suplemento semanal

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(1887-1918)

LA PASIÓN PICTÓRICA DE

SATURNINO HERRÁN Marco Antonio Campos

Literatura alemana actual: todas las lenguas Esther Andradi José Luis Cuevas y la muerte anticipada José Ángel Leyva

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 21 DE OCTUBRE DE 2018 NÚMERO 1233


LA JORNADA SEMANAL

Saturnino Herrán, La tehuana, 1914 Cortesía: Archivo Saturnino Herrán

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LA PASIÓN PICTÓRICA DE SATURNINO HERRÁN (1897-1918) Apenas rebasó los treinta y un años de edad, vividos a caballo entre los siglos pasado y antepasado, e injustamente no figura en la memoria de quienes parecen creer que la pintura mexicana nació con el muralismo de Rivera, Siqueiros y Orozco. Sin embargo, se cuentan por millones quienes han visto una o más pinturas de Saturnino Herrán sin siquiera saber el nombre del autor de cuadros emblemáticos como La leyenda de los volcanes, La cosecha, Tehuana, La criolla del mantón y muchos más. En el centenario luctuoso de este artista plástico fundamental, ofrecemos a los lectores un espléndido ensayo de Marco Antonio Campos, dedicado a quien fuera amigo entrañable de Ramón López Velarde, otro padre cultural mexicano. Agradecemos a Saturnino Herrán Gudiño, nieto del maestro, por las imágenes que nos proporcionó.

Tanja Dückers y Martín Jankowski, escritores y críticos con obra probada y de renombre, hacen una evaluación de la literatura alemana actual, incluyendo la escrita por migrantes, y reflexionan sobre las tendencias de las letras alemanas de antes y después del Muro, los premios y su influencia, las ferias del libro y el libro mismo ante la presencia y el poder de las redes sociales y las plataformas digitales.

||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova y Ricardo Yáñez COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN DE DOSSIER: Marga Peña FORMACIÓN DE COLUMNAS: Juan Gabriel Puga RETOQUE DIGITAL: Jesús Díaz y Ricardo Flores PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520.

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Nuevas y viejas teNdeNcias eN la literatura alemaNa actual

Tanja Dückers Una tendencia fUndamental fUe la Nueva

||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor.Títulos y subtítulos de la redacción

L

a escritora alemana Terezia Mora, de raíces húngaras, acaba de ganar el Premio Georges Büchner, el Cervantes de la Literatura en ese idioma. Y otra escritora, Tanja Maljarts­ chuk, nacida en Ucrania en 1983, se hizo con el Premio Ingeborg Bachmann. Extranjería, mujeres, poesía ¿Qué está pasando con la lite­ ratura alemana en estos tiempos? Tanja Dückers y Martin Jankowski, dos escritores residentes en Berlín, ensayan sus respuestas. Tanja Dückers, nacida en Berlín (Occidental) en 1968, es una de las narradoras más reconocidas e incursiona sin más en los diversos géneros, publica tanto novela como cuentos, ensayo periodístico o poe­ sía. Tampoco le teme a la exposición pública, opinando y comprometiéndose activamente con el feminismo y la pobreza, y el influyente sema­ nario Cicero la ha elegido entre los intelectuales más influyentes en lengua alemana. Martin Jankowski nació en 1965 en Greiswald, en la extinta República Democrática Alemana (rda), y en los años ochenta formó parte activa de la escena de la oposición política del régimen en Leipzig como poeta y cantante. Desde mediados de los años noventa reside en Berlín como escri­ tor y activista cultural. Creador de diferentes salones literarios, este lírico y ensayista también es narrador y coordina Stadtsprachen –len­ guas de la ciudad– un movimiento que reúne expresiones literarias de escritores de idioma no alemán que residen en la capital alemana. Estas son sus opiniones con respecto a las nuevas tendencias, temáticas, el futuro del libro y las expresiones literarias.

Esther Andradi ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

narración, nueva épica de los noventa. Parecía que repentinamente los alemanes podían escri­ bir como los americanos –incluyendo aquí tanto el norte como el sur de América–; ya no sola­ mente se trataba de juegos cerebrales o expe­ rimentos con el lenguaje sino, sencillamente, de contar libremente. Hubo diferentes tesis para fundamentar este cambio. Pienso que una razón para “el regreso a narrar” tiene que ver con la “visibilización” de los autores de la rda. Como el Estado comunista rechazaba formas experimen­ tales –así como en la plástica, el realsocialismo era hostil a la abstracción–, se consolidó una tradición narrativa.


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LITERATURA ALEMANA ACTUAL: TODAS LAS LENGUAS

Durante un buen tiempo –y hasta hoy– muchos libros se ocuparon de la elaboración de la historia de la rda. En general la literatura dio más impor­ tancia al este y a Europa Central. Numerosos libros se ocupaban detalladamente del nazismo, entre ellos mi novela Himmelskörper –Cuerpos celestes, 2003–, también porque después de la unificación se tuvo acceso a los archivos del Este. Al mismo tiempo llegó la moda verdaderamente a lo grande de “novelas berline­ sas” que tematizaban el proceso de reunión de las dos partes de la ciudad. Mi novela Spielzone –Zona de juego, de 1999– cayó también ahí. Tuve la suerte de que mi novela fue una de los prime­ ras “berlinesas”, porque, como ocurre con las modas, después de un tiempo los críticos no qui­ sieron leer más novelas de ese tipo. Otra tendencia fue la irrupción de numerosos autores jóvenes. Había gran interés por las voces de la nueva generación que habían vivido el tiempo de cambio tanto del este como del oeste. También se crearon los primeros institutos de escritura creativa en Leipzig y en Hildesheim, y comenzó a pensarse la escritura como algo que se puede aprender y enseñar. Entre los numerosos autores había también muchas mujeres. De qué manera el mundo litera­ rio estaba dominado por hombres y qué rol juga­ ban las mujeres, estaba definido claramente bajo el despectivo concepto de Señorita Milagro. Así catalogaba Volker Hage, redactor de Der Spiegel, a cada autora joven (yo entre ellas) que, en los años noventa, tuviera un debut exitoso. Conside­ radas “moscas de un día”, las jóvenes, como Judith Hermann, Julia Frank, Jenny Erpenbeck, Karen Duve y mi modesta persona, consiguieron conso­ lidarse. Y todo esto a pesar del viento en contra.

Martin Jankowski dUrante Un tiempo coexistieron pacíficamente la vieja y la nueva época. Christa Wolf y Günter Grass siguieron escribiendo sus libros, mientras surgía una nueva generación dentro de la cual dominaban los alemanes del este, por razones de su experiencia histórica. Hacia 1995 se volvió importante la forma clásica de la narración, se habló del “regreso del autor”, grandes novelas tuvieron nuevamente demanda, y la prosa de vanguardia, el relato corto y la lírica, de pronto ya no estaban más en primer plano. En 2000 dominó la escena por un corto tiempo la llamada “pop literatura”, en la que un estilo de vida, marcas, la identificación con cierta música y determinados hechos jugaban un rol, así como un tono ligth, pero fue un fenómeno de marketing más que una corriente artística. Entretanto, las novelas voluminosas dominan completamente

tanto el mercado del libro como los concursos literarios. Al mismo tiempo, y desde el año 2000, hay un auge de literatura en vivo: Poetry Slams, salones de literatura, escenarios de lectura, foros de lectura, y son tan populares que nutren a los autores, más que el mercado del libro. Gracias a la digitalización hay un retorno a la oralidad, al performance, y un autor tiene que ser bueno en la presentación pública, casi como un actor, o un músico. Al mismo tiempo, los medios digitales contri­ buyeron a la crisis de la crítica, que se ha vuelto muy superficial. Hoy ya no existen los grandes críticos a quienes el público sigue; en cambio, hay muchos pequeños y miles de amateurs en la crítica literaria. La novísima tendencia actual es la escritura de novelas con situaciones en el futuro cercano –tanto utopías como distopías light–, que se conectan con situaciones cotidianas conocidas y son levemente fantásticas. Una mezcla de litera­ tura contemporánea y ciencia ficción filosófica. De igual manera, en el ámbito comercial del libro hay un aluvión de novelas policiales (¡tam­ bién series!) con referencias a un determinado lugar, región, incluyendo tradiciones locales, dialectos y costumbres… Muy influyente desde hace unos quince años es la literatura producida por migrantes que llegaron a Alemania y que no

escriben en alemán; entre ellos están los jóvenes de la Europa del Este.

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¿literatura para elaborar el pasado? literatura de la memoria o literatura egocéNtrica? Tanja Dückers la literatUra de la memoria es y permanece como el tema central en la literatura alemana. Después de la unificación se produjo una verda­ dera ola de novelas y relatos que se ocupaban del nazismo, tantos libros como nunca antes sobre el tema. Con el proceso de unificación se hizo cada vez más presente un pasado extremadamente difícil, con su carga y sus traumas. Antes, ambas partes alemanas habían tratado cada una por su lado de arreglarse con el futuro y diferenciarse en el presente. Ahora, el pasado común se transfor­ maba en un tema de acuerdo, ofrecía una historia común de sufrimiento y culpa, sobre la que no se había podido conversar durante años. No solamente escritores, también sociólogos como Harald Welzer, con su libro de irónico título El abuelo no era nazi, así como Fischer Verlag, / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA


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historiadores y periodistas como Sabine Bode, muy buena periodista de la Radio de Colonia que publicó los libros Kriegskinder (Hijos de a guerra) y Kriegsenkel (Nietos de la guerra) se confrontan críticamente con el nazismo y la his­ toria de los victimarios alemanes y las causas del Holocausto.

mañana hace de un autor una persona que jamás vuelve a tener preocupaciones de dinero. Al margen de eso, existe una literatura muy exitosa y muy popular más allá del académico Premio del Libro. Fantasía, policiales, literatura juvenil, libros de actualidad. Aquí son los lectores quienes deciden, no los periodistas...

Martin Jankowski

4.

tanto el nazismo como la segunda guerra mun­ dial son los temas número uno preferidos por la literatura alemana contemporánea, seguida de cerca por la historia de la ex rda. ¿Literatura del yo? ¡Eso fue en los años setenta y en los ochenta! Desde la caída del Muro son muy populares las novelas familiares que relatan la vida de varias generaciones. Notable es, que desde mediados de 2000, existe un renacimiento de la lírica, acompañada por una szene muy vital –urbana, minoritaria– de pequeñas editoriales, gracias al control alemán del precio del libro.

3.

sobre los graNdes premios literarios: georg büchNer, premio alemáN del libro, premio de la Feria iNterNacioNal del libro (leipzig/FraNkFurt)

Tanja Dückers mUchos escritores nos opUsimos a la creación del Premio Alemán del Libro. Algunos auto­ res, como yo misma, intentan que sus libros se publiquen en primavera para que, al menos de esa forma, permanezcan medio año al alcance del público sin haber sido catalogados como “no aptos” para la long list de los elegidos. Es conocida la arbitrariedad con que se otorgan los premios. Yo misma fui jurado a veces y me horroricé de lo poco que se argumenta y fundamenta una elección. Así experimenté que alguien no podía recibir el premio porque ya el año anterior alguien de la misma editorial lo había recibido, de manera que ahora le tocaba el turno a otra editorial. O también: “Nos gus­ taría esta vez elegir una cara fresca, joven, y mejor si es mujer.” Otra vez se trataba de “ya tuvimos una mujer el año pasado, ahora tiene que ser un hombre”. O “nos gustaría elegir un migrante”. Como los premios pueden ser tan injustos, no está bien que llamen tanto la atención y que los autores sean valorados como bue­ nos o menos buenos de acuerdo con el premio que se les otorgue.

Martin Jankowski en alemania hay mUchos premios literarios y becas que aseguran la sobrevivencia de muchos autores. Los más importantes corresponden a las respectivas Ferias Internacio­ nales (Frankfurt y Leipzig), con jurados de periodistas y críticos. Estos premios influyen en el mer­ cado muy fuertemente. Gracias a su renombre, el Premio del Libro de la Feria de Frankfurt de la noche a la

el Futuro del libro: ¿FiN de la era de papel? ¿libro electróNico? ¿o NiNguNo de los dos?

Una tendencia fundamental fue la Nueva narración, nueva épica de los noventa. Parecía que repentinamente los alemanes podían escribir como los americanos –incluyendo aquí tanto el norte como el sur de América.

Tanja Dückers en efecto, en los últimos dos años hay una ten­ dencia regresiva del libro electrónico. Sobre todo se trata de libros de entretenimiento. La lectura como entretenimiento parece menos popular, sobre todo por la gran competencia de cine, radio y televisión, y en los últimos años se amplió a las llamadas redes sociales. Aumentan las ventas de libros de consulta y especializados. El conocimiento no se puede reemplazar tan fácilmente, pero en cambio disminuye la venta del libro de ficción.

Martin Jankowski el libro electrónico no tiene ninguna impor­

tancia en este momento, su venta fue siempre muy baja. Los alemanes adoran el libro en papel. En el Metro la mitad lee las noticias en el telé­ fono, la otra mitad lee libros de bolsillo. Gruesas novelas se siguen vendiendo, pero no se leen. La tendencia es menos libro, menos literatura y más medios digitales. Se lee, pero se leen textos actua­ les, no ficcionales, de divulgación.

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el Futuro de la lectura, Futuro de la escrituras

Tanja Dückers no obstante el pesimismo de muchos colegas

sobre el futuro del libro, les argumento que la invención del libro impreso también significó el retroceso de la narración oral y que el libro de bolsillo socavó el libro como objeto de valor. Sin embargo, nada cambió: a las personas les gusta contar historias y que le cuenten historias, reflexionar sobre su vida, identificarse con los pensamientos de otros. Soy optimista en lo que hace al futuro de la narración.

Martin Jankowski el teatro, el performance y las artes plásticas

han absorbido parte de la energía de la literatura y lo incorporaron o integra­ ron a sus prácticas. Especialmente en la escena cultural se ha formado una suerte de mundo paralelo con autores propios, editoriales, festivales, etcé­ tera. En esos espacios dominan otras condiciones del mercado; pienso que esa tendencia puede llegar a ser más influyente e importante en el futuro. La literatura pura y la existencia del autor se diluyen. Los autores son también editores, diseñadores gráfi­ cos, organizadores culturales. Cine, teatro, multimedia, social media hacia allí se encaminan los nuevos textos hoy día l Escultura en la ciudad de Berlín, que rinde homenaje a algunos de los escritores más influyentes de Alemania.


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JOSÉ LUIS CUEVAS y la muerte anticipada

Semblanza de uno de los artistas plásticos más importantes del siglo xx en nuestro país, a través de múltiples conversaciones y entrevistas aquí amalgamadas en una sola voz que no desmiente el refrán: “genio y figura, hasta la sepultura”, y como entrañable homenaje a un año de su desaparición física.

José Ángel Leyva ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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staba solo en mi casa. Era de noche cuando llamaron. El poeta me pidió recibirlos a él y a Paco Aliseda. Éste deseaba conocerme antes de regresar, al día siguiente, a España. Accedí. El artista español se sorprendió cuando le dije que la mexicana es una sociedad corrom­ pida, pero yo había nacido en una buena etapa, la del general Lázaro Cárdenas. Un hombre que había dado lecciones de dignidad a la nación. Fue inevitable tocar el tema del exilio republicano, de los personajes que conocí personalmente, como León Felipe. No había quién nos atendiera en la tertulia, ni periodistas y fotógrafos. Alguien que grabara nuestra conversación, como solía suceder algunas tardes en mi estudio, en la casa de Galeana, donde podía recostarme en la cama de latón o en un sofá mientras charlaba con mis numerosos invitados. Aliseda me preguntó mucho sobre mi dibujo y mi escultura. Él pensaba que yo, artista mexicano, debía hacer muchos esqueletos, como José Gua­ dalupe Posada. Le aclaré que, para representar la muerte, lo mío no son los huesos. La carne antes que la osamenta. Paradójicamente, alguna vez dibujé y pinté personajes obesos. El colombiano Fernando Botero se sintió muy atraído por mis imágenes, al punto que nunca más volvió a hacer otra cosa que figuras gordas. Lo influenció tanto mi dibujo que jamás pudo salir de esa obsesión. Claro, con enorme éxito comercial. Suelen situarme cerca de Goya porque narro lo terrible de mis sueños, por esa mirada implacable sobre la realidad, pero siempre me he sentido más cerca de Picasso. Incluso, pienso que él advirtió

El pintor José Luis Cuevas, durante entrevista para La Jornada, 13 de julio de 2003. Foto: Marco Peláez/ La Jornada

esa proximidad. Fui el único artista al que dedicó unas palabras cuando hice mi exposición en la galería Edouard Loeb, en París, a la que por moti­ vos de salud no pude asistir. Él expresó que de los artistas latinoamericanos le interesaba en parti­ cular José Luis Cuevas. Adquirió, por cierto, dos grabados míos y los de la galería se los obsequia­ ron porque se trataba de Pablo Picasso. Lo justo hubiese sido un intercambio de obra. Nunca demerité el genio de los muralistas mexicanos, pero estaba en contra de ideologizar la pintura, el arte. Picasso también realizó una obra mural, Guernica, pero no es una obra polí­ tica, sino la síntesis estética de la violencia, del drama, una emoción que estalla no para adoctri­ nar ni para moralizar, es simple y sencillamente la expresión de un artista ante su realidad, ante su vivencia emocional. Alguna vez le pidieron que hiciera un retrato de Stalin. Él era enton­ ces miembro del Partido Comunista y de mala gana aceptó el encargo. Hizo un cabeza chiquita con unos enormes bigotes. Hubo un escándalo mayúsculo porque los soviéticos vieron en la obra una burla al dictador. Pero la fama de Picasso impidió que pasara a mayores. Desde que se llevó mis dibujos me obsesioné con la idea de que moriríamos el mismo día. Eso nunca sucedió, obviamente, él desapareció en 1973, el mismo año que los otros dos Pablos: Neruda y Casals. Muchas / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA


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cartel que decía “Primera gran exposición del futuro gran artista de México, José Luis Cuevas”. Sólo asistieron algunos de los asiduos concurren­ tes al Seminario Axiológico y no tuvo repercusión alguna en la prensa. Me obsesionaban las prostitutas y los personajes casi infrahumanos que pululaban por el Centro. Muchas de ellas y de ellos fueron mis modelos. Nunca me he acostado con una prostituta, no por asco o por moral, sino porque soy hipocondríaco y le tengo pavor a la posibilidad de contraer una enfermedad venérea. Esas mujeres de El órgano se reunían en una casa rosada, a la que yo llamaba La casa rosa. Cuando expuse en la Galería Price, en 1953, lancé fuertes declaraciones contra la escuela de arte mexicano, contra el academicismo, dije que estábamos en la zona rosa del arte, para con­ frontarla con la idea de una zona roja. En realidad tenía en mente La casa rosa. Fue una puntada que nunca imaginé que tendría tales consecuencias y derivaría en el nombre de Zona Rosa. Cuando Bertha y yo decidimos poner el Museo Cuevas en el Centro Histórico, sabiendo que estaba rodeado del comercio informal, de basura, de pobreza, era porque de algún modo yo deseaba recuperar mi relación con la ciudad, con esa parte del patrimonio histórico devorado por las ruinas y la pobreza, la corrupción. En julio de 1992 cor­ tamos el cordón inaugural y ambos sabíamos que mantener el proyecto no era una empresa fácil. Tengo una relación de amor odio con mi país, durante años fantaseé con irme y no volver, pero siempre regresaba atraído por una extraña fuerza. Algo semejante me ocurre con Ciudad de México. Me resigné a vivir aquí hasta que entendí ese vín­ culo profundo, secreto. Por años vi deambular a una prostituta de aspecto horroroso por los alre­ dedores del edificio de Correos. A pesar de que su imagen me resultaba aterradora, fui muchas veces a buscarla porque me intrigaba la clientela que procuraba sus servicios. Yo la identificaba como el Fantasma de Correos. No podía dibujarla porque sentía que no lograba aprehenderla. Constataba con incredulidad que tenía una clientela asidua y fiel. Un día me vi retratado, es decir, dibujado, entre esa clientela atraída por su monstruosidad. Descubrí con azoro que yo, a mi manera, era uno de sus devotos seguidores. Más tarde reflexioné

veces me imaginé entre el llanto de mis seres que­ ridos y de mis amigos, los escuchaba decir entre sollozos, ha muerto José Luis Cuevas, ha muerto también Picasso. Aliseda había leído sobre mis obsesiones acerca de la locura, la prostitución, la enfermedad y la muerte. Le conté de mi infancia, desde que nací en 1934 en los altos del edificio que albergaba la fábrica de papel y lápices El lápiz del Águila, en el callejón del Triunfo. Supe que lo mío sería el arte desde que estudié la primaria en la escuela Benito Juárez y reconocí en su paredes el influjo que causaban en mí los espléndidos murales de Roberto Montenegro. Ya adolescente comencé a frecuentar mucho a las prostitutas de la calle El órgano para charlar con ellas. A los catorce años de edad tuve mi primer estudio y perdí mi virgini­

Arriba: El pintor en el jardín de su casa, el 28 de julio de 2009. Foto: Carlos Ramos Mamahua/ La Jornada. Derecha: Parte de la exposición en el Palacio de Bellas Artes en CDMX, 3 de junio de 2008. Foto: María Meléndrez Parada/ La Jornada

dad con una chica que posaba en la Academia de San Carlos y en La Esmeralda. Ella fue también mi primera amante. Desde los diez años asistí a cla­ ses de dibujo como alumno irregular en La Esme­ ralda; mi maestro era el director, Antonio Ruiz, el Corcito, quien era además un hombre muy bondadoso. Antes de los quince tuve mi primera exposición en el Seminario Axiológico, en Don­ celes. Allí asistía Alberto, mi hermano, estudiante de medicina, para participar en temas de filosofía que tanto le atraían. Recuerdo que elaboré un


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que Ciudad de México era en cierto modo ese Fantasma del cual no me podía desprender, pues en el fondo me habitaba. Hay una poética de la oscuridad en tu obra, insistía el artista español. Es posible, pues aun­ que me gusta más lo luminoso que lo sombrío, la noche siempre me ha acercado más a su miste­ rio. Tengo miedo de dormir; padezco insomnio permanente. Hago un esfuerzo enorme por no caer en el sueño, en ese enorme agujero del cual temo no volver a salir. Paradójicamente soy una persona que sueña mucho y tengo la disciplina de anotar de inmediato, en cuanto despierto, mis experiencias oníricas, o cuando menos las imá­ genes y los temas del sueño. Allí está como testi­ monio mi libro Los sueños de Cuevas. Esas muertes, como la de Orozco, de perso­ nas que fallecen cuando están dormidos me parecen poco atractivas; además, no estoy seguro de que la persona no se dé cuenta de que está perdiendo la vida, es posible que transite por pesadillas espantosas que le anuncien el final. Otro de los que murió de esa manera fue Picasso, lo encontraron en su lecho con los últi­ mos dibujos que no alcanzó a firmar. El dibujo es silencio, por eso mis personajes están quietos y no hay alaridos como en El grito de Eduard Munch, o como sucede en muchas de las obras expresionistas, cuyos personajes están crispados, emitiendo sonidos tremendos. Mis personajes pueden ser tristes, pero en ellos no hay queja. El poeta, como en otras ocasiones, lanzaba preguntas y reflexiones sobre el tiempo y sobre la vejez. No me importa la trascendencia, sólo me interesa la experiencia que puedo atestiguar y vivir. Por eso mis autorretratos o mis fotos diarias son un registro de ese paso del tiempo en mi persona, en mi cuerpo. Si no hubiese sido pintor, hubiera sido narrador. El autorretrato se hubiese volcado en una escritura autobiográfica. El tiempo es la sustancia esencial de las artes. Tengo la preocupación de a qué hora comencé a dibujar y a qué hora terminé y anoto el principio y el fin de ese proceso creativo. En ese margen hay una angustia de temporalidad durante el cual el artista se revela a sí mismo, ya sea en el pasado o en el futuro, en el presente o en alguna posi­ bilidad de la vida que no será. Un día realicé un dibujo de gran tamaño, un autorretrato en donde me represento ya muerto, me anticipo al tiempo en el que he dejado de existir, en el que ya los días han dejado de significar algo para mí. La obra es el tiempo detenido del artista, su muerte antici­ pada, lo demás es ya la experiencia de los otros, de los espectadores o de quienes lo sobreviven. No me interesa ser longevo. Los artistas vie­ jos ya no crean, sólo recuerdan, convierten su obra en un receptáculo de la memoria, pero no inauguran, no rompen, no fundan caminos inciertos. La obra girará sobre sí misma, se repe­ tirá, ya no es la imaginación la que gobierna el acto creativo, sino la memoria. Al menos Picasso mantuvo, ya octogenario, su gusto por las muje­ res, su capacidad sexual y la energía para traba­ jar intensamente. Mis amigos se fueron. La casa quedó sumida en sombras. Me sentía profundamente solo, respon­ diendo preguntas de nadie. Al final me dormí. Soñaba que alguien decía al pie de La giganta: fue un artista sincero l Nota: El texto es una recreación de varias entre­ vistas realizadas por el autor y diversas conversa­ ciones con el artista. A manera de homenaje en el primer aniversario de su muerte.

Para Juan José Arreola en sus 80 años, esperando goce de cabal salud* Óscar Chávez

Esgrimes el afán de la memoria, amarras las palabras con tu nudo, las pules con el aura de su escudo y te vas tan campante por la historia. El lenguaje será siempre tu noria; sucinto hasta el final, mas nunca mudo, engastarás el ánimo desnudo con la tenaz angustia de tu euforia. Nada se te negó. Vayan las mieles, de jácaras y albures a estrambote, con vítores, fanfarrias y laureles, a las sienes del último Quijote, que a fuer, merece un ramo de claveles y un morado manojo de epazote.

*Hace veinte años le escribí este soneto; ahora que habría cumplido cien el pasado septiembre, quiero recordar al que fue gran maestro y amigo.

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A cien años de su muerte, la obra de este pintor conserva su alta condición de clásico en la tradición plástica de nuestro país. Labor, La vendedora de ollas, La ofrenda, India con hijo, La criolla del mantón, El rebozo; el tríptico La leyenda de los volcanes y el friso Nuestros dioses, son algunos ejemplos inconfundibles de los temas que le obsesionaron y de su extraordinaria manufactura. Su difícil pero entrañable amistad con Ramón López Velarde “el padre soltero de la poesía mexicana” (Hugo Gutiérrez Vega dixit), quien lo consideraba “un poeta de la figura humana”, también es asunto, y muy revelador, de este magnífico ensayo que nos asoma a los intensos y fecundos años de principios del siglo xx.

Arriba: Saturnino en su casa, 1917. Izquierda: Tablero central de Nuestros dioses, 1915. Derecha: La ofrenda (detalle), 1913. Cortesía del Archivo Saturnino Herrán.

Marco Antonio Campos ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||


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La pasión pictórica de

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(1887-1918)

SATURNINO HERRÁN I

el primer círculo de amigos de Ramón López Velarde (rlv), el único artista de verdadera relevancia, el único que, como diría Paul Valéry, tenía “talento y algo más”, fue el joven pintor Saturnino Herrán. Como se sabe, la casa­estudio de Saturnino Herrán en la calle Mesones era lugar de tertulia de los amigos. Pedro de Alba decía que Ramón y él visitaban al pintor casi a diario, o aun a diario, y en una interesante aproximación crítica, apunta que en el friso de “La suave Patria” hay una influencia pictórica de los cuadros de asuntos indígenas de Saturnino. En su estudio vieron pintar a Saturnino La leyenda de los volcanes, La ofrenda, El rebozo y, desde que empezó en 1914, Nuestros dioses, que Saturnino aún en 1918 seguía trabajando hasta donde le dio el alma. Es decir, en alguna vía, el friso en verso de “La suave Patria” tenía su equivalencia con el inacabado friso mural de Nuestros dioses. Tal vez Nuestros dioses y “La suave Patria” son los ejem­ plos más ambiciosos del arte criollo que López Velarde ponderaba y que ambos practicaban: uno, en poesía, el otro en pintura. Pedro de Alba resal­ taba la sorprendente capacidad de Saturnino “de abstracción imaginativa y desdoblamiento men­ tal”, pues “podía charlar y hasta discutir acalora­ damente al mismo tiempo que pintaba y compo­ nía sus cuadros”. Más sorprendente aún si se toma en cuenta la exactitud de la pincelada. A dos puertas de la casa de Herrán estaba el con­ sultorio médico de Pedro de Alba. Sería quizá 1914.

“En ese consultorio, ayuno de clientela –escribió el médico de San Juan de los Lagos–, se daban cita mis amigos. En vista de que se veía desierto, me propuse tomar la revancha organizando lecturas literarias y ofreciendo reuniones sociales con la presencia de gloriosas amistades hechas en el club Flor de Lis, que cada quincena daba bailes en la Sala Bucareli. En esa época vivíamos en las garras del esnobismo y les llamábamos ‘tés’ a nuestras fiestas vespertinas”. En una de esas reuniones, una tarde de otoño, Pedro de Alba invitó a López Velarde y a Herrán ex profeso para que Jesús b. González Buffalmaco, los conociera. A Ramón le simpatizó el espabilado comportamiento social de González, “entretanto Saturnino Herrán ensayaba sus agudas ironías, arte en el que era maestro”. Jesús b. González se incorporaría pronto a las reuniones en casa de Herrán y en el despacho “de aquel gran señor que se llamaba Ignacio Gasté­ llum, situado en la calle de Cinco de Mayo”. ¿Herrán fue siempre el hermano del alma de López Velarde? Si nos confiamos a una carta que el joven zacatecano responde fraternalmente a Pedro de Alba el 26 de abril de 1916, diciéndole que lamenta que se encuentre lejos como “lamen­ taría la ausencia de cualquier amigo”. Pedro de Alba estaba de regreso entonces en Aguascalien­ tes. Y rlv añade en alto elogio: “En nuestro grupo hay inteligentes, hay ingeniosos, hay maduros, ciertamente; mas, sin lisonja, ninguno forma pareja conmigo tan bien como usted, querido

doctor. Siente todo lo que yo siento y comprende todo lo que yo comprendo. Vivimos la misma vida incalculable, rabiosa, demoniaca, y, por el contra­ rio, leve como un giro de mariposa y llena de epi­ sodios cristalinos. Nuestros amigos, descontando a Herrán (el subrayado es mío), son hombres de una pieza, sin contradicciones amargas, sin ana­ tomía absurda.” Colegimos dos cosas: en esos años López Velarde, a quien consideraba el mejor amigo, a quien lo unía “una sólida fraternidad”, era a Pedro de Alba, afecto que venía desde los años adolescentes en Aguas­ calientes (1902­1907); la otra, oh paradoja, a quien consideraba el más insoportable, con quien tenía menos coincidencias, era con Saturnino Herrán, a quien van aludidas las severas acusaciones de “contradicciones amargas” y “anatomía absurda”. Nótese que para abril de 1916 ya habían pasado más de dos años de la llegada del jerezano a Ciudad de México, pero ambos se conocían desde 1912, en la primera residencia de Ramón en nuestra gran urbe. Sin embargo, no está de más recordar que en enero de ese año salió La sangre devota y la ilustra­ ción de portada es de Herrán. II

el nombre de Saturnino pasó a su hijo y a su nieto. El hijo era médico. Si nos atenemos a lo dicho por su nieto, que tal vez lo oyó de su padre, Herrán, desde 1915, ya tenía la enfermedad que / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA


LA JORNADA SEMANAL

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lo llevaría a la muerte el 8 de octubre de 1918. En aquel decenio de los diez, como la causa del deceso del pintor sólo se habló de una enfermedad del esófago que no le permitía digerir alimentos. Se hablaba de una hernia. El nieto de Herrán des­ tacó en una entrevista televisiva, sin embargo, que se trataba de un cáncer. Es posible. Si a partir más o menos de 1915 vemos fotografías de Saturnino Herrán, quien vivía con su esposa y su hijo con un poco igual al “pan de cada día”, advertimos una figura cada vez más menguada. Algo de la enfer­ medad, creemos, cooperaría en la acritud irónica del carácter. Como bien se ha dicho, dos zacatecanos, López Velarde y Manuel m. Ponce, y un aguascalentense, Saturnino Herrán, llevaron a su obra eso que López Velarde llamó el arte criollo, una combina­ ción mestiza de lo español, lo morisco y lo azteca. Sin embargo, en las dos primeras dos décadas del siglo xx los pintores habían despertado a lo mexicano y se sentían atraídos incipientemente al muralismo. Estaba el Doctor Atl, con su fulgor didáctico; estaba el catalán Antonio Fabrés, quien entre 1902 y 1907 dirigió entre nosotros la sec­ ción de pintura de la Academia de Bellas Artes; y estaban Herrán y compañeros en la Academia, entre otros, Diego Rivera, Roberto Montenegro y José Clemente Orozco.1 O mejor explicado por el mismo Orozco en su breve Autobiografía, quien lo precisa en unas cuantas líneas: “Fue entonces cuando los pintores se dieron cuenta cabal del país en donde vivían. Saturnino Herrán pintaba ya criollas que él conocía, en lugar de las manolas a lo Zuloaga. El Doctor Atl se fue a vivir al Popoca­ tépetl y yo me lancé a explorar los peores barrios de México. En todas las telas aparecía poco a poco, como una aurora, el paisaje mexicano y las formas y los colores nos eran familiares. Primer paso, tímido todavía, hacia una liberación de la tiranía extranjera, pero partiendo de una preparación a fondo y de un entrenamiento riguroso.”2 Orozco había entrado a la Academia en 1906. Como Herrán, Rivera y Montenegro estuvieron años en la escuela, pero nada más lejos de ellos que la con­ dición de un pintor académico. En 1917 Orozco salió a Estados Unidos. Si acaso percibieron los amigos el declive de Herrán, en especial López Velarde, no hay quien lo haya documentado. Sin duda las cosas cambiaron y la amistad tomó características entrañables. Baste leer los tres textos de López Velarde referidos al joven pintor aguascalentense en sus prosas de El minutero (1923): “El cofrade de San Miguel”, “Las santas mujeres” y “Oración fúnebre”. Menos que un texto crítico, “El cofrade...” es un poema en prosa donde López Velarde reflexiona entre dos suertes de Cris­ tos en la tradición de la pintura. En el cuadro, pese a los reparos, rlv termina vencido por la maestría. Al joven zacatecano le gustaban en especial los Cristos en la cruz “sin guardarropa, cuyo cuerpo bendecido irradia[ba] una dignidad limpia y tras­ lúcida”. Quizá en esto el ejemplo por excelencia sea El Cristo, de Velázquez. Sin embargo –rlv exceptúa– en el “embrollo anímico del Cofrade era preciso un redentor víctima de todo”. En el segundo texto, “Las santas mujeres”, rlv, dentro de la tragedia de los últimos días, hace una divertida y afectuosa narración de cómo Saturnino, en el lecho de la tribulación y del luto, aprovecha su condición de enfermo y ruega favo­ res, a la vez cristiana y sensualmente, a mujeres de alta rectitud, quienes cumplen su tarea de una manera humilde y puntual: a una le pide que le dé una sortija para sentirla a ella, y ella se la da; a una prima le solicita abrazos y caricias, y la prima

lo abraza y acaricia; a una virtuosa y bella dama le insiste que se meta con él bajo las agónicas sába­ nas, y Herrán no es desairado. Durante esos días, en el sanatorio de Santa María la Ribera, López Velarde conoció a Fe Hermosillo, tal vez su último amor, cuñada del médico Luis Rivero Borrell. Los amigos visitaban a Herrán en su cuarto del sanatorio. Rivero Borrell operó a Herrán el 2 de octubre de aquel 1918. Murió el 8 de ese mes. Hay dos testimonios dados a Guadalupe Appen­ dini que relacionan la hora de la muerte de Herrán y las reacciones distintas de Ramón López Velarde. Ambos fueron contados cosa de cin­ cuenta años después. Uno, de su hermano Jesús: “Una noche llegó Ramón a la casa –vivíamos en Avenida Jalisco–, estábamos cenando y nos dijo ‘Vengo conmovido, con gran dolor; acabo de ver a Saturnino muy grave’. Se sentó Ramón junto a mi madre y después de unos minutos vio el anillo que usaba en la mano derecha, y dijo: ‘Miren esta manchita roja –que estaba muy cerca del anillo–…; quiere decir que Saturnino ha muerto’, y violen­ tamente salió de la casa. Efectivamente a esa hora murió el pintor. Ramón presintió la hora de su fallecimiento.”

Saturnino Herrán, artista del más alto nivel universal, nos propone, a través de su obra, respuestas a los grandes problemas nacionales de la actualidad: violencia, barbarie, contrastes sociales abismales, corrupción, impunidad y tantas otras enfermedades sociales que padecemos. Saturnino Herrán Gudiño

El otro, más creíble, es de María Hermosillo, esposa del médico Rivero Borrel. María precisa que fue durante la madrugada cuando ocurrió el deceso y estaban “en una terraza del sanatorio, Ramón, Fe, mi esposo y yo”. Recuerda que en esos momentos López Velarde dijo: ‘Es inaudito… ¡incal­ culable!..., qué número de concepciones en estos momentos…, unos viven y otros parten.’ Estas pala­ bras han quedado grabadas en mi mente con gran precisión. Fue un momento inolvidable”.3 Si no son las palabras, deben recoger lo esencial de lo dicho. Los recuerdos sobre los hechos, sobre todo si han pasado cincuenta años, suelen dislocarse o desgas­ tarse a causa de la continua repetición. Quizá lo que sucedió fue una equivocación de horas. Para Jesús López Velarde, su hermano Ramón presiente que ha muerto Herrán a la hora de la cena y María Hermosillo habla de que el fallecimiento acaeció en la madrugada. No conozco más testimonios directos, pero si los hechos ocurrieron así, Ramón López Velarde, creo, presintió en su casa la muerte de Herrán la noche del 7 de octubre, se encaminó al sanatorio y en la madrugada del 8, mientras con­ versa con el médico, con María y con Fe, muere el amigo. La coincidencia de que habla Jesús de que el presentimiento resultó ser el instante exacto de la muerte de Herrán parece detalle efectista. La tercera prosa de López Velarde escrita sobre Herrán es la famosa “Oración fúnebre”, dicha en el anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria en el primer aniversario de su muerte, es decir, el 8 de octubre de 1919. Es un retrato a carta cabal. rlv destaca al pintor que no dio jamás ninguna concesión monetaria, pese a vivir al día, y acentúa su vulnerabilidad ante la crítica. Luego de comentar el fervor del amigo aguasca­ lentense por Ciudad de México, a la que vio como su verdadera amante, resalta a nuestra ciudad como “millonésima por el dolor y el placer”. Falta el estudio para saber, luego de que Herrán llegó con su madre de Aguascalientes a Ciudad de México en enero de 1903, qué otras partes de la República conoció. Salvo las visitas de trabajo a Teotihuacan, en las que dibujó los murales del templo de la Agricultura (se dice que son los únicos por lo que puede saberse cómo eran en ese tiempo), no tengo noticias de ninguna otra. De Ciudad de México, ante todo Herrán nos dejó en sus cuadros como motivo central a personas, casi siempre de los más menesterosos, y como fondo, iglesias coloniales. III

en Un sUgerente ensayo de 1994, que es uno de los prólogos del bello libro de arte que se hizo sobre Saturnino, Carlos Fuentes, escribió certeramente: “Artista de la encrucijada: con todos los recursos, símbolos y conflictos del arte europeo detrás y delante de él, Saturnino Herrán se posa al filo de la navaja, entre la decadencia y la decoración.”4 Per­ fecto: ni decadente ni decorativo –como era moda en esos años–, sino desde entonces y ya un pintor moderno. Herrán es el primer pintor mexicano que pinta como un renacentista dándole a su labor una intensa actualidad. En momentos nos hace pensar que ha visto muy bien las reproducciones de Rafael y Velázquez: la asombrosa precisión de la línea, la música viva de los colores, la sucesión puntual de los planos, y claro, la equilibrada composición. La sensualidad –dice López Velarde– “funda­ menta su obra”, y es más perceptible en sus mode­ los femeninos. Más que criollas, incluso si Herrán las titula así, las jóvenes son visiblemente mestizas. rlv resalta también la elegante energía “con que interpretó niños, viejos y mujeres, por lo que debe definírsele como un poeta de la figura humana”.


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En la “Oración...” hay asimismo un párrafo espe­ cialmente emotivo donde habla del enigma de la resurrección5, y Ramón recuerda a su abuelo Beru­ men que repitió evocativamente por cosa de quince años una línea de una canción luego de quedar viudo: “Un día y nada más”; Saturnino Herrán era una persona con la que López Velarde hubiera que­ rido volver a convivir “un día y nada más”. Es sabido que López Velarde, visiblemente afec­ tado, no pudo en determinado momento seguir la alocución fúnebre y la terminó Pedro de Alba. Xavier Villaurrutia vio la oración fúnebre como “una verdadera elegía”, y añadió: “¡En cuántos momentos, en cuántos minutos, la elegía de Ramón López Velarde a su amigo no es sino la propia elegía del autor de El minutero! 6” A diferencia de su hermano mayor, José Juan Tablada,7 que escribió infatigablemente crítica de arte, quien pintó hasta el final de sus días, quien fue un devoto coleccionista y llevó recursos visuales de la pintura a las imágenes de la poesía, a López Velarde, a excepción de lo escrito sobre Herrán, las artes plásticas apenas distrajeron su atención. Según se le vea desde 1908 hasta su muerte en 1918, hay varios temas que obsedieron en su pin­ tura al aguascalentense: cuadros donde compone con sobria intensidad los trabajos de obreros e indígenas y los cuales contienen una profunda y a la vez contenida emoción social (Labor, La vendedora de ollas, La ofrenda, India con hijo); cuadros donde la sensualidad recorre en una llama nuestro cuerpo como algunos de las llamadas crio­ llas (La criolla del mantón, El rebozo) y el tríptico temprano de La leyenda de los volcanes; cuadros donde realiza los retratos y autorretratos en los que dejó con exactitud fotográfica los rasgos del rostro humano8; o finalmente, su ambicioso e inconcluso friso Nuestros dioses, donde se observa una cere­ monia o procesión de indios con figuras corporales del todo idealizadas. Por cierto: una de las modelos principales de Saturnino fue su esposa Rosario

Arellano, con quien hizo pinturas espléndidamente coloridas como La dama del mantón y Tehuana. IV

viUda rosario arellano y huérfano Saturnino

hijo, López Velarde, inmediatamente después del deceso del pintor, se aboca a tratar de vender, en el precio que creía que merecían, los cuadros del amigo. Estaba por inaugurarse en noviembre de ese 1918 el museo del estado o Museo de Bellas Artes en Guadalajara. En ese mes de octubre toca el asunto a su amigo, el político y caricaturista José Guadalupe Zuno, quien a su vez lo habla con quien sería el director del museo, Ixca Farías. En diciembre, Farías le escribe a López Velarde que hay interés en los cuadros, pero después se com­ plica el asunto, porque el jefe de López Velarde, Manuel Aguirre Berlanga, destina el dinero a la compra de obra de pintores mexicanos para museos de Ciudad de México, y así se lo hace saber el ministro a Ixca Farías en una carta de febrero de 1919. Debió ser una frustración para López Velarde y para Rosario Arellano, la viuda del pintor, que estaba en la quinta chilla y con un hijo que mantener, pero eso, curiosa o paradóji­ camente, fue una de las causas que salvó de la dis­ persión la obra de Saturnino Herrán. La mayoría de las obras están desde hace décadas, gracias a una hábil jugada del inolvidable poeta y promotor aguascalentense Víctor Sandoval, en el Museo de Aguascalientes. En aquel 1919, en Zozobra, hay un poema dedicado de López Velarde a Herrán, “El minuto cobarde”, que por cierto es uno de los que llegan más al alma, el cual es una evocación pletórica de nostalgia del Jerez perdido. Allí están la parroquia, los relojes del Curato, las lunas, el tema llorón de un incierto piano, “la garganta criolla de Carmen García”, cromos bobalicones y gallinas y conejos. En algo o en mucho, ambos, pintor y poeta, com­ partirían la nostalgia de la provincia inmutable.

Arriba: Mural inconcluso Nuestros dioses, 1914-18. Página anterior: La Criolla del Mantón, 1915. Cortesía del Archivo Saturnino Herrán.

Tal vez no estaría de más recordar una bella anécdota de Carlos Fuentes, que relata en su ensayo introductorio acerca de Saturnino Herrán (“La pasión y el principio”). El primer trabajo diplomá­ tico de Fuentes fue en Suiza y el embajador era nada menos que Pedro de Alba. Al hablar el embajador de López Velarde y de Saturnino Herrán –escribe Fuentes– lo hacía “con una melancolía muy pura”. El embajador, cada 15 de septiembre, los reunía para recitar “La suave Patria”. En estas páginas hablamos de que la amistad de López Velarde y Herrán fue espinosa pero también muy entrañable. Con magnífica intuición, Carlos Fuentes escribió: “El poeta es, en más de un sen­ tido, el compañero andante del pintor, su gemelo enemigo aunque intensamente fraternal.” Esta última frase lo resume todo: “su gemelo enemigo aunque intensamente fraternal”. En 1945, en su Autobiografía, José Clemente Orozco señaló: “Entre los discípulos predilectos del maestro Fabrés, hay que mencionar a Satur­ nino Herrán, una verdadera promesa para la pin­ tura mexicana y que hubiera llegado a ser un artista notable en el México de hoy”.9 Tengo la impresión de que Orozco –a principios de los cua­ renta la circulación de la obra era aún escasa– no conocía más que unos cuadros de Herrán. No sé qué diría ahora si viera que desde hace décadas el pintor aguascalentense es considerado uno de los pintores clásicos de la tradición mexicana. En vez de “verdadera promesa” o el “hubiera llegado a ser”, quizá habría hablado, me doy por creerlo, de “uno de nuestros pintores mayores”. Y una pregunta dolorosa. La muerte de un artista único e irrepetible en el verano de sus dones: ¿por qué? l

Notas: 1. En la página 18 de su Autobiografía José Clemente Orozco, que entra a la Academia seis meses antes de que regresara Fabrés a España, habla así de la ins­ titución: “En la Academia había modelos gratis, tarde y noche, había materiales para pintar, había una soberbia colección de obras de maestros antiguos, había una gran biblioteca de libros de arte, había buenos maestros de pintura, de ana­ tomía, de historia del arte, de perspectiva y, sobre todo, había un entusiasmo sin igual. ¿Qué más podía desear?” Esa era la Academia en la que estudió y fue maestro Saturnino. Él, que nunca conoció los museos de arte europeos, al menos podía ver en vivo cuadros magistrales y tenía a la mano en los libros de arte la tradición de la pintura. 2. Autobiografía, ii, p. 22, Editorial Era, México, 1970. La primera edición es de 1945. En la página 59 Orozco habla más de la importancia de estos antecedentes: “La pintura mural se encontró en 1922 la mesa puesta. La idea misma de pintar muros y todas las ideas que iban a constituir la nueva etapa artística, las que le iban a dar vida, ya existían en México y se desarrollaron y definieron de 1900 a 1920, o sea veinte años. Por supuesto que tales ideas tuvieron su origen en los siglos anteriores, pero adquirieron su forma defini­ tiva durante esas dos décadas.” 3. Ramón López Velarde. Sus rostros desconocidos, fce, 1971. La entrevista con

Jesús López Velarde se titula “El ave sepultada en una caja de carretes de hilo” y la de María “La historia de Fe Hermosillo”. 4. Saturnino Herrán, la pasión y el principio, Bital Grupo financiero, 1994, p. 11. El libro de arte se hizo en Italia. 5. Rubén Bonifaz Nuño (1923­2013), quien bebió tanto de los clásicos latinos y españoles y admiró con fervor la obra de rlv, creía en la resurrección de la carne, pero en cada resurrección, si la hubiera, le daba por imaginar que deberíamos ser mejores, porque sería injusto vivir una única y desdichada vida que era como una queja. 6. Rueca, México, invierno 1951­1952. El texto serviría de prólogo a El minutero. El libro nunca salió. 7. A su notable estudio introductorio sobre Tablada el poeta e investigador Rodolfo Mata lo tituló Pintor poeta (Unam, iifl, 2017). 8. Excepcional en su composición son, con sus rostros tristes, los de Herlinda y Estefanía y de velazquiana elegancia los de Artemio de Valle Arizpe y el pintor Gonzalo Argüelles Bringas. Y, claro, sus dos Autorretratos: uno, de 1915, y otro de 1918. En este último, con un cráneo al lado, ya es del todo consciente de la inmi­ nencia de su muerte. 9. Ibid, i, p.17.


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Leer

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NARCISISMO ENMASCARADO Vanidad, Mario Andrea Rigoni, Ai Traine, México, 2017. Andrea Tirado ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

CON LA CONTUNDENTE frase inicial: “La historia de la vanidad es la historia del mundo”, Mario Rigoni establece la premisa para la lectura de Vanidad, anticipando de tal manera que disertar sobre la vanidad es, en sí mismo, un acto de vanidad, como si nadie nunca se salvara de ella, de su propio narcisismo disimulado, pues, como advierte el escritor, la vanidad es inherente a la humanidad. Construido enteramente con aforismos, el libro va dibujando y maquillando el rostro-retrato de la vanidad. Cada aforismo será una pieza clave para recorrer el laberíntico camino. Para tejer la historia de la vanidad, Rigoni comienza con su aspecto más metafísico: la vanidad como primer fundamento y última explicación de la tragedia de la sociedad y de la historia. Todas las sociedades, todos los seres llevaríamos en

COMO LA NOCHE INMENSA Mi nombre es agua como la inmensa noche, Orli Guzik, VersoDestierro, México, 2018. Ricardo Venegas ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

nosotros, según el autor, un “irreprimible deseo de ser”, de no morir, incluso como nuestra condición ontológica. A lo largo de las páginas se manifiesta la terca y vana búsqueda por la “eternidad”, por la inmortalidad, o bien, por ese “dejar huella”, pues la idea de irse de este mundo sin dejar rastro ni marca al hombre le resulta insoportable. Nada más terrible que desvanecerse sin más, nada peor que caer en un olvido irremediable. En nombre de este miedo es que, como lo expone el autor, se han realizado innumerables acciones humanas enormes o ínfimas. Tal es el caso del griego Eróstato quien, con tal de ser recordado en la historia, incendió el templo de Artemisa. En capítulos como “En el reino de Clio”, Rigoni pone en evidencia ese deseo siempre insatisfecho y, por lo tanto, condenado a estar siempre presente. A través de un recorrido histórico de la vanidad, el autor muestra cómo desde la Ilíada y hasta los trescientos combatientes de Leónidas, la conciencia vanidosa de los hombres se revela en actos simples, como vestir túnicas rojas para que no viera el color de la sangre. Ante todo: nunca mostrarse vulnerable. O bien, la monumental estatua del general De Gaulle, rememorando el paso marcial con el que recorrió triunfante los Champs-Élysées, símbolo del triunfo y del éxito. Dicha estatua busca contrarrestar la irremediable finitud del ser humano, del héroe francés, con la inmortalidad de la estatua: monumento perenne. Rigoni nada perdona, e incluso se atreve a ir más lejos al sugerir que aun el cementerio representa “un observatorio privilegiado de la insaciable vanidad humana”, cuyas lápidas exhiben títulos, méritos y honores que desafían la última frontera. El camino por los aforismos conduce al lector hacia la salida del laberinto, que culmina con el

acto triunfante del vanidoso: el autorretrato. En efecto, afirma: “Nadie sería vanidoso, nadie tendría ninguna razón para manifestarse en cada mínimo gesto, si no pudiera verse y, sobre todo, ser visto.” “Visto”, en este caso leído, y bien, qué es este libro si no una cierta forma de vanidad, como lo confirma Rigoni: “¿qué lleva a alguien a escribir sobre la vanidad si no es que la vanidad misma?” Sin embargo, Rigoni le recuerda a su lector que la necia voluntad de dejar rastro y de no caer en el olvido sólo cobra sentido respecto a la condición de finitud: “cómo podríamos valorar algo que nunca tuviera caducidad, ¿qué no es su carácter de caduco lo que nos hace desear dicha eternidad?” Así, mediante aforismos que revelan una personalidad inquieta, con un ritmo preciso, sin demoras ni rodeos, el autor declara que la belleza de nuestra condición y de la vida misma reside en ese aspecto finito. Es decir, en la conciencia de lo efímero del instante y en saber que, desde que comienza, el instante ya está terminando y es desde ese momento un irremediable pasado

MI NOMBRE ES agua como la inmensa noche desdobla una palabra que busca, dúctil y líquida, volverse una con la forma sin forma. La piedra angular de su poesía es de agua, de ríos de palabras que se amoldan al devenir como piedras que chocan con las orillas de la corriente y en la inercia del arrastre se pulen, se maceran, se vuelven joyas nombrables y audibles sólo por artes literarias; desde cualquier lugar, en este viaje la voz acepta su destino: “como mi sangre/ será engullido/ mi nombre/ por las arenas de Troya”; como Quevedo, sabe que “sólo lo fugitivo permanece y dura”. Toda poesía es plegaria, invocación, corte de caja, revelación, meditación… Esto lo sabe quien ha dejado su propio signo sobre la tierra: “Mi huella es agua y sal/ y descalza arena”. Inmensa como la noche es el agua de estos poemas escritos desde la penumbra, desde el crepúsculo que añora la migración de aquella luz que convoca un destino. La autora sabe que el amor ha existido, el viaje se ha realizado, entiende que la muerte es tema universal de

la escritura poética, y cuestiona, a la manera de Bonifaz Nuño, si será sin valor su testimonio. Orli Guzik nació en Ciudad de México el 26 de diciembre de 1960. Poeta. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nuevo Mundo. Realizó los postgrados de Arquitectura de Paisaje en la Universidad Iberoamericana, y de Literatura y Creación Literaria en el Centro de Desarrollo y Comunicación. Ha sido guionista de Argos y para diversos productores independientes. Ha asistido a talleres con Óscar Wong, Vicente Leñero, Mónica Lavín, Rosa Nissan y María Luisa Puga

EN NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO

ROLES SOCIALES Y GÉNEROS: Raúl Dorra

el feminismo ante el lenguaje

Fe de erratas En el núm. 1231, pág. 14, el pie de foto dice: Juan de Dios Cañedo y debe decir, José María Bocanegra. Una disculpa a nuestros lectores


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Plegaria del enfermo terminal

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o la clara soledad humana en duermevela.

Francisco Torres Córdova

Ya no si me atosigan el alma

ftorrescordova@gmail.com

los gritos de mi cuerpo y me separan y extravían

De un sueño que no era

la textura que era de mi voz

y retumba palmo a palmo en mi persona.

si ya no distingo lo que era en lo que soy

abro estos ojos que no eran.

la reciente ironía de mi risa.

Del llanto a los tendones

el roce inútil de mis huesos con la nada.

del plasma al pensamiento

Son otros que me nacen poco a poco y ahora me miran apacibles y severos

En esa brevedad

del esmalte de los dientes al calor de la palabra

Aquí donde sigo y parpadeo

desde mis pies desnudos

en ese residuo que me crece

ocupa todos mis espacios

estos ojos nuevos que me miran

el dorso de mis manos

en todo el cuerpo un cuerpo desmedido

cancela su antigua inteligencia

ahora sin astucias ni remilgos

el suave caracol de mis oídos

desatado a su deriva

y así me vierte en la llanura

entonces me resisto.

por encima de mis hombros

estoy presente sin resquicios

blanca vasta lisa seca roja

Y digo

de frente al espejo circular en que me encuentro.

ni fisuras ni refugio

sola dura cruda pura del dolor.

que no me colmen electrodos

y todas mis edades se acumulan

agujas e instrumentos

Aquí sigo y parpadeo.

condensan mis años en instantes

Así la vida ahora digo

los brazos las ingles y la boca;

Están las cosas en su sitio y yo en el mío todavía

y el instante se hunde en mi conciencia

más y más de cosa rota y temblorosa

que no me taje el vientre o la columna vertebral

oscilando delicado mi equilibrio.

y luego se ovilla y me somete

asida apenas a unas hebras de su luz

el vano afán de un escalpelo.

Es la hora quieta de la casa

me deforma.

dislocados sus acentos

Que mi tacto reconozca mis contornos y me lea

la esperanza desprendida

y el último deseo que me vive

del blando mineral de la memoria.

no se pierda en el delirio.

tendida en la cálida penumbra que suelta la mañana y la noche recoge en sus cortinas.

De pronto entonces sin medida ni advertencia paulatina si valiera

Que no me alcance

de nuevo levanta sus murallas la fatiga

Cada vez menos el aroma del café

la lenta y minuciosa tiranía

en el portal de su más íntima distancia

la inmensa altura de su sombra que me curva

el relumbre de las voces afuera en el pasillo

de los signos vitales por consigna o protocolo

la gota que resbala brillante por la sonda

el ruido de su enjambre ya erizado en mi cabello.

el escándalo de niños en los patios de la tarde

de dioses distraídos y leyes temerosas.

el trazo de una rama tibia en la ventana

Que nadie toque la elección de mi letargo.

Oigo el silbido de mi aliento

el fuelle que dilata mis pulmones y reseca mis labios y mi lengua

Y sin embargo sigo aquí

o la noble cabeza de Argos dormido en el rincón.

Que la vida asista al fin a su acto más desnudo

y me silencia

y muevo estos ojos que no eran y me miran.

Ya no más el gusto primario

de acuerdo conmigo y de la mano

a veces una tenue resonancia de mí

Sé que no es vejez el mal que me avejenta

de un bocado de la infancia

de mi cuerpo presente todavía

en alguna parte aún mía que me queda

que concentra y arrebata mis sentidos

la sed cumplida a tragos llenos

y no atrapado y abolido

mi tardo corazón trastabillando

que trastorna el agua inicial de mis entrañas

el ocho infinito de las bocas en un beso

en el denso sudor de su desahucio..

La otra escena Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com

Paradojas de la crítica a las artes escénicas PARECE QUE VARIAS instituciones coinciden en reconocer la necesidad de impulsar la crítica teatral, la meditación sobre la dramaturgia, el ejercicio de un aspecto del periodismo poco valorado, muy mal pagado y que en ocasiones parece relleno de secciones y suplementos culturales de los periódicos. En los portales de internet se valora aún menos y si en los diarios se paga mal, en los espacios electrónicos la mayoría de las veces no se remunera. Muchos artistas escénicos han vivido de la crítica teatral y no son exclusivamente periodistas; narradores, dramaturgos, poetas, directores de escena han completado su ejercicio con una atención al teatro, antes de ser linchados o duramente criticados por sus colegas por ser una especie de juez y parte imperdonable para quienes encuentran conflictos de interés en todos lados. Algunos de los más prominentes fueron y son: Malkha Rabel, Olga Harmony, Rafael Solana, José Antonio Alcaraz, Gonzalo Valdés Medellín, Esther Seligson, Rodrigo Johnson, Tomás Urtusástegui, Víctor Hugo Rascón Banda, Germán Castillo, Estela Leñero (quien no sólo es dramaturga sino tallerista y periodista), desde el ámbito de la investigación y la edición, Jaime Chabaud, David Olguín, Edgar Ceballos. Esta lista por supuesto es muy incompleta y se le suman periodistas de muy alta calidad, como Luz Emilia Aguilar Zínser, Alegría Martínez (periodista, editora y promotora), Rodolfo Obregón (investigador, ensayista y reseñista), Armando Partida (investi-

gador), Alejandro Ortiz Bullé Goyri (investigador), Denise Anzures (periodista y promotora) y, cada vez más, un conjunto de jóvenes académicos con maestrías y doctorados muy nutricios que suelen reflexionar sobre las obras que han visto seis, ocho y hasta dieciocho meses después de asistir al montaje para elaborar un fino ensayo sobre la puesta en escena, el texto, la retórica de la representación y un sinfin de categorías sobre la lingüisticidad de lo escénico que mucho iluminan el pasado de las puestas y sus cadenas de intencionalidad. Decía Héctor Azar que en México las instituciones son las personas y no se equivocaba. Las iniciativas más sólidas han venido de la Secretaría de Cultura de cdmx (comandada por un poeta que hace crítica de poesía, Eduardo Vázquez) y de Ángel Ancona, un hacedor escénico que si bien no escribe, su oficio añejo lo convierte en una figura que pondera con justeza el quehacer escénico que programa y apoya. De la unam vienen muchas cosas fascinantes pero atomizadas y sin efectividad. La Facultad de Filosofía y Letras, su Colegio de Teatro, el Centro Universitario de Teatro, no sólo son espacios donde se genera

una enorme sabiduría y conocimiento, sino también donde tiene lugar una forma de hacer teatro que ya es histórica por la manera de hacerse preguntas en consonancia con un quehacer que no se desvincula de la investigación y la creación. Por otra parte, en su búsqueda de nuevos públicos, la Dirección de Teatro ha implementado un programa de “entusiastas” espectadores que se arriesguen con reseñas, en concursos que premian hasta con cinco mil pesotes (cuatro a cinco veces más de lo que puede ganar por una reseña un crítico profesional). Tímidamente, la crítica y sus valores ganan espacios a través de iniciativas como la Convocatoria de Artes Escénicas en el Sistema de Teatros de cdmx, en la que se inscribe la creación del Premio de Dramaturgia Joven Vicente Leñero y dos programas radiofónicos (Escenarios que se escuchan y Las músicas desde el Teatro de la Ciudad), así como el reconocimiento y apuesta por la crítica a través de la creación del Primer Premio de Crítica Teatral Olga Harmony para incentivar la creación artística, promover un modelo crítico y reconocer uno de los trabajos interpretativos más sólidos y de mayor continuidad profesional. La Secretaría de Cultura federal convocó, en el marco del bicentenario del nacimiento de Ignacio Ramírez El Nigromante, al Encuentro por la Crítica Cultural para impulsar a nuevos críticos culturales interesados en las artes escénicas, para que un jurado seleccione textos en música, danza y teatro que serán publicados en la página del Festival Internacional Cervantino al cierre de su edición xlvi. Sea todo esto una manera de entrar en materia en torno a la crítica


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Arte y pensamiento

La casa sosegada Javier Sicilia

Tomás Calvillo: la defensa de la interioridad SI ALGO CARACTERIZA el reciente libro de Tomás Calvillo, El rapto de la interioridad (Colegio de San Luis, Pulso, 2018), es su implacable lucidez para describirnos la realidad de una época donde un mundo, hecho todavía de proporciones, lugares, tiempos, memorias, ha sido aceleradamente engullido por la velocidad y la virtualidad de una era que podríamos llamar sistémica. La palabra hace alusión a un mundo donde las relaciones cara a cara, las relaciones somáticas con el entorno, fueron engullidas por una estructura que, semejante a la computadora, carece de exterior. Esa estructura que, dice Calvillo, se ha vuelto hegemónica, no sólo es la expresión de la pérdida del sentido y el triunfo de la imagen multiplicada al infinito, sino también y por ello, la expresión del vaciamiento de la existencia y de la instauración del show como forma de vida. Cuando todo, como en internet, tiene el mismo rango jerárquico –“el anuncio del Vodka y la oración de san Francisco, el paisaje de la Pagoda de Rangún y el gol de Messi”–y mediante un click podemos pasar de la Fenomenología del espíritu a un sitio porno; cuando en un noticiero televisivo podemos ir en un segundo del

develamiento aterrador de cuerpos apilados en un tráiler a la frivolidad del corazoncito que Peña Nieto hizo con sus manos durante el grito del 16 de septiembre; cuando la palabra como entendimiento es desplazada por los mensajes relámpago de los tweets y la política se dirime como un producto más del mercado; cuando, en suma, todo es importante, ya nada lo es, y vicio y virtud terminan por confundirse en un juego de deseos y consumos sin substancia ni límite. En ese mundo donde, interconectados como interfaces, simulamos vivir una orgía de libertad, es la interioridad de la mente, dice Calvillo –bordeando palabras cargadas de contenido religioso como alma o espíritu–, lo que está en disputa, lo que está siendo raptado, secuestrado diría yo. Es también, continúa Calvillo, hablando desde la meditación yóguica que ha practicado durante décadas, el único sitio que, vuelto exterior en un mundo encerrado en la velocidad de una interioridad sistémica, puede mantenernos en la proporción. El libro, sin embargo, demasiado ocupado por describir el rapto de esa interioridad, no dice mucho sobre cómo preservarla y cultivarla. Pensando en ello, recordé las palabra que Bill Arney dijo en un seminario en Cuernavaca, en el que, para celebrar el 90 aniversario del nacimiento de Iván Illich, discutimos estos temas bajo el título de “Lo político en tiempos apocalípticos”. Me parece que Calvillo las aprobaría: “Un sistema exige de quien lo utiliza [y lo habita] comportarse como un componente sistémico

[tal cual lo describe de múltiples formas El rapto de la interioridad]. La buena noticia es que el sistema es Tomás Calvillo una no-cosa […] una visión, una manera de pensar. Para adquirir una ‘visión sistémica del mundo’, se nos debe entrenar. En lugar de ser sensibles a la simplicidad y a la autonomía, debemos aprender a ver las complejidades y sus indefinidas interconexiones. Debemos afrontar el ‘hecho’ de que los sistemas consisten en hoyos negros […] Debemos aceptar que los sistemas no son completamente predictibles. Debemos poner entre paréntesis la libertad de la acción autónoma y privilegiar la heterónoma […] Pero cuando se nos ofrece una nueva manera de ver y de pensar, siempre es posible –aunque frecuentemente difícil– decir: ‘No, gracias’” y preservarse, como lo hizo Illich y lo hace Calvillo, en la tarea de guardar el interior mediante la lectura, la meditación y el cultivo de amistades disciplinadas, desinteresadas, respetuosas. A partir de ellas, una comunidad puede florecer y descubrir todavía lo que está bien y el sistema engulle. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales y refundar el ine

Las rayas de la cebra Verónica Murguía

Salud mental HOY QUE ESCRIBO esto es el Día Mundial de la Salud Mental. En todos los periódicos hay notas y tienen la misma urgencia que las noticias sobre la salud de la Tierra. Es decir, estamos en un momento difícil. Muchos argumentan que siempre ha sido así: gobernados por sicóticos como Nerón y Calígula; o si ustedes quieren Hitler, Stalin, Mao, Trujillo, Papá Doc: derecha e izquierda unidas en el autoritarismo y la locura. Que siempre han existido los asesinos despiadados como la bestial pareja de Ecatepec, pero que estas cosas no se sabían como ahora. No se medían con estadísticas, no se comparaba un año con otro, no se hablaba tanto de eso. No quiero sonar pesimista, pero desde que las cosas se miden, el suicidio ha ido en aumento. Es la segunda causa de muerte en el mundo entre los quince y los veintinueve años, sólo después de los accidentes automovilísticos. Además, ahora la depresión y el suicidio también amenazan a los niños. En México hay diez suicidios al día. Sé que el suicidio también ha afectado a los jóvenes en otras épocas: cuando Goethe publicó Las desventuras del joven Werther, en el que el pobre Werther se suicida a la medianoche por una pena amorosa, la afanosa identificación de los lectores con el protagonista dio origen a la Werther-Fieber, la fiebre Werther. Por lo menos cuarenta jóvenes se suicidaron vestidos como el personaje. En Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides, cinco hermanas,

bellas, jóvenes, vírgenes como dice el título, se suicidan una tras otra. ¿Por qué estamos tan tristes? ¿Tan angustiados? Yo sí lo estoy. No tan deprimida como puedo llegar a estar, como si me hubiera agarrado la mano un dementor (ver Harry Potter). Entonces me pongo nihilista como la Vetusta Morla (ver La historia interminable, de Michael Ende). ¡Uy! Me doy cuenta de que los libros para niños tienen descripciones fantásticas de la tristeza y hay personajes cuya cercanía deprime como los dementores. Bueno, pero ando ansiosa, presa de la incertidumbre. Supongo que, entre otras cosas, porque todos los días se nos bombardea de forma cada vez más efectiva con 1) malas noticias nacionales y mundiales, 2) hipótesis apocalípticas y 3) publicidad de cosas que no necesitamos pero que el fabricante nos quiere vender con el pretexto de que son esenciales en nuestras vidas. Sumemos a ese bombardeo el hundirse en las redes sociales. Leí un día un artículo de un señor

cuyo trabajo era calcular las búsquedas que la gente hace en Google. Suelen ser con más frecuencia de la que sospechamos: ¿por qué nadie me quiere? ¿Por qué estoy triste? ¿Cuál es el sentido de la vida? El señor que medía la frecuencia con la que los usuarios de internet formulan estas preguntas comparó los datos de estas búsquedas hechas de forma privada con lo que la gente pone en el Facebook: soy feliz, estoy guapísima/o (aunque para hacerse el selfie se haya maquillado seis horas), tengo dinero, miren mi coche, yo qué sé. No hay facilitador más grande de la envidia y la sensación de inferioridad, dice este hombre, que las redes sociales. Quizá siempre hemos sido frívolos, miserables, gobernados por locos, pero nunca antes nuestras fallas habían sido asunto de miles y, en casos de fama, de millones. Pienso en Anthony Bourdain, en Robin Williams, en L’Wren Scott, en tantos suicidas célebres, famosos, “triunfadores”. Y me da tristeza. Además, que siempre hayamos sido así no significa que nos debemos rendir. Yo no quiero estar tan triste, pero sé que la felicidad no es como la venden. Es algo efímero, que se aprende a capturar, imposible de retener. Que hay un movimiento de la voluntad hacia la alegría, porque estamos rodeados de violencia. Vale la pena revisar quiénes y qué nos importa y hacer algo con esos afectos. ¿Suena ingenuo? ¿Por qué será que cualquier invitación a reflexionar seriamente sobre el significado de la vida suena a que uno va en primaria? ¿Será esto parte del problema?


Arte y pensamiento

LA JORNADA SEMANAL 23 de octubre de 2018 // Número 1233

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Bemol sostenido Alonso Arreola

@LabAlonso

¿Traducción musical? ESTÁ CLARO QUE Jorge Luis Borges, pluma insigne de Latinoamérica, sabía mucho más del idioma inglés que el gran León Felipe, poeta de España llegado a México durante el exilio. Claro: el argentino creció al cobijo de una biblioteca familiar dedicada en gran medida a la literatura británica, mientras que el otro pasó la infancia en Santander. Dicho esto, cuando leemos las traducciones que ambos hicieron al estadunidense Walt Whitman, cuesta tomar partido. Dice Withman en Song of myself: “Celebrate myself, and sing myself, / And what I assume you shall assume, / For every atom belonging to me as good belongs to you.” Traduce Borges en Canto de mí mismo: “Yo me celebro y yo me canto, / Y todo cuanto es mío también es tuyo, / Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.” Traduce León Felipe en Canto a mí mismo: “Me celebro y me canto a mí mismo. / Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti, / Porque lo que yo tengo lo tienes tú / Y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.” Borges interpreta pero respeta el tallo original. León Felipe agrega un verso más y parafrasea el aroma que vive entre líneas. Para entender formalmente a quien

enalteciera las virtudes del cuerpo y la fraternidad en Estados Unidos, se debe prestar atención al argentino; sin embargo, para sentir el espíritu de sus palabras y el viento en la cara, lo mejor será –según nuestra ignorancia– rendirse ante la traducción del español. Allí el asunto de hoy: la traducción, ese vehículo de alta responsabilidad con el que alguien expande el arte de otros y que, de alguna manera, supera el mundo de las palabras para llegar al de la música. Es verdad: la universalidad de disciplinas plásticas y escénicas resulta mucho mayor –de primera mano al menos– que la de las letras, porque su naturaleza excede los límites de geografías e idiomas; pero ello no impide que, en las que están vivas y permiten resurrecciones perennes (conciertos, coreografías dancísticas, piezas de teatro), quienes las reinterpretan puedan y deban recurrir a herramientas no exclusivas para los traductores de poesía: contexto cultural, familiar, personal; diferencias

léxicas-tímbricas; adaptaciones subjetivas... Visto en sentido contrario, entonces, los traductores tendrían algo de directores de orquesta, coreógrafos, jazzistas que ponen su alquimia en movimiento cuando tratan materia externa. Tales ideas nos vinieron los pasados domingos cuando, en este mismo suplemento, dos colegas abordaron el asunto. Javier Sicilia se internó cariñosamente en el trabajo de Francisco Torres Córdova, poeta que viviera en Grecia y que conquistara con sus “versiones” a plumas como la de Odysseas Elytis. Después, Lorel Manzano se internó en la figura de San Jerónimo y la compleja repercusión de sus traducciones. Ello nos orilló a pensar en obras musicales –clásicas y populares– que cambian su grito si cambian las manos y voces que las “traducen”. ¿Ejemplos? No esperamos que nuestra lectora, lector, cante melodías en su cabeza. Deseamos que vea diferencias en tres de las incontables transcripciones que se encuentran buscando la partitura de un estándar como “Summertime”, de George Gershwin. Mucho que discutir. Observando cambios de compás, tonalidad, ritmo y armonía, una pregunta sería: ¿qué tanto traduce un director, arreglista o instrumentista cuando toma una obra ajena, compuesta en otro tiempo y en otro espacio, para sumarse a ella dejando su impronta ante una audiencia diferente? Como no hablamos de llana interpretación sino de profunda transformación, renunciamos a una respuesta pétrea. Buen domingo. Buenos sonidos. Buena semana

Cinexcusas Luis Tovar

@luistovars

A quemarropa A Jorge y Javier BORROSA, PERO NO lo suficiente como para impedir la plena identificación de actos, rostros y vestimentas, la imagen registrada por las cámaras de seguridad del Tecnológico de Monterrey no dejan lugar a dudas: la noche del 19 de marzo de 2010, en la ciudad capital del estado de Nuevo León, el Ejército Mexicano asesinó a Jorge Antonio Mercado Alonso y a Javier Francisco Arredondo, estudiantes de la institución académica usualmente denominada el Tec. Permítase la reiteración y dígase sin atenuantes: hace exactamente ocho años, siete meses y tres días, el Ejército Mexicano mató, a sangre fría y sin ningún motivo, a dos jóvenes cuyo nivel de excelencia les permitía estar becados en una de las universidades más costosas del país. Al otro día, convenientemente advertido quizá, o tal vez indolentemente desaprensivo, un empleado de intendencia del Tec limpiaba la sangre derramada la noche anterior por Jorge y Javier, mientras los espacios noticiosos daban cuenta de algo que, a esas alturas del sexenio sanguinario del ídem y entonces presidente mexicano Felipe Calderón Hinojosa, ya era un siniestro lugar común que a nadie sorprendía y a muy pocos parecía indignar: a las afueras del Tec, las fuerzas armadas federales habían ultimado a “dos sicarios armados hasta los dientes”. Las pruebas eran sólo dos: la presencia

de sendas armas largas junto a los cuerpos de los abatidos, y la palabra de los miembros del Ejército, en particular la del general Cuauhtémoc Antúnez, responsable directo del “operativo” realizado aquella noche infausta. Pero lo que no sabían las autoridades, tanto del Ejército como del Gobierno del estado de Nuevo León, y muy indignamente hasta las del Tec, lo que no podían prever fueron también dos cosas: la primera, que Alberto Arnaut –en ese momento un anónimo estudiante de la carrera de Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana– conocía desde su infancia a uno de los estudiantes del Tec asesinados y que, al enterarse del manejo oficial y oficioso que estaba dándose a los acontecimientos, decidiría realizar un trabajo audiovisual en el que hablaría de quién había sido en realidad su amigo asesinado, y de inmediato se daría cuenta de que su primera intención quedaría rebasada por una necesidad mucho más grande y apremiante: denunciar la torpeza criminal del Ejército Mexicano en particular y el error craso de la “guerra contra el narcotráfico” en general, comenzada cuatro años antes; desnudar la complicidad institucional que trama impunidades a todos los nive-

les; alertar contra el riesgo latente de ser asesinado a manos oficiales en cualquier momento sin que los responsables reciban castigo alguno, así como advertir el riesgo potencial de algo que ya comenzaba a sonar y luego sería llamado Ley de Seguridad Interior, que garantizaría la perpetuación de situaciones como la generada aquella noche. La segunda cosa que dichas autoridades no podían prever es que la cínica frase que un militar insensible tuvo a mal espetar –“los muertos no declaran”–, sería contrarrestada de modo irrebatible por aquellas cámaras de seguridad: borrosa, pero no lo suficiente, la imagen muestra cómo a Jorge y Javier, ya muertos a consecuencia de recibir sendos disparos con arma oficial a menos de un metro de distancia, les son “sembrados” un par de rifles para que la versión oficial tenga visos de credibilidad: he ahí a un par de peligrosísimos sicarios, abatidos por el heroico Ejército Mexicano. A Jorge y a Javier, simplemente y según lo que ya se había hecho costumbre, tocaba hacerlos pasar por desaparecidos. Empero, si los muertos no declaran, las cámaras no mienten. Una cosa más quedó fuera de los presupuestos de la autoridad cínica y hasta el día de hoy impune: que Alberto Arnaut se diese a la tarea de volverse cineasta, precisamente elaborando el documental Hasta los dientes, y que éste se haya convertido en una poderosa herramienta de denuncia que contribuye a cambiar de manera radical el estado de las cosas en materia de seguridad en este país nuestro que ya derramó demasiada sangre, puesto que la de un solo inocente ya es demasiada

Jorge Mercado y Javier Arredondo


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LA JORNADA SEMANAL 21 de octubre de 2018 // Número 1233

Ensayo José María Espinasa

Botellas arrojadas al mar: la revista Deslinde Elogio de una revista por la presencia en sus páginas de varias poetas de la generación de los cincuenta, y por ser impresa en papel, virtud en vías de desaparición ante la abundancia desmedida de revistas literarias en internet, la mayoría signada por la “falta de concentración, brevedad del texto, lectura rápida y superficial”.

C

ada cierto tiempo en este espacio se habla de revistas literarias en papel. No es frecuente ocuparse de ellas en la prensa cultural, cada vez hay menos y casi no circulan. La mayoría están vinculadas a una universidad o al Estado, y las pocas restantes a grupos de poder político (Letras Libres, Nexos). El mal momento por el que pasan se debe fundamentalmente a que el universo digital ha desplazado su presencia a las catacumbas y al olvido. Sólo algunas publicaciones académicas siguen capeando el temporal con cierto éxito, lo cual no deja de ser curioso pues parecían las predestinadas a desaparecer por la moda virtual. Esa moda ha hecho un gran daño a la cultura. Confundir la pantalla de la computadora con la página impresa es un error grave y a pesar de las búsquedas tecnológicas de hacer que aquélla se parezca a ésta, el comportamiento lector ante la web ha sido decepcionante. El daño, sin embargo, parece irreversible. Los escritores jóvenes ya no piensan en revistas en papel, las universidades están a la espera de encontrar la coyuntura de acabar con las que se imprimen en ese soporte y las digitales se pierden en el océano virtual y transforman, para mal, los hábitos lectores (falta de concentración, brevedad del texto, lectura rápida y superficial) y no siem-

bran con perspectivas a mediano y largo plazo: el efecto es inmediato o no es. También se han transformado algunos logros que parecían ya instituidos. Se paga poco, mal o nada por textos, aprovechando la necesidad de comunicar que tienen los escritores. Se vuelve a hacer del rating –ahora, sintomáticamente, se les llama “seguidores”– el criterio de valoración y éste sólo se consigue con elementos que subrayan más el carácter visual que el textual –los blogueros, por ejemplo. Por eso uno sigue insistiendo en recordar el papel de las revistas tradicionales. Llegó a mis manos un ejemplar de la revista Deslinde (el número 72, enero-diciembre de 2018, es un anuario de 400 páginas), cuyo título la pone bajo el palio de Alfonso Reyes y su libro central, El deslinde (la revista es editada por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo león) y es uno de esos casos en los que uno lamenta que tengan tan poca circulación. Hace cuarenta años la crítica estaba muy alerta para detectar voces con personalidad. Una de las que destacó, a partir de su primera publicación en libro, Peces de piel fugaz (1977), en la ya mitológica colección La máquina de escribir que animó Federico Campbell, fue Coral Bracho. Hoy, cuarenta años después, esta autora cuenta con más de quince títulos y es una figura central de nuestra literatura. La crítica, pues, acertó en sus señalamientos, incluso si los juicios precisos pueden ser discutibles. Pero lo que es emocionante es que esta autora, cuando podría disfrutar ya del tono y los aciertos de su obra, sigue siendo muy propositiva, “como si estuviera empezando a escribir”. Digo esto porque en la mencionada revista el ejemplar que llegó a mis manos se abre con unos poemas suyos –“Debe ser un malentendido”– verdaderamente extraordinarios. Cuando empezó a escribir su libro El ser que va a morir, que ganó el Premio de Poesía Aguascalientes en 1982, marcó un estilo específico, sin embargo, tardó en publicar un tercer libro, y a partir de La voluntad del ámbar (1988), que representa la culminación de ese estilo, inició un cambio sutil pero muy visible, hacia una condición

Ilustración de Juan Puga

más transparente e intensa que le ha permitido ganar temperatura humana. Los poemas en Deslinde son fantásticos y hasta donde sé no se han publicado en libro. No es el único atractivo de la revista. Los poemas de Coral Bracho abren una buena (y disimulada, para no incurrir en dogmatismos de género) muestra de poetas mujeres más o menos contemporáneas: Pura López Colomé, Minerva Margarita Villarreal, Silvia Eugenia Castillero, Mariana Bernárdez Reneé Acosta, Gabriela Aguirre y Claudia Berrueto. Es ya reiterativo decir que en la generación de los nacidos en los cincuenta las mujeres tienen no sólo un papel protagónico e imprescindible, sino un abanico de personalidades amplio y notorio, pero vale la pena insistir. La muestra no tiene desperdicio. Las aquí incluidas, además de su obra personal, tienen un trabajo importante como difusoras, editoras, traductoras e investigadoras. Es también importante que el discurso de género no esté explícito sino implícito y bien tejido con el resto del sumario de la publicación. Las revistas como Deslinde, ¿cómo circulan? En Ciudad de México no creo que esté en ninguna librería. Habría que buscar una manera de subsanar esa carencia. Una posibilidad, en apariencia sencilla, pero según parece impracticable, es que hubiera intercambio comercial entre las universidades, es decir, no sólo el académico que ya se hace (es decir: ejemplares que se envían a bibliotecas), sino poner a la venta en librerías de la unam las revistas regiomontanas y en librerías de la uanl ejemplares de la Revista de la unam y otras. También se podría impulsar un organismo similar al arce (Asociación de Revistas Culturales Españolas), que promueve esas publicaciones en conjunto, con ejemplares entregados a fondo perdido, a manera de subsidio, y con apoyo institucional para su funcionamiento, con gran éxito. En los textos que analizan las revistas culturales se usa con frecuencia la metáfora de esas publicaciones como botella al mar, apuesta en busca de lectores. Pero esa botella tiene al menos que ser arrojada al mar


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