CERVANTES DE LITERATURA EN 2005, EL VERACRUZANO ES UN TRADUCTOR NOTABLE Y GENEROSO.
Esta es una pregunta, luego está la realidad
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Kazimierz Brandys
e Sergio Pitol se habla mucho como escritor, pero también se le reconoce como traductor. Una de las colecciones editoriales más reconocidas de la Universidad Veracruzana es “Sergio Pitol traductor”, donde se establece la calidad del texto que leeremos y se garantiza que el autor traducido es importante. Tal actividad de Pitol puede rastrearse en otras colecciones, como la colección “Cien del mundo” de Conaculta, por ejemplo. De esta forma, Pitol se ha vuelto, más allá de un traductor señero, a grado tal que su sola firma da pie a una colección importante, en un publicista de autores que gracias a su intervención llegan a los lectores hispanos. Aquí algunos ejemplos, donde puede especularse sobre el interés por hacer la traducción respectiva: ¿será necesario que el intérprete admire la obra completa del autor, o sólo el texto?, ¿habrá algún dato con el que el traductor se identifique? Más allá de quien traduce por encargo,
puede asumirse que Pitol lo hacía por ra zones literarias. El ajuste de cuentas, de Tibor Déry. Déry es un cuentista notable. No sólo presenta en cuentos cortos, historias de la Hungría del siglo xx , sino que evidencia cómo esos sucesos que los libros de historia refieren con total asepsia, implican miles de vidas truncadas por la guerra en combate directo o las de quienes viven “al margen” de los lugares de ofensiva, pero mueren afectados de distintos modos, como los viejos que fallecen por sendas balas perdidas, o los civiles que se sienten responsables por haber tomado partido del bando equivocado; o quienes viven la represión estatal y son encarcelados sin previo juicio. Podemos suponer el interés de Pitol por permear la visión de Déry respecto de esa historia que necesariamente contiene miles de vidas que suelen perderse; como si recordar esa guerra nos actualizara tanto la importancia del individuo frente al Estado, como el desdén que parece evidenciarse en esos conflictos bélicos donde las cifras de muertos y desaparecidos semejan sólo un renglón en la historia de un país. Bastaría saber la tragedia de las miles de familias mexicanas con desaparecidos por la guerra del narco, para comprender la importancia de una narrativa como la de Déry.
el
Kazimierz Brandys es un peculiar autor sobre el que Segio Pitol muestra una justificada inclinación. El maravilloso texto de Cartas a la señora z evidencia una escritura poderosa y conmovedora, donde el argumento se pierde entre la filosofía crítica de cuanto ve pasar el personaje. Bajo el argumento de un viaje, Brandys va cuestionando al mundo y su concepción: “el nuestro es un modo de viajar morboso, por hambre, por nostalgia, por claustrofobia. Viajamos como intrusos o saltimbanquis, como contrabandistas”. Las implicaciones de las ciudades turísticas son muchas y el viajero entra y sale de ese mundo que visita y el que está por conocer, pero no se trata de una geografía lineal ni de una crítica directa. En una mente que disecciona la realidad, el autor se plantea muchas interrogantes derivadas de los paisajes interiores. “La dignidad y el deber son exactamente tan importantes como la conciencia y la libertad; pero para que adquieran un sentido es necesario hacerles entrar en el contenido dela propia vida. ¿Usted, señora, piensa alguna vez en la propia vida? ¿O no tiene tiempo para ello?” Bastaría leer las Cartas... para comprender el reto para el traductor: lograr transmitir el poder de esa pluma. Si la literatura propone y, a veces, logra para el lector la unión de lo pasajero, la lectura, con lo inmanente,
Relato de una tRa Leandro Arellano
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ocos lectores coreanos lo conocían entonces y nuestros primeros ensayos habían resultado fallidos. Mas una vez que el doctor Pak Chul –traductor al coreano de una versión del Quijote– fue nombrado Rector de la Universidad Hankuk, el proyecto fluyó sin dificultades. El profesor Chung Ki-sun también se entusiasmó. Leyó varias obras de mi propia biblioteca y, tras dos reuniones para precisar detalles, el asunto quedó concertado; el mismo profesor Chung se haría cargo de la editorial, la cual resultó ser una de las mayores y más prestigiadas del país. El profesor eligió El desfile del amor. Al mismo tiempo establecimos correspondencia con el autor, para informarle que trabajábamos en aquel proyecto. Iniciamos así una correspondencia electrónica que sólo la salud quebrantada de Sergio ha espaciado, aunque no interrumpido. Hugo Gutiérrez Vega –cuya generosidad disputaba el primer sitio en su alma a su sensibilidad poética– me había referido con Sergio. Igualmente, nosotros conectamos al profesor Chung con Sergio para referencias y precisiones, sobre giros y modismos del lenguaje riquísimo del narrador mexicano. En la embajada respondimos también a un buen número de consultas del traductor. Muy avanzada se hallaba ya la traducción –es característico en aquel país hacer las cosas con rapidez–, cuando el doctor Pak Chul me pidió que escribiera yo la cuarta de forros, pues nuestra había sido la idea y era yo el embajador de México. Pitol estuvo de acuerdo. Hubo necesidad de echar mano de información elemental
sobre el escritor, en vista de su incursión a una lengua y a un universo novedosos. Actualmente la Torre de Tlatelolco se encuentra abandonada, como reflejo de otras realidades. Entonces representaba la imagen más actual, en coincidencia con la actividad que ejercía don Jorge Castañeda, frente a las reliquias históricas de los antiguos mexicanos y de la época colonial. Allí, en un pasillo del área de conferencias, Laura Fernández nos presentó. Ella y Sergio habían trabajado juntos en la embajada de México en Belgrado. Participábamos en los concursos de ingreso al Servicio Exterior Mexicano, Sergio luego de ocuparse como agregado cultural en varias capitales europeas y yo tras de algunos años laborando en la secretaría. Siendo tantos los participantes en el examen y yo un muchacho anónimo, pensé que Sergio se olvidaría. En aquellos días leía yo afanosamente y él era uno de los narradores más singulares del momento, cuando hervía la literatura del Boom latinoamericano. Entonces el tiempo rendía más y habíamos leído ya su obra asequible: Los climas, No hay tal lugar, El tañido de una flauta. Su prestigio intelectual y literario se hallaba bien establecido. Con Pitol nos ocurrió lo mismo que con Chéjov, Onetti, Rulfo, Cortázar y algunos otros, de quienes la primera lectura nos dejaba un saborcillo de insuficiencia, que el tiempo fue reparando al descubrir con cada uno de esos autores cómo a mayor relectura obteníamos mayor placer y conocimiento. Sólo volvimos a encontrar a Sergio, personalmente, muchos años después, en Corea.
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ol,
difusor el arte más profundo; la pluma de Brandys es un pase a esos territorios irrepetibles donde el alma de las dos partes de este proceso se hace una sola para deleite del vivo y la memoria reverberante del muerto que revive en los ojos de quien lo contacta. Añádase el detonante invisible, pero definitorio, del traductor para hacer más valiosa la influencia de este último. Así lo propone el propio Brandys: “la Literatura se convierte en patrimonio nacional; quiere decir que todos se sienten copropietarios, aunque hay algunos que se sienten un tanto robados: allí encontraron su verdad anotada por otro.” Casi en contraposición a la profundidad de las Cartas... Pitol también presenta Madre de reyes, del propio Brandys, donde la historia de una familia de obreros nos evidencia que la pluma de este esteta no deja a un lado la realidad de su país. Con el libro de cuentos Pedro, Su Majestad, Emperador, de Boris Pilniak, Pitol nos remite a esa peculiar universalidad de lo local. Cuanto más se referencia un hecho a un lugar y tiempo, con la lente de quien mira lo subyacente, nos percatamos de que eso mismo sucede en otras latitudes y fechas. En el texto que da nombre a la recopilación, Pilniak establece la miserable circunstancia de los campesinos siervos, confrontada con la miserable condición de la nobleza, for-
El escritor Sergio Pitol el 23 de febrero de 2006 . Foto: María Luisa Severiano/ La Jornada
mada por personas que, con todo y tener instrucción y disciplina, no dejan de ser “melindrosos y galanteadores, petulantes y extorsionistas, violentos y ladrones, estafadores, dilapidadores del tesoro público, por lo que su conciencia se ha corrompido y ha olvidado los buenos preceptos”. ¿Suena conocido? Esa afición de Pitol por mostrar las entrañas de las clases “nobles” se evidencia en la también traducida Washington Square, del gran Henry James, donde vemos las resistencias para mezclar las clases sociales en la ciudad de Nueva York en el siglo xix . La lista de obras traducidas por Pitol es larga, pero no habría que dejar de mencionar Las aventuras del buen soldado Schveik durante la guerra mundial, de Jaroslav Hasek, para mostrar que el humor también le es cercano.
Probablemente muchas obras traducidas por Pitol serán accesibles en diversas versiones, pero lo destacable es el conjunto de autores que gracias a él nos han llegado. Así, ha terminado por ser un publicista de otros escritores y los ha puesto al alcance de públicos impensados para esos autores. Y la oferta literaria de calidad no es poca cosa
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aducción Hugo me había prevenido, también, de que la salud de Sergio no era del todo buena. Que Pitol aceptara viajar a la presentación de su primera obra traducida al coreano tenía varias significaciones. Pocos días antes de su arribo llamó desde algún lugar en Japón, donde –nos contó más tarde– se había sometido a una terapia. El padecimiento que lo aquejaba era nervioso, y los detalles los relata él mismo con naturalidad en su “Diario de la pradera”. En esencia consiste en que su cerebro no recibe suficiente oxigenación y por lo tanto tiene problemas para coordinar las palabras. ¿Qué mayor tragedia puede ocurrir a un hombre que ha dedicado sus mayores esfuerzos y trabajos durante toda la vida a cultivar las palabras, que hallarse en la consumación del viaje con la falta de ellas? La presentación del libro tuvo lugar en una sucursal de la gigantesca librería Kyobo de Seúl, una tarde soleada de otoño. La difusión había sido considerable, dado que los coreanos se impresionan con los premios, y Pitol recién había sido galardonado con el Premio Cervantes. Hubo una concurrencia numerosa y las ventas –nos enteramos al paso de los días– fueron considerables. Conservamos algunas fotos con Sergio, el poeta Chong Hyong-jong, el profesor Chung, el gerente de la editorial, así como de otras amistades y lectores interesados. El programa de la visita incluía varias actividades adicionales. Así, participó en un seminario en la Universidad Nacional de Seúl, la mayor de Corea, organizado por la doctora Claudia Macías, quien dirige brillantemente el departamento de lengua y
literatura españolas. También una conferencia en el Instituto Cervantes de Tegu, la tercera ciudad de aquel país, gracias al apoyo de nuestro cónsul honorario en esa ciudad. Finalmente, dio una conferencia en la Universidad Hankuk –organizada por la profesora Oni Kwon–, en la que el auditorio estuvo a reventar de hispanistas y estudiantes. Las fotos que conservamos de todos esos eventos muestran a un Pitol tranquilo y sonriente. Ofrecimos a Sergio que se hospedara con nosotros, en la residencia de la embajada. Lo alojamos en una habitación independiente del todo, donde él podía acceder a nosotros, pero a la vez mantener plena autonomía. Muy pronto creció un entendimiento mayor. Pero estoy seguro de que nada disfrutó tanto esos días como de la compañía de Tuco. Allí nos confesó la tragedia que le había significado la muerte de su perro, Sacho. Tuco casi no subía a nuestras habitaciones, todo por mantenerse cerca de Sergio, quien lo acariciaba como se acaricia a un niño. Tanto el texto de la presentación de su libro traducido, como los de sus lecturas en los distintos centros culturales adonde acudió, hubo que pulirlos o adecuarlos. Entonces me tocó asumir el papel de amanuense de Sergio, quien nos confió su propósito de que, al comenzar el año siguiente, aprendería a trabajar en computadora. La semilla se multiplicó. Transcurridos varios años, nos enteramos de que la editorial coreana continúa traduciendo y editando otras obras de Sergio. La correspondencia continuó también. A la muerte de Tuco –a quien siempre ha recordado con ternura– recibimos de su parte un texto conmovedor
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Lengua, juego y transgresión en
Samuel
Beckett Samuel Beckett frente a su casa de Burlington, Piccadilly, circa 1954. Fuente: blog.hrc.utexas.edu
Miguel Ángel Quemain
Si no hubiera sabido que dentro de la casa alguien estaba gritando, a lo mejor no habría escuchado nada. Pero lo sabía, entonces sí lo escuchaba. Samuel Beckett, Primer amor y otros cuentos
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I
l episodio que vincula a Samuel Becket con el psicoanálisis es fugaz, apenas un relámpago en esa larga vida que el escritor y su analista, Wilfred Bion, atravesaron en el siglo xx . Entre nuestros escritores contemporáneos, Joyce, Poe, Celine, Proust, Flaubert, Rimbaud, por mencionar a los más descollantes, fueron atendidos por algunos de los psicoanalistas más prominentes del siglo xx : Kristeva, Green, Lacan, Castoriadis, Fedida, Anzieu y Philips, entre los más sugerentes y cultivados. Beckett no ha tenido la misma atención, con todo y que se han escrito miles de páginas sobre su obra. Son elaboraciones que van desde la historia de la literatura, los estudios culturales, las biografías, los formalismos checos y soviéticos, enfrentados a la novedad de una escritura polifónica, extraña, novedosa, hasta los estudios de literatura comparada, teoría de la traducción, de crítica literaria y otras búsquedas dedicadas a dar cuenta de la anatomía de los discursos literarios. Beckett tampoco permitió acercamientos periodísticos, documentales o del orden testimonial, como entrevistas de toda índole, largas caminatas con algún periodista o conductor de televisión seguidos por la cámara, o monólogos frente al registro del audio, el cine o el video para explicar cómo escribió cada uno de sus libros. Reviso lo más indispensable para poder ofrecer una visión orientadora sobre un capítulo tan desconocido
UNA PERSPECTIVA PSICOANALÍTICA EN TORNO AL AUTOEXILIO DE BECKETT EN PARÍS Y SU ABANDONO DE LA LENGUA INGLESA POR LA FRANCESA, ENTRE OTRAS CLAVES PARA ENTENDER LA OBRA DEL AUTOR IRLANDÉS. en la historia de la clínica psicoanalítica como en la historia literaria. Creo que el trabajo más importante hasta el momento es el de Ian S . Miller (con la contribución de Kay Souter), Beckett and Bion, The (Im)Patient Voice in Psychotherapy and Literature (Karnacbooks, 2013). Existe una amplia red referencial en los ámbitos especializados, sobre todo en los que se afilian a la pasión literaria que profesó Lacan y que caracteriza a los mal llamados lacanianos. No quiero retrasarme más en indicar que el sentido de este artículo es señalar que el encuentro entre el analista Wilfred Bion y el paciente Samuel Beckett, durante los dos años que traba jaron, se observa como la convergencia de dos cimas en cada uno de sus territorios, a pesar de que ninguno era todavía lo que ambos llegarían a ser para el psicoanálisis y la literatura. Es decir, se trata de una lectura sobre lo que son para nosotros y no lo que cada uno de ellos enfrentó en un momento de ascenso de los autoritarismos, de concepciones instrumentalistas de la salud mental, de una Europa inmersa en una profunda crisis filosófica, moral, política, de un período de creatividad enorme en el cine, la plástica y la literatura, pero con una sombra que reactivaría todos los fantasmas melancólicos de la vieja Europa. Lo que hay que decir de esta convergencia extraordinaria es que en ambos una especie de espíritu de anticipación sería la clave para entender su encuentro: cada uno poseía los instrumentos para pensar el futuro sin apalabrarlo (esta palabrita es de uso muy común entre los psicoanalistas y quiere decir poner en palabras sensaciones, emociones, imágenes mentales) en sentido estricto durante las sesiones que jamás conoceremos en detalle. Sesiones que sabemos seguramente trataban sobre los poderes liberadores y alienantes de la lengua materna, sobre la transferencia y la
identificación proyectiva masiva, la identificación proyectiva (no psicótica), la escisión, el aspecto esquizoide de la personalidad, los rasgos psicóticos del paciente, sus ansiedades de separación y persecutorias que se combinaban con la angustia de desmantelamiento mental que padecía el joven escritor irlandés aquejado de síntomas somáticos (asfixia, vaciamiento mental, fatiga excesiva, irritabilidad) advertidos por el joven Bion y su supervisor clínico. II
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omo Klein, Bion fue de los psicoanalistas postfreudianos (habrá que consultar ese excelente libro de Norberto Bleichmar y Celia Leiberman, El psicoanálisis después de Freud, Paidós, México, tal vez el más completo y exhaustivo para entender el conjunto de conceptos que distinguen las corrientes que marcaron caminos nuevos a partir del horizonte matricial de Freud) que se arriesgaron a pensar en las posibili dades del psicoanálisis para pensar las psicosis incluido el narcisismo, y no sólo el terreno de las neurosis que eran el material delimitado de la clínica freudiana. Las referencias a Bion y Klein son sustanciales para entender este capítulo en la vida de Beckett, o en la de Bion, según se quiera dar importancia a la literatura o al psicoanálisis, a la idea de anticipación que marcó la trayectoria de un psicoanalista que transitó, como Freud, de la ambición de la objetividad a la realización artística de la visión psicoanalítica, o a la del escritor, que hizo de la asociación libre, la interpre tación y el relato de los sueños, un ejercicio semejante al del monólogo interior en Ulises o la frontericidad de las lenguas, incluida/excluida la materna como el Finnegan’s Wake, ambas de Joyce, aunque como bien dice Richard
21 de agosto de 2016 • Número 1120 • Jornada Semanal
Ellmann (Cuatro dublineses, Tusquets), Beckett terminaría por desertar del universo joyceano. Si se quiere entender en qué consisten las diferencias de interpretación, de concepción de una visión que valora el resultado del encuentro entre Bion y Beckett, tiene uno que visitar a los biógrafos de Beckett y, por ejemplo, atender a la explicación que ofrecen de las ironías de Beckett sobre por qué desde 1945 adoptó el francés como el idioma de su escritura. Birkenhauer, cuya biografía de Beckett en español fue publicada por Alianza Editorial, dice con un grado de inocencia y simplicidad que, atenido a las declaraciones del propio Beckett entre 1945 y 1968, lo hizo por “llamar la atención”, como un “capricho”, para “escribir sin estilo” y “para empobrecerme más”. El biógrafo se la cree y elabora una especie de teoría literaria en la que explica por qué Beckett escribe sin detalles “superfluos” por ejemplo en los Nouvelles et textes pour rien (París, 1958). Desde el punto de vista del psicoanálisis, la huida, abolición y ataque definitivo al vínculo materno quedó consolidado con su autoexilio en París, el encuentro con el amor de Susana y el abandono gradual de la lengua inglesa y la adquisición de la francesa hasta llegar a encontrar sus posibilidades de escribir en esa lengua que le devolvía de la infancia la posibilidad de encontrar en el juego la oportunidad de volver a soñar, de crear y de recomponer en los términos de ese puzzle onírico una palabra sorpresa. El mayor hallazgo en términos del lenguaje y la interpretación psicoanalítica procede de la lectura de Didier Anzieu (Crear, destruir, Biblioteca Nueva, 1997), tal vez el analista que mejor y con mayor hondura se ocupó de Beckett, y consiste en pensar que esa actitud de juego que he referido consiste en hacer de la escritura un objeto transicional que representa a la madre, pero ya no a la real sino a un objeto bueno introyectado, para decirlo en términos de Klein, pero mutable y en permanente construcción lingüística, literaria, de imaginación, con la que Beckett construyó sus objetos inmortales. Debo decir que “transicional” se refiere a un espacio de ilusión donde el niño puede separarse de su madre y depositar en el objeto (su osito, una felpa) las cualidades de contención (holding) que la caracterizan. Muchos de los grandes psicoanalistas poskleinianos, de las psicologías del Yo, postlacanianos, de orientación clínica sobre todo, han empeñado sus esfuerzos en describir la vida anímica y mental de sus pacientes más que dedicarse a comentar a los clásicos griegos y latinos o a reseñar y referir la literatura más inquie tante de su tiempo, y aún menos el cine, a pesar de su anclaje referencial en el imaginario colectivo con mayor peso que el impacto de la literatura. No quiero decir que a esos psicoanalistas no les guste ir al cine, que no consuman sus palomitas y organicen sus círculos de lectura para compartir sus lecturas (sobre todo de narrativa, porque por lo general el teatro, la poesía, el ensayo y la crónica suelen quedar fuera de eso que llaman sus intereses literarios y culturales); tampoco les reprocho que no hagan exploraciones sobre el cine al modo de esa especie extraña de psicoanalista/filósofo que fue Deleuze, ni el de esa especie de altísimo comentarista teatral que fue André Green. Lo que sucede es que en el terreno del psicoanálisis hay una especie de psicoanalistas que, sin hacer análisis aplicado a la literatura (actividad que odian los más clínicos), han indagado en el mundo imaginario de la literatura muchos de los llamados males de nuestro tiempo anticipados en el mundo de Proust, de Joyce, los dos Mann y por supuesto de Shakespeare, quien,
como bien ha titulado Harold Bloom (Shakespeare o la invención de lo humano, Anagrama), es autor de una obra que parece contener todas las posibilidades de carácter y mentales de los hombres de hoy, de ayer y de pasado mañana. Pero hay otros exhaustivamente clínicos, no menos inteligentes y lúcidos, que en sus textos de supervisión muestran lo universal en cada huella particular de sus pacientes, y si bien siempre se proponen leer más e ir más al cine, se atienen todavía a una especie de nosografía y psicopatología de orden psicoanalítico que, si bien los podrían encontrar en los contextos amplificadores de Beckett, Wilde o Shakespeare, prefieren la seguridad de los manuales que ordenan las afecciones como si hablaran de un ejército de freaks. Con este comentario (que seguro será tomado por muchos colegas como una provocación) quiero invitar a leer el mundo de Beckett como una profunda indagación del mundo interno, la exploración en uno de los terrenos más fecundos del psicoanálisis contemporáneo que es el sentido y función, carácter y significado de los vínculos entre los seres humanos, entre los sujetos y sus objetos y, desde luego, ese aporte tan claro en Klein y los “postkleinianos”, como Bion, que lo desarrolló ampliamente: los ataques al vínculo, las evasiones evacuativas y la posibilidad de una escucha analítica y una lectura civil “sin memoria ni deseo” de la literatura que se consume y la que se produce. III
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ntre un temprano1934 y diciembre de 1935 ocurrió entre Beckett y Bion su relación analítica. Fue un encuentro en el que ambos conquistaron, de cada uno, la empatía y el respeto, a pesar de que los historiadores que han documentado el encuentro y los analistas que lo han referido hablan de una dimen-
sión insoportable y de confrontación permanente. Cómo no, si pensamos que Beckett consideraba que el psicoanálisis no le ayudó gran cosa y en cambio le hizo gastar un dinero que fue mucho y que pudo tener un mejor destino. No se necesita ser Beckett para pensar eso. Muchos pacientes, si no la mayoría, piensan que han logrado cambiar escasamente porque de poco les sirvió el psicoanálisis, y si hubieran ahorrado todo lo que invirtieron en su tratamiento muchos podrían tener un auto lo suficientemente veloz como para alejarlos de su última ansiedad de separación analítica. Sin embargo, lo que se jugó en esas sesiones dolorosas fue la posibilidad de intervenir sobre su lengua materna y crear un conjunto de operaciones que lo desprendieran de esas etiquetas que el autoritarismo, el distanciamiento y la excesiva sobriedad de su madre (por no llamarle indiferencia) le infligieron, y que no fueron fatales gracias al contrapeso de su amado padre, de esa figura definitiva y benigna que desapareció a causa de un ataque cardíaco, el cual estará radiografiado en Primer amor (publicado en 1970), casi treinta y cinco años después de abandonar el psicoanálisis que lo dejó con una duda: ¿cuál es la diferencia entre Klein y Freud? Esa diferencia quedaría evidenciada en la cadena de expresiones oníricas, asociaciones libres e interpretaciones casi de libro que contiene Primer amor, un texto que ha sido traducido sin descanso y que también sin tregua ha sido escenificado en francés, alemán, inglés y español, principalmente. Es el texto de un autor que se ha apropiado de ese modo de hablar de sí mismo que adquiere toda persona que ha atravesado un proceso psicoanalítico, porque ser atravesado por el psicoanálisis siempre hace posible, en quien mira y habla, la existencia de un escenario alternativo, ése que llamamos la otra escena
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Fuente: still-smiling-people.tumblr.com
Beckett terminaría por desertar del universo joyceano
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Samuel
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Xabier F. Coronado
EL AUTOR DE ESPERANDO A GODOT, FIN DE PARTIDA Y OTRAS OBRAS EMBLEMÁTICAS DEL TEATRO DEL ABSURDO, NACIÓ EN 1906, HACE UN SIGLO Y UNA DÉCADA. ADEMÁS DE SU CÉLEBRE PRODUCCIÓN TEATRAL, BECKETT ESCRIBIÓ NARRATIVA, ENSAYO, POESÍA E INCLUSO OBRAS PARA RADIO Y TELEVISIÓN, ASÍ COMO GUIONES PARA CINE.
Samuel Beckett, street art en Portobello Road, Londres. Fuente: Flickr/ CC BY-NC 2.0
Absurdo es lo desprovisto de propósito… Separado de sus raíces religiosas, metafísicas y trascendentales, el hombre
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está perdido, todas sus acciones se transforman en algo falto de sentido, absurdo, inútil. Eugène Ionesco
eneralmente, los autores que integran una corriente literaria tienen una percepción común de la realidad y coinciden en su forma de expresarla. En el ecuador del siglo pasado surgió un movimiento que profundizaba la ruptura de esquemas que habían provocado el dadaísmo y el surrealismo –Tristan Tzara, André Breton, Louis Aragón–, experimentando con otras maneras de narrar. Esta corriente fue denominada por el periodista y crítico literario Martin Esslin como Teatro del Absurdo, por ser en la dramaturgia donde creó escuela. El Teatro del Absurdo tiene sus raíces en la tradición cultural de Occidente; los autores más representativos de esta tendencia teatral vivieron en París en la década de los años cincuenta del siglo pasado y escribieron sus obras en francés, a pesar de que para algunos no era su lengua materna. Entre ellos se encuentran Samuel Beckett, Jean Genet, Eugène Ioneco, Arthur Adanov, Fernando Arrabal y Harold Pinter; dramaturgos que hallaron motivación teórica en los textos de Antonin Artaud, El Teatro y su doble (1938), y las ideas que sobre lo absurdo de la situación del ser humano desarrolló Albert Camus en su ensayo El mito de
Sísifo (1942). Sin embargo, frente al discurso filosófico y racional de Camus y la corriente existencialista, estos autores eluden racionalizar sobre el absurdo de la condición humana, limitándose a representarla en escenas teatrales explícitas. Entre los autores integrantes de este movimiento destaca la figura de Samuel Beckett (1906-1989), escritor de origen irlandés, creador de una obra singular que abarcó todos los géneros y cimbró las viejas estructuras literarias.
FORMACIÓN Y RUPTURA Los filósofos y pensadores proponen una salida y yo sentía que no la había. La solución es la muerte. S. Beckett
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amuel Beckett publicó poesía, narrativa y teatro; también escribió obras para radio y televisión, guión cinematográfico y ensayos críticos. Recibió una educación esmerada, primero en la Portora Royal School, donde también se había formado Oscar Wilde, y luego en el Trinity College de Dublín, para estudiar Lenguas Romances. En 1928 ejerce como lector de inglés en París, ciudad donde se hace amigo de James Joyce, con quien colabora en temas literarios (Work in Progress). A partir de 1929, Beckett inicia como escritor un camino de exploración filosófica y artística que pretendía establecer correspondencia entre lo clásico y lo contemporáneo. Ese año
El Teatro de
Beckett o la lucidez del absurdo
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Samuel Beckett nos legó una obra literaria que es el intento más incoherente, pero al mismo tiempo el más
publica su primer relato, “Assumption”, y un ensayo crítico titulado “Dante... Bruno. Vico... Joyce”, que respalda el trabajo literario de su amigo en un libro dedicado a su obra. También conoce a w . b . Yeats en 1930, con quien mantendrá una cercana relación profesional. Sus primeros poemas se inspiran en otros autores (Dante, Descartes, Goethe) y, en 1931, publica en Londres un estudio crítico sobre Marcel Proust. Beckett viaja por Francia, Alemania e Italia, relacionándose con personas de todo tipo que le servirán de modelo para crear sus personajes. En esta época trabaja haciendo traducciones del francés e italiano, hace reseña de libros y escribe artículos en revistas literarias como Dublin Magazine y Bookman, donde publica un trabajo sobre poetas irlandeses contemporáneos (“Recent Irish Poetry”). Su primer volumen de relatos, More Pricks Than Kicks (1933) publicado en Londres, fue censurado en Irlanda por su título inmoral. En 1935 edita en París Echo’s Bones, trece oscuros poemas en inglés de una erudición casi incomprensible por sus referencias literarias y personales. Tras un texto fallido, que no encontró editor, participó directamente en la publicación de su primera novela: Murphy (1938), una de sus narraciones más acabadas y mejor estructuradas. En esta etapa, Beckett plantea temas como la subjetividad del tiempo, la muerte, el desasosiego y la falta de sentido de la vida, que serán tratados de diferentes maneras a lo largo de toda su obra. Este primer período de creación literaria, lleno de avatares y rechazos, finaliza en 1937 cuando deci-
de abandonar definitivamente Irlanda. Beckett se marcha a vivir a París, lo que supondrá una ruptura total con su vida y su trabajo anterior. A partir de 1946 prescinde del inglés y adopta el francés como lenguaje literario. El cambio de idioma es un tema que el autor ha explicado como una huida de la lengua inglesa –“porque en ella no se puede escribir poesía”– y de sus fantasmas familiares y culturales; también afirmaba que “en francés es más fácil escribir sin estilo”. En definitiva, Beckett hizo suya la recomendación del filósofo historicista italiano Giambattista Vico: “Todo aquel que quiera brillar como poeta tiene que desaprender su lengua nativa y volver a la mendicidad prístina de las palabras.” La obra posterior de Beckett abandona el estilo docto y sombrío de sus textos en inglés y se concentra en simplificar el lenguaje: “Comprendí que mi camino era el empobrecimiento, la renuncia y emancipación del conocimiento; era restar más que sumar.” Busca temas más acordes con su inquietud personal, rompe formas de expresión establecidas y experimenta con las palabras y los géneros literarios. Su producción poética en francés se abre con Poémes, 1937-1939, y Six Poémes, 1947-1949, posteriormente se cierra con los versos mínimos y concisos de Mirlitonnades (1978). En su lengua adoptiva escribe sus mejores páginas, una serie de textos que ya son clásicos dentro de la literatura universal: la trilogía narrativa que incluye las novelas Molloy (1951), Malone muere (1951) y El innombrable (1953), así como las obras de teatro Esperando a Godot (1952) y Fin de partida (1957).
lúcido, de responder la pregunta clave que siempre hemos querido contestar y nunca pudimos. Beckett da categoría de arte a un lenguaje y una estructura que se sublevan contra criterios arraigados en literatura. Abre los límites de la novela constriñéndola en espacios sin puntos de referencia, restringidos hasta la asfixia. Plantea un teatro donde el texto trasciende el escenario, dramas que se representan sin solución de continuidad, como círculos concéntricos que se reducen a medida que su propia obra evoluciona. Las historias de Beckett se mantienen en espera de un final que nunca acontece: “todo proseguirá a solas, hasta que llegue la orden de detenerlo todo”. En ellas los personajes pronuncian sus diálogos en un discurso ininterrumpido sin posibilidad de síntesis final. Un insistente movimiento de palabras y frases entre silencios cada vez más amplios; textos en crisis que rozan el sinsentido y determinan el entorno hasta lo absurdo. Basta leer sin respirar los párrafos vírgenes de puntuación de Cómo es (1961), obra que culmina el proceso narrativo de Beckett, donde la anónima voz referente afirma: “no busco ni un lenguaje a mi medida a la medida de aquí no busco ya nada”, y logra escribir “de un sigue
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el Absurdo: la lección de Godot en el balcón
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l crítico húngaro Martin Esslin, académico de la Universidad de Stanford, publicó en 1962 un ensayo titulado “Teatro del Absurdo”, donde se utilizaba por primera vez ese término para caracterizar las obras de un grupo de escritores que comparten una serie de presupuestos dramáticos y estructurales que los identifican. La angustia metafísica originada por la condición humana es el tema de los dramas de estos autores teatrales. En ellos, el predominio del texto dota a la palabra de toda la carga y fuerza teatral. Desmantelan los formalismos del lenguaje, la lógica y las conciencias convencionales, en reacción contra los conceptos usuales del teatro realista occidental basado en una estructura coherente de trama, diálogo y caracterización psicológica. Además, muestran la realidad oculta –absurda y amarga– que conlleva la idea de felicidad y el modo de vida burgués. También tienen en común la presentación de una realidad grotesca, con matices personales en cada uno de ellos: Desamparo y patetismo en Samuel Beckett (Esperando a Godot, 1952; Fin de partida, 1957); angustia y comicidad en Eugène Ionesco (La lección, 1950; La cantante calva, 1950); marginación y crueldad en Jean Genet (Las criadas, 1947; El balcón (1957); política lacerante y humillación en Arthur Adamov (La invasión, 1950, El profesor Taranne, 1953); el ‘teatro pánico’ de Fernando Arrabal (El laberinto, 1956; El cementerio de automóviles, 1957); y las “comedias de amenaza” de Harold Pinter (La habitación, 1957; El cuidador, 1959).
Del ensayo de Martin Esslin se extraen estas frases que definen algunas características del Teatro del Absurdo: “El elemento lenguaje todavía juega un papel muy importante en su concepción, pero lo que ocurre en la escena trasciende, y a menudo contradice, el diálogo […] El Teatro del Absurdo busca una poesía que ha de surgir de las imágenes concretas y objetivas del escenario […] La acción en una pieza del Absurdo no intenta contar una historia, sino comunicar un esquema de imágenes poéticas […] Al poner el lenguaje de la escena en contraste con la acción, el Teatro del Absurdo ha abierto una nueva dimensión a la escena.”
Izquierda: Beckett dirigiendo Final de partida. Derecha: Beckett dirigiendo a Billie Whitelaw. Fuente: Fanpage de Facebook
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Samuel Beckett dirigiendo una producción alemana de Esperando a Godot, Berlín, 1975. Fuente: Fanpage de Facebook
tirón ni un punto ni una coma ni un segundo que permita reflexionar”. El lenguaje en expresión mínima, desnudo, como una letanía monocorde, carente de ritmo, incoherente, como palabras en un suspiro. Una literatura sin certezas que, como manifiesta Theodor w . Adorno en un estudio sobre Beckett, nos obliga a aceptar que “no significar nada se convierte en el único significado” (Notas sobre literatura). La obra de Beckett es un trabajo progresivo en búsqueda de conocimiento, sustentado en continuas exploraciones filosóficas y narrativas: desde Dante, Descartes, Vico o Arnold Geulincx, hasta Proust y Joyce. En 1969 le conceden el Nobel de Literatura por el conjunto de una obra que, “renovando las formas de la novela y el drama, adquiere su grandeza a partir de la indigencia moral del hombre moderno”. En su última etapa creativa ensaya nuevos formas dramáticas para radio, cine y televisión, recopiladas posteriormente en Quad y otras piezas para televisión (1993). Continúa su experimentación literaria en textos como Not I (Pas moi), “pieza para una boca” (1972), y muchos otros que son recopilados en el volumen Rockbay and Other Short Pieces (1981). Dirige obras de teatro en diversas ciudades europeas y continúa escribiendo hasta 1989, año de su muerte, en que publica Soubresauts, El mundo y el pantalón y el ensayo Peintres de l’Empêchement. Su último poema, “What is the Word” (Comment dire), fue escrito en el asilo de París, donde falleció el 22 de diciembre.
ABSURDO Y REALIDAD La escritura me ha llevado al silencio. Samuel Beckett
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amuel Beckett desarrolla en su obra una visión filosófica oscura y desamparada sobre la naturaleza del ser. Sus novelas son complejas, difíciles para el lector: Molloy, por ejemplo, es un monólogo de más de cien páginas escrito en un solo párrafo. Un modelo narrativo con antecedentes en Kafka y en Camus, que ha influenciado a autores como Thomas Bernhard y Peter Handke. Beckett creía en las posibilidades de la acción verbal como soporte dramático: “La mejor obra posible
“Comprendí que mi camino era el empobrecimiento, la renuncia y emancipación del conocimiento; era restar más que sumar.” es una en la que no haya actores, sólo texto. Estoy tratando de escribirla”; y a la vez era consciente de la evidente incapacidad del lenguaje como instrumento para relatar una experiencia, “un intento por comunicar lo imposible”. Aprendió a concebir su trabajo como una complicada misión al servicio de la literatura, se esforzaba por plasmar en sus textos, con la lucidez y el oscuro humor personal que le caracterizan, la absurda realidad que todos compartimos. Wittgenstein plantea que “los límites del mundo son los límites del lenguaje”, y sólo puede ser evocado a partir del material reelaborado que él mismo nos ofrece. El marco que establece el silencio es la única oportunidad de constatación de la realidad, porque cada vez que hablamos o escribimos usamos palabras y pensamientos de otros, construimos nuestro entorno a través de discursos ajenos. Beckett se vale de Molloy para expresarlo con claridad: “En mi opinión, todo lenguaje es un error de lenguaje.” Para Samuel Beckett, la realidad es el mundo creado por un lenguaje que ya no puede aportar sentido, la dialéctica de su obra busca la coherencia de ese sinsentido a través del diálogo absurdo que desarrollan sus personajes, caracteres extremos fuera de lo común pero, a la vez, tan sencillos y contradictorios como cualquiera de nosotros. Por eso nos identificamos y no podemos dejar de leer esas historias absurdas que reflejan el desatino de la realidad. Al igual que
sus personajes –de Vladimir y Estragon al primitivo Murphy, pasando por Hamm y Clov; Morán/Molloy, Malone, el innombrable y todos los que no tienen nombre– nosotros también estamos esperando a Godot, que no es otro que la propia muerte: “dormir hasta la muerte/ nos cura siempre/ ven a aliviar/ esta vida este mal.” (“Canción”). Porque Beckett sabía que la muerte era la solución y nos dejó escritas, de manera genial y terminante, escenas en donde sus personajes, forzados a cruzar “esos largos umbrales movedizos”, recapitulan en voz alta antes de enfrentar el acto final. La obra literaria de Samuel Beckett puede ser clasificada como nihilismo extremo y activo. Literatura con personalidad, descarada y escandalosa para algunos, que impresiona por una simplicidad lingüística que tiende al silencio. Una obra que se va condensando a medida que se desarrolla y que, por encima de todo, es sincera: con su propuesta, con su mensaje y con la entrega a un trabajo arduo que busca crear espacios donde exponer a la luz la absurda realidad humana. Por eso inquieta y produce controversia, porque al leer sus textos descubrimos una relación directa con nuestra propia manera de vivir. Los humanos somos seres incapaces de descubrir nuestro papel en el mundo, no sabemos contestar los grandes interrogantes que asedian nuestro intelecto. Una posibilidad de respuesta es la revelación que nos transmite Samuel Beckett a través de sus escritos, que se debaten entre la metáfora y la alegoría, que sólo pueden ser leídos e interpretados “como puros sonidos, libres de toda significación” (Molloy). Samuel Beckett nos legó una obra literaria que es el intento más incoherente, pero al mismo tiempo el más lúcido, de responder la pregunta clave que siempre hemos querido contestar y nunca pudimos. Beckett establece la respuesta con un lenguaje carente de significado, incapaz de mantener un marco referencial porque, como nuestra sociedad actual, ha anulado la correlación entre contrarios. A través de ese lenguaje en el que ya no cree, nos entrega su forma de manifestar la desesperanza y el desequilibrio que embargan a la humanidad: la literatura del absurdo. Un discurso narrativo que, aferrado al intrascendente sentido de la vida, trasciende al denunciar que la existencia en este mundo es un absurdo cada vez más incomprensible
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LEER
Jornada Semanal • Número 1120 • 21 de agosto de 2016
Dosfilos, Núm. 131 (julio-agosto), Dosfilos Editores, s.a. de c.v., México, 2016.
UNA REVISTA ATÍPICA EDGAR AGUILAR
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ay razones suficientes para celebrar que las publicaciones literarias impresas se mantengan y sigan circulando a lo largo y ancho de este malogrado país que nos queda. Claro, lo de “largo y ancho” es un decir, pues sabemos de las dificultades que siempre han existido para su distribución, pero por secretos mecanismos, yo diría que celestiales, ultraterrenos, llegan felizmente a nosotros. Dosfilos es una revista impresa, digamos que modesta en términos de presentación, pero sumamente lozana y activa, con varias décadas en el panorama literario nacional, y editada en la ciudad de Zacatecas. Y si insistimos en lo de revista “impresa” es porque, hasta donde sabemos, no cuenta con página virtual, blog, facebook, twitter ni nada que se le parezca. ¿Una limitante a estas alturas del mundo virtual? M e p a re c e q u e t o d o l o contrario. Y me alegra que así sea. Porque una revista literaria en papel bien (y en este caso, estupendamente bien) hecha es un agasajo para los sentidos que pocas veces se compara con una revista virtual. Quizá lo de “impresa” o “virtual” (o ambas cosas) sea lo de menos, si el contenido es provechoso. Y el contenido de Dosfilos no tiene desperdicio. Nuestra revista –como decir: nuestro héroe– es, por otro lado, una publicación que se sale un poco de los cánones de la mayoría de las revistas literarias: no se rige propiamente por “secciones” (que sí las tiene, pero funcionan más bien como viñetas o guiños literarios), sino que los textos se van ordenando casi aleatoriamente, lo que origina que se dé prioridad –¡qué bueno!– a los textos de creación, con particular énfasis en microrrelatos y pequeños poemas en prosa. El número que ahora nos ocupa está tremendo. Los textos de mayor calado, como se aprecia en la portada, son una entrevista recuperada del entonces muy joven Agustín Ramos a Julio Cortázar allá en el lejano 1975 para Radio Educación, y un artículo sobre el virtuoso guitarrista de blues Michael Bloomfield. En la primera, Cortázar, entre otras cosas, hace una distinción precisa de lo “político” anteponiendo lo “ideológico” (eran, no hay que olvidarlo, los años “comunistas” del escritor
argentino). Las respuestas de Cortázar, no cabría esperar otra cosa, son flechazos de agudeza verbal y de inteligencia. Excelente entrevista. Por su parte, en su artículo “El e innovador blues de Mike Bloomfield”, el crítico de música John Morthland se detiene en los altibajos de la carrera musical del genial creador de la Electric Flag; altibajos que tuvieron que ver no con su indiscutible calidad artística sino con la repulsión que sentía Bloomfield por la industria usurera de la música estadunidense, circunstancia que lo condenó a una especie de ostracismo voluntario en sus últimos años de vida en San Francisco. Se hace en el presente número un emotivo homenaje al poeta colombiano Jotamario Arbeláez, uno de los grandes iniciadores del nadaísmo en su país (que lamentablemente tanto se desconoce en el nuestro), y como parte de su distinción al recibir el Premio del Festival Internacional de Poesía “Ramón López Velarde”, de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Escritos de Margarito Cuéllar (“Saludo mexicano a Jotamario Arbeláez”) y José Ángel Leyva (“Jotamario Arbeláez: el nadaísmo ha muerto, viva el nadaísmo”), dan cuenta de ello. Aunque es “Cántico del poeta errante”, del propio Arbeláez, el que se lleva, como quien dice, los reflectores. Texto de recepción del premio aludido, es un ameno recorrido por su obra y una inmejorable oportunidad para acercarse a ella. Se abordan también temas un tanto más complejos, rigurosos por su misma naturaleza, como los ensayos “La política de la filosofía es la literatura”, de Sergio Espinosa Proa, o “La ilusión de los espejos”, de Nelson Guzmán. Estos textos, sobre todo el primero, aunque relevantes en muchos aspectos, hay que leerlos con paciencia y voluntad de ánimo suficientes si no quiere uno tirar la toalla y ponerse con mayor comodidad a leer, por ejemplo, “Unos zapatos para volar”, de Gonzalo Lizardo, o “¿Por qué hay mujeres cabronas?”, de Jesús de León, éste último realmente divertido, en donde se ironiza sobre ciertas mujeres que son muy dadas a frecuentar talleres literarios y tomar –o copiar– posturas estrafalarias. Ahora, si el lector es demasiado exigente consigo mismo, no le vendrá nada mal el breve pero acucioso estudio que realiza Arturo Burnes Ortiz de El capital en el siglo xxi (libro que sorpresivamente causó furor hace apenas unos cuantos años), del economista francés Thomas Piketty. Algo que debemos apuntar, para bien de las revistas literarias y de quienes las leemos, es que en los ensayos y artículos publicados en Dosfilos las referencias y notas bibliográficas son prácticamente inexistentes. Y si lo que el lector desea es buena prosa, recomendamos ampliamente “Un individuo de nombre Carlos Gutiérrez”, de Eusebio Ruvalcaba (aunque el final del cuento no nos pareció del todo logrado); o si gusta de la poesía, los destacados poemas “Tell” (poema duro, hiriente, corrosivo), de la poeta estadunidense January Gill O’Neil; “El buen sujeto de la mala conciencia”, del dominicano Alexis Gómez Rosa; “Yo mismo pasando por esta vida”, del tristemente fallecido y enorme poeta venezolano Ramón Palomares, y “Manual de buenas
prácticas en la escena del crimen”, de la joven poeta Verónica González Arredondo, recientemente laureada con el Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde” 2014. Como contraste, hallamos unas cosas raras e ilegibles –que siempre son necesarias– del narrador y jazzista Alain Derbez; empero, el dossier (bosquejos a tinta de figuras humanas en melancólicas o grotescas posiciones) del pintor zacatecano Alfonso López Monreal, es digno de aplauso. Todo lo anterior bajo el minucioso cuidado y la sapiencia del poeta José de Jesús Sampedro, quien encabeza la atípica y no menos famosa Dosfilos. Como sugerencia: léase este número con algunas excelentes –y ya clásicas– piezas de Mike Bloomfield •
Los cerdos también sonríen, Sihara Nuño, La Zonámbula, México, 2016.
Tapatía de nacimiento, este es el segundo poemario de la autora –el primero apareció en 2009 y se titula Poemas para leer después de un tiempo–, que también ha publicado, entre otras, en revistas como Monolito, Mal de Ojo y Meretrices. Poemas suyos han sido antologados en el Catálogo poético de Guadalajara (2012) y en Poetas invitados (2015), también entre otros. Dividido en los apartados Distopía, Ucronía y Fantasía, estos cerdos abarcan un horizonte dilatado en lo temático –casi parafraseando aquella máxima sabia según la cual “nada humano me es ajeno”– y suenan con una voz que, hasta donde alcanza la memoria, no se parece a ninguna otra, lo cual no es poco mérito para una poeta con escasas tres décadas de vida y apenas dos títulos en su haber.
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La Jornada Semanal
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En nuestro próximo número
LA REALIDAD SUPLANTADA: soledad y angustia en el ciberespacio
Entrevista con el filósofo Peter Pál Pelbart
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Naief Yehya
Agustín Ramos
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UIEN MANDA ES EL capitalismo, que pervierte toda creación en mercancía; principalmente en esa mercancía capaz de adquirir todo que se llama dinero y que ya el Arcipreste de Hita denostaba. El capitalismo, la deshumanización gradual e incurable a la que se suele denominar, también, modernidad. ¿Socialismo, cuándo y dónde? ¿No les dice nada el hecho de que Putin y su cómplice turco procedan de las cañerías de los aparatos burocráticos y no tengan mucho que enseñar a los Clinton y a los Trump esa clase de plomería? En Rusia, como en China, el capitalismo de Estado sigue más invicto que nunca, cara a cara, como adversario realmente existente y cómplice pendular de cada tipo de capitalismo. ¿Revoluciones? ¿Cuáles que no hayan terminado por secuestrar, interrumpir y aplastar para achacarle los daños “colaterales”? Individual o social, local o global, la avaricia carcome todo y representa un principio que pudo limitarse a desviaciones, errores, torpeza, limitaciones e ignorancias, pero que lejos de detenerse ahí siguió cabalgando en el Progreso, esa moneda falsificable desde tiempos precolombinos. Y el resto ha consistido en ideologizar esa pulsión degenerativa legalizándola, estableciéndola como “normalidad” rectora de lo real. Entonces, ¿quién nos manda odiar? La enciclopedia comienza describiendo el odio como una actitud, un sentimiento o una emoción. El diccionario de latín lo asimila a la envidia (gozar con el sufrimiento del prójimo). Los griegos usaban las palabras misos, echtrós, neikos y eris para referirse, respectivamente, al odio en sí, a la enemistad, a la guerra y a la discordia. Para Carlos Castilla del Pino, en su compilación de ensayos sobre el tema, el odio es una de las formas extremas con que la humanidad se vincula a lo otro: la aversión máxima al amor, que sería la aceptación más plena, el extremo contrario. Carmen Gallano clasifica los odios (histérico, neurótico, psicótico, etcétera), pero empieza con Lacan y termina con Freud, calificando al odio como la pasión ignorante e intolerante. Carlos Gómez Sánchez repasa críticamente a Freud, a Kant y a Nietzsche, para propugnar una “ética de la resistencia” y de la dignidad contra las formas de odio que significan “una pura regresión a la barbarie”. Túa Blesa, Teresa del Valle y García Gual desmenuzan obras literarias como El doble, “William Wilson”, Frankenstein, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Abel Sánchez, el Génesis (por Caín) y los muy abordados mitos de Jasón (por Medea) y de la Ilíada (por Aquiles). Sin embargo Túa Blesa, antes de concluir que el odio anida en nuestra parte cerebral más arcaica y que “odiar, en definitiva, es odiarse”, hace mención de autores que han hablado de un odio de clase, que “tiene razones de ser superiores” pues va contra quienes lo causan (Ernst Bloch), “el odio justificado… por la injusticia”
(Ernst Fischer), el “de los oprimidos”, contra “la mentira” y contra “los verdugos” (Max Frisch). Y así, hasta llegar a una interpretación del Ser Absoluto hegeliano: el huevo pascual del Estado totalitario… Pero no todos los autores compilados por Castilla del Pino comparten la visión del odio como algo puramente negativo. Ignacio Echevarría halla “una dimensión humanística del odio en el contexto de la modernidad” y lo ve “ligado íntimamente al amor, que suele juzgarse –a su juicio de forma equivocada– como su contrario [...], el sentimiento del odio aparece relacionado, en la teoría psicoanalítica, al reconocimiento de la realidad exterior…, de la alteridad y, en cuanto tal, es considerado un agente decisivo en la construcción de la identidad individual [y de la
Hieronymus Bosch: tocado por el diablo 500 años no son nada Este año se cumplen quinientos años de la muerte de un misterioso pintor holandés que nació en la ciudad de ’s-Hertogenbosch o Den Bosch (o Bolduque, en español), Jheronimus van Aken, mejor conocido como Hieronymus Bosch. Un artista del que se sabe muy poco: aparte de que nació alrededor de 1450 y provenía de una familia de pintores, no se tiene un solo retrato suyo. Resulta una curiosa coincidencia que el aniversario de un artista particularmente fascinado por visiones infernales y que creó un imaginario demoníaco que ha influenciado a miles de artistas, diseñadores y cineastas, tenga lugar precisamente en este año de guerras, incesantes ataques terroristas en cuatro continentes y de la campaña presidencial de Donald j. Trump. Bosch es uno de los pintores más importantes del renacimiento nórdico, el cual surge cuando las ideas humanistas y estéticas del renacimiento italiano comienzan a difundirse al norte de los Alpes. Aparentemente, Bosch, el hombre que sus vecinos conocían como Joen, el pintor, nunca salió de su provincia en una era en que la corona española gobernaba los Países Bajos; por lo tanto, su obra, que fue muy admirada por el rey Felipe ii (un fanático defensor de la fe que patrocinó a la Inquisición) y por buena parte de la nobleza española, fue llevada casi en su totalidad a España. En la actualidad la sala dedicada a Bosch en el Museo del Prado guarda gran parte de las obras maestras sobrevivientes de un legado de alrededor de veinticinco dibujos y veinticinco pinturas firmadas. Ha sido tal la asimilación y popularidad de Bosch en España, que se le considera un artista español y lo han rebautizado como El Bosco.
Vida acomodada
dinámica de la modernidad]”, además de que cumple una “función integradora” y constituye “el reflejo legítimo de una individualidad” contra la masificación igualitarista. Es significativo que el epígrafe del ensayo de Echavarría, “El odio: una pasión moderna”, consista en versos de Una temporada en el infierno y remitan a t . w . Adorno en su consideración de Rimbaud “como modelo del artista moderno… en que sucesivamente se cumplen, de modo premonitorio, el impulso revolucionario, el solipsismo, la transgresión y la huida, para claudicar finalmente al culto de la mercancía”. ¡Que nadie nos mande nada!, sería el grito responsable de la conciencia individual en libertad. La hora es propicia contra lo que social, cultural y económicamente nos impone el odio; es tiempo de ensayar la desobediencia, la desobediencia civil •
Den Bosch era un pueblo bastante próspero y la familia Van Aken pertenecía a la clase media acomodada. Entre 1477 y 1481 Hieronymus se casó con Aleid van de Meervenne, una mujer que tenía su propia fortuna, con quien se fue a vivir en la parte norte de la plaza del mercado, entre la burguesía local. Durante los primeros años del siglo xvi, el prestigio de Joen creció notablemente hasta más allá de las fronteras de los Países Bajos y sus cuadros se volvieron muy codiciados entre las clases pudientes europeas, de ahí que asumiera el nombre de su ciudad, para ser fácilmente identificado. La pareja no tuvo hijos y Bosch murió en la epidemia de plaga que asoló la región en 1516. Algunos de sus sobrinos continuaron con la tradición pictórica, pero nunca nadie pudo alcanzar su excelencia técnica ni su potencial imaginativo. De cuando en cuando emergen obras que parecen ser suyas y es difícil confirmar su autenticidad debido a que sus seguidores y los artistas de su taller imitaban su estilo.
Homenajes Para celebrar este medio milenio se han publicado varios libros y catálogos, se organizaron dos grandes exposiciones, una en el Noordbrabants Museum (situado en Bosch y que no tiene un solo cuadro del maestro local, como señala con cierto sadismo Pilar Silva Maroto, la jefa del departamento de pintura flamenca del Museo del Prado) y otra en el
propio Prado. También se creó el Bosch Research and Conservation Project, y el documentalista Pieter van Huystee filmó Hieronymus Bosch: Touched by The Devil, una obra paradójica que en vez de enfocarse en la vida y la obra de Bosch, se concentra en la tarea de los investigadores, historiadores y museógrafos holandeses que tratan de convencer a los dueños de las obras para que se las presten para la exhibición, a cambio de lo cual ofrecen fotografiar (con cámaras de alta definición y de rayos ×), analizar, limpiar y restaurar los cuadros. Así, pues, el filme es una obra pausada y minuciosa que documenta las negociaciones en Madrid, Washington, Venecia y Berlín, y el proceso de rastreo de la obras perdidas, hasta el museo Nelson-Atkins, de Kansas City, el cual es dirigido por nuestro compatriota Julián Zugazagoitia, quien al ser informado de que uno de los cuadros de la colección es un auténtico Bosch dijo emocionado:“Esto es como cuando uno de tus hijos, al que amas igual que a los demás, de pronto te sorprende ganando un Premio Nobel.”
el demonio Resulta un tanto decepcionante que en vez de reflexionar en torno a los temas de Bosch, como el erotismo siniestro, la ambigüedad del deseo y el castigo, así como la obsesión demoníaca que se oculta detrás de las actividades más cotidianas, la película es un estudio de las políticas del arte y las negociaciones entre museos. Pero hasta cierto punto esto también es revelador de la mentalidad de nuestra era, en la que estamos mucho más preocupados por el poder de las instituciones culturales y la obsesión de acumular, que por las revelaciones estéticas de uno de los más grandes artistas que hayan pisado la tierra. Ese es el verdadero toque del demonio en el arte •
JORNADA VIRTUAL
¿Quién nos manda? (iii y última)
TOMAR LA PALABRA
naief.yehya@gmail.com
........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1120 • 21 de agosto de 2016
Germaine Gómez Haro
Alonso Arreola
germainegh@casalamm.com.mx
L
A GALERÍA PATRICIA CONDE –única en Ciudad de México dedicada exclusivamente a la fotografía– inaugura su nuevo espacio en la colonia San Miguel Chapultepec (General Juan Cano 68) con una pequeña gran muestra de Librado García Smarth, fotógrafo tapatío activo entre 1911 y 1936 que apenas ha comenzado a ser reconocido en el medio académico y del coleccionismo, y quien aún no cuenta con un estudio pormenorizado de su fascinante trabajo. Poco se sabe de la vida y trayectoria de este singular artista quien, al parecer, se autonombró Smarth, quizás haciendo un guiño humorístico al término inglés smart, que significa “inteligente, astuto”. La muestra está integrada por veintiún piezas reunidas por el curador David Torrez, quien se ha convertido en uno de sus más fervientes admiradores y promotores. Como bien apunta Torrez en el texto del catálogo, resulta una incógnita que, a pesar de haber contado con buena crítica en su tiempo y de gozar de éxito comercial –como lo indica el hecho de haber tenido su estudio en la prestigiada calle de Madero– Smarth haya caído en el olvido repentinamente. Esta exposición –primera individual del artista en tiempos recientes– contribuye al rescate y revaloración de un trabajo excepcional que por fortuna ya está siendo investigado por el historiador Carlos a. Córdova, quien lo incluyó en su libro de ensayos sobre la fotografía pictorialista –Tríptico de sombras (2010)– y actualmente prepara un estudio monográfico sobre él. Se dice que el primero en redescubrir el trabajo de Smarth fue Carlos Monsiváis, incansable cazador de curiosidades; que encontró en el Bazar del Ángel un lote de fotos provenientes del acervo de Chucho Reyes, en el que venían unas sorprendentes imágenes de este artista inmortalizado desnudo en la segunda década del siglo pasado. En 2008 estas fotografías deslumbraron en la muestra colectiva titulada Te pareces tanto a mí que Rafael Barajas el Fisgón presentó en El Estanquillo. Dos años más tarde, otro retrato de la misma serie sobre Chucho Reyes se subastó en París y fue la piedra de toque del reconocimiento que ha ido adquiriendo Smarth en el extranjero. Con acierto apunta David Torrez el hecho de que en París y Nueva York las obras del tapatío han sido recientemente revaloradas en subastas y exhibiciones para connoisseurs, en tanto que en nuestro país sigue siendo un nombre desconocido para la gran mayoría. En esto consiste el atractivo de la presente muestra que incluye diversas facetas de su repertorio fotográfico. El recorrido da inicio con un par de retratos convencionales de niñas en su Primera Comunión. Lo que llama la atención en el primero es una maceta de alcatraces que aparece a un costado de la niña, esa flor que unos años más tarde será emblemática en la pintura de Diego Rivera y otros artistas mexicanistas. En esta muestra aparece también una prodigiosa fotografía de un alcatraz captado en sutil acercamiento que –sin temor a exagerar– no le pide nada a Weston y a Modotti. Considerado por Carlos a. Córdova uno de los maestros del pictorialismo fotográfico mexicano, los retratos que aparecen en la exhibición dan clara cuenta de ello. Hay una suite de siete bailarinas de ballet y ocho retratos de damas de la alta sociedad en los que Smarth despliega la técnica de “difuminado” que él mismo concibió como rasgo característico de su estilo retratístico. Estos elegantes y sofisticados retratos son muestra de lo que el historiador Córdova sostiene a lo largo de su ensayo Tríptico de sombras: el retrato pictorialista en México ha sufrido el desprecio tanto por parte de los historiadores del arte y de la fotografía como de los coleccionistas, y trabajos como éste son muestra de su alto valor estético. Como contraparte a estos retratos, hay uno de Roberto Montenegro, y el que me parece más interesante es el de un personaje popular masculino, un perfil con sombrero que se antoja premonitorio de Gabriel Figueroa. La obra que escapa a cualquier interpretación racional es Tríptico de sombras, misma que da origen al título y portada del libro de Córdova: una imagen entre surrealista y expresionista de un rostro femenino que apenas se vislumbra entre la oscuridad de un ropaje incierto y cuyas manos en alto convocan a un juego de luces y sombras que producen un efecto inquietante y enigmático. Esta muestra es una invitación a seguir las huellas de Librado García Smarth por ese laberinto de claroscuros que es su misteriosa creación • Arriba e izq.: Sin título; derecha: Tríptico de sombras
ARTES VISUALES
Las pequeñas obras maestras de Librado García Smarth
@LabAlonso
Pedacito de patria y pan de la vida In memoriam Rafael Velasco Fernández
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ISCULPARÁ LA LECTORA, el lector, la ausencia de esta columna –primera pausa en muchos años– hace una semana. Resulta que falleció nuestro abuelo, queridísimo y trascendental para la definición de lo que somos (de lo que intentamos ser). Ello nos hizo disolvernos, desaparecer por unos días, regresar al pasado, recordar –entre muchas cosas– los viajes en carretera escuchando música cabalgada por su voz. Más aún, nos hizo pensar en la banda sonora que a partir de los afectos enmarca
la película de todos, pues casi siempre y sin saberlo es con su caricia como se peinan algunos de los mejores renglones de cada guión. ¿Recuerda usted la música que escuchaban sus abuelos? Del nuestro nos vienen ecos, entre otros, de Toña la Negra, el Piporro y, principalmente, de Beethoven. La primera tenía que ver con su tierra natal: Veracruz. Él vio la luz en Pánuco hace ochenta y ocho años. Del segundo le fascinaba su sentido del humor, la improvisación y el acento. (Nuestro abuelo no podía esperar más de diez minutos sin soltar una “puntada”.) Del tercero, además de su repertorio, se sabía la vida entera. Incluso en cama, convaleciente por meses y con una lucidez caprichosa, podía explicar tratamientos y síntomas –era doctor– no sólo de la famosa sordera del alemán, sino de otros padecimientos intestinales y mentales –era psiquiatra. Haciéndole tributo a él y a todos los abuelos que han entonado una canción frente a sus nietos, hoy hacemos sonar, precisamente, a Toña la Negra. ¿Las favoritas? “Obsesión”, “Veracruz”, “Oración Caribe” y “Estrella solitaria”. Qué poder el de su vibrato cansado, nocturno. La pronunciación de las erres. Su controlada y suplicante nasalidad. Sea interpretando a Agustín Lara o a otros, la veracruzana supo dotar de veracidad a la luna de plata. Eulalio González, en cambio, canta desde la distancia del testigo que se permite la broma, la acotación, el apunte entre versadas. Para él nada es tan en serio; ni la muerte, ni la venganza, ni la borrachera, ni el dinero. Allí está el corrido de Rosita Alvírez (“échenle aire”) como ejemplo del Piporro. O, por supuesto, “El Ojo de Vidrio”, sobre todo en la película Dos corazones y un cielo (1958), en donde no lo dejan ni terminar la canción: “Ajúa… No apuntaba con el ojo bueno porque estaba miope, pero con el de vidrio, miraba con aumento.” ¿Qué decir sobre Beethoven? Lo preguntamos y nos viene una conversación de hace muchos años cuando el abuelo nos vio leyendo la biografía de Miles Davis, el gran jazzista estadunidense, durante varios días de vacación. “¿Qué, de veras te gusta tanto, mano?”, se animó a
preguntarnos (el jazz que conocía se circunscribía al de las grandes orquestas de baile). Intentamos argumentar la capacidad del trompetista, pero fuimos torpes y su incredulidad se mantuvo. Nos dijo con seguridad:“Para genios, Beethoven.” No se equivocaba. Gracias a él pusimos atención al creador de Bonn. (Nos faltó ponerle cosas de Miles. Es verdad.) El abuelo fue doctor, ya lo decíamos, pero también estudió filosofía y se dedicó a la educación y a la prevención de las adicciones (que se perdone aquí el orgullo que nos da recordarlo). Desde sus inicios como médico de pueblo en Yecuatla –adonde llegaba con su Esperanza a caballo– y hasta volverse secretario de salud del estado, pasando por la Subsecretaría de Educación, la dirección de la anuies (Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior), la rectoría de la Universidad Veracruzana, la dirección del Conadic (Comisión Nacional Contra las Adicciones), la fundación y presidencia de la apm (Asociación Psiquiátrica Mexicana) y tantos trabajos más, su intención de mejorar al mundo desde la honestidad y la salud fue un ejemplo inobjetable. Del valioso período que nos tocó compartir con él recordaremos, empero, las cosas simples. Verbigracia: su figura escribiendo a mano libros y conferencias mientras tomaba café y escuchaba música en la radio, allá en su casita del Farallón, rincón "donde hacen su nido las olas del mar”. Fiel a su personalidad, el abuelo sólo dejó una petición para su muerte. Y sí, fue musical: no lloren mucho, brinden con vino, cuenten anécdotas chistosas y pongan a Beethoven. Así lo hicimos y lo seguiremos haciendo hasta que, pasadas las tormentas que aguardan, nos toque –y a usted también– elegir un soundtrack final. ¿Ya pensó en alguna canción? Nosotros sabemos que una pieza será “The Enormous Room” del amigo y colega Michael Manring. Búsquela y fascínese este séptimo día de la semana cuando aún puede elegir los pedacitos de su patria sonorosa, ese otro pan de la vida. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
BEMOL SOSTENIDO
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
21 de agosto de 2016 • Número 1120 • Jornada Semanal
Ana García Bergua
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Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch
mpecé a leer El rastro en un avión de camino a Tijuana. Para distraerme en el avión de regreso, dos días después, ya tuve que elegir otra lectura, pues durante mi estancia en aquella ciudad devoré esta novela juvenil de Antonio Ortuño justo como si fuera una jovenzuela y no la pude dejar. Confieso que regresaba corriendo de mis clases al hotel sólo para saber qué había pasado con Luis, su amigo Paulo y la tremenda Sofía, entre otros personajes que pueblan su cruel, conmovedor y divertido universo.
Como al Hombre Araña y a Batman, a Luis, el protagonista de El rastro, unos maleantes le arrancaron a sus padres, sólo que él, a falta de superpoderes, refugia su orfandad y su tristeza en la lectura de novelas fantásticas donde se enfrentan brujos, caballeros con espadas y dragones, a falta de emociones fuertes y calor humano, pues vive con una tía que se ocupa de él un poco de lejos y un gato huraño llamado Tacho que jamás será su amigo. También tiene un amigo de la escuela, Paulo, y cierta aventura amorosa en su historia que por cierto involucra a Tacho y que encontrará su continuación. Pero El rastro no es solemne ni deprimente. Es un excelente thriller con todos los ingredientes que necesitamos para seguir su historia hasta el final, que no rehúye la realidad cruel que se está viviendo en muchas zonas del país, y que sin embargo lo hace manteniéndose fiel a la naturaleza hasta cierto punto frágil de los adolescentes, con quienes simpatiza en todos sus descubrimientos sobre el amor, la traición, la maldad, la máscara indiferente y patética de muchos adultos, la vida como tragedia y carnaval. “Por instinto molestamos a los otros, por instinto acosamos, por él reaccionamos como cerdos cuando se espera que nos comportemos como ángeles. Pero, a cambio, por él somos capaces de sobrevivir. De tomar una silla, como un domador de fieras, e interponerla ante unas fauces abiertas. Por el instinto somos capaces de recobrarnos y sostenerle la mirada al predador. Por instinto le pegamos un sillazo en la cabeza y lo mandamos al suelo. Y claro, lo rematamos a patadas aunque ya haya soltado el cuchillo. Y sólo la intervención de un amigo puede detenernos.” Así, Antonio Ortuño no teme hablar a los más jóvenes de la vida, de asaltos, secuestros, desaparecidos y familias que monopolizan el poder, se traicionan y arman pachangones locos con final como de El padrino, porque desgraciadamente es nuestra realidad, aquella en la que viven muchos de sus
potenciales lectores, y lo hace con las armas de narrador avezado que sigue arriesgando en su propia búsqueda, ésa que conocemos a través de novelas requete premiadas, traducidas y reconocidas como La fila india, El buscador de cabezas y la más reciente, Méjico. En El rastro, Ortuño nos cuenta tres historias o más bien una historia en tres partes, una de las cuales sostiene en el fondo una apasionada y gatuna –en su origen y su carácter– historia de amor. Estas historias trenzan nuestra curiosidad y nos mantienen con el corazón en vilo a lo largo de sus páginas, preocupados por el destino de los hermanos Paulo y Sofía, pero sobre todo de Luis, este muchacho que ha encontrado en la lectura y el amor la puerta de salida a muchas crisis. En El rastro viven además personajes notables como el horrible Ojo de Vidrio y su mamá, siniestros secuestradores de gatos que parecen salidos de varias películas de Tim Burton, junto con otros que forman parte de la cada vez más irritante tragicomedia nacional, como los padres de Paulo y Sofía, el torpe Chuy –llamado Shuy por sus pares norteños– y el notable de tan soso Ravi, apócope del nombre pretencioso Rabindranath. Pero el mejor personaje es Sofía, problemática, justiciera, vital e indoblegable, la amada más bien muy móvil de Luis, uno de esos amores que nunca le darán tranquilidad pero que le hacen vivir. Como dice Luis en una parte de la novela: “Pero ni el hermano ni el novio conocían a Sofía si esperaban disponer de ella como de una mascota. Yo, qué quieren que les diga, apoyaba su derecho de hacer lo que le pegara la gana. Especialmente porque me convenía. Para qué voy a darme baños de pureza. Y quizá también porque, al contrario de lo que les ocurría a ellos, mi atracción por Sofía estaba cimentada en su carácter imposible. Domarla sería dejarla en coma.” Que los chavos lean El rastro, de Antonio Ortuño. Como tantas cosas en nuestro México oscuro y lleno de gente luminosa, les queda de tarea •
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ERACRUZ PUDO CONOCER en los últimos seis años de veras lo peorcito que la clase política de ese estado es capaz de producir: lo más cutre, cobarde, violento, rencoroso, ratero, politiquero, hipócrita, amilanado, inepto, lambiscón, indigno y mentiroso que se puede llegar a ser desde la silla del gobernador. Y vaya que es un estado que ha padecido malos gobernadores, de los que se mascullan mafias, como Fidel Herrera Beltrán o el ya desaparecido, reputado represor, Fernando Gutiérrez Barrios. Nunca, sin embargo, los veracruzanos habían padecido los índices de violencia, corrupción e impunidad que representa el actual gobernador del estado y la recua de compinches que lo han acompañado en el saqueo de arcas públicas y privadas. La cauda de agravios es variopinta y nutrida. Grupos criminales desatados, desde grandes corporaciones de la delincuencia organizada, como los cárteles de los Zetas, del Golfo o Jalisco Nueva Generación, que se disputan el territorio veracruzano, a su gente y a los incautos migrantes centroamericanos que se ven obligados a pasar por sus rincones, hasta pandillas pequeñas pero muy violentas que ahora se atreven a asaltar incluso autobuses ado en las carreteras. Cientos de mujeres violadas y desaparecidas; feminicidios, balaceras, descabezados, descuartizados y el lamentable récord nacional de periodistas –y activistas sociales– asesinados, asaltados, golpeados, perseguidos y amenazados. Miles de millones de pesos que debieron destinarse a cosas tan elementales como el avío de hospitales y dispensarios o escuelas se ven hoy traducidos en las mansiones de los politicastros veracruzanos afines o pertenecientes al régimen, en autos y camionetas lujosos, en edificios de oficinas y locales comerciales, en restaurantes y comercios, boutiques, hoteles, viajes, joyas y cuanto lujo puede comprar el dinero mal habido. Pero no en asfalto, ni en infraestructura carretera, ni en mobiliario para escuelas u oficinas, ni siquiera en insumos para la burocracia porque se lo robaron. Allí queda para el análisis el hecho emblemático: un día después de que le fuera descubierto un rosario de propiedades de lujo en Estados Unidos a su secretario de (in)seguridad pública, Arturo Bermúdez Zurita, éste renunció para huir después y hasta ahora se desconoce su paradero. Impuesto en 2010 como candidato por Fidel Herrera Beltrán en aras de que le cuidara las espaldas cuando acabara su mandato, Javier Duarte de Ochoa resultó ser la peor elección del falansterio de ladrones que es el Partido Revolucionario Institucional. Pero todo lo que sube tiene que bajar y, parafraseando al galvánico nuevo presidente del pri,
Javier Duarte
Enrique Ochoa, ya se le está acabando el recreo. Y está terminando su mandato mal y de malas, descubiertas buena parte de sus trapacerías presupuestales y de las trácalas multimillonarias de sus alecuijes. En los mentideros jarochos se dice que Duarte no puede dormir desde hace unos cinco meses. Que su mujer le quitó los teléfonos y radios. Que de repente, si toma, despepita información delicada, dicen. Hace unos días se presentó con mucha falsa enjundia en el foro de w Noticias, en el programa de Ciro Gómez Leyva para ser entrevistado en cadena nacional. La televisión siempre seduce al poder en México. Era a todas luces una entrevista pactada, pero ni así pudo brillar el gobernador de Veracruz. Se lo veía con miedo. Nerviosito. Tratando de parecer simpático sin lograrlo. Gómez Leyva arrancó con un comentario sobre el sobrepeso que ha perdido Duarte. Éste se quiso seguir por ahí, pero las lonjas del rechoncho y apocado gobernador de Veracruz no eran materia de entrevista. Los desfalcos sí, y los dispendios. Y las mentiras. A las que Duarte, acorralado, con risita nerviosa, antepuso más mentiras y salidas por la tangente. Aseguró ser cercano a Peña Nieto, pero dos días después éste lo relegó durante una breve visita al estado. Lo borraron de las fotos oficiales. Ni siquiera le permitieron acompañar al presidente al aeropuerto. Apestado, lo sentaron en una orilla, lejos del mandatario. Algo que ha caracterizado a Duarte de Ochoa es su evidente incapacidad para ser consecuente con sus torpezas. Cuando se siente desesperado, dice cualquier cosa para salir al paso. Parece que fue el caso cuando al final de la entrevista con Gómez Leyva admitió conocer la existencia de las casas de Bermúdez en Texas. Aunque apenas unos días antes había asegurado que no sabía nada, y que estaba muy desilusionado. “En cualquier administración –afirmó entonces, cariacontecido– se infiltra la corrupción.” Y de eso sí que sabe •
CABEZALCUBO
E
Patético, Javier Duarte
PASO A RETIRARME
De gatos, secuestrados y amores perrunos
........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1120 • 21 de agosto de 2016
Orlando Ortiz
Luis Tovar @luistovars
Me estás traduciendo, Roberto
E
L 3 DE JUNIO de 1861 fue ejecutado (eufemismo utilizado por la derecha y algunos mareados para evitar el término más preciso:“asesinado”) Melchor Ocampo, en una ranchería cercana a Tepeji del Río. En esa ocasión, el nefasto Tigre de Tacubaya (Leonardo Márquez) se encargó de impedir que fueran escuchadas todas las peticiones de clemencia y de indulto surgidas incluso de personalidades no precisamente liberales, sino ínclitos conservadores. Ni siquiera valieron las del “presidente” (de los conservadores) Zuloaga. La saña de los conservadores y de la Iglesia no podía permitir que se repitiera lo ocurrido en 1853 y 1857, años en los que se frustraron los intentos de asesinarlo. Tal odio era encabezado por clérigos y turiferarios civiles para los que Melchor Ocampo era el causante de que la Iglesia hubiera perdido riquezas y poder; además también lo señalaban como culpable de todos los males por los que atravesaba el país. Me llama poderosamente la atención que incluso hoy, cuando se habla de la Reforma y los reformadores, se menciona a Benito Juárez, Lerdo, Gómez Farías, pero casi nunca a Melchor Ocampo. Este nombre se liga de manera automática a la “epístola” y a los tratados MacLaneOcampo. De ellos ya expuse en otra ocasión las circunstancias en los que se dieron y también el origen de los mismos, ligado a las manipulaciones e intereses de los conservadores, así como a la actitud beligerante e intervencionista del Congreso estadunidense. Entonces, ¿a qué responde la inquina de conservadores e Iglesia contra el llamado Filósofo de la Reforma? Con las leyes de Reforma no solamente se transformaron radicalmente las obvenciones parroquiales, también se estableció la separación de la Iglesia y el Estado, la desamortización de los bienes del clero, la libertad de cultos, la enseñanza laica y obligatoria, el matrimonio civil y la creación de cementerios civiles, el registro civil. En pocas palabras, le arrebataban a la clerecía pingües ingresos que iban más allá de lo estrictamente económico. Por otra parte, al parecer los conservadores consideraban que, como escribe el historiador Juan de Dios Arias: “La Ley de Desamortización de bienes eclesiásticos fue elaborada en su totalidad por el esclarecido patriota don Miguel Lerdo de Tejada. Todas las demás fueron hechas por el señor Ocampo...” Por algo el anónimo “cura de Michoacán” con el que polemizó, carente de argumentos para rebatir los razonamientos de Ocampo, acabó tachándolo de energúmeno, falsario, calumniador, socialista, incendiario y ateo. De ahí que don Ángel Pola haya escrito: “...puede asegurarse que en la obra de la Reforma, el benemérito d . Melchor Ocampo fue quien tomó la parte mayor y más esencial: este fue el delito que el bando clerical no quiso perdonarle”. Intentaré ahora abordar epidérmicamente el tema de la llamada “epístola”, que originalmente era el artículo 15 de la Ley sobre el matrimonio, fechada el 23 de julio de 1859. La autoría es indudable, pues existe una nota escrita por el mis-
C
ON SÓLO TRES LARGOMETRAJES de ficción dirigidos a lo largo de veintiún años, desde su inicial Dos crímenes (1995), seguida de Arráncame la vida (2008) y ahora la más reciente, titulada Me estás matando, Susana (2016), se diría que Roberto Sneider es un cineasta al que no le corre prisa, pero sobre todo queda claro que lo suyo no es definitivamente la realización fílmica de un guión original, sino lo que se conoce como adaptación cinematográfica: obras homónimas las dos primeras, en su debut llevó a la pantalla una pieza literaria del enorme y nunca suficientemente valorado Jorge Ibargüengoitia; su segundo largo es la adaptación de una novela, llenecita de clichés y más bien sobrevalorada, de Ángeles Mastretta, y en esta tercera ocasión ha pasado al lenguaje cinematográfico Ciudades desiertas, considerada una de las mejores novelas de José Agustín, quien a su vez es uno de los mejores novelistas que ha dado este país –por cierto, para quien desconozca el dato, Ibargüengoitia, Mastretta y Agustín son mexicanos.
Traducir adapTando y al reVés
mo Ocampo, que le remitió una copia de la versión manuscrita a su hija Josefina, recomendándole que la leyera y le diera su opinión. Sus conceptos, pues, son honestos y obedecen a criterios de la época y de la mentalidad liberal. El problema que subyace en todas las críticas es por qué motivos se le “analizó” desde una perspectiva de género y sin considerar, por lo tanto, ni momento histórico ni ideas de la época. Proudhon maneja ideas similares en sus escritos, y las luchas feministas se hallaban en una etapa embrionaria. Está documentado, por ejemplo, que eran muy pocas las mujeres que asistían a la escuela, llamada entonces “Amiga”, donde aprendían a leer, escribir, recitar el catecismo católico y realizar labores femeninas: coser, bordar, tejer, y las más agraciadas incursionaban en el área de la bellas artes: música, pintura. El caso es que a pesar de eso, eran muy pocas las que asistían a la escuela, y todas ella, obviamente, pertenecían a la clase pudiente. Hubo mujeres de mucho carácter, sin lugar a dudas, pero fueron excepcionales, como doña Francisca Xaviera, “la madrina” de Ocampo, y antes doña Leona Vicario o doña Josefa Ortiz de Domínguez, y otras, presentadas en novelas y crónicas como auténticas matriarcas, pero la razón de ser de las mujeres, en general, según usos y costumbres, era servir al hombre. Tal criterio estaba reforzado por la moral cristiana. Ahora, no se olvide que la doctrina liberal no era contraria a esta moral, sino a la doble moral y a los abusos y enriquecimiento de la Iglesia. Con excepción de Ignacio Ramírez, todos los reformadores eran creyentes, por no decir católicos •
Con independencia de la felicidad o infelicidad de los resultados que obtuvieron las dos primeras, y de los que obtenga la más reciente que acaba de estrenarse este fin de semana, la primera reflexión a la que mueve este trío de filmes tiene que ver con la naturaleza de su composición argumental. Siete años de distancia entre una y otra no es poco, pero además de evidente la consistencia de Sneider es encomiable: sólo novelas, sólo de autores contemporáneos y sólo mexicanos, y si bien Arráncame la vida es la más “vieja” en tanto ficcionaliza los primeros años posteriores al término de la Revolución mexicana, tanto ésta como las dos restantes cuentan historias que se desarrollan en el siglo xx nacional, en tres momentos claramente identificables: los gobiernos postrevolucionarios en las primeras décadas del siglo pasado, el mediodía del mencionado siglo xx en Dos crímenes, así como las postrimerías del mismo en Me estás matando, Susana. Encomiable, se decía, puesto que al grueso de los cineastas mexicanos pareciera no interesarle, o quizá costarle tanto trabajo que prefieren andar por otros senderos, la riqueza inmensa que en materia argumental ofrece la literatura de sus connacionales. Comparada con dicha riqueza literaria –y abundancia, que no es lo mismo– en términos narrativos, la producción cinematográfica que la aprovecha resulta no escasa sino definitivamente anémica. Decenas de autores y novelas susceptibles de pasar del papel a la pantalla sufren un soslayo inexplicable, que no
José Agustín
justificaría ni siquiera una hipotética y en los hechos inexistente jauja guionística original. En busca de las razones de que sea ésta la situación prevaleciente, conviene recordar que “adaptación”, en el ámbito cinematográfico, es la palabra convencionalmente usada para denominar lo que en realidad es una traducción, pues traducir y no otra cosa es lo que sucede cuando a una historia equis se le traslada del lenguaje en el que fue originada al que, no sin razón, es conocido como lenguaje cinematográfico. En rigor, puede ser tan difícil –y en ocasiones hasta más– que traducir la obra de una lengua a otra, entendidas éstas en el sentido tradicional, por ejemplo del español al francés. Será quizá que, en su mayoría, realizadores y guionistas padecen serias deficiencias traductoras.
un mexicano nunca pierde Evidentemente, el anterior no es el caso de Sneider, que con la agustiniana Ciudades desiertas como punto de partida hizo una película meritoria por bien estructurada y bien desarrollada. Me estás matando, Susana, conserva entero el espíritu que el nacido en Acapulco en 1944 –coincidencia o intención, la película se ha estrenado casi exactamente el día de su cumpleaños número setenta y dos– le imprimió a la que fue su quinta novela publicada. Treinta y cuatro años después de concebida la historia, poco o tal vez nada ha cambiado en la mentalidad del mexicano estándar, que no importando aquello a lo que se dedique, su grado de estudios, su situación económica, etcétera, confrontado con ciertas circunstancias no es nada más que un hombre pequeñito, medroso y agresivo, que busca abrirse paso y no perder a punta de exabruptos, bravatas y no pocos absurdos; que cifra su autoestima en el ejercicio de esa modernísima y vigente antigualla conocida como machismo, a quien la resignación le sabe a minusvalía, y que no obstante tiene la oportunidad de salir por propio pie de ese túnel adonde él solo fue a meterse •
CINEXCUSAS
Hace 155 años
PROSAÍSMOS
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ENSAYO
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21 de agosto de 2016 • Número 1120 • Jornada Semanal
ace ya más de veinte años moría, en una casa de campo cerca de París, uno de los más grandes y espirituales pintores que he tenido la suerte de conocer: Alfonso Domínguez. De su pintura puedo señalar el colorido a la vez vivaz y sensual de un pincel mesurado y elegante. Poncho, como lo llamábamos sus amigos, no temía al color ni a las formas aventuradas que trazaba a partir de un dibujo figurativo al cual descomponía con el prisma de donde sabía decantar la luz. No le daban miedo el amor ni la pasión, tampoco la muerte. Por esto, a veces, cuando lo recuerdo con una gran ternura, no puedo dejar de preguntarme qué espantaba tanto en México a Alfonso Domínguez que le impedía viajar a un país en el cual no cesaba de pensar. La simple idea de volver, incluso por algunos escasos días, a su tierra natal, lo hacía delirar. Cierto, Poncho era un gran delirante: no temía la locura ni los descensos a los infiernos. Al contrario, parecía deleitarse en la cuerda floja de las visiones que exploraba a costa de su razón. De esos espejismos, del náufrago sediento rodeado por el agua del mar, el pintor logra guardar una memoria difusa que plasma en sus telas. La pintura de Domínguez, bajo sus apariencias realistas y figurativas, abstrae el ánima incorpórea y errática de personajes fantasmales para fijar sus huellas y de éstas hacer surgir la materia colorida del dibujo, donde reinan la carne y la sensualidad. Conocí a Alfonso Domínguez a través de una francesa. En la vida de este pintor, las cosas no podían suceder de esa manera que llamamos lógica. Los encuentros en su existencia eran casi siempre imprevisibles, también fulgurantes. Así, fue la joven vizcondesa Dominique de Roquemaurel, entonces habitante del palacio de Vaux-le-Vicomte, q u i e n n o s p re s e n t ó . Alfonso y ella se habían conocido en Tepoztlán, ciudad mágica, y utilizo este calificativo del cual tanto se abusa sin temor a equivocarme, 1 pues el lugar posee un magnetismo más allá de lo natural. Dominique, soltera, viajaba mucho y en México vivió una buena temporada en parte retenida por Poncho. Una noche de otoño en París, esta amiga me invitó a una exposición en la calle de Dragon. Un hombre, encaramado como un gato en lo alto de una columna, no dejaba de observarme. Era el pintor. De pequeña estatura a causa de la cortedad Vilma de sus piernas atacadas en su infancia por la poliomielitis, la presencia de Poncho era imponente. Robaba escena en cualquier sitio con un rostro que él se construía a cada mañana sin necesidad de mirarse en un espejo, acaso pensando en Toulouse-Lautrec, acaso en su abuelo Belisario Domínguez, de quien copiaba el bigote negro. Faz pícara de pirata a sus horas, cara de monje asceta en otros momentos. Narrar la vida de Alfonso Domínguez, tratar de establecer una biografía suya, es cosa imposible. Poncho no cesaba de inventar: su fecha o su lugar de nacimiento, sus amores, un matrimonio en Tepoztlán con una judía estadunidense, ¿o era una finlandesa?, el accidente mortal, en la carretera de la capital a Cuernavaca, donde murió su hermana Antonieta y él estuvo a punto de ser acusado de conducir por la persona que llevaba el volante, sus relaciones financieras y enmarañadas con su cuñado Alexander Salkind, productor de El tercer hombre… y de Supermán, las peleas con su hermana Bertha en cuyo séquito parisiense podía verse a un fatigado Orson Welles, las exposiciones en una galería de Frankfurt o de Viena donde eran vendidas todas sus telas o donde Poncho se negaba a vender por miedo a ver esparcidas sus pinturas, es decir, a no
volver a verlas, las aventuras en burdeles, in memoriam Toulouse-Lautrec, donde regalaba sus telas a las chicas, sus diferentes viviendas: un sótano, una casa en el campo, un vasto loft compartido con extraños personajes del universo underground de noctámbulos, el hoy lujoso atelier donde Modigliani moría de hambre y miseria en el barrio de Montparnasse y donde Poncho creyó al fin encontrar su lugar en París y en el mundo.
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En el que fue, pues, el atelier de Modigliani, situado en la calle de La Grande Chaumière, Alfonso debe haber vivido su época más tranquila. Lo visité muchas veces en ese departamento luminoso donde la producción de su obra era intensa a pesar del alcohol. Si su mente soportaba el vino, sus piernas se tambaleaban. Sin duda por ello, Poncho pintaba sentado a una mesa. Pude admirar el trazo decidido de su pincel haciendo y deshaciendo formas. Podía pasar de un retrato figurativo, casi fotográfico, de alguna mujer, a la destrucción y reconstrucción de un rostro ahora inventado, luminoso, obra de creador. Con Alfonso Domínguez se vivía en una aventura constante, novedosa y jubilosa. Una tarde tocaron a la puerta del taller dos personas: un hombre y una mujer trajeados, muy serios, con la misma expresión de ausencia en sus caras. Yo me levanté a abrirles, dudé, creí que eran vendedores de puerta en puerta, pero antes de que yo pudiese despedirlos, Fuentes Poncho los invitó a entrar. Los hizo sentarse y les ofreció una copa de vino. La pareja agradeció pero se dijo abstemia. Poco a poco fui entendiendo lo que Alfonso comprendió de inmediato al ver su facha: eran testigos de Jehová y nuestro pícaro amigo había decidido pagarse un buen rato a su costa. Mago a sus horas, Poncho los transformó en conejos, en palomas, en bailarinas de circo, en focas y, finalmente, en una pareja de payasos ebrios. El hombre brindaba con nosotros mientras la mujer bailaba sola un can-can que canturreaba con voz enronquecida y pastosa. Nos regalaron la Biblia decididos a dejar la secta. Poncho les dio al mismo tiempo absolución y bendición cuando partieron al alba. Poncho creó una vasta obra por desgracia dispersa. Su hermana Bertha Salkind tuvo la intención de reunirla pero le faltó tiempo. A la muerte de Poncho, ella tomó la decisión de llevar su cuerpo a enterrar a México. Alfonso siempre temió ese regreso, quizás porque en México los muertos están vivos, me musitaba Poncho con los ojos abiertos de espanto algunas madrugadas •
Alfonso Domínguez, un pintor mexicano de Montparnasse
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Datos de los cuadros: 1. Danza sin muletas, 1983. 2. ¿Juegas conmigo al billar?, 1981. 3. Iztaccihuatl y Popocatépetl; circa 1980-84. Fotos: Tania Huerta